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C apítulo X LAS BATALLAS DE 1927

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C a p í t u l o X

LAS BATALLAS DE 1927

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R u p t u r a s , m í s t i c a , f e r v o r

Estos fueron los ingredientes de ese año 27 en cada actividad del PSR y si las élites miraban su rebeldía casi como un crimen, por otra parte tanta dinámica despertaba la emoción de los aplausos, porque en ningún punto del mapa los socialistas permanecían quietos; tal es la naturaleza de un trabajo revolucionario pues por definición, este se mueve con demasiada rapidez para aquellos que están inmersos en él. Como en un engranaje las actividades se concentraban, de una parte, en la atención al envío de los trabajadores a las zonas campesinas; de otra, en ese candente paisaje natural y social que era (y es) Barranca en donde volvía a salir Vanguardia Obrera con la llegada de Mahecha. La imprenta había sido destruida después de la huelga, lo m ismo su casa; él obtuvo la libertad después de 4 meses, en un juicio por sedición que no prosperó y mediante 2 mil pesos de fianza. En la primera edición el líder convocó a una conferencia regional de sindicatos, grupos cam pesinos y asociaciones artesanales, casi inm ediatam ente se constituyó la Federación Departamental del Trabajo, como una seccional de la CON.

Simultáneamente otros hechos sucedían en tres ciudades de importan­cia: en Medellín se fundaba La Justicia dirigido en su primer tiempo por un revolucionario boliviano. En Barranquilla se adherían al PSR dirigentes que hasta entonces se definían como anarquistas, agrupando de paso corrientes no opuestas pero que habían marchado separadamente. Allí mismo se fun­daba El Proletario, dirigido por Adolfo Martá, acto en el que estuvo presente una representación de Bogotá presidida por el “Negro” Guerrero.

Esa delegación también estuvo en la despedida del contingente de colombianos que salió del país para ponerse a las órdenes de los patriotas nicaragüenses. Antes que Farabundo Martí, quien se unió a Sandino en el año 28 y antes que M achado y los venezolanos, llegados a continuación, el contingente encabezado y preparado por el socialismo revolucionario arribó a Nicaragua. En él iban Alfonso Alexander, periodista y escritor de muy alto nivel oriundo de Pasto, quien vino a ser consejero personal y secretario general de Sandino, y Rubén Ardila, Santandereano, a quien llamaban “Capi­tán Colom bia”. En el “enganche a N ica”, como se le llamó a esta labor, cada voluntario tenía que ser entrevistado primero por la delegación encabezada por el “Negro” Guerrero, y después, ya en Nicaragua, por el comisionado de Sandino que era el general Julio César Rivas.

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M a r ía T ila U rjbe

De pie: Rubén Ard ila (Colombia), José de Paredes (México), General Augusto Sandino, Gregorio

G ilbert (República Dominicana). Sentados: Froylán Turcios (Honduras) y Farabundo M artí (El

Salvador).

Por entonces y a nivel mundial estaba causando indignación el fa­m oso juicio a los trabajadores italianos Sacco y Vanzetti y en Bogotá ciu­dad cuasi aislada del mundo, los socialistas compartieron ese sentim iento encabezado en otras latitudes por figuras tan im portantes como Henry Barbusse, José Vasconcelos y muchos otros intelectuales de la m ism a talla. Sacco y Vanzetti fueron dos obreros anarquistas acusados injustam ente de asesinato por un tribunal norteamericano que los condenó a morir en el verano de 1927, sentencia a la que se llamó asesinato legal. Para conducir la cam paña, la dirección socialista dejó en cabeza de Enriqueta y Elvira la organización total de los actos, m anifestaciones y com unicados sobre el caso. Ellas repartieron miles de insignias o pequeñas cintas rojinegras con la inscripción “Sacco y Vanzetti no deben m orir”, cintas que se adherían con alfileres a las solapas, las ruanas o los sombreros; realizaron reuniones y m ítines en barrios y fábricas, finalmente citaron a los trabajadores a una m anifestación que no contó con perm iso previo, pero se fue nutriendo de esquina en esquina y tom ó por sorpresa a las autoridades. El comunicado dirigido a W ashington que formó parte del caudal remitido a esa ciudad desde los m ás rem otos confines, circulaba de mano en mano en Bogotá y fue fijado en las esquinas. A la letra decía:

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L o s a ñ o s e s c o n d i d o s ][ Las batallas de 1927

Protestamos en nombre del obrerismo organizado de Colombia contra la criminal actuación de la justicia Norteamericana por la condena a muerte de los trabajadores Sacco y Vanzetti.

Partido Socialista Revolucionario.

De otra parte M aría Cano realizaba su quinta gira por el “viejo” Caldas, Valle y Cauca, organizada para preparar la Convención Nacional de La Dorada, es decir una gira de conocimiento y análisis.

El encargado de la recepción en Manizales era el periodista obrero y socialista Rafael Botero, quien recibió a María en el terminal de Amagá en medio de una demostración minera sin precedentes; de ahí partieron por el Cañón de Armas hasta la ciudad de Aguadas, luego a Salamina, Neira y Manizales. En todos esos sitios los ferroviarios encabezaron las m anifesta­ciones para oírla y apoyarla. Siguió a Pereira, Cartago, Zarzal, Buga, Tuluá y Cali hablando ante las multitudes y recibiendo delegaciones de mineros del carbón, de trabajadores de la caña de azúcar, de ligas campesinas y de mujeres como la sociedad Unión Femenina de Sevilla; Antonia Romero, su presidenta, había preparado con lujo de detalles una nutrida visita a María.

En Cali la concentración popular se llevó a cabo en el parque de San Nicolás y fue preparada por Manuel J. Romero; en Dagua el recibimiento estuvo a cargo de los ferroviarios del Pacífico y de los obreros de la cons­trucción del Valle; en Buenaventura por los trabajadores portuarios. Sin descanso siguió a Popayán y Piendamó, ahí la recibieron los sindicatos de oficios y las ligas campesinas. Para desandar el camino regresó por la ruta de Ibagué, hizo estación en Calarcá y finalmente llegó a Medellín.

Com o las anteriores esta gira fue muy accidentada o quizá más... no obstante fue un éxito. No sería posible recapturar hoy la apoteosis de esa quinta salida, que sólo puede compararse a escala con los recibimientos populares a Jorge Eliécer Gaitán en los años 4 0 , o con el torbellino revo­lucionario que desataba el paso de Camilo Torres Restrepo en los años 60. Por fortuna quedaron versiones de los discursos de María y el testimonio de Ignacio que la acompañaba:

María, desde la tribuna de un segundo piso, ante una plaza colmada de gentes que la aclamaban, inició su altiva arenga. Pero empezaron a pro­ducirse incidentes de provocadores, y observó que había destacamentos de fusileros, con bastante coraje siguió hablando hasta que sonaron to­ques de corneta ordenando la dispersión del público. María invitó a sus oyentes a permanecer con ella en sus sitios y los fusileros hicieron una

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descarga al aire como intimidación. Los dirigentes que acompañaban a María en el balcón, observando que había huellas de balas en la pared casi a la altura de sus cabezas, trataron de entrar a la fogosa oradora. Pero ésta no accedió, y sacando energía y valor co mo fuego de una hoguera reconstruyó la vértebra de su arenga dirigiéndose a los soldados: “Hijos de virtuosos campesinos y abnegados obreros, ¿cómo podríais disparar al pecho de vuestros hermanos^ Un día entregaréis los fusiles, volveréis al trabajo y seréis vosotros, aquí o en otro sitio de Colombia, quienes estaréis unidos, de pie valerosamente, oyendo el mensaje de las ideas que os harán libres”.

I n d í g e n a s y c a m p e s i n o s

Y m ás allá (hablando geográficamente) estaba la rebeldía indígena y cam pesina. Aunque había existido siempre en esos años se sentía distinta porque los cam pesinos se movilizaban por sí solos, ya no, como en la guerra de los Mil Días, por jefes liberales o conservadores. El origen de esa rebeldía estaba en las calam idades sufridas por la gente y en su protesta contra la preponderancia de las autoridades. Aquellos estallidos encontraban ecos de solidaridad pero eran por lo general aislados, sin organización y terminaban ahogados. Los m ás significativos y que lograron conseguir algunos avances se dieron en las regiones donde el PSR era vigoroso: Santander, Tolima y Cundinam arca en la región del Tequendama.

Puesto que he vuelto la mirada hacia esas regiones debo anotar que el PSR había hecho una nueva subdivisión del país en nueve zonas geográ­ficas señalando su propia fuerza o debilidad, la importancia económica, la m ayor concentración de trabajadores y algunas diferencias culturales. En los apuntes de Tom ás estaban demarcadas como muy im portantes las regiones indígenas situadas en Cauca, Tolima y Huila, dirigidas por Quintín Lame, y las tres cam pesinas ya anotadas. En Santander ubicaba la vasta extensión cuadrangular que iba desde Puerto Wilches, pasando por la Góm ez hasta Sabana de Torres y luego al sur en dirección a San Vicente de Chucurí, para llegar nuevamente hasta Barrancabermeja. La segunda región la marcaba desde La Dorada y Puerto Salgar hacia el sur tom ando el norte del Tolima con El Líbano, Lérida, Venadillo, Ambalema y vecindades. La tercera era la región del Tequendama en Cundinamarca, desde Fusagasugá hasta Girardot, con sesgos en dirección a Viotá, Tocaima y otra media docena de pueblos o caseríos aledaños.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ][ Las batallas de 1927

En otros puntos el PSR tenía influencia pero era más bien de carácter agitacional, es decir, su peso político era considerable pero nunca alcanzó a tener las proporciones que la Hegemonía le dio, ni puede atribuírsele participación en los muchos conflictos sociales que se dieron por aquel tiempo en el campo.

En la región del Tequendama hubo rebeliones menores en haciendas como El Yulo y El Cucharo en Tocaima, La Arabia en Jerusalén, Calandaima y Ceilán en Viotá, o El Chocho, la fam osa finca de los Caballero en Fusagasugá, que contaba con más de ocho mil arrendatarios. En esas haciendas los cam ­pesinos tom aban terrenos baldíos, enmontados, partes de alguna extensión que reclamaban propia por haber sido de sus ancestros pero que después y sin saber cómo resultaban con “dueño”. En eso consistían las rebeliones, sin embargo, el gobierno anunciaba casi a diario la inminencia de la revolución armada, situación que en algún escrito Tomás retrató así:

"...Aquí se va tomando la costumbre de calificar de complot cualquier simple reclamación de un obrero. Ahí tiene usted a dos labradores de la hacienda El Chocho en calidad de reos comunistas por el solo hecho de reclamar, en nombre de 700 compañeros, que los dueños de aquel lati­fundio permitieran la libertad en la venta de los productos cultivados por los trabajadores”.

Pero al menos en este caso se trataba de un reclamo, en otras opor­tunidades ni siquiera eso había, como lo sucedido en marzo de 1927 a los indígenas de la Guajira en el perdido caserío de Castilletes: Abadía Méndez no vaciló en decir que ellos estaban pasando arm as y guerrilleros de Vene­zuela para el PSR. En esa oportunidad la causa fue nuevamente el robo de sus tierras: la policía pegó primero, los indígenas se defendieron, la prensa reportó nueve indígenas m uertos y tres policías pero acomodó la noticia con la versión del señor presidente.

Como la gota que desbordara el cáliz fue aquella matanza, las mujeres indígenas de puntos m uy distantes se solidarizaron con las guajiras, que debieron huir de su caserío en circunstancias de angustia y absoluta mise­ria. Produjeron entonces un m anifiesto que recorrió el país, marcado con la firma o huella dactilar de las indígenas, que evoca a la Gaitana, cuando los torturadores españoles le dieron muerte a su hijo. Algunos apartes son

los siguientes:

Ha llegado la hora, que las hijas del país alcen su voz para exigir justicia social después de 435 años.(...) De las entrañas de la mujer indígena nacerán nuevas flores, y en medio de la nación colombiana crecerá un

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magnífico jardín. Un día todos sabrán de la civilización de los explota­dores, calumniadores, usureros y ladrones que han destruido el país, las plantas y los bosques. A nuestros hermanos, hijos, esposos los tiranos los han engañado con alcohol, envenenando sus sentidos, pudiendo así arre­batarnos las viviendas, las cosechas y la tierra de nuestros antepasados. Para comprobar a las autoridades de las 14 provincias de Colombia que, “los indios me lo han vendido”, los opresores falsificaron documentos y títulos de propiedad. (...)

Hoy tenemos el coraje nosotras, las indias colombianas de ocho depar­tamentos que firmamos este documento, y unidas como una bandada de águilas furiosas lucharemos nosotras mismas para la recuperación de nuestra tierra. (...)

Antes de seguir adelante, recordemos que en el Segundo Congreso se había nom brado una comisión para los asuntos cam pesinos. Esa co­misión, am pliada en el transcurso de dos años im pulsó la agrupación de los cam pesinos dentro de lo que ya se conocía con el nombre de Ligas y a ellas aportó toda clase de experiencias y mínimas bases organizativas. Para asegurar la coherencia de este trabajo la comisión propuso un m éto­do de intercambio, consistente en enviar obreros del río M agdalena con práctica en la organización sindical56 para que vivieran por algún tiempo entre los m acheteros y mejoraran sus Ligas. Esta fue una de las tareas en la que Tomás puso todo su empeño íntimo y personal y necesitó de una labor inmensa pues en cada paso y para cada caso había que desentrañar ideas, enviar correspondencia, preparar a los visitantes y coordinar con los cam pesinos el posterior trabajo. La tarea fue adoptada como política del PSR en 1927 y los dirigentes zonales la asumieron como propia. Fue valiosa la ayuda que dieron los braceros del río y algunos trabajadores bogotanos de la construcción en las zonas cafeteras y aunque no fue un trabajo de grandes proporciones tuvo el mérito de ser el primero de este tipo en el país. Algunos apuntes concernientes se encontraban en el diario de Tomás y en artículos posteriores como este:

La confusión entre sindicato y liga campesina es frecuente y en ella in­curren las directivas cuando generalizan las consignas de lucha entre los trabajadores agrícolas. (...) Conviene establecer con claridad la diferencia entre arrendatarios-braceros, arrendatarios-aparceros y trabajadores se- miproletarios del campesinado que laboran en tierra ajena y propia; estas categorías, junto con la peonada, constituyen el gran conglomerado de la esclavitud agraria.

54 Medina. Medófilo. op. cit., pág. 117.

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Si se establece como problema estratégico la lucha entre explotados y explotadores las clases afines tienen una misma finalidad política, pero diferentes modalidades organizativas. (Ver anexo 2).

Por lo que hace a la zona del Tequendama (hay carencia de fuentes de otros sitios) a pesar de ser por entonces otra región agobiadoramente rural y agobiadoramente analfabeta, dos periódicos cumplieron un papel de importancia: El Factor de Ftisa y El Pueblo de Girardot. Ellos reflejaban todos los aspectos hum anos que podían darse entre los límites sur y norte y según testim onios de quienes sobrevivieron a Urbano Trujillo y Angel María Cano, en Girardot no había piragua, locomotora o cafetal, granero o tienda, taller u oficina donde no se encontrara a alguien leyendo un pe­riódico socialista.

H istorias parcialm ente folclóricas... pero veraces

...En esas regiones obligaban a los campesinos a cumplir el mayor número de jornadas, eran a veces tan prolongadas que debían traba]ar en su par­cela a la luz de la luna. La primera familia en ese proceso de la toma de la tierra contra el latifundio, por allá en el año 26 fue la de Jesús Piñeros. De sus 7 hijos, Emilio y Pedro se iniciaron como correos rojos y todos fueron conocidos como los Viracachá. (En la década siguiente algunos de ellos irían a ser dirigentes de la región). También estuvo entre los primeros Agustín Velázquez, a quien llamaron los campesinos el abogado del monte porque sabía de leyes y su saber lo ponía a disposición de los pobres. El otro líder fue José Ramírez, el Comandante —así lo llamaban- de todos los campesinos de la región. Ellos iniciaron muchas ligas que funciona­ban en cualquier casa de monte. La gente se comunicaba por medio del cacho que sonaba para alertar, para mensajes y otras cosas. Cuando iba subiendo la Guardia Departamental a desalojar a las familias sonaba un cacho por aquí otro por allá, entonces la guardia intuía que las familias estaban en alarma, que podrían salir los macheteros y decidía mejor no ir y regresaban. Antes, cuando los campesinos no se percataban de que la guardia subía ni había unión, los desalojos eran más frecuentes, a veces por la noche; entonces la familia tenía que irse dejando el sembradito, a pedir posada en otra casa de monte.

Eran tiempos en que todavía se le pegaba a la gente: de niña vi a mi padre Abraham Molina, que era latifundista y una vez, porque un campesino cometió una falta, lo colgó del botalón, así, y comenzó a azotarlo. El botalón era un tronco grueso que le pelaban la corteza y lo dejaban para amarrar las bestias. Entonces se me desgranaron las lágrimas, ese castigo se me quedó grabado para siempre. Años más tarde me fui a Bogotá y conocí a Luis Bonilla el dirigente de la construcción, él empezó a decirme muy claro qué quería decir esta lucha.

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M a r ía T ila U ribe

Después, cuando volví a vivir a la región del Tequendama, vi que los macheteros cogían ventaja, destruían los cercos, se negaban a pagar diezmos y primicias* y la renta a los terratenientes y tenían armas con las que se defendían o se alzaban.

Luis Piñeros, Agustín Velázquez, José Ramírez y los macheteros se alzaron en armas muchas veces; combatían por la tierra en la parte alta de Viotá, se metían a la montaña y se tomaban la tierra para llevar luego a sus familias. A mi casa llegaban los campesinos malheridos muchas veces.

Estas historias fueron narradas por una cam pesina nacida en Cóm- bita (Boyacá) cuyo nombre fue Adela Molina; nunca supo leer ni escribir pero a ella acudía la gente para consultarla o pedirle ayuda pues convirtió su vida en un perenne compromiso con los desvalidos hasta su muerte en los años 50. Adela, m ujer generosa y profundam ente humana, incluía en sus relatos el final de la vida de los líderes. No concibo -decía- la ingratitud humana, no puedo aceptar que se borre de la memoria de la gente nombres como Jesús Romero después de una vida de entrega a sus semejantes.

Luego continuaba en sus relatos, como el de Rosario M iranda:

En Anapoima había una familia, tenía una finca que se llamaba “El Vol­cán” y una de sus hijas era Rosario, una joven bravia de trenzas negras que usaba revólver al cinto y montaba muy bien a caballo con zamarros.Un día se fue a la cárcel porque había un preso: vengo a preguntar por José -d ijo- ¿dónde lo tienen^ Hubo un silencio y al intentar entrar los guardias se lo impidieron amenazándola con las armas. Entonces montó a caballo y con todo y animal se entró hasta la oficina del alcalde que estaba con el comandante de guardia. No se inmutaron y apenas le die­ron a entender que el preso estaba incomunicado en una casa rústica, no sin antes galantearla. Suponiendo dónde, la joven se dirigió a ese sitio y lo divisó amarrado junto con unas bestias pero al acercarse oyó que el guardia le advertía: ¡no pase! o usted verá. Sin perder tiempo buscó a un campesino para que diera aviso y regresó a la casa rústica, vigilándola a prudente distancia. Al poco rato vio llegar al tal comandante y unos hombres de guardia; iban a llevar al preso hasta Girardot, amarrado a la cola del caballo del caporal de la finca pero el campesino escondido más abajo había dado la alarma y empezaban a sonar los cachos. Ahí mismo aparecieron los labriegos que terminaban sus labores. Todos iban detrás del amarrado ya saliendo del pueblo y estando en esas vino Rosario a galope, frenó y dijo: ¡suéltenlo! no dió tiempo de nada porque sacó el machete y le dio un machetazo a la cola del caballo; en la confusión que se formó el caporal quedó muerto y el preso desapareció.

’ Diezmo: Obligación de pagar a la Iglesia la décima parte del producto del trabajo.

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Los AÑOS ESCONDIDOS ][ Las batallas de 1927

Adela M o lina (1889-1955)

En sus vivencias, Adela M olina incluía alusiones a los Consejos Cam pesinos citados en luna llena, para que la gente que procedía de luga­res distantes pudiese viajar por los intrincados caminos de la cordillera sin tropiezos. Eran reuniones de 2 o 3 días que se hacían en hondonadas, donde los cam pesinos ventilaban sus asuntos rodeados de maizales, m atas de café y reses escuálidas. Una vez terminados estos consejos la gente se disgregaba con sigilo evitando encontrarse con la guardia rural, que no necesitaba de motivos para llevar preso a quien se encontrara en el camino aplicándole la Ley de mendicidad y vagancia.

Esa medida, adoptada por las autoridades desde 1922 estaba en vi­gencia, era otra perla del régimen que confundía los términos de acuerdo al caso: mendigos podrían ser los indígenas o los cam pesinos corridos de sus tierras; vagos aquellos miles que día a día aumentaban en número por falta de trabajo. De esa manera la pobreza se convirtió en un delito que se pagaba con penas hasta de 18 meses de confinamiento en la colonia penal.

M ientras todos esos acontecimientos se desarrollaban en cam pos y ciudades, una cuajada realidad debilitaba la propia unidad del régimen: su política económica dictaba una ley de emergencia para propiciar la importación de alimentos. Esto afectó fuertemente a los sectores más im­portantes de terratenientes, que ya eran hombres con otra visión: querían poner a producir la tierra hasta entonces cubierta de maleza. Se presentaron a continuación serias diferencias políticas en el Congreso y sobrevino un conato de golpe de Estado por parte de los m ism os conservadores. Esa puja degradó aún más la autoridad del gobierno ante los ojos de la población, que

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M a r ía T ila U ribe

veía venir la agudización del problema agrario por la medida económica y desesperaba con el encarecimiento de la vida mientras que los salarios no aum entaban. Sin buscar correctivos para la situación social, la Hegemonía continuó priorizando el remedio para su desprestigio: ¡m ás represión! y sobrevino el acontecim iento de las casas marcadas.

L a é t i c a d e l E s t a d o P o l i c i a l

Se trató de un golpe sicológico que impactó a gran cantidad de gente de la pueblerina Bogotá (y otros lugares) cuando algún día al levantarse en­contraron casas marcadas con una cruz negra, como sólo se había conocido en la época del Santo Oficio de la Inquisición. La reacción de los ciudadanos fue general: los más conscientes se indignaron, las señoras en los barrios lavaban paredes y puertas, los desprevenidos se asombraban, los curas y las beatas se persignaban. Las casas marcadas resultaron ser las del Pueblo, las de reuniones de gremios y sindicatos, unas cuantas de familias socialistas y también de sus parientes y otras tantas seguramente por sospecha. Nadie dio explicación. Los socialistas dijeron no creer en coincidencias y hubo un hecho casual: las casas amanecieron m arcadas del 25 al 26 de abril, la noche del 27, según se enteró De Heredia de fuente segura, el m inistro dio la orden de un allanam iento m asivo en todo el país. Precisamente por la rapidez con la que De Heredia hizo correr la alarm a no quedó un papel en su sitio, ni en las sedes populares nadie para abrir la puerta, ni los socialistas durmieron en la m ism a cama durante unas noches. El ministro había enviado a todos los gobernadores una comunicación en la cual ordenaba:

Sírvase usted disponer inmediatamente lo conveniente para que, sin falta, el día jueves 28 de los corrientes a las 5:30 de la mañana o a las 6:00 de la tarde como usted lo juzgare más acertado, según las horas de trabajo, costumbre y demás circunstancias locales se practique por la policía nacional, departamental o municipal, o por la guardia civil, una ronda en debida forma y precisamente a la misma hora, es decir, simultáneamente en todos y cada uno de los campamentos o residencias de trabajadores de empresas públicas o particulares, que se hallen dentro del territorio de su jurisdicción, y en los cuales haya más de 10 trabajadores, con el único objeto de decomisarles a éstos todas las armas que tengan en su poder, guardadas o en mano, ya sean de fuego o blancas como puñales, lanzas, cachiporras, peinillas y machetes largos o de hoja angosta, etc.57

57 Las citas de este subcapítulo son tomadas de: Rojas Guerra, José María. Documentación de Ignacio Gómez Rengifo, Cidse, Universidad del Valle, Cali, 1989.

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Los a n o s e s c o n d i d o s ][ Las batallas de 1927

El pretexto sirvió a la policía para ,llevarse sospechosos por docenas y dejar lo que encontraron a su paso como si hubiera habido un incendio (que no otra cosa suelen ser los allanamientos aparte del amedrentamiento) porque obviamente no existían arsenales por ninguna parte. Ni lanzas, ni puñales, ni cachiporras, la gente de trabajo no usaba armas ni en la casa de los socialistas las había y los machetes en el campo eran sólo herramientas de trabajo.

Ciertamente, quien no quería vérselas con el régimen debía m ante­nerse lo más alejado posible de las expresiones, estudios o actos que rozaran los tem as políticos. Pero en aquel tiempo era una obligación moral tomar parte en el debate público, muchas eran las voces que protestaban aparte de los socialistas frente a cualquier atropello venido de cualquier parte; a eso le llamaban integridad. Y hombres íntegros había: el 30 de abril un columnista El Espectador publicaba un artículo sobre la algarabía guerrera del ministro Rengifo y su colaborador el m inistro de Gobierno; los periódicos de pro­vincia no se callaron la boca, m uchos de ellos querían instituciones dignas y limpias, identificadas con el interés público; en la Cámara se iniciaron debates y los estudiantes fijaron carteles. Cada sector del PSR, por su lado, citaba a los ciudadanos a foros abiertos. Tenía que crearse una conciencia pública de condena a ese poder transitorio en cuya política todos los medios eran justificados por los fines: la ética del estado policial.

En ese concierto de protestas sobresalía un hombre que dominaba con sus caricaturas el panorama intelectual bogotano, dotado no solo de integridad sino de genio: el M aestro Ricardo Rendón. Cuando le apuntaba al ministro (que adem ás de arbitriario tuvo fama de beodo) no lo rompía con estridencia sino con fina ironía.

La figura de Rengifo era la imagen represiva del gobierno. Toda la furia y la indignación popular se concentraron en él desde un principio, pues suele suceder que la gente común es especial cuando se trata de descubrir la realidad bajo la apariencia (instintivamente si se quiere). El olfato po­pular distingue a aquel que no le importa el distanciamiento entre pueblo y gobierno, entre pueblo y poder por más que diga lo contrario. En este caso ese rechazo se volvió racional por los actos, declaraciones, posturas del ministro y por sus resultados.

Para Rengifo el PSR se convirtió en punto obligado de referencia dia­ria; cada huelga, movilización o acto sería el que provocaría el estallido de la revolución, idea fija compartida por el alto gobierno que avaló, preparó y

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M a r ía T ila U r jbe

El pueblo. — Solo pido justicia, estoy desarmado.

Rengifo. - Ud. está desarmado, pero yo no.

justificó el poder militar para librar la guerra interior. Fue aquella una nueva concepción de guerra que dividió la época en antes y después: quedaba atrás el país de las guerras civiles entre liberales y conservadores y aparecían las raíces de lo que conocem os hasta hoy; los socialistas revolucionarios que­daron ubicados en el límite de esos dos períodos históricos.

Los primeros pasos para defender la patria iban de la m ano del de­creto policial: reducir a la impotencia a los dirigentes para desactivar el m ovim iento popular. Para juzgarlos y condenarlos era necesario allegar pruebas y evidencias de culpabilidad; para conseguirlas el m inistro ordenó a los com andantes de los cuerpos de tropa y dem ás oficiales instruir a sus subalternos en la im plantación de la nueva disciplina, cuyo fundam ento era la acción contra las doctrinas enemigas, con un ítem: el poder militar por encima del procedimiento judicial, porque a este último lo consideraba inocuo. Las órdenes se plasm aron en hechos: el primer consejo de guerra se lo acom odaron a Mahecha y sus compañeros, como ya vimos.

Se delineaba un tipo de oficial que no se interesaba por nada fuera de los ascensos y la disciplina pero esta disciplina no era consciente, nada de razonam ientos: obediencia ciega y cumplimiento formal, de acuerdo a la línea que lanzó el m inistro en la que no faltaban los sustos:

Todo procedimiento en contra de estos principios deberá ser reprimido y castigado con severidad pues la negligencia en este particular la

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considerará el Ministerio como una acción de cooperación para el fomento de las doctrinas que se combaten.

Así, el eje de la calificación y capacitación de oficiales dependía del nuevo comportam iento, entonces la cacería de brujas sobrepasó cualquier cálculo de imaginación y para encaminarse al mejor éxito de la campaña algunos militares obraron por hipótesis:

Me he puesto a pensar en cuáles serían las actividades bélicas del socia­lismo y... -sigue el oficial- si un poderoso grupo de hombres se tomara todos los aviones, los entregara a los aviadores mexicanos y rusos para que ellos los cargasen con explosivos y volaran arrojando sus bombas sobre los cuarteles del ejército y la policía... etc, etc, entonces sucedería que mientras tanto en el río Magdalena cien mil obreros seleccionados para tal fin bla, bla, bla, y simultáneamente los bolcheviques de Bogotá, destruyeran las comunicaciones, tomaran posesión de... -y sigue la lista- bancos, aduanas, almacenes de víveres, todos los bienes urbanos y los rurales con sus semovientes... -y sigue la lista-. Y por tanto -terminaba- confío en que no esquivará su ayuda a este movimiento salvador.

Otro visionario de nombre David Velilla le hizo al ministro un esti­mativo de 200 mil revolucionarios distribuidos de la mitad del país para arriba:

El gremio de labradores simpatiza con el comunismo; los pobladores del río Magdalena son en lo general comunistas; hay poblaciones como Calamar, donde sin distinción política, religiosa ni social, todos sus ha­bitantes son bolcheviques...

Tampoco faltaron los energúmenos:

Como conservador oficial ejército permítome informarle insostenible peligrosa situación este puerto, debido infundadas exigencias dictadura guacherna azuzada cuatro bellacos, hales dado ahora impedir embarques gasolina petróleo, amenazan...

y otro, m ás práctico, de apellido Cogollos, le daba esta solución:

...lo indicado es perseguir a los conferencistas y propagadores de las malas ideas.

Ni escasearon los que salieron más papistas que el Papa, como un oficial de apellido Iragorri, de Cali:

Sé de un modo positivo que en el Ejército aquí hay unos cuantos oficiales que pertenecen a la Tercera Internacional de Moscou... -y finalizaba dando en el clavo para descubrirlos- acaso algún detective vivo, que venga con el carácter de militar... ¡piense en esto!

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M a r ía T ila U ribe

El general sí tuvo quien le escribiera durante sus tres largos años de m inisterio y con cada informe aum entaba el voltaje y aum entaban los gastos para la guerra interior:

- Cálculo aproximado del valor de los sobresueldos que se han reconocido a favor de los oficiales del ejército, por razón de sus estadías en Puerto Wilches, Puerto Berrío, etc., tanto.

- Gastos llevados a cabo por razón de dos huelgas, tanto.

- Egreso ocasionado por la Resolución Número 76/1927 dictada por el Ministerio de Guerra, por medio de la cual se reconoce a los individuos de tropa que marcharon a Buenaventura, tanto.

- Diferencia diaria por concepto de peluquería, lavado, alimentación, tanto.

- Gastos extraordinarios por útiles de imprenta ocasionados por la huelga de Girardot, tanto.

- Valor guarniciones que hubo que crear para orden público, tanto.

y junto a los totales, notas preventivas: No es posible someter este dato a la refrendación del Señor Contralor General de ¡a República, porque la mayoría de estos pagos se hicieron sin su conocimiento -sigue la justificación- por tanto tales documentos no los conoce la Contraloria... (!)

A los presupuestos de guerra que figuraban en los datos oficiales habría que agregarles las transferencias de gigantescos recursos tomados de otros mi­nisterios y otros presupuestos. La “Danza de los M illones” dio para todo.

- Traída de asesores suizos expertos en contrainsurgencia.

- Designación de comisiones para comprar armamento en el exterior.

- Custodia de todas las carreteras del país y destinación de detectives para cada tren.

- Transporte de oficiales en comisión y ubicación de material de guerra en diferentes plazas.

- Aumento de gastos de espionaje, pago de informantes, delatores, policía secreta.

Seguram ente hubo quienes asum ieron ese clima de guerra como antídoto para el descontento y el auge popular; no faltaron quienes lo con­sideraron como un aum ento de la calamidad social, de alto costo político para la Hegemonía; pero otros le sacaron provecho... porque la guerra, la guerra organizada y declarada, no es un instinto hum ano sino una forma de robo planificado y coordinado: un negocio.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Las batallas de 1927

La c o n v e n c i ó n d e La D o r a d a

El 18 de septiembre de ese año 27 se dio comienzo a la más importante reunión en la vida del PSR, a la que asistieron las mujeres y hombres más capaces de esa organización aproxim adam ente en número de 50, m ás una docena de amigos e invitados. Por sus objetivos iniciales y también poste­riores, fue una reunión típicamente PSR, es decir; una convención política y no un congreso sindical. Obviamente allí estaban varios de los dirigentes de la CON, otros estaban en las cárceles.

La convención se proponía traducir en materiales las decisiones del Tercer Congreso: declarar la cuestión del nombre, reglamentos, estatutos, alianzas, programa de trabajo y programa político. Eso fue lo acordado inicialmente y en tal virtud los socialistas sacaron el permiso cumpliendo con los requisitos establecidos. En el oficio el ministro de Gobierno se com ­prometía a amparar la convención. Poco después el funcionario cambió de opinión, cerró la posibilidad de acción legal y por fuerza la convención tuvo dos caras, una abierta y otra secreta. Naturalmente una determinación de esta naturaleza fue la expresión del momento, de un conjunto de situaciones vividas con antelación.

La Convención se desarrolló entre una atm ósfera de fuego: dos días después de instalada y en mitad de una plenaria irrumpieron las fuerzas policivas para cumplir la orden de arrestara los convencionistas. Ese hecho determinó aún m ás la decisión de preparar la etapa de clandestinidad como defensa ante el acoso policial, decisión que se tomó por unanimidad en el recinto donde hacinaron a los detenidos. Es decir, el punto de viraje en su política lo marcaron los socialistas sesionando en la cárcel.

Para rehacer los antecedentes y el desarrollo de la convención prefiero dejar de lado lo que podría resultar un análisis frío a posteriori y apoyarme, una vez más, en los relatos de quienes sobrevivieron a esos acontecimien­tos. ¡Había que oírlos! Eran media docena de protagonistas que llegaron a viejos y se daban cita cada vez que podían en la casa del Alto de la Cruz (años 1955 al 60), en Girardot.

Nadie diría que esos apacibles ancianos que se turnaban de un ta­blero de ajedrez a otro de parqués habían sido los rom ánticos e intrépidos revolucionarios de otros tiem pos. Cuando terminaban sus partidas hacían corrillo afuera, en el andén, sentados en mecedoras, entonces em pezaba lo m ás interesante: su imaginación, su razón, sus emociones y su vigor

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M a r ía T i i a U ribe

revivían si se trataba de traer a cuento algún hecho sobresaliente de sus años de lucha, porque eran, al fin y al cabo, los episodios de su juventud. En su conversación conservaban el estilo sencillo de m ostrar la realidad en vez de form ularla pero lo m ás herm oso era que, com o antaño, pensaban en su país com o un jardín, con una vida m ás hum ana, como la poesía; eso nos ayudaba a im aginar su época y a mirar m ás profundam ente su experiencia de vida. Con m is herm anos y otros hijos de socialistas revo­lucionarios rem em orábam os años después aquellas pláticas, en las que estaba incluido este episodio.

La Dorada no era un apagado y pasivo pueblo de tierra caliente: era un puerto floreciente con comercio, vida nocturna y abundante mercado; la presencia de los trabajadores era superior a la de la población, allí estaban los braceros del río, los obreros constructores del nuevo tramo de ferrocarril, los ferroviarios y los cargadores de café. La ciudad era considerada un fortín socialista, por eso se citó allí la convención.

La llegada de cada delegación fue m otivo de alegría: murga en la plaza, vivas, pañuelos que batían. El grueso de las delegaciones llegó desde Bogotá en un tren que entró al puerto prolongando el pitazo; los de El Lí­bano entraron de a caballo, los de Barranca y otros puertos del río llegaron en cham panes; de a pie tam bién venían algunos m acheteros de regiones vecinas. Al día siguiente m ientras la Convención se instalaba la joven M ag­dalena Soler, que tenía a su cargo el “Socorro Rojo’’ de esa región, organismo para ciudar a los presos sociales, disponía lo pertinente a la atención de las delegaciones.

El primer acto fue la elección de la mesa directiva a la que llam a­ron presidium, para ella fueron elegidos cinco miembros: Pedro Narváez, Tomás, Mahecha, Torres Giraldo y Urbano Trujillo. Este último tuvo que abandonar la reunión por la noticia de la enfermedad de su hijita María y fue reem plazado por Jorge del Bosque.

El segundo m om ento fue luctuoso por la muerte de Francisco De Heredia en julio de ese año. El estaba en una especial misión acordada por el PSR para establecer contactos en los países centroamericanos. Ya se había entrevistado en San José de Costa Rica con Gonzalo Viques candidato a la presidencia de la república58 y había dictado una conferencia en la Univer­sidad Popular sobre el socialism o revolucionario en Colombia. Su paso por

58 Diario Nacional, agosto 12 de 1927, Bogotá.

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Panamá también había arrojado buenos resultados, se proponía seguir al Salvador, México y retornar en septiembre para la conferencia de La Dorada. Pero lo sorprendió un incendio en el hotel “Francés” donde se alojaba y en el se extinguió su vida.

En la Convención alguien pidió que dejaran una silla vacía en su honor en medio de rostros entristecidos por el lamentable accidente. Como en los versos de Bertolt Brecht ...

Hay hombres que luchan un día y son buenos Hay otros que luchan un año y son mejores Pero, hay quienes luchan toda la vida Esos son los imprescindibles

A él había pedido Tomás la lectura del programa político con el cual debía iniciarse el trabajo de aquel primer día, documento redactado por los dos en el apartam ento de Palermo, producto de un mar de consultas y debates. Tomás tenía un nudo en la garganta cuando sacó de sus papeles el programa, entonces, una voz y otra voz y luego muchas le pidieron que lo leyera. ¡Qué m om ento difícil! pero sacó coraje de donde no tenía y em­pezó la lectura, mientras repasaba mentalmente cómo habían construido tan inmensa am istad; casi una vida juntos que les permitía entenderse por reflejos.

Me estoy refiriendo a un texto deliberadamente olvidado, desterrado posteriormente y que vino a ser conocido sólo con el paso del tiempo59. Cons­taba de 29 puntos, era un proyecto político inventado por los románticos, con formulaciones que si bien hoy pueden aparecer curiosas no estaban tan mal orientadas porque enseñaban para qué sirve el Estado. Típicamente revolucionario se encaminaba hacia el socialismo; en últimas apuntaba a conseguir cierta seguridad para el futuro, cierto derecho a una parte más equitativa en los productos del trabajo, a vivir con los hijos una hora de sol en jugarretas, a suprimir la angustia de la renta y el diario:

- Abolición de toda esclavitud en el ser humano.

- Abolición del salario y creación de un sistem a de partición.

- Conquista de la libertad en la más alta concepción espiritual.

- Protección obligada por parte del Estado al niño y al anciano.

- Obligación de dar habitación a todo ser humano.

59 Revista Opción No. 21, citada.

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M a r ía T u a U ribe

Bien leído, significaba de hecho el cam bio total del aparato del Estado.

-El control de la producción y la distribución.

-La abolición de los im puestos.

-La abolición del servicio militar obligatorio.

-La revisión del derecho de propiedad privada.

Los puntos siguientes expusieron a sus autores a la burla, al recha­zo, pero ayudaron a abrir la puerta para que entraran quienes tenían una conciencia crítica:

-La igualdad en la vida entre la mujer y el hombre.

-La conquista de la igualdad social, económica, política y civil.

-El desarrollo de todas las facultades en el individuo.

?Y quiénes perdieron el tiempo en ideas que no servían de nada¿ declararon los m ás pragm áticos sobre los dos siguientes:

-El derecho absoluto del Estado sobre las riquezas naturales.

-La creación de la riqueza natural por medio del empleo del propio

esfuerzo.

-Nacionalización de tierras.

-Educación gratuita.

-Apoyo a los artistas.

Com o puede apreciarse, el programa no hablaba de repartición sino de nacionalización de las tierras. M ás que preocuparse de la economía de mercado, se ocupaba de una vida m ás humana y un ser hum ano mejor. Intentó lo que, como avance y originalidad se dijo m ás tarde, hasta hace poco tiempo: Educación gratuita. Su último punto seguramente fue concebido por artistas, escritores, inventores y deportistas: apoyo por parte del Estado a todo esfuerzo e iniciativa individual.

Tom ás term inó de leer. El programa fue aprobado con firm as y pala­bras sinceras. Ya De Heredia no estaba junto a él pero en ese m om ento su nombre estuvo m ás presente que nunca.

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"La detención": la escena representa a tomas Uribe Márquez y a María Cano en la película María Cano

(Dirección Cam ila Loboguerrero).

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M a r ía T ila U ribe

C o n v e n c i ó n e n l a c á r c e l

Ese primer día el juez nacional de policía ordenó la censura telegráfica y acto seguido suspender la reunión, pero una m ultitud afuera lo impidió. Esto causó desorden, levantaron la sesión antes de tiem po y algunos de los asistentes se fueron a tratar de arreglar el problema con las autorida­des. Regresaron tranquilos: asunto arreglado. M ientras tanto los demás tom aron un descanso, hubo charlas y acercamiento entre los delegados. Fue la oportunidad en que Enriqueta y Elvira conocieron al enviado de la cooperativa de Puerto Berrío, Eugenio Cárdenas Villate, hombre que no les dejó buena impresión y de quien hicieron m ás tarde com entarios a Tomás y al “M ono” Dávila: vacilante, hombre sin fe, no nombra amigos ni mujer ni a nadie —y agregaban— su origen es borroso, un hilo invisible lo une al PSR. Pero Tom ás y el “M ono” rechazaron esas apreciaciones por inconsistentes... Les cortaron las alas de su fantasía. ¡Qué equivocación!

El día 22 se inició con un proyecto sobre la necesidad de proteger a los dirigentes, luego entraron a la plenaria para discutir los asuntos indíge­nas y estando en eso los de la fuerza pública irrumpieron sorpresivamente, malhirieron a las gentes que estaban afuera y entraron al recinto haciendo escándalo. El m ism o juez había ordenado apresar ipsofacto a los dirigentes m ás conocidos, veinte o treinta en total.

“En la cárcel, gracias a que se nos hacinó en una sola cuadra o salón, y gracias también a un poco de ingenio para burlar la vigilancia, logramos re­construir /a convención y dilucidar los problemas esenciales...", escribió Torres Giraldo en su Historia Política.60

En relación con aquel episodio se sabe que con anticipación el gobernador de Boyacá había enviado al ministro Rengifo la siguiente co­municación: "Esta convención socialista revolucionaria tiene por objeto fijar fecha estalle revolución, distintos puntos, y no la aprobación de programa ese partido"6t. Según el gobernador, el dato fue producto de la delación de un conocido “socialista” de Tunja de nombre Jesús Arenas (los Veteranos se murieron sin saberlo).

Las decisiones de La Dorada, sin embargo, no salieron im provisada­mente sino en un proceso, cosa explicable por la violencia oficial de aquella

80 Torres Giraldo, Ignacio. Síntesis de historia política de Colombia, tercera edición, pág. 60.61 Roja... Guerra, op. ci t.

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época. En los antecedentes se contaba el primer plan insurreccional presen­tado en Venadillo por los propios socialistas Julio Ocampo Vásquez, Pedro Narváez, Urbano Trujillo, Jorge Uribe Márquez, Jorge del Bosque, Neftalí Arce y otros, como una necesidad de que el PSR actuara desde un comienzo de manera abierta pero también conspirativa (la palabra conspiración tenía para los revolucionarios de los países latinoamericanos la misma connota­ción de clandestinidad, es una consecuencia de esa época).

Pese a la presión de los primeros los demás delegados que estuvieron en Venadillo no se inclinaron en esa dirección, aunque estaban convenci­dos de dos cosas: la primera, que no había llegado todavía el momento de actuar en forma conspirativa; la segunda, que la ocasión llegaría porque la insurrección popular sería inevitable. La razón con la que persuadieron en esa oportunidad a los m ás radicales fue la de que no podían adelantar perspectivas de ese tipo mientras no fuera un hecho la fundación del partido, ni aun en seguida. Dicho a la manera de los veteranos, no podían ensillar antes de traer las bestias.

En La Dorada, entonces, no fue nuevo el planteamiento ni tomado por iniciativa de la generación liberal guerrillera que había soltado las armas en 1902 62, es que ya había transcurrido un período de maduración en el que se conjugaron causas, consecuencias, circunstancias. Los campesinos no permanecían pasivos, entre los pobres de las ciudades aparecían quienes ins­tigaban a la rebelión, los obreros libraban sus batallas con saldos de muertos y heridos, en fin, se trataba del hambre, del paro y de la guerra, cuestiones resumidas en el primer punto del acuerdo de La Dorada: "Inevitabilídad del desenlace por la vía armada de la situación en que las fuerzas de la reacción han puesto a las masas. Por tanto, necesidad de coordinación de las acciones con miras a la confluencia en una insurrección nacional para sustituir al régimen”.' '

Obviamente, ese acuerdo operó de hecho en alianza con los sectores partidarios del levantam iento armado. ¿Fue aquella una decisión descabe­llada^ ¿U na determinación ingenua^ Las respuestas pueden ser infinitas, pero lo cierto es que las cosas cambian y más en el péndulo de la política. Para los revolucionarios de los Veinte, falibles como cualquier mortal, aque­lla decisión era el paso a seguir; no estaban dispuestos a ser indiferentes ante lo intolerable, no querían convertirse en el freno de las mayorías y no tenían el obstáculo del miedo. Por lo que podemos juzgar hasta ahora, la

62 Torres Giraldo. Ibid.63 Medina, Medófilo. op. cit., pág. 112.

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insurrección era una prueba m ás del tem peram ento y de la mente de esa cultura socialista.

La otra cara de la estrategia del PSR seguía siendo la abierta. En frente único con los grupos liberales de izquierda adoptaron una serie de tareas para la labor política de m asas, nuevas unas, o como continuidad del trabajo anterior, otras. La Convención aprobó el viaje de algunas personas a Moscú; designó siete miembros para el ejecutivo y reeligió a Tom ás como Secretario General del PSR, con una nueva y nada pequeña responsabilidad: crear la comisión perm anente o núcleo central que organizara la defensa del PSR y diera el paso a la clandestinidad. Era el hombre m ás adecuado para una em presa que exigía realismo y acción.

Las preocupaciones que asaltaron a T om ás fueron descom unales. ¿Q uién que tenga ideas no sabe lo que significa una decisión, y de tal m agnitud, que bien puede acabar en triunfo o en catástrofe^ ¿En qué situación me encontraría, en que situación se encontraría usted si tu ­viera que asum ir esa gran responsabilidad por decisión del conjunto de sus com pañeros^

Ante la actitud de los más extrem istas Tom ás puso reparos; cada razonam iento suyo era m ás una pregunta que una aseveración, pues no faltaron quienes trataran de mezclar la aventura con las acciones precipi­tadas, o los partidarios de construir únicamente una organización de acero. Por fortuna la sensatez y la serenidad eran mayores y ante alguna dificultad por cuestiones de forma, alguien le hizo ver que de claudicar él, el paso de todas manera iba a darse, pero sin él.

Supongo que reflexionó la idea varias veces. En cuestiones de fondo estaba convencido de que, como la población, una militancia casi desam ­parada necesitaba al menos una cobertura que le diera seguridad. Se requería dem ostrar no solam ente en la intención sino en la acción. Y a partir de ahí una contradicción: de asum ir la tarea tenía que sacrificar su permanente contacto con las m asas.

Los hechos de La Dorada tuvieron repercusión nacional. En las se­m anas siguientes proliferaron avisos de protesta por el encarcelamiento, editoriales y primeras planas en el Diario Nacional, artículos de fondo en El Espectador, declaraciones y escritos de los convencionistas en la Prensa Obrera. Las palabras del general Joaquín Tiberio Galvis, testigo presencial de la convención, reclam aban "el libre uso de los derechos que confiere la constitución” y 19 congresistas, incluidos conservadores, citaron al ministro

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de Gobierno para que diera explicaciones. Este dijo que los socialistas se habían reunido para decretar una huelga general y agregó sin pudor que en su carácter de conservador reaccionario, enviaba una calurosa felicitación al Director de la Policía.

Nada había que hacer con el gobierno y su política fanática, pero aquella jornada fue memorable por la autenticidad y las razones aludidas: “el partido conservador ha solicitado la intervención de gobiernos exter­nos para mantenerse en el poder", dijo Felipe Paz. Luego precisó el Habeas Corpus, invocó los Derechos Humanos y terminó diciendo:

Desde el presidente y sus ministros hasta el último alcalde, todos los miembros del régimen forman parte del plan para perseguir violentamen­te y acosar sin piedad a los socialistas. Estos se han permitido encauzar sus pensamientos hacia las reformas sociales, no entendidas a la manera de la mayoría conservadora de la Cámara, sino como la transferencia que implique la eliminación de toda casta y todo privilegio64

De la cárcel fueron liberados los delegados gracias a la presión po­pular y el debate en la Cámara. Un grupo de ellos se reunió en Bogotá para rematar las conclusiones.

Ú l t i m a s g i r a s d e M a r í a C a n o

Concluida la labor de La Dorada María Cano inició su sexta gira por tierras de Santander con Torres Giraldo y otros acompañantes, invitada por el periódico Vox Populi. Puerto Wilches y La Gómez fueron las primeras estaciones, luego pasaron a Bucaramanga el 8 de diciembre, después a la región cafetera de Rionegro y Puerto Santos. Según Ana Benedicta Prada, destacada joven que ya se perfilaba como dirigente de las obreras tabacaleras, en Bucaramanga fue impresionante la recepción pública donde habló María Cano, antes de recibir delegaciones de varios sectores. Las ideas socialistas encontraron en esas regiones un ambiente propicio para su desarrollo, los semanarios Vox Populiy Pluma Líbre cumplieron un papel importante porque al lado de tradicionales historias, leyendas y versos informaban la realidad nacional, a la vez que eran voceros de los trabajadores. María Cano no igno­raba ninguno de esos aspectos ni las condiciones de vida de las tabacaleras, precisadas m ás tarde por Benedicta en este corto relato:

64 Diario Nacional, septiembre 24 de 1927, Bogotá.

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M a r ía T ila U ribe

Maria Cano, Santander, 1927

Yo trabajé en la fábrica de cigarrillos “Villamizar”, allí cumplíamos dos jornadas: de 7 a 12 y de 1 a 6, diez horas diarias en total, por eso queríamos que se implantara la jornada de ocho horas. Pero no teníamos sindicato, los sindicatos eran organizaciones casi clandestinas. La fábrica quedaba en Bucaramanga, los campesinos traían el tabaco de Floridablanca, Piedecuesta, Girón, Lebrija... Pero no eran dueños de las plantaciones, había otros pequeños que sí cosechaban en una parcelita. En la fábrica trabajábamos unas setecientas mujeres en total, los hombres que había estaban para levantar bultos o eran mecánicos. Nosotras trabajábamos en grandes salones, con máquinas de hierro para hacer los rollos que son el alma del tabaco. Las que envolvían esos rollos lo hacían en mesitas pequeñas, individuales, con cuchillos de punta redonda que se llamaban pácoras; con ellos cortaban la hoja, hacían tiras y envolvían el tabaco, luego los amarraban por cincuentas. Por la tarde llegaban a contarnos la producción y nos pagaban cada día.

La lucha de las trabajadoras era también por la salud, más que todo por un médico, porque el trabajo del tabaco es malsano, produce mucha tuberculosis, posiblemente por la nicotina. Esa enfermedad era la que más nos atacaba y también por la escasez de alimentos, la falta de cui­dados, la pobreza. Las obreras tosían y tosían dentro de esos salones o ese gran salón.

La sexta y la séptim a giras de M aría fueron continuas, la últim a se llevó a cabo entre enero y m arzo de 1928, de allí en adelante ya no existieron

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condiciones para m ás. En ésta visitó en primer término a Calamar, Cartage­na y Barranquilla. Pero los mejores resultados se vieron en su correría por Santa M arta, Ciénaga, Sevilla y Aracataca, ahí fijó su centro de operaciones para seguir a El Retén, Fundación y Tucurinca. Los organizadores de esa segunda etapa fueron los dirigentes socialistas de la Zona, los mismos que posteriormente dirigirían la huelga. Del PSR formaban parte principalmente los obreros y colonos que trabajaban en las plantaciones de la United Fruit Company, pero todos los pobladores se movilizaban para escuchar a María; eso agrandaba el prestigio del socialismo revolucionario y de los dirigentes de la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena. De paso, ella fundaba ligas cam pesinas con esos pobladores. En Santa Marta visitó los barrios en actos populares muy nutridos e incluso hubo un gesto significativo de parte de la Unión Obrera, organización sindical distinta a la USTM , en alguna medida supeditada a la United Fruit, la que se sumó a las movilizaciones del PSR y facilitó locales para las reuniones, incluyendo un teatro donde María celebró el acto final de su gira.

No obstante, no todo corrió sobre ruedas, en Tucurinca fue obstacu­lizada por funcionarios norteamericanos y autoridades sujetas a la compa­ñía; Torres Giraldo anotó:

María Cano, la agitadora socialista había sido recibida con grandes despliegues populares de entusiasmo cuando visitó la Zona Bananera en febrero. Tanto ella como sus camaradas fueron duramente atacados por el gobernador del Magdalena en su discurso del 20 de julio.65

Todas las giras de María tuvieron repercusión nacional. Donde la palabra se m uestra como dueña total del ser humano es en el campo de las ideas y a María se le admiró por la claridad y autenticidad con que defendió las suyas; la prensa daba cuenta de qué decía y qué pasaba en cada una de sus correrías y ella m ism a comentaba por escrito al Secretario General y demás compañeros de la Dirección lo acontecido.* Por otra parte, Tomás era el destinatario de docenas de cartas que hablaban de esas giras, hasta él llegaba el dolor, la palpitación del temor o la satisfacción de los hechos cumplidos. Aquella fue la última gira de María, en marzo de 1928 regresó a Medellín para asumir la dirección del periódico La Justicia.

65 Torres Giraldo, Los Inconformes, op. cit., pág. 897.' Cartas al respecto se encontraban en el baúl decomisado por la B.l.M.

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M a r ía T ila U ribe

1928, AÑO DECISIVO

En los primeros m eses de 1928 el gobierno nacional con su estratega el m inistro de Guerra, inició otra cam paña de encarcelam ientos para los miembros del Partido Socialista. El 27 de abril arrestaron a Torres Giraldo con 180 trabajadores del Quindío, en Armenia; en Girardot, antes del Primero de M ayo hubo retenciones m asivas que atendía Juan C. Dávila, a quien también encerraron. En Medellín seguían cada paso de M aría Cano, del dirigente sindical M anuel M arulanda Vélez* y dem ás miembros de la Dirección de Antioquia; en Neiva metieron a los patios al “Negro” Guerrero y cien trabajadores m ás; en Honda se perdió la cuenta. En Bogotá algunos dirigentes se refugiaron en el apartam ento de Palermo, sitio m om entánea­mente seguro y en la tintorería de Savinski arrestaron al grupo de personas que preparaban el material para el Día del Trabajo. Rengifo tenía o se le había conferido el poder de juzgar las ideas escritas y había instituido el índice de los periódicos prohibidos. En el caso de Vox Poyuli, al propietario de la editorial M.A. Gómez, donde se editaba, le llegaron am enazas de muerte, sistem a que se extendió a otras editoriales que sacaban periódicos socialis­tas; de esa manera consiguieron que las im prentas em pezaran a negarse a seguir editando. Esa fue la situación que Jorge Uribe M árquez encontró al salir de la cárcel en m arzo de ese año, luego de contrarrestar un proceso en el que intentaron arrebatarle su honra y su buen nombre. En carta a María Cano dejó esta radiografía del m om ento que se com enta sola:

...No recibimos sus primeros telegramas porque nuestra correspondencia es violada descaradamente por los sabuesos oficiales (...) En la circular que el primero de nosotros [Pacho Cote] envió en días pasados a las directivas socialistas y que publica el periódico que usted dirige, está pormenorizada la situación que ha planteado el Gobierno en este departamento, espe­cialmente en Bucaramanga y Rionegro. La persecución continúa siendo cada día más implacable y los socialistas vivimos, puede decirse, con un pie en la cárcel o listos a arreglar maletas rumbo al destierro...

El golpe fascista dado por la burguesía en convivencia con el funcionarismo, consistente en atribuirle un asesinato vulgar al socialismo santandereano, no dio el resultado apetecido por nuestros enemigos porque la conciencia popular no se dejó mistificar por la campaña miserable que emprendió el periódico conservador “Vanguardia Liberal”. Por encima del concepto del fiscal, que pedía la libertad incondicional del sindicado Uribe Márquez,

’ El jefe guerrillero de nuestros días, tomó su nombre en homenaje de aquel líder asesinado en 1949.

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L o s AÑOS ESCONDIDOS ] [ Las batallas de 1927

el juez de la Policía Nacional, Señor L. S. Hurtado Mendoza, llevó su apasionamiento hasta el extremo de exigirle caución hipotecaria [de 1500], lo que servía de índice demostrativo de la sevicia empleada por dicho funcionario al investigar con torpeza mayúscula el delito perpetrado anónimamente el 28 de febrero.

Otorgada la caución referida el segundo de nosotros goza de libertad desde hace algunos días aunque esa libertad es relativa dada la vigilancia ridicula y exagerada a que lo tiene sometido el Gobierno, en términos de ser conducidas a la cárcel las personas que lo visitan (...) Creimos al salir de la prisión poder continuar las interrumpidas ediciones de Vox Populi, pero nuestro deseo se ha estrellado contra una dolorosa realidad, cual es la de no poder contar ni nosotros ni el socialismo bumangués con una imprenta propia, pues el propietario de la editorial donde se editaba, por razones que no es del caso detallar, se ha negado rotundamente a permitimos continuar publicando el periódico.

La felicitamos por sus brillantes labores al frente de L a Ju stic ia alta tribuna desde la cual envía la luz de su alma libre a las muchedumbres irredentas de esta desventurada Colombia de los Rengifos y los Abadías. (...)

Fraternalmente suyos y de la causa, Francisco Antonio Cote

Jorge Uribe Márquez 66

El Gobierno acom odó la noticia de cierres de periódicos, allanamien­tos y arrestos antes del Primero de Mayo: hizo saber que fueron en ¡’revisión, pues se esperaba una huelga general que convertiría el ¡Día del Trabajo en la insurrección armada! Con ese método abominable -contaban quienes vivieron la historia desde el lado opuesto- llevaron más ruina a los hogares y atemorizaron a la población. Sin embarg,o el movimiento huelguístico no decayó. Los trabajadores portuarios en Barranquilla se fueron a la huelga el primero de abril y en otros lugares del río Magdalena amenazaron con extenderla si no arreglaban el conflicto. Comparativamente eran más los grupos que intentaban organizarse que los que no lo hacían, así fuera a tumbos, con tendencias diferentes o equivocaciones. Mirado en su conjunto la onda organizativa siguió en ascenso en ese año 28 a pesar de la represión; como en el siguiente ejemplo los socialistas recibían comunicaciones de todas partes del país:

66 Carta publicada en el periódico El Socialista, junio 23 de 1928.

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M a r ía T ila U ribe

Os hacemos saber que este Sindicato, instalado el 6 de julio de 1927 con la asistencia de un reducido número de compañeros, cuenta hoy, gracias a la constante actividad de la mayor parte de sus componentes, con la casi totalidad del gremio, más o menos trescientos compañeros. Hemos sostenido varias luchas de las que hemos salido bien y mal: mal debido a la poca comprensión de fraternidad que debe reinar entre nosotros, pero gracias a la propaganda escrita se nos han ido desarraigando los prejuicios y los errores en que se vegeta en la actual sociedad, basada en el egoísmo.67

Una situación explicable se dio para estas fechas, la gente en plan de visita iba a deliberar a las cárceles con los retenidos, o a conocerlos, cosa que hacían desde los m ocosos de primeras letras hasta los m ás viejos y respetables personajes. A eso contribuían las adhesiones de personalidades y num erosos grupos como el de la Federación Nacional Estudiantil, que en m ayo lanzó este m anifiesto:

En nuestra condición de estudiantes de espíritu nuevo declaramos que no tenemos nexos con los partidos históricos en que durante largos años se dividió la opinión colombiana. Pertenecemos al Partido Socialista Revo­lucionario que busca la justicia económica, la realización positiva de los fines humanos, la verdad pura y sincera en todos los aspectos.

Firmas

Darío Samper, Roberto García Peña, Juan Francisco Mújica, Sabas Calde­rón, Vicente Arenas, Diego Montaña Cuéllar, Luis Alberto Bravo y otras sesenta firmas respaldaban el manifiesto.68

En abril, Arm ando Solano enviaba una carta al Partido Liberal en la cual declaraba públicamente su ingreso al PSR y añadía:

Considero mi línea de conducta absolutamente lógica, porque el socialis­mo procura hoy la realización de las tesis y de los anhelos que el liberalis­mo encarnaba y defendió en los campos de la polémica y la muerte.69

Y tres días antes del Primero de M ayo Cuberos Niño, tam bién pú­blicamente se dolía de su tradicional militancia por “no poder concebir un liberalism o que se aparte del pueblo, que haga de su causa, una causa ex­tranjera y mire en él solam ente un aliado”70, palabras que en boca de quien era el presidente del Partido Liberal tenían peso.

67 Rojas Guerra, op. cit.68 Caicedo, Jaime. Apuntes sobre la historia del movimiento estudiantil, trabajo inédito, citado

por Medófilo Medina, op. cit., pág. 130.w Carta publicada en el periódico Claridad, abril de 1928.70 Diario Nacional, abril 28 de 1928.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Las batallas de 1927

Aparte de los políticos hacia el PSR canalizaron sus sim patías otras gentes, ingenieros que dirigían obras públicas, abogados de provincia, al­gunos médicos, farm aceutas, personas todas estas que exteriorizaban su complacencia verbalmente y hacían presencia en diferentes actos. Ese tipo de actitudes o las labores de apoyo al socialismo se sintieron oportunas; si en trance tan difícil hasta Sanín Cano habló de “pasarse al socialism o” quería decir que este era el camino nuevo y así lo entendía el olfato popular. La desbandada del liberalismo hacia la joven organización política preocupó a los dirigentes liberales más lúcidos como Alfonso López Pumarejo, quien señaló en el momento la necesidad de darle un viraje a su partido para rescatar el espacio perdido. En una carta que hizo pública, decía López:

María Cano nos ha colocado a usted y a mí, como a los otros liberales de Colombia... en una posición muy desairada. Confesémoslo cándi­damente. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria... En condiciones muy adversas, luchando con todo género de resistencias, Uribe Már­quez, Torres Giraldo y María Cano adelantan la organización de un nuevo partido político que lleva trazas de poner en jaque al régimen conservador.71

Ese aum ento cuantitativo colmaba el anhelo del PSR de ser la ex­presión de grandes m asas, pero en momentos en que se incrementaban persecuciones y cárceles para los conductores más acatados del Partido creaba, como creó, situaciones nada fáciles de resolver. Es el caso de la llegada de algunos liberales ansiosos por encontrar protagonismo al pre­sentir que a la Hegemonía le llegaba su hora, pero no de manera sana sino oportunista. También les preocupaba la entrada de varios estudiantes muy fogosos, angustiados por acabar con ciertas características del socialismo revolucionario y abrazarse cuanto antes a los mandatos de la IC. El hecho es im portante en función de las visiones posteriores, cuando algunos de ellos formaron parte del grupo de censores del año 30. En su diario de cárcel Tom ás anotó que los problemas empezaron en tiempos de la A sam ­blea Nacional de julio, que desde un comienzo él desarrolló un persistente antagonism o con tales actitudes, cuestionadas también por Mahecha y los más cercanos. Y es así que en el apartam ento de Palermo se reunían diez o quince socialistas con las debidas precauciones preocupados por esos y

otros m otivos complementarios.

71 El Tiempo, abril 26 de 1928.

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Esto últim o era referido por Dávila, Elvira y otras personas, sobre todo por “Tata” , porque Tom ás llegaba a esas reuniones acom pañado de su compañera, de algunos de los hijos de ella y del perro “N ey” como si se tratara de cualquier paseo hogareño. Allí se encontraban con los líderes de la CO N y entre todos hacían esfuerzos por combinar lo descomunal de la estrategia con el realismo m ás elemental de la táctica.

El Partido tenía un perfil definido, pero no solidez en su organiza­ción, cuestión de grueso calibre, porque era imprescindible saber articular el trabajo legal que admitiera la Hegemonía, con la limitación de la praxis clandestina. De manera que las incertidumbres, interrogantes y dudas asom aban por instantes, eran explicables por la guerra im puesta y las alternativas recién nacidas con las que debían defenderse los socialistas.Y aunque la mente puesta a obrar no cesa, no tenían respuestas para infi­nidad de sus problemas, las estaban construyendo; apenas comenzaban a plantearlas cuando reapareció, con estruendo, el instrum ento jurídico que reunía todos los proyectos de ley creados por la Hegemonía contra aquellos que no le fueran fieles o sum isos: La Ley Heroica. ¡El socialism o quedó ilegalizado de un golpe!.

B a j o e l t e r r o r d e l a L e y H e r o i c a

El eslabón final de la cadena con la que aprisionaron las libertades públicas y los derechos hum anos fue este Decreto, que en su Artículo Primero decía:

“Constituye delito agruparse, reunirse o asociarse bajo cualquier de­nominación. De acuerdo con el Artículo 47 de la Constitución están prohibidas las asociaciones o agrupaciones de cualquier clase que como el bolchevismo o el comunismo se propongan realizar alguno o algunos de los siguientes propósitos [y figuran entre otros]... fomentar el rela­jamiento de la disciplina militar; provocar o fomentar la abolición o el desconocimiento del derecho de propiedad”.

O sea que no se trataba de establecer sanciones para los actos con­tra la propiedad, sino de castigar la duda m ism a sobre la legitimidad de la propiedad privada. Sigue el texto con:

"... difundir ideas que tiendan a extinguir el sentimiento de la noción de patria; atacar la religión católica; promover, estimular o sostener huelgas violatorias de las leyes que las regulan”.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ][ Las batallas de 1927

El delito de opinión quedó establecido mediante la competencia de los Jueces de Poiicía para investigar y castigar los actos que la ley indicaba. "Los Jueces de Prensa y Orden Público secuestrarán escritos, impresos, dibujos y demás instrumentos de propaganda delictuosa..."

Contem plaba, además de la censura, multas a los directores de pe­riódicos para “responder por los costos del juicio” y ordenaba en el Artículo Quinto: "Impedir la fijación de carteles, avisos, impresos murales en que se provoque o instigue a cometer cualquiera de los delitos de que trata esta Ley".

El gestor, quien redactó el marco jurídico preventivo y luego presentó el proyecto en nombre del Gobierno para “hacer frente al mayor peligro que haya enfrentado la República” no podía ser otro que el ministro Ren- gifo. Y aquel año, a pesar de la aplastante superioridad de las armas y los elementos jurídicos, se convirtió en algo así como un mano a mano entre la Hegemonía y el movim iento popular, entre aquélla y el PSR.

Después del Primero de M ayo recuperaron la libertad muchas perso­nas, entonces los socialistas reactivaron su solidaridad con Nicaragua, otra vez invadida por los m arines norteamericanos, lograron convocar nuevas e im portantes manifestaciones de apoyo. En cambio fracasaron en su intento de crear el frente de defensa de una política nacional en materia petrolera, que respaldara la inciativa presentada en el Congreso (por el m ismo grupo

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distinguido con el que trabajaban) de: constituir com pañías estatales para la explotación y refinación de petróleo y construcción de oleoductos. Pero donde m ás se sintió la actuación pública del PSR fue en la resistencia para evitar la aprobación del proyecto “Heroico”, llamado por el pueblo liberticida. La propuesta salió a la calle a través de las organizaciones sindicales y se formaron com ités y grupos de gentes con cualquier filiación o sin ella; la cam paña fue creciendo y el PSR contribuyó notablemente a la constitución de un bloque o Com ité Nacional contra la expedición de la Ley Heroica, organism o en el que participaron Ramón Bernal Azula y otros por el socia­lismo, personalidades de la minoría liberal de la Cám ara, generales aliados y voceros de prensa, Sanín Cano entre ellos; también hubo representación

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estudiantil. De ahí se derivaron dieciséis Com ités Seccionales en distintas ciudades del país. El Com ité Nacional convocó a movilizaciones que se hacían precedidas de mítines, las más importantes ocurrieron en el mes de octubre: el 12 en Medellín, habló María Cano y el mismo día los periódicos registraron m ás de diez mil m anifestantes en Bogotá. La ciudad estaba literalmente colm ada de propaganda socialista fijada en las esquinas y puertas de las casas, de acuerdo a la recomendación final de la hoja, que en algunos apartes decía:

Por la defensa de la vida

Un grito de miseria se oye en todo el país; los trabajadores necesitamos -siquiera, como medida inmedita - el alza general de los salarios, la revisión de los contratos de arrendamiento de tierra para los campesi­nos, mejoras en la alimentación, vestuario e higiene para los soldados. Luchemos colectivamente contra el Proyecto Heroico que va a cercenar el mínimo de garantías existentes. Acción solidaria para evitar que se siga explotando y envenenando al pueblo con el alcohol oficial.

Todos, hombres, mujeres y niños debemos asistir a la manifestación de defensa social que saldrá el viernes 12 a las tres de la tarde del Parque Centenario. Dentro de diez días empezará a subir el precio de la harina, el maíz, la papa, el arroz, el azúcar... Quedarse ese día en la casa o en el trabajo equivale a no tener conciencia libre, ni siquiera instinto de conservación.

Nota: lea esta hoja y péguela en la puerta de la casa.72

Pero todo fue inútil. El ministro volvió a dar la orden de encerrar y en otros casos vigilar a los dirigentes socialistas nuevamente con el novelón del complot, a partir de la discusión del proyecto en la Cámara. El efecto fue de radicalización general, pero hubo estragos. En cientos de hogares donde habían funcionado los com ités contra la pena de muerte y ahora contra el Proyecto Heroico, se vivieron la zozobra de la vigilancia y los allanamien­tos. Un golpe en la puerta y las miradas se paralizaban, a los niños se les enseñó a callar y desconfiar. ¡Que no salgan a la calle los ancianos! ¡Que se guarden las banderas de tres ochos! y el paso de los serenos aceleraba el ritmo de los corazones.

Los tabloides socialistas se voceaban cada vez menos. En la redada, el primer local atrapado fue la tintorería de Savinski: las máquinas salta­ron en pedazos y el archivo de escritos, esas hojas que hasta días antes

72 Archivo personal.

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alentaban a la humanidad, las botaron al viento. La censura entraba por la puerta ancha, no propiamente la del periodismo, sino la gubernamental y burda, la m ordaza. Las noticias fueron subordinadas al criterio m ilitar y no pocas páginas se convirtieron en un comunicado de policía. Sin embargo, bajo esas condiciones, por coraje, conciencia o por decencia seguían apare­ciendo aquí y allá titulares, editoriales, columnas... y es cuando el M aestro Rendón acom pañado siempre por la gracia peculiar de su humor dibuja la radiografía de los ridículos disparates de la leyenda armada del ministro, sin que faltaren los consabidos dados y la botella al cinto.

Por su parte los socialistas contraatacaban:

...Nosotros -escribía Jorge Uribe Márquez en esa carta que desbordaba decoro- no trepidaremos ante la borrasca de persecuciones que se ha desatado sobre el socialismo revolucionario colombiano, y menos en los precisos momentos en que es menester aunar esfuerzos y voluntades para defender la bandera que juramos defender en todos los campos, cueste lo que costare”.

Sus denuncias sobre los atropellos a los obreros y sus fam ilias eran publicadas sim ultáneam ente en: Diario Nacional, Gil Blas, La M añana de Cúcuta y Pluma Libre del Socorro con el título de “Santander en las garras del fascism o”. En Medellín batallaba mientras tanto María Cano cuando La Justicia lograba escapar a la censura, atacaba las form as represivas; con la Federación Obrera de Antioquia m antenía el ánim o y la organización. Torres Giraldo y sus ciento ochenta compañeros habían logrado la libertad por el insostenible absurdo jurídico, en Cali irregularmente se volvía a leer La Humanidad.

M ahecha editaba en el monte o sobre el río la Vanguardia Obrera y en Bogotá salían los primeros números clandestinos de Revolución. Los m ismos esfuerzos se hacían en otras zonas urbanas o cam pesinas.

En los niveles organizativos vinieron desajustes, pliegues y repliegues; el hombre púas o un juez de prensa y orden público encerraban o liberaban a capricho.

La últim a detenida de abril fue la incorregible M isia Conchita “Agüi­tas de G ualanday”, la vendedora de yerbas arom áticas, que con una triste expresión de viejita m ascando agua agonizó en un cam astro de la Casa Correccional del Buen Pastor.

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