la testadura no. 4: jesús reyes

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La Testadura, una literatura de paso no. 4: Relatos por Jesús Reyes.

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Práctica de campo

Cualquier cosa

Jesús Reyes

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La Testadura 1

Práctica de Campo

Mi nombre es Jesús Reyes. Tengo 33 años, mexicano, casado, con un hijo. Realicé estudios de Licenciatura y Maes-tría en Antropología Social en la Univer-sidad Autónoma de Querétaro, una es-cuela pública que no se cansa de sor-prenderme. He optado, sin embargo, por el autoexilio en este país y una de las razones es el tema de mi tesis de Maes-tría: Redes de solidaridad latinas en esta ciudad de Tulsa, Oklahoma, además de cumplir con mi impostergable práctica de campo.

Estoy en proceso de corroborar o ne-gar mi primer hipótesis, que versa sobre la influencia de estas redes en el desempeño

Edición: Mario Eduardo Ángeles. Colaboradores: Pulpo Santo, Miguel Escamilla. Contacto: [email protected] [email protected] México, 2012. Los derechos de los textos publicados perte-necen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

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La Testadura 1

Práctica de Campo

Mi nombre es Jesús Reyes. Tengo 33 años, mexicano, casado, con un hijo. Realicé estudios de Licenciatura y Maes-tría en Antropología Social en la Univer-sidad Autónoma de Querétaro, una es-cuela pública que no se cansa de sor-prenderme. He optado, sin embargo, por el autoexilio en este país y una de las razones es el tema de mi tesis de Maes-tría: Redes de solidaridad latinas en esta ciudad de Tulsa, Oklahoma, además de cumplir con mi impostergable práctica de campo.

Estoy en proceso de corroborar o ne-gar mi primer hipótesis, que versa sobre la influencia de estas redes en el desempeño

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laboral de los mismos. No, no tengo do-cumentos que me permitan trabajar de manera legal en este país pero por cien-to cincuenta dólares es esto posible. No, no sé quien los hace, solamente se acer-can en la calle y en dos horas están lis-tos... ¡Ah!, redes...

Empleo actual o último, mmmh...: Autoshowcase and spraylainers of Tulsa, contratado por medio de un desconocido que labora como corrector de estilo en un semanario local en español. Nombre, mmmh... no recuerdo... domicilio: 2527 South Peoria Avenue. Sueldo: 13 dólares la hora.

En esta fábrica como es ya conocido, existen dos giros: el primero es el que tiene como propósito vender pintura a medianas empresas que se dedican a remodelar tinas, pisos y cajas de camio-netas; el segundo, el cual nos concierne

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ahora, se refiere a juguetes exóticos: con-soladores, muñecas inflables, muñecos interactivos, estrellas, vaginas y vibrado-res, entre otros.

El hermano mayor de Mr. Stormy, dueño y patrón nuestro, tiene el negocio legalmente establecido en California. Lo que hace su hermano –nosotros – es la mayor parte de la producción para no pagar los impuestos que se exigen en este rubro; y lo que pide discreción, aparte de las fórmulas, es que se hay una especie de competencia desleal ha-cia las demás fábricas que se dedican a la elaboración y distribución de este tipo de mercancía.

Lo que tenemos que hacer, en concre-to, es combinar resinas de colores y ma-quinarias electromecánicas. En este lugar laboramos tres mexicanos: un oaxaque-ño de veintiún años, Johnny (cuyo verda-dero nombre es Yonis), un oriundo de

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ahora, se refiere a juguetes exóticos: con-soladores, muñecas inflables, muñecos interactivos, estrellas, vaginas y vibrado-res, entre otros.

El hermano mayor de Mr. Stormy, dueño y patrón nuestro, tiene el negocio legalmente establecido en California. Lo que hace su hermano –nosotros – es la mayor parte de la producción para no pagar los impuestos que se exigen en este rubro; y lo que pide discreción, aparte de las fórmulas, es que se hay una especie de competencia desleal ha-cia las demás fábricas que se dedican a la elaboración y distribución de este tipo de mercancía.

Lo que tenemos que hacer, en concre-to, es combinar resinas de colores y ma-quinarias electromecánicas. En este lugar laboramos tres mexicanos: un oaxaque-ño de veintiún años, Johnny (cuyo verda-dero nombre es Yonis), un oriundo de

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Ciudad Nezahualcóyotl, de treinta y cinco, llamado Víctor, y yo, además de un norteamericano autodenominado esquizofrénico-paranoide de veintidós, Daniel Johnson (quien por añadidura es sobrino de Mr. Stormy). Trabajamos, pues, de ocho y media de la mañana a cinco de la tarde, con un intervalo de media hora a las doce para almorzar.

Los moldes son un maniquí de acero inoxidable, siempre embadurnados de una grasa tisú; la maquinaria interior es parecida a la de las muñecas para niñas (que mueven su boquita, balbucean y entrecierran los ojos cuando les introdu-cen un chupón) pero estas tienen una sincronización hi tech para succionar, mover la pelvis y/o su pc integrado. Para hacer al varón, hay que incrustar una especie de chaleco con miembro (de ta-maños variables, por supuesto) inter-cambiable según lo rugoso.

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Cuando llega el pedido de un herma-frodo hay que mantener el chaleco en vilo, por más de veinte minutos, y allí es donde entro yo, entre otras cosas, como nuevo integrante: En agotadora posición debo sostener un taladro con aspas que embonan en un torno y poner especial cuidado con las distancias entre orificios y miembro, pero esto, por suerte, no es muy seguido.

Al parecer, con el dinero que se aho-rran en los envíos, sobre todo al norte de Europa, es que pueden crearse excelsas – y relativamente baratas - novedades (que los chinos copiarían y perfecciona-rían sin problema). De cualquier mane-ra, las maquinarias ya vienen ensambla-das desde las maquilas de Tijuana, Ciu-dad Juárez y Nuevo Laredo.

La tarea que más embelesa, creo yo, es la de combinar pigmentos: la cubeta, con cinco galones de resina aun líquida y

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amarillenta va tornando su color en ver-tiginosos círculos cuando Víctor, ex-maestro albañil, vierte las líneas de tinta, mientras le platica al maniquí que va a quedar bonito, muy bonito: “ ¿Por que me pides mas blanco muñeca, si tu vas para Camboya?”, o “ !Ay, pinche mo-reno, quedaste mas chingón que el que pidieron...”, mientras coteja los colores con la muestra y nos advierte: cuidado con el amarillo, es muy cabrón...

Es también este maestro del color el que, con el montacargas de dos tonela-das y media realiza tareas casi milimétri-cas: Levantar una inmensa caja con quí-micos previamente preparados por el dueño la noche anterior, verter barriles de media tonelada en pequeños embu-dos o colocar pilas de tres barriles de me-dia tonelada cada uno, por mencionar lo más sencillo.

Y existen situaciones particulares, las

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amarillenta va tornando su color en ver-tiginosos círculos cuando Víctor, ex-maestro albañil, vierte las líneas de tinta, mientras le platica al maniquí que va a quedar bonito, muy bonito: “ ¿Por que me pides mas blanco muñeca, si tu vas para Camboya?”, o “ !Ay, pinche mo-reno, quedaste mas chingón que el que pidieron...”, mientras coteja los colores con la muestra y nos advierte: cuidado con el amarillo, es muy cabrón...

Es también este maestro del color el que, con el montacargas de dos tonela-das y media realiza tareas casi milimétri-cas: Levantar una inmensa caja con quí-micos previamente preparados por el dueño la noche anterior, verter barriles de media tonelada en pequeños embu-dos o colocar pilas de tres barriles de me-dia tonelada cada uno, por mencionar lo más sencillo.

Y existen situaciones particulares, las

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cuales, si se salen de control llegan a los desenlaces mas absurdos (costosos, a de-cir de Mr. Stormy): no puede entrar la humedad de la neblina matutina al ta-ller porque se crean burbujas en las resi-nas y hacen que las pieles sintéticas pa-rezcan con acné de tercer grado, y es entonces que los días con conato de llu-via hay que trabajar encerrados y no hay aire acondicionado por la tempera-tura que les afecta de similar manera pero a la inversa: si hace bastante calor durante la preparación de los falos, a la hora en que deben erectarse (con el se-gundo botón del control remoto), se les crea una especie de circuncisión infantil en miembro de paquidermo; las vaginas, en lugar de dilatarse, comienzan a do-blarse hacia afuera y pueden, incluso, atrapar un escroto o algún glande entre sus pliegues; los ombligos se botan como a mujer embarazada y se desenrolla el

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cuales, si se salen de control llegan a los desenlaces mas absurdos (costosos, a de-cir de Mr. Stormy): no puede entrar la humedad de la neblina matutina al ta-ller porque se crean burbujas en las resi-nas y hacen que las pieles sintéticas pa-rezcan con acné de tercer grado, y es entonces que los días con conato de llu-via hay que trabajar encerrados y no hay aire acondicionado por la tempera-tura que les afecta de similar manera pero a la inversa: si hace bastante calor durante la preparación de los falos, a la hora en que deben erectarse (con el se-gundo botón del control remoto), se les crea una especie de circuncisión infantil en miembro de paquidermo; las vaginas, en lugar de dilatarse, comienzan a do-blarse hacia afuera y pueden, incluso, atrapar un escroto o algún glande entre sus pliegues; los ombligos se botan como a mujer embarazada y se desenrolla el

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pedazo de fibra que tan artísticamente les modela Johnny. El calor, pues, es into-lerable, tomando en cuenta que afuera la temperatura ambiente va de 95 a 99º Fahrenheit.

La preparación de resinas, decía, es una verdadera delicia: en esas cubetas, previamente esterilizadas, se vierten de-terminados colores de acuerdo al pedido. Si se quieren mulatas, viene el café, amarillo y blanco, o negro, de acuerdo a la intensidad; las asiáticas tienen sus difi-cultades, las resinas deben verterse una y otra vez hasta alcanzar el color hepático que algunos pedidos exigen. Las resinas morenas son de las mas solicitadas aun-que existen las rubias broceadas con ex-quisitas chapitas. Me ha tocado ver, has-ta ahora, tres pedidos especiales. dos venucinas variopintas de azul y verde, y un mulato tatuado con escritura cunei-forme en el pene, cuyo significado no

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estoy muy seguro de querer saber. La parte más laboriosa, que nos lleva

casi a diario a las horas extra, es el mon-taje: hay que estar preparados, los cua-tro, con guantes de látex que llegan has-ta los codos, mascarilla y mandil de cue-ro, por las resinas hirviendo. Cada muñe-co lleva de dos a tres horas promedio, dependiendo de las características espe-ciales. Todo esto bajo la asfixiante vigi-lancia de las cámaras de circuito cerrado que Mr. Stormy tiene en lugares estraté-gicos.

En el descanso cada quien cuenta sus historias: Daniel, a sus veintidós, ya lleva dos divorcios. Dice que mejor se va a llevar una de estas muñecas (Johnny y Víctor aseguran que lo vieron llevarse una boca masturbadora con cuatro ve-locidades que él mismo estuvo decoran-do); Johnny, a su vez, rememora sus tiem-pos en el pueblo cafetalero del que viene,

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las peripecias de la cruzada a este país y del idioma, y lo feliz que se encuentra en su reciente matrimonio. Víctor tiene problemas legales fuertes, esta peleando en La Corte para que le permitan de-portarse de manera voluntaria, para no pisar la cárcel. Es un problema triste y serio pues ya tiene a su esposa e hijos aquí, una casa grande y un sueldo de dieciocho dólares la hora. Yo, por mi parte, les digo que este lugar parece de novela, me dan por mi lado, como a todo buen miope chaparrito... al parecer les agrado…

¿Que qué me trajo por aquí...? Mmmh... el absurdo, ¿qué más...?: esta mañana, al llegar el nuevo material, Dan, el esquizofrénico, derramó por acci-dente un vaso con agua en una cubeta con resina morada que Víctor con tanto ahínco preparaba. Con coraje, Dan, el paranoico, al ver que el burbujeante

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las peripecias de la cruzada a este país y del idioma, y lo feliz que se encuentra en su reciente matrimonio. Víctor tiene problemas legales fuertes, esta peleando en La Corte para que le permitan de-portarse de manera voluntaria, para no pisar la cárcel. Es un problema triste y serio pues ya tiene a su esposa e hijos aquí, una casa grande y un sueldo de dieciocho dólares la hora. Yo, por mi parte, les digo que este lugar parece de novela, me dan por mi lado, como a todo buen miope chaparrito... al parecer les agrado…

¿Que qué me trajo por aquí...? Mmmh... el absurdo, ¿qué más...?: esta mañana, al llegar el nuevo material, Dan, el esquizofrénico, derramó por acci-dente un vaso con agua en una cubeta con resina morada que Víctor con tanto ahínco preparaba. Con coraje, Dan, el paranoico, al ver que el burbujeante

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contenido se desparramaba, pateo la cubeta y tiró todo el contenido, convir-tiendo el centro del taller en un gran lunar cancerígeno; perdimos tres horas limpiando.

Yo ya me iba, tenia que llamar a Mé-xico... a mi esposa. Pero había que soste-ner las aspas en lugar de Dan, que había salido a llorar y a hablar con su madre muerta, como cada vez que se sentía solo, y desde afuera comenzó con su pe-rorata nacionalista al escuchar que nos reíamos: ¡Estamos en América!, ¡hablen inglés...!, ¡inglées...! ¿comprende…? Sabía yo que era tiempo de salir a la esquina, a mi llamada...

Es, pues, hora que Víctor comienza a investir de piel la maquinaria de una futura pelirroja solicitada para Argenti-na, pero ya cansado y con prisa, introdu-ce el dedo pulgar – y no las aspas - por el ano para amalgamar la resina interior,

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al tiempo que los cuatro dedos restantes los resbala por la vagina para hacer pre-sión, y suelta un gemido: ¡Mmmmaagh!

De alguna manera el mecanismo se activó y el recto le había agarrado la uña. Retorcía la mano haciendo muecas de dolor; Johnny y yo corrimos a levantar al pesadísimo maniquí para auxiliarle; Víctor gritaba. No podíamos soltar ahora el molde porque la resina hirviendo nos caería a los tres. Con la rodilla detuve por un momento la pesada mole... Na-da. Los químicos hacen que seque en quince segundos y ya iban ocho o nueve. Ya salía un hilillo de sangre por entre los labios vaginales, por entre el abundante vello rojo de fibra óptica. Víctor estaba pálido. Le estaba arrancando la uña pero no podía cerrar las piernas de la muñeca para cortar los movimientos de pelvis, ahora le estaba magullando todo el dedo...

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al tiempo que los cuatro dedos restantes los resbala por la vagina para hacer pre-sión, y suelta un gemido: ¡Mmmmaagh!

De alguna manera el mecanismo se activó y el recto le había agarrado la uña. Retorcía la mano haciendo muecas de dolor; Johnny y yo corrimos a levantar al pesadísimo maniquí para auxiliarle; Víctor gritaba. No podíamos soltar ahora el molde porque la resina hirviendo nos caería a los tres. Con la rodilla detuve por un momento la pesada mole... Na-da. Los químicos hacen que seque en quince segundos y ya iban ocho o nueve. Ya salía un hilillo de sangre por entre los labios vaginales, por entre el abundante vello rojo de fibra óptica. Víctor estaba pálido. Le estaba arrancando la uña pero no podía cerrar las piernas de la muñeca para cortar los movimientos de pelvis, ahora le estaba magullando todo el dedo...

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Con la mano libre soltó sendos mano-tazos, pero solo logró salpicarnos las ca-retas. Nadie allí para apagarle a la má-quina, nadie que detuviera las contrac-ciones vaginales que comenzaban a ha-cerse orgásmicas... se escuchaban forza-das... le estaba rompiendo los dedos... se desmayó.

Estaba colgando de la mano. Entro el esquizofrénico y se puso a gritar: “what are you doing, fuckin stupids !!?? Le de-cíamos que apagara la máquina, pero se ponía a repetir rudos calificativos y a patear el cuerpo inerte de Víctor... noso-tros no podíamos soltar el pesado mani-quí. Llego Mr. Stormy y bajó el switch. Todo quedo oscuro y silencioso por cua-tro o cinco segundos... se prendieron las luces de emergencia. Una luz mortecina acompañaba los jadeos nuestros, los llori-queos de Daniel y ese tenue siseo de los pequeños engranes triturando lo que

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quedaba de mano. Cuando Mr. Stormy descolgó el maniquí, ya el brazo de Víc-tor estaba morado y sanguinolento... la mano era una amorfa masa azulada y pelirroja... la secretaria entró y se asustó, llamó al novecientos once sin que Mr. Stormy pudiera evitarlo... y con la am-bulancia llegaron los bomberos y la poli-cía. Rodearon el Taller y nos detuvieron a los seis. Es todo.

¿Puedo pedir una copia? Es para el reporte de mi práctica de campo, inquirí al funcionario de las Oficinas de Migra-ción de esta ciudad de Tulsa, momentos antes de ser deportado...

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quedaba de mano. Cuando Mr. Stormy descolgó el maniquí, ya el brazo de Víc-tor estaba morado y sanguinolento... la mano era una amorfa masa azulada y pelirroja... la secretaria entró y se asustó, llamó al novecientos once sin que Mr. Stormy pudiera evitarlo... y con la am-bulancia llegaron los bomberos y la poli-cía. Rodearon el Taller y nos detuvieron a los seis. Es todo.

¿Puedo pedir una copia? Es para el reporte de mi práctica de campo, inquirí al funcionario de las Oficinas de Migra-ción de esta ciudad de Tulsa, momentos antes de ser deportado...

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Cualquier Cosa

Uno Cuando el boiler explotó, sus nueve

años no tenían la fuerza suficiente para negarse a ser el instintivo escudo de su hermano mayor; el patio de un metro cuadrado era insuficiente para ponerse a resguardo. Por eso, los ocho segundos que tardaron las llamas en lengüetearle el rostro, fueron suficientes para fusionar dermis, epidermis e hipodermis, cual mermelada de fresa sobre un helado de yogurt.

Uno y medio Saliendo del cine Arcadia, dando

vuelta a un bar ruidoso y maloliente, un adolescente atado a un perro le corta el

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Cualquier Cosa

Uno Cuando el boiler explotó, sus nueve

años no tenían la fuerza suficiente para negarse a ser el instintivo escudo de su hermano mayor; el patio de un metro cuadrado era insuficiente para ponerse a resguardo. Por eso, los ocho segundos que tardaron las llamas en lengüetearle el rostro, fueron suficientes para fusionar dermis, epidermis e hipodermis, cual mermelada de fresa sobre un helado de yogurt.

Uno y medio Saliendo del cine Arcadia, dando

vuelta a un bar ruidoso y maloliente, un adolescente atado a un perro le corta el

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paso y, con palabras pertinentes para un despojo, lo deja sin dinero.

Dos Han pasado ya ocho años del acci-

dente y Lisa tiene dos ilusiones en la vi-da: que la soliciten y le paguen como a sus patronas, y que ya no le llamen “lisita”. Por esto, armándose de valor, decide migrar al Norte, a los Estados Unidos; toma sus ahorros, su chamarra, su navaja, su apodo y su coraje. Los me-te a la mochila y se va.

Dos y medio Caminar una par de horas en la Ciu-

dad de México en plena media noche, y ser asaltado solamente una vez, consti-tuye un logro para cualquiera, mas el triunfo se magnifica en la mente de Efraín. Su hermanita le insiste en la mal-dad del hombre por naturaleza, restre-gándole en la cara su propio ejemplo de

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paso y, con palabras pertinentes para un despojo, lo deja sin dinero.

Dos Han pasado ya ocho años del acci-

dente y Lisa tiene dos ilusiones en la vi-da: que la soliciten y le paguen como a sus patronas, y que ya no le llamen “lisita”. Por esto, armándose de valor, decide migrar al Norte, a los Estados Unidos; toma sus ahorros, su chamarra, su navaja, su apodo y su coraje. Los me-te a la mochila y se va.

Dos y medio Caminar una par de horas en la Ciu-

dad de México en plena media noche, y ser asaltado solamente una vez, consti-tuye un logro para cualquiera, mas el triunfo se magnifica en la mente de Efraín. Su hermanita le insiste en la mal-dad del hombre por naturaleza, restre-gándole en la cara su propio ejemplo de

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hace mas de siete años. Tres

Son veintiséis horas de recorrido: Méxi-co - Qu er éta r o - S . L . P- M at ehu a la -Monterrey y Nuevo Laredo. Lisa entrega sus ahorros y su confianza a un coyote recomendado por las muchachas. Aun-que está acostumbrada a que le miren el rostro con curiosidad y hasta con un morbo difícil de disimular, los compañe-ros de caminata nocturna le incomodan. Tardan dos noches en acostumbrarse y dejarle de ver de esa manera. Al cuarto día ha sido transportada por avión, des-de Dallas hasta la ciudad de Tulsa. Sus guías cumplieron el cometido...

Tres y medio Al llegar al hogar, comprende que las

amenazas de su hermana se han cumpli-do: en la única cama que hay en el cuar-tito que le presta su patrón, no están la

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hace mas de siete años. Tres

Son veintiséis horas de recorrido: Méxi-co - Qu er éta r o - S . L . P- M at ehu a la -Monterrey y Nuevo Laredo. Lisa entrega sus ahorros y su confianza a un coyote recomendado por las muchachas. Aun-que está acostumbrada a que le miren el rostro con curiosidad y hasta con un morbo difícil de disimular, los compañe-ros de caminata nocturna le incomodan. Tardan dos noches en acostumbrarse y dejarle de ver de esa manera. Al cuarto día ha sido transportada por avión, des-de Dallas hasta la ciudad de Tulsa. Sus guías cumplieron el cometido...

Tres y medio Al llegar al hogar, comprende que las

amenazas de su hermana se han cumpli-do: en la única cama que hay en el cuar-tito que le presta su patrón, no están la

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quinceañera ni su mochila ni su navaja. De sus ahorros ni hablar. Comprende que no estaría con las muchachas, menos con algún pretendiente, él se encargo, durante años, de hacerle caer en la cuenta de que, con sus rostro de vela derretida, a nadie se le antojaría tanto como a él. Cuando le lamía la cara de pergamino mientras la penetraba, se encargaba de recordárselo.

Cuatro Cuando la dejan en un motel del cen-

tro de la ciudad, intentan desentenderse de ella, pero el más joven – aun con sus primitivos instintos cristianos a flor de piel - le da un par de direcciones a donde puede acudir para que le orienten un poco sobre la ciudad y las oportunidades de trabajo. Sale a caminar; son las cua-tro de la tarde. Llega a la central de auto-buses – sobre lo que, después sabrá, es

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Cincinnati Avenue -. Le sorprende lo solitaria que puede ser una ciudad... le asusta... Un adormilado anciano – que espera a algún despistado cliente a quien bolearle los zapatos - la ve y le saluda en español. Ella voltea y le sonríe, preguntándole la hora. El viejo se sacude el sueño, se interesa... al verle el rostro tartamudea... le dice que no habla espa-ñol. Ella comprende, da la vuelta y se va. El anciano se recupera, la llama, no vol-tea; le silva fuerte... se detiene. Él toma su cajón, se levanta con pesar y la alcan-za. Al fin que ya no hay gente, se dice, mientras le observa, con sentimiento paternal, las nalgas.

Cuatro y medio En el camino, el anciano se presenta:

José Hernández. Amalia, escucha.

Cinco

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Cincinnati Avenue -. Le sorprende lo solitaria que puede ser una ciudad... le asusta... Un adormilado anciano – que espera a algún despistado cliente a quien bolearle los zapatos - la ve y le saluda en español. Ella voltea y le sonríe, preguntándole la hora. El viejo se sacude el sueño, se interesa... al verle el rostro tartamudea... le dice que no habla espa-ñol. Ella comprende, da la vuelta y se va. El anciano se recupera, la llama, no vol-tea; le silva fuerte... se detiene. Él toma su cajón, se levanta con pesar y la alcan-za. Al fin que ya no hay gente, se dice, mientras le observa, con sentimiento paternal, las nalgas.

Cuatro y medio En el camino, el anciano se presenta:

José Hernández. Amalia, escucha.

Cinco

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Efraín llora. Al tratar de ahogar el llanto, sus vecinos de cuarto, a izquierda y derecha, se imaginan que, otra vez, esos gemidos son producto del pecado; en la vecindad corre el rumor (y lo sabe) de que lo del boiler fue a propósito, por celos, puesto que los dos huérfanos ya “dormían juntitos” desde que él tenía catorce. Entrada la madrugada se mas-turba pensando en ella, imaginándola durmiendo en la calle, dando lastima y miedo...

Minutos después, duerme. Cinco y medio

Es la una de la mañana. El viejo jadea de manera impresionante; Lisa piensa que se le va a morir en la espalda; co-mienza a asimilar que ya no esta con Efraín - su hermano Efraín - y eso le exci-ta. El que el anciano le haya puesto en aquella posición para no verle la cara

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Efraín llora. Al tratar de ahogar el llanto, sus vecinos de cuarto, a izquierda y derecha, se imaginan que, otra vez, esos gemidos son producto del pecado; en la vecindad corre el rumor (y lo sabe) de que lo del boiler fue a propósito, por celos, puesto que los dos huérfanos ya “dormían juntitos” desde que él tenía catorce. Entrada la madrugada se mas-turba pensando en ella, imaginándola durmiendo en la calle, dando lastima y miedo...

Minutos después, duerme. Cinco y medio

Es la una de la mañana. El viejo jadea de manera impresionante; Lisa piensa que se le va a morir en la espalda; co-mienza a asimilar que ya no esta con Efraín - su hermano Efraín - y eso le exci-ta. El que el anciano le haya puesto en aquella posición para no verle la cara

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mientras la manosea y penetra, le resul-ta, aunque muy tradicional, divertido a la vez que tierno. Cuando despierta, seis horas después, el viejo esta de espaldas, metiendo frasquitos de grasa en un ca-jón; realiza una rápida inspección sobre el cuartucho y llega a la conclusión de que no hay nada que robar. La cama rechina; voltea el anciano. Se levanta y le pide con voz lastimosa que se voltee y levante la cadera. Ella acepta. El an-ciano la vuelve a penetrar. Jadeante, entra a un ataque de tos; a ella le da risa; el le tira de los cabellos; Lisa se mo-lesta, lo tira de un manazo, lo patea y se va.

Seis Ojeroso, con los ojos hinchados, como

de sapo, carga cuatro guacales en la espalda; esta ajeno a las indicaciones del patrón. Ha pasado de la angustia al

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mientras la manosea y penetra, le resul-ta, aunque muy tradicional, divertido a la vez que tierno. Cuando despierta, seis horas después, el viejo esta de espaldas, metiendo frasquitos de grasa en un ca-jón; realiza una rápida inspección sobre el cuartucho y llega a la conclusión de que no hay nada que robar. La cama rechina; voltea el anciano. Se levanta y le pide con voz lastimosa que se voltee y levante la cadera. Ella acepta. El an-ciano la vuelve a penetrar. Jadeante, entra a un ataque de tos; a ella le da risa; el le tira de los cabellos; Lisa se mo-lesta, lo tira de un manazo, lo patea y se va.

Seis Ojeroso, con los ojos hinchados, como

de sapo, carga cuatro guacales en la espalda; esta ajeno a las indicaciones del patrón. Ha pasado de la angustia al

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coraje. Los otros estibadores lo notan, no lo quieren provocar, saben que es muy bueno con la navaja. Al pasar por los puestos de pescado resbala. Risas. Patea los guacales, las cajas con guachinangos, pulpos y mojarras salen volando. Al sa-car su navaja 007, ya tiene en quien descargar su abandono: con un gancho que ya se esta amarrando a la mano con un jirón de camisa, su contrario le sonríe. Para ser las cinco de la mañana, las porras se escuchan bastante activas...

Seis y medio Ha pasado un mes; Lisa ha tenido seis

patrones. Anhela, todavía, prostituirse de manera formal, que le paguen por eso. Lo que ha robado de esas casas le ha permitido sobrellevar su nueva vida en Norteamérica. Decide, sin embargo, to-mar el camino que ya conocía: sirvienta de prostitutas. Para ella, son las personas

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coraje. Los otros estibadores lo notan, no lo quieren provocar, saben que es muy bueno con la navaja. Al pasar por los puestos de pescado resbala. Risas. Patea los guacales, las cajas con guachinangos, pulpos y mojarras salen volando. Al sa-car su navaja 007, ya tiene en quien descargar su abandono: con un gancho que ya se esta amarrando a la mano con un jirón de camisa, su contrario le sonríe. Para ser las cinco de la mañana, las porras se escuchan bastante activas...

Seis y medio Ha pasado un mes; Lisa ha tenido seis

patrones. Anhela, todavía, prostituirse de manera formal, que le paguen por eso. Lo que ha robado de esas casas le ha permitido sobrellevar su nueva vida en Norteamérica. Decide, sin embargo, to-mar el camino que ya conocía: sirvienta de prostitutas. Para ella, son las personas

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mas honestas si de amistad y cariño se trata. Espera a que caiga la noche y se dirige a la casa de citas que le mencio-naron – allí hay varias hispanas – le dije-ron. Platica con una gorda inmensa, le dice que va llegando y a lo que en Méxi-co se dedicaba. La inmensa mole le dice que ellas son independientes, pero que no ganan lo suficiente como para con-tratarla. La mandó con unas gringas, pero sucedió lo mismo...

Siete La paciencia de los vecinos ha llegado

al límite: ni se muere ni se alivia. Inten-tan en vano localizar a su hermana para que se lo lleve.

Siete y medio Nadie la contrata; no la comprenden.

Pagaría para que la contratasen... Ocho

El agente del Ministerio Público numero

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ochenta y dos. Con monótona voz, dicta a su secretario la forma como se realiza el levantamiento del cadáver de quien en vida llevó el nombre de Efraín Ramos “N”. Los vecinos le avisan a las mucha-chas con quien Amalia trabajó, y éstas, a su vez, cuando reciben la llamada del Norte, hacen lo propio.

Ocho y medio Cuando esta jovencita tocó a mi puer-

ta ofreciendo sus servicios como emplea-da doméstica, sentí que el cielo me la enviaba. Durante una semana limpió mi departamento de todo vómito, condo-nes, olor a cerveza y tabaco, y atendió a mis amistades siempre con amabilidad. Cuando le pedí permiso de escribir su historia, me dijo que no habría proble-ma; me preguntó, incluso, que si yo no tenía miedo de que me hiciera lo que a sus anteriores patrones. Al reírme, le

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confirmé mi confianza. Aun hoy espero que me regrese lo que

se llevó, o, al menos, que me diga si es verdad lo que ahora escribo...

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de mano en mano de pantalla en pantalla

¡¡¡Que la voz corra!!! La Testadura. Literatura de paso hecha para olvidarse en lugares

públicos y/o salas de espera

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