la señal de jonas-primera parte

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I LA ALUNADA

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ensayo autobiografico

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I LA ALUNADA

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11 Mi historia es simple...

¿Dios... o Los Dioses? ¿Hebrea... o Pagana?

Nací a finales del verano del '62 a orillas del Caribe, en Bellocampo, un barrio de Caracas, de madre y padre argentinos y ancestros gitanos, vascos, moros e indígenas. Veintitrés semanas después fui bautizada -sin mi consentimiento, claro!- en la parroquia del Chacao bajo dos nombres tan imperiales como incompatibles (Elizabeth y Soraya) para alegría de los mas de cien allegados a mi papá que asistieron al ritual, que él mandó filmar, fiesta incluida. Aquel extraño día ambas Pascuas (la católica y la ortodoxa) coincidían con el aniversario de la Crucifixión además de entre sí: era el 14 de abril de 1963. La Resurrección en pleno y la Muerte celebradas eran el mismo día; el sino hebreo y el pagano en la misma niña. ¡No había empezado a hablar cuando ya lo cuestionaba todo! El mío era un destino de guerra. ¿Por qué todo el mundo prefiere -preguntaba y me preguntaba,con cinco o seis años- a las personas muertas? Los santos, los héroes, los próceres siempre son muertos ¿Estar muerto es mejor que estar vivo? Por qué, entonces, nadie quiere morir?¿Por qué la gente llama santo Padre al Papa si está vivo? Lo paradójico no parecía afectar a nadie. ¡¿Dónde están esos héroes ahora? Si el cielo está lleno de Amor por qué no vuelven? ¿Por qué Dios espera a que uno muera para abrirle la

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puerta del cielo? ¿Es malo estar vivo? Detectaba, como si estuviese maldita, falta de sentido ahí donde cualquier otro veía coherencia y mas coherencia. ¿Y los muertos? Seguía yo preguntando ¿Están tranquilos, dormidos hasta que se deshacen del todo o son conscientes de lo que les pasa dentro de la tumba? Quería saber pero no hallaba respuestas por ningún lado, nadie parecía entenderme, nadie querer responderme...como si preguntase cosas obvias. Mamá, traumada por un cura que aprovechó la oscura soledad del primer piso de la capilla de su pueblo natal para abusar de ella a los siete años, no me escuchaba tampoco; prohibida por decreto cualquier práctica católica en casa.‘¿Cómo podés respetar siquiera a uno de ellos’, me preguntaba, aún asqueada cuarenta años después, ‘No importa cuán inocente pueda ser como individuo!! Son cuervos, hija, y los cuervos son malos. Sacan los ojos. ¿Tenía razón? El terremoto de Caracas a mediados del '67 precipitó la separación de mis papás: la inteligente dedicaciòn de Hugo, músico profesional y amigo personal de Yupanqui (entre otros poetas) dejó de enriquecerse, salvo durante sus breves vacaciones en Buenos Aires, con la de mamá Estela, zíngara intuitiva de formidable belleza además de bailaora; separación que yo experimenté como un tajo. Tres meses al año volvían para deleitarme el arte de Mozart y de Listz, de Beethoven y Chopin que las magistrales manos de papá desplegaba sobre el piano magnífico o bien el órgano, el acordeón o el arpa; nueve abandonada a la vergüenza de

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hallarme no sé cómo, enamorada, igual que todas las demás, de la trova de un tal Sandro (¿lo conocés?) al que papá no paraba de insultar cada vez que aparecía en la TV, presa de aquel gris microcentro porteño que por un extraño sortilegio alegraba a mi mamá en la medida que a mí me entristecía... exiliada sin querer, el Sol que calienta parecía existir solo para ser añorado o para avergonzarme por su exceso Le solía ver escondido en un bar camino a mi escuela en Talcahuano y Viamonte; es muy raro sentir cerca a uno que enloquece a medio mundo; viví jugando a metros de todos los principales cines y teatros, repleto de artistas, del Colón, del Obelisco, de la CBS, de SADAIC. Su sonrisa torcida en la tv acabó sacudiéndome el cuerpito que el suyo golpeaba a la distancia: a los 8 estallé sin saber qué era aquello. ¡Qué pavura me quedó! Mis muñecas ya no me entendían. Por todos lados entraba: Por las revistas, por la tele, por la gente, por... adentro? En cambio papá... El golpe de gracia llegó la Nochebuena del '73: ¿El verdugo? un conductor de camiones borracho. La súbita muerte de mi padre que añoraba y adoraba, tirado en la ruta hasta desangrarse junto a la moto destrozada se llevó no solo su cuerpo sino mi alma, que al verse sola, desvió la imposible añoranza de lugar y protagonista: Hollywood y sus musicales llegaban como el trozo de madera al que se aferra quien ha naufragado; el swing, que despeja cualquier tristeza traía como por arte de magia el antídoto para

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aquella tragedia ¡Qué agradecida le estoy a Jack Haley Jr y su tributo a la Metro, a aquél “Érase una vez en Hollywood” que maravilló mi corazón, que estaba a punto de morir de tristeza en un mundo de adultos sin fe, de militares en cada esquina, de abogados por vecinos, a merced del cinismo de mi hermano y el desinterés de mi mamá por cuanto me atraía... Aquel universo en Technicolor fue mi refugio, la puerta de escape a la forma de pensar estrecha, propia de mis castellanos parientes. Sí. Fuí feliz dentro de mí... libre, igual que un ave lanzada al espacio, descubriendo sin profesores ni maestros la libertad mental que da el Inglés... hasta que la desilusión me derribó igual que un rayo. Acababa de integrarme, allá por el 81' al grupo juvenil de una parroquia para no quedarme sola una vez que el secundario se acabó cuando la VOZ en persona, -motor principal de mi romance con el idioma de la Libertad con mayúsculas-, me tomó del brazo (¡Ay Lee Solters, amigo Don Costa; ay Palito!) entusiasmado como un chico para mostrarme su propio universo de amor y canciones... su infierno. ¡Qué atrocidad hallé tras el telón de terciopelo! En qué ruina viviente ¡'leyenda' le dicen! lo había convertido el éxito y la fama! No sé explicarte cuánto me dolió ver a aquel hombre que admiraba con el alma, incapaz de manejar su ávida corte de parásitos, su alcoholismo y su insuperable amargura...;sin entender siquiera cómo acabé yo misma sumida en el escándalo tras ser catalogada olímpicamente de ¡prostituta! por la mafia del hotel,

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escondida por el mismo ídolo de los desesperados proveedores de escorts del Sheraton...Su tragedia, igual que una espada, atravesó mi alma. ¡Qué no intentaron mis amigos para levantarme el ánimo! ¡Qué no inventaron a pesar de comprender poco y nada por lo que pasaba yo! A todos lados me llevaron, de todo me compraron.... ¿Qué hubiese sido de mí sin aquella caridad, sin Memo, el líder del grupo o el Hermano Alfonso, sin Paulita Marín Moreno y su novio Ignacio, sin Nelson y su música country, sin Marita ni Pilar... sin Santiago Lavigne y sus payasadas, sin Chantal o los Pomar, sin Las Victorias, allá en la esquina de Paraguay y Libertad, llena de punta a punta cada día?! Poco tardé -días apenas- en percibir que tras aquella tribu de chicos sin maldad había gente de verdad, capaz de sanar mas que de consolar, como el cura Carlos Wiszniowski... la vida viva que alguna vez vibró dentro de mí volvía a latir!! 49 años y toda la gracia... ¡qué lejos estaba de parecer uno más, acostumbrado a predicar a Cristo de memoria.. el Amor me envolvía de nuevo...pero de otra forma. Su canto, majestuoso pero cercano, invitaba a silencio mas profundo; su voz al hablar, volvía veraz su mensaje; tan particular era su forma de respirar que eso bastaba para alertar a los demás de su condición de sacerdote sin necesidad de sotanas o clergyman. Una simple charla en el despacho parroquial se volvía algo

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tremendo, su cercanía precedida invariablemente por una corriente eléctrica en la atmósfera. Le bastaba mirarme para adivinarme el pensamiento ¡Qué desnuda quedaba ante esa mirada azul pero no fría que yo enfrentaba con altivez aunque me atravesara! Tras la clausura del convento de Libertad y Paraguay, que él dejó que invada, supe lo que es disponer de un hombre sin tocarlo, orar a solas con él a dos bancos de distancia....en aquel mundo de desenfreno, deescándalo y abuso la castidad resultó un hallazgo. ¿Era eso renunciar al amor, como imagina la gente? ¿O todo lo contrario? Qué necesidad había de tocarse si el Corazón nos volvía Uno desde Dentro? Solo me quedaba una cosa por hacer: seguirlo.

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II LA TUMBA DE PIEDRA