la noche de los gitanos - cpaega.weebly.com...una nueva remesa de esclavos y muertos vivientes...

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LA NOCHE DE LOSGITANOSAlfredo García Francés

Copyright © 2012 Alfredo GarcíaFrancés

Reservados todos los derechos. Deacuerdo con la legislatura vigentepueden ser castigados quienes sin lapreceptiva autorización del autorreprodujeran, o plagiaren, en todo oen parte, una obra literaria, artística

o científica fijada en cualquier tipode soporte. Ninguna de las partes deesta publicación, incluido el diseñode cubierta, puede ser reproducida,almacenada o transmitida de ningunaforma, ni por ningún medio, seaelectrónico, químico,mecánico, magneto-óptico,grabación, fotocopia o cualquierotro, sin previa autorización escrita.Todos los personajes son productode la imaginación del autor.

ISBN 978-84-938065-5-2

Diseño de cubierta: FernandaFernández-Bogotá

¿Quién habló de victorias?Sobrevivir lo es todo.

Rainer María Rilke. Réquiem.

Ya no hay patriotismo, porque ya nohay patria.

José Cadalso. Cartas marruecas.

Solo puede ser vencido el puebloque quiere serlo.

Augusto Roa Bastos. Yo, elSupremo.

Cuando la sangre corra por lascalle compra propiedades. Barón de

Rothschild.

Llegado el caso tendrá que ser LaCorona quién, respaldada

firmemente por las FuerzasArmadas, sea la que salvaguarde launidad de España si los políticos la

ponen en peligro y la Justicia nointerviene.

Discurso del Teniente General JoséMena, en la reserva, ante el Consejo

Superior del Ejército el 26 deoctubre de 2005.

Me seguiré esforzando pormantener la esperanza de que el

Ejército quiera,sepa y pueda reaccionar antes de

que sea demasiado tarde paraEspaña.

Carta del General de Brigada BlasPiñar al Consejo Superior

del Ejército al pasar a la reserva.

AGRADECIMIENTOSPara mi tía Inmaculada Mondragón ymis primos Juan, Vicente y MónicaFrancés, por vuestro cariño y portodas las atenciones que dedicáis ami madre. Gracias por considerarmeparte de la piña. Al Dr. Don JesúsChamorro, infatigable lector y sabiorecomponedor de todas mis pequeñascalamidades cotidianas.

En el BLOG y en FACEBOOK haypersonas de las que aprendo a diario,mi agradecimiento por su paciencia y

afecto. También hay tocapelotas quefiguran como amigos.

Para Luis Muñoz Deive, padrinoentrañable, generoso y siemprepreocupado por todos menos por símismo.

A Leda Calvo, madrina querida,hermana que viene y va peroconstantemente cercana yfamiliar. Para Carolina y MarilynGarcía-Sicilia, ferozmente alegres eincondicionales, que nosacompañasteis en nuestra dicha

bogotana.

A José María Ruíz y Chon, ilustresrestauradores y rumbosos patronesde las Cenas Aurelianas que, cadaaño, llenan de sabor una segoviananoche veraniega.

Como siempre, agradezco a miesposa su eterno desvelo porqueescriba menos y camine más. Se locuento para que sepan que es lamujer que más quiero en el mundo.Gracias, mi amor, andaré.

ÍNDICECapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13

Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19Capítulo 20Capítulo 21Capítulo 22Capítulo 23

Capítulo 1

Miles de cuerpos volaban encenizas sobre las chimeneas de loshornos crematorios. Pero, los reciénllegados aún no sabían que su destinoera cubrir de hollín los bosquescercanos, sucios, de un verdeenvilecido por el tizne humano. Erauna cálida noche del mes de agostoen el campo de Auschwitz-Birkenau(1).

Los reflectores arrancabandestellos azules de los raíles, lasalambradas y las insignias plateadasde los SS (2). El tren silbóacercándose bajo la luna y se detuvochirriando entre los gritos de lossoldados. ¡Schnell, raus, raus! (3).Los ocupantes de los vagones deganado descendieronatropelladamente. Los hombres yniños, por la izquierda, las mujerespor el otro lado. Entre insultos ygolpes se formaron columnasvigiladas por soldados conametralladoras. Las órdenes

restallaban en la oscuridad rasgadapor los focos que giraban sin sentido,malgastándose en la noche.

Un oficial y sus ayudantes, con

batas de médico sobre los uniformesde SS, preguntaban, vociferando, sihabía hermanos gemelos (4) en algúnvagón.

Los kapos (5), elegidos entre los

presos más crueles de cada barracón,apaleaban a los recién llegadoshaciéndolos avanzar sin que supierana donde. En el tumulto, un anciano

tropezó con su maleta y cayó debruces. Brillantes las calaveras deluniforme, un alemán saltó con todo supeso sobre la espalda del viejo queaulló aplastado mientras soltaba unchorro de sangre por la boca y sushuesos se partían con un chasquidode astillas rotas. Aún vivo, miróatónito al joven oficial alemán. Él,sonriente, montó su pistola y ledisparó en la cara. El anciano,reventado y vomitando sangre, viovolar hacia sus ojos la bala que lomató.

Se hizo el silencio y losdeportados avanzaron entre losperros que les desgarraban la ropacon los dientes. De nuevo, másladridos, órdenes vociferadas, palosy empujones mientras cruzaban unarco metálico. Escrito en él eiluminado por un foco, Arbeit machtfrei (6). Tras el arco una granexplanada y, a derecha e izquierda,dos enormes corrales cercados porvallas electrificadas de las quependían cadáveres chisporroteantes.En el centro de cada recinto unagigantesca montaña de ropa, zapatos,

maletas destripadas y bultos de manoy, ante ella, desnudos en la noche, lospasajeros del tren anterior.

Los recién llegados, detenidos en

el patio entre ambos cercados, noentendían el porqué de los gruposorganizados por los nazis. Por unlado, mujeres, niños, impedidos yancianos, por otro, los hombres yunas pocas jóvenes hermosas. Todosdesnudos, pastoreados a gritos ypatadas por presos armados congarrotes.

Tres SS, seguidos de un kapo,avanzaban entre el gentío con unperro pastor atado a una correa; losoltaron y el animal, hasta entoncestranquilo, corrió excitado entre lashileras de presos. De pronto, sedetuvo ante un hombre al que gruñíay ladraba mostrando los colmillosbabeantes. Un alemán se acercó y atóal animal, los otros le acompañabana unos pasos de distancia. El kapohizo avanzar al prisionero pateándoleel culo. El oficial cedió la correa ytomó el garrote del auxiliar.Sopesándolo, se situó ante el

deportado desnudo y, de un golpe, lepartió la cabeza. Cayó fulminado.Riendo, los alemanes dejaron alperro lamer la masa encefálicaesparcida por el suelo. Luego, sealejaron charlando, buscando dóndecomenzar de nuevo el juego. El kapolos seguía obediente con la estaca enla mano.

Una vez rapados, avanzaban con

lentitud; los hombres fuertes recibíanuna chaqueta y un pantalón con laEstrella de David (7) y un númerocosidos, un gorro, unos zuecos y un

tazón metálico. Después tatuaron ensus antebrazos el mismo el númerodel traje y, en columnas de cinco enfondo, los nazis sacaron a variosmiles del cercado. Arrancaron losbebés de los brazos de las mujeresjóvenes para entregárselos a lasviejas del grupo grande. Sienloquecían de sufrimiento los kaposlas golpeaban con los bastones y, siel dolor no las calmaba, un soldadoles disparaba en la cabeza. Después,guiadas por mujeres de las SS, elgrupo de hembras desapareció entrelos edificios de ladrillo rojo.

La multitud formada por unas

cuatro mil personas, mujeres, niños,inválidos y ancianos, era conducidasiguiendo unas flechas que indicaban“desinfección” (8); las alambradas deaquella zona, cubiertas por lonas,impedían ver al otro lado de losportones de acceso. Al entrar, seveía un camión de la Cruz Roja yalgunos oficiales nazis con máscarasantigás que empujaban a la gentehacia una puerta metálica sobre laque se leía “duchas” (8). El portón secerró tras los últimos deportados.

Sobre los muros, las chimeneasdespedían un humo dulce queempastaba la boca.

Eran seis mil judíos procedentes

de los guetos del corazón de Europaen el transporte anterior y, salvo loshombres y mujeres en edad detrabajar, el resto, unas cuatro milpersonas, morirían durante las cuatrohoras siguientes a su llegada.

Pero esto, no lo sabían los que

venían detrás y para quienescomenzó de inmediato la misma

rutina. Ningún cambio. Los mismosgolpes, idénticas torturas a seresdespavoridos, similar separación porgrupos y, cuando ya estabandesnudos ante los montones de supropio pelo y ropa, silbó otro tren yuna nueva remesa de esclavos ymuertos vivientes comenzó adescender de los vagones.

Todo se aceleró de nuevo; más

golpes, más ladridos y más órdenesrugidas… Comenzaba otro círculoinfernal de cuatro horas (9).Dolorosas separaciones, trágicas

despedidas. Pero esta vez, en lugarde una estrella amarilla, los válidosrecibieron un triángulo invertido decolor negro (10).Mujeres con eluniforme de las Waffen-SS (11) sellevaron a unas pocas jóvenesbonitas entre los edificios. Y, paralos demás, desnudos y aterrados,comenzó el camino hacia las“duchas”. Les aseguraron quevolverían a por los uniformes y lesdieron un cordel con el que atar suszapatos que recogerían después de la“desinfección”. Esto, los tranquilizó.No podía pasarles nada malo si

debían ducharse y volver a recogersus zapatos.

Camino de las “duchas”, una mujeravanzaba con dos niños; ibandesnudos y caminando en los últimoslugares de la fila. El mayor agarradoa su cintura y, el pequeño, un bebé demeses, abrazado contra el pecho desu madre. No hacía frío pero lasmujeres de la fila, quizá por lavergüenza, caminaban pegadas unascontra otras. En silencio, avanzandolentamente. Sin deshacer la columna.

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Un kapo con un triángulo rojomarcado con la letra S (12) lasazuzaba intentando que no serezagaran. Levantó el garroteamenazador. La madre lo miró sinasustarse, buscó bajo la lengua, sacócuatro diamantes pequeños y,llorando, le tendió al crío. El kapomiró alrededor bajando la estaca,tomó al niño y se retiróescondiéndolo bajo el uniformerayado. En su puño apretaba lascuatro piedras preciosas. Acaso, susalvación.

Ser kapo era una de las manerasde sobrevivir en los campos deexterminio gracias a los privilegiosque los nazis concedían a susauxiliares de verdugo. Aunque,colaborar en la matanza, no siempregarantizaba la vida.

La brisa arrancaba vida al bosque,aroma a resina de pino, quedisimulaba el olor a matadero. Antesde salir el sol, los cuatro mil gitanosdel convoy fueron gaseados eincinerados. Los supervivientesjamás olvidarían el retumbar

metálico de las compuertas de lacámara de gas cerrándose. Era elamanecer del día 1 de agosto en elcampo de Auschwitz-Birkenau. Lahistoria lo recuerda comoZigeunernacht (13). La noche de losgitanos.

(1). Lo que conocemos hoy porAuschwitz estaba formado por trescampos principales: Auschwitz I,Auschwitz II-Birkenau, dondefueron los gitanos, Auschwitz III-Buna y varios campos adyacentes.

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El megacampo hacía todas lafunciones: campo de trabajo, deconcentración y de exterminio.Fábricas de muerte.(2 ) . Schutzstaffel. Escuadrones deprotección o seguridad del PartidoNacionalsocialista Alemán de losTrabajadores.(3). ¡Rápido, afuera!(4). El Dr. Mengele acababa de sertrasladado al campo de Auschwitz y,cuando llegaban los convoyes,buscaba entre la multitud hermanosgemelos y enanos para susexperimentos genéticos.

(5 ) . Los nazis los comenzaron autilizar en el campo de Dachau yante el éxito extendieron su uso atodos los campos.(6). El trabajo os hará libres.(7). Señal identificativa de losjudíos.(8). Con estas señales trataban detranquilizar a los deportadoscamino de la cámara de gas.(9) . Desde la llegada del tren alcampo hasta que los pasajeros erangaseados e incinerados en loshornos crematorios apenastranscurrían cuatro horas. En

Treblinka, liquidaban 6000personas en 76 minutos.(10). Señal identificativa de losgitanos.(11). Las Waffen-SS, el ala militarde las SS, en contraste con lasAllgemeine-SS, el ala política,evolucionaron como un segundoejército dentro de la Wehrmacht, elejército de tierra alemán.(12). Señal identificativa de lospresos políticos españoles.(13). Aquella noche murieron 4000gitanos gaseados e incinerados enAuschwitz-Birkenau

Capítulo 2

De pronto, salida Dios sabe dedónde, una mano que no esperaba mealcanzó en la mandíbula. Envuelta encuero estalló sobre mi cara lanzandoal aire cientos de gotas de sudor,hundiéndome en la oscuridad yhaciendo que mis rodillas parecierande algodón.

Medio groggy (1), no pude

sostenerme y caí. La lona olía a

caucho y a esparadrapo. Vi al árbitroinclinado sobre mí, lanzándome a lacara la cuenta fatal con los dedos:cuatro, cinco, seis... Aún estaba atiempo.

—Tengo que levantarme —pensé. Antes debía tragarme las lágrimas

envueltas en sudor y sangre, olvidarel dolor del golpe y, sobre todo,rechazar la idea de correr aesconderme entre los brazos de mimadre.

Me incorporé con las sieneslatiendo por el pánico y por losrugidos del público, aterrado porquesabía que mi adversario se lanzaríaen tromba a rematarme. Erguido, conel corazón coceándome el pechomientras el sudor se despeñabadesde mi cara hasta la lona, ante mí,sólo veía una sombra borrosa.Intentaría esquivar su próximo golpey quedar con ventaja para conectarleel mío. O, al menos, para aguantarlos suyos hasta el final del asalto. Lorehuí hasta que sonó el gong. Caísentado. Debía tomar aire, tragar la

saliva que como una esponja secaatascaba mi garganta y, cuandosonase la campana, salir del rincón atumbar al hijoputa que me había rotola mandíbula. Las palabras de mipreparador llegaban confusas entrelos abucheos de los espectadores.Me importaba un carajo mientrasmantuviera la bolsa de hielo sobremi cara. Pero, sesenta segundos,pasan rápido.

Aquel Escorpión era un asesino

rapidísimo, venenoso y letal perocon menos inteligencia que una mula

lobotomizada. De andar estúpido ypendenciero, a saltos, como loscanguros que se abalanzan puños enristre. A mi favor, la velocidad y lasorpresa ante quien piensa que suvíctima está noqueada. Me toqué lacara para ver si aún la tenía ahí.Estaba, sí, pero parecía de corcho.No la sentía. Mejor.

Campana. Tres minutos de asalto

para matarlo o para que medespedazara. El tipo vino hacia mílanzando golpes de todos loscalibres. Esquivé, aguanté y,

súbitamente, me desplacé paraconectarle un derechazo con la rabiade quien depende de un solo golpe.Impactó en su nariz que soltó unchorro de sangre. Su cabeza quedócolgante, sus ojos vidriosos y suspiernas flojas sin poder sostenerlo.Cayó a plomo sobre la lona. KnockOut. Ganó la velocidad y la esgrima.Gané yo.

Cuando pudo levantarse, abandonó

el ring directo a urgencias. Se fueavergonzado, intentando sonreír conel aire ausente de un retrasado

mental, la cabeza hundida entre loshombros, queriendo pasarinadvertido entre sus cuidadores.Como el ladrón de gallinas que, porlas calles de su pueblo, marchaesposado entre guardias civilescamino del cuartelillo.

—¡Mamá, soy Paco, gané, mamita

linda! —grité llorando por teléfono—. ¡Soy el Campeón...! Labendición, por favor, mamá…

Era el año 64. Yo era boxeador y

acababa de ganar el Campeonato

Panamericano de los pesos wélter (2).Recuerdo muy bien aquel día.

Llegué al boxeo de la mano de mi

tío y lo que comenzó como unamanera noble de hacer deporte, seconvirtió en una forma de ganarme lavida, de salir de la estrechez a hostialimpia para devolver a mi mamáviuda algo de lo que me había dado.

Yo me sabía honrado y valiente,

pero frágil. No debía exponerme alos golpes porque, cualquiera deellos, por inofensivo que pareciera,

podía derribarme; por eso, en lugarde usar la fuerza bruta y elintercambio de puñetazos para sumarpuntos, buscaba la victoria en lapotencia, la rapidez y el talento. Así,sin hacer caso del público que pidesangre a gritos, siempre trataba deconectar un golpe que derribase alcontrario. Que lo noquease. Rápida ylimpiamente. Sin sufrir, sin palizas.Intercambiando únicamente lospeligrosos pero inevitables golpes enla media distancia, en ese terrenoantes del clinch (3), donde lascabezas chocan como arietes

buscando abrir las cejas delcontrario. Estilismo, velocidad ydestreza. Así boxeaba yo entonces.Seguro de mí. Conociéndome.

Porque para ganarse la vida a

golpes hay que estar convencido,sentir en el corazón y en las tripasque uno tiene madera de campeón. Sino, es mejor elegir otro oficio. No elboxeo. Creo que por eso meadmiraban, y aún se acuerdan de mí,los aficionados a las doce cuerdas.

Antes de sumergirme en mis

recuerdos estaba viendo la tele porcable. Era un espectacular combatedel Consejo Mundial de Boxeo porel título de los superwélter entreÓscar de la Hoya, El Niño Bonito, yel joven norteamericano, veloz yhambriento de gloria, FloydMayweather. Siempre dijeron de mílo mismo que dicen hoy de Óscar dela Hoya: que era un boxeadorcerebral, inteligente, que sabíaaguardar sin desesperarme elmomento justo para dar la estocada.Ganó Mayweather. No dio a De laHoya la paliza que deseaba y se

conformó con ganar a los puntos. Unapelea apretada. Pero la ganó.

En el décimo asalto llamó Tano.

Demasiado tarde para venir a casa yver juntos el combate; solamentequedaban dos asaltos.

—Tano, chico, no jodas, ¡estoy

viendo un combate! —dije riendo—.No quiero perderme el final, te llamocuando haya ganador...

—Paco, no me falles, mulato demierda —respondió—. Es muyimportante, necesito hablarte con

urgencia...—No sé, Tano... Después... —era

raro, él nunca hablaba así—. Venga,¡te llamo cuando termine el combate!—dije, y colgué.

Luego, lo olvidé. Cuando faltaban veinte segundos

para el final, De la Hoya se tambaleóal recibir un derechazo que terminócon una andanada de golpes. Supe,sin esperar el veredicto que, pese alabucheo de los dieciséis milespectadores, los jueces darían

ganador a Mayweather. Y, comosiempre, al final quedaría la alegríadel vencedor y la tristeza delvencido, aunque, en este caso elperdedor, el mejicano-estadounidense De la Hoya, sellevara una bolsa de veinticincomillones de dólares.

Entre tanta sensación conocida,

victoria, derrota, lágrimas de alegríao de tristeza, recordé que debía haceralgo. Sin palabras, pregunté a lassombras de mi cabeza, deseandoacordarme de lo que se me escapaba.

Miré los papelitos amarillos pegadosen el espejo del cuarto de baño y enel frigorífico, agendas diarias deldesmemoriado, pero no vi nadapendiente. No obstante, algo se meolvidaba.

Mi memoria estaba más vacía que

el orinal de un prostático. Blanca yvacía, no sé por qué. Parecía uno deesos muebles con muchos cajonesabiertos que, día a día, vancerrándose. De uno en uno. Porque lamemoria no desaparece poco a poco,difuminando lentamente los

contornos de los pensamientos yrecuerdos; no… De pronto, eliminaselectivamente, como el borrador enla pizarra, la tecla del ordenador olas hojas del almanaque quedesaparecen dando paso a otras quese esfumarán mañana. ¡Zas!, blanco.Y después, el salto del blanco alnegro: la nada. Ni siquiera lapercepción de haber perdido algo;una anécdota menos, una emoción, unquerer. Sólo queda la sensación deque, al igual que la memoria, la vidase pierde y uno va muriendo poquitoa poco.

—¿Qué coño estoy olvidando? —

pensé. Porque preguntarme, cierto que me

preguntaba concienzuda,desesperadamente. Sin embargo, lasrespuestas no siempre erandefinitivas. A veces me venían sinorden, abruptamente, como un chorrocaudaloso. Otras, sin saber por qué,llegaban deshilvanadas. Quizá,porque entre pregunta y pregunta, noera raro que pasara momentosdivagando. Vamos que, pese a mi

voluntad, a ratos me quedaba enBabia.

Tengo que recordar. Debo

pararme a pensar y recordar. Elmédico dice que me convienehacerlo, que es un buen ejerciciopara mí. Así que, además detragarme las medicinas, también lehago caso en esto. Pensar. Recordar.Para no olvidarme de ser yo.

Hubiera preferido ir abajo a jugar

la partida pero mis compañeros dedominó aún no estaban jubilados y no

la echábamos todos los días. Por esome quedé, sentado ante misrecuerdos, mis trofeos y mis fotoscon los puños en alto, preguntándometodo lo que uno se pregunta cuándopiensa y que jamás me hubierainquietado de no tener que entrenarmis neuronas por prescripciónfacultativa.

¿Existe Dios? ¿Serán putas las

vecinas que reciben tantas visitas?¿Tendrá que ver el calentamientoglobal con lo cachondo que estoy?¿Ganará la liga el Real Madrid?

La primera era fácil de responder.

Si existiera Dios no consentiría todaslas putadas de este mundo: bombasque destrozan niños en guerrasabsurdas, piedras que lapidanmujeres indefensas ante elfanatismo… incluso, podría haceralgo para que el “euromillón” no letocara siempre al más cateto. EseDios bondadoso tampoco toleraríalas enfermedades ni que yo, un viejocampeón y un buen hombre, perdierala memoria algún día. Las otraspreguntas, tenían difícil respuesta.

Pero debía concentrarme.

Necesitaba recordar para no olvidar,para seguir siendo. Preguntarme a mímismo, una y otra vez,continuamente, sin parar, para atraerlos pensamientos y recordar quécoño tenía que hacer ahora.

Pensar, me recomendaban,

siempre ayuda. Aunque, a ratos, yo ledaba un respiro al coco porque, a miedad, tampoco iba a convertirme enfilósofo. A veces se necesita unasacudida para liberar la mente y que

los pensamientos afloren, decían. Sies que hay algo pensado, gruñía yo,porque no deseaba engañarme coneso. Si había algún jodidopensamiento en mi cabeza, bien; y sino, también.

Todo el mundo opina que pensar

es un gran mérito. —Pero, realmente, ¿tienen tanto

valor los pensamientos? —mepregunté por milésima vez.

Me gustaría saber en qué piensan

los burros cuándo los dejan atados alsol y se les pone la verga tiesa.Serían pensamientos muy elevadospara conseguir erecciones de esetamaño; elevadísimos, para que seles ponga tan dura. ¿Existiría un cielopara burros y estarían pensando enél? ¿Sería el mismo cielo al que ibala gente corriente?

Supongo que no porque cuando yo

pensaba en el cielo no meengorilaba (4). No, ciertamente nodebía ser el mismo porque,evocándolo, yo me aburría y los

burros se empalmaban. Pero, ahora, no se trataba de

pensar sino de hacer memoria. Comoel minero que busca oro cribando elrío con un cedazo, tenía queescudriñar mi cabeza en busca de undetalle perdido. Lo hacía respirandolento y hondo, despacio, sinapurarme; no tenía prisa, sólo unvago deseo de obedecer, desatisfacer a médicos y familia, dealcanzar la complacencia del debercumplido, del trabajo bien hecho.Porque, en definitiva, escrutar los

oscuros recovecos de mi cabeza enbusca de ese detalle escondido eracuestión de paciencia.

A menudo, tanta introspección me

agitaba. Mi respiración seentrecortaba y me faltaba el airecomo si boqueara bajo un inmensomontón de trigo o encerrado en unataúd bajo tierra. Cuando estoocurría, aparecía en mi boca, ungustillo metálico que medesasosegaba, impidiéndome pensar,haciéndome sentir mal y dejándomesin aliento. Entonces, hallado o no lo

que buscaba, debía interrumpir lasucesión de fotogramas quevertiginosamente desfilaban por micerebro.

Al cerrar los ojos y poner mi

cabeza en marcha surgían un alborotode fantasmas, de sueños e historias.Pero, los fantasmas me asustaban,soñar me parecía cosa de mujeresrománticas y nunca supe apreciar lashistorias. Así que, bañado en sudor,confundido y sabiendo que hacía mal,intentaba cerrar mi mente a labúsqueda. Pero tampoco era la

solución. Al final, lo sabía porexperiencia, si conseguía perseverary encontraba lo perdido, me producíatanta alegría como recuperar lasgafas o las llaves siempreextraviadas cuando las necesitaba. Y,hoy era uno de esos días. Conseguísuperar el susto y lo encontré. Aquelcajón de la memoria aún no se habíacerrado.

—¡Sí, coño! Tano. El cabrón del gitano me había

llamado durante el combate y tenía

que devolverle la llamada. ¡Eso era!,recordé satisfecho por haber resueltoel problema. Inspiré a fondo,desapareció el mal sabor de boca yregresó la calma. Ahora sabía qué seme había escapado durante este rato,qué tenía que hacer. Lo difícil estabasolucionado. Llamar era fácil.

Mi amigo se llamaba Cayetano,

Tano y era un hijo de siete fraileshermafroditas y de una monjamenopáusica; un jodioporculo al quehabía que encerrar dos veces al añopara calmarle el delirium tremens, el

ataque de paranoia o las ganas dematar a alguien.

Ahora se había aplacado algo

gracias a la edad y a su noviaporque, no en balde, tenía casi 64tacos muy trabajados y una rararelación, o lo que cojones fueraaquello, con una militar llamadaÁfrica.

Lo conocí en 1964, cuando yo

estaba muy arriba en España. Él erauno de esos admiradores queaparecían alrededor de todo

boxeador, torero o flamenco de éxito.No sé cómo, se coló varias veces enlos vestuarios para saludarme, conrespeto, entre cuidadores, managers yotros seguidores, amigos del olor asudor y linimento.

Después vino a buscarme al

gimnasio y hablamos; el hijoputa meemocionó con su historia y me pidióque le enseñara a pelear. Tomamosunas cervezas, luego unos bocadillosy, cuando acabamos con unas copas,supe que aquel tipo siempre sería miamigo. A pesar de todo. Pese a ser el

mejor y el peor hombre del mundo, elmás valiente y el mayor cobarde,sincero y mentiroso, traidor y leal.Aún así, o quizá por eso, fuimosamigos.

Conmigo fue buen amigo, muy

bueno. Solidario y generoso.Protector de su gente aunque ésta secontase con los dedos de la mano deun manco. Y era valiente, más quevaliente; era un hombre con doscojones, cabal, de los que se vistenpor los pies.

También fue mezquino, egoísta,racista, déspota y cobarde. Nadaimportó. Siempre le perdoné cuandovino a mí, arrepentido, humilde.Cuando necesitaba ayuda la pedía sinhablar, en silencio, mirándote a losojos; o peor, a grito limpio y dándotede hostias si no le entendías. Con élhabía que intuir rápido porque si note daba la espalda y te mandaba atomar por culo. Tanto si venía apedir como a dar. Daba lo mismo. Oadivinabas o desaparecía cagándoseen tus muertos.

Tano era una fiera, un animal deojos como ascuas con las costillasmarcadas por un hambre eterna desuperviviente; era un puto lobo, y aesos no se les amaestra para que tetraigan las zapatillas.

Un sesentón muy bien construido,

con una excelente genética heredadade sus ancestros gitanos. Desdeluego, hubiera sido una pena que losnazis incineraran en Auschwitz esoscojonudos cromosomas suyos.Aunque luego, él, no fuera capaz deengendrar un hijoputa a quien

legárselos. No demasiado alto, tenía un

cuerpo delgado y fibroso pornaturaleza; nada de gimnasios ydietas hiperprotéicas, inclusocomiendo mierda, bebiendomatarratas y sin levantar el culo delsofá, el cuerpo de Tano pareciósiempre el de un gladiador. Mi amigotenía el cabello corto y canoso, barbarapada y tan blanca como el pelo y,como resultado de mil crucescentroeuropeos, una nariz grande yrota por la práctica del boxeo. Ojos

inquietos, en constante movimiento,del que ya lo ha visto todo. Y,firmando su cara, una sonrisaindefinida, mitad mueca, mitaddescarado alarde de cinismo.

En las duchas-cueva del gimnasio

atraía a los chasers (5) en busca deosos y lobos (6) violentos y duros.También a las musculocas (7)

pichadulces que pasaban el ratodejando caer el jabón y agachándosea recogerlo por si alguien, al ver susnalgas depiladas, desea abrirles elmaletero. Manos y pies pequeños,

perfectos. Desnudo bajo el agua lucíauna cintura estrecha, vientremusculado y muslos poderosos, máspropios de un treintañero atlético quede un tipo deslizándose a toda hostiapor la pendiente de la tercera edad.

Siempre vestido con ropa cómoda

y barata de grandes almacenes omercadillos pero que en él, colgadade sus anchas espaldas, adquiría, noelegancia, que sería mucho decir,sino algo parecido a la dignidad.Poco sensible al frío y al calor,nunca había gran diferencia en su

vestuario, fuera verano o invierno. Un hombre. Uno auténtico. Bueno

y malo. Capaz de ser un santo y uncabrón. Con un cuerpo de modelo deanuncio de colonia, como el de esostipos que corretean por las playascon el torso desnudo. Un hombre conmirada de animal y que, a veces,cuando no se lleva bien con elmundo, rehúsa avanzar y se clavabade manos como hacen los caballospara no saltar un obstáculo que lesdesagrada. Ese era Cayetano, Tano,mi amigo gitano, salvado por un

milagro de las cámaras de gas y loshornos crematorios de Auschwitz.Uno de esos hombres que si tiene queescoger prefiere hacerse enemigos yque por eso no goza de demasiadassimpatías.

No respondía nadie en casa de

África. Hoy no estuve ágil y ya habíadesaparecido.

(1). Aturdido, mareado, sin aire,lento de reflejos, al borde de perderla pelea.

(2). Categoría por peso en el boxeo,wélter desde 63 hasta 66 Kilos.(3). Abrazarse o cogerse losboxeadores entre sí para evitargolpes o descansar.(4). No me excitaba sexualmente.(5). Cazadores, ligones gays.(6). Hosexuales viriles.(7). Mariquitas de gimnasio

Capítulo 3

Llamé una y otra vez y, mientrasesperaba respuesta, continuérecordando. Mi nombre es PacoEscorpión Dávila. Fui campeónPanamericano de pesos wélter y, mástarde, me robaron el campeonato deEuropa. Después, trabajé en lostalleres de una multinacional de lacomunicación. Allí vi cómoasesinaban el boxeo periodistascobardes que nunca se hubieran

enfrentado en un ring con otrohombre igual a ellos. Años despuésme jubilé y me dedico al dominó,ayudo en una ONG y paseo con mimujer quien es, por cierto, unanegrita que cocina como enCartagena de Indias. Hoy vivo feliz.Sereno. Sufro principio deAlzheimer.

Guardé buenos amigos de mi

época de boxeador aunque, inclusoentre aquellos a quienes me enfrentéal llegar a España. Siempre tuve queaguantar bromas sobre uno de los

mejores, un campeón ecuatoriano delque decían que era mi amigo porque,al ser sordomudo, ni me escuchaba nipodía hablarme. Bobadas. Duranteaquellos duros años de laemigración, los sesenta y setenta,España produjo gran cantidad deboxeadores, algunos de ellos,excelentes. Sombrita, Fred Galiana,Miguel Velázquez, José Legrá, KidT… Todos amigos, todos valientes ybuena gente. Grandes compañeros.Yo, mulato colombiano, orgullo deCartagena de Indias, estuve entreellos. Con los mejores.

Se hicieron algunas películas de

boxeo como Cuadrilátero, con JoséLegrá, Urtain, El rey de la selva… oasí, El marino de los puños de oro,protagonizada por Pedro Carrasco yotra, cuyo título no recuerdo, en laque se narraban historias deboxeadores españoles, sobre todo ladel campeón europeo Fred Galiana.También viví aquello.

Pero la que a mí más me gustaba

era Epílogo, una película de GonzaloSuárez protagonizada por Charo

López, Paco Rabal y José Sacristán.Ellos, los actores, por muy buenosque fueran, me importaban un carajo.Yo sólo tenía ojos para Charo. Erabellísima y no podía evitar volver aver la peli una y otra vez. Imaginabaque a ella le encantaría ser adoradaaunque fuera por alguien tan vulgarcomo un boxeador colombiano bajitoy en mi ilusión sufría si ante mispiropos, se reía sarcástica, conbrevedad, con aquel sonido gutural,tan hondo y sensual, que brotabadulce y seco de sus adentros;después, me imaginaba en el lugar de

uno de los actores, y ella detenía enmí sus ojos deslumbrantes y merozaba la cara con las yemas de losdedos.

—Estás gracioso con ese buzo de

tirantes. Tienes pinta de travieso.Adiós, Escorpión, cuídate —

decía, con un mohín voluptuoso. Lo mismo me decía en mis

fantasías la dueña de la tienda dechucherías, Flo-Flo, la puta a la queun boxeador español chuleaba en lapelícula y que se reía tanto conmigo

que un día tuvo que escurrir lasbragas. Pero sonaba mejor cuandome lo decía Charo.

Nunca hice películas. Sólo boxeo.

¡Qué más hubiera querido yo queabrazar a aquella hembra! Recuerdola escena en que el boxeador querondaba a Charo en la peli se plantóante Martillo, el otro púgil que, en laficción, le despojaba injustamente eltítulo.

—Deseo boxear contigo, Martillo,

hasta que uno caiga y no pueda

levantarse –le retaba. Esta frase me encantaba y yo la

imitaba todos los días ante el espejo.El rodaje tuvo que ser divertidoporque el director les hacía saltartapias y tirarse de trenes en marcha.

Lo que más me gustaba ver era la

pelea final en la playa.Intercambiaban golpes con el aguapor la cintura, y, al final, se veía quelos guantes y el calzón les pesabancomo el plomo. Pero, por fin, ¡Dioses justo!, el boxeador enamorado de

Charo le metía tres manos perfectas:un directo de izquierda (1) a la bocacon todo el impulso de la cadera, delhombro y del giro del cuerpo; uncrochet (2) paralelo al suelo queexplotó en la nariz y un gancho dederecha (3) que levantó un palmo sumandíbula. Y dejándolo tirado en laarena, se alejaba victorioso acontraluz, caminando por la playa alatardecer. Rodar tiene que ser comosentir de nuevo los aplausos delpúblico, como cuando ganaba unapelea allá en mi tierra natal.

Esta película se la hice ver a Tanomás de cinco veces. Comentábamosel papel del boxeador que hacía dechulo porque algunos preparadoresrecomendaban a sus pupilos que sededicaran al macarreo pararedondear sus ingresos; él ponía carade asco y yo también. Nunca viví delas mujeres. Sin embargo, Tano meadvertía que, cuando me acostara conuna mujer, llevase limpia la muda yfuera recién duchado, con calcetinesnuevos. Debía verme algo guarrillo,no sé por qué. Quizás darmeconsejos era su forma de pagar mis

enseñanzas de boxeo. O simplementeera un canalla respetuoso con lasmujeres, lo que no le impedía vivir acosta de sus novias.

Nunca chuleé a ninguna aunque

tuve ocasiones, aquí y también enCartagena de Indias, hasta que mecasé con mi negra. El sudor y losgolpes siempre han calentado a lasmujeres y supongo que seguiránhaciéndolo. No fui un santo, pero,nunca me gustó sacarles la pasta.Tampoco pagar. Entonces ganabamucho dinero pero vivía con

sencillez. Compré una casa para mimamá y el resto lo administró lanegra palenquera que ahora es mimujer. Otros boxeadoresdespilfarraban en una noche lo queganaban en meses de sudar sangre endoce asaltos a cara de perro.

Marqué de nuevo. Nada. ¡Jodido,

Tano! Estaba preocupado, aunque nohabía por qué. Después de todo,aquel hombre podía sobrevivir alataque de cien terroristas locoscargados de explosivos hasta loshuevos. En realidad, Tano no era un

enfermo, ni un drogadicto, ni unborracho, ni un malvado. O sí, eratodo eso pero, al mismo tiempo,también alguien que nunca se sintiósano y que, inconscientemente,deseaba enfermar o morir para huirdel horror del que vino y del infiernoque fue su vida.

Porque los hombres sólo logran

ser buenos cuando los ha triturado lavida; cuando los años han mordido adentelladas sus sueños, sus ilusiones,sus deseos y su salud; entonces sí.Antes no, porque la vida es un

proceso curativo que sólo te mejorasi no te ha matado antes. De esecrisol de sufrimiento es de donde, nosiempre y generalmente en lamadurez, surge la bondad. Pero, esdifícil ser bueno, ser humano. Lohabitual es ser un auténtico cabrónaunque, incluso para eso, se necesitaun duro aprendizaje. Él habíalogrado algo que no está al alcancede todos. Ser bueno y, al mismotiempo, un cabronazo tan grande que,de apuntarse a la Legión, los noviosde la muerte habrían desertadoespantados.

Tuvo buena escuela en Auschwitz-

Birkenau. Según la doctrina nazi, losgitanos también eran genéticamenteinferiores y estaban destinados aseguir el mismo camino que lainfrahumana y fétida raza judía.

Llegó al lager (4) siendo un bebé

de meses, acompañado de su familia.Su madre y su hermano murieronpocas horas después de llegar. Supadre nunca supo que el pequeñosobrevivió. Él también murió en elcampo, según consta en los perfectos

archivos nazis. A cambio de cuatrodiamantes que su madre ocultaba enla boca, un preso español, kapo delos sonderkomandos (5), salvó aTano de la cámara de gas. Curtidopor la supervivencia del campo, fuesu salvador entonces y su padreadoptivo después. Su ángel y sudemonio.

Por fin, descolgaron el teléfono.

Era África, la extraña novia de Tano.Estaba nerviosa, alterada. Dijo nosaber nada de él, y que le dejaría unanota para que me llamase. Colgó.

Ella era superuniversitaria y militarde la Guardia Real. Tano me confesóuna noche, borracho y con muchosecreto, que ella trabajaba comotécnico operativo y de inteligencia (6)

en los servicios contraterroristas. Enel CNI (7), o algo así. Según miamigo el gitano, había seguido cursosen Langley (8) y hablaba árabe ybereber. Viajaba a menudo a lospaíses del Magreb (9) y Tanoafirmaba que su trabajo consistía enorganizar los CampeonatosDeportivos Militares de España y lasCompeticiones Internacionales de los

Ejércitos Mediterráneos. Desdeluego, si era militar, pisaba loscuarteles menos que un mujahidin(10) las charcuterías. Evidentemente,era una espía o agente o como coñose llamen. Así era Tano, capaz dedelatar estúpidamente a su novia contal de prolongar una cena y retrasarel hecho de enfrentarse solo alpánico de sus noches de insomnio. Ysi me lo decía a mí, también podíacontárselo a cualquier cabrón al queesa información le sirviera para algomalo.

África tenía el pelo color caoba,con un reflejo natural, no ese rojopapagayo de las progres de ahora;ojos verdes, nariz recta y respingonaen la punta, boca ancha de labiosbien dibujados, siempre pintados derojo intenso y piel muy blanca ytraslúcida como la porcelana china.Era una falsa flaca, alta, con manosde dedos fuertes y venas marcadas ypiernas interminables con músculosdefinidos perfectas para medias ytacones; sus tobillos, finos y frágiles,parecían quebrarse a cada paso,incapaces de soportar el peso de su

cuerpo. Caminaba con la mismaligereza de algunos boxeadores quese deslizan sobre el ring como sitemieran que al pisotear la lona sefuesen a romper sus piernas.

La conocí poco y, la verdad, nunca

comprendí por qué aquella hembraperfecta soportaba a un piojosomedio trastornado como Tano. Nuncasupe si alguna vez se habíanplanteado abiertamente que vivían endos planetas diferentes y que les eraimposible alcanzarse. El gitano medijo que amarla era como tirarse a un

río de lava y encontrar debajo unaprofunda corriente de agua helada,como hundirse en hierro fundidopara, finalmente, sentirse aterido.Vamos, que era más fría por dentroque caliente por fuera.

Un día Tano llegó a mi casa

sobreexcitado. Intenté calmarle y,ante un ron, me contó, remontándoseen el tiempo, que cuando vivíanjuntos ella quedó embarazada yabortó. Perturbada, se empeñó encreer que Tano, mosqueado, le habíaadministrado hierbas abortivas en las

infusiones como una especie demaléfico curanderismo gitano.Aunque era una mujer del siglo XXI,nadie pudo convencerla de locontrario. Cuando superó ladepresión, se arrepintió de haberdudado. Se llamó racista e hijaputa,le pidió perdón humildemente ysiguieron viviendo juntos en su pisode Lavapiés. Entre ellos ya noquedaba nada de la antigua pasión,que sustituyeron por complicidad,amistad y ternura; ella le teníacomechado (11), le cuidaba para queno se convirtiera en un sin techo.

Yo no salía de mi asombro

pensando cómo una mujer joven yaudaz, tan jodidamente intelectualque no tenía ni un solo libro deadorno en su biblioteca, pudo caer enesos prejuicios paranoicos. Tanodecía que era cosa de las hormonas,que las de ellas son diferentes.Quizás mi amigo tuviera razón y setratara de eso, pero yo pienso que losdos estaban algo perturbados, cadauno por un motivo diferente: ella porsu doble vida y él por recordar elinfierno del que venía. Nunca más

durmieron juntos. Yo ni se lomencionaba porque mi amigo secagaba en todo si se tocaba el tema.África, tras una etapa de confusofolleteo indiscriminado, trasladó suafecto platónico a una preciosamorita de la que no se separaba.Asmah, una rifeña orgullosa de susantepasados bereberes, pero tristepor pertenecer a un país sojuzgadopor Marruecos.

—En mi tierra los hombres son

hombres y las mujeres, mujeres,decía.

Durante un desayuno, Tano,

furioso porque África hizo más casoa su nueva amiga que a él, montó elnúmero. Quizá tenía una resacaatómica de garrafón, o lasalucinaciones desatadas y no habíatomado la medicación, y la lió.

La vecina de abajo amaba a un

gato siamés bastante cabrón. El bichose escondía en el rellano de laescalera y cuando el gitano bajaba, lajodida bestia saltaba a morderle lostobillos y arañarle con el lomo

arqueado y ojos de odio. Mi amigoestaba hasta los cojones, y un tipo tanmalo como él, cabreado, espeligroso. Así que ese día bajópreparado y cuando el animal saltó,él se giró y, en el aire, le dio unapatada y lo estampó contra la pared.La bestia cayó atontada al suelo.Entonces, él se acercó y le aplastó lacabeza con el tacón. Maulló elanimal mientras crujían sus huesos.Tano se restregó el zapato en elfelpudo.

Asmah fue la siguiente en bajar.

Iba con los periódicos viejos y, alver el cuadro y sabiendo lo que lavieja quería al animal y que ademásera una tocahuevos, ocultó el cuerpodel delito que acabó en el contenedorde reciclaje de papel. Así, según lecontó a África, se convertía encómplice pero evitaba las incómodasacusaciones. No había cuerpo, asíque no había delito. Cuando la viejaechó en falta al minino y lo buscaballorando por las escaleras, Tano,fingiendo asombro por ladesaparición, dio otra vuelta detuerca a su venganza.

—No lo busque más, señora, a ese

pobre animal se lo ha comido algunode los chinos del barrio —dijopensando que los animales leatacaban porque intuían que erapeligroso.

Su novia estuvo a punto de ponerlo

de patitas en la calle pero,finalmente, se apiadó de él una vezmás. África, ocultándose tras unasonrisa fría, calló, quizás porque aella tampoco le caía bien ni la vecinani su asqueroso gato. Desde aquel

día Asmah dejó de hablarle. Miamigo me decía que era porquedesconfiaba de él, y yo pensaba quela morita rumiaba si no sería ella lapróxima.

Mientras tanto, el tiempo pasaba.

Llegaron a casa mi mujer y mis hijos,cenamos, vimos una peli y todos sefueron a la cama excepto yo, queseguía intentando ponerme encontacto con mi amigo; pero ni el fijoni el móvil respondían.

(1). Golpe recto y potente,generalñmente de izquierda y másfuerte que el jab que sólo trata decontener al adversario.(2). Es un golpe lateral dirigido alrostro del rival.(3). Golpe de abajo arriba buscandoel mentón del adversario.(4). Campo de concentración yexterminio.(5). Grupos de trabajo escogidospor los SS y formados pordeportados iguales a quienesayudaban a gasear e incinerar.Cuando se extenuaban o se volvían

locos a su vez eran exterminados.(6). Los técnicos operativosconsiguen la información y lostécnicos de inteligencia la analizan.(7). Centro Nacional de Inteligenciade España.(8). Sede de la CIA, Agencia Centralde Inteligencia, en Virginia (USA).(9). Marruecos, Argelia, Túnez yLibia.(10). El que se esfuerza, el guerreromusulmán. El terrorista.(11). Término usado por AlfredoBryce Echenique que significamantener a alguien a sábanas y

manteles.

Capítulo 4

Aquella noche, cada vez quellamaba, el jodido Escorpióncomunicaba. El fijo siemprecomunicando y en el móvil saltaba elbuzón de voz. Sabía por experienciaque el boxeador nunca escuchaba losmensajes. Se hacía la picha un líocon la tecnología celular, con losmensajes y los buzones y, cuando oíasonar su móvil pensaba que era elteléfono del vecino.

Mientras insistía recordé que, a

menudo, había seguido a Asmah paraver si se la pegaba a mi África conlos moros y así poder malmetercontra ella, delatarla. Además,quería saber si estaban liadas yguardar una baza, porque un poco deegoísta mezquindad, de bajezamachista, nunca ha matado a nadie. Ymenos, a alguien como yo. A Tano, elgitano. En cualquier caso, lossentimientos, creencias y códigos, labondad y el honor, no son dogmasuniversales. Cada uno sobrevive con

los suyos como puede. Y mi forma devivir era una jodida vorágine deautodestrucción, un vertiginoso viajede ida y vuelta, en caída libre, desdeel abismo hasta el infierno. En estepunto para qué hablar de lealtad.

Cuando mi novia decidió que ya

no podía volver a meter mi culo ensu cama, lo entendí. Me gustaba, y sipudiera querer a alguien, sería a ella,pero desde que dejamos de hacer elamor me sentí liberado, y creo queÁfrica también. Tampoco me importódemasiado. El caso era que me

permitiese seguir junto a ella, a lavera de su calor de hembra. Despuésdel aborto, el folleteo ya nofuncionaba. Sólo nos teníamos uninmenso cariño salpicado porcolosales peleas. Al final, losinsultos nos agotaron y paramos.

Endlösung (1). La solución final.

Esta palabra cambió mi vida y la demillones de judíos, gitanos,homosexuales, discapacitados ydeportados de diversos pelajes. Loreferente a todos ellos, su esclavitudinfrahumana y sus atroces muertes,

me importó siempre un carajo. Pero,a mí, porque sobreviví, los nazis mejodieron la vida. No esautocompasión. Mi familia murió,junto a miles de gitanos, nada másllegar al campo de exterminio deAuschwitz, en Polonia. Mi padreadoptivo me contó que fue en agostode 1944 y que llegamos al campo enun tren procedente de algún lugar deCentroeuropa. Yo era un bebé deapenas un año y si hubiera muertoallí con ellos ni siquiera habríatenido miedo.

Mi adoptador era el único españolde Auschwitz. Nunca supe porquéllegó del campo de Mauthaussen y lonombraron responsable del barracón.Se hizo cargo de mí a cambio decuatro diamantes que le dio mimadre. Juró salvarme. Mi hermanoera demasiado grande paraesconderlo y mi madre sólo pudocomprar mi vida a las puertas de lacámara de gas. Ella murió aquellanoche, y mi hermano también. Mipadre tardó algo más en morir.

Ignoro gracias a qué villanías los

nazis hicieron kapo a mi padrastro,lo que, desde luego, decía bien pocoen su favor. Se arriesgaba a serincinerado vivo por los SS si ledescubrían ocultándome, pero en elcampo se moría todos los días ycuatro diamantes compraban muchavida. En el lager, la única razón de laexistencia era sobrevivir mientras lagente moría a miles a tu alrededor.Vivir un día más, y otro y, si eraposible, aún otro más a cambio de loque fuera, porque no se sobrevive sinpagar un precio, cualquier precio.Esto lo saben bien los que escaparon

con vida. Por eso callan. La muerte era lo habitual en

Auschwitz, lo insólito era la nocheen que nadie fallecía en el barracón.Según mi padrastro, muchos laenfrentaban con alivio porque morirera mejor que continuar viviendoaquella existencia espeluznante.Palmar, era tan normal, comorespirar o mear. A nadie extrañaba.

En mi caso, cuando ya me

zarandeaba con los colmillosclavados en mi cuerpo, la muerte

aflojó sus quijadas y me dejó vivir.Pero, en otros, cuando un alemándescubría un bebé escondido entremontones de ropa, la muerte, enforma de bayoneta nazi, le hincabalos dientes atravesando su cuerpecitoberreante. Quizá el alma de mimadre, volando en cenizas sobreAuschwitz, vigilaba para que yoviviera, pese a ser sólo un trozo decarne indefensa. Mi padrastro,aunque no era un caballero, cumpliócon su promesa de cuidarme.

Hoy comprendo que era un hombre

voluntarioso pero con un cerebro detan pequeña cilindrada que siemprelo mantuvo fuera del podium de losGrandes Premios. Quiero decir delNobel y todo eso. Tal vez por no serEinstein pudo ser kapo y vivircebando los hornos crematorios concarne humana. Quizá eligió salvarmepara redimirse. Otro más inteligentese habría guardado las piedras y mehabría arrojado a las llamas sintentar la suerte.

¿Cómo me mantuvo con vida hasta

la liberación? Organizando (2). Una

vez pasada la selección (3), compróla voluntad de una familia gitana (4)

para que me ocultaran entre ellos.Eso costaba dos raciones de pandiarias, una para el kapo del block (5)

y otra para los gitanos. En laAlemania nazi sólo había una cosapeor que ser judío, homosexual ocomunista: ser las tres cosas a la vez.Pero todavía era peor ser gitano, asíque una ración diaria de pan porcuidar otro niño pareció a la familiauna bendición del cielo. Sin saberdónde iba a conseguirla, compró lasprimeras veinticuatro horas de mi

nueva vida entregando su ración y lade un penado al que quitó a golpes laque llevaba en la mano. Ese díaestaba pagado.

Más tranquilo, se dirigió al Este

del campo, al Ka-Be (6), ochobarracones enfermería de donde sesalía curado o hacia la cámara degas. Mi padrastro dominaba el artedel regateo y la corruptela y era unmaestro suplicando y esquivandopeligros. Allí, en el block 23, teníaun buen amigo, uno de los médicos.Un judío polaco, con una impecable

bata blanca sobre un traje rayadotambién nuevo. Cosidos en la bata, sunúmero y la estrella de David. Mipadrastro me contó que el médico,orondo y mofletudo, sin el traje depreso hubiera pasado por alemán.Trabajar bajo techo (7) y organizar lepermitían una dieta de las quedistinguían a los famélicos de lossatisfechos y, cubiertas susnecesidades, se dedicaba aespecular. El polaco fiaba lamercancía a mi padre y luegorepartían beneficios.

De la enfermería salían cosas queeran tesoros en el lager: vendas,alcohol, yodo, jeringuillas,pastillas… incluso leche en polvo ydrogas. Todo tenía un precio y, losque tenían con qué, lo pagabangustosos. Especialmente, losprisioneros ingleses, que no dudabanen cambiar relojes, gruesoscalcetines de lana, botas o lasmagníficas pellizas de los pilotosfallecidos, por medicinas y artículossanitarios. Un inglés cambiaba sureloj de oro por dos vendas. Uncocinero del campo recompraba el

reloj pagando por él una marmita decuatro raciones de potaje del fondode la olla (8) y un litro de lechedurante tres días. Mi padrastroentregaba al médico dos raciones depotaje y medio litro de leche. Él secomía una ración y cambiaba la otraentre los prominenten (9). La lecheera para mí y mientras me la dabanestaba presente para que los gitanosno robaran ni una sola gota.

Por la ración de potaje extra, un

camarero alemán de los SS le pagabacon una botella de vino húngaro; el

camarero, comunista, era el chulo deuna de las muchachas polacas delFrauenblock (10) y le cedía a ella elpotaje. La muchacha, tan bienalimentada como todas las chicas alservicio de los Reichsdeutsche (11),regalaba la comida al kapo de sublock para que no la ocupara condemasiados hombres y dejara pasar asu novio sin el bono correspondiente.

Mi padrastro cambiaba el vino a

un bombero del campo por cuatroraciones de pan y un bote de leche enpolvo. Comía una ración, y después,

invertía las tres restantes en tabaco,trajes nuevos de preso, insecticida ojabón que, a su vez, eran cambiadospor joyas escondidas, buenascucharas, botones, agujas, mantas,sal, hilo, trapos para calcetines ytodo tipo de objetos indispensablespara vivir. Una testigo de Jehová,esclava doméstica de un alto oficialde las SS, le proporcionaba salsa detomate del que sobraba en los platosdel almuerzo. Él la cambiaba a losingleses por margarina o tocino conlos que seguir impulsando otrostrueques.

Un día mi padrastro sorprendió a

la gitana metiéndome los dedos en laboca para que vomitara la leche queacababa de tomar, quería dársela asu hijo. Eso no podía permitirse, ibacontra las leyes de la supervivencia,y mi padrastro, de un golpe degarrote, le rompió los dedos de lamano. Aquella fractura significaba lamuerte en la próxima selección.Después, me escondió bajo suchaqueta y me llevó al Ka-Be.

Entregó uno de los diamantes al

médico polaco y éste secomprometió a dejarme al cuidadode una joven a la que habíahospitalizado enloquecida por lamuerte de su hijo recién nacido.Imposible saber por qué azar deldestino o por qué cruel caprichonazi, ella salvó la vida en vez deacompañar a su bebé al hornocrematorio. Cuando preguntóllorando dónde llevaban a su hijo,señalaron la chimenea humeante y lerespondieron que los niños iban alcielo por allí. Cayó en un profundoestupor y no se movía ni hablaba,

sólo sonreía y como tenía subida deleche, su locura serena, se calmabacuando sentía un mamonceteagarrado a sus pechos. En laenfermería sólo podía estar tresmeses, así que, si no se recuperaba ycomenzaba a trabajar, seríaseleccionada. Pero, tres meses, eranuna eternidad en Auschwitz.

Si la incineraban, me alimentarían

con leche en polvo y me ocultaríanen un escondrijo bajo las tablas delsuelo. El médico podía sercondenado a morir en la horca por

ello, así que, cuando venía lainspección, el matasanos medrogaba. Quizá fue entonces cuandome aficioné a los narcóticos. Estuveescondido y sedado hasta que losrusos llegaron a 100 kilómetros deAuschwitz y los alemanes decidieronevacuarnos a otros campos enAlemania.

Tras dos rigurosas selecciones,

los nazis comenzaron a gasear a lossonderkomandos. Mi padrastro selibró sobornando a un suboficial delas SS encargado de confeccionar las

listas fatales. Tenía los días contadosy le suplicó que lo metiera en elprimer tren para Alemania; el alemánaccedió a salvarlo, gracias a otro delos brillantes de mi madre y al buenrecuerdo que guardaba de losespañoles de la División Azul (12)

junto a los que combatió en el Frentedel Este (13). Y, sobre todo, porqueno era ni judío ni gitano.

Salimos de Auschwitz el día 25 de

noviembre en un tren con el equipomédico, personal sanitario y heridosalemanes. Viajé, escondido en una

caja de cartón entre paquetes devendas, al cuidado del médicopolaco. Este servicio extra, ynombrar a mi padre y a mi nodrizaenfermeros, costaron otro de losdiamantes. Años después supe queamorrado a los pezones de la loca,no lloré ni vomité en todo el viaje.

El día 26 fueron gaseados y

quemados los últimos 200sonderkomandos y Himmler (14)

ordenó desmontar y demoler loscrematorios. Después continuaron lasmatanzas de prisioneros hasta la

liberación del campo.

En enero de 1945, comenzaron lasmarchas de la muerte (15) quelanzaron a casi cien mil prisionerosesqueléticos y extenuados por lasenfermedades, el hambre y el frío, acaminar bajo la nieve hasta lasestaciones situadas a 60 kilómetrosdel campo. Los que se rezagaban,caían y no podían continuar eranrematados a tiros por los guardias delas SS. Murieron miles y lossupervivientes sufrieron otro infiernopeor que el de Auschwitz para llegar

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hasta los trenes. La caminata bajo lanieve duró días. Sin comida, sinagua, sin ropa, enfermos y sufriendoterribles congelaciones, muchos delos prisioneros que alcanzaron lasestaciones murieron después en losvagones de ganado. Intentabanescapar porque se sabían tambiéncondenados por los rusos.

Nosotros fuimos los privilegiados.

Nos salvamos del exterminio enAuschwitz y evitamos las marchas dela muerte. Nos llevaron a Bergen-Belsen (16), donde el nuevo empleo

de enfermero de mi padrastro hizoalgo más soportable la extremadureza del campo, asolado por lasepidemias y abandonado a su destinopor los nazis en retirada. Durante unasemana, parecía que íbamos a morirtodos.

Aún así, mi viejo, yo y algunos

otros más, rompimos el maleficio;nos liberaron los ingleses en abril de1945. Fuimos de los pocos que nosalieron por la chimenea, con unbalazo en la nuca o que, diezmadospor las enfermedades acabaron en las

gigantescas fosas comunes. Mi amade cría, una joven atractiva y aún nodepauperada gracias a su anteriortrabajo en el Canadá (17), murióviolada por los kapos ucranianos queimpusieron el terror los últimos díasdel campo. Así me lo contó tiempodespués mi padrastro, mi salvador, yasí lo leí más tarde en los libros deHistoria. Pero esa no era toda laverdad.

(1). Palabra alemana con que losnazis denominaban al exterminio de

las razas juzgadas inferiores.(2). Término usado en el campopara significar los trueques, robos ycompra ventas destinadas a salvarla vida.(3). Procedimiento por el que losalemanes decidían quienes vivían ytrabajaban y quienes morían nadamás llegar.(4). Las familias gitanas, si pasabanla selección y una vez en el campo,eran las únicas que teníanpermitido mantenerse unidas.(5). Barracones de madera.(6). Krankenbau. Enfermería.

(7). Trabajar en un destino acubierto de las inclemencias delinvierno era una manera segura devivir más.(8). A los desafortunados les servíande la parte de arriba, la másaguada, dejando lo más espeso ysustancioso para los privilegiadosen el fondo de las perolas.(9). Los presos que tenían un buendestino: funcionarios, kapos,cocineros, enfermeros, guardias,camareros.(10). El prostíbulo del campo, elbarracón de las mujeres,

generalmente polacas.(11). Alemanes arios, presospolíticos o criminales. Porsupuesto, los judíos y los gitanos nopodían acceder al burdel.(12). En la 250 ª División deInfantería, al mando del generalMuñoz Grandes, lucharon en Rusiaunos 40.000 soldados españolesjunto a las tropas alemanas,francesas, italianas, lituanas,rumanas y letonas.(13). También llamado FrenteOriental, en el centro y este deEuropa. Allí murieron 27 millones

de soviéticos, 4 de alemanes y 6 depolacos, el 60% de todas lasvíctimas de la II Guerra Mundial.(14). Comandante en Jefe(Reichsführer) de las SS y Ministrodel Interior; encargado por Hitlerde la Solución Final aceleró elexterminio en los últimos días. Fueun pésimo general, se suicidó al serdetenido por soldados británicos.(15). Se estima que 15.000prisioneros murieron durante lasmarchas de evacuación desdeAuschwitz y los subcamposdependientes de él.

(16). Campo de exterminio situadoen la Baja Sajonia. Allí murió AnaFrank. Al entrar los ingleses habíacerca de 15.000 cadáveres sinenterrar y todo tipo de epidemias.La extrema hambruna que debieronsoportar los presos hizo que sedieran casos de canibalismo.(17). Llamaban Kanada a losbarracones donde los efectospersonales de las víctimas eranretenidos y clasificados para serenviados a Alemania. Por la grancantidad de comida, ropa, joyas ydivisas encontradas entre las ropas,

para los prisioneros, Canadá era elparaíso. El sistema corruptopermitía que, con riesgo, las presasdestinados a ese trabajo, pudierandesviar siempre algo con lo que“organizarse”.

Capítulo 5

Éramos libres pero, acabada laguerra, continuamos desahuciados.

Tras la victoria de los aliados

sobre los alemanes y la liberación delos campos, pagamos con miles demuertos el precio de las primerasalegrías. El contento de los demásporque mi viejo y yo, en cualquiercaso, éramos perdedores. Si alguiense hubiera cargado a Stalin y a

Hitler, nos hubiera ahorrado muchamierda.

Cuando liberaron el campo la

mayoría de los habitantes sólo teníahuesos y pellejo. Cadáveres con unhálito de vida. Los ingleses, siemprealtruistas, se frustraban intentandosalvar a miles de moribundos quefallecerían sin alcanzar la primaverade libertad que anunciaban suscuidadores.

A nosotros, menos esqueléticos,

nos llevaron a las carpas de

convalecientes donde nos hidrataroncon goteros. Los británicos, expertosen alimentar caprichosos animales decompañía durante generaciones,idearon una papilla muy líquida,hecha de leche en polvo y latas deverduras, que fue nuestra salvación.Poco después, mi padrastro comía ados carrillos el rancho inglés y yo, enbrazos de una robusta enfermerairlandesa que me adoraba, engullíaun puré cada día más espeso.

Montaron tiendas de campaña

donde los presos nos bañaban y

desparasitaban, armaron hospitalesde emergencia con ropa limpia ytrasladaron con gran cuidado a losinválidos para no desgarrarles lapiel, tan frágil como el papel deseda.

El tifus seguía haciendo estragos y,

salvo los goteros, poco podían hacerlos médicos por los infectados,porque la mayoría ni siquiera tragabalíquidos ni tampoco tenía músculosuficiente donde inyectar. A los quetenían algo de grasa entre losomoplatos se les inyectaba agua en la

espalda para hidratarlos. Trataban dealimentarlos con la papilla, perofamélicos, con tifus y disentería,incapaces de tragar un sorbo yatrozmente febriles, cada día moríana cientos. Otros morían por lagangrena de las congelaciones o porlas llagas infectadas producidas enlos pies por los zuecos de madera;los lavaban, se les aplicabanpomadas, los vendaban y repartíancalcetines limpios, pero seguíanmuriendo.

A nosotros, oficialmente padre e

hijo, pronto nos trasladaron a unhospital lejos del campo. Según mecontó mi padrastro, allí sedujo a unaenfermera veterana de las BrigadasInternacionales, para que nosincluyera en el primer convoy deexiliados que la Cruz Roja inglesacondujo a Gran Bretaña. Palabrasdulces, una promesa de matrimonio yun brillante, como prenda de amor,fueron suficientes para quetuviéramos una linda protectoracatólica y un precioso hogar enBoncath, un pueblecito de Gales adiez kilómetros de Cardigan. Allí,

entre campos y bosques de un verdorperfecto, vivimos varios años lostres, aunque aplazando siempre laboda por las absurdas mentiras de mipadrastro. Muchas mujeresprudentes, la inglesa entre ellas, secomportaron como insensatas durantela guerra. Pagaron un alto precio porhuir de la soledad, escogiendo ahombres quebrados, asesinos yenfermos, que las crujieron de dolor.Allá cada cual.

Mis primeros recuerdos de niño

son de aquel pueblo, de la casita

junto al molino donde ella vendía susmermeladas caseras. Los domingosrecorríamos infinidad de calas conplayas de arena y caminábamos porel borde del impresionanteacantilado sobre el mar. Arriba, uncielo borrascoso; abajo, un maragitado que olía a sal. De vuelta,jugaba sobre una manta de lana frentea la chimenea crepitante antes deacostarme en una cama perfumadacon lavanda. Creo que allí, entrearroyos helados, un jardín con rosas,dulces deliciosos y humo de leña, fuifeliz. Quizá la única vez en mi vida.

Luego comenzaron a discutir. Mi

padrastro decía que era por lacuestión de la boda eternamenteaplazada, pero mentía. Ella mequería y estaba horrorizada.Discutían por mí.

No se vuelve del infierno

ensalzando a Dios y cantando susalabanzas como un alegrepastorcillo, así que, cuando pudehilvanar dos pensamientos seguidos,comprendí que mi padrastro fue deaquellos que regresaron con una

brecha profunda en el alma. Unaherida purulenta, sin cicatrizar. Es lomenos que puede sucederle a quienha sobrevivido al infierno en latierra, a quien ha visto quemar milesde cuerpos gaseados, a una ingentemultitud de seres humanos aventadospor las chimeneas volando en cenizassobre los campos y tiznando conpartículas de hollín humano cadacentímetro de piel de los vivos.

Seguramente, allí dentro y cuando

salió, fue un perfecto hijo de puta. Oquizá lo fuese ya antes de entrar en

Auschwitz. Para mí la bondadhumana ha sido siempre algoincomprensible y, como todo lodesconocido, harto temible. Sinquerer ser suspicaz, en este mundolos buenos me resultan sospechososde cojones. Él era tan malo que pedíapermiso a Satanás para hacer algodecente.

Viví entre muertos y jamás he

podido librarme del olor a cadáverachicharrado. El de mi propiafamilia, asesinada la noche en queme quedé solo en el horror. Luego

aprendí a mentir, en Inglaterra.Observando a mi padrastro supe queengañando se consiguen cosas y,especialmente, que te dejentranquilo. No es verdad que mentirsea agotador; con la práctica se hacedivertido y hasta relajante, aunque,como en mi caso, se haga en defensapropia y finalmente ni uno mismoreconozca el engaño.

Desde que comencé a andar me

mantuve al margen. Intuitivamentehacía como los tres monitos, ver, oíry callar y, cuando por fin hablé, fue

para no decir una sola verdad, paramentir a triscapellejos. Por placer.Mentir, siempre mentir. Pordiversión, por ocultar lossentimientos o por salvar el culo. Megustaba tanto mentir que solíapreguntarme si mi madre me concibióde un político. Qué más daba si,además, me gustaba incluso cuandotodo era tan confuso que ni yo mismosabía si mentía de verdad.

Más tarde, buscando que le

agradeciera su protección, mipadrastro me describió con detalle

los horrores vividos en los campos.En cuanto fui consciente, aterrado,procuré olvidarlos sumergiéndomeen el disimulo. Mentir fue primerouna necesidad, después un actoreflejo y, finalmente una satisfacción.Uno de los pocos lujos que siemprehe podido permitirme.

Me llamo Cayetano. Mi padrastro

me llamó Tano porque rimaba congitano. Tano, brazo de gitano, decíariendo burlonamente sin que yoentendiera la gracia. ¿Por qué no medejó en Inglaterra cuando ella lo

echó de casa? Aquella mujer mequiso, me cuidó como una madre, yyo hubiera sido bueno y feliz conella.

Pero no tuve esa suerte. Nací en el

lado amargo de la vida, donde nadiedesea nacer. Mi niñez fue tan trágicaque es imposible adivinar por qué lamuerte renunció a mí al menos encuatro ocasiones antes de ponermelos primeros pantalones largos.Desde mi nacimiento hasta laliberación de los campos, cadaminuto de vida robado a los nazis fue

un milagro. Después, el hambre y lasenfermedades pudieron matarmevarias veces y, sin embargo,sobreviví. Quizá para odiar. Quizápara caminar siempre sobre el filopeligroso, solo, sin paz.

Desde Gales me arrastró a

Francia, a la Camargue, donde algúnamigo deportado le dijo que habíatrabajo arreando toros en lasmarismas. Huyendo de la enfermera,me llevó a vivir entre caballos,toros, bandadas de flamencos rosas ygitanos en uno de los paisajes más

bonitos de la tierra. Allí me confesóque yo era de raza. Fue en la romeríade Santa Sara, La Negra, patrona delos gitanos europeos.

No pudo aclarar nada sobre mis

orígenes porque no cruzó palabraalguna con mi madre cuando ella lecompró mi vida ante la cámara degas. Por otro kapo supo que ladocumentación del tren en el quellegó mi familia únicamenteespecificaba que se trataba de untraslado de cuatro mil unidades (1)

para el campo de Auschwitz-

Birkenau. Aquel kapo añadió haberoído a los SS que los deportadoseran gitanos. Y aunque no lo podíaconfirmar, dijo que parecían croatas,huidos a Hungría cuando lasmatanzas ustachas (2) y deportados,en julio del 1944, desde el ghetto (3)

de Budapest al campo de Auschwitzen Polonia.

Durante la romería observé

atentamente a los miles de familiasromaníes, sintis, gitanas y kalderash(4) llegados de todo el mundo parareunirse allí esos días. En ningún

caso sentí cercanía alguna ni la másmínima emoción por ninguno deaquellos grupos; estaba mucho másunido y me sentía más próximo a lamujer inglesa que me rescató de lamuerte. Pronto, me olvidé. Gitano. Alcarajo, con los gitanos.

En aquellos tiempos, siendo ya un

chaval, además de montar, cuidarcaballos y toros y aprender otroidioma, me inquietaban dospreocupaciones. La primera, corrertras las chicas de Saintes Maries dela Mer y la otra, la certeza de que ya

odiaba a mi padrastro. Pronto me volvió loco una gitanita

del pueblo, mi primer amorplatónico. Con sus coqueteos y susinnumerables y celosísimoshermanos, me atormentó unatemporada. Aquellas fueron misprimeras y últimas lágrimas de amor.Perseguir chicas era lo normal a esaedad en que, fuerte y crecido,despertaban mis instintos; tampocoera raro que, ya muchacho, meresistiera a mi violador.

Nací para convertirme eninfrahumano (5) y morir diluido en lanoche y la niebla (6), pero algo falló ysobreviví. No como un bebé sinocomo una rata primero y como uncerdito después. Pero viví. Esasombroso que la arrolladoramaquinaria nazi de exterminiotuviera un fallo tan estúpidoconmigo, pero así fue. Me salvó ladeterminación de otro ser humanoque puso en peligro su vida para queyo viviera, y por eso no lo matécuando crecí y comprendí quenuestros juegos no eran los

adecuados entre padre e hijo. Erananormales. O, al menos, no tannormales como él me hacía creer.

Un día, súbitamente, dijo que

debíamos marcharnos del pueblo;tras años viviendo allí salimos deestampida sin despedirnos de nadie.Ni de los patrones, ni de nuestrosamigos vaqueros, ni del maestro, nide los compañeros de la escuela.Hicimos las maletas y salimos acarajo sacado. Sólo pude escaparmeun momento para decir adiós a lagitana, declararle mi amor eterno y

prometer que le escribiría. No seconmovió demasiado. Aquella niñaera demasiado hermosa paraapesadumbrarse. Vivía para adorarsey aún desconocía el mal de amores.

Mucho tiempo después, una noche

de borrachera y melancolía, mipadrastro me confesó que habíamoshuido de Saintes Mairies de la Mer acausa de un pequeño incidentesucedido en el cine del pueblo. Unequívoco, un molesto malentendido,dijo, con un niño que se quejó detocamientos. Nunca imaginé a mi

padrastro rondando con un paquetede caramelos. Él buscaba laintimidad para ejercer su poder. Perocomo por aquel entonces yo ya menegaba a jugar con él, estabaempezando a hacerse peligroso.Jugar. Así llamaba a la monstruosasexualidad que me arrebató desdeniño.

Vinimos a España mezclados entre

los miles de emigrantes queregresaban desde Europa a pasar lasvacaciones. Mi padrastro habíarecibido en herencia una casita en la

Sierra de Cádiz y allí, en Alcalá delValle, nos establecimos. Pese a lacalidez de los gaditanos fue unchoque pasar de la libertad deFrancia e Inglaterra a la España de laDictadura, pero ambos éramossupervivientes, supimos callar yvivimos tranquilos en el más durofranquismo.

En la escuela pronto me

marginaron porque, para un chavalde entonces, hablar tres idiomas erauna extravagancia que irritaba hastaal profesor. El maestro era un

honrado y entusiasta falangista deeterna camisa azul y corbata negra,desconfiaba de nuestros viajes porEuropa y aprovechaba los recreospara castigarme de cara a la pared.Ante los retratos del Papa, Franco yJosé Antonio, y para erradicarcualquier posible contaminacióndemocrática contraída en elextranjero, se dedicó ingenuamente ainculcarme la Formación del EspírituNacional. Para su satisfacción, enpoco tiempo, aprendí a cantar loshimnos falangistas y recitaba el librosin equivocarme en una coma. Era

fácil para un superviviente. Así,entre tanta simpleza y falto deamigos, se fortaleció mi ansia desoledad.

Aunque gracias a la herencia no

necesitábamos trabajar, mi padrastroy yo hacíamos peonadas en lasdehesas del valle; como siempre,montando a caballo y cuidandopotros y toros. Desde muy chaval megustó el campo. Me emocionaba enInglaterra, aprendí a disfrutarlo enFrancia y me enamoró en España. Meescapaba de la escuela para trabajar

de vaquero porque el aire y el sol medaban la vida y, porque hubierahecho cualquier cosa, todo, antes depasar la tarde a solas con mipadrastro en la casa. Luego,inevitablemente, vendría la noche ycon ella su implacable acoso, sustorpes exigencias y su olor penetrantea boñigas y sudor de caballo. Perodurante la mañana nunca pensaba enello, aún quedaban muchas horas deluz para correr el campo.

Vivía obsesionado evitando

quedarme a solas con él y que me

tocara. Nunca comprendí por quéimpidió que me gasearan los nazis.¿Qué le empujó a arriesgar su vida ya malvender las piedras con las quemi madre compró la mía? Derrochóbondad para acabar abusando de mí.Quizás desde en que mi madre lepagó para que me salvara yaimaginaba que ese sería nuestrodestino. Un impulso irracional. Unalucha entre dos pulsiones, lujuria yavaricia. Tal vez pensó que nosobreviviríamos a aquel holocaustoy, ante la inminencia de la muerte,decidió cobrarse las molestias.

Posiblemente, fui violado ya en elmismo Auschwitz. Debió ser muypronto, mientras esperaba serdescubierto y morir.

Una noche, al volver de la dehesa,

quiso acercarse a mí y, asqueado, lerechacé sin decir palabra. Bebiómucho durante la cena, me recriminóamargamente mi ingratitud y, con latorpeza del borracho, quiso forzarme.Pero yo ya no era un niño indefensosino un muchacho fuerte y decidido aresistirme. Desolado, se dejó caer enuna silla y me espetó lo mucho que él

había hecho por mí, me reprochó queya nunca quisiera satisfacerle, queapenas le hablara, y me acusó de serun niño anciano, viejo, triste, un niñoque no reía. Le pegué un puñetazo enla cara y cayó de la silla. Desde elsuelo, me miró apenado, y exclamó¡Qué suerte ser joven! Y, con infinitapena, añadió ¡Qué triste ser viejo!

Desde aquella noche nunca más

intentó tocarme. Incluso, en susúltimos años, se dejó barbaintentando que yo olvidase los díasen que se rasuraba, con dos pasadas,

para no irritarme la piel con suscaricias. Al besarme. Al chuparme.

Tuvo la decencia de morir pronto,

porque ninguno de los dossoportábamos ya la vergüenza. Sesuicidó. Como hijo adoptivo, porqueél no tenía relación alguna con susescasos familiares lejanos, heredéaquella casa de los horrores. Míseropago por tantos años de placerrobado y de inocencia pisoteada.Pero, a pesar de todo, hay días enque todavía pienso que se lo debíapor salvar mi vida arriesgando la

suya. Incluso, durante años, me sentículpable por no haber sido máscomplaciente con él.

Heredé la casita, el último

diamante de mi madre y un dineroque me bastaría hasta ser mayor deedad. Quizá matarse fue la manera depagarme sus atropellos durante todosaquellos años de sumisoagradecimiento infantil con que tuveque complacerle por salvar mi vida.

Mucho tiempo después supe,

porque me lo explicaron, qué era un

pederasta. La rabia me devoró lastripas y comprenderlo me causó undolor tan íntimo y agudo que a veces,incapaz de soportarlo, se convertíaen cólera que rebosaba a borbotonescomo las ollas mal atendidas.Entonces me di cuenta que tenía quehaberlo matado sin esperar a que sesuicidara. Me sentí cobarde y midolor sólo disminuía haciendo dañoa otros. Cuando me ocurría esto, losque desconocían mis miedos, temíanmi instinto asesino y su miedo mefortalecía, me hacía superior.

Entonces tomé conciencia de queera malo, o al menos, de que nuncasería demasiado bueno. Y, sobretodo, comprendí que si tuviera queescoger entre los buenos o los malos,siempre elegiría a los vencedores.

Intentando limpiarme de tanta

basura soñaba con bañarme desnudoen un río fresco y caudaloso comolos de mi infancia en Gales, en correren pelotas por las marismas de laCamargue. Mientras los demásmuchachos del pueblo salían con susprimeras novias, yo me retraía y me

aislaba humillado. No tuve amoríos ytardé muchos años en apreciar elroce de una piel femenina y tolerarun beso en la boca.

Una vez libre de mi padrastro, me

fui alejando poco a poco de laescuela y del maestro; no queríallamar la atención del cura ni de laGuardia Civil porque, hasta sermayor de edad, no podía vender lacasa y largarme de aquel pueblo.Todo lo hice despacio, sin prisa,como si estuviera pensando haciadónde dirigir mis esfuerzos.

Escapar de la escuela fue una

liberación porque, aunque megustaba leer, odiaba las ciencias ylas matemáticas eran mi tortura. Lasredacciones, los dictados, la lengua,la geografía y la historia eran otracosa distinta pero los números nuncase me dieron bien. Aquellosproblemas me aburrían y para míeran tan extraños como el alfabetochino. Podía pasarme horas sentadodelante de ellos, mirándolos sobre elpapel, sin que de mí saliera un atisbode ánimo para intentar buscarles

solución. Aquel jodido problema delos dos caballos que salen de Ahacia B; el primero, tordo de crineslargas, pensaba yo, galopa a 10kilómetros por hora, decía elprofesor; y el segundo, una jacarabicorta, imaginaba yo, galopa a 12kilómetros por hora, concluía él. Siel primer caballo sale dos horasantes que el segundo y, sin embargo,éste le alcanza al llegar ambos a sudestino, ¿cuánto tiempo y quédistancia...? Ni puta idea, imposiblesaberlo. Porque el cabrón delprofesor no explicaba si el caballo

tordo se había detenido a beber aguadel arroyo o si la jaca rabicorta tomóun atajo por querencia. Plantear esosproblemas, simplemente eran ganasde joder. Y además estaba seguro deque al maestrillo le asustaban loscaballos.

Pero a mí sí que me gustaban. Para

montarlos a pelo o en silla vaquera,al galope corto por el campo, o paracorrer liebres con galgos, sintiendoel sol y el aire en la cara. Meimportaban un carajo los tiempos ydistancias que habían galopado los

caballos del problema, sólo deseabaser libre antes de que el mayoral mesilbara para reagrupar las resesbravas. Por eso me largaba de laescuela y, por cuatro perras,trabajaba en las fincas de losseñores.

Una mañana, frente al espejo, supe

que me había convertido en unhombre. Al echarme agua en la carasentí el roce de la barba en mismanos. Ya no era un niño. Empecé abuscar la diferencia entre hombres yniños. Si la hay, en todo caso, no es

la barba. Pero algo sí nos une y esque, grandes o chicos, los cobardesgritamos en silencio nuestros miedos.

(1). Eufemisno con el que losalemanes encubrían en losdocumentos el transporte de sereshumanos hacia los campos deexterminio.(2). Independentistas crotas quedurante la segunda guerra mundialformaron un gobierno títereapoyado por los nazis.(3). Distritos urbanos cerrados en

los que los nazis forzaban a vivir alos judios en condiciones deextrema dureza. Los fascistashungaros, apoyados por los nazis,recluyeron(4). Las cuatro grandes familiasson: Romaníes o Romanichels, deInglaterra y Estados Unidos. Sintiso Manuches, entre las fronterasfrancoalemanas, especialmente enAlsacia y centro de Europa. Gitanoso calés, extendidos por el norte deÁfrica, la Península Ibérica y sur deFrancia. Kalderash, propios de losBalcanes, nutrieron masivamente la

emigración a América.(5). Untermensch. Subhumano.Desheredado.(6). Nacht und Nebel. Usado por losnazis para quienes debíandesaparecer sin dejar rastro. Sedice que fue Heinrich Himmlerquién tomó la expresión de la óperade Wagner, El Oro del Rhin.

Capítulo 6

Aquello no era normal. Pasabaalgo y no sabía qué coño era. Nadieaparecía, ni África, ni Asmah ni eljodido Paco, Escorpión. Nadierespondía al teléfono ni se dejabaver.

No sé si por la lluvia, por la

resaca o porque me metía algochungo, había días en que mispensamientos desaparecían de mi

cerebro girando a toda hostia entrelas pocas y chirriantes neuronas queme quedaban. Entonces, sipermanecía algún jodidopensamiento en mi coco, parecía unaputa fantasía de paranoico. Pensabasi no estaría volviéndome locoporque, cuando me ocurría esto, mequedaba en blanco y empezaba a darvueltas compulsivamente, pormoverme, por no estarme quieto.Mientras, intentaba que las ideasregresaran a mi cabeza, queríareflexionar, pero mi mente bailaba enel vacío sin que de ella brotara ni un

chispazo lúcido. Dudo si losdementes se plantean estosproblemas. Quizá yo me los planteoporque estoy loco. Cuando caía enese estado de ánimo, sin entendernada de lo que estaba pasando a mialrededor, quedaba desvalido,desnudo… Me sentía tan en peligrocomo un surfista nadando entretiburones.

Al percibir lo que estaba

ocurriendo me alteraba y en mistripas comenzaban su lucha el bien yel mal que siempre dirimen dentro de

mí sus batallas. El Tano buenoprocuraba apaciguarme conpensamientos alentadores y palabrasgenerosas, mientras que el Tano malome humillaba y se encabronabaconmigo por bragazas. En medio deesa pelea, de entre las sombras de micerebro y muy despacio, surgían lascertezas con la brillantez de losdestellos de flash. Algo pasaba y,puesto que me estaba pasando a mí,no podía ser bueno porque yo soy laclase de prójimo al que casi nunca lesucede algo agradable.

Desde que nací, la vida se empeñóen empujarme siempre por la partemás jodidamente cuesta arriba delcamino. Luego aprendí que era inútilluchar, que jamás tendría la fuerza yla astucia necesarias para sortear losguijarros. No. Yo siempre medesgarraría los cojones contra ellos.Pronto asimilé que es imposiblecambiar la dirección elegida por lavida para arrastrarnos. Cuando mecercioré de esa imposibilidad, en midesesperación, deseaba hacer daño,matar gente. A mí mismo también.Pero de pronto sonaba un claxon en

la calle, o se oía gritar al vecino dearriba, o amanecía, o me veníanganas de mear, y entonces me distraíay apartaba de mí los pensamientososcuros.

Sin embargo, la sensación de

injusticia permanecía, seguíapresente, porque una putada es obradel azar y dos pueden ser unacoincidencia pero si son más de treses que tienes un enemigo. Y cabrón,además. Las que me ocurrían a míeran incontables y tan enormes quealguien me aborrecía, seguro. Quizá

Dios. Aunque nunca me creí tanimportante como para que Dios seentretuviera jodiéndome la vida,también era posible que, de vez encuando, echara un ratito haciéndomealguna barrabasada. Por divertirse.Igual que el gato juega con el ratónantes de matarlo. Jamás supe quépensar. Por otra parte, nunca quisecaer en el victimismo de quienes,tras una tragedia, se quejan porquecreen que Dios les ha abandonado,porque no ha estado junto a ellos.

Lo había oído a los supervivientes

del Holocausto (1) y lo leí en loslibros de historia. En la batalla deGuadalete (2), Dios no estaba allí. Enel Sacco de Roma (3), tampocopermaneció junto al Papa. ¿Dóndeestaba cuando se hundió la ArmadaInvencible (4)? ¿Y durante la guerracivil española (5)? Sobre Hiroshimay Nagasaki (6) mejor no preguntar.Qué puta manía la de meter a Dios enlas broncas de los hombres.Generalmente, lo que cabrea no esque Dios esté alejado de uno sinoque tome parte por los otros.

Quizás no se ocupa Él mismo de

estos asuntos, puede que delegue enmanos de algunos de esos diablossuyos que Él tolera y que, de vez encuando, nos envía para crujirnos lavida. En más de una ocasión hesentido que, antes de quitarse de enmedio y dejar a la humanidadindefensa, Dios aplaude la llegada delas legiones de demonios. Asíacepté, resignadamente que, algunasveces Dios podía ser mi enemigo. Ytambién que Dios, rebotado, es muychungo.

En algunas ocasiones quise

volverme hacia el cielo y pedirleamparo ante la desgracia, pero casisiempre me frenaron el pudor y lavergüenza de parecer un pedigüeñooportunista. No deseaba ser comoesos conocidos que, tras diez añossin dar señales de vida, llaman parapedir prestado. Sin embargo,envidioso de quienes hallan tantoconsuelo en Él, en alguna ocasión lohice. Supliqué sin creérmelo deltodo. Los resultados nunca fueronespectaculares. Quizá por atrevido.

Los locos, al menos el grupo de

locos en el que me encuentro, somosasí. Yo, luego yo y después yo. Y si,al final queda algo, también para mí.La gente normal lo llama egoísmo,pero en realidad se trata de putasupervivencia. Y puestos a estarlocos, es mejor ser un psicópatatemible que un neurótico paranoidedel que todos se burlan. Por lo menosparecía más seguro, acojona a tope yla gente aprende a respetarte. Asípensaba yo de muchacho. Más tarde,olvidada la soberbia juvenil, cuando

ya nada importaba, sólo mirabaadelante deseando que pasara eltiempo y que sucediera lo que tuvieseque ocurrir. Entonces, uno dejaba deser el depredador e intentaba no serla víctima. Trataba de evitar que mearrebataran el poco o mucho futuropendiente.

Seguramente en más de una

ocasión fui chivo expiatorio, lavíctima propiciatoria de alguien. Sinembargo, he vivido sesenta y cuatroaños de propina y estoy preparadopara morir porque sé que mi tiempo

ha sido un regalo, aunque hayavivido una vida de mierda.Ahormada el alma a golpes, domadala rebeldía, miro a la muerte no comoliberación pero sí con ciertaindiferencia. Sólo me preocupa elcómo y, por todos los que he vistomorir, parece difícil entregarse a ellasin la chulería del valentón ni elpatetismo del cobarde. Después dever su cara esquelética varias vecescreo que aunque te ofrezcas a ellacon humildad, frente a frente, esimposible mirarla con naturalidad.Aunque puede ser que esto sólo me

ocurra a mí por cobarde. Con los años se aprende que la

vida es una enfermedad incurable,crónica, que alterna períodos decrisis con etapas de convalecencia yque, al final, termina por matarnos.Pero, el cómo, importa. Si unosnacemos entre llantos y otros entrerisas, si vivimos de distinta forma,entonces, ¿por qué coño pensamosque la muerte es igual para todos?,¿es lo mismo morir en tu casa,atiborrado de dulce morfina,acompañado por familiares y

asistido por médicos y sacerdotes,que palmar en la calle retorcido dedolor como un perro sin sociedadprotectora de animales?

Y de la fama ni hablamos. Si

mueres y no apareces en Google o enWikipedia, no has existido. Y, si eresde raza (7), ni te cuento. Sólo te quedael flamenco. Por eso, afortunado elque tiene fe, el que cree que más alláhay más mar, como afirmaba de niñomirando las olas. Los demás, segúnla fuerza de sus locomotoras, a pasarel trago a su manera. Sin fe. A palo

seco. Volviendo a la realidad intuía que

era urgente actuar, que sucedíancosas raras y seguramente peligrosasy que, si no andaba listo, algo oalguien podía llevarme por delante.A los gitanos nos han perseguidodurante generaciones y entonces sentímiedo, ese viejo miedo. Con él, lanecesidad de colmar de aire lospulmones para acabar con aquelangustioso jadeo entrecortado, unasganas locas de gritar para expulsar eldesasosiego de mis tripas

agarrotadas y calmar los latidos delcorazón que me coceaba el pecho.¿Qué coño pasaba?

El temor me tenía tan amargado

como a una beata a la que cierran suiglesia por traslado, así que,desencajado y con la bocaestropajosa, decidí salir y buscar aÁfrica por el barrio. Dejé atrás laseguridad de la habitación donde ellame permitía vegetar, un cuarto tanpequeño que cuando me empalmabatenía que abrir la ventana.Afortunadamente, las erecciones no

me sobrevenían a menudo y, nunca,sin avisar con tiempo. Me cercioréde dejar mi cama perfectamentehecha, nada que ver con las sábanasengurruñadas que abandonaba Áfricatras de sí. Eran costumbres de ex-recluso y ex-militar. Por fin salí a lacalle, muy inquieto, paranoico,deseando evitar el mal aire y lostropiezos peligrosos.

Vivíamos en el indignado

Lavapiés no porque me gustase elbarrio sino porque allí tenía Áfricasu casa. Siempre tuvimos un lío raro,

muy especial. Una pareja terminasiéndolo con el paso del tiempo, conla convivencia; hasta entonces es otracosa y después, otra diferente.Nosotros estábamos en el después.No sabría decir si era mejor o peor,pero sí sé que era distinto. Encualquier caso, ni al principio ni alfinal nos libramos del dolor.

Cuando ella deseaba estar sola o

compartir su cama con alguien, medaba unos billetes para cenar en unatasca y dormir en una pensión, y yoobedecía. No tenía más remedio, ella

era la dueña del palo y yo hacíamucho que no sentía celos. Manteníarelaciones con gente que yo noconocía y a las que nunca quisopresentarme; sólo la visitaba elcoronel de la Guardia Real (8), sujefe, mentor y también padreadoptivo. Cuando salía, su ausenciaduraba varios días o algunas noches;intenté seguirla pero era muy hábil yfracasé, así que se me quitaron lasganas. En el fondo, me daban igualsus intrigas y con quién compartiesesus ratos de ocio. Últimamente, conuna morita del Rif (9), Asmah, su

inseparable. Deseamos tanto algunas cosas que,

cuando tomamos conciencia de ello,el taller mental, fábrica de quimeras,comienza a trabajar sin pausa paraconseguirlas. Entonces, cuando yacasi están al alcance de tus manos, lavida hace un quiebro y te mete uncornalón para demostrarte que nadaocurre por casualidad. Ni el amor niel odio, ni la vida ni la muerte.

Ya no la amaba y ella a mí

tampoco. Sin embargo, era

consciente de que aquella mujer y supiedad eran mi última oportunidadpara abandonar el basurero en quehabía convertido mi vida. Aun sinamarnos seguíamos extrañamenteunidos, toscamente, pero con tantafuerza como los ladrillos al cemento.

Alguna vez me encabronaba,

porque a pesar de mi pensión devíctima del nazismo y a los restos dela herencia del hijoputa de mipadrastro, me sentía su chulo.Entonces, ella me calmabacontándome eso de que el dinero no

importa, y todo seguía igual. Nuncasupe porqué una basura como yorechazaba tan orgullosamente suconsoladora caridad, ejemplo de lamás altruista de las virtudesteologales. Creo que sólo intentabaaparentar algo de dignidad y putearlaun poco por mantenerme y por darmesu cariño sin amor. El resto de lagente, salvo Paco, me daba igual. Ami prójimo, en general, siempre lo heapreciado poquito. Nunca me hecreído esa jodienda del “amaos losunos a los otros” y, en cualquiercaso, como nunca me han amado,

tengo déficit. Por eso no amo a fiado.No me entrego.

Sin embargo, me vendo tan barato

como las putas viejas que, sin fuerzaspara bajarse las bragas, hacen pajasa los jubiletas por dos pavos. Mifidelidad era perruna pero no teníamérito porque, por pan y techo, mehubiese ido con cualquiera. Alprincipio nos amamos, pero despuésdel aborto todo cambió y, ahora, suafecto por mí era mayor que el míohacia ella. Sin embargo,incomprensiblemente y al contrario

de lo que sucede en estos casos, yome adaptaba a los caprichos deÁfrica. Era tierna conmigo yautosuficiente en la vida, no menecesitaba sino para protegerme. Y,en el sentido más grosero, yosobrevivía gracias a ella.

Salí del apartamento y ya bajaba

las escaleras cuando el teléfonoempezó a sonar. Di la vuelta, abrí lapuerta y corrí hasta el teléfono de lahabitación de África. Tropecé con unmueble y salté para no romper lostacones de un par de zapatos tirados.

Cuando alcancé el auricular,colgaron. Me cagué en todo. Cerré denuevo y, escaleras abajo, maldije atodas las hembras en general y aaquella en particular.

Las mujeres de mi generación

quieren tener un hombre en casa y,cuando lo consiguen, protestanporque les molesta verle allí, quieto,callado o moviéndose demasiado;pero, si por casualidad, aburrido debroncas, sale a tomar unas copas conlos amigotes, entonces, le insultancomo descargadoras de muelle y le

llaman borracho, holgazán y putero. Muchas, pretenden tener no un

hombre sino un castrado, unpelotazas que las escuche y obedezcasin rechistar por muy contradictoriasy absurdas que sean las órdenes. Enel fondo desean hacerle pagar todaslas indignidades que han soportadoellas, ascendientes incluidas, paraconseguir su macho en un mercadobrutalmente competitivo y enrecesión. En realidad sueñan conarrastrar al fiero león hasta el tibiezadel hogar para, una vez allí, castrarlo

con las tijeras de la manicura yconvertirlo en un gatazo gordo,indiferente y flojo. Por supuesto,después le culpabilizan de lafrustración que produce unmatrimonio pelma y deslavazado yterminan vengándose del tipo por noser el maravilloso príncipe azul desus ilusiones. Por esas cosaspeleábamos hasta agotarnos. Sóloentonces parábamos.

La casa hacía esquina en

Embajadores con Tribulete y estabaprotegida del sol por árboles que

mantenían la calle fresca. Miré a mialrededor sin decidir por dóndeempezar a buscarla. Caminé hacia elMercado de San Fernando y pasé pordelante de las mil tiendas deartículos exóticos, locutorios ypastelerías de las que brotabanolores a menta, especias, miel yalmendras. De cada puerta o ventanaabierta salía una música tan árabecomo las voces de los urgidosdescargadores de camiones queatascaban el tráfico.

Me acerqué a Sombrerete por si la

encontraba en la terraza del Peyma.Nada. Me detuve junto a labiblioteca de la UNED parainterrogar a la estatua de AgustínLara suplicándole que me diera unapista. La figura de bronce no movióuna pestaña. Recorrí la plaza deMesón de Paredes, frente a lascorralas. Estaba llena de perroflautasy de moros que, exhibiendo laslargas barbas del integrismo,llegaban al crepúsculo conparsimonioso caminar; ahí sesentaban a charlar hurgándose en losdedos de los pies. África pasaba

muchos ratos allí, conversando conellos en árabe. También acudía conlas mujeres a una escuela coránicainstalada en un garaje. Después del11-M, yo suponía que intentabaobtener información sobre terrorismoy redes de tráfico de drogas y armas,pero cuando se lo pregunté se rió yme dijo que era muy peliculero y queúnicamente hablaba con ellos delCorán. Me acerqué a la Plaza deLavapiés, hasta el metro que estájunto al Centro Dramático Nacional,por si me la encontraba por elcamino, pero no tuve suerte. Parecía

que se la hubiera tragado la tierra. Por si venían mal dadas, cené

harira (10) en el restaurante Alí Babá.Estaba rica, pero no pude acabarlaporque tenía un nudo en la garganta.El miedo se estaba convirtiendo enpánico. Era imposible que nadiecontestara a los móviles. Paco nocontaba, seguramente ya estaríadurmiendo, pero África y Asmahsiempre los tenían abiertos para suscoñomadradas cualesquiera quefuesen. No tenía ni puta idea de loque se traían entre manos. Mal rollo.

Permanecí sentado allí, rumiando elmiedo, hasta que cerraron. Intentabaorganizar en mi cabeza aquel sudoku(11) de espías, integristas y moras.Pero el pánico me impedía pensar.En aquel momento debí hacer caso ami instinto y largarme sin mirar atrás.

(1). También llamado Shoah o Shoáfue la matanza industrializada degrupos minoritarios por los nazisalemanes durante la SegundaGuerra Mundial. De lasaproximadamente 11 o 12 millones

de víctimas, la mitad fueron judíos,el resto, de varias nacionalidaeseuropeas, principalemnete polacosy rusos, además de otros eslavos,gitanos, homosexuales, enfermosmentales, incapacitados, testigos deJehová, etc.(2). Batalla desencadenante de lainvasión musulmana de la PenínsulaIbérica. El rey visigodo Rodrigo,traicionado por Witiza, cede ante elempuje de los árabes que, trasconquistar Toledo, dan comienzo aocho siglos de dominaciónmusulmana.

(3). La potencia de los ejércitos delEmperador Carlos V hiceron que elPapa Clemente VII buscara alianzascon Francisco I de Francia,principal enemigo de España, conInglaterra, Venecia y Florencia enla llamada Liga de Cognac. Enrespuesta, un ejército imperialespañol, procedente de Alemania,saqueó Roma reteniendo al Papa enel castillo de Sant’Angelo.(4). Felipe II envió en 1588 unaarmada de 137 buques y 30.000solados para desembarcar en lacosta e invadir Inglaterra. Debido,

según afirman algunoshistoriadores, a la prisa real y a lapoca experiencia como navegantedel Duque de Medina Sidonia,sustituto del amirante Pardo Bazánmuerto poco antes de la partida, lamitad de los barcos se hundieronpor una tempestad y el resto sedividieron por las escaramuzas conlos ingleses al mando del pirata SirFrancis Drake. Fue un gran fracasoespañol.(5). Conflicto bélico, desde 1936 a1939, entre un sector del ejércitoalzado contra el Gobierno de la

Segunda República Española, quedesembocó en la victoria de losrebeldes y concluyó con ladictadura del general Franco.Medio millón de muertos entrecombatientes, población civil yejecuciones.(6). Ciudades japonesas sobre lasque los norteamericanos arrojaronlas primeras bombas atómicasdurante la Segunda GuerraMundial.(7). Gitano.(8)Unidad para el servivio deguardia militar que rinde honores y

escolta a Su Majestad El Rey,miembros de Su Real Familia, jefesde Estado extranjeros yproporciona la guardia deseguridad en la Residencia Oficial,así como en Palacios y RealesSitios.(9). Región montañosa del Norte deMarruecos entre tetuán y Nador.Sus habitantes son bereberes,hablan tamazigh, árabe y, desde laépoca colonial, es común el uso delespañol y el francés. La región delValle del Rif produce el mejorhachís, quif, del mundo.

(10). Se trata de un caldo espesorepleto de cordero, pollo,garbanzos, tomates, cebollas,hierbas frescas y especias. Se leañade limón antes de servirla.(11). Rompecabezas, juego delógica.

Capítulo 7

Todos me buscaban y no parallamarme bonita. Que buscasen,estaba preparada. Mi nombre y miprofesión me habían capacitado parasoportar las más feroces tácticas deacoso y derribo.

Mi nombre siempre me gustó. En

Melilla era corriente pero en laPenínsula me diferenciaba de lasdemás niñas; aprecié su rareza

cuando volvimos y mi padre memetió en un colegio de monjas enMadrid. En ningún curso encontréotra chica que se llamara igual queyo.

Nací cuando él ya era mayor y fui

la única hija de su segundomatrimonio. Vivimos en Melilla losúltimos años de su destino antes devolver a la Península, élcondecorado con la Cruz Laureadade San Fernando, con la MedallaMilitar al Valor (1) y con la Cruz deHierro (2) de Primera Clase traída de

Rusia donde combatió con laDivisión Azul. Recompensas, todas,a título individual.

Recorrí Marruecos (3) con mi

padre y aprendí árabe y bereber.Visitamos los escenarios de lasgrandes batallas en las queparticiparon mi abuelo y mibisabuelo durante el Protectorado (4).Mi papá vivía obsesionado con loscementerios de los militares caídospor España en el Reino deMarruecos, especialmente, con lastumbas de sus compañeros de

promoción, soldados y oficialesmuertos en Sidi Ifni y en el SaharaOccidental. Temía que loscamposantos donde estabanenterrados fueran olvidados,profanados y destruidos cuandoEspaña dejara de ser la PotenciaAdministradora del Territorio. Eraclarividente porque eso fueexactamente lo que sucedió.

Recuerdo uno de aquellos

cementerios que recorrimos sudandobajo un sol de justicia. Caminamosentre las tumbas hasta que se detuvo

ante un mausoleo. Los lagartosdormitaban sobre el mármol de unalápida resquebrajada bajo la quesurgían montones de huesosblanqueándose al sol. La cruz delpanteón estaba manca y había unaplaca de bronce doblada que alguienhabía intentado arrancar. Entrepintadas de medias lunas e insultosen árabe podía leerse sobre lapiedra: Aquí yace un númeroindeterminado de soldados sinidentificar que regaron con susangre y sudor las tierras delSahara y Sidi Ifni. Yo era muy

pequeña, mi padre me llevaba enbrazos susurrándome en árabe y meacongojaba verle llorar ante lasepultura de sus hombres.

Para una familia de africanistas (5)

mi nombre era algo normal. Loabsurdo hubiera sido bautizarmePepita Supermán, AutoridadPortuaria, Cadena Perpetua, US Navyo Perfecta Circuncisión, como sellaman ahora algunas de lashispanoamericanas voluntarias ennuestro Ejército. Aquellos militaresllamaron Fátima o África a todas sus

hijas, nietas y biznietas. Los rudossoldados del Protectorado no sedistinguían por su imaginación.

Adoraba a mi padre, aunque

guardo pocos recuerdos de él. Muriósiendo yo una niña, ante mis ojos,asesinado de un tiro en la nuca alsalir de misa. Eran los años deplomo (6) etarra (7), cuando losmilitares valientes aún se negaban allevar escolta y a quitarse eluniforme para hacerse invisibles enlas calles. Su asesino me miró,sonrió y se alejó despacio. Su cara

quedó grabada a fuego en mi cerebro.Jamás la olvidaré ni le perdonaré.

Quedé sola con el cuerpo, entre el

estruendo del disparo y el olor apólvora. De rodillas sobre la acerasujeté la cabeza de mi padre y leacaricié el pelo y la cara mientras sucuerpo se convulsionaba sobre unamancha de sangre. Tardó mucho enmorir, pero yo estuve a su lado y lecerré los ojos. Ese día aprendí queen la vida se necesita tiempo paratodo. Para estudiar, paradesenamorarse, para infiltrarse en el

enemigo, pero, sobre todo, paramorir porque se tarda mucho. Y nosuele ser agradable.

Cuando dejó de moverse le besé

en la frente. Un joven capitán mecogió de la mano, se quitó laguerrera y, envolviéndome en ella,me apartó de allí.

Mi madre había muerto hacía

tiempo y, en el funeral de mi padre,en el Cuartel General del Ejército,sólo estuvieron mis doshermanastros, hijos de su primera

esposa, a los que nunca había visto.Después de leer un soneto, parte delmemorial por los Caídos, el capitánque estuvo junto a mí en el atentadome entregó la bandera que cubría elataúd.

Lo demandó el honor y

obedecieron,lo requirió el deber y lo acataron.

Con su sangre la empresarubricaron,

con su esfuerzo la Patriaredimieron.

Fueron grandes y fuertes,

fieles al juramento queempeñaron.

Por eso como valientes lucharony como héroes murieron.Por la patria morir fue su

destino.Querer a España, su pasión

eterna.Servir en los Ejércitos, su

vocación y sino.No quisieron servir a otra

bandera,no quisieron andar otro camino,

no supieron morir de otramanera.

Tras retirarse la Bandera

Nacional, se llevaron el ataúd entrelos guiones y banderines de lasunidades, mientras sonaban losmetales y redoblaban los tamboresde la banda militar tocando aOración (8). Después, las vocesroncas de los presentes cantaron Lamuerte no es el final (9), la marchaque tantas veces había cantado conmi padre en los funerales de losmilitares asesinados por losterroristas de ETA.

Cuando la pena nos alcanza,del compañero perdido.

Cuando el adiós dolorido,busca en la fe su esperanza.

En tu palabra confiamos,con la certeza que Tú

ya le has devuelto a la vida,ya le has llevado a la luz.

La descarga de las salvas de honor

me hicieron estremecer y el capitánpasó su brazo sobre mis hombros.Uno de mis hermanastros, antes demarcharse, me quitó la bandera. Sinun beso. Previamente habían pasado

por casa llevándose todas las cosas,recuerdos y escritos de papá. Todomenos sus medallas, algunas fotos, elespadín, la gorra de plato y las gafasmanchadas de sangre que llevaba eldía que lo mataron. Eso lo escondí.Era mío. Después me quedé sola.

—Has sido muy valiente, África—dijo el capitán—. No has llorado.

—No, mi capitán. Gracias, micapitán —respondí tragando mislágrimas de niña.

El capitán y su mujer me

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adoptaron y estudié en el Colegio deHuérfanos del Ejército, en laAcademia Militar de Oficiales deToledo y después hice cursos envarios destinos por el mundo.

—África, nena, ¡te han elegido! —dijo un día mi padre adoptivo, feliz,y bromeando pese a las lágrimas—.Por tu cerebro, no por tu culito, pormás que lo tengas precioso, criatura.

—Felicidades, hija. Eres una granmujer y un excelente oficial deinteligencia —añadió.

Me estrechó la mano. Tenía unapretón de manos bronco, duro, queademás te clavaba el anillo el anillode oro de una reputada agencia deinteligencia. Un souvenir de Langley.Mi padre adoptivo, por aquelentonces coronel, pasó a ser mi jefe.Él me enseñó a vivir y a pensarprimero como un soldado, luegocomo un poli y después como agentesecreto. Entré en el CNI y me hiceespía.

El asesinato de mi padre fue mi

primer contacto con el terrorismo.

Desde entonces, trabajé para conocera fondo sus tipologías, sus tácticaspara subvertir el ordenconstitucional, sus implicacionesestratégicas en la política, su controlde los medios y sus fuentes definanciación. Supedité siempre ladimensión moral que encierra el actoterrorista a la perspectiva política ymilitar desde la que se actúa contraél por el principio de su persecuciónuniversal.

Desde que mataron a mi padre viví

entre exaltados. Unos del

anticapitalismo, otros delnacionalismo o el anarquismo,fanáticos integristas, apasionados delterrorismo étnico y hasta jacobinosdel deber y el patriotismo. Porquehasta el mejor de nosotros tambiénguarda algún secreto, algo queocultar a sus mandos, a su familia y asus amigos.

Durante años fui experta en

antiterrorismo vasco, después trabajécontra el narcoterrorismo, hasta queme recuperaron para el Centro.Ahora, soy experta en yihadismo (10),

en terrorismo islamista. En Al Qaeda(11) y sus franquicias Al QaedaMagreb, AQM (12), el antiguo GrupoSalafista para la Predicación y elCombate, escindido del GIAargelino, y el Grupo IslámicoCombatiente Marroquí, GICM (13).

Sin olvidar que, además de las

siglas conocidas, en cualquier lugardonde exista el islamismo, como enTúnez o Egipto antes de la PrimaveraÁrabe y, por muy moderados que sedeclaren en su núcleo, siempre hayterroristas. Desconocidos. Y todos

ellos, como los HermanosMusulmanes en sus belicososcomunicados, insisten una y otra vezen señalar a España como blanco defuturas acciones por su política enIrak y Afganistán y en impulsar losesfuerzos para desterrar a losespañoles de Ceuta, Melilla y lasCanarias, para recuperar Al Ándaluse integrarla en un nuevo califato delIslam.

Para lograrlo, cientos de jóvenes

han sido reclutados en el seno de lascolectividades musulmanas y

mezquitas españolas y enviados paraadiestrarse al desierto del Sahel.Allí, en los últimos años, Al QaedaMagreb dispone al norte de Mali decampos de entrenamiento yadoctrinamiento en los que sefabrican hombres bomba dispuestos asembrar el terror en el Norte deÁfrica y en Europa, empezando porCeuta y Melilla (14). De momentoprefieren suicidarse en Irak pero, apoco tardar, los convencerán, enmasa, de que tan noble es morir allí,como en Francia o España. Si es ennombre de Alá, el Misericordioso, el

Compasivo (15), da lo mismo matarnorteamericanos, ingleses, españoleso franceses. O argelinos, omarroquíes.

En España, hasta ahora, estábamos

acostumbrados a la retórica hueca,blanda de los revolucionarios demoqueta, a la pasión meliflua de losagitadores de salón, aquellos quecuanto más hablan menos ideasexpresan. Son teorías antiguas,desfasadas, vacías de significado yrepetidas mil veces tan sólo por elplacer de escucharse a sí mismos

sintiéndose valientes. Incluso los descerebrados

terroristas vascos han anunciado elcese definitivo de la violencia acambio de ingresar en lasinstituciones negocian con el ilusoGobierno socialista un plan dejubilación anticipado para suspistoleros más seniles. Y todocamino, caminando hacia laindependencia, la amnistía y laanexión de Navarra. Pero cuando eltrabajo de alguien ha sido pegar tirosen la nuca, es difícil reciclarlo como

juez de paz o maestro. Aunque seguroque sirven para diputadosautonómicos y nacionales, ya hahabido casos anteriormente.

Por eso, la irrupción de los

terroristas islámicos, anunciándosecomo los verdaderos asesinos delsiglo XXI por medio de unaviolencia salvaje y ciega, ha sido tantraumática en Europa. Con actosaterradores, no con palabrasrimbombantes. Su fe ciega y totaldisposición a morir, los hacetemibles y odiados, pero también

respetados y casi admirados pornosotros, los profesionalesconscientes de que en las sociedadesdel primer mundo son muy pocos losque están dispuestos a dar la vidapor defender sus creencias o supatria.

Después del asesinato de los siete

compañeros (16) en una carretera deIrak, todos en el CNI, sentimos cómose desgarraba algo en nuestras almas;no hacía demasiado tiempo quehabían matado a otro de nuestroshombres en su casa de Bagdad. En

unos meses, ocho agentes muertos.Luego vino la vergonzosa retirada delas tropas, con lo que dejamos a losaliados con el culo al aire y se nosnegó la posibilidad de vengar anuestros muertos.

Pero el ejército siempre obedece,

sobre todo porque aún tiembla depánico si le recuerdan su recientepasado franquista. Hoy en España sellama fascista al adversario como lamáxima descalificación posible.Asesino, ladrón... son insultos dementirijillas. El supremo martillazo

moral, la palabra letal, es fascista.Con ella se busca el hundimientosocial del acusado, su aislamiento y,en el peor de los casos, ponerlo antela mira de los asesinos, porque nadiequiere formar parte de esegrupúsculo marginal llamado extremaderecha, a la que se consideraheredera directa de la dictadura deFranco. En España, todos, hasta losterroristas, somos demócratas detoda la vida.

Al mismo tiempo, este insulto es el

supremo aval democrático para el

acusador quien, tras propinarlo, nonecesita presentar ninguna prueba dela honradez de su trayectoriapersonal. Ocurre así en el ejército,en la empresa, en la fábrica y hastaen la Conferencia Episcopal. Si tellaman fascista es inútil presentar unexcelente y linajudo pedigrídemocrático. Estás estigmatizado.Sobre todo si el insultador pertenecea esa ralea de viejos asesinosestalinistas y sus descendientesprogres, medio chequistas, a los quela democracia blanqueó y convirtióen buenos.

Demasiado dolor y frustración

para unas Fuerzas Armadas yaencabronadas por el viejo terrorismoetarra y la falta de libertad en lasprovincias vascas y por la inminenteruptura de la unidad de España,impulsada desde el Parlamento y elTribunal Constitucional con obtusosEstatutos de Autonomía sólodeseados por una clase políticaseparatista cada día másagresivamente independentista. Unsorprendente ejército sin soldados,porque nuestra sociedad prefiere

guardar a sus hijos en casa, cobrandoel seguro de desempleo, y confiar ladefensa nacional a inmigrantesmercenarios.

Un ejército desmoralizado por el

silencio suicida y las meteduras depata del Rey, Jefe del Estado yCapitán General de las FuerzasArmadas, ante las constantes ofensasa la bandera, amenazas a la nación ya la monarquía, ofensas nuncacondenadas por quienes le zarandeandiscretamente el trono. Borboneandomientras disimula la corrupción

familiar, alaba al Presidentesocialista y rompe el principio deequilibrio e imparcialidad que debeasumir la Corona ante los partidospolíticos. Pareciera que el Rey no sepercataba de que los que hoy hablande independencia y de república,mañana, en una enloquecida carrera alomos del inventado 15-M, se veránobligados a instaurarlas, a marcharhacia el abismo arrastrados por lasfuerzas desatadas de la historia.Entonces, se repetiría el ciclo ycomenzaría la degollina. Otra vez.

Un ejército, cuyos oficialesjóvenes quedaron avergonzados porabandonar deslealmente a sus aliadosinternacionales. Fuerzas Armadashasta los cojones del buen rollito delas operaciones de paz, del engendrode la Alianza de Civilizaciones, deacudir a socorrer marinerossecuestrados sin poder capturar a lospiratas, de entregarse heroicamenteen las catástrofes nacionales para,pasado el peligro, ser groseramenteinsultados. Un ejército que aguardadisciplinado pero impaciente, con lamirada clavada en sus jefes, a

menudo más preocupados por hacercarrera en la OTAN que pordefender España.

Militares que, objetados por los

nacionalismos gallego, vasco ycatalán, deben refugiarse en las máslejanas provincias amigas paracelebrar en la clandestinidad eldesfile de las Fuerzas Armadas. Y alos que, por supuesto, se les niegaincluso la posibilidad de realizarmaniobras y manteneracuartelamientos militares enamplias regiones del territorio

nacional. Así estamos cuando, sobreEspaña, se cernía el gran asalto delos leones de Al Qaeda.

Hic sunt leones (17) es una frase

latina que, escrita en los mapas,señalaba los confines del ImperioRomano. Indicaba que dentro de suslímites regían las normas y leyesromanas; afuera, todo podía serpeligroso para los ciudadanoscivilizados. La ruina económica y elparo desbocado cebándose en losjóvenes, mientras los sindicatossubvencionados y el movimiento de

indignados preparan el asalto algobierno conservador recién elegidopor mayoría absoluta.

España ya era tierra de leones.

Había tantos hijoputas como si loscriasen en piscifactoría y yo era unamás de los muchos militares airadosy hartos del engaño de lamoderación: musulmanes moderados,nacionalistas moderados. Todomentira. Tácticas de distracción. Losindependentistas y los islamistas, enesencia, no pueden ser moderados, esuna contradicción. Por lo mismo,

resulta imposible un ejércitomoderado. Es obvio que los oficialesjóvenes despreciamos a los cobardesque se dejan estafar por lasideologías, así que, en el futuro, losmoderados, deberían ser tratadoscomo traidores por farsantes. Esocreía yo. Y muchos más conmigo. Ypor eso comenzó la cacería.

(1). Máxima recompensa al valorheroico, que, con relevante esfuerzode la voluntad, induce a acometerexcepcionales acciones, hechos o

servicios militares, bienindividuales o colectivos, coninminente riesgo de la propia vida ysiempre en servicio y beneficio de laPatria.(2). Condecoración militar delReino de Prusia y posteriormente deAlemania, concedida por actos devalentía o por méritos en laconducción de tropas en tiempo deguerra.(3). Marruecos recuperó suindependencia política de Francia yde España el día 2 de marzo de1956. Recupera varios territorios

del Protectorado Español y HassanII se proclamó Rey de Marruecos eldía 3 de marzo de 1961. En 1975,coincidiendo con la muerte deldictador general Franco en Madrid,Marruecos invade el Sahara encontra de las Resoluciones de lasNaciones Unidas. España se retira,abandonando a los saharahuis yentre el descontento de los militaresespañoles.(4). En 1912 por el tratado de Fez,España reparte con Francia elprotectorado sobre Marruecos. Elárea de influencia española sería el

Sahara Español y los territorios delNorte en torno a las ciudades deCeuta y Melilla. En teoría nosuponía una ocupación colonial,Marruecos era un Estado autónomoprotegido por Francia y Españapero bajo soberanía del sultán. Enla práctica se convirtió en coloniade Francia y España.(5). Así eran conocidos los militaresque servían en las unidades delProtectorado Español. Por suprestigio eran un poderoso grupo depresión ante los políticos. Lasunidades de élite del Ejército de

África, con profesionales curtidos,jugarían un destacado papel en laGuerra Civil Española.(6). Se llamó así a los años finalesde la década de los setenta yprincipios de los ochenta, en los quela salvaje ofensiva terroristadesembocó en el Intento de golpe deestado del 23-F.(7). Miembros de ETA.Organización terrorista vasca decarácter nacionalista, marxista yseparatista.(8). Toque de corneta reglamentarioen homenaje a los Caídos, cuando

se arría la bandera, al atardecer yen distintos actos castrenses.(9). Marcha militar oficial desde1984, pero que, en otras versiones,ya se interpretaba en los funeralesmilitares algunos años antes.(10). Término que se usa paradenominar a las ramas másviolentas y radicales dentro delislamismo, ideología teocrática queutiliza cualquier medio (la Yihad, elesfuerzo, la guerra santa) paraimplantar una interpretaciónrigurosa de la ley coránica (Islamo-fascismo) y que persigue derrocar a

los gobiernos y regímenes que ellosconsideran apóstatas, impíos ycorruptos. Es decir, todas lasdemocracias.(11). La Base, el Fundamento.Organización terrorista que apoyalas actividades de los extremistasmusulmanes alrededor del mundo.Su fundador es el millonario saudíOsama Bin Laden.(12). El argelino Grupo Salafitapara la Predicación y el Combate(GSPC), se ha convertido en laOrganización de Al Qaeda delMagreb, tras recibir la aprobación

de Osama Bin Laden.(13). Rama marroquí de la redterrorista Al Qaeda.(14). Ciudades españolasreivindicadas en Mayo del 2007 porel grupo terrorista argelino AQM,que en su comunicado se mofa delrey de Marruecos por suincapacidad para recuperarlas.(15). Invocación con la quecomienzan las Suras (capítulos) delCorán.(16). Emboscada terrorista, enNoviembre de 2003, a un grupo deagentes españoles de los servicios

de inteligencia; murieron 7 y huboun único superviviente.Anteriormente habían asesinado aotro agente del CNI en Bagdad.(17). Aquí hay leones.

Capítulo 8

¿Dónde está la línea que separa la

presa del depredador? El romancerolo describe perfecto en El cazador,cazado.

Pensando al amor cazar,

yo me hice cazador,y a mí cazóme el amor.

El león, el rey de la selva, es uno

de los depredadores mássobrevalorados de la creación. No esel más grande, ni el más veloz y, apesar de su excelente fama comocazador, es torpe, vago y sóloalcanza su objetivo la cuarta parte delas veces que lo intenta. En realidades un hijoputa que, al convertirse ennuevo macho dominante, mata atodos los cachorros que no son suyospara asegurar que los futuros jefes dela manada tengan sus genes. Sumisión en el grupo es preñar hembrasy, tumbado al sol encima de unapeña, rugir para defender el

territorio. Que por cierto, en África,suele ser la sabana, no la selva.

Sin embargo, solemos hablar de

ellos con admiración y el mayorelogio a la bravura de alguien esdecir que se portó como un león.Pero, tras noches de insomniomirando en la tele los documentalesde National Geographic, aprendí queeran las hembras, las leonas, lasauténticas cazadoras. Una linda ybrillante amiga mía, agente delantiguo DAS (1) colombiano, me dijoque para cazar leones, tipos machos

o cualquier presa, hay que dejarsever, mostrarse para excitar sucuriosidad y, al mismo tiempo, sercauta para no asustarlos; entonces,cuando la presa se acerca acuriosear, hay que revolverse ymatar. Así cazan las hembras. Asídecidimos que cazaría yo.

Antes de seguir cavilando sobre

mi vida debía seguir, buscar y evitarque me encontraran. No me conveníavolver al barrio. El tarado de Tano,refractario al móvil, no respondía alteléfono fijo de casa; estaría

emborrachándose en algún garito concualquier otro desheredado deAuschwitz. Asmah tampoco estaba.En toda la noche sólo logré hablarcon el boxeador colombiano y no mesirvió de nada. Me lo quité deencima rapidito y quedé en llamarlede nuevo. No lo hice. Ni él ni lamora sabían dónde estaba el gitano.

Recordaba cómo busqué por todo

Madrid hasta dar con ella y tambiénque nunca supo a qué me dedicaba.No me servía cualquiera. Eradiscreta y eficaz y, dentro de cierta

ingenuidad, ansiaba moverse en laclandestinidad. Rifeña, hermosa, unamezcla de gacela del desierto y deguerrera hashshashín (2). Decía tenermucho hachís (3) para cambiar pordinero o armas. Esto lo supe cuandole dije, mintiendo, que admiraba alos vascos y su lucha armada, quecolaboraba con Herri Batasuna (4)

bajo una de sus muchas siglas.Entonces, cándidamente, me confesóencantada que pertenecía alMovimiento de Liberación del Rif(5), independentistas escindidos del

Partido Nacionalista del Rif (6),grupo político ya desaparecido quese presentó a las elecciones porMelilla con una lista formadaúnicamente por musulmanes.

Afirmaba que estaban

coyunturalmente aliados conmarroquíes extremistas escindidosdel Partido Istiqlal (7) y quedefendían la necesidad de cobijar alos separatistas vascos y facilitarlesvías para golpear al Estado españoldesde el Magreb. Según explicaba,en vez de Francia, debería ser el Rif

el nuevo santuario de los terroristasvascos. Pintaba interesante aunquepoco creíble porque los rifeños y losmarroquíes se odian entre sí sólo unpoco menos de lo que ambosaborrecen a los argelinos. Segúnparecía, los amigos de Asmah,aunque despistados, deseabansacudirse de encima el yugomarroquí y español. No aparentabaser la suya una alianza duraderapero, podían servirnos porquedesconocían las corrientes pactistasentre el gobierno español y un sectorimportante de ETA.

Sin duda, lo cierto es que Asmah

era la musulmana que más reía detodo Madrid. En sus días buenos, lamayoría, toda ella era una carcajadaresplandeciente de dientes blancos y,en los momentos bajos de melancolíaafricana, una sonrisa disfrazaba latristeza de sus ojos morunos. Nuncareía igual. A veces sus carcajadaseran jubilosas, pausadas y profundas;otras, sonaban contagiadas del ansiaque urge a los amantes primerizos.Hasta rezando y proclamando lashahada (8) reía porque, según

alegaba, está escrito en el Corán o enlos hadiz del Profeta (9), eso no lorecordaba, que quien ríe con elprójimo merece el paraíso. Por esoaseguraba que alegrarse es grato aAlá.

Morena, de pelo largo y rizado,

con generosos senos que, ocultosbajo la ropa, bailoteaban gozososintentaban asomarse al sol.Espléndidas ancas capaces dequebrar muebles y esquinas en supoderoso vaivén. Cantarina y tanbuena cocinera como las abuelas de

Marruecos. —No soy de Marruecos sino del

Rif, la tierra donde los hombres sonhombres y las mujeres, mujeres—repetía—. Donde, todos, cumplenla palabra dada.

Pero, si los rifeños respetaban sus

promesas, aun debía aprender quelos infiltrados no lo hacemos.Porque, desde el primer día,comencé a manipularla. Mentira trasmentira.

Mi coronel y mi padre adoptivoera un militar cabal de la antiguaescuela ya al borde del retiro.Gracias a los numerosos cursos deoperaciones especiales,contrainsurgencia, paracaidismo yotros mil más, tendría que haberseretirado como general, pero, en elejército español ya hay más jefes yoficiales que soldados y puedesquedarte en pelotas. Por ejemplo, silos socialistas remodelan a su antojola cúpula del Estado Mayor de laDefensa. En secreto, él era de losque impulsaban la movida.

Caminaba muy erguido a pesar de

las molestias causadas por una viejalesión de espalda producida en undesafortunado salto nocturno, a bajacota y en condiciones climatológicasadversas. Su cabello rubio dorado,su piel morena por el ejercicio al soly los vellos de sus muñecas casiblancos. De rostro descarnado ytenso, en permanente alerta, y unamirada severa que aún recordaba a lade aquel joven oficial al que sussoldados apodaron el nazi por suaspecto y severidad y porque gustaba

hacerles cantar, a paso ligero, lavieja Lili Marlén (10), eterna canciónde su compañía de paracas.

Llevaba uniformes impecables de

cuyas mangas salían sus manosrecias, huesudas y con las venas muymarcadas, las manos de un hombreacostumbrado a usarlas también paraluchar. Sólo un ligero hundimiento,horadado por el dolor, reflejaba ensu ancha espalda sus frecuentescambios de su ánimo. En conjunto,con sus alas de paracaidistaextendidas, me recordaba al águila

real del escudo de los EstadosUnidos con la mirada alerta y lasgarras dispuestas para la guerra.

Pedí autorización a mi coronel

para sonsacar a la mora y obtenerinformación que demostrara hastadónde era cierto su relato. Aprobó lamisión y trazamos un plan. Me asignóun joven de nuestro servicio, unvasco con aspecto abertzale (11), paraencandilar a la rifeña. Me lancé aello convencida de que, en caso deno ser útiles sus contactos, la moritasiempre nos serviría para algo.

Lo primero que hice fue comprar

un lauburu (12) de plata para sucuello, regalo que la emocionó hastalas lágrimas. A continuación,comenzamos una larga serie deenrevesadas conversaciones en lasque, con la promesa de trasladar supropuesta a los gudaris (13) vascos,yo trataba de conseguir queconcretara la oferta que tenía paraellos. Era demasiado simple. Teníantoneladas de hachís para vender yofrecían protección para que ETAoperara desde su zona de influencia.

A cambio querían armas o dineropara poder comprarlas en el mercadointernacional. Ingenuo. Demasiadoinocente.

Parecía no darse cuenta de que los

servicios de información marroquíestardarían pocas horas en detectar alos vascos instalados en el Rif y deque ETA no se dedica a venderhachís en la puerta de los colegios,no por escrúpulos, sino porque no lesgusta perder tiempo con el menudeo.Yo callaba y pensaba si no sería elpropio Marruecos, quién a través de

los amigos de Asmah, estabaintentando desestabilizar la zona delEstrecho, Ceuta y Melilla, con algúnfalso atentado etarra. Podría ser.¿Sería una maniobra del argelino AlQaeda Magreb? Siempre habíansoñado con volar uno de los ferrysque viajan a la Península. Pero, nocuadraba. ¿Del Grupo IslámicoCombatiente Marroquí? Tampoco.Demasiado camisón para Petra (14).Mi coronel, el grupo y yo,analizamos las posibilidades aldetalle y decidimos continuarinvestigando. Poner más cebo en el

anzuelo. Respondí a la rifeña que mis

amigos de ETA, para seguiravanzando en las conversaciones,querían saber la importancia de lacuestión religiosa en este asunto y siella estaba autorizada para negociar.Me contestó que su grupo estabacompuesto por creyentes pero que,hoy por hoy, el motor de sus accionesno era la cuestión religiosa sino lanacional. A la segunda pregunta dijoque sí, que ella negociaría, al menosen un primer momento. Con mucho

misterio e indicando razones deseguridad, yo planificaba nuestrascitas de manera cada vez más secretay rocambolesca. Por fin, un día lecomuniqué que su mensaje ya habíacruzado la frontera y que prontoestaría en manos de la cúpula deETA Militar. Quedó encantada.

Para amenizar la espera le

entregué unos cuántos Gara recientesy un par de Zutabe, el boletín de losterroristas, sacados de nuestrosarchivos. Ella me regaló un Coránencuadernado en piel roja, bilingüe

árabe-español, editado con el dinerodel Rey Fahd de Arabia Saudita yuna cajita de plata con la sagradamano de Famma, la mujer santa,grabada sobre la tapa. Encerraba unpequeño pergamino con versículosde una sura (15) del Noble Corán.

Yo no adoro lo que adoráis

Ni vosotros adoráis lo que yoadoro

Para vosotros vuestra adoracióny, para mí, la mía.

Las dos prometimos leer mientras

esperábamos noticias. Entretanto,intenté sonsacarle información detodas las maneras posibles que seutilizan en Europa para este fin, esdecir, más o menos legalmente quiseemborracharla, acostarme con ella,pinchar sus teléfonos, sobornarla conregalos, rastrear sus correoselectrónicos, drogarla… Pero nohubo forma, era como una teresiana(16), pero en musulmán.

Sin expresarlo, y con su estilo

devoto, me decía algo así como,¡anda y que te vayan dando! En este

trajín nos sorprendió el Ramadán.Pasábamos los días tomando té hastaque, tras la puesta de sol, rompíamosel ayuno con harira, y hablábamossalpicando cada frase con citas delCorán y dichos del Profeta. Dehecho, decía Asmah dándome lacharla, el ayuno no era grato a Alá sise incumplen otros requisitos comono mentir, no calumniar, no dar falsotestimonio y no codiciar niambicionar, pues, aunque el buenmusulmán debe huir siempre de estospecados, son mucho más ofensivos sise cometen durante el Ramadán.

También me explicó que durante esemes deben estrecharse los lazosfamiliares y de amistad y que, poreso, rogaba mucho por mí, su nuevaamiga. Toda aquella monserga mesonaba parecida a la doctrina denuestras monjas misioneras en el Rif.

Me pasaba horas escuchándola y

mirándole los pechos hasta que,extrañada y molesta por miindiscreción, se echaba encima lakheima (17). Era muy estricta y sevelaba. Nunca supe porqué aquellatía me ponía tanto con su rollo

místico terrorista. —Di a las creyentes que bajen sus

miradas y sean castas, y que nomuestren de sus adornos más de loque se ve. ¡Que cubran su pecho consus velos! —decía sonriendo pícara—. Corán, 24, 31-32, África.

Ya me había pasado algo así en el

desierto de Libia con una muchachade un grupo de estudiantes iraníes,Guardianes de la Revolución,mientras algunas delegaciones degrupos terroristas internacionales

visitábamos las ruinas de LeptisMagna (18) invitados por el coronelGadafi (19). Quién iba a decirmeentonces que le vería morir con unabayoneta metida en el culo…

Después de los patéticos desfiles

militares, de las charlas dehermanamiento ideológico comoinmersión en el realismo socialistamediterráneo, de las actuaciones delos coros y danzas autóctonos, de lascabalgadas de los beduinosdisparando al aire y de las sesionesde mal disimulados interrogatorios

de sus agentes de inteligencia,prepararon una gran fiesta dedespedida al borde del mar. Losservicios libios ya habían elegido aquienes consideraban apropiadospara seguir cursos de árabe en laUniversidad de Trípoli,espléndidamente becados, con laesperanza de reclutarlos yconvertirlos en agentes dobles. Eraun juego y todos disimulábamos.

Lo bueno era que Gadafi no dejaba

a los turistas invadir las ruinas y entodas partes había intimidad.

Cogidas de la mano, la iraní y yo,recorrimos al atardecer las ruinas dela maravillosa ciudad, antañocartaginesa, luego romana y hoyPatrimonio de la Humanidad. Elchador (20) ocultaba su cuerpo y sólodejaba entrever su cara ruborizadaenmarcada en negro. Olía a salitre ya chicas calientes. Tras visitar elmaravilloso arco de SeptimioSevero, frente al mar, discretamenteabrigadas por una columna milenaria,levanté su cara y besé sus labiosardientes a través de la tela. Gimió ymovió las caderas. Pero, cuando la

acariciaba entre sus piernas, nospilló la policía religiosa iraní y searmó la de Dios. Bueno, la de Alá.Los ulemas (21) metieron a mi noviaen un avión que despegó rápidamentey protestaron ante Gadafi exigiendoencolerizados que me ahorcaran; eldictador, a través de su embajada enMadrid, se quejó al periódico para elque yo cubría aquella visita, unapublicación tapadera de la que micoronel era director y yo enviadaespecial. Finalmente, me cayó unchorreo de puta madre y, lo peor, mequedé con las ganitas.

Un estremecimiento me hizo

volver a la realidad y regresar demis evocaciones de juventud quesiempre recordaba con gusto. Mesentía perseguida, con una miradaclavada en la nuca, mientras recorríael Metro casi vacío. No era unacerteza, porque tras las maniobrasevasivas no detecté a nadie, sólo erauna sensación. O paranoia, producidapor la fuga sin retorno que habíacomenzado junto a otros compañeros.

Seguía ayunando con Asmah y me

vino bien, bajé un kilito. Aún notenía el visto bueno de mis jefes paratorturarla o inyectarle el suero de laverdad (22). O matarla a besos, queera lo que más deseaba.

Evoqué una bronca en la que Tano

y yo nos acusábamos de perturbados. —Estás jodidamente paranoico —

le decía.—No es verdad —respondió—.

Sólo es paranoia si la ocultas y eseno es mi caso.

—Cierto, tienes razón —afirmé—.

Tienes razón, tú exhibes tu putaparanoia.

La exhibición. La intimidad. La

verdad. La mentira. Alcé loshombros y continué caminando conaltivez. Segura de mí. En este mundoglobalizado ya no puede haberanacoretas, ni ermitaños, ni siquieratontos del pueblo, sin que seconviertan de inmediato enespectáculo. Hoy sería imposibleaislarse en el fondo de una caverna oen lo alto de una columna porque, ala media hora, estarían allí todas las

televisiones del mundoretransmitiendo en directo para losreality shows. Y, de eso, no se libranni famosos, ni políticos, ni asesinos.Tampoco los locos. Ni los traidores.Cada día es más difícil preservar laintimidad. El anonimato. Y, sinambas cosas, es imposible el delito.Para ser efectivos, los golpesmilitares deben darse en secreto.Además, ya nadie cree en lasrevoluciones como movimientosespontáneos de las masas. Todo sehace por interés y con ayuditas.

Necesitaba esconderme fuera demi entorno. Me apeé en la parada deGran Vía y abandoné el Metroobservando alerta a mi alrededor.Nadie. Bajé por la acera derecha dela calle Montera hacia la Puerta delSol y, de pasada, de entre losdiferentes acentos mercenarios,escogí sin palabras a una puta rusade apenas dieciocho años, piel denácar y cinco kilos de rímel negro enlas pestañas. Cien euros. Para toda lanoche.

—Ti chto koviryalkoi stala?

—Da ti sama za babló komuugodno dash! (23)

Sintiéndose preferida e ignorando

las bromas de sus compañeras,alzaba indiferente sus hombros casiinfantiles y frotaba las yemas delpulgar y el índice haciendo el gestouniversal que significa dinero. Consus cuatro palabras en mal inglés yuna mueca que pretendía ser unasonrisa eslava, me guió,tambaleándose sobre unosinverosímiles tacones, hasta un pisoantiguo en el Pasaje del Comercio,

cerca de la calle Tres Cruces. Allídormiríamos.

Sus largas piernas, que sostenían

un culito que escapaba travieso deuna minifalda barata, me condujeronhasta una habitación limpia, con untelevisor y una cama de matrimonio.Al entrar, saludamos a la patronacolombiana y, mientras ellascuchicheaban, yo observaba a lacursinena latina, dueña de unassupertetísimas espectaculares. Era unpiso tranquilo y parecía que vivíanallí; quizás formaban una cooperativa

multinacional del folleteo. Mejor,pocas chicas, sólo la colombiana, larusa y una transexual brasileña delabios enormes y un negro cuerpazollamativo que nos cruzamos en laescalera.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la

rusa, iniciando un interrogatorio muyprofesional mientras guardaba eldinero en el cajón de la mesilla—.¿Cuántos edades tú tienes?

—Hoy me llamo Bella Durmiente.Dímelo tú —respondí a continuación,asegurándole que había adivinado mi

edad.—¿Qué haces en vida? ¿Trabajas?

—continuó—. ¿Tienes novio? ¿Ereslesbiana?

—Soy empresaria, hetero ynecesito descansar —contesté—.

—¿Quieres sólo dormir? ¿Quéquieres que yo hago para ti? —insistió sin descorazonarse.

—Olvídalo, acuéstate, pon la teley relax, baby. ¿Tienes algo parabeber? —pregunté.

Entendí algo sobre una botella que

habían dejado unos tíos que vinieron

de Pamplona para una despedida desoltero. Trajo té para ella y, para mí,un pacharán con hielo que, por elsabor y el color, parecía destilado desus tampax. Seis euros extra, aclaró.

—Nunca vinimos follar aquí. Voy

pensiones, hotel, en coches. Nuncavengo aquí con nadie, es mi casa —dijo señalando aquellas paredes queencerraban un orden meticuloso y uninconfundible y denso olor a putajoven y fatigada.

En una pared, clavada con

chinchetas, una bandera roja conaspas diagonales blancas anunciabaque mi putita pertenecía al Nashi (24);al lado, un poster de Kirkorov (25)

cargado de oro en el que, más que elrey del pop ruso, parecía un chulo dela mafia de Odesa travestido en ElvisPresley.

—¿Tú no sonríes nunca? —

pregunté.—Nosotros rusios tenemos bueno

sentido de humor —aseguró en surígido español—. Ustedesextranjeros, sonríen demasiado y sin

ningún razón —añadió, sinpercatarse de que los españoles nosomos extranjeros en España.Todavía no, al menos.

—En mi país —continuó—, dicensmej bez prichini, priznakdurachini, “risa sin razón, señal detontedad”. Si haces esto gente seburla por ti, porque piensa que tienesproblemas con tu cabeza, o que eresfalsa y mentirosa. Así nosotrossomos, hijos de Madre Rusia —remató, con un deje melancólico desamovar (26) abollado.

Preguntó otra vez si quería follar,chupar. Ante mi negativa se empelotóy vistió su cuerpecito de muchachocon una camiseta vieja de color rojocon letras blancas y una fotografía dePutin estampada que, sin duda,constituía su vestuario anticlímax.Una vez me acosté con uncolaborador de ETA, maestro dekale borroka para jóvenes cachorrosde terrorista, bajo una colchabordada con la ikurriña. Lo hice portrabajo y también fue un rollo triste.Ni siquiera me mojé.

Ante la mirada indiferente de larusa, me desnudé, dejé mis cosas enla mesilla y puse la tele. Comenzabanlas noticias del informativo de lanoche. Ella me miró, observóindiferente la tele y sacó un Orfidal(27) del cajón.

—¿Qué es eso? —señaló.—Un Kubotán (28) —respondí

adelantándome a su siguientepregunta—. Sirve para hacer daño alas niñas malas.

—No preocupas por mí, soy putahonrada y duerme hasta mañana. Sólo

deseo ahorrar dinero por tetasgrandes y universidad —dijocomiéndose la pasti—. Puedes vertelevisión, no me despiertas cuandomarchas. ¿Cuándo volver, cariño?

No me ponía nada aquella tía que

se abría de piernas con el mismoglamour que una puerta con célulafotoeléctrica. Era tan poco apeteciblecomo los cereales con leche. Nuncadestacaría en su profesión, erademasiado aburrida en sufuncionarial obsesión por la pasta.En realidad, la única mujer que me

calentaba era la morita que, bajo suaparente sumisión y tras sus ojosabisales, ocultaba un ramalazo deviolencia salvaje. Bueno, y aquellairaní en Libia…

La televisión anunciaba que los

Cuerpos y Fuerzas de la Seguridaddel Estado se hallaban en estado demáxima alerta antiterrorista. Medormí evitando rozar el culo heladode aquella zorrita.

(1). El Departamento Administrativo

de Seguridad, DAS, es el principalservicio de inteligencia estratégicay operativa en Colombia.(2). Consumidores de hachís. Sectachií que, según la leyenda, enviabaa sus asesinos drogados a cometeratentados. Fue Marco Polo el quetrajo a Europa la noticia de suexistencia.(3). Droga psicotrópica derivadadel cannabis. Es la resina gomosade las flores de las plantas hembras.(4). Coalición subordinada a laorganización terrorista vasca ETA.(5). Movimiento político inexistente.

(6). Partido político dirigido por elex militante del PP Mimón Kaddur.Desparecido tras sus fracasoselectorales.(7). Partido nacionalista marroquí.Es extremadamente combativo enlos asuntos relacionados con elGran Marruecos (Anexión delSahara Occidental y Ceuta yMelilla). El 13 de marzo de 2001 superiódico, editado en árabe AlAlam, deslizaba en un editorial,unas durísimas líneas queproponían que Marruecos dieraasilo y apoyo a los terroristas

vascos.(8). Profesión de fe islámica: Nohay más Dios que Alá y Mahoma esSu mensajero.(9). Hadiz. Tradiciones y dichos delProfeta Mahoma reunidos en laSunnah.(10). Esta canción de amor llegó aconvertirse en un himno depopularidad sin límites durante lasegunda Guerra Mundial; primeroentre los nazis, extendiéndose luegoa los aliados. Ha sido traducida amuchos idiomas y con diferentesletras, transformándose en marcha

militar o en canción de cuartel.(11). Término del vascuence quesignifica amante de la patria,patriota.(12). Símbolo representativo de lacultura vasca que corresponde a laesvástica curvilínea. La esvástica,recta o curva, es común a muchasculturas indoeuropeas.(13). Soldado vasco. El que hace laguerra.(14). Sarcasmo venezolano queindica que algo excede la capacidadde una persona.(15). La 109, llamada Sura de los

Incrédulos. Las suras, capítulos, sedividen en varios versículos.(16). Institución de la IglesiaCatólica cuyos miembros gozan defama de espiritualidad. Buscan enSanta Teresa de Jesús lainspiración para seguir los valoresdel Evangelio.(17). Chal de gasa fina usado sobrela cabeza. No es el velo moderno,llamado hiyab, que tapa la cabeza yel cuello.(18). Leptis Magna y Cartago,fueron las dos ciudades másimportantes de África. Primero

cartaginesa, luego romana, mástarde vándala y, finalmente,arrasada por los bereberes, susruinas, junto a las de Sabratha, sonel conjunto arquelógico romanomejor conservado del Mediterráneo.(19). Dictador que gobierna Libiadesde 1969. Apoyó a muchos gruposterroristas durante décadas.Actualmente ha moderado suspostura de apoyo a los movimientosrevolucionarios al punto deasegurar que ya no tiene sentidocontinuar acciones contra Israel.(20). Vestido que cubre todo el

cuerpo de la mujer desde la cabezaa los pies.(21). Profesores religiosos, sabios,generalmente, guardianes de laortodoxia.(22). Pentotal sódico y amytalsódico.(23).¿Te has hecho bollera? ¡Y túpor pasta también follarías concualquiera!(24). Significa Nuestro. Movimientojuvenil pro Putin, antifascista ynacionalista, antiestadounidense,anti OTAN y antieuropeista.Predicadores de la llamada

democracia soberana. Recibenayudas del Estado, a través de lasempresas estatales y asisten acampamentos donde recibendoctrina e instrucción militarbásica. Tienen una universidad, conbecas, de la que saldrán los nuevoscuadros, comisarios y funcionariosde la Administración Pública. Son elnuevo Konsomol, la antigua ramajuvenil del PCUS.(25). Kirkorov, cantante ruso deorigen búlgaro. Con 60 millones decopias vendidas en Rusia y EuropaOriental, Philip Kirkorov,

megaestrellas de la música pop,pretende triunfar ahora en elmercado en español.(26). Recipiente metálico coninfiernillo usado en Rusia paracalentar el té.(27). Es un tranquilizante-ansolítico, benzodiazepina, queestabiliza el estado psíquico.(28). Cilindro metálico usado comoarma manual de defensa personal

Capítulo 9

La puta roncaba ligeramente, sinmoverse. Me levanté en silencio ysalí a la calle a desayunar. Huevoscon jamón, pan tostado y mantequilla,zumo de naranja y café. Un viejoguerrillero del Partido ComunistaBrasileño, me dijo una vez que en laguerra siempre hay que comer, jodery dormir hasta hartarse, porque nuncase sabe si habrá otra ocasión parahacerlo. Fui a la Estación Sur de

Autobuses y escondí mi móvilencendido en el portaequipajes de unautocar. Si alguien intentabalocalizarme por él me situaríacamino de Andorra y, si nadie mebuscaba, mejor, serían paranoiasmías.

Ante la injusticia sólo hay dos

respuestas posibles, la legal y laotra. Antes de que yo entrara en elCNI, el Gobierno socialista deFelipe González eligió la otra paraacabar con los malos. Así, nació elGAL (1). Pero no funcionó. Por

chorizos. De arriba abajo, todos sededicaron a saquear los fondosreservados. Ahora había que saltarsela ley de nuevo, pero esta vez, paraacabar con algunos de los buenos quenos estaban traicionando. Tiempohabría después para ir a por losetarras, islamistas y débiles. En migremio éramos muchos los quepensábamos así.

Mis jefes me sabían infiltrada y no

se iban a preocupar por mí. Visitéuna sucursal bancaria lejos de mibarrio y retiré de la caja de

seguridad la documentación falsafacilitada por mi amiga del DAS.Carnet de identidad, cédula,pasaporte, tarjetas de crédito, dosmóviles, llaves y una Sig Sauer (2) dequince tiros con varios cargadores yfunda de cadera. Disponía de dospisos francos míos, no controladospor el CNI y era el momento deusarlos porque necesitaba un refugio.La sensación de ser perseguida habíadesaparecido, pero tomé el metro sinbajar la guardia. Elegí el piso quetenía alquilado en una casa, deVallecas. Discreta, ni nueva ni veja.

Hacía calor y al abrir la puerta measaltó un aliento de aire inerte.Secándome el sudor de la frentecomprobé que no había saltadoninguna de las alarmas, ni lastrampas en puertas y ventanas. Todoestaba en regla. Respiré.

Entré en la ducha y permanecí

unos minutos bajo el agua fría. Luegome tumbé y en silencio,concentrándome, esperé. Era viernes,día de oración para los musulmanes.Disponía de algunas horas parapensar en paz. Sabía por un

confidente que los viernes Asmahcharlaba con el instructor de defensapersonal de la mezquita, asistía alJumu’ah (3), paseaba por el CentroIslámico y hacía la compra antes devolver a casa. Llamé a mi ayudanteel vasco y le di instrucciones paraorganizar un encuentro, bienadornado de parafernaliaclandestina, para encandilar a lamora.

Mi colega se desplazó a la

mezquita y señaló la joven a un niñoque correteaba por el patio. Marcó a

Asmah y, en árabe, rogó al crío quele entregara una nota. Escondidodetrás de una columna vio cómo se ladaba, y después se retiró sin dejarsever. En la nota, se ordenaba a lajoven que buscara determinadafurgoneta azul en el mercadilloinstalado alrededor de la mezquita.Firmaba ETA. Debía acercarse a lapuerta trasera del vehículo y golpeartres veces con los nudillos, abrir lapuerta al escuchar el claxon, entrar ytumbarse boca abajo en el suelo.

Hecho esto, Gorka la encapucharía

sin dejarse ver y, sentada contra lamarcha, tras dar mil vueltas por laM-30, la conduciría hasta la últimaplanta del parking de un hotel. Allí laesperaba yo, en la calle. Gorka, seríaun convidado de piedra. Atrezzo.Asmah y yo teníamos mucho que quéhablar, después de meses denegociaciones en la más absolutaclandestinidad, de mensajesdepositados en inverosímilesescondites y de encuentrosrocambolescos. Tocaba decidirse ylas dos estábamos dispuestas.Mientras aguardaba la hora de la

cita, recordé a Tano. Mi gitano.Deseaba que no le ocurriera nadamalo, que no le salpicaran los dañoscolaterales cuando todo comenzara.

Me vinieron a la mente aquellas

noches que salvamos sin matarnosaunque clavándonos rejones dereproches en el alma. Los díasdespués de mi aborto en que yo,creyendo odiarle, organizaba hasta elhorario de las broncas para lograr elmáximo confort de mi hombre,porque él es uno de esos individuospara quienes, infaliblemente, el

mundo se detenía entre las tres y lascinco de la tarde. La hora de lasiesta. Dejaba las discusiones para lanoche y, mientras yo largaba, él setomaba unas copas, mirándome.

Una noche comprobé algo que

intuía hacía tiempo. —Eres analfabeto en amor —le

reproché dolida—. No sabes por quéy no piensas en ello pero sientes quesoy tuya, que te pertenezco. Por esocrees que puedes dejarme o tomarme,regalarme, venderme o mutilarme sin

que yo rechiste.—Estabas en lo cierto. Pero,

¿sabes por qué? —le dije—. Porquete amaba, Tano. El problema es queno reconoces el cariño ni teniéndoloante los ojos. Para ti, el amor es unaccidente absurdo, como la muerte enla carretera, algo que sólo les ocurrea los demás. Tú no amas, gitano —continué—. No sabes, no puedes, noquieres hacerlo. Además deimpotente, eres un discapacitadoemocional, un lisiado del corazón.Lo mejor es que lo dices, avisas, noengañas.

—Jamás volveré a joder contigo—aseguré—. Si quieres puedes vivira mi lado, te respetaré y cuidaré. Meacostaré cerca de ti, pero no mepreguntes nunca con quién hago elamor. Ya no te interesa.

—Estoy cansada y dolida —añadícon desaliento—. A veces, la vidaparece una carrera de obstáculos yhay días en que tú consigues hacerlaaún más insoportable y jodida. Esduro convivir con alguien que nopiensa. En casi todos los modelos deser humano los cerebros vienen deserie, salvo excepcionalmente que

son un extra. Ése debe ser tu caso.Seguramente, no pagaste todos losplazos y te lo dejaron a medioinstalar.

—Nunca sabré si no piensasporque no tienes cerebro o porque note da la gana fatigarte —proseguí,tenaz—. Algún día, en lugar de lospuños, la pistola, el cuchillo o lo quecojones uses para salvar el culo,deberías enfrentarte a la vida y a losdemás usando el cerebro, si aún nose te ha licuado del todo y conservasalgo de él.

—Del alma y del corazón, ni

hablo. Pero al menos usa el bolopara no hacer daño a los pocos quete queremos —susurré haciendo unamueca—. A menudo pienso si tienesalgún jodido recuerdo bueno. Lodigo porque, desde que te conozco,no has sonreído ni una puta vez.

—Si vas a vomitar dímelo paralevantarme y que no me manches —agregué ante su mueca de asco.

—Si vomito no será por elalcohol, sino porque me asquea queme eches de tu cama para mamárselaa medio Madrid —respondió Tano—. Los tríos son imposibles. Los

sentimientos ya son demasiadocomplicados sólo entre dos personasy tú escrutas cada bragueta en buscade la polla perfecta con la mismapasión con que los cristianosbuscaban el martirio. Eso tambiénduele.

—Tienes razón. Hay que decir laverdad a la gente que se quiere,aunque les resulte duro saberla —continuó el gitano—. Somos pocoslos capaces de decirla y menos aúnquienes la decimos sin ofender.Tampoco abundan los que no seencabronan al escucharla. Sé que tú

me perdonarás, África. Igual que yote perdono a ti. Porque nosotros,afortunadamente, ya no podemoshacernos más daño.

Cuanta menos razón tenía, con más

fuerza defendía Tano sus opiniones.Durante horas, interminablemente.Ante una botella y sentado sobre suculo que, por el aguante, parecía dehierro. Al final me iba a dormiraburrida, dejándole a solas con elron. Fueron malos tiempos.

Me preparé cuando vi la furgoneta

entrar en el garaje y aparcar en unaplaza medio oculta entre pilares yalejada de la entrada. Según loconvenido, Gorka se quedaría juntoal portón trasero. Entré al hotelandando, me dirigí al gimnasio y,desde allí, al aparcamiento. Desde unrincón en sombras comprobé quenadie les había seguido y meacerqué. Gorka me había enviadopreviamente un mensaje con unaspreguntas en euskera que yo debíaleer y que él respondería simulandoque me informaba extensamente. Traslos agures (4) de rigor, le ordené que

se apostara junto a la entrada y entréen la furgoneta mostrando la pistolaen la cintura. Levanté la capucha deAsmah y la saludé.

—As-salaam-alaykum —dije.—Alaykum-as-salaam —

respondió (5) .

Nos miramos. Ella desvió su

mirada hacia el arma y yo clavé lamía en sus pechos poderosos bajo lacamisa. Cada una llevaba al cuello elregalo de la otra.

—Hablemos, hermana —dijo.—De acuerdo, Asmah, voy a ser

breve —respondí—. Traigo buenasnoticias de Francia. La dirección deETA acepta una ekintza (6), un dobleatentado conjunto, en suelo español,con el fin de demostrar la alianza delos pueblos oprimidos que luchamoshermanados por nuestraindependencia.

—Dada la mayor experiencia ycapacidad militar de nuestros gudaristraigo una propuesta no negociable;es nuestro el derecho de elegirobjetivo, fecha y modus operandi —

continué mintiendo—. Vosotrosaportaréis un único militante,totalmente subordinado a nuestroplan de actuación que guardaremosen secreto. Este militante deberá serun mártir dispuesto a inmolarse entreuna multitud mientras,simultáneamente, nosotros golpeamosen el mismo lugar pero de maneraselectiva —expuse ante sus ojos queme observaban atentos.

—El elevado número de bajasentre la población civil secompletará con la muerte de una omás personalidades —avancé en la

falsa información—. La opiniónpública española sufrirá un terriblegolpe que cambiará el curso de losfuturos acontecimientos políticos,electorales y autonómicos y quetendrá un amplísimo eco mundial.

—La reivindicación, firmada porambos, desolará a una Españatodavía traumatizada por el 11-M y,partirá del aparato de propaganda deETA. Así haremos pública unaalianza coyuntural entre los dosgrupos armados que aterrará a laUnión Europea. Eso o nada —finalicé la exposición.

—In Sha'a Allah (7) —exclamóAsmah emocionada—. Puedoanticiparte que aceptaremos felicesla colaboración. Pero quisieraplantear algunas dudas. ¿Es ciertoque ETA ha participado conHezbollah (8) en acciones armadas enEl Líbano? Me refiero al bombardeode la Embajada en Beirut hace años yal reciente atentado en el que hanmuerto seis paracaidistas españolespertenecientes a las fuerza deinterposición de la ONU en ElLíbano.

—Corren muchos rumores sobre

esta alianza —aseguró en un intentode parecer bien informada—. A finde cuentas, los independentistasvascos deseáis destruir el Reino deEspaña y los musulmanes ansiamosreconquistar Al-Ándalus yconvertirla al Islam. Son objetivoscompartidos. Coches bomba ymártires inmolados hasta doblegar alenemigo común.

Huir no os servirá de nada,

si huís de la muerte o de matar;y, aún si lo hicierais,

Disfrutaríais por poco tiempo.

—Lo dice el Noble Corán, amiga

infiel. Sura de los Coaligados,versículo 16. Allahu Akbar (9) —concluyó Asmah.

—No estoy autorizada paracomentar aspectos de lasoperaciones internacionales de ETA,y tampoco para desvelar más detallesde esta acción —corté sus preguntas—. En este momento sólo debessaber que, cuando se os avise, uno devuestros mártires debe ponerse anuestras órdenes para inmolarse.Nosotros actuaremos a la vez.

—Por ahora, sólo necesitas sabereso —concluí.

Pero la mora no estaba satisfecha,

quería más; su organizaciónnecesitaba armas y financiación parapoder pasar a la acción. Insistió en elasunto del hachís. De primeracalidad. Aseguraba poder descargaren la costa de Cádiz una goma (10)

con 5.000 o 6.000 kilos de droga, ygarantizaba la recepción de lamercancía, el alijado, la custodia entierra y la posterior entrega encualquier punto de España. Explicó

que puesto en la calle el hachístendría un valor de unos quincemillones de euros. Nos lo cederíanpor un tercio de su valor para lareventa. En Dar al-Harb (11), dijo.

Respondí que no estaban los

tiempos para esas actividades, queenviaría su propuesta a la direcciónen Francia pero que, dado el estrictocontrol en las carreteras y la intensaactividad policial, desaconsejaríautilizar a los militantes en eltransporte y venta de esas cantidadesde droga. Insistí en que tendría

respuesta a su petición, aunque creíapoder adelantarle el sentido negativode la misma. Repitió con insistenciade vendedor de alfombras que sicomprábamos cinco mil kilos porcinco millones de euros nosotrospodríamos ganar otros diez millonesde euros limpios al venderlo luego aun mayorista europeo. Le repetí queen estos momentos no podíamosdistraer militantes para ese trabajo,pero que en breve le responderíaoficialmente. Ella se despidió con unMa'as-salama (12), y musitó otroversículo, el 12, de la Sura de los

Botines de Guerra.

Arrojaré el terror en loscorazones de los infieles.

Por lo tanto, golpeadles los dedosy la nuca.

Yo también me despedí

ordenándole que se pusiera lacapucha. Salí de la furgoneta y, trasladrar cuatro frases en vasco aGorka, éste se la llevó a dar vueltaspor la M-30 antes de abandonarlamareada en una calle desierta delparque del Conde de Orgaz. Con

acento aldeano y errores en suespañol le prohibió quitarse lacapucha antes de cinco minutos. Yoregresé a mi escondite en autobús y,durante el trayecto pensaba en elperfume penetrante y exótico deaquella mujer, en lo excitante quehabía sido estar encerrada con ellaen la furgoneta. Recordando elsonido de su risa animal, una mezclade zureo y hondo ronroneo de gatasalvaje, y sentía en las tripas lomucho que me calentaba aquellaasesina mahometana.

(1). Grupos Antiterroristas deLiberación, creados y dirigidos poraltos funcionarios del Ministeriodel Interior de España, policías ymercenarios. Asesinaron treintaterroristas de ETA, miembros de laizquierda independentista vasca yrefugiados en Francia durante ladecada de los años 80. Terrorismode estado.(2). Se refiere al modelo SigPro,pistola compacta de la marca SigSauer.(3). La oración de los viernes,

equivalente a la misa del domingo.Coincide con las oraciones delmediodía, Zuhr, y ese día lassustituye.(4). Adioses. La despedida.(5). Que la paz sea contigo, saludoIslámico.(6). Acción, atentado.(7). Si Dios quiere.(8). Significa Partido de Dios.Movimiento terrorista chiíta enLíbano, antioccidental y desubordinación iraní.(9). Dios es Grande.(10). Embarcaciones neumáticas

semirrígidas de gran tamaño ypotencia y equipadas consofisticados medios electrónicos decomunicación.(11). Significa, literalmente, la Casade la Guerra. Es una expresiónusada en la ley islámica paradesignar regiones o países nomusulmanes.(12). Adiós.

Capítulo 10

Pasaban las horas y no sucedíanada. Cada vez tenía más miedo.Estaba tan rígido que mis nervioscrujían al moverme y en la bocasentía un sabor agrio que no se iba nibebiendo. Miedo, pero, ¿a qué? Atodo. A cualquier cosa. He pasadodos tercios de mi vida acojonado y eltercio restante dormido, borracho odrogado, así que sé identificar elmiedo.

Me crié entre odio y, viniendo del

infierno, sé que no hay perdón paraquién se resiste al imperio de la ley,sobre todo si el rebelde es débil ypobre. La sociedad acosa, margina,humilla e intenta enloquecer aldíscolo y, si eso no basta, el sistemalo remata de cualquier manera.Saberlo asusta. Aunque las loscódigos de mi mundo, las leyes noescritas que Dios olvidó cincelar enlas Tablas de los Mandamientos, amenudo sean más duros que losaplicados por la sociedad.

Siempre dijeron de mí que soy

valiente. No estoy de acuerdo. Soyun cobarde que nunca rehuyó unapelea aún sabiendo que mis rivalespodían acabar conmigo. Pero, pelearsabiendo que puedes morir tefortalece, tu furia atemoriza alcontrario y hace que te crezcas anteél. Así actué desde que tuve edadpara sostener los puños en alto. Nohuir supuso que me partieran la bocavarias veces pero, otras, el que veníaa golpearme, sobrado y consciente desu superioridad, salió bien jodido.

En aquellos años me creía unburlador de la muerte. Vivía una fasede arrogancia inmadura, una épocade mi vida en que nada, porpeligroso que fuera, me parecíavedado. Pero eso no es valor. Entodo caso, sería negarse a ser la putavíctima.

Valentía es enfrentarse a lo

desconocido, a nuestros propiosmiedos y a los fantasmas del corazónpara defender lo que la razón exige.Yo siempre tuve poca conciencia, nome gusta el compromiso y soy

demasiado indolente para luchar porideales. Fue mi opción. Es humanoelegir contra quién no deseasenfrentarte; es humano pero, engeneral, también mezquino.

Nacer gitano, sobrevivir a

Auschwitz y ser criado por unpederasta han sido los tres hitos demi vida. Siempre fui un gitano raro,no me gustan ni el cante ni el baile,tengo mi miajita de estudios y heviajado más en avión que encaravana. Entiendo algo deordenadores y nada de hogueras a la

luz de la luna o de echar las cartas.Prefiero Baudelaire a Lorca ydomino varios idiomas desde niñopero eso, en vez de valorarse, a ungitano lo convierte en sospechoso.Sobre todo en un país donde lospresidentes de gobierno únicamentebalbucean cuatro palabraselementales en un francés paraturistas. El inglés, ni mencionarlo.No están hechos nuestros prohombrespara la lengua de Shakespeare, sóloun detestable francés y algunos unatroz spanglish chapurreadotorpemente con un ridículo acento

entre tejano y from Guadalajar (1). Sin embargo, me gustan las cosas

que los payos piensan que nos atraena los gitanos: boxeo sin guantes,peleas de perros, navajazos y, sobretodo, mentir y engañar pero, aunqueen esto nosotros llevamos la fama,quizás otros nos saquen ventaja. Nosólo soy gitano; fui británico, francésy, mucho antes, ciudadano delinfierno. Pero basta de gitanos ypayos. Ahora soy español. Lo dicemi pasaporte, aunque, en realidad,sigo sin ser nada. Sólo un tipo que,

como en una pesadilla, ha vuelto dedonde nadie regresa. Toda mi gentemurió atravesando el túnel entre larealidad y la libertad; yo conseguífranquearlo a tumbos, dandocabezazos contra sus paredesoscuras, entre un apestoso olor amuerto. No compartir aquel destinome convirtió en el solitario que soy.

Siempre hubo poca gente que me

importara, a la que desease necesitar,y aún con tan pocos, en el día a díaera inevitable que nosdecepcionáramos mutuamente. Las

mujeres podían domesticarme unatemporada, luego algo cambiaba yme aburría, me asilvestraba de nuevoy, por curiosidad, buscaba compartirmi intimidad con nuevasdesconocidas. La eterna lucha entresexos que siempre acaba de la mismamanera y que, no por conocido elfinal, resulta menos despiadada: elhombre exigiendo y la mujernegándoselo. Como juego, tomado ala ligera, es divertido. Siempre meha gustado la conquista, mucho másque cuando ceden ansiosas al primerrequerimiento.

Ser mi amigo siempre ha sido muy

difícil, casi imposible; cierto quetampoco han sido muchos losvoluntarios pero, aún así, tengoexcedente de afecto para mi escasocupo. En cambio, convertirse en mienemigo ha sido tan fácil que casitodo el mundo, antes o después, hacumplido con los insignificantesrequisitos necesarios para que yo leodiase. A la mayor parte de estosinvoluntarios aborrecibles no eranecesario castigarlos; generalmente,bastaba con el desprecio. Sólo

cuando algún imprudente, pornecedad temeraria, se burlaba de miodio, me convertía para él en alguientan peligroso como un sicilianodeshonrado, en la peor de suscongojas. Y desde soltarle doscartuchazos de postas en los riñonessi la ofensa era grave, hasta difundirlas peores calumnias en los casosleves, aplicaba una amplia variedadde castigos: fracturas, cuchilladas,incendios, atropellos, ultrajes,falsedades…

Maté a algunos, sobre todo de

joven, y arruiné la vida y lareputación de muchos. En ningúntribunal del mundo, ni civil nireligioso, la pésima catadura ética dela víctima es eximente en gradoalguno pero yo pensaba, íntimamente,que la dudosa moral de misasesinados convertía sus muertes ensocialmente aceptables,políticamente correctas e inclusodeseables. En honor a la verdad,también perdoné a quienes semostraron humildes y debidamentesuplicantes, así que no debo ser deltodo rencoroso. Y por supuesto, en

cualquier situación, siempre fuicortés.

Me he ganado la vida como he

podido, generalmente, mal. En elParís del 68 fui la bonne a toutefaire, la jodida chacha para todo, deuna curiosa pareja de franceses quevivía en una espléndida peniche (2)

atracada en el Sena, con cocina,baño, teléfono y calefacción y unlustroso Citroën tiburón negro y unamoto enorme aparcados en el muelle.Creo que entonces tenía 24 años, máso menos la edad de ella, porque el

menda, él, casi triplicaba la edad dela muchacha. Ambos eran ricos yguapos y el tipo, además, un jodidocerebrito, un economista a quien, porlo que me contaron, llovían lasofertas en cuanto asomaba el caretoal mercado del trabajo. Se lo rifaban.Los mejores departamentos deestudios de los grandes bancos ymultinacionales pagaban sus análisisa precio de oro. Trabajaba seismeses en París, recaudaba fondos yse marchaban los dos a su escuela desubmarinismo en la Martinica, dondevivían en un espléndido velero.

Cuando se acababa la pasta, élaceptaba otro trabajo en París yacumulaba capital durante unosmeses. Después, retornaban alparaíso durante un año o dos.

Yo los envidiaba. Mientras tanto

ganaba algunos francos extrahaciendo pintadas para unos y paraotros. Desde partidos políticos aamantes traicionados. Por supuesto,cobraba con moderación y, sobretodo, me encargaban insultos porquenadie manda pintarrajear la pared desu vecino para felicitarle el

cumpleaños. Pero, no daba paravivir, sólo era un extra.

Todos tenemos un precio y, con la

jodida crisis económica, el mío eraasombrosamente bajo. Casi siempre,y sobre todo en aquellos momentos,yo he sido muy barato. Baratísimo.No he podido permitirme el lujo deser caro y de cotizar por encima delprecio de mercado. Así todo, a lolargo de mi vida, un par de veces heestado tan desesperado como paraprestarme a jugar a la ruleta rusa. Sí,eso. Se mete una bala en un revólver,

se gira el tambor, apuntas a la sien ydisparas. Los jugadores eranvietnamitas y los traían a Paris pordocenas. El índice de mortandad eradesalentador, pero gané algo dedinero, no perdí la vida aunqueadelgacé por el miedo. Me dejé guiarpor Nietzsche Muchos muerendemasiado tarde y algunosdemasiado pronto. Morir a tiempo,eso es lo que Zaratustra enseña.Sobreviví, pero hoy no lo haría denuevo.

También fui palanganero (3) en

Frankfurt, en un megaburdel dirigidocon mano de hierro por un gallego deVillagarcía de Arosa que se habíaenriquecido con el tráfico de tabaco.Un angelito. Una hermana de lacaridad para lo que se estilaba enaquellos tiempos, cuando losinvernaderos de hijoputas producíanvarias cosechas anuales decabronazos. Ya ves, chaval, decía,soltándome un hostiazo en el cráneo.Un camioncito de Lucky Strike paraacá, otro de Chesterfield para alláy, poco a poco, modestamente y conesfuerzo, se van haciendo unos

ahorrillos. Eso sí, sin derrochar, sindespilfarros. Hasta muy mayor nogasté en alquileres, me explicaba,porque para la dormida siempreencontraba alguna mamá puta queme dio unos cuantos duros aldespertar después de una buenajodienda. Aprendí mucho del gallegoy de sus zorras.

Todos somos comprables, no hay

nadie honesto al cien por cien y,puesto que todos nos vendemos, yome jactaba de mi precioexageradamente bajo, muy barato.

Así, algunos compraban, y podía irmalviviendo.

Hice de gancho en partidas de

cartas en las que, para animar a losprimos, perdía sin pestañear enormescantidades de dinero que mefacilitaban los mismos tahúres. Miganancia eran las copas, un par debocadillos, unos paquetes de tabacoamericano y algunos billetes.Muchísimo menos de lo que cadanoche timaban a los jugadores con miayuda.

También fui capitalista. No de losque amontonan pasta y Marxflagelaba como ladrones de lasplusvalías del obrero. Yo era uncapitalista castizo, de los que sacan ahombros a los matadores que triunfanen las plazas de toros. Compartía lagloria con los maestros mientrasintentaba a hostia limpia que losaficionados no les arrancaran losmachos, la montera, el corbatín yhasta las zapatillas; cargado con elpeso del diestro y todo a cambio deuna propina que se defendía apuñetazos, o a navajazos, de la

codicia de los aspirantes acapitalistas. Lucha de clases.Afortunadamente, ya no era comoantes, cuando llevaban al maestro ahombros hasta su casa, ahora era máscómodo. Le sacábamos por la puertagrande hasta la acera y, allí, se loentregábamos a los subalternos queesperaban con la furgoneta. Luegoiba al hotel para recoger la propina.Y a veces, antes de marchar, algúndiestro, recordando sus tiempos demaletilla, me permitía queaprovechara la habitación vacía paradormir un rato, lavar mi ropa y

ducharme. Había uno de Cádiz quepor simpatía, además, encargaba uncocido para que me lo zampara en lahabitación.

Trabajé para los Sindicatos

franquistas como rompehuelgas y,más tarde, cuando llegó lademocracia, para los partidos másfachas que me pagaba para apalear alos estudiantes progres que pegabancarteles por el barrio de Argüelles.Durante la transición, gente poderosaintentó formar un nuevo partidopolítico y, oliendo la pasta, me

dispuse a recoger algunas migajascon algunos tránsfugas de la extremaderecha y otros pocos desencantadosde la extrema izquierda. Nuestrosdirigentes intentaban transmitir susconsignas a los españoles y,nosotros, las bases, queríamos ganarunos duros. Pero atraer pasta no esfácil y, vender ideología sólofunciona cuándo se hace conpaciencia y muchos medios. Esta vezno prosperó. Demasiado cutreincluso para un país que salía de ladictadura. Alguien perdió su guitapero a mí me sirvió para vivir

liberado un par de años, hasta quelos fundadores, idealistas ellos,cerraron el chiringuito hartos deexplicar a todo el mundo que aquellolo hacían por la libertad y lademocracia y no por el poder o eldinero.

La megalomanía de los fundadores

del partido duró lo que duraron susahorros y créditos. Por desgracia,demasiado poco para mí, que ya mehabía acostumbrado a recibir laescasa aunque regular nóminamensual, es decir, un sueldo fijo

como los funcionarios. El ideal detodo español. Aprendí que nada sesostiene sin beneficio; bueno,algunos tipos muy listos utilizan laspérdidas de sus negocios para lavardinero, pero a mí ese tipo de cosasse me escapan. Nunca me ha dado lacabeza para mucho. El caso es quesin cash nada se tiene en pie: ni unpartido político, ni una iglesia, ni unclub de fútbol… ni siquiera una casade putas. Y eso que en los burdeles,la materia prima es abundante, baratay, además, se lava y se estrena.

Una temporada fui caddie (4) de unconstructor aficionado al golf. Era untipo raro que escribía novelas yganaba mucha pasta rehabilitandocasas viejas en Madrid. No meenfadaba cuando gritaba, gitano,dame el putt (5) y límpiame la bola,porque al acabar el juego, mientrasél trasegaba cervezas con suscompañeros de partida, era su mujerla que me limpiaba a mí el palo y lasbolas. Y lo hacía de puta madre,niquelado. Me divertía ponerlecuernos en el asiento trasero de sucoche mientras él estaba tan cerca.

Era mi forma de putearle sin matarlo. El tipo era un nuevo rico que, para

impresionar a las visitas, soltaba unpar de caballos en un cercado deebanistería construido dentro de unjardín tan grande como el Bernabéu.El puto especulador mantenía a unaamante rumana en un apartamento deChueca y cuando la visitaba yo leacompañaba como guardaespaldas.Muy pronto, sin que se enterase, lachica y yo fuimos buenos amigos.

Un día, el ladrillos me llamó para

convencer a una vieja, únicainquilina de un inmueble que valíauna fortuna, de que debía abandonarsu ático. Pese a las generosas ofertas,la hijaputa testaruda quería quedarse.Cuatro pisos vacíos a derecha eizquierda, una sola inquilina y elmercado inmobiliario disparado quedemandaba enloquecido losapartamentos de superlujo quesaldrían de la remodelación deledificio. Muchos millones sin ganarpor una jodida loca.

Le pedí un anticipo y en el primer

piso organicé una ONG parainmigrantes sin papeles. Duchas ybocadillos gratis las veinticuatrohoras del día. Altruista,generosamente. A los pocos días,había larguísimas colas de negros,moros y latinos en la puerta. Subían ybajaban por la escalera, encendíanhogueras en rellanos para hacer lacomida y calentarse de noche,cagaban, meaban, se emporraban y, ycuando apretaba el calentón, follabanen el ascensor y en el portal. En unpar de ocasiones salvé a la vieja deser violada por un sin papeles

cachondo. No tardó ni quince días enpirarse. Luego, vino una televisiónregional para entrevistar alpresidente de la ONG que tangenerosamente ayudaba a losmarginados del barrio. Cuando elconstructor me vio largando enTeleMadrid, casi se infarta.Discretamente, le pedí más pasta endirecto. Me ofreció el doble de loprometido para que de una puta vezdejara de hablar con los medios. Lepedí el triple. Me llamó ladrón, peropagó. Un mes después entró lapiqueta. Vimos caer la fachada

fumando un puro. Aquella basura depuros hacía más por el calentamientoglobal que Al Gore al trasladar suculo gordo por el mundo en un jetprivado.

También fui mozo de cuadra en

una yeguada de lujo en la carreterade Extremadura, a las afueras deMadrid. Estaba en una finca, vigiladapor la Guardia Civil, donde Francocazaba perdices los jueves, antes delConsejo de Ministros. El mismoCaudillo supervisaba la cría decerdos de la enorme granja trabajada

por un poblado de porquerizos ycuidada por una compañía desoldados de infantería que, ademásde hacer guardias, servían deasistentes y de oficios para mantenersu feo palacete.

Pasé algunos inviernos limpiando

boxes (6), dando cuerda (7) ycepillando los caballos que losseñoritos no tenían tiempo de montar.Al ser gitano, pensarían que siemprehabía sido tratante de bestias, o queme había criado entre animales conalguna tribu errante. Gilipollas. Por

supuesto, en los pajares y en elguadarnés (8), me tiré a un montón demadres, hijas y esposas de losjinetes. Les gustaba verme domarpotros y al saber que era pobre seponían más perracas.

Había una tan tonta que su cerebro

parecía un salvapantallas de HelloKitty. Me pagaba por domar un tordode pura raza española y, después defollarla más de cien veces, cuandoterminé con el caballo, me miró conel mismo asco con que se mira a unacucaracha en la sopa y me despidió

con un tono tan cortante que partíaclavos. Le hice chantaje unatemporada sólo para humillarla y,bueno, también para sacarle la pasta,por cretina. La muy estúpida creíaque trepanar era hacer sexo anal.

Otro de mis trabajos fue pasear

perros de los ricachones del ParqueConde de Orgaz. Solía llevarlos alos jardines del parque entre la calleSilvano y la avenida de Machu Pichuy era un espectáculo verme empuñarlas correas de media docena dechuchos ladrando. Para conseguir

éste curro tenía que enfrentarme a lacompetencia de un yonqui que seresistía a que un gitano viejo lechorizase el trabajo. El chaval era unpasota, se despreocupaba y dejabaque se mordiesen entre ellos. Yocontrolaba mejor a los animales y nolo permitía, tampoco que losasquerosos perruchos montasen a lasperras. Y sus dueños me loagradecían.

También cuidé de un viejo que

había sufrido un ictus isquémico,pero su hija me echó a la calle

cuando una noche me sorprendiójodiendo con una lumi africanadelante del enfermo. Eso mecalentaba y creo que, por el brillo desus ojos, al viejo también le gustabamirar cómo se la metía a la negrata.Estoy seguro de que le distraíamucho más que la tele. En realidadyo lo hacía por él, para entretenerle,porque ni siquiera hablaba. Pero suhija se puso histérica y gritaba queiba a denunciarme por guarro sexual,exhibicionista y por atentado alpudor. Unos días antes lo habíaintentado con África pero, a pesar de

lo calientes que íbamos, no funcionó.No se me subió y, al final, se lo comípara no dejarla salida. Pobre.Acabábamos de conocernos. Vayaimagen que di aunque, por lo menos,creo que el viejo se divirtió.

Me alquilaba para cualquier cosa.

Desde comparecer como testigoimaginario en juicios por accidentesde tráfico hasta dar falso testimonioen fraudes laborales cometidos portrabajadores desleales o interponer,también por encargo, demandas detodo tipo para cualquier clase de

procesos por estafa, agresiones onegligencia. La mayor parte de lasveces eran demandas frívolas einútiles para hastiar y acobardar,porque quien me pagaba no pretendíaganar los pleitos sino joder la vida alacusado y cubría gustoso las costas ymultas con tal de amargarle. Setrataba de pleitos civiles y no sebuscaba el castigo del demandadosino un pacto con ventaja o,simplemente, afligir al enemigo. Amí me gustaba esa parte, cuando lavíctima se entregaba rendida eintentaba negociar para, finalmente,

dejarse extorsionar. Otras veces aterrorizaba a los

testigos. Solía comenzar de maneracruel y aparatosa matando a su perro,gato o al puto periquito si lo tenían yestaba a tiro. El siguiente paso eraquemar su coche rompiendo uncristal y tirando dentro un molotov(9). Finalmente, si todo esto fallaba,iba a por su mujer y sus hijos.Primero sufrían un vulgar atraco y, alvolver a casa ilesos, el padre veía enlos ojos despavoridos de los niños elbrillo cegador de una navaja. En

otras ocasiones acosaba a lasesposas en aparcamientos oscuros,desgarraba su ropa como si quisieraviolarlas y, cuando estabanaterradas, metía en su bolso algopeligroso; unas balas, por ejemplo.Bastaba telefonear al hombre de lacasa y pedirle educadamente queaguardara con una manta la llegadade su esposa y que examinara subolso, para conseguir que sufrierauna crisis de nervios.

También cobré por putear a alguna

divorciada demasiado rápida en

encoñarse, excesivamente pedigüeñao joderete con los horarios de visitaa los niños. Entonces mi modusoperandi era distinto. Solía llevar unpar de amigos conmigo y, mientrasellos golpeaban al amante, yoarrebataba el bolso a la mujer. Condos bofetadas ella y unos puñetazosél, los dejábamos marchar. Paraevitar imprevistos, uno de los míoslos seguía hasta la comisaría dondeiban a poner la denuncia al mismotiempo que yo entraba en su casa y encinco minutos, con una navaja debarbero, destrozaba sus vestidos,

cuadros, sofás, la cama y lascortinas.

En los casos de novias y esposas,

los cornudos que encargaban unapaliza que hiciera llegar a la mujer elviejo mensaje Eres mía y tengosuficiente pasta para hacer que tematen. Nunca acepté estos trabajosporque no me gusta pegar a lasmujeres. Una bofetada o dos, sí, vale,pero no una paliza como pedíanaquellos cobardes. Otro me ofrecióviolar a la mujer que lo habíaabandonado; pagaba mucho dinero y

me explicó el gusto que le daría queyo abusara de ella: Fíjate, hombre,me dijo, violada a punta de navajapor un gitano. De puta madre. Menegué. Todo tiene un límite. No porla tía, sino porque me jodió elracismo del tipo. Se lo conté a ella,me pagó lo mismo y acabamosfollando.

Huyendo de la miseria fui matón

en un burdel de carretera. Luegocontrolador, capataz lo llamaban, deinmigrantes ilegales a los que hacíatrabajar como esclavos para impedir

que pensaran en fugarse. Aquello eracomo ser kapo y no me gustaba.Hacía que me sintiera tan sensiblecomo el gatillo de un sicario. No eraun trabajo para mí, si es que algunavez hubo uno que lo fuera.

Aceptaba encargos de gente que

deseaba obtener cosas a mitad deprecio y a los que su conciencia lespermitía comprarlas aun conociendosu origen ilegal. Abrigos de piel parafrikis de la tele, gadgets electrónicospara chavales y hasta latas de atúnpara jubilados… Todos hacían como

si no supieran que estabancomprando objetos robados.

Con el tiempo, y antes de conocer

a mi novia espía, tras mucho mirar ycomparar, elegí un gabinete cerca deChamberí. Con la misma ilusión conque los viejitos esperan la pensiónpara visitar una putita a fin de mes,yo aguardaba, siempre escaso deliquidez, a juntar unos cuantos eurospara visitar a Manos de Seda (10).Los jubiletas se desahogan conalguna honesta ama de casa,pluriempleada en el sexo senil, que

les alivie de tanto desdén familiar ysinsabor social como aflige susvidas. En contra de lo que parezcaindicar su nombre, yo no buscaba unapajillera habilidosa. Manos de Sedaes una manicura colombiana. Porque,igual que otros son puteros, yo soyadicto a las manicuristas.

Mi presencia en aquel gabinete de

lujo, entre modelos glamurosas,estilistas de tendencia, empresarias yprofesionales, zorritas de la jetset ypijonenas en general era, por lomenos, chocante. Sobre todo,

teniendo en cuenta que la lista deespera para ser atendido era máslarga que la de la Seguridad Socialpara operarse de juanetes. Parecía unvagabundo entre princesas y sólo mesalvaba del desprecio general el deque la dueña, la preciosa colombianaque oficiaba de suma sacerdotisa, meinvitara a compartir su almuerzoentre una clienta y otra. Creo que merespetaba por mi tesón paraconservar pies y manos de rey y eserespeto lograba que sus clientastolerasen a un pobrete en aquelsantuario de esnobs.

Para un muerto de hambre como

yo, aquello era un lujo que mereprochaba sin remedio. Era patéticoque en vez de comprarme unachaqueta usada, unos zapatos que noparecieran sacados de la basura o,simplemente, mandar a lavar lassábanas o comer unos filetes,corriera a descalzarme ante lamanicura. Es un vicio diferente.

Mi único lujo, y no puedo

prescindir de él. Cuándo no hepodido permitírmelo me he sentido

sucio y pobre , aunque acabara desalir de los baños públicos de BravoMurillo y de almorzar en CasaAdolfo, el restaurante de un chavalque me invitaba a comer a cambio deuna buena charla de sobremesa.Además de quitarme el hambre conla especialidad de la casa, undelicioso rabo de toro a lacordobesa, una Navidad me regalóun frasco del original Grey Flannelde Geoffrey Been, su perfume. Es unmagnífico muchacho, y él y suhermana María se portaron conmigomucho mejor que si fueran amigos.

Aún hoy les visito con África, siinvita ella.

En los peores momentos, si no

encontraba quién me convidara,comía donde las Hermanitas de losPobres y dormía, me duchaba y meafeitaba en el Gratix Hotel, comollaman los sin techo con latines a losalbergues municipales. No megustaba frecuentar esosaparcamientos nocturnos paradesesperados porque, en el silenciode la noche, el sueño se rompía conlos pedos, toses y los gritos de los

atormentados por sus pesadillas. Por la mañana venía lo peor. La

puta calle. Vagabundear aparentandocaminar en una dirección concreta ycon objetivos claros, sin dejar verque ese trajín carece de utilidad y notiene otro fin que evitar caer rendidoante la mirada reprobadora de loshonrados ciudadanos estresadísimos.Y eso tuve que hacerlo con sol, conviento, con lluvia y humedad, eninvierno cuando oscurece pronto y,en primavera y en verano, cuando losdías son más largos y parecen sin fin.

Con hambre, con sed y, sobre todo,con perpetua desesperanza.Deseando caer desmayado para quealguien llamara una ambulancia y metrasladaran a urgencias, donde quizáme dejasen veinticuatro horas enobservación, en una cama limpia ycon un par de comidas. Luego denuevo a la calle. De alta ydiagnosticado: debilidad extrema. Enla ciudad es casi imposibledescansar gratis y hasta cagar cuestadinero. Los hospitales son el mejorsitio para descansar, pero hay tantademanda que no se puede abusar

porque enseguida te reconocen y teechan a patadas.

Entonces, la conocí. Intenté fingir

que no era pobre sino bohemio, perono coló. Un día, África me ofreció untrabajo, modesto dada mi escasacualificación pero lo suficientementedigno, pagado y relacionado con losespías que ella frecuentaba.Confidente policial podría habersido, posiblemente, el empleo másdecoroso que hubiera desarrolladoen mi vida, pero no sé porqué, menegué. Seguramente, para darle una

miajita por culo al sistema y tambiénporque me lo podía permitir ya que,desde el principio, ella me mantenía.

Fue entonces cuando me contó la

historia de su anciana tía abuela deSan Sebastián, enferma de unParkinson que la agitaba sin cesar.Se llamaba Doña Tecla y su hijo,Agustinito. El retoño era talludito yllevaba caso sesenta años sin darpalo al agua entre baños en LaConcha, los potes (11) de mediodía,almuerzos en casa de su amachu,partidas de mus con la cuadrilla y

algún corto romance con veraneantascasaderas. El nota iba casi siempreelegantemente puesto de vino, era unperdedor atractivo, cordial, casicarismático. En toda su larga ydespreocupada vida, Agustinito notrabajó ni un puto día. Era tan flojoque lavarse los dientes le producíaagujetas. Lo gracioso es que, cuandosu madre intentaba empujarlo por ladura senda de la vida laboral,Agustinito siempre decía que él teníamuchas ganas de trabajar pero que noencontraba en qué. Entonces, yÁfrica la imitaba, Doña tecla

sacudida por los temblores yagitando la cabeza como unbacaladero (12) marchoso de finde,decía hija, no creas, Agustinito,tiene muchas ganas de trabajarpero es que no encuentra nada.

África me contaba que era

irremediable, una tradición familiar,que todos asintieran comprensivosmientras pensaban para su coleto,¡Sí, tía Tecla, Agustinito tienemuchas ganas de trabajar pero selas aguanta!

Todos los familiares, cruelísimos,

repetían la frasecita como un mantra,mientras sacudían la cabezaparkinsonianamente. Agustinito tienemuchas ganas de trabajar, ¡pero selas aguanta!

(1). Campaña de publicidad en laque se ridiculizaba el mal inglés delos españoles.(2). Barcaza, gabarra. Barco dequilla plana.(3). Generalmente, el chulo de la

madame del burdel que, cuando noexistía agua corriente en lashabitaciones, entregaba jabon, unatoalla y una palangana a losclientes. Actualmente, es un hombrepara todo, recados, seguridad,reparaciones.(4). El porteador de la bolsa con lospalos del golfista durante unpartido.(5). Palo con el que se golpea acorta distancia para embocar labola en el hoyo.(6). Espacio individual y cerradopara cada caballo dentro de las

cuadras.(7). Hacer ejercicio con los caballosque no se montan regularmentepara desfogarlos y mantenerloságiles.(8). Habitación junto a las cuadrasdonde se cuidan y almacenan lassillas, arreos y guarniciones de lascaballerías.(9). Bomba casera para lanzar abase de líquidos inflamables,generalmente gasolina y aceite demotor, y una mecha.(10). Manos de Seda. Este gabineteexistió en Madrid.

(11). Chiquitos, vinos.(12). Tribu urbana. También se lesllama poligoneros, bacalas ypastilleros.

Capítulo 11

África. Mi dulce y generosaÁfrica. Llevaba impresa en su huellagenética la decidida voluntad decuidar a un hombre, a cualquiervarón desvalido de entre cero y cienaños. Yo era un tirado y, si me loponían fácil, estaba dispuesto adejarme regalar eternamente. África,imperturbable, disimulaba con artelos agudos chirridos de nuestrarelación sin perder su dignidad de

hembra mansa ni desvelar el brillode la impaciencia, oculta en sus ojosverdes. Todas las mujeres de mi vidasiempre fueron hábiles para ocultarsus intenciones trocando la razón enemoción, pero ella, además, añadíaun toque de cinismo. Las chicasbuenas y feas lloran, decía, lasguapas y malas sonríen porquesiempre encuentran quien pague lascompras y cargue con los paquetes.

Yo no sabía si estaba enamorada

de mí, si todavía me amaba; unosdías pensaba que sí y otros estaba

seguro de inspirarle sólo pena, esaclase de lástima que nos hace llevara casa un cachorro embarrado unanoche de tormenta. En general,pensaba que me quería por agradar,que intentaba ser amable. Perotambién podía ser que me guardara asu lado porque necesitaba a alguienque la estimara no sólo por aquelcuerpito que enloquecía de deseo asus amantes, sino por apego a ella.Yo suponía que tras el aborto ya nonos amábamos, o quizás sí… En todocaso, únicamente podríamos amarnosde la manera en que se aman los

desesperados. Los solitarios. Desde el siglo XIX la sociedad

existe dividida en clases y yo,humilde, nunca me he rebelado anteesto y siempre he respetado lascategorías. Una mujer como ella,asediada por hombres contrayectorias profesionales brillantesy proyectos vitales firmes, ¿por quése sentía atraída por un paria comoyo? Me lo pregunté un millón deveces, y concluí que proteger a unmuerto viviente y compartir su vidacon un zombi colmaba sus anhelos. O

la ponía. Tras cinco minutos de desahogo y

de intercambio de novedades seencontraba cómoda conmigo enausencia de palabrería. En silencio.Como un cadáver vivo. En realidad,siempre prefirió a las mujeres paraconversar.

En la intimidad, me sorprendían

sus párpados entrecerrados y sumirada tan concentrada en un rayoafilado como un bisturí y ardientecomo un láser. Taladrándome en

silencio. Era una miradadesasosegante, que inquietaría acualquiera dispuesto a dejarseangustiar por una mirada. Pero yonunca he creído en la magia de losojos. Las miradas ejercen dos efectosdistintos sobre mí. Si son amables,me inspiran indiferencia o un enormedeseo de manipularlas en mibeneficio y si son despreciativas ointimidatorias, excitan mi furia, meencabronan y me azuzan para agredir.Pero aquella mirada era distinta ynunca supe qué actitud tomar anteella. Afortunadamente, rara vez me

miraba así y cuando lo hacía, sóloera durante unos instantes.

Cuando navegaba por su interior la

sentía tan tierna como un canguro y,enfadada, sus besos dejabanmoratones. Pero, de pronto, volvíadel infinito, cesaba de atravesarmecon la lanza térmica de sus pupilas,saltaba del sofá y, con cadenciaseductora, me pedía que llamara aPaco Dávila, el campeón, para quenos entrenara. Sin admitir excusas,aunque me apeteciera menos que aNicole Kidman mamársela a Danny

de Vito, cargaba con nuestras bolsasde deporte y me arrastraba algimnasio. Escorpión, nos observabasonriente mientras peleábamos entrenosotros. Para África, boxear eracomo hacer aerobic, esgrima o danzadel vientre. Algo grato y relajante.Paco, sonriendo la machacaba, lacrujía a trabajar. El boxeador,cuando se cabreaba, ponía cara dehijoputa y entonces entendías porquéle llaman Escorpión. Es el únicohombre que hace gritar a África sinmetérsela. A mí me disgustaba pelearcontra ella porque tenía que

refrenarme, no descargar mi ira, yterminaba frustrado, con demasiadarabia escondida en los puños.

—Tienes odio en las manos, pero

te falta destreza —me decía Paco enlas duchas—. Puedo enseñarte aboxear con inteligencia, pero debesolvidarte del miedo, Tano, y tienesmucho. Miedo antiguo. Y ese miedotrae rabia con él. Debes olvidarlo ydejar que el cuerpo actúe sólocuando estés frío, preparado para elcombate —explicaba Escorpión—.Tardarás. Y, nunca serás un buen

boxeador profesional. Serás unasesino en el ring.

África solía empujarme a salir

para emborracharnos por los garitos,a ver teatro clásico o a pasear porMadrid hasta desfondarnos. Elegíaella. A veces, antes de volver a casa,decía adiós y desaparecía. Sinexplicaciones, sin discusión. O conuna advertencia.

—Eres parte de mi vida, somos

uno y tú eres demasiado listo para noentenderlo; hay cosas en las que yo

mando. En esas cosas yo soy elhombre —me decía—. En el resto,mi hombre eres tú.

No me humillaba, era una gran

mujer que vivía demasiado segura desí misma para dejarse poseertotalmente; estaba tan orgullosa deser ella que no concebía entregarsedel todo. Por mi parte, nunca entendíqué le hacía compartir su vida deluchadora con un cobarde. Creo queera el respeto. Por alguna razón, merespetaba como hombre. Pero eraimposible saber porqué se entregaba,

saltaba el foso, la inmensa distanciaque había entre nosotros.

Algunas veces África me llevaba

con ella a la librería Miranda, en lacalle Lope de Vega, y mientrasbuscaba en las estanterías tratados deestrategia militar, yo ojeaba librossobre gitanos y charlaba con Miguel,el dueño. Era un conversadorinfatigable que me contó la vida desu padre, actor en el teatro Español,ateneísta, intelectual y librerobohemio al que todos conocían comoel príncipe Bolchinsky. Poco a poco,

entre él y África, lograron quecautivara la literatura.

Cuando deseaba tratarme como un

rey me obsequiaba conespecialidades moras que, porrazones incomprensibles para mí, enlugar de cocinar, encargaba porteléfono. África era la reina delservicio a domicilio. Una vezviajamos fuera de Madrid, creo queutilizándome como tapadera paraalguno de sus enjuagues, y no salimosde un hotelazo megaestrellado. Nopusimos un pie fuera de aquella suite

inmensa en la que habría podidomaniobrar cómodamente toda laAcorazada Brunete. Encerrados ennuestro cuarto, mientras aguardaballamadas telefónicas a las querespondía con monosílabos,demostró ser la reina del servicio dehabitaciones. Nunca supe como ella,de orígenes humildes, adquirióhábitos de millonaria acostumbradaal trasiego de hotel en hotel.Observándola desde mi pobreza,aquella mujer era como siempre lasoñé antes de conocerla. Por eso, aúnsin comprenderla, África nunca me

decepcionaba. La máxima prueba de cariño que

me dio no era la paciencia, la pasión,la ternura con que me embaucaba o lasumisión de todo su ser. Cuando yono tenía con qué, cuando estaba tieso,es decir, casi siempre, su másexquisita muestra de afecto eracortarme las uñas de los pies. Lohacía con la misma santa caridad conque Jesucristo se los lavó a susdiscípulos. Más tarde, cuandovivimos juntos, todo cambió. Sutrabajo no le dejaba un minuto para

ocuparse de mi aseo. Entonces,aquella mujer que me cuidaba con elmismo amor con que MaríaMagdalena ungió a Cristo, dejabaque las manicuristas colombianas seocuparan de mí con su dinero. Hacersentirse mejor a los tíos, era suvocación, como una especie deenfermera o Hija de la Caridad. Laamé también por esto, y gracias a suternura, logró que durante años fuerael pobre con el pelo, las manos ypies mejor cuidados de Madrid. Erauna manera distinta de ser felices y,los dos, más que amarnos, amábamos

la ilusión del amor. La esperanza deser queridos.

Una mañana, hablando del

matrimonio el doctor GarcíaEspinosa, mi médico de la SeguridadSocial con quien echaba unasparrafaditas en la consulta, el“curandero” me aseguró que, una vezcasada, la guapa no se diferenciabaen nada de la fea y que la belleza esun malísimo criterio de selección depareja. Añadió que, paraentretenerse, importa más el dineroque la hermosura porque, bien

administrados los dos, la pasta duramás. Sobre todo, si es mucha.Concluyó tajante, que un añodespués del primer polvo, losmillones son más divertidos que lastetas de una esposa. El “matasanos”era un jodido sabio. Con mucha malaleche, por eso me gustaba. Destilababilis.

Cuando seduje a alguna millonaria

por su dinero nunca rematé porque,sin quererlo, al desearlas lasconvertía en indeseables. ¡Quéparadoja! Un hambriento rechazando

pan tierno, pero, así funciona micabeza. Sería la soberbia de lajuventud, pero el caso es que no melo creía, no admitía tener tanta suerte,y eso hacía que estuviera incómodoen mi papel de enamorado. Amenudo, aunque no siempre, ademásde ricas eran feas y estrechas, lo quehacía menos atractiva la seducción,así que el cortejo no era convincentey, aunque pusieran todo de su parte,al final la conquista era un cúmulo decontradicciones. Humillado yaburrido, desistía. Ellas se quedabanllorosas y yo corría en busca de una

mal casada o de alguna guapa tenderacaliente y perra.

Amar, estar enamorado, se

diferencia de estar cachondo en queuno siente un incontrolado deseo deabrir el alma, de comunicarse con elser querido, como dicen los cursis.El deseo de aprender todo dealguien, de intentar salir de la mierday hacer juntos algo duradero. A lasmillonarias me las tiraba imaginandoen qué podría gastarme su pasta,nunca soñando en un hogar feliz llenode niños. Por eso me resultaba muy

difícil mantener una relación sanacon ellas.

Otro conocido mío siempre decía,

malhumorado, que yo nunca saldríade pobre. Desalentado por misfracasos con las cachorras de losmagnates y por mi escaso espírituemprendedor, me repetía en privadoque debía imitarle, que él se enamoróde su horrenda novia el día que lavio ante la puerta de su mansión. Laespantosa prometida, podrida demillones, quería lavar su malaconciencia por haberse enamorado

de aquel chulo e intentabadesesperadamente aparearme con susamigas tan ricas y tan feas como ella.Parecía que deseaba expandir eltrueque social-amoroso. Sin éxito.

Una noche, cenando en su casa,

ella me miró embelesada y proclamóque yo era un ser totalmentedesinteresado a quién, a diferenciade su futuro marido, el dinero no leimportaba en absoluto. Se acercóhasta rozarme y me comió la boca.Su novio balbuceante, pero tragandomonedas de oro, intentaba sonreír y

nos perdonó quitándole importancia.Le dejamos sentado en el salón y ellame arrastró a su cama. El pobrecilloestuvo lloriqueando tras la puerta dela alcoba hasta que nos cansamos defollar.

Nunca he tenido suerte con las

mujeres. Siempre me he equivocadoen algo con ellas. Sobre las decentescaía como un maníaco depravado, y,contra toda lógica, trataba a laszorroputas como ursulinas. Alguienme dijo una vez que tengo complejode inferioridad. Le rompí dos dientes

de una hostia. La maldición de la mujer española

es que siempre acaba pareciéndose asu madre. En general, el dicho serefiere tanto al aspecto físico comoal carácter. Un día vi una foto de lamadre de África y no fui capaz deimaginar de qué manera ese cuerposuyo, largo y musculado, podríadeformarse para parecerse en algo alde aquella anciana de vientre inflado,piernas varicosas y, según decía minovia, pésimo carácter.

—En qué piensas? —preguntéromántico al despertar juntos elprimer día.

—Cariño —me respondió—,salvo peligro de muerte, ¡nuncapienso antes de maquillarme!Después, tomo café.

Yo esperaba algo más tierno.

Todavía no la conocía. Al principio ambos deseamos

creer que nos amábamos, ansiamos lafusión de nuestras almas, laaceptación total del otro; tras su

aborto, quedó claro que no era paratanto. Lo que nos unía, fuera lo quefuese y aún siendo una agradablesensación, desde luego no era amor.El amor se alimenta de la confianzay, si esta falla, aparecen el dolor y eldesencanto. Ella dudó de mí, meacusó del más grave ultraje quepuede sufrir el corazón de una mujer:la maternidad asesinada. Su mentefemenina, reconcentrada, trabajabatransversalmente. Nunca hacía nadapor derecho y sin pensar. Luego,doliente, a veces tirana y a vecessumisa, buscó amor en otros hombres

y yo, en mi soledad, apetecía queotra mujer menos vivida, más virgen,viniera a refrescar mi corazónreseco. Ya no hacíamos el amor. Losúltimos meses antes de abortar, sudivisa fue finge hasta convencerlede que te has corrido, pero yo, casiimpotente, tampoco estaba ensituación de quejarme.

Por aquel entonces, aún echaba

muchos ratos mirándola, sólo por elplacer de observarla. Al salir delcuarto de baño dejaba tras de sí tantocaos como el de la franja de Gaza

después de la segunda Intifada. Vaho,humedad, toallas tiradas y frascosdesparramados. Pronto compartí conella cosas de hombres: camisas defranela, ron caribeño, entrenamientosextenuantes y veladas nocturnas deboxeo. Igual que le ocurría a Áfricaconmigo, y a mí con todo el mundo,ansiaba sus silencios después decinco minutos de charla en los queme volvía loca la cabeza.

En la intimidad, desinteresándose

de mí, África se ocupaba en cosas dechicas que la convertían, a mis ojos,

en la esencia de la femineidad.Contemplarla era recibir unformidable donativo devoluptuosidad. Siempre esbelta,medio desnuda, sólo con una camisao una combinación sobre las bragas,se arrancaba un pelito indeseable deuna ceja y extendía litros de lechehidratante sobre su piel brillante ysedosa. Sentada frente a la chimenea,a contraluz, recortada su melena porlas llamas, se pintaba las uñas de lospies en eróticas posturas de grabadojaponés, mientras mimaba su cuerpocon la arrogancia de una gata

lamiéndose las patas en lánguidodesequilibrio.

Hacía las cosas que hacen las

mujeres y que a nosotros nos parecenabsurdas, como abusar del espejohasta la extenuación, pintarse loslabios y rociarse de perfume aunqueno pensáramos salir de casa. Todoacompañado de alguna mirada ahurtadillas, burlona, íntima ydesdeñosamente cercana. El eternojuego de entregarse o negarse. Encualquier caso, tras lareconciliación, entre nosotros la

entrega siempre fue alegre y elrechazo sin reproches.

Se mostraba altiva, los hombros

tan erguidos como una bailarina delBolchoi, el pubis avanzado como uncarnal mascarón de proa,diabólicamente adelantado a suscaderas poderosas, sin domar. Así,toda ella precedida por su coño,vagabundeaba sensualmente por lacasa sin que yo, estupefacto, logrararenunciar a contemplarla en suerótico deambular. Ella gozabacuando yo hundía la mirada entre sus

piernas. Disfrutaba dejándose mirar.Exhibicionista, hacía milestiramientos y abdominales ydespués se sentaba, cansada, y memiraba condescendiente. Sudaba.Una miajita encima del labio y un parde gotitas que, desde su nuca,descendían despeñándose por lasvértebras de su espalda hastaenjugarse en su combinación. Mirarlaera un placer hondo primitivo, tandivertido como ver a un gatohaciendo monerías con un ovillo delana.

En esos instantes de gransensualidad, de íntimas languideces,bostezos indolentes y abandono, derepente yo, jugando, le arrojabaalgún objeto por encima de lacabeza. Me gustaba ver cómo abríavelozmente las piernas y alzaba losbrazos, observar sus axilas húmedasy la pujanza de sus pezones bajo laseda. Su forma instintiva de cogeralgo en el aire era muy femenina.Como todas, usaba la falda de recogetodo y al estirarse sus piernas seabrían y sus pechos sueltos bailabandeliciosamente para un observador

devoto. Se percataba inmediatamentede mi argucia y de su desnudez y sesonrojaba, me insultaba y volvía a laquietud, estirando la combinaciónpara tapar sus bragas. Sonriendo. Enese momento algo cambiaba, sentíasus ojos helados explotar en miinterior como balas dum-dum, sedesvanecían los sentimientos y ellaparecía diferente, hecha por unatroqueladora. Se notaba demasiadorelajada. Casi entregada.

—Soy desconfiada —decía

entonces—. Y tú irritable, por no

decir tocahuevos. Parece quesiempre estás peleándote con un oso.Y eso me inquieta. Con esa imagenen la cabeza regresé a la realidad.

Cuando alguien con el trabajo de

África, desaparece sin hacer unallamada o dejar una nota, no es lomismo que si se esfuma la cajera delsupermercado. Piensas que lacalentorra del súper se habrá fugadoa La Habana con un cubano deveintitrés centímetros de tranca, peronunca se te ocurriría pensar eso deÁfrica. O ella va detrás de alguien o

alguien anda detrás de ella. De serella la cazadora no hay problema,pero si es la presa, deben seguirlatan de cerca que incluso avisarresulta peligroso. Leyendo entrelíneas, quizás intentaba decir que mealejara. Si la habían descubierto,chungo, tocaba huir. Si aquello eramalo para África, también podíaserlo para mí. Nunca he sidooptimista ni he creído demasiado enla bondad del género humano. Por fincomprendí que esperar una llamadasuya era tan absurdo como organizaruna despedida de soltero en la

cafetería de un tanatorio.

Capítulo 12

Decidí esconderme y, sin pastasuficiente para hacerlo en el Ritz, fuia Chamartín. Alrededor de lasestaciones de tren se concentra lopeor de cada ciudad y, en susproximidades, se vende de todo.Personas o cosas. No quería comprarnada y tampoco tenía nada paravender, así que, de una patada en laspelotas, desalojé a un sin techo desus cartones. El tipo se alejó sin

protestar, cansado, con la muerte enla mirada. Supe que aquel hombre notardaría en matarse. Sus ojos loadvertían a gritos; la vida le habíarobado todo y ya no tenía fuerzaspara recuperarlo. Dejé que se llevaralas mantas y sus cosas. Seguro que sesuicidaba antes del amanecer, perono por los cartones. O quizá sí. Alláél, me importaba un carajo.

He dormido más de mil veces en

estaciones y en sitios mucho peores. En ocasiones unas cajas de cartón,

nuevecitas como éstas, me hubieranparecido un lujo asiático, y elmármol fregado una blanda cama.Muchas dormí apretando los dientes,con miedo a roncar, para que no meentraran en la boca las cucarachasque se paseaban por mi cara. Dehecho, nunca ronco, creo que porasco a los bichos. Cerraba la bocapor las cucarachas, pero mantenía unojo abierto por los hijoputas queintentan hasta lo que no tienes. Lasestaciones son esos lugares de laciudad donde no existen los amigos,donde en un segundo puedes perder

la vida si te tropiezas con alguien aquien le importas una mierda.Cabronazos que por divertirse unrato igual deciden quemarte vivo.

Por eso en las estaciones, aún

dormido vigilaba. Y a ser posible con algún arma

cerca. Una tubería metálica, unabotella de cristal, un ladrillo o unanavaja barbera. Cualquier defensa.Las armas sirven para acabar lasdiscusiones a toda hostia; dentro decada hombre hay un hijoputa

escondido que está deseando salir y,si se escapa, es necesario tener algoa mano para calmarlo. Ningún perroes igual a otro; los hombres tampoco.Que cada perro y cada hombre selaman su cipote.

Hace años dormía una noche en la

Estación Central de Amberes enunos cartones, con dos jerseyspuestos y amortajado en un plásticoenorme. Acababa de salir de lacárcel aunque no recuerdo por quéme encerraron. Estaba calentito peroborracho de soledad y pésimo

aguardiente. Sobre mi cabeza, lasletras de un cartel publicitarioinvitaban a visitar el balnearioflamenco de Knokke-Heist (1). No sedistinguía bien en la oscuridad, perome lo sabía de memoria: Elbalneario más chic de FlandesOccidental. Aquel pasadizo sin luz,tan negro como el alma de Hitler,olía a meadas y a desesperación.

Los dos tipos se acercaron en

silencio desde la escalera, botazas,Bomber (2) y pantalones decamuflaje. En las manos del más alto,

una linterna y un bate; el otrocimbreaba una pitón de moto.Alumbrándome, me tentó el pie conel bate. Vaya, pensé, asesinos devagabundos. Lo que faltaba.Chacales de suburbio, lobos delasfalto. Hienas en el paro. Dos putospsicópatas dispuestos a joderme lanoche.

—¿Vendes droga? —preguntó el

del bate y la linterna.—¿Hippie o pakis (3)? —preguntó

el de la pitón.

Hablaban mucho y teníandemasiadas cosas entre las manospara saber

qué hacer cuando comenzara lapelea. Debía ser su primera vez.Lactantes. Niños de teta. En vez debombers hubieran debido llevarpañales. Eran unos gilipollas. Cadanoche al acostarme en aquelcagadero lo hacía con la firmedecisión de amanecer vivo. No séotros, pero yo no iba a dejarme matarsin patear algunos cojones. Melevanté despacio, titubeante,simulando un miedo que no sentía.

Ellos esgrimieron sus armas. —Sí, tengo algunas pastis y

popper, broders —dije servicialbuscando en el bolsillo yacercándome al de la pitón.

El muy imbécil me dejó llegar. No

oyó a su amigo gritándole que sealejara de mí. Aquella era ladistancia, mi preferida. La corta.Donde no le iba a servir de nada sujodida cadena.

Inmovilicé su mano derecha,

esperando que no supiera manejar lacadena con la zurda y le hundí elcuchillo en la barriga, encima delcinturón. Luego, sin sacarlo, subí elfilo hacia su pecho hasta levantarlopataleando en el aire. De su barrigasalía el mismo glu-glú pringoso quehace una navaja al despedazar unasandía. Gritaba mucho y sangrabamás. Dejé el cuchillo en sus tripas.El acojonado del bate no sabía sipegarme o alumbrarme. Me giré ycon la pitón de su amigo le dejé laespalda llena de baches. Cuandocayó, apoyé sus antebrazos contra los

peldaños y se los partí con el bate.Luego, entre alaridos, me alejé en lanoche con mi botín. Sin dormir.Encabronado.

Desde un puente tiré todo al

Escalda, sólo me quedé las DocMartens (4) y la bomber del más alto.De puta madre, ni a medida.Después, debí haber disfrutado lavictoria yo solo, debí habermemantenido alejado de la gente hastaque se me pasara el sueño y mebajara la adrenalina. Sin embargo,me acerqué a un bar que no cerraba

en toda la noche. Putas, viajeros,camellos, macarras, confites,vagabundos, maderos y desveladosforzosos como yo. Unos acabando yotros comenzando el día. Cenas ydesayunos.

Cuando que entré supe que se iba a

liar de nuevo. Unas copas de Eau deVillée (5) después, estabacompletamente seguro. ¿El motivo?Un jilguero en una jodida jaulacolgada de la pared. Le grité aldueño que era un cabrón por tenerpreso al pajarito, que su sitio era el

campo, volando y comiendo cardosborriqueros. Libre. No encerrado enuna mierda de celda con barrotes. Elhijoputa era español y me entendió.

Trincó un trozo de cañería de

plomo. Metí un codazo en las tetas auna puta vaca flamenca que a mi ladome tocaba el paquete con disimulo.Le pegué una patada en los huevos yun rodillazo en la cara a su chulomarroquí, salté detrás de la barra,agarré una botella y la partí,quedándome con el cuello en lamano. Me acerqué a vaciar la caja

mientras el dueño, alejado del filopuntiagudo de la botella, chillaba sinatreverse a meterme con la porra.Quería conservar íntegra su cara deinmigrante renegrido y cejijunto. Salídeprisita, pisando fuerte con lasbotas nazis y arrebujándome en lachaqueta de nilón. Sumabamentalmente los talegos de los skin(6) y de la caja registradora delcateto. Una buena noche. Merecía lapena no haber dormido.

Abrí los ojos, sintiendo el olor a

nuevo de los cartones que me

protegían. Madrid, Chamartín. Nopasaba nada, los recuerdos habíanagitado mi sueño. Cerca de mí otrossin techo charlaban y bebían unoscartones de vino barato.Seguramente, sólo dirían gilipollecesde borrachos. Me di la vuelta,agarrotado por siempre sobre elmismo lado. Ya no tenía veinte añosy África me tenía muy malacostumbrado. Demasiado mimo.

Veinte años. Quién los pillara,

soñé. Incluso la cuarentena, pero ¡losveinte! Esa fue mi etapa dura.

Mercenario del coronel Bob Denard(7). Fui reclutado en Madrid y lleguéal Congo en 1965, sin experiencia nientrenamiento militar y aún a tiempode intervenir en los últimos combatescontra los enloquecidos Simbas (8).Eran los tiempos de les affreux (9),los famosos mercenarios blancosque, como trofeos, coleccionabancascos azules de la ONU. El belgaJean Schramme (10), alias Black Jack,el irlandés Iren Michael Hoare (11),el Loco Mike, vencedor del CheGuevara (12) en el Congo, y el grupo

de paracaidistas y legionariosfranceses dirigidos por Bob Denard,un veterano de las guerras deIndochina y Argelia, eran hombrestemidos en todo el mundo.Capitaneaban una caterva deprofesionales escurridos de todas lasguerras coloniales, españoles, yo denovato, italianos, sudafricanos,exiliados anticastristas y los pilotospolacos de Kamikaze Brown (13).

Tratábamos de apuntalar la vuelta

de Moisés Tshombé (14), exiliado enMadrid, para frenar el avance en el

Congo del comunismo castrista,chino y de los satélites de Rusia. Almenos, esa intención achacaban alentonces líder de la independenciadel Congo, Patricio Lumumba (15).

Los norteamericanos, enredados

en la guerra de Vietnam, nodisponían de hombres, pero lessobraban agentes de Inteligencia, yaviones pilotados por exiliadoscubanos entrenados por la CIA, yademás tenían dinero en abundancia.Ante el pánico que inspiraba elavance de los Simbas, el presidente

Kasavubu (16), el general Mobutu (17)

y los agentes americanos diseñaronla estrategia más absurda que se lespudo ocurrir: traer del exilio alsecesionista katangués Tshombé yentregarle el gobierno de todo elCongo. Con él llegó una nueva etapade oro para los soldados de fortunablancos.

Los comandantes europeos eran

militares expertos, pero nosotros, losmercenarios reclutados, parecíamossalidos del peor alcantarillado de lasociedad. Camareros griegos,

escoria de las casas de putas deJohannesburgo, soldados francesesguerreando como mariscales deNapoleón, alcohólicos españoles yvagos y drogadictos de todas lasnacionalidades. Novatos sinexperiencia bélica.

Aún así, derrotamos a los suicidas

Simbas y liberamos a los reheneseuropeos, monjas y misioneros; elmundo nos apodó los GigantesBlancos (18). Por supuesto, entrecombate y combate dedicábamosnuestro esfuerzo al saqueo y, los más

propensos, a la tortura y lasejecuciones porque, pesar de lasoldada, el saqueo siempre ha sido laactividad complementaria habitual delos mercenarios, un plus depeligrosidad, una paga extra.Limpiamos Bancos, haciendas ypoblaciones enemigas y, a través delas fronteras, comenzó a organizarseel contrabando de oro, diamantes,marfil, divisas, coches y medicinas;los emprendedores fletaban avionescargados de ganado,electrodomésticos y muebles robadoshacia Stanleyville (19), donde lo

vendían a comerciantes indioslocales.

Mientras nos forrábamos y nos

entreteníamos con las sirvientasnegras, el general Mobutu deportó denuevo a Tshombé. Ya habíacumplido su tarea. Acto seguido, dioun golpe de Estado y licenció alcomandante Hoare, buen amigo deTshombé. Se fueron los sudafricanosdel 5º Batallón y llegó un nuevocontingente de españoles e italianos.A Denard y a Schramme los mantuvoal mando del 6º y 10º,

respectivamente. Para entonces,transcurridos pocos meses, yo ya eraveterano y me reía de mis paisanosnovatos.

Las conspiraciones parecían no

tener fin y Mobutu intentódeshacerse, uno tras otro, de losmercenarios extranjeros. Eso cabreóa los comandantes y enervó a latropa, porque veíamos peligrar laprórroga de nuestro contrato de seismeses. Tras licenciar al 5º Batallón,el general enfrentó a Denard contraSchramme, quienes elegantemente

rechazaron la maniobra y unieron susfuerzas para traer de nuevo aTshombé desde Madrid, tomarStanleyville y marchar hacia Katangadecididos a ocupar todo el Congopara él.

Lo impidió la CIA secuestrando a

Tshombé en un vuelo entre Ibiza yMallorca. Fue traicionado por suguardaespaldas, un mercenariofrancés que lo entregó en Argelia.Entonces comprendí que aquello notenía futuro. La CIA operaba yayudaba desde Kinsasa a UNITA y al

FLNA, mientras los cubanos,entrenados política y militarmente enla Universidad Patricio Lumumba deMoscú, apoyaban al MPLA. No eralo mismo matar a unos cuantosnegros comunistas, drogados yenloquecidos, que enfrentarse a losEstados Unidos y a los instructoresisraelíes.

Cuando Denard fue herido y se

refugió en Rhodesia, yo tiré el fusil auna cuneta y me largué.Tranquilamente sentado en unaterraza de Madrid, leí en los

periódicos que Bob Denard volviódesde Angola al sur del Congo paraser derrotado y que Schramme tuvoque retirarse peleando hasta Ruanda.

Era el fin de la época dorada de

los mercenarios blancos. Pocodespués intentaron reclutarme para laguerra de Biafra (20), pero ya no teníaganas de aventuras. Los reclutadorestenían buenas referencias de mí.Hablaba varios idiomas, era buensoldado y no tocaba los cojoneshaciendo aspavientos si había quefusilar a unos cuantos indígenas.

En el Congo viví con la adrenalina

disparada, fui vencedor y me abríantes de la derrota; maté a niñossoldado que me apuntaban con susarmas, a hombres enloquecidos conlanzas y machetes y, también, asoldados entrenados por chinos yrusos. Incluso tuve tiempo de haceralgunos hijos robustos y robaralgunos diamantes. La historia serepetía. Parece que mi vida estáligada a esas piedras preciosas.

También aprendí algunas cosas

como, por ejemplo, que la guerra nose gana con discursos, que hay quemancharse las manos de sangre e,irremediablemente, la muerte se temete en las venas. Morir y matar encombate es más fácil de lo que sepiensa, lo verdaderamente difícil essobrevivir en la paz. A la lucha se vapor la rapiña, que es mayor cuantomás alto estás en la escala de mandoe infinita cuando un país esquilma aotro, no por ayudar al indefenso opor compadecerse de losdesplazados y hambrientos. Casisiempre estábamos robando y

matando simbas por la selva y elresto del tiempo follábamos,comíamos, dormíamos yesperábamos.

En la guerra se viola mucho. Tanto

que, durante dos semanas devacaciones en un campamento en ellago Tanganika, los soldadosdespreciamos a las putitas quellevaron para entretenernos.Estábamos hartos de joder y sólo nosexcitaban los refinamientos, lasfantasías, lo verdaderamente exótico.Tuvo mucho éxito la más lista de las

putas, una negrita que no sé dóndehabía robado un hábito de monja.Durante unos días, no paró dearremangarse los faldamentosmonjiles follando con todos en laespesura. A mí me hizo la mejormamada de mi vida, toca y rosarioincluidos, durante una puesta de solen el lago. Finalmente, no habíaduda, lo mejor de la guerra eravolver entero.

Ahora debía despertar y salir de

mi guarida. En casa de África meesperaban, escondidas bajo las

tablas del suelo, unas piedras traídasdel Congo y algunas otras cosas. Noera prudente ir, pero no había máscojones. Me propuse tener cuidado.Necesitaba ducharme. En la calle,soplaba un viento sur de pelotas.

(1). Famosa estación balneariabelga en la costa cerca de lafrontera con los Países Bajos.(2). Esta chaqueta, reversible denilón verde con forro naranja paralos avistamientos a distancia, laBomber Flight Jacket, cuyo origen

está en la USAF, se puso de modaentre los skin heads.(3). Pakistaní, indonesio. Engeneral, cualquier inmigranteilegal.(4). Botas de trabajo DoctorMartens(5). La Destilería de Biercée enBélgica produce aguardiente ylicores de frutas. Elabora su famosaEau de Villée y otros productoscomo el Petit Peket, la PoireWilliams, la Framboise, laMirabelle.(6). Skinhead, cabeza rapada.

Movimiento relacionada con laextrema derecha neonazi aunqueexisten otros grupos de distintasideologías.(7). Mercenario francés muerto enel 2007. El más conocido de losparamilitares anticomunistas queoperaron durante ladescolonozación de África, enmuchas ocasiones con el aval delGobierno francés.(8). Los leones.Tribus rebeldes delOeste del Congo. Armados porRusia y China contra el Gobiernoeran una mezcla de revolucionarios

socialistas y brujos que cubiertospor una piel de léon que decíanmágica se enfrentaban suicidamentea la muerte. Hicieron carniceríasentre colonos, técnicos, misionerosy representantes de laadministración negra.(9). Los terribles, los aterradores.Mercenarios blancos al frente delos gendarmes de Moisés Tshombé,político Rebelde al gobierno delCongo, que con el apoyo de lapoderosa Unión Minera del AltoKatanga (Belga), declaró lasecesión de la provincia de

Katanga.(10). De origen flamenco y defamilia acomodada de la ciudad deBrujas, ingresó voluntario en elejército y fue dueño de unaplantación en el Congo.(11). Irlandés curtido en la lucha dela jungla por su experiencia comooficial en la guerra de Malasia.(12). Guerrillero mediático, iconode la Revolución Castrista, del queno se conoce victoria militaralguna.(13). Jean Zumbach, polaco. Fuepiloto en la II Guerra Mundial, voló

para la Royal Air Force inglesa.Fundó una compañia privada detransportes aéreos y ofrecíatambién pilotos de combate.(14). Político congoleño que,favoreciendo los intereses belgas,proclamó la independencia de laprovincia de Katanga. Parece ser elresponsable del asesinato dePatricio Lumunba, presidente delGobiernoCentral y, él mismo, llegóa presidir años más tarde elGobierno del Congo.(15). Dirigente nacionalistacongoleño. Su movimiento coordinó

la independencia del país ganandolas elecciones y, durante unosmeses, fue el primer presidente delCongo. Sus ideales igualitarios yantiimperialistas y el apoyo de laURSS y de los Países No Alineados,frente a las Naciones Unidas,motivaron su asesinato.(16). Joseph Kasavubu destituye aLumumba y se declara presidente.Es un golpe de estado que,finalmente entrega el poder algeneral Mobutu.(17). Este general congoleño, con laayuda de la CIA, será quién

entregue a Patrico Lumumba a suenemigo Moisés Tshombé que lohará fusilar de inmediato enKatanga. Mobutu, años después,nombraría héroe nacional aLumumba.(18). Los nativos llamaron así a losmercenarios por su estatura y porcreer que eran mágicos einvencibles.(19). Se llamó asi en honor deHenry Morton Stanley, famosoexplorador, y era la capital de laantigua provincia Oriental. Hoy esKisangani, en la provincia de

Tshopo.(20). La guerra civil producida enNigeria por la secesión de lasprovincias del Sudeste se conociócomo guerra de Biafra. Lahambruna que desató este conflictohizo que los biafreños acusaran degenocidas a las fuerzas nigerianas.

Capítulo 13

Ese día me levanté contento. Vique estaba solo en casa y comencémi rutina diaria con la mismadisciplina que un entrenamiento.Mear. Medicación. Café. Lavarmelos dientes. Mirar los post-itamarillos pegados en la nevera. Mimujer, volvería tarde. Compra. Todonormal.

Tenía el día para mí porque hoy no

habría partida de dominó. Pensé en ira correr a la Casa de Campo, perome dio pereza coger el coche, así quepuse la radio y escuché al abuelito(1) mientras me rascaba las pelotaspor encima del pijama. Luego, pilléel carro de la compra y fui a lafrutería. Me atendió la dominicana desiempre, entradora, charlatana y conganas de pegar algo más que lahebra. La morena me recordaba mistiempos de boxeador en Sudamérica.¡Qué mujerío! Fogosas como potras.Aquella muchacha de hermoso culoredondo y grandes senos me ponía

palote pero ya no tenía el pinchopara el sexo salvaje y prefería nohacer el ridículo.

Al ver que me largaba sin rematar

se inclinó sobre mí luciendocanalillo y con las tetas dispuestaspara saltar hasta mi boca.

—No sea tímido, papi Paco, venga

luego a por su negrita, ¿sí? Soy delas que la chupan en la primera cita.Soy tragona, papito, y lo que más megusta del mundo es mamarla y jugarcon la Play. Adoro los videojuegos y

tragármelo todo —me dijo al oídovoluptuosamente, con la voz rota dedeseo, aplastando mis costillas consus pechos retadores mientras meenvolvía su aroma a sexo y cilantro yme abanicaba con sus pestañas depalmera mecidas al viento caribeño

— ¿Usted se ha fijado? Tengo unculo rico pero peligroso, mi amor. Sientra ahí, se aficiona. Soy comousted, un escorpión que lleva elveneno atrás.

Salí de la tienda sofocado, con la

boca seca, intentando tragar saliva y

empalmado como un quinceañero.Nada de la blanda erección matutina,el aliento húmedo de la muchacha mela ponía dura como la madera. ¡Coñocon la morena! Parecía que iba areventar el uniforme. Dios mío,cuando te ofrecen algo así, deberíaspoder aceptarlo sin hacer daño anadie. Me quedaba sin meter encaliente y, encima, mi palenquerapodía matarme si llegaba a sospecharalgo. Volví pensativo a casa.

Di vueltas de la cocina al salón,

del salón al dormitorio, bajé las

persianas en las que daba el sol yabrí las ventanas que estaban ensombra para refrescar la casa y,cuando me cansé de zascandilear,abrí mi álbum de recortes y fotos.

Carajo. Allí estaba yo, en 1964,

emocionado, levantando los brazoscon los guantes aún puestos y unatoalla sobre los hombros. Fue lanoche que gané el CampeonatoPanamericano de los pesos wélter.Doce asaltos. Tres veces dejé a mirival bogotano groggy (2) y lo derribéuna, gané a los puntos. El combate

por el campeonato se celebró en elLuna Park de Buenos Aires porqueaquellos días la guerrilla estaba fieray nadie quería jugársela. El estadiocrujía de tanto aplauso. En el terceroya se vio quién iba a ganar elcombate. Le metí un uno-dos (3) quelo lanzó de espaldas contra lascuerdas y, mientras se apoyaba,bombardeé sus puntos másvulnerables. Intentó revolversemaquinalmente, por instinto, singanas. Continué sumando puntoshasta el noveno en el que, con un jabde contra, debió pensar que una mula

le había pateado la mandíbula. Ansiaba tanto acabar con él que

mis golpes no eran precisos y se mefue al rincón con las piernas flojas.En el último asalto ya no podía consu alma y dobló la rodilla cuando lealcancé la quijada con un derechazodemoledor. Se levantó muy tocado yjusto a tiempo de que el gong lesalvara del fuera de combate. Ungran triunfo. Los periodistas de laprensa deportiva dijeron que debíganar por un margen superior al queme adjudicaron los jueces. Pero esa

noche, ya Campeón de Colombia,dormí de puta madre.

Seguí mirando fotos y recortes. Mi

primera derrota fue frente en elPrice, con el público exigiendo agritos combate nulo.

Luego, meses después, otra en el

Palacio de Deportes de Barcelona,cuando era aspirante al títuloEuropeo. Perdí de nuevo, pero hastala prensa catalana dijo el árbitro semostro excesivamente tolerante conmi rival. El muy hijo de puta. Se

pasó conmigo para que no leabroncara el público, se dejóinfluenciar por el ambiente en contradel público del Palacio y me robó elcombate. Sólo veía faltas en mí, elaspirante, pero no advirtióincorrección alguna en el campeón.España nunca se me dio bien.Parecía que no les gustaban losboxeadores colombianos. Qué malsabor de boca me dejó. Todavía medura.

Pero la madre de todas las peleas

fue en New York, contra el campeón

del Mundo, Millet. Ambospeleábamos por encima del pesowélter. Después de un entrenamiento,en rueda de prensa, respondí a losperiodistas que boxear era algo másque dar mamporros, que mi tácticaera dar y no recibir. Tras estaprofundísima sentencia me definieroncomo un intelectual del boxeo, comoel mejor púgil de la escuelasudamericana que había pasado porla ciudad de los rascacielos. Sinduda, como el mejor boxeadorcolombiano que había pisado NewYork. Lo que quisieron decir los

periodistas es que yo era el mejorporque era el único. Pero loescribían con clase y me gustaba.

El francés me ganó por nocaut (4)

técnico en el tercer asalto. En elprimero y el segundo lo tuve a mimerced, aguanté sus ganchos (5) deizquierda a la barbilla boxeando abase de piernas, andando hacia atrásy tratándole de tú a tú con golpessólidos de derecha. En el tercero mealcanzó con un uppercut que me tiróal suelo. Estaba muy tocado. Mecontaron siete y me levanté pero

Millet se lanzó sobre mí y mesacudió otro gancho de derecha en lacara. Cuando me lanzaba alcontraataque el árbitro paró la peleay declaró vencedor al francés.Protesté. Ni puto caso.

Después boxeé en toda

Hispanoamérica, Colombia, Panamá,Ecuador… Más tarde, cuando mecasé, entrené boxeadores enCartagena, y cuando compré mi casay la de mi mamá en España, dejé esetrabajo. Ahora, por diversión,entreno a los amigos. Por ejemplo a

Tano. Que por cierto, no llama. —¿Dónde coño se habrá metido

este hombre? —maldije. Absorto en el mundo del boxeo,

recordé su peor pelea comoprofesional. Yo le acompañaba en laesquina.

Fue en un polideportivo en los

alrededores de Madrid. Francoestaba muriéndose. Siempre le dije aTano que no estaba hecho para estedeporte, que le faltaban valor y

nobleza y que, además, ya era muymayor. Nunca me hizo caso. Esta erasu segunda o tercera pelea comoprofesional. Le llamaban Tano,Brazo de Gitano.

En el vestuario, compartido con

unos chavales, tenía la miradaerrante, vagabunda por las paredesde azulejos blancos; no estabaconcentrado y parecía escuchar unbolero que sonaba a toda hostia enuna casete. Se comió la pastilla paraabrir las vías respiratorias mientrasdeslizaba su mirada por los otros

púgiles que aguardaban para pelear.Sonreía mirando a un mulato, reciénllegado de Puerto Rico, que rezabaante un altar tan repleto de santos yvírgenes que para sí lo quisiera unmatador de tronío. Al lado, un negroguineano suplicaba a su entrenadorque le dejara pelear con guantesblancos.

—Me quedan mucho más bonitos,

jefe —le decía—. Hacen máscontraste.

Para un boxeador, las manos sontan importantes como los dientes

para Hannibal Lechter. Una jovenpromesa, concentrado, metido dentrode sí, observaba cómo le vendaban.Músculos y tendones calientes, venasa punto de reventar bajo su pielsudorosa, afeitada para evitar unsufrimiento añadido. Y Tanopensando en las musarañas.

Salimos al cuadrilátero ante la

indiferencia del público, queesperaba al ídolo local. Le quité labata de raso y lo senté.

—Escucha —prediqué—, cuando

suene la campana, ya sabe, m’ijo:trabajo, constancia y humildad.

Me escuchaba sin prestar atención.

Sólo pensando en levantarse y acabarcon aquel cabrón antes de que lomatara a él. Sabíamos que seenfrentaba a una mala bestia, nieto dela mula Francis. Entre nosotros loapodábamos Caramulo. Entonces,entre rugidos de los espectadores,apareció su rival. A Tano se le cortóla respiración y comenzó a sudar.

La voz aflautada del presentador

anunció el combate. Saludaronambos y yo aproveché para observara Caramulo. Viéndole moverse seapreciaba que era torpe. Estabaseguro de que, en cuanto no posaralos pies uno detrás del otro,tropezaría, se le enredarían laspiernas y, al menos, se rompería losmeniscos. Se lo dije a mi pupilo paraanimarlo. Tano estaba con los ojosen blanco, desencajado. Acojonado.Sólo quedaba pelear.

—¿Querías boxear? Pues ahí lo

tienes —señalé—. Una bestia parda.

Un hijoputa en la recta final de sucarrera, aquel rival era todo menosun gentleman (6) en el ring. Quizá sumarrullería y su proverbial estilomostrenco tenían algo de culpa, perosu cara de retrasado cejijunto, sucabeza microcéfala y sus andaresdificultosos de pies planos tampocoayudaban a que su presencia fuesetranquilizadora.

Siempre parecía enfadado, algo

muy provechoso para un boxeadorque trata de acojonar al contrario y,en su avance, mantenía un equilibrio

torpe lo que hacía pensar a susrivales que sólo con tocarle sevendría abajo. Mentira. Costabatirarlo. Pero si lo lograbas y selevantaba, una vez en pie, másresentido y vacilante que nunca, si tedaba un hostiazo en frío seguro queel árbitro te amonestaba pordesplomarte demasiadoviolentamente en la lona.

Segundos fuera. Le di una palmada

y un empujón. Tano se levantó ycaminó desganado y con la guardiabaja hasta el centro del ring. Se

saludaron. Y Caramulo le soltó ungancho de izquierda que disparó lacabeza del gitano hacia las luces deltecho.

— ¡Mantenle la distancia, Tano!

—grité—. ¡Te va a matar ahí!— ¡Aléjalo... aléjalo...! ¡Por fuera,

rodéale...! ¡Pégale y sal...! ¡Ahora…!¡Cúbrete, cúbrete abajo!

Salió como pudo y pasó el resto

del round intentando recobrarse yalejarlo con el jab, pero, aquel tíoera una puta lapa, siempre encima,

metiendo la cabeza, apurando.Demasiado para un novato. Aquelpuñetazo le dejó bailando dosdientes que le habían implantado losestudiantes de la Facultad deOdontología. Hacía mucho que dejéel boxeo, pero, en ocasiones comoésta, lo echaba de menos. No el ring,sino partirle la cara a la gente.

La corta distancia iguala

demasiado, pero Tano se cubría bieny los puñetazos se estrellaban contrasu guardia cerrada. Cuando sonó lacampana el tipo estaba furioso, ciego

de ira por no tocarle bien. Senté aTano en el rincón, le puse hielo y ledi la charla.

— Así no puedes pelear, no se

trata de dejarle que te pegue, joder—le animé— Cédele el centro delring y baila a su alrededor, maréalosin parar. Su orgullo le confiará y suvanidad le hará ir recto hacia ti, defrente. Como una cobra.

— Tú, no le hagas caso, elúdelo—recomendaba a un Tano aterrado—. Sigue bailando y tira, mete lasmanos, tócale abajo. Suma puntos.

Boxea con la cabeza fría y mantentealejado.

Segundos fuera. Aún con el blanco

y refrescante molinete de la toallaante sus ojos, el gitano se estremecíaante la idea de volver a encontrarsecon aquella bestia de madera queencajaba cualquier golpe. Yo sabíalo que pensaba Tano. Su salivatendría sabor amargo. A mí tambiénme había ocurrido alguna vez.

Mi chico metió una derecha queentró bien. Y otra derecha, perfecta.Nada, daba igual. Era imposible

parar a Caramulo con manos largas,el cabrón hacía inevitable el cuerpoa cuerpo, metía la cabeza y empujabacon mucho desgaste por abajo. Tanohacía su trabajo. Lo castigaba arribay abajo, con todo tipo de golpes,pero el cabrón era un kamikaze (7) yno le afectaban los golpes. Intentabaalejarlo con el jab de izquierda,adelantando el hombro, era igual, sevenía encima una y otra vezaguantando ganchos, crochets…todo. Tano le esquivaba y, antes decubrirse, le metía un golpe en cadahueco. Pero nada le paraba. Y otra

vez, cabeza con cabeza, golpe agolpe.

— ¡Sube las manos, sube la

guardia...! —gritaba yo —. ¡Métele,que te está poniendo guapo! Muevela cabeza, abajo y arriba, uno-dos,¡Ahora! Inicia, inicia tú, recto alcuerpo, ¡recto al pecho, Tano!

Lo malo era que alguna vez tenía

que cobrar el gitano porqueCaramulo tiraba golpes sin parar. Dederecha a izquierda, de arriba abajoy de atrás adelante, como un

ventilador, incansable. Todozapateando sobre sus jodidos piesplanos, como si tuviera las rodillaspegadas con pegamento Imedio, y sinparar ni un instante para tomarresuello. Se acercaba, se alejaba y laúnica oportunidad era sorprenderlecon un golpe que lo jodiera antes deque los suyos y el cansancioconvencieran a Tano de que no teníaninguna posibilidad de ganar elcombate.

— Así no hacemos nada, Tano —

le reñí en el rincón al acabar el

asalto—. No se trata de dejartemasacrar, ni de hacer turismo por elring, necesitas un golpe. Quizás elúnico que podrás conectarle a esavíbora.

—Pero, debe ser ¡un hostión! —dije animándole—. Sinremordimiento. Deseando pecarcontra el quinto mandamiento... Elreglamento no castiga las ganas dematar y, aunque no lo crujas, elpúblico se pondrá de tu parte...

—Saca el brazo adelante con todotu corazón —concluí la teórica—.¡Espera, pégale y sácale los dientes

por la nuca...! Saltó adelante al sonar el gong. Si

hasta entonces Tano sólo habíasentido fastidio y bastante pavor porel mal boxeo de aquel tipo, ahoraestaba cabreado y salía decidido ensu busca. Me alegré. Veríamospelear.

Caramulo derrochaba mucha

fuerza en golpes perdidos en el vacíoy estrellando sus puñetazos contralos guantes de Tano. Si ahora leconectaba un buen golpe caería. Y

Tano los tenía guardados. Biencubierto, en el centro delcuadrilátero, aguantaba empujones ycabezazos esperando que aquelgorila se desequilibrara en uno desus saltitos. Entonces, grité ¡Ahora,Tano! Él lo sabía. Su cerebro,nervios y tendones acordaron que elpuño izquierdo se clavara en elhígado y que su derecha aplastara lanariz de Caramulo. El protector saltóde su boca y cayó a la lona, mientrasmil gotas de sudor y sangresalpicaban al gitano.

Hay puntos débiles y hay puntosletales en los que es conveniente queno te toquen durante una pelea. Perocuando decides ir a por todas ya nohay retorno, no hay vuelta atrás.Tienes que arriesgarte. Es elmomento de concentrar en unpuñetazo toda la energía y la fuerzaescatimadas en el choque paralanzárselo a la boca del jodíoporculoque tienes enfrente. Si fallas y el tiporecobra las fuerzas, entonces, para unboxeador inteligente, lo mejor esabandonar, tirar la toalla antes deque te mate.

A veces, aunque no siempre, Dios

demuestra ser un buen tipo y guía tupuño contra el adversario. Entoncesla recompensa es ver estallar su narizmientras un surtidor de sangre rojabrota a contraluz entre la oscuridadde la sala y el cuadriláteroiluminado. Un instante fugaz entre losalaridos del público harto demariconadas, excitada porcontemplar, una vez más, la victoriade la bella frente a la bestia.Satisfecho, por fin.

— ¡Síguelo, Tano, mátalo antes deque despierte! —grité—. Ahora lotienes, dale, ¡arriba, abajo, arriba,arriba...!

Lo llevó hasta la cuerdas,

tambaleante, marcha atrás, a hostialimpia al bazo y al hígado paracortarle la respiración, sin darletregua. Con las cejas y la nariz rotas,sangrando. Ése era mi Tano, ¡un putoasesino! Podía olerse el pánico deCaramulo. Arrinconado, confuso ytorpe, Tano lo cazó con un terroríficocrochet de izquierda que pareció

segarle las rodillas y lo mandó alsuelo. Hasta el público se encogiócuando cayó como un fardo,rebotando en la lona. Escuchabacontar al árbitro, sabiendo que aqueltipo no se levantaría, y vi a Tanomordiendo el protector, con laguardia baja, alejado por el juez. Nosalía de su asombro. Acabó lacuenta. Por fin, finalizó la pesadilla.La peña rugía. Los flashes locegaban. Le abracé y me lo llevé alrincón. ¡Había ganado! Y Caramulopudo haber salido en un ataúd haciael depósito.

Estaba en Babia con mis recuerdos

cuándo los timbrazos del teléfono metrajeron de vuelta a casa. No teníaganas de contestar, pero me levantépor si era mi mujer.

— ¿Dígame...?— Soy yo, Paco, ya sabes quién,

no digas nombres…— Vale, tío, de acuerdo. ¿Dónde

te habías metido? ¡No sabía nada deti...!

— No importa, campeón. ¿Te hallamado alguien preguntando por mí

o por mi novia?—Llamó ella. Te buscaba pero

dijo que ya te encontraría. Nadiemás. ¿A qué viene tanto misterio?

—No lo sé, Paco, pero escúchamebien. Si alguien te pregunta, hazlecreer que no sabes nada, que estássonado. Eso te resultará fácil,¿verdad, Escorpión?

—Calla, gitano de mierda, que notengo ganas de bromas...

—Recuérdalo, Paco. No sé quépasa pero, sea lo que sea espeligroso. ¡Hazte el tonto, mulato! Tellamaré, ciao.

Y el muy mariconazo, colgó.

(1). Julio César Iglesias, prestigiosoperiodista con una extensa carreraprofesional tanto en radio, como enprensa y televisión.(2). En el boxeo, vacilante,tambaleante, tocado, aturdido.(3). Secuencia de dos golpes con laderecha y con la izquierda.(4). Knock-out o K.O. Fuera decombate. Una de las formas deobtener el triunfo en el boxeo por

incapacidad del adversario paralevantarse.(5). Uppercut. Golpe que se dirigede abajo arriba buscando el mentóndel adversario.(6). Deportista que se comporta conexquisita nobleza y cortesía.(7). Viene de las palabras japonesasKami (Dios) y Kaze (Viento). Sueletraducirse por viento divino. EnOccidente se refiere a los pilotos decaza de la Segunda GuerraMundial, suicidas, y en general alos comportamientos suicidas otemerarios.

Capítulo 14

El terrorismo de Estado es el quenace en las tripas corruptas de losgobiernos y golpea brutalmente a losenemigos de la nación. Sin florituras.

Ciertamente, antes hay que

precisar quién es el enemigo, peroeso es un tema menor. Fácil.Enemigos son los que no son amigosdel Gobierno de turno. Dependiendodel momento histórico, además de

los terroristas, pueden definirsecomo enemigos a disidentes,opositores, tibios y no alineados.Básicamente, se trata de acojonar alpersonal, de matar a algunos paraque otros teman y traguen. Concualquier cosa. Que voten lo que seles ponga por delante con tal de queno les jodan más, con tal de seguirdisfrutando de la casa en la playa, elmonovolumen de 35 plazas, el cocheoficial y las prebendas. Del poder,en definitiva.

Se puede dar el caso de que el

Estado, a través del partido en elgobierno, aterrorice a los violentos.Suele edulcorarse llamándolo guerrasucia. Ejemplo, el GAL(1).

El terrorismo partidista es el que

proviene del Gobierno, nacional oautonómico y se apoya en los mediosde comunicación adictos, en sumilitancia alegre y combativa y en elreparto de prebendas, para asfixiar ala disidencia y a la oposición,marginándolos e intentandoarrojarlos fuera del paraísodemocrático. Como ejemplos, el

cordón sanitario promovido por elpartido socialista, el de los 100 añosde honradez, y el PNV con susbachoquis, su raza y su vascuence.Dos partidos políticos expertos enmarginar.

El terrorismo puro y duro hace uso

indiscriminado de la violencia contrala población y contra susrepresentantes políticos librementeelegidos, contra las fuerzas deseguridad y los medios decomunicación, con el fin de obtenerventajas políticas, religiosas o

étnicas. Es el caso de los hijoputasde ETA(2), sus primos de HerriBatasuna, Bildu y todas sus demásfranquicias.

Hay muchos más modelos y varias

formas de combatirlos. Deeliminarlos. Pregunten en Alemaniapor la Baader-Meinhoff, la putaFracción del Ejército Rojo. Pero, nome voy a limitar a estos restos casiarqueológicos del anarquismoevolucionado del siglo XIX. Ahora,están los islamistas. En pleno año2000, de pronto, aparecen en escena

unos tipos escapados de la EdadMedia que nos declaran la GuerraSanta. Con dos cojones. Elparadigma, Al Qaeda, que con losatentados del 11-S arrastró aOccidente a Irak y Afganistán.

El atentado del 11-M costó a

España casi doscientos muertos en unsolo día. ¿Moros? ¿Cristianos?¿Servicios de inteligenciaextranjeros y nacionales“trabajando” al alimón? Los nuevosindicios obtenidos indican que porconspiración o negligencia jueces,

policías y agentes de información hanfalsificado, manipulado, destruido oconstruido, pruebas y testimonios.Cada día avanzamos hacia la verdad.No gracias a la investigación policialsino gracias a unos cuantosperiodistas y una juez comprometidacon la búsqueda de la verdad.Precisamente es a esos, a losconspiranóicos, a quienes algunospolicías quieren encerrar en unahabitación sin Estado de Derecho.Así amenazaron a Luis del Pino.

Pero lo cojonudo es que vuelan

trenes en nombre de Alá sin que anuestro alrededor, en las calles deMadrid, pestañeen los impávidosmusulmanes moderados. Integrados,dicen. Como a los vascos del árbol ylas nueces, a estos colaboracionistasislámicos les cuesta condenar elterrorismo que practican sus amigos,hijos, sobrinos, hermanos o nietos.Son prudentes para condenar elterrorismo islamista pero, muytocapelotas a la hora de exigir su AlÁndalus, sus mezquitas, sus velos,venganza por las caricaturasofensivas de Mahoma y también para

reclamar todo tipo de disculpas a unSanto Padre acojonado por suposible mala imagen mediática.

Por otra parte, la moderación es un

concepto desconocido en el Islam delas masacres de la Primavera Árabey del empalamiento de Gadafi. Se eso no se es. Sharia o muerte. No haylugar para la tibieza. Igual que ennuestros nacionalismos vasco,catalán y gallego, no existemoderación alguna en su ideología, ymenos aún, cualquier atisbo dedemocracia. Tan sólo es un mito de

su propaganda. Quienes no ponenbombas se benefician del terror y delhastío que produce la sangre. Loutilizan de la misma manera queRobespierre (3) especulaba con elpánico sembrado por sus jacobinos,líderes de la degollina, el top ten delterror mundial. Hasta hoy.

No me olvido de Hitler y Stalin.

Estos, además de asesinos en masa,eran genocidas. Otra categoría deterroristas, pero la misma carroña.

Y así, dictadura tras dictadura, en

medio de oleadas de sangre, laHumanidad corre siempre en pos deotro Nuevo Gran Orden Mundial. Eldefinitivo. Nosotros, no queríamostanto. Sólo deseábamos un cambio,algo de andar por casa que afectaraexclusivamente a nuestro país.Imprescindible para España.

El papel de los moros estaba

claro. No tanto quiénes éramosnosotros, los organizadores, un grupode airados patriotas dispuestos a dartal golpe al sistema que despuésnadie, salvo Él, fuera capaz de

reconducir la situación. Una vezpurgados sus errores.Dolorosamente.

Formábamos un grupo dispuesto al

sacrificio con tal de taponar lasgrietas del sistema por las quesalpicaban de cagadas a la nación,dejando una única salida para lamierda. Controlando ambas: mierday salida. Evidentemente, un equipode fontaneros así no se formareclutando ursulinas en losinternados de señoritas. Entrenosotros mercenarios, políticos

reconvertidos del todo a cien y delcomo sea, militares de ambasextremas ávidos de demostrarse supropio valor y recordar el honor queles inculcaron en la academia militar.Además, empresarios y periodistasmenospreciados por el Gobierno,mentirosos, corruptos y ególatrashasta la exasperación. Todos,cabrones destetados a patadas de lastetas de sus putas madrespolitoxicómanas. Así éramos losnuevos disidentes. No intelectualesde palabras romas por repetidas,sino patriotas venidos para patear

algunos culos con zapatos de clavos.Los nuevos samuráis (4). El modernoTercio, en el mismo combate, contralos enemigos eternos.

¿Por qué vivimos una era de

decadencia? ¿Por qué el mundodesprecia las ambicioneshonorables y la sinceridad? ¿Porqué no podemos volver a la gloriade otro tiempo? ¿Cuánto va a duraresta edad despreciable? ¿O todavíavendrá algo peor? Mishima (5),Nieve 68.

Caballos desbocados (6) era milibro de cabecera y, como Mishima,yo rechazaba mi momento histórico.Por distintos motivos que los suyos,me negaba a que la identidad de mipatria se diluyera entre absurdosnacionalismos periféricos, limpiezasétnicas de boina, gaita o barretina,alianzas con diablos bestiales,multiculturalismos retrógrados yglobalizaciones de la paz discurridaspor serviles ineptos aferrados apoltronas ministeriales, a togas ypuñetas y a sillones académicos.Envidiaba la filosofía

conservacionista de su Tate-no-kai(7), la Sociedad del Escudo.Conservacionista porque el ejércitode Mishima defendía a su Emperadorde las injerencias culturalesextranjeras. Hoy los reyes son unaespecie en vías de extinción aquienes alguien como nosotros, igualque Mishima, deben proteger de suspropias estupideces. Conservarlosincluso a su pesar, como a los indiosde las reservas, mientras sea posiblehacerlo.

Éramos algo parecido a una orden

de caballería salvaje. Honorables yausteros terroristas dispuestos amorir para crear las nuevascondiciones de regeneración delpaís. Una sociedad secreta y cerrada.Honrada. Nada que ver con el saqueode los fondos reservadoscaracterístico del anteriorexperimento de terrorismo de Estado.Samuráis que, como los de antes delIncidente (8), ya se habían despedidodel mundo y esperaban morirdeseando que su gesto sirviera deejemplo, que valiera para algoimportante. En honor a los japoneses,

y a nosotros, elegimos el mismonombre para nuestro plan: OperaciónIncidente. Y si algo salía mal, nadade juicios, condenas, exilios niprisiones. Inútil repetir la bufonadadel 23-F. Como ellos, seppuku (9).

Cuando Mishima visitó Madrid

durante una de sus vueltas al mundo,seguramente escuchó de labios dealgún guapo legionario de pelo enpecho y entrepierna abultada, lacanción El novio de la muerte.

Nadie en el Tercio sabía

quién era aquel legionariotan audaz y temerario

que en la Legión se alistó.Nadie sabía su historia,más la Legión suponía

que un gran dolor le mordíacomo un lobo el corazón.

Cuanto más rudo era el fuegoy la pelea más fiera,

defendiendo su Bandera,el legionario avanzó.Y sin temer el empujedel enemigo exaltado,

supo morir como un bravoy la enseña rescató.

Y al regar con su sangre la tierraardiente,

murmuró el legionario con vozdoliente:

Soy un hombre a quien la suertehirió con zarpa de fiera.

Soy un novio de la muerteque va a unirse en lazo fuerte

con tal leal compañera.Por ir a tu lado a verte,mi más leal compañera,

me hice novio de la muerte,la estreché con lazo fuertey su amor fue mi Bandera.

Aquella canción y el himno de laLegión, entre tragos de coñacVeterano, el del toro con los cojonescolgando, debieron fascinarle. Tantocomo aquellos legías (10) con lacamisa abierta, tatuajes y medallasde Vírgenes y Cristos colgando alcuello.

Soy valiente y leal legionariosoy soldado de brava legión

pesa en mi alma doliente calvarioque en el fuego busca redención.

Mi divisa no conoce el miedo,mi destino tan sólo es sufrir

mi bandera lucha con denuedohasta conseguirvencer o morir.

Uno de los guías locales debió

hablarle del grito de Millán Astray,Viva la Muerte (11). Por cierto,Millán Astray, un enamorado de lamuerte heroica, era un hombreapasionado por la poesía japonesa ytradujo al español el Bushido, elcódigo samurái. También era másbruto que un saco de piedras.Mishima, en todo ello, encontró elparalelismo entre su culto a la muerte

honorable y lo que él llamó elespíritu samurái español.

Alucinaría viendo el Cristo de la

Buena Muerte (12) y escuchandoviejas historias patrias. La deGuzmán el Bueno arrojando su puñalal enemigo, por ejemplo, o la delMarqués de Benavente, quien pororden del emperador Carlos V dioposada en su palacio de Toledo alCondestable de Borbón. Pese aconsiderar un traidor al Borbón y asentirse humillado con su presencia,acató el deseo del Emperador. Tras

despedir al indeseable huésped,quemó el palacio. Según Mishima, unsamurái no lo hubiera hecho mejor.Primero obedecer y después lavar elhonor. La imposible rebeldía contrael elegido de Dios. Contra elPríncipe de la Cristiandad.¿Imposible? No.

Alguno de los que acompañaron a

Mishima en sus paseos por Madrid,contó que al escuchar la historia delMarqués de Benavente, el escritorjaponés narró un párrafo sobre elprotagonista de su obra Caballos

desbocados; éste, decide hacerseppuku por el Emperador, y unmiembro de la familia imperial lepregunta ¿Qué haría usted si elEmperador rechazara su oferta? Elhéroe literario responde que, en esecaso, también se abriría el vientre.Imaginemos que preparo unas bolasde arroz para ofrecerlas a SuMajestad Imperial, dijo. Si SuMajestad las rechaza, deberéretirarme y abrirme el vientre; y, silas acepta, deberé abrirme elvientre agradecido, porque elatrevimiento de hacer bolas de

arroz para Su Majestad con manostan torpes como las mías es unpecado que merece mil muertescomo castigo.

Callejones sin salida. El suicidio

como una muestra honorable desinceridad. Morir sin matar. Meemocionaba porque seguramente yo,al elegir la carrera militar, pensabaen mi padre asesinado y, como otrasmuchachas que a esa edad sentían elfervor místico religioso, a mítambién me atraía un impulsoromántico hacia la muerte.

Sin conocerlos, sabía que habían

reclutado algunos compañeros dearmas elegidos entre las Unidades deélite de las Fuerzas Armadas: TEAR(13), BRIPAC (14), la Legión, GEOS,boinas verdes de las Compañías deOperaciones Especiales y algunosotros, especialmente de la GuardiaCivil y la Real. También supe queincorporaron a civiles y miembros deservicios de inteligencia; yo, comoresponsable del operativo final,alisté a los moritos. Mi director en laOperación Incidente era el coronel

Arrando, mi padre adoptivo, mimentor. La víctima propiciatoria, losmoros.

Al principio pensé en Tano para

convertirlo en mártir. Luego, le cogícariño. Me crié en el Rif y allí lasmujeres, cuando se enamoran,enloquecen de pasión y bajan a latumba con sus amados para nocompartirlos ni siquiera con lamuerte. Entonces sucedió lo deAtocha y el grupo cambió laestrategia. Ahora tocaba que losmártires fueran los moros. Era como

subcontratarlos para que seinmolasen. Al final, el terrorismosólo es un método al servicio decualquier ideología. Incluso sirvepara los que no tienen ninguna.

Pero, con ideología o sin ella, si

con la Operación Incidente noconseguíamos sacudir lasconciencias y la molicie de la nacióntodo se habría perdido. El grupo, elsacrificio de las víctimas… todotirado por la borda. Y no podríamosvivir con la culpa de haber aceleradola hecatombe. Teníamos la esperanza

de que la sangre derramada cambiaralas cosas, o quizás imitábamos aDios Todopoderoso decidiendoquién vivía y quién no. Tal vez elsacrificio fuera en vano e inevitableel estallido que amenazaba controcear la nación, traído de la manodel hablando se entiende la gente ydel talante que pone asesinos de ETAen la calle.

Mis compañeros de grupo

conocían sólo una parte de laOperación Incidente, pero estabandispuestos a todo. Entregados. Su

retórica sobre el compañerismo y lamuerte en los brazos del amigo, enalgunos casos, me sonaba amariconeo entre valientes que jamássaldrían del armario. Otros eran tanracistas, tan extremadamentexenófobos, que no desentonarían nien los bachoquis de Bilbao.

Y ¿yo? Después de matar a un

moldavo, mi primer muerto sinmotivo, todo se simplificó y disparara la gente dejó de preocuparme. Conlos colombianos tampoco fue difícil.Algunos, llevaban la C de cocaína

grabada a fuego en la frente. Prontoperdí el virgo moral y de niñaasustada pasé a eficaz funcionariacon licencia para escabechinarmendas. No es que el CNI fuera unacarnicería pero, en determinadassituaciones, algunos no noscortábamos un pelo. Sobre todo enciertos países. Éramos soldados y, enla guerra, o matas o no ves amanecer.

En mis primeros tiempos me

fascinaba matar, después coqueteabamás con la idea de la muerte. Sólosentía una frustración: morir sin

liquidar a alguien con mis propiasmanos. Sin pistola. De cerca,mirándole a los ojos, escuchando elruido de sus tripas. Sintiendo sumuerte.

Nunca he sabido si mi padre

adoptivo advirtió, desde el primermomento, que yo llevaba la muerteen el alma o fue él quien la introdujoen ella. Gota a gota, lentamente.Solía decirme que en mí conviven,sin dificultades, un alma poética degacela africana y otra belicosa, dura,de guerrera bereber. A veces,

endureces la expresión y aprietas loslabios en un gesto cruel que borra ellatigazo apaciguador de tus ojosasombrados, me decía. Entonces dasmiedo, hija. Mi papá coronel era unjodido poeta.

Sí es verdad que tengo facilidad

para la mentira y además Tano fue unbuen maestro. Me enseñó aperfeccionar ese arte.

Pude llegar a lo más alto en mi

profesión, pero, allí estabapreparando el Incidente, sabiendo

que moriría durante su desarrollo.Algo así sólo se hace por principios,por valores místicos, nada que vercon miserias políticas.

(1). Grupos Antiterroristas deLiberación. Organización terroristasurgida del Gobierno de FelipeGonzalez para acabar con ETAempleando sus mismas armas.(2). Organización terrorista yseparatista española que reivindicael marxismo-leninismo y laindependencia del País Vasco.

(3). Dirigente de la RevoluciónFrancesa, apodado el Incorruptible.Miembro más influyente del comitéde Seguridad durante el Período delTerror, la dictadura jacobina. Fueguillotinado.(4). Guerreros aristócratas queseguían las estrictas normas delcodigo ético del bushido. El honor yla fidelidad a su señor y alEmperador eran sus valoresmáximos. Y, como filosofía, prefirirla muerte a una vida indigna.(5). Escritor japonés de inmensogenio literario que le revela como

un gran autor. Su sentido casiestético de lo heroico le llevó arebelarse contra una sociedad a laque consideraba sumida en el vacíoespiritual y la decadenciamoral. Tras un fallido intento derebelión militar, se suicidasiguiendo el tradicional ritosamurai.(6). Titulada Honba en Japón, 1968,es la segunda novela de sutetralogía El mar de la fertilidad.(7). Grupo paramilitar creado porMishima y formado por jóvenesestudiantes tradicionalistas y

patrióticos, expertos en artesmarciales y que fueron entrenadosen las Fuerzas de autodefensa deJapón bajo la supervisión deMishima. Su lema, morir, sin matar.(8). Eufemismo con el que se refirióla prensa a los actos perpetradospor Mishima y que acabaron enseppuku, suicidio y decapitaciónritual, tras una proclama fallida delevantamiento militar.(9). El seppuku era un elementofundamental del bushido, el códigodel honor de los guerreros samurai.En Occidente se conoce como Hara-

Kiri. El samuari arrodillado hundíasu wakizashi, espada corta, en ellado izquierdo del vientre, cortabahasta la derecha y volvía al centropara subir al esternón. Un familiaro amigo, el kaishaku, aguardabapara cortarle la cabeza con lakatana, espada larga, si veía que eldolor le impedía continuar. El elcaso de Mishima, fue su amanteMorita quién, después de intentardecapitarlo tres veces, no pudocontinuar y tuvo que ceder el lugara Koga, otro estudiante que luegotambién decapitó a Morita.

(10). Nombre popular por el que seconoce a los CaballerosLegionarios.(11). Frase célebre desde elencontronazo entre Millán Astray,fundador de la Legión, Pemán yUnamuno en la Universidad deSalamanca. Parece que fue unfalangista desconocido el que lagritó, Unamuno la calificó deparadoja necrófila, ridícula yrepelente. Millán Astray, añadió,“Muera la inteligencia, viva lamuerte”. Y Pemán intentandocalmar la situación añadió, “Viva

la inteligencia, mueran los malosintelectuales”. Unamuno, comorector de la Universidad, concluyó,“Este es el templo de la inteligenciay yo soy su sumo sacerdote. Estáisprofanando su sagrado recinto.Venceréis, porque tenéis sobradafuerza bruta. Pero no convenceréis.Me parece inútil el pediros quepenséis en España. He dicho.”Millán Astray, en colaboración conperiodistas y escritores como RuizAlbéniz, Dionisio Ridruejo yGiménez Caballero, fundó RadioNacional de España.

(12). El Cristo de Mena, conocidocomo el Cristo de la Buena Muerte,fue proclamado Protector y Patrónde la Legión Española en 1928.(13). El Tercio de Armada es laInfantería de Marina. El TEAR esuna unidad especialmenteadiestrada y equipada para realizarAsaltos Anfibios.(14). Brigada Paracaidista.Formada por tres BanderasParacaidistas con cinco compañíascada una.

Capítulo 15

Pasaba algo raro. Últimamentetenía la sensación de que a mialrededor sucedían cosas de las queno me enteraba. Era bastantedesagradable y, para más tormentodarte, tenía dos granos en el culo.Uno, el coronel Arrando, demasiadopreocupado por mí y, otro, losmoros. Asmah exigía garantías y nodejaba de joderme la paciencia.

Decidí ignorar a mi padrino. Másadelante concretaríamos la fecha delIncidente. Pero a los mártiresconvenía darles coba. Accedí a unanueva reunión en medio de unasmedidas de seguridad tan extremasque encantaron a Asmah. Discutimosel proyecto y repetí lo dicho: un solomártir para el Incidente. Loactivaríamos media hora antes. Seríaconducido adónde inmolarse ynosotros haríamos el resto. Nonecesitábamos a nadie más. No eranegociable. Eso o nada.

Dijo estar de acuerdo pero añadióque también debíamos respetar suscostumbres. Deseaban dar al mártirla oportunidad de despedirse de sufamilia con un mensaje en vídeo y,además, querían elaborar uncomunicado conjunto reivindicandoel Incidente. Si no aceptábamos noseguirían adelante. ¡Qué hijaputa! Alfinal, iba a resultar una experta enguerra de cuarta generación (1).

Asmah entendía que, en el

escenario estratégico de la Yihad, lacomunicación y la propaganda eran

elementos esenciales de la estrategiade su lucha globalizada y queríaoptimizar la acción de su mártir. Esoles ayudaría en el futuro para laintimidación, el chantaje, la extorsióny la sumisión de sus enemigos.Asimismo, el carácter simbólico dela unión entre los dos grupos decombatientes cristianos ymusulmanes, reforzaría nuestraalianza revolucionaria contra elimperialismo y la colonización. Lacomunicación y la propaganda leseran imprescindibles para la guerrapsicológica, para el reclutamiento de

mártires y para la recaudación denuevos fondos con los que cometermás atentados. Y todo difundido enlas televisiones y el ciberespacio pormedio de Al-Jazeera y YouTube.

Su voz sonaba tan apagada como

el rumor del rocío mojando la arenadel desierto. Aplacé mi respuesta yfingía pensar mientras me entreteníapresintiendo sus pechos ocultos bajoel hijab (2). Intentaba sopesarlos conmis ojos mucho más audaces que mismanos timoratas. Semiocultos por elvelo, sus labios sinuosos con tantas

curvas como una carretera de losAlpes. Mirándola hambrienta,buscándola tras la protección delvelo, se me mojaron las bragas. Aveces me sorprendía a mí mismaobservando a las mujeres con elmismo deseo y avidez con que lospobres contemplan un billete delotería, su único pasaporte a lafelicidad.

Asmah creía haber descubierto la

pólvora. Su perorata era tan aburridacomo el chalaneo de un vendedor dealfombras mientras llueve sobre el

zoco y estás resguardado pero sinescapatoria. Sus teorías, queesgrimía con la fe del nuevoconverso a la agitprop (3), eran tanantiguas y manidas como las delprestamista que hizo el leasing a BenHur para comprar la cuadriga. Peroyo le debía respeto. Ella, con toda lafuerza de su fe islamista, intentabaser profesional, una terroristaejemplar. Por lo aburrida y pelmazame recordaba a los comunistas de laFacultad, y por su desfachatez, a losviejos estalinistas Carrillo ySaramago dando lecciones de

democracia. Ahora que ya he sufrido procuro

no despreciar a nadie porque heaprendido que, antes o después,todos, no importa de dóndevengamos ni lo listos que seamos,acabamos en el mismo lugar. La vidaestá repleta de tontos, valientes yhonestos, y de listos, indignos ycobardes. Con los años perdí lajactancia de la juventud, esa soberbiaque hace odiosos a los que se creenhombres sin serlo aún. O mujeres.Así que...

Por fin despegué los ojos de los

bultos bajo su ropa y hablé. El mártirvendría a nosotros acompañado deAsmah, equipado con un cinturón deexplosivos sin activar y todos lossímbolos, banderas y pancartas quenecesitara para la filmación. Elyihadista grabaría el vídeo bajo lasupervisión de ETA y, a partir de esemomento, quedaría aislado, sincontacto con su grupo, escondido enun zulo (4) hasta que se le condujera ala ekintza (5). Por seguridad, elMovimiento de Liberación del Rif no

sabría dónde ni cuándo. Se grabarían dos vídeos. En el

primero, el shahid (6) se despediríade su familia anunciando suinmolación y declarandogenéricamente que lo hacía por lalibertad de su patria, por Palestina,contra el sionismo y sus amosestadounidenses, por la liberación deAl Ándalus, por la Primavera Árabey todas las causas del Islam. Lacopia de este video para la familia sela llevaría Asmah al concluir lasgrabaciones.

En la segunda cinta la escenografía

sería distinta. El anagrama de ETA,con el hacha y la serpiente,aparecería colgado en la pared juntoal de los moros del MLR.Intervendrían dos personas, Asmah yÁfrica, con locuciones en árabe yespañol, respectivamente. El texto,consensuado previamente, seríabreve y el mismo en ambos casos. Unmilitante vasco armado yencapuchado y el mártir equipadocon armas y explosivos, flanquearíana las locutoras como representantes

de sus respectivos grupos armados,ETA y el MLR. La grabación delcomunicado de reivindicaciónconjunto quedaría en poder de ETAhasta horas antes del Incidente. Trasel Incidente, y sólo entonces, senotificaría por e-mail al MLR dónderecogerla.

A partir de ese momento se

interrumpiría todo contacto físico, ycualquier clase de comunicación,entre ambos grupos. Debido a lainmensa conmoción que causaría elIncidente, la cacería de los autores

sería despiadada, y ambos comandosdeberían tener prevista su propiainfraestructura para esconderse yabandonar el país. En caso de norespetarse la incomunicación, ETAentendería que se ponía en peligro suseguridad y, en consecuencia, losresponsables serían tratados comoenemigos del pueblo vasco y seprocedería militarmente contra ellos.Esa era la hoja de ruta. Y así se laexpuse, sabiendo que ahoracomenzaría el regateo. Pero, asícomo el velo proporcionaimpunidad, los tacones dan poder.

No estaba dispuesta a ceder. No pornada, sólo por joder.

Y pasamos a negociar el

comunicado. No sé cuánto tardaronen escribir el Corán o la Biblia pero,para alcanzar un acuerdo, nosotrasnecesitamos tantas horas y litros deté como creyentes tienen ambasreligiones. Al final, lo logramos.Insistió en saber cuándo se grabaría,dijo que eso les tenía angustiados, yla mandé al corral. “Lo sabrás en sumomento”, dije. Pero hasta que elcoronel Arrando no confirmara la

fecha, me iba a gastar un pastón enantidepresivos para el moro ansiosopor ganar el paraíso haciéndose unhueco a bombazos en la Historia.Anhelando entrar en acción, ante laincertidumbre, estaba más mohínoque Nacho Vidal en Cuaresma.

Para mantener activa a mi gente

comencé a trabajar en el tema de losvideos. Fijé el lugar con Gorka yotro muchacho del CNI. Elegimos unpiso franco, bueno, un viejo chalet enla Sierra de Madrid del queacabábamos de desalojar a un testigo

protegido acosado por un cartelmejicano de narcotraficantes. El sitioera seguro, con acceso muy discretoy un garaje comunicado con la casa.Cuando no lo usaba nuestra gente sealquilaba como instalación hotelerapara turismo rural, lo que hacía quenadie se extrañara al ver movimientode personas desconocidas en la casa.

De todas maneras, en aquel pueblo

no había un alma, salvo losdomingueros que llegaban de Madrida pasar el fin de semana. Y esos nohacían más que ver la TV, beber

tintorro y asar chuletas al sarmiento.Traían el cerebro deshilachado y selo remendaban durante el fin desemana sin meterse en asuntosajenos.

Un compañero sería el conductor y

también nuestros ojos y oídos fueradel chalet, y Gorka haría de figuranteen las fotos. Visitamos el lugar paraacondicionarlo y dejar todopreparado. Se trataba de lograr quelos moros nunca pudieran reconocerel lugar. Nuestros técnicos degrabación y sonido instalaron el

equipo de filmación y un sistema deaudio que emitía imaginariosmugidos de unas vacas en la cuadra;el día establecido para la grabaciónellos llegarían antes que nosotros ytendrían todo dispuesto. Para mayorrealismo, recogerían estiércol en unpueblo cercano. Se lo habíamospedido a un aldeano para abonar losrosales, pero repartimos las boñigaspor el garaje y la escalera por dondepasarían los del FLR.

Al descender de la furgoneta

encapuchados, el mugido de las

vacas electrónicas en la cuadrainexistente, el olor a mierda y elaroma a madera quemada quebrotaría de las chimeneas, les haríancreer que estaban en algún caserónperdido en el monte. Con tablas ysabiduría, los muchachosconstruyeron una falsa escalerainestable y muy empinada que, en elpunto más alto, daba una vuelta antesde bajar de nuevo; tras esta sesión dealpinismo, comenzarían a subir laverdadera escalera comunicada conel garaje a través de una puerta.Sobre el parquet de madera

colocamos unas losetas de pizarramal encajadas, lo que les llevaría apensar, al pisarlas con nuestrasadvertencias de precaución, que setrataba de una construcciónabandonada. También dejamos por elsuelo trozos de teja para quetropezasen con ellos. Guiados delbrazo, mareados y, después de unviaje, tirados en el suelo de unafurgoneta, la sensación seríaperfecta. El toque final era el salón,la única pieza de la casa que iban aver. Estaba totalmente recubierta detela metalizada, grapada a las

paredes, suelo y techo. Harta ya de los nervios de Asmah,

una semana antes del Incidente y aunsin el visto bueno de mi padrino,organicé el traslado para lafilmación. El procedimiento fuesimilar al de otras veces. Cita en unafurgoneta en el aparcamiento de laT4 del aeropuerto de Barajas,capuchas, una hora de autopista, yhora y media más de viaje porcarreteras secundarias y caminosrurales hasta traerlos al garaje,mareados y vomitando. Una vez bajo

la tela metálica, al verse sin puertasni ventanas y con aquel olor amierda, la expresión de Asmah y delmártir fue de desconcierto y,venteando, arrugaron la nariz.Perfecto. Irreconocible. De un termo,en recipientes de yogur, les dimos unté para asentarles el estómago.

La luz de los focos iluminaba una

de las paredes. Con respetuosaspalabras en árabe señalamos su lugaral muchacho que depositó una bolsade viaje a su lado. El set (7) y el kit(8) del suicida. Suspiró. Era un joven

de apenas veinte años, moreno depelo rizado, bigote y una barba pocoespesa que intentaba en vanoenvejecerlo. Sus ojos húmedos, quizápor el llanto, ya no tenían vida sólola mirada del que se sabe portadorde la muerte. Llevaba puesta unacamisa de cuadritos, un pantalónchino y unos zapatos discretos. Nohacía falta occidentalizarlo. Saldríade allí para ser encerrado en un zulohasta el día de su inmolación. Era unárabe como los hay a miles enMadrid, sólo que éste iba a volarseen pedazos.

Lentamente pegó una pequeña

pancarta verde a su espalda, se pusoel peto cargado de cables yexplosivos, una cinta verde en lafrente y cogió el Sagrado Corán conla mano izquierda. En la cinta leí:Dios elige a quién debe restituirlela vida que Él le ha dado. Losjaponeses también usan esas cintas,pensé, las llaman hachimaki peroson blancas. No recordaba sumaldito nombre en árabe. Gorka seacercó con un fusil de asalto M16A2(9) y el mártir lo agarró con la mano

derecha. Los técnicos comprobaronel sonido y, con un gesto, leindicaron que podía comenzar.

Dios ha comprado a los

creyentes, sus personas y suhacienda, ofreciéndoles, a cambio,el Jardín. Combaten por Dios:matan o les matan. ¡Regocijaos porel trato que habéis cerrado con Él!

A mi lado, Asmah murmuró: sura

9, versículo 111 del Corán. El joven,lívido, miraba a la cámara y continuósu diatriba política.

El mártir tiene seis premios a los

ojos de Dios: todo se le perdona, veinmediatamente su puesto en elParaíso, está libre del castigo de latumba y del gran terror, se lecorona con la diadema de laveneración, se le desposa consetenta y dos novias de hermososojos y él intercede en favor desetenta y dos de sus parientes.

Un hadiz del Profeta, anunció

Asmah mientras el joven bajaba lavoz hasta convertirla en un murmullo

casi inaudible. Estas palabras sonpara su familia, concluyó laterrorista. Una vez finalizado elvídeo, el joven suicida parecióquitarse un abrumador peso deencima; debía sentirse libre, ligero ypoderoso. Ya no había retorno.Únicamente Alá y él, solos en elmundo. Un mundo al que deseabaaterrar en nombre del Islam.

Estos son los nuevos hunos que

galopan la Tierra, pensé, mientrasdaba un par de órdenes: apagad lacámara, corregir las luces. Nos

vestimos con los buzos anaranjadostraídos por Gorka como homenaje alos presos de Guantánamo; nuestrosaliados moros apreciaron mucho eldetalle y todos le felicitamos por sugran sensibilidad revolucionaria.Pasamontañas de motorista, gafas desol baratas y guantes completaban elatrezzo. Nada identificable. Ni uncentímetro de piel al aire para losanalistas de imágenes. Los rifeños,se anudaron cinta verde coninscripciones en árabe sobre lacapucha. Los vascos, una boina.

Enfrente, una mesa cubierta contela metalizada y algunos taburetes.Detrás, grapados en la pared, dosanagramas de gran tamaño: ETA yMLR, con la misma frase en vasco yen árabe: Unidos por laindependencia y la libertad. Lasmujeres nos sentamos, los técnicossituaron el micrófono sobre nosotrasfuera del campo visual, y los dosactivistas se colocaron detrásmostrando las armas: el M16, unAK-47(10) y, en el pecho del mártir,los explosivos. El texto estabapactado y nos lo sabíamos de

memoria, se trataba de recitarlo convoz monocorde, sin inflexiones, sinemoción. Primero en árabe y luegoen español. Como final, unadespedida en vasco y otra en rifeño.

Euskadi Ta Askatasuna,

organización socialistarevolucionaria vasca para laliberación nacional y el Movimientode Liberación del Rif, organizaciónislámica para la descolonización yla independencia, comoorganizaciones hermanas y guiadaspor los mismos intereses, han

decidido aunar esfuerzos paragolpear al Estado español con todacontundencia.

Tras una reflexión conjunta,

creemos que con esta acción susmártires y nuestros gudarislograrán un importantísimo avancepolítico para Euskal Herria y elMagreb.

Con este pacto demostramos

nuestra capacidad operativa,asumimos la responsabilidadadquirida ante la represión que

sacude a nuestros pueblos ylogramos la internalización delconflicto, cuyos frentes amenazandesde hoy las autoridades españolasy marroquíes a las que, desde aquí,exigimos y ofrecemos una solucióndemocrática para ambos conflictosnacionales, el vasco y el rifeño,basada en el diálogo sobre lapolítica penitenciaria, lanegociación entre partidos y elacuerdo territorial.

Creemos que con la presión

popular y la lucha de nuestros

ciudadanos se ampliará la dinámicaa favor de los derechosdemocráticos y se alcanzará unasolución justa y pacífica para losconflictos. En ella, losacompañaremos con todo nuestropoder militar. Por esto, emplazamosa Marruecos, España y Francia aque no ignoren más nuestra lucha yden una respuesta positiva anuestras justas reivindicaciones depaz y democracia.

¡Gora Euskal Herria askatuta!

¡Gora Euskal Herria sozialista!

¡En el nombre de Allah, elMisericordioso, viva el Rif libre!

Se apagaron las luces y los

técnicos comenzaron a recoger y aguardar el equipo. Sin palabras, meentregaron una cinta y se fueron.

No vayas por la tierra con

insolencia, que no eres capaz deagrietarla, ni de alzarte por encimade las montañas, exclamó Asmah alterminar el rodaje. Sura 17, versículo37, El viaje nocturno, recordé yo,entregándole la cinta del suicida.

Tenía la voz tan ondulada y perezosacomo el meneo de su culo. La morano había visto suficiente mundo ytragaba con todo.

(1). Conflictos que intentanmodificar o destruir mediante actosterroristas la política, la historia yla cultura de las democraciasoccidentales. New York, Madrid,Londres.(2). Los cabellos y la nuca sonconsiderados los máximosexponentes femeninos de

provocación para el hombre. Elhijab los cubre mediante unpañuelo, complementado con unamplio vestido para disimular lasformas del cuerpo. Es utilizadosobre todo por mujeres jóvenes.(3). Agitación y propaganda.Palabra derivada del nombre delDepartamento de Agitación yPropaganda creado en 1920 por elComité Central del PartidoComunista soviético. Su objetivoera el de emplear el arte y lacomunicación como métodopropagandístico del ideal

revolucionario leninista.(4). Agujero, escondite.(5). Acción, acto terrorista.(6). El mártir, hombre bomba.(7). Estudio de Televisión.Escenario acondicionado para elrodaje de películas o la realizaciónde programas.(8). Conjunto de piezas oinstrumentos que sirven pararealizar alguna función odesarrollar alguna actividad.(9). Fusil de asalto estándar en elejército de los Estados Unidos. Losexpertos aseguran que es muy

inferior en calidad y prestaciones alAK ruso.(10). Fusil de asalto ruso diseñadopor Mijail Kalashnikov.

Capítulo 16

Con el frente moro apaciguadovolví a mi refugio, decidida areflexionar y a dormir. Necesitabasosiego, descanso y aclararconceptos antes de iniciar la cuentaatrás del Incidente y pensar en cómodespedirme. Faltaban tres días.Después, las fuerzas desatadas quizáme empujaran hacia las tinieblas delolvido, seguramente hacia eseagujero tenebroso del que nadie

regresa para contarlo. Sin duda, a ladeshonra.

Analizar el futuro me angustiaba.

En mi soñera, recorría curioseandolos aledaños del trance, extramurosde su horror, intentando concebir unaexperiencia semejante al sueñodefinitivo, aquel del que nadiedespierta. Morir, dormir.

Morir; dormir; no más; y con un

sueñodar fin a la congoja y

sobresaltos...

No era yo la primera en sentirlo

(1). Me incorporé sacudiendo lacabeza y el pánico. Lancé dospíldoras garganta abajo esperandooírlas caer en mis tripas como laspiedras en un pozo. Necesitabareunir toda mi energía para lo que seavecinaba. El sueño catapultó micabeza contra las almohadas y dormíprofundamente.

Al romper el día, extraña

evolución, la muerte me pareciómenos horrenda, después de una taza

de café, incluso la encontréseductora. Tanto mártir me habíacontagiado.

Superada la desazón nocturna, me

duché canturreando. Estaba decididaa enfrentarme al destino sin temor,con las armas en la mano; ahora,deseaba morir rápido en eltranscurso del Incidente. Después dela masacre, si fracasábamos y seguíaviva, me esperaba la huida, el acosoy el desprecio de los poderosos, lavergüenza de mi gente y el odio demis camaradas. Aquellos de mis

cómplices que no se escondieranbajo tierra serían cazados comoalimañas por los rencorososcomisarios políticos y lincharían alos capturados en la plaza pública.Ante tanta saña, la muerte de Gadafiparecería dulce. Pensaba así porque,para entonces, estaba segura de quealgo había cambiado. Intuía queestábamos solos y que el resto delejército no nos seguiría. Nosotrossolos. Los cabales, unos pocosvalientes sin ley.

No lo aborto. Digan lo que digan,

sigo adelante con el plan, me repetía.Me sentía poderosa, invencible; elalba había borrado el miedo y decidísaltar de la trinchera y lanzarmecontra el enemigo. No sé si aquellavalentía era la del loco o la del héroepero ya no temía nada. Siempre supeque me jugaba la vida y hubomomentos en que temí malgastarla,ahora, cuando todo parecíaimposible, cuando me faltaba eltiempo, le había cogido el punto alsacrificio. Todo, nada.

Igual que la lluvia se anuncia

ensombreciendo el cielo, la muerteavisa enturbiando el alma,preparándola para ser violada,dejando que el miedo la penetre. Eltiempo, al contrario que loscangrejos, no camina hacia atrás ydeforma lo que roza hoy hastahacerlo irreconocible mañana. Ahorapuedes ser valiente, luego, quizá seascobarde. Distinto. Diferente. En sumomento, deseaba poder bajar condignidad el último escalón hacia lanada. Rogaba por ello.

De pronto, mis poros se abrieron y

comencé a sudar. Padre, si quieres,aparta de mí este cáliz, dijo Jesús(2).

Sentí acelerarse el reloj de la

vida, recordé lo eternos que meparecían los días infantiles… Sinembargo, ya no me quedaban másminutos. Debía mirar hacia adelante,no importaba lo de atrás, ni muchomenos lo que dejé a los lados. Sóloimportaba lo oculto frente a mí.Delante. En el corto camino que mequedaba.

Mientras me vestía, recordé conternura a Tano. No me habíadespedido de él. Ahora ya eraimposible. Demasiado tarde,excesivo riesgo. Sonreí al pensar queuna vez quise convertirlo encómplice del Incidente. Bueno, másbien en víctima, me reproché. MiTano. Tan seductor. Si es que algunavez puede ser fascinante un lobo queenseña los colmillos. ¿Qué haría sinmí? Me daba igual. Tano tenía callosen el corazón, era un superviviente, yyo no sería para él más que otro desus trágicos recuerdos. Deseé que no

le salpicara la mierda. El grito de Mishima para

estremecer a Japón, fue, ¡TennoHeika Banzai! (3) Lo gritó tres vecespero como si lo hubiera gritadocuarenta. Tras chillar, comprobóasombrado que nadie se alzaba conél, que se reían de sus mensajes.Recordé sus últimas palabras cuandocomprendió la inutilidad de susesfuerzos (4), de su deseo de morirsin matar por Japón y por elEmperador.

Nosotros sí mataríamos,moriríamos matando. Todos a lamisma hora. Cinco objetivosdistintos. Casi veinticinco héroesdispuestos a dar su vida. Todoscristianos menos un moro. Nosodiarían, pero nadie se reiría y quizáentendieran. Esperábamos que elIncidente, aún sin contar con losmilitares, causara un estremecimientotan brutal que sacara a España de suletargo moral. Después, nuestroúltimo baluarte serían el Rey y elPríncipe. De ellos dependería todocuando terminaran de llorar. Abrí las

ventanas para eliminar los efluviosde café en el apartamento.

Entonces, lo olí. Un aroma sutil,

distinto al mío y sin embargofamiliar. No me hubiera estremecidomás el sonido de un crótalo a miespalda. Si él estaba aquí era porquetambién se había echado atrás yvenía a cancelarme. Temblé. Supeque había llegado mi hora. Lástima.

Quienes no lo conocían enfadado

decían que mi padrino tenía buencarácter. Los demás, decían que

pésimo. Era un tipo afilado como loscolmillos de un lince y con unamirada tan letal como la de un yonquibuscando una dosis navaja en mano.Su voz sonó como la seda alrasgarse, sinuosa, tan posesiva comoel abrazo de una boa constrictor.

—Hola, hija —saludó casi en mi

nuca con una voz tan fría como elpunzón de picar hielo.

—¿Qué tal está, padrino? —respondí cansada girándome—. Meha encontrado...

—Yo te enseñé a esconderte,

niña... Hace días que te busco... ¿Porqué no has respondido?

—Sí, lo sé. No deseaba verle...Quise evitarle desde que intuí que sehabía vuelto contra nosotros...

Hierático, aguardaba tan frío que

sentía circular el nitrógeno líquidopor sus venas. En su mano,apuntándome, una pistola.

—De niña te mimamos

demasiado...—¿Intenta hacerme llorar? —

sonreí tristemente.

—No, hija, pero soy lo bastantecabrón como para recordarte que tehas pasado. Y sabes que eso disgustaal Servicio, ¿verdad?

—No me asuste, mi coronel —intenté parecer valiente—. Guardeesa pistola, no la necesita paraaterrorizarme. Como dicen en laspelis, no soy fuerte, sólo unapobrecita espía indefensa.

Le gustaba preguntar. A menudo,

sus preguntas eran retóricas y noesperaba respuesta para ellas; enrealidad, se trataba de una argucia

intelectual con la que desactivar laviolencia del interlocutor.

Sus ojos, de un vago gris plomizo,

punzaban. Estaban secos de cariño.En su mirada tenía menos piedad quelos hunos ante Roma (5). Aquelladureza demostraba que no basta contener razón para que te la den.Ingenuamente había metido la manoentre los dientes del tigre contandocon quienes, al final, eran incapacesde afrontar el sacrificio necesario.

—Bueno, ¿qué hacemos? —

pregunté.—Desde luego, abortarás el

Incidente. Te lo ordené, ¿recuerdas?—respondió, moviendo el arma—.No me has hecho caso. Tuscompañeros sí me han entendido. Esinútil continuar. De las cincoacciones previstas, sólo queda latuya en marcha. Párala, África, esuna orden. ¡Ahora!

Los giros de aquella pistola eran

el segundero que señalaba el pocotiempo que me restaba.

—Siento no poder hacerlo. Usteddijo que era nuestro deber; primerome corrompe y ahora me traiciona.Debería odiarle, mi coronel, pero meresulta imposible —sacudí la cabeza—. Boxeando aprendí a no rendirme,a dar pasos atrás peleando, pero, siretrocedo, tropiezo con su pistola,así que debo continuar adelante.

—Mala elección, hija —aseguró—. Es bueno tener ideales, lo maloes no olvidarlos cuando te loordenan. Tu deber es obedecer.Antes, ahora, siempre. No hacerlo esinsano, torpe. De lunática.

— ¿Sí? ¿Es eso lo que ustedpiensa? — me sorprendí hipócrita—.Si nuestro país sufre, a cadaciudadano debería partírsele elcorazón. Eso me enseñó, y en esocreo. No me gusta que unos celebrencon champán el asesinato de otros,usted sabe que tengo mis manías;estoy contra el fanatismo, lasdictaduras, la injusticia y todoaquello que aplaste la libertad —continué emocionada—. Creí quehabíamos decidido acabar juntos conla dictadura de las minorías,oponernos a quienes nos niegan como

nación y apostar por nuestra éticacristiana no por equívocas alianzascon los bárbaros aunque,estoicamente, primero tuviéramosque sufrir el caos. De verdad, creíque esas eran sus órdenes.

—Ahora, han decidido otra cosa.Y te ordeno que obedezcas—dijo indiferente—. ¿Tan difícil esde comprender? No tengo por quéexplicarte nada, ni pedirte disculpas,ni prometer un aplazamiento.Simplemente, te ordeno que lodesactives, que lo pares. ¿Sí o no?

—No, mi coronel —susurré—. Me

ha costado mucho aprender a vivirsin arrepentimiento. No puedosentarme a contemplar la hoguera quenos abrasará sin intentar joder a losincendiarios. Cuando ustedes dieronmarcha atrás, se paró la cadena demontaje de mis pocas ilusiones, sinembargo, ¿debo sacrificar mi vidaporque unos políticos y jueces vagosy cobardes no toman la decisión quesalve al país del cataclismo? Laverdad es que, observando a esoscabrones, debería ser egoísta.

— ¿Sabes lo que significa turespuesta, hija? —Corrió el seguro

del arma–. Es algo muy serio. Ya hamuerto gente y no quiero que mueranadie más.

—Lo sé, coronel. Le confié mivida como el gladiador que rinde laespada. Usted decide. Disculpe, perono puedo pensar creyendo que voy amorir y sentiría dejarle una pobreimpresión de mí —afirméescuchando ruidos en la casa—. Nosomos muchos los dispuestos a morirpor una idea. Esta vez he perdido.Me ha cazado.

—Toda revolución, antes defracasar, se levanta sobre palabras

huecas y hombres desangrados –avivé el ritmo de mi parlamento—.Así ha sido y así será. Los jacobinosfranceses restauraron la esclavituddespués de cortar miles de cabezaspara abolirla. Hasta la próximarevolución que también fallará pese aque, los nuevos jacobinos, inventendistintas checas y novedosasguillotinas.

—Ya no somos más que unanación decadente que agotó suinstinto belicoso en el Dos de Mayoy la Guerra Civil —afirmé contristeza–. Ahora, somos más

europeos que nadie y menosespañoles que nunca. Somos nuevosricos consumidores. Gilipollas ycobardes. Nuestros políticos y suslegisladores corruptos despedazaránEspaña y la venderán en públicasubasta. Hasta hoy, los intentos degolpe no han encontrado un buendirector. Sobran ganas pero faltatalento y, al final, como lasrevoluciones, acaban en manos deineptos. Y así, hasta que venga elhambre total, la ruina que nos traeesta crisis económica ignorada por elgobierno y, con ella, la nueva

degollina que ya está tardando enllegar y otra vez será terrible.

—Han matado a millones paraimponer doctrinas, y cuando creímoshabernos librado de los ismos,fascismo y comunismo, aparecen BinLaden y los islamistas paraencularnos —continué segura de queno estábamos solos—. Los bárbarosque galopan a nuestro encuentro sonmensajeros de lo intrínsecamenteantagónico a nuestras ideas y a ladignidad de la política. Pereceremosentre polvorientas dictadurasseparatistas y un islamismo salvaje,

rencoroso y ávido de destrucción.—Los muertos en el Magreb y la

Primavera Árabe indican que hay unavertiginosa alqaedización delMediterráneo. Su objetivo, ademásde derrocar dictaduras como Túnez,Egipto, Libia y Siria, es el poderpara implantar gobiernos islamistas—continué explicando—. Ennuestras fronteras, Marruecos yatiene un gobierno presidido por unislamista. Un poco más lejos, hayterritorios sin ley donde seencuentran los peores tipos de sereshumanos. A pesar de ello seguimos

desmilitarizando Ceuta y Melilla.—Desde luego, islamismo y

marxismo, son descaradamentehostiles a todo lo que usted meenseñó a defender—sonreímirándolo—. Es lógico queintelectuales débiles y políticostemerosos, sin ideas ni valores, serindan e intenten confundir a la gentepretendiendo salvar los intereses desus corruptos partidos —vi cómo seapoyaba en la puerta—. Peronosotros, coronel, ¡somos losguardianes del pueblo! Losencargados de defenderlo. No

podemos abandonarlo en manos delos obtusos terroristas étnicos por elNorte, fanáticos imanes liberticidasdel Sur y la caterva de cobardes ytraidores que se ocultan en susescaños y en sus togas. Entrenosotros, por favor, dígame, ¿meequivoco, padrino?

—La verdad es para los juzgadosy los confesionarios —dijo con unamueca amarga—. Y no siempre. Enpolítica y en sentimientos es mejorcallar o, al menos, mentir. La verdadcruda tiene demasiados efectoscolaterales. En nuestro oficio, niña,

el corazón no se vende ni se presta.Lo mejor es extraviarlo, ¡perderlo yno encontrarlo más! Creía que ya losabías...

— ¡Lo estoy aprendiendo ahora,padrino! Pero es difícil no inmutarsecuando los insultos a la patria sepagan en los medios a tanto el folio.Mientras, la sociedad callaanestesiada y los periodistas y loscuras nos señalan el camino rectodesde editoriales y púlpitos —respondí con la mirada perdida—.Una democracia distinta cada día,cuyos valores mudan en función de

cada gobierno y de sus alianzascontra natura, me ha hecho perder laesperanza. Unos y otros trincan porprometernos la Libertad y laDemocracia o la República y elSocialismo —continué hablando—.Al final, moriré odiando lademocracia a la que dimos todo ynos devolvió tan poco. O mejordicho, sí nos devolvió algo.Vergüenza, mentiras y corrupción.Nosotros, cumplimos.

—Los dirigentes mundiales, comohicieron con los nazis en un vanointento de apaciguarlos, entregarán

Europa al Islam y España a susenemigos, pero tampoco esta vezservirá de nada —le miré a los ojos—. Nosotros lo sabemos y aúnestamos a tiempo de evitarlo.Brutalmente, sí, porque no hay otramanera. Porque es necesario ungolpe feroz para que nuestro pueblotome conciencia del peligro yreaccione antes de que nosdegüellen. Cada día que pasa, ellosse fortalecen y nosotros nosdebilitamos.

—Estás loca, África —meobservó como si se hallara ante una

lunática alucinada—. ¡Estáscompletamente loca...!

—¡Sabe que no es verdad! Meavergüenzo de usted. Mi coronel. Haresultado un cobarde. —afirmésegura—. Dígame, ¿de verdad piensaque en España sólo hay imbéciles ycapones? Se equivoca. Somosmuchos los encabronados y más aúnlos que temen por el futuro de sushijos.

—Mentira, África. Nunca he sidocobarde —se encendió ante el insulto—. Todos los tuyos se han vueltoatrás o han muerto. Tú eres la

excepción. La puta y molestaexcepción que piensa ganar su guerravolando una central nuclear,hundiendo un ferry cargado demarroquíes, ametrallando líderesseparatistas y atentando contra elPresidente del Gobierno...

—Vaya, ¡lo sabe casi todo!Perderán la guerra, mi coronel.Admiran demasiado a los traidores, alos que nos venderán con supalabrería de charlatanes que suena amoneda falsa chocando contra elmármol —mis ojos destellaron alverle perder los estribos—. Supongo

que usted, en estos momentos,preferiría ser fiscal o senador a sermilitar y estar quietecito mientrascapea el temporal. Pero está aquípara que otros no se ensucien lasmanos. Sé que he perdido —meresigné—. Me llamarán loca ycriminal. Desde hace años se nos hatachado de provocadores ycatastrofistas y, cualquier disidencia,es acusada de crispadora y fascista.Se nos predicaba sumisión ante lapeste. Pero usted y yo, y otrosmuchos, nos rebelamos. ¿Por qué hacambiado, coronel? ¿Qué le han

prometido?—Ya no estás en mi bando,

África, vas por libre y eso, en estejuego, es fatal. A quien no avanzacon nosotros debemos controlarlo,eliminarlo, quizá. Te lo digo con elcorazón roto por tu locura —respondió sereno—. Sí, losdirectores se equivocaron al valorarla situación y han desistido. Hanordenado dar marcha atrás. No es laprimera vez en la Historia y no serála última. Estas cosas suceden en elmundo real. Ahora el Incidente sólotraería anarquía, caos. Tú, por tu

cuenta, estás organizando una óperapatriótica. ¿Te crees Bruto? ¿Deseasque otro Shakespeare escriba tutragedia? Se acabó, África.

—Adelante, coronel, no podríavivir si también usted se pasa alenemigo. Me gusta Shakespeare.Usted habla como Marco Antonio (6),¡dice que debo morir y usted es unhombre de honor! Sea —musitéagotada—. Creía que los dosgritábamos exigiendo justicia, quiseestar a su lado, pero usted me aleja.He perdido. Me tragaré la muerte,prefiero no vivir más en este país de

mierda. Acabemos de una puta vez.—No, yo no. Tú. Tú te has

apartado del camino, África. Errasteal elegir la hora y la ruta. Era difícilequivocarse, pero tú lo hasconseguido.

—Orgullo, memoria y honor —señalé con tres dedos—. Ahora séque es verdad lo que me enseñó,coronel, aunque usted ya no crea enello. ¡Qué difícil es cumplir losjuramentos! Lo he dado todo y,después de exigírmelo tantas veces,ahora ustedes no lo quieren, se hanablandado. Son débiles y pronto

estarán sucios, tan enfangados comotodos. Se acabaron los ideales, sóloquedan palabras pequeñas. Le pidoun último favor, déjeme decirle algo.¿Puedo?

—Adelante, África, no hay prisa.Tenemos tiempo.

—Gracias, padrino. Quiero morirtranquila. Dirán que fui enemiga dela democracia pero eso no es cierto,usted lo sabe, coronel. Defiéndame,por favor —supliqué—. Amo a mipatria y, como muchos de miscompañeros en los cuartos debanderas, rechazo que los políticos y

sus leyes nos dividan en pequeñasnaciones y nos apareen con losenemigos de nuestra fe. Al final,como siempre, será sumisión omartirio —me resigné—. Todas lasmuertes ocurridas a lo largo de laHistoria, todos los crucificados,asaeteados, guillotinados, ahorcados,gaseados y fusilados por defendernuestra Civilización no habránservido para nada y serán necesariasnuevas legiones de candidatos parala interminable degollina.

—El Presidente anterior continuónegociando con los etarras tras los

atentados que rompieron la tregua.Hoy, aunque el gobierno diga quenunca pactará políticamente con losterroristas, existe una resoluciónparlamentaria que posibilita lanegociación con ETA y la estánusando. Mientras, progresistas yconservadores, en secreto y amarchas forzadas, mercadeanpactando una paz podrida que hagaolvidar a los españoles lo nefasto desu gestión, la que ha llevado al paroa cinco millones de trabajadores —intenté sonar convincente—.Convertir a un presidente

republicano en Jefe político de lasFuerzas Armadas sería tan patéticocomo trágico. Tenemos un Jefe, yhemos jurado defender nuestrabandera y una constitución —aseguré—. Ya de momento, hay bajas.Además de los que han muerto ahora,tenemos un teniente generaldestituido y enviado a la reserva y ungeneral de brigada, en la reserva,bajo arresto domiciliario.

—Si se cambia la Constitución yaumenta la libertad, veremos.Mientras tanto, no puedo sertolerante con mis corrompidos

adversarios, eso lo dejo para losamigos de alianzas contra natura,restauradores del glorioso pasadorepublicano y colaboradoresterroristas de ONG subvencionadas—continué—. Cierto, soy enemigamortal de las almas tolerantes conlos chicos de la gasolina, sientoaversión a remover la sangre en laque chapotea la memoria histórica ysoy radicalmente hostil hacia lospolíticamente correctos con losleones de Alá. Me asquean losmorbosos admiradores del dictadorCastro y de su verdugo el Che. Y

vomito sobre quienes mendigansonrisas al psicópata De Juana Chaosy quieren enterrar a los asesinos del11-M en el “Monumento a los Caídospor España” (7), mearse en la llamaperenne y levantar una mezquitaencima.

—Fascismo envuelto en guante deseda, o de esparto. En poesía —dijomi padrastro.

—No. El fascismo y elcomunismo, son el pasado,experimentos de Mussolini, Hitler ydel padrecito Stalin. Esto es distinto,lo avisan los militares. Se trata de

evitar que los chusqueros delParlamento impidan que los ascensosen el Ejército vuelvan a ganarse porméritos, no por elección partidista nipor antigüedad en el cargo.

—No tardaré mucho, padrino.Enseguida acabo —afirmé—.Disculpe el desahogo, pero sabe queaborrezco a los que lo entiendentodo, a los que respetan todo, a losque afirman que toda teoría es lícita.Yo no puedo ser tan comprensiva congente que, bajo la boina o el velo,siguen pensando como en la EdadMedia. Los sabios hablan de la paz,

pero no todo pacifismo es pacífico nitrae la paz, por eso, desprecio aquienes la anteponen a la libertad.Son malos y peligrosos —afirmé—.Primero, la libertad, porque paracuando nuestros dirigentescomprendan su error, será tarde ycostará mucha más sangreconseguirla —continué hilvanandocomo la princesa Scherezade en LasMil y Una Noches—. No desprecio aislamistas ni separatistas peroconsidero aberrantes sus ideologías,enemigas mortales de mi Patria. Poreso estoy en contra de ellas y no

acepto coartadas políticas o morales.Frontalmente, sin condiciones nireservas —aseguré, quizá temiendola muerte agazapada tras el silencio—. Se trata de ellos o de nosotros,de parar el aquelarre sangriento, conque nos amenazan para ahogarnuestra cultura. Sólo una grancoalición, un gobierno de salvaciónnacional y unas nuevas leyes podríanprotegernos de la tragedia, si no, elodio de nuestros enemigos nosaniquilará.

—Pero, a nuestros políticos lesfalta grandeza para intentarlo.

Sucumbiremos como nación,borrarán nuestro recuerdo. Los queno sean degollados y no soportentanta inmundicia étnica y religiosa,sólo podrán optar por la esclavitud oel suicidio —argumenté con lapasión del que ya lo ha perdido todo—. Otros no se resistirán y, sobre suprudencia, caerá un diluvio desangre. El pensamiento único, elprogresismo buenista, la moderacióny lo políticamente correcto nosconducirán hasta un nuevoHolocausto, y entonces llegará lagran oportunidad para renegados y

oportunistas. Veremos a millones deciudadanos sobrecogidos convertirseen masa a la fe extranjera y almarxismo etnicista —añadí exaltada—. A partir de entonces, no sepensará. Prohibido. Los nazis y lossoviéticos ya demostraron que, en loscampos de exterminio, sin pan, confrío y con la muerte rondando, no sepiensa. Únicamente, se intentasobrevivir.

—También habrá llegado la horade los gallinas e insensibles nuevosricos, ciudadanos subproducto de lademocracia, incapaces de saltar a la

calle para defender su libertad —ibaconcluyendo—. Los que prefierenentregarse anestesiados a una paz sinhonor pactada por un imitador deChamberlain y el gobierno que le hasucedido, sin pensar que mediantecesiones, además de cargar con ladeshonra, sólo se aplaza laconfrontación final. Si toleramos losfascismos nacionalistas y religiosos,abriremos las puertas del infierno.Ya sucedió en Yugoslavia.Demasiado cerca para no verlo. Paraevitar salpicarse.

—Gracias por dejarme hablar,

padrino, lo necesitaba. Ya termino—aseguré viendo el enormedesasosiego que cargaban sus ojos,ásperos de ira—. Es humano noquerer que te maten, intentarretrasarlo con palabras igual que,aunque nunca haya fumado, elcondenado acepta un cigarrillo. ¿Porplacer? No, por saborear la vidaunos instantes más. En ocasiones elvalor es el deseo de morir, deacabar, pero yo siempre imaginé quemoriría luchando, no asesinada —busqué su mirada—. Usted meenseñó que sólo los principiantes

matan de lejos, que hay queacercarse para matar. ¿Ha venidousted para eso? ¿No hay nada quepueda hacer o decir para evitarlo?

—Ahora, antes de responderte,escúchame tú también —continuabagirando el arma en pequeños círculos—. Has heredado la tozudez de tupadre para no hacer caso de lasadvertencias. Le dije que debíaaceptar protección ante las amenazasterroristas, pero no quiso escuchar,era demasiado orgulloso para llevarescolta, para asumir que temía por suvida, y se empeñó en desobedecer.

Hasta que lo mataron —hizo unamueca—. Unos dijeron que fue unvaliente, que los militares notenemos por qué escondernos bajoropas de civil ni llevarguardaespaldas como los mafiosos.Los más, se apresuraron a mantenerque los que andan solos yuniformados son imbéciles que pidena gritos la muerte. Él murióasesinado —sonrió con tristezarecordando a su amigo—. Y ahora,tú. Lo mismo. Te empeñas en seguircuando se te ordena parar. En tudelirio sólo escuchas tus voces

empujándote, mientras desobedeceslas órdenes de quienes ya tildas decobardes y traidores. Como tu padre.Parece como si, envidiosa, buscarasrepetir el mismo trágico final.

— ¿Por qué ese menospreciohacia los demás? ¿Qué os empuja acreeros invulnerables ante la muerte?¿Por qué tenéis que demostrarsiempre vuestro valor y vuestrasuperioridad moral? Eres igual quetu padre —afirmó, mirándome a losojos—. La esencia de la terquedad.Morís gritándole al mundo que tenéisrazón. Vuestra incapacidad para

vivir aceptando las reglas y losprincipios de la jerarquía seríacómica si no acabara siempre entragedia. Si no fuera por el destrozoque ocasionáis a vuestra causa y eldolor que os infligís, seríaispersonajes de humor negro paramonologuistas de televisión —añadió abatido—. Debe ser un rasgogenético hereditario, como si vuestraalma se regodeara en una sensualidadcruel que siempre acaba volviéndosecontra vosotros. Una violencia queasusta, un arrebato ofuscado que osinvita al martirio y que hace caer

sobre los demás una absurdasensación de culpa —continuómirándome, sin verme—. Pretendéisque nos sintamos culpables porintentar corromper vuestra pureza.Como santos laicos, rechazáis lahipócrita realidad, susmezquindades, sin apreciar queexisten varios escenarios, noúnicamente el vuestro. Finalmente,orgullosos y obcecados, elegís elpeor contexto, el que sólo puedearrastraros a la tragedia y aldesastre. Así, buscándolotenazmente, afrontáis vuestro destino

y, cuando la fatalidad os zarandea, osasombra que os ocurra algo taninsólito y, jactanciosos, acusáis devuestra desgracia a la malevolenciade otros. A su cobardía. Jamás avuestra torpeza o estupidez.

—Así, jodiendo al prójimo,aplacáis vuestra conciencia y vuestroinfantil espíritu justiciero, esaexacerbada hipersensibilidad que oshace creeros inmortales, pero que oslleva sin remedio a la muerte. Ymorís serenos, peroinnecesariamente.

—Perro viejo no aprende trucos

nuevos… A mi edad, no sabríamorder sin hacer daño, mi coronel —suspiré, con tristeza—. He apostadola vida demasiadas veces, sin sabersiquiera de qué palo eran lostriunfos. En algo tiene razón, essuicida jugar con quienes cambianlas reglas a cada minuto.

—Ahora, responderé a tu pregunta,África. Negativo, no hay solución.Seré yo, y será ahora. Salvo quetomes la pistola y lo hagas tú. Meahorrarías un gran dolor.

—También yo lo prefiero. Es másíntimo —afirmé, convencida—. Sólo

una cosa más. ¿Podré ser enterradade uniforme y cubierta por mibandera? Sólo para demostrar que hemuerto como un soldado.

—Sí, niña mía, eso te lo juro.Habrás muerto cumpliendo con tudeber, luchando contra el enemigo, yse te honrará como mereces. Yo tedefenderé, como lo hice con tu padre.

—Gracias. Y ahora, no sepreocupe por mí, padrino. No es másque la muerte y si toca, toca, coronel.¡A morir, que es a lo que estamos!Vamos, démela ya. ¿Se atreve adejarme el arma? ¿No le doy miedo?

—No. Estás educada en el honor.No eres una terrorista —su risaintensa cargaba un enormedesasosiego—. Te dejo sola. Adiós,África, hija.

—La muerte no es el final… Ciao,padrino, despídame.

—Asmah ha muerto. Estamos trasla pista de Gorka y los demás. No lolograréis, muchacha. ¿El gitano sabealgo?

—No ha podido evitarpreguntarlo, ¿verdad? Ha jodido laescena, padrino. Olvídese de él,coronel, Tano es un pelanas —afirmé

con una carcajada, al comprobar quesu curiosidad de maruja vencía alautodominio profesional—. Pero,dígame, tengo curiosidad. No creo enlas casualidades. Hay un plan. Otroplan. Quizás, ¿desean enviar prontoal exilio a Don Juan Carlos?

—Se trata de eso, ¿verdad? Seliquida nuestro golpe para crear unclima social de amenaza terrorista entodo el país. La nueva estrategia serádesacreditar a los Reyes y traerdulcemente la República, la únicasolución, dirán —reí, viéndolo claro—. Y Su Majestad, con su buenismo,

está ayudando a levantar su propiocadalso… Quién nos iba a decir queya casi satisfechos, de pronto, en ungigantesco salto atrás, tendríamosque dejarlo todo para salir a lucharotra vez.

—Usted sabe que los diplomáticosespañoles, después del incidente conel Gorila Rojo, han pronosticado elfin de la monarquía española paraantes del 2020, incluso apuestancenas sobre las salidas laboralespara la Familia Real en Portugal. Sí,padrino, seguro que usted lo ha oídoigual que yo —sonreí, viendo sus

cejas arquearse—. Entre risotadas,barajan las posibles ocupacionesreales. Sus Majestades, jubiletas;Don Felipe de Borbón, instructor devela en la Doca de Belém y DoñaLeticia, presentadora del noticiero enTeleEstoril. Doña Elena, monitora deequitación y, su “ex”, corresponsalde Sálvame de Luxe. Doña Cristina,administrativa en una sucursal de LaCaixa en Lisboa y, su marido, deestraperlista en la frontera hispano-lusa. De los demás, ni hablan. Asíque, ¡en lugar de matar a alguno paraque los demás reaccionen, los dan

por amortizados y los envían alexilio!

—Es curioso que sea usted, elorganizador, el que venga ahorarepresentando la ley y el orden —murmuré—. ¿Ya no cree en nada,padrino?

—Creo que es sano beber doslitros de agua al día, pero tambiéncreo que mi médico no lo hace —respondió—. Tampoco creo que seauna fanática como tú la que arregleEspaña.

—África, no lo entiendes —dijo,con una mirada tan seca que raspaba

—. Cuando decidiste desobedecer ycontinuar con el Incidente,dinamitaste los puentes y ya nopuedes acogerte a sagrado.

—Siempre pensé que serías elsostén de mi vejez, África, quecuidarías de mí como yo cuidé de ti.Y ahora, me dejas. Molestas aldesobedecer y te conviertes en unpeligro al ir más allá de tu deber.

—¿Tienes miedo? —me preguntó,con un oscuro impulso.

—Es para tenerlo —respondí.—Tienes razón. ¡Qué tontería!—Nunca debí olvidar que a usted

le gusta cumplir las órdenes.—Y yo, África, debí adivinar que

tú te las saltarías. Te hasequivocado, niña. Hay que seramable con quienes te encuentrascuando subes, porque puedestropezártelos cuando bajas. Tú hasdejado de ser encantadora y cuandono se cumple con la Casa, nuestracláusula de penalización esdrásticamente rotunda, lo reconozco.No te digo que me vaya a doler másque a ti porque mentiría, perosiempre te recordaré. — ¿Qué ospasa? ¿En qué coño creéis? —me

preguntó.—Usted sabe que no tenemos

ideología —respondí, apurando mitiempo —. Ni falta que nos hace.Tenemos intuición, y nos estágritando que la razón es nuestraporque ni ustedes ni esos políticos deplastilina tienen cojones para limpiaresta basura. Nadie defiendeideología alguna, los políticosúnicamente se blindan usando elmarketing y la demagogia mientras seforran.

—La Casa no es una organizaciónfilantrópica que vela por la pureza

del sistema, niña, al contrario. Elsistema se cuida a sí mismo, ynosotros nos valemos de sus errorespara purgarlo. Eres lista. En líneasgenerales, has acertado. Toma,cógela —concluyó, tendiéndome lapistola—. Adiós, soldado.

Cerró un momento los ojos, hizo

un chasquido con la boca y debióconsiderarse dispuesto.

Hasta que me tendió el arma no

supe si iba a patearme la cara o iba ahacerme una caricia. Su voz intentaba

parecer sentimental, pero no me locreí, la hostilidad asomaba pordebajo. Qué estúpida, habíaconservado la esperanza de que medejara vivir.

La paz brotaba de su interior, el

hijoputa parecía satisfecho. Quizáporque a su edad, y con ese trabajo,sabía que hasta el rabo todo es toro yque, aunque errar es humano, noconviene golpearse dos veces con elmartillo. Un fallo era suficiente. Perosabía que, aunque fuera por gratitud,yo no iba a darle más problemas.

—Al final, cuando lo echen,

humillados, los Borbones envidiaránla suerte de la familia Franco. Aveces, mi coronel, casi parece ustedhumano… Adiós, es la hora. Porfavor, padrino, déjeme sola —dije,mientras él salía y dos lágrimasheladas recorrían lentamente mi pielbuscando el calor de la boca.

Estaba segura que dejaría un beso

en mi pelo cuando volviera paracerrar mis ojos espantados. Pordisciplina, hubiera fusilado al

Santísimo Sacramento. Tiré del gatillo y una explosión

volcó plata fundida en las cuencas demis ojos. Nada.

(1). Famoso parlamento de Hamlet,III, 1; To be or not to be... ser o noser…(2). Evangelio según San Lucas, 22,39-46(3). Viva por siempre el EmperadorCeleste. Larga vida al Emperador.(4). Después de arengar inútilmente

a la tropa para incitarlos alalzamiento en nombre del “Japónque amamos”, Mishima se retiraentre abucheos y, antes de iniciar elritual de su decapitación, dirá susúltimas palabras: “Creo que no mehan entendido bien...”(5). En el año 452, tras conquistarAquilea, Padua, Verona, Brescia,Bérgamo y Milán, Atila se retiró delas puertas de Roma, sin saquearla.Según unas fuentes, se dice queobligado por la peste y la hambrunaque asolaba Italia y, según otras,por el temor supersticioso de

acabar como Alarico, muerto trassaquear la ciudad en el año 410.(6). La tragedia de Julio César,William Shakespeare, en 1599. Latrama gira en torno a los conflictossobre el honor, la amistad y elpatriotismo.(7). Monumento situado en el lugarde los fusilamientos del Dos deMayo, en la plaza de la Lealtad,junto al Paseo del Prado.

Capítulo 17

Al despertar bajo los cartonescomprendí que iba a ser un díajodido. Los acontecimientos medieron la razón. La muerte meacarició con sus alas, tan heladascomo el viento cabrón que aquellanoche escarchó Madrid por sorpresa.Estornudé, resfriado. Ya no teníaedad para dormir tirado en el putomármol de una estación.

La clave de la desaparición deÁfrica aparecía publicada en losperiódicos gratuitos que repartían enel Metro. “La juez Cillán investigaquién destruyó los trenes del 11-M”, decía la primera página deldiario que leía una joven musulmana.Otro diario recordaba que “ochoaños después aparece un vagón focode la explosión del 11-M” y untercero señalaba que “a las treshoras del atentado comenzó el planpara desguazar los trenes”.Mohamed VI, decía un cuartorotativo, advirtió al nuevo presidente

conservador, que “El Sáhara es unalínea roja para Marruecos”. Elpresidente conservador, hasta hacepoco gravemente insultado en Rabat,hoy “ve las reformas de MohamedVI como un ejemplo para el mundoárabe. Soy un amigo de Marruecosy de su camino a la democracia”,añadió al lado del presidenteislamista de la dictadura, AbdeliláBenkiran.

Estos espectáculos se sucedían en

nuestra política exterior e interior.Sí, —añadí pensativo—, los galos

de Asterix y los vaquerosestadounidenses, nos habíandesalojado, a patadas en el culo, delárea de influencia española en elNorte de África. Aunque Sarkozy,una de cal, tras arrancarnos elnegocio del AVE marroquí de lasmanos y recibir el Vellocino de Orode Su Majestad, diera ahora la dearena en forma de más colaboraciónentre servicios antiterroristas.

Los socialistas movían sus fichas.

Simulando españolear, o radicalizarsu nacionalismo, utilizaban la buena

voluntad del Rey para calmar a sussocios separatistas vascos ycatalanes, rabiosos con la orgía delcolonialismo español que habíasupuesto la nueva mayoría electoralde los conservadores. Mientras,seguirían perfilando cómo evacuar alos militares para rendir las ciudadesespañolas del Norte de África a losmoros. Es decir, trasladar a lapolítica exterior el entreguismopracticado en el Sáhara (1), enVascongadas, Galicia, Cataluña y,seguramente, muy pronto en las IslasCanarias. Entre tanto, el nuevo

gobierno, agobiado por la ruina delpaís, arrancaba siguiendo latradición felipista de que el primerviaje exterior fuera para Marruecospor razones estratégicas. No hay paísmás interesado que España encontar con un Marruecosdemocrático, próspero y estable,dijo el nuevo presidente español. Laseguridad, la estabilidad y laprosperidad de Marruecos son laseguridad, la estabilidad y laprosperidad de España, recalcó. Yla policía, investigando al imán de lamezquita de La Cañada por si, entre

sura y sura, enseñaba a fabricarcócteles molotov a sus fieles. Y, engeneral, casi todos queriendo olvidara las víctimas de ETA y del 11-M.

Así que con este barullo, no me

extrañaba que mi chica estuvieradesaparecida. También cabía laposibilidad de que África, harta demí, en vez de hacer intercambio depareja, hubiera hecho el cambioentero y me hubiera largadodefinitivamente. Aunque,… ¿sinavisar? Todo era muy raro.

Nunca he jugado en equipo y haycosas que jamás compartí con África.Por ejemplo, aquellas que ocultabadebajo de una tabla del suelo. Unpasaporte surafricano vigente, unoinglés chungo que no serviría paraatravesar fronteras pero sí parasalvar un control de identidad en elbarrio o en la carretera, dosdiamantes, un puñal de supervivenciacon funda para el antebrazo, unavieja pistola FN y un cuchillo decombate Skinner Pik-AS (2) que legané a las cartas a un pardillo de lasCompañías de Operaciones

Especiales. Los jugadores aficionados no

apuestan, sólo pagan por un rato deplacer junto al tapete verde.Tampoco son verdaderos amantes losque compran un instante de sexo a lasputas. Los auténticos son capaces deresistir con los ojos febriles y elcorazón palpitante esperando, unos,el golpe de suerte que les salve de lavergüenza y los otros, descubrir entresábanas extrañas un amor vedado.Son placeres individuales. No secomparten. Y no se paga por ellos.

En el metro las mujeres leen

novelas. Siempre narrativa.Seguramente, en un desesperadointento por alejarse de la inciertarealidad, de amores miserables,ultrajantes desahucios y trabajosprecarios y mal pagados. Loshombres, parados de larga duraciónsin perspectiva alguna, repasaban elfútbol en los diarios gratuitos o,embotados, se dejan mecer con lamirada clavada en el techo.

Durante el trayecto observé el

sensual preludio de un mestizajevenidero, el ritual inesperado de unahispana joven sentada frente a mí.Me calentó el alma ver cómoaprovechaba el trayecto parahacerse, espejo en mano, una sesiónde maquillaje con pinceles, rizadorde pestañas y pintalabios. Laobservé, sin perder detalle. Alsentarse, recogió su melena en unacoleta, se clavó las gafas de solsobre la frente y comenzó aembellecerse, sin atender a nadie,absorta tan sólo en su hermosura.

Miré a mi alrededor observandoque las muchachas nacionales, másdespelujadas que las latinas,preferían jugar con sus teléfonosmóviles o sus agendas electrónicaspara pasar el rato. Otras, colgadas,escuchaban su iPod mirando alinfinito.

La hispana, seguro que

colombiana, se depiló las cejas conunas pinzas metálicas. Luego, ante elespejo, sin preocuparse por losvaivenes del vagón, comenzó unameticulosa labor con lápices,

pinceles y brochas, un toque decarmín y, finalmente, unos mohinespara fijar el color en sus labios. Unavez más, se miró en el espejo,complacida. Sacó del bolso unabotella de agua, dudó y la guardó denuevo, pensando seguramente que,aún sedienta, no merecía la penadespintarse los labios. Por primeravez, dirigió una ojeada distraída a sualrededor y se preparó paralevantarse. Cronometrado. No lesobró ni un minuto. El metro sedetuvo y ella, ignorando la emociónque había causado en mí, descendió

en su destino. El viaje continuaba. Desplacé la

mirada ociosa esquivando a unostipos aburridos que ocupaban losasientos de enfrente. Buscaba aalguien atractivo y me fijé en unapareja sentada a unos metros de mí.También hispanos. Ella menuda ysexy, como Eva Longoria, y él flacoy desgarbado, con granos deadolescente. Abrazados, besándosecon apasionada indolencia, ellasentada encima de él, ofrecían a losmirones una larga sesión de magreo

juvenil. La escena era divertida, pero

carecía de pulsión sexual; se besabanen un interminable lengüetazo, conentusiasmo, pero sin pasión. Como siestuvieran obligados a hacerlo sólopor ser jóvenes y latinos. Un trabajoextra, como los deberes del cole. Sinriesgo. Nada que ver con laplacentera sensualidad de lamuchacha que acababa de apearse.Aun así, una inconfundiblefuncionaria de mediana edad, sentadajunto a mí, suspiraba excitada.

Cuando se apearon, mi vecina serevolvió en su asiento estremecida,como si, al marcharse los jóveneshubiera descendido de golpe latemperatura y el aire acondicionadonecesitara menos esfuerzo pararefrescar el vagón.

A falta de algo más delicado que

mirar, volví los ojos a dos tiposmaduros muy vulgares yperfectamente intercambiablessentados frente a mí. De mofletescaídos, con alopecia frailuna, gafasaburridas y la tripa desbordando el

cinturón. Vestían camisas de fibraartificial y malos zapatos.Seguramente eran habitantes delmismo barrio pero que, sin embargo,se miraban con insultantedesconfianza, casi con odio, aldesplegar uno El País y el otro LaGaceta. Patéticos representantes delo que en España se seguía llamandoizquierda y derecha. O, como diríanlos políticos sin tomar Prozac, laizquierda radical o la derechaextrema.

Los miraba y podía palpar su

resquemor. Finalmente, el lector deEl País plegó el diario, quizásabrumado por un editorialexcesivamente sesudo. No obstante,dejó visible la cabecera para joderal otro y sin poder reprimir lacuriosidad, furtivamente, empezó aleer La Gaceta por encima delhombro de su propietario, absorto enuna columna de opinión. Cuandollegamos a su estación, conservadory progresista se apearon, uno detrásdel otro, camino de sus destinosigualmente intrascendentes. Lejanoslos esplendores ideológicos que en

su día suscitaran en ambos laspalabras izquierda y derecha, elprogre debía pensar ahí va esefacha, mientras el carca rumiaría porlo bajo, adiós, rogelio. Los doshastiados de tanta inutilidad pero sindar su brazo a torcer.

El viaje en Metro me dejó

aturdido, y al llegar a casa estuvemedia hora bajo el agua caliente dela ducha. Al secarme, me envolvió unvapor de lilas escapado de la toallade África. Recordé entonces a lachica hispana del Metro y, por

primera vez en muchos meses,disfruté de una buena erección. ¡Quélástima! Me quedaban pocos tiros yaquella hembrita delicada hubieraoptimizado mis escasos recursoseróticos. Pensé hacerme una pajapero el temor al fracaso me hizodesistir. Putas pastillas de loco.

Al entrar en el cuarto de África

pisé un par de aquellos zapatos depuntas afiladas como saetas que tantole gustaban. Eran feos, pero aún peorera tener que llamarlos por sunombre, zapatos chupamelapunta. La

palabra, no sé por qué, me parecíaobscena y algo se me revolvía dentroal oírla. Yo, prudentemente, losllamaba puntiagudos. Darle a lasingüeso, es otra frase imposiblepara mí; cómo chupamelapunta,tiene algo de lúbrico, de obsceno,algo que me repugna, y en los doscasos, afloraba en mi mente unrechazo freudiano de imposibleidentificación.

Recordé la primera vez que subí a

casa de África. Estuvo a punto de nosuceder por mi cobardía habitual.

Acercarse a ella era convertirse degolpe en partidario del calentamientoglobal pero yo, a aquellas alturas delpartido, ya no estaba para esejueguecito. Era como si la liebre sevolviera hacia los galgos ypreguntara: “¡Qué, tíos!, ¿hastacuándo vamos a seguir corriendo?¿Es que nadie quiere follarme...?”Fuera de lugar, completamenteinadecuado. En estos asuntos, tantafacilidad me hacía sospechar porquenunca tuve demasiada suerte, y conlas mujeres, pese a gustarles,tampoco.

Me tumbé en la cama de África

buscando su olor bajo la fina colcha.Me toqué, sin convicción, porquedudaba de mis ganas de meneármela.A veces estaría dispuesto ainyectarme matarratas en las venas oa dejar que me extirparan los huevospara venderme como castratti alPapa con tal de recuperar la potenciade mi juventud, aunque sólo fuera poruna semana.

El Papa. Pío XII y aquella terrible

foto de 1933, cuando aún era sólo el

Cardenal Pacelli, secretario deEstado del Vaticano y firmó conFranz Von Papen el concordato conAlemania. En la foto, a la derecha,aparecía un oscuro prelado delVaticano: Montini. Pablo VI, añosdespués. Gott Mit Uns (3). Diosnunca estuvo conmigo. Los recuerdosfluían, brotaban a chorros de micabeza, como el petróleo de la tierra,como un geiser.

¿Religión? ¿Curas? Recordé La

Tourné de Dios (4). Sonreí evocandoel capítulo en que piden al Señor que

haga un milagro y salve a un niñomoribundo. Él responde que nopuede hacerlo. Y se explica: Yo hicelas reglas, ¿cómo voy a romperlas?Los curas acaban con la afición delos pocos desorientados que aún seles acercan, con su jerga ininteligibley esas absurdas historias bíblicasque, por más vueltas que se les dé,resultan inservibles, inútiles, en laera de Internet.

Por eso, protestantes, evangélicos

y no sé cuántos más, están ganando lapartida a los sacerdotes católicos,

que siguen lanzando un mensajemelifluo, cobarde y anacrónico: Esmás fácil que entre un camello porel ojo de una aguja que un rico vayaal Reino de los Cielos, dicen.Cojones, eso es más antiguo que elhilo negro. Y además, de un golpe,elimina a toda la clase política.

Joder, es totalmente absurdo. No

hay que acumular pasta, te dicen y,sin embargo, no cesan de exigírtela.¿En qué quedamos? Nadie en su sanojuicio, después de matarse a trabajarpara ganar algo de guita, desea ir el

domingo a misa para que un jodidocura analfabeto le riña antes de pasarel cepillo y le sermoneerecordándole que los fieles debenmarcar la casilla de la Iglesia en sudeclaración de la renta. En cambio,los pastores protestantes seenorgullecen del dinero que ganansus fieles, de que sean ricos y notengan que pedir disculpas para ir alcielo. Era tan absurdo como prestardinero a Noé para construir el Arca yno comprarle luego un pasaje.

Se estaba bien allí, fresco bajo la

ropa. Alguna vez pensaba enmeterme en la cama y no levantarmemás y éste era uno de esos días.Supongo que es la sensación queconozco más parecida al calor de unamadre. ¡Qué buenos deben saber esosabrazos! Añoraba a África y a lamadre que me parió. Estabademasiado sensible y eso no eranormal en un psicópata concapacidad de amar igual a cero.Tenía algo de fiebre y las neuronasbrincaban en mi cabeza como lasbolas del bingo.

(1). El desierto del Sáhara, patriadel pueblo saharaui, fue devueltopor España tras la Marcha Verdemarroquí de 1975. El plan Bakerestableció que fuera una autonomíabajo el régimen marroquí. ElPolisario se resiste y España, hastaahora aliada con Argelia en defensade la independencia del Sáhara, seha unido a las tesis francesas ynorteamericanas. (2). Es un tipo de cuchillo de no másde 10 centímetros de hoja curva yextremadamente afilada por ambos

bordes. Arma diseñada para elcombate cuerpo a cuerpo, no sirvepara apuñalar sino para inutilizarcortando con desgarro los puntosvulnerables del adversario. Cuello,rodillas y brazos.(3). Dios está con nosotros,aparecía grabado junto a laesvástica en las hebillas de loscinturones del ejército alemán.(4). Enrique Jardiel Poncela(Madrid, 1901-1952), humoristaagudo y ácido. Autor de guiones,teatro y novela. Aquí elprotagonista se refiere a una novela

en la que Dios decide viajar a laTierra y escoge España para sullegada. Concatenación desituaciones inverosímiles, lenguajecasi periodístico y un humorismointelectual definen su obra. Trabajóen Hollywood como guionista, conotro autor español, Edgar Neville.

Capítulo 18

Cachondo y febril, era deliciosoperder el tiempo soñándola.

En aquellos meses todavía me

costaba renunciar completamente alsexo. Pensaba que, incluso para unimpotente, debía haber algún tipo degrata actividad genital con lasmujeres. Pero en la práctica las pajasdemostraban que era difícil que mecorriera hasta meneándomela. La

imaginé con deseo. África. Quizás laamé demasiado y, por eso, luego, nopude soportarla.

África. La flaca más carnal de mi

vida. Todo en ella tenía un vago aireretro. Sus cardigans, los twinset (1) ylas rebecas que puso de moda JeanFontaine en la película de Hitchcock;el pelo con ondas de femme fatale alo Verónica Lake o, mejor aún, comoLauren Bacall. Truffaut dijo que lasmujeres con tacones de aguja soncompases que miden el suelo yÁfrica lo confirmaba sacando sus

tacones a la calle y haciendo temblarde pánico a las baldosas de lasaceras.

Toda ella solía dejarse contener

en trajes de chaqueta de aire antiguo,de película francesa de la posguerra;no sé si contenida era la palabraadecuada para aquel recoger suscurvas en los límites estrictos de latela, haciendo que ésta quedaradeliciosamente tensa sobre su carne.Obscenamente vibrante. Brutalmentehermosa. Una mujer auténtica. De lasque puedes amar junto a la chimenea

sin miedo a que se les derrita elbotox o les estalle la silicona. Nadaque ver con esas muñecasmultioperadas, inexpresivas yrebosando litros de toxina. Sinplástico.

Durante una época la adoré.

Agradecía su cariño cuando, trasintentar penetrarla sin éxito, África,aún excitada, estiraba sucombinación y maternalmentedescansaba mi cabeza en sus pechospara hacerme olvidar la vergüenzasusurrándome ternuras, porque ella

siempre tenía la delicadeza de fingirser la más saciada de las amantes. Enesos momentos le decía que laamaba. Esa emoción era tanagradable que no importaba saberque ambos mentíamos. Aunque ya nonos amábamos, uno y otro, vivíamosenamorados del amor (2). Esperando.Por si volvía la pasión.

Después de intentarlo nos

abrazábamos para dormir y, con sucabeza en mi hombro, enseguidarespiraba profundamente. Tan afondo que su aliento agitaba el vello

de mi pecho. Tras aquellas sesiones,quedaba tan extenuado por laimpotencia como si hubiera echadoseis polvos sin sacarla. Boca arriba,me embuchaba las pastis y esperabala llegada del sueño, despierto y conlos ojos abiertos hasta que, variosronquidos de África después, reuníafuerzas para cerrar los párpados.Entonces, la luz intermitente del barde abajo dejaba de herir mis pupilasy taladrarme el cerebro con suscolores fríos. Y por fin llegaba elsosiego, a veces trufado depesadillas genitales.

Para no seguir recreándome en el

morbo, conecté la radio. Una de esastertulias histéricas, de bochinche, enlas que la peña se insulta y se echaen cara desde la muerte de Viriato (3)

hasta la traición del conde D. Julián(4). Aquel día saltaban tantas chispascomo de la rueda de un afilador.Según decían, el CNI estabadesarticulando un intento de golpe deEstado iniciado mediante una cadenade atentados en los que implicaban aterroristas yihadistas y etarras.

Había muertos entre las Fuerzas yCuerpos de la Seguridad del Estado,y también entre los terroristas etarrase islamistas que, al parecer, sehabían resistido a las detencionesenfrentándose a tiros con losagentes. Proporcionalmente, debido abombas trampa y los durosenfrentamientos, era mucho mayor elnúmero de bajas entre la policía y elCNI que entre los terroristas.Hablaban de policías y militaresinfiltrados desaparecidos, deelementos civiles buscados porcolaboración con banda armada y de

las investigaciones, que estaban bajosecreto del sumario en la AudienciaNacional.

Hundí la cabeza bajo las

almohadas para no seguir escuchandolas noticias. Envuelto en la fraganciade mi hembra intenté no pensar. Supeque no volvería a verla. Sentí undolor terrible. Siempre había sabidoque aquella mujer me haría sufrir,que podía costarme la vida.Memento homo, numerus stultoruminfinitum est (5). Debí hacer caso ami instinto hace tiempo, cuando las

cosas comenzaron a ser distintasentre nosotros, y marchar a losBalcanes en busca de misantepasados. Me dejé llevar por unaprepotencia sexual de adolescente,porque lo mío con África era unencoñamiento platónico y esospueden ser terminales. Ya era tarde.El orgullo sólo puede joderte, es lahumildad de la madurez lo que tesalva. A mí me perdió la vanidad, elansia de demostrar al mundo queaquella mujer era mía. Lloré hastaextenuarme. Luego, me dormí.

Horas después, la radio añadíapocas novedades a las noticias. Lostertulianos clamaban, exigiendo unosla unidad de la izquierda y llamandoal pueblo a defender la democracia ypidiendo los otros estados deexcepción y la pena de muerte. Lainmensa mayoría, los del centro, sólodeseaban vivir tranquilos yaguardaban callados pensando cómosalvar el pellejo, preguntándose sisería difícil no tomar partido, mirarhacia otro lado por miedo a loszarpazos de las fieras. Así, otrochispazo, y en pocos días estaríamos

acuchillándonos como en Bosnia.España llevaba demasiado tiemposin guerra civil y parecía que todosanhelaban otra pronto.

Si triunfaba el golpe unos exigirían

la III República y otros respeto a susmezquitas pero el resto, sin ídolosque adorar, despojados de susvalores y cambiadas sus iglesias pordiscotecas y centros comerciales,callarían sin mover ni un dedo.Cuando un problema me preocupabatan intensamente, si al final se hacíarealidad, estaba tan mentalizado que,

casi siempre, me resultaba fácilresolverlo o soslayarlo. Y esto seveía venir, estaba harto de pensar enello. No podía hacer nada por Áfricay ella era la única que me reteníaaquí. El boxeador, sobreviviría. Lasolución estaba clara. Largarme.

Preparé mis pocas cosas en una

bolsa de viaje. Recogí el dinero y loque sirviera para cambiar o vender.Faltaban diez minutos para lasnoticias. Me metí una raya de lasvarias papelinas de un gramo queguardaba para ocasiones especiales,

me apreté un trago de ron y esperésentado en la cama junto al transistor.De pronto, la idea chisporroteó en micerebro como un rayo descolgándosede una nube a otra. ¡Estabajodidamente en peligro! Me levantécomo impulsado por un resorte. Lapuerta de la calle crujió, oí pasosfurtivos, almohadillados como los deun zorro en el gallinero y sentí en lanuca un soplo de aliento helador…Demasiado tarde, gilipollas.

Era el asesino de África. No me

giré. Sabía que hacerlo podía

matarme. Y cuando ordenó que mediera la vuelta, lo hice pensando queel mundo era una mierda. Habíasobrevivido a los hornos crematoriosdel Holocausto, a enfermedades ymiserias, a varias guerras y tambiéna un rompe culos infantiles que,paradójicamente, salvó mi vida. Yahora, iba a matarme un payo. Allíestaba. Sudando por el calor de lacalle y con un puto revólver viejoapuntándome a la cara. La clase dearma de un tío que no desea mancharla oficial. La suya. Tras el agujeronegro del cañón, me miraban unos

ojos grises y fríos como de pez. Ojoscomo balas dum-dum, una miradapoderosa que amenazaba con salirmepor la nuca y en la que podía leersemi muerte. Me advirtió que podíamatarme en cualquier momento,bastaba que le diese un motivo oincluso sin él. Dependía de mí. Y yo,a mis años, no quería morir de un tiroen la boca.

Vomité de puro miedo y pensé

rápido. ¿Por qué dejar que este payome quite la vida? Yo quiero vivir yél que no le toquen las pelotas.

África ya está muerta y, además, ellase reía de los valientes príncipesazules. Pensé decirle a todo que sí,sin intentar vengarla, porque soycobarde. Si para sobrevivir otropoco tenía que olvidar que estehijoputa la había matado, ¡ya ni meacordaba! No recuerdo nada, pensé.Le miré esperando oír el disparo.

Pero al ver su rictus frente a mí,

cambié de idea y me entraron ganasde destriparlo. Supe que para vivirtendría que bailar la vieja danza dela muerte. Es así desde la

antigüedad. Uno de los dos iba amorir. Mi ventaja era que su arma legarantizaba que el muerto iba a seryo y él confiaba en ello. Ahora,debía esperar y jugar bien la únicabaza que tal vez me repartiera lasuerte. Si perdía, viviría él y habríaterminado la danza. Tough guysdon't dance (6). Al recordar el título,sonreí.

—Hola, amigo. ¿Tú eres el puto

gitano? —me preguntó—. ¿Sonríes?Tienes muy pocos motivos... Másbien ninguno. África, mi hijastra, se

ha suicidado hace unas horas... Su voz silbaba tan amistosa como

la inyección letal y, al hablar,escupía granizo helado.

—Sí, yo soy Tano. Pero no sé de

qué me habla. Y si lo supiera no lorecordaría —respondí—. Sólo deseolargarme, comer un pepito de terneray buscar otra mujer. Quiero vivir.

— ¿Crees que eso es posible? —preguntó, escondido detrás de unamirada tan neutral como Suiza en laSegunda Guerra Mundial.

—Jamás contaré nada porque nosé nada. No soy tan estúpido comopara ofender a los poderosos —aseguré—. Soy demasiado cobarde,prefiero callar, olvidar y seguirmintiendo.

—Así que, ¿sabes o no sabesalgo? —susurró, moviendo el armaen círculos—. ¿Qué sabes, gitano?Dímelo y quizá salves el culo...

Aquel tipo, al que veía por

primera vez, me llevaba algunosaños, aunque, no los suficientes paraganarme en hijoputez. Era muy cortés

y te hacía pensar que sentía lo quedecía por más que sus ojos lonegaran tan indiferentes como los deun fullero apostando dinero ajeno.

—Ambos, sabemos mentir. Yo

para sobrevivir y usted para engañar—insistí—. Pero tambiéndistinguimos a los embusteros. Ustedsabe que digo la verdad y yo sé queme cree. No sé nada, no le sirvo.¿Por qué no lo dejamos así?

—Bueno, tienes razón en algo.Todos mentimos —musitóamargamente—. Pero te equivocas,

gitano. No podemos dejarlo así, aúntienes que sufrir tanto como yo. Esnormal que la Justicia se cebe conlos fracasados y tú estás jodidamenteperdido. ¿Te das cuenta?

—Podría marcharme. El mundo esmuy grande y nadie sabría de mí. Meolvidarían —razoné—. Viviríadonde nadie me buscara, entre migente...

—Hasta que dieran contigo. Todoel mundo aparece para morir, hastael hijoputa de Bin Laden —sonrió sinodio—. Lo siento, te quedas. Salvoque sueltes lo que sepas. ¿Hace?

Le creí menos que al moro que me

vendía la grifa. Aquel hijoputa eracapaz de arrancar más confesiones enun minuto que el párroco de lacatedral en un año. Era peligrosoaguantar sus preguntas pero se habíarelajado. Mis ojos le mentíandiciendo que me dejaría degollarcomo los corderos, balando.

Pensé en el ring. Tenía que salir

de aquella y me convenía el cuerpo acuerpo, entrar en el lado oscuro (7),donde todo se iguala. De nuevo me

asaltaron las náuseas, pero esta vez,provocadas. Al encogerme paravomitar, rompí la distancia y caí derodillas ante él. El azar repartía lascartas. Una mano en el suelo y la otraen la cintura. Allí estaba, con la hojatan fría como mi sudor.

No retrocedió, sólo bajó el arma

para apuntarme a la cabeza. Levomité en los pies y entonces dejó deobservarme para mirárselos. Aciegas lancé mi mano izquierda haciaarriba buscando el revólver. En miderecha centelleó el Skinner

cortando los tendones internos de surodilla. Sujeté su mano armadamientras él, desequilibrado, doblabala pierna herida como si se lahubieran partido de una coz. Melevanté sin soltar su muñeca y, dearriba abajo, con un corte bestial,rajé los ligamentos dos dedos porencima de su codo. El revólver cayóal suelo. Otro tajo horizontaldestrozó su carótida. La sangrecaliente me salpicó la cara con lafuerza del pedrisco. Mis únicasbazas: velocidad y malicia. ElSkinner era mi as y pintaban

espadas. —¿Sigues tan chulo, hijoputa? —

pregunté hiperventilando (8).—Escucha, gitano... Al oír el

disparo que la mató, volví y entré —gorgoteó, taponándose la herida conla mano válida—. De su bocaescapaban volutas de humo, como sifumara. Se metió el cañón entre losdientes y el tiro le reventó elcráneo... Sangraba mucho, pero noestaba desfigurada, al menos la cara.A ti te queda poco, listo... ¿Cómoesperas librarte de los de abajo?

¿También vas a cortarles lostendones, cabrón...? Da igual querespires, ¡estás muerto!

Para hacer aquello no me servía el

Skinner. Saqué el puñal de la funda ycomencé a usar la sierra del filo.Gritó como los guarros al caparlos.Cuando murió me tragué a bocanadasel aire del cuarto. Luego, chorreandosangre, hice lo que tenía que hacer.Me esperaban abajo y, una vez más,aún estaba vivo. Hubo pánico,desconcierto y asco. Les costóesposarme porque, con tanta sangre,

resbalaba como una trucha.

(1). Cardigan, chaqueta de punto,de cuello en pico y abotonada hastael busto. La rebeca es un cardigancon cuello a la caja, redondo yabotonado hasta arriba. Twinset, esuna rebeca sobre un sweater demanga corta.(2). Franz Kafka escribió a suamante, Milena: No estásenamorada de mí, sino de tu amorpor mí.(3). Joven pastor lusitano, conocido

como el terror de los romanos. Fueun auténtico genio de la tácticamilitar en la Hispania Ulteriorromana. Sus asesinos recibieroncomo pago la frase inmortal delcónsul Servilio Cepión: Roma, nopaga traidores.(4). La leyenda lo presenta como eltraidor a España que permitió elpaso de los ejércitos musulmanes;la historia, muestra un gobernadorque contrata mercenarios en Ceutapara apoyar la causa de una partede la aristrocracia visigoda en sulucha por el poder. Salió mal y los

mercenarios se quedaron sietesiglos en la Península.(5). Memento homo quia pulvis estet in pulverem reverteris (recuerdahombre que polvo eres y en polvo teconvertirás). Miércoles de Ceniza.Stultorum infinitus est numerus (elnúmero de necios es infinito).Eclesiastés (1,15). El personajejunta las dos frases para crear una.(6). Los hombres duros no bailan.Película basada en la novela delmismo nombre del escritorestadounidense Norman Mailerrecientemente fallecido.

(7). En algunos manuales tácticosde combate cuerpo a cuerpo, llamanasí a la lucha en la que ya ho hayespacio entre los combatientes y seproducen los agarres.(8). Excesivo aumento de lafrecuencia y la intensidadrespiratorias.

Capítulo 19

Me rendí sin darles un pretextopara que me mataran. Al principio,inspiraba repugnancia y me llovíanlos golpes. Durante días, semanas,fui torturado hasta que sus estúpidascabezas comprendieron que no sabíanada. Cuando entendieron que sóloera un asesino, alguien ajeno alIncidente, les di miedo. Concluyeronque estaba loco, sobre todo los quevieron el cadáver del coronel

Arrando. Desde la oficina delforense aquello se extendió como lapólvora. No trascendió a la prensa nia la opinión pública, pero losprofesionales se enteraron. Y a todoel mundo le acojonan los psicópatas.

Mi sumario se desgajó del relativo

al Incidente y fui acusado deasesinato. Curiosamente, no de mataral coronel Arrondo sino de otrocrimen. El móvil, afirmaron, lasdeudas de juego. Lo más extraño esque nunca tuve deudas. Los primosperdiendo pasta atraen a los

tramposos como las gallinas a loszorros y durante una temporada,olfateando el dinero, me gané la vidajugando. Sí, desplumaba pardillos.Sobre seguro, sin deudas. Yo era unahormiga y, grano a grano, sacabapara ir tirando. Sin hacer sangre ohaciendo poca, porque demasiadaalborota a los tiburones.

Pero el fiscal probó que mi

víctima era una prestamista china queapareció descuartizada en dosmaletas, una en Lisboa y otra enHendaya. Por supuesto, nunca maté a

la jodida usurera. Cuando ocurrió, yoni siquiera vivía en España, debíaestar peleando en alguna guerraafricana. Les dio igual. Era un viejocaso sin resolver y me lo cargaronpara apartarme del Incidente.

Asistido por un letrado de oficio,

mi sumario se solventó con rapidezinusitada. Cuarenta años de talego.Sin acceso al tercer grado hastacumplir la mitad de la pena y sólo silo decidía el Juzgado de VigilanciaPenitenciaria y no lo recurría laFiscalía. Es decir, a mi edad, cadena

perpetua. Me comí un buen marrón.Me jodieron bien jodido.

Respecto al Incidente, algunos

miembros del CNI muertosaparecieron ante la opinión públicacomo héroes caídos enenfrentamientos con terroristas queintentaban provocar un golpe deEstado en España. Entre unos y otros,un montonazo de muertos. El sumariocorrió a cargo de tres obedientesmagistrados de la Sección Segundade lo Penal de la Audiencia Nacionaly estuvo sometido al juicio mediático

y de la opinión pública entre losnavajeos de Gobierno y la oposición.

Finalmente, los muertos al hoyo

con honores militares, y los vivosclamando por el bollo republicanotras evidenciarse la pésima calidadde nuestros servicios de inteligencia.Según dijeron, África evitó el quintoatentado a costa de su vida y la de sucompañero, un joven militar deorigen vasco. Al parecer, su acciónfue fundamental para descubrir a losautores intelectuales de la masacrecausada por la explosión de un

hombre bomba en unos grandesalmacenes. Otros terroristas muertoseran miembros de un grupoindependentista del Rif marroquí.Nunca pudo probarse su vinculacióncon ETA, y la banda de asesinosvascos negó cualquier vinculacióncon los moros en repetidoscomunicados. La monarquía saliómalparada de la zozobra y losescándalos producidos por los cincointentos de atentado.

Durante muchas noches, en el

psiquiátrico penitenciario, me

mantuvieron despierto los violinesque interpretaban en mi cabeza laobertura de Rosamunda (1). Era lapieza que tocaba la orquesta delcampo de Auschwitz cuando lospelotones de esclavos volvían deltrabajo de cinco en fondo. Agotadospero intentando, al compás de lamúsica, marchar gallardamente paraevitar los palos de los kapos. Mipadre adoptivo la escuchaba confrecuencia.

También me aporreaban los sesos

las notas de la otra obra preferida de

mi padrastro, Zigeunerleben, deSchumann, cancioncilla sobre laidílica vida de los gitanos en su putocampamento del bosque.

Bajo las hayas de un oscuro

verdor,festejamos y nos divertimos en el

bosque.Las antorchas arden con luz

brillante,y esta noche nos sentamos en la

hojarasca.Cantad, cantad, dice el verde

bosque,

que la tribu de gitanos sedivierte.

Mi viejo adoptivo, tenía fijación

por los campos de concentración ypor los gitanos. Creo que por todoslos nómadas que ayudó a incinerar enlos crematorios de Auschwitz.

Por mucho ejercicio que hiciera,

era imposible dormir en aquellacelda. Cerrar los ojos era comoatrancar la puerta de la jaula, y esoproyectaba un único pensamiento.Estoy en la cárcel. Peor. Estoy

encerrado en un puto manicomio. En aquella celda, por mucho

ejercicio que hiciera, era imposibledormir porque cerrar los ojos eracomo atrancar la puerta de la jaula y,eso, proyectaba un únicopensamiento. Estoy en la cárcel.Peor. Estoy encerrado en un putomanicomio.

El psiquiatra del centro me

comentaba, riendo, que debía sermuy chungo tener aquella músicaconectada en mi coco todas las

noches. Decía que no era sano. No tejode... ¡Tanto estudiar para esediagnóstico!

Entonces, para que no tocara los

cojones tarareando, me sedaba y medejaba dopado todo el puto día.Vivía zombi, rodeado de ojosenfermos escrutándome, tirado porlos pasillos mientras esperaba lahora de la medicación. Cuando losguardias jodiosporculo estaban deturno acortaban los plazos entre tomay toma o aumentaban las dosismedicando a la peña a su libre

albedrío. Así podían jugar al mustranquilos, hacer paellas conchistorra en el patio, tirarse a lostransexuales y putear a los enfermos.

La vida en aquel centro no era

divertida para los majaras perotampoco lo era para el cura, elmédico o las limpiadoras; era unamierda incluso para el director. Unconsuelo pero mal de muchos noaliviaba a nadie. La causa del malrollo era una mafia de funcionariosque parecía escapada del Expreso demedianoche (2). Tenían acojonada a

la vasca y se dedicaban a putear alos reclusos para sacarles pelas, paraque no jodieran la paciencia o paradivertirse. Aireaban las deficienciasdel centro para controlar al director,poco amigo de los conflictos ysiempre temeroso de ser cesado yarruinar su carrera. Criticaban lafalta de atención del médico y lospsiquiatras si estos no tranquilizabanadecuadamente (3) a los reclusos. Yasí con todos, que si el personal delimpieza no cumplía con sucometido, que si la administración nofuncionaba por falta de personal…

Ni sindicatos ni hostias. Nadie podíacon ellos y todos miraban para otrolado. Una docena de tocapelotas queeran los putos amos del centro.

Tampoco me libré de ser

atropellado por aquella locomotora.Los muy cabrones necesitabanesparcimiento en aquel inframundode locos, mucho más inhumano quelas cárceles normales; los majaras nosuelen tener buenos abogadosdefensores y los familiares, salvoexcepciones, escogen no hacer casode sus denuncias y protestas no sea

que se los devuelvan libres.Prefieren tenerlos jodidos en elpsiquiátrico en vez de soportarlos encasa martirizando a la familia. Asíque allí cada recluso se lamía sucipote intentando evitar eldespotismo de aquellos funcionarioscorruptos hasta las trancas. Mi caso,tan raro, les atraía morbosamente ycomenzaron a exigirme que lescontara mi vida con todo detalle.

¿En qué familia no ha muerto

alguien de mala manera? Alguno quese colgó de una viga o le pegó un tiro

al vecino con la escopeta de caza.¿En cuál no ha habido un maridotránsfuga o una mujer que se largaracon el veterinario? ¿Se ha libradoalguien de tener una tía neurasténicao un abuelo bastardo? Pues si todoeso y más abunda en las buenasfamilias imaginen lo que se puedeencontrar en las malas. Mejor nocuriosear.

En la cárcel jamás se pregunta por

qué esta uno allí, es un códigorespetado por todos menos por lacuadrilla de cabrones sádicos

informados por los funcionarios quepasan a limpio los expedientescarcelarios. Los muy hijos de putasabían todo de mí por la historiamédica y psicológica de mi fichapenitenciaria pero les daba gustilloque les contara los pormenores másmorbosos. Según me dijeron, en micarpeta estaba rotulada enmayúsculas la leyenda:

NO REVISIÓN DE GRADO.

NO PARTICIPARÁ ENTERAPIAS FUERA DEL

CENTRO. EXTREMADAMENTE

PELIGROSO.

Por cierto, proyectar El Expresode Medianoche en el cine de laprisión me pareció una muestra másde sadismo. Intentaban hacernoscomprender que, en comparación conlas cárceles turcas, pese a susputadas vivíamos en el paraíso.

Era su forma de acojonar, de

demostrar que todo era susceptiblede emputecerse aún más a pocosmotivos que diéramos. Aunque,según las narraciones de mi padre

adoptivo, aquel psiquiátrico debíaser el Hotel Ritz comparado conAuschwitz.

Lo que más me gustó de aquella

película fue el esfuerzo del muchachopara no desconectarse de la realidad,cómo se cargó al psicótico de suguardián, y, sobre todo, la escena dela paja. Sí, esa. Cuando en ellocutorio, harto de que le rompan elculo, pide a su novia que le enseñelas tetas y se hace una gallardamirándoselas. Pese a todas las pastis,aquello me puso. Por la noche soñé

que África se inclinaba sobre militera para enseñarme los pechos. Mela meneé y no paré hasta laexasperación, reventando de lujuria yagotado de agotarme en vano.Imposible correrme.

También lo intenté con dos

travelos, Erótima y Sexualina, dosamigas del centro loquísimas de lacabeza y del culo. Mi fama las poníaperracas (4) y, además, las muyneuróticas decían a todo el mundoque yo era un caballero, educado ycortés; gitano, sí, y loco. Pero un

señor. No como la gentuza de aqueltugurio, añadían. Presos psicóticos yguardias psicópatas.

Una tarde a la hora de la siesta,

aprovechando un turno defuncionarios amables con los presos,se acercaron a mi chabolo (5)

enfarlopadas (6) y dispuestas acomerse el mundo, incluida mi polla.Fue un espectáculo ver llegaraquellos dos pibones (7) caminandosobre unas plataformas dignas delCirco del Sol y emperifolladas que tecagas.

Camisoncitos color pastel sobre su

mejor lencería y medias negras hastaarriba de los muslos, pintadas derojo pasión sus golosas bocasdevoradoras, y deseando agradar.Nada que hacer. Me la menearon,hicieron números lésbicos, me lamamaron, se sacaron las pollas delas bragas para ver si me animaba y,al final, ante la inutilidad de tantoesfuerzo y, tras rechazar yoamablemente hacerles una chupada,acabaron enculándose y gritandocomo locas por la celda. Me dijeron

que no me preocupara por elgatillazo, que uno acababa porhabituarse a la medicación y luegofuncionaba otra vez como si nada. Y,por supuesto, que todo quedaba entrenosotros. Se despidieron,simpatiquísimas, diciendo quecuando me volvieran las ganitas nodejara de llamarlas y que, con todocariño, ellas me harían disfrutar.¡Qué lástima!

No sé por qué recordé a un

mercenario suizo, muy serio y eficazen el combate que, sin embargo, se

transmutaba cuando encontraba unamujer muerta en los pueblosbombardeados. Pensábamos que lasresguardaba motivado por algúnextraño respeto, hasta quedescubrimos la verdad.Delicadamente, las arrastraba por unpie hasta la intimidad de algunachoza y allí, muy digno, se las tiraba.Luego, seguía matando gente.Superprofesional, decía Manquiñaadmirado. Quizá probar con muertasme animara algo la libido. Pero, ¿dedónde se saca una muerta en elpsiquiátrico penitenciario?

Entretanto me volvían las ganas,

decidí dedicarme a la terapiaocupacional y a las tenidas (8) con lapsicóloga. Y, como dicen en prisión,eché la instancia.

Nunca entendí lo de la terapia

ocupacional. Si cada paciente eradiferente, ¿cómo es que servían paratodos los mismos jueguecitosinfantiles? A mi alrededor veía aunos que se aislaban y a otros quebuscaban bronca, a unos eufóricos ya otros deprimidos, muchos

desorientados por no saber qué lesocurría y algunos fugazmenteconscientes de su situación. Contrastornos breves, recidivantes ycrónicos. Locos perturbados desdesu más tierna infancia, otrosasaltados por la demencia en la edadadulta. Así que, entre tanto majaretadistinto, ¿cómo seleccionaban lasterapias apropiadas para cada uno?

Al final, para todos lo mismo. Qué

más daba. A dibujar con colorinchis,modelar horrendas figuritas de barro,hacer cuadros con hilos y clavos y

algunas otras chorradas. Da igual quete creas Napoleón o la mosca quezumba en la ventana. Es lo mismoque quieras saltar desde el tejadoque ser misionera en la India.Resultaba difícil entender cómo contal variedad de diagnósticos, nivelesde edad, habilidades funcionales yentornos culturales, los terapeutasacertaban y no terminaban majaras.Bueno, en realidad, ese era el juego.Manejarnos con las pastis y laterapia.

Desde luego, lo mejor del

psiquiátrico era la psicóloga. Yo letomé afecto pese a que al principiome miraba raro. Después se relajó yacabamos siendo amigos. Era unaflaquita preciosa, muy joven y debíatener recién terminada la carrera.Bueno, eso pensaba yo; más tarde meconfesó no ser tan flaquita, ser madrede un par de hijas casi universitarias,tener el culo pelado de tratar locosen los psiquiátricos penitenciarios yno asustarse de nada desde hacíamucho tiempo. Me gustaba que sedirigiera a mí con respeto, que no memaltratase como hacían algunos

psiquiatras que no ocultaban sudesprecio y pensaban que uno, porloco, era basura. Me hablaba connormalidad, mirándome a los ojos ysin emplear ese soniqueteconfianzudo que los adultos y losmalos terapeutas utilizan paradirigirse a los niños lelos y a lostipos raros. Sí, esa forma deregresión a la bobería cursilinda,exagerando los mohines y aniñandola voz para calmar su propia desazónante lo que presienten unacomunicación complicada. Ella noera así.

Por eso apreciaba que me

distinguiera entre los demás. Creoque valoraba mi inteligencia ypercibía que no estaba tandeteriorado como mis compañeros.Pronto, buscando su aprobación, meatreví a darle consejos. Sobre todo,cuando veía a los presos merodeandoexcitados a su alrededor. Un día deterapia uno, más descarado ycachondo perdido, le preguntó sipodía besarla; ella se sonrojó yrespondió que no.

—Si fuera usted mi hija no ladejaría trabajar en la cárcel —afirmé, acercándome a ella cuando sequedó sola—. Usted no sabe,señorita, las cosas que imaginanestos tipos por las noches. No megusta que la piensen así.

— ¿Está celoso? —rió alpreguntarme—. ¿En qué piensa ustedcuando se apaga la luz?

—No pienso, señorita. Sueño.Fantaseo con hacerle a usted el amorcontra los barrotes, muylentamente…—respondí—. Lo maloes que las pastis me tienen impotente.

—Eso puede arreglarse, lamedicina ha avanzado mucho.Precisamente ayer, Juan, unanestesiólogo amigo mío, me hablabade un nueva pepa que es una bombapara los decaídos por el bajónpeneal. Se llama Levitra y pareceque deja en nada a la Viagra y alCialis —dijo. Entornó los ojos y memiró sonriendo—. ¿Siempre lo pidecon tanta dulzura?

—Bueno, a mi edad y en miestado, no busco trofeos para colgarsobre la chimenea —aseguré,despacio—. Antes de arrancarle las

bragas prefiero rogarle que se lasbaje, señorita.

—Por hoy, hemos terminado —añadió, trémula—. Seguiremoscharlando, Tano, tenemos mucho dequé hablar.

Creo que para entonces la

psicóloga ya estaba enamorada demí. O quizá era sólo un calentón. Porfin no tenía que mentir más, podíadejar de huir y, por una vez, decir laverdad. Quería confesarme, con uncura y con mi psicóloga. Necesitabadescansar el alma porque mi cabeza

se parecía cada vez más a una piedramuerta. Era un loco peligroso.Encerrado.

(1). En 1827, Schubert publicóRosamunda como su opus 26,Sinfonía Inconclusa nº 8 en Simenor. La pieza hoy conocida comola obertura Rosamunda, perteneceen realidad a la obertura de suópera El arpa encantada, de 1820.(2). Midnight Express, de AlanParker, la historia real de BillyHayes (Brad Davis), un joven

americano sentenciado en Turquía a30 años de prisión por traficar condos kilos de hachís.(3). Caso real sucedido en elPsiquiátrico Penitenciario deFontcalent en el año 2005 ydenunciado ante el juzgado deguardia por el capellán del centroal que llegaron a amenazar demuerte.(4). Perras, cachondas.(5). Cárcel, también celda.(6). Bajo los efectos de la cocaína.(7). Tías buenas, dos chicasespectaculares.

(8). Sesión de una logia masónica,reunión (americanismo).

Capítulo 20

En la cárcel hay que procurar nocometer errores. Llorar,encabronarse y joder a los demás noderriba los muros ni arranca lasrejas, así que mejor calmarse y tratarde vivir en paz. Además, para quienlo sabe, los libros son el cómplicenecesario que te permite volarlibremente por encima de las tapias.Si tienes sentido del humor, en unpsiquiátrico penitenciario cualquier

cosa sirve para pasar el rato y sehace diversión de toda soplapollez.Por allí, hay un preso que recitaincansable La Venganza de DonMendo; más allá, un virtuoso de lamúsica anal pedorrea con cadenciade bolero; en la planta de abajopermanecía encerrado un famososilbador de melodías al quemantienen atado por su afición amorder a la gente y en la planta alta,un loco flaco admite apuestas sobresu capacidad para comerse un baldede arroz con leche. En el pasillo,otro loco acusaba a su madre de

haber crucificado a Cristo. — Sí, señor Juez, ella fue la

culpable, no los judíos.Un ex-seminarista grita y gesticula

desnudo sobre una silla.— La jerarquía no me quitará este

púlpito. ¡Arrepentíos, pecadores ymostrad a Dios vuestras vergüenzas!

Un cocinero borrachín, estrella de

la TV, explica que le repite una rataque se ha zampado porque allí danmuy mal de comer.

Entre los delincuentes y la gentehonrada sólo hay un punto común. Lapolicía. Es cierto y falso. El nexo deunión suele ser la pasta, la que unosroban y otros se dejan quitar. Lamadera viene después y, a menudo,es casi imposible distinguirla de losmalos. Entre los locos y los normalestambién hay otro punto en común, losmédicos. Pero también esto es falso,en este caso, el nexo son las pastillasque te hacen tragar.

Salvo excepciones, los locos son

menos peligrosos que un cartucho

disparado. De todas formas, la cárcelmarca a los hombres, y elpsiquiátrico aún más. Deja residuostóxicos que negrean el alma y unainconfundible laxitud en los hombrosque delata al preso si, alguna vez,atraviesa en sentido inverso laentrada.

Por todas partes, los hay que se

despelotan y se la menean, los quecagan y pintan las paredes con sumierda, los que aúllan y gritan sinque nadie sepa el porqué, los que seenzarzan a muerte destrozando en

segundos una amistad de años y,volando sobre todos, un insalubre yrancio olor a demencia, a neuronasachicharradas por loselectrochoques. En el psiquiátriconunca hay un silencio total. Nisiquiera por la noche. Un críoasustado llora con lamentossofocados bajo las sábanas y unviejo insomne reza un absurdorosario. A través de la puerta de lacelda se cuela el olor del manicomioregurgitado por las letrinas y loseructos de los locos presos. En elaire insano, expirado e inspirado

millones de veces por ladesesperación, siempre flota unapagado susurro humano, una audiblepena devastadora. Entre toda esabulla, los más cuerdos se ocupanfrenéticamente en las actividadescarcelarias para no demenciarse más.

Sin embargo, pese a la vorágine,

pronto pude confirmar que laintimidad espiritual se logra rodeadode una multitud de personas extrañas.Por ejemplo, en los puticlubs, enmisa y en la cárcel.

Introspección, cautela y al mismotiempo, dureza y desconfianza conlos desconocidos. Esas eran mispulsiones en el manicomio. Y, sobretodo, vengarme inmediatamente detodo el que me jodiera. La señoritapsicóloga, cuando aún no meconocía, me dijo en la terapia que lasvivencias de permanente estrés sonel principio de la depresión, quetenía que aprender a relajarme y aconfiar. Pero, entonces, ella aún nosabía lo que yo había pasado en lavida. Le confesé que no podíadescuidarme porque, antes o

después, recapacitarían y enviarían aalguien para matarme. Creo que seasustó. Sonaba a jodido discurso deloco pero pienso que me creyó ycomenzó a confiar en mi palabra. Leexpliqué que si aún vivía era porhaberme adelantado en la venganza.Sin esperar.

Sin dejar pasar una. La última vezme costó un temporadita en la celdade aislamiento. Soy donante, cedímis órganos porque deseo que algode mí sobreviva en el mundo, aunquesea en otros. También dono sangre

regularmente. Tengo un grupo 0 RHNegativo tan cojonudo que los de laCruz Roja se pelean por extraer alitros de mis venas. Pero siempre hayalgún hijoputa que consigueenmerdar la acción más altruista. Eneste caso, fue un ATS ecuatorianoque venía en el vampiro (1); unpringao que iba de legal, cargado decolorao (2) hasta arriba y del quedecían se forró vendiendo chutas (3)

cuando lo del bicho (4), y despuéspasando farlopa pà la tropa.Nacionalizado españolrecientemente, se creía en la

obligación de serlo más que nadie.Hasta al racismo más cantoso (5).

Para protegerme de mis enemigosconseguí fabricarme un kubotán (6) enel taller de manualidades. Nadiesabía lo que era ni para qué se usabay los guardias tomaban por amuletoinofensivo lo que era un arma letal.Ese día lo llevaba encima porque,para llegar hasta el centro deextracciones, tenía que atravesar elmódulo de unos mendas que metenían atravesado. Unos lolailos (7)

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de mierda, violetas (8)

emparanoiados que, rebotados deque todos les encularan (9), tirabande bardeo (10) sin motivo. Cuandollegué al autobús de las extraccionestodos los sillones estaban ocupados,y tuve que esperar, entre reclusos,enfermeros y chotas (11). Entonces, lajodimos.

No es que aquella hubiera sido una

mañana idílica pero empeoró.Porque, cuando falta el rendibú,chungo. Aquel julandra (12) no sabía

lo que era respeto y me teníamosqueao.

— Buenos días, gitano —gritó—.

Aquí viene la sangre más cojonudadel maco (13).

— Buenos días, señores —respondí.

— Mírenlo —continuó elgilipollas—. 0 RH Negativo,material genético de puta madre. Nilos vascos de la ETA lo tienen. Lararo es que os permitan donar a losgitanos, con toda la mierda esa delsida y la hepatitis. Vete a saber qué

basura traes en esa sangre... No pudo acabar la frase, ni reír su

chiste. Le caí encima y, en cincosegundos, tenía los dientes delanterosrebotando por el suelo. Mientras losescupía entre buches de sangre, lemetí dos nuevos golpes. Uno lepartió la clavícula y el otro le rasgóel cuero cabelludo, diez o docepuntos de sutura en la boca y algunosmás en la cabeza. Luego, tiré elkubotán ensangrentado por encimadel muro. Él al hospital y yo,sancionado al aislamiento, por callar

y no hacer el trucha (14). A vecespienso que deberían trepanarme elcerebro para refrigerar mis neuronas.Se recalientan demasiado.

El aislamiento tiene mala prensa

pero depende de la peña. Cada unoes diferente y a mí no me disgustabaestar tranquilo una temporada. Escierto que se hace raro pero no es tanexagerado como en las pelisamericanas, en las que todos losmendas salen de la celda con el bolocolgando (15). No es tan ful (16) ypeor es berrear (17). El director del

centro decía que allí sólo iban losque no podían estar en otro sitio,pero, para alguien un poco duro, lasdiferencias no son tan terribles. Paraempezar, tanto dentro como fuera delaislamiento, sigues estando en lacárcel. No hay libertad. Lo queocurre es que, en los módulos, lacadena es un poco más larga ypuedes ir un poco más lejos, pero acambio, tienes que escuchar lasgilipolleces de los locos. Me sentíatan bien allí dentro que me resultabadifícil renunciar al placer de lasoledad. Así que, de vez en cuando,

hacía alguna putada para que meaislaran.

Los incomunicados peligrosos, de

grado uno, estábamos todo el díachapados (18) salvo las tres horasreglamentarias de patio. Solo o enpareja si uno no era demasiadorompepelotas. Allí, las medidas deseguridad, eran tan fuertes queparecía imposible liarla. Me tocabapatio acompañando a un colega quellevaba seis años en este régimen yestaba tan tranquilo, feliz. Teníaestudios y comentaba que allí vivía

mejor que en un colegio mayor.Decía que lo único auténticamenteinsoportable de la cárcel eran lospresos. Aislados no teníamosbroncas, ni bulla y ni los más guarrosescupían en el suelo. Por eso, aquelcojonazos prefería vivir enaislamiento, leyendo y estudiando,sin bestias alrededor. Le expliquéque los nazis llamabanUntermenschen (19) a los cautivos delos campos, y le gustó. Prontoaprendió a pronunciarlo.

— Me faltan las chicas pero, como

no espero nada, no me hago malasangre. Elijo el aislamiento —afirmaba muy serio mi colega.

No se lo dije pero allí dentro yo

soñaba con enfermeras; no lasmonjitas con toca blanca sino con lasotras, las de peli porno, esas máscalientes que una lanza térmica.

La comida para los de grado uno

era igual, nada de condenas a pan yagua. Algún membrillo se quejaba dela calidad pero, seguramente,comíamos mejor que en casa de

cualquiera de los reclusos. Cuandollegaban los funcionarios con losordenanzas para repartir la comida,me acercaba a la cangreja (20),callado, para ver si querían paliquemientras pasaban la bandeja por elhueco. Les dejaba elegir. Si callaban,yo no decía ni hostia. Nunca me hagustado suplicar. Ni por un buenosdías, ni por más paella.

Mi menú preferido eran las

alubias blancas con chorizo y ellomo de cerdo con patatas fritas,aunque a veces, por variar, pedía

dieta musulmana; y después decomer, a dormir una larga siesta, quepara algo vivíamos en el lugar mástranquilo del centro. Por la tardelectura y estiramientos en la celda y,luego, limpieza y a dormir hasta lasocho en que comenzaba de nuevo latranquilizadora rutina. Desayuno,aseo, patio, carrera y pesas; asíparecía más fácil borrar los malosrollos de esa maldita pizarra que esla memoria. La única pega era lasensación de que cada día encerradoallí estabas desaprovechando laoportunidad de hacer cosas

irrepetibles y decir palabras que yanunca significarían lo mismo. Perocomo mi marrón era de por vida,mejor no pensar hasta que alguienviniera a cobrarse la deuda.

Así que disfrutaba entrando y

saliendo del aislamiento, era un lugartranquilo y tenía un buen amigo allí.Pero, aquella vez, me aguardaban alsalir. Los funcionarios y el afilador.

Cuando atravesaba las cocinas me

topé con un ranchero que afilaba doscuchillos, y me asaltó la paranoia.

Eran herramientas profesionales, deacero, un trinchante y un cuchillo defiletear pescado con hojas de tamañosuficiente como para decapitara María Antonieta (21). El tipo, seextasiaba vaciándolos entre sí,repasando una hoja contra otra conamplios gestos de los brazos,escuchando con deleite el bisbiseodel metal arañando el metal. Debíanser inoxidables, ya que el cocineroescupía sobre ambos filos parafacilitar al deslizamiento. Luego,enjugaba las hojas en un delantal tanmugriento como su conciencia. Aquel

nota parecía tan bestia como paracomer ensaladas de clavos ycristales aliñados con ácidosulfúrico.

Me examinaba con la mirada torva

de un serial killer (22) reciénescapado de una peli gore (23).Seguramente calculaba si era capazde degollarme de un solo tajo. Todo,entre vapores de ollas a presióngigantes y olor a fritanga aceitosa.Tragué saliva y me supo a pis derata. Cerca, rondaban dosfuncionarios de los más hijoputas.

Me habían estado tocando los huevosdurante toda la tarde y, en mi coco,ambas cosas se relacionaron. Tuveun ataque de pánico, me quedé sinaire y, de pronto, comencé a respirarjadeante, sin ritmo, con enormeansia. Temí ahogarme oliendo mimiedo y empecé a sudar con lamisma intensidad y rapidez con quese funden los casquetes polares.Después, la paranoia galopó por micerebro. ¿Por qué apreciamos más lavida cuando alguien amenaza concortarnos los cojones?

Se contaba en el psiquiátrico, oquizás lo soñé, que los funcionariosmafiosos eran caníbales, que secomieron el cerebro aún palpitantede un preso al que, para divertirse,habían levantado la tapa de los sesosde un ladrillazo. El muerto era unbúlgaro psicótico, sin amigos nifamilia y encabronado hasta conDios. Ante la dirección lopresentaron como un ajuste decuentas y no se investigó más.

Así que, cuando vi que me

rondaban y que el otro afilaba los

cuchillos, pensé que el siguiente erayo, que aquella noche, los presoslocos cenarían estofado de gitano. Yme entró pavor. Sentí la fría tajadurade los cuchillos desgarrando micarne, el dolor al escaldarme en aguahirviendo entre cebollas, zanahoriasy patatas,… Las muelas de reclusos yfuncionarios masticándomelentamente, triturando mis miembros.Está duro el puto gitano, dirían, ynadie preguntaría nada. Todoscallados y encantados de que hubieranovedades en el menú. Estofado decalurro. Siempre he sentido

desconfianza del género humano,pero esto era demasiado. Queríancomerme. Acababa de salir deaislamiento y ya venían a por mí.Tenía sobradas razones parameterles (24), para defender mi vida.Hacía mucho que no guardaba piedadpara regalar.

Dios se jugaba mi vida al póquer

con el diablo y, por lo visto, el malollevaba las de ganar. Si Satanásmostraba sus ases y Dios perdía lapartida sólo me quedaba un camino.Ir a por ellos. O dejar que me

mataran. En toda mi perra vida dependió de

la suerte el que yo hiciera el bien oel mal, pero ahora tenía las mismasprobabilidades que al tirar unamoneda al aire. Salió cruz. Les haríala pirula (25) aun sabiendo que nosaldría vivo. Me hubiera gustadotener algún arma para llevármelospor delante pero así es la vida. Nohay suerte para el hombre honrado.Tocaba palmar.

Eran tres. Según volaban por los

aires hacia el cocinero pensé que nousaría los cuchillos, que eran paraimpresionar, que allí no podían haceruna carnicería. Acerté. Los tiró y,mientras los funcionarios corrían, merecibió con un golpetazo del pernilque eran sus brazos. Caí sobre él yempecé a machacarle la cara ahostias. Le mordí la garganta y,apretando, sacudí las mandíbulascomo hacen los galgos con lasliebres. Pan para hoy y hambre paramañana porque detrás venían los dosjichos uniformados dispuestos aponer orden porra en mano. Lo

pusieron. Sin romper las porras. Sinnecesidad de levantarme del suelo.Olí el perfume amariconado delhijoputa del boquis (26), sentí algofrío en la nuca y una descarga de700.000 voltios me socarró elcerebro. Durante unos minutos meconvulsioné arqueado por el dolorcon la sensación de que descendía alinfierno en caída libre, sinparacaídas ventral. Vomité y me meélos pantalones.

La pistola Taser Electroshock

750.000 Mega Strong, es un artilugio

de defensa hecho para causar undolor diabólico. Naturalmente,estaba prohibido usarla con losreclusos pero aquella gente teníabula.

Una vez les vi utilizarla y por

poco me cago del susto. En elmódulo había un tipo bastanteoligofrénico que no cesaba de ladrara quién pasaba por su lado, ymientras gruñía trenzaba dedos,manos y brazos en un inverosímilmanojo de nervios y huesoscrujientes. Hasta los huevos de sus

ladridos le enchufaron la Taserdurante unos segundos y se quedótirado en el suelo completamentedesanudado, conmocionado y muy,pero que muy, despavorido.

Igual me pasó a mí. Mientras

volvía a ser persona y reseteaba (27)

mi cerebro, fundido comomantequilla en una sartén caliente,los helados grilletes se cerrabansobre mis muñecas en una promesade odio eterno. Sentí que aquella vezno habría escapatoria.

Me arrastraron de nuevo a lasceldas de aislamiento y allí, a salvode miradas indiscretas, comenzó otrointerrogatorio, esta vez dirigido porun extraño con un inconfundibleaspecto militar. Si usas la Taser parainterrogar a un tipo administrándoledescargas de escasa duración, de unsegundo cada vez, al poco tiempotendrá la sensación de que le hasgrapado cada agujero de su cuerpo yque todo hierve su interior. Así mesentía yo, hasta que se aburrieron.

No sabía nada. O mejor dicho, ya

había contado lo poco que sabía.Ahora, vaciado, debía morir.Siempre supe que, ante la duda, losresponsables del Incidente no medejarían vivir. Habían esperado aque se calmaran las cosas. Ahora losboqueras (28) me enfriarían a cambiode un ascenso en su categoríalaboral. Mientras me arrastraban porla galería, veía sobre mi cabeza lasredes anti suicida instaladas en elhueco para evitar los mortalespuentings (29) carcelarios.

Si tuviera más amigos recordaría

sus nombres, pero, por más querebusqué en la memoria, sóloapareció uno. Paco. Le había escritounos días antes, cuando supe que meiban a matar. No a su casa, por sivigilaban su correo. Usé demensajero a la señorita psicóloga.

No sé por qué lo hice. Buena gana

de meter a Paco en un jaleo de putamadre y, sobre todo, inútil. Peroquise despedirme de mi único amigoy contarle mi verdad, decirle queestaba limpio, que era inocente decualquier marrón que me colgaran.

Nada más deslizar la carta pordebajo de la puerta del despacho, mearrepentí, pero ya era tarde. Así,también la enmerdé a ella. Fui unimbécil sentimental.

Quise confesarme, y esta vez

decidí suplicar. Quería pedirle aDios un trocito de cielo para mí,junto a los míos. Pero no salió bien,me faltaba arte con los curas.Esperaba que Él tuviera en cuentamis buenas intenciones y enviara alcapellán a tomar por culo al putoinfierno. Cabrón.

Ella no se extrañaría al verme

muerto, se lo había anunciadomuchas veces en la terapia. Le decíaque iban a matarme porque temíanque contase lo que ignoraba peroadivinaba. Nunca me creyó del todo,y no la culpo. Yo era un puto presorecluido en un psiquiátricopenitenciario. ¿Quién se hubieratragado aquella milonga? Algoabsurdamente inverosímil que decíaun delincuente, un gitano loco. Pocoa poco, atamos cabos entre los dos.Ella dudaba pero cada vez estaba

más segura de que merecía la penaescucharme. Desconfiaba y, sinembargo, en su cabeza se ibaabriendo paso la verdad. Mi verdad.La señorita psicóloga sabría quéhacer.

Estallé en un acceso de inmensa

furia contra ellos, contra quienes lesenviaban, contra mí. Contra la putavida que se me escapaba porque unosasesinos empujaban para despeñarlahacia el infierno. No había nada quehacer.

En la celda hicieron fotos y videossnufs (30) con los móviles, puede quepara tranquilizar a sus jefes o paraganarse unos euros extra. Cuando meahorcaron con las tiras de unasábana, ya estaba medio muerto. Seme había acabado el tiempo. Estabanmatándome. Tenía la nariz tan secacomo si hubiera inspirado un aerosolde arena. Tardé quince minutos enmorir colgado del cuello... Meparecieron eternos.

Brincó el sol sobre los muros de

la cárcel, iluminando mi cadáver ante

los ojos de los funcionarios. Mecagué cuando me ahorcaron y en lacelda flotaba un fuerte olor a orina ya excrementos. No había de quéavergonzarse. No era el primero nisería el último en morir así.

En unos segundos vinieron el cura,

el director del centro y mi terapeuta.La psicóloga pensó que mis ojosvidriosos miraban tristes yhumillados, como pidiendo perdónpor el sucio espectáculo. Tambiénvinieron un juez, el secretario y losdoctores. Me llevaron al Anatómico

Forense y me hicieron la autopsia.Suicidio. El cura, alteradísimo, seretorcía las manos. Ella sabía queera mentira y calló. Pero sus vidascambiaron.

(1). Ir al vampiro es ir a unaextracción de sangre, hace tiemporemunerada, bien al hospital bien albus itinerante.(2). Llevar mucho colorao, es ircargado de oro en pendientes,sortijas, reloj, pulseras, cadenas.(3). Jeringuillas para inyectarse

droga.(4). El VIH, el sida.(5). Que llama excesivamente laatención, que da el cante.(6). Arma de defensa en las artesmarciales. Es un cilindro de maderao metal de unos 14-15 ctms.Básicamente sirve para reforzar elpuño, para atacar puntos débiles ypara reducir al adversario.(7). Tipos de aspecto macarrilla,aficionados a los grupos musicalesgitanos, collares de oro, cochestuneados, ropas de marca.(8). Violadores.

(9). Sexo anal. En la jergacarcelaria puede indicar violación.(10). Navaja, pincho, arma blanca.(11). Confidentes.(12). Maricón.(13). Prisión, cárcel.(14). Chivarse, delatar.(15). Despistado, agilipollado.(16). Malo, no auténtico.(17). Chivarse, delatar.(18). Encerrados en la celda.(19). Seres humanos inferiores,infrahumanos.(20). Doble puerta de seguridad enlas celdas de los presos peligrosos

(llamados FIES-CD, FicherosInternos Especial Seguimiento-Control Directo; los presos losllaman Kyes, por un británico,Arthur Kyes, especialmente duro,interno en Carabanchel en los años60 y que acabó con un motín de losdemás reclusos porque no ledejaban dormir).(21). Hija del Emperador FranciscoI de Austria, esposa de Luis XVI deFrancia, guillotinada, como suaugusto esposo, entre el despreciodel pueblo. Fue la última reina deFrancia.

(22). Asesino en serie, asesinomúltiple.(23). Cine de terror en el queabunda la sangre, las vísceras y amenudo los zombis. Ejemplos quemarcaron hitos en el estilo gore: LaNoche de los Muertos vivientes y Lamatanza de Texas.(24). Golpearles, atacarles.(25). Trampa, saltarse las reglas.(26). Funcionario de prisiones,carcelero.(27). Adaptación a la morfologíaespañola del termino inglés reset;borrar los errores de un ordenador

para restablecer su estado inicial.Desbloquearlo.(28). Funcionario de prisiones,carcelero.(29). Modalidad de salto de riesgosuspendido de unas gomas.(30). Películas snuf son aquellosvideos caseros con filmacionesreales de asesinatos y torturas.

Capítulo 21

En la cárcel todo siguió igual sinTano. Sólo dos personasimaginábamos lo ocurrido y durantemeses nos evitamos sin cruzar ni lasmiradas. Había que esperar, dejarque se amansaran los lobos.Mientras, leí su carta que comenzabacon un: querida señorita psicóloga.En ella, Tano me pedía que enviarael sobre que contenía a la direcciónde una frutería de barrio, y que

comprobase que se la entregaban aPaco Dávila cuando él fuera acomprar allí. Mientras, la fruteradominicana le guardaría la carta.Mientras, la frutera dominicana leguardaría la carta. Entre tanto, nadade llamadas, nada de contactos en lacalle.

Un tiempo después de la muerte de

Tano me acerqué al confesionariodel capellán. Por poco se muere delsusto. Nunca me gustó aquel hombre.No servía para un psiquiátricopenitenciario, tal vez fuera útil en un

colegio mayor o en un convento,pero, no en la cárcel. Era demasiadopusilánime.

—Ave María Purísima, padre —

dije arrodillándome para pedirle queme contara lo que pudiera de laconversación que, bajo secreto deconfesión, mantuvo con el gitano.

Al principio se hizo el tonto. —No recuerdo de quién me habla,

hija —contestó.—Entonces su memoria debe ser

malísima, padre. Supongo que notodos los días confiesa a un presoantes de que se ahorque —lerespondí cabreada.

—Tiene razón, señorita —concedió el desmemoriado,haciéndose de rogar—. Escuché suspecados, pero estoy obligado por elsecreto de confesión y no deberíadecir nada.

—Sin embargo, joven, sepa que eldifunto me reveló crímeneshorrendos. Una vida entera enpecado mortal y con nuloarrepentimiento —cotilleó el cura—.

Ante eso, me aterré, no pudeabsolverlo y lo despedí. Intentéquitármelo de encima, le dije que losentía, que los locos no necesitabanconfesión.

—Desde entonces vivohorrorizado y arrepentido. ¡No leperdoné sus pecados, Dios mío! —sollozó aquel cabrón—. Por lo queme explicó el gitano, deduje que sumuerte fue un asesinato. Pero, porfavor, no cuente conmigo para nada,no deseo mezclarme en asuntos tanturbios y peligrosos.

El muerto al hoyo y el cura albollo. Quería vivir tranquilo. Dejé lacapilla despreciándolo y sabiendoque si volvía a presionarlo medelataría. Me preparé para continuarsola. Se lo debía a Tano, el gitanoloco.

Durante meses me dediqué

exclusivamente a mis psicóticos y ami familia. Todos me necesitaban,especialmente tras el Incidente, quehizo temblar de pánico la sociedad ydesató la mayor caza del hombre enla Historia de España. Luego, cuando

comenzaron los preparativos deljuicio, la gente intentó calmarse. Yano hubo más tiros, ni explosiones;era el momento de losinvestigadores, jueces y abogados.

Recordé las palabras de Tano en

la terapia. —Cuando me vienen las ganas,

señorita —me dijo una tarde—,siempre encuentro alguna razónsensata para cometer las mayoresestupideces. Por eso, en vez denotario, soy un puto loco vagabundo.

Yo también estaba haciendo

locuras, me dije. Debí tirar aquellacarta y olvidarme de ella, del gitanoy del boxeador colombiano. Pero,Tano sólo me tuvo a mí y confió enque yo entregara sus últimas palabrasa su único amigo. Se lo debía, porhaberme calentado tanto como laPajín a los sociatas de Benidorm.

Envié la carta y esperé allí a la

hora en que el boxeador llegaba consu cesta y sus andares de golferas.

—La dominicana tiene una cartade Tano para usted. Adiós —susurréa su lado, ante el mostrador.

—Gracias —respondió sinmirarme. Mientras yo salía, añadiódirigiéndose a la frutera—. Guárdalay se la das a mi mujer.

Me marché en paz, había

concluido mi trabajo. De golpevinieron a mi mente todas lasobligaciones desatendidas duranteese tiempo. Mi marido, tanpreocupado por las continuas crisispolíticas del país; mis hijas,

militantes por la paz, que no dejabande acudir a las manifestaciones delos movimientos cívicos y yo misma,que desde la muerte de Tano no mehabía concedido ni un minuto derespiro.

Me marché en paz, había

concluido mi trabajo. De golpevinieron a mi mente todas lasobligaciones desatendidas duranteese tiempo. Mi marido, tanpreocupado por las continuas crisispolíticas del país; mis hijas,militantes por la paz, que no dejaban

de acudir a las manifestaciones delos movimientos cívicos y yo misma,que desde la muerte de Tano no mehabía concedido ni un minuto derespiro.

Era una mañana preciosa. Las

exquisitas mañanas de Madrid, fríasy de un seco cielo azul. El solregalaba su tibieza y acariciaba lojusto para decidirme a caminar. Fuihacia el Metro disfrutando del paseo,del olor a churros que salía de unacafetería, de los ladridos de un perroque tiraba de una chiquilla. De la

enorme sensualidad de una bellaadolescente, negra y flaca que, a milado, arrastraba las chanclas con elaire cansino de una top-modelhastiada de ser tan hermosa. Llegué ala boca del Metro, pero no entré, nome apetecía, deseaba disfrutarviendo cómo a mi lado transcurríacalmosa la vida en el barrio. Porprimera vez en mucho tiempo mesentía aliviada, sin miedo. Encendíun cigarrillo y, desde la primeracalada, el humo venenoso me supo agloria bendita.

Mientras fumaba, doblando laesquina, vi desfilar ante mí variosmiles de inmigrantes con una Virgena hombros. Pregunté por aquellaprocesión a una mujer sonriente.

—Es la Virgen del Quinche,

señora —dijo cordial, con evidenteacento—. La patrona de losecuatorianos sin papeles.

—Gracias, muy amable —respondí, mientras se alejaban con suimagen y sus cantos—. Por favor,señora, récele un poquito tambiénpor los españoles.

Recordé haber oído decir a mi

padre decir que cuando comienzan asonar las marchas militares, cuandoatruena el redoble de los tambores yel agudo grito de las trompetasllamando a la batalla hay que echarsea temblar y, si uno está a tiempo,largarse. Porque nadie estáinmunizado contra ese virus letal quees mezcla del patriotismo y acordesmarciales y, los más jóvenes, menosque nadie. Una vez contagiados,quienes debieran pensar únicamenteen amar la existencia y vivir felices,

corren ciegos a echarse en brazos dela muerte. A revolcarse entonandohimnos patrióticos, mezclando susangre con el veneno destilado de lasbabas de la Parca. A entregar suscuerpos para que los desgarre lametralla. A dar sus sonrisas para quelas hielen las balas. Todo a cambiode una medalla que recibirá unamadre trémula y que llevará clavadaen la palma de la mano hasta quemuera de pena. Servir hasta morir.Todo por la Patria.

Precioso, hasta descubrir la

despiadada realidad. Creo que losautores del Incidente se equivocaron.Escucharon demasiadas palabrashermosas, grandilocuentes, de esasque se escriben reverencialmente conmayúsculas y que los jóvenesvalientes, como ellos, debíanabrazar. Se equivocaron al escuchara los sabios, a los que nunca acudenal combate, a los que predican laguerra escondiéndose durante elfragor de la hecatombe. Pero ellos,como todos los jóvenes, tenían elcorazón animoso y excesivaarrogancia para temer que una

bayoneta enemiga se lo despedazara.Y marcharon hermanados, alegres,empuñando sus armas, para servir ala Patria. Engañados. Culpables.

Tiré la colilla al suelo y la aplasté

con el pie. Murieron solos, aescondidas, sus funerales, aún conhonores militares, tuvieron algo defalso y vergonzante que se percibíaincluso a través de la TV. Políticosincómodos deseando estar encualquier otro lugar. Dio lasensación de que era un trámite quedebía terminarse cuanto antes, sin

florituras. Digno, simplemente. Sefavoreció la dispersión y se dierontodas las facilidades para trasladarlos féretros a las familias quedeseaban hacer las ceremonias enotras ciudades. Nada de solemnesfunerales de Estado oficiados porobispos, con salvas de ordenanza yenormes cantidades de ataúdes.Perfil bajo, lo llaman los estrategasde salón. No dar tres cuartos alpregonero, se decía antes.

Mientras, los curas vascos

continuaban pastoreando alegremente

su grey de diablos ensangrentados y,en las mezquitas, junto a nosotros, eldinero saudí continuaba pagandomártires prescindibles, deseosos dereventarse en nombre de Alá. Ya seponía el sol y me sacudió unescalofrío. Cerré mi chaqueta y bajélas escaleras del Metro. Línea 4. Erapronto y habría sitio. Más tardevendrían los apretones, el forcejeopor un asiento. Gente agotada y hoscavolviendo a casa, dejándose mecercon la mirada clavada en el suelo delvagón.

Un minuto para la llegada del tren,avisaba el anuncio digital. Cierto, seacercaba desembocando del túnel,emergiendo a la luz como un animalnocturno y hambriento que aplacasesu voracidad engullendo pasajeros.

Entonces, al acercarme al andén,

sentí en mi espalda un empujón secoque me tiró bajo las ruedas del tren.

Ni siquiera pude asombrarme.

Sólo oí el rechinar de metales y sentíel revolcón de una ola, un agudísimodolor en el vientre y, después,

silencio y oscuridad. El olor a metalcaliente quemándome la nariz.Muriéndome, deseé que mis hijas nome vieran tirada en las vías,despedazada por las ruedas.

Dos jóvenes fornidos de pelo

corto, embutidos en discretos trajesgrises, con micro auriculares decable rizado emergiendo de lachaqueta, se acercaron al andén. Trasobservar el cuerpo sin inmutarse,desaparecieron entre el gentío. Nadieprestó atención cuando quitaron elesparadrapo que cubría el objetivo

de la cámara de seguridad. Todosgritaban tapándose los ojos.

Al salir, se cruzaron con un

apresurado equipo médico deurgencias cargado con sus cajas deinstrumental y, señalando a suespalda con los pulgares, lesindicaron dónde había ocurrido elaccidente.

—Tranquilos. No hay prisa —

advirtió indiferente uno de los dostipos, sin dirigirse a nadie enconcreto—. Ya no respira. Sus ojos

están en blanco. Sólo mira hacia suinterior.

—¿Te ha impresionado? —preguntó Uno, mientras se alejaban.

—Negativo —respondió Dos—.Pero me jodería morir partido en dosy vomitando.

—¿En serio no te ha sobrecogido?¡Lo tuyo es patriotismo! —pinchóUno.

—Venga, vamos, ¡no jodas! —semosqueó Dos—. ¡Déjate depatriotismos! Somos funcionarios.Ya sabes, Asistencia Pública paraAsesinatos. APA. Nos alquilamos

como los taxis pero de por vida y aun sólo cliente. El Estado.

—¿Sólo pane lucrando (1) ? Noseas arrogante, tío. A veces hay quehacer cosas jodidamente difíciles porla patria —respondió Uno, divertido—. El mundo puede ser muy ferozpara los hombres sensibles.

—Eso debieron pensar los delIncidente —reflexionó Dosgravemente—. Y también losgilipollas que están palmando, elgitano, y ahora la psicóloga... La hancagado, ¿no? Pues hay que limpiarsin remordimiento, sin dejar mierda

atrás porque, con el cuento de lapena, si te descuidas, una noche,aparece alguno contando su películaen un late show. Y eso no conviene.

—Oye, ¿tú haces un esfuerzo extrapara ser malísimo o traías lacrueldad en tu equipamiento básico?—sonrió Uno.

—La maldad está sobrevalorada,chico —sonrió también Dos—.Acojona, pero es mucho más trivialde lo que piensa la gente. Cualquierapodría ser muy malo si realmente lodeseara. Vamos, nos estánesperando. Tenemos trabajo.

—¿A qué hora es el partido estatarde? —preguntó Uno—. Quieroverlo. Y luego, la velada de boxeo.

—¿Con un cubata y palomitas? —sugirió Dos—. No te preocupes. Aúnes muy pronto, acabaremos a tiempo.Lo de ahora, lo verás en eltelediario.

—Sí, eso espero, amigo. Necesitodistraerme.

Fuera llovía. El agua fresca barría

el aire ahuyentando el olor de lasangre que emergía del subterráneo.Un todo terreno negro con los

cristales tintados se acercó a la bocadel Metro. Los dos tipos fuertessubieron atrás y se quitaron losguantes.

(1). Para ganarse el pan.

Capítulo 22

Mi mujer me entregó la carta deTano bastante mosqueada. Se lehacía tarde para llegar al trabajo ydecidió marcharse sin preguntardemasiado. Pero salió de mala hostiay callándose el aluvión de preguntasque se moría por hacerme. Eraevidentísimo que no le agradabademasiado la repentina familiaridadcon la frutera culona reconvertida enmensaca.

Di mil vueltas a la carta sin

decidirme a abrirla. Sabía que eranmalas noticias. Pero intuía que lasclaves estaban allí, y no estabaseguro de tener mucho tiempo pordelante. La última vez que hablamospor teléfono, Tano me dijo: cuando tepregunten hazte el tonto, di que tienesAlzheimer. Está pasando algo raro ypeligroso, Paco. Tú imitas de putamadre a Tony Leblanc, hazles creerque estás más sonado que Kid Tarao.

Joder, mi amigo tenía razón.

Luego, vino el Incidente. Muertos amontones. Vascos, moros, militares,Asmah, África… y, Tano, el tío máscuerdo que he conocido, preso a latrena de locos. Y se suicida.Increíble. Él nunca se hubieraahorcado, era un superviviente nato.Para Tano aquella cárcel debía sercomo un jardín de infancia. Si murióallí fue porque lo mataron.

El sobre era barato, de papel

grueso, con mucho pegamento paralamer en el cierre y de un formatocuadrado que ya nadie utilizaba.

Debía ser del economato de lacárcel.

Debieron regalárselo porque nadie

le ingresaba un puto euro en elpeculio (1). Dentro del sobre, unoshojas cuadriculadas escritas a lápizcon una letra que yo veía por primeravez. Qué curioso, tantos años deamistad y nunca había visto su letra.Pero tenía que ser la suya, era comoél. Ligada, uniforme, organizada. Miamigo, para todo menos para vivir,era tan ordenado como un tablero deajedrez.

Tres folios. Por las dos caras.

Todos los detalles del Incidente. —“Por tu seguridad —había

escrito el gitano—, tras leerla,olvida todo, quema la carta y tiralas cenizas por la ventana”.

—“Si llegan a ti y te preguntan—añadía—, será porque aún no handecidido matarte. Tienes una únicaoportunidad —continuaba—. Sólo tesalvarás si les convences de que nosabes nada, diles que nuncaconversaste con África y que,

conmigo, sólo te unía la afición alboxeo”.

—“Hazte el tonto, diles que contantos golpes en la cabeza estássonado, explícales que tienesAlzheimer, mulato” —repetía.

Qué ironía, pensé. Claro que tenía

Alzheimer. Hacía tiempo que noestaba con Tano el tiempo suficientepara que él advirtiese mis pequeñoscambios. Pero los médicos y miesposa sí comenzaban a notarlos.

La última carilla era más íntima.Comencé a leer y la congoja se medesbordó en lágrimas. Decía adiós,sabía que lo iban a matar y sedespedía. Sin lloriqueos, sólofrustrado porque la decisión fuera deotros. Resignado ante laimposibilidad de defenderse.Hablaba de la melancolía de lapartida, de la luz que, en una historiasin fin, se apagaba en un lugar delmundo para encenderse en otro. Detanto esfuerzo gastado en vivir y paraevitar morir, de que se llevaba elrecuerdo de nuestra amistad, el haber

compartido peleas, risa y charlas. La última carilla era más íntima.

Comencé a leer y la congoja se medesbordó en lágrimas. Me decíaadiós. Sabía que lo iban a matar yquería despedirse. Sin lloriqueos,sólo frustrado porque la decisiónfuera de otros y resignado ante laimposibilidad de defenderse.Hablaba de la melancolía de lapartida, de la luz que, en una historiasin fin, se apagaba en un lugar delmundo para encenderse en otro. Detanto esfuerzo gastado en vivir y en

evitar morir, de llevarse consigo elrecuerdo de nuestra amistad y detantas peleas, risa y charlascompartidas.

—“La pena pasa pronto

—decía—y no quiero cargarte elalma con tristezas, pero queríadespedirme, hermano, porque túeres mi familia y, ahora que por finvoy a descansar, exiliado de la putavida, alégrate por mí, olvida elcómo y el cuándo de mi muerte,piensa que seguir era demasiadoduro y, loco o cuerdo, como

prefieras recordarme, guárdame entu memoria, Escorpión”.

Jodido cabrón de Tano. Memoria

era precisamente lo que me faltaba ypor si acaso me fallaba, intentaríallevarle en mi corazón.

África nos había metido en la

mierda. Ahora, pasado el aniversarioy terminado el macro juicio contralos supervivientes, la situación y elpaís comenzaban a calmarse. Segúnmi mujer, que seguía exhaustivamentetodo lo publicado, la ciudadanía

pensaba que nunca se supo toda laverdad del asunto y que, tres de cadacuatro ciudadanos, querían quecontinuara investigándose elIncidente hasta identificar a losinductores; en un alarde de cursileríapolítica, los llamaban autoresintelectuales. Entretanto, según decíael gitano en su carta, los malos aúnseguían cortando flecos. Y, si él lodecía, había que fiarse de su instinto.

Tano me explicaba en la carta que

fue África quien organizó losdiferentes comandos, les señaló

objetivos y, con el acuerdo delcoronel, su padre adoptivo y directorde las operaciones, apoyó y financióa los falsos etarras y al grupoindependentista moro. Todoencaminado a crear, tras el Incidente,una situación de inseguridad y terrorque permitiera a un grupo de jóvenesjefes y oficiales dar un golpe deestado para mantener embridada altrono a una monarquía tambaleante.Se disolverían los partidos políticosy el Parlamento y se volvería a unaconcepción centralista del Estado,aboliendo los estatutos de autonomía.

Durante un año el Rey, de luto porlas pérdidas en la Familia Real,gobernaría el país asesorado por unequipo formado por militares ypersonalidades civiles de probadoprestigio y reputación. Pasado eseplazo, nueva Constitución, nueva leyelectoral y elecciones generales. UnParlamento y dos únicos partidos,conservador y liberal, en unCongreso sin representaciónnacionalista y en un sistema demonarquía parlamentaria, porsupuesto, con la abdicación de DonJuan Carlos en el Príncipe de

Asturias. Me hablaba de los fines y de los

medios y de cómo, según éladivinaba, se fue todo al carajocuando los cerebros pensantesordenaron dar marcha atrás en elúltimo minuto. Los que noobedecieron fueron eliminados, yatribuyeron sus muertes aenfrentamientos armados condiferentes grupos terroristas. Alfinal, sólo quedó un comandooperativo sin controlar, el de África,sus vascos y sus moros. El coronel la

neutralizó, pero el grupodescontrolado prosiguió con el plany hubo una matanza.

El objetivo de África era matar a

la Reina y a la Princesa de Asturiaspara dejar en shock a los varonesreales. Durante una visita a un centrocomercial situado en la zona Nortede Madrid, ella y otro guardia realpermitirían que un hombre bombaviolase el espacio de seguridad entorno a las personalidades. Despuésde la explosión, morirían matando.Al faltar África, el plan se

descabaló. Alertados, los escoltasevacuaron a su Majestad y a laPrincesa por una salida de incendiosmientras el hombre bomba sereventaba entre el públicodespavorido. Aquello fue unamasacre. Tras el bombazo sedesencadenó un tiroteo entre elcomando y los escoltas de la CasaReal. El asombro dio paso al terror ytodo el público intentó huir de allí aempujones, gritando y peleandocomo bestias en una estampida quearrolló por las escaleras mecánicas aniños, mujeres y ancianos. Entre

gritos de pavor y chillidos de losheridos, cubiertos de sangre, selevantaban chillando de dolor paraser definitivamente abatidos por elfuego cruzado. Entre cuerposdespedazados, escayolas caídas deltecho, cristales rotos, humo y olor acordita, murieron dos terroristas,varios escoltas y un cojonal depaisanos.

Lo malo es que toda la

información sobre el Incidente meabrumaba tanto que hacía tiempo quehabía perdido el hilo. Mi mujer, cada

vez que quería comentarme algúndetalle nuevo, me refrescaba toda latrama pero al ratito ya estaba otravez pensando en las musarañasincapaz de recordar tantacomplicación.

Por ejemplo, Tano decía no sé qué

de la carta. Sí, allí lo ponía.Quemarla. Eso era fácil. Busquécerillas en la cocina, prendí fuego alas cuartillas y al sobre y tiré lascenizas al patio.

Cuando boxeaba, los periodistas

solían decir que un psicólogo mepreparaba para que saliera a ganarcombates evitando los golpes. Eramentira pero, ahora, a veces mequedo colgado como dice mi mujerque le pasa a su portátil. Joder. Mimujer iba a preguntarme qué decía lacarta y ya no me acordaba de nada.Seguro que me echaba la bronca.Mejor que no supiera nada. Además,estaba claro que sólo eransuposiciones de Tano. ¿Qué tenía quehacer ahora? Ah, sí… comer. Era lahora de las medicinas y de comer.

Calenté mi almuerzo en elmicroondas, pero no tenía apetito ydel estómago me subía una saliva congustillo a meada de fraile. Puse lasnoticias y me instalé con el almuerzofrente al televisor. ¡Que se jodieranlos matasanos! En contra de loordenado por los médicos decidítomarme una vasito de vino mientraslos bustos parlantes desencadenabansu guerrilla ideológico-mediática. Unpueblo domado, no con la espueladel dictador, sino con la mentira, lamolicie y la corrupción generalizadade las más altas personalidades y de

los burócratas partidistas. Esoéramos, borregos, pensé,disponiéndome a recibir mi dosis deadoctrinamiento entreverada con losacontecimientos del día.

Puta memoria, ya ni me acordaba

de si tenía algo que celebrar pero, encualquier caso, mi amigo merecía untrago. Incluso más de uno, me dije,sacudiéndome otro lingotazo deljerez que usaba mi mujer paracocinar.

Todo el entorno era grato, la luz

difusa que filtraban los visillos, elcalor que subía de la calle, las vocesque llegaba de arriba de una mujerque charlaba y un hombre que reía…Abajo, resonaba la percusión delcajón flamenco punteando el compásde una rumbita y de la cocinallegaban los vapores del sancochoque dejó preparado mi negra. Lostelepredicadores ya habíancomenzado su labor de proselitismoinformativo… ¡qué malísimos sonestos, qué buenísimos aquellos!Estaba preparándome la mesa. Unabandeja. Platos, cubiertos, vaso y

servilleta. Hacer esas cosas meanimaba.

Llegaron cuando me sentaba. No

esperaba aquel combate. Por la cartade Tano sabía que, en esta pelea, labolsa en juego era mi vida. Estaba enmi casa y era un ring que nadieconocía mejor que yo; ahora setrataba de boxear con inteligencia, node lanzar coces. Siempre me gustódecir esta frase, era mía y, en su día,fue un bonito titular.

Aquellos dos gorilas parecían tan

malignos que el diablo seguro lesimpediría entrar al infierno pormiedo a la competencia. Tenían pintade algo parecido a maderospeligrosos, de gente que hubieraechado los dientes mordisqueando elacero de unos grilletes. Sus voceseran inexpresivas, crueles yanunciaban la muerte siseando.Debían venir puestos de coca porquelos muy cabrones tenían las pupilastan dilatadas que sus ojos parecíandianas en blanco y negro.

Eran profesionales acostumbrados

a matar, fríos como sepultureros, conel cerebro y el corazón congelados.Mejor, así pensarían peor. Micorazón redoblaba como si todaCalanda tocara sus tambores en elfondo de una piscina llena de sangre.

—¿Qué tal andas, campeón? Soy

Uno —silbó la voz del simpático.—Bien, chicos, gracias, chicos,

gracias... —respondí comenzando elespectáculo—. ¿Venís a...eh,verme…? Tengo exámenes,exámenes... estudio, hummm, estudiomucho... siempre... para el carnet de

conducir… ¿sabes?—Paco, ¿eres gilipollas o te haces

el interesante con nosotros? —preguntó Dos—. ¿Tenemos cara dequerer que nos vacilen?

—Pero, ¿tú... tú de quién eres…?—insistí.

—Soy Uno, ¿ya no te acuerdas?Te lo acabo de decir...

—¿Me lo acabas de decir...? Puesno sé, no, no sé...

Expelían a su alrededor un aire de

heladora eficacia, una autosuficienteseguridad igual a la que muestran los

asesinos con placa en las películasnorteamericanas. Parecía un aviso, alo primero preguntamoseducadamente, pero ¡ojo, chaval!,que esto puede hacerse de otramanera. Disparo y luego laspreguntas me importan un carajo.Llevaban escrito en la cara, ¡sinecesitas un amigo, te hasequivocado, no soy yo, gilipollas!

—Humm... No, no, creo que no...

No sé... —farfullé, esperando quepicaran el anzuelo—. No os conozco,no... no, ehhh…, no recuerdo...

—Somos admiradores, campeón,venimos a visitarte... ¿Qué te pasa,amigo? —suavizó el tono Uno—.¿Estás enfermo, mulato?

—¡Noooo, no, enfermo no...!Ahhh, ahhh, bien, muy bien, estoy...¡Sí, muy bien! —repliqué, con muchoénfasis—. Sí, bien... TengoAlzheimerrrrrrrrrrr... un poco, sí, meolvido, sí...

—Es cierto, Uno, lo leí hacetiempo en el Marca y también locomentaron en el gimnasio —añadióDos—. Hace tiempo de esto... pero,parece más autista que otra cosa…

—¡No jodas, tío! Eres gilipollas...¿También tú tienes Alzheimer? —secabreó Uno—. ¿Por qué no me lo hasdicho antes?

—Lo había olvidado. Me heacordado cuando lo ha mencionadoahora —respondió Dos abochornado—. Qué más da, ¿no...?

—Definitivamente, eres un cretino—se lamentó Uno—. ¿Te parece queda igual que no pueda recordar nada?¿Para qué quieres liquidar a uncampeón que no tiene memoria? Di,¿para qué?

—Bueno, no sé... ¿Qué importa?

Con memoria o sin memoria, lepegamos un tiro y vale —dijo Dos,quemado—. No me grites, tío, no soygilipollas y pienso mejor desde quetomo la fluoxetina (2). Me tieneshasta los huevos, tío, ¡eresdemasiado listo para todos los días,coño...!

—Entonces, ¿has dejado de tomarlitio (3) ? Estás mejorando decojones... No te enfades, joder,¡piensa! Es un campeón... ¿Para quématarlo si no se acuerda de nada? —le calmó Uno, señalándome—.Ganas de armar más lío... Además,

este tipo fue mi ídolo... llegué acruzar guantes con él, era unluchador, es de los nuestros...Verás...

—Escucha, Paco. Préstameatención y deja de comer y mirar latele, cojones —me interpeló Uno—.Vamos a charlar, ¿quieres,Escorpión?

—Bueno, no, hummm, no creo,ahora no quiero, estoy, estoy, sí...estoy viendo las noticias, sí... —respondí, haciéndome el tonto—.¿Quieres comida...? Yo no, no… noquiero más sopa, ahhh... ya no,

hummm… no tengo hambre... no megusta...

—¿Qué sopa ni que hostias? Siparece un cocido raro, mulato...Atento, Paco, al loro, ¿vale? —seacercó a mí y dio la vuelta al sillónpara ponerme de espaldas a la tele—. Así, mírame un momento, luegopodrás ver las noticias.

—Las noticias, sí, ahora, sí...Bueno, vale, de acuerdo... hummm…te miro, ahora, ahora, sí...

—¿Conoces a la negra dominicanade la frutería de enfrente? —preguntó, mirándome y haciendo

señas a Dos para que atendiera—.¿A la que parte nueces con las tetas ycocos con el culo? ¿Has hablado conella?

—Sí, sí, culona... sí conozco...ahhhh... hace mucho hablé,entonces... sí, hummm… traía lacompra... —sonreí, intentando ponercara de estúpido—. Chupa, chupaba,sí… humm… mamaba, sí, lamamaba, ahhh... como una fiera... Yano viene, no viene, nunca...

—¿Te ha dado algo? ¿Un recado,una carta, un paquete...? —rió Uno,encantado—. ¿Hablas con ella?

—No hablo... ya no... No, nunca...ahhhh, mi colombiana se mosquea...si le hablo, sí, sí... —añadí un toquemaestro seguro de que iba aencantarles—. No... No... recuerdosu nombre, no... nooo... huuummm, laconozco, sí... vino con la compra...huuummm... me corrí... sí, chupa,mama muy rico... sí, sí, tragó tantoque hizo gárgaras... sí, ahhh, eso sí lorecuerdo...

—Las negras, son, son... ehhh...llevan el pecado dentro... sí, lasnegras, sí... también mi mujer... —dije, mirándoles a la cara—. La

palenquera se enfadó... hummm... yano voy a la frutería, no, no voy, novoy, no, nunca... Por el alto coste dela vida... y por las mamadas, sí, poreso...

—¡Bravo, campeón! ¡Sí señor! —rieron los tipos, y Uno me palmeóafectuosamente la espalda—. ¡Hastacon Alzheimer se empalma! ¿Ves tío?Es un niño grande, hay que dejarlemorir tranquilo...

—Sí, bueno, vale, de acuerdo...hummm, gracias... —respondí—.Noticias, noticias... sí, quiero vernoticias...

—¿Te haces el tonto? —preguntóDos—. No me digas que quieresponerte estupendo... ¡Porque te metoun tiro! ¿Vale?

—Te estás, tú, sí, sí, sí... hummm...te pasas un puñao... ahhh... chaval...—dije, secamente—. Sí, te pasasmucho... hummm... sí... conmigo...aaahhh, no me gusta, no, no, no...¡Nervios, nervios...!

—Déjale tranquilo, tío, ¡lo estásalterando! —intervino Uno—. Dime,Paco, y no le hagas caso a estecabrón, que es más malo que eldiablo...

—Diablo, sí, ahhh, no me gusta...Soy, soy, yo soy... un hombre delSeñor, sí, estoy, yo estoy, sí... en pazcon Dios... —prediqué cambiando eltercio—. Sí… hummm… sí, hay quecreer... Jesucristo y Satanás mequieren dar por detrás y el luteranopor el útero y por el ano...

—¿Crees en Dios, Paco? —mepreguntó riendo Dos, como si yofuera un profeta.

—No sé... no sé... no creo, sí, nosé... —afirmé, mirando lejos—.Pero... pero, pero... hummm… situvieras Alzheimer ehhh... ¿Tú

creerías...? Yo, por recordar... sí,por recordar... crucificaría a Cristo...ehhh, ahhh... ¿Sois boxeadores...?¿Puedo ver las noticias...? ¿Sí...?

—No. Para que lo entiendas... Másbien somos algo así como polis... —respondió Uno—. Sí. Creo que nosvamos a marchar y así te dejamos verlas noticias tranquilo...

—Los polis… hummm... polis, síme gustan... sí... —respondí, aliviado—. Entrené con... entrené, sí, antes,con muchos, sí...

—Espera, no tan rápido —dijoDos, sacando la pistola mientras sus

ideas salían por la boca resbalando,como si hubieran llegado allíescurridas desde su cerebroengrasado —. Mira esto, hijoputa...

—Oye, oye, hummmmm... ¡tú, tú,tú me caes mal...! ¿Por qué sacas laespada? —pregunté impasible,haciéndome el gilipollas—. Tú eres,tú, ahhh... ¿Eres... gladiador...?

—No dispares, joder, este tío norecuerda nada. ¿No ves que estádemente? —Uno intentó calmar aDos que disparó—. Coño, mira loque has hecho... ¿Ves, cojonazos? Nise inmuta, le disparas encima y se la

sopla...—Pum, pum, pum... —me tapé los

oídos poniendo cara de loco mientrassentí la bala moviendo olas de aireque me abanicaron la cara —. Pum,pum...

—No le hagas caso, Paco, le gustadisparar a la gente, es un tipodesagradable —me explicó elasesino bueno—. Aunque no seamossantos de tu devoción, te convengomás yo. Para ti, soy mil veces mejoropción que él. Pero no te confundas.Te admiro pero si tuviera quematarte luego tomaría el aperitivo y

almorzaría tranquilamente.—Este tío... no me gusta, no me

gusta, no... —dije simulandoenloquecer—. Ha roto la tele... sí, sí,sí, con... hummm... ¡Con la espada!Ahaha... las noticias, las noticias,quiero... las noticias... sí... soy...hummm… sí, yo soy, sí, un putohombre de Dios...

—Tranquilo, campeón, ya pasó...—dijo Uno, volviéndose haciaDos—. ¿Te has quedado tranquilo,hijoputa? Tú no te cortas ni con laespada de Alatriste. ¡Este tío estáloco, joder! Déjalo en paz, se lo

merece, fue un campeón... Vámonos,larguémonos de aquí... Se acabó.

—No hagas ruido... ahhh... no másruido, no más ruido... —sonreí, ahoraseguro de estar ganando el combate alos puntos—. Los vecinos, sí...hummm… son, ellos son, sí... sonmuy chinches... ¿Os vais...?

—Sí, campeón, nos vamos... —dijo Uno, palmeándome con tristezay empujando al otro hacia la puerta—. Me gustaría mucho quedarme acharlar contigo pero, mejor nosvamos, porque si no… debería...Bueno. Cuídate, campeón...

—Vale, de acuerdo... gracias...hummm... por venir... sí... —lessonreí, antes de lanzar el derechazofinal—. ¿Y la tele...? La has roto...hummm... págamela... ¿sí...? Pum,pum, pum... ¿Quieres boxear? —dijea Dos, levantándome para pelearcontra mí sombra proyectada en lapared—. ¿Quieres... quieres tú? ¡Sítú! ¿Sí...? Tienes... ¿tienes pelotas...?Solos tú y yo... sí, sí... Mi tele...hummm, rota, sí, soy un hombre depaz, sí...

—No te preocupes. Tranquilo,Paco, hoy mismo te envío una nueva.

Buen entrenamiento... —dijo Uno, yañadió para el otro—. ¿Ves, tío?Estaba muerto y sólo le preocupa latele...

(1). Especie de tarjeta de créditovaledera para los gastos, en eleconomato y en teléfono, que nuncadeben superar los 65 eurossemanales por preso.(2). La fluoxetina, conocida porProzac, es un fármaco InhibidorSelectivo de la Recaptación deSerotonina (ISRS). Está indicado

para tratar la depresión moderadaa severa, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), los trastornos depánico.(3). Es un estabilizador del estadode ánimo usado en el tratamientoepisódico de la manía y en ladepresión bipolar.

Capítulo 23

Cuando llegaron, un espasmo demiedo me agarrotó las tripas y sequedó allí, sin soltarme, hasta que sefueron. Antes de largarse, Uno medio un par de besos tan fríos yhúmedos como el lengüetazo de unaculebra de río. Luego, chocó suspuños con los míos igual que hacenlos boxeadores en el ring antes deempezar la pelea. Quedé boqueandopor la fatiga, aterrado y cerré los

ojos para descansarlos de tantamaldad. Por fin, se marchaban.

Abandonaron mi casa mirando a

izquierda y derecha, tan furtivoscomo el cura que se cepilla a ladirectora del ropero de los pobres.Lentamente fui tranquilizándome.Estaba satisfecho. Ni todos los focosdel mundo, iluminando el mejorescenario, hubieran mejorado miinterpretación ante aquel público tanletal. Unos tipos más duros que losverdugos del garrote vil. Sobre todoDos. Su madre debía parir

psicópatas como las conejasgazapos.

Me protegió el palique, frené las

balas con palabras salvadoras,incoherentes y tan faltas de lógicaque los desconcertaron. ¡Quécurioso! Salvé mi vida amparándomeen el que, desgraciadamente y cadadía más, sería mi desmemoriadoestado habitual. Por eso Uno, másperceptivo, intuyó que no mentía. Asu manera alcanzó a comprender queanochecía en mi cabeza, que ya sóloconservaba ráfagas de recuerdos,

girones de memoria que me asaltabaninesperadamente para diluirsedespués en la bruma.

No había terminado de recoger los

trozos del televisor destrozadocuando llegó un tipo con un aparatonuevo. Uno cumplió su palabra, eraun asesino legal, un limpiador (1)

diferente, con su propia ética que,incluso jugando con la muerte comoel gato y el ratón, dejaba un pequeñoresquicio para las emociones. Enotras circunstancias hubiera hechobuenas migas con Tano.

El tipo no reparó en gastos. La

pantalla de plasma era sólo un pocomás pequeña que el césped del RealMadrid y hubiera servido de campode maniobras para la Infantería deMarina. Con lo que costaba, podríancomer muchos niños del TercerMundo durante un año. Veníaacompañada de un tarjetón quedecía: ¡Lo prometido es deuda,campeón! Cuídate. Tu admirador. Eltécnico la instaló en quince minutosy, cuando se marchó, la tele comenzóde nuevo a hablarme bajito. El

hombre del tiempo afirmaba muyserio que seguía siendo verano y queera normal que nos abrasáramos decalor. Todo volvía a la rutina. Mejor,porque tenía poco tiempo y cada horadesaparecida, cada minuto que seesfumaba, era una pérdidairreparable en mi vida.

Cuando me perdía entre las

sombras del exterior y dejaba deexistir o, mejor dicho, me quedabasólo en mi mundo, la televisión meayudaba, acompañaba mi silencio sinpenetrar en mi cabeza. Para mí era

como un aislante cerebral, como unprotector contra los golpes de lavida, como porexpan (2).

Sentía una paz algodonosa,

indolora, de la que surgía algún vagorastro de olor a linimento, en la queveía la lona y las doce cuerdasiluminadas por luces blancas yescuchaba la voz del speaker (3)

anunciando un combate, rugiendopotente ante el micrófono.

—A mi derecha, EL CAMPEÓN...—A mi izquierda, el hijoputa de

aspirante que quiere hacerse unhueco en el cielo a hostia limpia...

Cada día más, las palabras y los

recuerdos se escapaban de micabeza. Bueno, no exactamente,porque estar, estaban ahí. Lo maloera que cuando llamaba a unapalabra aparecía otra y, cuandodeseaba traer un recuerdo, se mepresentaba otro distinto. Me jodíamucho. Además, tenía que superar elacorchamiento de la lenguaanestesiada y tan perezosa que noapetecía moverse. Muchas veces

optaba por no intentarlo más, porrendirme y descansar perdido miuniverso de fantasmas, no en el delos seres vivos.

Era como si una campana de

cristal bajase aislándome de todo,cubriéndome con la tulipa de un fanalde vidrio que impidiera rozarme. Y,allí, aislado, me regodeaba en unviscoso apaciguamiento perpetuo.

Cuando fallaba el asombro y sólo

deseaba existir sin curiosidad, miangustia se tornaba en estupor

primero y, más tarde, en vacuidad, envapor. Entonces aparecía ante mí unabismo infinito, un pozo profundo ytan ancho y oscuro que hasta a losángeles se les partían las alasrecorriéndolo y caían sin ruido, aplomo, hasta lo más hondo. A veces,yo también descendía por aquelsumidero, tan profundamente, tanhasta el fondo que me asfixiabaanhelando una bocanada de airefresco, una imagen, un recuerdo. Ental caso, como los submarinistas,pateaba y me lanzaba hacia arribapara llenar de aire los pulmones y

buscar, en la luz de la superficie,alguna evocación entre el olvido.Aquello lo viví solo, humillado, perosin compadecerme a mí mismo y sinculpar a nadie de mí desgracia.

A menudo, mi cabeza brincaba

atrás y adelante, histéricamente,intentando ajustarse chirriando a losengranajes, a las ruedas dentadas demi memoria. En esos momentostardaba tanto en encontrar la palabraadecuada que casi mediaba un relevogeneracional. Mi mente era como unared por la que, como peces chicos, se

escurrían los recuerdos para volver ala profundidad del pasado sin poderecharles ni un vistazo. Y, por losmismos agujeros, a chorros, yoperdía el interés por vivir.

Como en una foto fija, apareció en

mi mente el recuerdo de ladominicana de la frutería. Debíaagradecerle algo, aunque noconseguía recordar qué. Bueno, yame acordaría, de todas maneras nome sentía con ánimos porque lamorena la mamaba tan fuerte que mehacía aspirar el suelo con el culo. La

primera y última vez, me dejó lapolla tan limpia como si la hubierametido en un túnel de lavado. Y yo,ya no estaba para esos trotes.

A veces, ateo y rojo, rogaba a

Dios que no me volviera inocente,que me dejara morir recordando. Ytambién le pedía otra cosa. Morirabrazado por un amigo. Ningúnhombre debería morir sin tener unamigo a su lado. Se supone que sufamilia le acompañará en el trance,pero, es muy posible que lo haganpor la sangre, la fe, por obligación

social o por la puta herencia y todasesas mierdas. De tus padres,hermanos, sobrinos y primos, deaquellos que no elegiste, es muyposible que dudes. Incluso, esposible que no se molesten en acudira abrazarte y vayan directos alnotario a pillar testamento. Un amigoacudirá a tu lecho de muerte, sólo siverdaderamente desea acompañarte,no por compromiso; únicamentevendrá a abrazarte con rudezaenternecida si lo has merecido, si telo has ganado a lo largo de los años.Y, si alguien que podría estar

follando, tomando una copa o en elfútbol, te coge las manos y lloracontigo mientras tú te mueres, nopuedes dudar, eso es auténtico.

Ese amigo es un hermano elegido

y, aunque lleve fecha de caducidad,nadie te llamará desnaturalizado siun día la vida os separa. Uno noelige a la familia, sólo a los amigos ylos amores. Quizá, también, a losenemigos. Y a Dios, pero no todossabemos llegar a Él. Para mástormento, los afectos impuestos sonaquellos de quienes, pase lo que

pase, no puedes separarte sin quecaiga sobre ti la maldición bíblica.Así, condenados a cadena perpetuaen la misma celda afectiva, acabarásodiándolos. El rencor se cronificaráy deberás procurar que no te empujenal suicidio.

Amigo mío, te fuiste demasiado

pronto. No pudiste verme enfermo niasombrarte porque no te reconocierani te hablara. Me privaste de algo tandifícil como esquivar la soledad ymorir abrazado a un amigo. A unamigo cabal. A mi mejor amigo.

Estoy seguro de que me hubierashablado bajito, tan bajito como latele, suplicándome que me dejase irsuavemente, sin luchar ni añadir másdolor a mi partida. Serénate y mueretranquilo, amigo, me habrías dicho.Y mientras, tus ojos, infinitamentetristes, no se separarían de los míos,ya casi en blanco. Aguardaría serenola muerte silenciosa mientras, tusmanos frescas sujetaran las míasardientes. A tu lado, hubiera muertosin miedo.

Tano. Mi amigo. ¡Cómo han caído

los valientes en medio de la batalla(4)! Vuelve, gitano, vuelve quetenemos que hablar de muchascosas, compañero del alma,compañero (5). Pero ya no podríacogerme de la mano paraacompañarme hasta el umbral de lamuerte. Me lo habían matado y,aunque quisiera recordarlo, me eraimposible saber por qué. Sólo sabíaque él y África habían muerto a causadel Incidente; ella heroicamente y élcomo un daño colateral. Losinductores no percibieron hasta muytarde que fue estúpido desatar a un

perro salvaje como Tano. Nunca fueun héroe, al contrario, peroenfrentarse a él en aquel momentohizo que lo fuera. El coronel,demasiado seguro tras el arma, noadvirtió su locura. Darse cuenta lecostó la vida.

Tano lo desarmó a cuchilladas y,

con el puñal, le abrió el pecho. Eraun cuchillo para matar gente o, almenos, para hacerles mucho daño.No servía para nada salvo paradestripar. Imposible pensar enalguien cortando pan con aquella

hoja dentada. Para salvar la vida, Tano llamó a

la prensa y, desnudo y cubierto desangre, apareció en la calle. Sesentía igual de mal que unoscalzoncillos sucios y con la gomafloja, y olía tan mal que parecíarealquilado en un cubo de basura.Del portal salió desarmado, manosen alto, para convertirse en leyendaurbana. Le aguardaban sus asesinos,pero, los despreció entre el centelleode los flashes y los focos de la TV.

El diablo le poseyó marcándole elcamino de la locura. Bajó su manoderecha, se la llevó a la boca y secomió a bocados el corazón delcoronel Arrondo. Como se muerdeuna manzana. En un instante, o en unsiglo, para cuando todos superaronsu repugnancia, se había tragado lamitad. Entonces, cayeron sobre él, logolpearon y lo encerraron paramatarlo cuando no hubiera cámaras.Mientras, cada vez que cagaba,buscaban en la taza los restos delmilitar para darles cristianasepultura. La locura asusta porque no

se controla ni con buenas razones, nicon pasta, ni siquiera a hostia limpia.

No se puede confiar en losrecuerdos, pensé al levantarme paracoger una foto enmarcada. Sinembargo, llevamos nuestra vidaimpresa en el disco duro de lamemoria. Perder ésta es extraviaraquella, borrar la vida, olvidarla, novolver a disfrutar del pasado. Novolver a ser. ¿Qué mayor desolaciónque mirar sin reconocerlo a aqueljoven boxeador levantando losbrazos en señal de victoria? Mejor

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así. El recuerdo trae cargada en loshombros la nostalgia y tras ésta,inevitablemente, vienen lamelancolía y el dolor. Sí, es mejorolvidar, dormir. Morir (6). No morir,no. Mejor vivir, incluso sinrecuerdos. El alzheimer es unsecuestrador que nos roba lamemoria, que desorganiza el cuboRubik de nuestros recuerdos ydifumina los colores hasta borrarlosdel todo.

Todos me querían, mi mujer y

algunos pocos amigos. Nadie me

trataba como a un enfermo,simplemente, se dirigían a mí como aalguien que no era yo, alguien quevivía en otra dimensión inexploradapor ellos y que, como todo lodesconocido, les desconcertaba. Aveces, hasta les hacía reír con misolvidos.

Me bastaban los pocos recuerdos

que atesoraba y los susurros decariño y las tiernas miradas de minegra, de mi esposa palenquera.Sería feliz.

El sol del televisor encendía miespalda. Un viento seco y vacío secolaba por la ventana y las sombrasse difuminaban ante mí. Entonces,recordé. Soy colombiano pero vivoen España. Fui un buen hombresiempre y Campeón de Colombia delpeso wélter. Me llamo PacoEscorpión Dávila. Sí, sería feliz.

(1). Así se llamaba a si mismo elactor Jean Reno, en la películaLeón, el profesional, de Luc Besson,cooprotagonizado por Natalie

Portman con Gary Oldman y DannyAiello.(2). Poliestireno expandido.Aislante térmico, acústico. etc.(3). En una combinación deespectáculo y elegancia, elpresentador con su micrófono, ha desaber transmitir al público laadrenalina que el boxeo genera. Unbuen speaker consigue levantar alpúblico de sus asientos con lapresentación de cada púgil.(4). La endecha es del libro II deSamuel, 1: 25–27, y, en ella, Davidllora la muerte de su amigo

Jonatan: ¡Cómo han caído losvalientes en medio de la batalla!Angustia tengo por ti, Jonatanhermano mío, que me fuiste muydulce. Más maravilloso me fue tuamor que el amor de las mujeres.¡Cómo han caído los valientes!(5). Último verso de la Elegía a lamuerte de Ramón Sijé, del poetaMiguel Hernández.(6). Evocación del famosoparlamento de Hamlet que comienzacon los veros: Ser o no ser...

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