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LA AR18TOCRACIA CATALAMA EN LA ESPARA DE LOS AUSTRIAS

Joan Lluis Palos Peñarroya Universitat de Barcelona

Nuestra imagen de los gnipos aristocráticos, como otras muchas referidas a la Cataluña de los siglos XVI y X W , permanece adherida a una serie de clichés estereotipados: la castellanización, el empobrecimiento, su vinculación con actividades fuera de la ley o el enfrentamiento sistemático con los ministros de la corona. Muchos de estos arquetipos requerirían cuanto menos una revisión que contribuya a matizarlos ya que en conjunto la nobleza catalana de la Época Moderna apenas ha reclamado en los últimos años la atención de los historiadores'. Este desinterés resulta sorprendente

1 La carencia de estudios globales sobre la aristocracia catalana continúa haciendo imprescindible el breve artículo de Elliott cuya importancia queda reflejada en el hecho de que hasta la fecha se hayan realizado tres ediciones del mismo: «A provincial Aristocracy: the catalan ruling class in the sixtheenth and seventheenth centuriesn en Honieriaje a Jairrne Viceris Vives, I1, Barcelona, 1967; versión catalana en L'Avelic, 40, julio-agosto, 1981 y versión castellana en Elliott, J. H., Esparía y sir nzirndo (1500-1700), Madrid, 1990, 99-122. Ciertamente, desde la aparición de dicho estudio se han llevado a cabo algunos progresos importantes: gracias a Armand de Fluvia y a Morales Roca estamos en mejores condiciones para identificar a los miembros de la aristocracia. Fluvii i Escorsa, A. de: «Relación de los protectores del brazo militar en el Principado de Cataluña)) en Hiclalgiría, XVII, 1969 y «Títulos nobiliarios conce- didos a familias catalanas» en Docirtt~erits i Est~rdis delltisfitiit Mirnicipal d'Histdria, XVI, 1966. MORALES ROCA, F. J.: «Privilegios nobiliarios del Principado de Cataluña)) en Hidalpiría, X X m (1975), XXIV (1976), XXV (19781, XXVII (1979) y XXVIII (1980) y Próceres lrabilitados eri las Cortes del Principado de Cataliriia, siglo XVII, 2 vols., Madrid (1983); el trabajo de Jordi Vida1 nos ha permitido comprender su comportamiento durante la r.ei~olta de 1640 (VIDAL 1 PLA, J.: Gilerra dels segadors i crisi social, Barcelona, 1984); la publicación de algunos diarios personales, por parte de Antoni Simón Tarrés - c o n quien tengo contraída una deuda de gratitud por haberme permitido consultar la transcripción de los textos antes de su publicación- nos ha ayudado a penetrar en la visión del mundo de algunos cai>allers del siglo XVI (sIMÓN TARRÉS, A,: Cai~allers i ciirtadaris a la Cataliriiya del cin-cerits, Barcelona, 1991); el estudio de Xavier Torres sobre el bandolerismo ha iluminado nuevos espacios del mundo de la conflictividad aristocrá- tica (Els Batidolers, Vic, 1991) y, sobre todo, tras las investigaciones de Eva Serra sabemos bastante más acerca del funcionamiento del régimen señorial (SERRA 1 PUIG, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catala durant els segles XVII i XVIII: el patrimoni nobiliari dels Sentmenatn en Recerqires, 5, 1975 y Pagesos i setiyors a la Catalrrtiya del segle XVII, Barcelona, 1988). Aun con todo, seguimos careciendo de monografías sobre individuos y familias concretas cuyos resultados contribuirían con toda seguridad a modificar muchos de nuestros actuales puntos de vista.

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si tenemos en cuenta que durante todo el imperio de los Austrias la nobleza siguió ocupando un lugar central en el escenario de la vida social y política del Principado. Ciertamente, a lo largo de dicho período los aristócratas debieron enfrentarse con serios problemas algunos de los cuales afectaban directamente a su pervivencia como grupo social: contemplaron, no sin cierta impotencia, el fortalecimiento de una clase urbana enriquecida con las actividades comerciales; debieron luchar con denuedo para mantener su presencia en los centros neurálgicos de la administración donde su función tradicional como consejeros reales se vio seriamente cuestio- nada, tuvieron que mantener un difícil equilibrio entre la lealtad al rey y el servicio a la tierra y, sobre todo, vieron como sus recursos se veían menguados de forma alarmante y su economía quedaba presa de un progresivo endeudamiento. En Catalunya, además fueron severamente castigados en sus propiedades y privilegios durante la década de 1640. Al llegar la segunda mitad del siglo XVII todo parecía dispuesto para la liquidación del viejo orden social sustentado en los valores nobiliarios. Y sin embargo, lejos de ser así, durante el reinado de Carlos 11 se produjo una aristocratización de la sociedad como no se había visto desde hacía mucho tiempo. En los momentos más difíciles los nobles fueron capaces de sacar fuerzas de la debilidad dando a entender al mundo que los fundamentos de su poder eran mucho más sólidos de lo que las apasiencias permitían esperar2.

Como resulta bien sabido la aristocracia catalana estaba formada por tres clases de hombres organizados de acuerdo con una división que guardaba muchos puntos de semejanza con otras élites europeas3: en la base del escalafón se hallaban los cavallers o militars, la mayoría de ellos pequeños propietarios sin jurisdicción señorial; en el plano superior los nobles propiamente dichos o barorzs que a diferencia de los anteriores habían heredado un conjunto de privilegios feudales que les otorgaban un amplio poder sobre sus vasallos4 y, en la cima, un reducido clan de familias tituladas algunas de las cuales, como la de los duques de Cardona y los marqueses de Moncada eran propietarias de amplias extensiones donde habían establecido un sistema de gobierno similar al de los dominios reales5. Todos ellos formaban en conjunto el estanzerzt o brac militar. Pero como las clases y grupos bien definidos existen muy pocas veces en la realidad esta organización no pasaba de tener un carácter formal; salvo algunos magnates importantes el resto de los nobles -muchos de los cuales estaban íntimamente relacionados con las élites urbanas- apenas se diferenciaban entre sí en cuanto al aspecto económico y sus opciones políticas. Ello no significa en modo alguno que fueran un grupo cohesionado; más bien al contrario, la división interna y la desorganización fueron durante estos años unas de sus cartas de presentación.

2 JAGO, Ch., en ELLIOTT, J. H. ed.: Poder y Sociedad eti la Esparía cle los Austrias, Barcelona, 1982,248-251. 3 También la aristocracia inglesa estaba dividida en tres grupos, los sqirires o pequeña nobleza de los condados,

los ktiights o barones y la alta jerarquía formada por los pares del reino. STONE, L.: La crisis de la aristocracia, Madrid, 1976, 42.

4 En realidad el término barón era utilizado para designar tanto a los nobles como a todos los grandes propietarios agrarios. Con el objeto de distinguir la parte del todo utilizaremos el término barón para designar a los nobles strictir setisir y el de nobles, señores, magnates o aristócratas para hablar del conjunto de los miembros del estamento.

5 Sabemos todavía muy poco acerca de la administración de las propiedades de la alta aristocracia catalana, pero algunos estudios realizados sobre la nobleza de Castilla de este período revela como los nobles copiaron en buena medida el modelo del gobierno real. Ver, ATIENZA, L: Aristocracia, poder y riqueza en la Esparía nioderna: la casa de Osirtia, siglos XV-XIX, Madrid, 1987 y CARRASCO MARTÍNEZ, A.: El régimen seríorial ett la Castilla nioderna: las tierras de la casa del ltlfar~tado en los siglos XVII y XVIII, Madrid, 1991.

LA EVOLUQIÓM NUMÉRIW DE LA NOBLEZA

Desde la segunda mitad del siglo XVI uno de los principales objetivos del estamento consistió en conocer el número exacto de sus componentes, pero ésta parecía una hazaña más difícil que la de hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja6. La falta de un registro ac- tualizado y fiable era motivo de constantes discrepancias entre los nobles y los ministros del rey. En 1564, con motivo de la estancia de Felipe II en Barcelona un cai1allei., Perot de Vilanova, calculaba que más de 400 nzilitars habían desfilado ante el monarca para rendirle homenaje7. El dato no tendría nada de particular si no fuera porque unos meses antes el gobierno central había calculado que la cifra total de nzilitcrrs no superaba los 275 individuos8. Al menos sobre el papel la responsabilidad de mantener la nómina al día correspondía al Consejo de Aragón pero sus oficiales dieron muestras de un desorden que facilitaba muy poco las cosas de modo que las dudas sobre la pertenencia al estamento de determinadas familias planearon sobre ellas durante varias generaciones: los herederos de Miquel de Puiggarí, que había obtenido una patente de nobleza de manos de Carlos V en 1533, no consiguieron que su nombre fuera incluido en el registro del Consejo hasta 15999; en 1586 una serie de discrepancias entre la Generalitat y los Oliver de Boteller, unos de los mayores propietarios en la desembocadura del Ebro, animaron a los diputados a investigar sus credenciales comprobando que estas presentaban tantos puntos oscuros que poco faltó para que éstos se vieran apeados del rangolo. Este tipo de situaciones resultaban tan frecuentes que en cada una de las reuniones de Cortes había que reservar varias semanas para intentar poner un poco de orden y decidir quién podía entrar en las reuniones del brazo. Pero no sería justo cargar todas las culpas sobre los oficiales del Consejo: ciertas medidas, como la tomada por Felipe 11 en 1592 al mandar borras del registro todos los nobles que habían obtenido el privilegio de forma issegular, contribuían muy poco a facilitar su trabajo"; de hecho, cuando los propios dirigentes del estamento decidieron por su cuenta esclarecer las cosas, la gestión se saldó con un fracaso absoluto12.

El desconcierto queda reflejado en las diferentes listas elaboradas por el Consejo de Aragón con motivo de cada reunión de Cortes, listas que, por otra paste, constituyen la fuente más fiable y completa de que disponemos para conocer la evolución numérica del estamento militar13. Sin duda alguna el dato más llamativo de estas relaciones lo constituye el hecho de que entre 1519 y 1626 -años de la primera y última de las Cortes celebradas por los Austrias- el cuerpo de la aristocracia catalana experimentase un salto tan brusco como el de pasar de 497 a 780 miembros. Lo que ocuil-ió entre ambas fechas constituye un capítulo aparte en el que no siempre resulta fácil distinguir. la frontera entre los cambios sociales y los er-rores administrativos. De entrada todo da a entender que las cifras de 15 19 se hallaban desmesuradamente infladas ya que

6 Como se indicaba en el capítulo segundo de los estatutos de la Cofradía de Sant Jordi redactados en 1602 una de las principales funciones de la institución debería ser precisamente la de llevar al día el registro de sus miembros. ACA, Llibre Verd, G-225,4.

7 PEROT DE VLLANOVA: Metndrias per a senipre, notum 27, edición a cargo de Antoni Simón Tarrés. 8 Un estudio completo de la evolución numérica de la nobleza en La práctica del gobierno eri Catalilrrya,

apéndice documental. 9 ACA, CA., 264, 93. 10 ACA, CA., 267, 34 11 ACA, CA., 261, 39. 12 El ejemplo más claro es el de la Cofradía de Sant Jordi cuyos responsables, después de varios años de intentar

poner el registro en orden, hubieron de abandonar el intento. ACA, Llibre Verd, G-225, p. 3. 13 Aunque contienen algunos errores de transcripción después de analizarlas con cierto detalle considero que en

lo fundamental resultan las más fiables.

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GRÁFICO 1: Evolución numérica de la nobleza catalana: 1519-1926.

de lo contrario resulta muy difícil explicar la desaparición de casi 200 individuos en la década que separa esta fecha de la de 1528. Por otra parte, el ritmo descendente se mantuvo durante toda la primera mitad del siglo hasta tocar fondo en 1547 con tan sólo 184 convocados. Tres lustros después, en 1565, esta cifra se había elevado hasta 272 manteniéndose prácticamente estable hasta 1599 cuando la magnanimidad de Felipe 111 introdujo un elemento definitivo de distorsión sobre cualquier tendencia regular14.

Aunque no hay que despreciar el papel de los imperativos biológicos ya que muchas familias demostraron una sorprendente incapacidad de procreación, en último término los motivos de dichas alteraciones hay que ir a buscarlos en la política de la corona que d~irante todo el siglo XVI estuvo encaminada a limitar el acceso a los escalafones superiores -nobles y títulos- reservando toda posible modificación numérica del estamento al campo de los cnvul1ei.s. La idea de que una aristocracia numerosa podía constituir un serio contrapeso para su autoridad -ya que «cuantos más son los militares tantos más impedimentos pueden poner en Cortes»- encontró fiierte arraigo en la mentalidad tanto de Carlos V como de Felipe 11 para qtiienes la sombra de los acontecimientos de la guerra civil de 1462 resultaba todavía demasiado amenazante15. De ahí que, si durante el reinado del emperador la cúpula nobiliaria permaneció estable alrededor de los 50 miembros en el de Felipe 11 no hizo sino disminuir de modo que en 1585 el total de barones y títulos apenas alcanzaba las 40 personas. Al llegar al final del siglo XVI, el vértice de la aristocracia resultaba verdaderamente angosto: el duque de Cardona, el marqués de Moncada y apenas tres vizcondes, Rocabertí, Canet y Evol. Pero todas las cautelas se vinieron abajo durante el viaje a Catalunya de Felipe que fue capaz de sorprender incluso las previsiones de los más optimistas. Don Federic Despalau no podía salir de su asombro al

14 Debido a la rapidez con que fueron reunidas, en las Cortes de 1599 110 se confeccionó una relación formal de convocados. Para una exposición más detallada del proceso seguido en la elaboración de las cifras ver, PALOS, J. L.: La práctica del gobierrio erl Caialicr~ya, tesis doctoral, UAB, 1990, pp. 50-54.

15 ACA, CA, 261, 39.

comprobar como «en una matinada se publicaren 8 comtes (...) que non feu mes Carlo Magno (...) també se k creat un vescompte de nou que es lo baró de Joc (...) y mes de 80 nobles y altres tants de cavallés»16. Al doblar el siglo, la cúspide de la nobleza titulada se había visto ensancha- da con siete nuevos condes: Perelada (Rocabertg, Vallfogona (Canet) Guimerk (Evol), Santa Coloma (Queralt), Savalla (Boxadors), Montagut (Cruilles) y Erill más un vizconde, el de Joc (Parapeilusa) y eso sin tener en cuenta que casi todos los cawllei~s fueron elevados a la cate- goría nobiliaria17. Atrás quedaban los tiempos duros de Felipe II. Ahora había motivos para pensar que no volverían a repetirse escenas como la de 1564 en que una vez concluida la ceremonia de clausura de las Cortes, los más de 50 candidatos que esperaban ser armados caballeros se quedaron atónitos cuando inopinadamente el rey decidió abandonar. la sala negándose a conceder ni un solo privilegioIx. En conjunto el reinado de Felipe 111 supuso una total trans- formación de la base numérica del estamento militar, que pasó nada menos que de los 225 miembros que aproximadamente tenía en 1599 a los 780 que asistieron a las Cortes de 1626 de los cuales más de un tercio, 264, eran barones y títulos. Hizo falta esperar más de medio siglo, hasta las décadas posteriores a 1650 en que Carlos 11 creó 100 nuevos nobles y más de 150 caballeros, para asistir a una explosión similar de generosidad real19.

Como norma general, los Austrias practicaron una política consistente en buscar el respaldo de los grupos sociales elevados otorgando un elevado número de mercedes durante su presen- tación oficial en el Principado para, a continuación, ir cerrando la espita provocando un paulatino descenso de la población nobiliaria diezmada por los altos índices de mortalidad. Felipe 11, que bastante antes de 1590 había ya decidido «no conceder más privilegios militares en Cataluña»20 fue especialmente riguroso en la aplicación de este principio en la línea de lo que estaba siendo la actitud de otros soberanos europeos en la segunda mitad del siglo XVI y cuya mejor representante no era otra que su principal rival Isabel 1 de Inglaterra. Ambos monarcas convii-tieron los últimos años de sus reinados en un áspero erial para todos aquellos que esperaban obtener el favor de la corona. Consecuentemente no tiene nada de extraño que cuando subieran al trono Felipe 111 en España y Jacobo 1 en Inglaterra, los nombramientos nobiliarios se dispararan por los aires. En ambos casos esta conducta se debía a algo más que a la prodigalidad de unos monarcas dispendiosos. Los dos sucedían a viejos monarcas sólidamente asentados en el poder y celosos de su autoridad; ambos estaban dotados de una personalidad mucho menos acusada que la de sus predecesores, necesitaban ganar el favor de sus súbditos activando al máximo su capacidad de patronazgo y, además, llegaron al poder en un momento en el que la relación de la monarquía con las aristocracias locales estaba experimentando un proceso de aguda transfor- mación.

Felipe 111 rompió la circunspección de su padre, pero mantuvo la tradición familiar de evitar la venalidad de mercedes. A diferencia de otras monarquías europeas donde los reyes delegaron

16 FEDERIC DESPALAU: Memories, 107r. edición a cargo de Antoni Simón Tarrés. 17 El impacto emocional que produjo la actitud de Felipe IíI queda reflejado en la multitud de comentarios,

papeles y documentos sobre el tema conservados en diferentes archivos catalanes. A modo de ejemplos pueden consultarse, ACA, CA, 264 y AHB, ms. B-87, Nonih1.e de a qrrierzes la Magestad del Rey Plielipe III coridecoró cori el títiilo de r~obles eri las Cortes del aiio 1599.

13 PEROT DE VILANOVA: op. cit.: notum 32. 19 MORALES ROCA, F.: «Privilegios nobiliarios del Principado de Cataluña. Dinastía de Austria. Reinado de

Carlos 11 (1665-1700)» en Hidalgicía, 153, 1979, 177 y SS. ICAMEN, H.: La Espaiia de Carlos 11, Barcelona, 1981, 418 y SÁNCHEZ MARCOS, F.: Cafaliiría y el gobierrio ceritral tras la girerra dels segadors 1652-1679, Universidad de Barcelona, 1933, 9.

20 ACA, CA, 266,75.

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en sus favoritos la facultad de conceder patentes de nobleza, provocando con ello una degrada- ción del estamento que amenazó por momentos con trastocar el orden social establecido, los Austrias españoles asociaron siempre esta potestad al ámbito de sus atribuciones personales ya que, como recordaba el Consejo a Felipe Ií hacia 1590, «esta preheminencia es propia de la persona Real de V. Md. para honrar familias y remunerar Para que ello fuera así, la corona tuvo que hacer oídos sordos a las peticiones de los virreyes que una y otra vez insistieron con el objeto de que les fuera concedido el poder de administrar las «cosas de gracia». Claro que una cosa eran las intenciones y otra los hechos: Barcelona estaba todavía demasiado lejos de Madrid para hacer posible el control estrecho de unos hombres que en contra de las indicaciones recibidas utilizaron la prerrogativa de gracia como un instrumento habitual de gobierno contri- buyendo así a aumentar la confusión ya existente y, sobre todo, provocando las iras del soberano al descubrir en 1594 el «abuso que ha habido por armarse por los virreyes muchos caballeros y teniendose por cosa de muy gran inconveniente que esto no se ataje y remedie»22. Tras este enfado, nada tuvo de extraño que, cuando en 1602 los canónigos de Elna solicitaran el privilegio de poder vender cuatro títulos de militars para sufragar los gastos del traslado de la catedral a Pei-pinya, la respuesta que obtuvieran fue una rotunda negativaz3. Todavía en 1604 el Consejo de Aragón afirmaba como «seria de muy mala consecuencia introducir que las milicias se den por dineros sino por méritos y servicios»24. Esta no era en absoluto una frase hecha sino que se ajusta plenamente a la práctica habitual.

Conociendo dichas directrices cualquier aspirante debía saber jugar sus cartas adecuadamente y para ello resultaba imprescindible atinar con la idea que en Madrid se tenía de lo que podían considerarse como méritos y servicios. Desde el punto de vista de la coite, el principal seivicio que los catalanes podían prestar al rey consistía en defender sus intereses desde las esferas del gobierno local y provincial. Claro que en este tipo de planteamientos resultaba muy difícil discernir donde acababa la lealtad y donde comenzaba el interés personal en el sentido más estricto del término. Así, cuando en mayo de 1600 el doctor Jaume Cordelles, a la sazón diputado eclesiástico, solicitó un título de cai~aller el parecer del Consejo fue que convenía diferir la concesión hasta que terminase la legislatura para asegurarse su fidelidadz5. Lo que la monarquía esperaba de los candidatos no era tanto la adhesión teórica a unos principios gene- rales cuanto la colaboración con sus agentes en Catalunya de ahí que ya desde el último cuarto del siglo XVI resultaba coi-riente que los dipcrtats y oidors de la Generalifat que destacaban por su actitud colaboracionista fueran premiados al término de su mandato con un privilegio. Un viejo conocedor de los circuitos oficiales como don Joan de Queralt, apenas dejó pasar unos días después de concluir su trienio como cliputat militar para escribir al Consejo explicando como «siendo diputado en la Diputación respaldó al rey lo cual le ha reportado muchos agravios» y solicitar en consecuencia una merced nobiliariaZ6. La disposición a colaborar con el virrey desde los altos cargos de la Diputación resultaba vital para los intereses de la corona pero donde de verdad ésta esperaba una férsea disposición de servir era en las reuniones de las Cortes hasta el punto de que como aconsejaba el secretario del Consejo de Aragón al joven Felipe IJI en las cuestiones de nombramientos nobiliarios «no se debe abrir la puerta sino que para Cortes

21 ACA, CA, 261, 39. 22 Ibídeiii. 23 ACA, CA, 266, 138. 24 ACA, CA, 267, 99. 25 ACA, CA, 267, 36. 26 ACA, CA, 266, 61, abril de 1591, niemor.in1 de don Jouil de Quernlt

se reseiven semejantes mercedes»27. Efectivamente, unas semanas después de la conclusión de cada reunión de Cortes el Consejo entraba en el estudio de las «cosas de gracia» entre las que figuraban un verdadero aluvión de peticiones nobiliaria~~~. En consecuencia, cualquier aspirante sabía que éstas ofrecían una posibilidad que en modo alguno cabía desperdiciar de modo que «el aver servido en las Cortes con mucha satisfacción de los ministros del rey» acabó convirtiéndose en una coletilla que figuraba en un buen número de solicitudes como las de Pere Vila en 1600, don Galceran de Cardona en 1603 o el conde de Erill en 160!fiZ9.

Si bien las reuniones de Cortes y especialmente aquellas que coincidieron con la primera estancia real en el Principal fueron ocasiones especialmente propicias para ingresar en el cuerpo de la nobleza, como demostraba la experiencia, una cosa era ingresar y otra muy distinta echar raíces: entre 1519 y 1626 formaron parte de la al-istocracia catalana no menos de 700 familias distintas de las cuales 293 ni siquiera fueron capaces de transmitir su conquista a la segunda generación30. En contrapartida, únicamente 78 de las que asistieron a la reunión de 1519 continuaban presentes en 1626 constituyendo el auténtico esqueleto sobre el que se apoyaba el estamento (ver cuadro l)31. Con el paso del tiempo, algunas de ellas habían logrado un grado de implantación que les aseguraba su pervivencia por varias generaciones: a pesar de constituir el 10% de los clanes del estamento aportaron casi el 44% de los individuos que participaron en las 11 reuniones de este período. Atendiendo al número de individuos que cada una de éstas aportaron en las distintas Cortes se encontraban en primer lugar los Cardona y Boixadors con 49 miembros cada una, Copons con 44, Fer-rer con 40, Vilanova con 37 y Rocabertí con 31.

Todos estos cambios indican como entre principios del siglo XVI y el primer cuarto del XVII se produjo una profunda mutación de la base social de la nobleza catalana que se mostró como un gl-upo social con enormes dificultades para autoperpetuarse y por lo tanto necesitado de la inyección periódica de sangre nueva que evitase su extinción. Los imperativos biológicos se estaban convirtiendo en el principal enemigo para la consolidación de muchas familias. En los últimos decenios del siglo XVII, cuatro de los clanes más prominentes, Cardona, Moncada, Queralt y Rocabei-tí quedaron sin descendencia masculina y sus patrimonios y títulos fueron incorporados a ramas colaterales de origen castellano. Pero aún con todo éstos podían considerarse orgullosos de su capacidad generativa. Otros, como los Requesens, Destoi~ent, Durall, Olmeda, Santjust o Centelles, tras varias centurias de intensa participación en la vida política y social del país, no lograron superar la barrera del siglo XVI. Un siglo XVI que no solamente asistió a cambios intensos en la composición de la ai-istocracia sino también en su distribución geográ- fica y a su estilo de vida.

Especialmente las pilmeras décadas fueron años de intensa movilidad para los aristócratas catalanes muchos de los cuales abandonaron sus propiedades agrarias para instalarse en las ciudades o, simplemente, abandonaron el Principado para buscar el cobijo de la Corte. En esas

27 ACA, CA, 267,99. 28 ACA, CA, 261, 115. En los meses posteriores a la reunión de 1585 el Consejo estudió un total de 35 peticiones

de las cuales decidió rechazar 13, informar en sentido positivo de 14 y proponer una investigación más detallada de las 8 restantes.

29 ACA, CA, 266,5, menlorial de do11 Pedro Vilo )J Clnsqrrerí, 21 de errero de 1600. ACA, CA, 267, 12, rt~eniorinl de dotl Gulcerzrii de Cnl.doiia y ACA, CA. 268. 95. tirenioriol de dori Felipe de EEll, I de febrero de 160.5.

30 En total aportaron 3.287 individuos distintos. Sobre los problemas para la identificación de algunos linajes y la grafía de los nombres, ver PALOS, J. L.: op. cit., 53 y apéndice documental.

31 Este grupo puede reducirse todavía más si tenemos en cuenta que únicamente 19 clanes estuvieron presentes en todas las reuniones celebradas entre 1519 y 1626. Estos eran: Cardona, Boixadors, Castellbell, Castro, Clariana, Codol, Copons, Corbera, Doms, Ferrer, Fivaller, Gralla, Gualbes, Guimerh, Merlés, Salbh, Tamarit y Terré.

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"Amo 1 LA E ~ E N S I Ó N BIOLÓG!" DE LA NOBLEZA WWALANA: FAMILIAWBRE"ENTEHEN

LAS BOX"ONVQCATBWIAHEXTREMAS DE WORTES (%5"B9-16"6) Y "TAL DE INDIVI- DUW QUE APORTARON EN EL CONJUNTO DE LAMEUNIONES

1 Cardona 2 Boixadors 3 Copons 4 Ferrer 5 Vilanova 6 Rocabei-tí 7 Peguei-a 8 Erill 9 Doms

10 Ponc 11 Argensola 12 Cruilles 13 Guirnera 14 Salba 15 Corbera 16 Malla 17 Altarriba 18 Castro 19 Carriera 20 Alemany 21 Foixa 22 Centmenat 23 Terre 24 Gualbes 2% Merlés 26 Tor l 27 Montserrat 28 Yvorra 29 Lupia 39 Queralt 31 Palau 32 Pinós 33 Planella 34 Santcliment 35 Tamari l 36 Agul ló 37 Blanes 38 Cas'cellbell

Clariana Fivaller Cassador Olmeda Sorri bes Torres Vallgornera Codol Besper Monrodón Xammar Cenespleda Castellví Molner Oliver Toralla Aymerich Cartella Comte Gort Lordat Margarit Mar imón Meca Rey uesens Soler Vilafranca Vilamala Desvalls Fluvia Jossa Llull Malars Montagut Olzinelles Segner Vilaplana

ciscunstancias, resulta difícil confeccionar un inapa indicativo de su disti-ibucióil geográfica. Además, muchas familias mantuvieron una doble residencia según las épocas del año. Gracias a algunas convocatorias de Cortes podemos intentar seguir la pista de su localización. La tendencia a instalarse alrededor de las pri~icipales ciudades del Principado parece plenamente consolidada hacia 1520 cuando casi dos tercios del estamento residía de forma habitual entre Barcelona, Gisona, Cervera y Perpinyh3'. Aunque más inoderadamente estos desplazamientos continuaron durante toda la primera mitad del siglo eii que el papel de Barcelona como casal de la aristocracia no hizo sino consolidarse: sólo entre 1519 y 1528 el porcentaje de nobles residentes en la ciudad condal, que en ese último año acogía a la mitad del estamento, prácti- camente se duplicó. Si este flujo es explicable por el atractivo que ejercía la presencia de los organismos de gobierno no lo es tanto en el caso de Cervera; la capital de la Segai-ra, no sólo mantuvo su poblacióil ilobiliaria sino que fue aumentándola de forma progresiva. A pesar de todos los desplazamientos, la Catalunya Vella siguió siendo la zona con mayor concentración ilobiliaria de modo que ciudades como Tortosa, Tarragona o Lleida nunca sobrepasaron en conjunto más del 8% del total de los nobles catalanes. Coino era de esperar todas estas m~itaciones no podían realizarse sin un cambio en los planteamientos ilobiliarios. Las exigencias iinpuestas por el estilo de vida urbano, por u11 sistema de gobierno progresivamente burocratizado y por un tipo de relaciones sociales basado en el refinamiento eran otros tantos motivos para que la vieja aristocracia agraria fuera abandonaiido algunos de sus hábitos ancestrales.

A comienzos de la Época Moderna el ideal de la iiirt~is nobiliaria estaba sieildo objeto de una profunda transformaciói~ en toda Europa de modo que muchas etiquetas permanecían pero los contenidos estaban cambiando. Una legión de escritores, tratadistas o dramaturgos, se empeñasoil eil llenar cantidades ingentes papel con el único objetivo aparente de domesticar a la aristocracia"'. El ideal de la cultura parecía dispuesto a abrirse camino como fuera eil u11 mundo dominado por el orgullo de la estirpe y el prestigio de las armas. Pero las nuevas ideas se tomaron su tiempo en pasar de la letra impresa a infoi-mar el comportamiento de los hombres: ni todos los nobles asimilaron estas coil-ientes ni todos lo l i iciero~~ con la misma rapidez. Corporativameiite la aristocracia sintió la clara necesidad de una redefinición que les pe~nlitiera mantener la hegemonía en la sociedad. Buena parte de los estudios sobre la ilobleza del Antiguo Régimen se encuentran marcados por el deseo excesivamente racionalista de querer subsumirla eil uilos esquemas rígidos que nada o casi nada tienen que ver coi1 una dinámica nlucho más espontánea de lo que el histosiador deseasía y que se niega a verse atrapada en un conjunto de leyes generales. Por otra parte, el influjo de cierta historiografía ecor-iomicista l-ia dado lugar a estudios basados exclusivamente en las condiciones materiales de los grupos superiores olvidando que si bien el dinero era el medio de adquisii. y mantenerse en el rango no constituía la esencia del mismo: la piedra de toque era el tenor de vida, concepto que incluía otros muclios factores: ser noble suponía ante todo una manera de estar eil el mundo y de entender la relación con el resto de los mor tale^'^. El1 cualquier momento de la historia, el comportamiento de aquellos hombres que se

32 Vei un estudio mis detdllado de los datos eii PALOS, T L op trr , 50-54 33 AMELANG, J . La fori~rncróir de lrrrn t l n ~ e driiseiite Barcelorrrr 1490-1714, Barcelonn, 1986 107 y w 34 STONE, L. op crr 42

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sienten siiperiores a los demás ha estado guiado por dos objetivos básicos, consolidar sn superiosidad y mostrar al mundo su hegemonía.

Como la mayoría de las clases elevadas, la nobleza catalana demostró estar formada por gentes altamente individualistas y eso nos obliga a ser muy cuidadosos al intentar establecer patrones regulares de conducta. Si había una casacterística que distinguía a la aristocracia de otros gr~ipos sociales ésta no era otra que su radical incapacidad pasa constituir la más mínima organización que les permitiera defender sus intereses co~porativos a la manera como en su día lo habían hecho los esfamentos urbanos. Esta incapacidad propició un clima de notable confu- sión en una época en la que la articulación interna resultaba fundamental para mantener las propias posiciones. Las funestas consecuencias fueron percibidas por bastantes miembros del estamento que, en distintas ocasiones tratason de impulsar las actividades de la Cofradía de Sant Jordi que tras el intento frustrado de 1555 redactó, diez años después, sus primeros estatutos35. Pero la operación más seria para impulsar su actividad tuvo lugar en 1602 de la mano de don Aleix de Alentoin. En las ordenanzas compuestas en esa ocasión don Aleix y sus amigos reflejaban su preocupación «per la falta de statuts y ordinations», razón por la que según ellos «les persones del dit brac han patit grans treballs per sustentas les prei-sogatives de son es tament~~~. Presos de las mejores intenciones los nuevos dirigentes decidieron confeccionar una nómina de sus miembros y dotar a la Cofradía de una organización formada por una asesoría jurídica, un equipo para los asuntos financieros y un órgano consultivo, todos ellos dirigidos por un presi- dente o protector del brazo militar cuyo cargo debía renovarse bienalmente el 3 de mayo, festividad de la Invención de la Santa Cruz. Pero todo eso era pedirle demasiado a unos liombres poco habituados a someterse a los dictados de autoridad alguna de modo que, final- mente, no parece que el organismo sirviera para algo más que para organizar festejos caballe- rescos en las fechas más señaladas del año, intensificar los enfrentamientos con los gobiernos locales y convocar periódicamente tumultuosas asambleas que con frecuencia terminaban en algo más que palabras. A este respecto, la opinión de los consols de Peipinyi difícilmente podía resultar más negativa:

«...y en la vila de Peipinyii de pochs anys enssh es feta erigida una nova cofradia de personas inilita~.s sots invocatió del glorios Sant Jordi ... la qual encara que en los primers principis sie estada instituida per augmentar lo us y exercisi de l'art militar y per altres fins bons y loables, empero en lo discurs y la varietat del temps mes se empleen en periudicar la universitat de dita vila y republica de Perpinyh de la qual ells son membres y en repugnar contra de aq~~ella yntentant y suscitant controversies y pretensions ambicioses ...y en los avanssos de llurs patrimonis pasticulars y en propis grangeries y en mercadear sobre las vitualles per laument dels preus de aquelles de que a de viure y a de esser sustentat lo poble que no en lo exercisi militar. Per quant si en hun any fan algun exercisi militar es de molt poch moment y aquel1 fan a despesses de les pecunies de la Generalitat de Cathalunya com sie itista cosa que a ses propies despeses y de dita cofradia ho han de fem3'.

35 Sobre la fundación de la Cofradía de Sant Jordi ver, DURAN 1 SANPERE, A,: Barceloria i la seva historia, vol. 1, Barcelona, 1973, 194.

36 ACA, Llibre ilerd, G-225, 3. 37 A(rxiu) Mcunicipal) de P(erpinyA), R. AA-13, ítem 11.

Pero si la Cofradía no sii-vió para mejorar la organización de los nobles al menos peilnitió intensificar su presencia en la sociedad gracias a los numerosos festejos con que sazonaron todas las celebraciones urbanas. Claro que su ai~aigo no fue el mismo en todas las ciudades: en Lleida, los puers se las vieron y se las desearon para que los cavcrllers se decidieran a organizar las justas previstas en honor de Sant Jordi, hasta el punto de que, como se lamentaba en 1602 el pcrer en cap, «es cert se ha de venir a perdre lo exercisi militar en L l e ~ d a » ~ ~ . En cualquier caso, la f~lnción de los nobles como factores de las fiestas ciudadanas era algo que iba mucho más allá de una actividad meramente folclórica ya que formaba parte del proceso de reubicación social de la aristocracia en toda Europa.

LA FIESTA Y LA REPRESEMTA~~N DEL ORDEN SOaBAL

En 1516 Baltasar de Castiglione formulaba en El libro del Cortesai~o una propuesta disigida a la nobleza septentrional italiana cuya confianza en sí misma había encajado un nido golpe tras la invasión francesa de 1494; ya que no podía seguir manteniendo su posición hegeinónica, argumentaba, al menos podía asumir una nueva función social basada en el espectáculo y la pública ~s ten tac ión~~. Indudablemente, las ciudades ofrecían para ello un escenasio inmejorable. En Catalunya este mensaje fue asimilado con sorprendente rapidez por una asistocracia dispuesta a abrisse camino en unos municipios que le negaban el paso a las magistraturas locales. Efectivamente, ya desde los primeros aEos después de su fundación, nadie podía identificar a la Cofradía de Sant Jordi con algo más que una institución destinada a la organización de recep- ciones, banquetes y festejos caballerescos. La llegada de personajes ilustres y de modo especial las visitas de los reyes se convirtieron en pruebas de fuego en las que los nobles estaban obligados a forzar al máximo sus posibilidades si querían seguir ocupando los primeros puestos en el convite social.

Barcelona era una de las pocas ciudades peninsulares que poseía una tradición de pompa monárquica en la que las entradas reales ocupaban el papel más destacado40. En 1630 un me- nestral barcelonés que había admisado las fiestas organizadas pasa agasajas a la reina de Hungría no podía menos que reflejar en su diario la honda impresión que le produjeron las «luzidas» car-sozas construidas por los nobles4'. Este tipo de celebraciones formaba parte de un antiguo ritual a través del cual los espectadores apiñados en las estrechas calles de la ciudad veían desfilar ante sí a toda la sociedad ordenada según el modelo impuesto por las clases elevadas: el rey bajo palio asistido por sus principales funcionarios, la nobleza y los cavallers; el clero representado por los obispos, las dignidades y las órdenes religiosas y el tercer estado constituido por los ciutadans, los rnercaders y los gremios. Esta era una procesión medieval que el renacimiento y el barroco conservason en sus aspectos esenciales añadiéndole los elementos

38 A(rxiu) de la P(aería) de L(érida), A. 726, fol. 140. 39 Ver, AMELANG, J.: op. cit., 110. 40 Desgraciadamente este tipo de festejos todavía iio han sido estudiados a pesar de la abundante y prolija

información que se conserva. La importancia que la ciudad concedía a estas celebraciones se refleja en el volumen de páginas consagradas a su descripción en el Dietari del Corrsell y en elevado riúmero de testimonios conservados en la colección de Firllets Bor~sorizs de la Biblioteca de Catalunya.

41 Parets, «Sucesos», vol. 20, p. 50, cit. por AMELANG, J.: op. cit., 138; BC, Fullets Bonsoms, 212, SEUGON, Rafael: El nlagestrroso recibin~iei~to y faniosasfiestas qire en la irisigne ciirdad de Barcelona se liar1 Iiecho a la magestad de la reirra de U~igría, doíia María de Airstria, 1620.

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de teatralidad al gusto de la época4'. Dichas ceremonias empleaban un vocabulario iconográfico y visual pe~fectarnente inteligible para los hombres que las conteinplaban: el rey entraba en la ci~idad como Cristo en la nueva Jerusalén; a través de una cornpleja tramoya de arcos, represen- taciones y alegorías los grupos dirigentes rememoraban tanto las glorias del soberano como sus obligaciones con los súbditos.

Felipe 11 hizo su primera entrada solemne en Barcelona como monarca a la una del mediodía del domingo 6 de febrero de 1564". Previamente la ciudad había sido decorada con arcos, torres y castillos que simbolizaban los triunfos de la corona. En el pol-tal de Sant Antoni, recubierto por un inmenso mural que recordaba la genealogía del rey, éste fue recibido por nn coro de ángeles que «cantant ab molt bolles veus uns versos a sa Magestatn descendieron de lo alto de sus muros para hacerle entrega de la llave de oro de la ciudad. Una vez cruzada la muralla, la comitiva enfiló el carrei del Hospital y las Ramblas en disección a las Drasanes. Pero antes de llegar esperaba una nueva sorpresa ya que el municipio había hecho levantar un nuevo «portal molt gentil, de taulés molt be11 pintats, de pinzell, ab uns gegants [que] y travesave de part a part de la Rambla». Tras mostrar su admiración por la ingeniosa construcción el cortejo entró en el cases Ample para terminar el desfile en la plaza de Sant Francesc cubierta por grandes velos y presidida por una trib~ina donde el rey subió para jurar las constituciones y contemplar el desfile de los gremios cada uno de los cuales fue representando distintas escenas alegóricas entre las que no podían faltar las imágenes de bosques y campos granados de frutos simbolizando la fertilidad que los súbditos esperaban de su reinado. Cuando el rey pudo retirarse a descansar caía ya la noche cerrada44.

A lo largo del siglo XVI este tipo de festejos fueron objeto de una notable transformación: mientras en 1564 su organización recayó todavía en los magistrados y los gremios, tanto en 1585, fecha de la segunda llegada de Felipe 11, como en 1599 con la entrada de Felipe 111, los nobles lucharon por apropiarse los mejores planos de la escenaA5. En este último año la co- misión de fiestas estuvo formada por cuatro aristócratas: don Berenguer de Peguera, don Federic Despalau, don Plegamans de Marimón y don Miquel de Alentorn. La cabalgata del pregón, presidida por don Federic Meca, oidor militar de la Generalitat, se abría con un enano -elemento imprescindible en el desfile bai~oco- portando un cartel en el que se anunciaba el programa para los días siguientes; muy al gusto de la época no podían faltar las representaciones de realezas exóticas, así que don Federic iba acompañado de cuatro reinas, de Hungría, Moscovia, África y la India, ataviadas cada una a la usanza del país que representaban, subidas sobre sus carrozas tiradas por caballos, leones, camellos y elefantes y custodiadas por su cortejo de más de mil jinetes y hombres de a pie disfrazados con llamativas vestimentas. Engalanadas para la ocasión, las principales calles de la ciudad fueron también recubiertas con arcos que conme- moraban los triunfos de la monarquía. A pesar de que éstos no pudieron ser acabados, dada la premura con que fue anunciada la llegada del rey, nadie pareció dudar de que «en tot foren de tanta mayestat que ni los de Mil&, ni los de Valencia ni de Aragó y los de Madrit no n'i Z i ningú [que] s'eyguale». Pero todo esto no era más que el preámbulo de lo que los aristócratas estaban

42 STRONG, R.: Arte y Poder, Madrid, 1988, 22-24. 43 Sobre e1 recibimieilto y las fiestas organizadas por la ciudad con motivo de la entrada real de 1564 ver,

COMES, P. J.: Llibre cle algirties coses nserlyalades. Libiz n/: con1 eiiti.d el! Barcelo~ici lo setiyol. Rey doti Plielip per. ,jirrar. y de les grotisfestes que liforeli feles, 584 y SS. Edición de P. Puiggarí, Barcelona, 1978.

44 Descripción de la ceremonia en PEROT DE VnANOVA: op. cit., notum 17-18. 45 La descripción de 1564 en PEROT DE VILANOVA: op. cit., notum 19 y la de 1585 y 1599 en FEDERIC

DESPALAU: o p cit., 164~1.

dispuestos a organizar. En las jornadas posteriores, 10s actos en honor clel soberano absorbieron su pensamiento con mayor intensidad que los trabajos de las Cortes: los torneos celebrados en la plaza del Born, los largos desfiles y las interminables recepciones, los bailes, pasacalles, representaciones teatrales y los grandes banquetes eran otras tantas fornias que la élire tenía para recordar a sus coiltemporáneos que ellos seguían sierado diferentes.

El tosneo fue un legado transmitido incólume por la sociedad medieval a la renacentista. Ni los nuevos avances militares de los collc1otrier.i italianos ni el advenimiento de las armas de fuego oscurecieron este tipo de ejercicios que fueron considerados con absoluta seriedad como el mejor entrenamiento para la guer-ra hasta bien entrado el siglo XVII. Aunque el torneo como expresión de la caballerosidad cortés fuera una forma de festival propia de la Europa septentrionai, con metáforas iilspiradas en las leyenclas artúricas y los libros cabi-illerescos, liubo también ~ ina vigorosa tradición meridional que desde Italia frie transportada a Barcelona, una de las pocas ciudades donde este tipo cle celebraciones acabaron por convertirse en un elemento integrante de la fiesta urbana4< Hasta bien avanzado el siglo XVII, el b r a ~ r?~ilitoi. coiltintió celebrancto sus torneos anuales en honor de Sant Jordi en la plaza clel Born previamente cancelada para poder cobrar entrada a todos los espectadores. De las tres naodaliciades tradicionales del torneo -la justa, la nielée o to~ri.tzoi y el combate de a pie- fue la primera, que reflejaba mejor que ningrti-ia el nuevo énfasis en la exhibición indivicliial, la que más anaigo tuvo entre los cai~cl1le1.s catalanes. Las justas pronto acabaron f~iricliénclose con el anhelo renacentista de la fania: el cai~aller. que rompiese el nlayor i~úmero de lanzas recibiría el premio y la co~isicleración de todos sus compaiíeros. En 1585 el galardón para los vencedores consistió en la nada despreciable cantidad de 500 lliures4'. Aunq~ie el clesideiatum que reflejaban los torneos pe~maileció inalteraclo, durante el siglo XVI se adaptó a las exigencias cambiantes del comportainienfo aristocrático de modo que el nuevo estilo de vida del aristócrata rirbano se refle.jó en aspectos cotno los atuendos cada vez más sofisticados de los concursantes. UJI asistente al torneo orgariizado en 1585 en honor de Felipe TI 110 pudo menos que anotar en su diario la I-ionda impresión que le produjeron los paramentos de terciopelo negro con chapería de plata que vestían los justadores o la guarnición de oro lucida por los padrinos"! Las posibiliclades de lucimiento que las justas ofre- cían eran una tentación lo suficie~lten~ente fuerte con10 para que nadie se negase a intervenir. El cartel de 1599 presentaba lo más granado de la sociedad del momento, desde los condes de Erill y Rocabertí al duque de Cardona e incluso el virrey duque de Feria. Pero el torneo no era más que la manifestación diul-na de la fiesta aristocrática que continuaba por la tarde y hasta bien entrada la noche con las meriendas, entrega de premios, saraos, festivales y jolgorios en los salones palaciegos.

Durante la estancia real de 1564 el conde de Aytona fue capaz de sorprender a toda la ciudad organizando en su palacio una fiesta de máscaras que se prolongó durante varios días y que estuvo honrada con la presencia del propio inonarca4? Pero en Catalunya había pocos condes de Aytona capaces de soportar los gastos que acarreaba u11 jolgorio de este calibre de modo que los nobles preferían las celebraciones colectivas que siendo más asequibles ofrecían unas posibili- dades semejantes de luciiniento. La modalidad más tradicional era la de las «meriendas de dames» concebidas como un ágape presidido por el rey en el que sólo las esposas de los aristócratas, tanto de la tierra como cortesanos, tomaban asiento para que sus hijos y esposos

46 Cfr. STRONG, R.: op. cit., 27-30. 47 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 107 r. Eri 1599, el premio ascendía ya a 600 11. 48 Ibid. fol. 91u. 49 PEROT DE VILANOVA: op. cit., iioturn 19.

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pudieran servirles en una manifestación que entraba dentro de los moldes más ortodoxos de la caballerosidad gentil. Desde los años ceiitrales del siglo XVI, estas meriendas constituían el acto central del programa de actividades lúdicas diseñado por los nobles durante las visitas reales. En 1585, tuvo lugar en el palacio de la condesa de Palamós y en ella «molts cavallers jovens y ben adressats, tant cortesans com de la terra serviren a les dames»; al final «volgué lo rey no dansasen sinó les dames de la terra» quienes lo hicieron con tanta destreza que nadie dudó de que aquella «fou una de les mayós meriendes que.s fos dada en Espanya de molt temps a esta part)9O. A la de 1599, que se celebró en elpati dels tal.orzge1.s del palau de la Getieralitat asistieron «més de 150 senyores ben adresades que no.ls aportaven aventaye les de Valencia en gales ni ab ben dansar [...] lo rey y reyna se asagueren y menyaren; y les dames de Palacio ab les de la tema davant ses Magestats feren lo matex, lo que nos féu en Valencia, que la menyasen los de la guarda y a l t re~»~ ' .

Independientemente de su capacidad para superar a sus colegas valencianos, los aristócratas catalanes necesitaban convencerse de que sus fiestas superaban en esplendor a las organizadas en otros lugares de la monarquía. En ello les iba su prestigio y consideración como representantes naturales del Principado. El concepto que los nobles tenían de sí mismos guardaba muchas reminiscencias de los tiempos medievales de ahí que, más allá de las instituciones de gobierno, ellos asumieran la obligación de actuar como anfitriones siempre que algún personaje ilustre ponía los pies en suelo catalán. Esta responsabilidad comportaba hospedarles en sus residencias, acompañarles en los desplazamientos y velar por su seguridad. Don Joan de Cardona contaba entre sus principales méritos el de haber acompañado a personajes tan relevantes como la reina Margarita de Austria cuando vino a España para casarse con Felipe 111 o al duque de Saboya a su paso por Barcelona para embarcar hacia Italia5'. Cuando en septiembre de 1595 ciuzó Catalunya el príncipe cardenal Alberto de Austria, cuñado y sobrino de Felipe 11 e hijo del emperador Maximiliano, el barón de Erill que ya tenía experiencia en estas lides por haber acompañado meses antes al sobrino del Papa, organizó un cortejo de más de 60 nobles y cai1allel.s para re- cibirle en el Rosellón y acompañarle hasta la frontera aragonesa53. Este tipo de servicios eran una de las mayores galas que un ca i~a l l e~ podía incorporar a su historial y constituían una sólida base para obtener el favor del rey. El propio Erill solicitaba unos años más tarde una ayuda económica argumentando los muclios gastos que hubo de afrontar en la organización del cortejo de 1595 donde debió superar no pocas dificultades; el conde recordaría entonces como al llegar a las inmediaciones de Martorell se encontró el camino obstruido lo que le obligó a trabajar durante toda una noche al frente de un equipo de 300 gastadores para abrir una senda a través de la montaña por la que pudiera transitar a la mañana siguiente la comitiva que acompañaba al príncipe Albertos4.

Esta misma concepción de sus responsabilidades empujaba a los nobles a salir. en defensa del orden público siempre que lo reclamaba su sentido del honor. Los virreyes sabían que si

50 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 91 u. 51 Ibid.: 107r. 52 ACA, CA, 267, 12. 53 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 52r. 54 ACA, CA, 268, 95 , I de febrero de 1605.

lograban ganasse el apoyo de la aristocracia su lucha contra el bandolerismo podía resultar mucho más eficaz. Claro que para ello primero debían apartas a los nobles de las actividades bandoleras. En 1605 el propio don Felipe de Erill contaba entre sus hazañas las de haber organizado una expedición que entró en Francia para capturar al Vidriet -un conocido delin- cuente gascón que había asaltado con su cuadrilla el monasterio de Montserrat-, haber hecho diligencias para localizar a Antonio Pérez o de haber echado el guante a muchos malhechores que se dedicaban a la rapiña en años de pestes5. Comportamientos como el del conde de Erill dicen mucho acerca de la idea que los nobles tenían de sus obligaciones: ellos eran la autoridad y no podían permitir que nadie se tomara la justicia por su mano. En las ciudades, donde los altercados resultaban frecuentes, la presencia de la «policia nobiliarias demostraba una eficacia muy superior a la de los alguaciles y guardas municipales. Las páginas del Dieta1.i del Consell de Barcelona son en este sentido un fiel reflejo del clima imperante en las calles de la ciudad donde la presencia de los nobles resultaba decisiva para apaciguar los ánimos de una población predispuesta a tomar las armas para zanjar la menor diferencia. Un incidente nassado por don Federic Despalau resulta ilustrativo de esta mentalidad. Los hechos tuvieron lugar una mañana de junio de 1588 en que un vidriel. se insubordinó ante don Galceran de Armengol que patsu- llaba con unos cuantos hombres por la muralla del mar. Cuando don Galceran desenfundó la jineta para castigar al insolente se armó un revuelo que rápidamente se extendió por todo el barrio marítimo y si el asunto no fue a mayores se debió a la intervención de xalguns cavallers que.s trobaven en la muralla» y que «veent que volien entras per lo pont del viirey ab molta vallor, se posasen a detenirlos, [diciéndoles] que no fessen tal cosa perque.11~ mata~-ien»~~. En realidad los nobles no tenían ningún interés especial por hacer cumplir las leyes sino que lo único que les importaba era mantener su prestigio; incidentes como éste les brindaban en bandeja la ocasión de demostrar que no estaban dispuestos a tolerar que nadie les pasara por delante y esto nos obliga una vez más a reflexionar sobre la compleja psicología de unos hombres que, junto a la defensa del orden, no dudaban en incun-ir ellos mismos en los más burdos enfrentamientos callejeros con compoi-tamientos propios de matones de baja estofa. Los ejemplos aparecen constantemente en la documentación: en una discusión el joch de la pilota Tomas de Monrodón le asestó una puñalada por la espalda a don Guispert de Guimera que «allí lo agueran per mort sinó fos per uns cavallers que lo g~ardaren»~"; en la noche del 28 de no- viembre de 1592, dos jóvenes cai~alle1.s de Girona que apenas tenían 18 años, Marc Antoni Cartella y Perot de Rajadell, mantuvieron una discusión callejera con Leandre Samsó en el curso de la cual lo asesinaron de un tiro de pedreñal. La noticia provocó consternación en toda la ciudad «pesque tots ells éran amics y.s parlaven y jugaven junt~»~'. Cuando el Consejo de Aragón recabó informes sobre don Galceran de Erill y de Cardona que solicitaba el privilegio de un hábito militar fue informado de que sobre el solicitante pesaba al menos cuatro muertes pendientes de ser esclarecida^^^. La violencia de los nobles catalanes llegó a ser tan proverbial entre los ministros del rey que un pasado limpio de altercados podía constituir la mejor carta de presentación pasa promocionar en el estamento como se comprobó en el caso de los hermanos Pau y Dionis Corder, de Tortosa, cuyo trampolín para dar el salto a la condición nobiliaria era

55 ACA, CA, 268,95, y 264, 109,IS de abril de 1599. 56 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 46r. 57 JERÓNIM PUJADES: Dietai.i, edición a cargo de Josep María Casas Homs, Barcelona, 1975-76., vol. 1,

265-266. 58 JERONI SACOROMINA: Menldries, fol. 40u., edición a cargo de Antoni Simón Tairés. 59 ACA, CA, 265,62.

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casi exclusivamente el hecho de «no ser personas de las que suelen andar ynquietas por aquella ciudad»60. Para los ministros reales había un siiifín de buenas razones para indagas en el pasado de los candidatos a la nobleza.

Efectivamente, las reacciones más ruines y rastreras, más infantiles e impulsivas resultaban absolutamente normales entre las clases elevadas; Don Berenguer Doms no tenía ningún tipo de recato en explicar como había tenido que amenazar a su sobrina, hija de doña Ana de Sentmenat, para conseguir que accediera a sus solicitaciones carnales61. Estos hombres vivían habitual- mente en un estado febril y tanto las dietas como el sistema de vida y la educación que habían recibido contribuían muy poco a controlar los impulsos y a fomentar las actitudes sosegadas. Cuando en 1593, a la edad de 83 años murió el gobernador de Catalunya don Pedro de Cardona, Jerónim Sacoromina, que había tenido ocasión de tratarle durante su etapa como diputado de la Generalitat, no pudo menos que recordar la crueldad de su carácter62. Pero los modales toscos y las reacciones abruptas eran tenidos como señal de distinción entre las clases altas de manera que la reacción violenta ante la provocacióil más insignificante era todavía, hasta entrado el siglo XVII, patrimonio común de la nobleza en toda Europa63. Un cui~ullel como Federic Despalau, tan apreciado por diferentes visseyes por su carácter afable y sus dotes diplomáticas aplaudió con entusiasmo la reacción de don Joan de Erill cuando lanzó por las escaleras de la Diputación al funcionario responsable del cobro del e s c ~ s a d o ~ ~ . La ii~itabilidad estaba a flor de piel: en una sociedad más preocupada por el rango social que por el dinero, situaciones en apariencia insignificantes inflamaban pasiones que a menudo sólo se calmaban con el derramamiento de sangre. Una afrenta al hoilor de la familia, la usurpación de un derecho señorial o el litigio por la repartición de una herencia podían ser otros tantos motivos que hicieran prender el fuego de las hostilidades, máxime teniendo en cuenta que en los círculos nobiliarios el enfrentamiento armado era siempre preferible a los largos procesos legales entablados en la coste de la Audiencia. A menos que entendamos estos presupuestos psicológicos no podremos comprender muchas de las reacciones de la aristocracia. La sociedad de los siglos XVI y XVII, ii~cluso en las altas esferas, no era en conjunto más agresiva que la nuestra pero en ella la violencia adquiría formas mucho más explícitas por menos sofisticadas. En su manifestación más descarnada ésta se encontraba en cada recodo del camino constituyendo un elemento inseparable de su actitud ante la vida.

A pesar de las disposiciones del Concilio de Trento prohibiendo la práctica de los duelos éstos continilaron siendo moneda de cambio habitual entre los nobles. En el verano de 1590 don Garau de Cruilles desafiaba a Tomás de Banyuls con el fin de «averiguar alguiles coses con una espasa y capa». Finalmente, si la sangre no llegó al río fue gracias a la intervención del gobernador de los condados que consiguió ponerlos de acuerdo para firmar una tregua de seis meseP. El problema para las autoridades, y especialmente para los ministros reales responsa- bles de garantizar el orden, era que en Catalunya estos enfrentamieiltos casi nunca tenían un carácter unipersonal. Una compleja red de alianzas hacía que cada individuo pudiera contar con el respaldo de un amplio grupo de personas dispuesto a batirse cuando lo requiriera el honor y b~ien nombre de la familia. Como pronto pudo comprobar el virrey, don Garau y don Tomas no

60 ACA, CA, 266,2. 61 ACA,CA,261,81. 62 JERONI SACOROMINA: op. cit., 42u. 63 STONE, L.: op. cit., 117. 64 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 80 u. 65 ACA, CA, 266, 14.

eran más que la punta del iceberg de dos poderosos clanes: del primero formaban parte don Gelabert de Cruilles, don Gispert cle Guimerk, los hermanos Joan, Bernat y Carles de Lupia, don Galceran de Sentmenat y don Fernando de Ortash, mientras que el segundo, menos numeroso pero igualmente decidido, contaba con el respaldo de don Joan y don Ramón de Vilanova, don Antón Giginta y Francesc de LupiP.

El alineamiento en alguna de las clientelas secularmente enfrentadas entre sí constituía una característica de la alta sociedad catalana mucho más arraigada que el mensaje fraternal de la Cofradía de Sant Jordi. Al parecer, lo primero que le explicaron al diplomático italiano Guicciardini cuando en 1512 visitó Catalunya era el enfrentamiento entre los Agullana y los Sai~iera y como un miembro de este último clan, que además era el batlle general, había ase- sinado recientemente al jefe del primero67. Claro que este tipo de antagonismos no eran en la mayoría de los casos más que ediciones renovadas de ancestrales guerras privadas disputadas por la aristocracia desde los siglos medievales y cuyos orígenes resultaban más inextricables cuanto más hondas fueran sus raíces. Algunos, como los que dividían a los Pujades y Sentmenat, los More11 y Voltor o los Marimón y Alentorn habían adquirido un carácter institucional que los hacía rebrotar periódi~amente~~. La conducta de estos hombres -también en el terseno políti- co- resultaría incomprensible si no tuviéramos en cuenta la existencia de conflictos que condicionaban su comportamiento de la cuna a la sepultura. Por supuesto, las resonancias de estas luchas resultaban tanto más peligrosas cuanto más altos se enconhasen los contendientes en la pirámide de la sociedad, de modo que si las diferencias entre el conde de Aitona y el duqtie de Cardona marcaron el curso de las Cortes de 1565, las que mantuvieron el propio duque de Cardona y el conde de Santa Coloma contribuyeron decisivamente al fracaso de las negociaciones en el brnc nzilitu~ en 1626 69. Precisamente esta institucionalización de la violencia fue una de las cosas que más sorprendió a Guicciardini q~iien pudo anotar en su diario como «la raó d'aquest desordre consisteix en el fet que molts cavallers y gentilshomens de Catalunya estan enemistats y mantenen continues lluites entre uns i altres cosa que per un antic privilegi que té el Regne poden fer lícitament~~'.

Las consecuencias de estos conflictos resultaban especialmente graves teniendo en cuenta la facilidad con que traspasaban el ámbito estrictamente doméstico y entroncaban con el problema más amplio del bandolerismo. La conexión de algunas familias aristocráticas con las redes del delito que operaban en el Principado resultaba clara para cualquiera que conociera mínimamente la realidad social catalana. El problema no era tanto detectar el fenómeno como extirpar sus raíces: hasta las primeras décadas del siglo XVII las gueiyas privadas aristocráticas constituyeron uno de los principales incentivos para la actividad de los forajidos que hallaron en los castillos de los nobles el mejor ref~~gio para protegerse de la justicia real. Para los señores, la participación en actividades al margen de la ley tenía poco que ver con su situación económica que aun siendo un factor importante no resultaba en modo alguno decisivo. Familias como Cardona, Rocabertí, Centelles, Montagut, Guimera o Sentmenat, estuvieron involucradas en el bandolerismo durante largos períodos del siglo XVI a pesar de que su situación financiera no resultara en ese período

66 ACA, CA, 266, 14. 67 GUICCIARDINI, F.: Diario del vinggio irr Spagrra, Florencia, 1932. Versión castellana, Valencia, 1952,

39-40. 68 TORRES, X.: Els Bal~dole~.s, Vic, 1991, 72. 69 Para las Cortes de 1565 ver, PEROT DE VLLANOVA: op. cit., notum 27 y para las de 1626 ELLIOTT, J. H.:

La rebeliórr de los catalarres, 217. 70 GUICCIARDINI: op. cit., 40.

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especialmente acuciante7'. El bandolerismo nobiliario catalán constituía un problema social de carácter antropológico cuya solución iba mucho más allá de las medidas estrictamente represi- vas.

En cuanto se fueron trasladando a las ciudades, los magnates llevason al ámbito urbano buena parte de la conflictividad del mundo agrario72. De esto sabían bastante los consols de Perpinyh que pudieron constatar como «los barons dels presents comtats causan grans y continus disgusts de quiscum dia als homes de Perpinyh [que] segons nos es estat referit resten molt agraviats de opresions y vexacions quels f a n ~ ~ ~ . En la misma Barcelona, el elevado número de nobles que pasaban largas temporadas atraídos por la presencia del gobierno, habían convertido la ciudad en un avispero especialmente agitado, de ahí que en 1602 el duque de Feria propusiera trasladas su corte fuera de la capital de forma que «resultará otro gran beneficio que todos los cavalleros inquietos y que levantan estas polvaredas [...] se q~iedaran en Barcelona desampara-

'

d o ~ » ~ ~ . Como era de esperas el comportamiento de los nobles acabó chocando con la autoridad de los gobiernos miinicipales. El juicio de los co~zsols de Pe~pinyh al respecto resultaba tajante; para ellos la elevada presencia nobiliasia en su ciudad era la causa de «irreparables danys, discordies y dissentimentsn y su dedo acusador señalaba directamente a los principales minis- tros del virrey «co es lo portantveus del general governador, lo noble don Guillem de Sinisterra, lo procurador reial, lo noble don Luys de Lupia y lo jutge de batlle micer don Joan Ros y lo advocat fiscal de les corts reals micer Francesc Vida1 De~camps»~~ .

El clima de violencia generalizada acabó reportando nefastas consecuencias para el propio colectivo nobiliasio como bien se dieron cuenta los dirigentes de la Cofradía de Sant Jordi para quienes la gran cantidad de «enemistats, pleitos y questions» se estaba convirtiendo en causa de «la ruina de les conciencies, haziendes, auctoritat y calitat de dites persones»76. Desde co- mienzos del siglo XVII fueron cada vez más numerosas las voces que clamason por la necesidad de poner coto a la violencia nobiliaria: «iquanta majos razón ay para borrar de la de los de este Principado el apellido de niassos y cadells» clamaba en Francesc de Gilabert77; pero no pasece que el suyo fuera más que un grito en el desierto. Todas las iniciativas de la Cofradía para que los trapos sucios se lavaran en casa sin necesidad de llegar ni a las almas ni a los tribunales de justicia cayeron una y otra vez en saco roto. Pero ¡qué se podía esperar cuando las asambleas del estamento eran las primeras que acostumbraban a terminar en broncas monumentales! Las dos reuniones celebradas en 1601 acabaron de forma similar: en la del 28 de abril «se mogué tal avalot que per temor no vinguessen a les mans y siguis algun sinistre, hi hagué de anar lo governador ab aguazils»; pocos meses después, el 11 de julio «hi hagué grans crits, avalots y paraules injur ioses~~~. La facilidad pasa mostrar las armas resultaba especialmente nefasta en las Cortes donde las sesiones del b l q militar alcanzaban con diferencia las mayores cotas de agresividad. En pleno fragor de las discusiones, durante la reunión de 1626, bastaron unas

71 TORRES, X.: op. cit., 113. Las razones que impulsaron el bandolerismo nobiliario catalán han constituido el tema de una larga polémica en la que han participado entre otros Vicens Vives, Regla, Vilar, Elliott y Sales. UII balance de las diferentes posturas en TORRES, X.: op. cit., 21-26.

72 SERRA 1 PUIG, E.: «Tensions i ruptures de la societat catalana en el procés de formació de l'estat modern. Una reflexión, en Marlirscrirs, N - V , 1987, 73.

73 AMP, BB-23, Testarner~t del coiisols, 1608-1609, ítem 2. 74 ACA, CA, 267, 62,28 de octlrbre de 1602. 75 AMP, R. AA-13, ítem 11. 76 ACA, Llibre Verd, G-225, 14. 77 GILABERT: Discirrso sobre la,fireiite de la verdadera nobleza, Lleida, 1616, 23. 78 JERÓNIM PUJADES: op. cit., vol. 1, 90.

palabras subidas de tono por paste del conde de Santa Coloma para que el duque de cardona desenvainase la espada y ambos, seguidos de sus respectivos partidarios, se enfrascasen en una tumultuosa refriega que sólo pudo ser contenida por la intervención de los funcionasios reales presentes en la sala79.

Ante este tipo de situaciones las posibilidades de intervención por parte de la justicia real resultaban verdaderamente limitadas, sobre todo teniendo en cuenta que casi ninguno de sus principales funcionarios eran ajenos a los conflictos y que muchos aristócratas estaban esperando la oportunidad de ocupar un puesto de responsabilidad en la administración para vengarse de sus enemigos de siempre. Además, los i~obles necesitaron mucho tiempo para asimilar la obligación de respetar a la autoridad pública que en su sistema de valores se encontraba muy por debajo de la lealtad individual. Por su paste la corona encontró serias dificultades para invertir este orden de prioridades e inculcarles un nuevo código moral en el que el servicio al rey y el respeto a las leyes sustituyera al empleo sistemático de la violencia. Pasa ello era necesasio asociar a los nobles con un proyecto político que ampliara sus expectativas pero ésta era una tarea lenta y algunos virreyes no tuvieron la paciencia necesaria para esperar que llegaran los fmtos; en 1602 el duque de Feria aconsejaba actuar con contundencia con los magnates más díscolos, de modo «que se haga con ellos lo mismo que hizo el prior don Fernando, virrey de Cataluña que por cierto desacato hizo dar un garrote a un cavallero conque amedrentó a los otros de manera que por muchos dias no osason buscar r~ydo»~O. El duque de Feria, como tuvo ocasión de demostrar a lo largo de su visseinato, era un hombre partidario de la fuerza para apaciguar los ánimos aristocráticos. Pero es dudoso que este tipo de soluciones produjeran resultados satisfactorios. En la raíz de muchos comportamientos nobiliarios se encontraba un tipo de educación que lejos de controlar los impulsos más bien los fomentaba.

En la segunda mitad del siglo XVII floreció en Catalunya un nuevo género literario, las oraciones fúnebres, destinado a perpetuar la memoria de los aristócratas más prominentes8'. En estos extravagantes ejercicios de ingenio sus autores, habitualmente clérigos contratados, se veían obligados a estiujar la imaginación para componer el florilegio de virtudes que adornaban a los homenajeados y entre las que ocupaban un lugar dominante las que se referían a su inclinación por la cultura. Si aceptamos la sinceridad de sus autores, cuanto menos deberemos convenir que esto constituía una auténtica novedad en el comportamiento de los nobles cuyas tendencias pocas décadas antes en modo alguno hacían presagiar tal transformación. Efectiva- mente, en las Cortes de 1585, el representante de Vic no pudo menos que esbozar una sonrisa burlona al comprobar las dificultades de muchos aristócratas pasa moverse en el intrincado mundo de los papeles y textos legales: «los mi1itar.s no y entenen en res que tot lo poder tenen donat al brac eclesiastic y real»". Desgraciadamente sabemos muy poco sobre la clase de educación que recibían los nobles catalanes. Algunos monasterios tenían una sección dedicada a la formación de los vástagos de las buenas familias; hacia 1560 los monjes de Montsessat contaban entre sus alumnos apellidos tan ilustres como Requesens, Monrodón, Erill, Pinós o

79 ELLIOTT, J. H.: La rebelióri de los catalarles (1598-I640), Barcelona, 1982, 217. 80 ACA, CA, 267, 62,28 de octirbre de 1602. 81 Sobre las oraciones fúnebres ver, AMELANG, J.: op cií , 121-123. 82 A(rxiu)M(unicipal)V(ic), Joan Ponsich al Consell de Vic, 23 de octubre de 1585.

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Queralt además de los hijos de varios ciutan'crris honi.ats de Barcelonag3. En casi todas las po- blaciones, incluida la propia capital, el municipio asumía la responsabilidad de contratar profesores que se dedicasen a la instrucción de los jóvenes; pero ésta no era una empresa fácil. Tras una búsqueda infmctuosa el corisell de Balaguer llegó a la conclusión de que en Catalunya apenas había personas preparadas para cumplir este cometido. Aunque la conclusión de los magistrados de Balaguer fuera exagerada resultaba un síntoma de la frágil estructura educativa catalanaa4. En Barcelona, los jesuitas se hicieron cargo en 1632 del Colegio fundado por Jaume de Cordelles en el tercer cuarto del siglo anterior y esta institución estuvo destinada durante las décadas siguientes a constituir el paradigma de la formación de los jóvenes aristócratasu5. Por lo demás en el Principado solamente había una universidad, el Estudio General de Lleida. En conjunto no era mucho para elevar el nivel cultural de unos cai~a1ler.s que por otra parte se mostraron más bien reacios a cruzar las fronteras para is a estudiar a las universidades castellanasa6. Aún faltaba mucho tiempo para que la costumbre del Grarzcl Tour. assaigara entre ellos. Desde luego, Francesc de Gilabert tenía todos los motivos para lamentarse de cómo era «cosa digna de llorar, pero dificil de creer, pues es contra la inclinación de naturaleza, despreciar el dominio como le desprecia la nobleza con ignorar las ~ciencias>>~'.

Es posible sin embargo que estas lamentaciones acabaran produciendo algún efecto en la actitud de los nobles hacia el mundo de la cultura. El mismo Gilabei-t se nos muestra como un hombre familiarizado con los principales autores clásicos, tanto griegos -Heráclito, Sócrates, Platón, Asistóteles- como romanos -0vidi0, Tito Livio, Séneca o Cicerón-. Aunque de forma tardía el influjo del humanismo acabó llegando también a aristócratas catalanes. En la mayoría de ellos el principal motivo para zambullirse en las aguas de las letras radicaba en la necesidad de abrirse paso hacia los puestos de gobierno. Los nobles podían llegar a aceptar que un clérigo de baja extracción social ocupara cargos de responsabilidad en la administración pero les resultaba intolerable verse superados en la carrera hacia el poder por la burguesía de las ciudades. Esta asociación entre cultura y poder hizo que el campo de las leyes fuera el más frecuentado por los aristócratas de modo que entre 1551 y 1703 casi el 15% de los abogados catalanes eran de extracción nobiliaria8! En este sentido, una de las carreras más rutilantes fue la de don Lluis de Peguera que durante los años del cambio de siglo logró convertirse, gracias a sus tratados de leyes, en uno de los letrados más prestigiosos del Principado lo que le permitió desplegar una dilatada cai-sera política en la que ocupó prácticamente todos los cargos de la administración relacionados con la esfera jurídica8! Aunque mucho más modesta, la carrera de Perot de Vilanova resulta il~lstrativa de las inquietudes de un sector de la pequeña nobleza: antes de dedicarse plenamente a la dirección de sus propiedades en Flix, Perot había estudiado más de doce años en el Estudio General de Lleida - o c h o de leyes, tres de gramática y uno de lógica- y practicado durante un breve tiempo la abogacía en Bascelonago. Pero aun siendo indicativos, éstos no pasaban de ser casos aislados. Al comenzar el siglo XVII todavía faltaba mucho para que se reunieran los ingredientes que permitiesen fundar un foro aristocrático como el de la

83 CORTÉS, C.: Els Setarití, Barcelona, 1973, 126. 84 A(rxiu)H(ist~ric)C(omarcal)B(alaguer), 1.1.2.: copiador de cartes, 1585. 85 AMELANG, J.: op. cit., 158-162. 86 ELLIOTT: «Una aristocracia provincial» en EspaGa y sir rrlirndo (1500-1700), Barcelona, 1990, 33. 87 GILABERT, E.: op. cit., 21. 88 AMELANG, J.: op. cit., 80. 89 ACA, CA, 267, 114. Además de asesor personal de varios virreyes, don Lluis había ocupado diferentes cargos

en la Real Audiencia como tesorero, abogado, regente, juez de greuges y consultor del racional. 90 PEROT DE VILANOVA: op. cit., notum 1.

Acaclen~ia dels Descorfiats que en el año 1700 reunía en el palacio Dalmases del barcelonés carr.er. Moi~cacla a personajes tan ilustres como los condes de Erill, Savallk, Damius, o el marqués de Moya entre otrosy1.

La tardanza en hacer suyo el interés por la cultura parecía tener una lógica explicación en unos hombres pasa los que su condición de propietarios agrarios seguía siendo la principal seña colectiva de identidad. Ésta era una consecuencia lógica en un país donde una gran parte del tei-sitorio estaba en manos privadas.

LA SBTUACIÓN EWMÓMIMA: I. LA DISTRIBU~IÓWB DEL WELO

Tradicionalmente, los dominios de la corona en Cataluña habían sido más bien reducidos y aunque esta situación se vio afectada en parte tras la guerra civil de 1462, que le permitió apoderarse de los territorios del condado de Empuries y el vizcondado de Castellbó, en lo sustancial permaneció inalterada durante la Época Moderna. A finales del siglo XVI la jurisdic- ción del rey llegaba a poco más de un tercio de los llocl7s lo cual significaba que extensas zonas del país vivían todavía bajo la autoridad señorial. De hecho, las posesiones reales únicamente superaban a las de la nobleza en la ileguer.ía de Girona mientras que en las comarcas del interior como Lleida, Cervera, Agramunt, Montblanc, Balaguer o el condado de Rosellón ésta señoreaba la mayoría de las poblaciones. Además, si la guerra civil había contribuido a ampliar la zona de influencia de la corona, también había ensanchado los dominios de algunas familias como la de los Moncada que incorporaron a sus posesiones una buena parte de las propiedades de los Cabrera obligados a refugiarse en sus tierias italianas del condado de Basy2; pero sin duda al- guna, los grandes beneficiarios del conflicto fueron los Cardona quienes no solamente ensancharon de forma notable sus propiedades rústicas sino que además obtuvieron de Ferran 11 la dignidad ducal hasta entonces reservada a los miembros de la familia real.

Los efectos de la debilidad territorial del rey estaban mitigados por la intensa fragmentación del suelo. Según los cálculos de don Luis de Peguera a finales del siglo XVI el ter-sitorio catalán se hallaba dividido en 2.270 llochs de los cuales 1.666 eran de jurisdicción señorial: en conjunto, los eclesiásticos con 516 llochs, la nobleza titulada con 528 y los nobles o bai.ons con 537 podían considerarse los grandes terratenientesy3.

En Catalunya los grandes terratenientes eran del todo excepcionales. El caso más destacado era sin duda el de los Cardona que según las apreciaciones del visitador Pedro de Marca, quien en 1640 inventarió sus bienes antes de ser expropiados, poseían casi la sexta parte de Cataluña9-'. Es muy posible que el celo expropiador de La Marca le llevara a exagerar las cosas pero, en cualq~iier caso, a finales del siglo XVI, los Cardona eran señores de 239 lugares seguidos a bastante distancia por los Moncada con 93, el conde de Erill con 50, el de Perelada con 27, el de Santa Coloma con 21 y el de Vallfogona con 20. Pero esto no puede hacernos perder de vista

91 AMELANG, J.: op. cit., 168. 92 Sobre la redistribución de las propiedades de la nobleza ver, PELÁEZ, M. J.: Catalurtyn després de la gire1.r.a

cii~il del segle XV, Barcelona, 1980 2 . 27-29 y SOBREQUÉS 1 VIDAL, S.; SOBREQUÉS 1 CALLICÓ, J.: La griei.r.a civil catalaria del segle XV, Barcelona, 1973, especialmente, vol. 11, 7-179.

93 Datos extraídos a partir de la información proporcionada por PEGUERA, Lluis de: Practica, foi.rria i stil de celebrar corts gerlerals en CatliiMa, y rttateries iticidents eri aqirelles, Barcelona, Gerony Margarit, 1632. Apéndice.

94 ZUDAIRE: ({Bibliopiratería del visitador Pedro de Marca» en Revista de A~.cliii~os, Bihliolecas y Mirseos, t. LXVIII, 2, 1960.

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WUADRO 2 DIUTRBBU"IIÓN POR V E G U E R ~ B I ~ E LAS JURI"DIW"IONEWDE "TALUNYA A FINALES

DEL "GLO XVI"

Barcelona Lleida Girona vic Manresa Cervera Tortosa Tarragona Vilafranca Montblanc Tárrega Balaguer Agramunt Camprodón Puigcerda Rosellón

Las columnas 3" y 4" son un desglose de la segunda. En el apartado de nobles hcluimos estrictu sensu los miembros del brag militar y en el de otros, los eclesiásticos, municipios, Diputación y en general propietarios no pertenecientes al cuerpo de la nobleza.

que la cuantificación de los señoríos para medir la riqueza de los nobles es útil solamente por el efecto psicológico que produce ya que en sí mismo el señorío no era una unidad de riqueza sino una definición de derechosg5. Y como algunos nobles pudieron comprobar el derecho y el dinero no siempre andaban emparejados ya que muchas propiedades eran tan reducidas y pobres que constituían una carga más que un beneficio, haciendo que cualquier estudio equilibrado de las finanzas aristocráticas exija una distinción previa entre renta y pa t r im~nio~~.

Al final de la Edad Media la potestad de los nobles sobre sus vasallos se vio sensiblemente limitada por las disposiciones de la Sentencia Arbitral de Guadalupe aunque ello no fue

95 STONE, L.: op. cit., 81. 96 Por otra parte, como han demostrado algunos estudios recientes, debemos estar prevenidos contra la tentación

de medir el poder económico de los nobles tomando como único punto de referencia sus propiedades rurales e inmuebles teniendo en cuenta la enorme importancia que entre su fortuna tenían los valores en oro, plata y demás objetos domésticos. Ver, JAGO, Ch.: «La «crisis de la aristocracia)) en la Castilla del siglo XVII» en ELLIOTT, J. H. (ed.): Poder y Sociedad eri la Espaiia de los Airstrias, 255-257.

obstáculo para que -contrariamente a lo que en ocasiones se ha pensado- los feudos nuaran siendo su principal fuente de ingresos. A pesar de la abolición de los tradicionales usos los señores continuaron disfrutando de un conjunto de derechos como el de host y ca\,alca&, los pasatges y salvaguarda que, unidos al mendamiento de espacios comunales como los molinos, carnicerías o cotos de caza y pesca podían reportarles pingües beneficios". Pero por encima de todos, los diezmos y censos enfitéuticos continuaron siendo durante tiempo la columna veitebral en la economía de unos hombres anclados en las tradiciones de sus antepa- sados. La muestra más clara de la impoitancia que los diezmos tenían en sus finanzas la encontramos en la numantina resistencia ejercida por el estamento a la introducción del impuesto del excusado por parte de Felipe IP8. Al narrar el «heróico» comportamiento de determinados aristócratas, la pluma de don Federic Despalau temblaba de emoción. Algunos como el vizconde de Rocabertí, don Garau de Alentorn, don Joan de Boxadors, don Esbert y don Miquel Desaplau, don Jaume de Cardona, don Joan de Guimera, don Ramón Dausa, Enric Tersé de Picalqués, Latzer Bosch de Vilagaya, Francesc Gualbes de Corbera e incluso viudas tan ilustres como doña Isabel de Sentmenat y de Alentorn, señora de Sentmenat y doña Rafaela de Oms y de Cardona prefirieron la ignominia de la cárcel antes que plegarse ante una carga tributaria que incidía sobre el punto más sensible de sus ingresosg9.

A pesar del descontento con que fue recibida la Sentencia Arbitral de Guadalupe, el siglo XVI constituyó un período general de bonanza para las economías nobiliarias que alcanzaron sus momentos álgidos entre 1545-1550 y 1580-1585100. No fue sino a partir de esta última fecha cuando la crisis comenzó a mostrar su rostro amenazador desencadenando un movimiento de contracción durante las primeras décadas del siglo XVII. Evidentemente, el climaterio de 1640 precipitó la frágil situación de muchos aristócratas cuya situación económica acabó tocando fondo entre 1650-1665 cuando un importante número de familias se declararon en bancarrota. Hizo falta esperar hasta los años 30 del siglo XVIII para que los nobles que sobrevivieron pudieran disfrutar de un nuevo período de expan~ión'~'.

En los momentos más agudos de la crisis los nobles demostraron una alarmante falta de imaginación para hacer frente a los problemas. Esta circunstancia se pone especialmente de manifiesto en sus conflictos con los campesinos: la diversidad de los cultivos hizo que fueran cada vez más los productos que se escapaban a su potestad fiscal; la negativa de los agricultores a pagar los réditos de dichos productos dio lugar a u11 sinfín de pleitos que agudizó todavía más el malestar social en el campo catalánlo2. Quizá sería injusto calificar a los nobles catalanes como descuidados. Franqois Bertraud, un viajero francés que recorrió la península a mediados del siglo XVII, no d~idaba en mencionar al duque de Cardona como ejemplo de aristócrata

97 SERRA, E.: «El regim senyorial: recomposició del sistema feudal» en L'Avelic, XrNI , abril 1980, 37. Los capbreirs se acostumbraron a renovar cada 30 años por término medio constituyendo una de las principales armas de control en manos de la nobleza puesto que a través de ellos se pretendía cercenar de raíz cualquier pretensión de los pagesos a reclamar el dominio útil de la tierra.

98 El excusado, un impuesto para financiar la lucha contra la herejía que Felipe 11 alcanzó del pontífice Pío V, consistía en la apropiación por parte de la monarquía del diezmo procedente de una finca de cada parroquia y que debía ser la tercera en orden de importancia.

99 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 80 u. 100 DURAN 1 PUJOL, M.: «L'Evolució de l'ingrés senyorial a Catalunya (1500-1799)», en Recerqires, XVII,

1985, 10. 101 DURAN 1 PUJOL, op. cit., 8 y Vilar, P.: Catalirnya diris I'Espanya riioderrza, 4 vols., Barcelona, 1964, vol. DI,

533 y SS.

102 DURAN I PUJOL, M.: op. cit., 17.

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preocupado por el rendimiento de sus tienasln3. Pero las circunstancias requerían algo más que el simple interés por la percepción puntual de las rentas. Un señor diligente debía ser capaz de controlas una multiplicidad de factores tales como la fluctuación de la demanda, los índices de precios o la reilovación de las técnicas lo cual exigía una dedicación a los negocios y una preparación técnica de las que frecuentemente los nobles casecieroil. Esto afectó de manera especial a los magnates con tienas muy dispersas en manos de administradores descuidados cuando no clasamente estafadores. Es posible que los pequeños feudos de los tniiitui~s, de cuya rentabilidad dependía directamente su sustento, estuvieran explotadas de forma más inteligente. Perot de Vilanova se nos presenta a través de las páginas de su diario como un caiwllei~ esmerado, trabajador y buen administrador de sus bienes: lleva sus cuentas al día anotando con meticulosidad cada una de las entradas y salidas, se mantiene perfectamente informado de la evolución de los precios en el n~ercado de Barcelona, introduce reformas constantes en su finca, estudia los tipos de cultivos, aumenta el número de cabezas de ganado y se encarga personal- mente del cobro de todos los aiseildamientos.

A comienzos del siglo XVII eran muy pocos los nobles que estaban dispuestos a considerar el comercio como una alternativa a compensar su déficit presupuestario de manera que los esfuerzos de las Cortes de 1626 al reconocer la nobleza de determinadas actividades mercantiles tuvieron una acogida inuy limitada".'. En este sentido, el comportamiento de los aristócratas catalanes estaba todavía muy alejado del de sus homónimos ingleses para quienes el comercio coiistituía ya durante estos años una de sus principales f~ientes de ingresos. Hizo falta una profunda renovación del estamento en los años siguientes a 1652 para que las cosas comenzaran a cambiar aunque no fue hasta las últimas décadas del siglo XVLI cuando la reluctailcia comenzó a disolverse: en 1690, don Bernat de Aymerich se convertía en representante de la recién fundada Compañía de Santa Cruz dedicada al tráfico de productos textiles; poco después, eil 1692, don Manuel de Lupiá y don Josep Cartellá se hallaban entre los miembros fundadores de la Jiinta de C o m e r ~ i o ' ~ ~ . Pero tampoco conviene lanzar las campanas al vuelo: por esas mismas fechas, Josep Aparici, uno de los más estrechos colaboradores en la empresa refoimadora impulsada por Narcís Feliu de la Peña, aún se quejaba amargamente de «la falta mayor de aquesta nostra terra, que la nobleca no vol apadrinas lo públich c o m e ~ p ) ' ~ ~ .

Al referisnos a los problemas económicos de la nobleza debemos distinguis siei~~pre entre el empobrecimiento absoluto y el relativo. Los aristócratas siguieron poseyendo tierras con un importante valor riominal pero estas mostraban incapaces de proporcionarles la liquidez nece- saria para satisfacer no solamente sus exigencias de lujo sino incluso algunas de las ilecesidades más perentoria^'^'. En las últimas décadas del siglo XVII el «cos de eredat» de los Sentmenat estaba tasado en casi 150.000 Iliures lo cual no era óbice para que estos años coincidieran con los de mayor endeudamiento de la familialo8. Pero el endeudamiento no siempre era sinónimo de empobrecimiento y menos aún de ruina. A comienzos de la centuria la deuda acumulada por los Guimera, barones de Abella y Ciutadilla, suponía aproximadamente el doble de sus ingresos señoriales pero a pesar de ello la familia, lejos de encogerse, optó por una política expansiva

103 BERTAUT, F.: dourna1 du voyage d'Espagne, 1659», Revire Hisparliqile, 47, 1919; cit. por JAGO, Ch.: op. cit., 224.

104 MOLAS RIBALTA, P.: La birr.giiesía 17iercarltil eri España, Barcelona, 1985, 139. 105 AMELANG, J.: op. cit., 82. 106 KAMEN, H.: op. cit., 139. 107 Una situación similar se produjo en Castilla, ver, JAGO, Ch.: op. cit., 258-260. 108 SERRA, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catala durarit els segles XVII i XVILI: el patrimoni nobiliari

dels Sentmenatn en Recerqiles, 11, 1975, 47.

invirtiendo alrededor de 2.500 11. en la adquisición del término de Bovera y unas décadas más tarde, en 1630, el «onz&» de Nalenclo9. Por otra pai-te, el ejemplo de los Banyuls pone de mani- fiesto como ésta no era una situacióil excepcional. A pesar de encontrarse económicamente eiltrampados a finales del siglo XVI los barones de Nyer desai-rollaron una política activa y einpreildedora basada en la compra-venta y arsendamientos de fraguas, moliiios, minas y bosques que a la postre se mostró mucho más rentable que la tradicional percepción de los

Pero no todos los magnates demostraron el mismo espísitu emprendedor de los Guimerá o Banyuls y otros que, como los Lupia y los Alemany demostraron actitudes igualmente empren- dedoras"'. Para los que simplemeilte se dedicaron a esperar tiempos mejores, el endeudamiento se coilvistió en una losa cuyo peso resultó insopoi-table. El primer encargo recibido por P a ~ i Claris al poco de ser nombrado embajador del cabildo de la catedral de Urge11 en Barcelona consistió en poiler todos los medios para cobrar las 1.500 11. que don Diego de Alentorn adeudaba al capítu10'~~; pasa pagar las suyas, don Felipe de Erill tuvo que vender varias po- blaciones de su propiedadLL3; los Meca, Cassador y Rocabertí hubieron de empeñar buena parte de su pat~irnonio"~; don Felip de Toralla tuvo que ver cómo sus bienes eran subastados en el «eilcant p u b l i c l ~ " ~ , mientras que a la viuda de don Francesc de Sentmenat no le quedó más remedio que el de declararse in~olvente"~. Los centenares de expedientes que se acumularon en los despachos del consejo de Asagón solicitando la ayuda real nos sitúa ante el drama de una clase social económicamente desarmada y sin capacidad de reacción para encarar sus problemas. Situaciones de este estilo no podían producirse sin importantes consecuencias psicológicas para Linos hombres habituados a un comportamiento altanero y dispendioso.

La psicosis de empobrecimiento se encontraba sólidamente implantada en la mentalidad de m~ichos nobles ya a comienzos del siglo XVII momento en el que estaban encontrando serias dificultades para mantener el ritmo de vida que habían llevado hasta entonces. En 1605 los nuevos estatutos del b1.a~ nzilitur invitaban a un drástico recorte de las partidas destinadas a

109 SERRA, E.: «Els Guimeri, una noblesa de la ten.a» en Recerqiies, 23, 1990. 110 SALES, N,: «El senyor de Nyer sense els nyerrosn en Seiiyors bandoler.s, nliqiielets i boiifle~r, Barcelona, 1984,

10-101. 111 TORRES, X.: op. cit., 111. 112 A(rxiu)C(apitular)U(rgell), Carres Tranieses 12 de agosto de 1637. 113 ACA, CA, 268, 95, 1 de febrero de 1605. 114 SERRA, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catali durant els segles XVII i XVIII: el patrimoni nobiliari

dels Sentmenatn, 49. 115 Ibidern, de acuerdo con los cálculos efectuados por la propia Sena los principales acreedores de la nobleza se

podrían agrupar de la siguiente manera: 42% la Iglesia, 40% la propia nobleza y 18% particulares (desde clérigos a notarios asando por campesinos o ciirtadctrls horirats). Según la autora el llamativo peso de la Iglesia y la propia nobleza en el papel de acreedores podría interpretarse como un proceso de cambio de manos de los patrimonios señoriales mucho más que de una enajenación de los mismos, cfr. p. 57.

116 En 1674 la viuda de Francesc de Sentmenat alegaba unos ingresos netos de 1.874 11. anuales, cantidad muy alejada de las 7.927 que calculaban sus acreedores. Teniendo en cuenta que el montante total de las deudas de los Sentmenat alcanzaba las 84.150 11. cabe pensar que, en cualquier caso iba a necesitar mucho tiempo para nivelar sus finanzas. Ver, SERRA, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catala durant els segles XVII i XVIII: el patrimoni nobiliari dels Seiltmenat)), 47 y 52.

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gastos suntuarios a los que no dudaba en calificar de «excesius, superfluos y insuportables». Estas orientaciones constituían todo un incentivo pasa cambiar el estilo de vida, «mudant y ajustant segons la concurrencia dels temps [en consonancia con] la modestia y vestigis de nostres antecesors». Para que nadie se llevase a engaño sobre las intenciones del mensaje éste concretaba un conjunto de indicaciones sobre el modo de vestir, instando a la moderación en el uso de adornos innecesarios, en la utilización de las prendas de seda y cuero así como los hilados de oro y plata; se recomendaba que los coches no estuvieran ni pintados de oro ni con asientos de seda y, finalmente, descendía a detalles tales como los excesos en los banquetes limitando los gastos a 30 1li~l i .e~ en los normales y a 100 ducados en los de bodasii7. Estas re- comendaciones podían entenderse sin duda como un programa de contención de gastos aunque, en muchos sentidos, no era más que la reacción de la vieja casta aristocrática ante el nuevo rumbo que estaban tomando las cosas en el seno del propio estamento. Efectivamente, la política de Felipe 111 permitiendo la entrada en el cuerpo a un elevado número de familias procedentes de los sectores urbanos enriquecidos con la práctica de los negocios estaba amena- zando con trastocar el orden nobiliario establecido. Como resulta habitual, los recién llegados necesitaron consolidar su nueva posición social mostrando al muildo su capacidad para el lujo y la vida dispendiosa y esto suponía un duro latigazo para unos nobles incapaces de competir en la canera por la con~ideración"~. Con el siglo XVII pasecía llegado el momento en que muchos tuvieron que experimentas en sus propias carnes las advertencias de Esteve Gilabert, acerca de

«la inconstancia de lo que el mundo da, y como se sirve de pelota de cada qual de nosotros, jugando con ella, dandole ya al derecho, ya al revés, subiendola en lo alto, echandola a lo baxo, rebatiendola en la pared del trabajo, inchandola con el viento de la prosperidad, y la que mas bien librada queda de sus manos, es la que dexa en la red del desengaño, porque no acabe de romperse»ii9.

La intervención de la diosa de la fortuna en los avatares de la vida arraigó muy hondo en la forma de ver las cosas de algunos aristócratas catalanes. Al conde de Santa Coloma se le abrió el cielo el día que descubriera yacimientos de oro, plata y cobre en sus propiedades; pero decididamente, la fortuna no estaba aliada con el conde y todo quedó en un chasco decepcio- nanteiZO. La evocación hecha por el doctor Pujades de la carrera del conde de Villalonga, a quien en 1607 le fueron confiscadas todas sus propiedades por no poder pagas sus deudas, refleja a la pei-fección la idea del noble empobrecido y maltratado por el destino:

ccaygudes del mon, que de pobre cavaller jove practicant de notari en Barcelona, se n'ana a cort a servir al secretari Gassol, y avia passat per escrivh de registre, aprés de manament, aprés secretasi del Consell de Valencia, y a protonotari, y a noble y a secretari del Consell de Estat y del rey y de la reyna, y a abit de Montesa, y a conte, y a no rés>>i21.

117 ACA, Libre v e d , G-225, p. 15. 118 La lucha entre la nueva y la viqa aristociacia, que constituyó un fenómeno común a casi toda Europa, se vio

incentivada en muchos países por la venta de cargos públicos por parte de la monarquía STONE, L. op cit , 97 119 GILABERT, E : op cit , 1 vlto. 120 ACA, CA, 266, 145. 121 JERÓNIM PUJADES: op crt , vol 11, 41-42.

En la mayoría de los casos, la apelación al infortunio no era más que la manera de ocultar la endeblez de algunas economías; de otra forma sería difícil entender situaciones como la de don Joail de Queralt quien en 1605 aseguraba haberse quedado en la ruina únicamente por los gastos que tuvo que afrontar para defenderse de un falso testimonio levantado contra éliz2.

Parece claro que entre las cualidades que los nobles decidieron activar para salir de la crisis no se encontraba precisamente la imaginación pero éste era un comportamiento lógico en unos hombres habituados a vivir de sus rentas. El problema estuvo en que casi nadie entendió que la rentabilidad de las tierras exigía algo más que la pura extorsión de los vasallos hasta extremos tan salvajes que lo único que consiguieron fue inaugurar una nueva etapa de agitación en el campo que alcanzó su punto culminante durante los levantamientos antiseñoriales de 1640. Bastante antes de dicha fecha la mayoría de los señores, tanto laicos como eclesiásticos, se habían convertido en unos seres odiosos pasa sus súbditosiZ3. Cuando el 10 de julio de 1603 murió en Barcelona, siendo entonces vicrey, el arzobispo Joan Terés,

«la vila de Valls, camp y archidibcesi de Tarragona, saluda la mort de [...] llur senyor y de qui ells eren vasalls, feent un acte lo mes detestable y barbaro que may nació ni poble haya fet. Que en lloch de fer obsequies a son senyor feen fochs, alimaries, grans tirs de pedrenyals y molt galejar, alegrantse de la mort de son senyor (...) ingratitut y fealdat no mai vista ni prou encasida que no sols provoca als homes a despit, pero encara provoca la ira de Deu a punir-los de tal maldat»124.

La reacción de los habitantes de Valls podía parecerle deleznable al doctor Jeroni Pujades pero suponía la explosión de un inconsciente colectivo que debería haber hecho reflexionar a una aristocracia muy poco sensible a la situación de los campesinos. En 1680 un juez de la Audiencia, Bonaventura Tristany, tuvo ocasión de visitar los feudos del conde de Rocabertí en la baronía de Perelada. En el informe que redactó de regreso a Barcelona, Tristany recogía escandalizado los malos tratos que tanto aquél como su madre dispensaban a sus vasallos; según el testimonio del juez, en Perelada imperaba una verdadera ley del silencio sobre la conducta de los señores y los campesinos vivían aterrorizados por la crueldad de los castigos; durante sii estancia se enteró de cómo entre 1670 y 1680 se habían cometido en la basonía no menos de 34 delitos de sangre, entre ellos 22 homicidios, sin que nadie se hubiese atrevido a dar parte a la justiciaiz5. Este tipo de comportamientos despóticos resultaron del todo habittiales entre los nobles catalanes. Cuando en 1584 los síndicos de Granera pretendieron negociar con su señor don Anton Despalau, fueron recibidos por éste con toda clase de amenazas pero como a pesar de ello decidieran mantenerse firmes en sus peticiones así que salieron del castillo decidió llevarlas a la práctica dando señal a sus hombres para que persiguieran a los síndicos hasta darles muerte

122 ACA, CA, 268, 100,6 de octiibre de 1605. 123 Ver, TORRAS 1 RIBÉ, J. M.: «Aproximació a l'estudi del domini baronial del monestir de Ripoll (1266-

1 7 1 9 ) ~ en I CHMC, 203-209. 124 JERÓNIM PUJADES: op. cit., vol. 1, 283-284. 125 Cfr. KAMEN, H.: op. cit., 312.

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en el camino126. A la vista de testimonios como éstos resulta fácil imaginarse a los señores ejerciendo de pequeños sátrapas en sus dominios lo que contribuye a explicar la reacción campesina de 1640 cuando las tienas de los nobles fueron tomadas por bandas de vasallos des controlado^'^^. Una de las manifestaciones más patentes de este descontento fue la serie interminable de procesos entablados por poblaciones que pretendieron sacudirse el yugo nobiliario pasando a la jurisdicción real. A finales del siglo XVI la villa de VincA, propiedad de don Jaume de Parapertusa barón de Joch, intentó llegar a un acuerdo con la corona comprometiéndose a pagar 400 11. anuales a cambio de su libe~tad'~'. Por esta misma época la villa de Almenar estaba a punto de culminar un largo pleito de más de 30 años por idéntico motivo con la familia de los Ycard. Cuando finalmente en 1594 se dictó sentencia favorable a sus pretensiones, los regidores de Almenar, que se comprometían a pagar al rey una renta de 600 11. anuales, aseguraban haber invertido tanto dinero en los trámites que h~vieron que empeñar buena parte de la cosecha de esos añoslZ9; embarcarse en una aventura de estas características exigía una firmeza de propósi- tos que solamente podía provenir de la desesperación. Pero los nobles no tardaron en reaccionar ante el peligro que se avecinaba: en 1599 obtenían un decreto de las Cortes mandando congelar todos los pleitos incoados por villas y ciudades que se querían sacudir su jurisdicción. Esta medida supuso un auténtico alivio tanto para sus intereses como pasa los jueces de la Audiencia que veían cómo sus despachos estaban siendo inundados por un aluvión de demandasI3O. Ade- más, este tipo de procesos planteaba un serio problema a la corona que debía decantarse entre la tentación de aumentar su área de influencia o la necesidad de mantener las buenas relaciones con la aristocracia. Ante este dilema los ministros optaron frecuentemente por una solución intermedia, que ~itilizada con astucia permitía una importante capacidad de presión sobre los nobles, consistente en conservar íntegras sus propiedades, pero limitando el ejercicio de su potestad negándoles el derecho de capbrevar o prolongando artificialmente los pleitos, de modo que vivieran con la incertidumbre de perderlos. Exactamente esto último es lo que se hizo con el barón de Joc a raíz de la demanda de Vinck de modo que considerando

«que el barón es algo bullicioso parece que para tenerlo más quieto y refrenado sería bien siendo V. Magd. servido que ni se le conceda la infeudación que suplica ni tampoco se alce la suspensión de la pragmática pasa que se redima [la villa de Vinq2] sino que viva con esta suspensión de que procediendo bien se le podrá q~ i i t a r» '~~ .

Atrapados entre dos fuegos, la resistencia de los vasallos y la indecisión de la corona, no pocos señores acabaron por comprender que pasa aliviar sus economías había otras alternativas más rentables y, sobre todo, menos traumáticas: por encima de todas se encontraba la posibilidad de negociar buenos casamientos que permitieran algo más que salir del paso.

126 Cit. por TORRES, X.: op. cit., 115. 127 VIDAL 1 PLA, J.: Els miliats felipistes a la girerra dels segadors 1640-52, Barcelona, 1982, 55 y SS. 128 ACA, CA, 266, 81,30 de marzo de 1591. 129 ACA, CA, 266, 3. 130 BELENGUER, E.: «Un balance de las relaciones entre la corte y el país: los «greuges» de 1599 en Cataluña>:

en Estzrdis, 13, 1988, 99-130 y TORRES, X.: 011. cit., 114-115. 13 1 ACA, CA, 266, 8 1 ,30 rT1arzo de 1591.

En esas circunstancias a nadie se le ocuí-sía pensar que el matrimonio tuviera que ver con los sentimientos y, desde luego, los ilobles iio estuvieron dispuestos a que algo tan serio se convirtiera ea un juego de amor para jóvenes inconscientes. Las condiciones de la dote que la mujer debía aportar a la unión eran cuidadosamente estudiadas por los padres que redactaban los capítulos matrimoniales de sus hijos con la misma seriedad de quien estipula un importante acuerdo coinercial. El matrimonio de Perot de Vilanova, que por tener más de 30 años contaba con una experiencia que le permitía llevar personalmente sus asuntos, resulta ilustrativo de cómo funcionaban este tipo de operaciones. A conlienzos de 1565 Perot pensó que había llegado el momento en que debía contraer matrimonio; el 21 de enero se trasladó a Barcelona «ab determinació de casar-me prestn, alquiló una casa en la calle de Sant Just y empezó a hacer sus gestiones. Apenas dos meses más tarde, el 19 de marzo, infoima a su padre de la marcha del negocio: le explica cómo ha entrado en conversaciones con un ciutcrcki, Miquel Quintana, acerca de su hija, cómo el asunto está en manos de los abogados y cómo «fins en aquella hora sols s'allargaren a prometre 3.000 11. y cent ducats», para acabar pidiéndole que acuda rápidamente a Barcelona con el objeto de cerrar los tratos; el 3 de abril las dos partes llegaron finalmente a un acuerdo y dado que ya no había razón alguna para esperar, diez días después, cuando apenas habían transcui~ido dos meses y medio de su llegada a la capital, Perot se casaba con Hipólita Quintana. Las cosas habían ido tan rápidas que ésta continuó viviendo con sus padres hasta el 12 de mayo cuando todo estuvo listo para que el nuevo matrimonio pudiera hacer ya vida en

Resultaba normal que coi1 este tipo de planteamientos una mujer valiera tanto como ascendiera su dote. A lo largo del siglo XVI las cantidades destinadas a dotar a las doncellas casadas con los jóvenes aristócratas permanecieron sorprendentemente estables. En 1503 don Jaume de Cardona recibió 5.500 11. por su desposorio con Caterina de Rocabertí, cantidad idéntica a la que en 1524 Sicilia de Cardona aportaba a su boda con don Guerau de Q ~ e r a l t ' ~ ~ ; Perot de Vilanova que tenía más prisa que pretensiones se conformó con una suma modesta, 3.300 ll., pagaderas en partes iguales en metálico y censa le^'^^. Pero si durante este siglo las dotes respondían aún al objetivo de mantener a la esposa, ya desde las primeras décadas del XVII empezaron a cumplir otra función no menos importante coino la de sanear las finanzas del marido: a finales del siglo XVI, el conde de Erill desembolsó nada menos que 20.000 ducados en la dote de su hija para lo cual tuvo que empeñar paste de su hacienda135; en 1622 la hija de don Nofre de Boixadors aportó 13.000 11. a su enlace con don Felip Vilana y unos años más tarde don Maurici de Cardona de Guimerk i Rocabertí consiguió arrancar a la familia de Dionisia de Reast la nada despreciable cantidad de 21.000 ll.136. Pero ésta era sin duda una cifra poco usual: a los Guimerá les bastaron 10.000 11. para sanear su economía y poder emprender nuevas iniciativas que ensancharan las propiedades familiares13j.

132 PEROT DE VILANOVA: op. cit., fol. 81. 133 Cifras proporcionadas por SERRA, E.: «Evolució d'~in patrimoni nobiliari catali durant els segles XVII i

XVIII: el patrimoni nobiliari dels Sentmenat», 50. 134 PEROT DE VILANOVA: op. cit., fol. 8. 135 ACA, CA, 268, 95. 136 SERRA, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catali durant els segles XVII i XVIII: el patrimoni nobiliari

dels Sentmenatn, 59. 137 SERRA, E.: «Els Guimeri, una noblesa de la ten.a» en Recei.qires, 23, 1990.

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La crisis del siglo XVII hizo ver a los nobles que los frutos más apetitosos no estaban entre su propia clase sino entre los adinerados gmpos urbanos. Los capítulos firmados por Jaume Cortada, un mercader barcelonés enriquecido por los años 40, para el casamiento de sus hijas, no ocultaban en lo más mínimo la intención de promocionarse socialmente al precio de tener que paliar los problemas económicos de las familias de los pretendientes: María, la mayor, aportó en 1671 a su matrimonio con «el noble senyor» señor don Narcís de Anglasell i de Roca, doctor en derecho y juez de la Real Audiencia, 16.500 11. a entregar las primeras 4.500 en metálico y destinadas las restantes a sufragar los compromisos del tan noble como aminado I

esposo138. La menor, Teresa se casó con don Ignasi de Tort y de Granollachs con la misma dote que su hermana y haciendo indicación expresa en los capítulos de que 11.755 11. debían ir destinadas tanto a sufragar las deudas de los Tort como a recuperar paste del patrimonio que éstos habían tenido que empeñar. En el segundo matrimonio de Teresa, esta vez con el cavaller Anton Pera, Jaume de Cortada aumentó todavía más la cantidad -las viudas eran más caras de colocar- que se elevaba en esta ocasión a 22.150 ll.13'. Es cierto que todos estos contratos su- pusieron un buen pellizco para la fortuna del poderoso mercader pero a fin de cuentas ambas partes consiguieron los objetivos que se proponían: el uno asociar su apellido con el de las familias más ilustres de la aristocracia y los otros salir al paso de su vergonzosa miseria. Por su parte, el comportamiento de la familia gerundense de los Sacoromina revela una ley que era común entre la pequeña aristocracia durante los años del cambio de siglo: se trataba de situar las hijas a bajo precio y obtener el máximo posible por el matrimonio de los hijos, o lo que es lo mismo, vender alcurnia por dinero. Entre 1581 y 1602 las diferentes ramas de los Sacoromina negociaron 9 casamientos de mujeres y 8 de varones lo que les supuso un desembolso de 8.500 11. en el caso de los primeros, con un mínimo de 200 y un máximo de 2.000, y una ganancia de 11.375 en el de los segundos con cifras que oscilaron entre las 700 y las 3.000 ll.lJO.

Las pubillas fueron, en el momento de buscar un buen matsimonio para los hijos varones, los partidos más cotizados por los padres avispados. Una buena dote podía acabar suponiendo la incorporación de una parte importante del patrimonio familiar de la mujer lo cual con el paso del tiempo desencadenó una progresiva unificación de haciendas aristocráticas. Así, a fuerza de sucesivos enlaces bien trabajados las propiedades de la familia Sentmenat en el Vallés Occidental se vieron incrementadas por las tiei-ras provinentes de los Erill-Orcaii en 1534 y de los Toralla en 1545. Gracias a sendos matrimonios de sus hereus, los Clariana incorporaron a su fortuna el patrimonio de los Altarriba en 1576 y el de los Gualbes en 1681; por su parte dos de las haciendas más considerables del Principado, la de los Meca y los Rocabertí, se fusionaron en 1647 formando una unidad a la que a su vez se añadió la de los Guimeri en 16611J1. Pero ésta era una partida que tenía como escenario las altas capas de la nobleza y de ella estaban excluidos la mayoría de los cava1ler.s que en los momentos más desesperados apenas les quedaba otra alternativa que el recurso a la generosidad de la corona.

138 GIRALT 1 RAVENTÓS, E.: «Família, afers i patrimoni de Jauine de Cortada, mercader de Barcelona, baró de Malda» en Estildis d'Histdria Agraria, VI, 1987, 277.

139 Ibídem, 278. 140 Cifras extraídas del Dietari de Jeroni Sacoromina. 141 SERRA, E.: «Evolució d'un patrimoni nobiliari catala durant els segles XVII i XVIII: el patrimoni nobiliari

dels Sentmenatn, 35-36.

Desde las últimas décadas del siglo XVI el trabajo del Consejo de Aragón se estaba viendo cada vez más dificultado por la necesidad de atender todas las peticiones de los nobles catalanes tanto en forma de rentas vitalicias como de ayudas de costai". Definitivamente, la mayoría es- taban dejando de ser los magnates altivos e independientes de otros tiempos para convertirse en una cuadrilla de mendicantes descarados. En 1602 don Juli de Marimón se rebajaba hasta el extremo de solicitar la exención del derecho del sello, una pequeña tasa que los caballeros tenían que pagar para obtener la patente nobiliaria y que suponía una cantidad tan reducida que el Consejo acostumbraba a conmutarla a las viudas arminadasM3 La mayoría no tuvieron nin- gún reparo en insistir una y otra vez hasta obtener sus propósitos sabiendo que tarde o temprano la constancia siempre daba sus frutos. A pesar de que en las Cortes de 1585 había obtenido ya un hábito militar, una pensión vitalicia de 200 11 y una ayuda de costa de otras 1.000, don Joan de Queralt volvía nuevamente a la carga en 1591 y, lejos de anugarse por la negativa con que fue acogida su nueva petición, continuó insistiendo hasta que unos meses después le fue concedida una nueva ayuda de 500 lliJ4. La conducta de don Joan tuvo muchos imitadores y algunos tan audaces como don Felipe de Erill que aunque en 1599 había obtenido el título condal y una renta pespetua no estaba en modo alguno dispuesto a cejar en sus ambiciones. de modo que en 1605 se le concedió como premio a su insistencia una suculenta ayuda de 4.000 ducados y una pensión de otros 300 para su hijo1"; por su parte, don Miquel de Requesens a quien la renta de 200 11. que le fue aprobada en 1584 le parecía una verdadera insignificancia no paró en su deseo de conseguir que ésta le fuera aumentada y pudiese beneficiarse de la administración de algunos impuestos de la Dip~tación '~~.

A la hora de afilar los argumentos destinados a mover la clemencia real casi todos pensaron que nada mejor que atribuir la causa de sus desgracias a los servicios prestados a la corona. Así, el gobemador de Catalunya, don Ensique de Cardona, explicaba como en el desempeño de sus funciones había tenido que recorrer el Principado de uno a otro extremo sin más ayuda que su raq~~ítico salario <y los gastos que en estas salidas él y sus pasados [debiemn realizar] han sido tan excesivos que siendo su casa en otro tiempo de las más ricas de Cataluña el dia de oy no tiene casi ninguna renta de patrimonio»'"; el gobemador de los condados, don Joan de Queralt. al poco de ser nombrado en 1591 se declaraba incapaz de desempeñar su cargo con la dignidad que requería dado que siendo diputado de la Geneiulitnt hubo de defender con tanto empeño los intereses del rey que gastó en ello más de 15.000 ducados lo cual, «no pudiendo10 llevar su hazienda. le había obligado a endeudarse hasta las cejas. Claro que lo que don Joan no decía en su memorial era que en realidad había sido sometido a un proceso por los visitadores de la Diputación acusado de traición debido a sus tratos con los franceses a los que permitió realizar incursiones clandestinas en suelo catalán y con los que obtuvo buenos ingresos con el tráfico

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142Las ayudas de costa consistían en una cantidad fija que se entregaban para solucionar un problema determinado.

143 ACA, CA.: 266, 128, 12 de marzo de 1602 y ACA, CA, 266, 194, nlewlorinl de dtía Violante Qzrinta~~a, 4 de jitnio de 1600.

144 ACA, CA, 266, 61. 145 ACA, CA, 268,95. 146 ACA, CA, 261, 119. 147 ACA, CA, 264, 84, i~oi>ier~ibre de 1598.

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clandestino de caballos1". El conde de Erill tras exponer su larga lista de servicios, aseguraba que para poderlos llevar a cabo había tenido que vender dos poblaciones por 18.000 ducados'49; los servicios prestados al rey por don Galceran de Cardona llegaban al extremo de asegurar que había «consumido toda su vida en serville» por lo que carecía de lo imprescindible «para poder remediarse y pagar sus deudas»150, y algo similar le ocui-sía a Joan de Setantí, a quien después de una vida gastada en defender a su rey en los campos de batalla no le quedaba sino «los 200 ducados de renta que su Magestad le había concedido»151.

Resulta difícil sustraerse a la tentación de pensar que estas historias fueron artificialmente infladas para acentuar el patetismo de las situaciones descritas. Y sin embargo es muy posible que en lo sustancial, al menos en aquellos casos en que las solicitudes fueron efectivamente atendidas, respondieran a la realidad. Esto se debía a que el dinero destinado a sufragar las ayudas debía salir de las arcas reales en Catalunya y, como muy bien sabían los consejeros, «ay

' que mirar mucho lo que se concede por lo poco que ay en esta tes~reria»l'~. Efectivamente, las rentas del rey en el Principado estaban tan castigadas que ningún monarca podía pensar en aprobar mercedes alegremente hasta el extremo de que cuando en agosto de 1604 Felipe III decidió insensatamente conceder a don Jaume de Mitjavila una renta de 150 ducados anuales, tuvo que escuchar la reconvención del Consejo recordándole como «la renta que V. Magt. tiene en Cataluña es tan poca cosa que casi no basta para pagar los cargos ordinarios y si algo sobra

sirve pasa el reparo de los castillos que ay en aquella Más consciente de las limi- taciones, su padre había instaurado un procedimiento mediante el cual todas las solicitudes debían estar avaladas por un informe personal del viney garantizando la veracidad del contenido; el Consejo de Aragón una vez estudiados sendos memoriales debía dar su parecer al monarca indicando de forma expresa, en caso de que éste fuera favorable, la partida de la cual se iban a deducir los fondos destinados al solicitante. Todo ello hacía que los monarcas no solamente se lo pensaran dos veces antes de aprobar una ayuda sino que en la medida de lo posible intentaron que ésta no afectara directamente a sus finanzas de modo que cuando en 1600 don Pedro Vila y Clasqueri solicitó una renta y un hábito de las tres órdenes el Consejo recomendó que se le concedieran los hábitos pero que se le negaran las rentas por falta de dinero154. Aunque no po- demos descartar la posibilidad de que algunos nobles lograran ocultar el estado real de sus cuentas hay que aceptar que en la mayoría de los casos las concesiones eran el resultado de una min~iciosa investigación por parte de los ministros y de la constatación de la pobreza de los interesados.

Por lo general, la generosidad de la corona produjo el efecto de fomentar la pasividad de los beneficiados lo que a la larga supuso una verdadera desgracia para las economías familiares. Es cierto que algunos como don Galceran de Cardona o el marqués de Aytona tuvieron la precaución

148 ACA, CA, 266, 61, abril de 1591. Una exposición detallada el proceso a don Joan de Queralt en, FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 4%. El proceso a don Joan planteó en su momento un grave problema jurisdiccional ya que éste pretendió que como funcionario real sólo podía ser juzgado por la Audiencia cuyos jueces a su vez aprovecharon la ocasión para entrar en un terreno que tradicionalmente pertenecía a la Diputación. Sobre esta cuestión ver, LALINDE ABADÍA, J.: La itrstitircióri i~ir.reitial etr Cataliríia (1471-17161, Barcelona, 1964, 253, 278, 289 y Dieta1.i de I'Atitich Cotrsell Bnrceloní, vol. VI, 56 y SS.

149 ACA, CA, 268, 95. 150 ACA, CA, 267, 12. 151 ACA, CA, 261, 37,27 de rio1~ieir1br.e de 1582. 152 ACA, 265, 27. 153 ACA, CA, 267, 9. 154 ACA, CA, 266, 5.

de asegurar buenos oficios para sus hijos pero sus casos fueron la excepción"'; la inmensa rnayo~ia se fueron a la otra vida dejando a la viuda y descendiente en ésta con poco más que lo puesto. El que había sido gobernador de los condados, don Guillem de Sinistelsa acabó sus días habiendo gastado «todo el patsimonio que tenia» y «dejando su casa tan pobre y empeñada» que la viuda no tuvo más remedio que solicitar la conservación de la renta de 600 11. de que su marido disponía; claro que su situación no era peor que la de doña Mariana, viuda del que había sido poi.tani)ess gerlei.al, don Pedro de Cardona o doña Sicilia de Ycart, viuda del batlle general. Todas ellas tuvieron que recurrir a los expedientes de auxilio a la corona para poder afrontar las deudas legadas por sus esposos156. A pesar de que todas ellas acabaron obteniendo cantidades situadas muy por debajo de las que habían solicitado, podían considerarse afortunadas. El sostenimiento de estas damas tenía un interés muy relativo para la monarquía que finalmente - - - . . - -- optó por atender únicamente las peticiones de las viudas de los funcionarios.

LA REWPUEgTB REAL

Ciertamente, la corona no andaba muy sobrada de recursos con los que amortiguar las pretensiones de los nobles catalanes pero, afortunadamente pasa ella su triste situación hizo que éstos se conformaran con poco. Los imperativos del patronazgo constituyeron un problema que con mayor o menor intensidad se plantearon todas las monarquías europeas en los primeros siglos de la Época Moderna. En aquellas regiones donde los conflictos religiosos habían dividi- do a la población, los monarcas triunfadores dispusieron de las propiedades de los vencidos para contentar a sus favoritos; esto lo pudieron hacer Enrique VIII e Isabel 1 de Inglaterra tras la incautación de las propiedades monásticas y episcopales o el emperador Fernando 11 gracias a las expropiaciones practicadas a los husitas en Bohemia1'". En Catalunya la monarquía dispuso de tienas pasa distribuir después de la guerra de 1462 de manera que todavía en 1599 podía hacer entrega a los Cardona del antiguo condado de Empuries; pero ésta fue una situación aislada que además benefició a un grupo muy reducido de familias. Esta situación no se pudo repetir con las expropiaciones efectuadas en 1652 tan poco considerables que apenas sirvieron para reparar los daños de la guei-raliX. La exigüedad de los recursos propios hizo que las rentas y encomiendas eclesiásticas se convirtieran en una de las fuentes más socoisidas por los ministros reales lo que explica el hecho de que las abadías más lucrativas fueran ocupadas en momentos diversos por ilustres representantes de la aristocracia como don Alfons de k a g ó y don Enric de Cardona, abades comendatarios de Sant Cugat, don Enric de Agullana y don Bernat de Santcliment de Sant Joan de les Abadesses o don Gaspar de Vallgomera, don Francesc de Ponts y don Pau Tristany de Sant Pere de Rodesli9. Los recursos monásticos aun con ser impodantes no fueron ni mucho menos los únicos que la organización eclesiástica ofrecía. El derecho de patronazgo que el rey tenía sobre las diócesis catalaiias contemplaba que

155 Don Galceran de Cardona solicitó para su hijo Josep el puesto vacante de comendador de Herrera, ACA, CA, 267, 12, el marqués de Aytona, maestre racional de la casa y corte de S. M., gestionó para el suyo de 11 años el puesto adjunto á dicho oficio ACA, CA, 267, 33.

156 ACA, CA, 266, 153, espedierite de doíin Mnr.iaria de Cardotin. 157 STONE, L.: op. cit., 200 y EVANS, R. J. W.: La nrorinrqzcía de los Habsbirrgos, 1550-1700, Barcelona, 1989. 158 Las propiedades de don Josep Margarit fueron arrendadas por 4.212 11. Ver, SÁNCHEZ MARCOS, F.: op.

cit., 119. 159 Ver abaciologios correspondientes en Gran Enciclopedia Catalana.

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en los períodos vacantes las rentas episcopales debían revertir directamente sobre la corona, de ahí que tan pronto como se difundía la noticia de la muerte o traslado de un obispo se formaran largas colas de pedigüeños hambrientos de saciarse con las migas procedentes de la mesa episcopal. Tanto en 1599, durante los meses en que el obispado de Lleida estuvo desprovisto por el fallecimiento de su titular don Pedro de Aragón, como en 1604 cuando se produjo la vacante de Tarragona, se formó una relación de solicitantes entre los que se encontraban el barón de Erill, don Jerónim de Asgensola, don Gaspar de Muntaner, don Jerónim Terca, don Francesc Cassador además de toda una reata de viudas ilustres como doña Violante Quintana, doña Mariana de Oms o Ana de Ciurana i de Bellafillai60.

Pero éstas no dejaban de ser situaciones esporádicas ya que ni las guerras ni las vacantes se producían cada año y mientras tanto los ministros tenían que agudizar el ingenio para encontrar mercedes debajo de unas piedras que más bien deparaban pocas sorpresas. Lógicamente, una de las posibilidades más asequibles consistía en emplear a los nobles en la administración virreinal cuyo atractivo radicaba más en el prestigio que proporcionaba que en la cuantía de los salarios. Como reconocía el propio Consejo de Aragón, un cargo como el de gobernador de Rosellón, a pesar de ser «el más preeminente de aquellos condados» tenía una asignación tan extremadamente baja -176 escudos anuales- que solamente podía desempeñarlo con dignidad quien tuviera la hacienda suficiente para mantenerse por su cuenta16'. En 1591 don Gabriel de Lupia se declara- ba incapaz de cumplir con sus obligaciones de procurador de los condados mientras no le subieran el sueldo de 175 ducados'62, y unos años después el Consejo tuvo que aprobar una prima especial para don Joan de Queralt dada la imposibilidad obvia en que éste se encontraba para mantenerse con su asignación de gobernador general'63. Pero a pesar de todo había diversos motivos por los que un aristócrata podía sentirse afortunado si llegaba a ocupar alguna de estas responsabilidades. En primer lugar, constituían un verdadero seguro de vida ya que en Catalunya existía la costumbre, común en otras monarquías europeas, consistente en la concesión de una pensión vitalicia a todos los altos cargos que cesaban en sus funciones; además, cualquiera sabía pesfectamente que el trabajo en la administración ofrecía algo más que el atractivo de un misérrimo salario ya que llevaba emparejado un conjunto de privilegios como la inmunidad judicial o la posibilidad de ingresos adicionales más o menos ocultos que, como reconocía en 1604 el propio gobernador del Rosellón, Jerónim de Asgensola, contribuían muy poco a man- tener la imagen de integridad exigible a los funcionario^'^^.

Pero también en este terreno, la escasez era la principal enemiga de la corona que en conjunto disponía de un número muy limitado de cargos que ofrecer. Por si esto fuera poco, los Habsburgos cometieron el eiror de asociar varios de los puestos más atractivos a determinadas familias que los ocuparon de forma hereditaria con lo que consiguieron desmotivar al resto de candidatos que veía como el pastel se consumía sin que ellos tuvieran parte en el convite. Para hacernos una idea de hasta qué punto esto era así, basta tener en cuenta que durante todo el siglo XVI los Ycart controlaron el cargo de batlle los Lupia el de procu~~adoifiscal de los condados166, sendas ramas de los Cardona los de gobel.izador y po~.tani)eus generales del Prin-

160 ACA, CA, 264, 90 y ACA, CA, 267,48, 71, 72,73,74, 96. 161 ACA, CA, 267, 13. 162 ACA, CA, 266, 68, do11 Gabriel de Lrcpiá al Cor~sejo de Arngórz, 30 de marzo de 1591 163 ACA, CA, 266, 61. 164 ACA, CA, 267, 78,12 de junio de 1604. 165 ACA, CA, 266, 143. 166 ACA, CA, 266, 68.

~ i p a d o ' ~ ~ , y los Doms el de gobernador general de los ondad dos'^^. Fuera de esto apenas que- daba nada. Además, esta misma situación se reprodujo en la administración real inferior donde a nadie parecía importarle demasiado que una familia como la de los Banyuls, públicamente conocida por sus implicaciones en las redes del bandolerismo de la frontera, ocupara a lo largo de varias generaciones el puesto de iieguela de Ce~danya '~~. En estas condiciones el císculo se iba cerrando y las posibilidades siendo cada vez más escasas. Ésta no era una situación exclusi- va de Catalunya aunque en otras provincias de la monarquía la penuria de cargos podía ser compensada con la concesión de hábitos de las órdenes militares, hábitos que también escasea- ban en el Principado siendo, a juicio del Consejo, una de las razones por la que los caballeros estaban tan de sujeto^»'^^.

Parecía lógico pensar que esta misma escasez de prebendas acabaría por empujar a muchos nobles a buscar fortuna más allá de las fronteras del Principado. Sabemos muy poco acerca de la participación de la aristocracia catalana en la administración del imperio y sin embargo es posible que ésta resultara mucho mayor de lo que con frecuencia se ha pensado; la carrera de don Luis de Requesens al servicio de Felipe II como gobernador de Milán y los Países Bajos es una de las más conocidas pero ni mucho menos la única. Ya desde las últimas décadas del siglo XVI, cuando ocuparon los visreinatos de Valencia y Cerdeña, los Aytona empezaron a tener una activa participación en la coi-te española. En abril de 1621, don Gastón de Moncada, segundo marqués de Aytona, fue promovido para un puesto en el Consejo de Estado desempeñando un papel decisivo en la reanudación de las hostilidades en los Países Bajos; su hijo, don Francisco de Moncada, conde de Osona y tercer marqués de Aytona fue una de las figuras centrales en la diplomacia de Olivares en las costes de Viena y Bruselas durante la guei-sa de los Treinta Añosk7'. El afán por hacerse un lugar al amparo de la administración central llegó también hasta la pequeña asistocracia. En 1552 un cai~ciller de Flix, Barthomeu de Vilanova, concertó con Francisco de España, receptor general de las penas y maestre de cámara del rey, un plan para la educación en la corte de Gaspar, el mayor de sus hijos. En el contrato se establecía que Francisco de España se encargaría, a cambio de una cantidad en metálico, de la formación del joven cailnlle~.. Diez años más tarde Gaspar era nombrado gentilhombre de la casa de Aragón con una ayuda de costa de 150 ducados; al año siguiente entraba al servicio de don Luis Méndez de Haro y, cuando se retiró su protector, se hacía con el puesto de receptor general comprándolo al precio de 3.000 Iliures. Pero su prometedora car-rera se vio bruscamente truncada en 1569 cuando fue desalojado de sus cargos, según le pareció entender, por el simple hecho de «ser catalb. La familia Vilanova fracasó en el intento de colocar a uno de sus miembros en un buen puesto en la corte pero qué duda cabe de que al menos lo intentó por todos los medios'72. En cualquier caso este tipo de aventuras siguen constituyendo un punto oscuro en el campo de las

167 ACA, CA, 264, 84 y CA, 266, 153, i~ien~orinl de dona Mariarla de Cardorin. 168 ACA, CA, 261, 119. 169 SALES, N,: Els segles de la decad~rrcia, en Histdrici de Cataliirlya, i~ol . IV, dirigida por Pierre Vilar, Barce-

lona, 1989, 49. 170 ACA, CA, 268, 135. 171 ELLIOTT, J. H.: El Corrde Dirqlre de Olivares, Barcelona, 1990, 262. 172 PEROT DE VILANOVA: op. cit., notum 11, fol 8r y 12r.

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ambiciones políticas de la nobleza catalana: jcómo alcanzó el hijo de don Lluis Llull de Boxadors el cargo de inquisidor del tribunal de Murcia en la década de 1630?173; ¿cuál fue el itinerario seguido por don Guillem de Santcliment hasta obtener el puesto de embajador de Felipe 11 en la corte imperial en Praga?'74; ¿y el de don Garau de Spes hasta ser embajador en Londres a finales de la década de 1560 en un momento crucial de las relaciones de España con Is~glaterra?'~~. En diciembre de 1584 otro noble catalán, Joan Baptista de Tassis fue enviado por Felipe 11 a Francia para negociar con el duque de Guisa la ayuda española a la Liga católica en un momento en que estaba pendiente el espinoso asunto de la sucesión al trono francés176. Estos ejemplos se refieren a algunas de las historias más exitosas ya que para casi todos los que lo intentaron la conquista de la corte fue un auténtico salto en el vacío. En su carrera hasta alcanzar el puesto de secretario real el conde de Villalonga había comenzado, siendo un simple cuwllei., como notario en Barcelona desde donde se trasladó a Madrid para servir a las órdenes del protonotario Gasol cuyas recomendaciones le auparon hasta ocupar la secretaría de Valencia en el Consejo de Aragón y ser posteriormente ascendido al Consejo de Estado lo que le permitió, además de obtener la dignidad condal y un hábito de la orden de Montesa, entrar en la camarilla de los ministros más próximos al monarca; pero su intensa dedicación a la política le impidió al conde atender sus asuntos personales y su carrera se vio súbitamente frustrada cuando, acosado por sus acreedores, tuvo que vender la casi totalidad de sus bienes177. Mucha más suerte fue la que tuvo su primer mentor en la corte, Jeronim Gas01l~~. Perteneciente a una familia de cava1lel.s de Tremp, Jerónim había salido de su ciudad natal en 1547 con apenas 400 11. en el bolsillo después de haber renunciado a sus derechos sobre la herencia paterna en favor de su hermano menor. Cincuenta años más tarde, en 1596, obtenía poderes del rey para fundar un mayorazgo estimable en más de 150.000 11. y, ya casi al final de su vida, en 1605, obtenía un título de nobleza. Entre ambas fechas, Jeroni había descrito una carrera que al principio resultó meteórica: en 1547 entró al servicio del emperador participando en diversas expediciones a Flandes y Alemania; en 1556 obtenía un puesto de letrado en la Cancillería de Aragón, dos años después

173 ELLIOTT, J. H.: La rebelióii de los catalaries, 311. 174 FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 103r. Don Guillem de Santcliment fue embajador español en Praga

durante las décadas de 1580-1590, años en los que desempeñó una importante y eficaz tarea diplomática con el objetivo de aunar los intereses de las dos ramas de los Habsburgo solamente comparable a la de Bemardino de Mendoza en París y el conde de Olivares en Roma. Santcliment constituye una pieza fundamental en el tablero diplomático de Felipe 11 jugando un papel decisivo en la formación de un partido católico en la corte del emperador e interviniendo intensamente en los asuntos de Polonia. Ver ELLIOTT, J. H.: La Europa dividida, 1559-1598, Madrid, 6"d. 1988, 391-392.

175 PARKER, G.: EspaNa y la rebelión de Flarides, Madrid, 1989, 122. La familia de Spes había tenido una participación más bien moderada en los asuntos del Principado. Algunos de sus miembros fueron convocados a las Cortes desde 1528 pero no se conoce de ellos ninguna intervención señalada. Todo parece indicar que don Garau había ascendido en la corte de la mano de Ruy Gómez, príncipe de Eboli. Al menos a partir de 1567 nos lo encontramos en Londres donde juega un papel determinante como defensor de la causa católica animando la acción de los partidarios de María de Escocia y participando directamente en algunas intentonas para expulsar del trono a Isabel 1 como la encabezada por el duque de Norfolk o la oscura conjura de Ridolfi. Desde el punto de vista de Alba, Spes era uno de los diplomáticos más ineptos de Felipe 11. Desde luego su actuación hizo muy poco para facilitar las buenas relaciones entre España e Inglaterra durante la crisis de 1568-70. La sospecha de que Spes era el principal agente católico y por lo tanto un constante peligro para la monarquía inglesa hizo que fuera sometido a arresto domiciliario y finalmente expulsado de la isla en 1572. Ver, MALTBY, W.: El Gran Dlrqire de Alba. Uri siglo de Espatia y de Eirropa (1507-I582), Madrid, 1983, 225-247.

176 ELLIOTT, J. H.: La Ezrr.opa dividida, 314. 177 Jerótiim Pirjades: op. cit., 41-42. 178 Todos los datos sobre la carrera política de los Gassol proceden de SERRA, E.: «Els Gassol. De cavallers de

Tremp a protonotaris del Consell d'Aragó», en Pedralbes, 7, 1987, 43-77.

el oficio de la secretaria del reino de las dos Sicilias, en 1566 era nombrado secretario de Catalunya del Consejo de Aragón, cargo al que va añadiendo otros de carácter honorífico como el de guardia y conservador del palacio de Cossenza en Calabria, el de maestro de ceremonias de Salerno, en el reino de Nápoles o el de administrador del sello en la batllia general de Catalunya; su carrera culminó en 1598 con el nombramiento como protonotario del Consejo de Asagón, puesto que en realidad ejercía desde 1591 cuando murió su antecesor Mateo Vázquez de Lecca, lo que le peimitió entrar en la selección de consejeros personales del monarca. Aunque no hay duda de que Gasol debió ser un hombre de valía personal capaz de inspirar confianza en las altas esferas del poder, parece claro que su carrera registró un impulso decisivo cuando se casó en 1581 con la hermana de Mateo Vázquez. Pero el ejemplo de los Gasol pone de manifiesto una vez más las enormes dificultades que la élite catalana encontró para amigar en la corte. A pesar de las influencias de su tío, Joan Gasol fue incapaz de adaptarse al ambiente de la capital de manera que después de una corta experiencia en 1588 estaba dispuesto a hacer las maletas y regresar nuevamente a Tremp: «...yo estava determinado de bolverme a aquessa tierra -escribía entonces al canónigo Jaume Gasol- sino fuera por lo que V.M. me scrive de que no me mueva sin licencia del secretario mi señor»179.

Por razones que no son fáciles de adivinar cierta historiografía ha acentuado con insistencia el apartamiento de las empresas imperiales por parte de la aristocracia catalana. Esta forma de ver las cosas resulta sorprendente si tenemos en cuenta que hace ya bastantes años Reglá explicó como uno de los cauces habituales para la redención de la nobleza bandolera era la prestación militar180; iy no por bandoleros dejaban de ser nobles! Al menos desde 1569, cuando las exigencias del ejército del duque Alba en los Países Bajos así lo requirieron, en Cataluña funcionó de fonna regular el reclutamiento administrativo mediante el cual los nobles locales asumieron la mediación de compañías de soldados del Principado. Parece que sólo en 1587 se formaron diez de estas compañías y tras ello fue normal que cada año se reclutaran al menos dos o tres. A finales de la década de 1580 y durante toda la de 1590 el gobierno central realizó frecuentes ofertas a los nobles catalanes para que dirigieran levas en sus territorios. Y estas ofertas fueron aceptadas en la mayoría de los casos a pesar de las dudas del Consejo de Guerra sobre la lealtad de los fautores181.

Ante requerimientos de este tipo, el dilema para la aristocracia local resultaba de fácil solución: frente a un panorama de escasas posibilidades el ejército continuaba siendo una de las vías más firmes por las que atacar la escalada hacia la cumbre de la sociedad de modo que muchos nobles sin futuro decidieron hacer la carrera militar comenzando como «particulares» -es decir, simples soldados rasos que se mantenían a sí mismos- con la esperanza de progresar y ocupar puestos de mayor responsabilidad. El ejército de Flandes contó siempre con un buen número de cavu1le1.s en busca de una vía de promoción y un atractivo para sus vidas1". La actividad desplegada en este sentido por un amplio sector de la aristocracia rompe en buena

179 Cit. por SERRA, Eva: ibid, 52. 180 REGLA, J.: Felip II i Catalirqa, Barcelona, 1956, 62, 146, 165. 181 THOMPSON, 1. A. A.: Girerra y decadencia. Gobierrio y ahiiriistracióii en la Espaiia de los Airstrias (1560-

1620), Barcelona, 1981, 146-149. 182 PARKER, G.: El ejército de Flatides y el ca>niiio espafiol, 1567-1659, Madrid, 1976, 158.

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manera el estereotipo de una nobleza replegada sobre sí misma y desentendida de los asuntos del imperio. Dos de los tres militares con poderes plenipotenciarios delegados por Carlos V en 1526 para firmar la paz con Francisco 1 de Francia, Hugo de Moncada y Joan Alemany, eran catalanes. Poco antes Hugo de Copons y Dimas de Requesens habían intervenido en la defensa de Rodas, por esos mismos años Felip de Cervelló participaba en la conquista de Tolón como general de las galeras españolas, Lluis Oliver en las campañas de Italia y en 1529 don Galceran de Cardona, Joan Bosca y Jeroni Agustí en la defensa de Viena contra los turcosig3. Contraria- mente a lo que a veces se ha pensado muchos aristócratas catalanes continuaron estando presentes en los diversos campos de batalla europeos durante la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII. Francesc de Gilabert, el caballero leridano que más tarde escribiría su tratado sobre la nobleza, había servido a la corona durante su juventud en las tropas de ultramar tanteando posteriormente, aunque con poco éxito, la carrera cortesana. Algunas familias mantuvieron inintei-l-umpida durante mucho tiempo la tradición militar como era el caso de la de Joan de Setantí: su padre había sido comisario de guerra y de los castillos de la frontera durante los primeros años del reinado de Felipe 11, su hermano Francisco había muerto combatiendo en Italia, Carlos, su otro hermano, había intervenido en la batalla de Lepanto tras lo cual marchó a Flandes donde sirvió como alférez en la compañía mandada por otro catalán, don Miquel de Cardona, enrolándose más tarde en la escuadra del marqués de Santa Cruz, muriendo en 1582 en la batalla de las Azores contra las tropas del prior de Crato; su primo Joaquín se había incorporado en 1566 a los tercios del duque de Alba en los Países Bajos y él mismo había estado a las órdenes de un antiguo virrey de Cataluña, don García de Toledo, en la toma del Peñón de Vélez en 1561, en el socono de Malta en 1565 y en la represión de la revuelta de las Alpujarras en 15681a4. Los Setantí no constituían ni mucho menos un caso aislado: para don Jaume de Mitjavila la tradición familiar de servir a la corona en asuntos de guerra se remontaba nada menos que al año 1260 cuando un antepasado suyo fue enviado a Babilonia para traerse el cuerpo de Santa Bárbara; como no podía deshonrar tan augustos ancestros don Jaume inició su carrera militar participando en las operaciones navales de protección de la costa andaluza durante la sublevación morisca de 1569 donde sufrió un naufragio que no fue obstáculo para continuar con una intensa, y en muchos sentidos frustrante, actividad que le llevaría en 1571 a intervenir en la batalla de Lepanto, en 1573 en el fallido intento de conquistar Túnez, en el verano de 1574 en el igualmente fallido socorso de la Goleta, en 1578 en el desastre de Alcazarquivir, donde perdió la vida el rey Sebastián de Portugal, para dirigirse posteriormente a Flandes y acabar su carrera en las tropas de NápoleslS5. Por su parte, don Miquel de Requesens y de Cruilles había luchado en Milán y en Flandes a las órdenes de su pariente don Lluis de Requesenslg6; don Enrique de Cardona, antes de ser gobernador general de Catalunya, estuvo presente en las batallas de Orán y LepantoiS7; don Joan de Pinós aseguraba haber servido en la campaña de apoyo a los rebeldes irlandeses de 1596 como alferez del capitán don Bernat de Pinós que tiempo después murió combatiendo en Francia contra las tropas de Enrique IV de Navarralag; don Ramón Doms había estado con la escuadra del marqués de Santa Cruz en

183 Datos procedentes de G A R C ~ CÁRCEL, R.: Historia de Catalirría, S XVI y XVII, 2 vols. Barcelona, 1985, vol. 1. p. 72.

184 ACA, CA, 261, 37, Joan de Setantí al Consejo de Aragón, 27 de noviembre de 1582. 185 ACA, CA, 267, 9. 186 ACA, CA, 261, 119, don Miquel de Requesens al Consejo de Aragón, 19 de abril de 1584. 187 ACA, CA, 264, 84, nol*ie~,lbre de 1584. 188 ACA, CA, 264,51, enero de 1603.

~ o r t u g a l ' ~ ~ , donde también se hallaba don Francisco de Erill después de haber servido en Nápoles y Sicilia a las órdenes de don Joan de Cardonalg0; don Lluis de Queralt consiguió por su cuenta y riesgo una hazaña tan memorable como la de reclutar un tercio de bandoleros y marchar hacia Flandes donde sino alcanzaron gloria al menos obtuvieron popularidad ya que sus hombres eran conocidos como el tercio de los papagayos por la semejanza entre su modo de hablar castellano y el sonido de dicho animal'91; don Gabriel de Lupia después de Lepanto se trasladó a Po~tugal con una galera propia que había heredado de su tío el abad L ~ p i i i ' ~ ~ ; estando sirviendo en Flandes, don Miquel de Req~iesens y de Cruilles fue nombrado representante del monarca en el sínodo de Dordrecht a donde acudió pagando todos los gastos de su haciendaig3; Felip de Alentorn, descendiente de un reputado linaje de señores bandoleros podía recordar en 1632, cumplidos ya los 63 años, como había pasado siete entre Nápoles y Lombardía y otros doce como capitán de batallón en el propio Principado, había perdido en el campo de batalla a un hijo que pasó 16 años en Flandes y otros tantos en Lombardía mientras que otro llevaba ya seis enrolado en Milánlg4. A comienzos del siglo XVlI don Galceran de Cardona explicaba como había participado prácticamente en todas las operaciones navales en el Mediterráneo a las órdenes de don Juan de C a r d ~ n a ' ~ ~ ; por esas mismas fechas don Alexis de Ma~lmón aseguraba haber estado 17 años sirviendo en Flandes y Francia como capitán de infantería mientras que su hermano, don Juli, había permanecido 6 en Lombardía y había acudido en 1596 al socorro de Cádiz atacado por la escuadra inglesa del conde de Essex, donde estuvo también el padre de ambos, el capitán de infantería don Francisco de Marimóil, que acudió a la defensa de su rey con una compañía propialg6. Evidentemente resultaría mucho más ilustrativo proceder a la inversa, señalando el número de aristócratas catalanes presentes en cada una de las campañas empren- didas por la monarquía pero desgraciadamente para nuestros propósitos es ésta una información de la que no podemos disponer. En cualquier caso, la lectura de estos memoriales, redactados por la mayoría de los afectados en el otoño de sus vidas apenas pueden ocultar un amargo descorazonamiento: tras largos años en los frentes de guerra casi todos acabaron regresando a sus casas con poco más que la triste esperanza de alcanzar una renta real que les permitiera sobrevivir el resto de sus días. A la vista de estos datos resulta difícil seguir negando la participación de la nobleza catalana en las empresas del imperio al menos hasta bien entrado el siglo XVII; todavía en 1638, don Lluis Llull de Boixadors tenía un hijo sirviendo en Milán y otro en los dragones19'. Estos relatos 110 son inás que una pequeña muestra de la multit~id de ellos contenida en los archivos del Consejo de Aragón. Por su misma naturaleza resulta impo- sible realizar un estudio completo -ya que las fuentes solamente recogen aq~iellos casos eil los que los interesados recurrieron directamente a la ayuda real- y obtener en consecuencia unas cifras fiables que permitan establecer una comparación con la conducta de la aristocracia en oeas provincias de la monarquía. De ahí que la valoracióil acerca de la mayor o menor participación nobiliai-ia en las campañas militares de los Austrias deba ser necesariamente parcial y subjetiva. Por otra parte, es muy posible que los móviles que impulsaron a estos

189 ACA, CA, 264, 96, abi.il de 1599. 190 ACA, CA, 266,48, 4 de septienibre de 1590. 191 CODOIN, LXXXIII, 320-322, cit. por PARICER, G.: El ejército de Flarides y el cat?iino esparíol, 1567-1659,84. 192 ACA, CA, 266, 58, 30 cle 11iarzo de 1591. 193 ACA, CA, 261, 19,19 de abril de 1584. 194 ACA, CA, 503, cit. por TORRES, X.: op. cit., 107. 195 ACA, CA, 267, 12. 196 ACA, CA, 267, 86, 11 de dicienlbre de 1604. 197 ELLIOTT, J. H.: La rebelión de los catalar~es, 31 1.

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hombres a enrolarse en el ejército tuvieran poco que ver con su identificación con los grandes planteamientos del imperio; para la mayoría no pasaba de ser una vía de escape para unas vidas planas y sin alicientes.

Todos estos ejemplos nos sitúan por otra parte ante una realidad frecuentemente soslayada: hasta los años centrales del siglo XVII la aristocracia catalana continuó manteniendo viva la tradición guerrera. En 1597 los nobles dieron muestras de su espíritu militar en la que constituyó una de las movilizaciones más impoitantes para defender la frontera ante la amenaza francesa: en el ejército armado durante el mes de agosto a instancias del duque de Feria bajo la dirección de don Federic Meca figuraban no menos de 52 nobles y 50 nzilitaia que se unieron a los cuer- pos dirigidos por don Galceran de Armengol en Salses, don Ramón d'Oms en Elna, don Galceran de Sentmenat en Colliure, don Batista Terré en Bellver de Cerdanya, don Bemat d'Oms en Tahull y el duque de Cardona en C a ~ ~ e t l ~ ~ . Don Julio de Marimón afiimaba en 1604 que la fortuna de su padre, capitán de infantería, se había disipado por completo en la defensa fronte~iza"~; hacia 1580 don Gabriel de Lupia era capitán de la guardia en la frontera france- sazo0, don Pedro Vila i Clasquerí había sido capitán de infantería en RosellónZoi. Don Felipe de Erill ac~idió al sitio de Arsequell con una compañía fonnada por sus propios vasallos, defendió el Pallars frente a un ejército formado por 5.000 franceses a los que también expulsó del R~se l l ón~~* . Don Miquel de Requesens explicaba como la tradición familiar en la defensa de la frontera arrancaba de la época de su bisabuelo, Bernat Doms, quien durante el reinado de Joan 11 participó en la reconquista de Perpinya y Elna donde fue capturado y decapitado por los franceseszo3. A pesar de residir habitualmente en Barcelona, los Setantí estuvieron permanente- mente relacionados con la defensa de los condados como comisarios de guerra y gobernadores de los castillo^^^. En definitivas cuentas, la constante presión francesa sobre los condados hizo que la aristocracia catalana tuviera que organizarse para defender la integridad del territorio como no tuvo que hacerlo ninguna otra aristocracia peninsular haciendo que fueran pocos los que a lo largo de su vida no tuvieran alguna responsabilidad militar en la frontera.

ENTRE LA TIERRA Y EL ~ E L O

Muchos nobles tuvieron motivos para pensar que los problemas que les afectaban no eran suficientemente comprendidos por sus monarcas y sin embargo hay razones para pensar de que éstos hicieron serios esfuerzos por contentar a todos los que a ellos se dirigieron. Como norma general la corona practicó una política que consistía en atender el mayor número posible de solicitudes con el mínimo desgaste de sus limitados recursos lo cual le obligó con frecuencia a tener que rebajar las pretensiones de los solicitantes. Don Gabilel de Lupia que solicitó una renta de 200 ll. anuales se tuvo que confoimar con 100205; las 600 11. de ayuda de costa que el Consejo había aprobado concederle a don Joan de Queralt fueron reducidas a 500 por Felipe PO6; cuando eil abril

198 P x a estos últimos datos, FEDERIC DESPALAU: op. cit., fol. 9811. 199 ACA, CA, 267, 86. 200 ACA, CA, 266, 58,30 de tiiarzo de 1591. 201 ACA, CA, 266, 5 , 2 1 de etiero de 1600. 202 ACA, CA, 268, 95, 1 de febrero de 1605. 203 ACA, CA, 261, 119,19 de abril de 1584. 204 ACA, CA, 261, 37,27 de enero de 1582. 205 ACA, CA, 266, 58,30 de rriarzo de 1591. 206 ACA, CA, 266, 61.

de 1599 don Felipe de Erill tuvo la osadía de solicitar la dignidad de marqués su petición fue desoída por el Consejo, pero al menos obtuvo el título de conde y una renta a cargo de la GeneralitatZo7. Ésta era una actitud que iba más allá de la generosidad de cada soberano ya que respondía al deseo de evitar indisposiciones con las aristocracias provinciales. Resulta claro que las relaciones entre los Habsburgo y los nobles catalanes no siempre fueron una balsa de aceite pero es posible que el interés de algunos historiadores por acentuar las dificultades que en momentos determinados surgieron, haya desfigurado nuestra visióil sobre dichas relaciones. Tanto unos como otros eran plenamente conscientes de su mutua dependencia y de que resul- taba muy difícil que una sola parte triunfara por separado. La corona necesitaba que la asisto- cracia actuara como correa de transmisión de su política en el gobierno del Principado mientras que ésta requería el respaldo del monarca pasa mantener sus amenazadas posiciones sociales. En los momentos más delicados de sus relaciones con el Principado, el gobierno de Felipe IV se vio obligado a recuri-ir a los seivicios del decano de los nobles catalanes, el duque de Cardona, cuyo prestigio había llegado al extremo de que, como aseguraba una pequeño cai~nller «encara que diguera flastomes (blasfemias) les prenien per beiledictions (...) tots los cavallers seguien al almirant, y crec que si el1 hagués volgut empendre qualsevol cosa en Catalunya, en aquella hora lo hagueren ~ e g u i t » * ~ ~ . La oposición a la corona durante las primeras décadas del siglo XVII fue sólo en muy pequeña paste obra de la nobleza. El estudio de los participantes en las Juntas de Brazos convocadas por la Diputación, el principal núcleo de la resistencia política al gobierno central, revela como ésta estuvo organizada básicamente por la facción más radical de los canónigos respaldados por un grupo de familias ciudadanas de Barcelona y un reducido número de cai~alle~~s que se sintieron marginados en el reparto de mercedes pero que, en modo alguno representaban al conjunto del estamentozo9. Por el contrario, la mayoría de los aristócratas de- mostraron, tanto antes como después de los acontecimientos de 1640, una actitud sumisa a la corona; incluso de un personaje tan preocupado por sus intereses personales como don Joan de Queralt el virrey podía afirmar que siendo portanveus había servido «con muy gran vigilancia y cuidado cinco años en dicho officio que trahe consigo hartos trabajos y gastos con efectos muy dignos de A pesar de todas las objeciones puestas por la Diputación en 1639 los nobles acabaron acudiendo en masa a la defensa de la frontera y murieron por su rey en el campo de batalla2"; además, tras la ruptura de Catalunya con Madrid colaboraron abiertamente con el gobierno de Felipe IV organizando en sus dominios una verdadera contrai~evolución~'~.

Resulta evidente que la monarquía no tenía ningún interés especial en reducir el poder social de la nobleza ya que si así lo hubiera deseado no tenía más que dejarla languidecer en sus dificultades económicas. Lejos de esto salió siempre en su ayuda ya que en Catalunya como en el resto del imperio, necesitaba a los magnates para asegurar la estabilidad de los gobiernos locales y provinciales y, en este contexto el auxilio a los nobles arruinados formaba parte de un plan de acción que tenía como objetivo identificarlos con sus proyectos globales. En este sentido, la situación del rey en Catalunya no constituía ninguna excepción; si quería que se respetara su autoridad estaba obligado a utilizar las redes clientelares de los magnates fueran

207 ACA, CA, 264, 109. 208 PEROT DE VILANOVA: op. cit., notum 24. 209 Sobre este aspecto ver, PALOS, J. L.: op. cit., capítulo 6. 210 ACA, CA, 267, 121, El duque de Monteleón al Consejo de Aragón, 8 de octubre de 1608. 211 ELLIOTT, J. H.: La i.ebelióri de los catalaties; en la campaña de 1638-39 durante el asedio de Salses murieron

alrededor del 25% de los nobles que participaron. Para una relación de los nombres ver, ACA, G, caja 21. 212 VIDAL 1 PLA, J.: op. cit., 47-48.

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estos los Cardona, Aytona, Rocabeití o Erill. Pero la propia división de la sociedad hacía que este juego fuera especialmente arriesgado ya que el apoyo excesivo a cualquiera de estos clanes podía suponer automáticamente la enemistad con los demás. El conocimiento del terreno y la habilidad de los visreyes eran elementos imprescindibles.

Pero esta operación implicaba una cirugía mucho más compleja de lo que a primera vista pudiera pasecer. En primer lugar exigía la modificación de una estructura mental fuertemente consolidada toda vez que a comienzos de la Época Moderna eran muy pocos los aristócratas que pensaban que la corona tuviera que constituis una de sus lealtades naturales. El dilema entre la lealtad al rey y la defensa de los privilegios de la t iei~a provocó un verdadero desgaiso en la conciericia de muchos nobles obligados a una toma de posición que afectaba a la esei~cia misma de su papel en la sociedad catalana. Todavía en 1626 el conde de Rocabertí expresaba s~is dudas al presidente del estamento, el duque de Cardona, asegurando «que el1 por su rey perderia la vida y hazienda ... pero que de ninguna manera vindria be ques tsactás del servey de sa Magestad que primer no tinguesin asiento las cosas de justicia com sempra se a c o s t ~ m a » ~ ~ ~ . El estigma más doloroso para un noble que se preciara de serlo consistía en verse acusado de servilismo ante los requerimientos de la corona en contra los intereses de la tiersa. En 1564 uno de los más prominentes magnates, el conde de Aytona, vio como su prestigio se iba por los suelos cuando decidió respaldar todas las pretensiones de Felipe 11 en las Cortes que se estaban celebrando en Barcelona. En palabras de un cni,nller asistente a las sesiones, el conde

«y tots sos sequaces es tengut en mala opinió. No misava per lo be comú y de tota la tei-sa, ans be feye en tot lo contrari per complaure, deyen, a don Garcia de Toledo (el virsey y promotor de los intereses reales) y pensant-ne fer servey al rey. Per sos respectes de que fos totstemps malmirat de tots los catalans fins a tractas-lo de traydor, y de quan deye, encara que fos com l'evangeli, no ese cregut per lo bras nostre militar. Mal per el1 y a tots sos fillsn214.

La postura de Aytona le permitió ganarse el favor del rey pero le supuso la animadversión de la inmensa mayoría de sus compañeros de estamento y esto era algo que un noble difícilmente podía soportar. Bueilos vasallos del rey y defensores de la tierra: he aquí el difícil equilibrio que los nobles se vieron obligados a practicar. La confrontación que mantuvieron don Bernat de Boxadors y el virrey duque de Feria en abril de 1601 resulta ilustrativa de la difícil situación en que se hallaban muchos aristócratas forzados a servir al mismo tiempo a Dios y al diablo. A pesar de haber sido uno de los más directamente beneficiados por la magnanimidad de Felipe Ill en 1599 obteniendo el condado de Savallh, don Bernat se encontraba ahora entre los cabecillas del frente organizado por la Dipuiación para oponerse a la publicación de las nuevas constihl- ciones emanadas de las Cortes ya que en ellas se ignoraban algunas de las promesas más importantes arrancadas al soberano. En el fragor de las discusiones al duque de Feria no se le ocurrió nada mejor que recordarle absuptamente al conde como «no le ha honsado su Magestad para que vuestra merced le persiguiese». Este simple comentario bastó para encender el fuego de la ira provocando la protesta del estamento militar en pleno que no podía permitir que se tratara de esta manera a tan fieles vasallos de su señor. La reacción llegó al extremo de que el vii-sey tuvo que someterse a una rectificación pública aclarando que «el1 no u avia dit al comte

213 AHMG, Cortes, leg. 2, los sindics al Corrsell de Girona, 20 de abril de 1626. 214 PEROT DE VILANOVA: op. cit., noturn 24.

perquk u digués al estament, sino per via de amistad y que el1 era bon testiinoni del que havian servit a sa Mage~iad»*'~. Algunos, como el propio duque de Cardona, alcanzason una conside- rable pericia en este arte de lo imposible pero la inmensa mayoría se encontraron sumidos en un estado de desorientación que acabó por granjearles la desconfianza de los ministros de la corona y la impopularidad entre los propios catalanes.

Si el siglo XVII fue un período de obligada definición para los nobles todo hace pensas que al acabas la centuria el monarca había ganado claramente la batalla: en las oraciones fúnebres redactadas a la muerte de los nobles la fidelidad al rey era resaltada como una de las principales joyas que adornaban su corona de Indudablemente para esas fechas se había conso- lidado un importante cambio en su mentalidad.

215 JERÓNIM PUJADES: op. cit., vol. 1, p. 89. 216 AMELANG, J.: op. cit., 122.