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AHC 44 (2012) La evangelización en los concilios celebrados en América Latina entre 1899 y 1957 CARMEN J OSÉ ALEJOS / PAMPLONA La Iglesia en América Latina se ha caracterizado, desde finales del siglo XIX, después de la crisis de los procesos de emancipación, y a pesar de las mu- chas dificultades de todo tipo, por una notable proximidad con la Santa Sede. Las enseñanzas pontificias han sido bien acogidas y estudiadas y esto se comprueba claramente por la filial recepción con que el pueblo latinoa- mericano escucha al Papa y por las muchas manifestaciones de amor y res- peto al sucesor de Pedro, como se ha podido comprobar en las visitas pas- torales de Pablo VI a Colombia, de Juan Pablo II a todas las naciones del Subcontinente, y de Benedicto XVI a Brasil, México y Cuba. Esta cercanía se aprecia en la tarea conciliar y sinodal llevada a cabo en el siglo XX. En efecto, el objetivo de unos y otros era adecuarse a las indi- caciones de la Santa Sede, teniendo en cuenta las características propias de cada país del continente americano. Así pues en este trabajo intentaremos ofrecer una visión de conjunto de los concilios celebrados en América La- tina antes del Concilio Vaticano II, que actuaron como instrumentos dina- mizadores de la pastoral y la evangelización de aquel continente. 1. Situación de América Latina a finales del siglo XIX Para entender la primera mitad del siglo XX hay que partir de la situación de la Iglesia a lo largo del dramático siglo XIX, en que las nuevas repúblicas, salvo las grandes Antillas que continuaban bajo dominación española, es- tuvieron zarandeadas por guerras civiles, guerras por el establecimiento de las fronteras, guerras provocadas por el nuevo colonialismo anglosajón, o fuertes debates entre liberales y tradicionalistas. Una vez asentadas las repúblicas surgidas de la emancipación colonial, comenzó la lenta recuperación de la vida católica latinoamericana entre grandes dificultades político-sociales que determinaban la supervivencia del clero, de los obispos y de la vida cristiana en su conjunto.

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AHC 44 (2012)

La evangelización e n los con cilios celebr ados en América Latin a en tre 1899 y 1957

CARMEN JOSÉ ALEJOS / PAMPLONA

La Iglesia en América Latina se ha caracterizado, desde finales del siglo XIX, después de la crisis de los procesos de emancipación, y a pesar de las mu-chas dificultades de todo tipo, por una notable proximidad con la Santa Sede. Las enseñanzas pontificias han sido bien acogidas y estudiadas y esto se comprueba claramente por la filial recepción con que el pueblo latinoa-mericano escucha al Papa y por las muchas manifestaciones de amor y res-peto al sucesor de Pedro, como se ha podido comprobar en las visitas pas-torales de Pablo VI a Colombia, de Juan Pablo II a todas las naciones del Subcontinente, y de Benedicto XVI a Brasil, México y Cuba.

Esta cercanía se aprecia en la tarea conciliar y sinodal llevada a cabo en el siglo XX. En efecto, el objetivo de unos y otros era adecuarse a las indi-caciones de la Santa Sede, teniendo en cuenta las características propias de cada país del continente americano. Así pues en este trabajo intentaremos ofrecer una visión de conjunto de los concilios celebrados en América La-tina antes del Concilio Vaticano II, que actuaron como instrumentos dina-mizadores de la pastoral y la evangelización de aquel continente.

1. Situación de América Latina a finales del siglo XIX

Para entender la primera mitad del siglo XX hay que partir de la situación de la Iglesia a lo largo del dramático siglo XIX, en que las nuevas repúblicas, salvo las grandes Antillas que continuaban bajo dominación española, es-tuvieron zarandeadas por guerras civiles, guerras por el establecimiento de las fronteras, guerras provocadas por el nuevo colonialismo anglosajón, o fuertes debates entre liberales y tradicionalistas.

Una vez asentadas las repúblicas surgidas de la emancipación colonial, comenzó la lenta recuperación de la vida católica latinoamericana entre grandes dificultades político-sociales que determinaban la supervivencia del clero, de los obispos y de la vida cristiana en su conjunto.

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En efecto, las repúblicas vivían entre la inestabilidad y la anarquía; los nuevos Estados pretendieron, primero, manipular a la Iglesia y, más tarde, suprimirla. En ambos casos se llegó a la verdadera persecución. Por tanto, la iglesia perdió la presencia e influjo que había tenido, y actuó en una so-ciedad liberal, en una nueva cultura que no había sido creada por ella.

En esta iglesia formada por más de cien diócesis a finales del siglo XIX se asentó una fuerte crisis de marginación; y también de bloqueo de su acción pastoral como consecuencia de la fragmentación política, de la propia de-bilidad institucional y de la interna incomunicación entre las iglesias (es necesario tener en cuenta la compleja geografía americana).

Sin embargo, la iglesia dio muestras de heroica fortaleza ante la perse-cución, el despojo de sus bienes, la soledad de los obispos (en muchos casos perseguidos, desterrados, difamados y aún muertos) y de un clero cada vez menos numeroso. Ante esta situación la iglesia latinoamericana se unió más con la Sede de Pedro, que, desde León XII (1823-1829) a León XIII (1878-1903) sabían “que se pretendía infiltrar, de parte de los regalistas, li-berales y masones, el complejo antiromano (e incluso en algunos países se buscaba crear) iglesias separadas del Papa”1.

Si Pío IX (1846-1878) fue defensor de la perseguida iglesia en América Latina, con León XIII la relación con el continente fue aún mayor.

Como se sabe, al fallecer Pío IX en 1878, León XIII tomó las riendas de la Iglesia con el deseo de dar un fuerte impulso a la evangelización. Tendió puentes a los novedosos aires políticos, económicos y culturales que se im-ponían. Y de este modo, se aceleró el tiempo de la Iglesia.

En efecto, si durante el siglo XIX se habían creado sólo 63 diócesis, con la erección de nuevas sedes metropolitanas y diócesis por parte de Pío IX y León XIII, la estructura eclesiástica se fue recuperando, como se aprecia en el siguiente cuadro2:

1 E. CÁRDENAS, El Concilio Plenario de la América Latina, 28 de mayo - 9 de julio de 1899.

Introducción histórica, in: Acta et Decreta Concilii Plenarii Americae Latinae, edición facsímil, Ciudad del Vaticano 1999, 31.

2 Nos hemos detenido en 2004 para que se aprecie la creciente evolución a lo largo del si-glo XX.

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CUADRO 1

SIGLO DIÓCES IS CR EADAS 3 XVI 30 XVII 9 XVIII 11 XIX 63 Total 113 1900-1961 266 Total 379 1962-2004 280 Total 659

Al finalizar el siglo XIX, con una población de 62 millones, aproximada-mente, había 20 sedes metropolitanas, 93 diócesis y algunos territorios mi-sionales, 10.614 sacerdotes4 diocesanos y 4.164 religiosos. La extensión hipotética de cada diócesis era de 100.000 km y a cada una correspondía una población de 500.000-600.000 habitantes, esto significaba 3.829 fieles por sacerdote. Al mismo tiempo la floreciente iglesia de Estados Unidos, contaba, para diez millones de católicos, con 14 arquidiócesis, 71 diócesis, 11.636 sacerdotes de ambos cleros y 30 seminarios diocesanos, es decir, un sacerdote por cada 859 católicos.

Para desarrollar un adecuado programa pastoral en América Latina, León XIII echó mano de la experiencia sinodal de la Iglesia posterior al ciclo revolucionario. En efecto, a partir del III Concilio Plenario de Baltimore celebrado en 1884, el Papa impulsó la convocatoria de concilios provincia-les en la América hispana, que, sobre todo, se celebraron en la década de los noventa y sólo en las repúblicas más “tranquilas”. Como por ejemplo México en que se celebraron cinco, o Quito donde se celebraron dos5.

De este modo se preparó la convocatoria del Concilio Plenario Latinoa-mericano, llevado a cabo en Roma en 1899.

3 Datos del “Annuario Pontificio”. 4 En 1960, contaba ya con 34.797 sacerdotes, repartidos casi al cincuenta por ciento entre

el clero regular y el secular. Datos tomados de E. CÁRDENAS, La Iglesia latinoamericana en la hora de la creación del CELAM, in: VV.AA., CELAM, Elementos para su historia (1955-1980), Bogotá 1982, 27-73.

5 E. LUQUE ALCAIDE, El ciclo conciliar latinoamericano de la era republicana, in: J. I. SARAN-YANA (dir.) - C. J. ALEJOS (coord.), Teología en América Latina, Volumen II/2: De las guerras de independencia hasta finales del siglo XIX (1810-1899), Frankfurt – Madrid 2008, 873-1005.

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Los datos que hemos aportado son necesarios para comprender varias co-sas:

1º - la importancia de unir a todos los obispos latinoamericanos en torno a la Sede de Pedro para apoyarse en su tarea misionera;

2º - la necesidad de afrontar los problemas pastorales de un modo conjunto para buscar soluciones entre todos; 3º - el contenido de los decretos del Concilio.

En general, podemos afirmar que Latinoamérica inquietaba por varias ra-zones: porque dependía todavía demasiado del clero europeo, al ser escaso el clero autóctono; también porque los enormes conjuntos de emigrantes europeos, conformados por millones de personas, corrían el riesgo de per-der sus raíces cristianas; así mismo porque una defectuosa instrucción reli-giosa podía arrastrar a amplias muchedumbres a vivir formas de sincre-tismo religioso; también porque extensas guerras civiles o entre países ha-bían repercutido sobre la estabilidad familiar y las buenas costumbres; y, finalmente, porque la presión revolucionaria (menos la liberal, ya casi ago-tada, y sobre todo la incipiente revolución anarco-socialista) se cernía so-bre muchas instituciones eclesiásticas. Se hacía precisa una enérgica acción misional para solucionar, total o parcialmente, esas dificultades.

En efecto, los números de inmigrantes eran importantes. Se calcula que sólo a Brasil y Argentina llegaron, entre 1870 y comienzos del siglo XX, unos tres millones de emigrantes6. En 1900, Latinoamérica, incluido el Cari-be, contaba ya con unos sesenta y dos millones de habitantes; su población, pues, se había incrementado en un 50% en treinta años, pasando de cuaren-ta millones a más de sesenta7. A finales del siglo XIX había comenzado una fuerte inmigración alemana, que se dirigía, sobre todo, al Brasil, y que au-mentó al finalizar la Gran Guerra, en 1918.

6 Concretamente, de 1857 a 1933 arribaron a Argentina casi siete millones de emigran-

tes, de los cuales la mitad permaneció definitivamente en la República. Los tres momentos de mayor esplendor inmigratorio argentino fueron los años 1887-1891, 1904-1914 y el sexe-nio 1922-1927.

7 En esas mismas fechas de cambio de siglo, las ciudades de más de cien mil habitantes ya eran numerosas: Buenos Aires y Río de Janeiro alcanzaban el medio millón de habitantes; sobre los 250.000 se situaban Santiago de Chile, La Habana y Montevideo; después seguían, con más de cien mil, Bahía, Recife, Sao Paulo, Valparaíso, Lima, Bogotá y Puebla de los Án-geles.

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Así pues el objetivo del Concilio, como se apuntaba en la sesión inaugural, era netamente pastoral y buscaba: La mayor gloria de Dios, la defensa y propa-gación de la fe católica; el aumento de la religión y de la piedad; la salvación de las almas; el esplendor de las Iglesias; el decoro y disciplina del clero, y la dignidad, de-fensa y ampliación del (…) Orden episcopal8.

Es decir, se pretendía regenerar la iglesia americana con un nuevo im-pulso misionero y evangelizador, y para ello era necesario afrontar, entre otras cosas, la precaria situación de los obispos y del clero. Sin ellos no era posible la tan ansiada reconstrucción.

2. Historia y desarrollo del Concilio Plenario

Éste se celebró entre finales de mayo y principios de julio de 1899 en Roma, convocado por León XIII y con la asistencia de la mitad del episcopado lati-noamericano. En este trabajo solamente apuntaremos los datos más signifi-cativos9.

El Papa, al convocarlo, consideró que un concilio fortalecería la unidad de la Iglesia en las naciones latinoamericanas, que tenían tantos elementos comunes. De esta forma se superarían las dificultades políticas, sociales y económicas, surgidas después de la Independencia, y que no habían favore-cido un desarrollo adecuado de la Iglesia en proporción al número de cató-licos que allí vivían. En su carta de convocatoria, León XIII manifestaba que se pretendía: meditar seriamente en el mejor modo de mirar por los intereses co-munes de la raza latina, a quien pertenece más de la mitad del Nuevo Mundo10.

Se preguntó a los obispos en qué ciudad querían celebrarlo; y la mayor parte escogió Roma por dos razones: porque era más accesible que cual-quier ciudad latinoamericana, y porque de esta forma podrían manifestar mejor su adhesión al Papa.

La sede quedó situada en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma11. De las 113 diócesis existentes en 1899, había 20 sedes vacantes; de las 93 res-

8 CÁRDENAS, El Concilio Plenario (como nota 1), 43. 9 Se puede consultar un estudio más detallado en: V. MARTINEZ ARTOLA - C. J. ALEJOS - J. I.

SARANYANA, Magisterio pontificio y Asambleas eclesiásticas en el siglo XX, in: J. I. SARANYANA (dir.) - C. J. ALEJOS (coord.), Teología en América Latina, Volumen III: El siglo de las teologías latinoamericanistas (1899-2001), Frankfurt – Madrid 2002, 40-60, y bibliografía en 41 nota 3.

10 LEÓN XIII, Carta apostólica Cum diuturnum, in: ASS 31 (1898-99) 321-322. 11 En la actual sede del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano (PCPLat) se conservan

cuatro lápidas conmemorativas del Plenario con los nombres de los participantes. En la Bi-blioteca de este centro se halla la guía o libro de protocolos usado probablemente durante la

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tantes, asistieron trece arzobispos y cuarenta obispos12. Es decir un 58% del total del episcopado.

Acerca de los decretos del Plenario, no cabía esperar grandes novedades teológicas y canónicas. Su objetivo misionero pasaba por restablecer las es-tructuras eclesiásticas y, para ello, era preciso unificar las directrices sobre disciplina eclesiástica que facilitaran la labor en las diócesis latinoamerica-nas; y este objetivo no sólo se logró, sino que fue el punto de arranque de un cambio trascendental en la Iglesia de América Latina, como veremos más adelante.

Los decretos están comprendidos en 16 títulos que retoman la disciplina de la Iglesia universal; la particular para América; y las aportaciones más recientes de los concilios celebrados en los Estados Unidos de Norteamé-rica, en Europa y España en el siglo XIX, y en las provincias eclesiásticas de las nuevas repúblicas latinoamericanas.

Las cuestiones sobre fe, revelación e Iglesia Católica, definidas en el Va-ticano I, aparecen junto a temas meramente disciplinares, como los impe-dimentos y peligros de la fe, las diferentes personas eclesiásticas, el culto divino, la disciplina sacramental, la formación de los candidatos al sacerdo-cio, la vida y honestidad de los clérigos, la atención prestada a la educación católica de la juventud, la catequesis y doctrina cristiana, los acuerdos so-bre el modo de conferir los beneficios eclesiásticos, entre otros asuntos.

Sin embargo, conviene destacar nuevamente que el Concilio Plenario pretendía regenerar la iglesia americana, por lo que se hacía preciso esta-blecer los puntos esenciales que articularan dicha regeneración. Era nece-sario dejar claros los elementos básicos y unificadores que permitieran res-tructurar las diócesis, las parroquias y toda la tarea que éstas desarrolla-ban. Hacía falta recordar cuál era la fe verdadera y las doctrinas contra la fe que recorrían el continente y habían calado en la vida social, cultural y po-lítica.

Los obispos americanos tenían claro que la ruta para retomar la nueva evangelización que León XIII impulsaba requería explicar qué males se cer-

celebración del Concilio: LEÓN XIII, Methodus servanda in Concilio Plenario episcoporum Americae Latinae, Romae 1899, 43 pp. más índice. Colocación: H 37 / 11.

12 Asistieron de México 4 arzobispos (arz) y 9 obispos (ob), Costa Rica 1 ob, Haití 1 arz y 1 ob, Colombia 1 arz y 5 ob, Venezuela 2 ob, Ecuador 1 arz, Perú 1 arz y 3 ob, Chile 1 arz y 3 ob, Argentina 1 arz y 6 ob, Paraguay 1 ob, Uruguay 1 arz, Brasil 2 arz y 9 ob. No asistieron Boli-via, Cuba, Puerto España, República Dominicana, Honduras, Nicaragua, Guatemala, El Salva-dor y Panamá.

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nían para los católicos y cuáles eran los antídotos más eficaces. Por eso, aunque el esquema que presenten los títulos de los decretos del Plenario son los propios de cualquier concilio de aquella época, conviene destacar que, están pensados para la situación real latinoamericana de finales del XIX.

En efecto, para entrar en el siglo XX con un impulso renovado los decretos señalan los desafíos que había que afrontar en América: - las dificultades entre fe y razón tan difundidas a lo largo de los siglos XVIII y XIX;

- las difíciles relaciones de la Iglesia con los Estados que impedían, entre otras cosas, dar culto público a Dios, o el reconocimiento de la Iglesia como sociedad visible;

- los ataques directos al matrimonio católico; - las corrientes de pensamiento que causaban incertidumbre a los creyen-tes y que habían entrado con fuerza en las nuevas repúblicas; - la proliferación de periódicos y libros contra la fe; - el creciente influjo de las supersticiones, las sectas ilícitas y la masonería; - el aumento de las escuelas de enseñanza neutrales, mixtas o laicas, en las que se ignoraba a Dios;

- y la ignorancia en materia de fe de muchos creyentes.

El Concilio también dedicaba un abundante número de decretos a estable-cer las pautas de recomposición de la Iglesia con el fin de realizar la misión evangelizadora encomendada por Jesucristo. Estos decretos se pueden agrupar en los siguientes aspectos:

- la renovación y mejora de la tarea de gobierno y pastoral de los obispos y de sus colaboradores diocesanos, ya fueran seculares o regulares; - el cuidado del culto divino con el fin de restablecer una piedad profunda; - la administración y recepción de los sacramentos, teniendo en cuenta muy especialmente, la escasez de clero, o el aislamiento de parte de los ca-tólicos debido a las dificultades geográficas; - la formación catequética de todos los fieles, fueran niños, jóvenes, adul-tos, pobres o ricos, indios, mestizos, negros o europeos;

- la necesidad de elegir y preparar adecuadamente a niños en seminarios menores y mayores para que creciera el número de clero autóctono en to-das las diócesis;

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- la imperiosa urgencia de renovación de la vida y piedad del clero, para que pudieran realizar una profunda tarea de evangelización en Latinoamé-rica; - la importancia de la educación católica de niños y jóvenes en las escuelas y Universidades;

- el impulso renovado de la enseñanza del catecismo; - la implicación de los católicos en crear una cultura católica a través de periódicos y libros; - y la necesidad de renovar las costumbres morales de los católicos.

Al acabar el concilio, el 9 de julio de 1899, León XIII recibió a los obispos participantes; en el discurso de despedida, el Papa señalaba las prioridades para recomenzar una nueva evangelización en América Latina. Afirmó que su primera solicitud era la formación de los futuros sacerdotes, para lo que era necesario establecer o mejorar los seminarios; y que los seminarios centrales tuvieran gran altura académica. En segundo lugar, señaló la pre-ocupación que los obispos debían mostrar por el clero parroquial, y por el trabajo de los párrocos en la catequesis de los niños. En tercer lugar, habló de la importancia pastoral de las misiones rurales. Finalmente recomendó a los obispos la obligación de convocar periódicamente a su clero para los ejercicios espirituales.

Como se ve el punto sobre el que debía pivotar la misión americana era el sacerdocio.

3. Influencia del Concilio

Se ha discutido el influjo real del Concilio en la iglesia latinoamericana a lo largo del siglo XX. Sin embargo, podemos afirmar que no sólo prolongó su presencia a través de la codificación de 191713, sino que sus decretos estu-vieron vigentes en las diócesis latinoamericanas hasta el comienzo del Vaticano II. Veámoslo detenidamente.

13 Un buen resumen de los intentos de codificación a lo largo de los siglos y su conclu-

sión en el Código del 17 puede verse en el amplio estudio introductorio de la obra: J. LLOBELL - E. DE LEÓN - J. NAVARRETE, Il libro De processibus nella codificazione del 1917: studi e docu-menti, Milano 1999.

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En primer lugar, un estudio comparativo que hemos realizado14 muestra, en efecto, la continuidad entre las Instituciones del canonista Donoso15, el Concilio de 1899 y el Codex del 17. Por consiguiente, más que hablar de que el Plenario perdió vigencia con la llegada del Código, habría que decir que los codificadores contaron con un instrumento esencial que facilitó su la-bor.

En efecto, la tarea codificadora realizada por los americanos pudo in-fluir en el ánimo de la curia romana, determinándola a realizar una labor similar, quizá de más alcance, para la Iglesia universal. Esto sería el Código del 17, en el que intervinieron, un buen número de peritos que habían tra-bajado en el Plenario de 1899. De hecho, uno de los elementos que indican que el Concilio fue antecedente del Codex, es que repitieron muchos cano-nistas en uno y otro acontecimiento: el cardenal Vannutelli; el delegado apostólico en Perú, Mons. Gasparri y el Padre Llevaneras, (ambos después cardenales); así como los PP. Valenzuela, Eschbach, Wernz y Fernández16.

En segundo lugar, tras consultar los sínodos celebrados entre 1922 y 1961 para aplicar el Código de 1917, podemos constatar lo siguiente: unos y otros sínodos muestran, de diferentes modos, que el Plenario sigue vigente. Esto lo hacen bien señalando expresamente que siguen en uso sus decretos, bien recogiendo qué decreto hace referencia a determinada cuestión, o bien recordando que los sacerdotes deben tener entre sus libros de estudio un ejemplar de las actas del Concilio.

Efectivamente, se ha investigado el influjo del Plenario en la Iglesia americana, aunque todavía no se tiene una idea completa de las dimensio-nes de su impacto. Los decretos del Concilio abarcaban un amplio elenco de aspectos de la vida eclesiástica. Algunos objetivos eran más accesibles, otros menos; unas diócesis tenían más facilidades que otras para aplicarlos, tanto por su situación geográfica, como por su “infraestructura” eclesial.

14 C. J. ALEJOS, La recepción del Concilio Plenario de América Latina en el Código de Dere-

cho Canónico de 1917, in: L. FERROGGIARO - V. M. OCHOA (coord.), Los últimos cien años de la Evangelización en América Latina, Ciudad del Vaticano 2000, 417-427.

15 J. DONOSO, Instituciones de derecho canónico americano, Vol. 1-3, Paris 1868 (en Biblio-teca Universidad de Navarra [UN] colocación: A.012.494.). Donoso (1800-1868) fue nombrado obispo de Ancud en 1848 y de La Serena en 1853. Publicó por primera vez las “Instituciones” entre 1848 y 1849; obra que fue estudiada por varias generaciones de sacerdotes latinoame-ricanos.

16 Cfr. P. GASPARRI - I. SEREDI, Codicis Iuris Canonici fontes, Roma 1923-1939, 9 vols.

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No cabe duda que todos los prelados tuvieron el buen deseo de aplicar los decretos en sus diócesis17. Según los estudios que hemos realizado, se publicaron quince cartas pastorales presentando el Concilio que se celebra-ría en Roma; entre 1899 y 1957 se celebraron en América Latina al menos 14 concilios18 y 63 sínodos diocesanos19. El Plenario había determinado, en su capítulo decimotercero (nn. 287 y 288 de las Actas), que se celebrase conci-lio provincial al menos cada doce años, y que se reuniesen frecuentemente sínodos diocesanos o, al menos cada dos años, una junta de los párrocos y sacerdotes más eminentes de la diócesis. Se apuntaba, no obstante, que se evitase una excesiva actividad legislativa de esos concilios o sínodos, reco-mendando que se atuviesen a lo ya dispuesto.

En todo caso, podemos señalar que la reunión de obispos de 1899 pro-vocó un movimiento sinodal y conciliar de amplio espectro en América La-tina. Las diócesis se esforzaron por aplicar la normativa emanada del Ple-nario y, después, por ajustarse al Código de Derecho Canónico de 1917. Las reuniones episcopales fueron muchas, aunque no siempre homogéneas: va-rían en función del número de diócesis representadas, su duración, la te-mática abordada, etc. Tampoco es uniforme la nomenclatura: en algunos casos se les llama sínodos, en otros, concilio provincial.

En el siguiente cuadro se puede apreciar los países donde se celebraron estas asambleas eclesiásticas. Como se ve, el impulso renovador y reforma-dor del Concilio se continúa después de la promulgación del Código de De-recho Canónico de 1917.

17 En el Archivo Secreto Vaticano (ASV) hay abundante información de cómo los obispos

realizaron la aplicación del Plenario en sus diócesis. Por ejemplo pueden consultarse los proyectos de los obispos que pertenecían en aquellos momentos a la Nunciatura del Perú en: Archivio Nunziatura Apostolica in Peru (1862-1921), Nuncio Alessandro Bavona (1901-1907), busta 54, fasc. 4, VI-1.

18 Vid. C. J. ALEJOS, Fuentes para el estudio de los concilios latinoamericanos del siglo XX, in: AHIg 14 (2005) 301-311.

19 Cfr. F. GONZÁLEZ, Aplicación, frutos y proyección del Concilio Plenario Latinoameri-cano, in: FERROGGIARO - OCHOA (como nota 14), 255-317, aquí 255. Fidel González cita 58 síno-dos, hemos encontrado alguno más en la Biblioteca Apostólica Vaticana (BAV), en la biblio-teca del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano, del Colegio Español y en la de la Congrega-ción del Clero.

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CUADRO 2

Concilio s Plenario s Concilio s Pro vinciales 1899 Plenario Latinoamericano 1900-1909 I Cartagena (1902)

I Haití (1906 1910-1917 VII Lima (1912)

II Cartagena (1915) 1917 Código de Der e-cho Canó nico

1920-1929 VIII Lima (1927) 1930-1939 Brasil (1939) I Managua (1934)

Santiago Chile (1938)

1940-1949 Chile (1946) 1950-1959 Argentina (1953)

Ecuador (1957) II Guadalajara (1954) II Haití (1956)

1962-1965 Co ncilio Vaticano II

En síntesis sabemos que:

El episcopado argentino se reunió en 1902, en 1905, en 1909 y en 1912. De las ocho diócesis argentinas existentes en 1899, sólo cuatro realizaron al-gún sínodo: la de Tucumán, en 1905; la de Córdoba, en 1906; la de Paraná, en 1915; y la de Cuyo, en 191620. La actividad sinodal se interrumpe hasta 1953 en que se celebra el concilio plenario de Argentina21.

20 Fuente: Boletín Eclesiástico de la diócesis de La Plata de 1900 a 1901; Revista Eclesiás-

tica del Arzobispado de Buenos Aires. Publicación oficial, de 1901 a 1902; N. T. AUZA (recop.), Documentos del Episcopado Argentino, vol. 1, 1889-1909, Buenos Aires 1993; y ID. (recop.), Documentos del Episcopado Argentino, vol 2, 1910-1921, Buenos Aires 1994; N. C. DELLAFERRE-RA, El Concilio Plenario Latinoamericano y los sínodos argentinos de principios del siglo XX, in: Anuario Argentino de Derecho Canónico 1 (1990) 87-140.

21 El episcopado elevó a Pío XI, ya en 1936, la petición de organizar un Concilio Plenario y decidió organizarlo en 1938. Pero, la asamblea sinodal se retrasaría todavía quince años debido a diversas dificultades. El Papa autorizó la celebración del concilio en carta de 30 de septiembre de 1953; y se celebró del 8 al 15 de noviembre de ese año 1953. Los estatutos y decretos, sometidos a examen por la Sagrada Congregación del Concilio, fueron aprobados, con pequeñas correcciones, el 15 de julio de 1957. El cardenal Antonio Caggiano, presidente efectivo de la Asamblea Plenaria del episcopado argentino, promulgó los decretos el 27 de octubre, fiesta de Cristo Rey. Sin embargo, el conflicto de la Iglesia argentina con el gobier-no peronista (1954-1955) y la posterior novedad del Concilio Vaticano II desactualizaron los

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Los prelados brasileños se reunieron a partir de 1901 en los años 1904, 1907 y 1915 elaborando pastorales colectivas que ponían en práctica la legisla-ción del Concilio. Además se convocaron los sínodos diocesanos de Diaman-tina (1903), Mariana (1904), Florianópolis (1910) y el segundo de Diamanti-na (1913). Después del Código del 17 hubo sínodos en Rio Janeiro (1949, ya erigida en Arquidiócesis), Leopoldina (1954) y Caixas do Sul (1959)22. En 1939 se había celebrado el concilio plenario brasileño23.

Los obispos colombianos quisieron dar carácter nacional a sus reuniones episcopales, ya que solamente existían cuatro archidiócesis en el país. Para ello, solicitaron a la Santa Sede que, al igual que había sucedido con los obispos mexicanos, sus reuniones no fueran de cada una de sus provincias sino de todo el territorio colombiano. Esto les fue concedido por la Sagrada Congregación del Concilio el 15 de marzo de 1913. Las reuniones tuvieron

resultados de aquella asamblea plenaria, pasando sus decretos inadvertidos. Fuentes para su estudio: Concilium Plenarium Episcoporum Reipublicae Argentinae, Praeside Emmo. ac Revmo. Jacobo Aloysio Cardinale Copello [et] Antonii Cardinalis Caggiano, Firminus Ae. Lafitte: Buenos Aires 1957, 253 pp., texto en latín y castellano. En: ASV, Fondo Concilii nº 10; y UN colocación: LEG 053.152. El volumen contiene también un breve resumen de lo tratado en cada una de las Congregaciones Generales. En la Congregación del Clero se conserva el ex-pediente completo sobre el Concilio plenario argentino, colocación: Sacra Congregatio pro Clericis, B 862 / C 748.

22 Años más tarde tuvo lugar un sínodo en Curitiva en 1988. 23 Fue autorizado por Pío XII, el 22 de marzo de 1939. Se celebró en Río de Janeiro, siendo

arzobispo Sebastiano Leme (1882-1942), en la primera mitad de julio de 1939, con asistencia de 98 obispos. Fue aprobado por el Santo Padre en marzo de 1940. Sus actas se promulgaron el 7 de septiembre de 1940, después de la aprobación de la Santa Sede, que lo definió como un verdadero complemento del Código de 1917. Sabemos, además, que la intervención de los canonistas en el Concilio fue muy notable. Fuentes para su estudio: Concilium plenarium brasiliense: in urbe S. Sebastiani Fluminis Januarii anno Domini MDCCCCXXXIX celebratum, (Vozes, Petrópolis 1940?), VII-XVI + 27 pp., en latín. En: ASV Fondo Concilii nº 1623; Pontificia Universidad Urbaniana (PUU), colocación: Q 3b 43; Universidad Pontificia Salesiana (UPS), colocación: 10-C-188; y UN, colocación: A 041.106.

Hay una segunda parte, titulada Appendices ad Concilium Plenarium Brasiliense, que consta de 71 apéndices (decretos o instituciones) en 383 páginas, a las que siguen unos completísi-mos índices de materias de los decretos conciliares. En la Congregación del Clero se con-serva el expediente completo, que incluye la correspondencia del nuncio y del cardenal de Río con Roma, y las actas mecanografiadas de las dos sesiones solemnes celebradas, coloca-ción: S. Sebastiam Fluminis Ianuari et altri, nº protocolo 3252/45. Posizione: Archivum Sacra Congregatio Concilii, positiones anni 1947 mense ianuario litt. S ad Z.

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La evangelización en los concilios celebrados en América Latina 253

lugar en los años: 1908, 1913, 1916, 1919, 1924, 1927, 1930, 1933, 1936, 1940, 1944, 194824.

Además, se sabe que se celebró el Primer Concilio Provincial en Cartagena de Indias en 190225. Y el mismo obispo, Pedro Brioschi celebró otro concilio de la archidiócesis doce años más tarde, en 191526; además de congregar un sínodo diocesano cada 3 años (1905, 1908 y 1912)27. Posteriormente hubo sínodos en Bogotá (1931)28 y Medellín (1950).

24 La primera Asamblea de la Conferencia Episcopal de Colombia se realizó en 1908. Fue

la segunda de América Latina, puesto que la primera se realizó en México en 1900. Las Actas de las primeras once Asambleas de la Conferencia Episcopal (entre 1908 y 1944) se perdieron con el incendio del Palacio Arzobispal, el 9 de abril de 1948. El primer libro de Actas que se conserva es el de la XII Asamblea Plenaria (1948). Vid. 1908, 1912 y 1913. Conferencia epis-copal de Colombia. Conclusiones y resoluciones y normas, Bogotá 1913, 346 pp. en: Biblio-teca Apostólica Vaticana (BAV), colocación: R. G. Concili. III.65. Este ejemplar tiene, por tanto, un gran valor para conocer la vida eclesial en los primeros años del siglo XX.

25 La recién creada diócesis de Cartagena de Indias, en 1900, fue la primera que celebró un concilio provincial para aplicar las disposiciones del Plenario de 1899. El arzobispo de Cartagena, Pedro Adán Brioschi, convocó el 6 de enero de 1902, a los obispos de Santa Marta y Panamá, que constituían junto con Cartagena su provincia eclesiástica, para celebrar un concilio provincial. Éste tuvo lugar desde el 8 de mayo al 1 de junio de ese año. Fue apro-bado por la Santa Sede con fecha 13 de septiembre de 1904 y promulgado el 23 de abril de 1905. Fuentes para su estudio: Acta et Decreta Primi Concilii Provincialis Novae Carthagine in America Meridionali anno Domini MCMII celebrati et a Sede Apostolica anno MCMIV examinati et re-cogniti, Mediolani 1905, 457 pp., edición bilingüe latín-castellano. Las actas y decretos publi-cados y el expediente con la correspondencia sobre el concilio entre la diócesis y la Santa Sede pueden consultarse en: ASV Fondo Concilii nº 25. Las actas impresas también pueden consultarse en BAV, colocación: R. G. Concili. IV.191 (1); y en PCPLat, colocación: BF 9/118. Vid. V. FORERO, El concilio provincial de Cartagena de Indias de 1902: historia, análisis y rela-ción con el Concilio Plenario Latinoamericano de 1899, in: AHC 41 (2009) 95-214, 343-466 (= Diss. theol. Pontificia Università della Santa Croce, Roma 2005). Vid. también J. PIEDRAHITA, Del Concilio Plenario Latinoamericano a la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoame-ricano, in: RACHE 11-12 (1968) 308-311.

26 La convocatoria tuvo lugar el 23 de mayo de 1915 y se celebró del 3 al 17 de octubre de ese año. Fue aprobado por la Sagrada Congregación del Concilio el 28 de noviembre de 1916 y promulgado el 15 de agosto de 1917. Fuentes para su estudio: Acta et decreta secundi concilii provincialis Nova Carthagine in America meridionali anno Domini MCMXV celebrati et a Sancta Sede apostolica anno MCMXVI approbati, Mediolani 1918, 360 pp., edición bilingüe latín-castellano. En: BAV, colocación: R. G. Concili. IV.191 (5).

27 Para las actas de los concilios de 1902, 1915 y los sínodos puede consultarse ALEJOS, Fuentes para el estudio (como nota 18), 308-309. Una autobiografía y varias cartas pastorales de Brioschi se encuentran en la Biblioteca de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.

28 Se volvió a celebrar otro sínodo en Bogotá en 1989-1998.

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En Costa Rica se celebraron varios sínodos que inspiraron y sostuvieron la legislación eclesiástica costarricense. Antes del Código de 1917 se celebra-ron en la Diócesis de Costa Rica dos sínodos, el I en 1881 y el II en 1910. Con posterioridad al Codex se celebraron otros tres una vez erigidas una arqui-diócesis y una diócesis nueva: tuvo lugar el III Sínodo Diocesano y I Arqui-diocesano en San José en 1924; el I Sínodo de la Diócesis de Alajuela, en 1938; y el IV Sínodo Diocesano y II Arquidiocesano llevado a cabo nueva-mente en San José en 194429.

Los obispos chilenos se reunieron los años 1901, 1906, 1909, 1912, 1915, 1921 y 1923. Los temas prioritarios tratados en esas asambleas fueron la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, la catequesis y la acción social. En la primera reunión, de 1901, se acordó programar un concilio provincial para más adelante, con el fin de dar tiempo a que se implantase el Plenario y que los obispos celebraran sínodos diocesanos. Sólo la diócesis de San Carlos de Ancud celebró sínodo, en 1907. Después de la promulga-ción del Código de 1917 hubo los siguientes sínodos: IV Ancud (1954), I Puerto Montt (1957), Talca (1960) y Copiapó (1961)30.

En Santiago de Chile se celebró un concilio provincial en el año 1938. Acabado el Concilio, y mientras se trabajaba en Roma para la aprobación de los decretos, Pío XI creó en el año 1939 con la bula Quo Provinciarum una nueva división territorial de la Iglesia con dos nuevas archidiócesis (La Se-rena y Concepción). De Roma se propuso que se celebraran tres Concilios provinciales partiendo del texto ya hecho del 38 o bien, hacer un Concilio Plenario para todo el país, también con el mismo texto como fundamento. Los obispos eligieron la segunda propuesta. De este modo hubo un concilio celebrado en 1938, cuyos decretos no fueron publicados, sino que entraron con algunas modificaciones en el Concilio Plenario del 194631.

29 Fuente: G. A. SOTO VALVERDE, El Concilio Plenario de América Latina y la Iglesia en Costa

Rica, in: FERROGGIARO - OCHOA (como nota 14), 1327-1356. 30 Después del Concilio Vaticano II Chile tuvo una importante actividad sinodal: VIII San-

tiago (1967-1968), Linares (1967); Osorno, Antofagasta, Temuco, Araucanía, Concepción, An-cud y Rancagua celebraron en 1968 un sínodo en cada diócesis. En 1969 hubo reunión sino-dal en las diócesis de Talca, Puerto Montt, Valdivia y Chillán (diócesis en la que hubo un nuevo sínodo en 1970 y 1971). En Ancud se celebraron sínodo en 1976, 1977 y 1978. En La Se-rena en 1979 y Valparaíso en 1990.

31 Cfr. G. SANTA MARÍA CUEVAS, Chile entre Concilios. Análisis histórico del Concilio provin-cial de Santiago (1938) y del Concilio plenario chileno (1946), Roma 2012 (= Diss. theol. Pon-tificia Università della Santa Croce), 345 páginas, pro manuscripto. Por tanto, se pueden contabilizar como dos concilios diferentes ya que tienen autores distintos y variaciones en

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En Venezuela se celebró la primera reunión en Caracas, en 1904, con sus sufragáneos. Más tarde, en 1923, tuvo lugar una segunda conferencia epis-copal, con el fin de actualizar la Instrucción Pastoral a las normas del Codex de 1917. La tercera conferencia canónica se celebró en 1928 y la cuarta en 1934. Anteriormente, en 1930 se había celebrado la primera conferencia episcopal extraordinaria en situaciones difíciles, lo que provocó la expul-sión del país del obispo de Valencia, Mons. Montes de Oca32. Se celebró ade-más un sínodo en la diócesis de San Cristóbal en 193533. Ya en el siglo XIX la iglesia venezolana había sufrido mucho, con la endémica expulsión de sus obispos a lo largo de la centuria. En 1860 sólo había tres obispados, y cinco a finales de siglo.

En Puerto Príncipe (Haití) se celebraron concilios provinciales en 190634 y 195635; y un sínodo en la diócesis de Les Cayes en 1910.

el texto, en ocasiones, bastante notables (información verbal de Gabriela Santa María, enero de 2013). Vid. M. CAMUS, La Iglesia Chilena y el Concilio Plenario de América Latina, in: FERROGGIARO - OCHOA (como nota 14), 565-579. F. ARANEDA BRAVO, El primer Concilio Provincial, in: La Revista Católica 847 (1938) 506-515.

32 Fuente: R. CONDE TUDANCA, Influencia del Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 en la renovación de la iglesia venezolana a través de las primeras conferencias episcopales du-rante el período gomecista, in: Teología IUSI 9 (1992) 39-59; y B. E. PORRAS CARDOZO, El Conci-lio Plenario de América Latina y la Iglesia en Venezuela, in: FERROGGIARO - OCHOA (como nota 14), 1164-1173.

33 Hace unos años tuvo lugar el Concilio Plenario Nacional Venezolano convocado con motivo de los 500 años de la llegada del Evangelio a Venezuela, comenzado en 1998 y clau-surado el 7 de octubre de 2006, por el Cardenal Jorge A. Medina Estévez.

34 Las actas de este concilio provincial están fechadas el 28 de enero de 1906 y firmadas por Julien-Jean-Guillaume Conan, arzobispo de Puerto Príncipe. Celebrado desde el 21 al 28 de enero de 1906, para aplicar el Plenario a las sedes de Haití, contó con la asistencia de los obispos de Cap Haïtien, François-Marie Kersuzan; el de Les Cayes, Jean-Marie-Alexandre Morice; y Jules-Victor-Marie Pichon, arzobispo titular de Cabasa y coadjutor del arzobispo de Puerto Príncipe. La aprobación del concilio fue posterior al 6 de julio de 1907, fecha en que se reunieron los consultores para la revisión de las actas. En realidad, este concilio po-dría considerarse plenario ya que asistieron los obispos de las tres únicas diócesis que exis-tían en la isla. Fuentes para su estudio: Portus Principis Concilium Provinciale 1906, Typographia Pontificia, Roma 1906, 57 pp., en latín. Las actas publicadas y el expediente con la corres-pondencia sobre el concilio entre la diócesis y la Santa Sede pueden consultarse en: ASV Fondo Concilii nº 68.

35 En realidad fue un sínodo que se le considera como concilio. Se celebró del 20 al 22 de noviembre de 1956, siendo arzobispo de Puerto Príncipe, François Poirier. Fuentes para su estudio: Estatus diocesanos, Impr. La Phalange: Puerto Príncipe 1957, XII + 209 pp. En: ASV

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En Perú se celebraron concilios provinciales en Lima en 1909, 1912 y 192736; y sínodos en Ayacucho (1910), Huaraz (1911), Puno (1912), Trujillo (1924), Huancavelica (1951) y Lima (1959).

En Managua se celebró un concilio provincial en 193437 y un sínodo en la diócesis de León en 192638.

En Honduras tuvo lugar un sínodo en Tegucigalpa en 1930.

En México, después del Concilio Plenario Latinoamericano, se celebraron los siguientes sínodos: III Chilapa (1901), León (1903), IV Chilapa (1904), I Puebla (1906), Huajuapán (1906), Chiapas (1908), II Huajapán (1910), Du-rango (1911).

Después de la promulgación del Código de 1917 los sínodos de: Aguasca-lientes (1919), Michoacán (1920), Tulancingo (1922), II Puebla (1929), Ta-maulipas (1931), III Puebla (1937), Guadalajara (1938)39, Zamora (1943), Yucatán (1945), Tulancingo (1946), Chiapas (1947), III Puebla (1953)40.

Fondo Concilii, nº 37. Puede consultarse los trámites y el Projet de Status Synodaux de l'Archi-diocese de Port-au-Princ, en la Congregación del Clero, colocación: P 832 / Si 67.

36 W. HENKEL - J. I. SARANYANA, Die Konzilien in Lateinamerika Bd. II: Lima 1551-1927, Pa-derborn 2010 (= KonGe.D). El de 1909 no llegó a aprobarse, pero hemos podido consultar sus actas mecanografiadas en la Biblioteca del Colegio Pío Latinoamericano de Roma.

37 El I Concilio Provincial de Managua se celebró los días 1, 2 y 3 de enero de 1934 en la Iglesia Catedral de León, bajo la presidencia del Arzobispo de Managua. El metropolitano, Mons. José Antonio Lezcano Ortega firmó el decreto de convocatoria Cum vicesimus annus (a los veinte años de la erección canónica de la provincia eclesiástica de Nicaragua), el 16 de abril de 1933, solemnidad de la Pascua de Resurrección. Sus decretos fueron aprobados por Pío XI el 16 de abril de 1937. El decreto de aprobación de la Sagrada Congregación del Con-cilio es del 5 de mayo de 1937. Las actas fueron publicadas en la Tipografía Caroli Heuberger de Managua en 1937, en latín. Se encuentran en ASV Fondo Concilii, nº 50. La Conferencia Episcopal de Nicaragua dispone de algunos ejemplares de las actas y decretos publicados, que las ha puesto disponibles en la página web de la Conferencia Episcopal de Nicara-gua:http://www.tmx.com.ni/~cen/documentos/Concilios-Provinciales/Primero/index-la-tino.html.

38 En años posteriores se celebró un Concilio provincial en Managua 1992-1993 y tres Sínodos diocesanos: Esteli (1995-1996), Arquidiócesis de Managua (1996-1999) y Matagalpa (2001-2003).

39 Mons. Garibi, arzobispo de Guadalajara había convocado en 1938 el Primer sínodo dio-cesano de Guadalajara, las actas se publicaron en Imprenta Font: Guadalajara 1938, consta de tiene 302 pp + XVIII. Se pueden consultar en PCPLat, colocación: BR 10/13.

40 Para valorar más estas reuniones eclesiásticas conviene tener en cuenta las dificulta-des de la iglesia mexicana durante los años de la Revolución iniciada en 1910 y especial-mente durante la guerra cristera (1926-1929).

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También tuvo lugar en 1954 un concilio provincial en Guadalajara41.

En El Salvador se celebraron dos sínodos: San Miguel (1931) y II El Salvador (1940).

En Uruguay sólo hubo un sínodo en Montevideo en 195142.

En Ecuador no hay datos de reuniones eclesiásticas hasta el sínodo de Gua-yaquil (1951) y Ambato (1952), y el concilio plenario de 195743.

Todos estos datos pueden verse en los siguientes cuadros: en el 3 se inclu-yen todos los países latinoamericanos hayan tenido o no reuniones; en el 4 sólo se recogen los países que tuvieron actividad eclesiástica.

CUADRO 3

PAIS SINODOS (1899-1917) CONCILIOS ( 1899- 1917) México 8 Costa Rica 1

41 Mons. José Garibi y Rivera pedía en una carta de 31 de diciembre de 1949 la convocato-

ria de un concilio para la provincia eclesiástica de Guadalajara, de la que era arzobispo. Se aprobó su celebración por la Sagrada Congregación del Concilio el 9 de abril de 1951. Tuvo lugar desde el 2 al 9 de mayo de 1954. Las actas que existen son las enviadas a la Congrega-ción del Concilio para su aprobación. Los decretos fueron aprobados por Pío XII el 23 de agosto de 1958. El decreto de aprobación de la Congregación del Concilio es del 27 de agosto del mismo año. Puede consultarse el expediente completo en la Congregación del Clero, co-locación: Sacra Congregatio Concilii, G 93 / C 748.

42 El siguiente se celebró en 2005. 43 A petición del cardenal de Quito, Carlos María de la Torre, a Pío XII, la Sagrada Congre-

gación del Concilio aprobaba el 4 de julio de 1956 la celebración de un concilio plenario en Ecuador. Se inauguró el 12 de diciembre de 1957 y se concluyó a finales del mismo mes. Los decretos llegaron a Roma para su aprobación el 7 de noviembre de 1958. Una semana más tarde la Congregación tomó la decisión de dilatar la aprobación de los textos conciliares, a la espera de que llegasen doce ejemplares prometidos por el cardenal de Quito. Las actas no se llegaron a imprimir, ya que cómo se sabe a finales de enero del año siguiente, 1959, Juan XXIII anunció la convocatoria del Concilio Vaticano II, y el Plenario ecuatoriano quedó apar-cado. Sin embargo, hay que señalar que ya en sus decretos se habla del CELAM, que se había creado en 1955. Fuentes para su estudio: Decretos conciliares en ASV, Fondo Concilii nº 2, es un manuscrito de 115 pp. En la Congregación del Clero se conserva el expediente completo sobre el concilio plenario ecuatoriano: los decretos, en latín, constan de 138 folios mecano-grafiados, a los que se añade un folio final con las firmas de los veintitrés prelados asisten-tes, colocación: Sacra Congregatio Concilii, Q 48 / C 744.

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258 Carmen José Alejos

Haití 1 1 Provincial (1906) Panamá 1 Colombia 3 2 Provinciales (Cartagena de

Indias 1902 y 1915) Perú 3 2 Provinciales (Lima 1909 y

1912) Chile 1 Argentina 4 Brasil 4 Puerto España 1 Guatemala Nicaragua Honduras El Salvador República Dominicana

Cuba Puerto Rico Venezuela Ecuador Bolivia Paraguay Uruguay TOTAL 27 5

PAIS SINODOS (1917-1961) CONCILIOS ( 1917- 1961)

México 12 1 Provincial (Guadalajara 1954)

Nicaragua 1 1 Provincial (1934) Costa Rica 3 Honduras 1 El Salvador 2 República Dominicana 1 Haití 1 Provincial (1956) Colombia 2 Venezuela 1 Ecuador 2 1 Plenario (1957) Perú 3 1 Provincial (Lima 1927) Chile 4 1 Provincial (1938)

1 Plenario (1946) Argentina 1 Plenario (1953) Uruguay 1

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La evangelización en los concilios celebrados en América Latina 259

Brasil 3 1 Plenario (1939) Guatemala Cuba Puerto Rico Panamá Bolivia Paraguay Total 36 9 TOTAL ANTES DEL C VII 63 14

Es decir, después de un estudio detenido podemos afirmar que en el espa-cio geográfico y el tiempo señalados (entre 1899 y el comienzo del Vatica-no II) y según los datos que hemos hallado, la Iglesia llevó a cabo, en los di-ferentes países americanos:

- 63 sínodos: 27 entre 1899 y 1917, y 36 desde el Codex hasta el Concilio Va-ticano II; - 14 concilios: 5 entre 1899 y 1917, y 9 desde esta fecha hasta el comienzo del Concilio (4 de ellos plenarios y 10 provinciales).

A ello hay que añadir las asambleas eclesiásticas que no recibieron aproba-ción de ningún tipo y que para conocerlas, hay que acudir a los boletines eclesiásticos y a los archivos diocesanos. Sin embargo, parece ser que no hubo actividad sinodal ni conciliar, o por lo menos no la hemos localizado, en Guatemala, Cuba, Puerto Rico, Bolivia y Paraguay44.

CUA DRO 4

PAÍS CONCILIOS ( 1900- 1957) SÍNODOS (1900-1957)

México 1 Provincial (1954) 20 Costa Rica 4 Nicaragua 1 Provincial (1934) 1 Honduras 1 El Salvador 2 R. Dominicana 1 Haití 2 Provinciales 1906/1956 1 Panamá 1 Colombia 2 Provinciales 1902/1905 5 Venezuela 1 Ecuador 1 Plenario (1957) 2

44 La única noticia de reunión sinodal en Paraguay es la realizada en Asunción en 1999.

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260 Carmen José Alejos

Perú 3 Provinciales (09/12/27) 6 Chile 1 Provincial (1938)

1 Plenario (1946) 5

Argentina 1 Plenario (1953) 4 Uruguay 1 Brasil 1 Plenario (1939) 7 Puerto España 1 TOTAL 14 63

A modo de recapitulación, podemos afirmar que es evidente que el epis-copado latinoamericano intentó aplicar las conclusiones del Concilio Ple-nario. Y tras el Código de 1917 siguió ese mismo impulso que permitió es-tablecer unas estructuras eclesiales sólidas que dinamizaron y dieron nue-vo empuje a la vida cristiana en los países al sur de Río Grande, que salían de los tormentosos años del siglo XIX.

El Concilio supuso, por tanto, el retorno a la normalidad eclesial y, des-de el punto de vista político-religioso, la toma de conciencia de que consti-tuía una unidad. Los católicos latinoamericanos comprendieron que debían comunicarse más entre sí, pues en la unión residía su principal fuerza.

Al mismo tiempo los datos que ofrecemos dan muestra de la intensa ac-tividad de la iglesia católica y de su constante movilización en los primeros 60 años del siglo XX. Esta movilización y crecimiento estableció las bases para generar un amplio movimiento de evangelización que ha visto un gran desarrollo a lo largo del siglo XX. Una señal del creciente interés por América ha sido la creación de nuevas diócesis a lo largo del siglo XX. En efecto, el número de diócesis en los años que van desde el Plenario Lati-noamericano de 1899 hasta el Concilio Vaticano II se triplicó. En concreto, en 1899 había 113 diócesis; en 1961, 382, sin incluir las Antillas Menores; y, desde esta fecha hasta principios del siglo XXI, también se ha multiplicado el número de diócesis. En concreto, a fecha de 31 de diciembre de 2003, es decir, teniendo en cuenta siempre los datos que aporta el Annuario Pontifi-cio, el número de diócesis era de 662.

Es decir, que la renovación misionera de Latinoamérica fue un hecho. Y la visión del Papa León XIII de apoyar la “nueva evangelización” en el sa-cerdocio tuvo sus frutos, como puede apreciarse en el Cuadro 5:

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CUA DRO 5

DIÓCES IS 1899 45 1962 46 2004 47

México 28 (6 mtr/22 dioc) 48 (10 mtr/38 dioc) 78 (14 mtr/64 dioc) Bolivia 4 (1 mtr/3 dioc) 7 (2 mtr/5 dioc) 10 (2 mtr/8 dioc) Brasil 17 (2 mtr/15 dioc) 137 (28 mtr/109 di) 250 (41 mtr/209 d) Chile 4 (1 mtr/3 dioc) 19 (3 mtr/16 dioc) 24 (5 mtr/18 dioc) Colombia 1248 (1 mtr/11 dioc) 28 (6 mtr/22 dioc) 64 (12 mtr/52 dioc) Argentina 949 (1 mtr/8 dioc) 46 (11 mtr/35 di) 60 (13 mtr/47 dioc) Ecuador 7 (1 mtr/6 dioc) 9 (3 mtr/6 dioc) 15 (4 mtr/11 dioc) Perú 8 (1 mtr/7 dioc) 19 (4 mtr/15 dioc) 25 (7 mtr/18 dioc) Uruguay 3 (1 mtr/2 dioc) 8 (1 mtr/7 dioc) 10 (1 mtr/9 dioc) Venezuela 6 (1 mtr/5 dioc) 15 (3 mtr/12 dioc) 32 (9 mtr/23 dioc) Guatemala 550 (1 mtr/4 dioc) 7 (1 mtr/6 dioc) 12 (2 Metr/10 dioc) Haití 5 (1 mtr/4 dioc) 5 (1 mtr/4 dioc) 9 (2 mtr/7 dioc) Cuba 351 (1 mtr/2 dioc) 6 (2 mtr/4 dioc) 11 (3 mtr/ 8 dioc) Puerto España 252 (1 mtr/1 dioc) R. Dominicana 153 mtr 4 (1 mtr/3 dioc) 11 (2 mtr/9 dioc) Costa Rica 4 (1 mtr/3 dioc) 7 (1 mtr/6 dioc) El Salvador 5 (1 mtr/4 dioc) 8 (1 mtr/ 7 dioc) Honduras 2 (1 mtr/1 dioc) 6 (1 mtr/6 dioc) Nicaragua 4 (1 mtr/3 dioc) 7 (1 mtr/6 dioc) Panamá 2 (1 mtr/1 dioc) 6 (1 mtr/5 dioc) Puerto Rico 3 (1 mtr/2 dioc) 5 (1 mtr/4 dioc) Paraguay 4 (1 mtr/3 dioc) 12 (1 mtr/11 dioc) 116 54 382 662

45 Tomado del “Annuario Pontificio” de 1899 (pp. 43-46). 46 Tomado del “Annuario Pontificio” de 1962 (pp. 1340-1345). Para no complicar el cua-

dro no incluimos las Antillas Menores. Habría que añadir: 1 Administración Apostólica, 1 Abadía nullius, 2 Ordinariatos para fieles de rito oriental, 13 Prefecturas Apostólicas, 50 Pre-laturas nullius, y 42 Vicariatos Apostólicos.

47 Tomado del “Annuario Pontificio” de 2004. El “Annuario” recoge los Ordinariatos Mili-tares, las Prelaturas territoriales, Vicariatos Apostólicos, etc. Pero ha disminuido mucho su número ya que en gran parte se han convertido en diócesis.

48 Incluía Panamá hasta 1903. 49 Incluye Paraguay que era una sola diócesis y dependió de Buenos Aires hasta 1929. 50 Las 4 diócesis sufragáneas eran: Comayagua (anterior nombre de Tegucigalpa), San

José de Costa Rica, Nicaragua y San Salvador. 51 Las 2 diócesis sufragáneas eran: San Cristóbal de la Habana y Puerto Rico. 52 La diócesis sufragánea era Roseau. No incluimos en las siguientes fechas las diócesis de

las Antillas menores. 53 Dependiente directamente de la Santa Sede.

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262 Carmen José Alejos

Podríamos concluir, con Aldea y Cárdenas, que “el Concilio (Plenario La-tinoamericano de 1899), no obstante las limitaciones que puedan atribuír-sele, provocó una primera experiencia de cohesión continental en el inte-rior de la Iglesia y del episcopado, y produjo un cuerpo disciplinar y doctri-nal, expresado con gran coraje y sinceridad, que venía a fortificar la con-ciencia unitaria de la Iglesia latinoamericana”. También puso las bases para la celebración de frecuentes reuniones en cada provincia eclesiástica. “Esta prescripción –no muy fácil de cumplir– evolucionó pronto en algunas re-públicas hacia la forma de conferencias episcopales nacionales, que se fue-ron estructurando con mucha técnica con el correr de los años”55.

54 Están incluidas las diócesis de Guadalupe y San Pietro sufragáneas de Burdeos (Fr.).

Habría que añadir los 6 Vicariatos Apostólicos dependientes de la S. C. de Asuntos Eclesiásti-cos Extraordinarios; otros 6 Vicariatos Apostólicos; y 3 Prefecturas Apostólicas.

55 Q. ALDEA – E. CÁRDENAS, La Iglesia del siglo XX en España, Portugal y América Latina, in: H. JEDIN (dir.), Manual de Historia de la Iglesia, Barcelona 1987, vol. 10, 551-552.

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AHC 44 (2012)

Cath olic Mission s in the XX Cen tury

WILLI HENKEL OMI / HÜNFELD

World War I caused enormous damage to Catholic missions. Benedict XV submitted in 1917 a plan for peace negotiations. His greatest contribution to mission, however, was the mission encyclical Maximum illud (1919) in which he foresaw the end of colonialism. Peoples who had been so far un-der the rule of colonial powers were striving for political independence. Benedict separated mission from politics grounding mission on the purest spiritual foundations. Benedict asked for the formation of an indigenous clergy and an indigenous hierarchy, who should become the leaders of the mission Churches1. Benedict argued that the local cleric is closely con-nected with his fellow countrymen by virtue of his origin and mental facul-ties, by his feelings and aspirations. He is uniquely gifted to open the hearts of his people to faith in Jesus Christ. The condition for this is a for-mation and training in all the courses, as they generally are given to priests in more developed nations. Then if the storm of persecution should per-haps come upon them, there is no need to fear that on such a firm foundation they will not be able to withstand enemy attacks2.

Pius XI (1922-1939) continued and intensified the policy of his predeces-sor. “His mission program to promote evangelization in theory and in practice was outstanding, as was evident in Vatican’s 1925 mission exhibit and the key mission encyclical Rerum ecclesiae”3. In this document he ex-plained that all the faithful are responsible for mission through prayer and sacrifice. He introduced “mission Sunday” to be celebrated every year. Pius XI moved in 1925 the Society of the Propagation of the Faith from Lyon in France to Rome, where it should collaborate closely with Propaganda Fide. He entrusted this movement to Mgr Roncalli (later John XXIII). Since then

1 BENEDICT XV, Epistola Apostolica “Maximum illud” ad Patriarchas, Primates, Archiepiscopos,

Episcopos orbis catholici de fide catholica per orbem terrarum propaganda, die 30 novembris 1919, in: AAS 11 (1919) 440-455, n° 11f.

2 Ibid., 7. 3 J. METZLER, Pius XI, in: Biographical Dictionary of Christian Missions, ed. G. H. ANDERSON

Grand Rapids – Cambridge U.K. 1998 (= BDCM), 539.

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264 Willi Henkel

the missionary union works in three secretariats: The Pontifical Union of the Clergy, The Pontifical Work of St. Peter the Apostle, and The Pontifical Missionary Childhood4.

Pius XI himself ordained 1926 the first six Chinese bishops in St. Peter’s. He also recommended harmony between the foreign and the local clergy warning them against setting barriers between both clergys. Pius XI sent Mgr Celso Costantini as Apostolic Delegate to China, where the bishops held in 1924 the National Synod in Peking5.

The Pope promoted missionary vocations, the formation of the local clergy and of catechists. Pius XI recommended the opening of existing reli-gious congregations to local people and the foundation of new congrega-tions in mission countries. With this regard the Congregation Propaganda Fide used to ask missionary bishops on the occasion of their visits ad limina about minor and major seminaries in their dioceses and questions about spiritual formation and new theological training courses for the local clergy6.

The Decree Ad Gentes of the II Vatican Council presents a new vision of the missionary activity of the Church. It explains the nature and scope of mis-sion and describes the components of the work: witness, proclamation and community; the local Church, the work of the laity, missionary spirituality and formation of missionaries. The Decree outlines the renewed tasks of the Congregation for the Evangelization of Peoples and of the Episcopal Conferences. The document intends to serve as a basis for the renewal in mission. The mentioned subjects and many new terms appear in the bibli-ography after Vatican Council, v.g.: evangelization, local Church, local the-ology, inculturation, development, dialogue, justice, liberation, liberation theology and ecumenism. Vatican Council reaffirms the authority of the Congregation for the Evangelization of Peoples over mission and all mis-sionary activity. It enlarges its membership by adding 12 missionary bish-ops, 4 generals of religious orders, and 4 national presidents of papal mis-sion works. Missionary cooperation on all the levels is encouraged.

4 Native Clergy in the Young Churches and the Pontifical Work of St. Peter the Apostle.

Pontifical Missionary Union, Rome 1976. Funds collected by the Society of St. Peter the Apostle (from 1922 to 1974), 104.

5 C. COSTANTINI, Réforme des missions au XXe siècle. Tournai 1960, 85-97. 6 The questions cf. Sylloge praecipuorum documentorum recentium Summorum Pontifi-

cum et S. Congregationis de Propaganda Fide necnon aliarum SS. Congregationum roma-narum, Città del Vaticano 1939 (= Urbaniana I), 652-655.