la dicha perdida. cuento de oliva schreiner

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Sueños. Oliva Schreiner. Sueños Por Oliva Schreiner I. La dicha perdida Todo el día, allá donde la luz del sol jugaba con las olas del mar, la Vida se sentó. Todo el día la brisa jugó con su cabello, y el joven, tan joven rostro miró a través del agua. Ella esperaba, esperaba; más no sabía decir por qué. Todo el día, las olas fueron y vinieron sobre la arena, y volvieron a ir y venir, haciendo rodar rosadas conchas. La Vida se sentó a esperar; todo el día, con la luz del sol en sus ojos; se sentó ahí hasta que cansada, recostó su cabeza sobre sus rodillas y se quedó dormida, aún esperando. Entonces, una embarcación dio sobre la arena y una huella se pintó en la playa. La Vida despertó y escuchó. Una mano se posó sobre ella y un gran escalofrío la invadió. Levantó la vista y vio los extraños y grandes ojos del Amor. Y la Vida supo por qué había estado esperando. Y el Amor hizo suya a la Vida. De ese encuentro nació una extraña y hermosa criatura – la Dicha, la Primera Dicha, le llamaron. La luz del sol al brillar sobre las alegres aguas no parecía tan contenta como aquella; ni los capullos cuando ofrecen sus labios al primer beso del sol, son tan encantadores. Sus latidos muy rápidos. ¡Era tan cálida, tan suave! Nunca hablaba, pero reía y jugaba a los rayos del sol; y el Amor y la Vida se regocijaban enormemente. Ninguno lo expresaba al otro, pero en lo profundo de sus corazones cada uno decía, “Será nuestra por siempre.” El tiempo transcurrió – ¿Serían semanas? ¿Serían meses? (el Amor y la Vida no miden el tiempo) – y sucedió que aquella criatura ya no fue lo que en un principio. Aún jugueteaba; aún reía; aún pintaba su boca con el jugo de moras; pero en ocasiones sus pequeñas manitas caían de hastío, y sus ojitos miraban pesadamente hacia el mar. Y la Vida y el Amor no se atrevían a mirarse a los ojos; no se atrevían a decir, “¿Qué le pasa a nuestra pequeña?” Cada corazón murmuraba, “No es nada, no es nada, mañana reirá de nuevo.” Pero un mañana y otro pasaron sin cambio. En su travesía, la criatura jugaba a su lado, pero cada vez más pesadamente. Un día, la Vida y el Amor se fueron a dormir; y al despertar, se había ido. Solamente, a un lado en el suelo, quedó una extraña criatura de grandes ojos, lánguida y triste. Ninguno lo mencionó, pero se alejaron, lamentando amargamente, “¡Oh, nuestra Dicha, nuestra Dicha perdida! ¿Acaso no te veremos nunca más?” La pequeña extraña de tiernos y tristes ojos deslizó sus manos por las de ellos, acercándolos, y la Vida y el Amor caminaron con ella entre ambos. Cuando la Vida bajaba la mirada con angustia, encontraba sus lágrimas reflejadas en sus ojitos. Y cuando el Amor, loco de pena, se lamentaba,

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La dicha perdida, cuento tomado del libro "Sueños" (Dreams) de Oliva Schreiner. Sudáfrica, 1891. Traducción al español por Dante Amerisi-

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Page 1: La dicha perdida. Cuento de Oliva Schreiner

Sueños. Oliva Schreiner.

Sueños

Por Oliva Schreiner

I. La dicha perdida Todo el día, allá donde la luz del sol jugaba con las olas del mar, la Vida se

sentó. Todo el día la brisa jugó con su cabello, y el joven, tan joven rostro miró a través del agua. Ella

esperaba, esperaba; más no sabía decir por qué. Todo el día, las olas fueron y vinieron sobre la arena, y volvieron a ir y venir, haciendo rodar

rosadas conchas. La Vida se sentó a esperar; todo el día, con la luz del sol en sus ojos; se sentó ahí hasta que cansada, recostó su cabeza sobre sus rodillas y se quedó dormida, aún esperando. Entonces, una embarcación dio sobre la arena y una huella se pintó en la playa. La Vida despertó y escuchó. Una mano se posó sobre ella y un gran escalofrío la invadió. Levantó la vista y vio los extraños y grandes ojos del Amor. Y la Vida supo por qué había estado esperando.

Y el Amor hizo suya a la Vida. De ese encuentro nació una extraña y hermosa criatura – la Dicha, la Primera Dicha, le

llamaron. La luz del sol al brillar sobre las alegres aguas no parecía tan contenta como aquella; ni los capullos cuando ofrecen sus labios al primer beso del sol, son tan encantadores. Sus latidos muy rápidos. ¡Era tan cálida, tan suave! Nunca hablaba, pero reía y jugaba a los rayos del sol; y el Amor y la Vida se regocijaban enormemente. Ninguno lo expresaba al otro, pero en lo profundo de sus corazones cada uno decía, “Será nuestra por siempre.”

El tiempo transcurrió – ¿Serían semanas? ¿Serían meses? (el Amor y la Vida no miden el

tiempo) – y sucedió que aquella criatura ya no fue lo que en un principio. Aún jugueteaba; aún reía; aún pintaba su boca con el jugo de moras; pero en ocasiones sus pequeñas manitas caían de hastío, y sus ojitos miraban pesadamente hacia el mar.

Y la Vida y el Amor no se atrevían a mirarse a los ojos; no se atrevían a decir, “¿Qué le pasa a

nuestra pequeña?” Cada corazón murmuraba, “No es nada, no es nada, mañana reirá de nuevo.” Pero un mañana y otro pasaron sin cambio. En su travesía, la criatura jugaba a su lado, pero cada vez más pesadamente.

Un día, la Vida y el Amor se fueron a dormir; y al despertar, se había ido. Solamente, a un lado

en el suelo, quedó una extraña criatura de grandes ojos, lánguida y triste. Ninguno lo mencionó, pero se alejaron, lamentando amargamente, “¡Oh, nuestra Dicha, nuestra Dicha perdida! ¿Acaso no te veremos nunca más?”

La pequeña extraña de tiernos y tristes ojos deslizó sus manos por las de ellos, acercándolos, y

la Vida y el Amor caminaron con ella entre ambos. Cuando la Vida bajaba la mirada con angustia, encontraba sus lágrimas reflejadas en sus ojitos. Y cuando el Amor, loco de pena, se lamentaba,

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Sueños. Oliva Schreiner.

“¡Estoy hastiado, estoy hastiado! ¡No puedo continuar! La luz ha quedado atrás, y ante nosotros sólo hay oscuridad”, su dedito apuntaba hacia donde el sol da sobre la ladera de las colinas. Siempre, sus grandes ojos parecían tristes y pensativos; y siempre, su valiente boquita sonreía discretamente.

Cuando en las piedras filosas la Vida se lastimó los pies, la pequeña criatura limpió la sangre

de sus heridas, y besó con sus labios los doloridos pies. Cuando en el desierto el Amor sentía desfallecer (pues por amor mismo se desfallece), esta corría sobre la arena caliente con sus piecitos desnudos, y aún en pleno desierto encontraba agua en recovecos entre las piedras para humedecer los labios del Amor. No se agobiaba, jamás los cargó; sólo los ayudó a continuar su viaje.

Cuando llegaron a parajes helados donde los carámbanos cuelgan de las rocas — pues el Amor y la Vida suelen pasar por extraños y tórridos lugares — ahí, donde todo es frío y la nieve forma una gruesa capa, ella tomaba sus congeladas manos y las abrazaba contra su pecho, calentándolas y reanimándolas continuamente.

Y cuando lograron atravezar hasta la tierra del resplandor y las flores, extrañamente sus grandes ojos se iluminaron, y unos hoyuelos aparecieron en su cara. Riendo alegremente, corrió sobre el suave pasto; cogió miel que encontró en un árbol y se las trajo en la palma de su mano; les llevó agua en hojas de lilas y con flores coronó sus cabezas, riendo suavemente en todo momento. Los tocó como su Dicha los había tocado antes, pero sus deditos dispensaban más ternura.

Así vagaron por tierras oscuras y de luz, siempre con esa valiente criatura sonriendo

entre ellos. Algunas veces, recordaban aquella primera y radiante Dicha, y murmuraban para sí mismos, “¡Oh, acaso pudiéramos encontrarle!”.

Finalmente llegaron hasta donde se encuentra la Reflexión; esa extraña vieja que siempre tiene un codo en su rodilla y la barbilla apoyada en su mano y que le roba luz al pasado para verterla en el futuro. Y la Vida y el Amor le suplicaron, “¡Oh, sabia! Dinos, cuándo nos conocimos por primera vez, teníamos una cosa hermosa y radiante con nosotros — alegría sin lágrimas, resplandor sin sombras. ¡Oh, cuánto habremos pecado para perderla! ¿A dónde debemos ir para encontrarla?”

Y ella, la vieja, respondió, “Para tenerla de nuevo, ¿abandonarían a la que ahora camina con ustedes?”

Y de inmediato, el Amor y la Vida respondieron, “¡No!” “¡Ni lo menciones!”, dijo la Vida. “Cuándo me herí con espinas, ¿quién me extrajo el

veneno? Cuándo me duele fuertemente la cabeza, ¿quién pone sus manitas para calmarla? ¿Quién da calidez a mi corazón en el frío y la oscuridad?”

Y el Amor exclamó, “¡Mejor morir! Puedo vivir sin la Dicha, pero sin esta pequeña criatura no puedo hacerlo. ¡Antes morir que perderla!”

Y la vieja respondió, “¡Oh, tontos, ciegos! Lo que alguna vez tuvieron es lo que tienen ahora. Cuando el Amor y la Vida se encuentran por primera vez, nace algo radiante, sin sombra alguna. Cuando los caminos se vuelven agrestes, cuando las sombras se hacen más oscuras, cuando los días son difíciles y las noches largas y frías, entonces aquello comienza a cambiar. El Amor y la Vida no lo notarán, no lo sabrán, hasta el día en que de pronto comiencen a lamentarse, ‘¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Le hemos perdido! ¿Dónde está?’ No comprenden que no pueden llevar aquella cosa alegre sin cambios por el desierto, por el frío y por la nieve. No saben que quién camina a su lado es la Dicha que ha madurado. Esa

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Sueños. Oliva Schreiner.

recia, dulce y tierna criatura, cálida en las más frías nieves, valiente en los más inclementes desiertos, cuyo nombre es la Comprensión, es el amor perfecto.

Olive Schreiner, Sudáfrica. Traducción al español, por Dante Amerisi.