la decisión, carta

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Obra de Teatro Título: La Decisión Autor: Alejandro Robino Género: Comedia Personaje: Duración estimada: 55 minutos. Algunas puestas en escena de la obra. Contacto: [email protected] [email protected]

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Comedia 1 personaje duración aproximada 50 minutos.

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Obra de Teatro

Título: La Decisión

Autor: Alejandro Robino Género: Comedia Personaje: Duración estimada: 55 minutos.

Algunas puestas en escena de la obra. Contacto: [email protected] [email protected]

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La Decisión de Alejandro Robino El matrimonio es tan natural al hombre como la jaula al loro. Bernard Shaw

Una mujer juguetea con una sortija entre sus dedos. Detiene el juego. Coloca el anillo en su dedo anular, extiende su mano y la observa relucir. Se siente orgullosa. Al verse descubierta por el público, confiesa, se justifica: Yo tomé una decisión. Sí, una decisión. Y no es que no lo quisiera o algo de eso. No. Pero no tenía derecho. no tenía derecho. Por eso tomé “esa” decisión. Estuve cuatro días seguidos friendo cebolla. Sin parar, claro. Cuatro días. Difíciles son los dos primeros. Y no porque la cebolla te hace llorar. Eso es lo de menos. Lo espantoso es el olor. Te provoca arcadas y te vienen eructos volcánicos. Te empastan la saliva. Entonces, empezás a babearte. Pero esto no te agarra de golpe. Te viene de a poco. Después de los primeros quince kilos que freís, se hace como una niebla de cebolla que te va enroscando. Es un vapor flotante, viscoso, pegajoso, que te embadurna la ropa, la piel, los pulmones. En el pelo, se condensa y se te hace caspa gruesa, que con el calor de las hornallas, se te mezcla con la transpiración. Entonces, te empieza a chorrear por la cabeza una especie de caca blanca. Como de pajarito. En las cejas se te forman costras. Eso es bueno, porque se te arman como dos aleritos que te permiten ver y seguir picando. Pelando picando friendo pelando picando… Son bravos. La verdad, que los dos primeros días son bravos. Al tercer día, por suerte, te vas acostumbrando. Te agarran unos mareos. Se ve que la cebolla se te sube a la cabeza y te cosquillean las manos. Parece ser, que es por el nivel de cebolla en sangre. Eso te ayuda a seguir friendo. Tenés la sensación de estar flotando. El día se te pasa y no te das cuenta de nada. Te da risa. Mucha risa. Te reís de cualquier cosa. El problema es al cuarto día. No podés parar de freír. Es compulsivo.

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Cuando apagás la hornalla y retirás el sartén, te agarran convulsiones. Mi tía Flora, que tira el cuerito y es medio enfermera, me dijo que es por la abstinencia. Que hay que salir de a poco, porque si no, se te enferman los nervios. Por eso ahora, cada dos por tres, cuando veo que me van a venir los temblores, me frío una cebolla y listo. Ya se me va a pasar. Al final hice mil cuatrocientas veintitrés empanaditas de copetín. Tenía que hacer mil quinientas, pero de tanto repulgar se me agarrotaron los dedos. Los tenía hinchados. Negros, como cinco morcillas siamesas. Yo ya me palpitaba que se me iban a hinchar un poco. Por eso hice primero las tarjetas y después las empanadas. Sí, las hice todas yo, ¿qué tiene? Letra gótica, tinta china y paciencia. En papel reciclado. Se hace con diario y estopa. Es de lo más fino y te sale dos pesos. Lo que hay que saber es prensarlo bien, para que no se te deshaga todo. A mí no me costó nada. Lo puse entre dos tablas y lo dejé ahí veinticinco días. Para que quedara bien lisito, yo dormía arriba y listo. Yo, prensa no tengo y es cuestión de acostumbrarse. Además, dicen los chinos, que dormir sobre una tabla hace bien para la espalda. Yo usé tablas de lavar, que son todas acanaladas y… pero otras no tenía. Además, sólo fueron veinticuatro noches y con lo molida que estaba, apenas me acostaba me desmayaba. El papel quedó: una pin - tu - ri - ta. Lo que te cansa un poco la vista, es cortar una por una, una por una, una por una, las doscientas cincuenta tarjetas. Igual el oculista dice que lo del estravismo es funcional. Que cuando me deje de funcionar el ojo se me va. Eso no me preocupa. Lo que nunca imaginé era que los dedos se me iban a hinchar tanto con el repulgue. Igual, para esa altura, ya no me importaba nada. Yo, de todos modos, iba a hacer las mil quinientas, porque cuando yo me decido a hacer algo yo lo… Pero fue un segundo que se me iluminó la cabeza, mirá. Como si la voz de dios me hubiese avisado: - ¡¡Adeeeelaaa, soltá el repulgue, soltá el repulgue!!. Entonces se me vino a la mente la imagen de Jorge, haciendo fuerza para embocarme la alianza. Al cura, escupiéndome el dedo para que la sortija resbalara. Y el dedo negro, negro, negro y bien grosso… y el anillo que no entraba y …

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Se me heló la sangre. O mejor dicho, se me tenía que helar sí o sí, si no quería arruinarlo todo. Entonces, solté las empanadas y corrí a meter los dedos en el Freezer, que estaba repleto de cosas. Estaba que reventaba. El Freezer … y el dedo. Igual encontré un hueco y el frío me hizo bien. A las seis horas ya se me había deshinchado bastante. Me volvió el alma al cuerpo . A ojo la alianza ya me entraba. Lo que sí, no se me movían mucho. Los dedos, digo. Por eso tuve que dejar de repulgar… Lástima que me quedaron setenta y siete empanaditas sin hacer. La mayoría de tripa gorda… De tripa gorda y cebolla, claro. Igual, mil cuatrocientas veintitrés son unas cuantas. Después de todo, no era para que se llenaran la panza sólo con empanaditas. Para eso están los choripanes. Dos por persona, en pan de fonda, que satisface más. Quinientos chorizos que conseguimos en Vivoratá. Los compramos allá porque son más ricos, más frescos, más… Un remanente. Me avisó la portera del jardín, que tiene un primo allá y le dijo. De gasoil se gasta poco y nada y vas y venís enseguida. Los quinientos chorizos los sacamos con la tarjeta en seis cuotas al precio de cien y de bonificación, nos dieron quince metros de tripa gorda. Ahí se me ocurrió lo de las empanaditas. Sesenta y tres chorizos pudimos guardar. El frezzer que tenemos no es muy grande; ¿ya te dije, no?. Fue un regalo de la hermana de Jorge…de ella y el marido, claro. Vinieron con la caja de una manera… Una manera que yo pensé que era quien sabe qué cosa. La abrimos. Yo igual le agradecí, porque después de todo ellos van a ser de la familia y… Si se ofendieron porque me lo confundí con un microondas, lo siento, ¡yo qué sabía! Son de estos Freezer chinos, chiquitos, que están de oferta en el supermercado. Para peor lo tuvimos que estrenar antes de la fiesta. Que se le va a hacer. Necesitar lo necesitábamos. Y así y todo, no nos alcanzó casi para nada. Nos quedaron cuatrocientos treinta y siete chorizos sin guardar. Decí que la gente fue re-gaucha. En eso hay que reconocerlo. Nosotros íbamos con la tarjeta y por las dudas, en el baúl del auto llevábamos las heladeritas de telgopor, llenas, con los chorizos, obvio. Y claro… Comentando los preparativos, que elogiaban la fineza de la tarjeta, que una cosa lleva a la otra y el tema salía solo. Y después de todo ¿qué tiene?. Al final de cuentas se guardaban en “su” heladera lo que ellos se iban a comer. Una tarjeta, siete chorizos. Otra tarjeta, doce chorizos. Y así, en dos fines de semana repartimos todo.

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El tema fue mantenerlos con hielo durante la semana, porque se te ponen verdes enseguida. En eso le estoy reconocida a los de la YPF: se portaron. La tengo acá nomás, a doce cuadras. Me hacían ir a las tres de la tarde porque era el horario que el dueño dormía la siesta y me daban un poco más de hielo. Me completaban las dos bolsas con el hielo de las que se les rompían. Ya me las tenían preparadas. En cuanto me veían llegar, me las acercaban y me ayudaban a levantarlas. Después yo ya andaba sola. Cada una pesaba ocho kilos, más o menos. Yo trataba de caminar rápido, porque si no a esa hora, en pleno verano, se te derrite enseguida. Hubo un día que hizo como cincuenta y tres grados de sensación térmica. Tuve que hacer dos viajes, que va a hacer. Para mí que eso fue lo que me torció la columna. Pero no había más remedio. Me tenía que encargar yo, porque era la que estaba de vacaciones en el jardín. Bueno, Jorge también, pero él hace la diferencia con la colonia de vacaciones y con eso pagábamos el viaje. Vamos a Jamaica. Es caro, porque queda lejos. Es por el lado de Hawai, en la Polinesia. Pero un gusto es un gusto y con lo que Jorge saca en la colonia, el anticipo lo pagamos. Después son cuotas. Ciento veinte. Es un plan a diez años. Lo importante es que lo del anticipo va a estar. Los profes de educación física tienen eso: que los veranos se la rebuscan. Pero una que es maestra jardinera ¿qué va a hacer? Por eso ahora decidí que aunque me guste trabajar con los chicos chiquitos, esto se acabó. Ahora quiero plata. Efectivo. Cash. Taca taca. Por eso, este año me recibo de maestra de primaria y el verano que viene doy clases particulares…y listo. A veces me da remordimiento dejar el jardín. Hace cinco años que estoy ahí. Fue mi primer trabajo y la verdad es que se armó como una familia. Jorge entró después que yo. Lo recomendó Daniela, que es mi mejor amiga, como hermanas somos. Ella tiene la salita verde y yo la celeste. En esa época ellos eran novios y decían que se iban a… Después cortaron, porque Sole, la directora, le empezó a llenar la cabeza a Daniela. Le contó que yo andaba con Jorge. De envidiosa, le dijo, porque ella estaba bastante alzadita y también se lo quería… Yo no soy rencorosa. Además, ahora se portó muy bien. Nos prestó el salón de actos para la fiesta, la salita celeste para el guardarropa y lo más, más importante, el… Con Daniela, ahora todo bien.

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Pero no fue fácil. Lo hablamos mucho, lloramos juntas, lo volvimos a charlar, lloramos otro poco, hasta que por fin lo aceptó. Ser testigo del civil, digo. Porque después de todo es mi mejor amiga y las amigas no te pueden fallar. La macana de hacer la fiesta en el jardín eran las mesitas. Y las sillitas. Son un poco bajas. Son para chicos de tres a cinco años y están llenas de plastilina. Pero yo me doy maña para todo. A las mesitas las vestí y listo. Eso ahora se usa mucho y te resuelve un problema, porque te unifica el ambiente con fineza. Me llevó una tarde decidirme con qué iba a vestir las mesitas. Me estrujé el cerebro pensando en algo fino. Fino y barato, claro. Pero valió la pena. Compré un nylon entre rosa pálido y salmón. Te juro que de lejos, con poca luz, parecía raso. Las sillitas las saqué todas. Aproveché que Jorge es el profe de educación física y usamos las colchonetas, que habían sido rojas pero como están tan decoloradas más o menos hacían juego. La gente se va a sentar ahí. A la japonesa. Además, para reforzar la onda bien japonesa, compré en lo de los coreanos, tres farolitos chinos. Cinco pesos. Estaban medio rotos pero los pegué y ni se nota. Con los centros de mesa, la hice redonda: Ikebanas. …bueno, tipo Ikebanas. Hay veces que soy una genia. En el jardín, habían podado el plátano del patio. Yo vi las ramas secas, vi la plastilina y se me iluminó la mente. Lo que me atrasó un poco fue la alergia. El plátano larga un polvillo que… A veces estornudaba tan fuerte que se me desparramaba toda la ikebana y tenía que empezar de nuevo. Igual, quedaron preciosos. En el medio de cada centro de mesa le puse una vela. La gente deja un montón en San Cayetano y siempre hay de sobra y… y después de todo yo las usaba para festejar un sacramento. De souvenirs: cerámicas japonesas. Todas originales. Los puse a hacerlas a los chicos de mi salita. Tengo dieciocho. ¿Qué tiene? ¡Sí se divertían! Hicieron quince cada uno porque quisieron. Además, los padres estaban re-agradecidos y estuvieron encantados de pagar la cerámica. Bueno, en realidad Crealina*. Pero queda muy parecido. Yo le dije a los nenes que los muñequitos los tenían que dejar para que se secaran. Y viste como son los chicos que después se olvidan… Con el papel crepé que sobró de la fiestita de fin de año hice guirnaldas japonesas. Cuando compré los farolitos chinos, le pedí a la coreana que me enseñara. ¡Todo quedó genial, soñado! El salón estaba super japonés, re - nipón. Hasta la portera que es una santiagueña bastante achinada se ofreció a hacerme de

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moza. Todo perfecto. Si no te decían que era el jardín, creías que estabas en Hong kong. Salvo por los choripanes, claro. Con la iglesia, para mi que fue la virgen la que me iluminó. Yo quería casarme en Santo Domingo. Pero para embocar un sábado a la noche había que esperar hasta el tres mil cinco. Además, con la ceremonia nocturna te cobran la vela, las flores, el órgano, la alfombra, el agua bendita… todo aparte. Una montaña de guita. Entonces aceptamos un poco más temprano que el horario nocturno central. Las tres de la tarde. Igual, dios a la tarde es más o menos lo mismo. Yo me conformaba, que va a hacer… Igual el gusto de casarme de blanco en esa iglesia me lo iba a dar y el vestido es precioso. Era el que iba a usar Daniela, que se lo prestaba Sole, la directora, que lo tenía de su abuela y al final me lo prestó a mí. En realidad arregló con Jorge. A él se lo ofreció. Yo esa tarde casi meto la pata. De casualidad pasaba por la puerta de la dirección, cuando escuché que ella le decía: ( Orgásmica)- …es para vos, George, ¡todo para vos! Casi me vuelvo loca. La puerta estaba con llave. Entonces tomé carrera y al grito de: - ¡¡¡Quiero tu páaaancreaaaaas!!! la tiré abajo de un cabezazo. Tardé un rato en abrir los ojos. Yo me paré solita. No dejé que me ayudaran. Estaba dispuesta a matarlos y después matarme y después… (Se sorprende) Pero cuando vi la caja abierta y Jorge me dijo: (Hace el gesto de subirse el cierre de la bragueta como si fuera Jorge) - Mirá lo que nos presta Sole - me quedé paralizada. Era tan blanco, tan de novia, que se me hizo un nudo en la garganta. Es como de reina. Todo con bordados y guipiur y… ¡te juro que no sabía como agradecerle! Por eso le ofrecí que fuera la otra testigo. Ahí mismo, en la dirección, me cosieron la cabeza. Doce puntos. Yo sufría, porque al coser, con la sangre, sin querer, me salpicaban el vestido. Le hicieron cincuenta y dos manchitas, pero se las saqué con liquid papper **, ¡y me quedó inmaculado! Lo que sí, es un poquito más chiquito que mi talle. Decí que por suerte, como estuve un poco más atareada en esos días, rebajé justo diecisiete kilos. Cuarenta y tres clavados cantaba la balanza. Me quedó pintado. ¡Parecía a medida!

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Yo me imaginaba con el vestido puesto y me agarraba una emoción en el estómago que… Para el día anterior, lo único que me quedaba era ir a pagarle al cura la contribución voluntaria, porque si no no te casa. ¡Ah! …y el civil y esos trámites. Pero eso ya lo habíamos hecho a la mañana con Daniela y Sole. Y Jorge, claro. Por eso a la tardecita, con tiempo, yo ya andaba por la sacristía. Llevaba la plata en un monedero verde, porque dicen que da suerte. Tres billetes de diez, doce de cinco y lo demás en monedas. Yo pensé que era por las monedas que no me aceptaba la plata y casi me lo como crudo. Yo por eso nunca voy a la iglesia, porque a mí los curas me dan bronca. - No son tus monedas, hija. Suspendimos todas las ceremonias de este fin de semana. Esta casa de dios vive un momento de profunda tristeza - Yo sentía que los dientes me rechinaban. Pero la virgen me iluminó y en vez de morderle la yugular, se me ocurrió preguntarle como si estuviera tranquila: (A punto de estallar) - ¿Por qué, padre, por qué? - El señor llamó a su encuentro al hermano superior de nuestra orden. Fue hace algunas horas y estamos consternados. No sabemos qué hacer. - ¿Cómo que no saben qué van a hacer? Casarme, padre. Casarme. - Imposible, hija. Mañana vamos a velarlo en ésta, que fue su casa. El domingo será la misa de cuerpo presente. Luego, en procesión, lo acompañaremos hasta el aeropuerto.

- ¿Pero se murió o va a ver a dios y vuelve? - Fue la última voluntad del hermano Sukimoto, ser enterrado en su tierra natal.

- ¿Sukimoto? ¿Sukimoto dijo? ¿No me diga que era japonés? Son esos momentos que… yo creo que me iluminaba la virgencita. Entonces le empecé a hablar. Yo hablabatodoseguido. Tenía el presentimiento de que si paraba no lo iba a lograr. Le conté un montón de cosas, le rogué, lo amenacé, le lloré tres veces, le pedí en nombre de todas las estampitas que

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conozco. Y si dije que el hermano Sukimoto me había dado la primera comunión fue como un último recurso. Sin maldad. Una medida desesperada. Una mentira piadosa. Igual con eso no alcanzaba. Si no hubiera sido porque me colgué de la cruz del altar, llorando como una loca desatada al grito de: - ¡San Sukimoto, San Sukimoto, ayuda a tu hija desesperada! yo creo que no lo lograba. Entre ocho intentaron bajarme. Pero yo estaba decidida y hasta que no me aseguraran que me casaban yo no me bajaba. Cuando bajé, del auto, yo ya hacía fuerza para no llorar. La noche estaba estrellada como en el planetario. La iglesia iluminada de una manera que… No es lo mismo dios de noche que de tarde. Jorge parecía un príncipe. Estaba de traje, de moño… y zapatos, él, que nunca usa. Caminaba despacio, porque se había olvidado de rasparles un poco la suela y como eran nuevos se patinaba. Y a mí me parecía mejor. Yo no me quería apurar. En la escalinata casi me viene un temblor. Por suerte adentro del ramo llevaba una cebolla frita, así que la olí un poco y no me pasó nada. A medida que subía los escalones se me iba apareciendo el altar ante los ojos y se me aflojaban las piernas. El organista ya había arrancado. Yo había pedido “Te quiero te quiero” de Sergio Denis, que iba a quedar brutal en órgano. Pero tenían que tocar la marcha fúnebre, por lo de Sukimoto, claro. Igual a mí me emocionaba. Cuando atravesamos la puerta, todos se pararon. Una ahí se siente una reina. Yo sabía quienes eran mis invitados porque estaban con las bolsitas, con los chorizos. Los otros eran de Sukimoto, que lo habían puesto medio a un costado y a mí ni me molestaba. Al contrario, la iglesia estaba repleta de flores. Una corona más grande que la otra. Y llena de gente. No entraba un alfiler. Si hasta el embajador de Japón creo que estaba. El cura nos estaba esperando. Tenía a cada lado dos curas más, se ve que como ayudantes. Más al costado había dos policías y tres enfermeros. Eso me extrañó, pero después me avivé que seguro era por Sukimoto. Seguro. ¿Si no por qué iba a ser? Avanzamos muy despacito. Yo miraba siempre derecho, al frente, porque el tocado me lo habían enganchado en los puntos de la cabeza y mucho no me podía ladear. Sólo cuando pasamos la octava fila de bancos, apenas miré para un costado. Fue ahí, justo, en ese segundo, que escuché el crac. Un crac corto, seco. Como

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cuando partís los huesos de un pollo. Así era el crac y en seguida un bloomm. Un bloomm gordo. Como cuando se cae un armario. La gente hizo uuuuhhhh, se paró la música y yo sentí que algo ya no estaba en su lugar. Dónde tenía que estar Jorge, sólo había una corriente de aire que me heló la sangre. Entonces lo miré al cura. Su cara de espanto me puso alerta. Le seguí la mirada por el rabillo del ojo y lo vi a Jorge en el suelo. Todo despatarrado, boqueaba como un bagre recién sacado del agua. Como primera medida yo me quedé quieta, sonriendo. Con cara de “ va a ser una anécdota”, “no pasa nada”. (Disimuladamente, sin perder la sonrisa y rechinando los dientes.) - Levantáte, Jorge. Pausa - Levantáte ¡ya! Yo no sé de que forma se lo habré dicho porque, como pudo, agarrándose de la punta de un banco se volvió a parar. A la altura de la botamanga le salía la mitad de la tibia, como el cuerno de un rinoceronte. Quedaba desprolijo el pantalón atravesado, sí, pero no era para tanto. Con la alfombra gruesa y roja la sangre ni se notaba. La música no volvió. La gente no hablaba. Yo, sin sacar la vista del altar, lo agarré bien fuerte y le dije: (susurra violentamente la orden) - vos vas a llegar. Hizo un paso, yo lo arrastré otro poco e hicimos un descanso. Quedarían cinco metros. Yo pensé que cinco metros tenía que andar. Respiró profundo y dio otro pasito. Cuatro metros con Ochenta, pensé. Me dijo algo de la suela de los zapatos y se volvió a desparramar. Escuché el bloomm y después: nada. Fue como si de golpe todo ese bloomm me hubiera tapado las orejas. Una película muda. La gente hacía gestos. Parecía que gritaba. Los enfermeros corrían. Los policías desplegaban una faja de seguridad alrededor de Jorge. Él, tiritaba en el piso. Se estaba poniendo blanco. Pero si había alguien que ese día tenía derecho a estar de blanco, esa era yo. Así que le dije: - ¿Te vas a levantar, sí o no? Pausa ¡Cobarde! Se desmayó. Entonces, fue ahí que tomé la decisión. Sí. Y no era que no lo quisiera o algo de eso. No. Pero no tenía derecho. no tenía derecho y por eso, olí una vez más mi cebolla frita y empecé a caminar . A paso de novia. La frente alta, la sonrisa serena, como si no

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hubiese pasado nada. La vista fija en los ojos del cura que, al verme avanzar, también temblaba. Los curas ayudantes, corrieron a parapetarse detrás del altar y él se quedó ahí, solo, como paralizado. Cuando lo tuve a medio metro, me paré. Ahí volvió todo el sonido, porque escuché otro uuuuhhh y la gente que cuchicheaba. Yo lo miré fijo y esperé. Él transpiraba. Esperé hasta que se hizo un silencio profundo, total. Entonces sí, se lo dije: padre, cáseme. Cáseme sola . ¡Cáseme sola, padre!

Fin