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La Conversión de la Magdalena, del P. Malón de Chaide INTRODUCCION HISTORICA A SU ESPIRITU Y DOC- TRINA, PARA UNA EDICION CRITICA, POR EL DOCTOR H. LANGENEGGER EL PROCESO DE LA CONVERSION DE LA MAGDALENA Traducción POR LOPE CILLERUELO, O. 5 . A. III En un capítulo preliminar habla Malón de Chaide acer- ca de la energía y metafísica primordiales del Universo, y de la creación entera del amor: «Cuando el gran Mo- narca y Padre del cielo quiso comunicar su belleza y glo- ria en tiempo, siendo infinitamente sabio, y siendo fuente de amor, de donde nace todo el bien a las criaturas, para hacerlas bienaventuradas cada una en su tanto; viendo que fuera de El no podía haber felicidad alguna, determinó hacerse fin de todas ellas, y que así como nacían de Dios, así también fuesen a parar en Dios, y hasta llegar a este punto ninguna de todas ellas tuviese perfección, y por el mismo caso, ni reposo ni bienaventuranza: Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum doñee reverta- mur ad te Entre las criaturas encuentra el Amor dos que son dig- nas de su particular atención: las criaturas intelectuales y las racionales; los ángeles y los hombres. Ambas poseen dos propiedades de subido valor: razón y voluntad. Esta es más valiosa que la anterior: «Saliendo fuera de sí, y

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La Conversión de la Magdalena, del P. Malón de Chaide

INTRODUCCION HISTORICA A SU ESPIRITU Y DOC­TRINA, PARA UNA EDICION CRITICA, POR EL DOCTOR

H. LANGENEGGER

EL PROCESO DE LA CONVERSION DE LA MAGDALENATraducción

POR

LOPE CILLERUELO, O. 5. A.

I I I

En un capítulo preliminar habla Malón de Chaide acer­ca de la energía y metafísica primordiales del Universo, y de la creación entera del am or: «Cuando el gran Mo­narca y Padre del cielo quiso comunicar su belleza y glo­ria en tiempo, siendo infinitamente sabio, y siendo fuente de amor, de donde nace todo el bien a las criaturas, para hacerlas bienaventuradas cada una en su tanto; viendo que fuera de El no podía haber felicidad alguna, determinó hacerse fin de todas ellas, y que así como nacían de Dios, así también fuesen a parar en Dios, y hasta llegar a este punto ninguna de todas ellas tuviese perfección, y por el mismo caso, ni reposo ni bienaventuranza: Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum doñee reverta- mur ad te .»

Entre las criaturas encuentra el Amor dos que son dig­nas de su particular atención: las criaturas intelectuales y las racionales; los ángeles y los hombres. Ambas poseen dos propiedades de subido valor: razón y voluntad. Esta es más valiosa que la anterior: «Saliendo fuera de sí, y

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Ckristo cúnfixus sum cruce. Alimenta, púes, y decrece el valor del hombre con la medida del amor que en sí ténga. Y de Dios, como fuente absoluta de todo bien y dé todo amor, resulta la dependencia humana por antonomasia, dependencia en el amor. Como dice San Agustín, no pode­mos desearnos nada mejor qué el amor de Dios. En todos los órdenes de la naturaleza se realiza la ley : se cambian las cosas bajas e indignas en altas y estimables. Así, por ejemplo, los elementos se transforman en plantas, que se alimentan de ellos ; las plantas, mediante süs frutos, en naturaleza de los animales; los animales integran al hom­bre'que los come y de ellos se alimenta. Y aquí se acaban y transforman.

Y, por tanto, para que el hombre éntero se eleve, debe amar a Dios ante todas las cosas. La naturaleza nos enseña que ló primero a lo que hay que amar es a D ios; y si este orden se quebranta «es mal amor y desordenado».

Podríamos ver en todo ello un ensayo esencial sobre la doctrina mística de las «ascensiones» en el camino del hombre a Dios.

Después de este capítulo introductorio, intenta Malón de Chaide describir circunstanciadamente ese camino del hombre mísero a Dios.

Nos lo presenta en tres estados: pecador, penitente y amante. En la segunda parte de la obra se ocupa del primer estado. Ese primer estado, esa primera disposición espiri­tual del pecador se verifica cuando está en condiciones de poder comprender su situación: es una desesperación por la salvación de su alma, y por eso mismo es una obstina­ción; desconfía y está persuadido de que no tiene finali­dad alguna que perseguir, ni siquiera el hacer penitencia,

Malón emprende luego la ilustración del texto evangé­lico, que ha tomado como punto de partida de sus disquisi­ciones : la historia del banquete al que el fariseo invitó a Jesús. Llama la atención sobre la altanería del anfitrión, acerca de la cual se pregunta: ¿Quién tiene que agradecer

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más realmente, el invitado o el anfitrión?, y responde:¡ Cuánto se debe agradecer a Dios, el que venga a nosotros en calidad de huésped, voluntariamente, sin necesidad de que le supliquemos! Jovial, o mejor dicho, irónicamente describe el convite: «Jesús es observado al detalle, míranse sus manos y se cuentan los tocados que consume». Frente a la coacción con que se invita a Jesús a la mesa, (rogabat), cita ejemplos de clásica hospitalidad, tomados del Antiguo Testamento...

Y aquí presenta a la pecadora. Malón dice: el padre se regodea cuando el niño le pide con insistente sinceridad algo que el pequeño desearía grandemente conseguir. Así la pecadora llega a Jesús y le ruega con fineza... Pero Jesús nada contesta. Esta circunstancia ha hecho cavilar a muchos exegetas y «teorizantes». Malón adopta la solución de San Juan Crisòstomo: Dios, y con El Cristo, anhelan convivir con nosotros, y todo lo que nos envían, aún lo más desagradable, es algo semejante a una aldabada con que re­pican a nuestra puerta... Esto nos lo muestra la historia de la Creación también. (Genes., 2, 2.) Dios lo encontró todo bello, pero no descansó cuando lo hubo creado todo, «aun falta loi mejor y no llega a su punto el descanso mío, dice Dios. Y para que mejor se entienda, nòta lo que Abdalá Sarraceno dijo: preguntado cuál era la cosa de mayor ad­miración que en esta mundana farsa se hallaba, respondió que el hombre». También aduce la literatura hermética: Magnum, o Asclepi, miráculum est homo. Malón encuen­tra algo exagerado el llamar al hombre con los persas «lazo del mundo». Pero sin el hombre faltaría, sin duda alguna, una de las más logradas y admirables obras de la creación. Y por eso fué instalado en medio del mundo ; él no es, pues, enteramente terrenal ni divino, mortal ni inmortal. De este modo le han sido donadas todas las posibilidades de des­arrollo. Con él llegó Dios al final de la creación : «En el hombre estará mi descanso de aquí en adelante».

A continuación se pregunta Malón de Chaide, por qué la

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mujer que entró en el convite no es presentada por su propio nombre, y da una explicación harto metafísica. Según la teoría neoplatónica del amor, Dios es la vida del alma, y el alma la del cuerpo. (Cfr. Arist. Metaph. xii-7. 1072, según la versión antigua: etenim intellectws actus, vita.) Su vida se realiza mediante el amor. Quien está alejado de Dios tiene, pues, el alma muerta. El pecador está realmente muerto, puesto que quien no ama tiene el alma muerta, y la Magdalena, pecadora, estaba completamente muerta, al decir del Libro de los Proverbios: Nornen impiorum pu- trescel. Por eso no la nombra el Evangelista... No hay cosa que Dios odie con más vehemencia que el peca­do, y por ende ese es él más profundo infierno. Al igual que San Anselmo de Canterbury, prefiere Malón el infierno sin pecado al cielo con él. Explica mediante la física de Aristóteles por qué el pecado produce la «separación)). Es la doctrina de los centros naturales; el pecado es más pesa­do que el mundo y hunde el alma que lo comete en el infier­no, pues tiene mayor peso de gravedad que el fuego. El Hijo de Dios tan sólo tomó sobre sí el castigo del pecado-—no la culpabilidad del mismo— , derramó su sangre y sufrió has­ta morir en la cruz. Pero todo el fruto de la salvación queda malogrado, en el momento en qué se tiene sobre la con­ciencia un solo pecado. Todas las estrellas conoce Dios, to­das, a pesar de ser innumerables ; pero no conoce singular­mente a los pecadores.

También tratándose de Jesús reparamos en este «comme il faut»; gentes, cuyos, pecados son notorios, no son desig­nadas por su propio nombre. Además debemos defender­nos sobremanera de las malas lenguas, de las cuales ni aun siquiera los moradores de la Jerusalén Celeste, que están sentados a la diestra de Dios, están libres. Por eso calla el Evangelista, «nuestro buen cortesano del cielo», el nom­bre de la pecadora. Es un principio antiguo en la Iglesia (ya en Tertuliano) que se debe morir antes de divulgar los pecados del prójimo.

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Para San Agustín la conversión de un pecador es una obra más grande que la misma creación del mundo, porque en lo primero la voluntad del pecador se opone á la de Dios. Elhombre goza de albedrío, y su conversión debe ve­rificarse únicamente mediante su libérrima voluntad. Por eso Dios creó el Universo con la mano izquierda, quedan­do ésta completamente descansada; pero para sacar al hombre de su pecado se fatiga. Y, pues, la mano izquierda es la palabra divina (Ps. 97), con la mano izquierda creó aquellas cosas que son más imperfectas, porque le costa­ron menos: su brazo se cansó menos. Compara Malón de Chaide la obra de la Redención a una sangría a la que vo­luntariamente quiso someterse el Hijo de Dios.

Después de esto advierte Malón que cuatro circunstan­cias agravan los pecados de la Magdalena: es el suyo un pecado de sensualidad (Malón, siguiendo la doctrina grie­ga, atribuye a la sensualidad casi todos los demás peca­dos, y cita las palabras de San Pablo: Fugite fprnicatio- nem). Es un pecado cometido en publicidad. Es «escanda­loso», pues no se trata de los que se cometen en la interio­ridad del gabinete «a vuestras solas». Finalmente sirve de incentivo para que otros también lo cometan.

Después de un corto resumen del libro de Ester, mues­tra cómo en. especial los pecados de sensualidad poseen esta agravante importancia, pues llevan consigo, como co­rolarios, alhajas, afeites y vestidos lujosos.

Justamente a esto último dedica un entero e interesan­te capítulo (Párr. 8), que es también precioso por su acier­to en la doctrina de los afectos: en él se apunta un distin­tivo característico entre los demás mortales y Cristo; en cuanto que Cristo ejerció absoluto dominio sobre sus afectos. La razón por la que cubrimos nuestro cuerpo radica final­mente en el pecado ; «la misma inclemencia y destemple en los elementos» han sido motivados por está razón; sin el pecado original de Adán «no se atrevieran los elementos y todas cosas nos respetaran y sirvieran como quisiéra­

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m os...» Luego sigue una reseña de las alianzas que Dios ha establecido con el hombre: con Noé, Abrahán y, sobre todo, la que instituyó mediante'su Hijo Encarnado. Des­pués explica la Circuncisión.

A causa del primer pecado y de sus consecuencias, aparece la vanidad humana, y el vestido se convierte en «golosina de pecado...» Lo que se dió por sambenito y afrenta, eso sirva de gala y honra. En efecto, gozarse en los vestidos no es otra cosa que alardear del gorro afren­toso que en calidad de reo le ha puesto a alguien la Inqui­sición. Después sigue un variado y erudito apunte huma­nístico sobre la historia del vestido; extracto de la «His­toria Universal» de Plinio, Aristóteles, Clemente de Ale­jandría, San Ambrosio..., como ejemplos que condenan aún el moderado' lujo en el vestir y Comer. Cita la historia del pobre Lázaro, y al fin anuncia castigos fulminantes contra aquellos que en seda, oro y piedras preciosas anuncian 3a pobreza de Cristo y de sus discípulos.

Pero el contraste entre esta prohibición del lujo y la pecadora prolijamente adornada, finamente vestida y per­fumada, que intencionadamente entra en busca de Jesús (310, al medio), requiere una explicación. El adecuado or­namento pará el pecador es la penitencia del Antiguo Tes­tamento, en saco y en ceniza. El esmero que Judit y Ester emplearon en su «toilette» está ordenado a conseguir una finalidad particular. Con este fin, traduce y glosa con bri­llantes descripciones el sermón ascético de Isaías sobre el último día ; en presencia de los demás vivos y de Dios,- y ante las huestes celestes, aparecerá cada cual vestido dé su hipocresía como de una sucia camisa, manchada con toda la miseria de sus pecados. Para ilustrar la abrumadora vergüenza del pecador cuenta Malón de Chaide la anécdo­ta de Milesai, donde la monomanía del suicidio, sobreve­nida a las muchachas, pudo cortarse mediante la amenaza de que en adelante todas las jóvenes que Se quitaran la vida serían llevadas desnudas a la plaza pública antes de

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ser inhumadas. (Según Plut. Mulierum, virt. p. 213, sq. ed. Bernard.) «Ejemplo es este digno de celebrarse, y mu­cho son de alabar aquellas honestísimas doncellas», dice Malón de Chaide, y se pregunta: «¿Qué más azañosos hechos hicieran éstas si fueran cristianas y creyeran el Evangelio y supieran que vivas y a vista de Dios y de los ángeles y de los hombres las habían de desnudar y des­componer y raer la cabeza, y tras eso les había de dar un infierno?»

El cuarto agravante de los pecados de la Magdalena es su muchedumbre (Párr. 11). No precisamente porque Dios tenga dispuesta para los pecados una norma debida en re­lación con el castigo; pues una de sus prerrogativas esen­ciales es la misericordia. Pero «algunas veces suelen los pecados llegar a un cierto colmo o número, y lue­go cierra Dios la puerta al pecador y le endurece el cora­zón, con lo cual le condena». Esta «materia peligrosa» se explica sólo cuando Malón recurre para ella a «mi Padre San Agustín», No tiene Dios una medida en su amor, pero la maldad de los hombres la tiene, en cuanto que en su punto más alto excluye la verdadera penitencia, y con ella la misericordia divina. Dios abandona ya al pecador a su índole, y éste verá por su cuenta lo que será de él. Esto se llama «endurecer y cegar, y llegar los pecados al col­mo», El pecador debe temerlo con razón; en cada pecado puede figurarse que es el último que quizá Dios le permi­te cometer. Cierra el párrafo con la explicación del sueño de Nabucodonosor, según lo relata el profeta Daniel.

Párr. 12.— Exposición alegórica de los dos ECCE que se encuentran en la Escritura: el ecce m uliery el ecce homo... Comparación de ambos en sus más mínimos deta­lles... «y mirad agora el misterio tan galán que ahí está: ecce homo, que siendo Dios se hizo hombre; pues ecce mu- lier, que siendo pecadora, queda santa... ¡Oh trueque so­berano!»

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bién aquí San Pablo, en especial en la carta a los Roma­nos (9, 20, 24). La razón del hecho de que éste o aquél sean salvados, y el otro, por el contrario, camine perdida­mente a su condenación es el albedrío de Dios, y nadie tiene derecho; de disputar con El sobre este punto. Pero «de callada», como por una puertecilla falsa, el Apóstol nos inspira grande confianza para esperar nuestra salva­ción. «Que por sola nuestra culpa nos condenaremos.»

Párr. 19.— (Ahora cita una evidente objección): La ar­cilla empleada por el alfarero no puede equipararse sin más ni más con los hombres, arcilla en las manos de Dios. La arcilla desconoce la palabra «honra» y es insensible al fuego. Por el contrario, el hombre es capaz de honra «y puede hacerse de él lo que Dios quisiere..., ¿pues por qué querrá sin más echar a perder a este tan noble y honrado animal?» Según San Pablo, parece que está hecho por vo­luntad de Dios para servir de sartén en el infierno y así pone una mordaza para que nadie pueda quejarse. Mas por eso mismo, dice Malón, no debemos dejamos desanimar, ¿pues a qué ley apelará para quejarse el hombre, dotado de inteligencia y de razón, a quien el Señor Dios ha hecho dueño de sus acciones, dotándole de libre albedrío, a quien ha dado los medios para alcanzar la gracia, y con ella sal­varse? ¿Cómo podrá quejarse todavía, después de desper­diciar todos esos medios donados por el Señor y buscar su perdición eterna por sola su voluntad libre? Además (Cfr. II, Timo. 2, 20 sq .) :# In magna autem domo, non solum sunt vasa aurea, et argéntea sed et lignea et fictilia ; et quae- dam quidem in honorem, quaedam autem in contumeliam. Si quis ergo emundaverit se ab istis, erit vas in honor em samtijicatum, et utvle Domino, ad omne opus bonum para- tum. «Esta casa grande es el mundo, cuyo poderoso Señor es Dios y los vasos son los hombres. Y San Pablo habló de «vasos de razón y libres como lo son los hombres.» De donde se sigue que Dios no crió al hombre en el principio para el infierno, pu^s resultaría que no depende de la

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mano del hombre el hacer de sí mismo un vaso de honra. Y Pablo escribió eso como quien lo había experimentado en sí mismo.

Párr. 20.— Está repleto el párrafo 20 de pruebas bí­blicas de lo ya expuesto.

Párr. 21.— Luego en el 21, comenta: Discedite a me, maledicti, in ignern aeternum. Con eso se enlaza una con­traposición entre el ángel y el hombre: el ángel, como es­píritu puro, está predestinado para una sola cosa, esto es, determinado: elige tan sólo una vez el bien o el'm al,"a diferencia del hombre, que es capaz de penitencia y ex­piación, y cuya alma nacida como «tabula rasa» debe co­menzar por conocer el mundo mediante las ventanas de los sentidos, «ha de ir poco a poco y como haciendo pinitos como el niño que se comienza a soltar». Aquí se encierra uno de los más- logrados pasajes sobre la angelología de Malón. El mayor enemigo de Dios no puede ser otro que Satanás, y aunque el hombre puede estar muy alejado de Dios, nunca lo está, es decir, no lo está tan radicalmente como Satanás. De esta imperfección del hombre se sigue también que no puede cumplir a lo largo de su vida el pri­mer mandamiento, amar a Dios, como debería.

Párr. 22.— De nuevo vuelve Malón sobre el pasaje de San Mateo, arriba mencionado. Y es como si dijera Dios: «Andad, malditos, que yo no hice el fuego para vosotros; que, aunque pescasteis, os llamé, os rogué, os esperé, os di medias para que saliésedes del pecado y no quisisteis, y es­cogisteis ía compañía de los demonios.» De aquí conclu­ye que Dios no ha predestinado a ningún hombre a la eter­na condenación, y la consecuencia es que aún eso es nues­tro mayor consuelo; pues, dice Malón, «todos los hom­bres por desalmados y desuellacaras que sean, querrían salvarse y gozar de Dios». No es al pecador al qué Dios quiere condenar, sino al pecado. Cierto, Dios atrae hacia Sí a un hombre con más fuerza que á otro. A unos domina con una sola mirada, como a San Mateo: es el modo más

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noble, puesto que los ojos, Gomo espejos del alma, tenían en Cristo una fuerza divina. «Pues como Dios cuando hizo al hombre, lo crió a su imagen, y parece que se estampó como en un espejo, salió con el rostro levantado mirando a su causa y principio.» El pecado es el que abate los ojos. Con este fin cita a San Pablo y luego a San Agustín.

Párr. 23.— tíña vez más precave Malón al lector con­tra el afán híbrido de construir metafísicas. No debe em­peñarse el hombre en comprender por qué Dios trueca en sus validos a una ramera, a un .cambista o a un publicano. «No lo quieras escudriñar, sino lo quieres errar.» Pues los que son de Dios escuchan la palabra de Dios. «Aquí el en­tendimiento humano se pierde, y no se sabe dar a manos», dice Agustín por boca de Malón. Pero, ¿por qué uno es de Dios y el otro no? «Confieso, sin correrme de ello, que no lo entiendo.» Cristo, que procede de Dios, dijo aquella frase. De los demás, al contrario, se dice que vienen de Dios o que van a Dios o que Dios les atrae hacia Sí, porqué acep­tan su palabra. Dos clases hay de pecados, y por tánto de pecadores: unos, no totalmente malos, que pecan, pero su pecado va acompañado de un cierto temor o cobardía, es decir, no pecan «desvergonzadamente»; su pecado es en realidad una «cierta hacedia del vicio». Estos aceptarán la palabra de Dios... Malón, sin embargo, reconoce su pro­pia pequeñez ante Dios y se goza de ella: «de que sus misterios no quepan en mi entendimiento; y eso es gloria de nuestra ley».

Párr. 24/— Da comienzo Malón a una nueva sección con la exégesis del Ut cognovit. .. «Hay aquí un gran lazo de unión con el antiguo intelectualismo que nació princi­palmente de la metafísica de la luz. La luz: el principio de mundo. El pecado es la oscuridad. El primer peldaño para la ascensión es el conocimiento del pecado. ¿Cómo puede el hombre apreciarse y pesarse? Con tres balanzas: la primera es «la razón entenebrecida de los sabios hincha­dos del mundo.» (Contra el deterninismo de los antiguos,

4 2 LA CONVERSIÓN d e La m a g d a l e n a , d e l p . m a l ó n

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EIRAMENEl) La segunda es la razón iluminada por la luz natural, la de los paganos que tienen el concepto de pe­cado. La última es la comparación con la doctrina evan­gélica.

Párr. 25.— Ahora Malón mismo pregunta a la Magda­lena, cómo pudo verificarse en ella tal cambio y quién trastrocó su corazón. Es indudable el Hae,c mutatio dexterae Excelsi, del Ps. 76, 1 ; porque todas las excelsas y glorio­sas. obras de la misericordia son atribuidas a la diestra de Dios. Y además con Os. 13, 9.: Tantum ex me auxilium tuum. El Ps. 68, 16, le suministra a Malón dos metáforas, la del tenebroso y proceloso mar y la del hombre caído en el profundo pozo. Eso le brinda la mejor conyuntura para mostrar su brillante elocuencia. De aquí nos traslada al Surgam et ibo a¡d patrem meum, del Evangelio de San Lu­cas, 15, 18... El padre espera al hijo perdido «con los pies enclavados porque no me huyas, y cosidas las manos por­que no me castigues».

Párr. 26.-—En paralelismo con esa frase expone a Oseas, 27 : Vadam et revertar ad virum meum priorem, etcétera. El pecador, distanciado de Dios, quiere regresar, es decir, vuelve hacia su origen, ya que está en el punto más distante de Dios, el pecado. Revertar: ilustra la metá­fora del matrimonio: de ese modo de hablar están llenas las Escrituras, especialmente el Cantar de los Cantares y los Profetas. La razón de esto es, como dice Malón, que en el Bautismo nos desposamos con Cristo mediante la fe. (Os. Sponsabo te mihi in fide.) Por eso, al pecado, y especialmente al de idolatría, se le llama adulterio y for­nicación. Expone luego el conocido pasaje de Oseas.

Párr. 27.— En el párrafo siguiente vuelve a la Mag­dalena. Ella reconoce su estado y teme presentarse ante Dios, pero la sostiene la confianza en Su misericordia. Pa­ráfrasis poética del Ps. 12. Da comienzo a un largo mo­nólogo de la Magdalena, que se continúa al través del pá­rrafo siguiente. El punto de partida de la exposición es el

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siguiente: «¿Dime, Señor de las misericordias, quién po­drá contar, o cómo se sabrá encarecer, o quién se acabará de espantar de aquel famoso banquete que haces a los án­geles del cielo por la conversión de un pecador?» Dios atiende a la llamada del pecador y le obliga a ello Su mi­sericordia ; en este sentido el que pide y no es oído debe sentirse cómo desechado. Y así la justicia se pone de parte del culpable, del pecador. No hay ningún señor que cierre las puertas de su casa al esclavo que vuelve arrepentido y pide un justo castigo a su falta. (Ejemplo de ello, Agar.) Para eso, Dios conoce sobradamente nuestra flaqueza y no quiere exigirnos esfuerzos sobrehumanos, cuya ejecución sobrepase las posibilidades que El mismo nos ha donado. Tampoco habrá creyente tan cruel que quiera cobrar una gran deuda de aquel servidor que cayó en estrecha mise­ria, especialmente si le desagrada el estado de su profunda pobreza. Si Dios no perdonase al pecador le colocaría sin más en manos de su enemigo. Según el derecho de guerra (Ps. 139, 8), y el usual, es decir, el derecho privado, somos propiedad de Dios. Si Dios se ve amenazado de perder una parte de nosotros, ¿podrá querer perdernos totalmente? Si Dios se impacientara con lo que el pecador hizo, ¿qué po­drá hacer éste con la ayuda de la gracia, divina? Porque nadie puede llegar a Dios, si Dios no le atrae, y por con­siguiente se ha obligado Dios a llevar los hombres a la gloria, y no pudiera hacerlo otro ser alguno. Lo propio del pecador es el ser débil, sólo Dios es fuerte. Por ello: «Se­ñor, búscame y búscote.» Dios conoce el camino para ve­nir a nosotros, pero nosotros no sabemos el que nos lleva a El. ¿No es Jesús el médico de los hombres? ¿Qué es más propio, que el médico se llegue al lecho del paralítico, postrado, o.que el enfermo se arrastre hasta el médico? El incesante ofició de Jesús es salvar a los hombres. Cuanto más débil es el hombre, cuanto más le postra el pecado, tanto menos fuerza tiene para llamar al médico y tanto más necesitado está él de su medicina. Pero ningún -mé*

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dico se preocupó tanto de los cuerpos enfermos como Je­sús se fatigó por la curación de las almas enfermas. Se utilizó como medicina a Sí mismo, todo sil ser y vida. Dios dió la ley y es el primero en atenerse a ella, a la «ley» del amor. «Y, ¿por qué ha de ser más eficaz Adán para matarnos, que Tú, Señor, para resucitamos?». Concluye el párrafo con una larga paráfrasis de Job. c. 7.

Párr. 29.— Se trata en este párrafo de los buenos pro­pósitos hechos que han sido incumplidos. No podemos mantenernos en un punto determinado. Pasamos nuestra vida en hacer buenos propósitos; con ello sólo logramos un par de tibios deseos de salir de nuestro pantano. Sigue un ejemplo bíblico del L. 3 de los Reyes, 18: la historia de la cobarde e interesada dependencia que tuvieron los judíos del dios Baal. Elias tenía razón al quejarse de que los judíos elegían cada semana un nuevo dios, como se cambia de camisa. Pues, «en materia de fe, mudanza es tan dañosa que mata al alma». Como ejemplo de auténtica determinación en el bien, cita la conversión de San Agus­tín. «Nosotros, sin embargo, tibios, jamás nos acabamos de determinar y por eso no se acaba nuestro pecar. Todo es juego de esgrima.» Somos como los cuadros flamencos de Gobelin, donde Aquiles está pintado por una parte y Héc­tor por la otra, en el campo de batalla; después de un año, cuando volvemos a mirar el Gobelin, vemos a los héroes en la misma posición que infunde miedo y pavor ; así tam­bién nosotros «somos pintura de Flandes: somos espanta­villanos». Hacemos lo mismo que las serpientes (Ps. 57, 5): para no oír las amonestaciones de Dios, no sea que la pa­labra de Dios rompa el encanto con que se nos pega la tierra; nos adherimos a la misma y cerramos nuestros oídos. Pero Dios nos los abre (Is. 50, 4). «Y Dios me tira de la oreja para que sepa bien la lección de su divina y sagrada doctrina y me enmiende de mis faltillas que ten­go.» La Magdalena lo experimentó también: Dios le llevó por la oreja a casa del fariseo Simón. Si el pecador no in­

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curre en el castigo, Dios llama a su «ira» y a su «airarse», «consolarse». Comolabor super hostibus rneis. (Is, 1, 24).

Párr. 30.— Pero, pregunta en este párrafo Malón, ¿no sería más propio que María Magdalena esperase a que Jesús hubiese salido del convite? Pues no es el tiempo del comer el más propicio para derramar lágrimas. Pero, dice María, cada momento de dilación es para mí como mil años de infierno. (Cfr. S. Efrén, Homilía sobre la Pecadora, que ungió al Salvador, S. W. V. V., 35, 69, ss.; p. 77. No me detengas, hombre, no me causes la eterna desdicha de que me arrebaten tan precioso tesoro.) ¿Y el que no se cansó de mi maldad se sentirá fastidiado de mi penitencia? ¿ Y si yo soy su alimento, habrá oportunidad más propia para acercarme a Él que cuando está comiendo? De este modo pierde todo reparo y toda vergüenza. Pero, ¿ es de esperar que ella entre sin adornarse y acicalarse? Sigue una amo­nestación contra las que visitan la iglesia profusamente en­joyadas y pintadas, con una pintoresca descripción de su atuendo. Pero falaz es la gracia y vana la hermosura, j Qué contraste hay entre los cuadros de mártires que pen­den en las iglesias y estas damiselas de moda! La Magda­lena se adornó solamente con las bellezas del alma para presentarse ante Dios: le abrasaba el amor de Dios y su corazón era un horno. Después de esto sigue una paráfra­sis en verso del Ps. 41.

Párr. 31.-—Alegoría sobre la unción de la pecadora. Pa­recíale a esta santa penitente que a la nariz de Dios olían muy mal sus pecados, y que yendo abrumada con tantos, sería desechada y desdeñada como objeto abominable. En cuanto el pecador comprende su situación, apenas puede so­portarse a si mismo. Por eso dice Dios a su H ijo : «Amad y mirad a los hombres. Oh Padre, que huelen peor que perros muertos. Aunque esto sea, amémoslos.» El amor que Dios nos profesa hace que nos soporte. Como ejemplo de ese amor que hace soportarlo todo, se cita la historia de Lázaro. La enfermedad corporal es símbolo de la espiritual,

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el pecado. No cae de un solo golpe todo un edificio, lo mismo que no se cura en un instante la enfermedad cróni­ca. Hay un paralelismo perfecto entre la enfermedad cor­poral y la espiritual. Muy pequeño es el primer pecado, tan insignificante que apenas se le puede llamar pecado. Pero se iguala a la muerte, puesto que nos da la muerte espiritual, es decir, eterna. Gomo la muerte, entra por las ventanas que son los sentidos* Malón se aparta de la doc­trina platónica acerca de la concreación de las almas, y de la teoría de la reminiscencia, para acomodarse a la doc­trina aristotélico-tomista de la «tabula rasa». Mediante los cinco sentidos conocemos todo lo que hay en el mundo. De aquí se sigue la necesidad del antropomorfismo cuando queremos representarnos a Dios. Por el ojo principalmente, como por un portillo, asalta el corazón el pecado. Aun las más leves imperfecciones son un veneno. Descripción pre­cisa del alma que se ha alejado de Dios, y es consecuencia de ello. Concepto de sequedad o aridez del alma. La muer­te de Lázaro es la que representa a un pecador endurecido. Pero, a pesar de todo, Dios ama al pecador... «Verdadera­mente, Dios de mi alma, que cuando esto pienso, que me toma gran sospecha de que valgo mucho, pues tú me amas mucho.» Y ante las pruebas de ese amor tengo todas las razones para creerlo: Cristo es «el ternísimo y regalado enamorado de los hombres».

Párr. 32.-—Urde en este párrafo una disertación sobre la moral que los antiguos empleaban en la mesa. La feal­dad del pecado tan lejos va, que llega a hacer de su opro­bio de un motivo de honor, encanto y gloria. Carga luego contra el concepto de honor de sus contemporáneos, contra el honor caballeresco que da en rostro a la ética cristiana. «Burladores del cristianismo», son d e n o m i n a d o s esos «monstruos infernales»; les pregunta Malón qué harían si alguien se rebelase contra las leyes civiles tanto como un pecador se rebela contra las de Dios. Traidores a la patria son los pecadores, tan orgullosos como los castella­

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nos hidalgos, que se encuentran en la envidiable situación dé poder alargar su árbol genealógico hasta Dios.

Párr. 33.-—Hay un misterio en la colocación de la Mag­dalena a espaldas de Jesús. Cuando el padre no quiere castigar de buen grado al hijo que ha ejecutado una acción fea, hace como que no ha visto nada y le da la espalda. Así lo hizo con Saúl (I Reg. 10, 27). Pero nada escapa al ojo de Dios; y por eso no escapa de su mirada ni aun el pe­cador más enemigo de la luz.

Párr. 34.— Nueva exposición del misterio : la culpa es tan pesada, que ella sola fue capaz de sepultar en las profundidades del abismo y matar a los más fuertes Ar­cángeles, en el momento en que la cometieron. Pero alguien tenía que cargar sobre sí este peso tan descomunal; y como ningún hombre era capaz de ello, alguien debía descender del cielo : «venga el mismo Dios que, aunque caiga con la muerte de lo humano que tomó, se podrá levantar con lo divino que tiene». Nuevas alegorías sobre variadas y pe­queñas circunstancias^ La inmolación de nuestro Cristo, verdadero Isaac, se ejecuta de día, en oposición a la noche del pecado. «Es un artificio divino» que Dios nos haya descargado del peso del pecado, y lo haya depositado en su Hijo, «como quien carga una bestia» ; y era tanta la car­ga, que le hacía gemir, y le hizo arrodillar y reventar con ella y morir en una cruz: aunque como bravo elefante, se tornó a levantar en su resurrección» (Cfr. Ps. 72, 23). Dis­cute luego la expresión Corpus peccati, con un ejemplo to­mado de Valerio Máximo (II, 3 Extrae. P. 2). El pecado subyugó al hombre, Cristo quiso eximirle de tal yugo; to­do esto concuerda con la doctrina de San Pablo. En rela­ción con Is. 25 se perfila una metafísica de la gastrono­mía o gastronomía de la metafísica, como la hallamos, por ejemplo, en el Comulgatorio de Baltasar Gracián. Y con ello quiere Dios soltar los lazos de la muerte. La triste, aunque edificante, historia de David con Bersabé ofrece un ejemplo ilustre sobre este punto: para que David no se aterrase

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hasta peligrar su vida, cuando iluminádo de pronto cono­ció la negrura de su pecado, pónele el profeta una venda delante dé los; ojos «para qué no le espantase el hierro del cirujano». Debemos respetar los sentimientos de los gran­des y reyes de la tierra, dice el buen conocedor del mun­do, Malón de Chaide, a fin de que les aprovechen las ine­ludibles representaciones, no sea que las rechacen y se vuélvan peligrosamente contra el médico. Viene la pará­bola de la viña. No llevará el pecador y arrepentido Rey David el castigo de su pecado él sólo, sino que el hijo de su culpable adulterio quedará privado de la vida: en lu­gar del padre será sacrificado el fruto de su pecado. Pero el hijo de David es Cristo. Comenta la genealogía de Cris­to, por San Mateo. La diferencia entre las promesas he­chas a Abrahám y a David, le sirve para exponer la me­tafísica de la Circuncisión, de San Pablo (Efes. 5, 32). La presentación de Jesús fué para los judíos un acto de pura justicia; para los gentiles, un acto de misericordia. La ra­zón de lo primero es que Jesús había sido ya prometido a los judíos; a los'i gentiles, no. (Cfr. R. 3, 29.) Jesús es lla­mado Hijo de David, porque fué circuncidado, y no por­que hubiese venido solamente para salvar a los judíos.

Párr. 35.— En paralelo con la paráfrasis de los Padres de la Iglesia, anotadas más arriba (en especial la homilía ya citada de San Efrén), llena el silencio de María Mag­dalena con un largo monólogo que ella dirige como recon­vención a su alma, ofreciéndose totalmente a Dios, y pro­metiendo sufrirlo todo por su amor. Utilidad de la disci­plina (Is. 53, 5)„

Párr. 36.— ‘Describe Malón en este capítulo con vibran­tes palabras, con todos los ingenios que el estilo barroco le presta, el dolor de la Magdalena. «En pie estaba y mu­jer era de buen cuerpo, y con todo eso fueron tantas las lá­grimas...» ¡Oh poderoso fuego que derritió su pecho e hizo salir su corazón derretido por los ojos! Una frase más barroca aún: «Visto hemos muchas veces el fuego regar la

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tierra; pero, ¿quién jamás oyó que la tierra regará el cielo?». Y ahora una nueva alegoría de la actitud de la Magdalena a espaldas de Jesús: estando detrás de El, era Jesús el escudo que lá preservaba de la ira del Padre. « ¡ Oh qué buen escudo vuestro Cristo en una cruz!». Continúa el monólogo que ella repite en su corazón... Considera los pies de Cristo, ungidos tan profusamente por la Magdale­na, fatigables en buscarla, y ahora cansados y doloridos. Vino Jesús, y no puede menos de perdonarla, pues María sólo busca complacerle: el dominio de Dios sobre su bien sólo le permite emplearlo para el bien ; pero no puede ape­nar, afrentar o aniquilar al esclavo. Medicina de nuestra salvación, sacrificio de nuestra reconciliación, sacramento de nuestra salud, amparo para nuestra defensa, abogado de nuestra libertad, precio de nuestro rescate y premio de nuestra glorificación es Cristo para nosotros. Y esto ha de ser también para María Magdalena. ¿ Qué aprovecha la san­gre del pecador, siendo así que está echada a perder y co­rrompida? No constituye la gloria del médico la salud de .los sanos, sino la curación de los enfermos. María Mag­dalena no quiere, como Ruth, ser su esposa, sino, como Agar, ser su esclava. «Da Rey mío un grito a mi alma», aquí está tu enemiga que se rinde, déjale entrar por las puertas de tu misericordia. Autodescripción de la pecado­ra que se revuelca en.su pecado como uií cerdo en el mula­dar ; y lo peor es que se hallaba muy a su gusto en él, pero rompió su contrato con Satán. Fué pública y abyecta me­retriz... «Así te injurié a Tí, oh Padre bondadoso, y fui la afrenta de mis hermanos los ángeles.» Verdad fué lo que Satanás dijo a nuestros primeros padres, cuando los sedujo, aunque en parte mintió, según su incorregible costumbre; «pero creo que no en todo», dice Malón de Ghaide. Na­turalmente, no eran tan ignorantes Adán y Eva como si no hubiesen tenido siempre ojos. «Grandísima verdad les di­jo», aunque no en el sentido en que ellos de momento lo entendieron. ¡Qué ciego está el hombre para algunas co­

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sas, antes de eaer en pecado! . . . No ve el infierno, ni la cul­pa, y no tiene que guardarse de ellos. Sólo mira al cielo y a la gloria; ama a todos los hombres, y solo conoce el bien de ellos. Quien fija su mirada en el sol, tan sólo ve una luz y no los objetos de nuestro mundo terreno. Por eso es engañado por los pecadores, hijos de la tiniebla: Pru- dentiores sunt filii hujus saeculi filiis lucís in generatixme... Pero, ¡ cómo abre los ojos cuando la gracia divina lo des­ampara! ¡Cuántas cosas ve de las que antes no tenía la más remota noticia!

Párr. 37.— Durante todo este tiempo nada dice María Magdalena. El amor divino calienta más y más su cora­zón, verde aún y mundano. No podía faltar la metáfora de la madera verde que no se deja encender. Mientras se que­ma esa madera, brota de ella la sabia. Desmayada la Mag­dalena por la fuerza del amor cae a los pies de Jesús. «¿Y Tú, Redentor de la vida, no dices nada?» «Escifcha, Señor, a esta pobre mujer que se ha convertido en una fuente, como si fuese una nueva Biblis o Aretusa. Escucha, Señor, estos llantos no son de agua, sino más bien de fuego... Es la sa­bia de la vida que se derrama por mis: ojos.»

Párr. 38.-^-Dedica una exposición prolongada a las lá­grimas. Aguas medicinales son ellas que nos libertan de las enfermedades... Ejemplos relacionados con motivos bíbli­cos, particularmente con la salida para Babilonia en cali­dad de esclavos. «Doncellas tiernas, inocentes niños, viejos ancianos» son llevados atados; caminan y lloran y siem­bran sus semillas. Era la simiente de la eterna alegría que de su cautiverio debían cosechar. Paráfrasis poética del Ps. 136; en el siguiente párrafo 39, termina con otra del Ps. 125.

Más sobre el llanto. No se hartaban los santos de llo­rar, porque encontraron seco y estéril el blanquizal de sus cuerpos, y tenían presente la profecía: no podrían produ­cir más que abrojos y espinas, y tuvieron las lágrimas por el mejor medio fertilizante. Cada lágrima es un grano de

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simiente, y por cada úna se nos promete el ciento por uno en la cosecha. Disertación sobre el capítulo 31 de Jere­mías: la promesa de tiempos mejores. Pero ahora sólo por haber ofendido a Dios se puede y Se debe llorar. «Ofen­der a Dios... ¿Quién no tiene que llorar de haberle ofen­dido? ¿Oh alma, si tú supieses qué es ofender a Dios y quién es E l?... ¡Y cuán poca es el agua que contiene él mar para llorar una sola ofensa a D ios!» Como si hubie­ses perdido a tu hijo único, así debes llorar tus pecados. Ejemplos: Absalón; la presunta muerte de José; Tobías. Pero más que estos ejemplos hay que tener en cuenta las almas que por haber caído en el pecado murieron: que sólo tienes un alma y no más, que su muerte es eterna, que el ofendido es Dios, la pérdida del cielo y la ganancia del infierno. ¿Cómo podremos llorar esto Suficientemente? ¡ Oh qué cosa tan plausible es reconocer las propias cul­pas y llorarlas! Es como si se saldasen todas las deudas. Poder del llanto: llora Esaú la pérdida del derecho de primogenitor a tan ardientemente, que a pesar de que su padre no tenía ya bendición alguna para él, logra forzár­sela. ¿ Qué no recabará el llanto de una pecadora peni­tente ante Cristo, que por amor de los pecadores quiso ser enclavado y alanceado en una cruz? «Son las lágrimas las monedas con que se pagan y desquitan los pecados.» De ma­nera que entre Dios y los hombres hay libro de gasto y de recibo. El gasto son los pecados y el recibo el llanto. ¿Quién es el que no ha pecado? (Reg. 8, 46). Pero Dios es tan bueno, dulce y tan enemigo de castigarnos que nos adelan­ta en seguida el libro de recibos. La conciencia del peca­dor de que Dios tampoco olvida, le levanta como de un sepulcro. Además, Dios se muestra en cierto modo pesa­roso por él. «Y quizá más que yo mismo.» De aquí el in­menso agradecimiento del pecador que quisiera hablar to­dos los idiomas y con todas las lenguas, con lenguas de fuego: pero débil es el pecador, débil es el hombre para amar a Dios como se merece. «Y el no poder es gloria vues-

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tra, y honra mía: que tenga yo un Dios qué lo menos que hay en El es lo más que puede alcanzar el humano pen­samiento.» Mas Dios es bondadoso, liberal ; no ha estable­cido patrón alguno en sus dones, y no está contento hasta que ve saldada toda la deuda. Perilo (según Plutarco, Reg. et imp. apophth.) lo experimentó en Alejandro, que le ha­bía donado cinco veces más de lo que había pedido para dotar a su hija. «Eso le basta a Perilo para pedir, pero no le básta a Alejandro para dar.» Sólo que Dios perdona los pecados, y Alejandro regala dinero ; y sólo un puñado, mientras Dios da infinitamente; Alejandro regala dinero ajeno, Dios la sangre de su corazón. La diestra de Dios no sabe dar poco, por lo que está muy en su punto que dejase a María llorar largamente. La ropa sucia, no puede lavarse con agua fría, y nadie puede borrar los pecados con frío lloro. «Menester es hacer una colada de lejía y echalla sobre ellos para que queden limpios. Ardientes han de salir las lágrimas del corazón, si han de parecer bien a Dios.» El corazón debe por ende estar inflamado y conte­ner amor-fuego. Fueron ardientes las lágrimas de la Mag­dalena, quoniam dilexit multwm. «Tocóle el fuego y encen­dióse en el amor el alma de María, y amóla y lavóla y per­donóla, de suerte que ella le lavaba los pies con lágrimas, y él el alma con su gracia. Después consulta la opinión de los Padres de la Iglesia sobre el llanto : Gregorio Nacian- ceno, el Crisòstomo y Eusebio. En nuestro arrepentimiento juega el llanto un gran papel, puesto que es el más fiel testimonio de nuestro dolor por los pecados. La penitencia es conocida en la vida, aún en la ley natural, como nos lo muestran Ovidio y Juvenal, pues las lágrimas apagan tam­bién la irritación y la ira de los príncipes de este mundo. Son una especie de dinero infalsificabie, nuestro último recurso. También aduce aquí las opiniones de Máximo, San Gregorio el Grande y Juan Clímaco. Después parafra- seá el silencio entre Jesús y la pecadora. «Las almas ha­blando, las lenguas hacen callar.» ¡Oh qué milagrosa dis­

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posición de ánimo sería la de Cristo en tales circunstancias! «Acaece que un hombre muy aficionado a la música, pasa dé noche por la calle en compañía de otros amigos, oye cántar y tañir divinamente y quédase con el pie que iba a asentar levantado, por no perder un solo pünto de la mú­sica ; y está tan elevado que no se da cuenta ni mira que se van sus compañeros. Dícenle: Señor, anda, que nos va­mos. ¡Oh, válgame Dios, callad por vuestra vida, no me estorbéis, que me gusta mucho esta música!» ¡ Oh Salvador de mi alma, cómo amas Tú la música y qué dulce suena en tus oídos aquella que te dirige el pacador cuando te llama! Nada responde Cristo a la voz de la pecadora, espera un paso de elevación de mayor fe por parte de ella, y entorn ses vienp su respuesta: Oh mulier, magna est fides tua. De tal modo delectó la música de María Magdalena a Cristo, que Este se olvidó de la comida: «quedaste con la mano en el plato, suspenso, elevado con la dulzura de la música». El texto sobreentendido de esta música está tomado del «Cantar de los Cantares»: In lectuculo meo per nactem quaesivi quem diligit anima mea. . ., etc. Inútilmente busca la Magdalena a Cristo, el Esposo, en la noche del pecado, «en la trulla y herrería del mundo» ; no sabía que El, bien del alma, está fuera y por encima de las criaturas, que es menester menospreciarlo por su amor todo, los elementos, las plantas, los brutos, los hombres, cielos, ángeles y sera­fines y todo lo criado. Ha preguntado a los santos que cus­todian la humanidad, custodios también de la Jerusalén celestial, por su Esposo, pero por todas partes oye: conti­núa! Finalmente, después de pasarlo todo le encuentra; ya está a sus pies y le abraza; «que ya no quiero más gloria, ténganse la suya los ángeles, que yo ésta quiero, ésta me basta... ¡Oh, qué ternuras y regalos pasaban del Corazón de María al de Cristo, y de Cristo a María!»

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