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ESTUDIOS J. S. MILL: SU UTILITARISMO, SU ETICA, SU FILOSOFÍA POLÍTICA Por JOSÉ M. a RODRÍGUEZ PANIAGUA Al hablar de Bcntham suele hacerse alusión al grupo que, bajo la deno- minación de «radicalismo filosófico» se reunió en torno suyo. El más des- tacado e influyente de ese grupo era James Mili, cuyo hijo mayor es John Stuart Mili (1806-1873). A los pocos años de su nacimiento, su precocidad y la intensa atención prestada a su educación daban sobrado fundamento a las esperanzas de su padre, expresadas en una carta a Bentham (28-V1I- 1812), de hacer del niño «un digno sucesor de ambos». En realidad estas esperanzas iban a ser sobrepujadas, porque las propias ideas de Bentham viven hoy en gran parte gracias a, y a través de, la versión o interpretación de J. S. Mili, que es sin duda uno de los autores del siglo pasado que están hoy en día más vivos y actuales. No es sólo que sus problemas continúen en gran parte siendo los nuestros (1), sino que también sus ideas se presentan como especialmente atractivas en la actualidad: la felicidad como meta y pauta de la conducta humana, la identificación del bien (político, social y moral) con el «progreso», el reconocimiento del valor del desarrollo de la personalidad y la exaltación de la libertad individual al mismo tiempo que se aspira, o, al menos no se renuncia, a realizar el socialismo, la liberación de la mujer... son otras tantas muestras de esta viva actualidad. Y no es que deba el puesto destacado que ocupa en la historia del pensamiento a la coincidencia más o menos casual o accidental de sus ideas con las que se han puesto de moda en las generaciones posteriores a la suya, sino sobre todo a la concienzuda y exigente elaboración de las mismas en los diversos cam- pos que atrajeron su atención, que han plasmado en obras tales como (1) Cfr. sobre esto, A. RYAN: J. S. Mili, Londres-Bostón (Routlcdge and Kegan Paul), 1974, págs. 1-2. Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 25, Enero-Febrero 1982

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Page 1: J. S. Mill: su utilitarismo, su ética, su filosofía ... · J. S. MILL: SU UTILITARISMO, ... Stuart Mili (1806-1873). A los ... Ahora bien, ¿a qué materias o en qué campo se aplica

ESTUDIOS

J. S. MILL: SU UTILITARISMO, SU ETICA,SU FILOSOFÍA POLÍTICA

Por JOSÉ M.a RODRÍGUEZ PANIAGUA

Al hablar de Bcntham suele hacerse alusión al grupo que, bajo la deno-minación de «radicalismo filosófico» se reunió en torno suyo. El más des-tacado e influyente de ese grupo era James Mili, cuyo hijo mayor es JohnStuart Mili (1806-1873). A los pocos años de su nacimiento, su precocidady la intensa atención prestada a su educación daban sobrado fundamentoa las esperanzas de su padre, expresadas en una carta a Bentham (28-V1I-1812), de hacer del niño «un digno sucesor de ambos». En realidad estasesperanzas iban a ser sobrepujadas, porque las propias ideas de Benthamviven hoy en gran parte gracias a, y a través de, la versión o interpretaciónde J. S. Mili, que es sin duda uno de los autores del siglo pasado que estánhoy en día más vivos y actuales. No es sólo que sus problemas continúenen gran parte siendo los nuestros (1), sino que también sus ideas se presentancomo especialmente atractivas en la actualidad: la felicidad como meta ypauta de la conducta humana, la identificación del bien (político, socialy moral) con el «progreso», el reconocimiento del valor del desarrollo de lapersonalidad y la exaltación de la libertad individual al mismo tiempo que seaspira, o, al menos no se renuncia, a realizar el socialismo, la liberaciónde la mujer... son otras tantas muestras de esta viva actualidad. Y no esque deba el puesto destacado que ocupa en la historia del pensamiento a lacoincidencia más o menos casual o accidental de sus ideas con las que se hanpuesto de moda en las generaciones posteriores a la suya, sino sobre todoa la concienzuda y exigente elaboración de las mismas en los diversos cam-pos que atrajeron su atención, que han plasmado en obras tales como

(1) Cfr. sobre esto, A. RYAN: J. S. Mili, Londres-Bostón (Routlcdge and KeganPaul), 1974, págs. 1-2.

Revista de Estudios Políticos (Nueva Época)Núm. 25, Enero-Febrero 1982

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A System of Logic Ratiocinative and Inductive (1843), o Principies of Poli-tical Economy (1848), que le aseguran un merecido prestigio en filosofía o eneconomía política, respectivamente (2). Comparadas con éstas, las obras quea nosotros nos interesan más directamente son obras menores: Utilitarianism(1861), junto con diversos escritos anteriores sobre Bentham, Coleridge yotros (3), On Liberty (1859) y Considerations on Representative Govern-ment (1861) (4). A todas estas obras hay que añadir otra, sumamente inte-resante, no sólo por lo que ayuda a conocer la personalidad y las ideasde J. S. Mili, sino también por las ideas mismas de carácter general quesugiere: la famosa Autobiography (publicada postumamente el mismo añode la muerte de Mül, 1873) (5).

El utilitarismo, y, más en concreto, la versión del mismo que puede serdesignada como benthamismo, fue no sólo la doctrina en la que Mili se edu-có, sino incluso el ambiente en que se crió, ya que no sólo su padre estabaa su lado para imbuírselo, sino el propio Bentham, en cuya proximidad vivióvarios años, en cuya compañía viajó siendo aún niño, en casa de cuyo her-mano se alojó en Francia por casi un año entero...; sin embargo, hasta elinvierno de 1821-22, aun cuando toda su educación anterior podía ser con-siderada como «un curso de benthamismo», no había leído directamentea Bentham. Fue en esta época cuando lo leyó por primera vez (a la edadde quince años), en la obra editada por Dumont en francés Traites de Légis-lation. Lo que más le impresionó, según propia confesión, fue el capítulo

(2) Ambas han sido editadas recientemente (y ya reimpresas) en la edición de laUniversidad de Toronto de Collected Works of John Sluart Mili, constituyendo respec-tivamente los volúmenes VII y VIII la primera y los volúmenes II y III la segunda,Toronto (University Press), Londres (Routledge and Kegan Paul), 1974 (reimpresión1978), y 1965 (reimpresión 1968 y 1977).

(3) Contenidos todos estos escritos junto con UtMtarianism en el vol. X, de la edi-ción citada de Collecled Works (citada en nota anterior), que lleva por título Essayson Eihics, Religión and Society, 1969. De El utilitarismo hay traducción castellana enla «Biblioteca de Iniciación Filosófica» de Editorial Aguilar. En esta msma serie: Tresensayos sobre religión, de los que el que lleva por título «La Naturaleza» es una bri-llante crítica del Derecho natural (en sentido estricto).

(4) Comprendidas ambas en Essays on Politics and Society, tomos XVIII y XIXde Collected Works, 1977. En castellano hay ediciones recientes de estas obras: Sobrela libertad, traducción de PABLO DE AZCÁRATE, Madrid (Alianza) 1970, y De la libertad,Del Gobierno representativo, La esclavitud femenina, traducción de M. C. C. DE ITUR-BE, Madrid (Tccnos), 1965. De Sobre la libertad hay también otra edición castellana enla «Biblioteca de Iniciación Política» de Editorial Aguilar. En esta misma colección:Capítulos sobre el socialismo.

(5) Hay una traducción castellana, hace tiempo agotada, Autobiografía, BuenosAires (Espasa-Calpe, Col. Austral), 1939, 2.a edición, 1943.

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en el que se pasa revista a los modos corrientes de razonar en cuestiones deética y Derecho sobre la base de lo que se llama «ley o Derecho natural»,«recta razón», «sentido moral», «rectitud natural» y otras nociones seme-jantes; a Mili lo convenció la idea de que todo esto no era más que «dog-matismo disfrazado, que impone los propios sentimientos a los demás bajola capa de expresiones profundas, que sin embargo no aportan ninguna ra-zón a favor de esos sentimientos, sino que los establecen como válidos porsí mismos» (6). Frente a todo ello, el principio de Bentham, es decir, el prin-cipio utilitarista o de «la mayor felicidad», representaba para Mili una nue-va época, abriendo para la ética y el Derecho las posibilidades (que empe-zaban ya a ser puestas en práctica por el propio Bentham) de un tratamientocientífico. A partir de ahora piensa haber encontrado «un credo, una doc-trina, una filosofía, una religión, en uno de los mejores sentidos de estapalabra» (7).

La fidelidad fundamental, en sus puntos esenciales, por parte de Mili aese credo utilitarista es indudable, aun a través de su época más crítica y apesar de todos sus criticismos (8). Esta fidelidad se ponía especialmente demanifiesto cada vez que un extraño atacaba a Bentham: «Mili salía en sudefensa, aun cuando el ataque hiciera los mismos reproches que él mismohabía hecho» (9). Junto al argumento ya aludido, de la posibilidad de untratamiento científico de las cuestiones éticas, el otro gran argumento quesostiene la fe utilitarista de Mili, es el del progreso: para él se trata de unalucha entre «una moralidad progresiva y una estacionaria; entre la razóny la argumentación, por una parte, y la divinización de la mera opinión y elhábito, por otra» (10). Como resume uno de los más destacados comenta-ristas de Mili, éste «siempre hace una distinción tajante entre los intuicio-nistas y los utilitaristas como partidarios, respectivamente, de la inmovilidady el progreso, del conservadurismo y el liberalismo, o, en resumen, entre elmal y el bien» (11). Pero ¿cuáles son esos puntos esenciales en que consiste

(6) J. S. MILL: Autobiography, Indianápolis-Nueva York (Bobbs-Merril), 1957(citada en adelante A), pág. 42.

(7) A, pág. 44. Es por esta época cuando Mill crea, con otros jóvenes, la que de-nomina «asociación utilitarista», término que, aun cuando no inventado por él, se con-vierte a partir de entonces en la designación común de todas las tendencias que se cono-cen hoy bajo ese nombre de «utilitarismo».

(8) Como él mismo nos dice, nunca vaciló en la «convicción de que la felicidades la prueba de todas las reglas de conducta y la finalidad de la vida». A, pág. 92.

(9) F. E. L. PRIESTLEY: «Introduction», en J. S. MILL: Collected Works, X (cita-do en nota 2), XXXIV.

(10) J. S. MILL: «Whewell on Moral Philosophy», en Collected Works, X, pág. 179.(11) J. M. ROBSON: The Improvement of Mankind. The Social and Political

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la fidelidad constante de Mili al benthamismo? El mismo expositor a queacabamos de referirnos los reduce a «la formulación general del fin como'la mayor felicidad del mayor número posible' y la definición de la felici-dad en términos de placer y dolor. El acuerdo va poco más lejos de esto» (12).

Si lo queremos ver expresado con las propias palabras de Mili, tene-mos más o menos lo mismo. «La doctrina que acepta como fundamento dela moral la utilidad, o el principio de la mayor felicidad, sostiene que lasacciones son rectas en la medida en que tienden a promover la felicidad,malas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felicidad. Por felicidadse entiende el placer y la ausencia de dolor; por lo contrario de la felicidadel dolor y la falta de placer.» Y aun cuando añade a continuación que hayque decir mucho más para aclarar la norma moral propuesta por la doc-trina, advierte que «estos desarrollos suplementarios no afectan a la teoríade la vida en la que se funda esta doctrina de la moralidad, a saber, que elplacer y la liberación del dolor son las dos únicas cosas deseables comofines; y que todas las cosas deseables (que son igual de numerosas en el es-quema utilitarista que en cualquier otro) son deseables por el placer a ellasinherente o en calidad de medios para la promoción del placer y la preven-ción del dolor» (13).

Ahora bien, ¿a qué materias o en qué campo se aplica este utilitarismoque Mili comparte con Bentham? A propósito de éste hemos de decir que,a nuestro entender, era la perspectiva jurídico-política la determinante de supostura; y Mili dice textualmente que «es tal vez una suerte que Benthamdedicara una porción mucho más amplia de su tiempo y de su trabajo altema de la legislación que al de la moral; puesto que el modo en que enten-dió y aplicó el principio de utilidad, me parece mucho más a propósito parala obtención de resultados verdaderos y valiosos en la primera, que en lasegunda de estas dos ramas de investigación» (14). ¿Significa esto que Miliconsidera también su propio utilitarismo en cuanto coincide con el de Ben-tham mucho más a propósito para la legislación, es decir, para el campode lo jurídico y político, que para el de la moral propiamente dicha? Estaparece que debería ser la consecuencia lógica. Sin embargo, es también expli-cable que, puesto que él exponía el utilitarismo conjuntamente, tanto en ladimensión que coincidía con la de Bentham, como en su versión particular,

Thoughl of John Stuart Mili, Toronto (Univcrsity Press)-Londres (Routlcdgc and KeganPaul), 1968, pág. 125.

(12) J. M. ROBSON: Op. cit. (nota anterior), pág. 118.(13) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. II, en Collecíed Works, X, pág. 210.(14) J. S. MILL: «Remarles on Bentham's Philosophy» (1833), en Collecíed Works,

X, pág. 7. En el mismo sentido en «Bentham», pág. 98 (del mismo vol. X).

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con las modificaciones por él añadidas, y a las que luego nos referiremos,no se preocupara de hacer esas reservas o limitaciones. Pero lo cierto es quesólo con estas reservas o limitaciones es admisible también su propio utili-tarismo en cuanto coincide con el de Bentham, es decir, en cuanto a susprincipios esenciales, a los que ya nos hemos referido; porque sólo conrespecto al campo del Derecho y de la política, es decir, desde la perspectivajurídico-política, tiene consistencia la argumentación que a su favor aducecomo prueba. En efecto, para probar el principio básico, el más esencial, delutilitarismo, de que es deseable la felicidad y lo único que es deseable comoun fin, siendo las demás cosas sólo deseables en cuanto medios para ese fin,Mili argumenta como sigue: «La única prueba que se puede dar de que unobjeto es visible es que de hecho la gente lo ve. La única prueba de que unsonido es audible es que la gente lo oye; y lo mismo ocurre con respectoa las otras fuentes de nuestra experiencia. De manera semejante hay queadmitir que la única evidencia que es posible ofrecer de que algo es deseablees que la gente lo desea realmente» (15). Con toda razón G. E. Moore ar-guye contra esto: «El hecho es que 'deseable' no significa 'capaz de serdeseado', tal como 'visible' significa 'capaz de ser visto'. Deseable significasimplemente lo que debe o merece desearse, justo como lo detestable nosignifica lo que puede, sino lo que debe ser detestado y lo condenable lo quemerece ser condenado..., pero, una vez entendido esto, no es ya plausibledecir que nuestra única prueba de eso consista en que es realmente desea-do» (16). La única manera de salvar la argumentación de Mili y, por consi-guiente, la única manera coherente, lógica, fundamentada de sostener losprincipios básicos de su utilitarismo, en cuanto coincide con el de Bentham,es limitarlo al campo jurídico-político. Así, sí, y sobre todo dentro delámbito de los países democráticos, tiene sentido identificar lo deseable conlo que de hecho desea la gente, la mayoría de la gente. Pero identificar esocon lo moralmenle deseable sería no sólo «una total subversión del ordenestablecido», como ya había advertido el propio Bentham, sino la ruinade la moralidad auténtica, propiamente dicha, que no parece que pueda des-prenderse de la convicción, de la actitud propia del individuo, de lo que élasume o acepta. Además estaría en contradicción con las otras caracterís-ticas propias del utilitarismo de Mili, las que lo diferencian del de Ben-tham (17), que vamos a exponer a continuación.

(15) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. IV, en Collected Works, X, pág. 234.(16) G. E. MOORE: Principia Ethica, traducción de A. GARCÍA DÍAZ, México

(UNAM), 1959, pág. 64.(17) Como insinúa, o más bien indica, también G. E. MOORE: Op. di., ibidem.

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Se ha dicho de Mili, y por lo que expondremos se verá que con razón,que, en contraste con otros utilitaristas, y en concreto con Bentham, «supreocupación primordial es el individuo y no la sociedad» (18). No es ex-traño, pues, que, a través de esta preocupación, llegue a la elaboración deuna ética, es decir, de una doctrina de la moral propiamente dicha, que,según hemos indicado, no parece que pueda desprenderse de la atenciónal individuo como su dimensión esencial. En esta línea el primer rasgo quelo enfrenta al benthamismo es la valoración de los sentimientos. Como hemosvisto, a partir de la lectura directa de Bentham la doctrina de éste se con-virtió para él en un credo, una especie de religión; era también la razónde su vida: si su felicidad se identificaba con «reformar el mundo», estareforma se identificaba a su vez con inculcar y difundir esa doctrina (19).Pero al mismo tiempo que persistía en esta convicción y en las actividadesencaminadas a realizarla, a llevarla a la práctica, se iban secando en él lossentimientos. Como él nos confiesa, «la descripción que con tanta frecuenciase ha dado de un benthamista, como una máquina meramente razonadora,aun cuando de todo punto inaplicable a la mayor parte de los que han sidoconocidos como tales, no era del todo falsa con respecto a mí durante doso tres años de mi vida» (20). Pero llegó un momento, el otoño de 1826, es de-cir, a los veinte años de edad, en que al preguntarse si todo aquello de quehabía hecho el ideal y el objeto de su vida le importaba en realidad, se en-contró con que «el fin había dejado de atraer» y, por consiguiente, difícil-mente los medios orientados a conseguirlo podían ofrecer ningún interés. Sevio a sí mismo como un barco bien equipado, pero sin vela, varado al co-mienzo mismo de su viaje, sin ningún auténtico deseo de los fines para losque había sido tan cuidadosamente preparado. Se daba cuenta de que lo quele faltaban eran sentimientos; pero el darse cuenta de ello no era suficientepara proporcionárselos (21). No nos interesa ahora tanto saber cómo Mililogró salir de esta situación, gracias al cultivo del arte, en especial la poesía,como los resultados a que llegó con respecto a la valoración de los senti-mientos y a la corrección de ciertos extremismos en la doctrina de Bentham.

Este había llegado a pensar que alabar o condenar a una persona encuestiones de gusto era «un elemento de insolente dogmatismo»; «como silos gustos y los disgustos de los hombres —añade Mili—, incluso en cosasde suyo indiferentes, no estuvieran cargados de los más decisivos indicios

(18) Así, J. M. ROBSON: Op. cit. (nota 11), pág. 127. Esto por lo demás es fácilde comprobar, y un indicio lo tenemos ya en la crítica que hace de Bentham.

(19) A, págs. 44 y 86.(20) A, pág. 71.(21) A, págs. 71, 87 y 90.

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respectó a todos los rasgos de su carácter; como si Jos gustos de una personano demostraran que es sensata o alocada, culta o ignorante, fina o tosca,sensible ó insensible, generosa o tacaña, benévola o egoísta, moral o depra-vada» (22). Y es que Bentham descuidó, «dejó en blanco», una de las dospartes en que «consiste la moralidad». Atendió sólo a «la regulación de lasacciones exteriores»; pero no al otro aspecto de la «autoeducación, de laformación del ser humano, de sus afectos y de su voluntad», sin lo cualincluso el otro aspecto «ha de quedar en definitiva limitado e imperfec-to» (23).

Naturalmente, no se puede tratar de que el benthamismo desconozca to-talmente la existencia de los sentimientos en el ser humano, sino más biende su tendencia a ver la regeneración de la humanidad, no como resultado delos «buenos» sentimientos, de la «benevolencia generosa y el amor a Ja jus-ticia», sino de la «educación del entendimiento, en cuanto que ilustra lossentimientos del propio interés» (24). Pero hay más, Bentham no es capazde ver al hombre gobernado por otras pasiones que las comúnmente clasi-ficadas como egoístas o del propio interés, o bien por las simpatías o anti-patías hacia otros seres humanos (25). Incluso tiene la tendencia, que com-parte con el modo habitual del hablar, a identificar «todos los sentimientosque gobiernan a la humanidad bajo el nombre de intereses», lo que a su vezse conecta con otra «tendencia a considerar que el Interés en su sentido vul-gar, de interés que mira puramente a uno mismo, ejerce, por la mismaconstitución de la naturaleza sumana, un control sobre las acciones humanasmucho más exclusivo y absoluto del que en realidad ejerce» (26).

Frente a estas limitaciones e imperfecciones, Mill hace referencia a variosotros motivos de la acción humana, no tenidos en cuenta por Bentham y desuma importancia para la moralidad; tales como «la conciencia o el senti-miento del deber», o el deseo de la propia «perfección espiritual como unfin... por sí mismo»; así como también otros motivos no tan estrictamentemorales que Bentham no reconoce sino en una medida muy reducida y que

(22) J. S. MILL: «Bentham», en Collected Works, X, pág. 113.(23) J. S. MILL: Op. cit. (nota anterior), pág. 98.(24) A, pág. 72.(25) J. S. MILL: «Bentham», en Collected Works, X, pág. 94.(26) J. S. MILL: «Remarks on Bentham's Philosophy», en Collected Works, X,

página 14. La objeción que se podría argüir contra estas últimas citas de que pertenecena un período todavía temprano de la evolución de Mill debe contrastarse con la afir-mación de la Autobiografía, de que sigue pensando como «perfectamente justa la sus-tancia de este criticismo» y que sus dudas se refieren más bien a la oportunidad de supublicación, antes de que la filosofía de Bentham hubiera ejercido todo su efectocomo instrumento de progreso. A, pág. 140.

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se refieren a «la búsqueda de cualquier otro fin ideal por sí mismo/>, talescomo «el sentido del honor y de la dignidad personal —ese sentimiento dela exaltación y de la degradación de la propia persona que actúa pdepen-dientemente de la opinión de otras gentes o incluso desafeándola—;j el amora la belleza, que es la pasión del artista; el amor al orden, a la coherencia oconsistencia en todas las cosas y su conformidad con el fin propuesto...» (27).

Desde esta perspectiva no es de extrañar que Mili llegue a una posiciónfrontalmente contraria a la de Bentham en lo que constituye el meollo dela teoría, de la elaboración doctrinal de éste: el cálculo del placer y deldolor sobre la base de la homogeneidad de los diversos placeres y dolores.Para Mili hay placeres superiores a otros por «su intrínseca naturaleza»,«ciertas clases de placer son más deseables y más valiosas que otras», «nilos dolores ni los placeres son homogéneos» (28). Repetidas veces se hahecho notar que estas afirmaciones son incompatibles con los principiosbásicos del utilitarismo (29). Pero no parece que importe eso mucho, ni queel propio Mili afirme expresamente la compatibilidad, si admitimos la so-lución, ya adelantada anteriormente, de que en realidad el utilitarismo pro-piamente dicho, lo diga o no, lo reconozca o no Mili, es sólo aplicable a laesfera exterior de las acciones, como él dice expresamente del de Bentham,como éste sin duda primordialmente lo pensó y como anteriormente lo ha-bía adelantado Hume (al admitirlo únicamente en la esfera de la justicia,en sentido jurídico).

Por lo demás, el propio Mili, no obstante su afirmación de fidelidad al«principio utilitarista», reconoce expresamente que para su correcta aplica-ción «es preciso incluir en él muchos elementos estoicos, así como cristia-nos» (30). Y en la Autobiografía hace alusión, a propósito del reconoci-miento de la parte de verdad que puede reconocerse en diversos sistemas,al lema de Goethe que durante algún período de su vida hubiera deseadopreferentemente hacer suyo: «la pluralidad de aspectos» (many-sided-ness) (31). No deberíamos, por consiguiente, escandalizarnos demasiado porver a Mili sosteniendo doctrinas que de hecho rebasan su benthamismooriginario, al que afirma seguir siendo fiel en lo esencial, máxime si pode-

(27) J. S. MILL: «Remarks on Bentham's Philosophy», en Collected Works, X,página 13; «Bentham», en Collected Works, X, págs. 95-96.

(28) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. II, en Collected Works, X, págs. 221 y sigs.(29) Entre otros por H. SIDGWICK: The Methods of Ethics, I, VII, Londres (Mac-

millam), 7.a edición, 1907, págs. 94-95.(30) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. II, en Collected Works, X, pág. 211.(31) A, pág. 105.

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mos señalar para las dos dimensiones de su doctrina campos distintos deaplicación, con lo que su incompatibilidad se transformaría más bien encomplementariedad: uno es el campo de lo jurídico-político, otro es el cam-po de lo propiamente moral. Esto no quiere decir que no haya conexión,interrelabión entre ambos campos; antes al contrario, nos hallamos aquíante otra de las deficiencias más notables de Bentham, que Mili trata decontrarrestar: tal vez el rasgo más llamativo de su filosofía política sea laacentuación de la importancia en la política de los elementos intelectualesy morales. Esto lo expondremos más adelante. Pero antes hemos de hacerreferencia a otros contrastes de la doctrina de Mili con la de Bentham queconsideramos importantes, también para la comprensión del influjo de lamoral sobre la política y el Derecho.

Hemos hecho alusión al predominio que en Bentham tiene el propiointerés como impulso para la acción humana y, por consiguiente, tambiéncomo instrumento del progreso de la humanidad: éste, como decíamos, loespera el benthamismo más bien de una adecuada comprensión del propiointerés de cada uno, en cuanto que eso dará como resultado la búsquedadel interés general. Pero ¿cómo asegurar esta coincidencia? Bentham novio otra solución que la democracia, pero entendida ésta de alguna maneracomo directa, como gobierno del pueblo por el pueblo mismo; de aquí laimportancia decisiva dada por él a la opinión pública y al control ejercidopor ésta sobre las propias asambleas legislativas. Mili tiene más confianzaen otros motivos o impulsos de la acción, aparte del propio interés. Ademásde los ya mencionados, que lo aproximan de alguna manera a la filosofíaestoica, y a la ética de Kant, el motivo del altruismo o generosidad, o, entérminos más de su época, la benevolencia y el amor a la humanidad. Estolo aproxima claramente a la otra corriente de filosofía moral con la queprincipalmente se enfrentaba el benthamismo, la que Mili designa como«intuitiva», o intuicionista, y Bentham designaba como «del sentido moral»,entre cuyos representantes Bentham mencionaba a Shaftesbury, Hutcheson yHume, pero que nosotros conocemos sobre todo a través de Adam Smith.En efecto, Mili no sólo hace referencia, frente a los enemigos del utilitaris-mo, a que éste establece como norma de la rectitud de la conducta humana,«no la felicidad del que obra, sino la de todos los afectados», cosa queevidentemente es expresión de la doctrina de Bentham: además tambiénhace otras afirmaciones referentes al «poder de sacrificar el mayor bien pro-pio por el bien de los demás», que ya no es claro que pudieran ser sus-critas por Bentham. Pero es más, para juzgar de cuál es la verdadera felici-dad de los afectados o interesados, en contraste con la propia del que obrao actúa, Mili exige que éste «sea como un espectador estrictamente impar-

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cial, desinteresado y benevolente» (32), lo que, como ya sabemos, es pre-cisamente un rasgo característico de la otra escuela o corriente, la intui-cionista, y más en concreto de Adam Smith, aun cuando aquí tampoco selo nombre. Y respecto al poder de la «educación del entendimiento, encuanto que ilustra los sentimientos del propio interés», como instrumento de«mejora de la conducta humana», Mili nos dice que no cree que '«ningunode los supervivientes del benthamismo o del utilitarismo en la actualidadconfíe principalmente en eso» (33). Finalmente, nos encontramos con queen el mismo pasaje de la Autobiografía en que nos dice que nunca vacilóen la «convicción de que la felicidad es la prueba de todas las reglas deconducta y la finalidad de la vida», añade que «ahora pensaba que estefin tan sólo había de ser alcanzado no haciéndolo un fin directo. Pensabaque sólo eran felices los que tenían sus mentes fijas en algún objeto distintode su propia felicidad» (34). Ahora bien, esto supone en cierto modo todauna inversión del benthamismo, en cuanto que la misma finalidad que ésteproclama como el móvil más propio de la acción queda impedido de ser elmóvil directo de ésta, lo que supone una actitud, una disposición de ánimototalmente distinta, en el que quiera actuar conforme al modelo o pautade Mili, que en el que obre directamente guiado por la pauta o normautilitarista.

Hay otro punto en el que Mili se aparta del utilitarismo de Bentham yse aproxima ostensiblemente de nuevo a la escuela opuesta, la intuicionistao del sentido moral: se trata de que el suyo tal vez pueda ser calificadocomo un «utilitarismo de reglas», ya que se orienta, sí, por la felicidad,pero como criterio último o piedra de toque de cualquier otro, pero noacude directamente a él sino en los casos extremos de que fallen los otroscriterios inmediatos o de que éstos se destruyan o resulten incompatiblesentre sí; esos criterios inmediatos son las reglas establecidas por la expe-riencia previa y por la doctrina o teoría de los filósofos (35). Al hablar de

(32) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. II, en Collected Works, X, págs. 217-218.(33) A, pág. 72. Hay que advertir que, aunque «mejora de la conducta humana»

no sea equivalente de mejora de la humanidad o de la vida humana en general, sí Joes en gran medida en MUÍ, como ya hemos indicado y veremos luego con más detalle.

(34) A, pág. 92. Aun cuando Mill no dice que esta nueva convicción fuera defini-tiva, desde luego sólo el hecho de recogerla en la Autobiografía la revela como impor-tante y además la extensión y el modo como la desarrolla a continuación parecen ava-lar la idea de que la sigue manteniendo al final de su vida como una de sus ideaspropias.

(35) El utilitarismo de reglas ha sido objeto de una considerable atención con pos-terioridad a Mill; entre otros, por parte de J. RAWLS: «DOS conceptos de reglas», re-cogido en PH. FOOT: Teorías sobre la Etica, traducción española de M. ARBOLI,

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Bentham podemos decir que era, en definitiva, el predominio de su perspecti-va jurídica la que le hacía apreciar poco las doctrinas éticas anteriores a él; enconcreto, con respecto a esta doctrina de las reglas previamente establecidascomo ¡normas o criterios inmediatos de la conducta moral (propuesta, porejemplo, por A. Smith), podemos observar que a Bentham no le interesabao importaba demasiado, porque para él las reglas de conducta verdadera-mente importantes eran las leyes, leyes jurídicas, y, más en concreto, esta-tales, establecidas por los gobernantes. Naturalmente no es este el caso deMili, que admite expresamente que «la moralidad de un acto individual noes cuestión de una percepción directa, sino de la aplicación de una ley aun caso individual», y desde luego no se trata de una ley estatal, sino, comohemos dicho, de una regla establecida por la doctrina sobre la base deprincipios y de experiencias anteriores (36). La admisión de este recursoa las reglas, de esta limitación del utilitarismo, es enorme, porque impideque el interesado pueda juzgar libremente en cada caso sobre la moralidadde su acción sobre la única base de si es útil o no, con el peligro de que lautilidad que tenga en cuenta sea exclusiva o principalmente la suya. Además,como las reglas tienen en sí un valor, una utilidad inherente a su observan-cia misma (mientras no se ponga de manifiesto su falta de fundamento y,por consiguiente, dejen de ser reglas), esto quiere decir que en determina-dos casos, cuando no haya posibilidad de aplicar el principio utilitarista,sino tan sólo las reglas, para quien haya de actuar en tales casos, la mora-lidad, el obrar bien o mal, vendrá determinada por la fidelidad a las reglaspertinentes. Aun cuando naturalmente un autor que siempre puso el máxi-mo empeño en ser «progresista» tenga que llamar la atención sobre el ca-rácter transitorio o provisional de todas esas reglas, mientras no se descu-bran otras más adecuadas. Y, en cuanto se trata de simples generalizacio-nes o expresiones aproximadas del resultado de experiencias anteriores, ló-

México (FCF), 1974, págs. 210 y sigs. En este mismo libro, págs. 188 y sigs. y 200 ysiguientes, hay dos artículos referentes a este aspecto del utilitarismo de Mili, el deJ. O. URMSON: «La interpretación de la filosofía moral de J. S. Mili», y el deJ. D. MABBOIT: «Interpretaciones del 'utilitarismo' de Mili». Sobre si éste tenía con-ciencia de la distinción, esclarecida por Rawls, entre reglas «de mira sumaria», o em-píricas, es decir, generalizaciones de experiencia, y las que «vienen a definir una prác-tica», es decir, según otra terminología, «institucionales», cfr. J. RAWLS: Op. cit., pá-ginas 232-233 (nota) y «Justicc as Fairness», en traducción alemana de J. SCHULTE,edición de O. HOFFE: Cerechligkeit ais Fairness, Friburgo-Munich (Karl Albert), 1977,página 41 (nota). Aun cuando Mili parece haber tenido un atisbo del segundo sentido,al que se refiere de preferencia es al primero.

(36) J. S. MILL: «Utilitarianism», cap. I, en Collected Works, X, pág. 206.

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gicamente tenga que reconocer la posibilidad de que admitan excepcio-nes (37). i

La filosofía política de Mili, que se expone en obras redactadas por lamisma época que su principal obra de ética (38), no sólo es coherente conlas consecuencias obtenidas en esta otra rama de su pensamiento, sino quelas aplica. Así, en la que puede considerarse como la más destacada de susobras, tanto por la aceptación que aun ahora sigue obteniendo como por elaprecio del propio Mili, Sobre la libertad (39), no se trata de un alegato afavor de ésta basado en la ¡dea de los derechos humanos —de «un derechoabstracto», dice Mili—, sino que se basa en la «utilidad como apelaciónsuprema en todas las cuestiones éticas» (40). Y si esto está en la líneade los principios esenciales que Mili proclama compartir con Bentham, aunmás visibles son los rasgos característicos de su propio utilitarismo, ya quelo que le preocupa es «no sólo lo que los hombres hacen, sino también quéclase de hombres son los que lo hacen». Y «entre las obras del hombre,que la vida humana trata correctamente de perfeccionar y de embellecer, laprimera en importancia es con seguridad el hombre mismo» (41). No setrata sólo de que los seres humanos obtengan su «correspondiente porción

(37) J. S. MILL: «Utilitarianism», caps. II y V, en Coliccled Works, X, págs. 220,223-226 y 257-259. Como dijimos (nota 35), es a este tipo de normas, empíricas, alque, al menos de manera primordial, se refiere Mili; aun cuando no falta en él algúnpasaje en que asoma la otra concepción de las reglas en cuanto definidoras de ciertas«prácticas». Por lo demás, tiene razón Rawls cuando advierte que esta segunda clasede reglas, a que él se refiere, no coincide con la de Smart y McCloskey, de reglas quesustituyen la aplicación del principio utilitarista, aun cuando ellas a su vez se fundeno legitimen en virtud de ese principio, y que, por consiguiente, no le afecta a él larefutación que esos autores han hecho del llamado «utilitarismo restringido». Confrón-tese J. RAWLS: lustice ais Fairness, en edic. cit. (nota 35) ibídem. El artículo deI. I. C. SMART: «Utilitarismo extremo y restringido» está recogido en PH. FOOT: Teo-rías sobre la Etica (cit. nota 35), págs. 248 y sigs. En cuanto a Mill, es más dudoso sise refiere o no, y en qué medida, a la segunda clase de reglas de las dos distinguidaspor Rawls; en la duda hemos optado en el texto por referirnos a, o dar por supuesta,la interpretación mínima: tomar las reglas de que él habla como meras generalizacioneso expresiones abreviadas de experiencias anteriores, que no desplazan o eliminan elprincipio utilitarista, sino que tratan de ayudar a su aplicación, al menos por la vía defacilitarla.

(38) Cfr. A, págs. 147-170.(39) En el aprecio por parte de Mill de esta obra influía sin duda que esta fuera

la obra que tanto por su participación directa como literariamente consideraba máscomún con su mujer (Harriet Taylor) a la que va dedicada. Cfr. A, pág. 161.

(40) J. S. MILL: «On Liberty», cap. I, en Collected Works, XVIII, pág. 224.(41) J. S. MILL: Op. cit. (nota anterior), pág. 263.

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de felicidad», sino también de que «se desarrollen hasta alcanzar el gradode estatura mental, moral y estética de que es capaz su naturaleza» (42).

Es^os mismos son los principios que inspiran la discusión de El gobiernorepresentativo, ya que aun cuando hay dos puntos a considerar, a saber:el modo como promueve el buen funcionamiento de los asuntos de la so-ciedad y cuál es su efecto en la mejora o deterioro de las cualidades mora-les e intelectuales de sus miembros, este último puede decirse que es «elprimer elemento de un buen gobierno», «la virtud y la inteligencia de losseres humanos que componen la comunidad»; puesto que incluso el buenfuncionamiento de la maquinaria del gobierno depende de esas cualidades,ellas son, en efecto, las que «proporcionan la energía para su movimiento»y las que hacen posible el control político de su actividad, ya que «si losfuncionarios que tienen que controlar fueran tan corrompidos o negligentescomo los que tienen que ser controlados..., poco provecho se obtendría delmejor aparato administrativo» (43).

La convicción firme en Mili es que únicamente un gobierno popular,o democrático, o representativo puede aspirar a ser considerado como lamejor forma de gobierno idealmente posible (44). No se trata, pues, deatacarla, sino de mejorarla, cuando se exponen los peligros a que puededar lugar la democracia, en concreto «la tiranía de la mayoría», y se esta-blecen los límites del poder del gobierno sobre los individuos. La razónde que tenga que seguir planteándose esta cuestión es que «el pueblo queejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido; yel 'gobierno de sí mismo', de que se habla, no es el gobierno de cadauno por sí, sino el gobierno de cada uno por todos los demás. Además, lavoluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad de la porción másnumerosa o más activa del pueblo; de la mayoría o de aquellos que logranhacerse aceptar como tal» (45).

Puede ser cierto que el principal peligro que Mili contemplaba, la tira-nía de la mayoría, no se haya realizado en la forma que él pensaba, comoopresión o «tiranía de la opinión y de los sentimientos prevalentes», como«tendencia de la sociedad a imponer, por otros medios distintos de las penaslegales, sus propias ideas y usos como normas de conducta» (46). Porque,

(42) Op. cit., pág. 270.(43) J. S. MILL: «Considerations on Representative Government», cap. II, en Col-

lected Works, XIX, págs. 390-404.(44) J. S. MILL: Op. cit. (nota anterior), págs. 398-404.(45) J. S. MILL: «On Liberty», cap. I, en Collected Works, XVIII, pág. 219. Para

la transcripción del texto me he servido de la traducción de P. de Azcárate (cit. nota 4).(46) J. S. MILL: Op. cit. (nota anterior), pág. 220.

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en efecto, ha cambiado la clase o estrato social en que él pensaba comosubstrato o soporte de esa tiranía de la opinión: la clase media de pequeñospropietarios, con cierto predominio rural, ha disminuido en número e in-fluencia frente al conjunto de la clase obrera y la nueva clase media, nopropietarias, sino trabajadoras, ambas, con claro predominio urbano, másescépticas y, por consiguiente, más comprensivas, menos celosas del man-tenimiento de sus usos y sus convicciones. Pero si la forma ha cambiado,no parece que el peligro y el hecho en sí haya desaparecido, sino que encierto modo se ha agravado al transformarse de mayoría de opinión y desentimientos en mayoría de intereses; porque al fin y al cabo frente a laopinión se puede luchar, se puede argumentar, tratar de desengañar y con-vencer de otra opinión, incluso contra los sentimientos se pueden esgrimirmedios o armas para contrarrestarlos; pero frente a los intereses es difícilluchar y mucho más difícil aún vencer. Ciertamente que Mili, que teníatanta confianza en el poder de la opinión, que pensaba que «una personacon una creencia (helief) es un poder social igual al de noventa y nueve quesólo tengan intereses» (47), no podía pensar en esta situación.

Se ha repetido muchas veces que el criterio de delimitación del podercolectivo, sea estatal o social, sobre el individuo, propuesto por Mili no esválido, y no ya en la actual situación, sino incluso en la que él pensaba.Mili lo expone así: «El objeto de este ensayo es afirmar un sencillo prin-cipio destinado a regir absolutamente las relaciones de la sociedad con elindividuo en lo que tengan de compulsión o control, ya sean los mediosempleados la fuerza física en forma de penalidades legales o la coacciónmoral de la opinión pública. Este principio consiste en afirmar que el únicofin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamen-te, se entremeta en la libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros,es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede,con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civi-lizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propiobien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligadojustificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fueramejor para él, porque le haría feliz, porque, en opinión de los demás, ha-cerlo sería más acertado o más justo. Estas son buenas razones para dis-cutir, razonar y persuadirle, pero no para obligarle o causarle algún perjui-cio si obra de manera diferente. Para justificar esto sería preciso pensarque la conducta de la que se trata de disuadirle producía un perjuicio a

(47) J. S. MILL: «Considerations on Representativo Government», cap. I, en Collec-ted Works, XIX, pág. 381.

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algún otro. La única parte de la conducta de cada uno por la que él esresponsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parteque le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absolu-ta» (48). Lo que se objeta fundamentalmente es esta distinción entre unaesfera de la conducta que se refiere a los demás y otra que le concierne me-ramente al individuo. Difícilmente pueden trazarse los límites, de las ac-ciones que afectan a los demás y las que afectan sólo a uno mismo: si paraobtener precisión se aplicara rigurosamente el criterio de dejar al individuosólo lo que no importa absolutamente a los demás, resultaría que le que-daría muy poco, en contra evidentemente de la intención de Mill. Perodesde luego no falta razón para afirmar que él «tiene tanto derecho comocualquier otro moralista a la vaguedad en una materia en la que no esposible una ulterior precisión» (49). Y podríamos añadir que se trata, endefinitiva, de señalar una tendencia a reducir en la medida de lo posible laintervención del poder colectivo sobre el individuo, a dejar que éste realicetodo lo que pueda realizar por sí mismo; incluso cuando el individuo nopueda conseguir un resultado tan bueno como el gobierno, se debe procurarque la actividad la lleve a cabo el individuo, teniendo en cuenta el influjoque esto pueda tener para su propia formación o educación, y que es siem-pre un peligro aumentar el poder del gobierno (50). Esta tendencia llega almáximo en el campo de la libertad de pensamiento y de la libertad de ex-presión. Aquí puede decirse que la libertad afirmada por Mill es absoluta,porque «es necesaria para el bienestar intelectual de la humanidad (del cuala su vez depende cualquier otro bienestar)» (51).

Con esto llegamos a otro punto de la postura de Mill que nos parecemucho más vulnerable que el de su criterio de delimitación de la esfera dela libertad del individuo: el de la fundamentación o prueba de esa postura.Mili no sólo habla como si el desarrollo o progreso del ser humano fueraun fin «absoluto o esencial» (52), sino que además, acabamos de verlo, hablacomo si todo el progreso dependiera del desarrollo intelectual, que no pue-de ser llevado a cabo más que por los individuos, especialmente los másdestacados (53). Esto no es negar la importancia de las cualidades morales,

(48) J. S. MILL: «On Liberty», cap. 1, en Collected Works, XVIII, págs. 223-224.Para la transcripción he utilizado la traducción de P. de Azcárate (cit. nota 4).

(49) i. PLAMENATZ: The English UtUilarians, Oxford (B. Blackwell), 1966, pág. 130.(50) Cfr. J. S. MILL: «On Liberty», cap. V, en Collected Works, XV11I, pá-

ginas 305-306.(51) J. S. MILL: Op. cit., págs. 257-258.(52) Cfr. la frase de W. von Humboldt que sirve de lema a toda la obra On

Liberty.(53) Cfr. On Liberty, cap. III, págs. 267 y sigs.

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a la cual ya hemos aludido: Mili les reconoce incluso un mayor poder ofuerza de actuar sobre el individuo, al igual que a las condiciones económi-cas; pero, en definitiva, «los cambios intelectuales son los más destacadosagentes en la historia», porque los otros en gran parte son consecuencia deellos y además actúan «limitados», con el «poder unificado», es decir, or-ganizado, por ellos, aun cuando corresponda ese poder a las tres clases defactores (54), de tal manera que, con estas salvedades, se puede decir queel «predominante» y casi supremo (paramount), entre los agentes del pro-greso social... es el estado de las facultades especulativas de la humanidad»;que la influencia de «la especulación, la actividad intelectual, la búsquedade la verdad... es la causa principal determinante del progreso social» (55).Este optimismo con respecto al papel de las ideas, y, por consiguiente, delos intelectuales, en la historia, que a su vez presupone un optimismo ético,con respecto a la eficacia de las ideas morales, los ideales, en la conductahumana, va acompañado además de otro optimismo referente a los buenosresultados, nunca absolutos o definitivos, pero siempre progresivos, que seatribuyen a la actividad intelectual en la búsqueda de la verdad (56). Todosestos optimismos combinados explican el entusiasmo de Mili por la liber-tad en general y por la libertad del pensamiento y de expresión, en particu-lar, como vehículo del progreso (57).

Pero si no se comparten esos optimismos, la doctrina de Mili planteamuy serios problemas. Si adoptamos una postura de pesimismo (ético-

(54) J. S. MILL: «A System of Logic Ratiocinative and Inductive», VI, XI, 3, enCollected Works, VIII, pág. 935.

(55) J. S. MILL: Op. cit. (nota anterior), VI, X, 7, pág. 926. Que estas conviccionespermanecieron sustancialmente inalterables en Mill hasta el final de su vida puede com-probarse por la Autobiografía, especialmente págs. 152-153.

(56) Cfr. On Liberty, cap. I, págs. 224, 250-251.(57) El mismo sentido tenían las simpatías de Mill y de Harriet Taylor por el

socialismo. Como se recoge en la Autobiografía, ambos daban la bienvenida «con elmayor placer e interés a todos los experimentos socialistas llevados a cabo por indivi-duos selectos (en las sociedades cooperativas, por ejemplo), que, tuvieran éxito o no,no podían por menos que actuar como la más útil educación». A, pág. 150. Y, auncuando se atribuye especialmente a Harriet Taylor, este aspecto, de la contribución alprogreso de la humanidad, era también uno de los rasgos esenciales de su oposiciónal sometimiento de las mujeres, por «las consecuencias, de enorme trascendencia prác-tica, de las incapacidades de la mujer». A, pág. 158, nota. Sobre la relación de J. S. Millcon el socialismo cfr. D. NEGRO PAVÓN: Liberalismo y socialismo. La encrucijada inte-lectual de Stuart Mill, Madrid (Instituto de Estudios Políticos), 1975, págs. 215 y sigs.En esta obra, excelente por diversos motivos, se destacan también, a mi modo de ver,adecuadamente las dos ¡deas que se acaban de apuntar en el texto: la preeminencia dela libertad de expresión y su conexión con la idea de progreso.

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intelectual) y pensamos que los cambios sociopolíticos se producen sin obe-decer a pautas o patrones racionales o ideas, poco sentido puede tener lafilosofía de Mili, ni cualquier otra que se presente como «progresista»; elprogreso queda reducido a mero proceso, a pura realización de los hechoso acontecimientos, pero sin ese sentido positivo o favorable que pretendedarle el «progresismo» (58). Si lo que pensamos es que las posibilidades derealización de pautas o modelos ideales quedan reducidas a una generali-zación e igualación cada vez mayores de las ventajas y beneficios ya exis-tentes, poco nos tienen que decir a este respecto la ética y la filosofía polí-tica de Mili: el igualitarismo estaba más en la línea de Bentham que en lasuya propia. Por otro lado, dado el predominio que hoy tiene, tanto en lapolítica como en la dirección misma de la sociedad, la opinión mayoritaria(referente a intereses), dado también el predominio de los grandes mediosde comunicación social (que actúan a su vez condicionados por lo anterior)y supuesta asimismo la necesidad de (o la tendencia a) las publicaciones degran tirada, ¿podrán seguir subsistiendo los pensadores, e incluso los indi-viduos, libres e independientes, tal como los concebía Mili? ¿No tendránmás bien que integrarse, con respecto a sus ideas, en una tendencia predo-minante o importante, es decir, en un grupo numeroso, identificarse con ungran número de otros individuos? Si esto es así, si es esto último lo quesucede, ¿no estaríamos entonces también ante la tiranía de la mayoría, osi se quiere, de las diversas mayorías o grandes tendencias? En caso de queesta última cuestión se contestara afirmativamente, lo que quedaría de lafilosofía política de Mili sería sobre todo el haber reconocido este peligro—después de Tocqueville— y haber tratado de combatirlo: este sería susentido más actual. Finalmente, por lo que hace a la configuración dadapor Mili a la ética utilitarista, sus observaciones o rectificaciones al ben-thamismo parecen acertadas o justificadas en sí; pero su incorporación alsistema llevaría consigo que éste perdiera ese cientificismo que había sidoprecisamente una de las razones principales que le habían llevado a Milia adherirse a él.

(58) Aun cuando este aspecto de la idea del progreso parece que no ha sido sufi-cientemente estudiado, no deja de estar claramente expresado, por ejemplo, en una delas obras clásicas en esta materia: «La idea del progreso de la humanidad. . significaque la civilización se ha movido, se mueve y seguirá moviéndose en la dirección de-seable.» J. BURY: La idea del progreso, traducción de E. DÍAZ y J. RODRÍGUEZ ARAMBE-RRI, Madrid (Alianza), 1971, pág. 14. Más detenidamente ha sido considerado esteaspecto por M. García Morentc, quien define el progreso como «la realización delreino de los valores por el esfuerzo humano.» M. GARCÍA MORENTE: Ensayos sobre elprogreso, Madrid (Dorcas), 1980, pág. 45.

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