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El utilitarismo John Stuart Mill Selección de capítulos: I y II. La obra completa está disponible en: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/utilitarismo/indi ce.html CAPÍTULO PRIMERO Observaciones generales Entre las circunstancias que concurren al estado presente del conocimiento humano, hay pocas que, como el escaso progreso conseguido en la solución de la controversia relativa al criterio del bien y el mal, sean tan distintas de lo que pudiera haberse esperado, o tan significativas del estado de atraso en que aún se encuentra la especulación sobre las materias más importantes. Desde los albores de la filosofía, la cuestión concerniente al summum bonum [bien supremo], o, lo que es lo mismo, al fundamento de la moral, se ha contado entre los problemas principales del pensamiento especulativo, ha ocupado a los intelectos mejor dotados, y los ha dividido en sectas y escuelas que han sostenido entre sí una vigorosa lucha. Después de más de dos mil años, continúa la misma discusión; todavía siguen los filósofos colocados bajo las mismas banderas de guerra, y, en general, ni los pensadores ni el género humano parecen hallarse más cerca de la unanimidad sobre el asunto que cuando el joven Sócrates fue oyente del viejo Protágoras y (si el diálogo de Platón se basa en una conversación real) sostuvo la teoría del utilitarismo contra la moralidad popular de los llamados sofistas. Es verdad que semejante confusión e incertidumbre, y, en algunos casos, un desacuerdo semejante, se dan también con relación a los primeros principios de todas las ciencias, sin exceptuar la que se considera más cierta entre ellas: la matemática. Lo cual no disminuye mucho, en realidad no disminuye en absoluto, el valor de credibilidad de esas ciencias. La explicación de esta anomalía es que las doctrinas particulares de una ciencia no suelen

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El utilitarismo

John Stuart Mill

Selección de capítulos: I y II.

La obra completa está disponible en:

http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/utilitarismo/indice.html

CAPÍTULO PRIMERO

Observaciones generales

Entre las circunstancias que concurren al estado presente delconocimiento humano, haypocas que, como el escaso progreso conseguido en la solución de lacontroversia relativa alcriterio del bien y el mal, sean tan distintas de lo que pudierahaberse esperado, o tansignificativas del estado de atraso en que aún se encuentra laespeculación sobre las materiasmás importantes. Desde los albores de la filosofía, la cuestiónconcerniente al summum bonum[bien supremo], o, lo que es lo mismo, al fundamento de la moral, seha contado entre losproblemas principales del pensamiento especulativo, ha ocupado a losintelectos mejor dotados,y los ha dividido en sectas y escuelas que han sostenido entre sí unavigorosa lucha. Después demás de dos mil años, continúa la misma discusión; todavía siguen losfilósofos colocados bajolas mismas banderas de guerra, y, en general, ni los pensadores ni elgénero humano parecenhallarse más cerca de la unanimidad sobre el asunto que cuando eljoven Sócrates fue oyente delviejo Protágoras y (si el diálogo de Platón se basa en unaconversación real) sostuvo la teoría delutilitarismo contra la moralidad popular de los llamados sofistas.

Es verdad que semejante confusión e incertidumbre, y, en algunoscasos, un desacuerdosemejante, se dan también con relación a los primeros principios detodas las ciencias, sinexceptuar la que se considera más cierta entre ellas: la matemática.Lo cual no disminuyemucho, en realidad no disminuye en absoluto, el valor de credibilidadde esas ciencias. Laexplicación de esta anomalía es que las doctrinas particulares de unaciencia no suelen

deducirse, ni dependen en su evidencia, de los que son llamados susprimeros principios. De noser así, no habría ciencia más menesterosa o más insuficiente en laobtención de susconclusiones que el álgebra; la cual no deriva su certeza de lo que alos estudiantes sueleenseñarse como sus primeros principios, puesto que éstos, según hansostenido algunos de susmás eminentes maestros, están tan llenos de ficciones como las leyesinglesas, y tan llenos demisterios como la teología. Las verdades que se aceptan últimamentecomo primeros principiosde una ciencia son, en realidad, el resultado último del análisismetafísico, practicado sobre lasnociones elementales con que esa ciencia se ocupa; su relación con laciencia no es la de loscimientos con el edificio, sino la de las raíces con el árbol, las quepueden realizarperfectamente su función sin que se excave hasta sacarlas a la luz.Mas, si en la ciencia, laverdad particular precede a la teoría general, podría esperarse locontrario en un arte prácticocomo la moral o la legislación. Toda acción se realiza con vistas a unfin, y parece naturalsuponer que las reglas de una acción deban tomar todo su carácter ycolor del fin al cual sesubordinan. Cuando perseguimos un propósito, parece que unconocimiento claro y preciso delpropósito sería lo primeramente necesario, en vez de lo último quehubiera de esperarse. Unopensaría que un criterio de lo justo y lo injusto debería ser el mediode establecer lo que es justoo injusto, y no una consecuencia de haberlo establecido ya.

No se evita la dificultad recurriendo a la popular teoría de unafacultad natural, unsentido o instinto que nos informa sobre lo que es bueno o malo.Porque -además de que la

existencia de tal instinto moral es en sí misma una de las cuestionesen disputa- los que creen enella y albergan pretensiones a la filosofía, se han visto obligados aabandonar la idea de que esesentido aprehende lo que es bueno o malo en un caso particular dado,lo mismo que nuestrossentidos aprehenden la visión o el sonido actualmente presentes. Segúnlos intérpretes de estateoría que merecen el título de pensadores, nuestra facultad moral nosproporciona solamentelos principios generales de los juicios morales; es una rama de larazón, no de la facultadsensible, y a ella debe acudirse para la doctrina abstracta de lamoralidad, no para su percepciónen lo concreto. La escuela intuitiva de la ética, no menos que la quepodría llamarse inductiva,insiste en la necesidad de leyes generales. Ambas convienen en que lamoralidad de una acciónparticular no es cuestión de percepción directa, sino de aplicación dela ley a un caso individual.

Reconocen también, en gran parte, las mismas leyes morales; perodifieren en cuanto a suevidencia y a la fuente de que derivan su autoridad. Según la primeraopinión, los principios dela moral son evidentes a priori, y no requieren nada para obtener suasentimiento, excepto quese entienda la significación de los términos. Según la segundadoctrina, la justicia y la injusticia,lo mismo que la verdad y la falsedad, son cuestiones de observación yexperiencia. Pero ambossostienen unánimemente que la moralidad debe deducirse de principios yla escuela intuitivaafirma tan fuertemente como la inductiva que hay una ciencia de lamoral. Sin embargo,raramente se arriesgan a hacer una lista de los principios que apriori han de servir comopremisas de la ciencia; y aún más raros son sus esfuerzos por reduciresos principios a un primerprincipio, o a una base de obligación común. O suponen que lospreceptos ordinarios de lamoral son preceptos de una autoridad a priori; o sientan comofundamento de esas máximascierta generalidad que tiene una autoridad mucho menos obvia que la delas máximas mismas, yque nunca ha conseguido ganar un asentimiento popular. Además, parafundamentar suspretensiones, o bien debería existir algún principio o ley fundamentalcomo raíz de todamoralidad, o, si hubiera varios, debería existir un determinado ordende precedencia entre ellos;y el principio único, o la regla para decidir entre los variosprincipios cuando estuvieran enconflicto, debería ser evidente por sí mismo.

La investigación de hasta dónde han sido mitigados en la práctica losmalos efectos deesta deficiencia o de hasta qué punto han sido viciadas las creenciasmorales del género humanopor la ausencia de cualquier reconocimiento distinto de un criterioúltimo, implicaría unarevisión y una crítica completas de las doctrinas éticas pasadas ypresentes. Sin embargo, seríafácil mostrar que, cualquiera que sea la firmeza o consistencia queestas creencias morales hanalcanzado, se ha debido principalmente a la tácita influencia de uncriterio no reconocido.Aunque la inexistencia de un primer principio reconocido ha hecho dela ética no tanto una guía,cuanto una consagración de los sentimientos efectivos del hombre, noobstante, como lossentimientos humanos de atracción y aversión están muy influidos porlos que se suponen serefecto de las cosas sobre la felicidad, el principio de utilidad, o,como últimamente lo hallamado Bentham, el principio de la mayor felicidad ha tenido una granparticipación en laformación de las doctrinas morales, aun en aquellos que másdesdeñosamente rechazan suautoridad. Y ninguna de las escuelas del pensamiento rehúsa admitirque la influencia de las

acciones sobre la felicidad es la consideración más voluminosa eincluso la predominante, enmuchos de los detalles de la moral, por poco inclinadas que seencuentren a reconocerla comoprincipio fundamental de la moral y fuente de la obligación moral.Podría ir más lejos y decirque para todos los moralistas aprioristas que consideran absolutamentenecesario argumentar,los argumentos utilitaristas son indispensables. Lo que ahora mepropongo no es criticar a esospensadores, pero no puedo evitar el referirme, como ejemplo, a untratado sistemático escritopor uno de los más ilustres de ellos, la Metafísica de la Ética, deKant. Este hombre notable,cuyo sistema de filosofía permanecerá mucho tiempo como uno de loshitos en la historia de laespeculación filosófica, establece, en el tratado en cuestión, unprimer principio universal comoorigen y fundamento de la obligación moral; es éste: Obra de maneraque tu norma de acción

sea admitida como ley por todos los seres racionales. Pero, cuandoempieza a deducir de esteprecepto cualesquiera de los deberes actuales de moralidad, fracasa,casi grotescamente, en lademostración de que habría alguna contradicción, alguna imposibilidadlógica (por no decirfísica) en la adopción por todos los seres racionales de las reglas deconducta más atrozmenteinmorales. Todo cuanto demuestra es que las consecuencias de suadopción universal seríantales que nadie se decidiría a incurrir en ellas.

En la presente ocasión, sin discutir más las otras teorías, intentarécontribuir algo a lacomprensión y apreciación del utilitarismo o Teoría de la Felicidad, ya dar prueba en lo que talcosa tenga de posible. Es evidente que no puede darse de esta teoríauna prueba, en el sentidoordinario y popular del término. Las cuestiones de los últimos finesno son susceptibles deprueba directa. Todo cuanto prueba probarse que es bueno, debeprobarse que lo es,demostrando que constituye un medio para algo cuya bondad se haadmitido sin prueba. El artede la medicina se prueba que es bueno porque conduce a la salud; pero¿cómo es posibledemostrar que la salud es buena? El arte del músico es bueno, entreotras razones, porqueproduce placer; pero ¿qué prueba puede darse de que el placer esbueno? Si, pues, se afirma quehay una fórmula comprehensiva que incluye todas las cosas que sonbuenas por sí mismas, yque cualquier otra cosa que sea buena no lo es en cuanto fin, sinocomo medio, la fórmula puedeser aceptada o rechazada, pero no se refiere a lo que comúnmente seentiende por prueba. Nohemos de inferir, sin embargo, que su aceptación o repudio debandepender de un impulso ciego

o de una elección arbitraria. Existe una significación más amplia dela palabra prueba, por lacual esta cuestión es tan susceptible de ella como cualquier otra delas que se discuten enfilosofía. Este asunto está dentro de la jurisdicción de la facultadracional, pero esta facultadtampoco se ocupa de él sólo por la vía de la intuición. Puedenpresentarse consideracionescapaces de determinar al intelecto a dar o rehusar su asentimiento ala doctrina; y éste es elequivalente de la prueba.

Examinaremos aquí la naturaleza de estas consideraciones; la maneracon que se aplicanal caso y, por tanto, los fundamentos racionales que puedan darse parala aceptación o repudiode la fórmula utilitaria. Pero es una condición previa a la aceptacióno repudio el que la fórmulasea entendida correctamente. Creo que la misma noción imperfecta queordinariamente se tienede su significado, es el principal obstáculo que impide su aceptación;y que si pudiera depurarse,aun sólo de los errores más groseros, la cuestión se simplificaríagrandemente y se eliminaríauna amplia proporción de sus dificultades. Por tanto, antes de entraren los fundamentosfilosóficos que pueden darse para asentir al criterio utilitarista,ofreceré algunas aclaraciones dela doctrina misma, con el fin de mostrar mejor lo que es,distinguiéndola de lo que no es, yresolviendo las objeciones prácticas, como originadas o estrechamenterelacionadas con lasfalsas interpretaciones de su significación.

CAPÍTULO II

¿Qué es el utilitarismo?

Una observación incidental es cuanto se necesita hacer contra el necioerror de suponerque quienes defienden la utilidad como criterio de lo justo e injusto,usan el término en elsentido restringido y meramente familiar que opone la utilidad alplacer. A los adversariosfilosóficos del utilitarismo se les debe una excusa por haberparecido, aun momentáneamente,que se les confundía con cualquier capaz de tan absurdo error deinterpretación; el cual es tantomás extraordinario, cuanto la acusación contraria de que lo refieretodo al placer, tomado en suforma más grosera, es otro de los cargos que comúnmente se hacen alutilitarismo.

Como ha señalado acertadamente un hábil escritor, la misma clase depersonas, y a

menudo las mismísimas personas, denuncian la teoría comoimpracticablemente austera,

cuando la palabra utilidad precede a la palabra placer, y comodemasiado voluptuosamentepracticable cuando la palabra placer precede a la palabra utilidad.Los que conocen algo delasunto, tienen conciencia de que todo escritor que, desde Epicuro aBentham, haya sostenido lateoría de la utilidad, ha entendido por ésta no algo que hubiera quecontraponer al placer, sino elplacer mismo, juntamente con la ausencia de dolor; y que en vez deoponer lo útil a lo agradableo a lo decorativo, han declarado siempre que lo útil significa estascosas, entre otras. Sinembargo, el vulgo, incluyendo a los escritores, no sólo de periódicosy revistas sino de libros depeso y pretensiones, está cayendo continuamente en este superficialerror. Habiendo oído lapalabra utilitario, aunque sin saber nada de ella, excepto su sonido,expresan habitualmente conella la repulsa o el menosprecio del placer en alguna de sus formas:belleza, adorno o diversión.Y este término se aplica tan neciamente no sólo en las censuras, sinoa veces en las alabanzas,como si implicara superioridad con respecto a la frivolidad, o a losmeros placeres del momento.Este uso pervertido es el único con que se conoce popularmente lapalabra, y del cual extraen susignificación las nuevas generaciones. Los que introdujeron lapalabra, pero dejaron de usarlacomo un distintivo hace muchos años, bien pueden sentirse llamados areasumirla, si esperanque haciéndolo pueden contribuir a rescatarla de su extremadegradación1.

El credo que acepta la Utilidad o Principio de la Mayor Felicidad comofundamento dela moral, sostiene que las acciones son justas en la proporción conque tienden a promover lafelicidad; e injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de lafelicidad. Se entiende porfelicidad el placer, y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolory la ausencia de placer. Paradar una visión clara del criterio moral que establece esta teoría,habría que decir mucho másparticularmente, qué cosas se incluyen en las ideas de dolor y placer,y hasta qué punto es éstauna cuestión patente. Pero estas explicaciones suplementarias noafectan a la teoría de la vida enque se apoya esta teoría de la moralidad: a saber, que el placer y laexención de dolor son lasúnicas cosas deseables como fines; y que todas las cosas deseables(que en la concepciónutilitaria son tan numerosas como en cualquier otra), lo son o por elplacer inherente a ellasmismas, o como medios para la promoción del placer y la prevención deldolor.

Ahora bien, esta teoría de la vida suscita un inveterado desagrado enmuchas mentes,entre ellas, algunas de las más estimables por sus sentimientos eintenciones. Como dicen,suponer que la vida no tiene un fin más elevado que el placer -unobjeto de deseo y persecuciónmejor y más noble- es un egoísmo y una vileza, es una doctrina dignasólo del cerdo, con quienfueron comparados despreciativamente los seguidores de Epicuro, en unaépoca muy temprana;doctrina cuyos modernos defensores son objeto, a veces, de la mismacortés comparación porparte de sus detractores franceses, alemanes e ingleses.

Cuando se les ha atacado así, los epicúreos han contestado siempre quelos que presentana la naturaleza humana bajo un aspecto degradante no son ellos, sinosus acusadores, puesto quela acusación supone que los seres humanos no son capaces de otrosplaceres que los del cerdo.Si este supuesto fuera verdadero, la acusación no podría serrechazada; pero entonces tampocosería una acusación; porque si las fuentes del placer fueranexactamente iguales para el cerdoque para el hombre, la norma de vida que fuese buena para el uno seríaigualmente buena parael otro. La comparación de la vida epicúrea con la de las bestias seconsidera degradanteprecisamente porque los placeres de una bestia no satisfacen laconcepción de la felicidad de un

1 El autor de este ensayo tiene razones para creer que él fue laprimera persona que puso en uso la palabra utilitario.No la inventó, sino que la adoptó tomándola de una expresiónincidental de Annals of the Parish de Mr. Galt.Después de usarla como una designación durante algunos años, él yotros la abandonaron por un crecientedesagrado hacia todo lo que se pareciese a contraseña o insignia deuna opinión sectaria. Pero, como nombre de unasimple opinión, no de un conjunto de opiniones -para designar elreconocimiento de utilidad como criterio, no unmodo particular de aplicarlo- el término responde a una necesidad dellenguaje y, en muchos casos, ofrece un modoconveniente de evitar rodeos fatigosos.

ser humano. Los seres humanos tienen facultades más elevadas que losapetitos animales y, unavez se han hecho conscientes de ellas, no consideran como felicidadnada que no incluya susatisfacción. Realmente, yo no creo que los epicúreos hayan deducidocabalmente lasconsecuencias del principio utilitario. Para hacer esto de un modosuficiente hay que incluirmuchos elementos estoicos, así como cristianos. Pero no se conoceninguna teoría epicúrea de lavida que no asigne a los placeres del intelecto, de los sentimientos yde la imaginación, un valor

mucho más alto en cuanto placeres, que a los de la mera sensación. Sinembargo, debe admitirseque la generalidad de los escritores utilitaristas ponen lasuperioridad de lo mental sobre locorporal, principalmente en la mayor permanencia, seguridad yfacilidad de adquisición de loprimero; es decir, más bien en sus ventajas circunstanciales que en sunaturaleza intrínseca. Conrespecto a estos puntos, los utilitaristas han probado completamentesu tesis; pero, con la mismaconsistencia, podrían haberlo hecho con respecto a los otros, queestán, por decirlo así, en unplano más elevado. Es perfectamente compatible con el principio deutilidad reconocer el hechode que algunas clases de placer son más deseables y más valiosas queotras. Sería absurdosuponer que los placeres dependen sólo de la cantidad, siendo así que,al valorar todas las demáscosas, se toman en consideración la cualidad tanto como la cantidad.

Si se me pregunta qué quiere decir diferencia de cualidad entre losplaceres, o qué haceque un placer, en cuanto placer, sea más valioso que otro,prescindiendo de su superioridadcuantitativa, sólo encuentro una respuesta posible; si, de dosplaceres, hay uno al cual,independientemente de cualquier sentimiento de obligación moral, danuna decidida preferenciatodos o casi todos los que tienen experiencia de ambos, ése es elplacer más deseable. Si quienestienen un conocimiento adecuado de ambos, colocan a uno tan por encimadel otro, que, aunsabiendo que han de alcanzarlo con un grado de satisfacción menor, nolo cambian por ningunacantidad del otro placer, que su naturaleza les permite gozar, estájustificado atribuirle al gocepreferido una superioridad cualitativa tal, que la cuantitativaresulta, en comparación, depequeña importancia.

Ahora bien, es un hecho incuestionable que quienes tienen unconocimiento igual y unacapacidad igual de apreciar y gozar, dan una marcada preferencia almodo de existencia queemplea sus facultades superiores. Pocas criaturas humanas consentiríanque se las convirtiera enalguno de los animales inferiores, a cambio de un goce total de todoslos placeres bestiales;ningún ser humano inteligente consentiría en ser un loco, ningunapersona instruida, en serignorante, ninguna persona con sentimiento y conciencia en ser egoístae infame: ni siquiera seles podría persuadir de que el loco, el estúpido o el bellaco estánmás satisfechos con su suerteque ellos con la suya.

No estarán más dispuestos a ceder lo que poseen a cambio de la máscompletasatisfacción de todos los deseos que tienen en común con ellos. Sillegaran a imaginarlo, sería

en casos de desgracia tan extrema, que por salir de ella cambiarían susuerte por la de cualquierotro, a pesar de parecerles indeseable. Un ser de facultades máselevadas necesita más para serfeliz; probablemente es capaz de sufrir más agudamente, y, con todaseguridad, ofrece máspuntos de acceso al sufrimiento que uno de un tipo inferior; pero, apesar de estas desventajas,nunca puede desear verdaderamente hundirse en lo que él considera ungrado inferior de laexistencia. Podremos dar la explicación que queramos de estarepugnancia; podremos atribuirlaal orgullo, nombre que se aplica sin discernimiento alguno de lossentimientos más estimables ya algunos de los menos estimables de que es capaz la humanidad;podremos reducirla al amor dela libertad e independencia personal, que fue entre los estoicos unode los medios más eficacespara inculcarla; podremos atribuirla al amor al poder o al amor a lasexcitaciones, los cualesrealmente contribuyen y entran a formar parte de ella; pero sudenominación más apropiada esel sentido de la dignidad, el cual es poseído, en una u otra forma,por todos los seres humanos,aunque no en exacta proporción con sus facultades más elevadas, yconstituye una parte tanesencial de la felicidad de aquellos en quienes es fuerte, que nadaque choque con él puede ser

deseado por ellos, excepto momentáneamente. Todo el que supone queesta preferencia llevaconsigo un sacrificio de la felicidad -que el ser superior, encircunstancias proporcionalmenteiguales, no es más feliz que el inferior- confunde las ideas biendistintas de felicidad ysatisfacción. Es indiscutible que los seres cuya capacidad de gozar esbaja, tienen mayoresprobabilidades de satisfacerla totalmente; y un ser dotadosuperiormente siempre sentirá que, talcomo está constituido el mundo, toda la felicidad a que puede aspirarserá imperfecta. Peropuede aprender a soportar sus imperfecciones, si son de algún modosoportables. Y éstas no leharán envidiar al que es inconsciente de ellas, a no ser que tampocoperciba el bien al cual afeandichas imperfecciones. Es mejor ser un hombre satisfecho que un cerdosatisfecho, es mejor serSócrates insatisfecho, que un loco satisfecho. Y si el loco o el cerdoson de distinta opinión, esporque sólo conocen su propio lado de la cuestión. El otro extremo dela comparación conoceambos lados.

Podría objetarse que muchos que son capaces de los placeressuperiores, a veces losposponen a los inferiores, por la influencia de la tentación. Peroesto es bien compatible con unaapreciación total de la superioridad intrínseca del placer máselevado. Por debilidad de carácter,

los hombres se deciden a menudo por el bien más próximo, aunque sabenque es menos valioso;y esto tanto cuando la elección se hace entre dos placeres corporales,como cuando se hace entrelo corporal y lo espiritual. Buscan el halago sensual que perjudica ala salud, aunque sabenperfectamente que la salud es un bien mayor. Podría objetarse a estoque muchos que seentregan con entusiasmo juvenil a todo lo que es noble, conformeavanzan los años se hundenen la indolencia y el egoísmo. Pero no creo que quienes merecen estaacusación tan comúnescojan voluntariamente los placeres inferiores con preferencia a lossuperiores. Creo que antesde dedicarse exclusivamente a los unos, se han incapacitado ya paralos otros. La capacidad paralos sentimientos más nobles es en muchas naturalezas una planta muytierna que muere confacilidad, no sólo por influencias hostiles, sino por la mera falta dealimentos. En la mayoría delas personas jóvenes muere prontamente, si las ocupaciones a que leslleva su posición, o elmedio social en que se encuentran no son favorables al ejercicio desus facultades. Los hombrespierden sus aspiraciones elevadas como pierden su agudeza intelectual,porque no tienen tiemponi oportunidad para favorecerlas. Se adhieren a los placeresinferiores, no porque los prefierandeliberadamente, sino porque son los únicos a que tienen acceso, o losúnicos de que puedengozar duraderamente. Podría preguntarse si alguno que haya permanecidoigualmente próximo aambas clases de placer, ha preferido serena y conscientemente elinferior; si bien es cierto quemuchos de todas las edades han fracasado en el intento inútil decombinar ambos.

No puede haber apelación contra este veredicto de los únicos juecescompetentes. Sobrela cuestión de cuál es el más valioso entre dos placeres, o cuál es elmodo de existencia másgrato a los sentimientos, aparte de sus atributos morales y de susconsecuencias, debe admitirsecomo final el juicio de aquellos que están más capacitados por elconocimiento de ambos, o, sidifieren entre sí, el de la mayoría. Y no hay lugar a la menorvacilación en aceptar este juiciocon respecto a la cualidad del placer; puesto que no hay otro tribunala que acudir, ni aunrespecto de la cantidad. ¿Qué método hay para determinar? ¿Cuál es elmás agudo entre dosdolores, o cuál es la más intensa entre dos sensaciones placenteras,sino el sufragio general delos que están familiarizados con ambos? Ni los dolores ni los placeresson homogéneos, y eldolor siempre es heterogéneo respecto del placer. ¿Qué puede decidirsi un placer particularmerece adquirirse a costa de un dolor particular, excepto lossentimientos y el juicio de losexpertos? Por tanto, cuando esos sentimientos y ese juicio declaranque, aparte de su intensidad,

los placeres derivados de las facultades superiores sonespecíficamente preferibles a aquellos deque es susceptible la naturaleza animal, separada de las facultadessuperiores, es que tienen elmismo derecho a dar un dictamen sobre este asunto.

Me he detenido en este punto, por ser parte necesaria de unaconcepción justa de laUtilidad o Felicidad, consideradas como regla directiva de la conductahumana. Pero no es en

modo alguno una condición indispensable para la aceptación delcriterio utilitarista; porque noes ese criterio la mayor felicidad del propio agente, sino la mayorcantidad de felicidad general;y si puede dudarse de que un carácter noble sea siempre más feliz porsu nobleza, no cabe dudade que hace más felices a los demás, y que el mundo en general ganainmensamente con ello. Elutilitarismo, por tanto, sólo podría alcanzar su fin con el cultivogeneral de la nobleza decarácter, si cada individuo se beneficiara solamente de la nobleza delos otros, y la suya propia,en lo que a la felicidad concierne, fuera una pura consecuencia delbeneficio. Pero la simpleenunciación de un absurdo como éste hace superflua su refutación.

Según el Principio de la Mayor Felicidad, tal como se acaba deexponer, el fin últimopor razón del cual son deseables todas las otras cosas(indiferentemente de que consideremosnuestro propio bien o el de los demás) es una existencia exenta dedolor y abundante en goces,en el mayor grado posible, tanto cuantitativa, como cualitativamente.

El método comparativo es el que mejor nos proporciona la comprobaciónde lasuperioridad cualitativa; y la regla para medirla con relación a lacantidad, es la preferencia quesienten los que tienen mejores oportunidades de experiencia, junto conlos hábitos de lareflexión y propia observación. Siendo éste, según la opiniónutilitarista, el fin de los actoshumanos, es también necesariamente su criterio de moralidad. Podemos,pues, definirlo como elconjunto de reglas y preceptos de humana conducta por cuya observaciónpuede asegurarse atodo el género humano una existencia como la descrita en la mayorextensión posible; y no sóloal género humano, sino hasta donde la naturaleza de las cosas lopermita a toda la creaciónconsciente.

Contra esta doctrina, surge, sin embargo, otra clase de objetantes,que dice que lafelicidad no puede ser en ninguna de sus formas objeto de la vida y dela acción humanas. Enprimer lugar, porque es inalcanzable, y preguntan despreciativamente:¿qué derecho tienes a ser

feliz? Pregunta a la cual hace Carlyle esta adición: ¿qué derechotenías hace poco tiempo nisiquiera a ser? En segundo lugar, dicen que los hombres pueden obrarsin felicidad; que todoslos seres humanos lo han experimentado, y no han podido llegar a sernobles sino aprendiendola lección de Entsagen, o renunciación; lección que, aprendida yaceptada totalmente, es elcomienzo y la condición necesaria de toda virtud.

La primera de estas objeciones llegaría hasta las raíces de lacuestión si estuviera bienfundada, porque si los seres humanos no han de poseer felicidadalguna, su consecuencia nopuede ser el fin de la moralidad ni de la conducta racional. Aun eneste caso, todavía podríadecirse algo a favor de la teoría utilitarista. En efecto, la utilidadno sólo incluye la búsqueda dela felicidad, sino también la prevención o mitigación de la desgracia;y si la primera esquimérica, quedará el gran objetivo y la necesidad imperativa deevitar la segunda, por cuanto,al menos, la humanidad se cree capaz de vivir; y no se refugiasimultáneamente en el acto delsuicidio recomendado bajo ciertas condiciones por Novalis. Sinembargo, cuando se afirmaabsolutamente la imposibilidad de la felicidad humana, este aserto, sino es una especie desutileza verbal, es al menos, una exageración. Si entendemos porfelicidad la continuidad de lasexcitaciones altamente placenteras, es bien evidente que esto esimposible. Un estado de placerexaltado dura sólo un momento, o, en algunos casos y coninterrupciones, horas o días. Es elresplandor momentáneo del gozo, pero no su llama firme y permanente.Los filósofos queenseñaron que la felicidad es la finalidad de la vida, fueron tanconscientes de esto como los quese burlan de ellos. La felicidad a que se referían no era la de unavida en continuo éxtasis, perosí una existencia integrada por momentos de exaltación, doloresescasos y transitorios y muchosy variados placeres, con predominio de los activos sobre los pasivos,y poniendo comofundamento de todo, no esperar de la vida más de lo que puede dar. Unavida así compuestasiempre ha merecido el nombre de felicidad para aquellos que hantenido la suerte de disfrutarla.Y esta clase de existencia es todavía el patrimonio de muchos; duranteuna parte considerable de

su vida. La miserable educación actual y las miserables circunstanciassociales son el únicoobstáculo a su logro por parte de casi todos.

Nuestros objetantes quizá duden de que los seres humanos a quienes seenseña aconsiderar la felicidad como fin de la vida, quedasen satisfechos conuna participación tan

moderada en aquella. Pero gran número de hombres se han contentado conmucho menos. Losprincipales elementos que integran una vida satisfecha son dos: latranquilidad y el estímulo.Cualquiera de ellos suele considerarse suficiente por sí mismo paradicho resultado. Con muchatranquilidad, muchos encuentran que se contentarían con poquísimoplacer; con grandesestímulos, pueden adaptarse otros a una cantidad considerable dedolor. Sin duda alguna, no esintrínsecamente imposible capacitar a la humanidad para unir amboselementos. Lejos de serincompatibles, se dan naturalmente unidos. La prolongación del uno,sirve de preparación ysuscita el deseo del otro.

Aquellos cuya indolencia llega a vicio, son los únicos que no deseanel estímulo despuésde un intervalo de reposo; aquellos cuya necesidad de estímuloconstituye enfermedad, son losúnicos que juzgan insípida y monótona la tranquilidad que sigue a laexcitación, en vez deconsiderarla agradable en proporción directa con el estimulo que laprecedió. Cuando las gentesmedianamente afortunadas en bienes materiales no encuentran en la vidagoces suficientes parahacerla valiosa, la causa está en que sólo se preocupan de sí mismas.Para aquellos que nosienten afecto ni por los individuos ni por la comunidad, losestímulos que ofrece la vida sonmuy restringidos; en todo caso, disminuyen cuando se acerca el tiempoen que todos losintereses egoístas han de cesar por la muerte. En cambio, los quedejan seres queridos, y,especialmente, los que han cultivado un sentimiento de simpatía porlos intereses colectivos dela humanidad, retienen frente a la muerte un interés por la vida tanintenso como cuando poseíanel vigor de la juventud y de la salud. Después del egoísmo, laprincipal causa de insatisfacciónante la vida es la falta de cultivo intelectual. Una inteligenciacultivada -no me refiero a la delfilósofo, sino a la de cualquiera que encuentre abiertas las puertasdel conocimiento y haya sidoenseñado a ejercer sus facultades de un modo normal- halla fuentes deinagotable interés entodo lo que le rodea: en los objetos de la Naturaleza, las obras dearte, las creaciones poéticas,los acontecimientos de la historia, las costumbres pasadas y presentesde la humanidad, y susperspectivas futuras. Realmente, es posible permanecer indiferente atodo esto, y, además, sinhaberlo consumido en una milésima parte. Pero esto es sólo cuando,desde el principio, secarece de interés moral o humano por esas cosas, y únicamente se habuscado en ellas lasatisfacción de la curiosidad.

Ahora bien, no hay en la naturaleza de las cosas razón alguna para quela herencia de

todo ser nacido en un país civilizado no sea cierto grado de culturaintelectual suficiente parasuscitar un interés inteligente por todos esos objetos decontemplación. Como tampoco haynecesidad intrínseca de que cualquier ser humano sea un interesadoegoísta apartado de todosentimiento o cuidado que no se centre en su propia y miserableindividualidad. Aún hoy, escomún algo tan superior a esto como para dar amplia seguridad de loque puede hacerse con laespecie humana. Aunque en grados desiguales, el afecto por losindividuos y un interés sinceroen el bien público, son posibles para todo ser humano rectamenteeducado. En un mundo en quehay tanto de interesante, tanto que gozar, y también tanto quecorregir y mejorar, todo el queposea esta moderada cantidad de moral y de requisitos intelectuales,es capaz de una existenciaque puede llamarse envidiable; a menos que esa persona, por malasleyes o por sujeción a lavoluntad de otros, sea despojada de la libertad para usar de lasfuentes de la facilidad a sualcance, no dejará de encontrar envidiable esa existencia, si escapa alas maldades positivas dela vida, a las grandes fuentes de sufrimiento físico y mental, talescomo la indigencia, laenfermedad, la malignidad, la vileza o la pérdida prematura de losseres queridos. El puntoesencial del problema reside, por tanto, en la lucha contra estascalamidades. Es una rara fortunaescapar enteramente a ellas; y, tal como son hoy las cosas, elproblema no puede evitarse, ni

frecuentemente mitigarse en proporción considerable. Sin embargo,ninguno cuya opiniónmerezca una atención momentánea, puede dudar de que los mayores malesdel mundo son desuyo evitables, y si los asuntos humanos siguen mejorando, quedaránencerrados al final dentrode estrechos límites. La pobreza, en cualquier sentido que impliquesufrimiento, podrá sercompletamente extinguida por la sabiduría de la sociedad, combinadacon el buen sentido y laprudencia de los individuos. Incluso el más obstinado de los enemigos,la enfermedad, podrá serreducido indefinidamente con una buena educación física y moral, y uncontrol apropiado de lasinfluencias nocivas. Así ha de ser mientras los progresos de laciencia ofrezcan para el futuro lapromesa de nuevas conquistas directas contra este detestable enemigo.

Cada avance realizado en esa dirección nos libra no sólo de losaccidentes queinterrumpen nuestras propias vidas, sino -lo que es aún másinteresante- de los que nos privande aquello en que se cifra nuestra felicidad. En cuanto a lasvicisitudes de la fortuna y demáscontrariedades inherentes a las circunstancias del mundo, sonprincipalmente el efecto de dos

graves imprudencias: el desarreglo de los deseos y las condicionessociales malas e imperfectas.En resumen, todas las grandes causas del sufrimiento humano puedencontrarrestarseconsiderablemente, y muchas casi enteramente, con el cuidado y elesfuerzo del hombre. Sueliminación es tristemente lenta; una larga serie de generacionesperecerá en la brecha antes deque se complete la conquista y se convierta este mundo en lo quefácilmente podrá ser si lavoluntad y el conocimiento no faltan. Sin embargo, todo hombre lobastante inteligente ygeneroso para aportar a la empresa su esfuerzo, por pequeño einsignificante que sea, obtendráde la lucha misma un noble goce que no estará dispuesto a vender porningún placer egoísta.

Esto lleva a una exacta estimación de lo que dicen nuestros objetantessobre laposibilidad, y la obligación de obrar sin ser feliz.Incuestionablemente, es posible obrar sin serfeliz; lo hace involuntariamente el noventa por ciento de los hombres,aun en aquellas partes delmundo que están menos sumidas en la barbarie. Suelen hacerlovoluntariamente el héroe o elmártir, en aras de algo que aprecian más que su felicidad personal.Pero este algo ¿qué es, sinola felicidad de los demás, o alguno de los requisitos de la felicidad?Es noble la capacidad derenunciar a la propia felicidad o a sus posibilidades; pero, despuésde todo, este sacrificio debehacerse por algún fin. No es un fin en si mismo; y si se nos dice quesu fin no es la felicidad,sino la virtud, yo pregunto: ¿Qué podría serlo mejor que la felicidad,si el héroe o el mártir nocreyeran que habían de ganar para los otros la exención de unsacrificio semejante? ¿Sesacrificarían si creyeran que su renunciamiento a la felicidadpersonal no produciría más frutoque legar al prójimo una suerte igual a la suya, dejándolo también enla situación de la personaque ha renunciado a la felicidad? Se debe toda clase de honores aaquel que puede renunciar algoce personal de la vida, cuando con su renunciación contribuyedignamente a aumentar lafelicidad del mundo. Pero el que lo hace, o pretende hacerlo, con otrofin, no merece másadmiración que el asceta que está en el altar. Esta, quizá sea unaalentadora prueba de lo que loshombres pueden hacer; pero, con toda seguridad, no es un ejemplo de loque debieran hacer.

Sólo un estado imperfecto del mundo es causa de que el mejor modo deservir a losdemás sea la renunciación a la propia felicidad. Pero reconozco quemientras el mundo seaimperfecto no podrá encontrarse en el hombre una virtud más elevadaque la disposición a hacertal sacrificio. Y, por paradójico que sea, añadiré que la capacidad deobrar conscientemente sin

pretender ser feliz, es el mejor procedimiento para alcanzar en loposible la felicidad. Porquenada, excepto esa conciencia, puede elevar a una persona por encima delas vicisitudes de lavida, haciéndole sentir que, por adversos que le sean el hado o lafortuna, no tienen el poder desojuzgarla. Cuando sabe esto una persona se libera del exceso deansiedad que producen losmales de la vida y, al igual que muchos estoicos en los peores tiemposdel imperio romano, escapaz de cultivar con serenidad las fuentes de satisfacción accesiblesa ella, sin que suinseguridad o duración le importen más que su inevitable fin.

Entretanto, permítase a los utilitaristas que no cesen de reclamar lamoralidad de laabnegación como una propiedad que les pertenecía con tanto derechocomo a los estoicos o a lostrascendentalistas. La moral utilitarista reconoce al ser humano elpoder de sacrificar su propiobien por el bien de los otros. Sólo rehúsa admitir que el sacrificiosea un bien por sí mismo. Unsacrificio que no aumenta ni tiende a aumentar la suma total de lafelicidad, lo consideradesperdiciado. La única renunciación que aplaude es la devoción a lafelicidad, o a alguno de losmedios para conseguir la felicidad de los demás: ya de los hombresconsideradoscolectivamente, ya de los individuos dentro de los límites impuestospor los intereses colectivosde la humanidad. Debo advertir una vez más que los detractores delutilitarismo no le hacen lajusticia de reconocer que la felicidad en que se cifra la concepciónutilitarista de una conductajusta, no es la propia felicidad del que obra, sino la de todos.Porque el utilitarismo exige a cadauno que entre su propia felicidad y la de los demás, sea un espectadortan estrictamenteimparcial como desinteresado y benevolente. En la norma áurea de Jesúsde Nazaret, leemostodo el espíritu de la ética utilitarista: Haz como querrías quehicieran contigo y ama a tuprójimo como a ti mismo. En esto consiste el ideal de perfección de lamoral utilitarista. Comomedios para conseguir la más exacta aproximación a este ideal, elutilitarismo exigiría lossiguientes: primero, que las leyes y disposiciones sociales colocaranla felicidad o (comoprácticamente podemos llamarla) el interés de cada individuo del modomás aproximado, enarmonía con el interés común; segundo, que la educación y la opinión,que tan vasto podertienen sobre el carácter humano, usaran su poder para establecer en lamente de cada individuouna asociación indisoluble entre su propia felicidad y el bien detodos; especialmente entre supropia felicidad y la práctica de aquellos modos de conducta, positivay negativa, que laconsideración de la felicidad universal prescribe. Así, el individuono sólo sería incapaz de

concebir su felicidad en oposición con el bien general, sino que unode los motivos de acciónhabituales en él sería el impulso a promover directamente el biengeneral. Además, lossentimientos correspondientes ocuparían un lugar preeminente en laexistencia consciente detodo ser humano.

Si los impugnadores de la moral utilitaria la consideraran en este suverdadero carácter,no sé qué otra recomendación, incluida en otra moral, podrían echar demenos, qué desarrollo dela naturaleza humana más bello o más excelso podrían encontrar encualquier otro sistema ético,qué motivos de acción inaccesibles al utilitarismo serían en estossistemas la base de suspreceptos.

Los detractores del utilitarismo no siempre pueden ser acusados depresentarlo bajo unaapariencia tan desacreditada. Por el contrario, los que tienen unajusta idea de su carácterdesinteresado, a veces le reprochan el que su criterio sea demasiadoelevado para la humanidad.Dicen que es exigir demasiado el que la gente deba obrar siempre conel fin de promover losintereses generales de la sociedad. Pero esto es equivocar laverdadera significación de uncriterio de moral, y confundir las normas de las acciones con susmotivos. Es asunto de la éticadecirnos cuáles son nuestros deberes, o con qué método podemosconocerlos. Pero ningúnsistema de ética exige que el único motivo de cuanto hacemos haya deser un sentimiento deldeber; por el contrario, el noventa por ciento de nuestros actos serealizan por otros motivos, yson justos, si las reglas del deber no los condenan. El hacer de estafalsa interpretación una basede objeción contra el utilitarismo es tanto más injusto con él, cuantosus partidarios han ido máslejos que casi todos los otros moralistas en afirmar que el motivo notiene nada que ver con lamoralidad de la acción, aunque si con el mérito del agente. El quesalva a otra persona que seahoga, hace lo que es moralmente justo, bien sea su motivo el deber,bien la esperanza de serpagado por el esfuerzo; el que traiciona al amigo que confía en él, esculpable de un crimen,aunque su objeto sea servir a otro amigo al cual esté muy obligado.Pero hablando sólo de losactos cuyo motivo es el deber y la obediencia directa a losprincipios, es una falsa interpretacióndel modo de pensar utilitarista considerar que implica que la gentehaya de fijar su objetivo en

algo tan amplio como el mundo o la sociedad en general. La inmensamayoría de las accionesbuenas no se realizan en provecho del mundo, sino de los individuos,de cuyo bien depende el

del mundo. En estas ocasiones, los pensamientos de los hombres másvirtuosos no necesitan irmás allá de las personas particulares a que se dirigen, excepto paraasegurarse de que albeneficiarlas no están violando el derecho, esto es las esperanzaslegítimas y autorizadas decualquiera. La multiplicación de la felicidad es, según la éticautilitaria, el objeto de la virtud;las ocasiones en que cualquiera (uno entre mil) puede hacer esto engran escala o, con otraspalabras, puede ser un bienhechor público, no son sino excepcionales.Sólo en estas ocasioneses cuando está llamado a tomar en cuenta la utilidad pública; en todoslos demás casos, lo únicoa que ha de atender es a la utilidad privada, al interés o a lafelicidad de unas pocas personas.Aquellos cuyas acciones influyen sobre la sociedad en general, son losúnicos que necesitaninteresarse por un objeto tan amplio. En los casos de omisión -actosque se prohiben porconsideraciones morales, aunque sus consecuencias pudieran serbenéficas en un casoparticular- sería indigno de un agente inteligente no darse cuenta deque una acción de esa clase,practicada con generalidad, sería injuriosa generalmente. Ese es elfundamento de la obligaciónde abstenerse de ella. La magnitud del respeto al interés público queeste reconocimientoimplica, no es superior a la exigida por cualquier sistema de moral,porque todos ordenanabstenerse de cualquier cosa que sea perniciosa para la sociedad.

Las mismas consideraciones conducen a otro reproche contra la doctrinade la utilidad.Se fundamenta en una interpretación aún más grosera del objeto de uncriterio de moralidad ydel verdadero significado de las palabras justo e injusto. Se afirma,frecuentemente, que elutilitarismo vuelve fríos e incapaces de simpatía a los hombres; queenfría sus sentimientosmorales hacia los individuos; que sólo les hace atender a la seca ydura consideración de lasconsecuencias de la acción, sin introducir en su estimación moral lascualidades de donde laacción emana. Si este aserto significa que esos hombres no permitenque sus juicios sobre larectitud o maldad de un acto sean influidos por su opinión de lascualidades de la persona que lorealiza, ésta no es una queja contra el utilitarismo, sino contra todocriterio de moralidad. Porqueningún criterio ético conocido decide que una acción sea buena o malaa causa de que la realiceun hombre bueno o malo; y menos aún porque la realice o no un hombreamable, honrado obenevolente. Estas consideraciones no son apropiadas a la estimaciónde los actos, sino de laspersonas; y no hay en la doctrina utilitarista nada incongruente conel hecho de existir en laspersonas otras cosas interesantes además de la rectitud o maldad desus actos. Los mismos

estoicos, con el paradójico abuso del lenguaje que formaba parte de susistema, por el cual seesforzaban en elevarse por encima de todo, excepto la virtud, gustabande decir que el que loposee todo, ése y sólo ése, es rico, es bello, es un rey. Pero ladoctrina utilitarista no reivindicanada de esto a favor del hombre virtuoso. Los utilitaristas son bienconscientes de que hay otrascualidades y atributos deseables, además de la virtud, y estánperfectamente dispuestos aconceder a todas su valor.

También son conscientes de que una acción justa no revelanecesariamente un caráctervirtuoso, y que los actos censurables proceden, con frecuencia, decualidades merecedoras dealabanzas. Cuando esto es manifiesto en cualquier caso particular,modifica la estimación, nodel acto, por cierto, sino del agente. No obstante, concedo que ellostienen la opinión de que enuna larga carrera la mejor prueba de un buen carácter son las buenasacciones; y resueltamentese niegan a considerar como buena cualquier disposición mental cuyatendencia predominantesea producir una mala conducta. Esto les hace impopulares entre muchagente; pero es unaimpopularidad que deben compartir con todo el que vea de un modo seriola distinción entre lojusto y lo injusto. Además, no es un reproche cuya refutación debainquietar al utilitaristaconsciente.

Si esta objeción sólo quiere decir que muchos utilitaristas midenexclusivamente lamoralidad de los actos con el criterio utilitario, y no subrayansuficientemente las otras bellezas

del carácter que contribuyen a hacer amable o admirable al ser humano,esto podría admitirse.Los utilitaristas que han cultivado los sentimientos morales, pero nola simpatía o la percepciónartística, caen efectivamente en este error; también lo hacen todoslos demás moralistas que seencuentran en las mismas condiciones. Lo que puede decirse en excusade éstos vale tambiénpara aquéllos, esto es, que si hubiera de darse algún error, es mejorque sea éste. De hecho,podemos afirmar que entre los utilitaristas, lo mismo que entre lospartidarios de los demássistemas, se dan todos los grados imaginables de rigidez y laxitud enla aplicación de suscriterios; unos son rigurosamente puritanos, mientras otros son tanindulgentes como podríandesear el pecador o el sentimental. Pero, en conjunto, una doctrinaque pone en lugarprominente el interés que tiene la humanidad en reprimir o prevenirtoda conducta que viole laley moral, no es probable que sea inferior a ninguna otra en volverlas sanciones de la opinión

contra tales violaciones. Verdad que quienes reconocen distintoscriterios de moralidad, no es deesperar que estén de acuerdo sobre la cuestión de qué es lo que violala ley moral. Pero lasdiferencias de opinión sobre las cuestiones morales no las introdujopor primera vez en elmundo el utilitarismo. En cambio, esta doctrina proporciona uncriterio para decidir lasdiferencias que, si no siempre es fácil, es tangible e inteligible entodos los casos.

Quizá no sea superfluo señalar otros errores comunes en lainterpretación de la éticautilitarista. Algunos tan obvios y groseros que podría parecerimposible que ninguna persona dehonestidad e inteligencia cayera en ellos. Pero aun las personas congrandes dotes mentalessuelen tomarse muy poca molestia en entender el significado decualquier opinión que choquecon sus prejuicios. Los hombres son, en general, tan poco conscientesde que esta voluntariaignorancia constituye un defecto, que incluso en las obrasconcienzudas de las personas demayores pretensiones a la honradez y la filosofía, encontramos los másvulgares errores deinterpretación de las doctrinas éticas. No es raro oír hablar de ladoctrina de la utilidad haciendocaer invectivas sobre ella por atea. Si fuese necesario decir algocontra una suposición tansimple, diríamos que la cuestión depende de qué idea se tiene delcarácter moral de laDivinidad. Si es verdadera la creencia de que Dios desea ante todo lafelicidad de las criaturas, yque éste fue el objeto de la creación, el utilitarismo no sólo no esuna doctrina atea, sino que esmás profundamente religiosa que ninguna otra. Si se quiere decir queel utilitarismo no acepta larevelación de la voluntad de Dios como suprema ley de la moral,contesto que un utilitarista quecrea en la perfecta sabiduría y bondad de Dios, creerá necesariamenteque todo lo que Dios hayaconsiderado oportuno revelar con relación a la moral, cumplirá en sumogrado las exigencias delutilitarismo. Pero, además de los utilitaristas, otros han tenido laopinión de que la revelacióncristiana se dirigió, y se encamina, a informar a los corazones y lasmentes de los hombres conun espíritu capaz de hacerles buscar por sí mismos lo que es justo yde inclinarlos a hacerlocuando lo encuentran, más bien que a decirles, a no ser de un modo muygeneral, lo que es.Necesitamos una doctrina ética cuidadosamente observada para que ellanos interprete lavoluntad de Dios. Si esta opinión es correcta o no, es superfluodiscutirlo aquí. Puesto quecualquier cosa que concuerde con la religión, natural o revelada,puede ser objeto deinvestigaciones éticas, resulta tan accesible al moralistautilitarista como a cualquier otro. Puedeusar de ella como testimonio de Dios a la utilidad o nocividad decualquier acto dado, con el

mismo derecho que otros la usan como señal de una ley trascendente queno tiene relación conla utilidad o con la felicidad.

Además, se estigmatiza sumariamente al utilitarismo como doctrinainmoral, dándole elnombre de conveniencia y aprovechando la ventaja de que el uso popularde este término loopone a la justicia. Pero la conveniencia, en el sentido en que seopone a la justicia, indicageneralmente lo que es conveniente para el interés particular delagente mismo; como cuando unministro sacrifica los intereses de su país para mantenerse en sucargo. Cuando significa algomejor que esto, indica lo que es conveniente para algún objetoinmediato o algún finmomentáneo, pero que viola una regla cuya observación es convenienteen un grado más

elevado. En este sentido, la conveniencia, en vez de ser una mismacosa con la utilidad, es unarama de lo dañino. Así, sería a menudo conveniente decir una mentirapara superar un obstáculoo para conseguir inmediatamente algún fin útil para nosotros o paralos demás, Pero el cultivode un sentimiento agudo de la veracidad es una de las cosas más útilesa que puede servirnuestra conducta, y el debilitamiento de ese sentimiento es una de lasmás perjudiciales.Cualquier desviación, incluso involuntaria, de la verdad, tiene graninfluencia, sobre eldebilitamiento de nuestra confianza en la veracidad de los asertoshumanos, confianza que nosólo es el soporte de todo el bienestar social presente, sino que suinsuficiencia influye más queninguna otra cosa en lo que puede llamarse retraso de la civilización,de la virtud y de todo loque es el fundamento de la felicidad humana. Por ello, sentimos que laviolación de la regla deconveniencia trascendente para conseguir una ventaja inmediata no esconveniente. El que, porsu conveniencia personal o la de algún otro, hace lo que de él dependepor privar a lahumanidad de un bien e infligirle un mal que dependen, más o menos, dela mutua confianzaque los hombres ponen en sus palabras, obra como uno de sus peoresenemigos. Sin embargo,todos los moralistas reconocen que esa regla, aun siendo sagrada,admite posibles excepciones.Las principales se dan cuando la omisión de algún hecho (como delatara un malhechor o darmalas noticias a una persona gravemente enferma) salvaría a unindividuo (especialmente a unindividuo que no sea uno mismo) de una desgracia grande e inmerecida,y cuando la omisiónsólo puede lograrse con una negación. Mas para que una excepción tengael menor efectoposible sobre la confianza en la veracidad, y no se extienda más alláde lo necesario, debería

reconocerse y definir sus límites, si fuera posible. Y si el principiode utilidad es bueno paraalgo, debe ser bueno para aquilatar esas utilidades que chocan entresí, y señalar la zona en quecada una prepondera.

Los defensores de la utilidad se sienten llamados con frecuencia areplicar objecionestales como ésta de que antes de la acción no hay tiempo para calcularo sopesar los efectos deuna línea de conducta sobre la felicidad general. Es exactamente comosi se dijera que esimposible guiar nuestra conducta sobre la felicidad general. Esexactamente como si se dijeraque es imposible guiar nuestra conducta por el cristianismo a causa deque, en cada ocasión enque debe hacerse algo, no hay tiempo para leerse el Antiguo y el NuevoTestamento. Larespuesta a esta objeción es que ha habido un amplio tiempo, a saber;todo el pasado de laespecie humana. Durante todo ese tiempo, el género humano ha estadoaprendiendo porexperiencia las tendencias de las acciones. Toda la prudencia, lomismo que toda la moralidadde la vida, dependen de esa experiencia. La gente habla como si elcomienzo del curso de laexperiencia hubiera sido diferido hasta el momento presente, y como siel momento en quealgún hombre siente la tentación de intervenir en la propiedad o en lavida de otro, fuera laprimera vez en que se ha de considerar si el asesinato o el robo sonperjudiciales a la felicidadhumana. Yo ni siquiera creo que ese hombre encontraría la cuestión muyenigmática; pero detodas formas el asunto está entonces en sus manos. Es verdaderamenteextravagante suponerque, si el género humano hubiera convenido en considerar que lautilidad es la mejor prueba dela moralidad, no habría llegado a un acuerdo sobre qué es útil, y nohabría tomado medidas paraenseñar al joven sus nociones sobre el asunto, y robustecerlas con laley y la opinión. No haydificultad en probar que todo sistema ético es defectuoso si suponemosque lleva aparejada laidiotez universal; pero si no es ése el caso, el género humano debehaber adquirido ya creenciaspositivas concernientes a los efectos que algunos actos tienen sobrela felicidad. Las creenciasque así se han decantado constituyen las reglas de moralidad de lamultitud, y también delfilósofo, mientras éste no haya conseguido encontrarlas mejores. Yoadmito, o mejor, mantengoseriamente que los filósofos podrían hacerlo con facilidad, incluso enla actualidad; que nuestrocódigo moral no es en absoluto de derecho divino, que la humanidadtodavía tiene mucho queaprender respecto de los efectos de los actos sobre la felicidad. Loscorolarios del principio deutilidad, como los preceptos de todo arte práctico, admiten unperfeccionamiento indefinido y,

dada la índole progresiva de la mente humana, su mejoramiento sigueadelante constantemente.Pero una cosa es considerar que las reglas de moralidad sonmejorables, y otra pasar por altoenteramente las generalizaciones intermedias, y pretender probardirectamente cada actoindividual por medio del primer principio. Es una idea extraña la deque el reconocimiento deun primer principio es incompatible con la de los principiossecundarios. Informar a un viajerosobre la situación de su destino final no es prohibirle que utilicelas señales y postes indicadoresdel camino. La proposición de que la felicidad es el fin y el objetivode la moralidad no significaque no deba trazarse un camino hacia esta meta, o que a las personasque allá van no se lespueda aconsejar que tomen una dirección mejor que otra.Verdaderamente, los hombresdeberían cesar de decir sobre este asunto absurdos que no querríandecir ni oír con respecto aotras cuestiones de interés práctico. Nadie pretende que el arte de lanavegación no se base en laastronomía, por el hecho de que los marinos no pueden entretenerse encalcular el almanaquenáutico. Siendo criaturas racionales se hacen a la mar con elalmanaque ya calculado; y todas lascriaturas racionales salen al mar de la vida con una opinión formadasobre lo que es justo einjusto, lo mismo que sobre cosas mucho más difíciles que son cuestiónde sabiduría o locura. Yes de suponer que sigan haciéndolo en tanto la previsión sea unacualidad humana. Cualquieraque sea el principio fundamental de moralidad que adoptemos,necesitamos para su aplicaciónprincipios subordinados. Puesto que la imposibilidad de obrar sinéstos es común a todos lossistemas, no puedo proporcionar argumentos contra ninguno enparticular. Pero razonargravemente como si tales principios secundarios no pudieran existir, ycomo si la humanidadhubiera permanecido hasta ahora, y hubiera de permanecer siempre, sinextraer consecuenciasgenerales de las experiencias de la vida humana, creo que es elabsurdo más grande a que se hallegado nunca en las controversias filosóficas.

El resto de la serie de argumentos contra el utilitarismo consisteprincipalmente en ponera su cuenta las debilidades comunes de la naturaleza humana y lasdificultades generales queestorban a las personas conscientes en el trazado de su camino por lavida. Se nos dice que unutilitarista podrá hacer de su caso particular una excepción de lasreglas morales, y que bajo latentación verá más utilidad en el quebrantamiento de una regla que ensu observación. Pero, ¿esel utilitarismo el único credo capaz de proporcionarnos excusas paraobrar mal, y medios paraengañar la propia conciencia? Los proporcionan en abundancia en todaslas doctrinas que

reconocen la existencia de conflictos morales. Esto lo reconocen todaslas doctrinas que hansido aceptadas por personas sanas. No es defecto de ningún credo, sinode la complicadanaturaleza de los asuntos humanos, el que la conducta no pueda serconformada de manera queno exija excepciones, y el que apenas ninguna clase de acción puedaser establecida firmementecomo obligatoria siempre o condenable siempre. No hay ningún credoético que no atempere larigidez de sus leyes, dándoles cierta amplitud que, bajo laresponsabilidad moral del agente, lasacomode a las peculiaridades de las circunstancias. Y por la aberturaasí hecha, entran en todoslos credos el engaño de uno mismo y la casuística deshonesta. Noexiste ningún sistema demoral en que no surjan casos inequívocos de obligaciones encontradas.Estas son las verdaderasdificultades, los puntos intrincados de la teoría de la ética y de laguía consciente de la conductapersonal. Son superables, prácticamente con mayor o menor éxito, segúnel entendimiento y lasvirtudes del individuo; pero difícilmente puede pretenderse queninguno sea el menos calificadopara tratar de ellos, porque posea un criterio último al cual puedanser referidos todos losdeberes y derechos encontrados. Si la utilidad es la última fuente dela obligación moral, lautilidad puede ser invocada para decidir entre aquéllos cuando susdemandas son incompatibles.Aunque sea un criterio de difícil aplicación, es mejor que nada enabsoluto. En cambio, en otrossistemas, todas las leyes morales invocan una autoridad independiente,y no hay ningúnimperativo común para mediar entre ellas. Sus pretensiones a laprecedencia sobre las demásdescansan poco menos que en la sofistería y, a menos que seandeterminadas, comogeneralmente lo son, por la influencia no reconocida deconsideraciones utilitarias, dan carta

blanca a la intervención de deseos personales y parcialidades. Debemosrecordar que sólo en loscasos de conflicto entre los principios secundarios es cuando serequiere apelar a los primerosprincipios. No hay ningún caso de obligación moral que no impliquealgún principio secundario;y si se trata de uno solo, apenas pueden caber dudas reales de cuál esen la mente de la personaque reconoce dicho principio.