ilustraciones: steve wells - editorial lagalera · 2015. 5. 14. · negro con cara de adormilados....

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(Es un gigante, pero de los pequeñitos). y el asno volador Traduccion: Pepa Devesa Ilustraciones: Steve Wells

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Page 1: Ilustraciones: Steve Wells - Editorial laGalera · 2015. 5. 14. · negro con cara de adormilados. Miraban a los tres gigantes con curiosidad. Los campos estaban cubiertos de charcos

(Es un

giga

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pero

de

los pe

queñ

itos).

y el asno

volador

Traduccion: Pepa Devesa‘

Ilustraciones: Steve Wells

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Las vacas le hacen

la pirula a papá.

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Capítulo uno—¡No me dejes caer, Gritt! —chilló Muncle, rebotando sobre los enormes hombros de su hermano menor.

—Lo siento —resopló Gritt— pero papá está ya en la granja de los Bajini. No quiero perderme cómo caza un buey. ¡Va a ser de lo más emocionante!

Muncle se aferró al pelo de Gritt, que bajaba raudo por la montaña, dispersando a las ovejas a su paso.

Era su primera jornada de caza. Hasta la Gran Batalla de los Bajini (la primera en muchos siglos) solo a los cazadores como su padre les estaba permitido salir de Monte Gru-ñente, y tenían que hacerlo de tapadillo por la noche. Pero ahora que habían logrado que los Bajini salieran huyendo, el rey Redomado XII había declarado que todo el mundo podía salir cuando quisiera, incluso a plena luz del día.

Su padre los estaba esperando al pie de Monte Gru-ñente, junto a los campos de los Bajini. Al otro lado de una

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fina valla metálica había unos animales de color blanco y negro con cara de adormilados. Miraban a los tres gigantes con curiosidad. Los campos estaban cubiertos de charcos marrón oscuro.

Gritt dejó caer a Muncle al suelo.—Gracias —dijo Muncle. Por primera vez había sido útil

tener un hermano menor que fuera el niño de siete años más fuerte de Monte Gruñente. A él por sí solo le hubiera lle-vado años-asno llegar hasta allí.

—¿Son estos los bueyes? —susurró Gritt sobrecogido.—Son vacas —dijo su padre—. Lo mismo, solo que un

poco más pequeñas.—Aun así, son mucho más grandes que las ovejas —dijo

Muncle.—¡Pero no tan grandes como yo! —dijo el padre, con el

pecho henchido— ¡Y además son muy, pero que muy len-tas! Cogeré una en menos que canta un gallo.

Saltó la valla de metal. Las vacas empezaron a retroceder.—Tened cuidado de no tocar las vallas, chicos —dijo el

padre, desplegando su red de caza—. Los Bajini las hechiza-ron.

—¿Que las hechizaron? —preguntó Muncle— ¿Por qué lo dices?

—Un día tropecé con una y la magia me atravesó todo el

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cuerpo como un escalofrío. Mejor será que deis la vuelta y entréis por la puerta. La valla es demasiado alta para ti. Gritt, tú ven conmigo. Y cuidado con los plafs.

—¿Los qué? —Gritt pasó por encima de la valla con mucho cuidado.

—Plafs —el padre señaló los charcos de color marrón os-curo—. Es así como se llaman las boñigas de vaca. Y ahora, chicos, os diré cómo se caza una vaca. Primero la persigues, luego le echas la red por encima y luchas cuerpo a cuerpo hasta que la tumbas. Observad y aprended.

El padre salió corriendo tras las vacas. Gritt salió corriendo tras su padre. Las vacas se alejaron corriendo. Después de todo, no eran

tan lentas.Muncle suspiró. Aquello iba a llevarle mucho tiempo. Se dirigió hacia la cancela, pensando. ¿Cómo podía una

valla tan fina mantener dentro todas esas vacas enormes? Su amiga Bajini, Emily, le había dicho que la magia no existía, pero si su padre había notado en sus propias carnes el hechizo Bajini... bueno, a veces Muncle no sabía qué creer.

Las vacas iban a la carga hacia la cancela, y el padre y Gritt las perseguían con todas sus ganas.

En el último momento, las vacas cambiaron de dirección. Lo mismo hizo Gritt. Pero no su padre.

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Muncle vive

aquí dentro.

¡Parece acogedor!

¡Chooof ! Directo a un plaf. Le resbalaron los pies y salió disparado patinando sobre

su trasero hasta la otra punta del campo. ¡Muuuuuu! Las vacas volvieron corriendo al otro lado del

campo. Casi parecía que se reían. —¿Por qué no te deslizas sigilosamente tras ellas?—¿Sigilosamente? —rugió el padre— ¡Los cazadores no

se deslizan sigilosamente!—Puede que seas el nuevo Eminente Sabio, Muncle —di-

jo Gritt—, pero es papá quien lo sabe todo sobre la caza.—¡Exacto! —gritó el padre, mientras se ponía en pie con

dificultad, y él y Gritt volvieron a la carga contra la manada.Muncle aún no se había acostumbrado a ser el nuevo

Eminente Sabio. Era cierto que salvó a los gigantes al hacer creer a los tontos de los Bajini que Monte Gruñente era un volcán (¡Aunque los gigantes sabían que las montañas no pueden explotar!), pero como hacía poco que había acabado la escuela, le asustaba un poco tener un trabajo tan impor-tante.

Además, en realidad no se sentía lo suficientemente sabio. Aún tenía mucha sabiduría por aprender. Y quizás este fuese un buen momento para empezar.

Se apartó de allí y echó un vistazo al campo contiguo. En él, los animales eran mucho más pequeños, no mucho ma-yores que una oveja. Con sus pequeños cuernos y barbas va-

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Muncle vive

aquí dentro.

¡Parece acogedor!

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porosas, ofrecían un aspecto tan divertido que Muncle no pudo evitar reírse de ellas.

—¡Beeee! —Uno de los animales se rio de él, se apoyó en la valla y le dio un bocado a los pantalones de Muncle. Ahora le tocaba a Muncle salir corriendo. Su ropa estaba ya bastante hecha polvo como para necesitar más agujeros.

Fue trotando por toda la corraliza de la granja. Las aves se apartaban de sus pies graznando. Eran más grandes y más gordas que los pichones, y Muncle pensó en cazarlas, pero no fue lo bastante rápido para coger ni una.

Al otro lado del corral, unos animales de aspecto aún más divertido lo observaban por encima de un muro. Tenían unas caras rosadas y redondas, hocicos planos y orejas caídas. Muncle se acercó a ellos con cuidado, aunque estos animales no parecían interesados en morderlo. Estaban demasiado ocupados rebuscando con los hocicos en el lodo de la pe-queña pocilga. Unos eran más pequeños que otros, pero todos eran regordetes, con patas cortas y piel suave y con solo unas cuantas cerdas por aquí y por allá: parecido a la piel de un gigante, pero en lugar de gris, rosa. Muncle jamás había visto nada igual. ¡Y olían tan deliciosamente como el perfume de su madre!

Al oír unas pisadas repentinas tras sí, Muncle se dio la vuelta alarmado antes de recordar que los Bajini habían huido. Solo se trataba de su padre. Venía jadeando, con la

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ropa cubierta de salpicaduras y el sudor bajándole por la cara, que de gris había pasado a ser morada. Traía la red vacía.

—¿No has cazado ninguna? —preguntó Muncle.El padre se encogió de hombros. —Eeeh… he... he cambiado de opinión. Al fin y al cabo,

no creo que estén muy buenas. —¿Por qué no?—No sabría explicarlo. Es el instinto del cazador. Ah, has

encontrado los cerdos.—¿Esos son cerdos? Le dijiste a la princesa Puglug que

los cerdos eran como Bajinis pequeños. —Bueno, y lo son: son suaves y rosados.Gritt apareció cojeando por el corral. Tenía la cara aún

más morada que la de su padre. —¡Oh! Tenemos que poder coger uno, papá —dijo, mi-

rando al interior de la pocilga—. Estos no se pueden escapar. —Cazar una vaca hubiera sido igual de fácil, Gritt. Sim-

plemente decidí no hacerlo. Entonces, veamos, la princesa quería un cerdo como mascota, ¿no?

—No quería un animal —dijo Muncle—. Quería un Ba-jini, como Emily.

—¿Emily? —Gritt puso cara de culpable— ¿Te refieres a la Bajini que yo secu… hum… digo, la Bajini que Titán le regaló al rey en su cena de cumpleaños?

Muncle se estremeció al recordar como Gritt y Titán Ta-

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rugo (el peor matón de Monte Gruñente) habían secues-trado a su amiga Bajini, y como el rey estuvo a punto de asarla. Fue Muncle quien la ayudó a escapar. Sin embargo, nadie sabía nada de aquello, y así debían quedar las cosas.

—Puede que los cerdos sean solo animales —afirmó el padre—, pero ¿no huelen estupendamente? Casi tan bien como los plafs. Me recuerda a vuestra madre.

Muncle estudió al cerdo más pequeño. También era muy mono, con su pequeña cola enroscada, y esos ojitos que te miraban tímidamente desde debajo de las orejas caídas. Era posible que a Puglug le gustara, aunque no fuese un Bajini, como esperaba. Y si tenía un cerdito, quizás se olvidara de que una vez quiso que Muncle fuera su mascota.

Trepó por la tapia, escogió a una cerdita de entre los cerdos más pequeños y se la pasó a su padre. El animal gritaba y se retorcía mientras el padre lo envolvía bien en su red de caza.

—¿No podemos llevarnos otro para la cena? —dijo Gritt, mientras ayudaba a Muncle a bajar de la tapia.

—¡No! —contestó Muncle— No podemos comer mas-cotas. Sería como comernos un dragón.

—Entonces, ¿qué vamos a cenar? Se supone que estamos de caza, pero aún no hemos atrapado nada.

—Vuestra madre ya está haciendo la cena —dijo el padre—. Mirad. —Señaló la cima distante de Monte Gruñente, desde donde salían columnas de humo—. Todos tienen el fuego en-

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cendido. Es más tarde de lo que pensaba. Será mejor que vol-vamos. Gritt, ¿quieres llevar a Muncle o a la cerda?

—Prefiero llevar a la cerda —dijo Gritt, cogiéndosela a su padre y saliendo a toda velocidad. Nunca llegaba tarde a una cena.

El padre se echó a Muncle al hombro y siguió a Gritt montaña arriba. Ir montado en sus hombros era muy incó-modo: le gustaba saltar los pedruscos y ¡con tanto brinco Muncle se sentía muy mareado! Se agarró bien a las orejas de su padre.

Dejaron el terreno de la granja y empezaron a trepar por Monte Gruñente. Muncle miró hacia arriba. Una nube es-pesa y gris se cernía sobre la cima de la montaña. Sintió que un escalofrío le recorría la columna, cosa extraña, porque era un día bastante caluroso.

—Papá —preguntó—, ¿hay siempre tanto humo como ahora?

—Deben de estar horneando los manjares para la Fiesta de la Victoria, además de preparar la cena —resopló el padre.

—¿No piensas que…? —empezó a decir Muncle al recor-dar que Emily le había contado que algunas montañas eran en realidad volcanes.

Su padre se carcajeó. —No, no lo pienso, Eminente Sabio Muncle. Tú eres el

único encargado de pensar por estos lares.

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La cena de Muncle.

Da gracias a que no

lo puedes oler.

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