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Cuentos y mitos Nicaragua de

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© Cuentos y Mitos de Nicaragua / Mauricio Valdez [email protected]

ILUSTRACIONES Y DIAGRAMACIÓNMauricio Valdez Rivas

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N863C965 Cuentos y mitos de Nicaragua / Mauricio Valdez Rivas. —2a ed.— Managua, Ed. Amerrisque 2015 80 p. ISBN : 978-99924-71-54-8 1. CUENTOS NICARAGÜENSES 2. LEYENDAS NICARAGÜENSES

Cuentos y Mitos de Nicaragua

Mauri Valdez

www.cuentosnicaragua.blogspot.com

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CONTENIDO

Cuentos de Chinandega / Cuentos de mi abuelaEl Cadejo ............................................................... 5La Carretanagua .................................................... 7La Cegua ................................................................10El Gritón ................................................................14Los duendes del Chonco .......................................17El Mosmo ..............................................................20La Mona ...............................................................22Procesión de las Ánimas ........................................24Los espíritus burlones ...........................................27La historia del Viejo ...............................................30

Orígenes y descripciones de algunos mitosMito del cadejo .....................................................33Mito de la carretanagua ........................................34Ceguas, monas y chanchas brujas .........................36Los duendes ..........................................................38

Cuentos del NorteLa Mocuana ...........................................................39La Ciguacoatl .........................................................41

Cuentos de Chontales ..................................................42El lagarto de oro ....................................................42Los duendes de la piedra de Cuapa .......................44

Cuentos de LeónEl coronel Arrechavala...........................................45El Padre sin cabeza ................................................48El punche de oro ...................................................49Toma-tu-teta .........................................................50

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Cuento de GranadaEl Barco Negro .......................................................51

Cuentos de RivasChico Largo del Charco Verde................................53“El Encanto” de Charco Verde ...............................55La Llorona ..............................................................59Los siete negritos ..................................................62La novia de Tola .....................................................74

Cuentos del CaribeLa mujer pescado .................................................76Las cadenas del diablo ..........................................76

GLOSARIO ....................................................................78SIGNIFICADO DE ALGUNOS LUGARES DE NICARAGUA ............................................................79

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Cuentos de ChinandegaCuentos de mi abuela

El CadejoPues hombre, yo nunca les tuve miedo a esos espantos, cuando me salían les decía malas palabras y se iban, es que solo así dejaban de estar molestando...

—Así comenzó mi abuela a contarnos sus cuentos. Mi “güela” le echó más gas al candil, un candil grande que ella misma hizo con una botella de vidrio grueso y que echaba humareda, pero eso no nos molestaba porque es-tábamos en un lugar abierto bajo un tejado donde estaba, amarrada a dos pilares, la hamaca en que la güela se mecía, ella continuó diciendo:

... Yo estaba muy cipota pero me acuerdo bien haber visto muy asustado a mi abuelo Perfecto una noche que llegó a la casa bien asustado, él comenzó a decir que El Cadejo lo venía siguiendo; nos dijo: «Venía caminando despacio por-que vengo con mis tragitos, de pronto escuché un gruñido, ¡Eh! ¿Y eso?» —dice él—. El ruido venía del mismo camino por dónde iba a pasar, pero no miraba bien porque estaba muy oscuro, después oyó unos paso detrás, a sus espal-das y dice: «¡Ay Diosito! Hasta el guaro se me fue quien sabe donde». —Él pensó en lanzarse a un lado del camino, pero era “pior” porque de seguro lo mordía alguna que otra culebra. Se quedó paralizado y agarra una gran piedra y “con los huevos a tuto” camina hacia donde él creía que estaba esperándolo El Cadejo malo, el perro negro, porque el blanco es el bueno y es el que protege a la persona de ese otro perro que es arrecho, ¡Ah! pero si uno le tira piedras al blanco para que no lo siga, éste también ataca, lo mejor es dejar que los dos se peleen y salir corriendo. A pues,

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mi abuelo Perfecto con la piedra en la mano se acerca y... nada, el cielo se despejó y no vio nada, y por detrás toda-vía escuchaba el ¡trakc! ¡track! y es que a esos animales le truenan los “güesos” de las patas cuando caminan, escu-chaba esos pasos como se acercaban a él y pega la carrera sin mirar atrás, hasta llegar a la casa todo cansado, sudado y asustado con el corazón ¡pum, pum, pum! latiendo a todo mamón. Nosotros le dimos agua y ¡glu! ¡glu! se la tomó rápido. Cuando se calmó es que comenzó a contar-nos lo que le acababa de pasar.

La Carretanagua

Esto le pasó tiempo después a un amigo de mi papá con el que salía de parranda, don Nacho. Era una noche con tormenta, que nadie salía de sus casas, todos con las puer-tas y ventanas cerradas, era temprano pero estaba oscuro...

— ¿Había luz eléctrica en ese tiempo güela? —La inte-rrumpimos.

—Sí, si había pero sólo unas cuantas casas tenían, los que podían, si esto era un pueblo con sólo unas cuantas calles y casitas.

— ¿Ajá?, Siga.

...Apues, nadie asomaba la cabeza todo árido aquello y ¡chissss! Aquella lluvia incesante, no era fuerte pero no paraba de llover y ¡bruum! se oían unos truenos y se veía relampaguear, de pronto ¡crach! ¡crach! ¡crach! no eran truenos, ni árboles cayendo, ni cualquier otra cosa; sino el traqueteo de la carreta jodida, La Carretanagua.

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Nadie quería asomarse para verla cuando estaba pasando en frente de sus casas, todos con miedo, sólo don Nacho, que se quedó lempo como un fantasma, hasta parecía una hoja de papel, ¡pálido, pálido, pálido el pobre! y es que abrió la ventana el curioso, le pega la brisa con un viento que sopló, estaba mojado pero eso ni lo sentía, porque con “los chonetes pelados” estaba viendo a La Quirina con su carreta jalada por dos bueyes flacos, él nos contó, días después, que esos bueyes eran sólo cuero y “güesos”. Y entonces se va de espadas, casi le da un infarto.

Alláaa... al rato, ya no se escuchaba más el traqueteo de la carreta, claro al llegar a la esquina la carreta ya no puede pasar porque las calles forman una cruz, se desaparece y vuelve a aparecer en la otra calle. Pero el pobre hombre casi se lo vuela por el susto que le dio, sólo a él se le ocurre mirar y así les pasó a varias personas, a algunas si se les paró el corazón o se enfermaron y murieron a los días. En esta calle pasaban todas esas cosas: La Chancha Bruja, La Mona, hasta La Procesión de las Ánimas Perdidas, por eso es que pusieron esa cruz en la esquina, ahí en el tope, que antes era de madera pero se pudrió, ahora es de cemento, pero ¡uuuh! ya tiene bastantes años desde que pusieron la primera cruz en ese lugar.

***

—Mi güela y sus cuentos, así terminó el segundo bastante interesante.

—Le preguntamos que si tenía un “relato” de La Cegua, ella nos dijo que sí y comenzó a contarnos.

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La CeguaEsto le pasó a un fulano que ya ni recuerdo su nombre, era enamorado de una prima, era muy bonitilla la jocotea-da con su cuerpecito delgado pero caderuda, ¡eeeh! pero ese hombre era bien mujeriego, por eso es que no le hacía caso la Felipa, que así se llamaba la prima, ella fue la que nos contó lo que le pasó al fulano ese, Julián creo que se llamaba, él le contó a ella que una vez fue a visitar a unos familiares allá por El Viejo, familiares decía él que de se-guro era alguna queridita que tenía escondida, entonces dice que él se fue a pies, estos lugares eran diferentes no son como ahora, las casas no eran tan seguidas y habían trochas donde la gente tomaba atajos para llegar más rápi-do, Julián salió ya de tarde, todavía había claridad cuando pasó cerca de un casita que estaba abandonada, se había encontrado con un señor que iba a caballo y le había dicho que no pasara cerca de esa casa porque estaba embrujada y que ahí vivía La Cegua. Pero Julián no se podía desviar, entonces pasó ya con miedo caminando lo más rápido que podía y de pronto que se queda quieto al ver una mujer vestida de blanco que se le acercaba, y dice ¡La Cegua! pero no fue tonto ya que iba preparado, ya sabía desde que salió, que ahí vivía La Cegua, iba preparado con granos de mostaza, pues él sabía que si le arrojaban al suelo a las Ceguas granos de mostaza éstas no podían resistir las ganas de recogerlos todos uno por uno y de esa manera al que están por atrapar le da oportunidad de salir corrien-do y escaparse, pues así hizo, tembloroso el hombre les tiró los granos que llevaba en un saquito, y La Cegua se puso a recogerlos, él decía que eran varias, tres o cuatro, caminaban rápido y no se les veían los pies parecía como que flotaban y tenían una larga cabellera como mecate de cabuya y los dientes; unas los tenían de cáscara de plátanos y otras de granos de maíz, no se les veían los ojos

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por el pelo que le tapaba casi todo el rostro y las manos con los dedos largos y unas uñas grandes eran como de palo, parecían ramas.

A barios atrapaban esas mujeres, pero sólo a los trasno-chadores y mujeriegos, dicen que los dejan todos dundos y así pasan días, tardan en volver a normalidad, por eso cuando uno es dundo, así todo jambeco, le dicen que pare-ce jugado de Cegua. Pero a ese Julián no le hicieron nada por los granos de mostaza que llevaba, mucha gente cami-naba preparada con objetos benditos como el cordón de San Francisco para protegerse de cualquier espanto por-que hay que ver cuántas cosas se miraban antes.

Una vez —continuó diciendo la güela— mi abuelo Perfec-to atrapó una Cegua. Él estaba bañándose en el río muy de mañanita, cuando escucha decir: ¡Perfecto! ¡Ohe, Perfec-to! ¿Sos vos Perfecto? vení ayudame.

Se viste mi abuelo; se pone su pantalón, se lo amarra con su cordón bendito, se pone su cotona, sus caites y su som-brero de paja.

—Sí ¿quién es?, preguntó.

—Soy yo, Jacinto.

— ¡Idiay Jacinto! ¿Qué haces ahí?

Era un campisto que vivía cerca y que estaba enredado metido en unos bejucos tras unos matorrales, allí a la ori-lla del río.

— ¿Pero qué te pasó hombre?

— ¡Estas brujas fueron!

— ¿Quienes?

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—Pues las Ceguas... ¡solo para molestar sirven!

Y las Ceguas: ¡cuas! ¡cuas! ¡cuas! Se escuchaban carca-jearse no muy largo de donde ellos estaban.

Mi abuelo ayudó a Jacinto a salir del las enredaderas y dijo enojado:

—Van a ver las muy bandidas, espérenme que ahí voy.

Se quita la cotona y se la pone al revés, luego se saca su cordón bendito, el que caminaba como cinturón, y una cutacha que tenía forma de cruz, se acerca a una de las Ce-guas, estas tenían el cuerpo de tallo de cepa, pelo de cabu-ya y dientes de pétalos de alacate, una flor de monte ama-rilla. Apues le pone la cruceta de frente y... ¡ésta que se va de retroceso! Le tira el cordón bendito y se queda La Ce-gua quieta, la laza del pescuezo con un mecate y la amarra a un palo.

—Perfecto dejame ir—. Le decía La Cegua con voz áspera.

— ¡Ah! con que me conocés, decime quién sos.

—No puedo Perfecto, sólo dejame ir.

—Si no me decís quién sos, te llevo donde el cura.

Y no habló, entonces mi abuelo la llevó donde el cura ja-lándola con el cordón bendito. Allá la amarraron en una palmera frente a la iglesia y el cura le dio unos riendazos con unas coyundas remojadas con agua bendita y la mujer hasta que se retorcía y gritaba como endemoniada, luego la soltaron y le tiraron granos de mostaza, allí amaneció recogiéndolos, al rato se murió de pena, porque ya todos sabían quién era, conocida era la muy chancha.

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Así termina otro cuento la güela, ahora fueron dos por uno, cortos pero interesantes como los anteriores, iguales son los que siguen.

—Güela ¿y cómo son los granos de mostaza? —le pregun-tamos.

— ¡Asiii chiquititos! —fue lo único que respondió ense-ñado sus dedos índice y pulgar apretados.

—A mi abuelo también le salió el hombre sin cabeza o El Gritón como era conocido.

— Dijo la güela y así comenzó otro cuento.

El GritónBueno, y es que a mi abuelo le salió de todo: él era perse-guido por El Cadejo, a él le salió El Mosmo, a él la Chan-cha Encaitada, La Mona, El Gritón, a éste así lo llamaban porque antes así se comunicaban los campistos, con gritos, para saber quién andaba “poraí”, ese señor que quedó sin cabeza era un hombre que andaba buscando unas vacas que se le habían perdido, hay andaba montado en su caba-llo gritando: ¡Hay va hom! se metió a la espesura de la sel-va en el cerro El Chonco y con mala suerte que el caballo se asustó por los rugidos del tigre que andaba cerca y sale a todo galope el animal y pasa por unos bejucos que estaban colgados y le pasa arrancando la cabeza al pobre hombre y el caballo se desnuca, así andaba sin cabeza y todavía montado en su caballo.

Mi abuelo lo escuchaba de vez en cuando, hasta que un día se topó con él. Esa noche lo escuchaba bien cerca ¡Hay va hom! gritando, y rápido se puso su chaqueta de dril al revés y sacó su cordón bendito y lo puso de frente con la

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mano estirada en dirección de los gritos y El Gritón pasó de largo, sólo la sombra miró pero aún así pudo observar que el hombre no llevaba la cabeza.

Sí, es que antes todo era monte, montaña espesa y muchos campistos desaparecieron sin dejar rastros, ese cerro El Chonco era selva casi impenetrable, de todo animal había, abundaban los venados, las guardas tinajas, los cusucos, todo eso, la gente tenía bastante para comer, no padecían de hambre, hasta frutas por todos lados había, ahí estaban los árboles llenos de frutas, si estaban cerca de una casa, sólo pedía permiso y cortabas hicacos, mangos, mandarinas, fruta de pan, aguacates y otra más. A los animales los cazaban con perros y algunos que tenían escopetas. Pero el garrobo no se comía, se miraban los grandes garrobo-nes, iguanas verdes grandotas, ¡Ah! Pero se tenía uno que cuidar de los animales feroces como los tigres y leones que

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ahí vivían. Con el deslave de 1960 eso quedó todo pelado, poco a poco se fue recuperando pero ya no como antes por la misma gente que comenzaron a despalar para cultivar. Pero antes del deslave ese cerro estaba resguardado por los duendes.

Los duendes del ChoncoAllá de vez en cuando se aparecía un amigo de mi abuela Cesaria, llegaba y le decía:

— ¡Ideay Cesaria! ¿Cómo estás?

— ¡Eh! ¡Ideay Chicoyo!

Se llamaba Francisco, pero le decían Chicoyo, quien sabe por qué.

—Aquí te traigo —le decía él. Eran unas frutas hermosas, grandotas, unos grandes plátanos que nunca se habían visto por estos lados, unos zapotes con bastante comida grandotes también.

—Hombre, Chicoyo y vos ¿de dónde sacás todo esto, estas frutas tan grandes? —le preguntaba mi abuela.

— ¡Ah! es que por ahí tengo unas tierritas muy buenas, siempre tengo de todo, por hay te traigo más otro día que pase —le decía.

Por allá a los días se aparece: Adiós Cesaria hay paso de regreso dejándote frutas —le dijo.

Pero bueno, nunca faltan los curiosos, uno de los herma-nos de mi abuela, mi tío Isidoro, se va detrás del tal Chi-coyo.

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Tengo que saber donde tiene éste esas tierras —decía— y lo va siguiendo de larguito cuidando que no lo mirara, él en sus caballo y mi tío a pies, luego ve que Chicoyo se mete en la selva, ahí en El Chonco y se le pierde de vista, él quiere entrar también, pero le sale un hombrecito, así la mierdita, bien chiquito, si parecía un cipotito pero con cara de viejo. Apues, se le aparece y todo odioso le dice:

—De aquí no pasás, devolvete.

—Cómo que devolvete ¿por qué no puedo pasar? —le pre-gunta mi tío.

—Que no vas a pasar te digo y haceme caso.

Arrecho el hombrecito. Entonces le hace caso mi tío y se regresa.

—Y éste jodidito ¿por qué no regresó a Chicoyo? ¿por qué sólo a mí?

Bueno, y llegó a la casa, al rato llega Chicoyo:

—Cesaria ya voy de regreso tomá estas frutas, no traje mu-chas pero aquí te dejo.

Cuando ya va de salida le dice mi tío:

— ¡Ajá Chicoyo! Ya sé que tenés un arreglo con esos duen-des del Chonco, andá hombre no seas malo y deciles que me ayuden a mí también, no ves que tengo que darles de comer a una marimba de chavalos, con esas frutas sufi-ciente para todos, hasta podría sembrar las semillas.

—Está bien, vamos pues, te voy a llevar —le dijo y se van.

Allá al rato llegan a una quebrada donde estaba, del otro lado, un gran palo de jocote, entonces Chicoyo le dice:

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—Mirá Isidoro, yo me voy a ir al otro lado de la quebrada, detrás de esa loma y vos quedate a este lado, no te crucés —y se fue.

Mi tío se puso a recoger jocotes de unos palitos que esta-ban allí. Como a la hora los recoge todos y dice:

—¡Eh! voy a recoger más del otro lado de la quebrada, de ese gran palo que está allá, a mí nadie me va a decir que es lo que tengo que hacer —y se cruzó, él que pone un pies al otro lado de la quebrada y lo palmean, escucha unas pal-madas como cuando llaman la atención a un niño.

— ¿Y eso? —dice él asombrado, pero no miraba a nadie y sigue caminando, lo vuelven a palmear. Ya la cagaron es-tos enanos —dijo y en ese momento aparece Chicoyo con el caballo cargado de frutas, repletas las alforjas, hasta que venía cansado y sudado el pobre animalito.

—¡Ideay! no te dije que no te cruzaras, vámonos que aquí llevo bastante frutas para vos y tu familia —y se fueron del lugar.

Así era Chicoyo ayudaba al que podía pero nunca supo nadie que es lo que había hecho, qué trato tenía con los duendes, dice la gente que esos duendecillos se robaban a las muchachas cuando se enamoraban de ellas, pero te-nían que ser bonitas para que se la llevaran y la familia recibía favores a cambio. Decían que Chicoyo tenía una hija joven muy bonita y que ya hace tiempo no la veían.

***

Así termina de intrigante uno más de los cuento de la güe-la. Nos acomodamos mejor para escuchar el otro y uno de mis hermanos le preguntó:

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— ¿Güela y qué cosa es El Mosmo que dijo que también le salió a su abuelo Perfecto?

El MosmoEl Mosmo es un espíritu burlón, es un chompipe, pero sólo la mitad, como que lo partieron de arriba hacia abajo, sólo tiene una pata y un ala, es la mitad de su cuerpo nada más. Cuando le salió a mi abuelo se atracó con él, le salió en el patio de la casa cuando estaba sacando la bacinilla a media noche, la vaciaba al fondo del solar, esa vez se le aparece El Mosmo saltando de un lugar a otro, claro como sólo una pata tenía entonces saltaba y ¡Purururuu! Hacía una bullaranga como hacen los chompipes con el ala ex-tendida. Mi abuelo le saca su cutacha de cruz que nunca se la despegaba, y se la pone de frente, sale aquel animal brincando hacia el monte perdiéndose en la oscuridad, de pronto le aparece por detrás y le pega una patada en la es-palda a mi abuelo. «¡Hey jodido!» dice éste y se da la vuel-ta rápido y le pega con la bacinilla, allá fue a dar contra el cerco el jodido animal, pero se levanta y zafa para el mon-te, ya no regresó. Al entrar a la casa mi abuela le pregunta que qué era esa bullaranga que se tenía, «era El Mosmo», le dijo él muy tranquilamente y se acostó a seguir dormir.

Y es que hay espantos que son espíritus como El Mos-mo, pero también hay gente que se transforman en Ce-guas, en Monas y en Chanchas Encaitadas que se le llama así porque esa chancha cuando camina va haciendo un ruido como que lleva caites, era difícil verla pero cuando la lograban ver se les tiraba encima queriendo morder con unos chillidos fuertes, la muy jodidas mujeres se trasforman en esas cosas para andar molestando a los demás, sólo por eso.

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La Mona En monas se convertían mujeres vagas, aquí había una mujer que vivía sola y que sabía la vida de los demás, cual-quier secreto ella ya se daba cuenta rápido y era para eso que se convertía en mona, le rezaba al diablo, hacía una oración que sólo ellas sabían, daba tres volteretas hacia adelante y la piel se les caía, ya quedaba como mona, igual a una mona con cola y todo, ahí dejaba la piel mientras andaba de árbol en árbol y hasta encima de las casas bus-cando a quién seguir o ya tenía visto al que iba a espiar o la casa en que iba a escuchar la plática de los demás.

Cuando siguió a mi abuelo éste venía de una vela de un campista que le había caído un rayo, pero mi abuelo ya sabía que La Mona venía detrás.

«¡Ah, sí! Con que me venís siguiendo, ya vas a ver» dijo él. Pero bueno, pasó. Ya mi abuelo sospechaba, quien era la que se transformaba, muchos sabían que era esa mujer que vivía sola, entonces mi abuelo fue donde el cura y le contó todo, el cura le dijo:

«Tomá este frasquito que contiene agua bendita, llegá a su casa cuando sepás que ella anda afuera convertida en mona, la esperás, pero que no te vea, esperás que dé tres volteretas hacia atrás para que se le suba la piel y cuando eso haga ella queda como adormecida, entonces aprove-chá y le echás el agua bendita y ahí la dejas, vas a ver que nunca más se va a poder transformar en mona aunque lo intente una y otra vez».

Así hizo mi abuelo, fue a la casa de la mujer:

¡Buenas!, dijo cuando llegó, para asegurarse que no había nadie y allí estaba la piel en el piso, toda recogida como que era una vestimenta de trapo, la casa estaba toda oscura,

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sólo un candilito que estaba sobre la mesa era el que medio alumbraba.

No sé si él no le entendió bien lo que le dijo el cura o es que no quiso esperar a que llegara la mona, tal vez sintió miedo, la cosa es que él le echó el agua bendita a la piel que estaba ahí y se fue. Cuando llega la mona, ésta da las tres volteretas hacia atrás y dice súbete piel, pero no se le sube, por más que intentó no pudo transformarse nueva-mente, daba las tres volteretas y volvía a decir súbete piel y nada y así se quedó mona por el resto de su vida. Ya no molestaba a nadie, los pobladores como la conocían y ya sabían de quien se trataba, le daban de comer y la cuida-ban hasta que murió de vieja.

Procesión de las ÁnimasEsto le sucedió a mi mamá, una noche cuando la luna estaba grande y redondita, iluminaba como que estaba amaneciendo, mi mamá se levanta quién sabe a qué, su cama quedaba pegada en la parte de la casa que daba a la calle, mira entre las rendijas de las tablas unas luces, abre la ventana y ve que estaban pasando un grupo de personas encapuchadas, iban en fila a cada lado de la calle, cada uno llevaba en sus manos una candela encendida, caminaban sin hacer nada de ruido, sin hablar, todo en silencio y es por eso que nadie se daba cuenta de que estaban pasando y no salían a ver, todos estaban dormidos pues eran casi la media noche, sólo mi mamá que nos despierta para que fuéramos con ella, abrimos la puerta para ver la procesión que pensábamos que era de algún santo, en eso uno de los encapuchados, el último de la fila se nos acerca y le da una candela a mi mamá, extrañadas nosotras cerramos la puer-ta y nos fuimos a dormir todas acurrucadas muertas de

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miedo, mi mamá no dijo nada, sólo apagó la candela que le habían dado y la guardó en una gaveta de una mesita en donde tenía encima una imagen de San José.

Bueno, al día siguiente comentamos sobre la rara proce-sión y nadie nos creyó, tal parecía que sólo nosotras fui-mos testigo de lo que pasó, en eso mi mamá se acuerda de la candela regalada y al abrir la gaveta mira que en vez de la candela estaba un hueso y dice con asombro: «¡Lo que vimos anoche fue La Procesión de las Ánimas Perdida!» Y nos quedamos con la boca abierta y el corazón que casi se nos salía. Esto sucedió porque la cruz de madera que estaba puesta en el tope de la calle, se había caído hace algunos días, hasta que pusieron la cruz de cemento que es la que está ahora.

***

—Güela, una vez nos contó que a usted la molestaban los espíritus. ¿Cómo fue eso?

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Los espíritus burlones¡Aaah! Sí. No había nacido tu mamá todavía, estaba chi-quita tu tía Elvira, que fue la primera que nació, yo siem-pre la ponía en una “maquita” hecha de saco y la mecía hasta que se dormía, así me dejaba hacer las cosas de la casa, pero cuando la hamaca se detenía la pirrimplina se despertaba y comenzaba a llorar, entonces llegaba a me-cerla. Allá al rato oigo que está en carcajadas la chavala, voy a verla y estaba en grandes mecidones, unas mecidas que yo miraba que ya se iba a caer la Elvira. ¡Hey, carajo! grito yo, detengo la hamaca y les digo a los espíritus: ¡me van a botar a la chavala, pues! no estén jodiendo. Sólo di la media vuelta y la hamaca comienza a merecerse de nuevo, ¡bueno!, y comienzo a regañarlos y a putiarlos. Es que sólo diciéndoles malas palabras ellos se van, pero esa vez sólo se calmaron por un rato. Escucho en la sala ¡plof! ¡plof! voy a ver y estaban unos jícaros regados en el piso, como en el patio había un palo de jícaro cargado, los jodidos los habían ido a tirar a la sala. ¡A la p...! digo, y me pongo a recoger los jícaros, los saco y los voy a votar al fondo del patio, cuando regreso otra vez ¡plof! ¡plof! más jícaros que fueron a volar dentro de la casa, sólo logré ver algunos que daban vueltas en el aire antes de caer en medio de la sala. Ya la ca... ustedes, vayan a jo... a otro lado, les dije.

Mi mamá se había ido a León donde un doctor amigo de ella, el doctor Paneagua, era doctor en medicina pero tam-bién era espiritista, pero mi mamá fue porque tenía unas dolencias, ¡pero ideay! ¡ya se estaba dando cuenta de lo que estaba pasando en la casa! y es que los espíritus se fue-ron a quejar con el doctor, éste decía a mi mamá:

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—Usted tiene espíritu en su casa, ellos me dicen que una hija suya los maltrata, que les dice barbaridades.

—Si a ella la molestan ella se arrecha, pues —le dijo mi mamá al doctor y éste le dice:

—Pobrecitos, dígale que no los maltrate, si ellos están allí es por su otra hija; la Bertilda, que tiene tendencia al espi-ritismo pero no se ha dado cuenta de eso, es una médium.

— ¿Y qué es eso? —preguntó mi mamá.

—Pues alguien que se puede comunicar con los espíritus —le dijo el doctor.

Cuando mi mamá llega a la casa todo eso nos cuenta, en-tonces mi papá envió a la Bertilda a pasar un tiempo con unos familiares a León, pero los espíritus no se fueron, siempre molestaban haciendo ruidos.

Y es que todo comenzó desde que quitaron una pared que dividía el patio, ahí comenzaron con la fregadera, se fue-ron cuando se llamó al padre de la parroquia y bendijo cada rincón de la casa por dentro y por fuera, hasta que tronaban todas las tablas de la vieja casa cuando el cura echaba el agua bendita diciendo a los espíritus que se fue-ran, sólo así salieron y ya nunca regresaron.

Llegó la energía, la güela sopló el candil y al segundo in-tento lo apagó dejando una estela de humo negro. Todos estábamos agradecidos por sus cuentos que además nos sirvieron para conocer un poco de la vida de nuestros an-tepasados y de las personas que vivieron en estos lugares hoy bien poblados.

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La historia del ViejoTomado de Gustavo A. Prado: Leyendas Coloniales.

Título original: La historia del viejo Ahumada. Ediciones de Club del Libro Nicaragüense, Managua 1962.

Esto ocurrió durante el período colonial en tiempos en que se les llamaba a estas tierras Indias Occidentales.

Santa Teresa de Jesús, a quien crónicas y memorias llaman la doctora de Ávila, tenía un hermano, llamado Francisco de Ahumada, bien entrado en años, a quien dio la santa el encargo de dotar a las tres catedrales más célebres de estas Indias, de tres esculturas de la Virgen Santísima, bajo tres distintos títulos. Así: la del Carmen, a Guatemala; a la de Concepción, a León de Nicaragua; y la de Mercedes, a la llamada ciudad de los Virreyes de Lima.

El varón se dispuso a cumplir el encargo de su hermana la santa, y enderezó proa con otros más, hacia las Indias Occidentales desde España, haciéndose a la mar con buen viento.

Cumpliendo su misión en Lima y Guatemala, quedaba pendiente el Santiago de los Caballeros de León, y zar-paron con hinchadas velas a la mar, embarcándose en el puerto de Iztapa, luego llegaron al Realejo y de allí siguie-ron su viaje a Chinantlán, en donde hizo alto para conti-nuar al otro día su viaje hacia León.

Muy de mañana, enderezadas las cargas y caballos en mula partían, mas es fama bien notoria, que la mula, al llegar a cierto punto, se negó a pasar y siendo en vano los ruegos y zurras de don Francisco de Ahumada, éste le dijo tantas palabrotas y maldiciones que la mula se estremeció tanto que hizo exclamar a Francisco:

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—¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal!

—No sigáis hermano que puede llover fuego —le dijo uno de sus acompañantes.

El animal quedó quieto, le pusieron la carga y éste la tiró del cabestro, le hicieron mil diligencias para que se mo-viera y el animal todavía estuviera allí si Dios le hubiese dado largos años de vida.

—Hágase tu voluntad, Dios mío —dijo Ahumada—, y re-tornemos a la posada que mañana será otro día.

Buscó por varios días la salida buscando otros caminos y regresaba al mismo sitio; el animal iba a buen paso, pero se detenía en ese mismo lugar.

La piedad y la superstición dieron en decir que la Virgen no quería marcharse de Chinantlán y de acuerdo con el cura y el permiso de Ahumada, se acordó que la Virgen quedase en Chinantlán. Procediéndose enseguida a levan-tar el templo.

Corrieron los años y la Virgen de la Concepción llegó a conocerse como la Virgen del viejo, haciendo referencia así, al viejo Ahumada que la dejó.

“Sólo la Virgen del viejo puede salvar a tu hijo” decían muchos creyentes.

“En la tempestad del Realejo, se salvaron todos porque eran devotos de la Virgen del viejo”.

Un caso muy conocido se refiere a una señora que estaba sola en el momento justo que iba a dar a luz, invocó la mi-sericordia de la Virgen del viejo, apareciendo momentos después una mujer de rara belleza que la asistió con cuida-doso esmero, y al despedirse la señora agradecida le dijo:

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—Dígame donde vive usted para ir a verla en cuanto me levante.

—Pregunte por mí en la plaza y cualquiera te dará las se-ñas.

—Y… ¿cómo se llama usted?

—Yo me llamo María de la Concepción.

La señora se levantó, fue a buscar a la divina comadrona; pero nadie le dio razón.

—Sin embargo —decía— ella me asistió, y quiero verla.

Y la pudo ver, la reconoció al notar que se trataba de la mismísima Virgen del viejo.

—Ella es —dijo. Y le dejó a sus pies sobre el altar, algunas frutas como muestra de agradecimiento.

Pasó el tiempo y la escultura de Ahumada, fue adquirien-do cada vez más popularidad por sus milagros tan nume-rosos.

Todo el mundo la conocía como la Virgen del viejo. De esta manera Chinantlán pasó a ser El Viejo Chinantlán, luego simplemente El Viejo, como recordando al viejo Francisco de Ahumada.

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ORÍGENES Y DESCRIPCIONES DE ALGUNOS MITOSTomado de Folklore de Nicaragua. Enrique Hernández.

Editorial Unión. Masaya, 1968.

Mito del cadejoEn las noches a altas horas, cuan-do generalmente ya los hombres van de regreso para sus posadas, después de visitar a sus mujeres, un perro grande y fuerte, de color blanco, sigue a aquellos, a poca distancia, custodiándolos, hasta dejarlos a sus casas, este perrote es El Cadejo, el amigo del hom-bre trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es seguido por dicho animal;

el perro blanco y grande lucha y defiende de todo peligro al hombre. En la versión nicaragüense se maneja que son dos perros; el otro que al igual que el blanco es grande y fuerte pero de color negro, éste también deambula en las noches, es el enemigo del trasnochador. Si los dos Cade-jos se encuentran, se traba entre ambos una tremenda y sangrienta lucha, hasta que por lo general cae vencido el negro. (El bien vence al mal).

También el Cadejo blanco procede con malicia si el cami-nante no quiere su compañía, tirándole piedras y ahuyen-tándolo.

Los ojos de los Cadejos brillan mucho por las noches y no se cansan de caminar toda la noche hasta que ya al ama-necer desaparecen. Por eso cuando una persona es buena a caminar se le compara con el cadejo.

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En el mito de El Cadejo se contempla la existencia de un animal guía para cada persona (según creencias indíge-nas). El animal guardián defiende contra el mal encarna-do a veces en El Cadejo Negro, color que simboliza el mal. Cuando un Cadejo Blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del mal que le aguarda del negro. El combate de los dos Cadejos encar-nan en ese momento los principios opuestos del bien y el mal. No se le atribuye superioridad a uno o a otro, ambos tienen igual poder e influencias sobre las personas.

Mito de la carretanaguaAlgunos creen que pasa anun-ciando la muerte de alguien y es en la carreta misma que La Muerte Quirina maneja y acarrea con todas las almas en pena, de aquellos que hicieron maldades en el pueblo. Pues ya se ha visto de que al día si-guiente de haberse aparecido La Carretanagua alguien ha muerto en el pueblo. “Se la llevó La Muerte Quirina en La Carretanagua”.

La gente se siente sobrecogida de terror cuando oye pasar La Carretanagua, que sale en las noches oscuras y tene-brosas. Al caminar hace un gran ruidaje; pareciera que rueda sobre un empedrado y que va recibiendo golpes y sacudidas violentas a cada paso. También pareciera que las ruedas tuvieran chateaduras. La verdad es que es grande

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el estruendo que hace al pasar por las calles silenciosas a deshoras de la noche. Los que han tenido suficiente valor de asomarse para verla pasar, han dicho que es una carreta muy vieja y floja, más grande que las carretas comunes y corrientes. Cubierta de una sabana blanca muy grande, de manera de toldo. Va conducida por La Muerte Quirina, envuelta también en un sudario de sabanas blancas, con su guadaña sobre el hombro izquierdo.

Va tirada por dos bueyes encanijado y flacos, con las cos-tillas casi de fuera.

La carreta al parecer no puede dar vueltas en las esquinas. Pues si al llegar a una, ésta tiene que doblar, desapare-ce, para luego reaparecer sobre la otra calle. Al pasar los perros aúllan y las personas que se atreven a ver aquella Carretanagua quedan con fiebre del tremendo susto. Al-gunos pierden el habla por varios días y hasta han muerto por el sólo hecho de oír el ruido del chirriante paso de la carreta.

“Nagual o Nahualli” quiere decir brujo de ahí su nombre. Algunos historiadores creen que posiblemente el mito comenzó con los aterrados indígenas en el tiempo de la conquista cuando los españoles pasaban con sus carretas repleta de pertrechos militares, de ahí el ruidaje que pro-ducía.

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Ceguas, monas y chanchas brujasAseguran los indios de Monimbó que hay mujeres en el barrio que tienen la manía de ser brujas, que se transfor-man en Chanchas Brujas, en Monas y en Ceguas. Todas estas mujeres poseen un guacal grande y blanco. A las once de la noche, hora en que los tunantes salen de una choza a otra, las mujeres se dan tres volantines para atrás y otros tres para adelante, echando el alma por la boca en el guacal grande y blanco, al final del tercer salto delantero.

Vomitada el alma, quedan convertidas en el ser brujo en que decidieron con-vertirse antes de dar los volantines, por

cuanto tienen el poder arbitrario de transformación. El objeto primordial de estas transformaciones es el de ejer-cer venganzas a causar daño a los hombres y mujeres, por causa de celos, rivalidades, despechos o enemistades enco-nadas por motivos pasionales, etc.

Y así, estas brujas se valen de la oscuridad nocturna y del ambiente de superstición que respira la población indíge-na, en extremo crédula y de imaginación fantástica, llevan a efecto sus correrías y asustadas a sus anchas.

Como Micos Brujos o Monas se dedican a efectuar robos, se trepan a los árboles, cortan las frutas y se las lanzan a la víctima. Cuentan que se les mira en los techos de las casas, saltan de un lugar a otro; bajan al patio o a la calle y arro-jan piedras contra las puertas, se introducen a la cocina y quiebran lo que encuentran; se esconden en las casas y

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después corren rápidamente a colgarse de las ramas de un árbol cercano a balancearse burlescamente.

Mientras el Mico que se halla en plena acción, la víctima, auxiliada por vecinos, lo persiguen con palos y garrotes, tratando de matarlo, pero todo es en vano. Ya están cer-ca, ya creen tenerlo acorralado, y el Mico se les esfuma y aparece luego en otro lugar, y así de nuevo desaparece de donde creían estaba acorralado. La gente se desespera y gritan nerviosamente, hasta enfermarse y caen al suelo debilitados, se creen entonces embrujados o hechizados por La Mona, La Chancha o La Cegua, según a quién de las tres estén persiguiendo.

Como Chanchas Brujas andan en las calles y caminan siempre al trote, son chanchas grandísimas embadurna-das de lodo podrido. Apenas divisan a la persona elegida aligeran el paso y comienzan a gruñir horriblemente, em-bisten a la persona que persiguen y furiosamente les dan de trompadas y mordiscos en las piernas y si la persona no se corre pronto la chancha la derriba al suelo y la golpea hasta que ésta pierde el conocimiento, al día siguiente la víctima amanece bien mordida y con los bolsillos vacíos.

Como Ceguas, después de vomitar el alma, quedan trans-formadas en mujeres jóvenes. Sus vestidos son de hojas de Guarumo y sus cabelleras de cabuya les llega hasta la cintura y sus dientes están recubiertos de cáscaras verdes de plátano, si hablan se les oye la voz cavernosa y hueca. Sale del lugar pegando tremendos chirridos, los aullidos son escalofriantes o a veces son risas o llantos.

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Los duendesLos duendes son seres pequeñitos, traviesos, astutos, de agilidad prodi-giosa, de inteligencia superior y en extremo burlones. Aparentemente, con sus actos y hechos sencillos, son inofensivos. Pero una cosa es oír relatar las travesuras y jugarreta de los duendes, y reírse a carcajadas con el relato; y otra, es ser víctima de su tema o tirria.

Por lo general no se dejan ver de la gente. Hacen sus fechorías como seres invisibles, y la persona o personas perjudicadas, solamente escuchan los ruidos o ven los daños.

La mayoría de las veces les da por dejar caer “lluvias de piedras” sobre los patios y corredores de las casas. Sus ha-bitantes, al sentirse así acosados, se desasosiegan y ate-rrorizan; y al cabo de cierto tiempo, optan por irse. Pero algunas veces los duendes siguen a los huyones.

Mucho se oye hablar de los duendes por todas partes, ellos se llevan a los niños sin bautizar en un abrir y cerrar de ojos. Según dice la gente en los pueblos y comarcas, que los duendes son malos espíritus, son unos enanos que tie-ne la planta del pie al revés, andan vestidos de rojo y ca-minan en fila india, siempre en grupos de cinco. Se dice que los duendes son invisibles para los ojos de los adultos, sólo los niños pequeños y los mudos lo ven y del miedo se ponen a llorar. Por eso dicen que nunca hay que dejar a un niño sólo porque los duendes se lo roban y se lo lle-van a la montaña y allá convierten en duende si no a sido bautizado, aunque también se dice se llevan a los niños ya bautizados para perderlos en las montañas.

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Cuentos del Norte

La MocuanaTomado de Leyendas Nicaragüenses, Josefa María Montenegro

Aproximadamente en el año 1530, los españoles realiza-ron una expedición bien armada en territorio nicaragüen-se, para ampliar sus dominios e incrementar sus riquezas. En esta incursión los españoles lograron reducir a los in-dios de Sébaco, habitantes de la laguna de Moyúa. El jefe de la tribu india, una vez vencido, obsequió a los conquis-tadores bolsas elaboradas con cuero de venado, llenas de pepitas de oro.

La noticia en España de que los conquistadores habían re-gresado con grandes riquezas llamó la atención de un jo-ven, quien esperaba vestir los hábitos y cuyo padre había muerto en esta incursión. Decidido, el joven se incorporó a una nueva expedición y después de un largo y penoso recorrido llegó a suelo nicaragüense, donde fue muy bien recibido por los pobladores, creyendo que era un sacerdo-te.

Ya en Sébaco, el joven conoció a la hermosa hija del ca-cique y la enamoró con intenciones de apoderarse de las riquezas de su padre. La joven india se enamoró perdida-mente del español y en prueba de su amor le dio a conocer el lugar donde su padre guardaba sus riquezas. Hay quie-nes afirman que el español también llegó a enamorarse verdaderamente de la joven india.

El cacique, al conocer los amoríos entre su hija y el ex-tranjero, se opuso a la relación y éstos se vieron obliga-dos a huir, pero el cacique los encontró y se enfrentó al español, logrando darle muerte. Luego encerró a su hija,

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a pesar de estar embarazada, en una cueva en los cerros. Pero hay versiones que aseguran que fue el español el que encerró a la india después de apoderarse de los tesoros.

Cuenta la leyenda que La Mocuana enloqueció con el tiem-po en su encierro, del que logró salirse después por un tú-nel, pero al hacerlo tiró a su pequeño hijo en un abismo y desde entonces aparece por los caminos invitando a los caminantes a su cueva. Dicen los que la han encontrado que no se le ve la cara, sólo su esbelta figura y su hermosa y larga cabellera negra.

En algunos lugares cuentan que cuando La Mocuana en-cuentra a un niño recién nacido, lo degolla y le deja un puñado de oro a los padres de la criatura. Hay otras ver-siones que aseguran que se lo lleva, dejando siempre las piezas de oro.

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La CiguacoatlCuenta la leyenda que en un antiguo pueblo aborigen, asentado a orillas del Río Viejo, existía una hermosa mu-jer esposa del cacique principal. Se decía que esta mujer, de proceder extraño y misterioso, acostumbraba ir todos los viernes a un determinado lugar del río, llevando abun-dantes alimentos, aves ricamente preparadas y sabrosas bebidas.

Uno de los servidores del cacique, extrañado por el com-portamiento de la mujer, determinó seguirla a prudente distancia. Lo que vio ese día lo aterró tanto que echando a correr fue a contárselo a su Señor. El cacique no dijo nada a su mujer fingiendo ignorancia.

El siguiente viernes la siguió, y confirmó lo que le dije-ra su servidor. Vio, según dice la leyenda, que sentada en una piedra junto al río golpeaba con su mano el agua, y al llamado emergía impetuosamente una inmensa serpiente que tenía su cueva en el mismo río. El terrible reptil, po-saba su inmensa cabeza en las bellas piernas de la mujer, y una vez alimentada, serpiente y mujer se entregaban al placer sexual.

El indignado esposo mató a la infiel mujer. Entonces la enfurecida serpiente agitó las aguas del río y su corrien-te destruyó el milenario pueblo. Según la leyenda, los so-brevivientes reconstruyeron su pueblo, al cual dieron por llamar Ciguacoatl, que en lengua nahuatl significa mujer serpiente.

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Cuentos de Chontales

El lagarto de oroHace mucho tiempo llegó a Chontales un noble caballe-ro de Francia, llamado don Felix Francisco Valois, quien quedo encantado de los paisajes que rodeaban la Hacienda Hato Grande situada a cuatro leguas de Juigalpa. Le gusto tanto la zona que compró la Hacienda.

En ese tiempo también vivía en Juigalpa una joven muy linda llamada Chepita Vital. Los dos se conocieron y des-de entonces quedaron muy enamorados. A los pocos me-ses se casaron y luego tuvieron una hija, la cual la bautiza-ron con el nombre de Juana María.

Don Francisco, sintiéndose muy enfermo, fue a Guatema-la a buscar una cura. Antes de partir dejó a su administra-do a cargo de la Hacienda.

Pasó el tiempo y don Francisco no regresaba, todos los po-bladores de la comarca preguntaban a los viajeros sobre el devenir del francés. Hasta que alguien trajo la noticia de que éste había muerto en Guatemala. A raíz de eso Doña Chepita se enfermó de pena y muere a los pocos años.

Juana María, fue creciendo, ya era toda una linda mujer. Ella ignoraba que todos los vienes de su padre le pertene-cían a ella y que el administrador Fermin ambicionaba quedarse con la Hacienda. Con el temor de perder todo cuando la verdadera heredera reclamara, se le ocurrió asustarla de tal manera que se volviera loca y que se valla del lugar.

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Fermin comenzó a contarle historias horribles de lo que supuestamente había pasado en la hacienda, la asustaba por las noches a diario, con el tiempo ya Juana había mos-trado síntomas de locura. La muchacha cantaba y bailaba sola, decía entre sus locuras: ”Viva la Condesa de Valois”, luego después de varios meses de locura, falleció misterio-samente ante el asombro de todos los lugareños que afir-maban que Fermin era el responsable de tal tragedia.

El bandido de Fermin empezó a vender todas las propie-dades de La Hacienda y con el dinero abandonó el pais. Pero con su suerte de que vecinos traen la historia al pue-blo de que Fermin había sido asaltado y muerto por unos bandoleros que había tropezado en el camino.

La sepultura de Juana María quedaba en el cerro del Hato Grande, muy cerca de una laguna, las personas que la visi-taban dejándoles flores aprovechaban la oportunidad para darse un chapuzón.

Un día uno de los bañistas casi se mueren del susto al ver en la laguna un tremendo lagarto dorado que brillaba bajo el Sol resplandeciente. Corrió el rumor que se trataba del alma de Juana María cuidado sus bienes.

Cuentan que un campista le ofreció a La Virgen de la Asunción una corona de oro sacada del lagarto si le ayu-daba a cazarlo. Tiró un mecate con soga a la laguna y al instante salió el lagarto con la soga al cuello, pero cuando el hombre lo tenía y al extasiarse por el oro dijo: “Que se friegue la Virgen”, apenas dijo eso el lagarto se le escapó y se sumergió en el fondo de la laguna para no verse nunca más. Desde entonces los chontaleños buscan el lagarto de oro para hacerse ricos.

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Los duendes de la piedra de CuapaHacía muchos años, una humilde familia vivían en las fal-das de la montaña donde está el gran monolito llamado La piedra de Cuapa, cuanta la leyenda que unos duendes habitaban esa piedra y se habían enamorado de una de las hijas de la pareja, estos duendes no la dejaban en paz, todo el día la molestaban escondiéndole las cosas, jalán-dole el pelo, tirándole piedritas, la familia completa ya no los aguantaban más.

Eran tan traviesos que un día se robaron un burro y cuan-do los dueños lo buscaron, lo miraron encaramado en lo alto de la piedra de Cuapa. La señora desesperada hizo un trato con ellos; acordaron que si le bajaban a su burro, ella les regalaría a su hija para que se la llevaran, por supuesto que esto era una mentira de la madre, solo era una treta para recuperar al burro.

Cuando los duendes le devolvieron al animal, la señora no cumplió su parte del trato y los duendes empezaron a mo-lestarlos aún más, se volvieron realmente insoportables, era imposible seguir viviendo allí, entonces la familia de-cidió irse a vivir a otro lugar. Así que empacaron sus cosas y con la carreta cargada hasta el copete de chunches, sin mirar atrás se pusieron en marcha. A mitad del camino, se dieron cuenta de que se les había olvidado unas cosas, y se disponían a regresar para buscarlas, cuando de repente oyeron unas vocecitas que les decían desde detrás del bu-rro... “¡no! ¡si aquí traemos lo que se les había quedado!” ¡Y qué susto! No eran más que los traviesos duendes que venían detrás de ellos... ¡que va, si de esos bandidos no se capea nadie tan fácil!

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Cuentos de León

El coronel ArrechavalaTomado de “Arrechavala y su alma en pena” (fragmentos)

Milagros Palmas: Senderos Míticos de Nicaragua. Ed. Nueva América. Bogotá 1987

En la ciudad de León Santiago de los Caballeros, Arrecha-vala es el personaje más popular, cuyo espíritu asusta por las noches en las calles de la ciudad. Doña Mireita que vive en el barrio Guadalupe, lo ha visto pasar delante de su casa y nos cuenta el testimonio:

«Era de noche super oscura, estaba sentada en la acera de-lante de mi puerta a eso de las once de la noche, pues no podía dormir y hacía mucho calor».

«En aquella época los gringos ocupaban el país. De pronto se oyó un ruido extraño. De repente oí el tropel de un ca-ballo que venía de Laborío (pueblo indígena). En mi casa anterior había nacido el grandioso músico compositor leones José de La Cruz Mena, dicen que murió de lepra y pasa que en donde hoy queda el Museo Rubén Darío, todavía allí se encuentran las señas de las barras torcidas de su cama ante la rabia que quería salir de donde se en-contraba postrado».

«Entonces allí era donde yo vivía, el caso es que oí el tro-pel del caballo que cogió para el lado del Cuartel de la vein-te y uno. El Jinete se paró y amarró el caballo. Yo decía para mi misma: ¿Quién será ese chele que va a pasar por aquí? ¡La sangre de Cristo!»

«Y yo pidiéndole a Dios que no me fuera a decir nada por estar a deshoras de la noche en la calle. Yo me encomendé a Dios y a todos los santos, Dios mío, Santo Fuerte, Santo

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Inmortal, líbrame de todo susto y de todo mal. Dios mío yo no sabía que hacer. Así entonces cuando éste iba pasan-do cerca de mi casa y en dirección mía. Él volvió atrás y yo le vi el perfil de su cara; era un hombre simpático. El siguió caminando después le oí sonar las espuelas.»

«¿Qué cosa era eso? Dije yo. Siguió caminando hasta que llegó a la esquina de los Montenegro y entonces se bajó ahí y se paró en medio de la calle haciendo maniobras mi-litares. Cogió para lo que ahora es la casa de los Madrices y le dio tres golpes a la puerta. Yo me dije: ahí vive ese hombre, pero le miré la capa era antes de color café, cuan-do pasó delante de mí se miraba azul turquesa, después se paró en la propia esquina de los Madrices y volvió a hacer las mismas maniobras y cogió por detrás del Colegio San Ramón y de La Asunción. Pero cuando iba ya a llegar a la esquina encontró a un hombre, que al pasar cerca de mí le pregunté: ¿Vistes a aquel americano que va allá? No he visto a nadie, lo que usted vio seguramente fue a Arrecha-vala. Efectivamente ese era Arrechavala que había dejado su caballo cerca de mi casa».

Según se relata, en vida Arrechavala Apoyó la construc-ción de la Capilla de San Sebastián y dio un donativo para reconstruir La Recoleción. También obsequió la imagen de San Sebastián de Jesús, atado a la columna y la Virgen de Dolores.

El Coronel Arrechavala sólo se dejaba ver por algunas muchachas y los hombres decían ya lo vamos a atrapar pero cuando sentían el coronel les estaba dando latigazos. Cuando venían las festividades de la Virgen de Guadalupe; el mandaba a comprar todas las flores de los jardines de León para adornar a la Virgen. Se cuenta que él tenía mu-chas haciendas y casas. Una de sus haciendas fue la que

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Cuentos y Mitos de Nicaragua

tenía el nombre de Los Arcos y también fue según se cree, el propietario del ingenio San Jacinto.

El Coronel Joaquín Arrechavala nace en Madrid, Espa-ña en 1728. Sus Padres fueron José Antonio Arrechavala y Ambrocia de Vilchez. Vino a Nicaragua enviado por el Rey de España Carlos II de Borbón. Fue ascendido a coro-nel el 14 de febrero de 1791 grado que ostentó hasta 1821 cuando se proclamó la independencia de Centroamérica en Guatemala. Murió en el año de 1823 a los 95 años de edad. La riqueza en Latino América es siempre condena-da por la comunidad y cuando una persona rica muere, se queda errante en la tierra entre los vivos, según la creen-cia popular en aquellos tiempos, se quedan los espíritus asustando a la gente. Entonces es común entre la gente decir que el rico jamás conoce lo que es paz eterna y todo esto dura hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera.

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El Padre sin cabezaExiste una leyenda que habla de una maldición proferida por el Papa contra la vieja ciudad de León, al tener noti-cias del asesinato del tercer obispo de Nicaragua: Antonio de Valdivieso, a manos de los hermanos Contreras, pues el obispo se oponía a la crueldad que éstos infringía a los indios.

Se dice que como resultado de esa maldición, aparecieron calamidades que hicieron imposible vivir en la ciudad, por lo que sus habitantes, frustrados, luego de un oficio religioso, con el estandarte de España y la municipalidad al frente, marcharon el 2 de enero de 1610, donde proce-dieron a delinear la nueva ciudad.

La acción cruel y sacrílega de los Contreras aún es men-cionada con horror y muchas personas dicen que todavía se puede observar entre las ruinas de León Viejo la sangre del obispo acecinado. Cuenta la historia que su muerte tiene relación directa con la erupción del volcán Momo-tombo que destruyó por completo la ciudad de León Vie-jo.

Antonio de Valdivieso era un personaje cuyo surgimiento se remonta al periodo colonial, fue nombrado obispo de la Diócesis de Nicaragua en el año 1543, defendió a los indígenas siguiendo los principios de Fray Bartolomé de las Casas. Él pensaba que además de construir una nueva Iglesia y convertir almas, era necesario corregir los vicios, fundando virtudes para alcanzar la misericordia de Dios. Incansable luchador de los derechos de los indios, defen-dió hasta su muerte estas impotentísimas personas de los ambiciosos conquistadores.

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Fue asesinado el 6 de Febrero de 1550 por el soldado Juan Bermejo, cómplice de los hermanos Contreras. Dicen que su asesinato fue horrible, lo decapitaron y la cabeza rodó desde la iglesia hasta la costa del lago en cuyas aguas se desapareció.

Después de esto se originó en las mismas aguas un vientos muy fuerte que dio origen a una oleada que devastó al pue-blo, luego de un tiempo los sobrevivientes comenzaron a construir sus humildes ranchitos, hasta lograr construir el pueblo, el cual fue el escenario de las apariciones del frai-le, quien apareció como lo asesinaron de ahí su nombre y la leyenda de “El padre sin cabeza”, su fantasma andaba penando la iglesia y se pasaba las noches recorriendo el pueblo.

El Padre sin Cabeza aún pena en las ruinas del destruido León Viejo y también en la zona donde se levanta orgullo-sa hoy en día la Santa Catedral de San Pedro, en la actual ciudad de León. También se le ha visto los Sábados de Gloria, como un reflejo en la oscuridad, recorriendo en silencio los siete antiguos y oscuros túneles del sótano de la Catedral.

El punche de oroDeambula como alma en pena en las oscuras noches, emer-ge del oleaje del Océano Pacífico, envuelto en una aureola cegadora inicia su recorrido desde las playas de Poneloya hasta la Iglesia de Sutiaba donde se detiene para hacerle una reverencia al Sol. Los antepasados dicen que en León, en el barrio Sutiaba hay un inmenso tesoro enterrado y es el espíritu de este tesoro que sale por las noches. Las per-sonas que lo han visto dicen que es un punche gigante que

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brilla como el oro; éste cuida el tesoro de la comunidad indígena y sale por las noches, después de la muerte del último cacique, Adiac.

Se dice que los ojos de este punche brillan como diamantes de fuego y sale dos veces en el año, a mitad de la Semana Santa o antes. Todo el mundo sabe que el día que agarren el punche de oro van a desencantar al cacique Adiac, que fue ahorcado en el Tamarindón de Sutiaba. Este punche es el espíritu precioso de los Sutiaba que los guía en sus desesperadas luchas por no sucumbir bajo la pesada cruz que les impusieron los colonizadores.

Toma-tu-tetaHace mucho tiempo en Los Cedros carretera vieja a León, vivió una mujer que le habían robado a su hijo recién na-cido y a raíz de eso la pobre mujer se volvió loca por la desesperación de no encontrar a su chavalito.

Sus pechos se agrandaron por estar llenos de leche y cada vez que por las calles encontraba un chavalo, lo perseguía diciéndole: “toma tu teta... toma tu teta... toma tu teta” con los grandes pechos de fuera, si lograba atrapar a agua-nos de ellos le hacía tomar leche a la fuerza.

Los abuelitos cuando cuentan esta parte de la historia no paran de reír, y cuando terminan de relatarla rodeado de sus nietos y otros chavalos, se levantan en carrera dicien-do, ¡corran, corran que ahí viene la tomatuteta! asustados, todos corren a encerrarse en sus casas.”

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Cuento de Granada

El Barco NegroTomado de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada:

Muestra del Folklore Nicaragüense. Fondo de Promoción Cultural Banco de América. Series Ciencias Humanas No.9 - Managua, 1978

Hace mucho tiempo, un barco cruzaba el Lago de Grana-da rumbo a San Carlos. A lo lejos, los marineros divisaron tierra y unos hombres pedían auxilio. El barco atracó a la orilla de la pequeña isla; ahí vivían dos familias que se estaban muriendo envenenadas, pues contaron a los mari-neros que habían comido de una res que había sido picada por una culebra.

Por favor, llévennos a Granada, dijeron los enfermos y el Capitán preguntó que quién pagaría por el pasaje. No te-nemos reales, dijeron los envenenados, pero le pagamos con plátanos.

¿Quién corta la leña o los plátanos?, preguntó el marinero.

Yo llevo una carga de chanchos para Los Chiles y si me entretengo allí, ustedes se me mueren en la barcaza, les dijo el capitán.

Pero nosotros somos gente, dijeron los moribundos.

También nosotros, dijeron los lancheros, con esto nos ga-namos la vida.

Por Dios, grito un miembro de la familia moribunda, ¿no ven que si nos dejan nos vamos a morir?

Tenemos compromiso, dijo el Capitán. Y en el acto, el dueño del barco zarpó y a los isleños ahí los dejaron retor-ciendo del dolor.

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Entonces una anciana levantándose del tapesco en don-de estaba postrada, les echó una maldición diciéndoles : “Malditos, como se les cerró el corazón, así se les cerrará el lago”.

La lancha se fue. Cogió altura buscando San Carlos y des-de entonces perdió la costa. Ya ellos nunca vieron tierra. Ni los cerros podían ver. Tienen siglos de andar perdidos, ya el barco está negro, ya tiene las velas podridas. Muchos lancheros en el Lago de Nicaragua aseguran que los han visto, se topan en las aguas con el barco negro y sus mari-neros barbudos y andrajosos les gritan:

“¿Dónde queda Granada?” Pero el viento se los lleva y desaparecen en la lejanía, están malditos.

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Cuentos de Rivas

Chico Largo del Charco VerdeTomado de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada:

Muestra del Folklore Nicaragüense. Fondo de Promoción Cultural Banco de América. Series Ciencias Humanas No.9 - Managua,1978

La bella y misteriosa isla de Ometepe, guarda leyendas locales que aún viven en la imaginación popular. Entre ellas se destacan la de “Chico Largo” y la de “El Encanto de Charco Verde”, ambas están muy relacionadas por una continuidad mental y mágica, debido sobre todo a la to-pografía insular.

Este es el testimonio que ilustra una creencia según la cual la persona que hace un pacto con el diablo se cae muerta de repente, algunas veces desaparece del pueblo y nadie más la vuelve a ver. Según los ancianos del pueblo, mu-chos hombres sencillos hicieron pacto con Chico Largo y por eso se volvieron ricos de un día para otro.

La vida de uno que ha hecho pacto es limitada, es un con-trato definitivo y no se puede anular porque el diablo se encarga de velar por el cumplimiento.

Él se complace esperando el día que toca llegar a traer el alma comprometida. El contrato procura una vida de abundancia y goces sin límites durante un tiempo estipu-lado. El precio de todo esto es la entrega del alma. El dia-blo a veces camuflado bajo el famoso agente nicaragüense de la isla de Ometepe: Chico Largo, el que tramitó muchos pactos con el demonio.

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El Charco Verde es una ensenada chiquita que se abre en la hacienda Venecia, distante a unos dos kilómetros del pueblo llamado San José del Sur.

La leyenda cuenta que el “Viernes Santo” a mediodía apa-rece una mujer en el centro de la laguna Charco Verde, se le puede ver peinándose con un peine de oro. Se dice que aquí también es la entrada a un sitio encantado, aquel lu-gar en donde esta preciosa mujer aparece, que también vive en ese encantado mundo, en donde se dice se encuen-tran todas aquellas personas que han sido vendidas por el endemoniado Chico Largo.

Chico Largo convierte a la gente en ganado y que ese gana-do encantado se vende en algunas ocasiones al matadero público de Moyogalpa o Altagracia.

Muchas personas han oído el lamento del toro o la vaca, o el cerdo; igualito al quejido humano que ahora convertido en animal, pero que habría sido en otra vida un cristiano. Fue este otro individuo que había hecho pacto con Chi-co Largo. Por medio de ese pacto, vendió a cambio de su alma, por el gozo de riquezas por cierto tiempo en su vida.

Es un pacto post muerte, después de la cual ocurre, el in-dividuo es llevado por muchos demonios, a la ciudad per-dida en el Charco Verde.

Personas, decentes vecinos de esta isla paradisíaca dicen haber presenciado la muerte de alguien, de quien se decía estaba vendido a Chico largo, se cuentan que a media no-che aparecen jinetes en briosos caballos negros haciendo ladrar a todos los perros y cacarear a las gallinas, los caba-llos relinchan y el ganado se espanta. Luego se apagan y se encienden unas luces brillantes, las luces alumbran el cuerpo del muerto y los jinetes en medio de un estrépito

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infernal, recogen el cadáver. Cuando alguien se atreve a encender la luz porque ha cesado el ruido, se encuentran que el cadáver ha desaparecido y se dice que se lo llevó Chico Largo, porque ya se había cumplido su plazo, el pla-zo del pacto con el demonio.

También se dice que el individuo que ha pactado con Chi-co Largo recibe “siete negritos”, éstos están para ayudarle en sus momentos difíciles y le sacan de cualquier apuro. Pero siete años, sólo siete años puede tenerlos, luego debe pasárselos a otra persona, su pena es ser llevado al “Mun-do Encantado” en cuerpo y alma.

“El Encanto” de Charco VerdeHace ya más de sesenta años, un comerciante árabe, uno de esos que el pueblo mal llama “turcos”, hacía su ruta de comercio de tela entre Moyogalpa y Altagracia. En una oportunidad, yendo de San José del Sur a Altagracia, se encontró El turco con un camino desconocido, lo siguió por curiosidad y a cierta distancia divisó una gran ca-sa-hacienda, con mucha gente y poblada de un hato de ga-nado muy gordo. El turco, llamado Umanzor, saludó una y otra vez a los pobladores. Aquí las telas —decía—tengo blancas, azules y rojas. Y así persistía ofreciendo sus telas pero nadie le contestaba.

Y en vista de esa desatención, en un lugar no tan hospita-lario, al que ya se había acostumbrado en Ometepe, tomó sus maletas y se las echó al hombro en busca del camino hacia la salida, de pronto y sin que notara en qué momen-to, se encontró de nuevo en el camino que lo había traído al lugar, es decir, en el camino de Altagracia. Umanzor, “el turco vendedor”, había preguntado por la hacienda desco-nocida, nadie le supo dar referencias de ella.

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Gentes anteriores a nosotros, más antiguas que nosotros fueron vendidas en ese Encantodel Charco Verde y después se murieron. Muchas personas aseguran haber visto a los desaparecidos en El Encanto.

***

Bertilda Castro llegó un día asustadísima, ahogándose para contar su gran susto:

—Vieran que triste vengo, una cosa horrible me ha pasa-do, a mi comadre de los Ángeles le acaba de pasar una cosa espantosa.

Doña Bertilda, la prestamista de dinero, fue a cobrar sus intereses y estando en la casa del cliente llegó una señora gorda vecina diciendo:

—Comadre, buenas, vengo a que me preste a su chavalita para que me acompañe a hacer un mandado.

—Bueno, Comadre llevátela, —le dijo la comadre.

La chavalita que sólo tenía nueve se fue muy de madruga-da con la señora y como a las dos de la tarde regresó con una gran bolsa.

—Mamá, mamá —le decía la muchachita bien pálida—, aquí le manda su comadre este chicharrón. Vea, bastan-te le mandó. Aquí traigo esto mamá, pero no se lo coma, ¿sabe por qué? Porque esa señora me llevó a un lugar bien raro, allá frente a Venecia, cuando llegamos a una gran piedrota que hay por ahí me dijo que cerrara los ojos, yo le hice caso y cuando los abrí estábamos en un pueblo con pocas casas y ella, su comadre, ya había desaparecido del lugar. Yo me vi solita en un corredor en aquella casona con cuartos y más cuartos, habían un montón de cuarti-tos, todo alrededor y yo estaba muy afligida, no sabía que

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hacer. Me habían dejado solita y ahí una señora que yo no conozco, me llevó comida, pero yo estaba afligida que ni siquiera comí. —Si la chavala hubiera comido, la dejan ahí—. Y continuó con el relato de la chavalita:

—Yo dije, mejor no como hasta que llegue a mi casa, ahí estaba sentada viendo todo lo que pasaba y no comí y esta señora que no conozco me dijo regañándome: «¿Por qué no comiste?» «Porque no tengo hambre» le dije. En eso, yo miré, que sacaron de un cuarto a una señora blanca bien gorda, la metieron en otro cuarto. La Señora era tan gorda que no podía andar, yo estaba viendo eso con mu-cho miedo porque estaba muy afligida, de repente se escu-charon los horribles quejidos de un chancho, ahí oí gritar ¡reeeeep! ¡reeeeeep! un chancho aterrorizado, en donde metieron a la señora gorda. Ese chancho gritaba como que lo estaban degollando, esa era la mismísima señora la que estaban matando. Primero la convivieron en chancho y luego la mataron. Yo cuando vi salir a otra mujer que car-gaba unos tocinos los que trozaron delante de mí, tocinos de la señora que metieron ahí, la puerta del cuarto estaba en pampa, pero sólo estaban un montón de chicharrones ya no estaba ni el chancho ni nadie, esos chicharrones son de gente, no los coma mamá, no me dé a mí, —decía la chavalita llorando de miedo después de repetir varias ve-ces que la historia era verídica.

***

No hace muchos años, a don Juan Mendoza lo estaban velando en su rancho, aquí todo el mundo va y se reúne en el velorio del muerto.

De San José venía el indio Saballos, en el camino se en-contró con un hombre.

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—Hola hombre, ¿A dónde vas? —le preguntó Saballos.

—Pues, voy largo, pero ahora que pases por mi casa, antes de llegar al gran ceibón vas a ver una fiesta, están hornean-do rosquillas, preparando café, la fiesta es en la noche. Pero nos vemos yo voy por allá, largo, bien largo. Después de este cruce de palabras, cada cual continuo su camino.

Cuál no sería el susto del indio Saballos que al pasar fren-te a la casa de aquel hombre que se había tropezado en el camino, el que había visto hace poquito era el mismísimo que estaban velando, se bahía tropezado con el muerto. El hombre que con él acababa de hablar hacía poquito y la fiesta de la comedera era su propia vela y el muerto ya iba en su camino para el Charco Verde.

El indio cayó del susto con un gran calenturón y lo dejó mudo por más de una semana. Estaba como dundo.

Ese Chico Largo que vende el alma de los hombres, se le miraba por el manantial, dicen que ahí se hacen los con-tratos. La gente veía llegar a Chico Largo montado en un gran caballo negro, los trabajadores lo veían entrar por un portón y después se desaparecía.

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La LloronaTomado de “La Llorona” (fragmentos)

Milagros Palma: Senderos Míticos de Nicaragua.

La Llorona es una figura popular de esas tenebrosas his-torias que aterran el sueño de las comunidades campesi-nas. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Ese concierto lúgubre es el mismo que ha interrumpido el sueño de generaciones enteras en los pueblos diseminados en los misteriosos espacios vírgenes de nuestra América. En Nicaragua se oyen los lamentos de La Llorona transportados vertiginosamente por los ca-prichosos vientos que provienen de las cuatro esquinas del mundo. Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, segui-do del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto.

Siempre en búsqueda de conocer más y más sobre éste y otros personajes de la tradición oral de nuestro pueblo, nos embarcamos rumbo a la isla de Ometepe.

Doña Jesusita, se llamaba la anciana solitaria que viendo nuestro interés por conocer las historias del pueblo em-pezó a contarnos sobre el origen del llanto de la madre en pena.

«En aquellos tiempos de antigua, había una mujer que tenía una hijita de unos 13 años, ya sazoncita estaba la mujercita. Ella ayudaba a lavar la ropita de sus nueve hermanitos menores y acarreaba el agua para la casa. La mamá no se cansaba de repetir a la hija cada vez que la veía silenciosa moler el maíz o palmear la masa cuando el chisporroteo de la leña tronaba debajo del comal de barro:

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—Hija, nunca se mezcla la sangre de los esclavos con la sangre de los verdugos.

Ella le decía verdugos a los blancos porque la mujer era india. La hija, en la tarde salía a lavar al río y un día de tantos arrimó un blanco que se detuvo a beber en un poci-to y le dijo adiós al pasar. Los blancos nunca le hablaban a los indios, sólo para mandarlos a trabajar. Pero la cosa es que ella se encantó del blanco y los blancos se apro-vechaban siempre de las mujeres. Entonces bajo un gran palencón de ceibo que sirve para lavar ropa, allí por el río, se veían todos los días y ella se metió con él.

—Mañana, blanco, nos vemos a esta misma hora —le de-cía siempre.

Claro, el blanco llegaba y la indita salió pipona, pero la fa-milia no sabía que se había entregado al blanco. Dicen que ella se iba a verlo bajo el Guanacaste. Ya se iba el blanco, se iba para su tierra y entonces como ella estaba por criar, ella le lloraba para que se la llevara. Pero ¡dónde se la iba a llevar! la indita lloraba y lloraba, inconsolable, a moco tendido. Él se embarcó y a ella le dio un ataque, cayó pri-vada. Cuando ella se despertó al día siguiente, estaba un niño a su lado y en lugar de querer aquel muchachito, lo agarró y con rabia le dice:

—Mi madre me dijo que la sangre de los verdugos no debe mezclarse con la de los esclavos.

Entonces se fue al río y voló al muchachito y ¡pan! se oyó cuando cayó al agua. Al instante se oyó una voz que decía:

—¡Ay! Madre… ¡ay madre!… ¡ay madre!…

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La muchacha al oír esa voz se arrepintió de lo que había hecho y se metió al agua queriendo agarrar al muchachito pero entre más se metía siguiéndolo, más lo arrastraba la corriente y se lo llevaba lejos oyéndose siempre el mismo lamento: ¡ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!...

Cuando ya no pudo más se salió del río. El río se había llevado al chavalito, pero el llanto del niño que a veces oía lejos. Otras veces aparecía cerquita: ¡Ay madre!… ¡ay madre!… ¡ay madre!…

La muchacha afligida y trastornada con la voz, enloque-ció. Así anduvo dando gritos, por eso le encajaron La Llo-rona. Ahora las madres para contentar a los chavalitos que lloran por pura malacrianza, les dicen: “¡Ahí viene La Llorona!”

La mujer enloquecida se murió y su espíritu quedó erran-te por eso se le oyen los alaridos por las noches”. Por ahí se anda La Llorona, hasta la vez se le oye por todo el río”.

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Los siete negritosTomado de “Los siete negritos”, de Enrique Peña Hernández:

Folklore de Nicaragua. Editorial Unión, Masaya, 1968.

Era notorio en el pueblo que Filemón Suárez había su-frido un completo fracaso económico. En los últimos dos años, como aparente víctima de una maldición, había ve-nido dando traspiés en sus negocios y empresas; pues sus frecuentes fallas no parecían obedecer a contingencias de ordinaria ocurrencia, sino que los golpes desafortunados habían caído sobre él sucesiva e implacablemente, sin al-ternativas de pasajeras bonanzas, hasta liquidarlo total-mente.

¡Pobre Filemón! Todo lo había perdido: sus dos fincas de agricultura, su ganado, su hermosa casona en el pueblo, su bien surtida tienda de abarrotes, todo. Los acreedo-res, que no eran pocos, no habían tenido piedad de él; así como tampoco la había tenido Filemón con los deudores suyos, en sus tiempos de prosperidad. A la verdad que la gente no se condolía de la quiebra; más bien se alegraban; la consideraban como merecido castigo de la ambición y avaricia, de la malevolencia de aquel hombre.

Ahora Filemón era un cualquiera, pero sabía trabajar, de eso no cabía duda y estaba más o menos joven, pues frisa-ba en los cuarenta años; así que con inquebrantable reso-lución y firmeza decidió irse a buscar trabajo de jornalero a las haciendas del cerro.

Todo el mundo lo miró irse, con alforjas al hombro, de caites y con aire resuelto.

Las comadres comentaron:

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—¡Así terminan los malvados!

—¡Y peor que lo hemos de ver!

—¡Nadie se va de esta vida sin pagar sus pecados!

No había transcurrido una semana de la partida de Fi-lemón, cuando éste regresó; y por cierto, de muy distin-to talante de como se había ido. El pueblo todo se quedó pasmado de asombro, estupefacto, no querían dar crédito a sus ojos; creían estar alucinado; pero no, allí estaba File-món Suárez; ¡y había que verlo cómo regresaba!

Efectivamente, había que verlo. Caballero en un magnífi-co caballo tordillo, bien enjaezado, con un mantillón azul marino y riendas de cuero de excelente calidad, calzando espuelas plateadas, el que se suponía quebrado y fracasado se paseaba desafiante por las cuatro calles del pequeño po-blado, en todas direcciones, como un flamante cirquero, en plan de exhibición.

— ¿Se habrá sacado la lotería el gran bandido?

— ¿A quién habrá desvalijado?

— ¿Se habrá hallado alguna botija?

— ¿Le habrán dejado una buena herencia?

Estas y otras preguntas parecidas se hacían las gentes; pues no atinaban a encontrar la razón del repentino cam-bio de fortuna de su odiado coterráneo.

Pero volvió la calma a reinar en el ambiente; y el enigmá-tico Filemón volvió a recuperar sus propiedades rústicas, su vieja casa, su ganado; compró dos haciendas más, mon-tó una gran tienda de abarrotes mejor que la primera.

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El dinero le entraba a manos llenas. La suerte había cam-biado radicalmente para él; ahora le era enteramente favo-rable, todo le salía bien; si sembraba, obtenía óptimas co-sechas; si apostaba a los gallos o jugaba a los dados, ganaba inexorablemente; si comerciaba, ganaba y ganaba, ¡Oh! ¡Como se reía de su excelente fortuna! Indiscutiblemente que él era segura carta de triunfo en todas las empresas.

Ante el poderío adquirido por Filemón, no tuvo más que resignarse y no volver a murmurar; porque como decían los viejos, ese hombre había nacido parado; y además, él tenía y daba trabajo a todo el mundo. ¿Pero, de dónde ha-bría sacado tanta plata, si había quedado arruinado? ¿La habría tenido enterrada?

Serían ya como las siete de la noche, cuando Filemón re-gresaba de su hacienda de ganado situada en las faldas occidentales del cerro. El aire estaba fresco y la noche comenzaba a cubrir la tierra. Era por el veranillo de San Juan. La bestia que trotaba sosegada de pronto empezó a inquietarse. El amo, extrañado de la alteración nervio-sa del animal, le habló con suavidad, lo palmoteó en el pescuezo y le acarició las crines; pero el caballo, lejos de calmarse, continuaba en su excitación. Y cuando Filemón menos lo esperaba, dio el animal un formidable relincho y se paró violentamente asegurándose sobre las patas tra-seras; que sí no hubiese sido por la destreza del montado, habría dado con su humanidad en el suelo. No queriendo exponerse más, se apeó de la bestia; y no bien lo había hecho, cuando ésta dio media vuelta y salió a todo galope por el camino que traían.

Ya sólo Filemón en el camino, tuvo miedo. Una idea punzante le taladraba las sienes. ¿Será posible? —Se de-cía— No, no puede ser —se contestaba en voz baja. Pero

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el miedo, como viento helado, le corría por la espalda y le estaba corroyendo el corazón. Y sin darse cuenta, abrió los brazos en actitud implorante y gritó a pleno pulmón: ¡No puede ser! ¡No puede ser!

—Sí, puede ser y tiene que ser —le contestó una voz desa-gradable y fuerte que salió de las sombras. Y acto seguido el dueño de la voz se le plantó enfrente.

Cuando Filemón lo reconoció, se le tiró al suelo como ha-ría el siervo más desgraciado y se puso a besarle los pies.

—De nada te sirven todas esas humillaciones —lo apartó agresivamente el otro. Y con timbre mandón, le ordenó:

—Levántate. Por estar disfrutando de la felicidad que te ha proporcionado el dinero, te has olvidado del transcur-so del tiempo y del pacto que suscribiste con tu propia sangre. Levántate infeliz.

Obedeció Filemón como verdadero autómata. Había su-frido en un instante una notable transformación; estaba convertido en un anciano tembloroso y encorvado. ¡Po-bre Filemón! Ahora sí que era digno de compasión. Había caído en las redes del mismísimo diablo y no habrá mane-ra de cómo escaparse.

¡Qué de angustias y penas lo atormentaban! ¡Cómo estaba de arrepentido, pero de nada le servía!

Ahora lo recordaba todo como en una cinta cinematográ-fica, pasaban por su mente los recuerdos de los abomina-bles sucesos de aquella tarde calurosa de Julio, hacía siete años. Sí, todo se le presentaba con meridiana claridad.

Cuando salió del pueblo en busca de trabajo, lo había al-canzado un hombre con apariencia de jornalero, descalzo,

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con su machetillo debajo del brazo y con el rostro medio tapado por un sombrero alado. Bien lo recordaba.

El individuo en cuestión le había metido plática, sobre la carestía de la vida, la pobreza, las calamidades, etc. y él, Filemón, entrando en confianza, le había contado su reciente fracaso y el rudo golpe sufrido.

— ¿Y ahora qué piensas hacer? —le había preguntado el hombre.

—Pues buscar trabajo, para pasar la vida; pero quién sabe si me podré acomodar acostumbrado como estaba a tener mucho dinero.

No bien había acabado Filemón de pronunciar la palabra dinero, cuando el compañero dio un gran salto y fue a caer sentado en una piedra grande que estaba a la vera del ca-mino.

Se quitó el sombrero saludó y ensayando su mejor sonrisa y llamó a Filemón, y éste, insensiblemente, se fue acer-cando y acercando, hasta quedar bien cerca de aquél.

—Acércate, no temas —le dijo a Filemón.

— ¿No es dinero lo que quieres? —agregó interrogante.

—Lo tendrás —continuó, con la voz más melosa del mun-do—. ¿Qué, nada contestas? —Prosiguió malhumora-do—, ¡Oh no, bien veo que eres un cobarde, un hombre y pusilánime, por eso fracasaste y fracasarás siempre. ¡Bas-ta, contigo nada se puede!

Y acto seguido hizo ademán de levantarse e irse. Entonces Filemón, al ver que su amigo se le iba, lo detuvo dicién-dole:

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—¡No, espere! Perdone. Explíqueme, no le comprendo.

—¡Ah, eso es otra cosa! Ya le explicaré.

Y acomodándose bien en la piedra que le servía de asien-to, el desconocido habló así:

«Yo soy un ser poderoso, poderosísimo. Yo soy el amo del mundo y sus riquezas. Yo doy las riquezas y el poder a quienes lo desean y están dispuestos a aceptar mis condi-ciones, que no son muchas.»

«Si tú quieres hacerte rico, tener poder y que todos te te-man y respeten, consíguete siete gatos negros y una lata grande y te vas mañana a la cumbre del cerro, en donde te esperaré a las tres de la tarde. Llevas también un cántaro de agua, un manojo de leña bien seca y fósforos.»

Y diciendo las últimas palabras, desapareció. Filemón se quedó atónito. Pero desgraciado como andaba y sin qué comer, tomó la inquebrantable resolución de acatar el consejo del misterioso desconocido. Y así, se dio a la tarea de conseguir los gatos y demás materiales. Empeñó o mal-vendió sus alforjas, su poca ropa que le quedaba y aun los caites; y a la hora convenida ya había subido a la cumbre del cerro, por tercera y última vez, pues tuvo que hacer tres viajes de acarreo; y se dispuso a esperar a su amigo.

No tardó en aparecer. Y tomando éste la palabra, con voz grave y pausada le ordenó:

—Prepara una fogata, echa el agua en la lata y espera que hierva. Cuando esté en ebullición, echa los siete gatos en el agua y tapas la lata con esta tabla.

Y le dio una tabla burda. Filemón obedeció al pie de la letra, cuando el agua comenzó a hervir metió los gatos y tapó el recipiente.

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Mauricio Valdez Rivas

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No había acabado de hacerlo, cuando los gatos se pusie-ron a dar aullidos terribles, horrorosos, despavoridos, es-calofriantes, que tronaban como si fueran mil tormentas juntas.

Luego se empezaron a oír chirridos de cadenas y gritos, grandes “ayes” y lamentos como de personas torturadas. La atmósfera se puso densa, saturada de humo azufrado y mal oliente, y por momentos se perdió la visibilidad de los objetos.

Filemón estaba aterrado, desesperado y pensó en huir y abandonarlo todo. Ya iba a poner en ejecución su pensa-miento, cuando una altisonante carcajada lo detuvo, y lo dejó como petrificado. Cesaron los aullidos, chirridos y lamentos, se disipó la humareda y todo volvió a la nor-malidad, como antes había estado. Se volvió del lado de donde provenía la carcajada y vio lo que nunca sus ojos habían visto ni habrían querido ver: ¡El diablo! ¡El dia-blo en su espeluznante figura! Allí estaba: con sus ojos llameantes y pavorosos, su cuerpo peludo, sus cuernos, su cola, sus uñas, su aliento azufrado y humeante.

Filemón creía estar soñando, ser presa de alguna pesa-dilla. ¡Horror, horror...! Allí estaba El Malo, tal cual era, como le habían contado que era.

—Bueno —le dijo el diablo—. ¡Manos a la obra! Destapa esa lata y saca lo que hay dentro.

Hizo Filemón lo que le mandaron y sacó siete hombre-citos negros, bien formados pero chiquitos, como de dos pulgadas de estatura.

—¡Échalos en tu cajita de fósforos y llévalos siempre con-tigo que ellos te darán todo lo que quieras, pero durante

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siete años solamente, a contar de hoy. Son los Siete Negri-tos parte de mí, algo así como hijos míos.

Filemón acató las instrucciones y se guardó la cajita con su preciosa adquisición.

—Ahora —agregó el diablo— vas a firmar el contrato.

Y desenrollando un documento que llevaba preparado, le pinchó una vena del brazo derecho al pobre hombre, hu-medeció en la sangre de éste una pluma de zopilote y lo hizo firmar. Todo aquello se realizó en un abrir y cerrar de ojos.

—Bueno, ya está —prosiguió el diablo—. Toma esta bolsa con dinero para que comiences a trabajar; que todo lo de-más te llegará por añadidura.

Y desapareció.

Ahora Filemón recordaba todo aquello. Efectivamente, no se había dado cuenta del transcurso del tiempo. Ya iban a vencer los siete años.

—Te faltan sólo siete días —le dijo el diablo—. Te lo vengo a recordar para que estés preparado. Eres mío en cuerpo y alma. Yo te he cumplido mi palabra, todo has tenido; aho-ra a ti te toca cumplir. No trates de evadirte; que donde quiera que estés, allí te encontraré y de allí te llevaré para mis dominios. Y desapareció.

Filemón se fue a sentar bajo un árbol, y recostó la cabeza en el tronco, bien cansado y sudoroso, como que había realizado una pesada labor; y se quedó dormido.

Cuando despertó, se halló acostado en una tijera en su ha-cienda de ganado, estaba prendido en calentura. Trinidad, su hermano de leche, hijo de la Nacha, su nodriza, cuan-

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do vio llegar el caballo de regreso a la finca, se alarmó en extremo; se imaginó que a Filemón lo habían asaltado y matado en el camino y se fue a buscarlo en compañía de unos mozos. Lo reconocieron por el traje y el sombrero; alquilaron una carreta en una huerta vecina y se lo lleva-ron a la hacienda.

—Dame agua, Trinidad, que me estoy quemando —fue lo primero que habló.

Le pasó el agua; y aquél se la bebió con avidez.

—Cierra esa puerta bien —le dijo a su hermano de le-che—, afiánzala con el aldabón y la tranca.

Trinidad hizo como se le mandaba.

—Ahora, acércate —prosiguió el enfermo—; aquí... aquí, siéntate en la tijera, quiero revelarte mi gran secreto, que sólo tú lo oigas.

Se acercó Trinidad y con gran perplejidad y estupefacción oyó el relate fiel que le hizo el calenturiento, de su pacto con el diablo. Cuando hubo terminado, Trinidad se apeó de la tijera y se hincó al pie, exclamando:

—¡Oh, no! ¡No puede ser, no puede ser, Filemón!

—Así decía yo ayer, pero la realidad es otra. Estoy conde-nado, hermano; condenado por mi ambición, por mi in-saciable sed de dinero. Yo hubiera trabajado como el más humilde mozo y me hubiera ganado la vida honradamen-te, pero ahora ya no tengo salvación; ya no tengo.

Y rompió en amargos sollozos. Trinidad lo acompañaba en su dolor, llorando inconsolablemente.

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—Bien —dijo Filemón, reponiéndose—. ¡Valor! Llama a un notario ahora mismo. Voy a testar distribuyendo todos mis bienes entre los pobres. Tú serás el albacea. A tí no te dejaré ninguno de esos bienes, porque conoces el secreto. Toma mi anillo, que es lo único legítimo y bueno que po-seo, recuerdo de mi santa madre.

Trinidad tomó el anillo y fue a traer al cartulario. Una hora después, todo había quedado arreglado.

—Despide a los mozos, Trinidad; dales permiso y sueldo adelantado. No des en qué sospechar nada. Déjame solo, enteramente solo. Tranca bien las puertas y ventanas; ponles candado por fuera y vete. Vete; y no regreses hasta el cabo de seis días justos. Trinidad se fue.

Filemón quedó como quería quedar en la más absoluta soledad. En una pequeña alacena había aprovisionado sus escasos alimentos: tortillas frías, queso, pinol y agua.

A medida que se acercaba el día señalado en el maldito pacto, la serenidad y presencia de ánimo lo abandonaban. Ya no comía; a duras penas calmaba su sed. Los ojos los tenía desorbitados, el pelo se le había vuelto casi blanco, y era presa de grandes crisis nerviosas, semejantes al delí-rium trémens. Reía, gritaba, pataleaba, bailaba, cantaba, lloraba; pasando de un estado a otro, con gran rapidez.

Estaba loco, loco de remate. Como a las once de la noche del día indicado, un caballero de negro, montado en un caballo negro de buena estampa, llegó a la casa de la ha-cienda, dio tres golpes fuertes en la puerta principal.

Cuando Filemó los oyó, comenzó a reírse a grandes carca-jadas y entrando en lucidez, se acordó de un revólver que tenía en su cofre y sacándolo se puso a disparar hacia el lu-

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gar de donde provenían los golpes, que se habían reanuda-do con mayor fuerza. De pronto la puerta se desprendió, entró el de negro y abalanzándose sobre Filemón, lo apre-tó violentamente en el cuello hasta estrangularlo. Luego lo tomó de los cabellos y lo arrastró hasta el patio; lo ató de los mismos cabellos a la cola de la bestia y se lo llevó.

El velorio y el entierro estuvieron muy concurridos. La gente decía que a Filemón se le había ablandado el cora-zón y había renunciado a sus bienes en favor de los pobres.

—¡Pero cuánto pesaba! —dijo uno.

—Sí, a mi me dejó chollado el lomo —comentó otro.

—Y yo he quedado con dolor en la nuca —agregó un ter-cero—. Pero no nos fue mal, porque el albacea fue muy generoso.

Trinidad oía y lloraba en silencio, conociendo como co-nocía el otro gran secreto: que en el ataúd solamente iban piedras.

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La novia de TolaOcurre por 1870 la pareja de enamorados Salvador Cruz, un jovenazo simpático, rico, parrandero y mujeriego le pro-pone matrimonio a Hilaria Ruiz una jovencita muy bonita, dulce e inocente.

Al parecer ellos estaban locamente enamorados, o por lo menos eso aparentaban.

De Salvador, sin embargo se sabe, que parecía ya cansado de tanto mujerear y en sus casi treinta primaveras conquista a Hilaria, muy ingenua quien estaba advertida por todos sus amigos y familiares de no casarse con semejante bandido.

Todo el pueblo murmuraba de que este era el mismo hom-bre que visitaba a Juana Gazo, una vecina de por el lado del Río de Tola.

Un pariente de Hilaria en Belén, en donde estaba ubicada la parroquia mas cercana, ofrece su casona para la fiesta de la boda y ese día muy de madrugada se prendieron todos los candiles de la casa y el olor a cafecito madrugador reunía la parentela a cargo de realizar los preparativos. El silencio de la noche se interrumpió y se escuchaban las primeros cruji-dos de leña prendida en aquel fogón de piedra, nacatamales y chicha aguardaban a los invitados a la gran boda.

Rosa, prima de Hilaria llamaba a los chavalos para que la ayudaran en la correteada de las gallinas, chompipes y chanchos.

Como un espanto en las tinieblas de aquella madrugada se escuchaban los alaridos de aquella chancha bien gorda en terror ante su eventual sacrificio.

Más tarde llegaron los chicheros con sus guitarrones y sus grandes panas de aluminio que usaban para hacer el ¡pom, pom! del bajo, todo estaba preparado.

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Y en todo el pueblo la bulla y alegría del acontecimiento que ya era la novedad.

La mamita Juana compartía con la parentela historias de antiguos casamientos, las historias felices de las bodas fa-mosas de aquella parroquia en Belén.

Mientras Rosa correteaba a sus seis chavalos entre sus otros primos y parientes, estos corrían de arriba para abajo en la casona. Los detalles habidos y por haber, de la boda estaban todos listos.

Salvador Cruz, por otro lado, había pasado la noche en Tola, y como a las once del día se dirige hacia Belén, pero en el camino se da un resbalón por el estanco del Río de Tola, en donde vivía su famosa Juana Gazo.

Juana sabía que todo estaba terminado con su amante y pre-tendiendo aceptar la realidad del matrimonio ofrece que para despedirse brinden por el futuro de la pareja.

Salvador parrandero no muy corto y perezoso le entra al guarón y se emborracha en los brazos de Juana una vez más.

Mientras en Belén en el altar de la iglesia Hilaria lloraba profundamente en desconsuelo.

La familia, sus invitados y el pueblo presenciaba con tre-menda tristeza esta tragedia al final.

Desde entonces nació la leyenda de la novia de Tola, que sacó del anonimato a este municipio y dio a nuestro len-guaje un dicho que ahora se utiliza mucho cuando alguien se queda esperando a otra persona y ésta no da señales de vida, por lo que bien le cae aquello de “te dejaron esperando como la novia de Tola.

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Cuentos del Caribe

La mujer pescado Es habitual escuchar a algunos pobladores de las riberas del río Escondido la historia de la Mujer Pescado, que por las noches sale a bañarse. Los que la han visto cuentan que es una mujer con cola de pescado y de rostro muy be-llo. Otros dicen que cuando la mujer sale del agua, solo lo hace frente a aquellos que la deseen por su belleza, enton-ces ella se muestra radiante y desaparece entre el bosque.

La historia que cuenta asegura que muchos han sido em-brujados por la belleza de la mujer pescado y que han des-aparecido junto con ella.

Las cadenas del diablo Cuentan los rameños (habitantes de El Rama) que ya hace mucho tiempo vivía un hombre que le gustaba la hechice-ría y practicaba oraciones de encantamientos y todas esas cosa de brujos, hasta que un día desapareció y la gente lo buscó por todas partes, cuando lo encontraron estaba amarrado con bejucos metido en unos matorrales en un cerro no muy lejos de donde él vivía.

El hombre dijo que el mismo diablo lo había amarrado con cadenas y dejado ahí, pero nadie le creyó, pues lo que veían eran solo bejucos a su alrededor y creían que de se-guro fueron algunos bandidos los que le habían hecho la maldad, pero por si acaso y a petición del afectado los po-bladores lo llevaron donde el cura para echarle agua ben-dita y se limpiara de todo el mal que pudiera cargar.

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Cuentos y Mitos de Nicaragua

La sorpresa de todos fue días después cuando el infortu-nado joven apareció muerto en su casa sin que nadie su-piera la causa de su deceso.

Nuevamente las personas de buen corazón lo llevaron donde el cura, esta vez para darle cristiana sepultura y orara por el que decían que se lo había llevado el diablo, creían que el maligno había regresado para terminar lo que había empezado.

También dicen algunos testigos, que en el lugar donde habían encontrado amarrado al joven, se pueden notar medio enterradas muchas cadenas llenas de sarro ya en-vejecidas por el tiempo y que nadie se atreve a tocarlas y muchos optan ni tan siquiera pasar por ahí.

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GLOSARIOA tuto: A cuesta. Cargar a aguien o algo en los hombros o espada.Apues: Entonces.Cepa: Planta de plátano o cualquiera de la familia de las musáceas.Con los huevos a tuto: Armarse de valor, ser valiente.Coyundas: Correas de la albarda.Chavalito: Niño pequeño.Chavalo-a: Niño-a, adolescente, joven.Chollado: Raspado. Herido superficialmente en la piel por raspaduras.Chonco: Mocho. Nombre de un cerro por carecer de su punta.Chonetes pelados: Ojos bien abiertos con expresión de susto o asombro.Delírium trémens: Delirio caracterizado por una gran agitación y alucinacio-nes, que sufren los alcohólicos crónicos.Despalar: Cortar los árboles. Para los nicaragüenses palo es sinónimo de árbol.Encaitadas: Que tienen caites.Garrobo: Reptil parecido a la iguana pero de color oscuro. Se encuentra desde México hasta Panamá.Garrobones: Garrobos grandes. Güela: Abuela.Güesos: Huesos.Jambeco: Dundo. Atontado.Jocote: Del náhuatl xocotl, fruta. Árbol y fruto (Spondias purpurea) de la fami-lia de las Anacardiáceas.Jocoteada: Es una interjección que se utiliza para expresar disgusto o contra-riedad. En este caso es un decir cariñoso.La Quirina: La Muerte. Esqueleto humano encapuchado con una guadaña.Lempo: Pálido, blanco o ausencia de color. A lo contrario de lo que dice el dic-cionario de la RAE: adj. C. Rica Dicho de una persona: De color moreno.Maquita: Hamaquita. Hamaca pequeña.Mecidones: Mecerse con fuerza.Nacatamal: (Del náhuatl nacatl, carne, y tamalli, tamal). Tamal con carne de cerdo (a veces de pollo) y otros ingredientes, para su cocción es envuelto y amarrado en hojas de plátano. Es una comida típica nicaragüense.Palencón: Árbol grande.Perrote: Perro de gran tamaño.Pior: Peor.Pirrimplina: Pequeña de estatura.Poraí: Por ahí.Punche: Cangrejo rojo de manglar. Tamarindón: Árbol de tamarindo frondoso y grande.Triquitracas: Triquitraque.

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Cuentos y Mitos de Nicaragua

SIGNIFICADO DE ALGUNOS LUGARES DE NICARAGUA

BOACO Nombre del sumo y del azteca formado por dos palabras o raíces Boa o Boaj: “encantadores” y la terminación “O”: lugar o pueblo: “Pueblo o lugar de encantadores”.CHINANDEGA Nombre náhuatl que tiene varias interpretaciones, una de ellas es Chinamitl-tacalt: “Lugar cercado por cañas”. Otra es Chinamitl: cerco de ca-ñas, Calli: casa, tecatl: gentilicio. “Pueblo cuyas casas son de tejidos de cañas”.CHONTALES Los chontales, en idioma náhuatl chontalli significa “extranjeros o bárbaros.”DIRIÁ Lengua Nague, significa: “Colina o Altura”, por la ubicación geográfica de sus primitivos pobladores que se ubicaron en las inmediaciones de La Laguna de Apoyo.DIRIAMBA Lengua Chorotegana, de las voces Diri: Cerros y Mba: Grande: “grandes cerros o colinas”. DIRIOMO Fue poblado por las tribus Caribies o Quiribies, llamados posterior-mente Chontales o Chorotegas, cuya voz en náhuatl significa extranjeros. De ahí proviene Diriangén, cacique de la región de La Manquesa (Diriamba, Di-riomo, Diriá, Niquinohomo y Catarina). El término Dirianes, no corresponde al nombre de la tribu, sino al de la región de su asiento, pues significa: “poblado-res o vecinos de las colinas o alturas”.ESTELÍ Del náhuatl ilzetl: obsidiana (Piedra Negra) y de la forma misumalpa li: río, agua: “Río de obsidiana o Río de piedra negra”; otra traducción es del ná-huatl ix: ojo, rostro, frente, telli: plano, valle, campo: “Ojo sobre el valle” o “Lo que tienes frente al ojo” también se ha traducido esta expresión como “Lo que viene del ojo (de agua) y se extiende sobre el valle”. Según Alejandro Dávila Bolaños, (lingüista e historiador), Estelí proviene de un vocablo bilingüe. Eztlili, que se traduce del Náhuatl como eztli ‘sangre’ y del vocablo matagalpa como li “agua, río” o “Río de sangre”.GUASAULE Río de las tierras de plata. Sumo: was: río; sau: tierra; lata: plata.JALAPA Legua Chorotega “Lugar del Arenal”, nombre que se relaciona con el hecho que en tiempos antiguos Jalapa fue un gran lago.JINOTEGA Icno-triste, tecatl-gentilicio. Gente triste.JINOTEPE Xima-cortar, trasquilar, rasurar, y tepetl-cerro. Cerro pelón.JUIGALPA Xuctli-caracolitos negros, calli-casa, pan-lugar. En el criadero de ca-racolitos negros.MASAYA Etimológicamente “Masaya”, antiguamente “Mazātlān” deriva del idioma de los nahuas (una variante del náhuatl o pipil) y proviene de la palabra mazātl que significa “venado” y la partícula -tlān que denota “sitio o lugar”. Es decir, “lugar de venados”.

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MOYOGALPA Nombre de origen náhuatl: “lugar de mosquitos”.NICOYA Nombre Azteca: neck, guerrero, otli, camino, yan acción verbal; es decir, camino de los guerreros. (Península que formó parte del territorio nica-ragüense).NINDIRÍ Palabra chorotega o mangue que significa “Altura de la Cochinilla”, el municipio de Ticuantepe. Los pobladores de estas tierras eran de las tribus de los dirianes, que significa “Hombre de las Alturas de las Montañas”, descen-dientes de los chorotegas o mangues.OCOTAL Voz azteca: ocotl, ocote; tlalli, tierra; lugar abundante en ocotes (Pi-nus teocotl). (Ciudad al noroeste del país, cabecera departamental de Nueva Segovia).OMETEPE En náhuatl, Ōmetepētl: “dos montañas” o “dos cerros”. Isla ubicada en el lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua en el departamento de Rivas.PALACAGÜINA Nombre chorotega: “Pueblo de las faldas del cerro”, de las voces Nahuatlacas Pal: “Ladera o falda”, Apan adverbio de “Lugar” y Güina: “Pueblo o gente”. Es un municipio que pertenece al departamento de Madriz, a 25 Km al sureste de la cabecera departamental de Somoto.POSOLTEGA Del náhuatl Posoli-tecatl: “vecinos de la fuente espumosa”, “ve-cinos del borbollón”, o “poblado cerca de la tierra que arde”. Posoltega tenía otro pueblo indígena como vecino, era Posolteguilla.QUILALÍ Nombre que tiene su origen de Quilaztli: “La germinadora”, una dei-dad asociada a la agricultura.SOMOTO Su nombre original era: Tecpecxomotli: “Valle de los Gansos”. En la época colonial al ser erigida ciudad, se la nombró con el título de Santiago de Los Caballeros de Somoto Grande. Ciudad ubicada al norte de Nicaragua, cabecera del departamento de Madriz.SUTIABA “Tierra de hombres grandes”. El asentamiento aborigen de Sutiaba, fue la célula generadora de la formación de la actual ciudad de León.TOLA Nombre de origen idiomático antiguo que significa “Tierra del Tule”, (tie-rras de los toltecas o tolteca), más propiamente “el pueblo de tula ó tulán” de los antiguos aborígenes de ancestro mexicanos. En idioma asiático, sánscrito “Tierra sagrada o tierra incomparable”. Fue la primera población de Nicaragua atacada por William Walker y sus filibusteros.