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www.ciudadccs.info VIERNES 2 DE JULIO DE 2021 * Si hubiera tenido un Moulinex, Madame Bovary se habría salvado * En el suelo o a mil años luz * El bandido N°60 Laura Antillano Iliana Gómez Berbesí I liana Gómez Berbesí (Caracas, 1951-2021), escritora venezolana que tuvo entre sus oficios el ser profesora de idiomas, guio- nista de telenovelas y publicista. En com- binación con la escritura de cuentos y novelas, también nos hizo el honor de parti- cipar en uno de los encuentros de La letra Vo- ladora, en Carabobo, dictando un taller sobre narrativa de ciencia-ficción, con la certeza de su conocimiento sobre la materia. Su escritura literaria refleja siempre el tono interior de un cuestionamiento expreso a las coordenadas de la realidad, desde persona- jes que batallan sin descanso en la búsqueda posible de una adaptación al día a día, en la procura de una paz imposible. Su lectura del mundo nos resulta en buena medida una mirada femenina, y sus protago- nistas generalmente lo son. Sin embargo, un particular sentido del humor marca el tono li- terario de estas identidades, presentes en sus tramas, y un hilo que recomienza como si sus protagonistas, habiendo vivido situaciones extremas casi al filo de la irrealidad, tuvieran siempre una hebra de esperanza que les lleva- ra a recomenzar sus tramas cotidianas. De ese modo la autora desarrolló una obra original, interesante, densa en buena medida, dentro del ámbito de nuestra narrativa vene- zolana y la del mundo. Lamentando su ausencia repentina e inespe- rada, hemos querido dedicarle este número del suplemento literario Cuentos para leer en la casa, como un gesto de reconocimiento a su narrativa, a la búsqueda de nuevos lectores, y con el deseo infinito de que reediciones de su obra literaria de su obra literaria sean pro- puestas para la lectura de todos. I

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w w w . c i u d a d c c s . i n f o

VIERNES 2 DE JULIO DE 2021

* Si hubiera tenido un Moulinex, Madame Bovary se habría salvado

* En el suelo o a mil años luz* El bandido

N°60

Laura Antillano

Iliana Gómez Berbesí

Iliana Gómez Berbesí (Caracas, 1951-2021), escritora venezolana que tuvo entre sus oficios el ser profesora de idiomas, guio-nista de telenovelas y publicista. En com-binación con la escritura de cuentos y

novelas, también nos hizo el honor de parti-cipar en uno de los encuentros de La letra Vo-ladora, en Carabobo, dictando un taller sobre narrativa de ciencia-ficción, con la certeza de su conocimiento sobre la materia.Su escritura literaria refleja siempre el tono interior de un cuestionamiento expreso a las coordenadas de la realidad, desde persona-jes que batallan sin descanso en la búsqueda posible de una adaptación al día a día, en la procura de una paz imposible. Su lectura del mundo nos resulta en buena medida una mirada femenina, y sus protago-nistas generalmente lo son. Sin embargo, un particular sentido del humor marca el tono li-terario de estas identidades, presentes en sus tramas, y un hilo que recomienza como si sus protagonistas, habiendo vivido situaciones extremas casi al filo de la irrealidad, tuvieran siempre una hebra de esperanza que les lleva-ra a recomenzar sus tramas cotidianas.De ese modo la autora desarrolló una obra original, interesante, densa en buena medida, dentro del ámbito de nuestra narrativa vene-zolana y la del mundo.Lamentando su ausencia repentina e inespe-rada, hemos querido dedicarle este número del suplemento literario Cuentos para leer en la casa, como un gesto de reconocimiento a su narrativa, a la búsqueda de nuevos lectores, y con el deseo infinito de que reediciones de su obra literaria de su obra literaria sean pro-puestas para la lectura de todos.

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2|Cuentos para leer en la casa VIERNES 2 DE JULIO DE 2021 VIERNES 2 DE JULIO DE 2021 Cuentos para leer en la casa|3w w w . c i u d a d c c s . i n f o

me atravesó, tenía que haber dado la curva más despacio, coño, eso te pasa por tomarte la pastilla a última hora, me dio un yeyo, yo no lo maté, te lo juro, hablas más que una lora, cállate. Cállate tú, que estoy hablando, pingüino.El dolor, ay. Ahora sí. Me están sonando las vérte-bras. Pártete, galleta. Acordeón. El dolor templa, se esconde bajo la teta. Tranquila…No es nada. La vida será la vida, a pesar de todo alguien se mo-verá, alguien irá a otra galaxia, alguien terminará con esa paja del nacionalismo y la gloriosa histo-ria. Alguien habrá que deje de comer mierda…Felizmente, ha vuelto a casa. Se deja derrumbar en el sofá, justo a tiempo. Estrellitas de colores le queman las pupilas. Sus ojos encuadran otras imá-genes sucesivas, que se entrelazan y yuxtaponen formando múltiples mandalas. Niños, rostros, ca-bellos, brazos, bocas, gritos, vestidos, caramelos y pitos. Al cabo de un rato, se descubre riendo. Por eso, cuando sus quebradizas uñas se topan con la tarjeta del salón de belleza Germaine no se in-quieta en lo más mínimo por pensar en el dinero que ha quedado debiendo.“Traducido en dólares, no es nada. Pensándolo bien, es hora de que me haga unas mechitas ver-des y me pongan gelatina. Tengo ganas de oírle los cuentos a Antoine. Que si la señora de peren-cejo, que si el coctel de los tal y cual, que si el traje de la miss parecía champupú. Veamos carita de mona, a ver si cambia la cosa”.Al menos, por los momentos, ha pasado por alto el hecho de que, según los médicos, está condena-da a morir.

Una tarjeta en el fondo de su carriel le informó que le debía dinero a su peluquera (no debo llamarla así que se ofende, es mejor estilista…), y que estaba necesitando

con urgencia un cariñito para sus raí-ces desteñidas. Otras tarjetas simila-res a las que suelen repartir los visita-dores médicos, los agentes de seguros y los fabricantes de envases plásticos, salieron indecorosamente de su pe-queño bombo de la buena suerte. Algo muy pesado en la boca del estómago le indicaba no sentirse bien ni del cuer-po ni del alma.Un día gris. Es lo malo de los calman-tes. Cuando viene el dolor de verdad, te parece que has pasado la frontera, se supone que debemos pegar gri-tos, contraernos, volvernos mierdita-caquita, aullar como perro callejero. Pero no, en lugar de eso, te parece que flotas en una piscina jacuzzi y las columnas son blancas y lindas, el Pa-raíso. Estoy más feliz que la momia envuelta en suaves toallas, viendo la tele-narcótico, y me pueden clavar una daga que ni cuenta me doy. Debo tener una punzada fastidiosa porque aún estoy de medio lado, o aún estoy de medio lado porque tengo una pun-zada. Pero de dolor: nanay. Levanto el brazo a 35 r.p.m., soy la Venus de Milo cabezona. Mi brazo de polietileno lo guardé en el clóset. En la próxima ope-ración me convertiré en amazona, la mujer despechada… ¿se dirá así?Llevaba días inmersa en historias de Cosmopolitan o cómo pasar el tiempo: “Cómo llegar a ejecutiva en tres pasos, cómo preparar comidas afrodisiacas después del partido de fútbol, sea feliz como la mujer de su jefe, dígale no a los taca-ños y cuidado con los árabes; el curso de miga-jón, terapia intensiva con collares y pelotas de ping-pong, masajes con parafina”.Y mientras tanto esperaba fumando, iba al labo-ratorio y veía la tarjeta equivocado-equivocado, sin trazas, negativo-negativo.El virus, querida, se combate a fuerza de repo-so. A esos bichitos los encoleriza la inactividad y la indiferencia de una. Lo malo es que duelen los riñones de estar horizontal. Pero descuida, yo tengo unos vitamínicos impresionantes. Y con estas hierbitas no tendrás necesidad del es-calpelo. Lo que necesitas es mucha distracción, cambiar de ambiente.Exactamente, cada siete años y para rejuvene-

U

cer un poco, se olvidaba del Segundo Debut. Buscaba otro apartamento, se teñía el pelo, se metía en un gimnasio, se teñía el pelo, adquiría un perro, tapizaba los muebles y cambiaba sus lentes de contacto.Siempre inventaba la manera de dejar a sus amigos atónitos, cariacontecidos:—¿Por qué pintaste ese comedor de amarillo? No sabía que te gustaba la repostería. Sin duda, te estás haciendo vieja. Antes no pedías permi-so para nada. Ese pelo no te queda. Estás chi-flada.Al principio, disfrutaba de los resultados. Cono-cía caras nuevas, las viejas le hablaban distin-to…Como un juego.Hasta cierto límite. Ahora, la repostería o el

bonsái le tenían sin cuidado. No le hallaba la gracia a tener la casa empapelada con Bazar Bo-lívar. Se sabía de memoria cada uno de los arte-factos Moulinex que un día de lluvia había deci-

dido comprar para librarse del fastidio de rallar, moler, picar y desmenuzar los alimentos. La fatal costumbre la obstinó y un buen día, guardó todos los implementos un-dos-tres y vol-vió a emplear los cuchillos.Entonces surgió la fiebre de grabar música. Desde rock pe-sado hasta Carmina Burana, pasando por Canelita, Klaus Nomi y Supertramp, no hubo intérprete célebre que se le es-capara, ni director, ni arreglo orquestal del que no tuviera una versión. Igualmente se volvió adicta a las minitecas y a las rockolas. Cocinaba, cosía, iba al baño y dormía con audí-fonos. Semejante afición con-cluyó el día en que encontró sus cornetas quemadas. “Toda la magia radica en el silencio. No hay sonido que lo iguale”.Aturdida por su fiel Cafenol, salió a aspirar el aire infesta-do de polivinil, empanadas de cazón y pantalones Lee que fluctuaban por la calle. El agua empozada en la esquina amenazaba con nuevos caldos de cultivo. Desprovista de los mosaicos de su infancia, le provocó recordar a su ángel de la guarda: “Ángel de la guarda / dulce compañía / no me des-ampares / ni de noche ni de día”.

“Ahora que mi vida se ha vuelto un lago de corti-sona, me fallan las fuerzas. Estoy harta de todo. De ir de la Ceca a la Meca, buscando sin saber qué. Nada. Las pastillas me devoran. Me pro-meten la panacea y sigo peor. Por más que me pongan un tórax biónico, es mi cerebro el que se acaba. Y esto que se infiltra, que se riega sin cesar, un chorro que me bloquea…”.De no estar la calle húmeda, ella hubiera pre-ferido caminar; rechazar los pensamientos ho-rrendos en torno a su cuerpo, la necesidad de encontrar una salida, ácido muriático, un insec-ticida o la escena típica de la dama en el balcón, aferrada a los barrotes oxidados, contemplando fascinada las hileras de autos y peatones pulu-lando en el pavimento. Como era de prever, la

dama del balcón hacia un último acto de magia: se inclinaba y se impulsaba para luego dejar caer su masa al implacable vacío.Pero le faltaba coraje. Le tenía miedo a todos los impactos, por leves que fueran. El dolor, la san-gre, el golpe…Únicamente si enloqueciera, po-dría obviar estos detalles. Además quedaba la es-peranza de que mañana, en el dos mil y tantos…De pronto descubren la droga milagrosa, el tras-plante perfecto, un pedacito de lata que funcio-na. Como sea, no importa. Me dejaré congelar, cortar en tiritas, rallar y picar con Moulinex. Si esto fuera posible… ¿por qué no? Nada importa-rá. Me olvidaré de los otros engendros, de los que ahora se alegran de verme a punto de panquear, y que por delante nos saludan efusiva, calurosa-mente: “Mi amor… ¿cómo estás tú?”Y luego suponte que se hayan equivocado. Eso pasa a cada rato. De pronto, despierto y me di-cen: “Negativo”.Un acceso de tos la invadió, junto a esa ridícula impresión de ser alérgica al polen, lo que la hizo detenerse un poco en sus despistadas macetas de matrimonio y recordar que ya era tiempo de re-galárselas a la galleguita de enfrente, la recién ca-sada. Trató sigilosamente de escudriñarla detrás de la cortina, adivinar su incipiente embarazo.Son los nuevos frutos del siglo veintiuno. Seres desechables, recubiertos de concreto y pasta de flúor. Sobreprotegidos y envasados al vacío, bajo las normas de calidad Norvén, rodeados de amo-rosos snoopies y gatas Kitty. De todo para que no sufran cuando pregunten:“—¿Y mamá?—En la peluquería.—¿Y papá?—Jugando a los caballos”.Sus sueños serán diferentes. Sin árboles ni selvas. Sin sal-tos de agua ni leñadores vie-jos. Sin piedras blancas ni helechos. Sin reyes de agua ni reinas de fuego. Sin trom-pos ni bicicletas. Ni veredas brumosas, ni colinas, ni cris-tofué. Tendrán en cambio otras alucinaciones: alcantarillas rotas, motos sin tubo de es-cape, afiches de propaganda electoral, tarjetas de crédito, policías y ladrones computa-rizados, dientes de plástico, uñas de papel, scratxh-scratch, autos sin ruedas, sin cloche y sin frenos. El canal de la iz-quierda, estúpido, se desbara-tó el tren delantero, el tipo se

Para olvidarme de mí tengo que ima-ginarme que soy otra persona. Úni-

camente de esta forma me es posible pasar la vida en-tretenidamente. Únicamen-te así se puede resistir tanto tiempo. Esta mañana, por ejemplo, cuando me fui a po-ner las medias, encontré en el suelo una foto de alguien que me resultó simpática e ingenua. Tardé algo en re-conocerla, hasta que pude asociarla conmigo. Cuando tenía trece años. Desde en-tonces he venido cambiando. Desde entonces, he ido en-vejeciendo. Desde entonces, ignoro quién soy en realidad. Y me pregunto diariamente si soy o no soy. En verdad: ¿Quién soy?

En el suelo o a mil años luz

De Extraños viandantes (1990).

Si hubiera tenido un Moulinex, Madame Bovary se habría salvado

La mujer no tuvo reparos en contestar:Soy la figura que transita adormecida por las calles; la que se viste de traspiés, huecos y escupitajos. La que confronta su rostro opaco con el barro adosado a los neumáticos. Para mí, el des-plazamiento de una mezcla-dora de cemento es tan in-evitable como la silenciosa confortabilidad del depor-tivo europeo.Deambulo perennemente sin tener la posibilidad de per-manecer. Los muros y los postes son una exposición de cuadros que dura apenas unos segundos. Mientras el mundo se nos acerca.

De Extraños viandantes (1990).

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4|Cuentos para leer en la casa VIERNES 2 DE JULIO DE 2021 w w w . c i u d a d c c s . i n f o

SEMANARIO EN REVOLUCIÓN

DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ASESORA EDITORIAL LAURA ANTILLANO ASESOR EDITORIAL LUIS ALVIS C. ILUSTRADORA MAIGUALIDA ESPINOZA C. CORRECTORA DE TEXTOS LAURA NAZOA DISEÑADORA GRÁFICA TATUM GOIS

Iliana Gómez Berbesí. (Caracas, 1951-2021). Escribió cuentos y novelas, y además fue publicista, profesora de idiomas, guionista de telenovelas cultora de la ciencia � cción, estudiosa de las formas del simbolismo e instructora de talleres literarios. Su primer libro, el conjunto de cuentos Secuencias de un hilo perdido, ganó en 1980 el premio de narrativa de la Bienal José Antonio Ramos Sucre de la Universidad de Oriente, en Cumaná (estado Sucre), y sería publicado en 1982. En 1981 publica Con� dencias del cartabón, su segundo libro de cuentos, con el que obtuvo una mención en narrativa del certamen del Concejo Municipal del entonces Distrito Federal. Ese año se convierte en � nalista del concurso de cuentos del diario El Nacional con Los sueños de Merlín. Entre sus publicaciones también se encuentran Secuencias de un hilo perdido (1982), Tornillos de taller (en Voces nuevas. Celarg, 1983), Extraños viandantes (1990), y la novela Alto, no respire (1999).

LA A

UTOR

A

—Bueno, Roger, ¿Qué te podría decir?...Yo no soy psiquiatra , pero me doy cuenta de algo; por ejem-

plo, tu preocupación por llegar a un sitio y no encontrar la salida, y el hecho de que en el sue-ño se te desaparecía tu compañera, etcétera, etcétera. Al fin y al cabo, eso de las escaleras lo persigue a uno y a todo el que vive en estas ur-bes. Dicen que los edificios que se derrumban, los ascensores atascados y los pasillos que no comunican a ninguna parte, son una condición sine qua non en las sórdidas noches de los ciuda-danos nuestros de cada día.No obstante, en ocasiones lejanas sí me preocu-paba mucho por haber soñado repentinamente con un hombre enmascarado que penetraba por la ventana de mi habitación y me sacaba de la cama. Yo no tenía el poder de reaccionar a tiem-po; me hallaba bajo una especie de profundo

El bandido

De Extraños viandantes (1990).

sopor, quizá a causa de un sedante o algo pare-cido, porque recuerdo que intentaba arañarlo y ni siquiera lograba alzar los brazos.Mis piernas parecían muertas y la boca me ha-cía una inexplicable jugarreta. (Yo sentía que se movía, pero de ella no salía ningún sonido). A pesar de estos factores desfavorables, él no tuvo demasiada suerte conmigo. Como siempre, el hombre me arrastraba por las escaleras, y esta vez bajo la forma de un interminable caracol baboso, largo, citadino. Para colmo, él sudaba copiosamente y respiraba con gran dificultad. Supongo que su fatiga se debía a mi peso y tam-bién a la falta de aire típica en los interiores de nuestros edificios.Yo me dije en ese momento: “¡Ya está! Me aga-rró el toro”. Pero el laberinto, mejor dicho, el caracol, se fue estrechando gradualmente hasta que la poquedad del espacio me hizo pensar en los ciento sesenta y un escalones de la grotesca estatua de la Libertad y no sé por qué, pensé

—B—Bsimultáneamente en los submarinos amarillos que suelen espiarnos en las películas de guerra.Lo que más me angustiaba era la imposibilidad de reconocer a mi raptor. Lo que me ayudó en el intento fue la persistente asfixia que lo aque-jaba. Mi curiosidad y el nerviosismo, así como la terrible noción de mi incapacidad física para salir de aquel atolladero, me mantenían al bor-de del abismo (en este caso, ya el asunto tenía aspecto de embudo, y nos encontrábamos en el extremo más angosto). Supongo que igual le su-cede al sapo con la serpiente: desea y no desea que se lo coman vivo.Al fin el desconocido se levantó la media que cubría su cara, una vez que se decidió a deposi-tarme en el suelo húmedo y metálico de la es-calera. Lo vi y acerté: era un hombre sin rostro. Grité y sorpresivamente pude gritar. Entonces no tuve otra alternativa que despertar.