i/a guerra de las malvinas de 1982: un conflicto

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Joseph Tulchin I/a guerra de las Malvinas de 1982: un conflicto inevitable que nunca debió haber ocurrido La razón por la que este ensayo ha tardado tanto en aparecer no es meramente por indolencia del autor. Después de la primera inun- dación de libros y artículos aparecidos al terminar las hostilidades en las Malvinas con una derrota argentina en el campo de batalla, parecía razonable esperar que tarde o temprano se publicarían volú- menes de memorias escritos por los participantes argentinos o por filtraciones semi-oficiales a periodistas profesionales que harían cró- nicas con la historia desde el punto de vista argentino, en forma bastante convincente. Esto no ha ocurrido, aunque se rumorea en Buenos Aires que tanto Nicanor Costa Méndez, el Ministro de Rela- ciones Exteriores durante la guerra, como Eduardo Roca, embaja- dor argentino ante las Naciones Unidas durante el conflicto, están a punto de publicar libros sobre sus roles en el episodio. Más cu- rioso aún es el hecho de que ningún académico en Estados Unidos o Europa haya publicado un recuento comprehensivo del episodio. Vamos a tener que darnos por satisfechos con lo que tenemos —y no puedo decir que lo he leído todo. Para manejar coherentemente tan vasta literatura sobre un tema tan complejo, me parece útil organizar el material en forma secuen- cial de acuerdo a diversos componentes o elementos explicativos: el desenlace de la crisis, con especial atención a las percepciones distintas de los principales participantes y el contexto en el cual las decisiones eran tomadas en cada país; los preparativos militares para la conducción misma de la guerra; las consecuencias estratégi- cas de la guerra; las implicaciones de la guerra para nuestra com- prensión del sistema internacional; y cómo puede ser resuelto el conflicto en el futuro. Antes de revisar sistemáticamente la literatura, permítaseme in- dicar mis preferencias entre los libros citados para aquellos que de- sean leer por su cuenta. La forma más sencilla de comprender el la- berinto legal y diplomático que yace detrás del conflicto es a través del libro de Hoffman y Hoffman. Es fácil de leer, bien organizado, y nunca se desvía de su objetivo. Se apoya fuertemente en la in- [192]

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Joseph Tulchin

I/a guerra de las Malvinas de 1982: un conflictoinevitable que nunca debió haber ocurrido

La razón por la que este ensayo ha tardado tanto en aparecer noes meramente por indolencia del autor. Después de la primera inun-dación de libros y artículos aparecidos al terminar las hostilidadesen las Malvinas con una derrota argentina en el campo de batalla,parecía razonable esperar que tarde o temprano se publicarían volú-menes de memorias escritos por los participantes argentinos o porfiltraciones semi-oficiales a periodistas profesionales que harían cró-nicas con la historia desde el punto de vista argentino, en formabastante convincente. Esto no ha ocurrido, aunque se rumorea enBuenos Aires que tanto Nicanor Costa Méndez, el Ministro de Rela-ciones Exteriores durante la guerra, como Eduardo Roca, embaja-dor argentino ante las Naciones Unidas durante el conflicto, estána punto de publicar libros sobre sus roles en el episodio. Más cu-rioso aún es el hecho de que ningún académico en Estados Unidoso Europa haya publicado un recuento comprehensivo del episodio.Vamos a tener que darnos por satisfechos con lo que tenemos —y nopuedo decir que lo he leído todo.

Para manejar coherentemente tan vasta literatura sobre un tematan complejo, me parece útil organizar el material en forma secuen-cial de acuerdo a diversos componentes o elementos explicativos:el desenlace de la crisis, con especial atención a las percepcionesdistintas de los principales participantes y el contexto en el cuallas decisiones eran tomadas en cada país; los preparativos militarespara la conducción misma de la guerra; las consecuencias estratégi-cas de la guerra; las implicaciones de la guerra para nuestra com-prensión del sistema internacional; y cómo puede ser resuelto elconflicto en el futuro.

Antes de revisar sistemáticamente la literatura, permítaseme in-dicar mis preferencias entre los libros citados para aquellos que de-sean leer por su cuenta. La forma más sencilla de comprender el la-berinto legal y diplomático que yace detrás del conflicto es a travésdel libro de Hoffman y Hoffman. Es fácil de leer, bien organizado,y nunca se desvía de su objetivo. Se apoya fuertemente en la in-

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formación de Julius Goebel, continúa siendo la fuente básica des-pués de casi sesenta años y recientemente fue reeditada por YaleUniversity Press. El libro más completo y emocionante sobre lashostilidades es el de Hastings y Jeníuns, que también sigue siendoel mejor análisis de contexto de la toma de decisiones del lado bri-tánico, a pesar de su estilo periodístico y la velocidad con que fuepublicado. Por el lado argentino hay dos libros que vale la penaleer. Virginia Gamba, El peón de la Reina, es un excelente análi-sis de las políticas argentinas, estropeado sólo por su disposición atomar a Costa Méndez por su valor nominal, algo que ningún otroobservador hará. La mejor descripción de la guerra y del contextopolítico en el cual las decisiones eran tomadas es el libro dé Car-doso, Kirschbaum y van der Kooy, un recuento serio, aunque algodramatizado, escrito por tres periodistas que saben tanto de políti-ca exterior como la mayoría de los expertos. Mientras todavía notenemos ningún análisis profesional a escala completa sobre la gue-rra, los capítulos de Alberto Co!l (en el libro que editó con Arendy en aquél con Roberto Russell) son los mejores que hayan apare-cido hasta la fecha. A pesar de que ambos son piezas intelectualespreparadas para conferencias dictadas poco tiempo después de laguerra, son excelentes y estimularán la meditación del lector. Porsupuesto, han habido recuentos oficiales, de Lord Franks por losbritánicos y del General Rottenbach por los argentinos, pero sonrecopilaciones áridas que sólo interesan a los especialistas. Final-mente, para aquéllos que quieren efectuar sus disertaciones docto-rales sobre el tema, hay varias revisiones excelentes de la literatura,mucho más amplias que ésta. La mejor es el ensayo en dos partespublicado por el fallecido Roberto Etchepareborda en la RevistaInteramericana de Bibliografía, un tributo a su energía y capacidadacadémica de organizar gran cantidad de información.

La guerra entre Gran Bretaña y Argentina por las Islas Malvinasfue extraña en varios aspectos. Todos los involucrados la vieronvenir con meses de anticipación, -y sin embargo nadie podía ni que-ría detenerla; el comienzo de las hostilidades era tan inevitable queme recuerda a la Primera Guerra Mundial. Nadie dudaba quiénganaría la fase militar de la disputa y, sin embargo, esa seguridadno ayudó a reducir el nivel de violencia ni a producir una altera-ción de la conducta de ninguna de las dos partes en el conflicto.Planificadores militares de todo el mundo observaron la batalla conun entusiasmo rayano en el gozo para comprobar el rendimiento desus sofisticados sistemas de armamentos. El campo de batalla pare-cía tan lejano de los campos normales de conflictos internacionalesque muchos observadores se sintieron ajenos a la lucha, fríamenteno comprometidos de modo que las repercusiones inmediatas ape-nas se hicieron sentir fuera de la zona de guerra. Por supuesto, si

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la guerra se hubiera arrastrado por más tiempo del que lo hizo, talaislamiento geopolítico podría haberse derrumbado. En violentocontraste con la guerra en Vietnam, la lucha misma sucedió fuerade cámara. En este caso fueron las maniobras diplomáticas las quese mostraron en las televisiones del mundo con una gran cantidadde negociaciones hechas frente a las cámaras. Debido a los equiposde televisión siempre presentes, ambos bandos beligerantes fueronexpuestos manipulando la información dada a sus poblaciones apesar de que sólo los líderes argentinos afirmaron estar ganando laguerra cuando las noticias disponibles al público indicaban lo con-trario. Finalmente, el resultado de la lucha a esas alturas no be-neficiaba a nadie, y una solución al conflicto subyacente puede es-tar tan lejos como siempre. Eso hace las pérdidas de vida aún más'trágicas y sin sentido.

El trasfondo diplomático o histórico del conflicto es largo y compli-cado. Se han escrito cientos de libros y artículos sobre las múltiplesreclamaciones sobre las islas, 99% de ellas reclamaciones argentinastratando de demostrar que las islas eran, son y debieran ser argen-tinas, y que la ocupación de las islas por los británicos era y es ile-gítima. Los británicos han estado perversamente desinteresados enla discusión legal; pero, entonces, eran los ocupantes del territorio.El artículo de Roberto Etchepareborda en la Revista de Historia deAmérica efectúa un buen análisis de los trabajos principales. So-beranía Argentina, una descripción sólida y afectuosa de la isla fuepublicado por la Universidad de La Plata en 1983. El estudio másconvincente de la controversia sigue siendo el de Julius Goebel. Eltrabajo de Goebel es exhaustivo y su manejo de la evidencia es sen-sato. Los libros de Del Carril y Ferrer Vieyra son resúmenes de losmismos documentos y eventos. Dado el supremo esfuerzo de loseruditos argentinos, no debiera ser sorprendente que haya consensoentre aquellos que se han tomado el trabajo de revisar los antece-dentes del conflicto en que los argumentos argentinos son superioresa los británicos. Lo que es más sorprendente es que oficiales britá-nicos empezaron ya en 1910 a cuestionar la demanda del territoriopor parte de su nación y a sugerir que se debiera encontrar algunavía decorosa para entregársela a los argentinos. Peter Calvert es laexcepción más clara a este consenso. Debo decir aquí que el Pro-fesor Calvert le ha hecho un mal servicio a su reputación académicaal escribir un libro lamentable. Su resumen de la historia y las po-líticas argentinas es vergonzoso.

Pero si la demanda argentina sobre las islas es superior a la bri-tánica, es, como dijo Carlos Escudé en una reciente serie de artícu-

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los en el Herald de Buenos Aires, (noviembre 25 y 27, 1985), sólo unpoco mejor. Escudé no estaba tratando de ningún modo de socavarlas demandas argentinas. Simplemente quería recalcar que siempreha sido materia de disputas y que no debieran haber sido causa pa-ra invadir las islas. Está ansioso de demostrar que la noción delderecho clara e inequívoca a las islas es uno de varios mitos quehan nublado la percepción de los argentinos por años y que fue usa-da por el gobierno militar para justificar sus acciones. En realidad,casi todos los estudios sobre la disputa publicados por argentinosantes de 1982 reforzaron ese mito. Sólo en los últimos dos años losargentinos han sido lo suficientemente intrépidos y razonables co-mo para ins:'stir en la naturaleza relativa de las demandas argen-tinas.

Los tres tomos publicados por el Consejo Argentino para las Re-laciones Internacionales (CARI), que aborda los esfuerzos de las Na-ciones Unidas desde 1945 para llevar a los británicos a la mesa denegociaciones, son muestras típicas del esfuerzo argentino para ga-nar el argumento legal y diplomático solamente por mero volumen.La colección más completa de documentos en inglés es The Falk-land Islands Dispute in International Law and PoUtics, de RafaelPerl (NY: Oceana Publica ti ons, 1983). Varios factores pueden que-dar fuera de discusión a partir de estos estudios: los británicos to-maron Jas islas por la fuerza; la naturaleza del dominio argentinodesalojado de tal manera fue, por lo menos, precaria; las islas notenían población indígena; las islas han sido manejadas desde elsiglo pasado por una empresa monopólica conocida como FalklandIslands Company; los argentinos nunca cesaron de protestar por laocupación británica de las islas; el gobierno británico dudaba dela validez de sus demandas por las islas; después de 1930 el gobier-no británico estaba convencido de que no le convenía quedarse conlas islas y sentía que debía encontrar un modo de entregárselas alos argentinos; y, después de 1968, cuando la presión argentina so-bre los británicos para negociar una solución a la disputa se volviómás intensa, la Falkland Islands Company formó una camarilla enLondres que tuvo éxito en frustrar todos los esfuerzos de la Canci-llería británica para devolver las islas a los argentinos, haciendoparecer que el costo político de tal proceso sería mayor para el go-bierno británico que no hacer nada.

A pesar de todas las energías derrochadas, los argumentos lega-listas me parecen fatuos. Las reglas del juego internacional hansido tradicionalmente fijadas por los jugadores más grandes. Hastaque el principio de membresía universal empezó a transformar lasNaciones Unidas después de 1960, el derecho internacional era unconjunto de reglas según las cuales las naciones principales delOeste arreglaban los conflictos entre sí. Lo que se acostumbraba

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llamar las leyes de civilización, o de naciones civilizadas, fueron re-glas que legitimaron el control de los débiles por parte de los po-derosos. En las décadas pasadas, debido a los conceptos de univer-salidad y de derechos igualitarios entre naciones, tamaño y poderno se traducen necesariamente hoy en día en la capacidad de unanación de forzar su voluntad fuera de sus fronteras. Sin embargo,no se puede decir que el derecho internacional se haya vuelto másfuerte. Los países han dado importancia al derecho internacionaltanto por sus violaciones como por sus cumplimientos. En los úl-timos años los Estados Unidos, generalmente el patrocinador másvehemente de principios y derechos en su política exterior, rechazóaceptar la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia en unadisputa con Nicaragua, y la Un*rón Soviética rehusó reconocer lajurisdicción de la Corte en la invasión de Afganistán. Por supues-to, necesitamos reglas de conducta, generalmente aceptadas paraguiar el comportamiento de los estados; y estoy preparado para acep-tar la afirmación de varios autores en la colearon Coll y Arendde que la violación de esas reglas por parte de Argentina contribuyóal fracaso del apoyo de los países del Tercer Mundo a la causa ar-gentina, pero esos mismos autores admiten que el episodio enterodemostró una vez más cuan inefectivas son las organizaciones inter-nacionales en prevenir y detener hostilidades cuando los grandes po-deres no están de acuerdo. Concuerdo con Escudé en que una so-lución a la disputa sobre las Malvinas vendrá a través de apelacio-nes pragmáticas a los intereses políticos.

II

Como estudio sobre manejo de crisis, el conflicto de las Malvinases una pesadilla. Es difícil imaginar tantos errores de juicio efec-tuados por tantas personas. Victoria Gamba hace un excelente tra-bajo explicando la secuencia de la toma de decisión argentina en suprimer libro (El peón de la Reina), y agrega a ello en su segundolibro (Estrategia ...), un buen análisis de los acontecimientos por ellado británico y norteamericano. La doctora Gamba es una exce-lente académica entrenada en Gran Bretaña, que disfruta de accesoespecial a militares y civiles que toman las decisiones y que fuerony son los responsables de concebir las políticas argentinas. Escribeen un estilo claro y vigoroso y hace que los conceptos difíciles deanálisis estratégico sean accesibles a los no especialistas. El libro deCardoso, Kfrschbaum y van der Kooy también es un esplénd;do re-sumen de la formulación de las políticas argentinas. Los autores seesfuerzan quizás demasiado para encontrar escándalo y villanos, pe-ro su profesionalismo los salva de excesos. Dentro de todo adoptanuna posición extraordinariamente independiente e hilan una narra-

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tiva que se mantiene a la luz de informaciones posteriores hechaspúblicas desde que apareció su libro. El sutil análisis de Gardososobre asuntos internacionales puede ser encontrado cada semana enClarín. En violento contraste el artículo de García Lupo es un pas-tiche trivial. Hay muchas pistas oscuras sobre secretos villanos, perono hay solidez para apoyar ninguna de las acusaciones veladas. Ellibro es una recopilación deshilvanada de artículos de periódicos.

Todo el mundo concuerda en que los líderes argentinos interpre-taron o calcularon muy mal el nacionalismo y la resolución británi-cos, y entraron a la crisis firmemente convencidos de que no monta-rían, o no podrían montar, una respuesta militar a la invasión su-ficiente para desalojar a las tropas argentinas sin pérdidas militaresinaceptables. Tan convencidos estaban de esto que nunca formula-ron, y mucho menos implementaron, planes para defender las islascontra tal respuesta. Hasta el mismo final, la Junta se mostrabaanonadada por el hecho de que la flota británica se hub'era moles-tado en venir todo el camino hasta el Atlántico Sur. El fracaso dela Junta para juzgar la respuesta británica correctamente fue unafunción de la naturaleza del régimen y la calidad de sus consejeros.Como he explicado anteriormente < en Joseph Tulchin y HeraldoMuñoz, (eds.X Latín American Nations in World Bolitas (Boulder:Westview, 1984) >, la Junta nunca estuvo abierta a las múltiplescorrientes de información u opinión. Sus estructuras de toma dedecisión eran severamente restringidas, y la prensa estaba auto-cen-surada, de modo que no había acceso a información que pudierano ser agradable a la Junta. Por su aislamiento político, sus miem-bros recibían consejos de novatos y no tomaban ninguna med:dasistemática para verificarlo';. No se molestaban en revisar1 os, por-que tendían a reforzar su visión del mundo. Creían firmementeque habían guiado a su nación a una nueva y prominente posición?n los asuntos mundiales, que su firme anticomunismo y su voluntadde pelear )a causa anticomunista en América 'Central les habla ga-nado un lugar entre los principales actores mundiales, y que suspuntos cíe vista, sus intereses, y sus acciones serían seriamente con-siderados por otros actores principales y ru liderazgo aceptado porotras naciones latinoamericanas. Eran apoyados en esa visión porel hombre a quien habían designado para liderar su Ministerio deRelaciones Exteriores en esta crisis, Nicanor Costa Méndez, quienlos cenvenció que entendía a los británicos, los americanos y las re-laciones internacionales. Al final, reveló que no entendía a ningu-no de ellos y queda como uno de los más errados, a pesar de losesfuerzos de Virginia Gamba por defenderlo. El libro de Cardoso,et al., es especialmente bueno en describir las ilusiones de grandezade los miembros de la Junta y su aislamiento de cualquier discu-sión de sucesos mund:ales.

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Una fuente de estos crasos errores es que la totalidad de los lí-deres con poder de decisión eran notablemente ignorantes acercadel sistema político norteamericano y de cómo eran tomadas las de-cisiones allí.

Ese error los llevó a interpretar algunos descuidados comentariosdel Asistente Legislativo del Senador Jesse Helms y de Vernon Wal-ters, como rigurosas afirmaciones por parte del Gobierno de los Es-tados Unidos que, a cambio de apoyo a América Central, ellos apo-yarían los esfuerzos argentinos por recuperar a las Malvinas, aun-que fuera necesario usar la fuerza, y que los Estados Unidos se ase-gurarían de que los británicos no tuvieran una reacción exagerada.Cuando le pregunté a los argentinos participantes de esas crucialesreuniones si habían entendido dónde encajaban los mensajeros enel complejo diseño de la toma de decisiones y qué influencia se po-día esperar que tuvieran en la formulación de políticas, sus res-puestas indicaron que veían a los Estados Unidos como un actorunitario cuyos voceros pronunciaban declaraciones inequívocas co-mo si fueran las palabras de un ser antropomórfico. Oían lo quequerían oír y no permitían que la realidad alterara sus visiones.

Por supuesto, los británicos no están libres de culpa en la esca-lada hacia el conflicto. A pesar del encubrimiento oficial realizadopor el comité de consejeros privados liderados por Lord Franks^Falkland Islands Review: Report of a Gommittee of Privy Goun-cellors (Londres: HMSO, 1983)>, virtualmente todos los observadoresconcuerdan en que hubo fallas significativas de información en ellado británico y que el error principal de los líderes británicos fuesimplemente ignorancia de los antecedentes de la disputa y de laimportancia que los argentinos le atribuían. Inclusive servidorespúblicos de mayor antigüedad en el Ministerio de Relaciones Ex-teriores subestimaron la seriedad del propósito argentino en los úl-timos años de estériles negociaciones y nunca aplicaron mucha pre-sión a sus jefes políticos en el gobierno para forzar un arreglo enla Cámara de los Comunes. En todos los casos de casi-arreglos o deuna proposición para un arreglo posterior a 1968, la camarilla delas Falklands intimidaron al Ministerio de Reladones Exteriores yconvencieron al gobierno para que retrocediera en vez de arriesgaruna tormenta en la Cámara de los Comunes. Los burócratas de üapolítica exterior nunca pusieron condiciones más duras porque noestaban convencidos ellos mismos de que los argentinos hicieranalgo más que hablar. Mal interpretaron seriamente las señales deBuenos Aires en los dos años anteriores al estallido de las hostili-dades y fueron pecualiarmente ingenuos al no ver cómo los argenti-nos interpretarían los signos que ellos habían estado enviando conrespecto a la actitud británica hacia el conflicto y la respuesta másprobable a un acto de agresión. El libro de Hastings y Jenkins es

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bastante claro en sus juicios sobre el lado británico, aún sobrio ensu juicio; y, nuevamente parece que Virginia Gamba lo hizo bienen su análisis (Estrategia . . . ) . En vista de la baja prioridad dada alas islas y a toda la región por los gobiernos británicos, queda lapregunta de si cualquier gobierno hubiera hecho algo diferente,aún habiendo calibrado correctamente el alcance del fervor argenti-no y la extensión, de sus posibles acciones.

El ensayo de Robert Burns, uno de los participantes del ladobritánico, es un bello argumento para el análisis sistemático de lassituaciones de política exterior por parte de los que toman las de-cisiones y es un llamado para un mayor uso de la teoría en la defi-nición de la práctica. Burns sug'ere que, de haberse comprometidolos británicos en cualquier reflexión sistemática de la situación delAtlántico Sur, se hubieran dado cuenta de que estaban mandandoseñales a los argentinos que probablemente iban a ser leídas exacta-mente como los argentinos las estaban leyendo, y que el gobiernoestaba tomando una serie de decisiones implícitamente, como un re-sultado de la presión de la camarilla de las Falklands, que no hu-bieran tomado en forma explícita. El ensayo de Burns es una piezamaravillosa, seca, tranquila y urbana. Sólo me pregunto si hubieraresultado del modo que él sugiere. Parece tan obvio, tan fácil.

La victoria hace maravillas para evitar recriminaciones domésti-cas, pero los británicos han tenido algunas. Tom Dalyell, un miem-bro laborista de la Cámara de los Comunes, luchó valientementepara bloquear el curso temerario hacia la guerra de Margaret That-cher, y usó cada recurso parlamentario conocido para traer a luz in-formación sobre el proceso de toma de decisiones en un intento deforzar a la Primer Ministro a buscar una solución diplomática alconflicto. Estuvo particularmente indignado por el hundimientodel Belgrano, el cual, en ese momento y desde entonces, ha sido vis-to por la mayoría de los observadores como un episodio acaecidoprecisamente en el momento en que los esfuerzos diplmáticos delPresidente peruano Fernando Belaúnde estaban al borde del éxito(Tkatcher'sTorpedo'). Un libro posterior <Arthur Gavshon y Des-mond Rice, The Sinking of the Belgrano (Londres: Secker y War-burg, 1984)> llega virtualmente a la misma conclusión. Las criticasmás reveladoras de Dalyell están dirigidas a Sus propios colegas la-boristas, quienes trataron de ser más patriotas que Thatcher en suapoyo del uso de la fuerza (One Maris Falklands ... ). Las opinio-nes reunidas por Cecil Woolf y Jean Moorcroft Wilson muestran lomismo, que la mayoría de los británicos eran reticentes a criticar asu gobierno en forma pública durante el conflicto por miedo a ha-cer fracasar el esfuerzo. Una vez que las hostilidades habían cesado,las críticas salieron del armario. Tanto Latín American Review co-mo Latín American Newsletters produjeron números que eran muy

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críticos al gobierno británico. El primero trató de definir una po-sición a favor de la izquierda política, pero sólo logró una débil de-claración de que en todas partes se cuecen habas, que no explicapor qué Dalyell aparece luchando solo para detener la campaña deguerra de la Thatcher. Hay dos comentarios en la colección Woolfy Moorcroft Wilson que vale la pena citar. Erigid Brophy dijo que,"Hay una razón por la cual la Fuerza de Tareas debiera navegar alarchipélago de las Falklands, esa es, proteger a su población indí-gena de ballenas, peces y aves, junto con su clase-esclava de ovejasimportadas y explotadas, de ser asesinadas" (p. 20). Penelope Gi-liatt tomó un enfoque más meditativo: "Una isla (Falkland) es unpequeño trozo de tierra totalmente rodeado de consejos" (p. 44).

Mientras sería una exageración decir que los Estados Unidos ju-garon un papel insignificante en la escalada al conflicto, es muycierto que este país no jugó un papel prominente. Argentina nuncahabía sido una aliada cercana a los Estados Unidos y la políticade ambos países había parecido muchas veces desincronizada mutua-mente. Las disputas dentro de la administración, especialmente en-tre la Embajadora ante las Naciones Unidas Jeanne Kirkpatrick yel Secretario de Estado Alexander Haig, no ayudaban, y nadie sebenefició con la charada del agotador ir y venir de Haig de Was-hington a Buenos Aires a Londres y vuelta de nuevo. Nadie, ex-cepto quizás algunos pocos líderes argentinos, obsesionados por loque Vernon Walters pudo haberles dicho, dudaba de que cuandolas cosas se pusieran más serias, los Estados Unidos tomarían el ladobritánico y que los argentinos estaban condenados a perder. DavidGompert, quien acompañó a Haig en su misión, lo resume bien:"Reveló un juicio extraordinariamente pobre invadir las Falklands,y es poco probable que vuelva a suceder. Pero la furia en Argen-tina no se irá. Si lo que causó la guerra fue frustración y mal cálcu-lo, la rigidez aseguraba que seguiría su curso militar lógico" (Colly Arend, 108-9). Los líderes norteamericanos pudieron haber juga-do un papel constructivo al interpretar a los combatientes potencia-les entre sí, pero los Estados Unidos nunca han entendido muv biena Argentina y los eventos en la región no han tenido mayor priori-dad en Washington que la que han tenido en Londres.

III

Cuando se trata de describir lo que sucedió durante la guerra, losbritánicos son los mejores. Hastmgs y Jenkins han armado una na-rración fascinante que se mueve a un ritmo rápido, mientras sumi-nistra detalles más que suficientes para satisfacer al lector medio.Han hecho un trabajo magistral al combinar sus destrezas de análi-sis político en casa y de reportaje en el campo de batalla. El Sim-

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day Times Insight Team también ha preparado un libro práctico, eincluso puede ser preferido por algunos lectores, porque no estácoloreado por el tono superior, casi arrogante, que se desliza en al-gunas ocasiones en la prosa de Hastings y Jenkins, El libro deDobson et al. está repleto de errores objetivos en tono superficial yagresivo. Es bastante triste leer un libro que representa hechos rela-tados que pretende ser una crónica de eventos que incitan a la emo-ción viril. Tal postura puede parecer aceptable en un documentode campaña o en un folleto de guerra, pero no en un libro que pre-tende ser serio.

Todos estos escritores comentan la ausencia de esfuerzos compa-rables por parte de colegas argentinos. Parte de la explicación paraesta carencia tiene que ver con el hecho de que Argentina perdió.También es el resultado de cómo trataron los militares argentinosa la prensa. Siempre sospechosos de ésta, la Junta controló cuida-dosamente el acceso de los medios a los soldados y usó sin cejar to-da la información como propaganda. Tales esfuerzos no sólo enfa-tizaron la distinción entre democracias y dictaduras, que.fue unatáctica crítica de la estrategia de la Thatcher, sino que se volvieronvisiblemente absurdos al descender los equipos de TV mundial enBuenos Aires y conducir entrevistas en vivo para beneficio de losprogramas noticiosos vespertinos en Nueva York y Londres. Comoparecía obvio que la guerra estaba llegando a algún tipo de finalinexorable con una derrota argentina, se logró que los esfuerzos delrégimen por manipular información del campo de batalla parecie-ran patéticos y sólo elevaron el sentimiento de traición y amarguraque embargaba al pueblo argentino cuando terminaron las hostili-dades. Ese abuso del público y de la prensa contribuyó a la rapi-dez con la que el gobierno de Galtieri fue expulsado al final de laguerra.

La mayoría de los trabajos hechos por argentinos que tratan so-bre la lucha han sido narraciones testimoniales deliberadamentefragmentadas, y libres de toda pretensión de análisis. Muchos deéstas son narraciones conmovedoras contadas en las propias palabrasde los combatientes, como en Malvinas a sangre y fuego, de Kasan-zew, desde el punto de vista del soldado de infantería que revelabamuchos aspectos de la falta de liderazgo y de las fallas logísticasque socavaron la lucha argentina, aspectos que serían vueltos a pre-sentar en mayor detalle, pero sin una nueva comprensión, en el in-forme oficial publicado posteriormente por la comisión Rattenbach.Aún más conmovedoras son las series de entrevistas sobre la batallaa los jóvenes veteranos argentinos y que fueron recopiladas por Da-niel Kon en Los chicos de la guerra, entrevistas que nos dicen tantode los efectos de la guerra en los individuos que pelean, como de

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las batallas en sí mismas. El libro de Kon ha sido convertido enuna película y ha sido bien recibido en Buenos Aires.

Otro tipo de relato testimonial, quizás menos conmovedor peroigualmente fascinante por lo que dicen sobre la falta de coordina-ción en el lado argentino, son libros tales como los de Pablo Mar-cos Garballo, Dios y los halcones, y de Garlos M. Turólo, Jr., Mal-vinas, testimonio de su gobernador. El primero es la historia de laFuerza Aérea argentina que voló misión tras misión contra la Fuer-za de Tareas británica y que estuvo cerca, por sí misma, de elevarel costo de la misión a niveles inaceptables para los británicos. Ellibro, que está escrito en un tono que me recuerda a las viejas pe-lículas de John Wayne, no hace nada por disminuir el respeto quetodo el mundo tiene por el heroísmo de los pilotos que volaronaviones, ni por refutar la aserción de muchos expertos militares deque la Fuerza Aérea nunca coordinó sus actividades con otras ra-mas de las Fuerzas Armadas. El segundo libro, el testimonio del go-bernador militar argentino de las islas y el supuesto comandante delas Fuerzas Armadas ahí, es demasiado seco y cauteloso para agre-gar algo al debate, a pesar de que leyendo entre líneas es posibleencontrar evidencias para los argumentos de que los argentinos noestaban preparados para la pelea que empezaron y que la estructurade mando se rompió bajo la presión. El general Menéndez está tra-tando de limpiar su nombre. Sin embargo, si bien aparece claro ensu relato que no es culpable de malversación o de simple negligen-cia, no puede sostener que ha demostrado ninguna habilidad enparticular ni éxito en la conducción de su deber. Su relato reafir-ma las acusaciones hechas por Kon y Kasanzew, de que los solda-dos no eran bien tratados en las Malvinas y que frecuentementecarecían de material que había disponible en la isla. Los soldadosde infantería también fueron víctimas de una curiosa estrategia mi-litar —de la falta de estrategia— en la cual sólo soldados profesiona-les, o comandos, eran enviados a detener al enemigo. Todos losconscriptos, la gran mayoría del ejército, fueron asignados a posi-ciones fijas en las trincheras y recibieron órdenes de esperar ahí.Sabían poco y nada sobre el desarrollo de la batalla hasta que elenemigo empezaba a aparecer en el horizonte. En aquellos mo-mentos críticos, la falta de líderes con experiencia era notoria.

Los geopolíticos argentinos han empezado a opinar sobre la con-ducción de la guerra. La mayoría de sus escritos han aparecido enrevistas altamente especializadas, tales como Cruz del Sur, Boletíndel Centro Naval, y Revista de la Escuela de Defensa Nac'onal yprobablemente no son asequibles al público en general. Una ex-cepción es la serie de Cuadernos publicada bajo la dirección delGeneral Teófilo Goyret en la revista Arma y Geoestrategia, que es-tán elegante y profusamente ilustrados. Éstos acarrean el mensaje de

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los militares argentinos de ,1a heroica resistencia ofrecida por elejército y el increíble heroísmo de las Fuerzas Especiales y la Fuer-za Aérea. Esta resistencia y este heroísmo fueron mucho más gran-des que lo que esperaban los británicos e hizo que fuera un encuen-tro parejo. Aún así, está claro en estos estudios, aunque nunca esta-blecido tan francamente como en conversaciones privadas con miem-bros de las Fuerzas Armadas argentinas u otros- especialistas, que losargentinos carecían de liderazgo en las islas, carecían de coordina-ción logística, que carecían de claridad táctica en el campo de bata-lla y, lo peor de todo, que nunca lograron coordinación entre losservicios armados. No llevaron las armas adecuadas para la campa-ña en las islas, nunca fueron capaces de instalar una infraestructurade comunicaciones como para librar una campaña exitosa y estaban,simplemente, desprevenidos para los acontecimientos. Esto fue par-te de la negativa miope de la Junta a creer que la guerra vendría.Es justo puntualizar que una vez que el Belgrano fue hundido, losargentinos no se atrevieron a reabastecer por barco las islas y fue-ron obligados a confiar en el transporte aéreo. Gomo resultado nopudieron poner artillería pesada en juego, lo que les costó caro.

La Fuerza Aérea se comportó en forma noble pero nunca coor-dinó sus esfuerzos como parte de una estrategia de campaña. Algu-nos de los expertos británicos y norteamericanos hacen notar, deacuerdo con algunos militares latinoamericanos con los que he ha-blado, que hubiera sido más efectivo si los pilotos hubieran lanza-do sus ataques contra las fuerzas de desembarco en vez de los gran-des buques británicos anclados en alta mar. En cuanto a la Marinaargentina, después del hundimiento del Belgrano no participó. Estoes un trago particularmente amargo para muchos argentinos, yaque el representante naval en la Junta, el Almirante Anaya, es re-presentado generalmente como el más beligerante de la Junta y elmiembro más insistente en escalar el incidente de las Georgias delSur y después en preparar la invasión misma.

En contraste, a pesar de que su ejecución distaba mucho de serperfecta y sus líneas de abastecimiento eran peligrosamente delga-das, los británicos fueron claros en sus objetivos y profesionalmenteeficientes en lograrlos.

Uno de los reclamos más amargos de los argentinos es contra la"traición" de los Estados Unidos y, más específicamente, tiene quever con el apoyo material dado a los británicos durante el conflicto.Este argumento sostiene que un país pobre no podía pelear de nin-gún modo contra los dos poderes democráticos más fuertes del mun-do, y que entender esto condujo a cierta actitud derrotista de partede los líderes de la nación. Este argumento es difícil de sostener, yVirginia Gamba fue la única autora seria que llegó a implicar quetiene alguna validez. La mayoría de los líderes argentinos sabían

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que. los Estados Unidos no se inmiscuirían militarmente. Más aún,no hay evidencia de que la desilusión sentida por los líderes militareshaya afectado la continuación de la guerra o siquiera de su estrate-gia militar. Por otro lado, para ser justo con los argentinos, es ne-cesario rechazar afirmaciones de algunos comentaristas británicos(Colbert y Dobson son dos ejemplos), de que la ayuda norteameri-cana fue insignificante. Quizás no fue mucho en términos milita-res, pero fue vital para la causa británica. El uso de los satélites deinteligencia norteamericanos permitió a los británicos vigilar losmovimientos de las naves de superficie argentinas. ¿Se hubieraaventurado la marina argentina a zarpar después que el Bel granohabía sido hundido si los satélites norteamericanos no hubieran es-tado vigilando los movimientos de sus naves? No lo sabemos. Eluso de la Isla Asención ciertamente aceleró la llegada de la flotabritánica a la zona de guerra. De no haber llegado la flota cuandolo hizo, hubiera tenido que vérselas con el mal tiempo del Atlánti-co Sur y hubiera podido tener que alterar su plan de guerra.

IV

Sacar lecciones militares y estratégicas de la guerra de las Malvinasha atraído a multitud de autores. Especialistas en asuntos milita-res han estudiado el conflicto con la fría atención a los detalles deun patólogo realizando una autopsia —esta arma funciona bien, esano lo logró— y con el mismo desdén por la identidad del cadáverque es analizado. Varias cosas son chocantes sobre esta literatura.La mayoría de los autores están convencidos de que los barcos de•superficie permanecerán y que las potencias mayores están equivo-cadas al cortar sus gastos en tales fuerzas. La guerra, para ellos, fueuna clara muestra de que las democracias occidentales deben incre-mentar sus gastos de defensa. Y, sin embargo, los mismos expertosargumentan a favor de un acercamiento flexible al manejo de lacrisis; que cada poder debiera tener a su disposición fuerzas quepueden ser movidas rápidamente a alejados puntos de crisis paraenfrentar un conflicto mantenido dentro de los límites por mediosgeográficos o diplomáticos. En vez de aceptar la necesidad de elec-ción o la fijación de prioridades entre varios objetivos, parecen de-cir que debemos gastar más para abordar todas las posibles contin-gencias. El libro de Koburger es la expresión más clara de lo quese podría llamar la propuesta neo-Mahan. Para él, la guerra fuecasi fortuita por las lecciones que les enseñó a los Estados Unidos ya Gran Bretaña con respecto a las fuerzas navales. Es inquietanteque Koburger nunca pregunte, ni aún desde la perspectiva de unmarino, por qué los británicos querrían la posesión de las Malvinasy qué costos políticos o económicos podrían estar envueltos en suposesión,

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El libro de Watson y Dunn es detallado y completo. A pesar deque editores y autores admiten que están examinando los sucesosdesde la perspectiva norteamericana, es inquietante ver la guerravuelta a presentar de este modo, sin prestar atención a las fuentesargentinas. Hubo un punto en el apéndice del libro que encontrébastante sorprendente —la alta proporción de bombas argentinas quenunca explotaron. ¿Qué hubiera pasado de haber explotado? ¿Porqué no explotaron? Virginia Gamba recoge este punto y me dejacon la impresión de que cree que algunos de los líderes argentinospiensan que no explotaron porque eran defectuosas y que eso fueotro elemento de la traición de Estados Unidos. Uno de los analis-tas militares sugiere que pudo haber sido el resultado de haber lan-zado las bombas muy bajas o muy cercanas al objetivo, una circuns-tancia forzada en los pilotos por su necesidad de volar al nivel delas olas para evitar los radares británicos y las patrullas de Hanier.La conclusión de Peter Dunn fue para mí sensata y atrayente des-pués de leer a todos los expertos militares de salón —dijo que nohabía habido lecciones militares. Todo el material de alta tecnolo-gía había sido usado con anterioridad; soldados superiores y man-dos superiores habían ganado anteriormente; la superioridad aéreahabía sido vital en otras oportunidades. La lección clave para él fueque la voluntad política de los británicos, junto con una cuidadosacoordinación entre los servicios, permitió la ejecución de una estra-tegia coherente. Unidas a los comentarios de líderes argentinos conrespecto a la ausencia de tal coordinación y coherencia en el ladoargentinos, estas observaciones son profundamente convincentes.Extrañamente, falta una lección en todos estos libros, pero que estáen el corazón de un delgado libro publicado por SIPRI: que la guerrafue un feroz estímulo para el armamentismo. Hacia fines de 1983,los argentinos habían reemplazado todas las armas que habían per-d;do en la batalla [Joseph Goldblet y Víctor Millán, The Falklands/Malvinas conflict a supur t'o afanas buüd-up (Stockholm: SIPRI, 1983)].

Una de las consecuencias críticas de la guerra fue el golpe mor-tal asestado al régimen militar y la presión inexorable puesta en losmilitares para que devolvieran el gobierno a los civiles. Muchos denosotros, a la distancia, estábamos tentados de decir que, quizás,aún con la terrible pérdida de vidas, la guerra había valido la penaporque libró a la nación de la dictadura que había tomado aún másvidas que aquellas tomadas por las armas británicas. La guerra, alexponer la lamentable falta de habilidad profesional de los milita-res, completó el proceso de desilusión pública que se había iniciadocon la sangría de la guerra sucia y profundizado por el cada vezmás obvio fracaso de los planes económicos altamente publicitadospor el régimen y que había sido excusa para muchas de las durasmedidas represivas de las sucesivas Juntas. Tan pronto había cesa-

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:do la lucha,' el proceso de transición política comenzó. Pero ¿quéhabían aprendido los militares argentinos de la guerra? y, ¿cómoencajaban la guerra en su experiencia de gobierno entre el período1976-83?

La mayoría' de los argentinos que escribieron inmediatamentedespués de los resultados desastrosos de la guerra, simplemente es-tán contentos de ver que los militares dejan el poder. Estaban eno-jados y no cuestionaron la respuesta militar a la derrota; para elloseran los militares los que habían sido derrotados, no el país. SóloCardoso et al. señaló que los militares dejaron el poder, no fueronforzados a dejarlo; cayeron, no fueron empujados. La oposición ci-vil no había tenido tiempo de organizarse en grupos coherentes conpolíticas claras. Esto, fue obvio en los tempranos esfuerzos del go-bierno de Alfonsín por juzgar a los miembros de la Junta por loscrímenes cometidos durante la dictadura. El mal manejo de los es-fuerzos de guerra fue dejado para ser juzgado por los mismos mili-tares. En un reciente estudio, Carlos J. Moneta, quien ha estudiado

• detalladamente a los militares argentinos por más de una década,concluye que no parecen haber aprendido nada de su experiencia.No sólo están esperando con ansias la próxima campaña para libe-rar las Malvinas; también consideran que sus denominadas derrotaso errores políticos y económicos son solamente el resultado de nohaber aplicado sus soluciones con la suficiente firmeza por largotiempo. A juzgar por las entrevistas que tuvo Moneta con líderesmilitares en 1984 y 1985, su visión del mundo es tan miope comolo era en 1981 y 1982, y su falta de comprensión de los asuntos mun-diales es tan pronunciada hoy como lo fue entonces. A pesar de quenunca es didáctico, los puntos de vista de Moneta están claros. Suensayo constituye una lectura escalofriante. [Ver Moneta, con E.López y A. Romero, La reforma -militar (Buenos Aires, 1985)].

Mientras la mayoría de los argentinos estaban contentos de de-jar las implicaciones militares geopolíticas a los autores británicos ynorteamericanos, han demostrado un intenso interés en las implica-ciones de la guerra para el sistema internacional y para las relacio-nes interamericanas en particular. Tres trabajos principales quecaen en esta categoría han llamado mi atención. Dos de ellos, el nú-

'mero especial de Estudios Internacionales y el volumen editado porRoberto Rusell son colecciones de ensayos de participantes del pro-yecto RIAL; mientras el tercero, de Juan Carlos Puig, es un extensoensayo. El profesor Puig, quien ha enseñado en la última décadaen Venezuela, es un prolífero escritor de asuntos internacionales-. Eneste libro analiza cuidadosamente la existencia de paradigmas ma-yores para el entendimiento del sistema internacional que dominanel-pensamiento de las élites de la política exterior en Gran Bretañay Argentina. Estos conceptos, argumenta convincentemente, guiaron

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a arabos bandos a una serie de errores desastrosos que son detalladosen los trabajos discutidos previamente. Resume los sistemas inter-nacionales legales, políticos, económicos y culturales predominantesy explica las repercusiones de cada uno en la crisis de las Malvinas.Este es un libro fuertemente argumentado y muy claro que vale lapena leer. La conclusión, que Argentina debe alterar su obsesivofoco histórico en Europa Occidental y concentrarse más bien, tantoen términos políticos como económicos, en un mayor acercamientocon América Latina y el resto del Tercer Mundo, es compartida porla mayoría de los autores latinoamericanos cuyos trabajos están re-unidos en otros libros criticados, pero la posición es más convincen-te en el ensayo de Puig.

Todos los especialistas latinoamericanos están convencidos deque el episodio demuestra de una vez por todas que el sistema ínter-americano no funciona, excepto para la conveniencia de EstadosUnidos, y que la futura seguridad de América Latina sólo puede sergarantizada a través de una organización regional sin los EstadosUnidos, de la integración económica de la región y de un nuevoorden económico. Esto puede ser cierto ¿pero es políticamente fac-tible? Yo diría que algunos de los comentaristas son excesivamenteoptimistas al ver el episodio como una prueba para los latinoame-ricanos, de una vez por todas, de que no se pueden fiar de los Es-tados Unidos y que deben y, finalmente, van a juntarse por su pro-pio beneficio y seguridad. Como una meta ardientemente deseada,esta posición escapa a toda recriminación. Gomo una descripciónde la actual distribución de fuerzas en el hemisferio, lo encuentrotan ilusorio como la visión del mundo sostenida por el GeneralGaltieri y sus colegas. Además de abogar por una mayor coopera-ción latinoamericana, lo que se señala en las colecciones de ensayosenfatiza que los regímenes autoritarios no pueden proteger los inte-reses nacionales de las naciones latinoamericanas: sólo los regíme-nes democráticos pueden, porque sólo estos últimos tienen legitimi-dad intrínseca. Los Estados Unidos no debieron interponer ideolo-gías en su política exterior, porque pueden confundir a las nacioneslatinoamericanas; y los regímenes militares exacerban la vulnerabi-lidad externa de éstas. En este caso de la guerra de las Malvinas, Janaturaleza del régimen argentino y su abominable record sobre losderechos humanos, ciertamente jugaron un papel importante en larenuencia de otras naciones del Tercer Mundo para apoyar la po-sición argentina en momentos cruciales en las Naciones Unidas opara salir en defensa de Argentina en cualquier momento durantela guerra.

¿Qué decir del futuro? ¿Resolvió algún problema internacional la

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guerra de las Malvinas? Temo que la respuesta es negativa. El pro-fundo sentimiento de legitimidad de los derechos argentinos sobrelas islas permanece fuerte. El gobierno de Alfonsín empezó a argu-mentar la causa de su nación ante las Naciones Unidas casi tanpronto como llegó al poder. Pero tiempo después, el Ministro deRelaciones Exteriores, Dante Caputo, se reunió con diplómameosbritánicos en G'nebra para tratar de establecer las bases para la re-novación de la negociación bilateral que llevaría, en último caso, ala transferencia de las islas a la soberanía argentina. Pero los bri-tánicos no quieren jugar. Es demasiado pronto. La camarilla de lasPalklands Islands Company es demasiado poderosa aún, lo suficien-temente poderosa como para lanzar a los Comunes a una confusióna la menor mención de una posible solución pacífica a la d:sputa.En el intertanto, las más oscuras predicciones concernientes al costoexorbitante de mantención de una fortaleza en las Ealklands paralos británicos se han vuelto ciertas. Los mismos isleños se han idodesilusionando rápidamente. Se informa que el alcoholismo estácreciendo rápidamente, la emigración ha llegado a proporciones sig-nificativas, y la depresión económica que ha dominado a las islasdesde fines de los setenta está peor que nunca. No es una situaciónmantenible desde el punto de vista de los británicos. Un autor ar-gentino, Haroldo Foulkes, en su compasivo e inteligente libro sobrelos isleños, Los Kelpers: en las Malvinas -y en la Patagonia, prediceque una solución diplomática es inevitable, y que las islas serántransferidas pacíficamente a Argentina una vez que haya una com-binación de un régimen democrático en Buenos Aires, un gobiernolaborista en Londres y un gobierno demócrata en Washington. Só]ola primera de estas condiciones ha sido lograda, así que tendremosque esperar algunos años más.

El hecho de que muchos miembros de la élite militar argentinano hayan cambiado su visión del mundo como resultado de la guerraes causa de alarma. Por fortuna, Jos civiles participantes del procesode toma de decisiones han cambiado la suya. Varios participanteshan reconocido que su ignorancia del mundo y su visión miope deél contribuyeron directamente a la crisis. Desde el regreso de la de-mocracia, no menos de cuatro centros de estudios de relaciones in-ternacionales han empezado a trabajar en Buenos Aires. Más signi-ficante es que conversen unos con otros. Deben contribuir a unadiscusión seria e informada de hechos al coleccionar información,examinar datos y proponer alternativas y opciones a un gobierno ju-ramentado para abrir discusiones de políticas. Mientras el gobiernodemocrático no sea garantía de paz por sí mismo, ningún gobiernoargentino, civil o militar, de izquierda, centro o derecha, va a estardispuesto a relajar la presión sobre los británicos o a disminuir deningún otro modo sus esfuerzos para ganar el control de las Malvi-

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ñas a través de negociaciones. Es de esperar que las expectativaspara resoluciones pacíficas serán mejores con un gobierno democrá-tico, con libertad de prensa y un acercamiento pluralista a las to-mas de decisiones. Tal gobierno se beneficiará significativamente dela mejor calidad del discurso académico en cuestiones internas. Lafalta de tal discurso refuerza lo que Carlos Escudé denominó "Losmitos de la política exterior argentina". En una reciente conversa-ción en uno de los nuevos centros para asuntos internacionales, elInstituto Torcuato Di Telia, el ex Ministro de Relaciones Exterio-res, Osear Camilión, insistió en que era hora de que los argentinosse vieran a sí mismos como los otros los ven a ellos, no para cam-biar y volverse como los otros quieren, sino para que puedan formu-lar una política exterior razonable que defienda sus intereses .nacio-nales sin alienarlos de la comunidad internacional. De ese modo, yno a través de aventuras militares o de arrogancia, Argentina alcan-zará el destino que ha sido prometido por tantos gobiernos diferen-tes en el siglo pasado.

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