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I Crónica Recopilada por Jean Meyer A propósito ác Memoria ehistoria {Istornúm. 5, junio del 2001), la crónica re- basa todas nuestras posibilidades de espacio. Daremos la palabra a Javier Tu- seil y a Ilermann Tertsch antes de señalar varios desarrollos nacionales. ALI'ONSÜ XIII, UN CKN'I'ENARIO POLÉMICO Hubiera sido bueno repensar el primer tercio del siglo pasado, en el que tan destacado papel jugó Alfonso XIII, y todavía existe la posibilidad de hacerlo. Desde la perspectiva de los historiadores, la gran cuestión que se plantea es cómo desde un punto de partida político que cuando menos permitía un cier- to grado de libertades, no se evolucionó dando pasos sustanciales hacia la de- mocracia, y hasta qué grado la responsabilidad de lo ocurrido fue de una perso- na, el monarca. Adelanto mi respuesta para que sir\'a de base al debate si se considera procedente. En primer lugar, habría que tener en cuenta que ese tipo de evolución resulta mucho más accidentada y contradictoria de lo que se sue- le pensar. El ejemplo italiano, un caso hasta cierto punto paralelo, lo testimo- nia sin la menor duda. En segundo lugar, el examen de la actuación de Alfonso XIII revela ligereza y errores, algunos garrafales, pero resiste bien la compara- ción con otros monarcas o jefes de Estado de la época, en especial de aquellos países con unas sociedades parecidas en su grado de evolución. Estas afirmaciones, de cualquier manera tan discutibles como para que quien las ha escrito necesite varios centenares de páginas para matizarlas, po- dría servir de punto de partida para un debate. En el fondo, la gran cuestión 156

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Crónica Recopilada por Jean Meyer

A propósito ác Memoria ehistoria {Istornúm. 5, junio del 2001), la crónica re- basa todas nuestras posibilidades de espacio. Daremos la palabra a Javier Tu- seil y a Ilermann Tertsch antes de señalar varios desarrollos nacionales.

ALI'ONSÜ XIII, UN CKN'I'ENARIO POLÉMICO

Hubiera sido bueno repensar el primer tercio del siglo pasado, en el que tan destacado papel jugó Alfonso XIII, y todavía existe la posibilidad de hacerlo. Desde la perspectiva de los historiadores, la gran cuestión que se plantea es cómo desde un punto de partida político que cuando menos permitía un cier- to grado de libertades, no se evolucionó dando pasos sustanciales hacia la de- mocracia, y hasta qué grado la responsabilidad de lo ocurrido fue de una perso-

na, el monarca. Adelanto mi respuesta para que sir\'a de base al debate si se considera procedente. En primer lugar, habría que tener en cuenta que ese tipo de evolución resulta mucho más accidentada y contradictoria de lo que se sue- le pensar. El ejemplo italiano, un caso hasta cierto punto paralelo, lo testimo- nia sin la menor duda. En segundo lugar, el examen de la actuación de Alfonso XIII revela ligereza y errores, algunos garrafales, pero resiste bien la compara-

ción con otros monarcas o jefes de Estado de la época, en especial de aquellos países con unas sociedades parecidas en su grado de evolución.

Estas afirmaciones, de cualquier manera tan discutibles como para que quien las ha escrito necesite varios centenares de páginas para matizarlas, po- dría servir de punto de partida para un debate. En el fondo, la gran cuestión

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I coinádencias y divergencias

que subyace es la de las dificultades que siempre hay en el espinoso camino hacia la democracia, cuestión crucial y que sigue teniendo una indudable vi- gencia. Claro está que también los amateurs de la Historia pueden seguir viviendo de ideas simples y adquiridas de otro tiempo bien remoto y no de lec- turas recientes y de calidad. Se puede, por ejemplo, ofrecer de Alfonso XIII la imagen de una "corte de los milagros", pero eso ya lo hizo, de forma insupera- ble, Valle-Inclán. Se puede derivar de la Falange y despacharle con el califi- cativo de "perjurio". Pero con eso se elude, tanto como con las descargas de edulcorada sensiblería monárquica, una posibilidad de profundizar en cues- tiones que, siendo del pasado, siguen teniendo interés en el presente.

El País, 5 de mayo del 2002

CACOFONÍAS CKNTROEUROPKAS

Parece una broma que en dos países centroeuropeos vecinos y miembros de la OTAN, Alemania y la República Checa, las portadas de los diarios se centren es- tos días en una cuestión no ya anacrónica, sino totalmente extravagante: los Sudetes. Pero no es una broma y cuadra perfectamente en el estremecedor escenario actual. La inmigración y la seguridad ciudadana son dos armas efec- tivas y peligrosas para la agitación populista y la movilización social. Pero quizá lo sea aún más la perversa manipulación del agravio histórico. Con Alemania a tres meses de sus comicios y la República Checa en precampaña, a ambos la- dos de la frontera se ha recurrido al mismo con tanto entusiasmo y violencia re- tórica que ya amenazan con provocar serios daños a las relaciones bilaterales, a la Unión Europea (UK) y al sentido común general.

Los Sudetes son una región que se extiende en arco por Moravia y Bohemia y que antes de la segunda guerra mundial estaba habitada mayoritariamente por

alemanes. Hitler impuso su anexión a Alemania en el vergonzante Acuerdo de Munich de 1938. Los sudetendeutsche lo celebraron con alborozo. Después de la guerra lo pagarían caro los más de tres millones de alemanes que fueron expro- piados de todos sus bienes y deportados hacia Austria y Alemania en una ope- ración de limpieza étnica que causó miles de víctimas. Fue uno de los capítu- los más negros de venganza y de culpabilización colectiva de la postguerra.

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I coinridencias y divergenáas

Ahora, más de medio siglo después, algunos han decidido que aquel trági-

co episodio puede dar réditos electorales. El candidato cristiano demócrata a la cancillería alemana, Edmund Stoiber, amenaza con bloquear el ingreso de la República Checa a la l'K si Praga no anula los decretos de Benes y ofrece com- pensaciones a los expulsados y a sus descendientes. El primer ministro checo, Miles Zeman, criminaliza por su parte a todos los deportados como "quinta- columnistas nazis" y califica aquella operación de limpieza étnica con miles de

muertos como "una aportación a la paz". Praga sugiere con cinismo que las víc- timas alemanas recibieron poco menos que su merecido. Stoiber y su coro exi- gen genuflexiones en clara actitud revanchista. Ambas posturas, igual de gro- tescas, tienen excelente recepción en sus cuerpos electorales. En el centro de Europa resuena de nuevo esa cacofonía nacionalista que todo lo envenena. Lo dicho: vaya panorama de principio de siglo.

Hermann Tertsch, El País, 24 de mayo del 2002

RECUPKRAK LA HISTORIA

Hace unos días se reunieron en el esplendoroso monasterio benedictino de Gottweig, junto al Danubio, en la baja Austria, varias decenas de políticos, aca- démicos y analistas, para estudiar en el Europa-Forum, entre otros muchos aspectos, la integración europea en la cultura y la historia. Todos coincidieron en que las fuerzas antieuropeas, chovinistas y radicales que están resurgiendo en toda Europa y que siguen la batuta a populistas y demagogos, se nutren de aversiones basadas en una historia sesgada, acientífica y manipulada por los

políticos. Existe, se dijo, una necesidad de crear comisiones conjuntas entre grupos de países e incluso paneuropeas para que las nuevas generaciones re- ciban una visión de la historia veraz, global, libre de mitos, de condicionamien-

tos nacionalistas, de reduccionismos y de aversiones inducidas. A principios del siglo pasado, prácticamente todos los libros de historia eran una colección de leyendas épicas, emponzoñadas de romanticismo nacional trufado de fe- chas. En las pasadas cinco décadas, especialmente en la Alemania traumatiza- da por culpa del nazismo, se hicieron grandes avances en el intento de presen-

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I coincidencias y divergencias

tar una historia con matices y con la vocación de entender otras posturas, inte- reses y sensibilidades [...].

El poder intoxicador y envilecedor de la historia manipulada o directamen- te inventada quedó trágicamente demostrado durante la pasada década en los Balcanes. Ahí fueron los poderes públicos los que impusieron una visión de la historia como llamada a la redención y a la venganza o a la reparación de pasa- dos agravios. Por desgracia, no sólo ahí. En la jornada plenaria de clausura del Europa-Forum de Gottweig, el profesor Matti Klinge, catedrático de historia de la Universidad de Helsinki, habló del peligro que alberga el secuestro de la formación de la historia por parte de los políticos y puso como ejemplo al País Vasco, "en cuyos colegios públicos se manipula e inventa parcialmente la his- toria para generar sentimientos en contra del resto de los españoles". Por eso, añadió, "la tendencia debe ir no hacia una regionalización de la formación his- tórica, sino, en sentido contrario, hacia una europeización". Tomen nota.

Hermann Tertsch, El País, sábado 6 de julio del 2002

Eric Rauchway, historiador de la Universidad de California (Davis), publicó el 21 de agosto del 2001, en el Financial Times, un artículo titulado "In bondage to historical false memory", en el cual afirma que los Estados Unidos "no ne- cesitan pensar en pagar indemnizaciones por la esclavitud: la guerra civil saldó sus obligaciones morales y financieras". El problema, dice Eric Rauchway, es que "mentir sobre la guerra civil (en nombre de la reconciliación nacional en- tre blancos) hizo posible la segregación racial e hizo necesario el movimiento moderno de los derechos civiles".

Los franceses siguen enfrentando "la guerra de Argelia y la cultura de la me- moria", señala el historiador Henry Rousso {Le Monde, 5 de abril del 2002). Rousso habla con tino de "judicialización del pasado", como en el caso de la memoria de la Shoah, de la memoria del pasado comunista después de la caída del muro de Berlín. El cronista mexicano podría señalar a su colega francés que en México ocurre el mismo fenómeno cuando en julio de 2002 el expresiden- te Luis Echeverría (1970-1976) tiene que comparecer para responder acerca de los trágicos acontecimientos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de

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I coinádmáas y divergencias

1972. ¿Cuál memoria sir\e, cuál historia? Los periodistas franceses esperan en- contrar "los últimos secretos de la guerra de Argelia" mientras que los mexi- canos buscan "ai culpable" de las matanzas de Tlatelolco y del Jueves de Corpus.

Paul Thibaud se pregunta: "Argelia, ¿debemos prolongar la guerra de las me-

morias.' (Esprií, enero del 2001, pp. 197-200) y hace obra de historiador cuan- do diez meses después escribe: "El 17 de octubre de 1961, un momento de nuestra historia" (Esprií, noviembre del 2001, pp. 6-19). Sobre esta matanza parisina de la cual fueron víctimas un número indeterminado de argelinos -hay una guerra de cifras, como en el caso del 2 de octubre mexicano-, Thibaud concluye: "no hay que pensar en una sentencia, sino en la apertura de un nuevo capítulo de historia. Es la historia, es la vida que puede curar las heridas de la

historia".

La socióloga Jeannine Verdés-Leroux, a propósito de Los franceses de Arge-

lia, los olvidados, los humillados de la historia, escribe que su "apaciguamiento pasará por la escritura de una historia equitativa. Falta mucho. La lectura do- minante, fabricada en las violencias de la época, ha sido desde aquel entonces exagerada en sus falsificaciones, sus juicios, sus olvidos" {Le Monde, 22 de mar- zo del 2002). El historiador no ha podido, pues, poner fin a la guerra de las me-

morias. ÍA

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