historia de luis querbes en comic

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1 LUIS QUERBES fundador de los clérigos de san viator Te preguntarás quién es éste de la foto. Pues, ni más ni menos que yo mismo, Luis Querbes, fundador de la Congregación de Clérigos de San Viator. ¿A que ahora ya te suena algo más? Claro, tú probablemente conocerás a algún viator. Voy a intentar contarte mi vida. A ver qué te parece.

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Historia en dibujos de Luis Querbes

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Page 1: Historia de Luis Querbes en comic

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LUIS QUERBES

fundador de los clérigos de san viator

Te preguntarás quién es éste de la foto. Pues, ni más

ni menos que yo mismo, Luis Querbes, fundador de la

Congregación de Clérigos de San Viator. ¿A que ahora

ya te suena algo más? Claro, tú probablemente conocerás

a algún viator. Voy a intentar contarte mi vida. A ver qué

te parece.

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Era a fines del

siglo XVIII.

Francia se

encontraba en

plena Revolución.

Faltaba pan y

sobraba miseria. El

trabajo era escaso.

Muchas personas

morían en la

guillotina. Ya ves,

un tiempo de

calamidades. Pues

bien, en medio de

este desastre me

tocó nacer.

Nací el 21 de agosto de 1793 en la ciudad de Lyon.

Desde comienzos de agosto, las tropas de la Revolución

cercaban la ciudad. Más de veinticinco mil militares.

Pero Lyon resiste. Mi padre, José, también defendió sus

murallas.

El mismo día que nací, mis padres me llevaron a

bautizar a la iglesia de San Pedro, casi a escondidas.

Me pusieron por nombre Juan Luis José María.

Al día siguiente, por la noche, comenzó el

bombardeo. Unos días más tarde me despertó un

gran estruendo. Había estallado una bomba en mi

casa. Mi madre me envolvió en su delantal y

huimos. ¡Qué susto!

Antes de seguir, te voy a presentar a mis padres: José

y Juana. José Querbes era de familia de sastres, un

hombre muy cristiano. Se estableció en Lyon trabajando

en un taller de confección.

Mi madre, Juana Brebant, huérfana desde muy

pequeña, llegó a Lyon y se puso a trabajar de modista.

Como ves, su trabajo les unió. Se casaron y compraron

un comercio de confección. Eran muy trabajadores.

Aprendí a rezar en mi familia y, con el

ejemplo de mis padres, empecé a conocer y a

amar a Dios y a la Virgen.

Page 3: Historia de Luis Querbes en comic

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Cuando tenía cuatro años nació mi

hermanita, a la que pusieron por nombre Josefa

Magdalena. Compartimos muchos juegos.

Nuestros padres nos cuidaban con atención y

cariño.

Un estudiante como tú se preguntará: "En medio de

ese follón de la época, ¿cómo podía estudiar Luis

Querbes?". Pues, en realidad, como se podía, ya que

apenas había escuelas. Por ello, mis padres buscaron, de

acuerdo con sus ideas, profesores que me educaran y me

formaran. Yo tenía inquietud por conocer y aprender.

Cuando tenía

nueve años

me apuntaron

en la escuela

de la

parroquia de

San Nicecio.

Allí aprendí

mucho:

gramática,

latín, música,

canto

sagrado,... Y

allí me estrené

como

monaguillo y

cantor.

A los catorce años, y en la misma escuela, comencé

a prepararme para sacerdote. Así que empecé también a

vestir la sotana. Estudié retórica y filosofía.

Estaba decidido a consagrar mi vida a Jesús. Tanto

es así que, al año siguiente, un 15 de octubre de 1808,

hice para siempre voto de castidad. Creo que ya em-

pezaba a tener claro lo que quería hacer con mi vida.

Recuerdo muy bien a mi profesor durante esos

años: Don Guido María Deplace. Fue muy buen

profesor. Aprendí mucho con él. Nos

compenetramos bien y nos escribimos infinidad de

cartas, incluso después de dejar la escuela. Me

decía que fuera trabajador y constante en mis

proyectos.

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Creció mi interés por la

vida religiosa. Un amigo

mío, Rabut, se hizo jesuita.

Entonces pensé: "Y yo,

¿por qué no?" Estaba un

poco confundido. La

Compañía de Jesús me

atraía mucho. Incluso

llegué a pedir mi ingreso en

ella, pero mis superiores me

lo negaron. Entonces no lo

entendí y "me quedé hecho

polvo". Al cabo de unos

cuantos años pensaba que si

hubiera sido jesuita, los

Clérigos de San Viator no

habrían existido. Lo que

son las cosas. Mi camino

iba por otro lado y yo sin

enterarme.

Ingresé en el Seminario de San Ireneo, en

Lyon, en octubre de 1812, después de haber

acabado con buena nota el bachillerato en

filosofía. Tenía 19 años y, a pesar de ser

joven, había adquirido un gran conocimiento.

Cuando me preguntaban en clase, respondía

con seguridad y me expresaba claramente.

El 17 de diciembre de 1816 me ordenaron de

sacerdote. Pronto, el párroco de San Nicecio, mi

parroquia de siempre, me reclamó como profesor

de la escuela clerical para ponerla al día.

Estuve seis años en esa parroquia. Fue una época

muy activa. Con los alumnos hacíamos, entre otras

cosas, oración, clase de religión y canto. Con el resto

de la parroquia tenía la preparación de las primeras

comuniones, la catequesis, charlas para jóvenes, la

animación de los cantos,... Más o menos, lo que tam-

bién se hace ahora. Poco a poco fuimos creando un

ambiente muy bueno en la parroquia.

Todos los días atendía a las personas que acudían

a confesarse. Recuerdo una vez que me llamaron

para que confesara a un sacerdote que se encontraba

muy grave y desesperado, que creía que para él no

había perdón. Al final se confesó y recibió, en paz

consigo mismo y con Dios, los últimos sacramentos.

Cuando predicaba, tenía mis temas preferidos

con los que disfrutaba: María y la oración. Creo que

la gente me entendía. También me gustaba hablar de

la limosna. Varias veces di el poco dinero que tenía

para ayudar a los seminaristas pobres. Por mi cariño

a María, introduje en la parroquia lo que

llamábamos el "mes de María" o "mes de las flores".

¡Qué contenta debía estar María!

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También prediqué, durante un tiempo, en los

pueblos cercanos a Lyon. En estas "misiones

populares" se intentaba atraer, sobre todo a los

hombres, a la práctica religiosa. Eran días de charlas,

confesiones, diálogos con la gente. Incluso me

propusieron ser director de una de esas misiones. No

acepté, pues quería quedarme en mi diócesis.

El 25 de octubre de 1822 fui nombrado

párroco de Vourles, un pueblo de agricultores, de

casi mil habitantes, a 12 kilómetros de Lyon.

El lugar era

precioso, pero las

familias eran muy

poco cristianas y

la iglesia estaba

casi en ruinas, a

consecuencia de

la Revolución

Francesa. ¡Anda

que no había

trabajo que hacer!

A pesar de que los feligreses, especialmente los

hombres, me volvían la espalda, puse manos a la obra.

Había dos tareas importantes que realizar: la escuela y

la iglesia. Las dos difíciles, pero no por ello imposibles.

Rápidamente, a partir de mis sermones, las

mujeres fueron cambiando de actitud respecto a mí.

Pero comencé a recibir cartas anónimas de algunos

feligreses a los que no les caía muy bien. Como no

sabía a quién responder, decidí replicar desde el

púlpito. Leí una de las cartas de forma graciosa y

con comentarios apropiados. La asamblea se rió, el

autor del escrito se dio por enterado y, a partir de ese

día, ya no recibí más anónimos.

Me volqué en los niños. Les daba catequesis, les

enseñaba cantos. Incluso compuse el folleto

"Cánticos para uso en las parroquias". Poco a poco

fui ganando amigos. Llamé a Pedro Magaud,

sobrino del alcalde de Vourles, para que se

encargara de la educación de los niños. Además de

ser un buen maestro, Pedro me ayudaba en la

parroquia y vivía conmigo

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Conseguí la

colaboración

de dos

religiosas de

las

Hermanas

de San

Carlos, que

abrieron una

escuela para

las niñas.

Viendo el mal estado de la

enseñanza, pensé en fundar una

asociación de maestros. Por

aquella época cualquiera se

dedicaba a enseñar, desde

aprovechados, vagabundos o

aquellos que lo hacían en sus

horas libres, pero la mayoría sin

ningún tipo de educación

religiosa. Pensaba esta idea

delante de Dios y oraba. Esa

asociación podría atender sobre

todo a los pueblos pequeños que

es donde había menos maestros.

Además ayudarían a los

sacerdotes en la parroquia.

Desde hacía un tiempo me llamaba la atención la

vida de San Viator, lector, catequista y ayudante del

obispo San Justo, que vivió en el siglo IV, en la

Iglesia de Lyon. Su forma de vivir me atraía y no

estaba tan lejos de la idea de la asociación que yo

me imaginaba.

Había que buscar y formar buenos maestros,

catequistas entusiastas, personas que amaran las

celebraciones religiosas, que fueran músicos, que

llegaran a las aldeas más alejadas... Pero, ante todo,

que fueran testigos del Evangelio. Había que

intentarlo.

Poco a poco, la idea empezaba a tener pies y

cabeza. Los miembros de esta nueva Asociación

tendrían que ser:

• Maestros religiosos o laicos, solteros o casados.

• Que se ocuparan con preferencia de las escuelas

de las aldeas.

• Con especial preocupación por las celebraciones

religiosas.

Serían, a la vez, maestro, cantor, sacristán e íntimo

colaborador del párroco.

Después de haberlo pensado durante dos años,

en presencia del Señor, expuse mis planes a las

autoridades de la Iglesia. Me animaron a que

presentara mi proyecto a la autoridad civil. Así que

redacté los Estatutos y los presenté al Consejo Real.

El 8 de agosto de 1829 fui el hombre más feliz al

recibir la aprobación civil de la Asociación.

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Los primeros

viatores estuvieron

mal alojados, mal

pagados, pasaron

muchas

dificultades,

incluso hambre, y a

menudo fueron

objeto de

habladurías. Pero

ellos cumplían su

misión con

generosidad.

Por fin, el 3 de noviembre de 1831, el

Arzobispo de Lyon aceptó y aprobó los Estatutos

de la Institución de Clérigos de San Viator, y ese

fue el verdadero nacimiento de lo que hoy

conoces como los Clérigos de San Viator. Los

primeros votos religiosos los hice a los dos días.

Los primeros religiosos que me acompañaron los

hicieron el día 11.

Para ayudar a estos nuevos maestros y

catequistas, escribí un método de lectura.

También publiqué el "Cálculo para las

Escuelas rurales", con veinticuatro lecciones.

¡Todo me parecía poco para facilitarles la

tarea a todos aquellos maestros tan dedicados

a su misión.

Sin embargo, a pesar de que las cosas iban hacia adelante,

decidí asegurar definitivamente la Asociación dentro de la

Iglesia. Por eso me dirigí a Roma con los Estatutos debajo

del brazo y la confianza puesta en el Señor.

Fui recibido en audiencia por el Papa Gregorio

XVI. Estuvimos conversando durante mucho tiempo

sobre la nueva Asociación. El destacó la novedad de

que los Clérigos de San Viator fuéramos

parroquiales y catequistas. A partir de entonces, en

Roma tomaron muy en serio la petición de la

aprobación.

Pero ésta se retrasaba un montón. Ya se sabe,

los papeleos son así. Yo estaba que no vivía de

nervios, tanto es así que me puse enfermo del

vientre, y de cierta gravedad. Tuve que guardar

cama y dejar de comer durante ocho días.

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Por fin, los cardenales

aprobaron los Estatutos

de la Congregación y

yo sané de golpe al

recibir la noticia.

¡Todo había finalizado!

¡Nos habían

reconocido la nueva

Institución! El 31 de

mayo de 1839 recibí el

documento firmado por

el Papa en donde se

aprobaba

definitivamente la

Congregación de

Clérigos de San Viator.

Antes de abandonar Roma

para regresar a Vourles, me

arrodillé delante de su

santidad Gregorio XVI y

renové mis votos

religiosos. Desde ese

momento, fui oficialmente

el Superior de los Clérigos

de San Viator. El Papa, en

esta segunda audiencia, me

dirigió unas palabras que

escuché atentamente:

"Creced y multiplicaos".

Nunca las olvidé y, lleno de

agradecimiento, me dispuse

a darles feliz cumplimiento.

De regreso, cuando ya estaba llegando a Vourles,

comencé a oír las campanas de la iglesia. Los

catequistas y los feligreses salieron a recibirme a las

afueras del pueblo y juntos nos dirigimos a la iglesia

para dar gracias a Dios. Más tarde, para celebrarlo,

lanzaron al aire un gran globo en medio de fuegos

artificiales. ¡Fue una gran fiesta para todos!

Enseguida pusimos un sello a la

Congregación, un escudo como tienen todas las

asociaciones, algo que nos identificara. En él,

como ya debes conocer, se lee la frase: "SINITE

PARVULOS VENIRE AD ME", que en

castellano quiere decir: "DEJAD QUE LOS

NIÑOS VENGAN A MÍ".

Y entraron nuevos religiosos. Los primeros

fueron Pedro Magaud y Pedro Liauthaud. Más tarde

Hugo Favre que sería mi sucesor como Superior de

los Clérigos de San Viator. Además del noviciado de

Vourles, se fundó otro en un antiguo castillo

abandonado que habilitamos con gran esfuerzo para

seminario y noviciado.

En 1838 dirigíamos once escuelas. Cinco años

más tarde ya eran treinta y tres. Crecíamos a pesar

de los problemas y dificultades. Y es que cuando

algo se quiere y se trabaja con constancia, se

consigue, eso sí, con la ayuda del Señor.

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Tuvimos grandes

contratiempos, sobre todo

económicos. Recuerdo que

en 1840 estuve a punto de

mandar a los novicios a

sus casas, ya que no había

nada con que alimentarlos.

Gracias a Dios, el mismo

día en que iban a

marcharse, recogíamos en

el buzón un sobre con

4.000 francos. ¡Qué

bendición!

Era el momento propicio

para extender la mirada

hacia otros horizontes. Nos

propusieron ir a la joven

diócesis de San Luis de

Missouri, en Estados

Unidos. Allí no había más

que una escuela y un solo

maestro católico. Pero la

misión no prosperó hasta

una segunda tentativa unos

años más tarde.

En 1844, desde Sirdhanah (India), nos

solicitaron seis religiosos para dirigir un

colegio. No lo dudamos ni un momento y allí

fueron. Tampoco esta misión prosperó debido

al clima, la alimentación, las costumbres, los

idiomas,... Todo tan diferente que los

religiosos no se pudieron adaptar. ¿Por qué

costaba tanto?

El Obispo de Montréal (Canadá), a su paso por Lyon, se

interesó por nosotros y en Vourles le presenté mi comunidad.

El pidió que los que quisieran seguirle a Canadá levantaran la

mano. Todos menos uno lo hicieron, y ése fue el elegido. Era

Esteban Champagneur. El junto con otros dos religiosos

partieron hacia Canadá. Cuando llegaron a Montréal me

escribieron diciendo: "Parece que éramos deseados en

Canadá. Nos hemos instalado en una misión llamada "La

Industria". En Canadá sí que prosperaron nuestras misiones.

¡Gracias a Dios!

La revolución del 22 de febrero de 1848 nos

obligó a cerrar temporalmente algunos colegios.

Ya en junio de ese mismo año, el conflicto se

solucionó y pudimos seguir con nuestras tareas.

Estuve varias veces enfermo de cierta gravedad, aparte

de una diabetes crónica que ya tenía. En abril de 1859, el

padre Favre pidió oraciones a todos los hermanos por mi

salud. En julio tuve una recaída. El 21 de agosto, el día de

mi cumpleaños, muchos hermanos acudieron a

felicitarme. Comimos juntos y aún pude bromear con

ellos.

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Mis restos

descansan en el

cementerio de

Vourles, en un

monumento muy

sencillo. Hoy se puede

leer: "Bajo esta losa

reposa, en espera de la

feliz resurrección, el

cuerpo de Juan Luis

José María Querbes, sacerdote de un celo,

de un desasimiento, El lunes 29 de agosto di a mis

religiosos mi último mensaje:

"Hijos míos, sed fieles a la

obediencia". Y el 1 de septiembre

de 1859, el Señor, a quien amaba

desde que era niño, me llevó con El.

de una caridad admirables, que durante 37 años fue cura párroco de

Vourles y fundó el Instituto de los Clérigos de San Viator. Murió el

1 de septiembre de 1859 a la edad de 66 años". Bajo este texto está

colocado el sello de la Congregación con las palabras de Jesús tan

queridas para mí: "Sinite parvulos venire ad me".

Te preguntarás cómo llegaron los Clérigos de

San Viator a Perú. Esto fue casi medio siglo.

Llegaron desde Canadá en agosto de 1959.

El primer lugar donde se instalaron fue en Cerro

Alegre

Luego, mis hijos fueron creando nuevas

comunidades por distintos lugares del Perú. La

verdad es que se sentían muy a gusto aquí. Varias

de ellas ya no existen como

Otras comunidades siguen en la actualidad:

Collique en Comas (Lima), Tamshiyacu en Loreto,

Cutervo en Cajamarca, Huancayo en Junín y Yungay

en Ancash.

De la misma manera que se instalaron en Perú,

también lo hicieron en otros países del mundo.

¡Había que ir donde les necesitaban! Hoy estamos

presentes en: Japón, Taiwan, España, Francia,

Italia, Costa de Marfil, Burkina Faso, Canadá,

Estados Unidos, Haití, Honduras, Belice,

Colombia, Perú, Bolivia y Chile.

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Y a partir de aquí, la historia hay que

escribirla en presente y futuro. Y esa parte de

la historia te toca a ti. ¿Qué te ha parecido?

¿Te ha gustado esta aventura? Hoy los

Clérigos de San Viator, mis hijos, continúan

mi obra anunciando a Jesucristo y su

Evangelio, educando niños y jóvenes, creando

comunidades cristianas a través de la

catequesis, celebrando la fe en comunidad.

Seguro que conoces a alguno de ellos. Puede que sea

religioso o asociado, o asociada. Sí, también hay en

nuestras comunidades chicas, señoras que son Clérigos

de San Viator. ¿Que no lo entiendes muy bien? Pregunta

a cualquiera de ellos o de ellas. Te lo explicarán con

mucho gusto.

Llegamos al final. ¿Qué? ¿Te apuntas tú también a anunciar el

Reino de Dios? ¿Que no sabes cómo? Recuerda que cuando uno

piensa que hace la obra de Dios es más valiente. Al menos, eso me

pasó a mí. ¡Atrévete! Un abrazo.