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¡UNA SEMILLA EN SUELO CANADIENSE! Enjambrarse en el extranjero nunca es fácil. El P. Querbes ya había tenido una dura expe- riencia. Implicado ya en los EE.UU. y en la India, dudará ante la invitación a fundar en Canadá. Sin embargo, el entusiasmo del obispo Bourget y su preocupación común por la edu- cación de los jóvenes vencen sus dudas y se compromete en esta aventura. Pero ¿contaba con medios? Responder a las necesidades de las pequeñas escuelas de las aldeas, tal era la misión del Padre Querbes. Sin embargo, se le pidió hacerse cargo de un colegio organizado según el curso clásico. Diferente opción que va a generar serias dificultades. Al principio, los hermanos de Querbes resultaron ser incompetentes, inadecuados para la realidad de un colegio. Lleno de problemas, el P. Champagneur parece incapaz de manejar la pequeña comunidad. La repentina llegada de los PP. Lahaye y Thibaudier de St. Louis (Missouri) parece traer la salvación, pero la ambición desmesurada del P. Thibaudier le lleva a retirarse temporalmente a Francia. La lentitud del correo por vía marítima retrasan las necesarias decisiones. Parece que la mejor decisión es confiar a Monseñor Bourget el cuidado de la joven comunidad. De vez en cuando llega desde Vourles una palabra para sostener la moral de las tropas que se resiente con demasiada frecuencia ante los ojos del obispo y de los hermanos. Los franceses se ajustan poco a poco a la realidad canadiense. Dirigir un colegio clásico correspondía entonces a un clérigo. Para que l’Industrie, Chambly y Rigaud se atengan a esta práctica, el obispo decide ordenar a los PP. Champagneur y Lajoie. Además, frenará la apertura de dichos colegios, limitando la enseñanza del latín a su diócesis. En consecuencia: se abrirán pequeñas escuelas en las parroquias rurales y la lista de establecimientos irá en aumento. En Montreal, el Coteau Saint-Louis se convierte en una escuela para sordos. En cuanto a la dirección de la comunidad, por expreso 12 Correo Querbes P. Luis Querbes, por Maurice Marcotte, csv.

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Correo Querbes, historia de Luis Querbes y de la fundación de los Clérigos de San Viator

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¡UNA SEMILLA EN SUELO CANADIENSE!

Enjambrarse en el extranjero nunca es fácil. El P. Querbes ya había tenido una dura expe-riencia. Implicado ya en los EE.UU. y en la India, dudará ante la invitación a fundar en Canadá. Sin embargo, el entusiasmo del obispo Bourget y su preocupación común por la edu-cación de los jóvenes vencen sus dudas y se compromete en esta aventura. Pero ¿contaba con medios?

Responder a las necesidades de las pequeñas escuelas de las aldeas, tal era la misión del Padre Querbes. Sin embargo, se le pidió hacerse cargo de un colegio organizado según el curso clásico. Diferente opción que va a generar serias dificultades. Al principio, los hermanos de Querbes resultaron ser incompetentes,

inadecuados para la realidad de un colegio. Lleno de problemas, el P. Champagneur parece incapaz de manejar la pequeña comunidad. La repentina llegada de los PP. Lahaye y Thibaudier de St. Louis (Missouri) parece traer la salvación, pero la ambición desmesurada del P. Thibaudier le lleva a retirarse temporalmente a Francia.

La lentitud del correo por vía marítima retrasan las necesarias decisiones. Parece que la mejor decisión es confiar a Monseñor Bourget el cuidado de la joven comunidad.

De vez en cuando llega desde Vourles una palabra para sostener la moral de las tropas que se resiente con demasiada frecuencia ante los ojos del obispo y de los hermanos.

Los franceses se ajustan poco a poco a la realidad canadiense. Dirigir un colegio clásico correspondía entonces a un clérigo. Para que l’Industrie, Chambly y Rigaud se atengan a esta práctica, el obispo decide ordenar a los PP. Champagneur y Lajoie. Además, frenará la apertura de dichos colegios, limitando la enseñanza del latín a su diócesis. En consecuencia: se abrirán pequeñas escuelas en las parroquias rurales y la lista de establecimientos irá en aumento. En Montreal, el Coteau Saint-Louis se convierte en una escuela para sordos. En cuanto a la dirección de la comunidad, por expreso

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Correo Querbes

P. Luis Querbes, por Maurice Marcotte, csv.

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deseo del Sr. Barthélemy Joliette está necesa-riamente vinculada a l’Industrie.

La gestión financiera de los establecimien-tos tiene prioridad sobre otras preocupaciones. Todos están inquietos y se vigilan entre sí. Los “dos Americanos” (Lahaye y Thibaudier), vista su mentalidad mercantil, se llevan gran parte de la sospecha. A ello se añade una libertad de acción duramente criticada por el P. Cham-pagneur. Pero ellos se defienden. Obsesionado, desbordado, el P Champagneur pide sin cesar su traslado.

Año tras año, la comunidad prospera. La ce-sión de las instalaciones de l›Industrie a su fa-

vor consolida la situación financiera. El reclutamiento lleva buena marcha y se confirma la viabilidad de la fundación. En una primera circular a los religiosos de Canadá, el P. Querbes puede finalmente expresar su fe y con-fianza en el futuro de la fundación. La rama se convierte en un gran árbol.

No todo es perfecto, pero el futuro no deja ninguna duda. El rostro de esta nueva fundación es diferente al de las provincias francesas. ¿Adaptación? ¿Nuevas perspectivas? La semilla sembrada toma vida. Desde 1865, esta fundación se extendería a su vez a los Estados Unidos, trasplantando allí algo de su modelo. La aventura indecisa de los comienzos se ha convertido en una realización impresionante. Sin lugar a dudas, el Espíritu sopla donde Él quiere...

Maurice Marcotte, c.s.v.

LA FUERZA DE LA EXPATRIACIÓN

En la sociedad, todo el mundo vive un tanto relacionado con el otro. Las personas se posicionan entre ellas según cómo interpreten los gestos y las palabras de los otros. Se observan entre sí cuando se trata de un lugar de recién llegados, y mucho más cuando una avanzadilla de una comunidad religiosa se enjambra y se establece en condiciones distintas a las de su fundación de origen. Se puede decir que tanto los que llegan como los resi-dentes tendrán que vivir un choque cultural importante.

Los Viatores franceses que llegaron a Canadá en 1847 tuvieron que en-frentar la mirada del otro en su vivir diario. Vivieron la condición del ex-tranjero, de aquel que mira a su país de adopción en la medida en que no coincide con el medio ambiente en el que él nació. Los nativos, por su par-

El peso entre cuatro, por Jules Dalou

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te, juzgan al extranjero con la me-dida de la experiencia de vida que reivindican como suya. ¡Miradlos evocar los elementos originales que dieron forma a su personalidad! En definitiva, ambas partes están lla-madas a vivir la diferencia, es decir el malestar de la novedad extraña, pero también la promesa de un fu-turo subyacente.

Paul-André Turcotte, c.s.v.

ROSTROS DE PROA

Con motivo de la fundación canadiense surgen y se imponen dos figuras. Monseñor Bourget, responsable de una diócesis grande, despliega un celo excepcional para hacer frente por medio de la escuela a los protestantes y a la anglicanización de los canadienses. Por su parte, el padre Querbes se afana tratando de corregir los efectos negativos de la Revolución. A ambos les animaba un mismo objetivo y una misma pasión.

Desde su primer encuentro en Lyon en 1841, el Obispo Bourget quedará impresionado por este hombre “prudente y discreto”, que solicita tiempo para pensar. Cinco años más tarde, una visita hecha a Vourles le propor-ciona la oportunidad de apreciar mejor la rica personalidad de Querbes. Recuerda así su admiración: “Viendo a este clérigo excelente, me sentí im-buido de veneración por sus virtudes y sobre todo por su amable simplicidad, la virtud que siempre ha caracterizado a los hombres de Dios. Conversando con él me resultó fácil asegurarme de la rectitud de sus intenciones y de su excepcional prudencia”. ¡Qué testimonio el de este hombre que sabe mucho de humanidad!

Por su parte, también con mucha admiración, el P. Querbes le confía total-mente el cuidado de sus hijos. La consig-na que recordará sin cesar es que confíen en él en cualquier situación difícil y que sigan sus decisiones. Buen acuerdo con franqueza: el obispo de Montreal recuer-da al párroco de Vourles la necesidad de una correspondencia más frecuente con sus religiosos para apoyarlos y animarlos en su exilio.

CORREO QUERBESNº 12

Regreso de la iglesia, por Clarence Gagnon

Los pequeños en clase, por G. Henry

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CORREO QUERBES Nº 12

A pesar de sus inmensas ocupaciones, Monseñor optó por pasar seis se-manas en Vourles en 1855. Un signo evidente de su interés por Querbes y por la comunidad. ¡Cuánta confianza compartida, cuánta clarificación en problemas pendientes! Cuando el fundador le presenta humildemente los estatutos de su asociación, él se muestra dispuesto a revisarlos.

Animado por este encuentro, el P. Querbes ordena a los PP. Lajoie y Laha-ye que vengan a Francia para compartir con ellos sus intenciones. Frustrado en un primer momento por ver ignorada su orden, se atendrá, sin embargo, a las explicaciones sobre la situación de Monseñor Bourget.

Dos fuertes personalidades que se ponen de acuerdo en la verdad y armo-nizan sus posiciones. Si Monseñor se maravilla del aporte precioso de los Clérigos de San Viator en su diócesis, también el P. Querbes reconoce el excelente apoyo del prelado para con sus religiosos. Estrecha colaboración bajo el signo de la amistad, lo que permitió a la joven comunidad superar las dificultades y echar raíces en suelo canadiense.

Maurice Marcotte, c.s.v.

LA EDUCACIÓN VISTA DE CERCA

Lo que crea la fuerza de las comunidades dedicadas a la educación es vivir la vida comunitaria en torno a un mismo proyecto educativo. La expe-riencia de algunos, sin darse importancia, sirve a los demás, y el proyecto se encuentra siempre con un personal que trabaja mejor apoyado en sus compañeros. El P. Querbes era consciente de los efectos de este tipo de ós-mosis por el contacto repetido con sus hermanos, especialmente durante la reunión anual. Además, sus advertencias no eran abstractas. Ejemplo, este pasaje no desprovisto de humor, del Manual de 1861:

”Está siempre prohibido en nuestras escuelas todo castigo corporal, como la vara, el listón, e incluso los golpes, los tortazos, etc. Dejaréis a los padres que

utilicen estos medios, como dice la Santa Escritura, y no habla en sentido figurado. En cuanto a usted, recuerde que un buen jinete sabe reducir a su voluntad a un caballo inquieto y asustadizo, acariciándolo y dirigiéndolo con mano suave y halagadora, sin ne-cesidad de utilizar ni látigo ni espuela. ¿Por qué han de ser tratados los hombres con más dureza que las bestias?».

Bruno Hébert, c.s.v.

Editado por la Provincia de los C.S.V. de Canadá - Traducido en la Comunidad viatoriana de España

El caballo blanco, por Paul Gauguin