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1 HAKUMANA: ESTAMOS JUNTOS INTRODUÇÃO Todo comenzó un día que fui convidada a participar de aquellas reuniones. Se trataba de la comisión de HIV-SIDA de la conferencia de religiosas y religiosos de Moçambique. O sea, un grupo de consagrados interesados en hacerse presente en el mundo de las víctimas de la pandemia. Como Iglesia, urgía un gesto de solidaridad. Ellos llevaban ya un año trabajando a nivel de prevención, ofreciendo cursos de formación e información sobre la enfermedad y su impacto social. Llegado cierto momento, sintieron que había que hacer algo más. Faltaba identificar el qué y el cómo. Llegué ese día. Fue en Marzo del 2006. Apenas llevaba unos meses en Maputo y vivía en la casa de las Hermanas Misioneras de la Consolata. Se encontraban unas 6 personas, uno despidiéndose a causa de transferencia; otros dos se ausentarían por uno o dos años para realizar estudios fuera de Moçambique. Hacía apenas unas semanas que asistimos a un diálogo entre el Presidente de la República y los líderes religiosos sobre la enfermedad, su rápida propagación y el qué hacer para mitigar el impacto. El punto más fuerte de la reunión, de hecho, era comentar sobre ese encuentro e intercambiar opiniones acerca del nuevo rumbo que debía tomar la comisión.

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HAKUMANA: ESTAMOS JUNTOS

INTRODUÇÃO

Todo comenzó un día que fui convidada a participar de aquellas reuniones. Se trataba

de la comisión de HIV-SIDA de la conferencia de religiosas y religiosos de Moçambique.

O sea, un grupo de consagrados interesados en hacerse presente en el mundo de las

víctimas de la pandemia. Como Iglesia, urgía un gesto de solidaridad. Ellos llevaban ya

un año trabajando a nivel de prevención, ofreciendo cursos de formación e

información sobre la enfermedad y su impacto social. Llegado cierto momento,

sintieron que había que hacer algo más. Faltaba identificar el qué y el cómo.

Llegué ese día. Fue en Marzo del 2006. Apenas llevaba unos meses en Maputo y vivía

en la casa de las Hermanas Misioneras de la Consolata. Se encontraban unas 6

personas, uno despidiéndose a causa de transferencia; otros dos se ausentarían por

uno o dos años para realizar estudios fuera de Moçambique. Hacía apenas unas

semanas que asistimos a un diálogo entre el Presidente de la República y los líderes

religiosos sobre la enfermedad, su rápida propagación y el qué hacer para mitigar el

impacto. El punto más fuerte de la reunión, de hecho, era comentar sobre ese

encuentro e intercambiar opiniones acerca del nuevo rumbo que debía tomar la

comisión.

Se percibía que entre los miembros de la comisión existía buenas relaciones; no

obstante, no conseguían ponerse de acuerdo sobre qué hacer, por dónde caminar.

Alguien dijo: “hace falta un contacto directo con los afectados; hasta el presente

hemos hablado mucho sobre ellos, pero no hemos hablado con ellos, ni hemos hecho

nada para beneficiarlos directamente”. Otro era de opinión de que debíamos abrir una

oficina de asistencia social y orientación para acompañar los enfermos. Decían que ya

había asistencia médica y subsidio de medicamentos en los centros de salud, pero que

las personas necesitaban dialogar con alguien sobre su condición y recibir apoyo de

tipo psicológico y socio económico. Después de unas dos horas de debate, salimos de

allí con la asignación de traer sugerencias concretas para el próximo encuentro.

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Yo me tomé bien en serio el asunto. Dediqué mucho tiempo a pensar y orar sobre qué

hacer y cómo en beneficio de los afectados e infectados por el SIDA en la Ciudad de

Maputo. Desde el principio supe que formaba parte de mi misión. Mi llegada a

Maputo, a la CIRM CONFEREMO y a la comisión del SIDA en ese momento no era

casualidad. El problema me implicaba, me concernía y me comprometía

profundamente. En principio había llegado a Maputo para dirigir el Instituto Superior

María Mãe de África; sin embargo, sentía fuertemente una urgencia de responder a

este otro asunto. Me atraía fuertemente. No conseguía desligar de mí el interés por el

tema. Bebía todos los artículos sobre el SIDA que encontraba. Sabía que me tenía que

preparar y no perdía ocasión para hacerlo.

El día de la siguiente reunión de la comisión de HVI SIDA de la CIRM CONFEREMO, nos

encontramos con que el grupo se quedó reducido a 5 persona. Esto trajo otra gran

preocupación: buscar nuevos miembros. ¿Cómo? También, al parecer nadie hizo la

asignación, con excepción de mí, pero no me atrevía a sacar mi extensa reflexión de

unas 10 páginas A4. Me quedé callada, escuchando y olfateando el ambiente. Decidí

esperar el momento oportuno para presentar mi propuesta.

De regreso a casa, Janete comentaba que se sentía preocupada, pues la reunión no fue

próspera y el grupo se había reducido considerablemente. Yo me limitaba a escuchar y

sentía dentro de mí que en algún momento esa historia se revertiría.

Entretanto, la vida continuaba y yo debía dedicar tiempo a conocer el Instituto

Superior María Mãe de África. Había viajado de Nampula a Maputo para tomar cuenta

de ese Instituto y debía substituir a la actual directora. La cosa no iba a ser fácil. El

Instituto, aunque pequeño, era complicado. Y, complicada era la situación financiera y

organizacional. Por lo que me percataba, la dirección había mimado mucho el

Instituto: los profesores, los alumnos, la planta física, pero urgía promover cambios

que augurasen el futuro desarrollo a nivel pedagógico y financiero. Una nueva política

organizacional debía implantarse y por lo visto, serían muchos los obstáculos a

ultrapasar.

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De hecho, los conflictos no demoraron en aparecer: algunos profesores, de los más

antiguos se resistieron a las reformas, se cuestionaban el porqué dejar el Instituto en

manos de una persona que llegaba nueva. Sentía que me miraban con recelos e

interrogantes. Me encontraba en una situación en la cual debía ganarme a las

personas y conquistar el terreno de a poco. Sabía que la paciencia no figuraba entre

mis virtudes y esto demandaba de mí doble esfuerzo. Era consciente que debía

provocar modificaciones y que estas se traducirían en sufrimientos para mí y para

otras personas, pero no podía dejar de hacerlo, costara lo que costase.

Por otro lado, me encontraba en proceso de cambios a nivel personal. Había viajado

sola. Estaba hospedada en la casa de las hermanas de la consolata, pero ya llegaba la

hora de encontrar casa para que mis hermanas pudieran venir conmigo. Debía dedicar

tiempo a procurar y de hecho, caminé y caminé por todo Maputo; salía del trabajo y

me dedicaba a buscar. Así estuve dos meses, hasta que di con una que respondía

mínimamente a nuestras necesidades. Fue un alivio cuando, finalmente, conseguí

alquilar y acomodar nuestra casa. Me ofreció un poquito más de seguridad. Lo

necesitaba; en medio de tantos desafíos, necesitaba sentirme fortalecida por el

ambiente mercedario, aunque ese ambiente tan querido y peculiar era preciso

construirlo en esta nueva realidad. Fue así que una hermana y dos vocacionadas

vinieron y constituimos una nueva comunidad. También conseguimos un perrito, que

aunque resultó una tormenta, nos ayudó a crear ambiente hogareño. Todo comenzó al

mismo tiempo: nuevo trabajo, nueva comunidad y la gestación del Centro Hakumana.

Finalmente, en una de las famosas reuniones abrí mi libreta y presenté mi propuesta:

un centro de acompañamiento y asistencia a nivel de integración social, psicológico,

salud, legal y espiritual. Alguien opinó que era ambicioso de más. Bueno, se puede

comenzar por alguna dimensión y luego se van agregando otras poco a poco, opinó

otra persona. Así comenzó el debate y las opiniones y los enredos. Alrededor de esta

discusión estuvimos no sé cuántas reuniones. Yo no tiraba el pie de la idea, insistía

suavemente en ocasiones, con firmeza otras, jocosamente en otras, pero insistía.

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Janete también se unía y día a día sentía su sintonía, como si supiéramos de antemano

que la vida nos unía en una misma misión: difícil, urgente, pertinente y apasionante.

En otra de las reuniones discutimos sobre el nombre que debía tener el tal centro de

acompañamiento. Surgieron no sé cuántos. Janete hizo alusión a la parábola del buen

samaritano y la frase: “Toma cuenta de él, cuando yo vuelva pagaré lo que deba.”

Entonces llovieron propuestas de nombres hasta que alguien dijo: “Centro Estamos

Juntos”. Otra persona opinó: “Es mejor un nombre en la lengua nativa”(Ronga o

Changana). Otro dijo: “¿Cómo se dice estamos juntos en ronga?” y luego de consultar

con un nativo, salió el nombre: HAKUMANA (Estamos Juntos). Aquí está, desde lo más

profundo de mí lo reconocí, como si lo tuviera estampado en algún lugar recóndito de

la conciencia y del corazón, esperando el momento propicio para salir a la luz.

Otro asunto que dio mucho trabajo fue encontrar en dónde abriríamos el centro. Hasta

solicitamos los servicios de una agencia inmobiliaria para ayudarnos a procurar un

lugar apropiado. En esta altura, nuevos miembros ingresaron en la comisión, entre

ellos, la Hna. Isabel Méndes Gómes, concepcionista al servicio de los pobres, quien

futuramente sería la administradora del ISMMA y Hakumana. Juntos visitamos muchos

lugares disponibles; ninguno parecía responder a las expectativas. Un día, después de

agotadas no sé cuántas, opinamos: “vamos a construir aquí en el terreno de la CIRM-

CONFEREMO”. Otro cuestionó: “¿Será que nos autorizarán? ¿Será que conseguiremos

dinero?” Yo dije: “el almacén viejo puede ser aprovechado”. Otro dijo: “es muy

pequeño". Y así pasamos no sé cuántas reuniones opinando, discutiendo, rebatiendo.

Finalmente, después de luchar para conseguir la autorización del Consejo Permanente

de la CIRM CONFEREMO, nos fue autorizada la utilización del viejo almacén para el

Centro Hakumana. Fue interesante la reacción de algunos religiosos en la asamblea de

la CIRM CONFEREMO-2007, donde presentamos el proyecto a través de un power

point artísticamente confeccionado. Parecía como si los superiores mayores se

sintieran aturdidos por causa del surgimiento de otro proyecto.

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Aún viendo la urgencia de una respuesta al problema del HVI SIDA en Maputo, como

conferencia de religiosos, no de forma aislada, les costaba asumir otra actividad.

Alguien dijo: “Todo bien, los que soñaron, que lo realicen”; otros dijeron: “Vamos dejar

la inspiración continuar, si es de Dios, perdurará”. El presidente de la Conferencia, en

un intento de neutralizar el impacto que ocasionó algunos de los comentarios se

expresó en forma de aprobación, manifestando que era necesario abrirnos a los

nuevos soplos del espíritu. Una luz de esperanza se encendió. Un camino a trillar con

sangre y sudor se abría para la comisión de HVI SIDA de la CIRM CONFEREMO.

Ahora el problema era encontrar dinero. Comenzamos a enviar proyectos a todos los

lugares posibles. Nada parecía acontecer… hasta que recibí la feliz noticia de que mi

Congregación, Mercedarias de la Caridad, aprobó el proyecto y nos enviaban 10.000,00

dólares, además de otro dinerito para comprar una fotocopiadora para la biblioteca

del ISMMA. Luego, con intervalo de unos días llegó la noticia de que las Misionarias de

la Consolata (Congregación de la Hna. Janete) enviaban otros 10,000 euros. Más tarde,

las hermanas de la Consolación se hicieron presente con otro donativo: esta vez de

16.000 dólares. Así, ya teníamos para la restauración y los anexos: cocina y quiosko

techado (comedor). No perdimos tiempo, nuestro albañil (Jorge) comenzó a poner

manos en la obra.

Antes de concluida la restauración, adquirimos algunos muebles: mesa con 10 sillas,

otra mesa pequeña con cuatro sillas para el comedor de los funcionarios, un

computador para la secretaría, tres mesas de computador, dos sillas, dos escritorios de

oficina, sofá y butaca, un televisor con video, una camita de niño, una estufa eléctrica

para cocinar y una nevera. Esos artículos del hogar los obtuvimos aprovechando el

traslado repentino de una cooperadora de una ONG radicada en Moçambique. El

ISMMA, por su parte, cedió 13 mesitas pequeñas con sus respectivas sillas para la

formación de los beneficiados; el resto, fueron donaciones realizadas por las ONG

Trocaire, África Directo, Aparf y la comunidad autónoma de Alcobendas (España).

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El sueño parecía estar a tomar forma. En esta fase, a pesar de las dificultades,

exultábamos de alegría. Ningún sacrificio nos incomodaba. Disfrutábamos del proceso

porque intuíamos que algo acontecería en beneficio de estas personas que tanto

sufrían y necesitaban apoyo. Estamos juntos era la palabra que queríamos pronunciar

a través de nuestros gestos. No sabíamos bien todos los recodos del camino que

debíamos atravesar, pero estábamos dispuestos a arriesgar.

La voz de Dios era como llama ardiente que quemaba por dentro. Esa voz la

escuchábamos en cada una de las personas que se acercaban procurando consuelo,

comida, medicamentos. Sin embargo, queríamos ofrecer algo más: esperanza, amor,

fe, dignidad, respeto, consideración, espíritu de lucha y superación, entre otras cosas.

Nuestro lenguaje en un principio era tenue, tímido, algo inseguro; con el correr de los

días, semanas y meses se fue tornando contundente, seguro, arriesgadísimo… Dios nos

hizo objeto de “su presencia desafiadora”, para que fuésemos “compañía arriesgada”

en favor de nuestros hermanos. Nos poseyó, arrebató y lanzó a decir de múltiples

formas: “Estamos Juntos”. El único mérito nuestro en toda esta historia es haber

escuchado su voz y el haber permanecido firmes en la misión encomendada, a pesar

de los obstáculos y dificultades.

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MÍSTICA Y SERVICIOS PRESTADOS

HAKUMANA: “Estamos Juntos” (Lc. 10,25-37)

Desde que fue concebido el proyecto Hakumana nos iluminamos en la parábola del

buen samaritano, que según mi opinión debería llamarse del “buen caído”, a juzgar

por los beneficios que trajo al samaritano, al posadero y a todos los que tuvieron la

suerte de intervenir en el proceso de levantar al caído. Ciertamente, beneficios de

orden humano y espiritual, no monetarios. Es exactamente lo que acontece en

Hakumana día a día. Veamos los puntos nucleares que delinean su mística y los

servicios prestados.

Para comenzar, yendo a la fuente bíblica, el relato del buen samaritano comienza

refiriendo que “un maestro de la ley” quería poner a prueba a Jesús preguntándole:

“¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”. Jesús le responde haciendo alusión

a lo que está escrito en la Sagrada Escritura: “Amar a Dios y al prójimo; haciendo eso,

vivirás”. No conforme con la respuesta, todavía tuvo la osadía de preguntar: “¿quién es

mi prójimo? De ahí, Jesús construye un relato fascinante, con el objetivo de describir

qué significa ser prójimo, cómo ser prójimo, por qué debemos ser prójimo; no sin

antes advertir que el saber ser prójimo no depende de conocimientos, ni categorías, ni

de afinidades por raza u otras condiciones (sacerdote y levita); es una cuestión de

apertura del corazón a la humanidad. Es prestar el propio corazón para amar en

nombre de Dios y a la manera de Dios, así como Dios nos ama.

De plano se nos deja claro que amar a Dios y al prójimo es un mismo acto. No es

posible separarlo. Desde que Dios se encarnó y se unió místicamente a la humanidad,

por medio de su hijo Jesús, fue superada la visión dual de Dios vs. Humanidad. Por

eso, la vida está ahí en el cierne de esa unión. De hecho, se nos dirá, a través del

apóstol Santiago, que quien dice amar a Dios y odia su hermano, es un mentiroso. Por

eso, en el asunto del amor no puede haber medias tintas: o amamos, u odiamos. Quien

no ama, odia. Y el amor de Dios está en nosotros cuando somos capaces de hacer el

bien en beneficio de nuestros hermanos.

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La indiferencia es una de las formas más perniciosas de odiar; otras formas son: la

venganza, el egoísmo, la envidia, entre otras.

En el relato del buen samaritano hay un gesto de entrega incondicional, generosidad

ilógica; no hay un diálogo previo entre el hombre caído y el samaritano. La humanidad

caída, representada en el indigente, es palabra viva audible para aquel que ama. Es la

voz de Dios encarnada. Se trata de la humanidad, la obra máxima del creador, su

propia carne y su propia sangre caída, derramada. Es un acto sacrílego, la obra de Dios

vertida como si fuera bazofia en el camino de la vida. Reponer, devolver la dignidad es

evidencia de “amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”; y no

sólo a ese hombre caído, sino en él, a toda la humanidad.

Ser prójimo es reconocer en la piel del hermano nuestra propia humanidad y supone

un compromiso SAGRADO de conservación y cuidado. Tratar la humanidad con el

mismo cariño y devoción como fue tratada por Dios en el momento de la creación. Es

aceptar que nos fue dada la vida para reverenciar al dador de la misma en un acto

perenne de participación en su misterio de amor.

El samaritano no perdió tiempo, con presteza hizo lo que tenía que hacer: curar,

remediar, consolar, cuidar, proteger. Utiliza los elementos que se encuentran a su

alcance para rescatar al caído de las garras de la muerte, de la indiferencia de los que

por allí pasaron sin hacer nada, del abandono impiedoso. Con aceite y vino celebra en

el altar de la vida, ungiendo las heridas del caído con aceite que da fortaleza para los

avatares del camino y vigorizando con vino de amor: sangre preciosa de Cristo que

redime y salva.

Transportado en el lomo de un animal de carga lo lleva hasta una posada y,

representado en el posadero, hace partícipe a otros del misterio revelado: el amor de

Dios que fluye de las “heridas abiertas del caído”; este amor impregna el alma de

quien cura, consuela y cuida. Es así como Dios manifiesta que nos ama, suscitando

amor, obligándonos a ser amor para los otros, todavía siendo retribuidos

misteriosamente por medio de ese amor ofrecido.

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Transformado tras la experiencia de ser “prójimo” encuentra coraje para continuar a

“tomar cuenta” del caído, aún cuando tiene que continuar el camino y de momento no

posee todo el dinero necesario: “cuídalo y si gastas más, yo te lo pagaré a mi vuelta”.

Ahora el corazón está poseído por un amor inusual; levantar al hermano se vuelve una

pasión. No se puede ser más indiferente. Ser prójimo dinamiza y da sentido a la vida. El

samaritano se experimenta profundamente unido a la suerte del que antes estaba

caído: “Es él, pero podría ser yo”. Es la misma humanidad; es el mismo barro y un

mismo alfarero.

Es así como el “prójimo” se convierte en contexto de encuentro con el Señor de la

vida. Al final, el caído levanta, el herido cura, el despreciado confiere dignidad. ¿Quién

era ese caído a no ser el mismo Señor Jesús que más una vez se aproxima para

rescatarnos? Ahora se percibe al caído como un templo de carne y hueso que atesora

el misterio del amor redentor. ¡Ahí está Dios! Su presencia es real. El caído se

transforma en sacramento de salvación. “Haz eso y vivirás”.

Nosotros los religiosos se supone que seamos expertos en los asuntos de Dios.

Deberíamos tener un olfato fino para descubrir al Dios que amamos y decimos seguir

con tanta devoción allí donde se encuentre. Pero, la verdad del caso es que esto no

siempre acontece. Muchas veces nos enfrascamos en nuestras vidas programadas y en

nuestras actividades ritualistas y pasamos de largo ante tantas “llamadas”. Luego

decimos que dedicamos espacios suficientemente prolongados para encontrarnos con

Dios, siendo nosotros quienes le ponemos hora, lugar y la Palabra a ser pronunciada al

mismo Dios. Y, no siempre estamos abiertos para dejarnos sorprender por Él, que por

el hecho de ser vida en esencia es siempre novedad, retoño, rebrote, capullo, pitón,

siempre nuevo y nunca repetido.

Hakumana: Estamos juntos, pretende ser un centro abierto para dar “posada” a los

caídos y ayudarlos a restituir su dignidad flagelada. De manera especial, acogemos a

las personas portadoras de HVI SIDA o a los afectados por esta situación, aún cuando

estamos abiertos a otras vulnerabilidades. Es lugar de encuentro con la propia

humanidad en la carne del caído. Es experiencia de salvación; participación en el

misterio de la redención.

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Nuestro objetivo es ofrecer una respuesta integral, a partir de un centro poli funcional

para infectados por el HIV/SIDA y otras situaciones de vulnerabilidad, en la Ciudad de

Maputo, funcionando desde el Instituto Superior Maria Mãe de África (ISMMA) en

coordinación con otros Centros e infraestructuras ya existentes; si posible, uniendo los

miembros de las Congregaciones Religiosas radicadas en Moçambique en un mismo

servicio.

Consideramos beneficiarios potenciales a todos los miembros de las Comunidades

circundantes, en la Ciudad de Maputo, dando prioridad a quienes necesiten de

información, formación, orientación o acompañamiento frente a la problemática de

HIV-SIDA e otras vulnerabilidades sociales. Se estima una participación diaria de 50

personas.

Se pretende trabajar en dos frentes: desde una perspectiva personal, ayudando a

comprender el fenómeno de la pandemia o el impacto socio económico de otras

vulnerabilidades; así como las posibilidades de responder con creatividad y autonomía,

ofreciendo herramientas para su concretización. Por otro lado, se pretende acompañar

los beneficiarios en el proceso de integración social.

Los beneficiarios podrán participar de charlas, mini cursos formativos para mejor

entender su problemática y para trabajarse interiormente en una tentativa de

responder a los desafíos que la propia situación de vulnerabilidad le presenta. Deben

llegar a la conclusión de que es posible vivir con dignidad y realizarse como ser

humano aún viviendo con SIDA o después de atravesar graves dificultades sociales. Por

su parte, la comunidad debe recibir el mensaje de acoger, respetar y apoyar a todos

sus miembros, en especial, los más carenciados.

Los servicios están divididos por áreas que contemplan la asistencia de la persona

integralmente, concretamente: formación e información, orientación sanitaria,

orientación psicológica, orientación espiritual, orientación legal e intervención social.

A cada área se corresponde un coordinador e varios asistentes.

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En las áreas se desenvuelven actividades tales como:

a) Área de Información y Formación : realiza su trabajo mediante charlas,

folletos, preparación de subsidios sobre calidad de vida, etc. Ejecutan sus

trabajos en escuelas, puestos de salud, parroquias e otros lugares solicitados.

Durante todo el año, realizan encuentros de formación con los beneficiados

consonante a las necesidades de estos.

b) Orientación y Asesoría : Incluye orientación y asesoría psicológica, legal y

espiritual. Efectúan el servicio mediante entrevistas individuales y terapia en

grupo.

c) Acción social e investigación . Efectúan levantamiento de datos para un

posterior análisis de casos, realizan acompañamiento sistemático, estudios,

investigaciones e intercambio de experiencias con otras instancias sociales.

Ofrecen la posibilidad de participar en actividades de terapia ocupacional, tal

como: costura, confección de artículos de paja y prendas de fantasía.

También, acompañamiento de mini proyectos de auto-sustento (venta de

alimentos, carbón, huertas, productos artesanales, etc.) Y, apoyo tanto

alimentar como en medicamentos.

Nuestro propósito y “pasión” es levantar al caído. En discernimiento grupal se analiza

cada caso y se diseña un programa de acción. En una primera instancia, generalmente,

el caído necesita posada, comida, medicamentos y apoyo afectivo. Posteriormente,

necesita ayuda para recuperar su autonomía. Finalmente, el caído debe pasar por la

experiencia de convertirse en un samaritano para acabar de sanar sanando,

levantando, apoyando y amando.

La metodología de acción, aún cuando está definida y escrita, acaba siendo redefinida

en cada caso. AL igual que el samaritano del evangelio, terminamos haciendo acopio

de los elementos a disposición en las circunstancias concretas de cada uno. Cada caso

es como una nueva parábola reinventada por Jesús para ofrecernos una PALABRA de

salvación.

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Hice una selección de los “Buenos Caídos” más significativos con la intención de

testimoniar LA PALABRA VIVA que Jesús nos ha proferido a través de las situaciones

reales de estos hermanos. Palabra encarnada, adolorida, llena de interrogantes y

sueños deseosos de ser cumplidos. Palabras que gritan anhelantes por una vida más

digna; por espacio vital para poder participar “en la danza social”; Palabras que

tuvieron la fuerza de ponernos en movimiento solidario y hasta de tomar posturas

juzgadas de locas, imprudentes o inconvenientes.

Escúchalas sin prejuicios y con el corazón abierto; es nuestro testimonio de la acción

redentora de Dios; de su paso en medio de nosotros. Después, si te sientes motivado,

“Ve tú y haz lo mismo”.

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ESTAMOS JUNTOS PARA DECIR SÍ A LA VIDA

“No quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo vacilante”.

Era el día 2 de Noviembre del 2007. La Hna. Janete se encontraba rezando el rosario en

los alrededores de la Iglesia de la Polana, esperando que comenzase la segunda misa

del día. Como es su costumbre, estaba asistiendo tres misas consecutivas, en este día

de los difuntos, para celebrar la vida y pedir por el eterno descanso de sus familiares y

amigos.

Carola llegó con un zapato roto en la mano y con un andar avergonzado y triste. Se

aproximó a la Hna. Janete y sin ambages le dijo en un tono desafiador:

C: “Hermana, ayúdeme a abortar”.

J: “ Que dices, muchachita?” .

C: “Estoy embarazada y el hombre me abandonó. No tengo condiciones para

tener este bebé y no quiero que sufra cuanto he sufrido yo.”

J: “Escucha bien, muchachita, yo te puedo ayudar a tener el bebé, no a

matarlo.”

C: “Entonces, tome cuenta de mí”.

Janete no lo pensó dos veces. Cuando escuchó la expresión, “tome cuenta de mí”,

reconoció la voz de Dios; cogiendo del brazo a Carola se dirigió a su comunidad. Allí la

hospedó, transitoriamente, hasta descubrir lo que se podía hacer. Sin saberlo, se había

comprometido con el primer caso de HAKUMANA.

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Me encontraba en mi nueva casa, acomodando cosas, cuando recibí la llamada de

Janete y escuché entre entusiasmada y perpleja la historia de Carola. Se trataba de una

adolescente de 15 años de edad, embarazada de dos meses, abandonada por el

hombre y sin familia. De niña había sido raptada y dejada en un mercado de la ciudad.

Fue recogida y criada por una familia que, al parecer, la tenía como trabajadora

doméstica desde temprana edad. Entrada en la adolescencia, de niña sumisa y

resignada con su suerte, se convirtió en rebelde reivindicadora de presuntos derechos

denegados. Es así como se dio a la vida libertina: un chico detrás de otro, hasta que

huyó con un militar. Este, una vez supo de su gravidez la instó a abortar. Ante la

negativa de hacerlo, aún cuando él le sugirió métodos caseros para efectuarlo, la

abandonó dejándola con la deuda del alquiler y con un celular que acabó sirviendo

para pagar al dueño del pequeño inmueble.

“Debes entregar la chica en la escuadra de la policía”, fue la sugerencia que dieron las

hermanas de la comunidad a Janete. “¿Cómo, Será que ellos van hacer alguna cosa

para resolver el problema de Carola? No, vamos a buscar otra solución”, susurró la voz

de su conciencia. “Aquí no se puede quedar por mucho tiempo”, me comunicó Janete.

“Mañana tendremos que buscar un cuartito”, fue mi respuesta.

Es así como nos reunimos Janete, Isabel y yo para analizar el caso. En una primera

instancia, una feligresa de la parroquia de la Polana se mostró disponible para

acompañar a Carola. De hecho, necesitaba la orientación de una mujer que supiera los

secretos de la gravidez. En su casa fue a morar por algunas semanas. Pero, a causa de

que no disponía de mucho espacio en su pequeño apartamento, entregó la

encomienda y, utilizando un poquito del dinero que teníamos de Hakumana y otras

fuentes, se alquiló un cuartito para ella.

No fue tarea fácil; el problema de Carola era complejo. Entre otras cosas, estaba llena

de enfermedades venéreas: todas, menos HIV-SIDA. Debía someterse a un tratamiento

doloroso, molesto y desagradable para curarse antes del nacimiento de Karol, pues

podía contagiarle o contraer alguna enfermedad asociada en el momento del parto.

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Por otro lado, Carola era una chica inestable, agresiva, independiente y cabezuda.

Hacerla entender la necesidad de cambios de comportamiento era como hablarle en

otra lengua. Por si sola, se mudó tres veces de residencia, aduciendo razones de las

más diversas, siempre relacionadas con dificultades en la convivencia. Lo que sí nos

llamaba la atención era que, a pesar de observar un comportamiento atípico, cumplía

al pie de la letra las indicaciones médicas, pues quería que su hijo naciera sano y

bonito.

La acompañamos, paso a paso, en los cuidados médicos, de alimentación y personal-

social. Todos los días efectuábamos coloquios con ella, en una tentativa de crear

familiaridad y esclarecer su historia personal. Cuidamos mucho de ella; hicimos todo lo

que estuvo a nuestro alcance para que sus necesidades básicas estuvieran cubiertas.

Como ya referí, con ayuda de nuestra feligresa de la Parroquia de la Polana, fue

orientada en todo lo concerniente a la maternidad, inclusive, la preparación de su

“canastita de maternidad”: todo lo imaginable para poder recibir con simplicidad y

dignidad su hijito. El cual, de hecho, nació el día 7 de Abril de 2008, en el Centro de

Salud 1º de Maio de la Ciudad de Maputo. Carola y Karol recién nacido, salieron del

hospital en compañía de las hermanas Janete e Isabel. Karol viajó en el carro de las

hermanas Concepcionistas al servicio de los pobres rumbo a su casa. Desde ese

momento pasó a ser nuestro hijo querido, el primogénito.

¡Cuántos trabajos nos dio este caso! No teníamos clara la metodología a seguir y

pagamos la novatada. Carola nos había ocultado algunas cosas importantes de su vida;

entre ellas, nos dijo que no tenía carné de identidad. Por ese motivo la registramos,

nuevamente, con el nombre de Carola Janete de la Consolata. Al final, la familia que la

crió la había registrado, pero ella se recusaba a usar ese nombre. Quería comenzar una

vida nueva y el ambiente de Hakumana le permitía soñar con una diferente. No

guardaba bonitos recuerdos de su madre adoptiva, no así de su padre, a quien siempre

refería con gran aprecio. De hecho, más tarde tuvimos la oportunidad de conocerlos y

constatamos la bondad de uno y la ruindad de la otra.

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Como parte del plan de desarrollo para Carola, ésta participó del curso de

alfabetización ofrecido en el Centro Hakumana y luego, se decidió que continuara sus

estudios (6ta. Clase). Así fue como la inscribimos en una escuela privada, en el periodo

vespertino. Karol quedaba al cuidado de sus “tías” en Hakumana, en cuanto mamá se

esforzaba por estudiar. No fueron pocas las veces que la chica llegaba tarde,

obligándonos a quedarnos en el Centro más tiempo del debido a espera de que viniera

a procura de su hijo. Luego, se sucedían las reprimendas, las exhortaciones, las excusas

mentirosas y, a veces, las amenazas. Un día reflexionamos que no podíamos continuar

así: Carola debía envolverse más en los cuidados de su hijo; los estudios la estaban

alejando de su obligación principal. El contacto con los otros adolescentes la estaba

llevando a desear una vida de “jovencita sin responsabilidades”. Fue así como Carola

volvió a tomar cuenta, tiempo integral, de Karol. Pero, la jovencita no estaba del todo

preparada para esto. Cuando el niño se alimentaba apenas del pecho, todo anduvo

bien. En el preciso momento que debía comenzar a preparar los alimentos, la cosa se

complicó; no los preparaba bien, le daba comida amanecida de días, lo que provocó

una infección estomacal e intestinal delicadísima que terminó en hospitalización.

Esta nueva situación nos llevó a reflexionar, seriamente, en la necesidad de un

acompañamiento más intenso. Si tuviéramos una comunidad de referencia, donde las

chicas pudieran vivir con nosotras durante un periodo de tiempo, la historia sería otra.

Ahí comenzó a surgir la idea de “La Comunidad Hakumana”, de la que hablaré más

tarde. De hecho, hicimos todo por todo para acompañar a Carola, enseñándola a

cuidar del niño y de sí misma. Durante el tiempo de recuperación de Karol, ambos

vivieron con nosotras en la Comunidad de Hakumana. Al final, Carola necesitaba de

una presencia materna REAL, de alguien que apostara por ella, que la mimase sin

tonterías y la enseñase a AMAR de forma concreta a su pequeño hijo. En definitiva, no

se puede dar aquello que no se recibió y la vida pasa factura.

Page 17: Hakumana (testimonio hna evelyn

17

Entre las tentativas de manipulación de Carola, una vez que al principio se resistía a

modificar sus comportamientos, queriendo llevar una vida sin reglas y regalada, en una

ocasión nos acusó de que queríamos robar su hijo para venderlo fuera del país. Fueron

momentos de grande tensión y preocupación, pues veíamos que la chica estaba

desequilibrada y peligraba la vida del bebé. Grande fue la ayuda que nos dio la

Hermana Herminia Genao (psicóloga clínica), quien en esta altura ya formaba parte del

equipo de Hakumana. Ella consiguió neutralizar los ímpetus de carola y ayudarla a caer

en tiempo real. La paciencia, el amor, la firmeza y la constancia se encargaron del

resto.

Pasado un tiempo y viendo que Carola se “civilizaba” día a día, a través de la familia de

Janete se consiguió un dinerito para la adquisición de una pequeña vivienda. Esta

contaba con una dependencia adicional utilizable para alquilar como forma de

rendimiento en beneficio de Carola y Karol. Ya, en esta altura, Carola era otra: adquirió

mayor sentido de responsabilidad, aprendió a alimentar debidamente a su hijo, a

mantener su hogar limpio, entre otras cosas. Fue emocionante ver cómo ella decoró su

casa, poniendo cada cosa en su lugar, preparando las cortinas de las ventanas; en fin,

después de año y medio de acompañamiento, comenzamos a ver algunos resultados.

Más tarde, cuando Karol comenzó el pre-escolar (gracias a una beca de estudio),

volvimos a inscribir a Carola en la escuela, en el mismo tiempo que se encontraba el

niño en su escuelita. Así está actualmente, batallando para terminar la 8va. Clase, con

la promesa de hacer un curso profesional básico cuando concluya.

No fue casualidad nada de lo que aconteció. Carola apareció el día de los difuntos,

pues estaba MUERTA, sin esperanza de vida, perdida, sin perspectiva, sin futuro, sin

saber qué comería, dónde dormiría en ese día, considerando el fruto de su vientre

indigno a la vida por causa de su situación. Janete, por su parte, estaba celebrando LA

VIDA, pletórica de ella. Dios nos envió este caso, justo en el momento en que

discutíamos sobre el proyecto Hakumana: servicios a ofrecer, destinatarios,

metodología de acción, entre otros puntos a definir.

Page 18: Hakumana (testimonio hna evelyn

18

Carola fue la primera hija y el primer contexto de aplicación. Cada día, desde este caso

concreto, fuimos instruidas. Dios nos mostró lo que quería que hiciéramos y de la

manera que debíamos hacerlo.

Como la vida de Carola, hay muchas vidas “cascadas” y otras a punto de “apagarse”,

como era la vida de Karol en el seno de su madre. La Palabra Viva de Dios fue clara y

contundente: NO QUEBRAR LA CAÑA CASCADA o, no permitir que se acabe de cascar Y

NO APAGAR EL PÁVILO VACILANTE, o no permitir que sea sofocada una vida inocente,

por más débil que sea. Ante semejante PALABRA, no podíamos ser otra cosa, a no ser

consolación, merced y concepción maternal de Dios.

Page 19: Hakumana (testimonio hna evelyn

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ESTAMOS JUNTOS PARA RESTAURAR Y PROTEGER LA VIDA

“Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el

cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz

del muchacho en donde está.” (Gn. 21,17)

Cierto día llegó una de nuestras mamás de Hakumana y nos dijo que había una Señora,

con dos bebés gemelos, que había invadido una choza en uno de los barrios y allí se

encontraba en un estado lamentable. Los vecinos querían que las autoridades se la

llevaran, porque estaba llena de enfermedades y según ellos, podía contagiar a las

personas de la cuadra.

Creo que nunca me había sentido tan consternada después de asistir este caso. De

inmediato fuimos con nuestro motorista. Cuando llegamos, de hecho, nos

encontramos una situación crítica: una mujer totalmente demacrada, era apenas piel y

huesos y dos crianzas de menos de dos años descoloridos, llenos de sarna y bichos; el

nene con burbujas de pus por todo el cuerpo y la pierna derecha bien inflamada. No se

movía, no lloraba, sólo respiraba jadeando y miraba con ojos lastimeros. La niña,

aunque flaquita, parecía más sana.

La choza donde se encontraban era de un único ambiente, construida de material

convencional: paja y baritas de palo. El piso era tierra batida. Entraban las sabandijas

por entre las pajas. El olor a podrido era insoportable. Al principio pensé que procedía

de una de las panelas con comida que se encontraban en un rincón del cuarto. Luego

constaté que el olor provenía del cuerpo de la mujer y sus crianzas. No sé cuánto

tiempo llevaban sin tomar baño, además de que era evidente algún tipo de infección, a

juzgar por las heridas purulentas. La ropa de las crianzas parecía estar pegada de sus

cuerpos, el pus servía de cinta pegante; de hecho, desprenderla costó y dolió.

Page 20: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Me sentí mareada y profundamente conmovida. ¡No puede ser! ¡No puedo creer lo

que veo! ¿Cómo puede un ser humano sobrevivir en semejantes condiciones? ¿Y los

vecinos, por qué no han hecho nada? La mujer nos miraba entre esperanzada y

atemorizada y nos decía: “¿Qué desean? ¿Vienen para qué? Yo no tengo a dónde ir; es

por eso que me metí aquí”.

En esa primera visita apenas pudimos llevar alimentos, un bidón de agua y un “saco de

esperanza”. Prometimos volver cuanto antes. Así fue, pasados dos días allí volvimos.

Esta vez decididas a llevarlos con nosotras. Ya habíamos conseguido un cuartito para

trasladarlos. Y llegamos a tiempo. Luisa cuando nos vio casi llora de alegría. Había

llegado la dueña de la choza y exigía dinero, de lo contrario, sería llevada a la escuadra.

Ella intentó apaciguar a la mujer dándole parte de los alimentos que le llevamos en la

visita pasada. Pero, no tenía escapatoria, o pagaba o iba para la escuadra.

“Rápido, abre la capulana, mete todo lo que puedas que nos vamos antes de que esa

mujer regrese”. “Tú ya tienes cuarto donde vivir y nosotras tomaremos cuenta de ti”.

Así la animamos para emprender la marcha. Mientras Janete ayudaba a recoger las

cosas, yo tomé en brazos a Tomás. No pesaba nada, pero estaba tan sucio y apestoso,

no sabía por dónde sostenerlo. Él me miraba sin expresión y se dejó conducir por mí

hasta la camioneta. De vez en cuando daba una ojeada para atrás buscando a su mamá

y a su hermanita Gisela. Viendo que ellas nos seguían, volvía su cabecita sosegado. Mi

camisa crema de manga larga se llenó de inmundicias; el mal olor se impregnó en ella.

Aún sucio y mal oliente no dejaba de ser bonito, con sus ojos grandes y su sonrisita que

ya comenzaba a asomarse en su boquita. Parecía que adivinaba que sus días de

hambre, frío y enfermedad estaban por acabar. Les aseguro que ese niñito entendió

todo desde ese momento. No así Gisela; esta permanecía acurrucada en la espalda de

su madre y nos miraba con recelos. Costó mucho tiempo conseguir que viniera a

nuestro encuentro y que se dejase cargar o acariciar por una de nosotras. Fuera de su

Madre y su hermanito, no aceptaba la aproximación de nadie.

La historia de Luisa es esa que ya parece repetida. Fue criada por su abuela materna y

su tía. Su madre, aún joven, un día huyó rumbo a África del Sur para experimentar

suerte. Se fue sin despedirse de nadie y llevando consigo los ahorritos de la abuela.

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Luisa pagó muy caro la osadía de su madre; por siempre fue acusada de ser ladrona

como ella cada vez que se extraviaba cualquier cosa. Era obligada a hacer todos los

oficios de la casa. En cuanto su primita gozaba de ciertos privilegios, presentes de

aniversario, ropitas bonitas, ella debía contentarse con los trapos que dejaban los

otros; si protestaba, su tía le respondía: “Cuando vuelva tu mamá de África del Sur le

dices para que te compre, pues con certeza que volverá millonaria después de todo lo

que robó”.

A los 19 años conoció el papá de los gemelos. Quería hacer vida independiente.

Embarazó para que él la llevase consigo. Y, de hecho, la llevó a su casa, pero la familia

de Andrés comenzó a reclamar: primero, porque estaba embarazada de gemelos,

luego serían dos bocas; segundo, porque los exámenes pre natales habían colocado al

descubierto la gran tragedia: SIDA. “Esa enfermedad va a traer desgracia en nuestra

familia”. “No queremos esa mujer aquí” (fue la sentencia de los viejos). Andrés solicitó

a su familia que por lo menos la acogieran hasta los niños nacer.

La familia de Andrés tramó una salida: Andrés desaparecería y luego ella sería

expulsada justificando ese acto con la desaparición del hijo de la casa. Así fue como

Luisa, después de tres meses del nacimiento de sus hijos, comenzó a deambular por los

barrios de Maputo.

En una primera tentativa, volvió a la casa de la abuela. Allí no fue rechazada, pero

tampoco bien recibida. No tardó mucho tiempo en entrar en conflictos con la tía a

causa del jabón que se gasta, de los alimentos que no alcanzan y reproches por el

hecho de que ella no trabajaba y no contribuía con nada en la economía de la casa.

Luisa quería desaparecer, quería morir. Para colmo, Tomás no estaba bien de salud,

era un bebé muy frágil. Es así como solicitó a las hermanas de Calcuta que lo cuidaran,

pensando que no resistiría y que moriría. Luego, pasados unas semanas, se lo

devolvieron, pues aparentemente había pasado la fase crítica de desnutrición.

Page 22: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Conseguir leche para los gemelos era una odisea para Luisa. Por causa de su condición

no podía amamantar a las crianzas. Servicios Sociales se había comprometido a

suministrar la leche, pero conseguir que cumplieran fielmente y sistemáticamente con

el compromiso era una verdadera lucha. Allá iba Luisa hasta la oficina de servicios

sociales, arrastrando los pies descalzos con las dos crianzas colgando del cuerpo,

amarrados con paños. Luego, hacía fila por horas y horas. Desfallecida volvía, a veces

sin la leche; otras, con cantidad insuficiente. “Algunos días las crianzas chuparon agua

con azúcar”, nos confesó Luisa en uno de los coloquios. Una de las vecinas, a

escondidas de su marido, le pasaba algún plato de comida y un poquito de azúcar para

sosegar el hambre de los niños. “Fueron meses de penuria. Yo sólo quería salvar a mis

hijos, morir en paz sabiendo que ellos vivirían”. Era este el móvil de su lucha y

tenacidad.

En consecuencia, Luisa, después de casi dos años deambulando por las calles de

Maputo y viviendo en situación tan crítica, se había olvidado, entre otras cosas, de las

buenas costumbres de higiene, si es que las había adquirido alguna vez. De hecho, la

dueña del primer cuarto que alquilamos se negó a renovar el contrato por otro mes,

aduciendo la falta de hábitos de higiene por parte de la inquilina. Esta desconfiaba de

la conservación del inmueble en manos de Luisa. ¡Qué vergüenza! Otro caso que nos

llevó a reflexionar sobre la necesidad de un acompañamiento más cercano. Era preciso

un proceso de re educación. La higiene era fundamental para recobrar la salud, tanto

de la madre como de las crianzas.

El equipo de Hakumana hizo lo posible para ofrecer formación e información

pertinente sobre los cuidados domiciliares necesarios para la recuperación y

conservación de la salud. Luisa participó de todas las sesiones. Pero, una cosa es saber

y otra es crear hábitos. Esto último requería tiempo y acompañamiento.

Page 23: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Un día recibimos la desagradable noticia de que Gisela amaneció con fiebre muy alta y

la dejaron interna en el hospital. Luisa dejó a Tomás con la dueña del cuarto y le pidió

para llevarlo a Hakumana. Después de cerciorarnos del asunto, supimos que se

sospechaba que la niña tuviera tuberculosis. Luisa debía quedarse en el hospital con la

niña todo el tiempo. ¿Y Tomás, qué hacemos con él?

Para entonces, Janete y yo, junto con Valda (una laica brasileira), vivíamos juntas en lo

que llamamos “La Comunidad de Hakumana”. No lo pensamos dos veces: irá con

nosotras esta misma tarde. Nos preguntábamos cómo reaccionaría y si lloraría de

noche. Nos preparamos lo mejor posible con pañales desechables, juguetitos, ropita

nueva, artículos de higiene para bebés, etc. Para nuestra sorpresa, Tomás adoró

quedarse con nosotras. No dio problema con nada: reía en todo momento, comió todo

lo que le dimos, tomó baño sin problemas, durmió perfectamente bien en un

colchoncito de bebé entre medio de nuestras camas. Así estuvo con nosotras casi un

mes, hasta que su hermanita salió del hospital.

Pasados unas dos semanas, calló enferma con tuberculosis la misma Luisa. Para

entonces, ya habíamos hecho tratamiento preventivo de tuberculosis para Tomás.

Pues, nada, nos quedamos con los gemelos. Gisela lloró la primera noche, luego entró

en la onda de su hermanito y terminó gustando al igual que él.

Esa experiencia fue crucial, tanto para nosotras como para Luisa y los nenes. De

regreso a su casa, Tomás y Gisela comenzaron a exigir a mamá baño, cambio de pañal,

ropa limpia, entre otros hábitos que experimentaron y gustaron. Fue la mejor escuela

para Luisa. En adelante, debía prestar atención, pues los bebés ya sabían cómo se

podía vivir con un poco más de higiene.

Al igual que con Carola, conseguimos un dinerito para la compra de una pequeña

propiedad. Y, también hicimos un cuartito independiente para poder alquilar, lo que

permite una pequeña entrada económica.

Page 24: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Hoy los gemelos Tomás y Gisela son los niños más alegres y simpáticos del Centro. Han

mejorado mucho en cuanto a salud se refiere. Igualmente, Luisa, está en una fase

estable, esforzándose día a día para mejorar con el objetivo de alargar su vida y poder

acompañar, el mayor tiempo posible, a sus precisos hijos.

“Dios escuchó el grito de los niños”. En su nombre fuimos a rescatarlos. Se abrió un

pozo en el desierto para darles “de beber” (El centro hakumana). Surgieron varias

iniciativas de ayuda que están posibilitando una nueva vida. En medio de las cenizas de

relaciones rotas, de la esclavitud de una vida de sometimientos y humillaciones, de la

miseria absoluta al no tener NADA y sufrir de una enfermedad considerada

despreciable, del abandono de los de la propia sangre surge Dios con su poder-amor a

través de sus siervas; De ahí, otros dos hijos de Hakumana fueron protegidos y

levantados, junto a su valiente, fuerte y abnegada madre.

Page 25: Hakumana (testimonio hna evelyn

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ESTAMOS JUNTOS PARA DEVOLVER A LA VIDA A QUIEN PERDIÓ LA ILUSIÓN Y LOS SUEÑOS.

“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque quien pide

recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abrirá. ¿Quién de ustedes, si su

hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide pescado, le da una culebra? Pues si

ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más dará el

Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan! Traten a los demás como quieren

que los demás los traten.” (Mt.7,12)

Iba saliendo de mi oficina cuando observé, a poca distancia, una mujer que llevaba en

la espalda, atada con un paño africano, una joven. Esta última jadeaba en cuanto era

conducida rumbo a Hakumana. ¿Qué pasará con esa joven? Fue la pregunta que me

hice. Instintivamente seguí la comitiva que era precedida por la mujer que llevaba a la

joven y seguía una fila de niños (unos 5 ó 6). El más pequeño era llevado a caballito por

otro más grandecito. Me dirigí yo también para allá. Mi intuición, sazonada con un

poquito de curiosidad, me indicó el camino.

Lo que contó Doña Leticia me parecía exagerado. ¿Cómo es que pueden existir

personas tan inhumanas? ¿Será que está a inventar para ganar algún provecho? ¿Será

un drama bien montado? ¡No, no puede ser! La joven está mal de verdad y no es

fingimiento. “Rápido, vamos a enviarlos al hospital; esa joven tiene mala pinta”. Fue así

que, sin antes investigar nada, llamamos al motorista de hakumana y los enviamos

para el hospital. De hecho, Odete fue internada con un cuadro agudo de tuberculosis

como enfermedad asociada de HIV-SIDA.

Page 26: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Al día siguiente Leticia vino a nuestro encuentro. Nos contó el último episodio de sus

vidas: tras ser abandonada por el padre de los chicos, imposibilitada de pagar alquiler,

se arrimó en la casa de una anciana vecina, quien les dio posada a cambio de conseguir

comida para ella también; pero, cuando llega su hijo del interior, este los obliga a

dormir afuera. Cuando llueve se abrazan debajo del alero de la casa y se cubren con un

plástico. Ya llevaban varios días durmiendo afuera bajo lluvia.

Esta situación activó el problema de salud de Odete. “Por lo menos ahora está en el

hospital, pero cuando salga, no sé lo que haré con ella”, repuso Doña Leticia un tanto

contrariada. Luego dijo estar igualmente preocupada por el pequeño Emerson, una

vez que padece de la misma enfermedad que su hermana. “¿Ambos tienen SIDA?”;

“Sí”, respondió Leticia. “¿Y los otros chicos, también?”. “no”, negó enfáticamente. “¿Y

la Señora está infectada?”. “No, yo no tengo”, reveló con prontitud. “Entonces, ¿cómo

se contagiaron?”. Después de asomarse lágrimas en sus ojos, nos dijo: “Hermanas, por

inyecciones contaminadas”.

El caso de Odete nos puso en camino y en reflexión. Había que procurar solución. Por

un lado, la abuelita quería continuar viviendo junto con Leticia y sus hijos; por otro,

estaba en frontal conflicto con su hijo mayor, quien reprobaba el convenio entre su

madre y Leticia. De hecho, Leticia y sus hijos necesitaban un techo propio cerca de la

abuelita Petra.

En cuanto se analizaba el caso de la familia de Leticia, Odete salió del hospital. Debido

a su estado convaleciente, no nos pareció apropiado enviarla a dormir debajo del alero

junto con su madre y hermanos. Decidimos llevarla con nosotras a la Comunidad de

Hakumana. El único problema era procurar un lugar para ella en nuestro minúsculo

apartamento. Después de pensar, no encontramos mejor sitio que en el pequeño

oratorio, colocando una cortina para dividirlo; el extremo derecho, para orar; el

izquierdo para contemplar y acompañar a Odete. De hecho, nunca nuestro oratorio

fue mejor honrado con la presencia de una persona: una adolescente de 15 años, llena

de sueños e ilusiones aún estando enferma de tuberculosis como enfermedad

asociada a HIV-SIDA.

Page 27: Hakumana (testimonio hna evelyn

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La joven estuvo con nosotras unos 20 días. Mejoramos su alimentación y

aprovechamos para esclarecer algunas cosas relativas a la vida de su familia. Nos contó

que su Papi agredió a su mamá cuando supo que ella tenía SIDA, acusándola de

haberla llevado para prostituirse como medio de rendimiento financiero. Luego, nunca

fue cariñoso con ella como antes; la rechazaba como si fuera alguien que provocaba

repugnancia. ¡Cuánto sufrió! Esto fue peor que la propia enfermedad, según nos reveló

entre sollozos.

Entre los grandes sueños de Odete se encuentra estudiar medicina general y después

especializarse en pediatría. “Quiero cuidar de los niños y evitar que sufran lo que estoy

sufriendo yo a causa de una vacuna infectada”, nos dijo. Y, de hecho, es bien aplicada

en los estudios. A pesar de perder un año escolar, por causa de su estado de salud, ya

se encuentra cursando la 9na. Clase.

Pasado ese periodo de recuperación con nosotras y tras recibir la noticia de que el hijo

de abuela Petra ya había regresado a la casa de campo, vimos que era prudente llevar

a Odete con su madre y sus hermanos. No sin antes decirle que podía volver siempre

que se sintiese débil y precisase apoyo o reposo. Ciertamente, esos días de

convivencia, coloquios, buena alimentación y descanso sirvieron para fortalecer y

animar a Odete. Ahora sabía que tenía 3 amigas dispuestas a cualquier sacrificio en su

favor. Entendió que su enfermedad no podía constituirse en impedimento para realizar

sus sueños, que era posible ultrapasar todos los obstáculos y recuerdos dolorosos de

recobrar la confianza y la esperanza. También adquirió muchos presentes: una mochila

para la escuela, una maleta pequeña con algunas ropas nuevas, sandalias, artículos de

higiene y hasta prendas de fantasía. Se fue feliz y siempre que nos visitó llegaba al

lugarcito que fue su cuarto y decía: “este era mi lugar, junto a Jesús”.

Mucho nos preocupaba la suerte de esta familia: 7 menores de edad y una mujer

abandonada y humillada. Leticia procuraba alimento pilando maíz, lavando ropa casa

por casa, limpiando, allí donde la solicitasen; sólo que no conseguía un trabajito

estable, era apenas una jornalera. El fogón de la casa de la abuela Petra se encendía

apenas los días que Leticia tenía suerte. Los días que no aparecía nada, enviaban los

chicos a pedir por el vecindario de lo que les sobraba a los vecinos en la cena del día.

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Todo esto con el agravante de tener dos hijos con SIDA, los cuales necesitan buena

alimentación para poder tolerar los efectos colaterales de los anti-retrovirales, sin

olvidar que los otros cinco se encontraban también medio desnutridos.

Conscientes de la situación urgentísima de Leticia, decidimos emplearla en el propio

centro Hakumana como cocinera, una vez que íbamos a comenzar a ofrecer una

comida por día a los participantes del programa. Leticia lloró de emoción; ahora tenía

asegurada la comida diaria de sus hijos y de la abuela Petra, quien con tanto cariño los

había acogido en su casa.

Más tarde, con el dinero que ganaba en el Centro Hakumana y una ayudita adicional,

consiguió alquilar una dependencia de dos ambientes cerca de la abuela Petra.

También, con nuestra intervención, a través de una asociación que ayuda a mujeres

desamparadas, le cedieron un terreno en las afueras de la ciudad, donde hoy tiene una

huerta de verduras y tubérculos, además de que está a levantar, poco a poco en este

mismo terreno su propia casita con la ayuda de sus dos hijos adolescentes.

El estado de salud de Odete, ciertamente, es delicado y precisará acompañamiento

médico de por vida. Sin embargo, ha aprendido a lidiar con su condición y no está

dispuesta a renunciar a sus sueños. Su entrega y seriedad en los estudios nos lleva a

pensar que podrá llegar hasta donde quiera. Emerson, por su parte, es un niño de 5

años de edad alegre, bonito y muy amado por su madre y todos sus hermanitos. Juega

despreocupadamente con todos los niños de Hakumana, aún sin entender el porqué

debe tomar aquellos medicamentos y ser sometido, mensualmente, a control médico.

Dios es Padre y forma parte de su voluntad expresa dar TODO aquello que sus hijos

piden, cuando se corresponde con auténticas necesidades y no se constituye en

motivo de desvío del camino de la vida. Pero, no quiere actuar sin nosotros. Desea

utilizar nuestras manos, nuestros corazones para manifestar su misericordia, su

paternidad entrañable.

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La necesidad del hermano es ocasión para vivir nuestra identidad de “hijos desde el

hijo”, asumiendo el mismo comportamiento del Padre. No sin olvidar que a veces nos

tocará vivir el misterio de la paternidad amorosa de Dios desde la dimensión del Padre,

como aquel que es pródigo, tierno, gratuito; y mañana nos puede tocar vivir el misterio

desde la dimensión del hijo necesitado, desamparado, desprovisto. Es por eso que

Jesús nos advierte desde el evangelio: “Traten a los demás como quieren que los

demás los traten.” (Mt.7,12).

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ESTAMOS JUNTOS PARA CONSOLAR Y SANAR LAS HERIDAS

“Consolad a mi pueblo, dice el Señor”.

La primera vez que la vi capté que se trataba de una persona que llevaba mucha

angustia dentro de sí: su rostro duro, sus movimientos lentos y apesadumbrados, uno

de sus párpados caídos, entre otros indicadores. Su lenguaje corporal gritaba

fuertemente una historia de sufrimientos y evidenciaba la existencia de graves heridas

por sanar y consolar.

Me encontraba en una sesión de terapia en grupo con las participantes del programa.

Como en aquella altura todavía no teníamos psicóloga y viendo que era necesario abrir

espacios para “ventilar” experiencias dolorosas, dedicaba tiempo, una vez por semana,

para este fin. En cada sesión o encuentro dábamos oportunidad a una de ellas para

contar “su historia” y el grupo podía intervenir, al final, con algunas preguntas o

sugerencias. Yo me limitaba a escuchar y me quedaba maravillada de la capacidad

natural de ellas para tratar los asuntos tan delicados que tejían el entramado de sus

vidas.

Ese día fue el turno de Marlene. Nunca la había oído hablar, pues en las sesiones

anteriores siempre guardaba silencio y aunque se le saltaban las lágrimas al escuchar

situaciones dolorosas de la vida de sus compañeras, nunca intervenía. Al principio

pensé que no aceptaría, una vez que podían recusar libremente y nadie debía pasar

factura. Permaneció en silencio mucho tiempo. Le pregunté si prefería dejarlo para

otro día. Me dijo que no, que deseaba hablar. Suspiró profundo, yo también junto con

ella; Y, finalmente, comenzó.

“A mí me quitaron todo lo que poseía por culpa de esta maldita enfermedad”, expresó

con mucha amargura. Seguidamente contó que su marido, el papá de sus cinco

primeros hijos, fue el primero en caer enfermo y no quiso tratarse. En consecuencia,

no tardó mucho tiempo en perder la vida. Entonces, sus cuñados fueron a su casa, la

acusaron de asesina, la golpearon, le llevaron todas sus pertenencias y la expulsaron

de la casa.

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También se llevaron a su hija, quien en aquel entonces tendría unos 9 años de edad.

Según ellos, la niña, no podía continuar viviendo con la asesina de su padre. Sólo le

dejaron el más pequeño, César, porque apenas era bebé y decían que tal vez ni hijo era

de su hermano. Los tres hijos mayores, a raíz de la enfermedad del padre, ya habían

sido distribuidos entre los familiares.

La humillación fue grande; nadie salió en su defensa. Según ella, hasta consiguieron

poner a sus hijos en su contra; estos, confundidos la miraban como verdadera asesina.

Deambuló por las calles de Maputo, solicitó auxilio a sus familiares directos, pero

siempre existía el peso de las acusaciones y la tristeza de haber perdido TODO lo que

había formado parte de su vida.

Pasado un tiempo, conoció otro hombre de quien se apasionó o en quien se refugió

(bien, bien, nunca supo lo que sentía) y engendró a Ramoncito. No tardó mucho

tiempo en darse cuenta que este Señor no valía nada, que la utilizaba y no asumía

responsabilidades en el hogar; no trabajaba y bebía mucho.

Es así como lo abandona, ahora con dos niños pequeños con diferencia de dos años de

edad; el primero, un poco rezagado en el desarrollo en relación a su edad, con graves

problemas de salud; el segundo, su preferido, un bebé bonito y simpático, aunque

seropositivo al igual que su madre.

Luego de este auto relato, las compañeras más antiguas en el programa se esforzaron

por animar a Marlene, como a su vez ya habían sido animadas. Dijeron cosas muy

bonitas como: “aquí en Hakumana ahora no vas a estar sola, estamos juntas; es tu

oportunidad para recomenzar; la enfermedad no es impedimento para retomar tu

vida; mira como nosotras estamos a superarnos; aquí vas a aprender muchas cosas

buenas que te ayudarán para conducirte y para mejor acompañar a tus hijos”.

Page 32: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Yo me limitaba a escuchar y a dar la palabra a quien desease hablar. Me di cuenta que,

en la medida que animaban a Marlene, terminaban animándose a sí mismas. Marlene

escuchaba con la cabeza inclinada hacia el suelo y lloraba; al final, espontáneamente,

se levantaron, levantaron a Marlene, se turnaron una a una para abrazarla y cantaron

el siguiente canto de acción de gracias a Dios, en lengua Ronga:

Khanimambo Hosi Yanga, Khanimambo TatanaKhanimambo Murisiwanga, Khanimambo xikwembu xanga.

Al igual que algunas de sus compañeras, Marlene fue apoyada por el Centro Hakumana

para alquilar una pequeña dependencia. Y, asistía al Centro todos los días, participando

de las actividades programadas; incluyendo, alfabetización. Los niños, igualmente,

fueron atendidos en todos los sentidos: medicamentos, comida, ropa; actividades

recreativas, de desarrollo psicomotor, etc. También, con ayuda de las técnicas de

acción social, conseguimos traer de vuelta a Alicia, su única hija mujer, en aquel

momento con 14 años de edad. Pero, descubrimos que Marlene estaba con problemas

de adicción a la bebida. Esto último, estaba a ser difícil de superar y era totalmente

incompatible con el tratamiento de anti - retrovirales, además de que se constituía en

un verdadero problema de cara al atendimiento de sus hijos.

Y, sucedió un día lo que no tendría que haber sucedido: César y Ramoncito se

encontraban jugando en el patiecito de la dependencia, cerca del fogón a carbón.

Marlene dormía bajo los efectos del alcohol y Alice, en principio, debía cuidar a sus

hermanos. En una pequeña distracción de esta, Ramoncito, accidentalmente, fue a

parar en la panela de agua hirviendo. Las quemaduras fueron gravísimas. Su cuerpecito

quedó, de la cintura para abajo, en una única llaga. Y como era de esperarse, debido a

su condición de SIDA, no consiguió superar la infección que se apoderó de sus heridas.

Page 33: Hakumana (testimonio hna evelyn

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En realidad, la muerte de Ramoncito nos azotó a todos. Era un niñito de dos años

simpático, cariñoso, muy activo. Marlene, a partir de este acontecimiento, hizo una

gran regresión. En principio nuestras estrategias no conseguían hacerla reaccionar. Su

tristeza la sepultó todavía más en la bebida. En aquella altura, temíamos que

cometiera cualquier disparate. Se sucedieron acusaciones inútiles; madre e hija se

recriminaban mutuamente por el accidente fatal. Esto trajo como consecuencia un

rompimiento afectivo entre ambas que desató otro acontecimiento desagradable:

Alicia huyó de la casa y, pasados unos meses, regresó embarazada.

En medio de todos estos acontecimientos, el equipo de Hakumana se deshacía

procurando la forma de acompañar. Experimentamos, en no pocas ocasiones,

impotencia en nuestro deseo de encaminar hacia la superación de la tragedia y la paz

familiar. A veces tuvimos la tentación de dar el caso por perdido, pero César se

agarraba a nosotras como una tabla de salvación. No desistimos y continuamos

acompañando aún cuando no parecía que acontecía nada positivo.

El tiempo, la paciencia, la tolerancia, la actitud de siempre acompañar

incondicionalmente, aún cuando los resultados no fueran positivos, se encargó del

resto. Poco a poco Marlene fue poniéndose de pie. La estimulábamos sutilmente con

algunas estrategias: trabajitos remunerados, encomiendas pagadas, regalitos de

artículos del hogar que sabíamos que necesitaba, entre otras. Sus compañeras,

también, ayudaron como pudieron para levantarla. El sentirse acogida, apoyada,

amada, ayudada preferencialmente en no pocas ocasiones, surtió el efecto esperado.

Trascurrieron unos seis meses….

Un día Alicia, quien se encontraba viviendo con una de las mamás del Centro, a causa

de su rompimiento afectivo con su madre, fue llevada de emergencia al hospital:

estaba de parto. Los dolores la sacudieron fuertemente y para nuestra sorpresa,

llamaba a gritos a Marlene. Sin pensarlo dos veces, Marlene, deseosa de

reconciliación, acudió y estuvo a su lado todo el tiempo hasta recibir en brazos a su

PRECIOSA nietecita, quien misteriosamente llenó el vació ocasionado por Ramoncito y

consiguió unir a madre e hija en un abrazo profundo, adolorido y festivo.

Page 34: Hakumana (testimonio hna evelyn

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En definitiva, con este caso entendimos que tantas heridas abiertas no pueden hacer

otra cosa sino dejar desnortada a cualquier persona. El alma de Marlene y Alicia se

encontraban en llaga viva, así como quedó el cuerpecito de nuestro ángel Ramoncito.

Entonces, entendimos que no podíamos hacer otra cosa a no ser colocar nuestro

corazón en esas llagas, ofrecer un poco de energía, comprender, apoyar, acoger desde

la fragilidad sin reprensiones, esperar contra toda esperanza, ser bálsamo que se

derrama en las heridas para aliviar, conscientes de que el amor redime, salva, levanta.

Un día ellas reaccionarán y podrán liberarse de todas sus ataduras: recuerdos

dolorosos, experiencias frustrantes, temores, complejos. Un día ellas podrán tomar la

vida en sus propias manos y caminar por sí misma.

Continuamos a decir para Marlene, César, Alice e su preciosa bebita Eleane:

“Hakumana: Estamos Juntos”. Aún cuando no siempre acertemos con la metodología

de acompañamiento; aún cuando los problemas superen nuestras posibilidades

inmediatas de respuesta. “Hakumana: Estamos Juntos”.

Page 35: Hakumana (testimonio hna evelyn

35

ESTAMOS JUNTOS PARA EDUCAR Y MOSTRAR EL CAMINO DEL BIEN

“Aquel que ama a su hijo, lo corrige sin demora” (Prov. 13,24b).

A la primera que conocí de la familia Falcón fue a Elisabeth; ¡Qué niña encantadora!

Tenía 4 años de edad cuando llegó al Centro. Me llamó la atención que, desde el

primero día, se hizo amiguísima de la Hna. Janete y no la dejaba en paz, haciéndole

preguntas tras preguntas y persiguiéndola por todos los lugares donde se movía.

“Janete, ¿Y esa niña, de dónde salió?”. “Nos llegó otra participante con 5 hijos; esta es

la penúltima y la más experta de todos”, me dijo con aire resignada.

Desde el primer día Elizabeth pasó a ser la “pequeña asistente” de la Coordinadora e

informante principal de todos los eventos nebulosos acontecidos en el Centro.

Rápidamente quise conocer a su Madre Lidia y a sus hermanos: Alberto, Sandra, Úrsula

y Diana.

De primera impresión Lidia me pareció muy joven para esa cantidad de hijos: bajita,

delgada y con aspecto externo de tímida o retraída. Tras una pequeña conversa no fue

difícil percibir, a través de su lenguaje corporal, que había un tanto de fingimiento, que

no era tan timorata como parecía. No obstante, llevaba pintado en el rostro su

situación de vulnerabilidad: viuda, abandonada por su propia familia, en la calle con 5

hijos y enferma de HIV-SIDA.

Al principio, cuando Lidia llegaba al Centro, traía a Diana en la espalda amarrada con

una capulana y permanecía, casi todo el día, con ella guindando del cuerpo. Los gritos

llegaban hasta el ISMMA cuando intentaba dejarla en la estera junto con las otras

crianzas: era un bebé de unos 6 meses demasiado caprichosita para nuestro gusto.

Page 36: Hakumana (testimonio hna evelyn

36

Por su parte, Alberto, el hijo mayor de la casa, además de epiléptico, tiene una

considerable secuela psicomotora a causa de una parálisis cerebral, que afectó el

extremo izquierdo de su cuerpo; por lo cual, camina cojeando y con el brazo izquierdo

un tanto encogido. Beto llegaba al Centro y se sentaba en una silla y no hacía nada en

todo el día, salvo comer y reír. Desde pequeñito fue tratado como inútil y dispensado

de cualquier esfuerzo físico y mental.

La más intrigante de todos era Sandra: una adolescente de 14 años de edad, con

apariencia un tanto agresiva, con vestuarios provocativos y peinados de revista; visual

que desentonaba con la situación de miseria en la que se encontraban. Según me dijo,

era la tía Teresa que ofrecía esos atuendos cada vez que iba “para allá” los fines de

semana. “¿Quién es la tía Teresa y dónde es allá?”. Desde esa conversa identifiqué que

ahí había “gato encerrado” y que a su debido tiempo teníamos que descubrir.

Úrsula, quien en aquel entonces tendría unos 9 años de edad era la que más sufría de

todos, pues sobre ella recaían casi todos los trabajos del hogar. Claro, a Beto no se le

exigía nada, Sandra era una adolescente rebelde e indisciplinada, Elisabeth era todavía

muy pequeña y Diana era apenas un bebé. En consecuencia, Úrsula buscaba leña,

barría, lavaba ropa, cargaba agua, pilaba maíz, iba al mercado, cuidaba de Diana y

hacía todos los recados de mamá. Para colmo, es asmática y sufría de crisis con

bastante frecuencia.

A simple vista era evidente que nos encontrábamos con un caso difícil. La pregunta

básica era: ¿por qué están en la calle? ¿Dónde está la familia de Lidia? Y ¿Qué

podemos hacer por ellos desde el Centro Hakumana?

En el momento que llegaron nos encontrábamos en crisis financiera. Apenas teníamos

dinero para operar por tres meses. Nos preguntamos: ¿Los recibimos o los enviamos a

otra parte? Respondimos con otra pregunta: ¿A dónde los vamos a enviar? Sabíamos

de sobra que si los despachábamos, servicios sociales no haría nada por ellos. Y, con

Elisabeth husmeando entre medio de nosotras me interrogaba: ¿Qué será de esta

muñequita? Luego que terminamos de almorzar Isabel comentó: “vamos a confiar que

algunas de las entidades solicitadas nos responderán”.

Page 37: Hakumana (testimonio hna evelyn

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Y sus palabras fueron proféticas, pues pasados unos días, APARF, una ONG portuguesa,

respondió nuestro proyecto.

Una vez decidido que la familia Falcón sería acompañada desde el Centro, nos dimos a

la tarea, a través de las técnicas de acción social, de investigar el caso. Fueron a la casa

de los padres de Lidia. ¡Oh, qué situación! Su propia madre la expulsó de su casa.

Según contaron sus hermanos, madre e hija nunca se llevaron bien. Tras la muerte del

marido de Lidia (papá de los cuatro más pequeños), la Sra. Gertrudis se negó a asumir

los gastos de la familia Falcón, una vez que su hija no hacía nada: ni traía dinero a casa,

ni colaboraba en los quehaceres domésticos.

Según la versión de la propia Lidia, en el fondo se trataba de rechazo por causa de la

enfermedad (SIDA). “¡No puede ser, Lidia, no juzgues así a tu madre”, reprendió Isabel.

“Hermana, Usted no conoce a Doña Gertrudis”, agregó con énfasis. “Yo tengo derecho

a estar en mi casa. Soy hija legítima. Esa casa es de mi Papá. Ella no puede echarme

fuera”; espetó con rabia. De hecho, aún teniendo razón en sus reclamos, iba ser difícil

hacer valer sus derechos, una vez que tanto su madre como sus hermanos no estaban

a favor de que ella volviera. Además, fuera de esa casa en ruinas, de la cual apenas le

correspondería un cuarto, no tenían nada para ofrecer; Doña Gertrudis y sus hijos

apenas conseguían encender el carbón para hacer una única comida diaria.

Con el correr de los días nos fuimos dando cuenta que, de hecho, Lidia era perezosa en

grado sumo. En cuanto las otras mamás participantes se ofrecían para ayudar en los

oficios del Centro, Lidia se quedaba sentada con Diana colgando de la espalda, y, cerca

de ella, Beto. De toda la familia Falcón, las únicas que se integraban en los trabajos

eran Úrsula e Elisabeth; la primera ayudaba a barrer el patio y la segunda, era la

“asistente particular” de la Hna. Janete.

Page 38: Hakumana (testimonio hna evelyn

38

Un día dijimos ¡Basta!; decidimos poner en órbita a Lidia y a los hijos mayores.

Esperamos a Beto con una escoba y a Sandra con una vasija con paños para lavar. Por

su parte, Lidia fue destinada a la cocina para ayudar a mamá Leticia. Beto rezongó,

justificándose con su deficiencia física; Sandra colocó cara de disgusto aunque no se

atrevió a abrir la boca. Lidia salía resignadísima a la cocina, con Diana en la espalda,

cuando fue interceptada en el camino por la Hna. Janete, quien le ordenó dejar a Diana

con las otras crianzas en la sala contigua. Ella repuso, “Hermana, va a gritar todo el

día”; Janete le respondió: “Todavía no conozco bebé que muriese por haber llorado;

ella se va a acostumbrar”. Ese día fue el primero de un largo camino de re-educación

familiar.

EL esfuerzo por educar a la familia Falcón se prolongó hasta en la pequeña

dependencia que fue alquilada para ellos; de vez en cuando alguien del equipo llegaba

allí inesperadamente para ver cómo se encontraba el lugar: limpieza, orden, etc. Hubo

días que fue necesario retirar todo para el patiecito y mandar hacer limpieza y colocar

las cosas en orden. De hecho, los niños se pusieron en guardia; cuando veían venir a

alguien del Centro Hakumana, avisaban y todos en movimiento ordenaban y escondían

lo aparentemente sucio. A veces la misma Lidia, según ella misma nos contó, para

poner en acción a los hijos gritaba: “Por ahí vienen las hermanas”; rápidamente, a la

velocidad de un rayo, hacían lo que había sido solicitado desde el amanecer del día.

Había otra mala costumbre que necesitaba de ser extirpada en la familia Falcón:

“tomar prestado lo ajeno”: innumerables veces fueron cogidos “con las manos en la

masa”; desde Elisabeth hasta la propia Lidia, ninguno se salvaba de esa mala maña.

¡Qué desgracia! Cada uno se apropiada de aquello que más le interesaba; Elisabeth de

dulces y crayolas para pintar; Úrsula de útiles escolares, Sandra de capulanas o

material para hacer adornos de fantasía; Lidia de alimentos de la despensa o artículos

de higiene; Beto, de cualquier cosa que pudiera vender para comprar cerveza. El colmo

de Beto fue encontrar alguien epiléptico como él para venderle los medicamentos que

con tanto sacrificio le comprábamos. Luego, a cada paso caía desmayado; hasta que la

pequeña Elisabeth (la informante principal de la Hna. Janete) contó lo que hacía su

hermano. Hubo un momento que ya estábamos para desistir de todos ellos.

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No parecía surtir efecto las llamadas fuertes de atención y los castigos impuestos por

cada hurto. Una vez más constatamos cuánto cuesta modificar hábitos inapropiados.

También, no tardamos mucho tiempo en descubrir quién era la Tía Teresa. Nos dijo “la

pequeña informante” que su mami quedaba muy disgustada cada vez que Sandra se

iba de fin de semana para la casa de la referida tía y que ella cuando fuera grande iría

también. Le preguntamos: “¿Ella es hermana de tu mamá o de tu Papá?”, “no”,

respondió la pequeña. “Y, entonces ¿por qué le llaman de tía?” preguntamos curiosas.

Elizabeth explicó que todas las chicas que iban de fin de semana le llamaban así. Una

vez que nos informó que iba junto con otras chicas de la misma edad, nos imaginamos

el resto. Se trataba de una casa de citas nocturnas; y la Tía Teresa no es más que una

dueña de burdel. Ese sí que fue el colmo de los colmos. Tanto Lidia como Sandra

fueron cuestionadas y reprendidas; una por ser tan permisiva y sin carácter; la otra por

ser tan atrevida y sinvergüenza. Concordamos con Lidia que, de Sandra volver para la

casa de la Tía Teresa, tendrían que abandonar el Centro. Sandra, por su parte, fue

sometida a entrevistas de orientación y acompañamiento por las técnicas de acción

social del centro.

Por otro lado, nos preocupaba la influencia de Sandra en el comportamiento de sus

hermanitas Elizabeth e Úrsula; era preciso retirarlas de ese ambiente. Es así como

conversamos con las hermanas de los Sagrados Corazones para que las recibieran

como internas del nuevo hogar que en aquella altura estaban inaugurando en la

localidad de Boane. Estando en el hogar, además de beneficiarse de una buena

formación humana- espiritual y salir del círculo viciado de malos ejemplos familiares,

podrían asistir a la escuela con un debido acompañamiento.

No obstante estas situaciones desafiantes anteriormente relatadas, también se

verificaron otras más halagüeñas, tales como: los adelantos de Beto en las aulas de

alfabetización, la mejoría de salud de la propia Lidia, pasos significativos en la higiene

personal y hogareña de todos los miembros de la familia, el buen estado de salud de

Diana, entre otros. Estos indicadores nos mostraban que alguna cosa estábamos

haciendo para ayudarlos en orden a una mejor calidad de vida, aun cuando éramos

conscientes de que faltaba mucho por hacer.

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En estos momentos continuamos a apoyarlos: las pequeñas Elizabeth y Úrsula

continúan en el hogar de las hermanas de los Sagrados Corazones, Sandra volvió a la

escuela, Beto nos ayuda con la huerta del Centro, Diana ya juega y corre con los otros

niños pequeños y Lidia, dentro de poco, recibirá una casita propia para ella y sus hijos.

Con esta familia aprendimos a no desistir, aún cuando parezca que no tenemos nada

por hacer; que es preciso asumir una postura de “esperanza activa”, creer contra toda

evidencia contraria que los cambios acontecerán a su debido tiempo. También, a no

tener miedo de REPRENDER cuantas veces sea necesario, pues de esa forma estaremos

demostrando que amamos, indicando lo que es bueno, lo que puede conducir hacia el

camino del bien. Pues, de hecho, quien ama, corrige.

En una primera fase, el camino del bien no es otro que aquel que permite mayor

calidad de vida, que posibilita relaciones serenas y auténticas, que permite el

desarrollo de potencialidades innatas y robustece la personalidad. Luego,

encontrándose a sí mismo, reafirmándose como ser humano con derechos inalienables

y sentido de dignidad personal podrá dar el paso hacia “el otro”, acogiéndolo desde su

verdad. Encontrándose con la “alteridad”, como carne de la propia carne, como

humanidad compartida, podrá encontrarse con el Dios autor de la vida y entender su

proyecto de salvación.

El camino que lleva a la vida es TAN HUMANO, TAN HUMANO, TAN HUMANO, que de

tanto ser humano pasa a ser DIVINO. A veces nos imaginamos que indicar el camino

que conduce a la vida significa entrarnos en altas elucubraciones teológicas o en

asumir posturas piadosas un tanto fingidas y en someter a los destinatarios de nuestro

servicio a sesiones intensivas de CATEQUESIS DOGMÁTICA. Sin restar valor a estas,

pienso que cuando nos encontramos en el campo ministerial no podemos dejar de

traducir las altas consideraciones teológicas en “gestos de vida sencillos y auténticos”.

Es tan simple el camino que conduce a la vida que se torna complicado cuando lo

queremos reducir a conceptos abstractos.

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La familia Falcón nos ayudó a “abajarnos” o “alzarnos” en el camino de la auténtica

humanidad. A llevar la buena noticia de la salvación orientándoles sobre cómo vivir

con sencillez el proyecto de Dios; ayudándoles a modificar los comportamientos que

no les permiten progresar como seres humanos y potenciar posibilidades personales

y/o familiares. Así estamos junto a ellos: Hakumana, mostrando el camino del bien, el

camino que conduce a la vida verdadera.

ESTAMOS JUNTOS PARA AJUDAR A ENTENDER Y ASUMIR EL DRAMA DE LA PROPIA VIDA.

Javier llegó al Centro enviado por la doctora Raquel (dominicana del Rosario) para

recibir orientación e información relacionada con su enfermedad. Ya estaba llegando a

la adolescencia y todavía no sabía qué era el SIDA y los cuidados que requerirían de

por vida, incluyendo las consecuencias en lo concerniente a su vida sexual.

En realidad, físicamente, parecía mucho más joven; cuando llegó tenía 12 años y

apenas representaba unos 9. También, no abría la boca para nada y no miraba a las

personas a la cara. Parecía como si quisiera pasar desapercibido. Se veía como

ausente. No era agresivo, ni mal educado, apenas reflejaba una tristeza mortal. Le

daba lo mismo todo: si le decían que se sentara, lo hacía, sin motivación personal.

Su padre, por el contrario, es un hombre muy abierto, locuaz y se manifestaba

cariñoso con el jovencito. Estaba sumamente preocupado con la condición del niño, no

sólo por la enfermedad, sino también por su actitud general. De hecho, hasta que el

niño ganó confianza lo acompañaba personalmente cada vez que tenía cita con la

psicóloga clínica del Centro. Tenía la gran dificultad de que su actual esposa no

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aceptaba el niño y le recriminaba contantemente el haberlo traído tras la muerte de su

madre. Apenas llevaba un año con ellos.

La madre del niño murió de alguna enfermedad asociada al SIDA; posiblemente,

tuberculosis. Ambos vivían en la casa de la abuela materna. Aparentemente, la

relación entre sus padres duró pocos años. El asunto es que Javi heredó el SIDA y su

padre no padece de la enfermedad; una de dos, o todavía no se manifestó o es

portador del tipo de sangre que transmite, pero no padece. Eso también no lo

supimos.

Nunca me olvido que el primer día que llegó coincidió con el cumpleaños de la hna.

Herminia (La psicóloga Clínica). El equipo de Hakumana le había organizado una

pequeña sorpresa: un bizcocho, un presente y una danza festiva. Javi y su padre fueron

integrados en el festejo. Le pedimos al chico para llevar el bizcocho, en cuanto

nosotras entrabamos danzando. Fue gracioso: Javi entró ceremoniosamente, pero no

sonrió en ningún momento mientras nosotras danzábamos, reíamos y cantábamos

jubilosamente. De esa forma, el designado para iniciar el festejo desentonaba,

totalmente, con el espíritu de fiesta pretendido y esto causó mucha gracia. Eso sí, a la

hora de comer bizcocho, Javi no tuvo reparos en pedir una segunda ración. Su padre

intentó impedir que le sirvieran nuevamente, pero aprovechamos y le servimos un

pedazo bien grande con mucha crema. No sonrió ese día, pero se fue satisfecho.

Poco a poco la Hna. Herminia consiguió que Javi saliera de su letargo. De hecho, hizo

un trabajo fenomenal. Después se desinhibió de tal forma que hasta nos jugaba

algunas travesuras, como por ejemplo, esconderse en la despensa a la hora de ir a la

escuela para quedarse en el centro en compañía de los otros pres adolescentes o

esconder los trapos de limpieza para no limpiar las ventanas que le correspondía a la

“cuadrillita” de los pres adolescentes. “¿Dónde están los paños?” (Un día preguntaron

las mamás) “Javi los escondió” (respondieron los más chiquitos). Javi, traído de una

oreja era obligado a buscar los paños. Luego, reía hasta más no poder…

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Por su parte, la Hna. Herminia ideó una forma gráfica para ayudar a los pres

adolescentes a entender en qué consistía la enfermedad, utilizando dibujos y

personajes. También, se inventó un sistema de símbolos para enseñarles a tomar los

medicamentos (retrovirales) correctamente, una vez que no siempre corresponde el

mismo medicamento, ni la misma cantidad. Y lo mejor de todo, a través de

acompañamiento grupal y personalizado los ayudó a elevar la autoestima.

Ella logró que Javi asumiera la responsabilidad de su enfermedad y se cuidara por sí

solo. Pues, lamentablemente, no podía contar con su madrasta, quien no se mostraba

interesada por el niño y su papá pasaba mucho tiempo fuera de casa trabajando como

guardia de seguridad.

Javi llegaba temprano al Centro Hakumana, participaba del programa de refuerzo

escolar, de los encuentros de formación para los pres adolescentes, de los oficios o

tareas domésticas, de los encuentros con la Hna. Herminia y después del almuerzo era

llevado por el Señor Macome (motorista de Hakumana) a su escuela, que quedaba un

poco distante del Centro. Luego, de la escuela, se regresaba sólo a su casa.

Los niños más pequeños lo adoraban, ya que le gustaba jugar con ellos. De hecho, al

principio manifestaba dificultad de relacionarse con los niños de su edad. Poco a poco,

con la colaboración de todos, Javi fue entrando en sintonía.

Pese a que mejoraba día a día y se mostraba contento en el Centro, se percibía que

llevaba por dentro un dolor muy grande: se trataba de la pérdida de su madre y de que

extrañaba mucho a su abuelita materna, con quien vivió desde que nació. También, no

le hacía ninguna gracia su madrasta, pues ella le demostraba constantemente que no

lo quería; Desafortunadamente, ya había escuchado discusiones acaloradas entre su

padre y esta por su presencia en la casa.

Aún cuando nos gustaba tener a Javi en el centro, pues con el tiempo se ganó el

aprecio de todos, aconsejamos a su padre que lo llevara a vivir con su abuela materna.

Primero, porque no resultaba saludable para el niño la tensión que generaba el

rechazo de su madrasta. Segundo, porque él mismo no disponía de todo el tiempo

necesario para dedicarle. En tercer lugar, porque La falta de atención y alimentación

sistemática podía atentar contra la vida del chico. Sabíamos que su abuelita lo quería y

él, por supuesto, la extrañaba mucho.

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Un día su Papá lo llevó al campo y nunca más lo vimos. Algunos meses después

supimos que Javi se reintegró muy bien en la casa de la abuela y que al parecer no

necesitaba ayuda para tomarse los medicamentos, además de que daba orientaciones

a su abuelita de los alimentos apropiados para su condición.

Por su parte, Javi nos enseñó cómo podíamos preparar a un pre adolescente para

saber lidiar de forma responsable con su condición, a visualizar que no existe bloqueo

psicológico que no pueda ser ultrapasado; a entender que por más cruel que pueda ser

la situación del afectado, siempre es posible encontrar una razón para vivir y

superarse incorporando nuevas habilidades sociales.

A propósito del caso de Javi, formamos un “corillo” de pres adolescentes que nos

dieron trabajo, pero también momentos de grandes alegrías; como por ejemplo,

cuando se inventaban sus travesuras para escapar de los oficios, o cuando montaban

bailes e/o dramatizaciones, incluyendo imitaciones de algunos “personajes” del propio

centro; reíamos a rabiar con ellos, eran geniales.

El nombre de Javi resonaba por el centro constantemente: lo solicitaban los pequeños

para jugar y los pres adolescentes para las sesiones de formación o para “bromear” y

las mamás para jalarlo de la oreja, la hna. Herminia para orientarlo, el Señor Macome

para llevarlo a la escuela, la Hna. Sandra para hacer los deberes escolares, Doña Leticia

para almorzar antes de ir a la escuela y la Hna. Elena cuando se escondía. TODOS, de

una forma u otra, estaban pendientes de Javi y él lo sentía y lo disfrutaba. Sabía que

era objeto de un trato preferencial, esto lo hacía “respirar aire puro” y le ayudaba a

sanar heridas. Llegando al Centro, se sentía “lo máximo” y esto le confería energía

para relativizar tantas nimiedades del diario vivir relacionadas con su madrasta.

¿Les gustó el relato? ¿Qué se pensaban? ¿Esperaban otra cosa? Acompañar estos

casos es apenas proporcionar un ambiente apropiado que permita a los afectados caer

en tiempo real, rescatar su propia autoestima, su autonomía, la capacidad de gestionar

la propia vida, de encontrar sentido en medio del drama de la propia enfermedad y un

porqué para continuar viviendo.

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Les aseguro que no hicimos otra cosa, a no ser cuidar de él y motivarlo para que su yo

verdadero saliera de adentro, para que se abriera a la vida y ultrapasara todo lo que le

impedía constituirse en un niño feliz. Sentirse amado, respetado y tomado en cuenta

fue la medicina de su enfermedad, de la verdadera enfermedad que era más

perniciosa que el mismo SIDA: la falta de amor y atención cualificada. Cada gesto

proferido era como si le estuviéramos diciendo, con la misma autoridad de Jesús,

“levántate y vuelve a la vida”.

Nos satisface pensar que Javi no necesita de nosotros, que consiguió retomar su

camino existencial con un talante diferente. Hoy día es un jovencito de 15 años de

edad animoso, jocoso, amistoso, conversador. Aún cuando no le gusta mucho estudiar,

continúa en la escuela y disfruta en compañía de sus amistades. ¡Qué diferencia de

aquel niñito taciturno, serio y angustiado que llegó al Centro unos años atrás!

¡Estamos Juntos, nuestro querido Javi! En donde quiera que estés, estamos contigo

desde ese nuevo “estilo de vida” que absorbiste con nuestra ayuda y

acompañamiento; desde ese “espíritu amoroso” que se prendió de tu ser; desde ese

modo sencillo, transparente y natural de relacionarte con todos; desde esa forma

positiva de encarar tu enfermedad. Estamos juntos en cada gesto que denote aprecio a

la vida y entusiasmo existencial.

¿Y tú, qué esperas? Ve por los caminos y “levanta” a tantos pres adolescentes que con

o sin SIDA necesitan ayuda para asumir el drama de sus propias vidas. Diles, a través de

acciones y gestos concretos, lo que le dijo Jesús a la adolescente del evangelio: Talita

Kum (levantate, niña bonita) ¡Podemos hacer tanto con tan poco! Ojalá que al final de

nuestros días nadie nos pase factura por el bien que dejamos de hacer y por no haber

experimentado la felicidad verdadera haciendo ese bien.

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LA COMUNIDAD DE HAKUMANA: UN SUEÑO A REALIZAR

La experiencia de trabajo en el Centro Hakumana nos demostró la necesidad de una

comunidad de referencia para acompañar más de cerca algunos casos concretos. El

acompañamiento desde el Centro, en su horario regular, no resulta suficiente en

algunos casos. Sobre todo cuando se trata de situaciones críticas relacionadas con

cuidados médicos, modificación de hábitos, desamparo, entre otros. En una primera

instancia urge un lugar para recibir estas personas, ayudarlas a ultrapasar la situación

crítica en la que se encuentran y entrar dentro de la dinámica de los servicios de

Hakumana.

Como ya referí anteriormente, tuvimos algunos casos delicadísimos. Hakumana

debía contar no apenas con el “buen samaritano”, sino también con un “hospedero”

para poder cumplir cabalmente con la obra de “levantar al caído”. Pensamos que

sería una oportunidad impar para vivir a profundidad esta experiencia humana –

divina, tomando en consideración otros aspectos que la hacían, además, profética.

Entre ellos:

1. Experiencia Intercongregacional:

A la luz del espíritu vimos que urge enfatizar la importancia de trabajar en comunión

como congregaciones religiosas, porque se percibe una tendencia de cada cual

construir “su parcela de servicios”, con pocos nexos de comunión en la dimensión

pastoral – evangélica.

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Por otra parte, pensamos que frente a un problema tan grave, como es el HVI-SIDA en

África, se impone una respuesta en conjunto, unir esfuerzos y posibilidades. También

por razones prácticas: el trabajo es fuerte y los miembros disponibles por

Congregaciones en este contexto, pocos.

Por último, creemos que la riqueza humano – espiritual de cada Congregación

enriquece, tanto a los miembros que participan del proyecto como a la propia Iglesia

Local. Y ni hablar del efecto edificador del testimonio de unidad entre los religiosos

inseridos en un mismo trabajo pastoral.

2. Integración de los laicos en nuevas formas de presencia apostólica:

Son muchos los laicos que manifiestan interés de hacer una experiencia puntual, por

algún periodo de tiempo, en comunión con religiosos. Pero, experiencias reales, que

engloben no sólo la dimensión apostólica o ministerial, sino que contemple también la

vida de oración y comunitaria. Pues estas dimensiones no son privativas de la Vida

consagrada, forman parte del estilo de vida que Jesús enseñó a sus seguidores. Y, para

muchos laicos se presenta como una exigencia en su camino de crecimiento humano –

espiritual.

No son pocas las Congregaciones que reciben laicos misioneros en Moçambique y no

saben qué hacer con ellos, porque no tienen CLARO qué tipo de participación les

pueden dar y hasta qué punto pueden permitirles ENTRAR dentro de sus vidas y/o

comunidades de servicio, de oración y de vida, además de no estar preparados para

ello. De hecho, la estructura que hemos creado, en no pocas ocasiones, carece de

apertura y flexibilidad para recibirlos, tanto a ellos, como a los destinatarios de este

servicio.

Vimos que Hakumana podría ser ocasión para abrir un espacio de integración entre

religiosos y laicos en una misma experiencia apostólica. Creemos que ambos

podríamos salir altamente beneficiados. Tanto unos como otros necesitamos recibir un

mensaje para mejorar nuestros estilos de vidas.

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3. Estilo de vida abierto y en función de los destinatarios del servicio.

Desde la óptica de nuestro proyecto, el caído es concebido como el centro y figura más

importante de la comunidad. Es acogido en el SENO de la misma, no en un lugar aparte

para “no interrumpir la vida de la comunidad”, sino en un lugar privilegiado para

enriquecerla. Su situación se convierte en tema de reflexión persistente, en ámbito de

oración e inspiración para la acción apostólica.

La comunidad, constantemente, se reorganiza en función de la situación del caído. Los

espacios de servicio, oración y vida se conjugan en torno a las necesidades reales de la

persona o personas que se encuentran en la comunidad. La vida de la comunidad deja

de ser rutinaria y un fin en ella misma, para convertirse en espacio sagrado de acogida

de la novedad que nos trae Jesús en cada una de sus visitas.

Los gestos concretos de amor, acogida, servicio, disponibilidad, flexibilidad se hacen

realidad y desafío cada día. Así se descubre que la vida puede ser programada, pero no

determinada en una estructura inmutable.

La oración se convierte en un espacio necesario para colocar la situación del caído,

para acogerla desde el corazón, para procurar luz en la tentativa de acompañarla y

desentrañar su mensaje salvífico. No será más “rito fabricado” sin conexión directa con

la vida real.

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4. Unidad en la diversidad

Tanto los religiosos como los laicos, durante el tiempo de estadía en la comunidad

hakumana, se comprometen a PONER TODO EN COMUN, a VIVIR CON LO

INDISPENSABLE y a UNIR ESFUERZOS en la consecución de un único proyecto. Quiere

decir, no hay parcelas en el proyecto, no hay división individualista de funciones y

nadie es dueño del proyecto. Apenas puede haber responsabilidades diferenciadas, en

las cuales TODOS están implicados. Esto requiere mucho diálogo, renuncia a cualquier

postura de protagonismo y disposición sincera de poner todo en común: bienes,

talentos, posibilidades…

De plano se requiere suficiente madurez humana para acoger a cada uno desde su

estilo de vida y diferencias individuales, percibiéndolos como una riqueza y nunca

como una amenaza.

Los Objetivos específicos que nortean el proyecto son:

Reforzar el trabajo del Centro Hakumana, sirviendo de punto de referencia y

acompañando fuera de las horas de atendimiento del Centro los casos que así

lo ameriten.

Crear una oportunidad de compromiso apostólico inter – congregacional en el

servicio a los afectados e infectados por el HVI-SIDA en Maputo.

Ofrecer una experiencia de compromiso de vida, oración y apostolado, en

comunión con religiosos, a laicos interesados en profundizar su vida de fe.

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Experiencia concreta

Fue así como pedimos autorización a nuestras respectivas Congregaciones

(Missionárias da Consolata y Mercedarias de la Caridad) para abrir la comunidad de

Hakumana. Nos urgía comenzar lo más rápido posible, porque teníamos algunos casos

gravísimos para acompañar: el caso de Carlota y Karol, el de los gemelos Tomás y

Gisela, el de la adolescente Odete, entre otros.

En pocos meses, una laica brasileira que hacía tiempo estaba solicitando participar en

algún proyecto de esta naturaleza llegó a Moçambique con el corazón abierto y feliz

por ver realizado su sueño. Su nombre es Valda. Ella aceptó formar comunidad con

nosostras (Hna. Janete e yo). La experiencia fue maravillosa. Hubo, desde el inicio una

excelente sintonía entre las tres.

No fue difícil acertarnos en la caminada; cada caso a ser acompañado dictaba las reglas

del juego. El diálogo constante, el análisis y la planificación de las acciones a

desenvolver para cada caso nos ponían en comunión, en compromiso apostólico y en

actitud de oración constante.

Los eventos se sucedían con naturalidad, sin forzarlos: de las reflexiones pasábamos a

las acciones y de éstas a la oración; de la oración volvíamos a las acciones y a la

reflexión. Los momentos se presentaban y apenas se trataba de acogerlos y vivirlos

con intensidad.

Fueron seis meses de VIDA INTENSA. Puedo decir sin engaños que modificó muchos

aspectos de mi vida: mi manera de verme a mí como Consagrada (dedicada tiempo

integral a los asuntos de mi Padre y mi Dios); la gestión de mi tiempo, ahora 24 horas

sobre 24 en función de la misión, en una integración de vida, apostolado y oración

REAL; mi manera de mirar al destinatario de mi servicio (ahora como aquel que me

revela mi dimensión de vulnerabilidad y requiere de mí apoyo para levantarse;

entendiendo también que el caído, levanta; que el herido, cura; que el último entre los

últimos se constituye en el primero y en el más importante).

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Cada día nos preparábamos desde la oración para acoger la novedad que el día nos iría

a traer. Orábamos por las personas que teníamos a nuestra cuenta y pedíamos luz para

saberlas conducir. Luego, llegábamos al Centro Hakumana y/o ISMMA para orientar los

servicios y recibir nuevos desafíos. De vuelta a casa el descanso, la misión continuada y

la oración acontecían entretejidas y de manos dadas.

En un inicio nos ubicamos en un apartamentito de tres habitaciones, una sala-

comedor, baño y cocina, con un balcón grande al frente y otro pequeño en la parte de

atrás. En principio, cada una disponíamos de una habitación, salvo las veces que la

debíamos ceder para algún huésped; entonces, dependiendo del caso dejábamos uno

de los cuartos para ellos y en el otro nos juntábamos la hna. Janete y Yo; o cuando se

trataba de niños, los dividíamos: uno para el cuarto de Janete y el otro para el mío. El

balcón grande pasó a ser nuestro oratorio y, en una ocasión, lo tuvimos que dividir

para aumentar otro cuarto, pues coincidieron dos casos urgentes en el mismo tiempo.

Por su parte, el balcón pequeño pasó a ser nuestro lavadero y tendedero de ropa.

Para la realización de nuestra misión no se requería de una “hospedería” grande. Lo

que sí se precisaba era un ambiente agradable y acogedor; un lugar sencillo y limpio

donde el huésped se sintiera seguro y relajado. La actitud de nosotras para con ellos

era lo esencial. De hecho, cuando llegaban a nuestra casa, nos “repasaban” con la

mirada, tanto los niños como los adultos, intentando auscultar nuestro grado de

aceptación. Para mí era el momento más importante del cual dependía el éxito del

proceso a seguir. Por nuestra parte exigía vivir en ACTITUD constante de acogida,

manifestando alegría por la presencia de ellos en nuestro hogar. Desde una

perspectiva espiritual, era preciso entender sin entender que se trataba de una visita

singular del mismo Jesús.

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Los primeros tres meses corrieron sin grandes sobresaltos. Aún cuando hubo algo de

resistencias por parte de algunas de nuestras hermanas de congregación, todo parecía

indicar que la experiencia se realizaría. Tanto Janete como Yo debíamos ir a nuestras

comunidades de origen una vez por semana y un fin de semana por mes, porque

continuábamos a pertenecer a nuestras respectivas Congregaciones. Apenas habíamos

sido autorizadas, por dos años, a vivir esa experiencia viviendo fuera de la comunidad,

pero sin dejar de pertenecer a ellas.

Un día, antes de iniciar el cuarto mes, el dueño del apartamento fue a conversar con

nosotras. Nos explicó que se encontraba en una situación financiera muy delicada y

que debía vender el apartamento para poder salir de su aprieto; de hecho, ya se había

presentado un candidato para comprarlo. Nos pedía de favor aceptáramos romper el

contrato contraído. Nos mostró pruebas fácticas de su situación. Nosotras vimos que

no podíamos constituirnos en obstáculo, por eso, aceptamos salir del apartamento. El

problema era a dónde nos podíamos dirigir.

Después de procurar otra vivienda, infructuosamente, pensamos que era posible

ubicarnos, temporeramente, en el mismo Centro Hakumana. Apenas debíamos

habilitar dos de las oficinas como cuartos, pues el resto del Centro ya ofrecía las

condiciones necesarias para morar y recibir los participantes del programa que

necesitasen apoyo. No fue difícil trasladarnos, primero porque no teníamos muchas

cosas; segundo, porque el apartamento no dista mucho del Centro Hakumana. De

hecho, allí todo resultaba más fácil, no había necesidad de trasladarnos a ningún sitio.

La continuidad del servicio era todavía más evidente y armoniosa.

Pero, la vida nos guardaba alguna sorpresa. Aún cuando entramos a vivir en Hakumana

con autorización del presidente de la CIRM CONFEREMO por un tiempo breve, hasta

que encontráramos otro lugar, se levantaron comentarios mal intencionados que

vinieron a empañar nuestro proyecto. Para algunas religiosas, la experiencia que

estábamos haciendo era un tanto dudosa. Pensaban que podía traer confusión a las

jóvenes candidatas a la vida religiosa que allí en el ISMMA se formaban.

Interpretaban los hechos como abandono de nuestras respectivas congregaciones. Y,

además, no se establecía CLARAMENTE la diferencia entre el compromiso de los laicos

y el ESTILO DE VIDA de las religiosas consagradas.

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Fue así que se sucedieron comentarios y comentarios cada vez más intrigantes,

acusatorios y hasta denigrantes. Hubo personas que se dieron a la tarea de expiarnos

para comprobar lo que hacíamos o no hacíamos, de realizar reuniones clandestinas

para analizar nuestro comportamiento; otras interrogaban a nuestras hermanas de

Congregación, de forma insidiosa, creando confusión y desconcierto. Hubo quien

cuestionó si yo debía continuar siendo la Directora del ISMMA, dada mi “debilitada

reputación”.

No conformes, todavía fueron a presentar quejas al Arzobispo de Maputo, colocando

el asunto como un “escándalo”. De hecho, fui llamada por Él y tuve que responder a

algunas preguntas relacionadas con nuestro proyecto y su procedencia. Aún cuando fui

tratada con alta consideración y comprensión, no obstante fui convidada a retornar a

mi Comunidad de origen para evitar mayores escándalos.

Siendo así, después de concluido el primer semestre del tiempo solicitado, regresamos

a nuestras Comunidades con grande desilusión y muchos interrogantes:

Por qué resultó escandaloso nuestro proyecto? En qué consistía,

concretamente, el escándalo?

De qué tienen miedo los religiosos en este contexto socio – cultural?

Será que en otros contextos los religiosos “padecen” de las mismas

inseguridades?

De ser una experiencia escandalosa e inadecuada, por qué yo me sentí tan

realizada?

Qué estilo de vida religiosa debemos favorecer?

A mí particularmente me llamó la atención el hecho de que los religiosos

escandalizados no tomaron en consideración la labor que se estaba a realizar. El bien

en favor de los “caídos”, desde la dimensión de “hospedaje”, no fue ponderado; la

opinión de los destinatarios del servicio, al parecer, no tenía relevancia. Nadie los

interrogó para saber cómo se sentían, lo que las hermanas hacían con ellos. Una vez

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más se constató que al final, hasta para nosotros los religiosos, “los últimos” no tienen

derecho a opinar, a dar su parecer, ni a enseñarnos algún camino nuevo a seguir.

Para nuestros jueces, ellos no tenían nada que opinar, porque eran considerados

personas que “no saben” o no comprenden lo que es la Vida Consagrada.

Nuestro proyecto no pretendía “edificar” a los consagrados de Maputo; apenas

queríamos dar una respuesta evangélica a partir de la situación concreta de los

destinatarios de nuestro servicio. No medimos la resonancia que causaría en los

Consagrados, porque estábamos concentradas en la aflicción de los “Caídos”. Por eso,

hasta nos tomó de sorpresa la reacción de ellos.

Todavía estamos sin ENTENDER los motivos del “escándalo”, porque nunca vinieron a

hablar directamente con nosotras. No tenemos conciencia da haber actuada de forma

inapropiada. Cuando cuestioné al Arzobispo, condujo el asunto por la vía de la falta de

suficiente comunicación sobre la Comunidad y su procedencia; pero nunca se llegó al

cerne del asunto: POR QUÉ ESCANDALIZÓ.

Después de esta experiencia, decidimos redimensionar el proyecto, pues no podíamos

abandonar nuestros “caídos”. Con hospedería o sin ella, debíamos continuar. Así,

regresamos a nuestras comunidades y trazamos estrategias para que, mínimamente,

pudieran ser atendidos los casos urgentes fuera del horario de atendimiento del

Centro Hakumana. Aún cuando nos dolía en el corazón todo lo acontecido, no

podíamos detenernos en lamentaciones inútiles. Decidimos mantener silencio y

continuar haciendo lo que debíamos hacer.

Para nuestra sorpresa, poco a poco, los vientos se llevaron las habladurías. Algunas de

las personas participantes del enredo, fueron trasladadas o desaparecieron del

escenario. Amanecimos un día y constatamos que ya no había más acusadores.

Todavía más, aumentaron el número de participantes en el Centro Hakumana y

también las ayudas financieras.

Con las nuevas ayudas aumentaron las posibilidades de acoger más personas y ampliar

los espacios disponibles para el servicio. En este momento, estamos construyendo un

salón para los niños, otro para los trabajos manuales de las Mamás, un comedor y un

almacén de material artesanal.

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El sueño continua a latir por dentro, procurando espacio y tiempo para renacer.

Evidentemente, el tiempo oportuno no llegó. Resta prepararlo, como se prepara la

tierra para la siembra: limpiarlo de dudas, impurezas, esquemas mentales

inconvenientes, estilos de vida poco evangélicos, falsas expectativas de identidad

social, entre otras malezas.

Conseguimos iniciar el servicio del Samaritano. El Centro Hakumana recoge los

“caídos” del camino y los lleva en el lomo de su servicio diario. Falta instituir el servicio

del hospedero, aquel que se encarga de acompañar de cerca los momentos más

difíciles y dolorosos del proceso de cura, que proporciona las condiciones óptimas para

la irrupción de las mudanzas significativas. Quién sabe si esta experiencia firmada a

precio de “sangre interior” abre un camino futuro de realización.

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A GUISA DE CONCLUSIÓN

Quiero terminar dando gracias a Dios por esta “palabra viva”, pronunciada en nuestras

vidas. Por darnos la oportunidad de escucharla. Su eco continúa resonando en lo

profundo de nuestros corazones y nuestras conciencias. Ella nos reveló un camino

evangélico para este contexto concreto y dado las circunstancias especiales de la

pandemia del HVI-SIDA. Camino que se caracteriza por la atención abnegada a los

caídos, al estilo de la parábola del Buen Samaritano. Camino que debe realizarse en

comunión con otros carismas y estilos de vida en la Iglesia.

Una vez escribí un canto para intentar expresar lo que Dios había provocado en mi

interior como fruto del regalo de mi vocación como Mercedaria de la Caridad (Carisma

de la Caridad Redentora). Me parece oportuno, en este momento referirlo. Decía:

Quema mis pies me impulsa a caminar

Senderos de ignorados, empobrecidos y olvidados.

Quema mis pies me lleva a encontrar a Jesús crucificado

En el que espera en su dolor.

Quema mis pies, mis manos, mi corazón,

Es pasión de reino, carisma de amor.

Quema mis pies, mis manos, mi corazón,

Caridad Redentora, Merced de Dios.

Quema mis manos me invita a ofrecer

El bien atesorado dentro de mi ser.

Quema mis manos me alivia estrechar

A quien necesita calmar su soledad.

Quema mi corazón un carisma de amor

Que me urge salir en servicio y donación.

Quema mi corazón obliga a sentir

El clamor de quien implora

Reclamando Redención.

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Hacer esta experiencia de estar junto a los caídos de Maputo (Hakumana) me ha

ayudado a aliviar la urgencia de REINO que me quema por dentro. A pesar de los

momentos difíciles, de los sinsabores del camino, agradezco a Dios por darme

participación en esta obra de salvación.

Agradezco, de igual forma, la experiencia de comunión con otras hermanas que al igual

que yo se sienten urgidas por el Espíritu, desde otro prisma carismático, a dar esta

respuesta de amor. ¡Cómo Dios es inmenso y cómo consigue comprometer en servicio,

enriqueciendo mutuamente, a sus siervos!

Agradezco a mi Congregación que no dejó de confiar en mí. De forma particular, a

Maria Josefa Larraga Cortés, Hermana carísima y Superiora General de mi

Congregación. Porque aún en los momentos más críticos y difíciles no dejó de

tenderme la mano, respetando mis opciones y hasta mis silencios.

Es mi deseo que esta página abierta de mi vida sea estímulo para ti, Mercedaria de la

Caridad o no, para ser heraldo de Evangelio y constructora del Reino allí donde te

encuentres. Atrévete a escribir tu propia parábola, en el nombre del Señor. “Que no

quede en todo el mundo un solo ser abandonado, afligido, desamparado, sin

educación y sin recursos”. (P. Zegrí).

Hna. Evelyn Aponte mc