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RECORRIDOS RECORRIDOS

EL CAIRO

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RECORRIDOS RECORRIDOS

El ruido del tráfi co se cuela por las rendijas de las ventanas del hotel, a muchos pisos de altura. Desde mi balcón se ve el Nilo,

iluminado por cientos de bombillas que alumbran a los barcos-restau-rante inmóviles en las orillas. Los decibelios no bajan al apagarse la luz del sol, la hora favorita de una ciudad que sigue despierta cuan-do llega la noche, huyendo del calor y el polvo del desierto, invisi-ble en la oscuridad. Desmesurada, monumental, laberíntica, caótica, ruidosa, hospitalaria, magnífi ca, la madre del mundo, Al-Qahira, la ciudad victoriosa, sigue deslumbrando a sus visitantes, ofreciéndose desnuda y poderosa, en carne viva, a pesar del paso y el peso del tiempo.

LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CIUDADEl Cairo es la suma de todas las culturas que por allí pasaron y se detuvieron: africanos, asiáticos, griegos, romanos, turcos, árabes, franceses, ingleses, etc. Su esencia no puede entenderse si no se conocen las invasiones, calamidades y cambios que sufrió en su his-toria. El Cairo nació hace miles de años, bajo distintos nombres y lo-

calizaciones hasta recibir su nombre actual, que en árabe clásico es al-Qahira, la victoriosa.

Fueron los gobernadores del califa ára-be que conquistó Egipto en el año

Un ave conocido como Fénix, de fabuloso

plumaje, regresaba a Heliópolis cada 500 años

para posarse en el altar en llamas del Templo

del Sol y volver a nacer después de sus propias

cenizas. Heliópolis es el nombre de la más

antigua de las encarnaciones de El Cairo, una

ciudad que, como el mito que creó, renace una

y otra vez.

Texto e imágenes de Maribel Herruzo

ES RARO ENCONTRAR A ALGUIEN QUE NO SE SIENTA FASCINADO POR LA VISIÓN DE

ESTA DESMESURADA CIUDAD

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640 d. C. quienes hicieron de un Cairo dividido en dos la sede de su gobierno y, tan sólo un siglo más tarde, la ciudad eclipsó al resto de urbes del Islam con su esplendor. El Cairo sobrevivió a las ham-brunas que asolaron entonces por dos años consecutivos las orillas del Nilo, cuando la muerte se llevó a miles de sus habitantes. Tras una recuperación milagrosa, una nueva plaga vino a azotar, en 1347, a la que ya era la mayor me-trópolis del continente: la peste negra, y en apenas dos años, pereció casi un tercio de su población. Las sucesivas epidemias, invasiones y cruentos cambios de gobierno no perdonaron a la ciudad, aunque tras cada crisis se repusiera, o más bien re-surgiera del fondo de ella misma, como esas vetus-tas piedras que cambiaban de lugar para formar parte de una casa de campesinos, cuando en ori-gen ocuparon un lugar en un templo, un palacio o una pirámide. El reciclaje forma parte del paisaje de el Cairo desde sus tempranos inicios, y su tra-zado deja entrever que durante mucho tiempo la ciudad tuvo que cuidar de sí misma, ajena a las tribulaciones de gobernantes que la abandonaron a su suerte o quisieron transformarla en algo que, probablemente, no era. Es raro encontrar a alguien que no se sienta fascinado por la visión de esta desmesurada ciudad, incluso ante la visión de edificios que se derrumban sin remedio. Son casi 20 millones de habitantes que viven en torno al río que alimenta a todo un país, repartidos entre dos ciudades que nacieron bajo el mismo nombre pero que crecie-ron separadas. El Cairo antiguo mantiene aún sus murallas, sus calles angostas, sus casas de piedra, sus bazares y mezquitas, sus retorci-dos callejones, laberinto para profanos, sus minaretes y zocos, sus pequeños talleres artesanos, sus cafés. Algunas calles mantienen to-davía el encanto oriental que reflejó el escocés David Roberts en sus acuarelas, hace más de 150 años, aunque sin el esplendor de enton-ces. Por estas callejuelas caminan más chilabas y chadores (los pa-

ñuelos que cubren las cabezas de las mujeres) que en el resto de la capital, como si el tiempo se hubiera detenido hace algún siglo.

LA CIUDAD DE LAS LUCESEl nuevo Cairo, separado del anterior por la impresionante ciudade-la que construyera Saladino en el siglo XII, es amplio y de edificios altos, anchas avenidas por las que el tráfico fluye milagrosamente, hoteles de lujo, restaurantes, tiendas, bancos, luces de colores, una vida entera fluyendo por las arterias de la ciudad. Las carreteras ele-vadas, construidas en los años 70 del pasado siglo para aliviar la congestión automovilística, atraviesan esta parte de la ciudad y las parabólicas forman parte intrínseca del paisaje, formando un bos-que regado por ondas que llegan desde más allá de la censura gu-

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Además de perderse por los callejones

de la ciudad medieval, pasear junto a

las orillas del Nilo, comprar en Khan-

el-Khalili o sentarse a fumar una shis-

ha en un café, El Cairo ofrece infinitas

posibilidades a sus visitantes para

empaparse de cultura y arte. El Museo

Egipcio es una de las visitas impres-

cindibles, al igual que una excursión

a Giza, donde se halla la Gran Esfinge

y las pirámides, cuyas aristas se divi-

san por encima de los altos edificios

de El Cairo. La necrópolis más antigua

se halla en Saqqara, donde se pueden

visitar mutabas, las tumbas anterio-

res a las pirámides, y la precursora de

todas ellas, la Pirámide Escalonada de

Zoser. En la misma ciudad puede visi-

tarse la Ciudadela de Saladino, desde

la que se observa una impresionante

panorámica de la metrópoli y dentro

de la cual se encuentra la mezquita

de Mohammed Alí o mezquita Azul; la

mezquita de Ibn Tulum, la más anti-

gua que se conserva; la mezquita de

Hasan, que sobresale por encima de

los demás templos de la ciudad; el

Nilómetro, una columna octogonal si-

tuada en un pozo que medía el nivel

del Nilo antes de que se construyera

la gran presa de Assuan; las diferen-

tes puertas de la antigua muralla; el

barrio copto (Misr Al Qadim), donde

acaba de reabrirse el Museo Copto,

con más de 1.300 piezas de los siglos

V y VII d.C., etc.

LAS JOYAS DE EL CAIRO

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Los mercados y bazares

son paseos obligados

para el turista

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Ningún visitante se pierde un paseo por el que, en época de las grandes caravanas, fue un magnífico bazar de lujo y hoy sigue sien-do lugar de venta de todo tipo de objetos: manufacturas con aires del Antiguo Egipto, joyas con diseños antiguos, especias y hierbas, textiles de gusto oriental, perfumes, bolsos, sandalias, baratijas, cu-riosidades y objetos de valor se mezclan en este gran mercado que se anima cuando llega la noche. El mercado de Khan-el-Khalili sigue siendo un lugar fundamental no sólo para quienes están de paso, también para los cairotas que acuden a comprar o a descansar en alguno de sus múltiples cafés, a beber carcadé (una infusión dulce y

ligeramente ácida que se extrae de las flores del hibisco) y fumar en narguile. En una de sus callejuelas, se encuentra el famoso y especta-cular “Café de los espejos”, donde cuentan que se sentaba a escribir el fallecido premio Nobel Naguib Mahfuz, el cronista de la ciudad. Además de este conocido café, la capital egipcia cuenta con una impresionante cantidad de locales donde sentarse a practicar el pa-satiempo favorito de los cairotas: la tertulia. Un café por cada 200 habitantes. Y cada uno de ellos es un mundo en sí mismo. El carácter de sus ciudadanos, hospitalario, generoso, desconfiado a veces y con un sentido del humor a prueba de desgracias, hace que el Cairo siga resistiendo los embates del tiempo, las crisis, las epidemias, las invasiones y las guerras, y que muchos de los que llegan quieran quedarse. La ciudad sigue conservando intacto el encanto que atrajo a tantos viajeros que por aquí pasaron, desde hace una eternidad.

EL CAIRO ES LA SUMA DE TODAS LAS CULTURAS QUE POR ALLÍ PASARON Y SE DETUVIERON: AFRICANOS, ASIÁTICOS, GRIEGOS, ROMANOS, TURCOS, ÁRABES, FRANCESES, INGLESES, ETC.

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bernamental. Ésta es la parte de la ciudad que creció influenciada por las modas europeas, cuando ingleses, franceses, italianos y otros europeos instalaron aquí sus negocios y formas de vida, contagian-do a los cairotas algunas de sus costumbres. Aunque casi todos los símbolos formales de aquel Cairo cosmopolita ardieron una noche de enero de 1952. Aquel sábado negro se llevó por delante más de 700 tiendas, negocios, edificios, bancos, librerías y tiendas de licores. Mucha gente se quedó sin casa y sin trabajo entonces, y de nuevo la ciudad tuvo que hacer el esfuerzo de recuperarse. Una vez más, lo consiguió. En la década de los 60 el gobierno construyó vi-viendas para los millones de personas que llegaron a la capital, y se levantaron decenas de bloques que aún se agolpan en las afueras, avanzando hacia los campos y el desierto, barrios donde las familias viven y crecen apoyándose en la mutua solidaridad.

BAZARES Y CEMENTERIOSPegada a los muros de la ciudadela, existe otra ciudad, silenciosa, la de los muertos. El Cementerio Norte es un conjunto de calles don-de el tráfico se reduce a unos pocos coches, y la gente transita habi-tualmente a pie o en bicicleta. En este barrio, los muertos comparten espacio con los vivos con la misma naturalidad con la que se vive la muerte en Egipto. Las antiguas tumbas de familias ricas e importan-tes, panteones que en su día fueron magníficos, sobreviven hoy entre el bullicio de las familias que, obligadas por la falta de vivienda y los precios de los alquileres en otras zonas, se fueron instalando aquí y convirtiendo la necrópolis en un singular pueblo al que le crecieron las tiendas, los cafés y los mercados. Aquí pueden visitarse las mag-níficas tumbas de la familia del Pachá Mohammed Ali, considerado padre del Egipto moderno, un remanso de paz entre tanto bullicio.

El Cairo antiguo mantiene sus mezquitas, sus calles laberínticas y sus murallas

El nuevo Cairo es un caos de elevados edificios e influencia europea

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