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GUÍA DE LECTURA DE EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA NIVEL: 3º DE ESO

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GUÍA DE LECTURA DE EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

NIVEL: 3º DE ESO

APROXIMACIÓN AL QUIJOTE

En primer lugar para conocer una de las obras maestras de la Literatura Universal vamos a leer y analizar algunos fragmentos significativos. Los textos proceden de la edición que Francisco Rico preparó para el Instituto Cervantes (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/).

PRIMERA PARTE DE EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Así empieza El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, obra cumbre de la literatura universal, considerada por muchos la primera novela de la historia de la literatura:

PRIMERA PARTE: CAPÍTULO PRIMERO Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don

Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor1. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches2, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte3, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo4, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino5. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de

aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Cigüenza— sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple6; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció que ni el Bucéfalo de

Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí procuraba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada» , y no «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:

—Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

NOTAS

(1) astillero: ‘percha o estante para sostener las astas o lanzas’; adarga: ‘escudo ligero, de ante o cuero’; el hidalgo que no poseyera cuando menos un caballo —aunque fuera un rocín de mala raza y mala traza—, en teoría para servir al Rey cuando se le requiriera, decaía de hecho de su condición; el galgo se menciona especialmente en cuanto perro de caza. Nótese que la adarga, como sin duda la lanza, es antigua: son vestigios de una edad pasada, en el cuadro contemporáneo (no ha mucho tiempo) de la acción.

(2) La olla o ‘cocido’, de carne, tocino, verduras y legumbres, era el plato principal de la alimentación diaria (a menudo, para comer y para cenar). En una buena olla, había menos vaca que carnero (la vaca era un tercio más barata que el carnero). El salpicón se preparaba como fiambre con los restos de la carne de vaca, picada con cebolla y aderezada con vinagre, pimienta y sal.

(3) sayo: ‘traje de hombre con falda, para vestir a cuerpo’, ya anticuado hacia 1600; velarte: ‘paño de abrigo’, negro o azul, de buena calidad.

(4) calzas: ‘prenda que cubría los muslos, compuesta por unas tiras verticales, un forro y un relleno’; velludo: ‘felpa o terciopelo’; los pantuflos eran un tipo de calzado que se ponía sobre otros zapatos. Nótese que mesmo (forma etimológica) alterna con mismo (por analogía con mí) a lo largo de toda la novela.

(5) vellorí: «paño entrefino de color pardo ceniciento» (Autoridades). Dentro de la obligada modestia, DQ viste con una pulcritud y un atildamiento muy estudiados, porque la conservación de su rango depende en buena parte de su apariencia.

(6) celada: ‘casco semiesférico que cubría toda la cabeza, la nuca y, de llevar visera, también la cara’, propio de caballeros; era de encaje, cuando, mediante una pieza ancha o falda, encajaba directamente sobre la coraza, sin necesidad de gola; morrión: ‘casco acampanado’, propio de arcabuceros, y en nuestro caso simple, o sea, liso y con un mero reborde, sin los adornos habituales.

ACTIVIDADES DEL CAPÍTULO I

1. Repasa lo que sabemos sobre las novelas de caballerías (pág. 170 del libro de Lengua) y explica qué eran y las características de Amadis de Gaula, muy nombrado por don Quijote a lo largo de toda la novela.

2. Lee la información que nos da el libro sobre Miguel de Cervantes y completa la siguiente ficha de su obra:

-Poesía: Estilos que cultivó.

-Teatro: Tendencias que trabajó.

-Novelas:

a) La Galatea: Fecha de publicación, personajes, forma y tema.

b) Las Novelas Ejemplares: Objetivos de Cervantes al publicarlas y algunos títulos.

c) Los trabajos de Persiles y Sigismunda: características.

3. Haz un resumen de diez líneas de este Capítulo 1.

Don Quijote se dirige a lo que él piensa que es un castillo (es en realidad una venta, una posada) y es armado caballero por el dueño del negocio, que le aconseja que se prepare mejor para ir por el mundo: que lleve equipaje y dinero. Cuando vuelve a casa le sucede esto:

PRIMERA PARTE: CAPÍTULO IV De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando

salió de la venta

La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recebir a un labrador vecino suyo que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo.

No había andado mucho cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo:

—Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa que ha menester mi favor y ayuda.

Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían, y, a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina1 muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo. Porque decía:

—La lengua queda y los ojos listos.

Y el muchacho respondía:

—No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.

Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

—Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza —que también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua—, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:

—Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.

—¿«Miente» delante de mí, ruin villano? —dijo don Quijote—. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.

El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el paso en que estaba y juramento que había hecho —y aún no había jurado nada—, que no eran tantos, porque se le habían de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.

—Bien está todo eso —replicó don Quijote—, pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que, si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; ansí que por esta parte no os debe nada.

—El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.

—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. Mas ¡mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desuelle como a un San Bartolomé.

—No hará tal —replicó don Quijote—: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga.

—Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el muchacho—, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.

—Importa poco eso —respondió don Quijote—, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras.

—Así es verdad —dijo Andrés—, pero este mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?

—No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados2.

—Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—: dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado: si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labrador con los ojos y, cuando vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía3, volvióse a su criado Andrés y díjole:

—Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel desfacedor de agravios me dejó mandado.

—Eso juro yo —dijo Andrés—, y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que, según es de valeroso y de buen juez, vive Roque que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo!

—También lo juro yo —dijo el labrador—, pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda, por acrecentar la paga.

Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto.

—Llamad, señor Andrés, ahora —decía el labrador— al desfacedor de agravios: veréis cómo no desface aqueste; aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades.

Pero al fin le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas4. Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.

Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:

—Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha; el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.

NOTAS

(1) pretina: ‘cinturón de cuero’

(2) sahumados: ‘perfumados’, metafóricamente ‘mejorados’

(3) no parecía: ‘no se le veía’

(4) pagar con las setenas: ‘pagar con creces’, ‘castigo superior al que se cree merecer’

Tras su primera salida, don Quijote se ve obligado a ocuparse de cuestiones prácticas que no aparecen en los libros de caballerías, como que en los tiempos de don Quijote, hay que pagar por dormir. Con su escudero Sancho, el hidalgo recorre el mundo que le rodea, tiene numerosas aventuras y conoce a mucha gente. A lo largo de su relación, Sancho, un buen hombre con poca cultura y mucho entusiasmo, va sintiéndose cada vez más atraído por ese mundo ideal en el que vive su amo y acaba viviendo en la misma realidad distorsionada de monstruos, castillos y princesas:

PRIMERA PARTE: CAPÍTULO XXXV Donde se da fin a la novela del «Curioso impertinente»

Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchón donde reposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces:

—Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercen a cercen, como si fuera un nabo!

—¿Qué dices, hermano? —dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba—. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?

En esto oyeron un gran ruido en el aposento y que don Quijote decía a voces:

—¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!

Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:

—No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya muerto y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.

—Que me maten —dijo a esta sazón el ventero— si don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.

Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y nonada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué, y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don Quijote y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría

del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote, mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba.

Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario.

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo y, como no la hallaba, dijo:

—Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento, que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza, que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.

—¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? —dijo el ventero—. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?

—No sé nada —respondió Sancho—: solo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.

Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo:

—Bien puede la vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy más segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también de hoy más soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.

—¿No lo dije yo? —dijo oyendo esto Sancho—. Sí, que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: mi condado está de molde!

¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían, sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito:

—En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para él y para su escudero y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero, que mala ventura le dé Dios a él y a cuantos aventureros hay en el mundo, y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca; y ahora por su respeto vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi

marido; y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre. ¡Pues no se piense, que por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo ni sería hija de quien soy!

Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló a Sancho Panza diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho y aseguró a la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que por más señas tenía una barba que le llegaba a la cintura, y que si no parecía era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía y que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca.

ACTIVIDADES DE LOS CAPÍTULOS IV Y XXXV

1. Lee en el libro de Lengua el apartado de Don Quijote de la Mancha (págs. 198-200) y completa la siguiente ficha:

-Datos de publicación: Primera Parte:

Segunda Parte:

-Estructura:

-Temas:

-Protagonistas:

- Características de don Quijote:

- Características de Sancho:

2. Haz un resumen de unas diez líneas de cada una de las aventuras de don Quijote: con el joven Andrés y con los odres de vino.

3. En la novela encontramos siempre dos realidades: la realidad ideal de don Quijote, llena de justicia, buenos sentimientos y belleza, y la realidad verdadera de los demás personajes, contra la que el pobre caballero choca una y otra vez. Explica en qué se diferencian estas dos realidades en los dos episodios que has leído.

SEGUNDA PARTE DE EL INGENIOSO CABALLERO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

En la Segunda parte, don Quijote y Sancho se van a encontrar con una multitud de personajes que ya los conocen porque han leído la Primera parte de sus aventuras. Muchos lo hacen objeto de sus burlas: las más crueles, las de los Duques, que acogen a don Quijote y su escudero en su palacio de Pedrola y le siguen la corriente para reírse de ellos. Entre otras bromas, hacen creer a Sancho Panza que, gracias a sus valiosos servicios, ha sido nombrado gobernador de una isla del Ebro: la Ínsula Barataria (en la actual Alcalá de Ebro). Una vez allí, el escudero (sin perder su simleza) demuestra un sentido común y un espíritu de justicia que impresiona a todos:

SEGUNDA PARTE: Capítulo LI Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales

como buenos

Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, la cual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada doncella; y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado de sus hechos como de sus dichos, porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.

Levantóse, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas; pero viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello, con harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer Pedro Recio que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas constituidas en mandos y en oficios graves, donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de las del entendimiento.

Con esta sofistería padecía hambre Sancho, y tal, que en su secreto maldecía el gobierno, y aun a quien se le había dado; pero con su hambre y con su conserva se puso a juzgar aquel día, y lo primero que se le ofreció fue una pregunta que un forastero le hizo, estando presentes a todo el mayordomo y los demás acólitos, que fue:

—Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío, y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso... Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna». Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: «Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre». Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre, que aún hasta agora están dudosos y suspensos, y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.

A lo que respondió Sancho:

—Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían lo pudieran haber escusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo le entienda: quizá podría ser que diese en el hito.

Volvió otra y otra vez el preguntante a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo:

—A mi parecer, este negocio en dos paletas le declararé yo, y es así: el tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira y por la misma ley merece que le ahorquen.

—Así es como el señor gobernador dice —dijo el mensajero—, y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, no hay más que pedir ni que dudar.

—Digo yo, pues, agora —replicó Sancho— que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.

—Pues, señor gobernador —replicó el preguntador—, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.

—Venid acá, señor buen hombre —respondió Sancho—: este pasajero que decís, o yo soy un porro o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente, porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal. Y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula, que fue que cuando la justicia estuviese en duda me decantase y acogiese a la misericordia, y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.

—Así es —respondió el mayordomo—, y tengo para mí que el mismo Licurgo, que dio leyes a los lacedemonios, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado. Y acábese con esto la audiencia desta mañana, y yo daré orden como el señor gobernador coma muy a su gusto.

—Eso pido, y barras derechas —dijo Sancho—: denme de comer, y lluevan casos y dudas sobre mí, que yo las despabilaré en el aire.

Cumplió su palabra el mayordomo, pareciéndole ser cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador, y más, que pensaba concluir con él aquella misma noche haciéndole la burla última que traía en comisión de hacerle.

Sucedió, pues, que habiendo comido aquel día contra las reglas y aforismos del doctor Tirteafuera, al levantar de los manteles, entró un correo con una carta de don Quijote para el gobernador. Mandó Sancho al secretario que la leyese para sí, y que si no viniese en ella alguna cosa digna de secreto, la leyese en voz alta. Hízolo así el secretario, y, repasándola primero, dijo:

—Bien se puede leer en voz alta, que lo que el señor don Quijote escribe a vuestra merced merece estar estampado y escrito con letras de oro, y dice así:

CARTA DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA A SANCHO PANZA, GOBERNADOR DE LA ÍNSULA BARATARIA

Cuando esperaba oír nuevas de tus descuidos e impertinencias, Sancho amigo, las oí de tus discreciones, de que di por ello gracias particulares al cielo, el cual del estiércol sabe levantar los pobres, y de los tontos hacer discretos. Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia, según es la humildad con que te tratas: y quiero que adviertas, Sancho, que muchas veces conviene y es necesario, por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón, porque el buen adorno de la persona que está puesta en graves cargos ha de ser conforme a lo que ellos piden, y no a la medida de lo que su humilde condición le inclina. Vístete bien, que un palo compuesto no parece palo: no digo que traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado, sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal que sea limpio y bien compuesto.

Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos, que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.

No hagas muchas pragmáticas, y si las hicieres, procura que sean buenas, y sobre todo que se guarden y cumplan, que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.

Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos, que en esto está el punto de la discreción. Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia: consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho; es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y es espantajo a las placeras, por la misma razón. No te muestres, aunque por ventura lo seas, lo cual yo no creo, codicioso, mujeriego ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición.

Mira y remira, pasa y repasa los consejos y documentos que te di por escrito antes que de aquí partieses a tu gobierno, y verás como hallas en ellos, si los guardas, una ayuda de costa que te sobrelleve los trabajos y dificultades que a cada paso a los gobernadores se les ofrecen. Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido, que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de contino le hace.

La señora duquesa despachó un propio con tu vestido y otro presente a tu mujer Teresa Panza; por momentos esperamos respuesta.

Yo he estado un poco mal dispuesto, de un cierto gateamiento que me sucedió no muy a cuento de mis narices, pero no fue nada, que si hay encantadores que me maltraten, también los hay que me defiendan.

Avísame si el mayordomo que está contigo tuvo que ver en las acciones de la Trifaldi, como tú sospechaste; y de todo lo que te sucediere me irás dando aviso, pues es tan corto el camino: cuanto más que yo pienso dejar presto esta vida ociosa en que estoy, pues no nací para ella.

Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores; pero aunque se me da mucho, no se me da nada, pues, en fin en fin, tengo de cumplir antes con mi profesión que con su gusto, conforme a lo que suele decirse:

«Amicus Plato, sed magis amica veritas». Dígote este latín porque me doy a entender que después que eres gobernador lo habrás aprendido. Y a Dios, el cual te guarde de que ninguno te tenga lástima.

Tu amigo

Don Quijote de la Mancha

Oyó Sancho la carta con mucha atención, y fue celebrada y tenida por discreta de los que la oyeron, y luego Sancho se levantó de la mesa y, llamando al secretario, se encerró con él en su estancia, y sin dilatarlo más quiso responder luego a su señor don Quijote y dijo al secretario que, sin añadir ni quitar cosa alguna, fuese escribiendo lo que él le dijese, y así lo hizo; y la carta de la respuesta fue del tenor siguiente:

CARTA DE SANCHO PANZA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

La ocupación de mis negocios es tan grande, que no tengo lugar para rascarme la cabeza, ni aun para cortarme las uñas, y, así, las traigo tan crecidas cual Dios lo remedie. Digo esto, señor mío de mi alma, porque vuesa merced no se espante si hasta agora no he dado aviso de mi bien o mal estar en este gobierno, en el cual tengo más hambre que cuando andábamos los dos por las selvas y por los despoblados.

Escribióme el duque mi señor el otro día, dándome aviso que habían entrado en esta ínsula ciertas espías para matarme, y hasta agora yo no he descubierto otra que un cierto doctor que está en este lugar asalariado para matar a cuantos gobernadores aquí vinieren: llámase el doctor Pedro Recio y es natural de Tirteafuera, ¡porque vea vuesa merced qué nombre para no temer que he de morir a sus manos! Este tal doctor dice él mismo de sí mismo que él no cura las enfermedades cuando las hay, sino que las previene, para que no vengan; y las medecinas que usa son dieta y más dieta, hasta poner la persona en los huesos mondos, como si no fuese mayor mal la flaqueza que la calentura. Finalmente, él me va matando de hambre y yo me voy muriendo de despecho, pues cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda, sobre colchones de pluma, he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño, y como no la hago de mi voluntad, pienso que al cabo al cabo me ha de llevar el diablo.

Hasta agora no he tocado derecho ni llevado cohecho, y no puedo pensar en qué va esto, porque aquí me han dicho que los gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en ella o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros, y que esta es ordinaria usanza en los demás que van a gobiernos, no solamente en este.

Anoche andando de ronda, topé una muy hermosa doncella en traje de varón y un hermano suyo en hábito de mujer: de la moza se enamoró mi maestresala, y la escogió en su imaginación para su mujer, según él ha dicho, y yo escogí al mozo para mi yerno; hoy los dos pondremos en plática nuestros pensamientos con el padre de entrambos, que es un tal Diego de la Llana, hidalgo y cristiano viejo cuanto se quiere.

Yo visito las plazas, como vuestra merced me lo aconseja, y ayer hallé una tendera que vendía avellanas nuevas, y averigüéle que había mezclado con una hanega de avellanas nuevas otra de viejas, vanas y podridas; apliquélas todas para los niños de la doctrina, que las sabrían bien distinguir, y sentenciéla que por quince días no entrase en la plaza. Hanme dicho que lo hice valerosamente; lo que sé decir a vuestra merced es que es fama en este pueblo que no hay gente más mala que las placeras, porque todas son desvergonzadas, desalmadas y atrevidas, y yo así lo creo, por las que he visto en otros pueblos.

De que mi señora la duquesa haya escrito a mi mujer Teresa Panza y enviádole el presente que vuestra merced dice, estoy muy satisfecho, y procuraré de mostrarme

agradecido a su tiempo: bésele vuestra merced las manos de mi parte, diciendo que digo yo que no lo ha echado en saco roto, como lo verá por la obra.

No querría que vuestra merced tuviese trabacuentas de disgusto con esos mis señores, porque si vuestra merced se enoja con ellos, claro está que ha de redundar en mi daño, y no será bien que pues se me da a mí por consejo que sea agradecido, que vuestra merced no lo sea con quien tantas mercedes le tiene hechas y con tanto regalo ha sido tratado en su castillo.

Aquello del gateado no entiendo, pero imagino que debe de ser alguna de las malas fechorías que con vuestra merced suelen usar los malos encantadores; yo lo sabré cuando nos veamos.

Quisiera enviarle a vuestra merced alguna cosa, pero no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos; aunque si me dura el oficio, yo buscaré qué enviar, de haldas o de mangas.

Si me escribiere mi mujer Teresa Panza, pague vuestra merced el porte y envíeme la carta, que tengo grandísimo deseo de saber del estado de mi casa, de mi mujer y de mis hijos. Y, con esto, Dios libre a vuestra merced de malintencionados encantadores y a mí me saque con bien y en paz deste gobierno, que lo dudo, porque le pienso dejar con la vida, según me trata el doctor Pedro Recio.

Criado de vuestra merced,

Sancho Panza el Gobernador

Cerró la carta el secretario y despachó luego al correo; y juntándose los burladores de Sancho, dieron orden entre sí cómo despacharle del gobierno; y aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre perdiese la vida por ello.

Moderó el precio de todo calzado, principalmente el de los zapatos, por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el camino del interese; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y descompuestos, ni de noche ni de día; ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas si no trujese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos.

Hizo y creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran, porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha. En resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza».

ACTIVIDADES DEL CAPÍTULO LI

1. Haz un resumen del capítulo (unas diez líneas)

2. Don Quijote le da a Sancho unos cuantos buenos consejos para gobernar, demostrando que, a pesar de su locura caballeresca, en muchos aspectos es un hombre sensato y razonable. ¿Cuáles son esos consejos?

3. ¿En qué consiste el caso que tiene que resolver Sancho? ¿Cómo lo resuelve?

4. ¿Qué otras cosas decide durante su breve gobierno?

Pero no todos los que ya han leído la Primera Parte se burlan del hidalgo, en la Segunda parte muchos se sienten atraídos por la enorme bondad y extraña sensatez del loco. Sobre todo, el bachiller Sansón Carrasco, que se va a unir a sus vecinos y amigos de don Quijote, el cura y el barbero, para intentar “curar” a don Quijote, por el que siente un profundo respeto, además de ser un auténtico fan del personaje. Para ello, se disfrazará de dos héroes: el Caballero del Bosque o de los Espejos y el Caballero de la Blanca Luna) y retará a don Quijote. Sin embargo, en el primer encuentro las cosas no le saldrán al bachiller como esperaba:

CAPÍTULO XIIII Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque

[...]

Con esto, acortando razones, subieron a caballo, y don Quijote volvió las riendas a Rocinante para tomar lo que convenía del campo, para volver a encontrar a su contrario, y lo mesmo hizo el de los Espejos. Pero no se había apartado don Quijote veinte pasos, cuando se oyó llamar del de los Espejos, y, partiendo los dos el camino, el de los Espejos le dijo:

—Advertid, señor caballero, que la condición de nuestra batalla es que el vencido, como otra vez he dicho, ha de quedar a discreción del vencedor.

—Ya la sé —respondió don Quijote—, con tal que lo que se le impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan de los límites de la caballería.

—Así se entiende —respondió el de los Espejos.

Ofreciéronsele en esto a la vista de don Quijote las estrañas narices del escudero, y no se admiró menos de verlas que Sancho: tanto, que le juzgó por algún monstro o por hombre nuevo y de aquellos que no se usan en el mundo. Sancho, que vio partir a su amo para tomar carrera, no quiso quedar solo con el narigudo, temiendo que con solo un pasagonzalo con aquellas narices en las suyas sería acabada la pendencia suya, quedando del golpe o del miedo tendido en el suelo, y fuese tras su amo, asido a una ación de Rocinante1; y cuando le pareció que ya era tiempo que volviese, le dijo:

—Suplico a vuesa merced, señor mío, que antes que vuelva a encontrarse me ayude a subir sobre aquel alcornoque, de donde podré ver más a mi sabor, mejor que desde el suelo, el gallardo encuentro que vuesa merced ha de hacer con este caballero.

—Antes creo, Sancho —dijo don Quijote—, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros.

—La verdad que diga —respondió Sancho—, las desaforadas narices de aquel escudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar junto a él.

—Ellas son tales —dijo don Quijote—, que a no ser yo quien soy también me asombraran; y, así, ven, ayudarte he a subir donde dices.

En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese en el alcornoque tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario, y, creyendo que lo mismo habría hecho don Quijote, sin esperar son de trompeta ni otra señal que los avisase volvió las riendas a su caballo, que no era más ligero ni de mejor parecer que Rocinante, y a todo su correr, que era un mediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero, viéndole ocupado en la subida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, de lo que el caballo quedó agradecidísimo, a causa que ya no podía moverse. Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados, y con esta no vista furia llegó

donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

En esta buena sazón y coyuntura halló don Quijote a su contrario, embarazado con su caballo y ocupado con su lanza, que nunca o no acertó o no tuvo lugar de ponerla en ristre. Don Quijote, que no miraba en estos inconvenientes, a salvamano y sin peligro alguno encontró al de los Espejos, con tanta fuerza, que mal de su grado le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, dando tal caída, que sin mover pie ni mano dio señales de que estaba muerto.

Apenas le vio caído Sancho, cuando se deslizó del alcornoque y a toda priesa vino donde su señor estaba, el cual, apeándose de Rocinante, fue sobre el de los Espejos y, quitándole las lazadas del yelmo para ver si era muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo, y vio... ¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la perspetiva mesma del bachiller Sansón Carrasco y así como la vio, en altas voces dijo:

—¡Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has de creer! ¡Aguija, hijo, y advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores!

Llegó Sancho, y como vio el rostro del bachiller Carrasco, comenzó a hacerse mil cruces y a santiguarse otras tantas. En todo esto no daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote:

—Soy de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced hinque y meta la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco: quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores.

—No dices mal —dijo don Quijote—, porque de los enemigos, los menos.

Y sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y a grandes voces dijo:

—Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.

Y viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:

—¿Y las narices?

A lo que él respondió:

—Aquí las tengo en la faldriquera.

Y echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifatura que quedan delineadas. Y mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande dijo:

—¡Santa María, y valme! ¿Este no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre?

—¡Y cómo si lo soy! —respondió el ya desnarigado escudero—. Tomé Cecial soy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces, embustes y enredos por donde soy aquí venido, y en tanto pedid y suplicad al señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al Caballero de los Espejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto.

En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su espada encima del rostro y le dijo:

—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.

—Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

—También habéis de confesar y creer —añadió don Quijote— que aquel caballero que vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis el bachiller Sansón Carrasco, no lo sois, si no otro que le parece y que en su figura aquí me le han puesto mis enemigos, para que detenga y temple el ímpetu de mi cólera y para que use blandamente de la gloria del vencimiento.

—Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís —respondió el derrengado caballero—. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.

Ayudóle a levantar don Quijote, y Tomé Cecial su escudero, del cual no apartaba los ojos Sancho, preguntándole cosas cuyas respuestas le daban manifiestas señales de que verdaderamente era el Tomé Cecial que decía; mas la aprehensión que en Sancho había hecho lo que su amo dijo de que los encantadores habían mudado la figura del Caballero de los Espejos en la del bachiller Carrasco no le dejaba dar crédito a la verdad que con los ojos estaba mirando. Finalmente, se quedaron con este engaño amo y mozo, y el de los Espejos y su escudero, mohínos y malandantes, se apartaron de don Quijote y Sancho con intención de buscar algún lugar donde bizmarle y entablarle las costillas. Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia, por dar cuenta de quién era el Caballero de los Espejos y su narigante escudero.

(1) ación: ‘correa que une el estribo a la silla de montar’

ACTIVIDADES DEL CAPÍTULO XIII

1. Haz un resumen del capítulo (unas diez líneas)

2. En este capítulo, Cervantes parodia dos elementos importantes de las novelas de caballerías: el duelo de los caballeros y el compromiso que asumen si son derrotados. ¿Qué detalles se nos da del duelo? ¿Qué debe hacer cada uno de los contendientes si es derrotado?

Finalmente, Sansón, haciéndose pasar por el Caballero de la Blanca Luna, derrota a don Quijote en Barcelona y lo obliga a regresar a su casa. Por el camino, el anciano decide hacerse pastor (como los de las novelas pastoriles), sin embargo es una nueva aventura que no va a poder enfrentar:

CAPÍTULO LXXIIII De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte

Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero.

Estos, creyendo que la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levantase para comenzar su pastoral ejercicio, para el cual tenía ya compuesta una écloga, que mal año para cuantas Sanazaro había compuesto, y que ya tenía comprados de su propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado, el uno llamado Barcino y el otro Butrón, que se los había vendido un ganadero del Quintanar. Pero no por esto dejaba don Quijote sus tristezas.

Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran voz, dijo:

—¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.

Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:

—¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son estas, o qué pecados de los hombres?

—Las misericordias —respondió don Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas, de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.

Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado, y Sansón le dijo:

—¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? ¿Y agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos.

—Los de hasta aquí —replicó don Quijote—, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma; y, así, suplico que en tanto que el señor cura me confiesa vayan por el escribano.

Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo.

Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él y confesóle.

El bachiller fue por el escribano y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas. Acabóse la confesión y salió el cura diciendo:

—Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.

Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no solo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.

Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo:

—Iten, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

Y, volviéndose a Sancho, le dijo:

—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

—¡Ay! —respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.

—Así es —dijo Sansón—, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.

—Señores —dijo don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.

»Iten, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.

»Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.

»Iten, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente «don Quijote de la Mancha», había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero [...]. Vale.

ACTIVIDADES DEL CAPÍTULO LXXIIII

1. Haz un resumen del capítulo (unas diez líneas).

2. ¿Quiénes son los beneficiarios del testamento de don Quijote? ¿Qué les deja?

3. ¿Qué instrucciones deja don Quijote a su sobrina?

4. Al final, don Alonso recupera la cordura, pero Sancho sin embargo sigue aferrado a la fantasía que su amo había forjado: ¿qué le dice a don Quijote para animarlo?

5. A lo largo de la novela, el escritor cita varias veces a Cide Hamete Benengeli como el verdadero autor de su libro. En las novelas de caballerías es habitual que se “responsabilice” a un autor ficticio de lo que se está contando. ¿Qué motivo nos da Cervantes para que el supuesto autor no nos diga cual era el pueblo del protagonista?

DESPUÉS DE EL QUIJOTE

Los libros de don Quijote tuvieron un éxito enorme en su época, dentro y fuera de España. Hoy en día es uno de los textos más traducidos del mundo. Puedes comprobarlo entrando en la página del Instituto Cervantes (www.cervantes.es/quijote/catalogo.htm) en la que encontrarás su primera página en los siguientes idiomas: albanés, alemán, árabe, braille, búlgaro, catalán, checo, chino, coreano, croata, danés, esloveno, esperanto, estonio, euskera, francés, finés, gaélico, gallego, georgiano, griego, hebreo, hindi, holandés, húngaro, inglés, irlandés, islandés, italiano, japonés, latín, letón, lituano, maltés. noruego, persa, polaco, portugués, rumano, ruso, serbio, sueco, tailandés, tagalo, turco, vietnamita y yidis.

Es más, sus protagonistas saltaron de sus páginas para convertirse en símbolos del carácter luchador e idealista (el hombre que lucha él solo contra molinos de viento) y del ingenuo y vividor. El icono de don Quijote cabalgando por la Mancha, con los molinos al fondo, se ha convertido en un motivo que escultores y pintores han querido plasmar hasta nuestros días. Vamos a ver algunos ejemplos:

Viñeta de Forges

Dibujo de Antonio Mingote Dibujo de Picasso

Grabado de Salvador Dalí

Dibujo de Antonio Saura

Página del cómic sobre Don Quijote realizado por Víctor Mora

Portada de Mortadelo de la Mancha de Francisco Ibáñez

ACTIVIDADES

1. ¿Qué elementos tienen en común las siete representaciones? ¿En qué se diferencia cada una de ellas?

2. Lee el fragmento de los molinos (capítulo VIII de la Primera Parte) y compáralo con la versión del mismo que Manuel Gutiérrez Aragón dirigió en 1991 para la serie de televisión El Quijote de Miguel de Cervantes en

www.youtube.com/watch?v=IVJEo92sy48. ¿Crees que es una adaptación fiel?

Justifica tu respuesta.

CAPÍTULO VIII Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de

felice recordación

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.

—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:

—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:

—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su

asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba.

3. Visiona el programa Grandes Dibujantes en http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-

quijote/quijote-grandes-dibujantes/456322/ y responde: ¿qué dibujantes son entevistados? ¿Cuál te parece más interesante en sus reflexiones sobre la obra de Cervantes? Justifica tu respuesta.

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS: A PARTIR DEL QUIJOTE

Como ya has podido comprobar, los personajes del libro de Cervantes y sus andanzas han inspirado a artistas posteriores. Muchos han intentado darlos a conocer a través de diferentes lenguajes para hacerlos más accesibles al público. Así, entre 1979 y 1980 se emitió por Televisión Española la serie de dibujos animados Don Quijote de la Mancha. Fue un intento más que digno por parte de un estudio de animación español de hacer llegar a los niños el texto. Aunque ha envejecido, sigue siendo interesante comparar algunos fragmentos con el texto original y escuchar las insignes voces que se utilizaron para el doblaje (actores de la talla de Fernando Fernán Gómez como don Quiijote o Rafael de Penagos como Narrador). Así, en el enlace https://youtu.be/_WyO7yDvaJk podrás ver la versión del primer fragmento de la Primera Parte que hemos leído en la Guía. Estos son los datos de la serie:

Ficha Técnica

Años de emisión: 1979-1980 (1ª parte) y 1980-1981 (2ª parte) en TVE

Producción: José Romagosa

Dirección: Cruz Delgado

Adaptación y guión: Gustavo Alcalde. Basado en la novela de Miguel de Cervantes

Supervisión literaria: Guillermo Díaz-Plaja

Asesor general: Manuel Criado de Val

Storyboard y planificación: Javier G. Inaraja, Carmen Chenza, José Zúmel, Antonio Zurera

Animación: Basilio González, Valentín Caín, Pedro E. Delgado, Pedro J. Gil, Vicente García

Sangrador, Amaro Carretero, Vicente Rodríguez, Ángel García

Aytes. de animación:, Marta de la Rosa, Manuel Doctor, Mariano Mendoza, Rafael Fernández

Fondos: Ángel S. Chicharro, José Luis Romero, Milagros Bañares, Ángel Cabrera

Color personajes: Carmen G. Sangrador, Mª Isabel López, Marta Vegue,Mª Eugenia Herrera

Cámara: José Mª Sánchez, Guillermo R. Gordillo, Daniel Cubillo

Voces: Fernando Fernán Gómez (Don Quijote), Antonio Ferrandis (Sancho Panza), Rafael de

Penagos (Miguel de Cervantes)

Música: Antonio Areta

Canción “Don Quijote y Sancho”: Juan Pardo

Intérpretes de las canciones: Lorenzo Valverde, Mercedes Valimaña, “Botones”

Montaje: José Luis Berlanga

Duración: 39 episodios de 26 minutos cada uno.

Otro experimento muy interesante se realizó con motivo del cuarto centenario de la publicación de la Primera Parte (2005): en las escaleras de la Biblioteca Nacional (Madrid) se llevó a cabo un espectáculo (Quijote Hip Hop), que combinaba todas las posibilidades del hip hop (pintura, baile, canción). Puedes ver el espectáculo completo en http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-quijote/quijote-version-hip-hop/451492/

Por ejemplo, Zénit y Frank T interpretaron el tema "Caballero Sancho Panza" (puedes verlo en https://youtu.be/6VY8LiMmXes), en el que dan voz al escudero. Esta es la letra:

Bien Esta es la historia, ficticia, del caballero Sancho Panza, Sí, sí, escuchen… Tras tantearle su locura Con una argucia entre barbero y cura Se comprobó que seguía torcida la hechura De nuestro gran amigo

Don Quijote de la Mancha, al que el azote del arte Literario de la caballería andante Puso otra vez delante de adversarios temerarios, De nuevo imaginarios, Que saldrán a flote y le harán darse al estricote en esta segunda parte. El actor secundario de esta historia se presenta Con la duda y el enojo Que surgen tras la ayuda y el arrojo, Que hicieron de su muda un despojo Y de promesas un manojo de ilusiones que el tiempo deshojó, A pesar de habladurías Acerca de su amo y de sí mismo, Encaminóse al abismo, Aceptando nuevamente unirse al ramo de las caballerías Y volver a dejar de sentirse sano, Arreglando fechorías, Aun a riesgo de dañarse Del mismo modo un ojo, una mano, O tal vez la gallardía que le hacía Seguir al que vivía cada día en la locura por amor. —Dígame vuestra merced si es menester que su dolor sea mi dolor, no le veo razón de ser. —Digo que a mi parecer, siendo yo tu amo y señor, mi dolor es tu dolor, aunque al revés no es menester. Y del horror solamente solución la muerte, Doloroso remedio que al dolor deja inerte, A ricos y a pobres Tocará la misma suerte, Con el dedo que tantas veces a esquivar acerté Peligros que en no pocas ocasiones Provocaron lesiones en el cuerpo y en la mente A cambio de una paga insuficiente, un hambre permanente Y una inexistente ínsula que lograr descarté. ¿Dónde está la parte positiva De jugar con mi vida, como en un juego de azar, De aceptar la falta de juicio de mi amo y su inventiva? Que si mi amo no está cuerdo yo también loco de atar, ¿Qué más podrá pasar que me sorprenda, Que más podrá ocurrir que sea mudable en su razón? Después de tantas calamidades a lo largo de esta senda, Al final terminaré creyendo incluso yo en Frestón. Así la astucia sea conmigo, Haré que un mundo a la manera de los libros se presente ante mi amo. Juro que el mundo será testigo, Del poder del caballero Sancho Panza, que desde ahora así me llamo. —Dígame vuestra merced si es menester...

Bien esta fue la historia Ficticia de Sancho Panza convertido en caballero, Harto de los malos, harto de los palos, Ay, es el 4º centenario 2005 Zenit.

También la danza se ha sentido atraída por el tema y distintos coreógrafos y músicos han creado espectáculos más o menos fieles al texto. El ballet más famoso es la versión con coreografía y libreto de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus, con prólogo y cuatro actos, que fue estrenada el 14 de diciembre de 1869 en el Teatro Imperial Bolshói de Moscú y que, con algunas variaciones, sigue representándose actualmente. Se basa libremente en el episodio de las «bodas de Camacho» (Gamache en el ballet), narrado en el capítulo XIX de la Segunda Parte, en el que se relata la historia de amor entre el barbero Basilio y la joven Quiteria (Kitri en el ballet). En https://www.youtube.com/watch?v=YrBuKMdn4pw puedes disfrutar la excelente versión con coreografía de Rudolf Nureiev que se representó en el Teatro de la Scala de Milán el 25 de septiembre de 2014

Igualmente, son innumerables las adaptaciones para cine y televisión procedentes de muchos países. En la siguiente tabla encontrarás la mayor parte de ellas (basada en la elaborada en http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/donquijote.htm):

Título original Año Director País Duración Intérpretes Notas

Don Quijote 1898 Prod. de

Gaumont

Francia Breve

escena

1ª filmación. B/N.

Muda

Aventures de

Don Quichotte

de la Manche

1903 Ferdinand

Zecca, L.

Nonguet

Francia 6 min. B/N. Muda. Pathé.

El curioso

impertinente

1908 Narciso

Cuyás

España

Don Quijote 1908 Narciso

Cuyás

España Arturo

Buixens (Don

Quijote)

B/N. Muda

Don Quichotte 1909 Emile Cohl Francia Corto B/N. Muda

Don Quichotte 1909 Georges

Méliès

Francia Corto B/N. Muda

Monsieur Don

Quichotte

1909 Paul

Gavault

Francia

Don Chisciotte 1910 Producida

por Cinés

Italia

Don Quichotte 1912 Camile de

Morlhon

Francia

Don Quijote 1915 Edgard

Dillon

EE. UU. 50 min. Wolf Hopper

(Don

Quijote), Max

Davidson

(Sancho

Panza)

Supervisada por

E. W. Griffith. B/N.

Muda

Il sogno de Don

Chisciotte

1915 Amleto

Palermi

Italia

Don Quijote 1923 Maurice

Elvey

G. B. 55 min. Jerrold

Robertshaw

(Don

Quijote),

George

Robey

(Sancho

Panza)

Muda. B/N

Don Quixote 1926 Lau

Lauritze

Dinamarca Carl

Schenstrom,

Harald

Madsen

Muda. B/N

Don Quijote

1933 Georg

Wilhelm

Pabst

Francia

G.B.

73 min. Feodor

Chaliapin (Don

Quijote),

George Robey

(Sancho en

inglés), Dorville

(Sancho en

francés)

Musical. Dos

versiones:

francesa y

británica. B/N.

Música de

Jacques Ibert

Don Quixote

1934 Ub Iwerks

EE. UU. Dibujos

animados que

ridiculizan las

aventuras de la

novela clásica.

Color

Dulcinea 1947 Luís Arroyo España 110 min. Ana Mariscal

(Dulcinea)

Basada en la

obra de Gaston

Baty

Don Quijote de

la Mancha

1948 Rafael Gil España 137 min. Rafael Rivelles

(Don Quijote),

Juan Calvo

(Sancho Panza)

B/N

El curioso

impertinente

1948 Flavio

Calzavara

España 85 min. Aurora Bautista,

J. Mª Seoane,

Roberto Rey,

Rosita Yarza,

Valeriano

Andrés

De la

adaptación

teatral de

Alessandro Di

Stefani de los

capítulos 33-35

de la Primera

Parte

Don Quixote 1952 Sidney

Lumet

EE. UU. Boris Karloff

(Don Quijote),

Grace Kelly

(Dulcinea)

CBS para TV

Don Quijote

1955 Orson

Welles

EE. UU. /

España

111 min. Francisco

Reiguera (Don

Quijote), Akim

Tamiroff

(Sancho Panza)

Inacabada.

Don Quijote y

Sancho viajan

por la España

de los

sanfermines,

los Moros y

Cristianos, la

Semana Santa,

etc.

Aventuras de D.

Quixote 1954 Brasil Para TV. B/N

Dan Quihote

V'Sa'adia Pansa

1956 Nathan

Axelrod

Israel 80 min. Shimson

BarNoy

Don Kikhot

1957 Gregory

Kozintsev

U.R.S.S. 100 min. Nicolai

Tcherkassov

(Don Quijote),

Yuri Tolubuyev

(Sancho)

Algunos

críticos dicen

que es la mejor

película sobre

Don Quijote

I, Don Quixote 1959 Karl Genus EE. UU. 88 min. Lee J. Cobb

(Don Quijote de

Para TV. B/N

La Mancha /

Cervantes), Eli

Wallach

(Sancho Panza)

Aventuras de

Don Quijote

1960 Eduardo

García

Maroto

España 33 min. Guillermo

Amengual,

Manuel Arbó

Corto. El

primero de seis

que no se

llegaron a

realizar.

Don Quijote

1961 Yugoslavia

Don Quixote 1962 Eino

Ruutsalo

Finlandia

Dulcinea 1962 Vicente

Escrivá

Italia

España

Alemania

94 min. Millie Perkins

(Aldonza),

Cameron

Mitchell (Cura),

Folco Lucci

(Sancho)

Según la obra

de Baty.

Aldonza

Lorenzo

abandona su

vida campesina

para ser

Dulcinea

Don Quichotte 1965 Jean-Paul

Le Chanois

Francia

Don Quijote 1966 Carlo Rim Francia

España

Alemania

97 min. Josef Meinrad

(Don Quijote),

Roger Carel

(Sancho Panza)

Serie de TV

francesa de 13

capítulos de 26

min. (I parte)

Dulcinea del

Toboso

1966 Carlo Rim España

Francia

Alemania

98 min Josef Meinrad

(Don Quijote),

Roger Carel

(Sancho Panza)

Serie de TV

francesa de 13

capítulos de 26

min. (II parte)

Un diablo bajo la

almohada 1967 José María

Forqué

España

Italia

Francia

105 min. Ingrid Thulin

(Camila),

Maurice Ronet

(Lotario),

Gabriele

Ferzetti

(Anselmo),

Amparo Soler

Leal (Leonela),

Guión de Jaime

de Armiñán,

José María

Forqué,

Giuseppe

Mangione y

Edgardo Anton,

libremente

inspirado en El

Alfredo Landa

(Brocheros) curioso

impertinente,

(capítulos 33-

35 de la

Primera Parte)

Don Quijote de

la Mancha

1968 Rafael

Ballarín

España 11 min. Eugenio Senís Cortometraje.

Color

Un Quijote sin

Mancha

1969 Miguel M.

Delgado

México 100 min. Cantinflas Un joven

abogado lucha

como un

quijote por

defender

causas

perdidas

Don Chisciotte e

Sancho Panza

1969 Giovanni

Grimaldi

Italia 105 min. Ciccio Ingrassia

(Don Quijote),

Franco Franchi

(Sancho Panza)

Don Quijote es

armado

caballero

1970 Amaro

Carretero y

Vicente

Rodríguez

Corto Animación

Don Kihot i

Sanco Pansa

1971 Zdravko

Sotra

Yugoslavia Para TV

El hombre de la

Mancha

1972 Arthur Hiller EE. UU. 125 min Peter O’Toole

(Don Quijote /

Miguel de

Cervantes),

Sophia Loren

(Aldonza),

James Coco

(Sancho /

criado de)

Musical a partir

de la obra

teatral de Dale

Wasserman

Don Quijote

cabalga de

nuevo

1972 Roberto

Gavaldón

México

España

131 min.

(Esp.)

140 min.

(México)

F. Fernán

Gómez (Don

Quijote)

Cantinflas

(Sancho Panza)

The Adventures

of Don Quixote

1973 Alvin Rakoff G.B.

EE. UU.

100 min. Rex Harrison

(Don Quijote),

Frank Finlay

(Sancho Panza)

Para TV

Don Quixote 1973 Robert

Helpmann,

Rudolf

Nureyev

Australia 111 min. Robert

Helpmann (Don

Quijote), Ray

Powell (Sancho

Panza), Rudolf

Nureyev

(Basilio)

Ballet. Música

de Ludwig

Minkus y John

Lanchbery.

Coreografía de

Nureyev

The amorous

adventures of

Don Quixote

and Sancho

Panza

1976 Raphael

Nussbaum.

EE. UU. 110 min. Corey John

Fisher (Don

Quijote), Hy

Pyke (Sancho

Panza)

Guión de

Raphael

Nussbaum,

basado

libremente en

la novela.

Don Quijote,

Sancho y

Clavileño

1977 Rafael

Gordon

España 13 min. Manuel

Marchito,

Raquel

Terrados, Lola

Herrero, Mari

Carmen

Cruces, Vicente

Millán, Claro

González.

Cortometraje,

sobre uno de

los episodios

de la Segunda

Parte (cap. 41)

As trapalhadas

de Dom Quixote

e Sancho Pança

1977 Ary

Fernandes

Brasil Eudósia Acuña,

Antônio

Andrade,

João Angelo

Color

El Quijote

1980 Palomo

Cruz

Delgado

España 26 min.

episodio

Voces:

Fernando

Fernán Gómez

(Don Quijote),

Antonio

Ferrandis

(Sancho)

Serie de

dibujos

animados para

TV

(39 episodios)

Zukkoke Knight

Don Quijote y

los cuentos de

la Mancha

1980 Noa Kawaii.

Director de

la serie

Kunihiko

Yuyama.

Japón Dibujos

animados para

TV. 23

episodios.

Mi Señor Don

Quijote

1982 Rafael

Corkidi

México 30 min. Color

Don Quijote

1985 Maurizio

Scaparro

España 220 min. Pino Micol,

Peppe Barra,

Els Comediants

Serie para TV.

Guión de

Rafael Azcona

y Mauricio

Scaparro

Tskhovreba Don

Kikhotisa da

Sancho

Panchosi

1988 Rezo

Chkheidze

U.R.S.S.

España

343 min. Kakhi Kavsadse

(Don Quijote),

Mamuka

Kikaleishvili

(Sancho Panza)

Serie TV

Monsignor

Quixote

1991 Rodney

Bennet

G.B. 118 min. Alec Guiness Basada en el

libro de

Graham

Green. El

Padre Quijote,

descendiente

de Don Quijote,

defiende a la

gente.

El Quijote

1991 Manuel

Gutiérrez

Aragón

España 100 min. Fernando Rey

(Don Quijote),

Alfredo Landa

(Sancho Panza)

Serie para TV

de 3 capítulos

de la Primera

Parte

El retablo de

Maese Pedro 1992 España Joan Cabero

(Maese Pedro),

Xabier Cabero

(Chico), Justino

Díaz (Don

Quijote)

Para TV. A

partir del libreto

de Manuel de

Falla. Con

música de

Manuel de

Falla.

Don Quijote

1992 Jesús

Franco

EE.UU. /

España

111 min. Francisco

Reiguera (Don

Quijote), Akim

Tamiroff

(Sancho)

Poco

afortunado

montaje de la

película

inacabada de

Orson Welles

Don Kikhot

vozvratshchayet

1996 Oleg

Grigorovich

y Vasili

Rusia

Bulgaria

110 min. Armen

Dzhigarkhanyan

sya Livanov , Vasili Livanov

Don Quijote 1997 Csaba

Bollók.

Hungría 75 min. Szabolcs Hajdu,

Annie Szabó,

Domokos

Szabó,

The Man Who

Killed Don

Quixote

2000 Terry

Gilliam

EE. UU. Jean Rochefort

(Don Quijote),

Johnny Depp

(Toby Grisoni)

Primero de los

siete intentos

fallidos de

rodar esta

película,

todavía en

proyecto

Don Quixote 2000 Peter Yates EEUU 180 min. John Lithgow

(Don Quijote),

Bob Hoskins

(Sancho Panza)

Para televisión

El caballero Don

Quijote

2002 Manuel

Gutiérrez

Aragón

España 119 min. Juan Luis

Galiardo (Don

Quijote), Carlos

Iglesias

(Sancho Panza)

Segunda Parte

de la novela

Lost in la

Mancha

(Perdido en la

Mancha)

2002 Keith Fulton

y Louis

Pepe

EE. UU.

93 min. Jean Rochefort

(Don Quijote),

Johnny Depp

(Toby Grisoni)

Documental

sobre el

infortunado

rodaje de The

Man Who Killed

Don Quixote.

El Quijote en

vivo

2005 Jacques

Deschamps

España

Francia

Patrick

Chesnais (Don

Quijote), Jean

Benguigui

(Sancho

Panza),

Assumpta

Serna

(Dulcinea)

Sin estrenar

Honor de

Caballería

2006 Albert Serra España 110 min. Lluís Carbó

(Don Quijote),

Lluís Serrat

(Sancho), Glynn

Bruce, Lluís

Cardenal,

Bartomeu

Casellas,

Jimmy

Gimferrer,

Xavier

Gratacós.

Adaptación

libre. Don

Quijote y

Sancho

cabalgan sin

rumbo en

busca de

aventuras y

discuten sobre

temas

espirituales, de

caballería,

prácticos...

Las locuras de

Don Quijote

2006 Rafael

Alcázar

España 110 min. Txema Blasco

(Don Quijote),

Ángel de

Andres

(Sancho),

Antonio

Denchent

(Ginés de

Pasamonte),

Javier Albala

(Cautivo), Juan

Llaneras

(Cervantes),

Paula

Etxevarria

(Altisidora)

Acercamiento a

la figura de

Don Quijote

entre el

documental y la

ficción, con

paralelismos

con la vida de

Cervantes

Donkey Xote 2007 José Pozo España 86 min. Cine de

animación

realizado por

Filmax.

Rocinante y

Rucio. son los

protagonistas

de la aventura

Tang Ji Je De 2010 Ah Gan China Karena Lam

(Dulcinea), Tao

Guo (Don

Quijote)

Tangji Kede

lucha contra las

fuerzas del

mal. Lo

acompaña el

fiel Sanqiu

sobre su viejo

asno.

Las aventuras

de Don Quijote

2010 Antonio

Zurera

España 73 min. Animación Un ratón que

vive en casa de

Cervantes, está

fascinado por

la novela que

está

escribiendo y

todas las

noches la

cuenta a su

familia

Puedes encontrar un excelente resumen de las películas sobre don Quijote en el reportaje que le dedicó el programa de TVE Días de cine (http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-quijote/quijote-caballero-don-quijote-repaso-cinematografico/456335/). Y muy ameno, el reportaje que dedicó a las múltiples desventuras que sufrió el equipo de Terry Gilliam al intentar rodar en La Mancha su todavía inacabada versión (http://www.rtve.es/alacarta/videos/dias-de-cine/dias-cine-quijote-lost-in-mancha/456323/).

Por último, una buena prueba de la vigencia de Miguel de Cervantes y sus personajes en nuestros días y del reconocimiento que merece por parte de todos los hablantes de nuestro idioma es que el organismo encargado de la difusión del mismo se llama Instituto Cervantes, así como el premio más importante que se concede a los escritores en lengua castellana. Su entrega en la Universidad de Alcalá de Henares (cuna del escritor) el día en que se conmemora su muerte suele ser motivo para que los escritores reflexionen sobre el hidalgo y su actualidad. Por ejemplo, el Premio Cervantes 2015, Juan de Goytisolo dijo estas palabras en su discurso (23-4-2015):

Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la moderna Santa Hermandad, que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.

Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla. […] Volver a Cervantes y asumir la locura superior de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.