grases montse - sin miedo a la vida sin miedo a la muerte

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MONTSE GRASES SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE (1941-1959) SUMARIO PROLOGO CAPITULO I: TIEMPO DE SEMBRAR 1. RAICES FAMILIARES Manuel Grases Manolita García 2. ENCUENTROS EN MADRID Más casualidades Josemaría Escrivá de Balaguer 3. EL OPUS DEI Isidoro Zorzano Juan Jiménez Vargas En los Hospitales de Madrid. María Ignacia García Escobar 4. LAS MUJERES DEL OPUS DEI 14 de febrero de 1930 9 de abril de 1932 Lo que quieras, cuando quieras, y en la forma que quieras 13 de septiembre de 1933 5. GRACIAS AL DOLOR CAPITULO II: TIEMPO DE LUCHAR 1. VIENTOS DE GUERRA Luchad, matad, morid 2. BARCELONA. LA GRAN OPORTUNIDAD

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Page 1: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

MONTSE GRASES

SIN MIEDO A LA VIDA,

SIN MIEDO A LA MUERTE

(1941-1959)

SUMARIO

PROLOGO

CAPITULO I: TIEMPO DE SEMBRAR

1. RAICES FAMILIARES

Manuel Grases

Manolita García

2. ENCUENTROS EN MADRID

Más casualidades

Josemaría Escrivá de Balaguer

3. EL OPUS DEI

Isidoro Zorzano

Juan Jiménez Vargas

En los Hospitales de Madrid. María Ignacia García Escobar

4. LAS MUJERES DEL OPUS DEI

14 de febrero de 1930

9 de abril de 1932

Lo que quieras, cuando quieras, y en la forma que quieras

13 de septiembre de 1933

5. GRACIAS AL DOLOR

CAPITULO II: TIEMPO DE LUCHAR

1. VIENTOS DE GUERRA

Luchad, matad, morid

2. BARCELONA. LA GRAN OPORTUNIDAD

Page 2: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

La quinta del 35

Ahora o nunca

3. DE ESPAÑA A ESPAÑA

Una decisión arriesgada

Una rosa en la noche

Hasta el final

4. BURGOS, 1938. TRABAJAR SIN DESCANSO

5. FIN DE LA GUERRA

Una cita en San Severo

CAPITULO III: TIEMPO DE COMENZAR

1. DE NUEVO EN MADRID

2. CUANDO TENGAMOS DOCE

La Virgen de Montserrat

Enrique

3. POR TODA ESPAÑA

Encarnita Ortega

Comienzos en Barcelona

El Palau

La contradicción de los buenos

4. MONTSE

5. PRIMEROS PASOS

Carmen Escrivá

Dos reacciones

6. NOCHES EN VELA

Dios quería más

Isidoro

CAPITULO IV: TIEMPO DE ESPERAR

1. EL JUEGO DEL CIELO

2. CON UN SIGLO DE ADELANTO

Page 3: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

De nuevo en Barcelona

Una noche en oración

Predilecta Barcelona

3. EN EL JESUS MARIA

4. LA PRIMERA COMUNION

5. UNA MIRADA LIMPIA

¿Por qué pones tus ojos en la tierra.?

Octubre de 1950. En el internado

¿Una niña excepcional?

6. EN LAS DAMAS NEGRAS

Rosas y espinas

7. SANTIDAD EN EL MATRIMONIO

8. UNA NUEVA BENDICION DE DIOS

Años felices

Mira mamá, mira lo que ha pasado.

9. LLAR

Rosa Pantaleoni

Roser Fernández

María del Carmen Delclaux

La primera Escuela-Hogar

Montse Amat

10. LO QUE YO BUSCABA

CAPITULO V: TIEMPO DE REIR, TIEMPO DE LLORAR

1. 27 DE ABRIL DE 1954

El santo de Montse

Una caricia de la Virgen de Montserrat

2. OCTUBRE DE 1954. ¡AQUELLA MIRADA!

Lo importante es hacerlo

Un cambio sorprendente

Page 4: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Ni un segundo que perder

3. VERANO DE 1955.

NAPOLEON TENIA CIEN SOLDADOS

Una amiga de mi hermana

El enigma del Gurri

Villa Josefa

La iglesia de Santa María

Las sardanas

Un concurso de tortillas

El primer pantalón largo

4. ¡QUE BIEN SE ESTABA EN CALELLA!

¡Con lo que le gusta bailar!

Y un día.

CAPITULO VI: TIEMPO DE DUDAR, TIEMPO DE DECIDIR

1. EN LA ESCUELA PROFESIONAL PARA LA MUJER

2. EL PRIMER CURSO DE RETIRO

Castelldaura

¿No te has planteado nunca?

¿Por qué lo he de pensar?

3. LIBERTAD Y ALEGRIA

4. LA ULTIMA BATALLA

5. SEVA, VERANO DEL 1957

Veinte días en Francia

Robo en Despoblado

Y ahora que estamos contentos

6. LA LLAMADA

Lía Vila

El segundo Curso de retiro

Temores y dudas

Page 5: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

7. EL GORDO DE LA LOTERIA

8. LA PRIMERA CARTA

9. PRIMEROS PASOS

Son tan diferentes

Qué lejos llegarás

CAPITULO VII: TIEMPO DE IGNORAR, TIEMPO DE SABER

1. ENERO DEL 58

Un curioso Rey Mago

Unos días de convivencia

Aquella caída en la Molina

Volverá

Una más

2. FEBRERO 1958: PARIS EN JUNIO

Un "tronco" de chocolate

3. PASCUA 1958. UNAS FOTOGRAFIAS EN EL JARDIN

Una marcha problemática

Mayo. Una romería a la Cisa

4. JUNIO DE 1958. TIEMPO DE SABER

Sin posibilidad de error

26 de Junio de 1958. En el Hospital de la Cruz Roja

El sarcoma de Ewing

5. JULIO DE 1958.

TREINTA SESIONES DE RADIOTERAPIA

6. 20 DE JULIO DE 1958. LO QUE TU QUIERAS

Cuando más feliz vivía

7. EL GRAN SALTO

Un viaje a Lourdes

CAPITULO VIII: TIEMPO DE IR, TIEMPO DE VOLVER

1. SEPTIEMBRE 1958

Page 6: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

No fue nunca "el caso"

2. LA ULTIMA SUBIDA AL MATAGALLS

No se da cuenta

¿Naranja? ¿Turquesa?

3. 24 DE SEPTIEMBRE DE 1958. LA CASA DE QUIROS

4. 2 DE OCTUBRE DE 1958

Muerte de Pío XII

Juan XXIII

Una homilía en la Parroquia

Una conspiración de silencio

5. UNA SORPRESA INESPERADA

Una tormenta aparatosa

Martes, 11 de noviembre. Roma

Miércoles, 12 de noviembre

6. JUEVES, 13 DE NOVIEMBRE.

EL ENCUENTRO CON EL PADRE

Una carta desde Roma

Viernes, 14 de noviembre. Por las calles de Roma

En Villa delle Rose

Una pizza italiana

Sábado, 15 de noviembre

Domingo, 16 de noviembre

7. 17 DE NOVIEMBRE DE 1958,

LUNES. VALE LA PENA

CAPITULO IX: TIEMPO DE CANTAR

1. AMAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Rosas de conformidad

2. LA NOVENA DE LA INMACULADA

Una locura

Page 7: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El día de la Madre

3. LAS LUCES DE LA NAVIDAD

Una partida de parchís

No hay tal andar

¡Una televisión!

Un hogar luminoso y alegre

4. LA ULTIMA NAVIDAD

Primer aniversario

El tratamiento ruso

Alegría y dolor

Una carta a sus majestades

5. SIEMPRE POR LOS DEMAS

Esto le hace sufrir

Los calmantes

Seis acordes

Entre canciones y risas

6. QUIERO VER TU ROSTRO, SEÑOR

Una novena a Isidoro

No os dejaré nunca

Qué desgrasia

Cuando estaba a su lado.

7. LAS CURAS

CAPITULO X: TIEMPO DE MORIR, TIEMPO DE VIVIR

1. 5 DE FEBRERO DE 1959. LA FIDELIDAD

Exprimida como un limón

15 de febrero de 1959. Ya no vendré más

No podrá salir más

La raíz de la alegría

23 de febrero. La última fotografía

Page 8: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Cuando rezaba.

Un abrazo de despedida

2. 8 DE MARZO. LA EXTREMAUNCION

Sí que puedo

3. 19 DE MARZO. SAN JOSE

¿Cómo será el cielo?

Domingo de Ramos

Lunes Santo

Martes Santo

Miércoles Santo

Id por Llar

4. 26 DE MARZO DE 1959. JUEVES SANTO

CAPITULO XI: TIEMPO DE RECORDAR

1. FELIZ HASTA EL ULTIMO MOMENTO

28 de marzo de 1959

2. MONTSE EN EL RECUERDO

3. SU MENSAJE

Un recuerdo vivo y vibrante

4. FAMA DE SANTIDAD Y CAUSA DE CANONIZACION

BREVE RELACION ONOMASTICA

CRONOLOGIA

FUENTES

Todo tiene su momento, y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de

nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar

y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír;

tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de

amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de

perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de

callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo

de paz.

Page 9: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Qohelet, 3, 1-8.

PROLOGO

"La solemnidad de hoy -afirmaba Juan Pablo II en la fiesta de Todos los Santos de 1992- nos ayuda a tomar conciencia

de la vocación común a la santidad. No es un hecho casual que entre los santos que la Iglesia venera haya personas de

todas las edades, de todos los pueblos y de toda condición social (...).

El mundo tiene necesidad urgente -proseguía el Papa- de una 'primavera de santidad' que acompañe los esfuerzos de la

nueva evangelización, y ofrezca un sentido y un motivo de confianza renovada al hombre de nuestro tiempo, a menudo

defraudado por promesas vanas y tentado por el desaliento.

Los hijos de la Iglesia están llamados a responder a este desafío mediante un compromiso de santificación serio y diario

'en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida... haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a

las tareas temporales, la caridad con la que Dios amó al mundo' (L.G. 41)".

La vida de Montse Grases (1941-1959) constituye una respuesta estimulante a ese desafío del que hablaba el Papa. Su

vida santa fue el fruto granado del espíritu y las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del

Opus Dei, de la fidelidad de los primeros miembros de la Obra y del ejemplo de sus padres, que pertenecen también a

esta institución de la Iglesia. Su existencia no se entendería si la desgajásemos de estas raíces familiares y espirituales.

Por esta razón, antes de mostrar su figura, se perfilan en estas páginas algunos trazos del tiempo que le tocó vivir, del

ambiente de su familia y del desarrollo del Opus Dei. Al lado de su figura se resaltan otras, como las de Isidoro

Zorzano, uno de los primeros miembros del Opus Dei, también en proceso de Beatificación; de María Ignacia García

Escobar, una de las primeras mujeres del Opus Dei; de la madre y la hermana del Fundador, Dolores Albás y Carmen

Escrivá; de Mons. Alvaro del Portillo, actual Obispo-Prelado del Opus Dei; y de algunos hombres y mujeres de esta

institución de la Iglesia, como Juan Jiménez Vargas, Encarnación Ortega o Digna Margarit.

Entre las fuentes que he consultado, cobran especial relevancia los testimonios sobre Montse Grases escritos por las

personas que la conocieron y trataron más directamente, fechados en su mayoría durante los años 60-62. Muchas de

ellas testificaron en el Proceso Informativo para su Causa de Beatificación y Canonización.

Me he entrevistado personalmente con muchas de esas personas; he ido engarzando en el texto las antiguas impresiones

de esos testigos, y sus valoraciones actuales. He constatado un hecho especialmente relevante: estos hombres y mujeres

conservan un recuerdo vivísimo, profundo e indeleble, de la figura de Montse Grases. Los avatares del tiempo, los

cambios de mentalidad y de costumbres que han tenido lugar en estos treinta años, no han oscurecido su figura; al

contrario: se ha ido engrandeciendo con los años, lo mismo que su devoción privada, y su vida sigue siendo un

profundo testimonio de santidad en medio del mundo; un perfil atractivo de vida cristiana; un modelo juvenil, sugerente

y profundamente actual.

Vaya por delante mi más cordial agradecimiento a todas estas personas por su colaboración, y de un modo muy especial

a los padres de la Sierva de Dios. Deseo también expresar mi gratitud a don Benito Badrinas, Vicepostulador de la

Causa de Beatificación de Montse Grases, por la atención y facilidades que me han ido proporcionado a lo largo de

estos años para la elaboración de este trabajo.

Madrid, 26 de marzo 1993

I

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Page 10: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

T I E M P O D E S E M B R A R

Sembrador

que has puesto en la besana tu amor

el trigo de mañana

será tu recompensa mejor.

Dale al viento

el trigo y el acento

de tu primer lamento de amor

y aguarda el porvenir

sembrador...

1. RAICES FAMILIARES

Manuel Grases

Manuel Grases Codina me recibe en la puerta de su casa barcelonesa de la calle París, esquina Aribau, en la parte alta

del Ensanche. Es un hombre alto, de cabello blanco y talante cordial. Toda su persona -setenta y muchos años, que se

deslizan sigilosamente, casi de puntillas, hacia los ochenta- comunica una poderosa sensación de serenidad y de

sosiego. Esa sensación se acrecienta cuando, tras las presentaciones de rigor, comienza a hilvanar, al hilo del recuerdo,

los sucesos que rodearon la vida de su hija Montse. Empieza evocando sus raíces familiares.

"Hace ya muchos años, desde el 46 -me cuenta, mientras enciende parsimoniosamente su vieja pipa inglesa de madera-,

he venido dedicando muchos de mis ratos libres a bucear en las raíces de nuestro árbol genealógico y he podido

comprobar que por parte de mi familia, es decir por el lado paterno de Montse, todas nuestras raíces son totalmente

catalanas. Somos catalanes cien por cien. Por lo menos desde el siglo XV, que es hasta donde he podido llegar en mis

investigaciones.

El dato más antiguo que poseo sobre un antepasado nuestro lo encontré en el 'Arxiu Històric Municipal de Valls'.

¿Conoce usted Valls? Es la capital de l'Alt Camp, una comarca del norte de Tarragona, que fue, desde el siglo XI, una

ciudad relativamente importante. Pues bien, esta ciudad, tiempo más tarde, ya en los albores del XV, se vio afectada por

unas grandes epidemias; y fue tanta la mortandad, que los supervivientes de su 'Consell General', para revitalizar la

población, decretaron eximir de tributos a todos los que se asentasen allí. Y en el 'Llibre de les Estimes' de Valls, que

era un padrón de la ciudad que se hacía periódicamente, en el del año 1430, ya aparece un tal Andreu Grasa, cuya

procedencia exacta se desconoce. Ese es el primer Grasa del que tengo noticia.

Después de ese primer Grasa, se sucedieron seis generaciones de campesinos, de payeses, como los llamamos en

Cataluña, que fueron prosperando económicamente hasta que nos encontramos en el año 1565 con un tal Sebastià

Grases, casado con Catharina, y hombre seguramente rico, que ya vive en Barcelona. Mientras tanto, en la segunda mitad del siglo XV el apellido Grasa se fue convirtiendo en Grases, a causa de la desidia de los respectivos amanuenses,

y se le encuentra escrito de varias formas diversas -Grasas, Grassas y Grasses- incluso dentro de un mismo documento.

Page 11: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Desde siglo XVI hasta la actualidad se han sucedido otras diez generaciones de Grases, todas barcelonesas, compuestas

por lo general por hombres de leyes, salvo dos mercaderes. La mayoría fueron notarios y doctores en Dret, en 'Cuiusque

Dret', como se decía entonces: 'doctores en todos los derechos'. Eran, en la expresión de la época, 'notarios reales y

causídicos'. Hubo incluso algún Diputado de la Generalitat de Catalunya, como Antonio Grases, que vivió a comienzos

del XVIII. Y así se llega hasta mi padre..."

Se levanta Manuel Grases y toma de la biblioteca un viejo álbum familiar, de cubiertas marrones, gastadas por el uso.

Se detiene ante una fotografía y se queda mirándola en silencio durante un tiempo, mientras el humo de su pipa dibuja

lentamente blancas espirales en el aire de la sala de estar. "Mire: ésta es la fotografía de mis padres, el día de su boda".

"Mi padre -explica- se llamaba Manuel Grases, igual que yo. Estudió arquitectura y trabajó, durante su corta vida, en

Hacienda. Mi madre se llamaba Montserrat Codina y era la menor de siete hermanos. Era también de Barcelona, y aquí

se casaron, el 6 de mayo de 1913.

Yo nací el 27 de noviembre de 1914, en plena guerra mundial. En esas fechas se desencadenó en Barcelona una

epidemia tremenda, la llamada epidemia del 'tifus del 14', y mi padre cayó enfermo. Murió muy pronto, el 3 de enero de

1915. Yo tenía sólo 37 días.

Mi madre se quedó sola conmigo en aquel primer piso de nuestra casa de la calle Valencia... Era muy joven, y quedarse

viuda a los 28 años, con un hijo recién nacido, debió de ser un golpe muy duro para ella. No se volvió a casar y afrontó

aquella situación con un gran sentido cristiano y con una gran entereza.

Yo, de pequeño, era un niño de salud algo débil y faltaba a clase, a causa de mis enfermedades, con mucha frecuencia;

hasta tal punto que mi madre me tuvo que sacar del Colegio en el que estudiaba y me puso un profesor particular en

casa. En 1927 enfermó mi madre, también de tifus, y poco tiempo después falleció. Me quedé huérfano a los trece años.

Entonces mi tía Amelia, que era la hermana mayor de mi madre, y su marido, Octavio Seriñana, se hicieron cargo de mí y me internaron en los Escolapios de Sarriá. Y estando allí, a los catorce años sufrí un acceso de tos muy fuerte, y...

expulsé algo de sangre. Todos se asustaron mucho pensando en la tuberculosis. Hoy es muy difícil hacerse a la idea de

lo que esa palabra significaba entonces: ¡tuberculosis! Era una enfermedad temida, terrible, mal vista, prácticamente

mortal.

Yo no me preocupé demasiado, por la inconsciencia de la juventud. Pero ellos se alertaron muchísimo: se reunió mi

Consejo de Familia y tras escuchar el parecer de los médicos, decidieron que lo mejor era que me marchase a Suiza, al

'Nouveau Sanatorium' de Davos-Dorf, a respirar aire puro. En esa época sólo se conocía esa cura: el aire; aire seco, aire

limpio, de montaña: lo que llamaban 'curas de altura'. Sólo se oponía a ese plan el doctor Ricardo Falp, un sacerdote que

formaba también parte del Consejo familiar, porque decía que el ambiente de un sanatorio antituberculoso no era el más

adecuado para un adolescente...

Tenía razón: el sanatorio era magnífico; estaba a 1600 metros sobre el nivel del mar, entre montañas y lagos

espléndidos... pero el ambiente de aquel establecimiento no era tan limpio como aquel aire, por el que el gobierno suizo

nos cobraba una cantidad al entrar en el país. Parece increíble, pero es cierto: los enfermos del Sanatorio teníamos que

pagar un canon especial 'por respirar el aire de Suiza'. Hay una famosa novela de Thomas Mann, 'La montaña mágica',

que refleja el ambiente mundano y corrompido que se respiraba en los sanatorios de Davos. Eran gentes, desahuciadas

en su gran mayoría, que iban sorbiendo a grandes tragos lo poco que les quedaba de vida. Sólo pensaban en divertirse,

sin ninguna perspectiva espiritual ni trascendente... Vivían de espaldas a la muerte: cuando se encontraban muy mal se

volvían a su país, y al poco tiempo nos enterábamos de que habían fallecido".

Manuel Grases hace una pausa y me enseña una fotografía de aquel periodo.

"Sin embargo -continúa-, en medio de aquel clima y con mis quince años, yo nunca dejé de rezar las oraciones

aprendidas de mi madre. Encima de mi cama tenía siempre, sobre la bandera catalana, un crucifijo que me había

regalado Sor Lina, una religiosa que me guardaba un especial cariño, quizá porque yo era el único que iba a Misa de vez

en cuando... Ahora, al cabo de los años, veo con mayor claridad que en aquellos momentos difíciles mi madre velaba

por mí desde el cielo.

Volví de Suiza en 1931, prácticamente curado; pero al llegar a España me aconsejaron que pasara un periodo de

convalecencia en el Sanatorio del Montseny, muy cerca de Barcelona. Y allí me fui.

Page 12: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El Sanatorio del Montseny estaba situado a 800 metros de altura, en una antigua casa pairal, 'Casademunt', cerca de El

Brull, y tenía capacidad para alojar unos treinta enfermos. Era un lugar muy agradable, donde también se ponían en

práctica otros procedimientos muy curiosos para la curación de la tuberculosis, como la salicrisina -curación por medio

de plata-, que entonces se aseguraba que 'tapaba los agujeros'.

Y fue precisamente durante aquel año de 1931 cuando ingresó en el Sanatorio una chica joven, Inés García, que tenía

una hermana que se llamaba Manolita, que vivía en Barcelona y la iba a visitar..."

Manolita García

Es difícil definir la voz de esta mujer de rasgos mediterráneos, de cabello negro, ojos oscuros y nombre españolísimo:

Manolita García. Es una voz clara, de timbre vibrante y resuelto, que guarda inflexiones dulces, casi musicales. Se

armonizan en ella la madurez de los años con una viveza inequívocamente juvenil. Es una voz de contrastes, como ella

misma: delicada y fuerte, serena y decidida, fiel a sus orígenes asturianos y castellanos, a pesar de haber vivido toda su

vida en Cataluña.

"Es que mis padres no eran de aquí -me explica Manolita-. Mi padre, que se llamaba Enrique García, era madrileño; y

mi madre, Vicenta Camporro, asturiana. Así es que yo, aunque he nacido y he vivido toda mi vida en Barcelona, no

tengo ningún antepasado catalán. Por parte de mi padre eran todos castellanos, de Palencia y Avila; y por parte de mi

madre, todos asturianos, de Noreña y de Villamarín de Salcedo. Mire, ésos son sus retratos", me dice, señalándome dos fotografías que presiden un ángulo de la sala de estar. "El de mi padre es un retrato de cuando se casaron; el de mi

madre, de muchos años después".

"A mi padre le gustaba mucho escribir -sigue contando Manolita- y conservo algunos escritos suyos, inéditos. Aquí

tengo uno que se llama 'Canto a la vida', que está fechado el 5 de noviembre de 1905. Más que un canto a la vida es un canto a Madrid: evoca los pianos callejeros, el Manzanares, las modistillas y los estudiantes... Tiempo después, en

Oviedo, conoció a mi madre. Y allí se casaron, el 4 de julio de 1908. Se vinieron a vivir a Barcelona porque mi padre

había sacado unas oposiciones de oficial del Banco de España y le ofrecieron dos destinos posibles: Badajoz y

Barcelona. Le preguntó a mi madre: '¿dónde quieres que nos vayamos?'. Y mi madre eligió Barcelona, porque le

gustaban las ciudades grandes.

Aquí mi padre pudo desarrollar la actividad que de verdad le atraía: el periodismo. Era periodista por afición -por

devoción, decía él- y colaboraba en 'El Noticiero Universal'. Por las tardes, en cuanto salía del Banco, se iba a trabajar

al periódico, de donde volvía a altas horas de la noche. Aquello le apasionaba. Y nos comentaba que, de no haber tenido

hijos que mantener, se hubiera dedicado de lleno al periodismo...

Conservo muchos artículos suyos. Hay uno, muy divertido, que se llama 'La catedral contra los gatos' que ahora lo

calificarían de ecologista, en el que sale en defensa de unos gatos que los canónigos querían echar de los patios de la

catedral. Cuenta como había un señor que al morir había dejado una fortuna para atender a todos los gatos abandonados

que se dejaran allí, y claro, había cientos de gatos... Con la excusa de los gatos habla de las maravillas de Barcelona y

alaba la belleza de la catedral... Se ve que se había enamorado profundamente de esta ciudad.

Quizá ésa fue la razón por la que, a pesar de todas las ansias de mi madre, que quería que fuese interventor de por aquí o

cajero de por allá, nunca se quisiera mover de Barcelona. Mi madre le insistía, pero él, nada: ¡Barcelona y nada más que

Barcelona!

Aquí vivieron mis padres el resto de su vida. Y aquí nacimos mi hermana Inés, en la calle Villarroel; yo, en la calle

Pintor Fortuny; y más tarde, en el Passatge del Crèdit, mi hermana Adela. Eramos un hogar de clase media, 'de la

heroica y sufrida clase media', como decía mi padre, que tenía unas ideas muy avanzadas para aquella época... Porque

entonces no era como ahora: la mayoría de las chicas jóvenes no trabajaban en nada y sólo pensaban en casarse lo antes

posible. Y mi padre nos insistía, un día sí y otro también, en que antes de casarnos teníamos que aprender a ganarnos la

vida por nosotras mismas. Mi madre no lo entendía: 'Qué cosas dices, Enrique, qué cosas dices'. Pero mi padre nos fue

imbuyendo esas ideas y a los diecisiete años me colocaron en el Sindicato de Banqueros.

¡A los diecisiete años! Me quedé sin mi Colegio, donde estaba tan a gusto y disfrutaba horrores; y sin mis paseos,

Rambla arriba, Rambla abajo, luciendo aquellas grandes pamelas blancas que se llevaban entonces; y sin mis

larguísimos veraneos en las costas de Garraf, en un pueblecito propiedad del Conde Güell, con sus casas pintadas de

blanco y sus puertas azules... ¡Pero como había que trabajar...!

Page 13: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Recuerdo a mi padre como un hombre muy cariñoso, muy caritativo, con un gran sentido de la justicia... Nos enseñó

muchas virtudes humanas. Cuando llegaban las Navidades, y recibíamos los regalos, nos hablaba de los niños pobres y

abandonados que andaban sin rumbo por las calles y de la necesidad de compartir nuestras cosas con ellos. ¡Total, que

acabábamos saliendo a la calle y regalándoles juguetes nuestros a esos niños...!

Tenía una concepción de las relaciones humanas desacostumbrada para aquel tiempo. Por ejemplo, mi madre tenía una

chica que nos ayudaba en las faenas de la casa, y mi padre le decía con frecuencia: 'trátala como si fuera tu hija'... Sin

embargo, mi padre, como no había recibido mucha formación espiritual no pudo enseñarme una profunda vida cristiana.

La vida cristiana me la fue enseñando... San José. Cerca de mi casa se encontraba la iglesia de San Jaime, en la calle

Fernando, y allí había, a la izquierda del altar, una imagen de San José que me atraía mucho, sin saber por qué. Al

principio entraba un ratito, y charlaba con él: era como el ideal de todo lo que a mí me gustaría ser: tan bueno, tan cerca

de Jesús... Luego fui visitándole, casi todos los días; y así, poco a poco, llegó un momento en el que le prometí ir a Misa

todas las mañanas y comencé a llevar una vida cristiana más intensa. Por eso, ahora veo, al cabo de los años, que todo

se lo debo a él: a San José.

Un día mi padre se puso enfermo. No sabían si era un tumor canceroso o tuberculosis. Al final, parecía que era

tuberculosis y le aconsejaron que fuese a Madrid, a que le viese el doctor Tapia, del Hospital del Rey, que era una

eminencia en esa especialidad.

Fue a verle a Madrid, pero ya no había nada que hacer. Murió muy joven, en octubre de 1930. Se quebraron de golpe

todos sus sueños. ¡Él, al que le gustaba tanto hacer castillos en el aire! Le encantaba cerrar los ojos y soñar en voz alta.

'Y tú, hija mía, serás... -nos decía-. Y tú harás...' Y se imaginaba lo que haríamos sus hijas, sus nietos, sus nietas...

Al poco tiempo, mi hermana Inés enfermó también de tisis. Fuimos al doctor Rosal y nos dijo que tenía que tomar aires

en un sanatorio que había en el Montseny. Entonces no había otra medicación. No nos lo pensamos ni poco ni mucho, y

allí la llevamos, haciendo un gran esfuerzo económico, a finales del año 31.

Yo iba a visitarla con mucha frecuencia. Y en una de esas visitas conocí a un chico que acababa de volver de Suiza y se

llamaba Manuel..."

2. ENCUENTROS EN MADRID

Más casualidades

Pocos meses después de que Manolita García y Manuel Grases se conocieran por casualidad en el Sanatorio del

Montseny -aunque ya se sabe que "casualidad" es el nombre que utiliza la Providencia divina cuando trabaja de

incógnito-, a cientos de kilómetros de allí, en la capital de España, tuvo lugar otro encuentro, también aparentemente

"casual", entre un sacerdote joven y un estudiante de Medicina de diecinueve años. Ese encuentro tenía también la

enfermedad de la tuberculosis como telón de fondo.

Aquel estudiante es hoy el doctor Juan Jiménez Vargas, un prestigioso catedrático de Fisiología ya jubilado. "En mi

pandilla de amigos -cuenta-, en su mayor parte estudiantes de Medicina, se encontraban dos que conocían a don

Josemaría y decían que era su confesor. Nosotros admirábamos a aquel sacerdote sin haberle visto nunca y sin saber

exactamente qué era aquella labor de apostolado que, según ellos, realizaba. Le admirábamos, pero no mostrábamos el

menor interés en conocerle. Sólo le oíamos hablar de apostolado, de dirección espiritual y también de visitas a pobres y

enfermos de hospitales, y por eso algunos de nosotros decíamos que no nos interesaba 'la mística' de don Josemaría..."

Los que conocieron a Juan Jiménez Vargas durante aquel tiempo lo recuerdan como un chico fogoso y decidido, buen

cristiano, aunque entonces sin especiales inquietudes espirituales, muy audaz y comprometido políticamente. El país

atravesaba uno de los periodos más turbulentos de su historia y el talante humano de Juan no soportaba las medias

tintas: militaba activamente en una asociación política y estaba dispuesto a salir a la calle en cualquier momento para

defender sus ideas -políticas, sociales y religiosas- frente a quien hiciera falta. Pensaba que lo importante era pasar a la

acción. Y cuanto antes.

Sin embargo, un día, cuando paseaba por Madrid con uno de aquellos amigos, se topó de improviso con aquel sacerdote

del que tanto le hablaban. Fue "un encuentro casual en la calle Martínez Campos -explica Jiménez Vargas-, a la salida

del Metro. Hablamos muy poco rato, aunque lo suficiente para que me quedara una impresión inolvidable...".

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Una impresión inolvidable. Pero sólo eso: una impresión, pues "seguí sin tener demasiado interés en volver a verle",

recuerda Jiménez Vargas. Don Josemaría intentó concertar una cita, pero Juan no estaba dispuesto a concretar: todo

quedó en ese "nos veremos un día de éstos", con el que se disimulan pudorosamente en España algunas negativas.

Pasaron los meses y el sacerdote seguía enviándole recados por medio de sus amigos. Pero Juan no daba demasiadas

muestras de interés. Estaba claro que en su agenda había asuntos mucho más urgentes que "hablar con un cura".

Josemaría Escrivá de Balaguer

¿Quién era aquel don Josemaría -así, con los dos nombres unidos, para mostrar su devoción a la Virgen y a San José-

del que tanto le hablaban a Juan? Por aquel entonces era un joven sacerdote de treinta años, oriundo del Alto Aragón, donde había nacido en el año 1902, en el seno de una familia cristiana relativamente acomodada. Era el segundo hijo de

don José Escrivá, un pequeño comerciante de Barbastro, y de Dolores Albás. Su padre -ya fallecido- había sido un

hombre íntegro y leal, probado en el sufrimiento: había visto morir, una tras otra, a sus tres hijas pequeñas; había sabido

aceptar, con serenidad, la quiebra de su negocio familiar y se había tenido que trasladar, como consecuencia de aquella

quiebra, a Logroño, con los dos hijos que le quedaban -Carmen y Josemaría- a finales de 1915.

Un día de crudo invierno de 1917, cuando Josemaría tenía unos 15 ó 16 años y era un joven estudiante de Bachillerato,

experimentó con fuerza, en lo más hondo del corazón, la llamada divina. El motivo fue aparentemente nimio: vio, sobre

la nieve, las huellas de los pies descalzos de un carmelita. Entendió que Dios le llamaba a su servicio y para ver más

clara la voluntad de Dios, decidió hacerse sacerdote.

Pocos meses más tarde, a finales de noviembre en 1918, Josemaría comenzó sus estudios eclesiásticos como alumno

externo del Seminario de Logroño.

Sin embargo, desde el día en el que había visto aquellas huellas en la nieve, había ido creciendo en el fondo de su alma un presentimiento: Dios lo estaba preparando para "algo"..., pero no sabía lo que era. Pedía luz, cada vez con mayor

intensidad: "Señor, ¿qué quieres que haga? Domine, ut videam! ¡Señor, que vea!"

Dos años después, en 1920, se trasladó al Seminario de Zaragoza. El Rector del Seminario, don José López Sierra, quedó impresionado por su piedad intensa, recia, constante y, al mismo tiempo, alegre y atractiva; su serenidad, sentido

del humor y sonrisa amable y acogedora con todos, como se refleja en esta fotografía de aquellos años.

Su padre no llegó a verle de sacerdote. Murió repentinamente, pocos meses antes de la ordenación sacerdotal de

Josemaría, que tuvo lugar en Zaragoza el 28 de marzo de 1925. A partir de entonces don Josemaría se hizo cargo de su

madre, de su hermana Carmen y de su hermano pequeño Santiago, nacido en Logroño pocos años antes.

En 1927, el Arzobispo de Zaragoza le había autorizado a trasladarse a Madrid para realizar su doctorado en Derecho,

carrera civil que había estudiado, además de la eclesiástica. En aquella época, el doctorado sólo podía obtenerse en la

Universidad Central de Madrid. Y desde su llegada a la capital había llevado a cabo, al mismo tiempo que preparaba su doctorado en Derecho Civil, una ingente labor apostólica: había trabajado como capellán de una institución benéfica, el

Patronato de Enfermos; había instruido a muchos cientos de niños para que pudieran recibir la Confesión y la Primera

Comunión; y atendía en sus casas o en los hospitales, a millares de enfermos y desvalidos, administrándoles los

Sacramentos.

3. EL OPUS DEI

Fue en Madrid, al año siguiente de su venida, cuando Dios le hizo ver a aquel joven sacerdote la luz que venía

pidiéndole durante tantos años; una luz que confirmaba plenamente los "barruntos" que había sentido en su alma desde

su adolescencia. Todo sucedió de una forma sencilla: el 2 de octubre de 1928, cuando participaba en unos ejercicios

espirituales en la Casa Central de los Paúles de Madrid, y se hallaba recogido en su habitación, "vio", con total claridad,

la misión que Dios le pedía: que "abriese" en el mundo un camino de santificación en el trabajo profesional y en los deberes ordinarios. Vio que aquella era la tarea a la que debía dedicar toda su existencia, mientras repicaban las

campanas de la cercana iglesia de Nuestra Señora de los Angeles.

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A partir de aquel día de octubre redobló su oración y su mortificación. Rezó e hizo rezar. Y empezó a buscar personas

que pudieran entender y vivir aquel ideal. Habló con todos los que Dios le iba poniendo en su camino. Y algunos le

entendieron y se entregaron con generosidad, como Isidoro Zorzano, un viejo amigo de los tiempos de Logroño.

Isidoro Zorzano

Don Josemaría e Isidoro se conocían desde la adolescencia: habían coincidido en los estudios del Bachillerato en el

Instituto de Logroño. La familia de Isidoro, formada por antiguos emigrantes, se había vuelto a España cuando él tenía

sólo tres años, con la idea de permanecer una temporada en la Península y volverse de nuevo a América. Pero la muerte

de su padre y una quiebra económica hizo que aquella estancia en Logroño se convirtiese en definitiva.

Isidoro había realizado la carrera de Ingeniería en Madrid, y en noviembre de 1928 se fue a trabajar al astillero de la

Sociedad española de Construcción Naval de Matagorda, en la Bahía de Cádiz, y más tarde a Málaga, en los

Ferrocarriles Andaluces. A partir de aquel momento parecía que los destinos de estos dos hombres iban a distanciarse

definitivamente. Pero Dios seguía tejiendo "encuentros casuales" y haciendo coincidir caminos.

El 24 de agosto de 1930, cuando Isidoro se dirigía hacia Logroño para estar con su familia, hizo una breve parada en

Madrid con el deseo de visitar a su viejo amigo Josemaría, que le había escrito poco antes en una postal: "cuando

vengas por Madrid, no dejes de verme. Tengo que contarte muchas cosas". ¿De qué se trataría? También Isidoro tenía

muchas cosas que contarle...

Pero al llegar a la capital, como no lo había avisado previamente, no lo encontró en casa, y se marchó en dirección a la

Puerta del Sol.

Don Josemaría estaba en esos momentos visitando a un chico enfermo "cuando de pronto sentí -escribió más tarde- el

impulso de tener que salir a la calle. Le dije que me marchaba y, aunque la madre insistió en que me quedara, por la

compañía que hacía a su hijo, me despedí. No sabía a dónde iba; ya en la calle, sin saber a dónde me dirigía, me

encontré de sopetón con Isidoro, que estaba haciendo tiempo para coger el tren de vuelta y 'casualmente' pasaba

también por allí".

Aquel encuentro marcaría definitivamente la vida de Isidoro. "Nada más saludarme -recordaba el Fundador- me dijo a

bocajarro: Quiero entregarme a Dios y no sé cómo ni dónde". Ya en casa, Isidoro le contó detalladamente sus

inquietudes espirituales, y al oírle, don Josemaría le habló extensamente de lo que Dios le había hecho ver poco tiempo

antes.

Isidoro comprendió: "aquello" que su amigo había "visto" el 2 de octubre de 1928 era precisamente lo que estaba

buscando desde hacía tiempo. Era un camino de santidad totalmente nuevo para él, donde podría llevar a cabo las

inquietudes espirituales que sentía en el fondo del corazón.

Juan Jiménez Vargas

Poco a poco el joven Fundador fue reuniendo en torno suyo, con mucho esfuerzo, a un pequeño grupo de personas:

jóvenes universitarios que le ayudaban a cuidar a los enfermos de los hospitales, y a los que encendía en el amor a Dios;

y también artistas, obreros, artesanos... a los que les mostraba la perspectiva de una vocación cristiana vivida en toda su

radicalidad, en el lugar que tenían en el mundo, bien identificados con Jesucristo.

En sus apuntes personales se encuentra, a finales de 1932, una anotación que le recordaba aquella conversación

pendiente con Jiménez Vargas. ¿Qué habría sido de aquel estudiante de Medicina -se preguntaba- que le habían

presentado a principios de año y al que no había vuelto a ver?

Juan seguía dando excusas; y hay que reconocer que, para un joven activo y preocupado por la realidad social como él,

excusas realmente no faltaban: el país había cambiado de régimen el año anterior, casi de la noche a la mañana: el 14 de

abril, con la gráfica frase del Almirante Aznar, "España se había acostado monárquica y se había levantado

republicana". Y aquel cambio de sistema político, tras un breve lapso de exaltación republicana, había acarreado, más

que el periodo de mayor justicia social con el que soñaban algunos, una sucesión de graves acontecimientos y de

manifestaciones violentas de carácter anticlerical. En mayo de 1931 las masas incontroladas incendiaron varias iglesias

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y conventos de Madrid. En poco tiempo, en Barcelona -donde Manuel y Manolita iniciaban su noviazgo-, en Sevilla, en

Málaga -donde trabajaba Isidoro Zorzano- y en casi todas las regiones españolas, se produjeron diversos desórdenes,

saqueos e incendios contra edificios religiosos, ante la actitud pasiva de las autoridades.

Los conflictos se habían ido agravando a lo largo de 1932. La postura del gobierno ante la Iglesia se fue volviendo cada

vez más sectaria. Se retiraron los crucifijos de las escuelas y se dictaron una serie de disposiciones antirreligiosas que

pretendían arrancar de cuajo las raíces cristianas de España. Se secularizaron los cementerios y durante la Semana

Santa, por primera vez desde hacía muchas décadas, no salieron las procesiones a la calle. En julio, los obispos habían

protestado enérgicamente por la ley del divorcio y del matrimonio civil y había cundido por todas partes, en palabras de

Ortega -uno de aquellos "intelectuales al servicio de la República"-, una sensación de "desazón, descontento, desánimo,

en suma, tristeza".

Ese era el ambiente social del país cuando don Josemaría logró, al finalizar el año, conversar de nuevo con aquel

estudiante de Medicina.

Jiménez Vargas conserva bien grabada en la memoria aquel encuentro con "el Padre", como le llamaban todos aquellos

chicos, siguiendo el uso común de la época para denominar a los sacerdotes. Don Josemaría le habló de lo que sería el

Opus Dei -recuerda Juan- sin la menor nota de sensacionalismo, ni mucho menos detalles personales incompatibles con

su profunda humildad. (...) Resultaba evidente que el Padre era la persona que Dios había elegido para hacer la Obra, y

que se había entregado de tal manera que su preocupación por hacer realidad aquella misión divina era como algo que

había llegado a constituir la característica más decisiva de su propia personalidad".

Tampoco Juan retrasó demasiado su decisión de entrega a Dios. A pesar de sus dilaciones anteriores, pocos días más

tarde, ya en el nuevo año -el 4 de enero de 1933-, se consideraba plenamente de la Obra. Está claro que aquella decisión

no era fruto sólo de su generosidad personal: Dios concedía a aquellos primeros una gracia especial para entender, en

toda su hondura y profundidad, el mensaje que les trasmitía aquel sacerdote: "Era como si uno hubiese comprendido la

Obra -comenta- con un conocimiento humanamente inexplicable".

Y prosigue: "En aquella primera conversación (...) me explicó la Obra con mucha extensión, detallando muchas cosas

que en aquel momento estaban muy lejos de ser realidad, y que han ido saliendo muchos años después". En esta

fotografía de aquella época aparece Juan Jiménez Vargas junto al Fundador del Opus Dei.

Al igual que Isidoro, Juan Jiménez Vargas fue uno de los hombres que permaneció junto al Fundador desde los

primeros años 30. Dos semanas después de su decisión de entregarse a Dios, el 21 de enero del 33, asistió, junto con

otros dos estudiantes de medicina, a la primera de las reuniones de formación espiritual del Opus Dei -lo que luego se

denominarían "círculos" o "clases de formación". Don Josemaría había invitado a muchos, pero sólo vinieron tres: ¡no

importaba! Les habló con gran ardor apostólico, y al terminar les dio la bendición con el Santísimo. Y vio, no sólo tres,

"sino tres mil, trescientos mil, tres millones".

Don Josemaría no era un soñador: "veía", (no "imaginaba", ni "soñaba", que es algo distinto) el Opus Dei proyectado en

los siglos, extendido por toda la tierra, en servicio de la Iglesia. Tenía la seguridad absoluta de estar cumpliendo "un

mandato imperativo de Cristo". Isidoro, Juan, y los que fueron llegando al Opus Dei, supieron vivir de fe. Confiaron en

Dios y en aquel sacerdote, que les decía con fuerza: "la Obra de Dios no la ha imaginado un hombre".

A ellos, por tanto, no les correspondía inventar nada: su tarea era la de secundar la gracia del Espíritu Santo, y poner los

medios necesarios para levantar aquel edificio sobrenatural: y esos medios eran, como les enseñaba el Fundador, en

primer lugar, la oración; en segundo lugar, la expiación y luego, en tercer lugar -"muy en tercer lugar", como precisaría

en "Camino"- la acción apostólica.

En primer lugar, la oración: don Josemaría iba pidiendo "la limosna de la oración" por todas partes. "Pedía oraciones a

todo el mundo", recuerda Jiménez Vargas: "monjas de clausura, enfermos, etc.".

En los Hospitales de Madrid. María Ignacia García Escobar

"La fortaleza humana de la Obra -explicaba el Fundador- han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más

miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas

barriadas extremas".

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Uno de los hospitales a los que acudía don Josemaría, el Hospital del Rey, había cambiado su nombre, en aquellos años

de exaltación republicana, por el de Hospital Nacional. Su capellán era un sacerdote joven de 28 años, don José María

Somoano, vinculado estrechamente con el Fundador del Opus Dei.

El hospital estaba enclavado al norte de la Ventilla, cerca de Tetuán de las Victorias, a siete kilómetros del centro de

Madrid, y contaba con especialistas de prestigio, como el doctor Tapia, al que había venido a ver, desde Barcelona,

Enrique García, padre de Manolita, como hemos visto anteriormente.

En aquel lugar se encontraba hospitalizada una mujer cordobesa de 34 años, María Ignacia García Escobar, que había

ingresado en 1930 con una tuberculosis avanzada e incurable. Esta fotografía data de aquella época.

Pero no hay que imaginarse a María Ignacia siempre tal y como aparece en esta fotografía, con el gesto serio y con su vestido de fiesta, bordeado, al gusto de la época, de pequeñas perlas blancas. Era una joven sencilla, como sencilla

había sido su vida hasta entonces, aunque, como comentaba su antigua maestra, "tuvo que sufrir mucho moral y

físicamente. Moralmente a causa de su hermana Braulia, enferma tuberculosa y también porque a la muerte del padre se

arruinaron".

Aquella ruina -causada por la quiebra de una empresa en la que los hermanos habían invertido el dinero procedente de

una venta familiar- los había dejado en una difícil situación económica. Sólo gracias al famoso torero "Bombita", que

era amigo de la familia, pudieron hacer por ella lo único que se podía hacer entonces, como ya hemos visto, por un

tuberculoso: ingresarla para una "cura de aire" en el Sanatorio del Guadarrama, aunque sólo fuera por un año. Desde

Guadarrama pasó a Madrid, al Hospital del Rey.

Urgido por el Fundador, don José María Somoano le decía con frecuencia a María Ignacia: "hay que pedir mucho por

una intención, que es para bien de todos. -Esta petición, no es de días; es un bien universal que necesita oraciones y

sacrificios, ahora, mañana, y siempre. Pida sin descanso..."

María Ignacia ofrecía todos sus dolores por aquella intención: "De noche -escribía en su cuaderno de notas-, cuando los

dolores no me dejan dormir, me entretengo en recordarle su intención repetidas veces a Nuestro Señor".

"Sonreiré estos días -escribe también en coloquio con el Señor el 7 de febrero- en medio de cuantas sequedades y

tribulaciones quieras enviarme. Todo lo podré contigo".

Su hermana Braulia escribe que don Josemaría "era el alma de todo el apostolado que se hacía en aquel hospital

madrileño". Y recuerda, además de don José María Somoano, a otros sacerdotes amigos del Fundador que le ayudaban

en aquella tarea apostólica, como don Lino Vea-Murguía, un sacerdote joven de una familia acomodada de Madrid.

4. LAS MUJERES DEL OPUS DEI

14 de febrero de 1930

Algo muy importante había sucedido poco tiempo antes en el alma del Fundador del Opus Dei. Menos de año y medio

después de la fundación de la Obra, Dios le había hecho entender, el 14 de febrero de 1930, mientras celebraba la Santa

Misa, un aspecto decisivo de aquel querer divino: Dios quería que también hubiera mujeres en su Obra.

"No pensaba yo que en el Opus Dei hubiera mujeres", contaría más tarde. "Pero, aquel 14 de febrero de 1930, el Señor

hizo que sintiera lo que experimenta un padre que no espera ya otro hijo, cuando Dios se lo manda. Y, desde entonces,

me parece que estoy obligado a teneros más afecto -comentaba a sus hijas en el Opus Dei-: os veo como una madre ve

al hijo pequeño".

Dios le iba llevando paso a paso: al paso de Dios. Y el paso divino es imprevisible: unas veces camina por el alma con

ímpetus ardientes; otras, con calma y lentitud; y otras, de forma totalmente inesperada. Así sucedió en el nacimiento del

Opus Dei: el 2 de octubre, Dios se presentó de improviso. Y casi año y medio más tarde, cuando el Fundador pensaba

haberlo entendido todo; a los pocos días de haber escrito: "Nunca habrá mujeres -ni de broma- en el Opus Dei", el 14 de febrero de 1930, Dios le hizo comprender lo contrario: "para que se viera -explicaba- que no era cosa mía, sino contra

mi inclinación y contra mi voluntad".

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Era "un modo de actuar" plenamente divino; una muestra de la sabiduría de la pedagogía de Dios con los hombres. "Si -

en 1928- hubiera sabido -comentaba el Fundador- lo que me esperaba, hubiera muerto. Pero Dios Nuestro Señor me

trató como a un niño: no me presentó de una vez todo el peso, y me fue llevando adelante poco a poco...".

9 de abril de 1932

De ese mismo modo -poco a poco- Dios fue obrando en el alma de María Ignacia. A medida que los dolores arreciaban

-"no tengo nada en mi cuerpo, que no me duela"-, se iba abrazando con mayor fuerza a la Cruz, y crecían sus deseos de

amor y de reparación. El amor de Dios le llevaba a ansiar -¡qué paradoja!- la llegada de aquel dolor que la dejaba

exhausta. Escribía el Miércoles de Ceniza de 1932: "al despertar esta mañana, he visto mi Jesús, que ahora como siempre, no me has olvidado.- (...) -Como no se te ocultan las vivas ansias de mi corazón de llegar a amarte hasta

perderme dentro de la llaga de tu divino costado, mientras yo dormía, cual Padre cariñosísimo, Tú me preparaste tan

agradable sorpresa para hoy.-".

Esa agradable sorpresa era... encontrarse peor y sufrir dolores indecibles. Lo relataba con ese engrandecimiento de las propias faltas -que parecen inmensas al contrastarlas con la bondad divina- característico de las almas santas: "No sé

hacer oración.- Rara vez me mortifico. Soy muy charlatana...... ¿Cuándo así, voy a purificarme de tantos pecados como

en mi vida he cometido, y poder llegarme a Ti? Al enviarme los dolores me dices: 'Si los aceptas con alegría y en medio

del sufrimiento me demuestras amor aunque sea con una leve mirada al Crucifijo, Yo te prometo suplir con ello,

cuantos rezos y mortificaciones pudieras hacer en mi honor'".

El domingo de Resurrección, anotó sus propósitos del día de retiro: "-1º Confianza absoluta en la misericordia de Dios.

-2º Indiferencia completa en todas las cosas, aceptando lo que Jesús me envíe, sea como fuere. -3º Alabar al Señor en

todos los sucesos de mi vida, ya sean prósperos ya adversos, y hacer de ellos la menor referencia posible, sobre todo, de

los adversos. -4º Cuando sea reprendida, no contestar; y si alguna vez fuere necesario, muy brevemente. -5º En mis

dolores y sufrimientos, no dejar nunca de mirar al Crucifijo y besarle con amor. -6º Viviré siempre como si a cada

instante fuera a morir. -7º Amaré mucho a la Santísima Virgen, mi Madre.

Viernes Santo, del 1932".

El 9 de abril de 1932, formaba parte del Opus Dei. Fue uno de los días más gozosos de su vida. Su cuaderno de notas

rebosa agradecimiento y alegría por aquel inesperado don de Dios. ¡Allí, postrada en aquella cama del Hospital, cuando

todos los médicos la desahuciaban y sólo esperaba la muerte; allí, precisamente, Dios le había hecho ver su vocación!

Aquella enfermedad -lo comprendía ahora con una luz nueva- era algo más que una cruz que debía soportar: era su

"trabajo", su instrumento de santificación, su camino concreto para llegar a Dios, su medio específico para hacer el

Opus Dei en esta tierra. Vendrían miles de mujeres a aquella Obra de Dios. ¡Y ella, en aquel Hospital, iba a ser parte del

cimiento del Opus Dei y allanaría con su dolor los caminos de Dios para los millares de almas que vendrían después...!

¡Qué alegría!

Ese agradecimiento a Dios por la vocación recién descubierta domina todo ese periodo; aunque precisamente muy

pocos días después de aquel 9 de abril empeoró de salud y le subió de nuevo la fiebre.

Lo que quieras, cuando quieras, y en la forma que quieras

Ahora, mientras su piel sentía cada día los efectos de la luz ultravioleta de la lámpara de cuarzo -otro de los nuevos

"remedios" de la época contra la tuberculosis- María Ignacia sentía en su alma los efectos de una luz nueva. Era una luz

abrasadora, el "fuego" del que tanto le hablaba el Fundador, que escribía: "Si eres otro Cristo, si te comportas como hijo

de Dios, donde estés quemarás: Cristo abrasa, no deja indiferentes los corazones".

"Donde estés quemarás..." Y a ella le quedaba poco tiempo en esta tierra... Sentía inminente su despedida: "sólo me

restan unos días...", escribe en su cuaderno. No había tiempo que perder: era el momento de sembrar a manos llenas todo lo que el Señor, con "fuertes aldabonazos", le había hecho ver en su alma. "El Padre -cuenta Braulia García

Escobar- le pidió que buscase amigas. También señoras casadas. Yo pienso que eso fue lo que la movió a decírselo a

nuestra otra hermana Benilde, que estaba ya viuda".

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"Lógicamente -explica Benilde- quiso que las otras dos hermanas participáramos de la dicha que ella tenía con este

descubrimiento, que había sido una especial gracia de Dios".

El día 21 de julio de 1932 escribió: "El día 17 de este mes nos dejó nuestro celoso y santo Capellán". Se refería al

entierro de don José María Somoano, que poco antes se había puesto gravemente enfermo, y había ingresado en el

Hospital con un extraño cuadro de quebrantamiento general: afonía, vómitos, fiebres y sudores fríos. Fue perdiendo el

pulso y empeorando hora tras hora, hasta que el día 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, falleció.

Don José María, ¡la había ayudado tanto! La había puesto en contacto con el Fundador del Opus Dei; la había

acompañado en los momentos duros y le había hecho ver su enfermedad como un don de Dios... Y ahora Dios se lo

llevaba.

María Ignacia, durante su enfermedad, "sufrió mucho -recuerda su antigua maestra-. Tenía tuberculosis en el vientre y

le hicieron varias operaciones". A veces, sentía flaquear sus fuerzas. "Pero con tu ayuda -escribía, dirigiéndose, como

siempre, al Señor- y la de tu Madre Santísima, por fin he logrado vencer".

En los momentos de mayor sufrimiento don Josemaría la consolaba, mostrándole el sentido sobrenatural de aquel dolor que Dios permitía en su vida: "A veces -le decía- puede parecernos que nos trata duramente; no podemos entender las

dificultades o las penas que nos envía; pero tampoco el niño pequeño entiende por qué su madre no le deja que juegue

con un cuchillo o que acaricie con sus deditos la llama de una vela; y menos entiende por qué, en determinadas

circunstancias le da unos buenos azotes. Sin embargo, todo es para bien".

Así fueron pasando, lentos, dolorosos y alegres, los últimos meses de su vida. Sólo alguna nevada ocasional alteraba un

poco la monotonía triste del trasiego hospitalario. Pero María Ignacia estaba más activa que nunca: desde su cama

rezaba, encomendaba las futuras labores, escribía, hablaba con unas y otras. Don Josemaría -recuerda Braulia- la

atendía espiritualmente, dándole muchos consejos, animándola en su labor de apostolado y llevando su alma al formarla

según el espíritu de la Obra".

Vivía abandonada en Dios: "Lo que quieras, cuando quieras, y en la forma que quieras", repetía. Estas palabras son un

eco de la predicación del Fundador que enseñaba a identificarse con la Voluntad de Dios diciendo: "¿Lo quieres,

Señor?... ¡Yo también lo quiero!". Y cuando -nueva paradoja- se estaba consumiendo entre dolores, se definía a sí

misma "borracha de felicidad".

"Pocos días antes de morir -recuerda Braulia- la trasladaron de la sala común a una habitación de dos camas para no

apenar a las otras enfermas. Yo la acompañaba día y noche. Tenía dolores terribles; estaba llagada de pies a cabeza; la

última vértebra la tenía deformada y sobresalía tremendamente. Se había quedado consumida, incluso mucho más

pequeña de estatura. Clarita, la enfermera, podía levantarla sin ayuda de nadie".

Ahora, desfallecida y sin fuerzas, María Ignacia sabía que era más eficaz en el Opus Dei que nunca. El Fundador seguía

apoyándose en aquellos dolores como en un cimiento poderoso. En una ocasión fue a visitarla acompañado por Juan

Jiménez Vargas: "Todo lo que sufría -cuenta- lo ofrecía por las intenciones que le indicaba el Padre (...) Antes de morir,

el Padre le indicó una serie de intenciones que tenía que seguir encomendando": la catequesis, la gente que trataba...

Fue la última paradoja de su vida: deseaba vivir y morir; y crecía en ella, cada día con mayor fuerza, el deseo del Cielo.

Quería quedarse y quería irse. ¡Desde allí podía hacer tanto! A ella se puede aplicar lo que cuenta aquel punto de

"Forja":

"¡Cómo amaba la Voluntad de Dios aquella enferma a la que atendí espiritualmente!: veía en la enfermedad, larga,

penosa y múltiple (no tenía nada sano), la bendición y las predilecciones de Jesús: y, aunque afirmaba en su humildad

que merecía castigo, el terrible dolor que en todo su organismo sentía no era un castigo, era una misericordia.

-Hablamos de la muerte. Y del Cielo. Y de lo que había de decir a Jesús y a Nuestra Señora... Y de cómo desde allí

'trabajaría' más que aquí... Quería morir cuando Dios quisiera..., pero -exclamaba, llena de gozo- ¡ay, si fuera hoy

mismo! Contemplaba la muerte con la alegría de quien sabe que, al morir, se va con su Padre".

13 de septiembre de 1933

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Un día del verano de 1933 "vino el Padre -recuerda Braulia- para administrarle la Extremaunción (...) y estuve presente,

sosteniendo el farol con dos velas encendidas que dejé caer -del nerviosismo y del cansancio- manchando la ropa de

cera y quemándome un poco (...).

Cuando María Ignacia murió yo estaba sola. Don Josemaría se enteró inmediatamente -no sé cómo- y vino enseguida.

Se encargó de organizar el entierro y lo presidió, junto a otros sacerdotes (...).

Recuerdo al Padre con manteo, caminando de prisa detrás del féretro, colocado sobre el coche mortuorio, hasta el

cementerio de Chamartín de la Rosa (...).

Cuando llegó el momento terrible de echar la tierra, don Josemaría cogió un puñado, la besó y la echó sobre el ataúd.

Me animó con un gesto para que hiciera lo mismo. No sé de dónde saqué fuerzas, pero al ver la serenidad que el Padre

tenía, yo hice lo mismo con una gran paz".

"En las vísperas de la Exaltación de la Santa Cruz, 13 de Septiembre -escribió don Josemaría inmediatamente después

de su fallecimiento-, se durmió en el Señor esta primera h. nuestra, de nuestra Casa del Cielo. (...)

¡Qué paz la suya! -¡Cómo hablaba, con qué naturalidad, de ir pronto con su Padre-Dios... y cómo recibía los encargos

que le dábamos para la Patria..., las peticiones por la Obra!- (...)

Aun antes de conocer la Obra de Dios ya aplicaba María por nosotros los terribles sufrimientos de sus enfermedades

(...).

La oración y el sufrimiento han sido las ruedas del carro de triunfo de esta h. nuestra. -No la hemos perdido: la hemos

ganado. -Al conocer su muerte, queremos que la pena natural se trueque pronto en la sobrenatural alegría de saber

ciertamente que ya tenemos más poder en el Cielo".

5. GRACIAS AL DOLOR

Sigamos con nuestra historia. Mientras tanto, en Barcelona, Manuel y Manolita eran, según la conocida expresión,

"novios formales". "Pensábamos casarnos pronto -comenta Manolita- porque no sospechábamos lo que iba a suceder en

España poco tiempo después".

"Pocos años antes -cuenta Manuel Grases- había sucedido algo muy importante en mi vida. Yo lo llamaría una

'conversión'. Hasta entonces yo llevaba una vida cristiana como la de tantos: me limitaba a 'cumplir'... Y un día, en

Misa, en la capilla del Oratorio del Pupilaje Tarrasense, cuando estudiaba en la Escuela Industrial... Es difícil explicarlo.

Fue una especial gracia de Dios. Lo vi todo más claro... El caso es que a partir de aquel día, a partir de aquella Misa,

cambié. Decidí tomarme en serio la vida cristiana. No sé lo que fue aquello: pero desde luego, fue una gracia muy

especial: algo muy parecido a una conversión...

Y también recuerdo que durante esa época de noviazgo, Manolita y yo nos ayudábamos en nuestra vida cristiana.

Ibamos con frecuencia a Misa a la iglesia de San Jaime".

En esta fotografía aparecen los dos, vestidos a la moda de la época, en un tiempo en el que comenzaban a hacer planes

para su boda, que tenían previsto realizar en 1936.

También durante aquel año de 1936 el Fundador del Opus Dei soñaba con llevar a cabo los planes de Dios. Después de

muchas dificultades, la labor apostólica comenzaba a consolidarse: la Academia DYA, que se había puesto en marcha

en 1933, contaba con bastantes alumnos y la Residencia de estudiantes que había promovido después estaba totalmente

llena; y del 10 al 13 de abril de 1936 el Fundador tuvo la alegría de poder celebrar allí unos días de Retiro Espiritual, el

primero organizado en un Centro del Opus Dei. Se daban ya los primeros pasos para comenzar en Valencia; se hacían

planes para comenzar en París; iban llegando nuevas vocaciones...

Pero Dios tenía otros planes, muy diversos de los de los hombres.

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Detengámonos un momento a considerar este conjunto de historias, aparentemente tan dispares. Dos jóvenes que se

enamoran tras coincidir por azar en un sanatorio antituberculoso en las faldas del Montseny; un estudiante madrileño

que acompaña a un joven sacerdote aragonés en sus visitas a los enfermos -muchos de ellos, tuberculosos también- por

los Hospitales de Madrid; un joven ingeniero que encuentra la llamada de Dios; y una joven andaluza desahuciada por

los médicos, que ofrece todos sus dolores desde la cama del Hospital, por una Obra de Dios que está dando sus primeros

pasos en la tierra. Son historias unidas entre sí por una serie de coincidencias -la muerte de los padres en plena juventud,

la ruina económica- y sobre todo por una enfermedad terrible -cuyo sólo nombre significaba entonces, en la mayoría de

los casos, la muerte- y que parecen muy lejanas de la vida de Montse Grases, la protagonista de estas páginas.

Sin embargo, Dios, que juega con los hombres como un padre con su hijo pequeño -"ludens in orbe terrarum", jugando

con el orbe de la tierra, se lee en la Sagrada Escritura-, se sirvió de esa enfermedad de muerte para dar vida; y con el

correr de los años, iría anudando todas estas historias -la del Fundador del Opus Dei, la de Manuel Grases y Manolita

García, la de Isidoro Zorzano, la de Juan Jiménez Vargas y la de María Ignacia- de un modo sorprendente: por medio

del dolor.

Con ocasión de la enfermedad, en el clima de sufrimiento y de ansiedad que rodeaba a aquella temible dolencia, Manuel

y Manolita se conocieron y se enamoraron; gracias a la oración y a la mortificación del Fundador, Isidoro Zorzano y

Juan Jiménez Vargas descubrieron su vocación; y María Ignacia García Escobar encontró en aquel dolor un sentido para

su vida. Con razón pudo escribir el Fundador, recordando las palabras de una moribunda a la que ayudó a bien morir en uno de esos hospitales de Madrid: "Bendito sea el dolor. -Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado

sea el dolor!"

¡Qué lejanas parecen a veces las cúpulas de los cimientos! Estas dos mujeres, María Ignacia García Escobar y

Montserrat Grases hicieron realidad en su vida el espíritu del Opus Dei, por medio del sufrimiento y del dolor. Las dos constituyen un ejemplo conmovedor de entrega a Dios en medio del mundo. No se conocieron en esta tierra y, sin

embargo, están unidas entre sí por una profunda sintonía espiritual, que el lector irá descubriendo a medida que avance

en la lectura de estas páginas.

Por esa razón, al leer el relato de los últimos meses de la vida de Montse, hay que guardar vivo en la memoria el

recuerdo de María Ignacia. Hay paralelismos sorprendentes y llamativas coincidencias entre estas dos mujeres, a pesar

de que vivieron en épocas muy diversas, a pesar de sus diferencias de edad y de sus mentalidades, tan distintas:

andaluza una, catalana la otra.

María Ignacia fue una de las mujeres que abrieron el camino del Opus Dei en sus comienzos. Dios la llamó en "la

primera hora", en la hora de la fe y de la esperanza, en ese tiempo en el que no se ven los frutos y queda por delante

todo un día de trabajo y de calor. "Uno es el que siembra -se lee en la Escritura- y otro es el que siega". A ella le tocó la

dura tarea de sembrar.

Montse Grases recogió el fruto granado de esa siembra casi treinta años después.

Fue una siembra ardua y fatigosa. "No os podéis imaginar -comentaba años más tarde el Fundador- lo que ha costado

sacar adelante la Obra. Pero ¡qué aventura más maravillosa!" Y continuaba: "Es como cultivar un terreno selvático:

primero hay que talar los árboles, arrancar la maleza, apartar las piedras..., para después arar la tierra a fondo (...). Una vez roturada, hay que dejar reposar la tierra, para que se airee bien. Luego viene la siembra, y los mil cuidados que

exigen las plantas: prevenir las plagas; el temor a que descargue una tormenta..."

Así sucedió. Recién sembrada la semilla, Dios permitió que cayera sobre ella una tormenta inmisericorde y dolorosa: la

tormenta terrible de una guerra civil.

Comenzaba el tiempo de luchar.

II

1 9 3 6 - 1 9 3 9

T I E M P O D E L U C H A R

Page 22: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Corazón

que no

quiera

sufrir

dolores

pase la vida

entera

libre de

amores,

libre de

amores.

¡Ay!, vida

mía

libre de

amores.

1. VIENTOS DE GUERRA

Luchad, matad, morid

"No sospechábamos lo que iba a suceder en España poco tiempo después", recuerda Manolita García, hablando de sus

años de noviazgo. Como ella, millares de españoles contemplaron las tristes consecuencias de muchos años de siembra

de odio. "Entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura -gritaba el político radical

Lerroux, en 1906, a sus "jóvenes bárbaros" en Barcelona-; destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo a

las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie. No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante

los altares. No hay nada sagrado en la tierra. El pueblo es esclavo de la Iglesia. Hay que destruir la Iglesia. Luchad,

matad, morid".

Muchos otros, como Lerroux, contribuyeron al crecimiento de la violencia, y esa siembra de odio fue creciendo durante

treinta años alimentada por el rencor y la turbulencia política, hasta que dio frutos sangrientos. Las metáforas

grandilocuentes se convirtieron, al cabo de varias décadas, en realidades palpables y descarnadas, y gran número de

aquellos "jóvenes bárbaros" barceloneses, convertidos ya en hombres maduros, comenzaron a luchar, a matar, a morir.

Desde la victoria del Frente Popular, el 16 de febrero de 1936, se produjeron numerosos desórdenes de raíz anticristiana

que fueron creciendo día tras día, y se agudizaron durante los cinco meses que duró aquel gobierno. Se incendiaron

varios centenares de iglesias en toda España; se expulsaron de sus parroquias a decenas de sacerdotes; en algunos

lugares se prohibió tocar las campanas y se hicieron frecuentes los robos sacrílegos del Santísimo Sacramento, las

profanaciones y los actos blasfemos. Se creó "un clima de terror en el que la Iglesia fue el objetivo fundamental".

Esta fotografía, de pocos meses más tarde, en la que un grupo de milicianos dispara contra el Sagrado Corazón del

Cerro de los Angeles, al sur de Madrid, es un testimonio elocuente de aquel periodo.

Ese objetivo tenía una diana muy precisa: los eclesiásticos. En Madrid, especialmente por los barrios de Cuatro

Caminos, Tetuán y Chamartín, que frecuentaba mucho el Fundador del Opus Dei, circulaban las patrañas más absurdas.

Se decía que unas monjas habían distribuido caramelos envenenados a sus alumnos, hijos de obreros; que había muerto

un niño a consecuencia de eso en la Casa de Socorro y que otro agonizaba en el Colegio de la Paloma, en medio de

atroces sufrimientos. Era sólo una excusa para lanzar el populacho contra esas religiosas, herirlas gravemente, e

incendiar el Colegio, como sucedió. Comenzaba un periodo de anarquía, caracterizado por lo que se dio en llamar, tristemente, "la caza del cura". Sucesos parecidos ocurrían en Málaga, donde trabajaba Isidoro Zorzano, o en Barcelona,

donde Manuel y Manolita empezaban a contemplar con incertidumbre su futuro próximo.

Page 23: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El 16 de agosto de 1936, una patrulla de milicianos golpeó con fuerza la puerta de una vivienda acomodada del portal nº

3 de la calle Francisco de Rojas, de Madrid. Al entrar descubrieron a un sacerdote de treinta y cinco años, todavía con

sotana, que acababa de celebrar Misa. Festejaron el hallazgo con gritos y amenazas, y encañonándolo, le ordenaron, en

presencia de su madre:

-"¡Quítate la sotana!"

El sacerdote obedeció, para evitarle sufrimientos a su madre, que contemplaba la escena horrorizada. A continuación,

entre insultos y groserías, se lo llevaron a empellones de la casa. En la puerta, uno de ellos gritó:

-"¡A este mozo lo despacharemos enseguida!"

Sus amigos empezaron a buscarlo por todas partes. Nadie sabía nada. Desde que el gobierno había repartido armas al

populacho, se había desatado la anarquía y cada cual hacía la "justicia" por su cuenta. ¡La justicia! En Bellas Artes les

dijeron que quizá pudiera estar en la Dirección General de Seguridad. Pero allí todo eran evasivas y suposiciones.

"Seguro que lo mataron", comentaba el portero de la casa.

Al final encontraron el cadáver en medio de un charco de sangre, junto a la tapia del Cementerio del Este. Era don Lino

Vea-Murguía, aquel sacerdote amigo del Fundador del Opus Dei que le ayudaba en la atención de los enfermos del

Hospital del Rey. Don Lino el único hijo que le quedaba a doña Trinidad Bru, viuda.

Había estallado la guerra civil y don Lino era uno más entre los miles de asesinados por motivos religiosos en la guerra

civil española que comenzó el 17 de julio de 1936. Sólo en el mes de agosto se cometieron 2.077 asesinatos -unos 70 al

día- contra sacerdotes, religiosos y religiosas, entre los que figuraban diez obispos. Entre ellos estaba el obispo de

Cuenca, don Cruz Laplana, que murió perdonando a sus asesinos, y que era pariente de doña Dolores Albás, madre del

Fundador del Opus Dei. También moriría mártir el padrino de bautismo de don Josemaría, su tío Mariano, que se había

ordenado sacerdote tras enviudar.

Comenzó entonces para don Josemaría un largo peregrinaje de domicilio en domicilio. Su situación se volvió crítica: en

aquellos momentos, amparar a un sacerdote bajo el propio techo equivalía a firmar la propia sentencia de muerte. En

algunos sitios sólo le dejaban permanecer algunos días; en otros, escasas horas. Y la situación, en contra de las primeras previsiones optimistas, que esperaban que el conflicto se resolviese en pocas semanas, se fue agravando. Los

desórdenes y asesinatos se sucedían: el odio ante la Iglesia se encarnizaba.

No podía transitar por la calle: cualquier control callejero podía ser fatal. Estaba sin documentación en unos momentos

en los que la palabra "documento" cobró un valor mítico. Tener "los papeles en regla" significaba poseer un ancla de salvación, una garantía de supervivencia en medio del terror. Y don Josemaría no tenía documentos, ni "papeles en

regla", ni dinero. Y le llegaban por todas partes rumores de detenciones arbitrarias, registros, torturas y "paseos"...

Al final don Josemaría se refugió junto con Juan Jiménez Vargas, en una casa de la calle Sagasta. No era un sitio

seguro: y un día caluroso de agosto unos milicianos estuvieron a punto de encontrarlos durante un registro por las

buhardillas de la vivienda.

De esa casa se fueron a la pensión donde vivía José María Albareda; tampoco era un lugar fiable. Se trasladó luego a la

de los González Barredo; y de allí, a la de unos amigos de Alvaro del Portillo...

Así fueron pasando, lentos, terribles, inciertos, los días de la guerra, entre temores, sospechas e incertidumbres de

futuro; y al final, en octubre de 1936, no tuvo más remedio que refugiarse en la Clínica del Dr. Angel Suils, dedicada a

enfermos mentales, haciéndose pasar por uno de ellos. ¡Qué ironía! ¡Tantas veces le habían llamado loco por sus

aventuras apostólicas y ahora debía hacerse pasar por loco!

Meses más tarde, en marzo de 1937, encontró nuevo asilo en la Legación de Honduras. Allí permaneció varios meses -

en los que, a pesar del hambre que pasaban, don Josemaría practicó un ayuno riguroso-, acompañado de Juan Jiménez

Vargas, Alvaro del Portillo, su hermano Santiago Escrivá y algunos más; hasta que obtuvo, a finales de agosto, una

documentación que le acreditaba como intendente general del Consulado de Honduras y le permitía cierta libertad de

movimientos.

Era sólo "cierta libertad", naturalmente: porque si unos milicianos recelosos comprobaban aquellos datos podían

detenerle inmediatamente. Sin embargo no se arredró: siguió haciendo apostolado por las calles de Madrid, en un

ambiente en el que la vida cristiana había tomado aspecto de catacumbas. Confesaba paseando a lo largo de las

Page 24: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

avenidas; decía la Santa Misa a escondidas, y llevaba siempre el Santísimo consigo, custodiado en una pitillera de plata

en el interior de la chaqueta. Atendía moribundos, como el padre de Alvaro del Portillo, que falleció por aquellas

fechas; llegó a bautizar a un niño -en medio de numerosas precauciones- y organizó un curso de retiro espiritual, que se

llevaba a cabo en diversos domicilios, a los que los asistentes acudían con disimulo...

¿Meses? ¿Años? Nadie sabía cuánto podía durar aquel largo conflicto. Don Josemaría intentaba marcharse de Madrid

desde hacía muchos meses, y estaba a la espera desde marzo de los resultados de múltiples gestiones, cuando surgió una

posibilidad: pasarse "al otro lado" a través de los Pirineos.

2. BARCELONA. LA GRAN OPORTUNIDAD

La quinta del 35

En Barcelona, el estallido del conflicto había truncado los planes de Manuel Grases y Manolita García, que llevaban

varios años de noviazgo y pensaban ya en casarse. Manolita seguía trabajando en el Sindicato de Banqueros y Manuel

había terminado la carrera de Técnico Industrial en Mecánica y Electricidad en la Escuela Industrial de Tarrasa cuando

le llamaron a filas. "No me ha tocado -pensó- precisamente la mejor época para incorporarme al Ejército..."

"Yo era de la quinta del 35 -explica-, de aquella quinta fatal que coincidió con la guerra, y cuando ingresé en Artillería,

en el Ejército Republicano, el ambiente ya era muy tenso. Se rumoreaba, mientras hacíamos la instrucción militar y las

prácticas de tiro, todo lo que se nos venía encima...".

En la capital catalana se vivía en un clima de gran confusión política y social. "Recuerdo -prosigue Manuel Grases- que

unos días antes de la Jura de Bandera me puse enfermo y no pensaba asistir al acto. Pero un compañero vino a decirme

todo agitado: 'Levántate, levántate, porque han dicho que no puede faltar nadie'. Me levanté como pude y fui, y vi que

se hacía algo muy curioso: no se gritó ¡Viva la República!, como era de esperar, sino ¡Viva! y nada más...

Eso indica la situación de tensión política en la que vivíamos... Por las calles se mascaba el ambiente de la guerra civil.

Subían metralletas hasta las sedes de los partidos revolucionarios, por la ventana, a la vista de todos.

Yo seguía enfermo y me volví a meter en la cama. Y al día siguiente de la Jura empezaron los tiros por las calles, los

saqueos y los incendios. Recuerdo que vi desde la ventana de mi cuarto de la pensión SIDUR, en la calle Clarís, cómo

quemaban el convento de las monjas de Lestonnac y como se alzaban las humaredas sobre el cielo de Barcelona...

Cuando me encontré mejor, y tuve que incorporarme, aproveché mis antecedentes de tuberculoso para ir sometiéndome a sucesivas revisiones en el Hospital Militar, intentando lograr la inutilidad. Mientras tanto, seguían los asesinatos y los

actos sacrílegos... No se me olvidará nunca la escena que vi en el Convento de las Salesas del paseo de San Juan: habían

desenterrado los ataúdes de las monjas y habían puesto las momias, al aire libre, alineadas en el jardín. Mientras tanto,

yo seguía alistado en el Ejército Republicano. Y no sabía qué hacer...".

Ahora o nunca

Miles de creyentes, republicanos o no, se planteaban este mismo interrogante: ¿cómo debía actuar un católico

consecuente en aquella situación confusa y turbulenta, que se caracterizaba por una saña contra todo lo sagrado y por

una persecución violenta contra la Iglesia? Por todas partes llegaban noticias de nuevos mártires, que morían por

defender su fe. Las iglesias estaban cerradas, o convertidas en garajes o almacenes; los conventos se habían

transformado en cuarteles, en hospitales o cuadras. Y lo que se había salvado de la quema, se utilizaba del modo más

insospechado: en una calle céntrica de Barcelona pronto se vería un confesonario sirviendo de garita al centinela del

cuartel que se había instalado en un colegio de religiosas....

En aquel momento, además, no había demasiado tiempo para reflexionar; había que decidir qué postura tomar en medio

del fragor de los hechos, siendo consecuentes, más que con un análisis histórico global, con lo que cada día veían los

propios ojos. Y había que resolver también algo muy perentorio y concreto: el modo de salvar el propio pellejo.

Page 25: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Cualquier motivo bastaba para ser detenido. Un día, Manolita y su madre se asomaron al balcón de su casa para ver

pasar a Durruti, al frente de su columna de anarquistas, con tan mala suerte que, justamente cuando pasaba el líder

revolucionario, "se nos cayó una maceta del balcón a la calle. Se armó un escándalo y todos pensaron -cuenta Manolita-

que había sido un atentado. Se llevaron detenida a mi madre. Fueron unos momentos terribles, terribles...

Gracias a Dios pudo salvarse porque la reconoció uno del Comité que la conocía de cuando veraneábamos en Garraf...".

Aquellos primeros días de julio fueron particularmente sangrientos en Cataluña: asesinaron a 197 eclesiásticos, y a

mediados del año siguiente llegó a su apogeo aquel "furor de sangre y ruina": había más de 200 sacerdotes y religiosos

en las cárceles de Montjuic, en la Modelo o en las prisiones de la FAI o del POUM. Se sucedían las profanaciones de

imágenes religiosas y templos, y un día Manolita vio como perecía entre las llamas la iglesia de San Jaime, que estuvo

ardiendo durante dos días. Se quedó sin la imagen -"su" imagen- de San José...

Se vivía un clima de terror. Para un católico, el puro hecho de llevar un crucifijo podía ser motivo suficiente para ser

declarado reo de muerte. Y se sucedían los "paseos". Recuerda Manolita aquellas noches en las que, cada vez que oía

frenar a un coche en seco junto a su casa, le daba un vuelco el corazón. "Estaba -cuenta- muy preocupaba por Manuel.

Rezaba todos los días para que no le sucediera nada. Y veía que la única solución era pasarse al otro lado. Pero, ¿cómo?

Eso era muy peligroso.

Hasta que un día, pocos meses después del inicio de la guerra, a comienzos del 37, mi hermana Inés (que estaba casada

con un médico al que había conocido durante su estancia en el Sanatorio del Montseny) me dijo que había un medio

para pasarse, porque mi cuñado se había enterado de que uno de los individuos de la Clínica en la que trabajaba, un tal

Pintaluba, se dedicaba a pasar gente al otro lado del Pirineo.

Este Pintaluba era un personaje muy curioso: era un chico joven que había perdido una pierna y un brazo durante una

batalla, luchando con los de su gente. Esto le permitía ir a todas partes sin despertar recelos, cosa que en aquellos

momentos era muy importante, porque nadie podía sospechar que a lo que se dedicaba realmente el tal Pintaluba cuando

iba a los Pirineos, con la excusa de conseguir comida para los enfermos, era a pasar gente a Francia. Entonces mi

cuñado le dijo a Manuel:

-Mira: ahora o nunca. Si quieres marcharte, ésta es tu gran oportunidad. No te lo pienses más y decídete".

3. DE ESPAÑA A ESPAÑA

Una decisión arriesgada

"Era una decisión muy arriesgada -cuenta Manuel Grases- pero... después de encomendarme a Dios, me decidí.

Pintaluba me comentó que había posibilidades de pasarse en mayo. 'Pero esto -me advirtió- te costará bastante'.

Me dijo la cantidad. Aquello era realmente mucho dinero para mí. No tuve más remedio que desmontar un reloj de oro que había heredado de mis abuelos y cambiarle la caja por otra de acero; y con eso, y con la venta de la alianza que me

había dado Manolita, junto con una esclava de oro que le había regalado su madre, pude pagarle; y un día de mayo de

1937 me metí en un coche con él y con otro individuo que nos acompañaba, y que iba con un fusil asomando por la

ventanilla; y así, junto con otros dos coches, fuimos pasando sucesivos controles. Y llegamos a Novés del Segre, donde

nos dejaron a cargo de un guía que nos escondió en el bosque y vino a buscarnos al anochecer.

Al principio éramos ocho personas en aquella expedición. A los pocos días quedamos sólo seis, porque un señor mayor

que venía al principio con nosotros, y había estado hasta entonces escondido, sin moverse, en la buhardilla de su casa,

no pudo seguir y lo dejaron con un sobrino suyo, que también venía con nosotros y no quiso abandonarlo. Era un

sistema brutal: al que desfallecía en el camino, lo dejaban, para que no atrapasen a todo el grupo. Atravesamos a pie

parte del Pirineo, de noche, a escondidas, a lo largo de unas jornadas agotadoras.

Nos refugiábamos en lugares insospechados: en una cueva, en una choza, en un pajar de una casa de payeses. Y no se

me olvidará nunca aquella madrugada...

Page 26: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Habíamos caminado durante toda la noche, y estábamos muy cerca de Andorra. El guía nos había dejado ya,

diciéndonos: 'me voy; aquel pueblo que veis es Sant Julià'. Llegamos, y después de pasar el control de la gendarmería

francesa, nos dio comida y ropa la familia Ribas, hacendados andorranos, que se dedicaban por entero a atender a

cuantos lograban pasarse.

De Sant Julià pasamos a Les Escaldes donde, al cabo de un par de días, encontramos un camión que, por motivo de la

nieve, sólo pudo llevarnos hasta el 'Pas de la Casa' y el resto, hasta Francia, había que hacerlo a pie.

Nos pusimos a andar. Parecía que se habían terminado todos los peligros... Seguimos caminando... y entonces se nos

vino encima una gran tormenta de nieve, que nos cegó por completo...

No sabíamos qué hacer. Empezamos a dar vueltas y vueltas sin encontrar el rumbo. Pasaba el tiempo y no lográbamos orientarnos. Vueltas y más vueltas. Después de tantos sufrimientos -pensé-, ¿íbamos a morirnos así, congelados de frío,

perdidos en mitad de la montaña?

Lo pasamos mal, muy mal... La tormenta no cedía y el frío era cada vez más intenso. Teníamos las piernas y los brazos

completamente entumecidos...

Entonces me encomendé a mi madre, porque estaba seguro de que, desde el Cielo, me tenía que guardar. Y en aquel

preciso instante apareció un gendarme francés que llevaba correo a Andorra. Y pudimos llegar sanos y salvos a

L'Hospitalet... en Francia.

Sin embargo, en aquel mes de mayo del 37 esta travesía resultaba, a pesar de todo, relativamente fácil. La frontera no

estaba tan vigilada como tiempo más tarde, cuando las autoridades se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo allí.

Más tarde, en el mes de noviembre, cuando se pasó el Fundador del Opus Dei, 'pasarse al otro lado' presentaba mucho

más riesgo y constituía una auténtica aventura..."

Una rosa en la noche

Como meses antes había hecho Manuel Grases, don Josemaría inició el 19 de noviembre de 1937, tras unas semanas de

tensa espera en Barcelona, la peligrosa travesía por las montañas. Tanto él como los que le acompañaban habían calibrado el riesgo que corrían: sabían perfectamente a lo que se exponían si eran detenidos. Algunos eran

universitarios, como Pedro Casciaro o Francisco Botella; otros, jóvenes profesionales, como José María Albareda o

Tomás Alvira. Se pusieron bajo el mando de un guía. Don Josemaría vestía un pantalón bombacho, un jersey azul de

cuello alto y una boina negra, y durante aquellos días se vieron obligados a dormir también, como Manuel Grases y

todos los que se "pasaban", en los sitios más inverosímiles.

Durante la noche del día 21 pernoctaron en un lugar que les pareció un horno abandonado, y al día siguiente el Padre

parecía muy preocupado, "aunque -recuerda Juan Jiménez Vargas- no dijese nada que pudiera traducir su estado de

ánimo. No había dormido en toda la noche. Tan mal estaba que decidió no celebrar Misa en aquel momento (...). Salió

de la habitación y al parecer bajó a la iglesia. Al cabo de no mucho tiempo volvió. Su preocupación se había disipado.

Aunque no hizo comentarios en este sentido, su aspecto entonces era muy alegre. Llevaba una rosa de madera dorada.

Todos sacamos la impresión de que aquella rosa tenía un profundo significado sobrenatural, aunque no hizo ninguna

aclaración".

"Es una rosa de madera dorada -explicaba años más tarde el Fundador del Opus Dei-, sin ninguna importancia... Allí,

cerca del Pirineo catalán, la tuve por vez primera entre las manos. Fue un regalo de la Virgen, por quien nos vienen

todas las cosas buenas".

Hablaría poco en el futuro de este suceso: en parte por humildad -era el protagonista de esas gracias de Dios- y en parte

porque no era nada amigo de milagrerías: "Lo único verdaderamente importante, hijos míos -subrayaba con fuerza-, es

que Dios nos conceda la fe, la humildad y la fortaleza para ser buenos instrumentos suyos, a pesar de nuestras miserias

(...). No busquéis cosas extraordinarias o raras (...). Lo que se sale de los cauces de la Providencia ordinaria no nos

interesa".

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Hasta el final

Aquel mismo día llegaron a un lugar del bosque en el que acamparon durante algún tiempo, guareciéndose en una

cabaña. El 27 de noviembre comenzaron las marchas nocturnas hasta la frontera. Les esperaban cinco noches terribles,

en las que tendrían que sortear numerosos precipicios y desfiladeros, con larguísimas caminatas que durarían hasta el

agotamiento.

"A las doce o la una -recuerda Jiménez Vargas- nos metieron en una cueva de ganado en una montaña que llaman el

Corb (...). En la cueva estaba el nuevo guía, que se hacía llamar Antonio. Hasta que nos despedimos en Andorra no dijo

su verdadero nombre: José Cirera. Era un hombre de 23 años, con traje de pana y abarcas, duro, autoritario, infatigable

y audaz, como poco a poco fuimos comprobando (...). Todavía de noche, salimos de la cueva (...). Llegamos a la

Espluga de las Vacas, en el barranco de la Ribalera, a unos 800 metros de altitud, el 28 de noviembre, completamente

de día, con sol".

Nada más llegar el Padre dijo Misa sobre una gran piedra, muy cerca de la pared de aquel cortado, para quedar bien a

cubierto del viento. Las personas que estaban allí -más de veinte- no habían oído Misa ni pisado una iglesia desde julio

del año anterior. Siguieron la celebración en medio de un silencio impresionante. Algunos comulgaron.

"Sobre una roca y arrodillado -escribió entonces uno de los expedicionarios en su bloc de notas-, casi tendido en el

suelo, dice un sacerdote, que viene con nosotros, la Misa. No la reza como los otros sacerdotes de las iglesias(...). Sus

palabras claras y sentidas se meten en el alma. Nunca he oído Misa como hoy, no sé si por las circunstancias o porque el

celebrante es un Santo".

Iniciaron la subida al Aubens. "La pendiente era grande y en algunos momentos -prosigue Jiménez Vargas- sólo se

podía andar trepando por las piedras. Apenas empezar este tramo, Tomás Alvira se cayó desfallecido. Tenía ampollas

en los pies y estaba en un estado de agotamiento que le inutilizaba. En su desmoralización estaba seguro de que no

podía llegar al final.

El jefe dio orden de seguir, porque había que alcanzar la cumbre antes del anochecer. Dijo que a aquel hombre había

que dejarle allí. De momento, todos pensamos que era una decisión brutal y no estábamos dispuestos a aceptarla,

aunque Tomás no se sentía capaz de nada (...). Todavía recuerda la escena después de tantos años como si lo estuviera

viviendo: 'El Padre, cogió del brazo al guía, habló con él unos momentos, y me dijo:

-No hagas caso. Tú seguirás con nosotros como los demás, hasta el final".

Aquello era sólo explicable por la fe y la fortaleza del Padre, porque Tomás no se sentía con fuerzas para nada. Sin

embargo, arrastrándole casi, cruzaron el Tosal del Fach y bajaron por un bosque de pinos en la cara norte de la montaña.

Así durante cinco noches. La última jornada de aquella travesía fue especialmente dura: divisaron al fondo, en una

hondonada, una caseta de carabineros; y al otro lado, una hoguera. Debían pasar entre la caseta y la hoguera, sin que los

vieran, entre el ladrido de los perros que parecían haber advertido su presencia.

Cruzaron en silencio, con el alma en vilo, sin que pasara nada. Luego, atravesaron un bosque, hasta que uno de los guías

dijo:

-"Ja son a Andorra. Tenen qu'esperar aquì fins qu'es faci de dia perquè no's perdin; poden fer foc".

¡Ya estaban en Andorra! Era el 2 de diciembre de 1937. Hubo una explosión general de alegría. Don Josemaría

comenzó a rezar la Salve:

-"Salve Regina, Mater misericordiae..."

Al día siguiente, 3 de diciembre, don Josemaría pudo celebrar la Santa Misa, en la iglesia parroquial de Les Escaldes,

revestido con ornamentos, por primera vez desde el comienzo del conflicto. Tenía las manos hinchadas todavía por las

espinas que se le habían clavado al agarrarse a los matorrales.

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Necesitaban documentación nueva y aprovecharon la ocasión para hacerse una fotografía.

A pesar del cansancio, pocos días después, don Josemaría quiso hacer una breve visita a la Basílica de Lourdes para

agradecer a la Virgen que hubiesen llegado sanos y salvos. Luego pasó unos días en San Sebastián y en Pamplona,

donde hizo unos ejercicios espirituales. El grupo de expedicionarios se disgregó: Juan Jiménez Vargas se fue a

Zaragoza, como alférez médico. Pedro Casciaro y Francisco Botella, dos jóvenes miembros del Opus Dei, fueron

destinados militarmente a Pamplona y luego a Burgos. José María Albareda, comenzó a trabajar en la Secretaría de

Cultura.

El Fundador decidió establecerse temporalmente en Burgos, junto con estos tres -Pedro Casciaro, Francisco Botella y

José María Albareda-, en espera de que terminase la guerra.

4. BURGOS, 1938. TRABAJAR SIN DESCANSO

Cuando llegó don Josemaría, la pequeña ciudad castellana no estaba preparada todavía para acoger a todo aquel aluvión

de gentes que se le venía encima. Eso explica que a su llegada no le resultase nada fácil encontrar un sitio para alojarse.

Al fin, tras pasar un breve tiempo en una pensión, pudo alquilar una habitación en un modesto hotel -el Sabadell-, que

contaba con un mirador asomado a la vera del Arlanzón, desde el que se divisaban las torres de la Catedral.

Al fin -pensaban los que le acompañaban- don Josemaría podría descansar un poco. Lo necesitaba: estaba demacrado y

delgadísimo. "Se me saltaron las lágrimas al verle -comentó don Antonio Rodilla, un sacerdote amigo suyo, cuando fue

a visitarle-. Me lo encontré hecho un esqueleto. Estuve allí unos días con él. Vivía en absoluta pobreza". Todos

pensaron que aprovecharía aquel tiempo de calma para reponerse del agotamiento en el que lo habían sumido los

últimos meses. Pero se equivocaron.

Su corazón sólo tenía una inquietud: cómo hacer realidad, en aquellas circunstancias, la misión que Dios le había

encomendado. ¿Cómo podía dedicarse a descansar, cuando tenía que recomenzar de nuevo la labor apostólica, y todos

los chicos que conocía se encontraban dispersos por los diversos frentes de batalla?

Con los que no podían acercarse hasta Burgos, que eran la mayoría, seguía manteniendo contacto por carta. Les enviaba

una sencilla carta circular, tecleada gozosamente en una vieja máquina de escribir. No quería perder el contacto con

ninguno. A Tomás Alvira, aquel chico que estuvo a punto de desfallecer durante la travesía del Pirineo, le escribía en el

mes de febrero:

"Querido Tomás: ¡Qué ganas tengo de darte un abrazo! Mientras, te pido que nos ayudes, con tus oraciones y con tus

trabajos.

Yo voy corriendo de un lado para otro: acabo de venir de Vitoria y Bilbao. Y antes: Palencia, Valladolid, Salamanca y

Avila. Ahora estoy curando un catarro que pesqué en el Norte. Después, voy a León y a Astorga.

Tomasico: ¿cuándo harás una escapada, para que nos veamos?"

A Tomás le había mostrado ya la posibilidad de entregarse a Dios dentro del Opus Dei en el estado matrimonial. Don

Josemaría sabía que los casados formaban parte -con plenitud y unicidad de vocación- de la luz fundacional del 2 de

octubre. Pero no existía el cauce jurídico adecuado ni los tiempos estaban maduros todavía.

Además de su intenso trabajo sacerdotal dedicó mucho tiempo también -como recuerda Pedro Casciaro- a investigar lo

necesario para acabar su tesis doctoral sobre La Abadesa de las Huelgas y para ultimar la preparación de "Camino", que

recogía y ampliaba las "Consideraciones Espirituales" publicadas en 1934. Mientras tanto, el Fundador esperaba el

momento propicio para regresar a Madrid.

5. FIN DE LA GUERRA

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"¡Qué espectáculo!... -escribía el nuevo embajador de Francia en Barcelona, Pierre Labonne, protestante y ferviente

republicano, en su informe al Ministerio francés de Asuntos Exteriores- desde hace cerca de dos años y después de

afrentosas masacres en masa de los miembros del clero, las iglesias siguen devastadas, vacías, abiertas a todos los

vientos. Ningún cuidado, ningún culto. Nadie se atreve a aproximarse a ellas. (...) Por decreto de los hombres, la

religión ha dejado de existir. Toda vida religiosa se ha extinguido bajo la capa de la opresión del silencio".

La valoración del embajador francés de la situación de Barcelona durante aquel año de 1938 era cierta sólo desde un

punto de vista externo. La vida religiosa se había extinguido a los ojos de los hombres; pero continuaba existiendo,

disimulada de mil modos. "Aunque la mayoría de los sacerdotes estaban escondidos o habían huido -cuenta Manolita-

algunos seguían administrando los sacramentos. Yo, por ejemplo, tuve la suerte de poder comulgar todas las semanas en

mi propia casa, porque tenía una profesora de piano que me puso en contacto con un capuchino, el padre Javier de Olot,

que venía a escondidas a confesarnos y a traernos la comunión..."

"Nosotras vivíamos -prosigue Manolita- relativamente cerca del Puerto, y estábamos siempre con el alma en vilo...

Todavía recuerdo el sonido de las bombas al caer". Era un ruido desgraciadamente habitual: si era un golpe seco, los

barceloneses sabían que venían del Canarias, un buque de los nacionales y que tenían por objetivo la fábrica Elizalde

del Paseo de San Juan; si las lanzaban los aviones, retumbaban por el aire... "Ciutadans -alertaba la radio- hi ha perill de

bombardeig. Acudiu amb calma als vostres refugis..."

De día, los bombardeos dejaban una columna vertical de polvo y humo de color negro y marrón. De noche, eran

especialmente terribles: sonaban las alarmas, se cerraban precipitadamente ventanas y balcones, corrían todos a los

refugios y la ciudad quedaba a oscuras... Luego se oía un estampido que rompía el silencio tenso y se formaba en el

horizonte una claridad rosada...

"Así, un día y otro y otro... Y más bombardeos... Aquello parecía que no se iba a acabar nunca. Y yo -concluye

Manolita- seguía rezando para que a Manuel no le pasara nada..."

Una cita en San Severo

A comienzos del año siguiente, el 26 de enero de 1939, las tropas de los vencedores entraron en Barcelona, entre

escenas de euforia y de dolor. Se veían mutilados y heridos de guerra por todas partes. Los edificios tenían todavía las

ventanas cubiertas por largas tiras de papel engomado para que los cristales rotos por los bombardeos no cayeran sobre los viandantes. Muchos iban de un extremo a otro de la ciudad buscando el paradero de un familiar o un amigo. Los

vencidos, mientras tanto, se agolpaban en las fronteras o se hacinaban en los campos de concentración franceses. Los

muros de la ciudad se llenaron de carteles redactados al nuevo estilo, autoritario y grandilocuente: "Si eres español,

habla español". "¡Español, habla la lengua del Imperio!". Y empezaron a volver los hombres del frente...

Aunque no todos: "Manuel seguía movilizado en Benicarló -cuenta Manolita- y nuestra boda se iba retrasando y

retrasando..."

"Sucedió lo siguiente -explica Manuel Grases-: nada más pasar los Pirineos, me había incorporado de nuevo a filas, en

el bando nacional. Entonces me destinaron al Parque de Artillería de Burgos, donde estuve hasta el mes de mayo del 38. En esas fechas llegó una orden en la que se nos comunicaba que los que no habíamos ido nunca al frente debíamos

marchar inmediatamente hasta la primera línea de combate. A mí me destinaron a una división de choque, a la 122, que

estaban en el Ejército del Sur...

Allí estuve de cabo artificiero, hasta que me admitieron en la Academia Militar de Ingenieros, en Burgos, muy cerca de la Cartuja de Miraflores. Y a Burgos me volví... Y otra vez mi vida iba a pasar, como rozando, junto a la del Fundador

del Opus Dei...

Muchas veces he pensado que es muy probable que durante mis estancias en Burgos me cruzara alguna vez con el Padre, cuando caminaba por las calles de la ciudad, o paseaba a la vera del río... Estoy seguro que en más de una

ocasión pasé a su lado. ¡Me hubiera gustado tanto conocerlo entonces...!

Pero Dios quiso que esperara un poco más, y tuvieron que pasar varios años antes de encontrarme con el Opus Dei.

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Más tarde, cuando estaba en la 58 División, ya como oficial, me destinaron a transmisiones en Sagunto. Y luego, a

Benicarló. Y así fueron pasando los meses: febrero, marzo, abril. Se acabó la guerra y yo seguía militarizado: mayo,

junio, julio... Manolita seguía en Barcelona y yo veía que pasaba el verano y seguía sin casarme... Así que decidí pedirle

a Manolita que agilizara las gestiones de papeleo para poder casarnos lo antes posible. Como yo estaba militarizado,

tenía dispensa de ciertos trámites. Manolita podía aprovecharse de las facilidades que le daría el doctor Falp,

beneficiado de la iglesia de San Severo, y de mi amistad con Antonio Simarro, Presidente de la Diputación entonces y,

más tarde, Alcalde de Barcelona. Quedamos en que me avisara en cuanto lo tuviera todo a punto.

Recibí el aviso de Manolita uno de los primeros días de agosto. Así que, al día siguiente, me fui a ver a don Montserrat

Fenech, un conocido de mi familia en Barcelona, que era mi Teniente Coronel de Estado Mayor. Era un hombre alto y

corpulento, de carácter fuerte y vigoroso, que me imponía mucho respeto.

-A sus órdenes, mi teniente coronel -le dije, tras presentarme.

-Pase, pase, Grases, ¿qué desea?

-Venía a pedirle un permiso, mi teniente coronel...

-¿Permiso? ¿Un permiso? ¿Para qué?

-Para casarme.

-¿Casarse ahora? -me preguntó extrañado.

La situación internacional era crítica y la posición española era especialmente delicada. Se avecinaba la segunda guerra

mundial. Pero no me arredré. Seguí insistiéndole.

-Mire, mi teniente coronel: es que mi novia lleva mucho tiempo esperándome y yo llevo tres años de guerra, siempre de

acá para allá y...

-Pero... -me replicó con mucha fuerza- ¿se da Vd. cuenta de lo que me está diciendo? ¿No ve todo lo que se nos viene

encima? ¡Yo, en estas circunstancias, no le puedo dar permiso!

No cedí. Le insistí una y otra vez, con el mismo argumento:

-Es que llevo ya tres años de guerra mi teniente coronel... y estoy cansado de esperar...

Me volvió a repetir sus razones. Yo seguí insistiendo, hasta que al final cedió:

-Bueno, bueno, Grases. Le voy a dar ocho días de permiso. ¡Pero sólo ocho días, eh! ¡Ni uno más! ¡Luego se tiene que

reincorporar inmediatamente!

Fue visto y no visto. Se lo dije a Manolita como pude -las comunicaciones civiles no funcionaban y logré ponerme en

contacto con ella gracias a que era oficial de transmisiones de mi División- y me fui rápidamente a Barcelona, después

de cruzar el Ebro en una barcaza, porque estaban cortados todos los puentes. Hicimos los preparativos de la boda de la

noche a la mañana; arreglé de prisa y corriendo mi uniforme de Oficial para la ocasión; y a los dos días, a las once de la

mañana del 7 de agosto de 1939, en la iglesia de San Severo, en una pequeña iglesia barroca muy bonita que está junto a

la catedral, nos casaba el doctor Ricardo Falp, de mi Consejo de Familia, el mismo que había casado a mis padres"".

A la hora fijada me presenté, con mi planchado uniforme de alférez de Ingenieros, en la puerta de la iglesia y...

Manolita que no llegaba. Dieron las once y cuarto y Manolita sin aparecer. Las once y media, y nada. Yo no sabía qué

hacer ni qué pensar. No me podía creer que... ¡Después de haber estado esperando tanto tiempo este momento! Dieron

las doce menos cuarto. ¿Que habría pasado?"

"No había pasado nada -comenta, riendo, Manolita- salvo que... en casa de mi madre sólo teníamos un espejo grande,

frente al que nos pusimos a arreglarnos mis hermanas, mi prima y yo... Y entre unas cosas y otras... Total, que me

presenté en la iglesia, a las doce de la mañana, con mi sombrero y mi traje de chaqueta azul marino. Una hora más

tarde... Una horita de nada..."

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"Tras la boda -continúa Manuel- nos fuimos enseguida a Burgos de viaje de novios. Fue un viaje brevísimo. Llegamos

el día ocho de agosto y el día nueve cumplí una promesa que le había hecho a la Virgen si salía con vida de la guerra: ir

rezando, descalzo, desde Burgos hasta la Cartuja de Miraflores.

Y el día trece, a los ocho días exactos, me reincorporé de nuevo a mi División, en Benicarló. Manolita se vino conmigo

a donde vivía y supo dar un toque de feminidad al lugar, ¡que buena falta hacía!"

III

1 9 3 9 - 1 9 4 3

T I E M P O D E C O M E N Z A R

No teme

tormento

quien ama

con fe

si su

pensamient

o

sin causa no

fue.

Habiendo

por qué

más vale

dolores

que estar

sin amores.

1. DE NUEVO EN MADRID

Madrid, 28 de marzo de 1939. Hacía exactamente catorce años, en un día como aquel, don Josemaría había sido

ordenado sacerdote en Zaragoza. Desde entonces había pasado mucha agua bajo los puentes del Ebro... y de la Historia.

Ahora regresaba de nuevo a Madrid en una fría mañana de marzo, a bordo de un camión militar de abastecimiento,

entre los primeros soldados del Ejército Nacional que entraban eufóricos en la capital.

Se repitieron en la ciudad, tras la llegada de los soldados vencedores, las mismas escenas de dolor y de alegría que en

Barcelona pocos meses antes. Nada más llegar don Josemaría fue hasta la casa de Ferraz 16, donde estaba la residencia

de estudiantes, aquella labor apostólica por la que había rezado y sufrido tanto. Ahora no era más que un montón de

ruinas. Buscó entre los escombros una imagen de la Virgen, la "Virgen de los Besos", a la que tenía especial devoción.

No la encontró.

Fue a la casa rectoral de Santa Isabel en la que había vivido antes de que se desencadenara el conflicto. Como tantos

edificios religiosos, la iglesia había sido devastada. La casa, afortunadamente, no había sufrido daños, pero había sido

utilizada como Cuartel del Arma de Ingenieros, y estaba llena de catres y mantas de los soldados, que habían huido

precipitadamente. En el balcón ondeaba todavía la bandera blanca de la rendición. Acondicionaron la vivienda a toda

prisa y se instaló allí con su madre y sus hermanos.

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Como tantas otras personas que volvían a la capital y se encontraban con sus casas destrozadas por los bombardeos o

saqueadas tras los avatares de la contienda, don Josemaría se puso, junto con otros miembros del Opus Dei, a intentar

recuperar lo poco que la guerra había respetado. Un día fue de nuevo con su hermano Santiago y Juan Jiménez Vargas a

las ruinas de Ferraz. Y entre los cascotes y los muros derrumbados encontró una cartela de pergamino con unas palabras

del Evangelio de San Juan que estaba en la sala de estudio de la residencia: "Un mandamiento nuevo os doy, que os

améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros". Lo recogió, conmovido.

Aquellas palabras cobraban ahora un nuevo significado para el Fundador. Lo había perdido todo, desde el punto de vista

material. Algunos de los primeros miembros del Opus Dei habían muerto, jóvenes, antes de la guerra, como María

Ignacia; muchas de las personas que trataba apostólicamente habían quedado dispersadas a causa del conflicto; y alguno

había caído en el frente de batalla... Y allí, de pie, entre los escombros, les dirigió a los que le acompañaban una

meditación en la que les urgió a la entrega, al amor de Dios y a la confianza plena en el Señor, recordando aquellas

palabras que había escrito a sus hijos pocos meses antes: "Tendremos medios y no habrá obstáculo, si cada uno hace de

sí a Dios y a la Obra un perfecto, real, operativo y eficaz entregamiento".

A la vuelta de diez años de intensa labor apostólica, contaba sólo con poco más de una docena de hombres que hubiesen

entendido lo que la Obra significaba y que estuviesen dispuestos a entregar a Dios su vida para sacarla adelante... En

esta fotografía de 1939, pocos meses después del fin de la guerra, aparece con uno de esos primeros miembros del Opus

Dei, Alvaro del Portillo, durante un viaje a Valencia.

Poco más de una docena... ¡Y con ellos tenía que hacer el Opus Dei, y extenderlo por los cinco continentes! Sin

embargo, aquella cartela encontrada en Ferraz le recordaba que contaba con lo más importante: el amor de Dios, un

amor que todo lo puede. Ese amor, que había sido su cimiento para comenzar el Opus Dei, sería su cimiento para

empezar de nuevo.

No se permitió un lamento. Y en cuanto pudo, prosiguió de nuevo la labor con las mujeres que se habían acercado antes

de la guerra al Opus Dei. Pero los tiempos habían cambiado: al ponerse en contacto de nuevo con aquellas mujeres,

buenas y piadosas, comprobó, dolorosamente, que durante aquellos años de separación física habían perdido el espíritu

laical propio del Opus Dei.

"¿Sabéis que me habéis costado mucho vosotras, hijas mías? -comentaría más tarde-. Más que los hombres (...). ¡Me

habéis salido a la tercera vez!"

Tuvo que comenzar de nuevo la labor con mujeres. Y empezó a buscar también una nueva casa para instalar una

residencia de estudiantes para chicos jóvenes. Se iniciaba una nueva aventura apostólica. Pero antes de hablar de ella,

trasladémonos de nuevo a Barcelona.

2. CUANDO TENGAMOS DOCE

En la capital catalana el joven matrimonio Grases, después de dejar Benicarló, y tras una corta estancia en Valencia, se

enfrentaba también con el problema de encontrar vivienda. "En cuanto me licenciaron -recuerda Manuel Grases- y pude

reintegrarme a la vida civil, nos vinimos a Barcelona, y nos pusimos a buscar piso".

Al fin encontraron uno que les convenció: estaba situado en la primera planta de una casa de la calle París, en el famoso

"Ensanche" barcelonés, como se denomina a la dilatadísima cuadrícula de edificios que ocupaba en aquel entonces la

mitad de la zona urbana de la ciudad. Es una extensa zona residencial, compuesta por calles de trazado rectilíneo, con

cruces rigurosamente perpendiculares, casi sin plazas ni jardines que alivien la severidad de trazado. El barrio daba entonces tal impresión de uniformidad y orden geométrico, que algunos llegaban a compararlo con las grandes ciudades

americanas, como el novelista Jules Romains que exclamó al llegar a Norteamérica: "New York, cette immense

Barcelone!"

El nuevo hogar de los Grases -el primero de carácter estable, tras los avatares de la guerra- era una casa relativamente

espaciosa, con la distribución de muchos pisos del Ensanche; con un pequeño recibidor y un largo pasillo, que une las

habitaciones que dan a la calle con las que se asoman a los patios interiores: unos patios grandes, cuadrados, con largas

galerías a cada lado, en las que se seca bien la ropa, se pueden cultivar las flores y se divisa un buen cacho de cielo. "El

piso nos gustó mucho desde el principio -comenta Manuel Grases- porque vimos que, además de estar bien situado,

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contaba con cinco dormitorios, una sala de estar y un pequeño comedor, y podíamos instalar bien todos los muebles de

mi madre, que mis tíos habían guardado celosamente durante años bajo llave en una habitación de la casa de la calle

Valencia, para que me los llevara en cuanto me casase.

Sin embargo, la verdad sea dicha, nos pareció un poco pequeño, porque pensábamos tener muchos hijos".

"Es verdad", añade Manolita. "Recuerdo que dijimos: 'por ahora no vamos a discutir sobre el número de hijos. Cuando

tengamos doce, ya hablaremos'".

La Virgen de Montserrat

"Entre las pertenencias de mi madre -continúa Manuel Grases- había una imagen de talla, muy bonita, de la Virgen de

Montserrat que había quedado destrozada tras la guerra, porque unos milicianos le habían arrancado la cabeza, durante

un registro, a la Virgen y al Niño. La restauramos y, como lleva un manto, recuerda un poco a la Virgen de la Merced.

Quedó muy bien. Y la pusimos en un lugar de honor de nuestro piso recién estrenado, para que bendijese nuestro

hogar..."

Enrique

"Poco tiempo después -sigue contando Manuel Grases-, encontré un empleo. Todo fue muy rápido. Un buen día vino a

verme un antiguo amigo mío, Fernando Aris, que era director de una fábrica de productos químico-farmacéuticos, y me

preguntó:

-¿Y qué vas a hacer ahora?

-No sé. Estoy buscando trabajo.

-Pues mira, vamos a ampliar la fábrica. Si quieres, vente conmigo.

Dicho y hecho. A los pocos días ya estaba trabajando en la fábrica de Productos Pyre, que estaba en Pueblo Nuevo,

donde me ocupaba de las instalaciones de la ampliación. Como la fábrica estaba un poco lejos me compré una moto

para ir y venir: una Matchless de 250 cc. Y así, poco a poco, fuimos saliendo adelante.

Y comenzaron a llegar los hijos... El primero fue Enrique. Nació el 17 de mayo del 40, después de un parto muy largo y

doloroso. Recuerdo que nada más nacer le pedí al Señor que le concediera una vocación, la que fuera, porque siempre

había soñado con que mis hijos se entregaran a Dios.

Una vocación. La que fuera... Aunque yo había tenido siempre una ilusión: tener un hijo sacerdote..."

3. POR TODA ESPAÑA

Encarnita Ortega

Mientras los Grases celebraban la llegada del primer hijo y soñaban con su futuro, en Madrid don Josemaría proseguía

su labor apostólica y soñaba con realizar la expansión del Opus Dei por todo el mundo. Pero las circunstancias políticas

eran cada vez más adversas: Hitler había invadido Polonia en el mes de septiembre del año anterior y Francia y Gran

Bretaña habían declarado la guerra a Alemania. El mundo se precipitaba por el abismo de la Segunda Guerra Mundial.

Habría que aplazar de nuevo los comienzos en París y en tantas ciudades del mundo.

El Fundador empezó, mientras tanto, a desplazarse por los cuatro puntos cardinales de la piel de toro. Estos viajes

rebosaban amor de Dios, ilusión y dificultades materiales. En la actualidad, con el desarrollo de los medios de

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transporte, resulta difícil hacerse una idea de lo que significaban aquellos viajes desde el punto de vista material. A

veces -retrasos incluidos- eran viajes de ocho y diez horas, hacia ciudades que distaban en muchas ocasiones

cuatrocientos y quinientos kilómetros: horas de traqueteo incesante de tren, entre vaharadas de humo y carbonilla, en

aquellos viejos y desvencijados vagones de bancos de madera; con otro viaje de vuelta el domingo por la noche para

regresar a Madrid, donde don Josemaría proseguía trabajando, sin descansar, el lunes por la mañana...

En uno de esos viajes se acercó hasta Valencia para predicar unos ejercicios espirituales. Nada más llegar, la noticia

corrió como la pólvora: ¡Había llegado el autor de "Camino" y se disponía a dirigir unos Ejercicios Espirituales para

chicas jóvenes en Alacuás!

En Alacuás estaba la Casa de Ejercicios de las Operarias Doctrineras. Era un edificio sencillo, con una capilla grande

para la Bendición mayor y otra más pequeña para el resto de los actos, un comedor con mesas alargadas y bancos de

madera, y un pequeño jardín con naranjos. Acudieron tantas jóvenes -más de treinta- que se llenó la casa y un grupo

tuvo que ir y volver todos los días hasta la ciudad. Entre esas jóvenes estaba Encarnita Ortega, una chica muy joven,

rubia, con los ojos claros y el gesto decidido. Estaba allí -pensaba ella- aquel 30 de marzo de 1941, Domingo de Ramos,

por pura casualidad. No sabía nada del Opus Dei; había leído "Camino" y su hermano le había hablado muy bien de

aquel sacerdote: eso era todo.

"Había leído la primera edición de 'Camino', recientemente aparecida, pocos días antes -cuenta Encarnita-; y al

enterarme de que el autor de aquel libro iba a dirigir la tanda de ejercicios, decidí hacerlos, para ver cómo hablaba

aquella persona que escribía así (...).

Comenzaron los ejercicios. Entramos en la capilla. Poco después llegó nuestro Padre. Su recogimiento, lleno de

naturalidad, su genuflexión ante el Sagrario y el modo de desentrañarnos la oración preparatoria de la meditación,

animándonos a ser conscientes de que el Señor estaba allí, y nos miraba y nos escuchaba, me hicieron olvidar

inmediatamente mi deseo de escuchar a un gran orador, y se cambiaron por la necesidad de escuchar a Dios y de ser

generosa con El. Vencí la pereza y, por buena educación, fui a saludar al Padre (...).

Después de un brevísimo preámbulo, con un gran asombro por mi parte ya que no conocía su existencia, el Padre, como

en hipótesis, me explicó en síntesis la Obra: buscar la santidad en el trabajo ordinario, sin salirse de su sitio; estar en el

mundo sin ser del mundo; vivir vida contemplativa sin ser religiosos, convirtiendo -sin hacer cosas raras- la calle en

celda... Me habló de la filiación divina como nota que perfilaba la fisonomía de las personas que trabajaban así y su

gran importancia; de inquietud apostólica; de virtudes humanas: sinceridad, laboriosidad, valentía...

No sabía que existiese el Opus Dei, pero en aquel momento lo vi perfectamente estructurado y me asustó mucho que

Dios me pudiera pedir lanzarme a los comienzos de algo que me parecía maravilloso, que me iba perfectamente, pero

que lo exigía todo. Hice el propósito de no volver nunca a encontrarme, frente a frente, con el Padre. A pesar de esa

decisión, no podía dormir ni casi comer. Veía que Dios necesitaba mujeres valientes para hacer su Obra en la tierra; y,

no sabía por qué, yo me había enterado a través de su Fundador... Aquella idea la tenía viva, constantemente.

En cada meditación, como para poner distancia a la llamada de Dios, me ponía en una fila más atrás de sillas -en la

capilla había sillas, no bancos-, pero las palabras del Padre sobre los novísimos, la vida oculta y pública de Jesús, la

elección de los primeros doce... eran un despertador continuo.

Llegó el último día y la última meditación de aquella jornada. Sólo faltaba, a la mañana siguiente, la plática sobre

perseverancia y la Santa Misa. Agudicé mis preocupaciones y me puse en la última fila y en el centro: así me

encontraba más defendida.

Entró el Padre en la capilla. Repitió la oración preparatoria, que siempre me impresionaba tanto, y comenzó a hablar

sobre la Pasión del Señor. Desde el Cenáculo, donde nos había dado la gran prueba de Amor de la institución de la

Eucaristía, nos llevó hasta el Huerto de los Olivos. Allí, después de dejar a la entrada a casi todos los apóstoles,

acompañado de tres, a quienes pidió que orasen y vigilasen, se postró en oración. El Padre nos hizo sentir el sufrimiento de Jesús: visión de todos los pecados de los hombres; ingratitud; angustia física ante el pensamiento de la Pasión;

soledad... El Señor fue a buscar un poco de consuelo en aquellos tres discípulos que había llevado con El y ¡los

encontró dormidos! Renovada su oración, era tal su angustia, que ¡sudó sangre!... Con gran viveza nos presentó este

momento. Y, a continuación, nos dijo: Todo eso lo ha sufrido por ti. Tú, al menos, ya que no quieres hacer lo que te está

pidiendo, ten la valentía de mirar al Sagrario y decirle: eso que me estás pidiendo ¡no me da la gana!

Seguidamente, nos explicó la flagelación con tanta fuerza que parecíamos testigos oculares. Y la coronación de espinas.

Y la cruz a cuestas. Y cada uno de los sufrimientos de la Pasión... Después de cada uno de ellos, volvía a repetir: todo

eso lo ha sufrido por ti. Sé valiente, al menos, y dile que eso que está pidiendo ¡no te da la gana!

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Al terminar la meditación, cuando intenté formular un propósito, alguien me tocó en el hombro y me dijo: te llama don

Josemaría.

Al entrar en la misma salita de la otra vez, todo me pareció distinto. Sólo quería decir una cosa: que estaba dispuesta a

todo.

El Padre, entonces, empezó a ponerme dificultades: la vida iba a ser dura; la pobreza, grande; había que tener una disponibilidad total hasta para irse lejos; tal vez habría que aprender japonés y marchar allá... Nada importaba ya: me

había arrancado una decisión plena que, apoyada en la gracia de Dios, salvaría las dificultades".

Comienzos en Barcelona

La decisión de entrega de Encarnita no fue un caso aislado. Al día siguiente, le presentaron al Fundador a Enrica,

hermana de Francisco Botella, aquel joven valenciano miembro del Opus Dei con el que había atravesado los Pirineos,

y que le había acompañado después, junto con Pedro Casciaro, durante su estancia en Burgos. Enrica había pedido en el

mes de abril la admisión en el Opus Dei. Un mes más tarde lo hizo Nisa González Guzmán. Y así, en los años

siguientes, Dios iría enviando a la Obra sucesivas vocaciones de mujeres jóvenes: Guadalupe Ortiz de Landázuri, María

Teresa Echeverría, Carmen Gutiérrez Ríos, Victoria López Amo, Raquel Botella y una catalana, Digna Margarit...

En cada uno de esos viajes apostólicos, Dios iba suscitando también vocaciones y respuestas generosas de hombres

jóvenes. La labor crecía, como le gustaba decir a don Josemaría, "al paso de Dios"; y junto con Valladolid, Valencia y

Zaragoza, una de las primeras ciudades a las que viajó el Fundador al acabar la guerra fue Barcelona, con un propósito

decidido y concreto: poner los cimientos de la futura labor del Opus Dei en Cataluña.

Hizo varios viajes a la Ciudad Condal, acompañado unas veces por Isidoro Zorzano u otros miembros del Opus Dei,

como Alvaro del Portillo y José María Hernández de Garnica. En el viaje que hizo durante el mes de mayo le

acompañaban, además de Alvaro del Portillo y de José Luis Múzquiz, Juan Jiménez Vargas que preparaba sus

oposiciones a cátedra de Fisiología. ¡Qué lejanos le parecían a Juan ahora aquellos días de la guerra en los que

deambulaba junto a don Josemaría por esas mismas calles barcelonesas, con hambre, sin dinero, con temor a que cualquier patrulla de milicianos los detuviera, mientras aguardaban el momento propicio para atravesar los Pirineos!

Durante esa estancia en Barcelona, el Fundador habló con un chico joven, José María Casciaro, hermano menor de

Pedro Casciaro.

"A la hora de comer -cuenta José María- me llamaron por teléfono: había llegado el Padre a Barcelona, podía ir a verle

aquella tarde al Hotel Urbis. Al acabar de comer salí corriendo. Y el Padre me recibió inmediatamente".

Aquellas prisas de José María obedecían a una razón muy concreta: quería que el Fundador le dejara pertenecer al Opus

Dei. Pero don Josemaría quería cerciorarse bien de que aquella decisión era fruto de un motivo sobrenatural y no el

resultado de una admiración humana hacia su hermano mayor...

"Una de las primeras preguntas -sigue contando José María Casciaro- fue si alguien me había influido o movido para

tomar aquella decisión (...). Sin detenerme a pensar me salió una respuesta, que aproximadamente fue:

-Padre, nadie me ha influido ni convencido para esto; mi hermano me explicó la Obra, pero nunca me ha dicho nada que

pudiera ser ninguna clase de influencia o presión; he sido yo quien lo desea.

El Padre, insistió, con tono menos severo, concretando que pensara a ver si Pedro no me había influido. Volví a repetir

que no lo había hecho, pues era la verdad.

Volvió por tercera vez a preguntarme en el mismo sentido, en concreto si yo obraba libremente y después de haberlo

considerado despacio en la presencia de Dios. Y volví a responder que sí, que lo había pensado durante cuatro meses y

no tenía ninguna duda (...). Me dijo al final que me podía considerar de la Obra desde aquel momento (...).

Posteriormente, al recordar esta conversación (...), he comprendido el exquisito cuidado con que el Padre velaba por la

libertad en la entrega a Dios, para que ésta fuese sincera y por motivos exclusivamente sobrenaturales".

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El Palau

Pocos meses después de estos viajes esporádicos comenzaba el primer Centro del Opus Dei en Cataluña, en un piso del

número 62 de la calle Balmes, cerca de la de Aragón, algunas manzanas más abajo de la calle París, donde vivían los

Grases. Estaba alquilado a nombre de Alfonso Balcells, un profesional joven que, aunque no era del Opus Dei, ayudó a

facilitar la gestión, porque era el único de los que iban por allí que tenía la carrera terminada.

Era un pisito pequeño y algo oscuro, pero estaba bien distribuido; y sobre todo se encontraba a dos pasos del corazón de

Barcelona, la Plaza de Cataluña; y muy cerca de la Universidad, cosa importante para el comienzo de una labor

apostólica con universitarios.

Se alquiló el piso, pero los muebles..., ése fue otro cantar. Más tarde hicieron su triunfal -y solitaria- aparición dos

mesas y dos sillas que tardaron bastante tiempo en encontrar compañía.

Cuando volvió don Josemaría de nuevo a Barcelona todavía seguían las mesas y las sillas solitarias en medio de las

habitaciones vacías. Así que los estudiantes que vinieron a escucharle tuvieron que sentarse en el suelo, sobre

gabardinas y periódicos. No les importaba, y se lo tomaron con buen humor. El Fundador les enseñaba que las obras de Dios no fracasan por falta de medios materiales, sino por falta de espíritu. ¡Ya vendrían esos medios materiales! Ahora,

lo importante era confiar en Dios: rezar, mortificarse, trabajar con perfección humana y sobrenatural y llevar a cabo un

apostolado vibrante.

Ese era el espíritu con el que se encontraban los que venían por allí. Se veía a la legua que en aquel lugar sobraba

alegría, fe y confianza en Dios; y que faltaba algo, de un modo claro, palmario y urgente: dinero.

Había que darle un nombre al piso. Don Josemaría se lo puso con tono alegre y divertido, al recordar el nombre de

aquella finca de Fonz con cuya venta su familia le había ayudado a instalar la Residencia DYA.

-"¡Bueno! -dijo-. Ya tenemos un 'palau'".

Y con ese nombre -Palau, palacio-, tan lejano de su realidad concreta, se quedó.

La contradicción de los buenos

Eran tiempos de esperanzas y de ideales vibrantes; y también, tiempos de resentimientos, odios, purgas y

"depuraciones". Y si ya en Burgos don Josemaría había tenido que enfrentarse con un alto funcionario del nuevo

régimen político, que había denunciado a Pedro Casciaro como "agente rojo infiltrado para espiar secretos militares en

el Cuartel General de Orgaz", sólo porque el padre de Pedro se había significado políticamente durante la República, en Madrid tuvo que acudir en defensa de un viejo conocido, acusado por razones ideológicas, sin pararse a calibrar los

riesgos que corría.

Entre ese mundo de sospechas, algunas se referían al Opus Dei. No es de extrañar: el Opus Dei, que era todavía muy

joven -contaba, como hemos visto, con muy pocos miembros-, aparecía, a los ojos de algunos, como algo "excesivamente novedoso". Al final, la tormenta descargó con furia en varias ciudades españolas. Y con especial fuerza,

en Barcelona, donde llegaron a hacer un auto de fe con "Camino", al que arrojaron a la hoguera por considerarlo la

publicación herética de una peligrosa, peligrosísima, "sociedad secreta".

Hay un dato que puede sorprender al lector contemporáneo: algunas de esas maledicencias estaban promovidas, curiosamente, por personas de fe, que pensaban que estaban luchando por una buena causa. Aún más: muchas estaban

convencidas de que agradaban a Dios con ese modo de actuar.

"En una ocasión -relata Salvador Bernal-, don Pascual Galindo, sacerdote amigo del Fundador, fue a la Ciudad Condal

y estuvo en el 'Palau'. Al día siguiente celebró Misa en un colegio de monjas situado en la esquina de la Diagonal y la Rambla de Cataluña. Le acompañaron algunos del 'Palau', que asistieron a Misa y comulgaron. La Superiora y alguna

otra monja allí presente quedaron muy 'edificadas' por la piedad de esos jóvenes estudiantes, y les invitaron a desayunar

con don Pascual Galindo. En pleno desayuno don Pascual dijo a la Superiora: 'Estos son los herejes por cuya conversión

me pidió usted que ofreciera la Misa'. La pobre monja -recuerda uno de ellos- a poco se desmaya: le habían hecho creer

que éramos una legión numerosísima de verdaderos herejes y se encontró con que éramos unos pocos estudiantes

corrientes y molientes que asistíamos a Misa con devoción y comulgábamos".

Page 37: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Entre todas las patrañas, hubo una que dolió especialmente a don Josemaría: en el oratorio de "El Palau" había una cruz

de palo, de madera negra y sin brillo. Era una forma de venerar la Santa Cruz de ese modo, sin la imagen del

crucificado. De ese modo se recordaba que el camino cristiano es de abnegación y sacrificio, y se movía a un afán

corredentor, como se lee en "Consideraciones Espirituales": "Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y

sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo...,

que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú".

Pues bien: se corrió la voz de que en el "Palau" se hacían "ritos sangrientos" y que los miembros del Opus Dei se

crucificaban allí, sobre la Cruz del oratorio...

En medio de esas situación, don Josemaría aconsejó a los pocos miembros del Opus Dei que vivían en Barcelona que no

se sintieran nunca enemigos de nadie -pasara lo que pasara, dijeran lo que dijeran- y les dio un lema para vivir cara a

Dios en aquel trance: "callar, rezar, trabajar, sonreír". Pero su prudencia le llevó a hacer sustituir aquella cruz por otra

más pequeña: "Así no podrán decir -bromeó- que nos crucificamos, porque no cabemos".

Estos sucesos, contemplados desde la lejanía de los hechos, podrán parecernos absurdos y aun ridículos. Los que iban

por aquel pisito de la calle Balmes eran unos cuantos estudiantes universitarios que se podían contar con los dedos de

una mano... pero las insidias llegaron a extremos insospechados.

No todos, sin embargo, actuaron del mismo modo. El Abad coadjutor de Montserrat, Dom Aurelio M. Escarré, prefirió

preguntar a las autoridades competentes qué era aquello del Opus Dei. ¿En qué diócesis había nacido? En la de Madrid.

Allí se dirigió. Escribió una carta al Obispo, don Leopoldo Eijo y Garay pidiéndole informes sobre el asunto.

Don Leopoldo le contestó el 24 de mayo de 1941, tranquilizándole: "Ya sé -escribía- el revuelo que se ha levantado en

Barcelona contra el Opus Dei. Bien se ve la pupa que le hace al enemigo malo. Lo triste es que personas muy dadas a

Dios sean el instrumento para el mal; claro es que putantes se obsequium praestare Deo".

Después de decirle que conocía el Opus Dei desde su fundación en 1928, concluía el Obispo: "créame, Rmo. P. Abad,

el Opus es verdaderamente Dei, desde su primera idea y en todos sus pasos y trabajos. El Dr. Escrivá es un sacerdote

modelo, escogido por Dios para santificación de muchas almas, humilde, prudente, abnegado, dócil en extremo a su

Prelado, de escogida inteligencia, de muy sólida formación doctrinal y espiritual, ardientemente celoso..."

4. MONTSE

"Nosotros sin embargo -recuerda Manuel Grases- no llegamos a enterarnos de esas habladurías, que debieron circular

por unos ambientes muy concretos". Tenían ya un hijo pequeño y venía otro en camino. Y aunque Manuel contaba con

un trabajo estable, tenían que luchar, como la mayoría de los españoles de aquel tiempo, contra las mil dificultades de

cada día para conseguirse los medios más elementales de subsistencia.

Eran años de hambre y de penuria, de escasez y de "estraperlo"; de plato único, restricciones eléctricas, infiernillos y

cocinas de petróleo; de coches con gasógeno, cortes de agua y cartillas de racionamiento. "Me dieron una cartilla de

fumador -recuerda Manuel Grases- y otra de gasolina para la moto, con la que tenía derecho a cinco litros al mes que

alargaba, en lo posible, mezclándole benzol de la fábrica, pero con tiento para que, en invierno, no se me cristalizara en

el carburador".

Y eran años también de grandes alegrías para los Grases: aquel verano, si Dios quería, ya serían cuatro en la familia.

Y Dios quiso: un día de julio nació su segundo hijo: una niña. Montse.

"Esta fue la primera fotografía que le hicimos -recuerda Manolita-. Es del día de su bautizo, que tuvo lugar pocos días

después de nacer. Nació el 10 de julio del 41, en posición sacra, mirando al cielo, y la bautizamos el día 19, en la

parroquia del Pilar".

"El traje de cristianar que lleva en esta fotografía es el mismo con el que habían bautizado a Manuel y con el que he

bautizado después a todos los hijos. Es un traje muy bonito de cuatro piezas, con entredoses y una chaquetita guateada

en raso que le puse para que no pasara frío...

Page 38: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

La bautizó el padre Javier de Olot, el capuchino al que había conocido durante la guerra, y le pusimos, como era la

costumbre, varios nombres más: Amelia, en recuerdo de una tía materna de Manuel; y Margarita, por su madrina,

Margarita Vellvé. Aunque en casa la llamamos siempre Montse, sin más".

"Nació cuando Enrique tenía catorce meses menos una semana. Era un sol de hija, ¡siempre lo fue! Luego de mayor,

Montse me decía con mucha gracia que gracias a que la había criado durante casi catorce meses, estaba más bien un

poco llenita... como se advierte en esta fotografía en la que ya tenía cuatro meses y medio":

"La verdad es que nunca tuvo complejo de gordita, a pesar de que sus hermanos le gastaban bromas de continuo; por

eso siempre me decía en plan de guasa: '¿Ves, mamá? ¿Quién te manda criarme tanto tiempo?'.

Repito que nunca tuvo complejos y además no había por qué, porque, sí, estaba más bien llenita; pero gorda, ¡ni

hablar!"

"Esta fotografía es de la misma época -comenta Manuel Grases-: aparece Manolita, que lleva al cuello una medalla de la

Virgen de Montserrat, recuerdo de mi madre, con los dos mayores: Enrique, que ya está hecho un hombrecito y Montse,

de pocos meses".

"Cuando nació Montse -recuerda su madre- tenía los ojos azules. Luego se fueron oscureciendo y al final eran castaños

oscuros, con las pestañas muy negras.

Y de muy pequeña, cuando le hicimos esta fotografía, ya manifestaba una gran viveza de carácter..."

"No recuerdo más anécdotas de Montse de aquel tiempo -concluye Manuel Grases-, salvo que esta fotografía debe ser

de cuando le enseñábamos a dar los primeros pasos, allá por el año 1942".

5. PRIMEROS PASOS

Carmen Escrivá

Mientras que la pequeña Montse Grases daba sus primeros pasos en la vida, Encarnita Ortega, aquella chica joven que

había decidido entregar su vida a Dios en el Opus Dei tras su encuentro con el Fundador en Valencia, daba también sus

primeros pasos en su vocación. Y los primeros pasos -en la vida y en la vocación- suelen ser difíciles. Encarnita estaba

ahora a punto de marcharse a Madrid, a vivir en un Centro del Opus Dei, y precisamente durante esa temporada habían

llegado hasta los oídos de su familia los ecos de las calumnias y de las maledicencias. Su padre -viudo, padre de tres

hijas-, sus tías, sus familiares... todos estaban perplejos: ¿cómo es posible que Encarnita quisiese irse a vivir con

personas de las que todos decían que se estaban ganando a pulso la condenación eterna?

Aunque don José María Ortega Ijazo, un hombre ponderado y sereno, de carácter jovial, confiaba en su hija y respetaba

su libertad, no acababa de quedarse tranquilo. No podía dar crédito a todo lo que le decían, pero... ¿qué sería

verdaderamente el Opus Dei? ¿Quién sería ese Padre Escrivá del que se contaban tantas y tantas cosas? No se opuso a la

vocación de su hija, pero aquello le entristeció.

"No sabiendo qué hacer -cuenta Encarnita Ortega-, fui a ver a D. Antonio Rodilla, entonces Vicario General de la

Diócesis, y le rogué que recibiera a mi padre, le animase y le contara algo de la Obra. Fue papá a verlo y volvió

cambiadísimo. D. Antonio le dijo que no conocía la Sección femenina del Opus Dei, pero que sí conocía muy bien al

Padre, y que siendo una cosa fundada por él, estaba seguro de que era algo para mucha gloria de Dios, porque por donde

había pasado, había dejado siempre una estela profunda de santidad y de eficacia. Estas palabras animaron mucho a mi

padre, y a una de mis tías que lo acompañó".

Disipados los temores familiares, en el mes de agosto del año 1941 Encarnita llegó a Madrid, donde conoció a Carmen

Escrivá que, tras la muerte de su madre, se ocupaba de la administración doméstica de la casa. A Encarnita le

impresionó vivamente la fuerte personalidad de la hermana del Fundador.

Page 39: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Carmen era por aquel entonces una mujer de cuarenta y dos años, en la plenitud de la vida, con una belleza serena y

unos ojos de mirada profunda. Tenía un carácter firme y decidido, enérgico y dulce al mismo tiempo. Como buena

aragonesa, era de palabra contundente y clara, y amaba poco los circunloquios. Poseía una rara, una rarísima cualidad:

sabía estar siempre en su sitio. Y su sitio en el Opus Dei era muy específico y concreto: ayudar a su hermano a sacar

adelante el Opus Dei no como hija suya, vocación a la que Dios llamaría a miles de mujeres, sino como hermana suya,

vocación que Dios había dado sólo a una mujer: a ella.

En aquellos difíciles años de la postguerra, Carmen se ocupaba de dirigir la atención doméstica de la nueva residencia

de estudiantes que don Josemaría había promovido en la calle Jenner. Allí, como recuerda Juan Jiménez Vargas, que era

Director de aquella Residencia, "tuvo una vida muy dura de dedicación, de trabajo y de preocupaciones (...). Lo más

costoso lo hacía sin llamar la atención, parecía que seguía fielmente los pasos del Fundador del Opus Dei en `ocultarse

y desaparecer'. Todo lo hacía sin darle importancia y cuando comentaba algunas dificultades -que a veces eran cosas

importantes para la marcha de la Residencia-, a fuerza de sentido del humor, no dejaba ver lo duro que le resultaba.

Nunca le oí una queja".

El Opus Dei, como explicaría más tarde el Fundador, no había tenido Fundadora; y su hermana Carmen le ayudaba, con

una disponibilidad plena, en muchos menesteres concretos y gestiones materiales con mujeres que él, como sacerdote,

no podía atender.

Dos reacciones

Una tarde de noviembre de 1942 don Josemaría fue al Centro que tenían las mujeres del Opus Dei en Madrid. Era una

casa de dos plantas en la calle Jorge Manrique. Al llegar las reunió en la Biblioteca. Eran sólo tres mujeres jóvenes, y

como recuerda Encarnación Ortega, "¡éramos pocas más en todo el mundo!"

Extendió sobre la mesa de la biblioteca un pliego de papel en el que había escrito el cuadro de labores que las mujeres

del Opus Dei iban a realizar en el futuro en los cinco continentes. Les habló con fuerza, con una fe plena en que todas

aquellas labores pronto se harían realidad. Y no parecía importarle que fuesen sólo tres...

"Sólo el hecho de seguir al Padre -comenta Encarnación Ortega-, que nos las explicaba con viveza, casi producía

sensación de vértigo: granjas para campesinas; distintas casas de capacitación profesional para la mujer; residencias de

universitarias; actividades de la moda; casas de maternidad en distintas ciudades del mundo; bibliotecas circulantes que

harían llegar lectura sana y formativa hasta los pueblos más remotos; librerías... Y, como lo más importante, el

apostolado personal de cada una (...), que no se puede registrar ni medir.

Debíamos de expresar con la mirada nuestro deseo de realizar lo que el Padre nos había expuesto, pero también nuestra

impotencia, porque doblando despacio aquel cuadro, dijo:

-Ante esto se pueden tener dos reacciones: Una, la de pensar que es algo muy bonito, pero quimérico, irrealizable; y otra, de confianza en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante. Espero que tengáis la

segunda.

Su fe le hizo no tener en cuenta ni el número de mujeres del Opus Dei, ni la juventud, ni la falta de preparación en todos

los campos (...).

Manifestaba esa misma fe ante la expansión de la Obra por los países más dispares (...). Siempre pensó que si el Señor

nos pedía aquello y respondíamos con fidelidad, no dejaría de darnos su gracia, aunque tuviéramos que comenzar sin

más bagaje que la bendición del Padre, una imagen de la Virgen y un Crucifijo".

6. NOCHES EN VELA

Dios quería más

Page 40: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Mientras tanto, en Barcelona, el hogar del joven matrimonio Grases empezaba a conocer los primeros sufrimientos. La

pequeña Montse había caído enferma de gravedad.

"Al principio no parecía nada serio -comenta Manolita-. Tenía un asma infantil, al que el doctor Moragas, que era

nuestro médico, no le dio mayor importancia; me tranquilizó, aunque me dijo que aquello podía durar semanas. Sin

embargo, como el asma era muy aparatoso, al ver que se alargaba, decidimos consultar a otro médico, que nos habían

dicho que era una eminencia... ¡Y ahí empezó todo!

El nuevo médico le recetó unos jarabes con unas fuertes dosis de codeína, que fueron secándole la expectoración de tal

manera que degeneró en una bronquitis capilar y llegó a una situación de gravedad extrema; tanto, que un día, el médico

llegó a decirme ¡a mí!:

-Pero, ¿aún no se ha muerto? ¡No comprendo cómo resiste tanto!

Ese médico fue el causante de todo: se obcecó, se obcecó totalmente y no quiso reconocer que se había equivocado en

el diagnóstico.

Ay... Cuando la llevamos de nuevo al doctor Moragas y vio el estado en el que la habían dejado, le acarició una

piernecita y le dijo:

-¡Pobrecita! ¡A qué estado has llegado!

Y todo por culpa de aquella obcecación... Y es que la medicación que le habían dado era, además de equivocada,

contrapuesta por completo a lo que necesitaba...

Pero gracias a Dios, ya estaba de nuevo en manos del doctor Moragas, que empezó a darle enseguida sueros y más

sueros y expectorantes para la bronquiolitis. Hacía tal ruido al respirar que, sin exagerar, se la oía de un extremo al otro

de la casa.

Ese periodo de gravedad mortal duró un mes aproximadamente. Estábamos a su lado una noche, y otra, y otra... Y yo

estaba a punto de dar a luz a Jorge...

Recuerdo que el doctor Moragas cada vez que venía a ver a Montse me preguntaba por mi embarazo:

-¿Aún no, señora?

-Pero Montse, ¿ha salido ya del peligro?, le preguntaba yo, porque estaba segura que no daría a luz hasta que Montse se

pusiese buena.

Tardó en responderme días y días, hasta que la auscultó y le oí comentar:

-Bueno, esto ya me gusta más.

-¿Ha salido ya del peligro?

-Yo no he dicho tanto -me contestó el doctor, prudente como siempre...

Recuerdo la noche en que hizo crisis su enfermedad. Mi hermana Inés y mi cuñado, que es médico, se quisieron quedar

con nosotros, porque estaban seguros que de aquella noche no pasaba, y no querían dejarnos solos. 'Acuéstate, descansa,

no te preocupes, tienes que descansar', me decían, porque yo estaba en estado de gestación muy avanzado y llevaba

muchas noches sin dormir...

Por supuesto que no quise y me quedé al lado de su camita, cosiendo unos botones que faltaban en los pañales de Jorge

(entonces se usaban unos picos con tres botones). Mi hermana y mi cuñado, que estaban en nuestra habitación -que era

donde estaba su camita-, se sentaron al borde de la mía; pero el sueño les fue venciendo y se quedaron dormidos.

Manuel también se quedó dormido, rendido por el cansancio de tantos días en vela, no recuerdo dónde.

Yo cosía, cosía y la miraba... y le ponía de vez en cuando unos paños en la frente para enjuagarle el sudor; y le

cambiaba la almohada... Estábamos en pleno invierno.

Page 41: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Durante esa noche vi cómo mejoraba; recuerdo perfectamente el momento en que la enfermedad cedió. Y le di muchas

gracias a Dios porque la dejara con nosotros.

Cuando se despertaron los tíos y la vieron sonreír se quedaron muy sorprendidos. Luego me contaba mi hermana Inés

que nunca pensaron que pasase la noche. ¡Montsina querida! Como Dios quería más..."

Isidoro

Aquellos primeros meses de 1943 fueron también de dolor, de sufrimiento y de noches en vela para el Fundador del

Opus Dei. Isidoro Zorzano había caído enfermo y los médicos acababan de dar el diagnóstico, mortal a breve plazo:

padecía la enfermedad de Hodking, linfogranulomatosis maligna. Era una enfermedad incurable y dolorosa: la

inflamación crónica de los ganglios le producía escalofríos, fiebre alta, gran agotamiento, pérdida de fuerzas, y una

inapetencia progresiva. Cualquier movimiento le producía una intensa fatiga. Apenas podía hablar. Las masas

ganglionares le comprimían los bronquios y se le hacía difícil conciliar el sueño. Su respiración era acelerada, jadeante.

Lo mismo podía durar dos días que dos meses. En esa situación el Fundador pensó que era necesario explicarle su

situación para que pudiera prepararse espiritualmente. A pesar de lo que debió costarle, se lo dijo con gran claridad.

"Isidoro -cuenta don Alvaro del Portillo- reaccionó con una alegría formidable, y eso que él no se pensaba que tenía tan

próxima la muerte, ni mucho menos (...). Entonces, Isidoro preguntó al Padre:

-Padre: ¿de qué asunto me tengo que preocupar, en cuanto llegue al Cielo: por qué quiere que pida?"

El Padre le respondió que pidiera, en primer lugar, por los sacerdotes; después, por la labor con mujeres; luego...

Esa petición por los sacerdotes tenía un sentido muy concreto: poco tiempo antes, durante la mañana del 14 de febrero

de 1943, mientras celebraba la Santa Misa en un centro de mujeres del Opus Dei, Dios había mostrado al Fundador cuál

era la solución jurídica que había buscado durante mucho tiempo para los sacerdotes de la Obra, sin encontrarla: la

Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Era una solución que respondía plenamente a la luz recibida el 2 de octubre de

1928, en la que había visto el Opus Dei con seglares y sacerdotes en íntima cooperación.

La perspectiva de ir pronto al Cielo llenó de alegría a Isidoro: "¡pronto iría al cielo -recuerda don Alvaro del Portillo-, y

desde allí podría trabajar mucho por lo que más le preocupaba al Padre!"

Al Fundador le emocionó la reacción tan sobrenatural de aquel hijo suyo ante la muerte y recomendó a los que le

rodeaban que les dijeran siempre a los miembros del Opus Dei que se encontraran en ese trance -peligro de muerte- la

verdad de su situación. "No se lo ocultéis -dijo-. Yo se lo he dicho claro a pesar de que he visto que se quedaba de

momento contrariadísimo, al enterarse del pronóstico. Pero ha reaccionado enseguida con una alegría grande".

Lo ingresaron en el Sanatorio de San Fernando. Don Josemaría le visitaba con mucha frecuencia, a pesar de todas las

obligaciones que recaían sobre sus hombros. Tenía con él innumerables detalles de cariño: se preocupaba de que le

prepararan unos pasteles el día de su santo, de que le llevaran una palma bendecida el domingo de Ramos... Los

miembros del Opus Dei se turnaban para que estuviese continuamente acompañado.

Mientras pudo, Isidoro siguió haciendo su vida de siempre, sin perder la alegría, a pesar de los continuos dolores que

sufría, los insomnios y las frecuentes náuseas. "Hace mucho tiempo que sabe que se muere -comentaba el doctor Palos,

Director del Sanatorio-, y, sin embargo, está tan tranquilo. Cuando se le dice que está mejor, lo agradece con una

sonrisa que envuelve un fondo de amable ironía".

-"Mirad la paz y la alegría que se tienen en el Opus Dei -comentó el Fundador-, cuando se va a morir".

Poco más tarde, lo trasladaron al Sanatorio de San Francisco, de la calle Joaquín Costa. En esta fotografía del 21 de

abril de 1943, se ve a don Josemaría velando junto a su lecho:

Dios se llevaba de su lado a un hombre fiel, en el momento que más lo necesitaba. El Fundador aceptó esa Voluntad

divina, aunque le costaba: Dios sabía más.

Page 42: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

En la primavera de 1943 Isidoro esperaba ya la muerte, y el 15 de abril, Viernes de Dolores, creyó que ya había llegado

su hora. Vino el Fundador y le administró la Extremaunción. "¡Qué hermoso día para morir, Padre -comentó Isidoro-, y

ver hoy a la Virgen!"

Pero Dios no lo llamaba todavía y el peligro pasó pronto.

Isidoro siguió rezando, con la misma serenidad de siempre, ofreciendo todos sus dolores por la Iglesia, por la Obra y

por los primeros sacerdotes del Opus Dei.

El 15 de abril uno de los que le acompañaban le oyó musitar: "Siento que el Señor me llama por momentos... Saca

fortaleza de mi muerte: perseverancia, perseverancia... Sed muy fieles al Padre... y mucho amor a la Obra. Que no haya

nada que nos ate a la tierra".

Murió, con una gran paz, a las cinco y media de la tarde del 15 de julio de 1943, víspera de la Virgen del Carmen. Con

la mirada puesta en ese último momento, dijo en una ocasión: "Cuando un día el Señor nos llame, como me llama a mí

ahora, sentiremos esta paz y alegría que sólo puede ser fruto de una vida que le ha sido fiel. Solo por alcanzar esta paz

en la última hora, bien se puede hacer lo poco que por el Señor hacemos..."

Por la noche, uno de los que le acompañaban escribió: "Pasó inadvertido. Cumplió con su deber. Amó mucho. Estuvo

en los detalles. Y se sacrificó siempre".

Años más tarde, entre 1948 y 1954, se instruyó en Madrid el proceso informativo sobre la fama de santidad, vida y

virtudes de este hombre bueno y fiel. La vida callada y de intenso trabajo profesional hecho cara a Dios de Isidoro

Zorzano ha sido, desde su fallecimiento, un estímulo hacia la santidad para miles de cristianos que luchan por

santificarse en medio del mundo. Su muerte, aceptada con alegría, ha tenido una influencia decisiva en la vida de

muchas personas y de modo singular, como veremos más adelante, en la de Montse Grases, que se reponía durante

aquellos días de aquella enfermedad que podía haber sido mortal...

IV

1 9 4 4 - 1 9 5 3

T I E M P O D E E S P E R A R

Anda

borrico,

la cuesta

arriba;

mira esa

estrella,

mira, te

mira.

1. EL JUEGO DEL CIELO

"Durante el verano de 1943 -recuerda la madre de Montse- estuvimos en Seva, un pueblecito que está muy cerca de Vic

y que ya conocíamos por su proximidad con el Sanatorio del Montseny, donde nos habíamos conocido Manuel y yo, en

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1931. Fuimos allí porque el médico nos había recomendado que buscáramos un lugar donde Montse pudiera respirar

aire puro.

Nos instalamos en una antigua casa pairal que hay a la entrada del pueblo, donde estaba la vivienda del recadero y,

gracias a Dios, Montse se repuso muy pronto, y al poco tiempo ya estaba rebosante de salud.

Seva nos gustó mucho; tanto que decidimos volver: los niños podían corretear a sus anchas -entonces ya éramos cinco,

porque en marzo de ese mismo año había nacido Jorge- y se respiraba tranquilidad y paz".

Aquella paz y tranquilidad de la que gozaba Seva contrastaba con la situación que se vivía en el resto del continente.

Aquel verano Europa atravesaba un momento decisivo de su historia: los aliados habían ido estrechando el cerco contra

el III Reich y al fin, el día 10 de agosto, sus tropas lograron desembarcar en Sicilia. Se avecinaba el fin de la guerra

mundial.

Acabó el verano y los Grases regresaron a Barcelona. Su álbum fotográfico recoge muchas escenas familiares de

aquellos años, comunes a las de tantas familias españolas de la época.

"A veces, cuando algunos amigos -cuenta Manolita- me preguntan '¿y cómo era Montse de pequeña?', les enseño este

álbum. Y es que quizá esperan encontrar en ella, ya desde la niñez, algo extraordinario... y Montse, como se ve en estas

fotografías, era una niña con las mismas aficiones de todas las niñas de su edad. No era 'una niña santa', porque los

santos no nacen, se hacen...

Por ejemplo, en esta fotografía del año 1944 se la ve junto a Enrique, que sostiene su palma de Domingo de Ramos.

Está muy graciosa con su gorro marinero. Mi madre y yo vamos vestidas a la moda del momento, con aquellos zapatos

topolino que se llevaban entonces y que ahora me parecen horrorosos..."

"La siguiente fotografía tiene su pequeña historia. Salíamos de Misa un domingo por la mañana cuando se nos acercó

Juan Antonio Sáenz Guerrero, fotógrafo reportero, hermano del doctor Leandro Sáenz, nuestro médico de cabecera, que

vivían en el mismo rellano de nuestra casa, y nos dijo: 'Un momento, un momento, señora Grases, que le voy a hacer

una foto a Montse'. Y le hizo esta instantánea".

"Esta fotografía me gusta mucho -sigue contando Manolita-; refleja muy bien el carácter de Montse: alegre, divertido,

jovial, muy juguetón... ¡y con cierto geniecillo!

Sólo recuerdo de aquel verano del 44 que el día 16 de junio, vino el doctor Perelló, que era obispo de Vic, y los

confirmó a los tres -a Enrique, Montse y Jorge- en la iglesia de Santa María de Seva. Entonces no era como ahora, y se

recibía ese sacramento muy pronto. Fue una ceremonia muy emotiva. El grupo de los que se confirmaron era muy

pequeño: todos niños, hijos de gentes del pueblo o veraneantes". Esta es una fotografía de aquel periodo.

"Poco tiempo después, en octubre de aquel año, el día 25, nació Ignacio. Es curioso: intento hacer memoria de aquel

tiempo , y lo único que recuerdo son anécdotas divertidas, sin mayor importancia. Las cuento porque muestran el

carácter de Montse ya desde pequeña. Por ejemplo, en una ocasión tomó parte en un festival de canciones de

Llongueras, que se celebró en el Palacio de la Música. Llongueras era un compositor de canciones infantiles muy

conocido en aquel tiempo. El título de la canción era 'El joc del cel' y Montse salía descalza, disfrazada de angelito.

Estaba muy graciosa en su papel; pero, ¡ay!... como tenía que estar sentada un buen rato en el escenario, esperando a

que las demás acabasen de hacer sus piruetas, llegó un momento -es como si la estuviese viendo- en que se cansó; y no

se le ocurrió otra cosa que ponerse, delante de todo el público a... ¡hurgarse en los pies!

Era así: sencilla, espontánea, simpática, como se ve en esta fotografía de 1945".

"Esta otra fotografía es de agosto de 1945 y está tomada en la puerta de una torre que alquilamos en Vallvidrera, donde

pasábamos parte del verano. Salvo Manuel, que es el que hizo la foto, estamos todos: mi madre, Montse, Enrique, Jorge

y yo. ¡Ah, también está Ignacio, que asoma la cabeza desde el cochecito!"

"A veces nos preguntan a Manuel y a mí: ¿y qué educación cristiana le disteis a Montse para... ? Siempre les respondo

que la misma formación que le dimos al resto de nuestros hijos... No hicimos nada de particular. Procuramos, eso sí,

trasmitirles un sentido cristiano de la vida... y enseñarles lo que creíamos y luchábamos por vivir... Les enseñamos, por

ejemplo, a rezar desde pequeñines algunas oraciones muy sencillas; a tratar al Niño Jesús; a tener devoción a la Virgen;

a aceptar y ofrecer el dolor; a luchar contra los propios defectillos; a ayudarse los unos a los otros..."

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"Yo les insistía especialmente en un punto -interviene Manuel- que me parece fundamental: la sinceridad. `Dime lo que

ha pasado -les decía, después de alguna travesura-; mira: no me importa que hayáis roto esto o lo otro; lo que quiero

sobre todo es que seáis sinceros; que digáis siempre la verdad, pase lo que pase. Si me mentís es cuando os castigaré'".

"Sí; nosotros le dimos una formación cristiana... pero todo lo que sucedió luego en el alma de Montse -concluye

Manolita- fue porque Dios quiso. Fue todo fruto de la correspondencia a la gracia... fruto de la gracia y del amor de

Dios".

2. CON UN SIGLO DE ADELANTO.

De nuevo en Barcelona

Mientras que la vida de la familia Grases en Barcelona seguía su curso cotidiano, a mitad de los años cuarenta seguían

difundiéndose por toda España las calumnias contra el Opus Dei. No hay que extrañarse por tanta pertinacia: las

maledicencias son incansables por naturaleza.

No era raro que el que escuchaba esas falsedades las ampliara con nuevas patrañas de su propia cosecha:

-"¿Qué me dices...? Entonces lo más probable es que sean masones disfrazados. Y además me supongo yo que..."

De este modo, engordadas por la propia dinámica de la calumnia, los rumores se volvían cada vez más disparatados y

rocambolescos.

El Fundador sabía que la contradicción suele acompañar los comienzos de muchas instituciones de la Iglesia, y que

algunas incomprensiones obedecían a la novedad que el Opus Dei suponía para la mentalidad de muchos. Preveía

también las dificultades que debería vencer el Opus Dei hasta encontrar su lugar en el marco jurídico de la Iglesia: sabía

que era un fenómeno pastoral nuevo y que las leyes de la Iglesia no contemplaban nada parecido. "¡Ustedes han llegado

con un siglo de adelanto!", le había comentado un prelado a don Alvaro del Portillo, Secretario General del Opus Dei,

que se encontraba en Roma, enviado por el Fundador, realizando las gestiones previas para la aprobación del Opus Dei

por la Santa Sede como una institución de Derecho Pontificio

Las palabras de aquel prelado le hicieron ver a don Alvaro del Portillo que sin la presencia del Fundador en Roma todo

sería inútil. Y le escribió diciéndoselo: tenía que venir enseguida. No había otra solución.

Cuando recibió la carta, don Josemaría se encontraba enfermo. Padecía una diabetes "mellitus" y el médico le había

aconsejado calma y reposo. ¿Viajar a Roma en esas condiciones? La respuesta del doctor fue tajante: aquel viaje, y en

aquellas circunstancias, podía poner en serio peligro su salud. Si emprendía ese viaje -le dijo-, no respondía de su vida.

Sin embargo, el Fundador no dudó: era el futuro de el Opus Dei el que lo exigía. Se abandonó en las manos de Dios y la

tarde del miércoles 19 de junio de 1946 salió de Madrid rumbo a Barcelona.

Hizo una primera etapa en Zaragoza, donde rezó ante el Pilar. Al día siguiente, fiesta del Corpus Christi, llegó a

Cataluña y subió hasta Montserrat para orar a los pies de la Moreneta. Allí dejó, en manos de la Virgen, todas sus

peticiones y todas sus esperanzas.

El día 21 de junio, les dirigió una meditación junto al Sagrario a los miembros del Opus Dei que residían en Barcelona.

Comenzó su oración con unas palabras de los apóstoles:

-"Ecce nos reliquimus omnia, et secuti sumus te: quid ergo erit nobis?" -He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te

hemos seguido. ¿Qué será de nosotros?

Aquellos hombres jóvenes que le seguían lo habían dejado todo -familia, futuro, planes personales- en las manos de

Dios. Allí estaba Juan Jiménez Vargas, que tras ganar su cátedra de Fisiología se había establecido en Barcelona, y Alfonso Balcells, un joven médico, que había sufrido, aún antes de ser del Opus Dei, en carne propia, toda la campaña

de calumnias, por el puro hecho de haber alquilado a su nombre el piso de "El Palau"... Todo el afán de estos hombres

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en esta tierra era servir a la Iglesia en el Opus Dei. Y ahora parecía que el Opus Dei no encontraba camino en el marco

jurídico de la Iglesia. ¿Qué iba a ser de ellos?

-"¿¡Señor -seguía diciendo el Fundador en su oración-, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas

almas? ¡Si todo lo he hecho por tu gloria y sabiendo que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga que

llegamos con un siglo de anticipación? (...). No he tenido más voluntad que la de servirte".

Después de la Misa fue a la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, patrona de la diócesis de Barcelona, para pedirle

por los frutos de aquel viaje. Y a las seis de la tarde embarcó en un pequeño vapor correo de poco más de mil toneladas,

el J.J. Sister, rumbo a Génova, donde continuaría hasta Roma en coche.

El tiempo no auguraba un viaje fácil: el mar estaba encrespado y el cielo, encapotado y con chubascos, amenazaba

tormenta.

Una noche en oración

Al fin, a media noche, tras un viaje azaroso, el barco desembarcó en el puerto de Génova, y al caer la tarde del 23 de

junio el Fundador pudo ver en la lejanía el perfil inconfundible de Roma. Y nada más llegar a su apartamento, en la

Plaza de la Città Leonina, junto a la Plaza de San Pedro, quiso asomarse a la pequeña terraza para contemplar la

Basílica.

Muchas veces, paseando por las calles de Madrid, había soñado recibir la Comunión de manos del Papa. Ahora estaba

físicamente muy cerca del Romano Pontífice, en el comienzo de una nueva etapa dentro del camino del Opus Dei.

Pasó toda aquella noche en oración, rezando por el Papa. Aquella noche romana era como el compendio de toda su vida.

Era un eco de aquellas noches de Zaragoza, cuando era un joven seminarista y el alba lo encontraba también rezando

como ahora, musitando aquel "Domine, ut videam!", "¡Señor, que vea!", en la oscuridad de la iglesia del Seminario de

San Carlos...

Días más tarde, el 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, el Papa le recibió en una audiencia privada que

siempre recordó con afecto. "No puedo olvidar -comentaba tiempo más tarde- que fue S.S. Pío XII quien aprobó el

Opus Dei, cuando este camino de espiritualidad parecía a más de uno una 'herejía'; como tampoco se me olvida que las

primeras palabras de cariño y afecto que recibí en Roma, en 1946, me las dijo el entonces Monseñor Montini".

Decidió entonces que era el momento de cumplir uno de sus más antiguos deseos: que el gobierno central del Opus Dei

residiese en Roma, junto a la sede de Pedro. Con ese motivo llamó a varias hijas suyas para que se ocupasen del primer

Centro del Opus Dei en la Ciudad Eterna. Y el 27 de diciembre de 1946 llegaron al aeropuerto de Ciampino, cerca de

Roma, Encarnita Ortega y otras cuatro más.

Don Josemaría y don Alvaro fueron a esperarlas al aeropuerto. Para la mayoría había sido su primer viaje en avión y

habían pasado sus más y sus menos; y alguna se traía, como recuerdo del viaje, un buen susto y un mareíllo. Venían

cargadas con un montón de maletas con comida, ropa y los objetos más imprescindibles, porque Italia acababa de salir

de la guerra y se encontraba en una situación catastrófica.

"El Padre nos dijo -recuerda Encarnita Ortega- que con doce de nosotras, muy fieles, sería capaz de enfrentarse con toda

la labor de Italia, y que al pasar los años, no creeríamos lo que habíamos visto, y nos parecería haber soñado..."

Predilecta Barcelona

El 8 de diciembre de ese mismo año, fiesta de la Inmaculada, el Papa volvió a recibir al fundador del Opus Dei. Y el 2

de febrero de 1947 fiesta de la Presentación de la Virgen, Pío XII promulgó la Constitución Apostólica "Provida Mater

Ecclesia". Se iba allanando, de la mano de la Virgen, poco a poco, el camino. Pocas semanas después, el 24 de febrero

de 1947, se concedió al Opus Dei el "Decretum laudis", la primera aprobación pontificia que sería definitiva el 16 de

junio de 1950.

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Una de las preocupaciones de don Josemaría sus primeros años romanos era conseguir un lugar adecuado para la Sede

central del Opus Dei, como le habían recomendado altos eclesiásticos. Después de sortear numerosas dificultades

económicas, encontró un lugar apropiado en la calle Bruno Buozzi, en el barrio del Parioli. Había sido sede de la

embajada de Hungría ante la Santa Sede y se lo ofrecían a buen precio.

Pero en julio de 1947 aquellos edificios eran todavía un sueño por realizar. Por lo pronto, seguían viviendo allí unos

inquilinos húngaros, que no tenían demasiada prisa por marcharse -contra todo derecho, porque Hungría, tras la

ocupación de los comunistas, no mantenía relaciones con la Santa Sede- y el Fundador ya no podía esperar más; así que,

urgido por las circunstancias, no tuvo más remedio que instalarse en la pequeña portería de la entrada junto con algunos

miembros del Opus Dei. Aquellas estrecheces no le suponían ninguna novedad: la pobreza era una antigua compañera

de viaje...

Lo malo es que mientras vivió en aquella portería durmió con frecuencia en el suelo, y en marzo de 1948, el frío le

produjo una parálisis facial "a frigore"...

Al fin se marcharon los inquilinos, en febrero de 1949. Unos meses antes, en la fiesta de San Pedro de 1948, erigió en

aquel edificio, que denominó "Villa Tevere", el Colegio Romano de la Santa Cruz.

"'Colegio' -explicó- porque (...) es una reunión de corazones que forman -'consummati in unum'- un solo corazón, que

vibra con el mismo amor (...).

'Romano', porque nosotros, por nuestra alma, por nuestro espíritu, somos muy romanos. Porque en Roma reside el Santo

Padre, el Vice-Cristo, el dulce Cristo que pasa por la tierra.

'De la Santa Cruz', porque el Señor quiso coronar la Obra con la Cruz, como se rematan los edificios, un 14 de febrero...

Y porque la Cruz de Cristo está inscrita en la vida del Opus Dei desde su mismo origen, como lo está en la vida de cada

uno de mis hijos. Y también porque la Cruz es el trono de la realeza del Señor, y hemos de ponerla bien alto, en la cima

de todas las actividades humanas".

Con un fin similar erigió también en Roma, años más tarde, el 12 de diciembre de 1953, un Centro Internacional de

formación para las mujeres del Opus Dei: el Colegio Romano de Santa María.

Desde allí, junto al corazón de la cristiandad, don Josemaría seguía impulsando la labor apostólica del Opus Dei en todo

el mundo. Constantemente le llegaban noticias alentadoras del desarrollo de la Obra, a la que el Señor iba colmando de

frutos y vocaciones.

Y también llegaba, de tarde en tarde, el eco lejano de alguna calumnia. A ellas aludió, el primer día del año de 1948

cuando escribió a sus hijos de Barcelona una carta en la que firmaba con el nombre de "Mariano".

"Que Jesús me guarde a mis hijos de Barcelona.

Queridísimos: unas palabricas para vosotros. Estoy muy contento de cómo lleváis las cosas, y muy contento también

porque en esa queridísima -predilecta- Barcelona nunca nos falta la Santa Cruz. Pero, no tiene demasiada importancia -

¡ninguna!- ese ambiente, de que habláis en vuestras notas: con alegría y sin ninguna preocupación, adelante. Seguid

trabajando, llenos de sentido sobrenatural y de comprensión humana: estoy segurísimo de que el Señor, con la

mediación de nuestra Madre de la Merced, ha de bendecir cada día más vuestra labor. ¡Cuántas cosas grandes y cuántas

vocaciones van a salir de Cataluña!

Que me cumpláis las normas, que améis a la Iglesia, que sepáis perdonar siempre, que viváis con nuestra alegría de

hijos de Dios, y que estéis seguros de que es muy agradable al Señor vuestra conducta.

Os quiere, os abraza, os bendice vuestro Padre

Mariano".

3. EN EL JESUS-MARIA

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Mientras tanto, la vida seguía su curso habitual en el hogar de los Grases. "Mi vida familiar -recuerda Manolita- era la

corriente de cualquier madre de familia de clase media, de aquella 'heroica y sufrida clase media' de la que hablaba mi

padre... Los mayores ya iban al Colegio: Enrique a los Hermanos de La Salle, en la Bonanova y Montse a las monjas

del Jesús-María.

Parece que la estoy viendo todavía cuando salía corriendo de casa con su uniforme, escaleras abajo, camino del Colegio,

con sus dos trenzas al aire, bajando los peldaños de dos en dos, medio ladeada por el peso de la cartera y ¡una alegría en

el cuerpo!..."

El Jesús-María fue el primer Colegio en el que la pequeña Montse estudió sus primeras letras. Cuando la llevó su madre, en octubre de 1946, era un Colegio con prestigio y solera, muy conocido por las familias barcelonesas. El

edificio había sido construido en 1892 por Enric Sagnier -marqués de Sagnier, según el título pontificio-, un arquitecto

que ha dejado varios edificios representativos del segundo modernismo catalán en la Ciudad Condal, con un estilo muy

personal e imaginativo.

En la actualidad el Colegio ofrece al paseante que sube por la calle Teodora Lamadrid una gran fachada de color rojizo,

con una larga hilera de ventanas con vidrieras en la parte superior. Sobre esta gran fachada de estilo neogótico se

adelanta, solemne, un cuerpo central de tres caras, sobre el que se abren tres altos arcos ojivales que muestran en su

frente dos letras: JM: Jesús, María. En la cúspide, una aguda aguja de filigrana apunta desafiante hacia el cielo

barcelonés.

Se accede al Colegio por dos amplias escalinatas circulares y convergentes. Por esas escalinatas subió y bajó

diariamente durante varios años la pequeña hija de los Grases. Era una niña sencilla, sonriente y algo tímida, que no

llamaba externamente la atención entre aquella pequeña turbamulta de colegialas que se dirigían diariamente a clase,

unas veces en silencio y otras algo menos, bajo la mirada atenta de las monjas.

"En aquel Colegio -comenta su madre- todo le pareció de maravilla. Al principio la pusimos a media pensión. Primero

estuvo en la clase rosa; luego pasó a la clase azul... y una de las monjitas que la conoció -la Madre Ana- que entonces

era Procuradora, me dijo que al cabo de los años, la recordaba perfectamente, porque 'le había dejado impacto'".

No hay grandes anécdotas de la estancia de Montse en el Colegio. Su infancia y la primera adolescencia transcurrieron

con placidez, sin sobresaltos: durante el verano, tenían lugar las excursiones por el campo y los chapuzones en la playa;

durante el invierno, se sucedían las clases en el Colegio y los juegos colectivos en el recreo; y al salir de clase más

juegos con sus hermanos por los jardines de Barcelona...

"Los solía llevar con mucha frecuencia -sigue evocando Manolita-, al parque del Turó para que tomaran el sol los más

pequeños. Y aquí, en esta fotografía del 47, aparecen todos, con sus abrigos de botones, en torno al carrito en el que

duerme Pilar, que había nacido poco tiempo antes. ¡Ya éramos siete en la familia!"

Manuel y Manolita llevaban ocho años de casados y ya tenían cinco hijos: Enrique, Montse, Jorge, Ignacio y la pequeña

Pilar. Cinco hijos sanos y fuertes, divertidos y alegres, que obligaban a los Grases a hacer piruetas y equilibrios

económicos a fin de mes; aunque comprobaban la verdad del dicho que afirma que Dios envía cada hijo con su pan bajo

el brazo. Cinco niños que disfrutaban, como todos los niños, jugando a policías y ladrones por los pasillos de la casa o

haciendo travesuras en verano por los caminos de Vallvidrera; que reñían entre sí veinte veces al día y hacían las paces

otras veinte veces; que soñaban en invierno con los chapuzones en la playa, que suspiraban en Navidades con el tren

eléctrico que les iban a traer los Reyes -pasando primero por la tienda de su tío Juan-; y que esperaban ansiosos en

mayo, a medida que iban creciendo, el día de su Primera Comunión.

4. LA PRIMERA COMUNION

Aquel año de 1948, les correspondía hacerla a Enrique y Montse. Tanto sus padres como el colegio les habían preparado con una intensa catequesis. Por eso, el 27 de mayo, fue un día muy especial. Los pequeños se pusieron

nerviosos, como sucede siempre que hay un movimiento general en la casa. Unos ayudaban a Enrique a ponerse su traje

de primera comunión, que -como mandaba la costumbre-, era de marinero. Aunque no era la primera vez que se lo

ponía: ya había hecho la Primera Comunión tres semanas antes, el día 6 de mayo, en el Colegio de La Salle, en la

Bonanova; hoy acompañaría a Montse, que recibía al Señor por primera vez en la Capilla del Jesús-María.

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Era día de gran fiesta: y de agobios y prisas de última hora en los preparativos. Manolita se probaba frente al espejo una

mantilla de blonda sobre la alta peineta, mientras Manuel Grases, ya con el chaqué puesto, miraba inquieto al reloj:

"Daos prisa, daos prisa -repetía-, no vayamos a llegar tarde -musitaba entre dientes-... como el día de la boda". Los

mayores peinaban a los pequeños y ayudaban a vestirlos. Algunos se aturullaban y su padre les recomendaba serenidad,

recordando el conocido "Vísteme despacio, que tengo prisa"... Al final, cuando estuvieron todos a punto salieron a la

calle, hechos un brazo de mar. Iban de punta en blanco. ¡Qué alegría! Y no era para menos: ¡la primera Comunión de

Montse!

Llegaron al Colegio. Se respiraba aire de fiesta. En el amplio vestíbulo de inspiración gótica, con el suelo de baldosines

de rombos rojos y cenefas caprichosas, esperaban ya las otras familias, engalanadas para la ocasión. En la pared, sobre

la puerta, se leía una jaculatoria: "Sean por siempre alabados Jesús y María".

Subieron la gran escalinata blanca de la entrada que conduce hasta el amplio corredor del primer piso, junto a los altos

ventanales del patio. Allí, en el costado de la derecha, estaba la capilla.

Era una capilla de buenas dimensiones, con grandes arcos de medio punto. En los días de gran solemnidad como aquél,

cabían todas las alumnas del Colegio. En aquel momento, parecía como nueva, distinta... Habían encendido todas las

luces y relucía con destellos la Virgen del retablo, que mostraba sonriente al Niño con los brazos abiertos. Debajo de la

imagen se leía la inscripción: "Monstra te esse Matrem": "Muestra que eres Madre". Y más abajo, descendiendo

escalonadamente, unas lámparas de cristales multicolores daban su luz tenue al Sagrario. Los padres y los familiares

aguardaban sonrientes, sentados a lo largo de la sillería de corte gótico, o en los primeros bancos, cerca de la imagen del

Corazón de Jesús.

Dio, solemne, sus primeros acordes el órgano, que se alzaba, majestuoso, en el coro, entre destellos dorados y rojos.

Todos se pusieron de pie y comenzó la Misa...

"Esta es una de las fotografías que le hicimos como recuerdo de la Primera Comunión -cuenta su madre-. Tras la

ceremonia vinimos a casa y lo celebramos en familia. Tuvimos una sencilla fiesta infantil en la que actuaron unos

payasos, que estuvieron haciendo bromas y contando chistes. Fue un día inolvidable... Y una vez que hubo acabado

todo, al despedirse, mi tío Mauricio le preguntó a Montse qué era lo que más le había gustado. Ella respondió

rápidamente:

-¡Los payasos!"

"Más de una vez le he dado vueltas a esa respuesta suya y siempre me ha parecido muy natural que contestara, aunque a

partir de entonces ya no hubo más payasos el día de la Primera Comunión, para que ese día estuviesen pendientes sólo

de lo único importante: de recibir por vez primera al Señor Sacramentado. Cuento esto porque cuando me preguntan

cómo era Montse de pequeña me dan ganas de repetir esta frase. Pero no lo hago, porque quizá no lo entenderían.

Y es que todo lo de Montse fue así: enormemente pequeño. No hizo nunca nada 'espectacular'. Se fue acercando a Dios

poco a poco, identificándose con El, poquito a poco, paso a paso, por el camino de las cosas pequeñas...

Lo normal, por otra parte, en una niña de su edad, es que contestara eso y no que había estado en éxtasis o algo

parecido; porque, aún suponiendo que hubiera tenido un éxtasis, por poner un ejemplo, tengo entendido que eso es un

don que concede el Señor gratuitamente. Y lo suyo fue siempre fruto de la gracia y de una lucha diaria, constante, por

enamorarse del Señor y de un esfuerzo para vencerse en lo grande y en lo pequeño; en todo: en la vida de piedad, en el

trato con los demás, en el carácter... sí, sobre todo en el carácter, porque es evidente que era viva de genio".

"Sí, era viva de genio -matiza su padre-, pero no hay que pensar en nada fuera de lo normal. Tenía el carácter de una

niña pequeña llena de vitalidad, nada más. Por lo demás era muy equilibrada, alegre y sencilla. Y estaba siempre serena.

Bueno... casi siempre".

Ese "casi" alude a las rabietillas y "erupciones" de genio de la pequeña Montse. Sin embargo, por lo que cuentan sus

padres, los fuegos volcánicos de aquel pequeño Etna con trenzas no pasaban de las chispas normales que saltan en las

peleas domésticas entre hermanos; y a los pocos minutos aquel fuego infantil se convertía en lava de risas, juegos y

correteos por el pasillo, como sucede en cualquier familia numerosa... Aquí la vemos sonreír a la cámara, en una

estampa típicamente barcelonesa, jugando con sus hermanos, bajo la atenta mirada de "la abuelina", entre las palomas

de la plaza de Cataluña.

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"Sí; tenía genio: era muy resuelta, muy decidida, desde pequeñita. Yo recuerdo que siempre que jugábamos -comenta

divertido, Enrique Grases- yo hacía valer mis derechos de hermano mayor y me encantaba hacerla rabiar, diciéndole

que yo sabía mucho más que ella, porque iba en un curso inferior al mío... Un día, durante la cena, le dije que en la clase

de Religión nos habían explicado una cosa muy difícil, muy difícil...

-... tan difícil -le dije para picarla, porque sabía que entraría al trapo rápidamente- que nadie, nadie, la podía entender.

-¡Pues seguro que se puede entender!, dijo ella enseguida.

-Pero Montse -seguí pinchándola yo, con muy mala intención- si no hay nadie que lo entienda... ¡Qué lo vas a entender

tú!

-¡A ver, a ver, -preguntó, toda decidida- dime qué es!

-Es... el misterio de la Santísima Trinidad.

-Pues fíjate tú -contestó, entre nuestras risas, con un gesto que la retrataba perfectamente- ¡eso es, precisamente, lo que

a mí me resulta más fácil de entender!"

5. UNA MIRADA LIMPIA

Hasta 1948 "ganaban" los niños: tres a dos. Enrique, Jorge e Ignacio "frente a" Montse y Pilar. Pero al año siguiente se

cambiaron insospechadamente las tornas: el 3 de mayo del 49 los pequeños Grases contaban con dos hermanas más,

gemelas: María Cruz y María José. Ahora eran cuatro chicas y tres chicos.

"Esta fotografía -comenta Manolita- es del verano del 49. Se ve que yo acababa de arreglar a Montse y Manuel, al verla

tan requetepeinada, le hizo esta foto. Pilar está detrás, con cara de muy mal genio, y ella aparece muy afable, sonriente,

con aquella mirada limpia que tenía..."

"Era tan sencilla... No tenía doblez de ningún tipo... Por eso algunas chicas de su misma edad le hacían el vacío, porque

delante de ella no se atrevían a hablar de ciertas cosas... Ella ni lo comprendía siquiera. ¡Ay, Montse, cuánto me costó

ponerte al corriente de las cosas de la vida!

Me resultó dificilísimo. Manuel me apremiaba de continuo y me recordaba la responsabilidad que tenía: él ya lo había

hecho con los chicos.

Yo prefería explicárselo por etapas, sin cigüeñas de ningún tipo, pero de una forma adecuada a su edad; claramente, con

naturalidad, pero sin detalles innecesarios, y con sentido sobrenatural. La primera pregunta se la planteó en el Colegio, al leer el Avemaría. Al escuchar la explicación que les dieron, sus compañeras empezaron a desconfiar de sus madres.

Y nada más llegar a casa me lo contó, porque me tenía una gran confianza.

-Mira mamá, mira lo que pone aquí: 'bendito es el fruto de tu vientre'. ¿Qué significa? Lo estábamos leyendo unas niñas

y no lo entendíamos y me han preguntado a mí qué quiere decir.

-¿Y tú que les has dicho?

-Yo les he dicho que te lo preguntaría a ti y que ellas se lo preguntaran a sus madres; pero me han contestado que si lo

hacían las reñirían, y que era mejor que yo se lo explicase cuando me lo dijeses tú.

Recuerdo que se lo aclaré y le insistí mucho en que le dijese a las niñas que se lo preguntasen a sus madres -que son las

que deben explicar estas cosas- , pero que ella no les tenía por qué explicar nada...

A los pocos días le pregunté:

-Montse, ¿has pensado sobre lo que hablamos el otro día?

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-No, mamá.

-¿De verdad, de verdad, Montse que no te ha dado nada que pensar, ni tienes ninguna preocupación?

-No.

-Pues mira, me vas a prometer una cosa: si sientes la menor curiosidad sobre lo que te he dicho, me lo dices y

continuaremos. ¿Me lo prometes?

-Sí, mamá.

Y así se quedó..."

¿Por qué pones tus ojos en la tierra...?

"Siempre le he dado gracias a Dios -sigue contando la madre de Montse- por la gran confianza que nos teníamos y

muchas veces he meditado en lo importante que es que los padres se hagan realmente amigos de sus hijos para llegar a

tiempo en sus pequeños y grandes problemas...

Aunque ella, verdaderamente, no tuvo especiales problemas. Tuvo una infancia muy feliz. Salvo las enfermedades,

todos los recuerdos que conservo de los primeros años de su vida son recuerdos llenos de alegría, como esta fotografía

de 1949 en la que aparece junto a un payaso en un festival infantil del Ideal Pavillón":

"El Ideal Pavillón -explica Manolita- era una colonia de viviendas en Vallvidrera, donde se organizaban de vez en

cuando algunas fiestas para niños. Montse participó en varias. Recuerdo que una vez escenificó, junto con otros niños,

una pieza de Llongueras que se llamaba 'El General Bum-Bum', en la que salían desfilando como soldaditos

El General Bum-Bum

Davant del seus soldats

fa tremolar la terra...

¡Ram, ram, pataplam!

¡Cómo disfrutaba en aquellos veranos en Vallvidrera! Recuerdo que allí le cortaron por primera vez la trenza. La tengo

guardada y es preciosa, de un rubio muy bonito...

También recuerdo otro festival en el que salió a recitar una poesía que encontré en uno de sus libros de colegiala: 'Las

golondrinas'... La grabamos en película, porque después de casarnos nos compramos una maquinita de filmar en

dieciséis milímetros, y como no teníamos dinero para hacer películas habitualmente, nos hicimos el siguiente

planteamiento: vamos a comprar un rollo cada año y filmamos a los niños cada Domingo de Ramos y en las fiestas

importantes. Y así lo hacíamos... Estuvo muy graciosa en aquel festival, haciendo de broma unos melindres y unos

gestos muy repipis, muy poco suyos, porque ella era todo lo contrario: espontánea y alegre...

Recuerdo que se adelantó hacia el público, cruzó los brazos delante del pecho -igual que cuando se nos fue- y mirando

al cielo, dijo:

Golondrina,

Golondrina...

¿Por qué pones tus ojos en la tierra

si tienes tu morada en el cielo?

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...'Por qué pones tus ojos en la tierra si tienes tu morada en el cielo'... No recuerdo más versos de aquella poesía, es una

pena, pero de éstos me acuerdo perfectamente. Lo mismo que de aquellas fiestas de Pascua y de aquellos domingos de

Ramos...

En casa hemos celebrado siempre mucho el domingo de Ramos. A los pequeños... ¡qué ilusión les hacía! El día anterior

cada madrina les iba trayendo una palma a cada una de sus ahijadas y un palmón a los chicos, y las dejábamos todas

preparadas en el recibidor; y el domingo por la mañana los primeros que salíamos de todo el barrio con nuestras palmas

éramos nosotros. Las chicas se ponían su mejor vestido y los mayores, como Enrique, iban con bombachos, como se

estilaba en aquella época...

Al acabar la Semana Santa, durante la Pascua, en Cataluña se suele tomar un postre típico que se llama la `mona de

Pascua' que regala el padrino. Los niños la esperaban con especial ilusión. Como lo sabíamos, los animábamos a que

alguna la diesen a personas necesitadas. Era un modo concreto, que nos parecía muy adecuado a su edad, de ayudarles a

vivir la virtud de la caridad y a ser generosos en algo que les costase... Lo mismo hacíamos con los regalos de Reyes.

De todos modos, por lo que respecta a la mona de Pascua, los dejábamos en plena libertad; cada cual la podía dar o no;

aunque los animábamos mucho a ser desprendidos. Por eso, los llevábamos algunas veces al Asilo de San Juan de Dios

para que acompañaran a los niños enfermos o al Asilo de San Rafael para niñas. Cuando nació Enrique habíamos

suscrito una pequeña cuota a su nombre en el de San Juan de Dios y, al nacer Montse, hicimos lo mismo en el de San

Rafael".

"Esta fotografía que viene ahora es de esa misma época: nos la hicimos en agosto del 49, mientras paseábamos por una

calle de Barcelona. Quizá fuese a la salida de Misa; o no, porque están sólo dos, Enrique y Montse, y a Manuel y a mí

nos encantaba ir a Misa, los domingos por la mañana, con todos los niños juntos..."

Octubre de 1950. En el internado

"En septiembre de 1950 -sigue contando Manolita- nació Rosario. Ya teníamos ocho hijos. Y gracias a Dios, robustos y

fuertes. A los niños, de pequeños cuando tenían alguna enfermedad, los llevaba al doctor Moragas, que era, aparte de un gran médico, una excelente persona: un hombre de pocas palabras y muy poco visitero. Algunas de las enfermedades

normales -el sarampión, la tosferina- me las controlaba por teléfono; luego venía, daba un vistazo rápido, y ya en el

rellano, mientras se despedía, me decía lo que tenía que hacer...

Sin embargo, cuando le llamé por teléfono aquel día de octubre de 1950 para decirle que María Cruz, que tenía un año y pocos meses, hacía unas noches que se despertaba llorando, y que había venido el médico de Vallvidrera y no le había

encontrado nada, pero que yo había observado que no quería apoyar el pie derecho en el suelo, no me dejó terminar:

-Dígale a su marido que me venga a buscar inmediatamente, señora.

-No se moleste, doctor -le dije yo-, ya se la bajaremos porque no tiene fiebre.

-No se preocupe por mí y dígale a su marido que me venga a buscar.

Era poliomielitis.

El doctor nos dijo que la mejor medicación era tener una gran tranquilidad en la casa: no le convenían ni los gritos, ni

los correteos de los otros hermanos. Y a consecuencia de eso tuvimos que meter rápidamente a los mayores en el internado: a Enrique y Jorge, que tenían diez y ocho años, respectivamente, en el de la Salle de la Bonanova y a Montse,

que tenía nueve, en el de Jesús-María, de San Gervasio.

¿Qué podíamos hacer? No teníamos otro remedio; y lo tuvimos que decidir en cuarenta y ocho horas... marcamos la

ropa de prisa y corriendo, y se fueron internos..."

"Sin embargo, a pesar de mis temores, ¡qué bien se lo pasó interna Montse en el Jesús-María! Cada vez que paso por

delante de la puerta del Colegio la recuerdo jugando allí, en el patio, con aquel delantal que le caía tan bien; o

contándome cosas de aquella camarilla donde dormía y donde se encontraba tan a gusto... Sí: no cabe duda; en el Jesús-

María pasó unos años muy felices...

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Ya estaba totalmente recuperada de aquella primera enfermedad seria y era la estampa de la salud. Seguía un poco

llenita, es verdad; cosa que les daba motivo a sus hermanos para meterse con ella...

Esto es todo lo que recuerdo de aquellos años... Gracias a Dios, a pesar de todos nuestros temores, Crucina comenzó a

recuperarse muy bien.

Ahora me doy cuenta que con todas estas pequeñeces, Dios la fue preparando poco a poco para lo que iba a pedir

después sin apartarla un ápice de lo aparentemente corriente".

¿Una niña excepcional?

Como hemos visto, a sus nueve años, Montse Grases no era una "niña prodigio", como Pierino Gamba, aquel niño

italiano que vino a España por esas fechas y asombró a todos al ver cómo dirigía una orquesta. Era una niña buena,

piadosa, alegre; con sus virtudes y sus defectos: no tenía nada que ver con las heroínas "imperiales" del momento: ni

con aquella Antoñita la Fantástica que hacía las delicias de las quinceañeras, ni con ninguno de los "niños santos" de

algunos libros de la biblioteca de su padre.

En esa biblioteca Manuel Grases guardaba un ejemplar curioso: un libro antiguo de tapas negras y cantos dorados, con

unas letras impresas en oro en la portada y algunas ilustraciones piadosas en el interior, donde se contaba la historia de

algunos santos, con el bienintencionado deseo de mover a la emulación...

Con un deseo bienintencionado; pero sólo eso. Porque, en las primeras páginas de esas biografías, se narraba cómo ya

en su más tierna infancia algunos de esos santos hacían cosas tan extrañas como no mirar las vidrieras de las catedrales

para guardar la vista; y alguno llegaba a más: no mamaba los viernes de Cuaresma.

Estos biógrafos conseguían con exageraciones de este tipo, que más que con lo excelso rayan con lo ridículo -y que son

fruto en su mayoría de dudosas leyendas- precisamente lo contrario de lo que pretendían: si buscaban "acercar" a sus

jóvenes lectores a la santidad, los hacían correr despavoridos. Porque, ¿quién se plantea, recién salido de la cuna, si es

Domingo de Ramos, Miércoles de Ceniza o Viernes de Cuaresma?

Y los escasos lectores que no corrían despavoridos acababan desanimados: porque estos biógrafos mostraban la

santidad como algo tan extraño, tan desencarnado de la realidad de cada día, que la volvían difusa, inalcanzable y

hermosa, como la luna. Pero tan lejana como ella.

Por el contrario, todo en la vida de Montse nos resulta cercano, cotidiano; familiar casi. En su vida no hay "cosas raras"

ni espectaculares. Esto es parte del mensaje de Montse, eco fiel del mensaje del Fundador del Opus Dei: para hacerse

santo lo importante es amar mucho a Dios, no hacer cosas raras. Y a Dios se le puede encontrar en los sacramentos, en

la oración, en el trabajo, en el trato con los demás, en el deporte...

6. EN LAS DAMAS NEGRAS

"El deporte le gustaba muchísimo -continúa relatando su madre- y en ese campo, destacó en todo cuanto se proponía: lo

mismo daba que fuese bicicleta, tenis, ping-pong, baloncesto... Recuerdo un día del verano del 51 una señora de

Vallvidrera puso a unos cuantos niños en fila y les dijo: 'a ver quién llega primero a dar un par de vueltas a las viviendas

del antiguo Ideal Pavillón'. Montse se animó enseguida. Y durante la carrera le hicimos esta fotografía".

Evidentemente, el circuito de aquella carrera no era el de los Juegos Olímpicos por los que Barcelona sería conocida en

todo el mundo casi cuarenta años más tarde: los "triunfos" de Montse no pasaron del pequeño marco familiar. Lo suyo

fue siempre muy asequible a todos... Pero ella ponía toda el alma en lo que hacía. Llegó la primera y en la siguiente

fotografía se la ve exultante de alegría, recogiendo el trofeo. No era para menos: ¡la primera copa de su vida!

"Al acabar ese verano, en octubre del 51 -sigue rememorando su madre- la cambiamos al colegio de las Damas Negras,

que estaba más cerca de casa, en la Travesera de Gracia, donde la matriculamos como alumna externa. Gracias a Dios,

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Crucina ya estaba prácticamente recuperada y ya no hacía falta que los mayores siguiesen internos. Y Montse, con sus

diez años, ya tenía edad suficiente para ir y venir sola al Colegio...

Estoy segura de que sintió mucho aquel cambio de Colegio; no porque estuviese a disgusto en las Damas Negras, sino

porque era muy feliz en el Jesús-María. Y ahí ya se reveló un rasgo de su carácter: nunca, nunca, nos hizo la menor

manifestación de desagrado...

En esta fotografía lleva el uniforme de su nuevo colegio: azul, con la falda plisada, el cuellecito blanco y el

guardamarina...":

El colegio del Santo Niño Jesús, es popularmente conocido como "el de las Damas Negras". Es un colegio religioso,

situado en el centro de la ciudad, fundado en el siglo XIX, el 12 de diciembre de 1860, por las Hermanas del Niño Jesús. Nicolás Barré, tras una consulta al Santo Cura de Ars, que confirmó la necesidad de "que hubiese una escuela del

Niño Jesús en Barcelona". Cuenta con edificio amplio, de seis pisos, más otros dos, bien iluminados por grandes

ventanales, y un gran jardín.

Durante aquel curso de 1951 contaba con unas ochocientas alumnas, atendidas en su mayoría por religiosas a las que, según la costumbre entonces vigente en la Institución, de origen francés, denominaban "Madame": Madame San

Miguel, Madame María Eugenia...

Ana Vallejo, que coincidió con Montse en aquellas aulas, la recuerda jugando a la pelota, en el breve recreo mañanero,

con su cabello castaño, su expresión alegre y su habilidad característica para los deportes, pero no destaca en ella ningún rasgo especial: era una más en aquel Colegio, donde abundaban los hijos de familias numerosas, como Montse,

y donde se dejaban sentir todavía las carencias materiales de la posguerra.

Una vez hecho el Ingreso de Bachillerato, Montse se enfrentó, a partir de septiembre del 51, con las materias del primer

curso de Bachillerato: Latín, Lengua, Matemáticas, Ciencias Cosmológicas... Junto con esas asignaturas, se daban otras englobadas bajo el título "Enseñanzas del Hogar": Labores, Música, Formación familiar y social; y no faltaba una, cuyo

nombre evoca el período político que atravesaba el país: "Nacionalsindicalismo". Se matriculó también en los cursos

preparatorios de Solfeo y Piano, en la Academia Guiteras.

Aquel curso el Colegio tuvo un trasiego especial: se alojaron allí unas 350 personas, con motivo del XXXV Congreso

Eucarístico Internacional, que se celebró en Barcelona, con gran afluencia de gentes.

Llegaron las Navidades y Montse, siguiendo una costumbre iniciada años atrás, felicitó las navidades a sus padres con

una tarjetón. En los años anteriores ella misma había confeccionado estos christmas: un tarjetón con recortes de papel coloreado que componían figuras navideñas; o unos dibujos ingenuos y sencillos del Nacimiento... El texto era escaso.

Este año Montse se sirvió de una tarjeta ya impresa. La novedad, como se ve en la fotografía, se encontraba en el

contenido: la felicitación estaba escrita en francés.

En el mes de junio de 1952, las calificaciones de Montse acusaron el cambio de colegio: oscilaron entre el notable en

Religión y el aprobado en Labores, Música y el resto de las asignaturas. Hizo agua en Geografía y Matemáticas. Y

afortunadamente, no tenía Literatura... En sus estudios de Piano, en la Academia Guiteras, obtuvo notable y en el curso

de Solfeo, sobresaliente.

Rosas y espinas

A comienzo de los cincuenta, seguía el desempate: tres chicos -Enrique, Jorge e Ignacio- y cinco niñas: Montse, Pilar,

María Cruz, María José y Rosario. Montse era "la segunda de los mayores", y se divertía entre los juegos de sus

hermanas y las discusiones de sus hermanos sobre si el Barcelona era mejor que el Madrid o si había alguien en el

mundo entero que metiese más goles que Kubala...

Mientras tanto, el país se iba reponiendo lentamente de las heridas de la guerra. La radio, altavoz cotidiano de los

cambios sociales, fue "dando el parte" año tras año, del fin de las cartillas de racionamiento, del ingreso de España en la

Unesco, de la muerte de Stalin, de la fastuosa coronación de la reina de Inglaterra, de los triunfos del "rey de la

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montaña" Federico Martín Bahamontes...; todo, amenizado por las rancheras de un Jorge Negrete que seguía soltando,

por debajo del amplio ruedo de su sombrero mejicano, su famoso chorro de voz.

Montse vivía indiferente a este mundo cambiante, feliz y sin problemas, aunque de vez en cuando -muy de vez en

cuando- surgía alguna pequeña espina...

"Una vez -recuerda su padre- me contó a la vuelta del colegio que le había enseñado a la profesora un dibujo que había hecho el día anterior y que le había dicho que era una mentirosa, que la había engañado, que aquel dibujo no era suyo.

Aquello la había humillado, sin duda alguna. Entonces le pregunté qué había hecho: `nada', me dijo. Había bajado la

cabeza sin protestar..."

En junio de 1953 terminó segundo de Bachillerato. Las notas, una vez asumido el cambio de colegio, mejoraron: alcanzaron el sobresaliente en Música y en Formación familiar, navegaron entre el notable y el aprobado en el resto de

las asignaturas y naufragaron decididamente en Literatura. Afortunadamente, se mantuvieron en inestable equilibrio -un

cinco "de chiripa", en el argot estudiantil- con el Latín. Se conservan algunos ejercicios de clase: "ubi?, en donde, quo?

a donde, unde? de donde". No parece que le entusiasmaran a Montse mucho a esa edad -y es comprensible- las

declinaciones y casos de aquella lengua. Y estaba claro que la literatura no era lo suyo. En Piano obtuvo sobresaliente; y

en Solfeo, sobresaliente con distinción.

Lo que sí le entusiasmaba, por lo que recuerda su madre, era la catequesis para niñas de condición más modesta que

organizaban sus profesoras en un suburbio de Barcelona. "Recuerdo -cuenta su madre- que iba muchos domingos....

¡con una ilusión! Les llevaba juguetes, libros, golosinas..."

La Madre María Eugenia, una de sus profesoras, la recuerda como una niña sencilla, querida por todas, y un poco

tímida.

Posiblemente, un deseo de entrega anidaba en su alma. De ser así, esto no constituiría nada excepcional. Es probable que muchas de sus compañeras soñasen también con entregarse a Dios. Esos deseos generosos resultaban relativamente

frecuentes en el seno de aquellas familias cristianas -como la de los Grases-, verdadero semillero de vocaciones para la

Iglesia, donde prendían desde pequeños los ideales de santidad y entrega.

El hogar de los Grases, como hemos visto, era un hogar cristiano, pero sin beaterías de ningún tipo. Dios era lo primero

en aquella casa, pero no se pasaban el día rezando Rosario tras Rosario. Su tren de vida era muy similar al de tantas y

tantas familias católicas españolas. Por la mañana había bostezos de sueño de los más pequeños, algún que otro

rezongueo en la cama hasta el último minuto y un ajetreo bullicioso de deberes, carteras y galletas del desayuno.

Manuel Grases se marchaba al trabajo y, a continuación -uno, dos, tres, cuatro, cinco...-, los pequeños iban bajando uno

tras otro escaleras abajo; y tras el desembarco más o menos pacífico de aquella tropa infantil en el autobús colegial,

venía la paz. Y con la paz, la guerra doméstica y diaria del barrido y el fregado en el que Encarna Ramos, una chica de

Cañete de las Torres, ayudaba diligentemente a Manolita.

La mañana se pasaba rápida: Manolita aprovechaba para ir a Misa y luego, ayudada por Encarna, cuidaba de la pequeña

Rosario. Entre las dos arreglaban la casa, hacían las camas y preparaban la comida mientras escuchaba un poco la radio.

En la radio -un Telefunken, modelo "Cruz del Sur"-, Concha Piquer, la tonadillera por excelencia, solía suspirar unas

veces por un marinero que se fue en un barco, y otras las hacía reír con su "Niña de la estación":

... como ver pasar los trenes

era toda su pasión,

en el pueblo la llamaban...

¡La niña de la estación!

Adiós, adiós, buen viaje

Adiós, que lo pase bien,

recuerdos a la familia,

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al llegar escríbame...

Por la tarde, tras la comida familiar, volvía Manuel al trabajo y los niños al Colegio -salvo los jueves- y Manolita solía

encontrar un rato para rezar el Rosario o hacer una visita al Santísimo en alguna parroquia cercana. Luego seguían las

labores domésticas con Encarna, y con frecuencia, entre zurcido y zurcido, reían los últimos chistes que había contado

Pepe Iglesias, "el Zorro" -un conocido humorista- por la radio el día anterior en aquel programa que comenzaba: "Yo

soy el zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos".

A esas horas de la tarde se escuchaban con frecuencia por el patio ecos confusos de llantos y suspiros: "Carlos... Nita..."

No había que preocuparse: era sólo el enésimo episodio de "Lo que nunca muere", una larguísima radionovela de

Guillermo Sautier Casaseca, interpretada por Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa, que tenía la rara virtud de detenerse

siempre en el momento más interesante... Manolita no seguía estos seriales: no era amiga de pasarse las horas muertas

escuchando la radio. Y además, la tarde -y el sosiego- se pasaba volando. Porque a las cinco y media volvían los niños

del Colegio como una invasión, jugando, riendo, brincando, pidiendo la merienda, y con todos los deberes por hacer. Y

así les daba la hora de la cena. Y por la noche, hasta que se iban a la cama, juegos y más juegos y carreras por toda la

casa. Sólo cuando se acostaban ¡al fin! Manuel y Manolita podían sentarse un rato en la sala de estar, para charlar con

un poco de calma.

Antes de acostarse los pequeños Grases rezaban siempre las oraciones que les había enseñado su madre. "Dios mío

protégenos y danos la paz"; Montse decía una oración muy sencilla: "Dios mío, hazme buena, a Enrique y a mí".

Pero luego, con el paso de los años, aquella plegaria fue requiriendo una cierta dosis de memoria: "Dios mío, hazme

buena -rezaba Montse cada noche-: a Enrique, a Jorge, a Ignacio, a Pilar, a Crucina, a María José, a Rosario... y a mí".

A continuación había de todo: noches de sueño plácido; noches de risas y bromas; y noches de guerra de almohadas,

mientras se escuchaba, lejana, la radio de los vecinos, con los ecos de la "Cabalgata fin de Semana", de Bobby

Deglané...

Aquí aparece Manolita con sus cinco hijas. Al fondo, el voluminoso aparato de radio.

7. SANTIDAD EN EL MATRIMONIO

Durante ese periodo, en el verano del 52, el Opus Dei pasó de nuevo, casi rozando, junto a la vida de los Grases...

"Tanto Manolita como yo -explica Manuel- procurábamos desde hacia años vivir una vida cristiana, y habíamos incorporado determinadas costumbres: por ejemplo, íbamos a misa con frecuencia, asistíamos todos los años a

Ejercicios Espirituales... pero con lo que hacíamos -nos decían- ya teníamos bastante...

Sin embargo yo sentía en el alma una inquietud, como lo diría, un deseo de hacer más por Dios. Pero ¿cómo? ¿dónde?

Nunca había oído hablar del Opus Dei, aunque la Obra de nuevo, como me había sucedido años atrás en Burgos, estaba

pasando físicamente a mi lado...

Sucedió lo siguiente: cuando estábamos en Vallvidrera, veíamos con frecuencia a unos señores, alojados en el Hotel

Vallvidrera, que paseaban carretera arriba y abajo, junto a la puerta de nuestra torre, camino al Tibidabo. En algunas

ocasiones iban charlando con un sacerdote muy alto. Luego supe que se trataba de don Emilio Navarro.

Un día, casualmente, lo comenté con un amigo mío, José Cusó Abadal, y me dijo que posiblemente estaban haciendo un

Curso de retiro dirigido por algún sacerdote del Opus Dei.

-¿Y eso qué es?

Me dio una explicación muy sencilla y me comentó que tenía un primo, Juan Bautista Torelló, que era sacerdote de la

Obra. De esa conversación saqué la idea de que sólo podían pertenecer al Opus Dei hombres y mujeres célibes.

-¡Qué pena -le dije- que no haya nada parecido para nosotros, los casados!"

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No sabía Manuel Grases que las personas casadas podrían formar parte del Opus Dei. Del 25 al 30 de noviembre de

1948, el Fundador había dirigido un retiro espiritual en Molinoviejo, un Centro de Convivencias cercano a Segovia, al

que asistieron quince hombres que estaban dispuestos a ser plenamente del Opus Dei dentro del estado matrimonial.

Eran el comienzo de una labor que llevaría a miles de hombres y mujeres de todo el mundo a asumir la tarea de

santificar su vida familiar y convertir sus casas, como le gustaba decir a don Josemaría, en "hogares luminosos y

alegres".

Se confirmaba entonces lo que don Josemaría había dejado escrito en "Camino" muchos años antes y que muchos de

esos hombres habían podido escuchar de sus propios labios: "¿Te ríes porque te digo que tienes 'vocación matrimonial'?

-Pues la tienes: así, vocación".

Entre esos hombres -que se denominarían miembros supernumerarios- estaba Tomás Alvira, aquél que el Fundador no

había querido abandonar durante la travesía de los Pirineos, cuando se encontraba totalmente desfallecido.

El Fundador recordó siempre que estos hombres y mujeres no constituyen una categoría aparte dentro del Opus Dei:

todos los miembros de la Obra tienen la misma vocación. A ellos les corresponde vivir esa única vocación en su

circunstancia concreta: en su hogar, con su mujer, con sus hijos, en la vida matrimonial que es, como recordaba don

Josemaría, "una vocación divina".

"Yo tampoco había oído hablar nunca del Opus Dei -comenta Manolita- y al igual que Manuel, sentía deseos de dar más

y no sabía cómo".

8. UNA NUEVA BENDICION DE DIOS

Dios había bendecido abundantemente a la familia Grases: les había dado ocho hijos y una posición económica

relativamente acomodada. Quiso bendecirlos aún más y les concedió... una quiebra económica.

Sorprendente modo de bendecir, pensará el lector. Pero el cristiano sabe que cuando Dios permite el descalabro

económico esa contradicción es, al igual que el dolor, un signo de predilección. Dios había permitido la ruina

económica, como hemos visto, en el hogar del Fundador del Opus Dei, en el de Isidoro Zorzano, en el de María

Ignacia...

La llegada de la ruina económica suele tener con frecuencia una característica: se presenta, desde un punto de vista

humano, en el peor momento. Terminada la ampliación de los Productos "Pyre", Manuel Grases había promovido, años

atrás, un almacén de maquinaria, que empezó a atravesar, a comienzos de los cincuenta, una situación difícil. "Todo fue

fruto -explica Manuel Grases- de una competencia desleal en el negocio que nos dejó en muy poco tiempo, en una

situación económica muy apurada. Y nos vino cuando teníamos un buen número de hijos, algunos ya bastante crecidos

y había que pagar todos los colegios..."

Los pequeños Grases, sin comprender demasiado lo que sucedía, vieron como sus padres se esforzaban por vivir todas

las obligaciones de justicia -y algunas que no eran tan de justicia, pero eran propias de un corazón cristiano- con los

trabajadores que dependían de ellos, aunque el cumplimiento de esas obligaciones los dejara en las últimas... Fue una

lección de honradez y rectitud que nunca olvidarían.

"A pesar de que nos quedamos en las últimas -recuerda Manuel- no quisimos quitar a los niños de los Colegios a los que

iban, porque allí les daban, aparte de la formación humana y académica, una buena formación religiosa, y pensábamos

que su educación era lo primero. Y comprobamos que Dios aprieta, pero no ahoga, porque en ambos colegios me dieron

toda clase de facilidades. Y no se me olvidará nunca aquel día por la mañana...

Teníamos pendiente una deuda urgente y no sabíamos como resolverla. Habíamos puesto ya todos los medios:

habíamos vendido el coche, y Manolita ya no podía contar con la ayuda de ninguna chica para las faenas de la casa.

Tenía que enfrentarse, sola, con el cuidado de los ocho hijos... Y yo estaba acosado por las deudas. Era una situación

terrible.

No sabíamos qué hacer... y aquel día, nos abandonamos en los brazos de Dios: 'Tú sabes Dios mío, que no sabemos

como salir adelante, que tenemos ocho hijos...'. En ese preciso momento se presentó el cartero que nos traía un giro

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postal de 40.000 pesetas que nos mandaba un 'hereu de confiança' de unos parientes míos de Manresa que habían

fallecido y de los que ni siquiera conocía su existencia. Eso nos ayudó a confiar siempre en Dios, pasara lo que

pasase..."

Años felices

"Sin embargo, a pesar de esas dificultades económicas, yo guardo unos recuerdos muy felices de aquellos años -

comenta el hermano mayor, Enrique-. Eramos una familia numerosa, muy alegre, muy divertida, pero muy ordenada.

Nuestros padres nos insistían mucho en la virtud del orden, y en todo lo relativo al uso de nuestras cosas, o del cuidado

de los libros, y el hecho de que no nos sobrara el dinero nos ayudó a hacernos más responsables y a que nuestros padres no tuvieran que estar siempre encima de nosotros, diciéndonos: `¿y ese balón qué pinta en el pasillo? ¿Y esos calcetines

que hacen tirados por ahí?'

Esa virtud del orden significaba para nosotros, que éramos tantos hermanos, y en aquella situación económica, algo

importantísimo.

Ahora, con la perspectiva de los años, veo con mayor claridad que el hecho de haber nacido en el seno de una familia

numerosa es una experiencia muy grata y enriquecedora. Te acostumbras a compartir. No tienes 'tu' habitación: es

siempre 'nuestra' habitación. Y sobre todo a los mayores, como a Montse y a mí, a los que nos confiaban los más

pequeños, esa situación nos hacía madurar y nos obligaba a estar siempre pendientes de los demás.

De todos modos, las familias numerosas tienen un problema: siendo tantos es fácil disgregarse... por eso, nuestros

padres nos enseñaron a estar unidos por encima de todo, a ver la familia como un proyecto común: cada uno en su sitio,

pero con un proyecto común. Todos teníamos que aportar nuestro granito de arena para sacar la familia adelante, de tal

forma que los problemas, al multiplicarse por ocho, no nos aplastaran como una losa.

Todo esto lo fuimos comprendiendo a medida que íbamos creciendo, y dándonos cuenta de lo justos que andábamos en

lo económico y de cómo nuestros padres se sacrificaban por nosotros... Eso nos llevó a rendir más en los estudios, a no

pedir caprichos y a conformarnos con lo que teníamos... Yo, por ejemplo, veía a mis compañeros de colegio siempre con dinero en el bolsillo para comprarse unos helados o cualquier chuchería, o para jugar al futbolín... Y yo sabía que si

quería jugar al futbolín, que me apasionaba, lo tenía que recortar de las dos o tres pesetas que me daban para el tranvía.

Eso me enseñó mucho a valorar que el dinero es fruto del esfuerzo y a entender, desde muy pequeño, que aunque lo

fácil sea pedir, no puede uno pedirlo todo... Comencé a apreciar las pocas cosas que tenía y a valorarlas mucho más. Hoy esto no se entiende; muchos padres piensan, equivocadamente, que hay que darle a los hijos todo lo que pidan,

porque si no, 'se traumatizan'. Es todo lo contrario: para mí aquella experiencia fue ciertamente dura y con 'malos tragos'

en mi relación con los compañeros del Colegio, pero en definitiva, muy enriquecedora.

En ese sentido, mi familia fue una escuela de austeridad. Yo siempre le he dado gracias a Dios por no haber ido

alegremente por el mundo durante esos años, pensando que podía disfrutar de todo lo que me apeteciese...

También fue una escuela de vida cristiana, vivida con sencillez. Algunas tardes, al acabar los deberes, rezábamos el

Rosario todos juntos. Lo solía dirigir uno de nosotros. Luego, nos íbamos a la cama, tras rezar aquella oración: 'Dios

mío haznos buenos, a Montse, a Jorge, a...a...a...a...a... y a mí'.

Eramos una familia feliz; pero no éramos una 'familia perfecta': no existen las 'familias perfectas'. Había cosas del

funcionamiento de la casa en la que, como es natural, -sobre todo 'los mayores', Montse y yo- no estábamos de acuerdo.

Recuerdo que instituimos una especie de 'consejo familiar', muy divertido: tenía lugar los sábados. Nos reuníamos todos

y charlábamos y opinábamos sobre la marcha de las cosas de la casa. Eran pequeñas cosas, sin importancia, pero que tan decisivas le parecen a uno cuando es pequeño: si nos dejaban hacer esto, o lo otro... Unas veces se conseguía lo que

pedíamos... y otras no. Pero disfrutábamos de esa libertad y de esa confianza para charlar de todo con nuestros padres y

para decirlo todo, en su momento adecuado.

Por ejemplo, a mis padres les hacía mucha ilusión que fuéramos a Misa todos juntos -los mayores y los pequeños- los

domingos por la mañana. Y eso no era nada fácil de conseguir, porque teníamos que asearnos todos de prisa y corriendo

en el único servicio que había -luego se puso otro- y antes de salir, mi padre nos ponía en fila y nos revisaba de arriba a

abajo: nos miraba las rodillas, las uñas, las orejas... Y luego marchábamos por la calle, todos juntos, hacia la parroquia...

¿Y qué sucedía? -continúa, divertido, Enrique-. Pues que, como éramos tantos, llegábamos a la iglesia cuando toda la

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gente estaba sentada, y entonces nos poníamos a buscar un banco donde cupiéramos todos juntos, y claro, sin querer,

dábamos el espectáculo... Esto de llevar todos los niños juntos a las personas mayores les suele gustar mucho, pero a los

chicos -por lo menos, a Montse y a mí- no nos hacía tanta gracia... Intentamos cambiarlo, pero nada, no hubo manera

¡todos los domingos, todos por la acera, todos juntos a Misa!"

Mira mamá, mira lo que ha pasado...

En junio del 54 la pequeña Montse concluyó tercer curso de Bachiller. Aquel año afortunadamente no había literatura y

las notas oscilaron entre los notables en Dibujo y en Hogar y los aprobados en Latín y Matemáticas. En la Academia

Guiteras obtuvo de nuevo notable en el segundo curso de Piano y sobresaliente en el de Solfeo.

Mientras tanto, entre la memorización de los ríos de España -con los ojos del Guadiana incluidos- y la evocación

gloriosa de las hazañas del Cid, entre los participios, los acusativos, los quebrados, los decimales, las poesías de Lope, y

los autos sacramentales de Calderón de la Barca, fueron pasando los años. Casi sin darse cuenta, los pequeños Grases

fueron creciendo. Enrique tenía catorce años; Montse, trece... Y un día cuando vino del Colegio, le preguntó a su madre:

-"Mira mamá, mira lo que me ha pasado: a la salida del Colegio nos hemos encontrado con unos chicos que nos han

acompañado hasta aquí. ¿Qué te parece?"

-"¿Y a ti?", le preguntó Manolita.

-"Ay, no sé, no le veo el qué... Pero, ¿verdad que eso no es malo?"

-"No, Montse, de malo no tiene nada. Pero, ¿sabes qué pasa...? Que hoy han sido estos dos chicos, y mañana serán esos

dos y otros dos más... y pasado...; y verdaderamente, Montse, a tu edad, es un poco pronto. Eres demasiado joven, ¿no

te parece?"

Tenía trece años. La edad en la que muchos chicos y chicas comienzan a hacer pinitos, a tontear, y a cambiar la voz. La edad de las espinillas, de los suspiros, de los pitillos furtivos y del "¡yo ya soy mayor!" En definitiva: la "edad del

pavo".

Montse resolvió aquel primer envite de la vida con la misma sencillez de siempre: fue, se lo contó a su madre, entendió

y le hizo caso.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo... A los pocos días, otro chico la abordó nuevamente por la calle y Montse,

poco experta en aquellos menesteres, no sabía qué hacer. El pelmazo seguía probando fortuna, preguntándole por unas

amigas y por otras: "¿No conocerás tú a fulanita? ¿No te suena una tal menganita?"

Montse trataba de explicarse y cortar por lo sano, pero el otro seguía y seguía, tozudo.

Hasta que en un determinado momento, como no sabía cómo salir de aquel embrollo, se volvió hacia el chico y le dijo

con mucho genio... lo primero que se le vino a la cabeza:

-"¡Mira! ¿Sabes lo que te digo...? ¡Que mi madre me ha dicho que soy muy pequeña!"

No era el mejor argumento, desde luego. Pero fue eficaz: "¡Lo dejó plantado! -recuerda Manolita-. Le dio la espalda y

salió corriendo... Yo me río cada vez que lo recuerdo, y me confirma la inocencia de su alma, y aquella sencillez con la

que lo abordaba todo..."

9. LLAR

Rosa Pantaleoni

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Años antes, a la misma edad que Montse, otra chica barcelonesa, Rosa Pantaleoni, se enfrentaba con los primeros

problemas de su adolescencia. Pero sus problemas no se resolvían tan fácilmente como los de Montse con el pelmazo

que la aguardaba a la salida del Colegio. Eran de orden físico: padecía desde los ocho años poliomielitis en las dos

piernas y ahora se veía obligada a caminar con muletas y con mucha dificultad, después de estar en silla de ruedas

durante mucho tiempo. Y tenía un brazo mal.

"Conocí el Opus Dei en un momento decisivo de mi vida -cuenta Rosa- a comienzos de los cincuenta, cuando pensaba

que por mi defecto físico tenía todos los motivos para sentirme desgraciada...

Hasta que un día, hablando con don Florencio Sánchez Bella, un sacerdote del Opus Dei con el que me dirigía

espiritualmente, le comenté:

-Don Florencio, ¿no ve qué desgraciada soy?

-¿Desgraciada por qué? ¿Es que no quieres a los demás?

-í, le dije tímidamente.

-¿Es que no puedes hacer cosas por los demás?

-Sí...

-Pues entonces -me dijo, con mucha fuerza- ¿qué necesidad tienes de pensar en otras cosas? Ya sabes que el Padre dice

que la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra..."

"Aquello me animó mucho y me puse contentísima al pensar en estas palabras: 'La felicidad del Cielo...'

Al Padre lo conocí años después, cuando yo ya era del Opus Dei, un día de mucho frío, en el aeropuerto de Barcelona,

durante una escala que hizo aquí. Fuimos tres chicas del Opus Dei a saludarle. Yo era muy jovencita y al principio

estaba como avergonzada... Nada más vernos, se acercó a nosotras sonriendo.

-Hola, Padre -le dije-, me llamo Rosa Pantaleoni y voy a estudiar Farmacia.

-Ah, sí, hija mía -me comentó en tono divertido-, ¡serás boticaria!

Y añadió, con un tono que indicaba que aquello debía recordarlo siempre:

-En las reboticas se puede hacer una gran labor apostólica. Acuérdate siempre que te he dicho que en las reboticas se

puede hacer una labor maravillosa.

Nunca olvidaré lo simpático que estuvo el Padre conmigo y las cosas tan bonitas que me dijo, mientras me hacía la

señal de la cruz en la frente. Me dijo que tenía que estar siempre alegre, muy alegre...

-¡Claro, Padre -le dije yo-, claro que estoy contenta; tengo lo mejor del mundo que es la vocación, y además he tenido la

suerte de conocerle a Vd.!

Las que venían conmigo estaban sorprendidas de mi desparpajo, pero es que el Padre no te intimidaba, no te cortaba...,

todo lo contrario. Me dijo que ¡adelante!, que a luchar, como si no pasara nada, y nos despedimos. Recuerdo que

entonces me miró con cariño y he guardado esa mirada del Padre durante toda mi vida..."

"En 1952 -prosigue Rosa- se puso Llar, un Centro del Opus Dei para la labor con mujeres jóvenes, en parte alta de la

calle Muntaner, muy cerca de la plaza de Adriano. Se empezó con muy pocos medios, y se pasó tanta penuria en aquella

casa que muchos días... no llegaba ni para lo justo. ¡Era todo tan modesto!

Era un pisito sencillo, pero muy agradable y acogedor. Tenía un planchero, con una mesa grande, una sala de estar bastante reducida y algunas salas más. En el oratorio no había bancos: nos arrodillábamos en uno de esos reclinatorios

de enea en los que te puedes sentar también, si le das la vuelta... Sin embargo, a pesar de los pocos medios, el oratorio

era precioso: estaba pintado con colores cálidos, y tenía un Sagrario muy digno, con unas lamparillas de aceite de color

ámbar y una imagen de la Virgen muy bonita y un suelo que brillaba de requetelimpio...

Page 60: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

En el anteoratorio estaba el confesonario. Nos atendía espiritualmente don Amadeo Aparicio, un sacerdote del Opus

Dei, que venía a celebrar la Santa Misa, a confesar y a predicar. También vinieron por allí durante aquellos años don

Emilio Navarro y don Florencio Sánchez Bella que atendía además la labor apostólica de Vic y Gerona.

Los sábados por la tarde el sacerdote solía dirigirnos una meditación junto al Santísimo, a la que asistían muchas chicas.

Había otra meditación los jueves, para las universitarias. Luego, durante la tertulia, se cantaba, se contaban anécdotas,

se reía y se tocaba la guitarra, en ese ambiente cordial, de familia, tan propio del espíritu del Opus Dei.

Un domingo de cada mes había retiro espiritual. El resto de los domingos muchas de las que iban por Llar solían irse de

excursión. Y se organizaban actividades culturales, como conferencias, o sesiones de teatro leído. ¡Incluso conciertos!

Recuerdo uno que tuvo lugar el día de San Rafael, antes de la meditación. Celebramos especialmente esta fiesta porque

los apostolados del Opus Dei con la juventud están encomendados a la protección de este arcángel. Hicimos los

programas y a primera hora de la tarde del día veinticuatro de octubre ya teníamos llena la sala del piano, la clase de

plancha y el cuarto de estar. No había sillas en la casa para tantas chicas como vinieron, y tuvieron que sentarse en

aquella alfombra verde que cuidábamos tanto... Tocamos diversas piezas Pili, Eulalia, Teresa y yo: Chopín, Granados,

Bach... Eulalia cantó algunas canciones mejicanas, porque estaban de paso algunas chicas mejicanas que se volvían al

día siguiente a su país, y luego tuvimos la meditación, en la que el sacerdote nos habló de los Angeles Custodios. Y

luego tuvimos la bendición con el Santísimo. Esa era una tarde de sábado en Llar...

Se daban también muchas charlas de formación humana y espiritual. Y una vez al mes tenían allí el retiro mensual un

grupo de chicas que trabajaban como empleadas del hogar. Y venían muchísimas chicas jóvenes, sobre todo estudiantes,

de Barcelona y de ciudades cercanas: de Vic, de Gerona, de Tarrasa, de Sabadell, de Badalona..."

Roser Fernández

"Yo venía de Badalona -recuerda Roser Fernández-. Entonces estudiaba primero de Magisterio, y un día una amiga mía,

Teresa Arquer, con la que me iba cada mañana a clase en el tren, me invitó a ir por LLar. Antes me había prestado un

libro que me había gustado mucho: 'Camino'. Y tanto me gustó ese libro que durante una excursión a Nuria me lo llevé

y se lo iba prestando a unos y a otros: 'lee -les decía- lee un punto, a ver qué te toca'. Entonces el interesado leía en voz

alta.

-Fíjate -le comentaba yo-, te viene que ni pintado...

Entonces no conocía el Opus Dei. Luego, cuando fui por Llar, me invitaron a hacer un curso de retiro y me enseñaron el modo de utilizar 'Camino': no era un libro para 'retratar' a mis amigos, sino para hacer oración personal, de tú a tú con el

Señor. De todos modos, me divierte recordar aquella excursión, porque verdaderamente cada punto de 'Camino' daba en

la diana...

En Llar me encontré con Montse Amat, con Mirufa Zuloaga, y más tarde con Lía Vila, la directora, que era una mujer joven, afable y acogedora. La recuerdo siempre sonriente: daba la impresión de que nunca sufría ninguna contrariedad.

Rompíamos algo: 'Calma -nos decía-, no os preocupéis: vamos a arreglarlo. No pasa nada'. Lía sabía hacer una cosa

después de otra, con serenidad, pero sin parar. Y llegaba a todo, sin agobios, dando la sensación de que no pasaba nunca

nada. Y sí que pasaba...

Fueron muchísimas las chicas que conocí en Llar durante aquellos años, y por eso me resulta muy difícil acordarme de

todas: Sylvia Pons, Pepa Castelló, Carmen Salgado, Teresa Negre, María del Carmen Delclaux, Carmiña Cameselle,

Rosa Pantaleoni, que tocaba el piano..."

María del Carmen Delclaux

"A Rosa yo la conocía de la Universidad -comenta María del Carmen Delclaux, que iba también por Llar-. Ella

estudiaba Farmacia y yo Químicas. Tenía muchísimas amistades. Conocía a todo el mundo y prescindía totalmente de

su limitación física. Era muy bromista y muy alegre, conducía su coche, y además, estaba aprendiendo a tocar el piano,

a pesar de que tenía una mano mal. Tanto era así que en las tertulias de Llar cuando iba a tocar el piano tenía que

ayudarse con una mano para colocar la otra sobre el teclado..."

Page 61: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"En Llar -sigue contando Roser- nos movíamos como si fuera nuestra casa, porque desde el primer momento sentíamos

aquello como algo nuestro. 'Oye -nos decían-, hay que hacer este plato de cocina: ¿nos puedes echar una mano? Mira:

tenemos que planchar unos manteles para altar del oratorio, ¿nos ayudas?'. Y si querías, las ayudabas y eras una más.

Nos dejaban muy claro que allí íbamos a aprovechar el tiempo: a estudiar, a formarnos humana, profesional y

espiritualmente; no había un momento en el que estuviéramos sin hacer nada. Estar de tertulia y charlando, sin más, era

algo inaudito: estábamos de tertulia, pero cosiendo. Rosa tocaba el piano y cantábamos: mientras, el resto, le dábamos

al 'pañito'...

...le dábamos al 'pañito' o bordábamos una mantelería, porque alguien había regalado la tela y la podíamos vender

después y sacar algo de dinero..."

La primera Escuela-Hogar

"Llar era además -recuerda Rosa- una Escuela-hogar: la primera Escuela-Hogar dirigida por mujeres del Opus Dei. Se

daban diversas clases: clases de plancha, de costura, y de francés e inglés a cargo de María Casal, una chica del Opus

Dei de origen suizo que se había convertido años antes al catolicismo. Y clases de piano, que daba yo.

Pero las clases que más éxito tuvieron fueron, sin duda alguna, las clases de cocina, que daba Digna Margarit, una de las

primeras mujeres del Opus Dei. Digna era una profesora verdaderamente excepcional. Había sido discípula de

Rondisoni, un cocinero muy conocido en Barcelona, que le había enseñado una cocina muy selecta.

Entonces no era muy frecuente que se dieran clases de este tipo; porque Digna no nos enseñaba a preparar platos

importantes y caros, ni postres complicados, no; nos enseñaba a preparar, con una gran calidad, menús económicos: el

menú de cada día. Y eso a las que íbamos nos importaba mucho, porque no nadábamos en la abundancia y nos convenía

asistir a unas clases que el día de mañana nos supusieran un arreglo para nuestra economía..."

"El primer año -recuerda Roser- éramos sólo cinco alumnas en esas clases de cocina; y ahora, gracias a Dios, al cabo del

tiempo, las cinco somos del Opus Dei. Y a pesar de ser tan pocas alumnas, Digna nos daba aquellas clases con tanta

seriedad y con tanta altura profesional que yo no pensé nunca que aquellas eran las primeras clases de la primera

Escuela-Hogar dirigida por mujeres del Opus Dei en todo el mundo. Al contrario: al ver la categoría y la seriedad con la

que se hacían las cosas, me parecía que habían muchas más escuelas de ese tipo en Barcelona y en todas partes, como

sucede ahora".

Montse Amat

"De todas formas, no fue nada fácil sacar adelante aquella Escuela-Hogar -añade Montse Amat, que participó

directamente en aquellos comienzos-. Recuerdo que durante aquellos años pasó el Padre por Barcelona y algunas

fuimos a saludarle al aeropuerto, en una escala que hizo de camino a Madrid. Le saludamos y estuvimos charlando unos

diez minutos. Nos comentó que le gustaría ir, como siempre hacía cuando venía a Barcelona, a saludar a la Virgen de la

Merced; pero que esta vez no podía ser y nos encargó que fuéramos a saludar a la Virgen de su parte. Estuvo muy

cariñoso y nos preguntó cómo iba la labor apostólica en Llar. Entonces le dijimos:

-Padre, nos cuesta mucho. Y tenemos muy pocas alumnas.

-Bueno, hijas mías -nos animó-, tened paciencia, tened paciencia.

Pero inmediatamente, añadió, con un gesto muy suyo:

-Pero no mucha, eh: ¡no mucha!"

"Aquellos comienzos de LLar fueron unos comienzos estupendos -continúa Roser-. Digna nos hablaba de los primeros

pasos de la labor apostólica del Opus Dei con mujeres en Madrid; y mientras nos enseñaba a cocinar un plato, entre

sofrito y sofrito, nos iba explicando, con mucha gracia, diversos aspectos de la doctrina cristiana. Todo lo hacía así:

suavemente, sin grandes aspavientos. Y sin parar. Era la gota incesante. Nos acercaba constantemente a Dios; unas

Page 62: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

veces nos hablaba de temas serios y profundos; y otras nos contaba cosas divertidas para que nos riéramos... como

cuando recordaba que nuestro Fundador le decía que ella mentía al decir antes de comulgar: 'Señor yo no soy digna'. '¡Y

tú -bromeaba el Padre- eres Digna, hija mía!'".

"En aquellos momentos las que vivían en Llar pasaban muchas estrecheces. Recuerdo que, cuando llegó el verano,

Digna quería enseñarnos a hacer helados, pero... en la casa no tenían nevera. Y claro, si no tenían ni para comer, mucho

menos para comprar una nevera. Hasta que se enteró de que rifaban una. Y nos dijo: '¿por qué no compráis unos

números, a ver si nos toca?'. Yo pensaba que era una broma, pero Digna nos insistía: 'Vosotras rezad, rezad, a ver si nos

toca la nevera'.

Total: tanto nos insistió, que compramos unos números... ¡y les tocó la nevera!

Yo entonces todavía no era del Opus Dei y al igual que muchas de las que íbamos por Llar, estaba muy intrigada por

saber dónde dormían las que vivían allí. Hasta que una noche me quedé más tiempo en el oratorio y al salir, un poco a

deshora, vi que ya se habían ido todas las alumnas. Sólo quedaban las que vivían en la casa y yo. Y mientras me iba

escuché sin querer a María Casal -que se creía que sólo quedaban en la casa las del Opus Dei-, que comentaba en la

habitación de al lado:

-No hay que preocuparse: si esta noche no nos llegan las mantas, no nos acostamos. Nos quedamos en el planchero con

la estufita, y por lo menos dormiremos.

Me quedé sorprendida: lo que hacían para dormir era extender las mantas y las sábanas en el suelo y ya está...; cuando

había mantas, naturalmente.

Para mí aquello fue un descubrimiento: entonces comprendí por qué no encendían la calefacción: no tenían dinero y esa

calefacción gastaba mucho; y había llegado el invierno y no tenían mantas. Luego me enteré que aquella noche estaban

esperando unas que les iban a regalar.

Así fui haciendo mis pesquisas y atando cabos. Y otra noche vi lo que cenaban: acelgas con acelgas, porque no había

para más. Entonces se lo dije a las otras alumnas que iban a la clase de cocina y aunque éramos gente joven y no

manejábamos mucho dinero, fuimos trayendo latas de comida de nuestras casas, y nos las íbamos 'olvidando' en la

cocina disimuladamente, haciéndonos las despistadas...

Lo que sorprendía era la elegancia y el señorío humano con que llevaban esta situación; tanto, que para algunas chicas

que acudían por allí pasaba inadvertida. Recuerdo, por ejemplo, que al llegar la Navidad una de las alumnas propuso

que les regaláramos un cuadro, una bandejita... Hasta que Digna me llamó y me dijo con toda claridad:

-Mira, Roser: aquí lo que verdaderamente nos vendría bien es una cesta de comida. ¡Eso es lo que nos vendría bien de

verdad...!

Estas situaciones de penuria tan extrema no son las habituales en el Opus Dei, donde cada uno se mantiene con su

propio trabajo profesional. Son circunstancias extraordinarias que suelen darse en los comienzos de la labor apostólica y

que gracias a Dios se solucionaron al poco tiempo. Nuestro Fundador pasó por circunstancias parecidas al comienzo de

la Obra. Pero yo no me he olvidado nunca de esto, porque aquellas mujeres me enseñaron como afrontar las dificultades

materiales con garbo humano y con sentido sobrenatural.

¡Guardo tantos recuerdos de aquella época! Durante un tiempo dimos clases de catequesis con Rosa Barrica, en el barrio

de la Salud de Badalona, y en una escuela de un barrio de barracas de la montaña de Montjuich. Aunque más que una

escuela aquello era una barraca, de ésas que usan los obreros para guardar el material. Allí venían los niños, que eran de

familias muy pobres.

Ibamos también con mucha frecuencia, como fruto de la formación cristiana que se nos daba en Llar, a visitar a gente

necesitada. Aquellos niños del Cottolengo... es como si los viera ahora: les dábamos de comer, les cortábamos las uñas,

los lavábamos...

Por su parte, algunas madres de familia del Opus Dei junto con sus amigas iban al barrio del Turó, un arrabal pobrísimo

de Badalona para dar catequesis y atender a las necesidades de aquellas gentes, que estaban en una situación muy

penosa. Era un barrio de barracas construidas por ellos mismos con maderas viejas, al borde un camino polvoriento,

entre piedras y socavones formados por las lluvias. Instalaron un dispensario, con la ayuda de algunas Cooperadoras del

Opus Dei, y más tarde un ropero para ayudar a aquella gente necesitada. Y se promovieron muchas labores apostólicas

Page 63: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

parecidas a ésa, en las que colaboraban muchas madres de familia, como Manolita, la madre de Montse, que por

aquellas fechas conoció la Obra".

10. LO QUE YO BUSCABA

"Yo conocí el Opus Dei a través de lo que me iba contando Manuel -recuerda Manolita- que se había puesto en contacto

poco tiempo antes con don Emilio Navarro".

"Todo sucedió de una forma muy sencilla. Una noche estábamos cenando con un matrimonio amigo nuestro -recuerda

Manuel Grases- cuando empezamos a hablar del Opus Dei. Yo seguía pensando que los casados no podían formar parte

de la Obra, pero lo que me contaron me interesó mucho; tanto que les pregunté quien me podía informar de todo

aquello. Me dieron una dirección en la calle Atenas. Allí me recibió un sacerdote: era don Emilio Navarro, aquel que yo

veía subir y bajar, por delante de la torre de Vallvidrera... Le conté mis inquietudes espirituales y me invitó a participar

en un curso de retiro en Vilafranca del Penedés. Entonces no existía todavía Castelldaura, que se puso pocos años más

tarde".

"En aquel momento -cuenta don Emilio- se estaba muy en los comienzos de la labor con hombres casados, y algunos no

entendían esta enseñanza constante del Fundador del Opus Dei: que el matrimonio es una vocación divina y un camino

de santidad. Manuel Grases sin embargo lo entendió muy bien y pidió la admisión como Supernumerario del Opus Dei

muy pronto, el 1 octubre de 1952, la víspera del aniversario de la fundación de la Obra".

"Aquello era lo que yo venía buscando desde hacía tantos años -cuenta Manuel Grases-. En la Obra me recordaron que

el amor humano y los deberes conyugales eran parte de mi vocación cristiana; que el matrimonio es un camino divino

en la tierra; que mi primer apostolado debía ser mi propio hogar, formando un hogar 'luminoso y alegre', junto con mi

mujer y mis hijos; y que había sido llamado por Dios desde toda la eternidad para llegar al amor divino a través del

amor humano...."

"Era un panorama maravilloso: ¡lo que había esperado desde siempre! Y me enseñaron también que tenía una misión

concreta que realizar como padre de familia: llevar a mis hijos al Cielo, a la santidad...

Me presentaron a Alfonso Balcells: era un médico catalán, animoso y decidido, que nos daba una charla de carácter

espiritual con algunos padres de familia en mi propia casa, a la que acudían otros miembros del Opus Dei y sus amigos.

A veces nos daba esa charla Juan Jiménez Vargas, un catedrático de la Facultad de Medicina de Barcelona. Tanto

Alfonso como Juan nos hablaban de oración, de santificarnos en nuestro trabajo, de apostolado, de querer a nuestra

mujer de verdad -de 'enamorarnos hasta de sus defectos cuando no son ofensa a Dios', como enseñaba el Fundador- de

volcarnos en la educación de nuestros hijos... Y cuando terminaba la charla y se iban todos los asistentes, yo le contaba

todo lo que nos habían dicho a Manolita y ella se entusiasmaba".

"Al oír lo que me iba contando Manuel -comenta Manolita-, decidí ponerme en contacto con algunas mujeres del Opus

Dei. Una de las primeras que conocí fue Digna Margarit (...). También conocí a Montse Amat en febrero de 1953.

Hablé con un sacerdote del Opus Dei, don Emilio Navarro. Me invitaron a un retiro espiritual y fui, porque como ya he

dicho, yo tenía costumbre de ir todos los años... Pero aquel fue distinto: me sorprendió gratamente el tono positivo,

optimista, sobrenatural con el que se enfocaban los temas espirituales. Los sacerdotes, por ejemplo, cuando nos

hablaban en las meditaciones de temas trascendentes, de alguna virtud de la vida cristiana o de algún sacramento, los

relacionaban siempre con la vida diaria, con la de todos los días. Eso me gustó mucho.

Nos hablaban de ser santas en la vida diaria. Debíamos santificarnos -nos decían- en nuestro propio hogar, con nuestros

hijos, en el lugar en el que Dios nos había puesto...

Me sucedió igual que a Manuel: inmediatamente pensé: ¡esto es lo que yo buscaba!

Vi cómo el Opus Dei me presentaba la santidad en la vida cristiana como algo asequible, como un ideal que podemos

alcanzar todos, jóvenes y viejos, laicos y sacerdotes, solteros y casados; comprendí que era el lugar donde Dios me

llamaba y... me decidí".

Page 64: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Han aparecido ya, a lo largo de este libro, la práctica totalidad de las personas que influyeron en la vida de Montse

Grases.

En primer término, hay que situar por razones obvias, y en un lugar especialísimo, a sus padres y al Beato Josemaría

Escrivá de Balaguer.

En un segundo lugar se sitúan aquellas personas que tuvieron sobre ella una influencia profunda, aunque menos directa, como sus hermanos, especialmente Enrique, el mayor; o personas como María Ignacia García Escobar, Carmen Escrivá

o Isidoro Zorzano -cuya Causa de Beatificación ya había iniciado la Iglesia en 1948- a las que no llegó a conocer, pero

que, como veremos más tarde, influyeron, de un modo u otro, decisivamente en su vida. También se pueden incluir aquí

a aquellos primeros miembros de la Obra, como Juan Jiménez Vargas, Alfonso Balcells o Digna Margarit, que dieron a

conocer a sus padres el espíritu del Opus Dei; y a Encarnita Ortega que, con el tiempo, trataría personalmente a Montse.

Encarnita vivía durante aquellos años en Roma y colaboraba con el Fundador en el gobierno de la labor del Opus Dei

con mujeres. Y veía cómo se iban haciendo realidad aquellos sueños de los que don Josemaría les hablaba años atrás en

aquel pequeño centro de la calle Jorge Manrique. La labor del Opus Dei se iba extendiendo, sin prisa y sin pausa, por

los cinco continentes: ya se había comenzado en Italia, Portugal, Inglaterra, Irlanda, Francia, Méjico, Estados Unidos,

Chile, Argentina, Colombia, Venezuela, Alemania, Guatemala, Perú, Ecuador...

En un tercer lugar hay que citar, lógicamente, a las mujeres, en su mayoría jóvenes, que encontraría en Llar, que le

transmitieron el espíritu del Opus Dei, haciéndose eco de las enseñanzas del Fundador; especialmente la Directora de

aquel Centro, Lía Vila.

La existencia de aquella adolescente de trece años que se iba a encontrar con el Opus Dei por vez primera, no se puede

contemplar aislada de la vida de todas estas personas. Tendría con cada una de ellas relaciones muy diversas, y sus

vidas, a partir de entonces, iban a entrelazarse entre sí de una forma sorprendente.

V

1 9 5 4 - 1 9 5 6

TIEMPO DE REIR, TIEMPO DE LLORAR

Rosa d'abril

Morena de la Serra

de Montserrat estel...

1. 27 DE ABRIL DE 1954

El santo de Montse

Aquel 27 de abril de 1954 hubo, como en todas las fiestas de la Virgen de Montserrat, alegría y regocijo en el hogar de

los Grases. ¡Era el santo de Montse! Se sucedieron las felicitaciones de todos los hermanos, como en todos los "santos"

que se celebraban en la casa. Manolita se fue con la imaginación a la Santa Montaña: le parecía escuchar las voces

graves de los monjes del monasterio entre los picos escarpados en los que la imaginación popular veía figuras

fantásticas: el "Gegant Encantat, el Setrill, la Panxa del Bisbe..." En aquel momento -pensaba- se alzarían al cielo las

voces blancas de los niños de la escolanía con la melodía entrañable del "Virolai" o la Salve montserratina... y habrían

llegado allí, como en todos los días de su fiesta, cientos y cientos de peregrinos de toda Cataluña para besar la imagen

de la Moreneta y participar en los actos litúrgicos, que en Montserrat revestían una especial solemnidad...

Page 65: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Durante los primeros años de su matrimonio Manuel y Manolita habían pasado allí varias noches de Navidad:

¡Montserrat! Un nombre cuya significación más honda en el alma catalana ronda lo inefable:

íl.lumineu la catalana terra

guieu-nos cap al cel...

Una caricia de la Virgen de Montserrat

Aquel día, en la Sede central del Opus Dei en Roma la vida seguía su curso normal, y todo parecía indicar que esa fiesta

de la Virgen sería un día más de trabajo en la cálida primavera romana. Pero...

"Al mediodía, era la una menos diez -recuerda Encarnita Ortega-, Don Alvaro le puso (al Padre) una inyección de una

nueva marca de insulina retardada; después bajaron los dos al comedor porque era la hora de comer (...).

El Padre (...) desde hacía bastantes años sufría de diabetes, y estaba pasando una temporada en la que la enfermedad se

había agudizado. Todas las semanas se le hacían análisis y cada vez el resultado era más negativo, a pesar del régimen

alimenticio tan riguroso y de la alta dosis de insulina que se le aplicaba.

De repente, ya en el comedor, sentado, tuvo un shock anafiláctico, se dio cuenta de que se moría y le pidió la absolución

a don Alvaro y como don Alvaro quedó, por la sorpresa, un poco desconcertado, el Padre le inició la fórmula y quedó

ya sin sentido".

Era un shock anafiláctico. Don Alvaro del Portillo, después de darle la absolución intentó que tomara algo de azúcar. Se

avisó rápidamente al médico. Y a los pocos minutos, lentamente, el Fundador empezó a recobrarse, aunque se había

quedado ciego.

Vino el médico, que se quedó extrañado de la situación: habitualmente una reacción de ese tipo solía ser mortal casi de

necesidad. Sin embargo, don Josemaría se repuso y recobró la vista al cabo de varias horas. Y desde aquel día la

diabetes quedó totalmente curada. Había sido una caricia de su Madre la Virgen en el día de la fiesta de Montserrat...

"Dios quiso que se recuperase -recuerda Encarnita Ortega-. Y pocas horas después cuando pudimos verle -nos llamó a

María José Monterde y a mí, que éramos las que nos habíamos enterado-, para tranquilizarnos nos decía:

-Personalmente estaba muy tranquilo, aunque me daba pena irme de vosotros. Pero, por todo lo que habéis pedido por

mí al Señor, El os ha oído y me concede una nueva etapa fecunda.

Como nosotras permanecíamos un poco alarmadas -era lógico-, para alejar toda preocupación se puso a realizar un

trabajo en el que pidió nuestra colaboración y lo salpicaba de detalles de buen humor y de proyectos de nuevas

actividades.

Su paz ante la vida y ante la muerte fue una lección más de serenidad y de abandono total en los brazos de Dios".

2. OCTUBRE DE 1954. ¡AQUELLA MIRADA!

Así pasó el verano.Meses después, un día de octubre de aquel mismo año de 1954, Manolita García pulsaba el timbre de

LLar acompañada de su hija mayor. "Fui a recogerla a la salida del Colegio -cuenta- y la llevé a Llar. El piso estaba

varias manzanas más arriba, no muy lejos de casa: a unos veinte minutos andando. Nos recibió Mirufa Zuloaga que era

la Directora, y Pepa Castelló, que le estuvo enseñando el piso y le presentó a las chicas que iban por allí".

"Aquel día -cuenta Pepa- estábamos colgando unos cuadros en el pasillo cuando me presentaron a Montse. Recuerdo

que le pregunté si me podía echar una mano y me dijo que sí. Se fue su madre y ella se quedó ayudándome a colgar los

cuadros". -"Era una chica guapa y simpática -recuerda Mirufa Zuloaga-, muy sonriente". -"Traía -cuenta Rosa- el

Page 66: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

uniforme de las Damas Negras y venía con el lazo suelto del pelo, mirándonos con un poco de desconfianza... Es como

si la estuviera viendo... Me la presentaron, me escuchó cómo tocaba un rato el piano, y al final le pregunté:

-¿Te gustaría recibir unas cuantas clases de piano?

-Sí que me gustaría y que me enseñaras a acompañar canciones y todo eso.

Y se fue jubilosa y contenta, sin aquella pequeña desconfianza que tenía cuando entró".

"Cuando vino por la noche estaba contentísima -recuerda su madre-. Nos estuvo contando que si las de Llar eran así,

que si Pepa le había dicho esto, que si Pepa por aquí, que si Pepa por allá... Siempre he pensado que aquel día se le

quedó el corazón allí".

"A partir de ese día -recuerda Rosa- continuó viniendo a Llar con cierta frecuencia; sobre todo los sábados, que era el

día en que teníamos la meditación. Enseguida se hizo amiga de todas, porque tenía el don de saberse hacer amiga de la

gente, con su forma de comportarse, tan sencilla y amable. Tenía montañas de amigas: las del Colegio, las de Seva... y

las quería muchísimo".

María Luisa Suriol subrayaba estas cualidades, y añadía: "pero no se podía decir al verla: 'esta chica es una santa',

porque no destacaba en nada; era corriente, pero encantadora".

"Muchas de esas amigas empezaron a venir por Llar -añade Pepa- gracias a Montse, y organizamos con ellas una charla

de formación humana y espiritual. En esas charlas se les hablaba de santificar el trabajo, de ofrecer las clases, y las

horas de estudio; de tratar personalmente al Señor en la oración, del sentido cristiano de la mortificación y de cómo ser

contemplativos en medio del mundo; y también de algunas virtudes humanas, como la sinceridad, la lealtad, la

alegría..."

"¡Aquella mirada...! -continúa Rosa-. Con aquella mirada te lo decía todo". -"Era lo que más sorprendía de Montse -

cuenta Carmiña Cameselle-. Era una mirada clara, serena como ella, aunque tenía algo de genio. Su padre decía que

tenía 'un pronto'..."

"Es verdad. Era dulce de manera de ser -concluye Rosa- y enérgica al mismo tiempo. Y espontánea, terriblemente

espontánea. ¡Ah!, ¡y no le gustaba nada que la contradijeran! En cuanto la pinchaban, se enfadaba enseguida. Por eso, a

mí me gustaba mucho hacerla enfadar, porque enseguida picaba...

Pero no es que tuviera mal genio: es que era una chica muy extrovertida, con un carácter muy vivo, que de vez en

cuando salía a relucir... Una vez le comenté: 'mira: nos hemos ido de excursión, pero hemos llamado a tu casa y me han

dicho que no querías ir'. '¡Pero! ¡Pero...! ¿Pero cómo que no quería ir! ¡Si no me has preguntado nada! ¡Pero cómo, si...!'

Saltaba como una avispa. 'Sooo, para, para, para -le dije para que se calmase-, que es una broma...'"

"Desde el primer momento -continúa Rosa- le encantó el ambiente de Llar. Y además de venir a los medios de

formación humana y espiritual, empezó a asistir a mis clases de piano: se matriculó, pagó su cuota y comenzó a ensayar

en aquella pianola que había regalado mi padre, porque yo estaba siempre: 'Papá un piano, papá un piano...' y en cuanto

se enteró mi padre de que una prima mía vendía una pianola nos la compró para que pudiéramos tener las clases..., ¡y

para que yo le dejara en paz con el dichoso piano...!

La recuerdo allí, ensayando sobre el teclado, con aquella sonrisa... Siempre tan contenta, siempre tan alegre... Entendió

muy bien desde el principio que la alegría es un rasgo fundamental del espíritu del Opus Dei".

"Era muy divertida. Rebosaba vida y salud: se estaba a gusto a su lado. No era murmuradora y no le gustaban los

chismes. Sabía ceder y confiar en los demás. Y tenía un sentido innato de la justicia: si alguna le decía que ésta o la otra

se había colado en el tranvía sin pagar el billete, se ponía seria..."

"Era, además, muy deportista: y siempre me estaba contando sus partidos de tenis, sus excursiones por el Montseny, sus amigas... Y le gustaba mucho el teatro. Recuerdo que una vez intervino en una sesión de teatro leído en la que

representamos 'El alcalde de Zalamea'. No lo recuerdo bien, pero me parece que ella hizo de alcalde...

Sí; de alcalde, estoy casi segura: y yo en broma le decía que era un papel muy adecuado para ella, porque como era la hermana mayor, estaba muy acostumbrada a llevar la batuta. Eso se notaba en todo lo que hacía: cuando salía de

excursión enseguida hablaba con unas y otras, y concretaba la hora de salida y el sitio al que íbamos a ir y lo organizaba

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todo; y además lo organizaba muy bien. Por eso, yo le decía que había nacido para caudillo... pero no era más que la

consecuencia lógica de que había tenido que cuidar a siete hermanos y esto te da siempre mucho desparpajo en la vida...

Era la hija mayor, su madre contaba mucho con ella y eso se notaba".

"Sí; le gustaba organizar cosas -puntualiza su hermano Enrique- pero no por una voluntad de protagonismo, sino porque

los demás contaban mucho para ella. Le gustaba estar con otros y planear cosas con y para los demás".

"Con su madre tenía una gran confianza -sigue contando Carmiña- y se lo contaba todo. Estaban muy compenetradas.

Se miraban y bastaba con una mirada para que se entendiesen perfectamente".

Lo importante es hacerlo

"Recuerdo que cuando iba a las cuestaciones de la Cruz Roja -dice Rosa- era la que colocaba más banderitas. ¿Por qué?

Porque si había que ir a las ocho, Montse se presentaba allí desde el primer momento para poner banderitas... Pero no lo

hacía por llamar la atención, por destacar, no; porque yo le preguntaba:

-¿Cuánto dinero has recogido, Montse?

Y me contestaba siempre:

-¿Eso qué importa, Rosa? Lo importante es hacerlo...

-Pero mujer -le decía yo, extrañada-: ¿No has mirado, ni siquiera por curiosidad, para ver lo que había dentro?

-No, no he mirado nada. No se pueden hacer las cosas para mirar después...

Su mentalidad era ésa: hacer el bien y no mirar a quién. Era generosa, muy generosa. Tenía muchas virtudes humanas; y

se identificó muy bien con el espíritu del Opus Dei y se entusiasmó muy pronto con el ideal de ser santa en medio del

mundo, de santificar el trabajo y de ayudar a los demás en el camino hacia la santidad... Recuerdo que hablábamos

mucho de apostolado y de acercar a nuestras amigas a los sacramentos. Yo le decía: 'Fíjate: a lo mejor, la única

oportunidad que tendrá esta amiga tuya de oír hablar de Dios es... la que tú le brindes. Y venir a escuchar a un

sacerdote, y confesarse es muy importante. Tienes que ayudarla...'.

Entonces empezó a traer a Llar a amigas de su clase, de su pandilla de Seva... Ese afán apostólico lo tuvo siempre:

mucho antes de tener vocación al Opus Dei.

Se dio cuenta perfectamente de las penurias económicas que pasábamos en Llar, porque un día me dijo:

-Hay gente que dice que en el Opus Dei hay tantas cosas y yo veo que en esta casa se pasan tantas necesidades...

Y concluyó con un comentario que me gustó mucho:

-Cuando quieres saber una cosa lo primero que tienes que hacer es vivirla. Y sólo entonces puedes hacer un juicio..."

Un cambio sorprendente

"Fue sorprendente el cambio que experimentó a partir del momento en el que comenzó a ir por Llar -sigue recordando

su madre-. Y sus hermanos lo advirtieron también. Antes se metían mucho con ella porque estaba algo gordita; sobre

todo para hacerla rabiar, porque se enfadaba... pero a partir de entonces, fue desapareciendo poco a poco aquel

vinagrillo de su carácter. Se limitó a callarse. Y sus hermanos la fueron dejando en paz: se dieron cuenta de que perdían

el tiempo...

Fue limando, también poco a poco, algunos defectos de su carácter. Por ejemplo: no le gustaba nada que la llamasen

Montsita. Pero no lo dijo nunca: y cuando alguna de Llar la llamaba así, sin saber que esto la molestaba, sonreía en

silencio...

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Observé también cómo empezaba a vivir un pequeño plan de vida espiritual. Nada más levantarse luchaba por saltar

enseguida de la cama, sin ceder a la pereza... luego se iba rápidamente al colegio; venía; comía justito y se marchaba de

nuevo a clase. Y del Colegio se iba a Llar. Allí estudiaba, hacía un rato de oración, asistía a algún medio de formación y

ayudaba a la marcha del Centro; en concreto sé que preparaba con todo detalle todo lo necesario para el oratorio, cosa

que le hacía mucha ilusión. Y algunos fines de semana se iba de excursión".

"Le encantaban las excursiones -cuenta Pepa- y hacíamos muchas. Recuerdo que antes de salir íbamos a Misa, y

siempre me sorprendía encontrar a esas horas -a las seis y media o siete de la mañana de un domingo- las iglesias llenas

de jóvenes que iban a cumplir con el precepto dominical.

En definitiva: Montse se lo pasaba de maravilla en Llar".

"Sí -añade su madre, sonriendo-, tan de maravilla se lo pasaba en Llar, que a veces me llegaba a casa un poquito tarde.

¡Y tuve que ir un día allí a quejarme y a decirles que le metieran prisa a la hora de volver...!"

Ni un segundo que perder

"Ella era sobre todo amiga de Ana María Suriol, Sylvia Pons y otras que eran de su misma edad -sigue contando Rosa-.

Sin embargo aunque se llevaba algunos años conmigo, congeniamos muy bien. Hablábamos de todo; de cine, de teatro,

de los planes apostólicos que podíamos hacer con las amigas que teníamos en común... Entonces estábamos

comenzando la labor del Opus Dei con chicas jóvenes en Barcelona y no teníamos ni un segundo que perder...

Recuerdo que un día estábamos hablando de Dios, y yo le comentaba que cumplir la voluntad de Dios es lo único

importante en nuestra vida. ¿Qué hubiera sido mi vida sin Dios? 'Mira Montse -le dije sin darme cuenta del alcance de

lo que le decía- tú ahora te encuentras bien, pero en un momento dado, como me sucedió a mí, te puede fallar todo lo

físico... ¿y entonces qué? Si no estás unida a Dios todo se te derrumbará.

-Tienes toda la razón, Rosa -me dijo- Yo también quiero estar cerca de Dios; y si algún día me sucediera lo que a ti me

gustaría continuar con la misma alegría y con la misma ilusión que tengo ahora...'.

-Fíjate -me dijo en una ocasión-, lo que me estoy planteando: mortificar la vista. A mí me gusta mirar ¡por todas partes!

Voy por la calle y miro; voy junto a una librería y miro; junto a una tienda de ropa y miro..., y me han dicho que tengo

que empezar a mortificarme en estas pequeñas cosas.

-Pues chica -le comenté yo-, a mí esas cosas no me importan tanto: a mí lo que me gusta es leer, oír música...

-Claro... Entonces no mirar no supondrá la misma mortificación para ti que para mí.

Es verdad -pensé-, Montse tiene razón. Ella va habitualmente a pie por la calle, y yo, por mi situación, no lo hago

nunca; y al que va andando esas cosas le deben costar mucho más...

Y al cabo de una semana me dijo que estaba luchando mucho en estas pequeñas mortificaciones y que estaba

consiguiendo dejar de mirar muchas cosas..."

Montse estaba dando los primeros pasos en el camino de la mortificación hecha por amor a Dios. Mortificación en lo

pequeño: de la vista, de la curiosidad... "¿No has contrariado, alguna vez, en algo, tus gustos, tus caprichos? -pregunta

el Fundador del Opus Dei- Mira que Quien te lo pide está enclavado en una Cruz -sufriendo en todos sus sentidos y

potencias-, y una corona de espinas cubre su cabeza... por ti".

"Pero no nos pasábamos todo el día hablando de temas espirituales -prosigue Rosa-; nos gastábamos muchas bromas,

nos contábamos chistes... y nos teníamos mucha confianza para decirnos las cosas. Recuerdo que yo la invitaba cada

sábado a la meditación que daba el sacerdote; y a veces me decía:

-Chica, es que te pasas; no seas pesada.

Pero al final, siempre venía.

Page 69: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Esas meditaciones las teníamos en el oratorio de Llar, donde había una cruz de palo. Y yo le comenté alguna vez,

alentándola a ser generosa:

-Montse: mira esa Cruz: es la tuya. Cuando quieras la coges...

Y ella me contestaba:

-Pero Rosa, ¡qué pesada te pones con lo de la Cruz!

Y yo le decía:

-Vétela mirando..."

3. VERANO DE 1955. NAPOLEON TENIA CIEN SOLDADOS

En el año 1955, la situación profesional de Manuel se normalizó con su nuevo trabajo en una empresa constructora, y

cuando terminó el curso escolar, los Grases volvieron, como de costumbre, a Seva. Y allí, con la llegada del calor

veraniego, comenzaron las tertulias familiares en el jardín, bajo la sombra de los árboles y las excursiones por los

alrededores.

Algunos domingos, Manuel y Manolita con alguno de sus hijos y los de algún amigo, iban de excursión por el

Montseny. Salían de Seva muy temprano con las mochilas, comían cerca de alguna fuente o al abrigo de algún caserío,

si llovía, y regresaban desde Viladrau, Tagamanent, El Figaró, Aiguafreda, San Marçal,... después de andar seis o siete

horas. En esta fotografía se ve a Enrique y a Montse junto a la ermita de Sant Bernat.

Sin embargo, a medida que fueron creciendo, los mayores fueron organizando sus propias excursiones. Y era fácil

encontrar, muchos días de verano, a los hijos de los veraneantes de Seva trepando por la falda del Matagalls, sudorosos,

y cantando a voz en grito las hazañas de Napoleón, quitándole cada vez una palabra a la letra de la canción...

Napoleó tenia cent soldats

Napoleó tenia cent soldats...

El "grupo de hijos de veraneantes" estaba compuesto por chicos y chicas de edades muy diversas: muchos eran hijos de

familias numerosas. Por ejemplo, los Grases en aquel momento eran ocho. Eso hacía que en el grupo hubiese varias

parejas de hermanos: Pepón y Marisa Ferrater; María Luisa y Ana Xiol; José María Vives y su hermana Pilar, a la que

todos llamaban Pilusi; Juan Antonio, Andrés y Javier Framis; María Teresa, Vicente María y María Eugenia Galilea y

sus primos Pepito, Jesús y Cuca... Aquí están algunos en una foto hecha años antes, en la que se aprecia plásticamente, por medio de las estaturas, la "escalera" de edades formada por los hijos de los Grases y de los Xiol. Montse es la

tercera por la derecha:

Se llevaban muy bien entre ellos, a pesar de la diferencia de edades: en aquel año los mayores rozaban los quince años,

salvo alguno como Andrés Framis, que había alcanzado una edad casi venerable: ¡casi veinte!

Montse trepaba entre ellos, monte arriba, cantando y riendo, como todos, junto a su amiga María Luisa. Ahora, aquella

subida era para ellas coser y cantar; no como años atrás, cuando subieron por primera vez el día del "Aplec" al

Matagalls, a los once años. Las llevaron los padres de Montse. A la mitad del camino ya no podían ni con su alma,

aunque seguían cantando:

Napoleó tenia cent...

Napoleó tenia cent...

Pero no podían pararse: ¡Si no, dirían que el Matagalls era demasiado para ellas y no las dejarían subir más! Tenían que

seguir trepando monte arriba y coronar la cumbre como fuera...

Page 70: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Como queríamos demostrar que podíamos -cuenta María Luisa-, íbamos todo el rato delante, medio muertas, pero sin

decir nada.

Recuerdo que cuando nos preguntaban si estábamos cansadas (...), respondíamos a coro: ¡NO! Y luego nos hacíamos

nuestras confidencias particulares:

-¿Estás cansada Montse?

-Sí. Yo no puedo más...

-Y yo tampoco...

Pero íbamos siguiendo".

A duras penas lograron llegar ¡por fin! a la cumbre. Allí descansaron, rieron, cantaron y se hicieron algunas fotos, como

ésta, en la que aparece Manolita junto a la Cruz.

Pero eso era agua pasada: ahora ya no se agotaban; ahora se superaban fácilmente aquellas cuatro horas de ascensión

desde El Brull al Matagalls, con sus 1.694 metros de altura, uno de los tres picos importantes del Montseny, junto con

les Agudes, que llega a los 1.706 y el Turó de l'Home, con 1.712. Y lo subían además, cantando:

Napoleó tenia...

Napoleó tenia...

Y al llegar a la cima, ¡qué maravilla! Se veían al fondo, recortados sobre el cielo, los otros picos del Montseny... Allí, en

todo lo alto, junto a la Cruz que puso, según cuenta la tradición, San Antonio María Claret, se celebraba el primer

domingo del mes de julio una romería, se bailaban sardanas y subía el mismísimo Obispo de Vic a decir Misa...

De todas formas a Montse no le gustaba pasarse las horas muertas contemplando el paisaje, como recuerda Ana María

Suriol y en cuanto la inevitable tortilla de patatas sucumbía al voraz apetito de los montañeros, iniciaba el descenso:

otras tres o cuatro horas de bromas, cuesta abajo, entre risas, sudores y canciones.

Napoleó...

Napoleó...

El Montseny es un lugar propicio a la fantasía: a los viejos montañeros les gustaba relatar la vieja leyenda del mal

cazador que dejó de ir a Misa por cazar una liebre y vagaba eternamente por el espacio... Ellos preferían temas más

comunes: anécdotas del colegio, deportes, música... o algo tan socorrido como comentar las películas del cine de la

parroquia.

-"¿Qué película ponen esta semana?"

-"Una que han estrenado hace poco: 'Siete novias para siete hermanos'".

-"¿Esa? ¡Pero si ya la he visto yo en Barcelona! -comentaba uno-. Es muy buena, os la voy a contar. Pues resulta que

hay siete hermanos en un rancho del Oeste, de ésos que hay en las montañas, en las montañas del Oeste, claro; y

entonces el hermano mayor se casa; y entonces bajan todos al pueblo; un pueblo del Oeste, claro; y entonces hay un

baile muy divertido; y entonces en ese baile cada hermano conoce a una chica; y entonces piensan que lo mejor es

secuestrarlas a todas; y entonces bajan y las secuestran; y entonces..."

Y contaba la película entera, ante la desesperación de los que no la habían visto todavía. Pero no todo era cine. A veces

hablaban de temas más elevados, relacionados con Dios y compartían parecidas inquietudes espirituales... "Nos

gustaban las mismas cosas -recuerda María Luisa-, y teníamos muchos puntos de vista iguales respecto al modo de

tratar a los chicos y manera de ser de las chicas; no sé, cosas que entonces a los 14 y 15 años nos parecían de suma

trascendencia..."

Page 71: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Recuerdo con ilusión -prosigue María Luisa- las tardes de septiembre que, al anochecer pronto, cuando volvíamos de

las excursiones, teníamos que bajar por la carretera del Brull, con luna o estrellas; siempre cantábamos; entonces

hacíamos la Visita en la Iglesia del Brull".

Un día la conversación discurrió por derroteros más íntimos y personales. "Recuerdo las circunstancias perfectamente,

aunque no exactamente la conversación -dice María Luisa-, del día que quizás hablamos más profundamente. Era una

tarde, volviendo de las Agudes. Montse no había subido al pico, porque en su casa lo consideraban peligroso. Al

regreso, ellos nos vinieron a buscar. Se hizo de noche, y todo el camino fuimos Montse y yo, separadas del resto del

grupo, hablando de Jesucristo: si cuando estábamos tristes, le contábamos las cosas -Montse le llamaba 'el Señor'-, y lo

que nos ayudaba el descansar en El".

Una amiga de mi hermana

"Así la recuerdo -comenta Jorge Suriol, hermano de Ana María-: como en esta fotografía que le hicieron en el

Montseny, junto a la ermita de Sant Bernat; con una de aquellas faldas amplias que le gustaban tanto, y un pañuelo de

colores alegres y el pelo rubio recogido..."

"Me gustaba mucho cómo vestía: tenía un estilo muy alegre y muy juvenil; y guardaba siempre aquel equilibrio tan

suyo: no se pasaba nunca, ni por ñoña ni por lo contrario..."

El enigma del Gurri

Seva es un pequeño pueblecito de la comarca de Osona, a 663 metros de altitud. Enclavado al sur de la sierra del

Montseny, se asoma hacia la extensa plana de Vic. Su población, a mediados de los años cincuenta, era de unos mil

habitantes, poco más o menos -1.031 aseguraba el pasado censo de 1950-, que se incrementaban con algunos cientos

más durante los meses de julio y agosto, gracias a la afluencia de veraneantes, en su gran mayoría barceloneses.

Durante el verano ofrecía a los forasteros -cansados de respirar asfalto, semáforo y tranvía- sol de montaña, tranquilidad

de pueblo y un airecito fresco por las noches que era la gloria. Desde allí se podían hacer muchas excursiones y se

celebraban unas buenas fiestas patronales, que tenían lugar, como en gran parte de los pueblos de España, el 15 de

agosto: "la Virgen de Agosto". Y contaba además con el aliciente del "Gurri".

¿Quién era el Gurri? ¿Un bandolero? ¿Un nuevo personaje de las películas del Gordo y el Flaco? ¿Un compañero de

aventuras de Crispín y el Capitán Trueno? No; el Gurri no era nada más que un arroyuelo sin pretensiones. No era ni

siquiera un río; ni siquiera un "aprendiz de río", como el madrileño Manzanares; era algo más modesto: un afluente de

segunda del Ter que, desde su nacimiento, al pie del Pla de las Fuentes, bajaba serpenteando tímidamente, haciendo

meandros entre hayedos, robledales y pinares, al pie de los campos donde los cazadores aseguraban que había caza

menor y con mucha, pero muchísima suerte, algún que otro zorro despistado...

Sin embargo, a los hijos de los Grases la modesta condición del Gurri no les importaba demasiado: mientras fueron

pequeños se lo pasaban de primera con su "río" de segunda como se ve en esta fotografía:

La verdad sea dicha, el modesto Gurri cumplía discreta pero eficazmente, su función de "río de recreo". Su cuenca no

era precisamente la del Amazonas; pero allí se podía chapotear y experimentar todo tipo de saltos acrobático-acuáticos

sobre la espalda del hermano mayor. Y además, no había que quitarle tanta importancia al Gurri: era un río pequeño,

pero no era un río normal y corriente: ¡incluso tenía un secreto! ¿Por qué bajaban siempre tan rojas las aguas del Gurri?

¡Ah, ah, eso era un enigma!

Además, bajara el agua roja, azul, amarilla, o verde esmeralda, el caso es que servía para bañarse: ¡cuántas volteretas,

cuantas risas, gritos, saltos y chapuzones inesperados soportó mansamente sobre sus espaldas mojadas durante aquellos

años el pobre Gurri!

Villa Josefa

Page 72: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Tras el baño les esperaba a los pequeños Grases la comida en Villa Josefa, una casa que alquilaban sus padres durante

los veranos,que hacía esquina entre la carretera que seguía hacia Viladrau y el desvío que lleva a El Brull y a Coll

Formic.

Villa Josefa era un gran caserón de pueblo; y si no tuviera aquel remate de cerámica sobre la puerta con la inscripción

"Any 1906", en el más puro estilo del modernismo catalán, parecería un edificio italiano, con sus puertas de madera

roja, sus paredes de color ocre y aquel balcón de hierro torneado al que se asomaban los niños por las tardes.

Después de la comida, salpicada de bromas y risas entre unos y otros, los pequeños Grases se quedaban charlando en el

jardín, sentados en unas grandes y escurridizas hamacas de lona. ¡Qué bien se estaba allí, bajo la copa del tilo y las

acacias, junto a aquel gran medallón de lirios que Manolita protegía a duras penas de las incursiones de sus hijos!

"Procurábamos dar un sentido cristiano a aquellos meses de verano -comenta Manolita-: vivíamos las costumbres de

cualquier familia cristiana, y hacíamos todo lo posible para que los chicos no estuviesen sin hacer nada: ya se sabe; esos

momentos de ociosidad inútil 'con los sentidos despiertos y el alma dormida' son el gran enemigo de las vacaciones. Les

estimulábamos a leer, a hacer deporte, a conocer nuevos amigos..."

Poco a poco, verano tras verano, habían hecho bastantes amistades en el pueblo. Algunos de un modo insospechado. Un

día, mientras Manuel proyectaba una película en el jardín, asomaron su pequeña nariz por entre los barrotes de la verja

de entrada los hijos de los Framis. "¿Queréis entrar...?" -"Bueno...", dijeron con bastante decisión, porque aquel cine

familiar con programación libre, era mucho mejor que el cine de verano de la parroquia. Y además, ¡no había que

aguantar el No-Do, ni pagar entrada!

Después de la tertulia familiar, los más pequeños se iban a corretear de nuevo con las bicicletas por el campo. Los

mayores unas veces subían hasta El Brull y otras se paseaban por Seva y se reunían en lo que entre ellos llamaban "el

casino", como habían bautizado al garaje de una casa particular: la de los Galilea. El señor Galilea -alto, bondadoso, con

cierto aire patriarcal- había instalado allí, para ellos, un ping-pong, un lugar para escuchar música y unas cestas de

baloncesto en el jardín.

"Unas veces íbamos todos juntos -recuerda Andrés Framis-, pero las más, separados. Y pasaba lo que suele suceder en

las pandillas de chicos de trece o catorce años: que aunque íbamos en grupo, las chicas iban por su cuenta y los chicos

formábamos rancho aparte".

Montse era especialmente amiga de María Luisa Xiol, una chica alta, simpática y muy buena deportista, que era sólo

veinte días mayor que ella. Sus madres eran también muy amigas entre sí: se habían conocido años antes, siendo aún

solteras, y esa amistad se había intensificado con los años al coincidir en Seva con sus respectivas familias numerosas.

Muchas tardes se veía a Montse y María Luisa dando vueltas por Seva, aunque, la verdad sea dicha, Seva no necesitaba

muchas vueltas: con dos o tres bastaban para conocerse de memoria las esquinas, las ventanas y las casas de aquel

pueblo como la palma de la mano: la iglesia, la plaza donde se bailaban sardanas, la panadería, las serrerías, las tahonas,

el Ayuntamiento, las casas de grandes piedras rojizas y ladrillo visto, y los postes indicadores en la esquina de la

carretera: Montseny a 24 Km. El Brull a 3,5 Km. Y Palautordera a 34 Km.

Allí, en Palautordera, estaba aquella imagen de la Virgen a la que cantaban los montañeros:

Santa Maria

Mare de Deu

Palautordera

mon cor es teu

Montseny empara

tanta verdor

i els camps prepara

Page 73: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

per la tardor...

"Montseny empara tanta verdor..." El Montseny amparaba también un edificio que se veía a lo lejos, semioculto entre

las encinas. Era un sanatorio, "y allí -le contaba su padre a Montse- fue donde conocí yo a tu madre. Te voy a contar

como fue. Resulta que cuando me vine de Suiza..."

Realmente Seva era un pueblo pequeño, pero ¡qué bien se estaba allí en verano! Se podía hacer de todo: combates de indios por el bosque o buscar "bolets" (setas). "O íbamos -como recuerda María Luisa- al 'prado dels Sords' y desde las

diez hasta las dos jugábamos infatigablemente, con sus hermanos Enrique, Jorge y mi hermana Ana, y otros veraneantes

y del pueblo, a 'pichi' -una especie de base-ball rudimentario-. Montse y Enrique eran los capitanes de los dos equipos, y

siempre terminaban con peleas, y todos enfadados (...), aunque luego todo se olvidaba enseguida".

"Organizábamos muchas excursiones con ellos -recuerda Manuel-, porque ya se sabe que la tentación, en verano, es

quitarse los niños de encima... A veces tomábamos las bicicletas, las subíamos en el tren y nos bajábamos en Centellas,

un pueblo cercano, y desde allí, pedaleando, pedaleando, llegábamos a San Quirce de Safaja donde nos bañábamos en

sus 'gorgs', con un agua bastante más limpia que la del Gurri.... Y se lo pasaban bien, tal como se ve en ésta fotografía".

La iglesia de Santa María

Habitualmente, al finalizar estas excursiones veraniegas bajaban a hacer una visita al Santísimo en la iglesia de Santa

María, una iglesia del siglo XI, con buen retablo barroco, regalo de los monjes de Montserrat como agradecimiento a

que el Abad pudiera haber salvado la vida en aquel pueblo durante la guerra civil.

En el centro del retablo se venera una imagen de la Asunción de la Virgen: allí había subido Montse algunas veces de

pequeña, para besar la imagen, con cierto susto porque había que acceder hasta el camarín por unas escaleras empinadas

y oscuras. El retablo tiene un remate simpático: a cada lado del cuadro que representa la genealogía de la Virgen, dos

ángeles orondos y mofletudos sonríen a los fieles tocando la guitarra. No el laúd, ni los timbales, ni el arpa, no: la

españolísima guitarra.

A la izquierda de la nave se veía la capilla del Santísimo; y a la derecha una capilla dedicada a San Isidro, con dos

instrumentos alusivos al Santo en la base del altar: una pala y un rastrillo.

La iglesia cuenta con una gran inscripción -ASSUMPTA EST MARIA IN COELUM- y unos santos en sus hornacinas

que responden a los nombres de Salutor, Teodosio y Avagrio. Nadie sabía en el pueblo a ciencia cierta quiénes eran

estos santos, salvo el párroco, que aseguraba que eran los copatronos de aquella localidad.

El Reverendo Cura Párroco de Seva y Arcipreste de la comarca, era Mosén Garolera, un sacerdote muy mayor, alto,

delgado, enjuto, doctor en Teología, catalán de pura cepa y hombre serio y grave. Estaba ya bastante entrado en años y

solía cruzar lentamente la plaza de la iglesia, a pasitos cortos, apoyado en su bastón.

Allí se lo encontró un día Manolita:

-"Qué tal, Mosén, ¿qué tal está usted?"

-"Bé -le contestó sentencioso-. Estic bé. Aprenén l'ofici de vell. ¡Es molt difícil eh!, però s'ha d'aprendre..."

Aunque estuviese aprendiendo el "duro oficio de viejo", Mosén Garolera guardaba un gran afecto por aquel grupo de

jóvenes veraneantes y los quería mucho. Tanto que no tenía inconveniente, cuando se iban de excursión, en darse un

madrugón y levantarse al alba para darles la comunión antes de salir.

Aquellas excursiones estaban moderadas, muy a pesar de los precoces montañeros, por la prudencia familiar. Si a ellos

los dejaran... irían a Les Agudes, y ¡al Everest! Bueno, al Everest quizá no, pero a Les Agudes sí...

En aquel año de 1955 los aprendices de "sherpa" consideraban que ya tenían edad para subir a les Agudes. Pero sus

padres no compartían su opinión. Deberían conformarse con el Matagalls. "Cuando seáis mayores -se oía en casa de los

Grases, de los Xiol, de los Ferrater- ya os dejaremos ir". Habría que esperar.

Page 74: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Mientras tanto, unos días se bañaban en el Gurri; otros se iban de excursión; lo que no solía fallar era la misa matutina.

"Solíamos ir todos los del grupo a Misa por las mañanas -recuerda Enrique-, porque las vacaciones no significaban

ninguna ruptura en la vida cristiana que llevábamos durante el curso". "Y al acabar -continúa María Luisa Xiol- nos

quedábamos en la puerta de la iglesia, haciendo un rato de tertulia: era lo que llamábamos la 'sobremisa'".

Aquella tertulia entre amigos comenzaba en las escalinatas de piedra rojiza de la entrada de la iglesia; pero el frío del

Montseny bajaba traicionero a esas horas de la mañana y se iban desplazando lentamente, dando un recodo por el carrer

de Dalt, junto a las paredes blancas del Ayuntamiento, hasta el refugio caliente de la panadería, donde les esperaba

Ramona, tras el mostrador, vendiendo panes y bollos para el desayuno. Luego solían acercarse a Villa Josefa, o se iban

todos por la carretera, hasta la casa de los Maqueda o de los Galilea, con su gran jardín y su alta chimenea. O se

quedaban charlando junto a la casa de los Xiol, con su fachada presidida por una imagen de San José. Era verano: no

había prisa...

Las sardanas

De vez en cuando la vida de Seva salía de su monotonía habitual. Se escuchaba una algarabía en la plaza y vecinos y

veraneantes se congregaban allí: "¡Corre, corre -se avisaban de ventana en ventana- que ha venido la cobla y ya están

bailando sardanas en la plaza!"

...Las sardanas. No se concibe una fiesta en Cataluña sin este baile tradicional. Salían primero a bailar al centro de la plaza los más decididos, dejando las chaquetas amontonadas en el centro, sobre el suelo, mientras la pequeña orquesta -

"la cobla"- lanzaba al aire los compases iniciales. Luego, se iban sumando al corro algunos más, sin alterar el baile,

dando un paso a cada compás...

Así, poco a poco, la cadena se iba ampliando y ampliando con los que llegaban a la plaza, al ensalmo de la música, como ratones de Hamelín, hasta que se hacía un nuevo círculo concéntrico. Los recién llegados no entraban de

cualquier modo, porque la sardana rezuma tradición de siglos: se situaban, como manda la costumbre, siempre a la

izquierda de un bailarín o a la derecha de una bailarina, sin "romper la pareja".

Y ya en el corro, ¡qué alegría alzar las manos, todos juntos, padres, madres, hijos, vecinos, amigos, todos hermanados

por el ritmo pausado de la música, un ritmo elegante, alegre, ceremonioso, como el espíritu catalán...! Un punto

adelante con el pie derecho atrás; un punto adelante con el izquierdo... Luego cruzaban los pies a un lado, y después de

dar un pequeño brinco levantando los brazos, volvían a empezar... ¡Cuánta razón tenía Maragall cuando cantaba:

La sardana és la dansa més bella

de totes les danses que es fan y es desfàn

és la mòbil magnífica anella

que amb pausa y amb mida va lenta oscil.lant.

... és la dansa sencera d'un poble

que estima y avança donant-se les mans!

A Montse, como buena catalana, le gustaba bailar sardanas y las bailaba bien. Sus amigos la recuerdan bailando

sardanas en las fiestas mayores de los pueblos de la comarca; en Viladrau, en Seva; o en una excursión al Matagalls,

como en esta fotografía:

"Cada vez que oigo una sardana -recuerda su madre- me acuerdo de ti, Montsina... Y es que la sardana es como tú,

alegre y seria: es hermosa, y... ¡se puede mirar al cielo mientras se baila!"

Un concurso de tortillas

Page 75: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Habitualmente, tras la misa matutina, los "hijos de los veraneantes" solían quedar, como recuerda María Luisa, para

hacer un rato de deporte. "No estábamos nunca sin hacer nada -comenta-: cuando no estábamos de excursión nos

quedábamos en casa y jugábamos a las cartas, o leíamos... A Montse le gustaba cantar, nadar, ir en bicicleta, jugar al

tenis, al ping-pong... La recuerdo así: con una gran pasión por el deporte, y una gran pasión por la vida... Una chica

ardiente".

Todos reconocen en Montse una buena cualidad en un deportista: sabía ganar y sabía perder, cosa mucho más difícil.

"Una cosa bonita me viene a la memoria -evoca su madre-: recuerdo que en una ocasión jugaban una final de tenis

mixto: Montse con un chico que luego fue campeón de club, contra otra pareja en la que la chica era bastante más flojita

que él. Su compañero le daba bastante juego a la flojita y entre los dos estaban... ¡venga a apuntarse tantos! Hasta que la

madre de esa chica, de una manera muy poco deportiva, empezó a protestar y ellos, sin comentario alguno, se dejaron

ganar, ¡así por las buenas!..."

Aquel grupo de amigos -chicos y chicas de catorce y quince años, alegres, sanos y divertidos- demostraban con sus

vidas que es perfectamente posible llevar una intensa vida cristiana durante las vacaciones y al mismo tiempo, pasarlo

bien sin necesidad de grandes medios materiales. No tenían tiempo para aburrirse. Cuando no sabían qué hacer,

organizaban concursos de lo que fuese. Uno de los mejores fue "El Gran Concurso de Tortillas a la Francesa", junto a la

"Font de la Borbota", a un kilómetro de Can Sibatté, donde veraneaban los Framis y donde el arte culinario tomaba

alientos deportivos.

Para los profanos un concurso de tortillas puede parecer una prueba sencilla y sin interés; pero no es tan fácil, no,

cocinar una tortilla en su punto y lograr además que sea del gusto de un Jurado de paladar exigente. Se necesitan unos

nervios de acero para que el pulso no traicione cuando la tortilla del vecino va cobrando cuerpo y la nuestra se desmaya

lánguidamente en el fondo de la sartén... Y encima, hay que soportar a los agoreros -habitualmente, los hermanos pequeños de los otros concursantes- que intentan desmoralizar al contrario presagiándole el más chamuscado de los

finales...

Montse era una más: se integraba perfectamente y no le gustaban las "capillitas", esas amistades particulares que acaban destruyendo todos los grupos de amigos. "Se encontraba bien con cualquier grupo", recuerda María Luisa, y tenía una

virtud muy valiosa para la convivencia: sabía hablar y sabía callar en su preciso momento.

Esa virtud -saber callar- se vuelve particularmente difícil en las excursiones, cuando se forma el conocido revuelo a

causa del mejor paraje para descansar o el mejor lugar para comer:

-"¿Y si paramos ya y nos quedamos aquí?"

-"¿Aquí? ¿En este sitio?"

-"Pero, ¿qué le ves de malo a este sitio?"

-"Pues no sé... ¿Por qué no buscamos otro? Porque mira tú que andar cuatro horas para pararse a comer aquí.."

-"¿Y aquél de más arriba, qué os parece?"

-"No, ahí ni hablar. ¿Y si seguimos andando?"

-"No, no, nos paramos ya, porque yo estoy cansada".

-"Pues yo no estoy nada cansado. Por mí, tiraría una hora más".

-"Pues yo..."

-"Pues yo..."

-"Pues yo..."

Montse -recuerdan- solía estar de acuerdo, aunque no le gustasen especialmente ni el sitio, ni la hora, ni el lugar que

elegían los demás. Solía comentar:

Page 76: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"Bien, bien, lo que queráis".

Era una pequeña mortificación, aparentemente sin mayor importancia; pero no porque fuera pequeña le debía costar

menos, porque era, por talante humano, muy "directa" y obraba con mucha naturalidad.

Esa naturalidad tenía un límite perfectamente conocido por los chicos de la "pandilla". Sabían que Montse no consentía

un determinado tipo de bromas, ni de confianzas... y si no, que se lo preguntaran a Andrés Framis, que un día le quitó, para hacerle una broma, el pañuelo de la cabeza, se lo llevó a su casa, y... se encontró, al día siguiente, con todo el genio

vivo de la hija mayor de los Grases. "Al principio era un poco susceptible -comenta María Luisa Xiol- y las cosas

hechas sin intención a veces la herían, pero las olvidaba fácilmente".

Pero con estas tonterías no llegaba la sangre al río; y además con Andrés, chico bueno, abierto y simpático -"el hombre de confianza" de las madres, que se quedaban más tranquilas cuando iba él en las excursiones-, Montse se llevaba bien,

lo mismo que con el resto de la pandilla..., con tal de que Andrés le devolviera enseguida el pañuelo, naturalmente.

Por lo demás, como cuenta María Luisa, en los planes que hacían "no era nada coqueta ni complicada en el trato con los

chicos, ni creo, o por lo menos nunca me lo dijo, que se hubiera enamorado o simplemente le hubiera gustado alguno..."

El primer pantalón largo

"Durante la Navidad de aquel año -cuenta Manolita-, el Padre Gabriel, un sacerdote Operario Diocesano que era el

director espiritual de Enrique, nos ofreció, con ocasión del estreno del primer pantalón largo de Enrique, la posibilidad

de celebrar la Santa Misa para toda la familia en un oratorio de una torre de la calle Modolell de Barcelona.

Hoy ya sé que esto 'del primer pantalón largo' no tiene ninguna importancia, pero en aquel entonces significaba, en

cierto modo, como la mayoría de edad de los chicos. Y lo quisimos celebrar sobre todo porque era una oportunidad

simpática para tener una fiesta más, de familia, en torno a la Navidad.

Cada uno de los hermanos se ocupó de algún preparativo, y Montse estaba encargada de comprar las flores para adornar

el altar. Pero nos enteramos después de que, a medida que avanzaba la tarde, se fue encontrando mal, aunque no nos

quiso decir nada para no estropearnos la fiesta.

Cuando iba a poner las flores no pudo más y las dejó; tomó un tranvía de los que paraban frente a Llar, y subió al

Centro; y allí esperó sentada hasta que se sintió un poco mejor. Luego se volvió a casa, e intentó disimular lo que le

pasaba, pero nos dimos cuenta enseguida: tenía una cara que, con sólo mirarla, encogía el corazón.

Al día siguiente era Navidad y tuvo que meterse en cama. La llevamos al médico, y la encontraron muy baja de glóbulos rojos. Y después de varias consultas descubrieron, al cabo de varias semanas, que tenía un divertículo en la

segunda mitad del duodeno. Le recomendaron reposo absoluto y estuvo medio mes en cama. Y luego tuvo que pasar un

largo periodo de convalecencia. Esa fue la causa por la que tuvo que dejar de hacer deporte, precisamente cuando

acababan de ficharla para el equipo de baloncesto del Club de Tenis Barcino; y en el verano siguiente, en 1956, cuando

fuimos a veranear a Calella, no pudo nadar apenas".

4. ¡QUE BIEN SE ESTABA EN CALELLA!

Calella era entonces -no se había producido aún el "boom" turístico de los años sesenta- una pequeña población de la

costa catalana. Allí pasaron unas semanas los Grases, en el verano del 56, con motivo de un intercambio de casas con

una familia que buscaba en Seva el aire del Montseny para un hijo que se encontraba convaleciente.

Calella no tenía el Matagalls, ni el aire del Montseny, ni la tranquilidad de Villa Josefa, pero tenía una playa de "aquí te

espero". Y esperando las olas, entre risas y gritos, se pasaban el día -y si los hubieran dejado, parte de la noche, los

pequeños Grases, que ya eran nueve: el 8 de febrero de ese año había nacido otro chico, Rafael.

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¡Qué bien se estaba en Calella! Chapuzón tras chapuzón, chapoteando entre las calabazas y los corchos, las horas se

pasaban volando; y aterrizaban de pronto en la fatídica hora de la comida, que marcaba el fin del baño y la llegada de la

tortilla con arena -o de arena con tortilla en el peor de los casos- y de la tertulia bajo la sombrilla.

Y siempre había tiempo para hacerse una fotografía divertida con los amigos:

Después de la comida venían las consabidas recomendaciones de las tres y media:

-"Ahora, a estarse quietos debajo del toldo, no vayáis a coger una insolación..."

-"¿No nos podemos bañar?"

-"¡Cómo os vais a bañar después de comer! ¿No veis que os puede dar un corte de digestión?"

-"Mamá -preguntaba uno de los pequeños-, ¿qué es un corte de digestión?"

¡Pero qué bien se estaba en Calella! "En aquel tiempo -recuerda Manuel Grases- no solía haber nada en el ambiente de

la playa que ofendiera la sensibilidad cristiana. Si no, no hubiéramos ido allí, porque no tiene sentido que unos padres

cristianos, con la falsa excusa del descanso, pongan a sus hijos en ocasión próxima de ofender a Dios". Aquellos días de

playa sólo tenían un inconveniente: que se acababan. Y antes de irse de Calella se hicieron varias fotografías, como

ésta:

Montse estaba convaleciente todavía y tuvo que seguir durante algún tiempo desde la arena los juegos de sus hermanos.

"Tenía un traje de baño decente, muy bonito", recuerda su padre. Y vivía la modestia con sencillez, sin llamar la

atención.

Aunque, la verdad sea dicha, a ella no le importaba llamar la atención en los pequeños detalles de pudor. No se dejaba

llevar por los respetos humanos. "Era limpia de corazón y tenía una gran pureza", recuerda María Luisa. Por eso,

aunque su traje de baño era algo diferente -más modesto, más pudoroso- que el de algunas chicas, "lo llevó siempre -

anota su padre- con el mayor gusto y naturalidad".

Montse había entendido el profundo sentido de la naturalidad cristiana, que no puede entenderse como un mero "ser

como los demás". Cuando tuvo que ir contra corriente, supo hacer realidad en su propia vida aquel punto de "Camino":

"'Y en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?', me preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu

fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido".

Montse no vivió nunca en un ambiente "paganizado o pagano", pero sí en un ambiente en el que existían -como hoy,

como ayer- los respetos humanos. En ese ambiente vivió su cristianismo como pedía el Fundador del Opus Dei: "espontáneamente, sin rarezas, ni ñoñerías", y sin llamar ñoñerías a lo que es ofensa a Dios, disfrazando el pecado con

la falsa excusa de la "naturalidad". En Llar le habían enseñado a custodiar la virtud de la Santa Pureza luchando muy

lejos de los puntos capitales: en los pequeños detalles de pudor y modestia que las salvaguardan. Y vivió esa virtud con

decisión y con sencillez.

Esa virtud de la sencillez presidía todo su comportamiento. "Hace tiempo, cuando me preguntaban -comenta su madre-

cómo era Montse de jovencita. '¿Se la veía ya extraordinaria?', solía responder:'¡No!' Porque no sabía a lo que se

referían...

Pero ahora digo '¡Sí!' Porque lo extraordinario es precisamente eso: ser clara, sencilla, transparente y sin doblez. Así fue a lo largo de toda su vida. Me acuerdo de que una chica tenía la particularidad de que, en cuanto se les acercaba un

chico, dejaba a Montse en una situación desairada. Le daba la espalda, poco menos como si no la conociera. Y esto se lo

hacía en cuantas ocasiones se le presentaban.

Un día me vino casi llorando y me dijo: 'Es que no sé por qué me hace esto, mamá'. Ella no se lo podía explicar. De esas

dobleces de carácter no tenía ni idea. ¿Valía la pena explicárselo? Yo creo que no. Por eso le dije:

-Mira, es que ella es así.

No hubo protestas, ni críticas por el comportamiento de aquella chica. Sólo el silencio".

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El silencio: si hay algo elocuente en la vida de Montse son sus silencios, sobre todo a la hora de obedecer: "era muy

obediente", recuerda María Luisa. Esos silencios -especialmente cuando uno lleva la razón- revelan una gran humildad

y una fuerte personalidad humana, que se ponían de manifiesto en las situaciones más diversas. Por ejemplo, aquella

noche de agosto, en Seva...

"Se había ido con unos cuantos de excursión -recuerda Manolita- y se hizo tardísimo en la noche y no regresaban...

Todas las familias estábamos muy inquietas y cuando llegaron, como a mí aquello me había parecido una falta de

responsabilidad, la castigué y le dije que no haría en el resto del verano más excursiones sola con sus amigas.

Ahora casi me sofoco -y sin casi- cuando lo pienso, sobre todo porque la culpa del retraso no la tuvo ella; pero su

reacción fue ejemplar. Nunca me dio una mala contestación, ni un desplante, ni un desaire. Cuando una cosa le dolía,

como aquello, lo único que hacía era ponerse muy seria, bajar los ojos y nada más. Y eso fue lo que hizo..."

¡Con lo que le gusta bailar!

Mientras tanto, en aquel verano del 56, la vida proseguía plácidamente en Seva. En las tertulias nocturnas se

comentaban, al fresco de la noche, los temas de actualidad. La vida política no presentaba demasiadas variaciones; ni la

situación internacional ofrecía temas candentes de interés. Las conversaciones derivaban hacia cuestiones más

anecdóticas y populares y hacia los temas familiares: los estudios, lo que hacían los hijos de éste, de aquel... Y un día

saldría a relucir que Montse, la mayor de los Grases, "con lo que le gusta bailar sola, nunca baila con chicos..."

¿A qué chico, a qué chica joven no le gusta bailar? Sin embargo, era cierto: Montse no bailaba nunca con chicos...

Esa regla general había tenido su excepción: en el jardín de Calella los Grases habían organizado una fiesta de

despedida antes de marcharse de allí, y Montse había estado bailando, porque la circunstancia lo requería. Y lo hizo con

toda la gracia y el salero de sus quince años. Pero fue algo excepcional: una golondrina que no hizo verano.

Aquella fiesta había tenido cierto sentido de compensación familiar, porque un día, como recuerda su madre, "vinieron

ella y su hermano diciendo que habían entrado con un grupo de amigos en un local de Calella donde había baile; pero

me contaba éste que Montse no había querido bailar; y nos preguntaba nuestra opinión. Les hicimos comprender que a

su edad ni siquiera debieron entrar en ese lugar y que procurasen arrastrar al grupo hacia otras diversiones. No fue

preciso repetírselo. ¡Y eso que le gustaba mucho el baile!"

¡Y tanto que le gustaba el baile! Como que era frecuente encontrarla bailando sola en su habitación siguiendo los

compases de la radio, donde daban sin cesar los últimos éxitos de Miguel Acebes, como "Cucurrucucú Paloma"; o aquel

bolero tan melancólico que decía:

Reloj

no marques las horas...

Sin olvidar, naturalmente, una canción que los radioyentes pedían a todas horas, y que llegó a escucharse hasta en la

sopa: "Campanera":

Ay, campanera

que aunque la genteeeee... no quiera,

tú eres la mejor de la mujeres

porque te hizo Dios...

¡su pregonera!

Y un día...

Page 79: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Y un día de aquel verano -recuerda Manolita-, cuando menos nos lo esperábamos, Enrique nos dijo que quería ser

sacerdote...

Aquello fue una sorpresa: nos alegramos muchísimo, porque siempre le habíamos pedido a Dios que les concediera

vocaciones a nuestros hijos, pero así, tan de pronto, a los dieciséis años, nada más acabar quinto de bachillerato...

verdaderamente, nos sorprendió. No; no nos lo esperábamos".

"Entonces -continúa Manuel Grases- fuimos a ver al Padre Gabriel, su director espiritual. El Padre Gabriel nos aconsejó

que le dejáramos obrar con libertad. Nos dijo, con palabras muy fuertes, que él, en nuestro caso, se cuidaría muy mucho

de jugar con la vocación de un hijo, retrasándole el momento de su entrega.

Aquella separación, humanamente, nos costaba. Pero lo consideramos en la presencia de Dios y vimos que aquello no era ningún sacrificio, sino, como enseña el Fundador del Opus Dei, un privilegio, un honor inmenso para nosotros, una

muestra de predilección divina con nuestra familia... Aquello era por lo que había rezado tanto desde que Dios me dio

aquel hijo, y ahora me lo concedía... Y le dije a Enrique: 'Mira, yo te aconsejo lo siguiente: este año te pasas de Ciencias

a Letras, haces sexto de Letras y en cuanto acabes el bachillerato, te vas al Seminario. Si no, te va a costar mucho el

Latín y el Griego cuando llegues allí. Si te parece, te buscamos este mismo verano un profesor de Griego para que no te

pille tan de sorpresa. Piénsatelo con toda libertad y luego me dices'".

"Y aquel mismo verano -concluye Manolita-, el día de la Virgen de Agosto, durante unos días en los que Manuel no

estaba en casa, Enrique le escribió una carta a su padre en la que le decía que se había encomendado a la Virgen y había

puesto en sus manos su vocación; y que gracias a Ella ya había visto claro lo que tenía que hacer: al acabar sexto

ingresaría en el Seminario".

Ya lo sabían los padres. Ahora quedaban los demás hermanos.

-"El año que viene me voy al Seminario -dijo de repente Enrique durante una cena. -Voy a ser sacerdote".

Montse y Jorge se quedaron asombrados:

-"¿Qué has dicho Enrique? ¿Que vas a...?"

-"Sí, he dicho eso: que voy a ser sacerdote".

Sucede aquí como en esas fotografías en las que, al enfocar un primer plano, el paisaje del fondo queda con los perfiles

desdibujados. No tenemos testimonios de la repercusión que tuvo en el alma de Montse la entrega generosa a Dios, en

plena juventud, de su hermano mayor. Ana María Suriol asegura que fue "una de las mayores alegrías que tuvo Montse

en su vida, fue al saber que su hermano Enrique quería ser sacerdote. Cuando Montse me dio la noticia le saltaron las

lágrimas de alegría, junto con un fuerte abrazo que me dio. Hablaba de su hermano con gran cariño y al mismo tiempo

con respeto y admiración". A partir de entonces, en casa de los Grases la atención estuvo centrada en el hijo que

marcharía muy pronto al Seminario. Detrás, en un segundo plano, quedaba Montse.

"Nunca hablamos de mi vocación -recuerda Enrique- del mismo modo que yo nunca le preguntaba lo que hacía en el

centro del Opus Dei. Nunca hablábamos de estas cosas".

Sin embargo, aunque no poseamos testimonios concretos, es probable que la entrega a Dios como sacerdote de un

hermano con el que estaba tan particularmente unida, suscitó en ella ideales de entrega y de amor a Dios. Aquello tuvo

que dejar en la intimidad de su alma una huella muy profunda; posiblemente decisiva en el camino de su santidad.

Pero su alcance sólo Dios lo conoce.

VI

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TIEMPO DE DUDAR, TIEMPO DE DECIDIR

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Es la hora de la ronda.

El Amor pasa.

1. EN LA ESCUELA PROFESIONAL PARA LA MUJER

Los años no pasan en balde. Se lo decían a Manolita todas sus amigas: "tu hija ya está hecha una mujer". Y era verdad.

En aquel octubre de 1956 Montse había cumplido ya los quince años y era una chica guapa que llamaba la atención por

sus ojos de mirada profunda.

No era presumida y su modo de vestir gustaba a unos sí y a otros no, porque nunca llueve a gusto de todos. "Tenía

bastante mal gusto en vestirse", cuenta una amiga, que la recuerda "con una falda pantalón marrón y un mambo de

colores amarillos y rojos". Ana María reconoce que tenía algunos gustos "un poco especiales". Otras personas, como

Andrés Framis, opinaban que vestía bien; y otras afirmaban "que tenía mucha gracia para ponerse las cosas", y "que su aspecto era muy moderno". Sea como fuere, Montse solía vestir casi siempre de sport, con el estilo de los cincuenta, un

estilo que apasionó de nuevo a la juventud en los primeros noventa. Vaivenes de la moda.

Tampoco con su madre coincidía en los gustos. Manolita, desde luego, no era de la misma opinión que su hija acerca de

aquel jersey de punto a rayas verticales azules y blancas que a Montse le gustaba tanto y le parecía de lo más moderno.

A su madre más que moderno le recordaba la camiseta del Español.

-"Pero, ¿cómo puedes decir eso, mamá? -protestaba- ¡La camiseta del Español!"

"¡Uf! -recuerda su madre- No le gustó nada que se lo dijera, con lo que a ella le gustaba aquel jersey!"

Prueba de ello es que aparece en varias fotografías con él, como en esta en la que juega con sus hermanos pequeños en

la terraza de su casa, el día del domingo de Ramos.

Gustos aparte, todos coinciden en que Montse destacaba por su sencillez, que en aquellos momentos venía exigida en gran medida por las circunstancias económicas que atravesaba su familia. Eran ocho hermanos y no nadaban en oro.

Pero los problemas se resolvían con imaginación y buen humor. Su madre era experta en esas metamorfosis que a veces

sufre la ropa en las familias numerosas a medida que va descendiendo del mayor al menor: una camisa floreada puede

acabar siendo un pañuelo, y un jersey con los codos gastados puede convertirse en un chaleco, pero siguen sirviendo...

Había terminado, en junio de 1956, el Bachillerato elemental. Seguía con sus clases de Piano y Solfeo: en octubre

comenzó el cuarto curso de Solfeo y el Preparatorio Superior de Piano. Pero sus padres querían que estudiase en la

Escuela Profesional para la Mujer. Eso la obligó a dejar de nuevo el Colegio. "Le costó mucho -comenta su padre- pero

se matriculó en la Escuela sin ninguna queja, aunque aquello no la atraía especialmente, porque ella lo que quería era

ser enfermera".

En eso coincidía con su amiga Ana María Suriol. Sin embargo, sus padres les aconsejaron, prudentemente, que antes de

empezar esa carrera hicieran unas prácticas. "Así lo hicimos -recordaba Ana María Suriol-. Fuimos durante unos meses

al Hospital de San Pablo, prácticamente empezamos el primer curso, aprendimos algunas cosas, pero Montse no se

encontraba demasiado a gusto en la sala de enfermos. Los trataba con mucho cariño, pero con temor y aprehensión, no

atreviéndose según a qué cosas, como era la de poner inyecciones".

"Quería ser lo que ahora se llama Auxiliar Técnico Sanitario -explica su madre- pero como le faltaban dos años de edad

para poder ingresar, le aconsejamos que se matriculase mientras tanto en la Escuela de la Diputación, donde podría

aprender cosas que le podían ser útiles en el futuro".

Page 81: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Tampoco los estudios de piano le atraían especialmente, a pesar de sus buenas calificaciones y de su gusto por la

música. Pero obedeció y siguió estudiando. Estas son algunas de sus calificaciones.

La Escuela Profesional para la Mujer -"L'Escola", como era conocida popularmente- se encuentra en la plaza de la

Pietat, en el mismo corazón de Barcelona. Estaba dirigida por Montserrat Sindreu, y era un Centro académico de

bastante prestigio. Aunque no expedía títulos, su Diploma-certificado era muy cotizado, y como decía un empresario de

la época, con el proverbial sentido práctico catalán: "un certificat té el crèdit que mereix el qui certifica".

La Escuela tenía crédito, y mucho. Y cierta vida cultural: de vez en cuando se organizaban viajes a Italia; dos años antes

habían estado en Roma más de cien alumnas con cinco profesoras. También se hacían excursiones a diversas

localidades cercanas, como Ripoll, Poblet y Tarragona, y las alumnas participaban en muchos acontecimientos de la

vida cultural y religiosa catalana: por ejemplo, en Semana Santa solían asistir a la famosa Pasión de Olesa.

Se respiraba en aquel centro un ambiente cristiano: contaba con un capellán, se organizaban charlas y cursos de

preparación al matrimonio, y en aquel año de 1956, cuando se matriculó Montse, la Escuela ofreció a la vecina catedral

una lámpara votiva para la cripta de Santa Eulalia, una mártir del siglo III que había perecido bajo la persecución de

Diocleciano y es la patrona de la ciudad de Barcelona.

Esa lámpara votiva llevaba grabada una leyenda en latín, que rezaba, bajo el nombre de la Escuela y el escudo de la

Diputación: "Santa Eulalia, sé para nosotros ejemplo de firmeza a la hora de vivir la fe".

Montse se matriculó en Formación Doméstica, Dibujo, Corte, Cocina y Oficios Artísticos. Aprendió mucho en aquel centro, porque poseía grandes habilidades manuales, como confirmaba el test de admisión. Sin embargo, comenta su

madre, "aunque l'Escola era bastante buena, porque se daban clases de formación doméstica, de corte, dibujo, cocina y

estudios artísticos, estaba claro que aquel no era su ambiente: casi todas las alumnas era mucho mayores que ella, con lo

que eso trae consigo, en esas edades, de mayor frivolidad, de determinadas conversaciones, etc... Y además tenía un

profesor de dibujo que le hacía bromas molestas y le decía que era muy seria..."

Día tras día, camino de l'Escola, realizaba el mismo recorrido por las viejas callejas empedradas del barrio gótico.

Pasaba primero por la plaza de Sant Jaume, donde estaban el Ayuntamiento y el Palacio de la Diputación, desde la que

se veía la iglesia de San Jaime, en la cercana calle Fernando. Su madre había nacido cerca de allí, y a esa iglesia habían

ido sus padres con mucha frecuencia durante su noviazgo, pidiéndole a Dios que les concediera una familia numerosa...

Luego recorría la calle del Obispo Irurita, una de las más hermosas de Barcelona, con sus gárgolas caprichosas

sobresaliendo de los muros y un alto pasadizo de línea gótica, con tres arcos de media punta. Era como introducirse de

repente en la Edad Media. A mitad de esa calle, a la altura de la calle de la Pietat, con sus paredes esgrafiadas, se

divisaba la iglesia de San Severo, en la calle del mismo nombre, en la que se habían casado sus padres.

Dando una pequeña vuelta llegaba a l'Escola, ubicada en la "Casa dels Canonges", casi pegada a los muros de la

Catedral "bella joya de purísimo arte, de la que los buenos barceloneses se muestran justamente orgullosos, aunque esto

únicamente sea cuando la visitan acompañando a algún forastero", como escribió en 1924 con cierta sorna su abuelo

materno en las páginas de "El Noticiero"...

Desde la puerta de l'Escola se atisbaba el cercano claustro catedralicio, con su estanque de agua verdosa alimentado por

el agua que emanaban varios sapos de piedra. Allí, entre los árboles y las ocas del estanque, rodeado por un blanco

estruendo de palomas, podía contemplarse durante el tiempo de Pascua, uno de los prodigios de la ciudad: "l'ou com

balla", el huevo semi-milagroso que se mantenía en inestable equilibrio en la cúspide del borbotón de agua del surtidor.

Aquel huevo, náutico y aéreo al mismo tiempo, causaba la admiración de propios y extraños. ¿Por qué no se caía

nunca? ¡Ah, secreto, secreto!

La hora de clase. Se cerraban las puertas de las aulas y los viandantes que pasaban por aquellas calles sosegadas podían

escuchar el estruendo de las alumnas en aquel viejo edificio de ventanas góticas: un confuso concierto de voces

femeninas y de ajetreo juvenil. Unas pintaban sobre grandes tableros; otras se inclinaban concienzudas sobre unos

diseños; otras aprendían Encuadernación, Taquigafía, Mecanografía, o repetían una y otra vez, al unísono:

-"Nous partons pour la France. Et quand..."

-"No, no -repetía la profesora-. Nouus. Nouuuus. A ver, repitan otra vez: Nous partons pour la France. Et quand partez

vous?"

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-"Nouuuus partons pour la France -repetía el coro, monótono- Et quand partez vous?"

2. EL PRIMER CURSO DE RETIRO

Durante todo aquel año Montse había seguido asistiendo a las charlas y las meditaciones de Llar. En el centro le

alentaban a santificar el trabajo, a realizarlo cara a Dios: ya no se trataba sólo de superar las asignaturas en junio, sino

de encontrar al Señor en las clases de l'Escola; de ofrecerle el trabajo bien hecho, esmerándose por hacerlo con la mayor

perfección posible...

Iba con mucha frecuencia a Misa. Y los domingos por la mañana, después de Misa, siempre se la veía dispuesta para

hacer deporte con su vieja raqueta. Desayunaba, quedaba con una amiga y ¡al Barcino! Después se volvían juntas a

casa, comentando las incidencias:

-"Pues hoy has tenido suerte, porque otra vez no me ganas. Si no llega a ser por ese saque..."

-"Pero, ¿y la media volea que he hecho?, ¿qué me dices de eso?"

-"Que has tenido suerte: me has pillado desprevenida..."

Y en medio de esos comentarios solía hacer una invitación a su acompañante que la pillaba más desprevenida todavía:

-"Oye, ¿por qué no te vienes por Llar? ¿Sabes que tenemos una meditación los sábados?"

........

Es una regla que conoce todo buen jugador. Hay que estar preparado para que el "contrario" te ataque, en el momento

más imprevisto, con tus mismas armas. Y ella que, solía invitar a sus amigas a venir por Llar, se encontró de repente

con una invitación ante la que se defendió como pudo...

"Un día después de una clase de piano -recuerda Rosa-, la invité a unos ejercicios espirituales. Y me contestó:

-¡Ah! Yo iré a un Curso de retiro cuando quiera, no cuando tú me lo digas.

A mí, he de reconocerlo, aquella contestación me sorprendió un poco. La verdad, aquello no me gustó nada. Por dos

motivos: primero porque yo tenía mucha ilusión en que fuera a aquel Curso de retiro; y segundo porque éramos muy

amigas y aquélla era la primera cosa de ese tipo que le proponía. Y... ¡tampoco le estaba pidiendo una cosa tan grande!

Pero no fue. Fue más tarde, como me dijo, a los Ejercicios que ella quiso. Sin embargo, aunque no me gustó su

respuesta, yo respeté su libertad, porque en el Opus Dei me habían enseñado a amar la libertad de los demás y a no

avasallar a nadie, y mucho menos en temas de carácter espiritual.

Aunque de todos modos Montse no era, ni mucho menos, una persona que se hubiese dejado avasallar por nadie ni por

un momento... Era una chica con ideas propias. Y eso, aunque no me hiciese caso, era lo que me gustaba más de ella:

con sus quince años, tenía mucha personalidad. No era una persona débil, ni mucho menos: a las personalidades débiles

las maneja cualquiera. No; Montse era... ¡inmanejable!

Fue a unos Ejercicios que hubo en noviembre, y que tuvieron lugar en Castelldaura, en Premià de D'Alt, a pocos

kilómetros de Barcelona".

Castelldaura

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Castelldaura era el nuevo Centro de Retiros y Convivencias del Opus Dei en Barcelona. Un relato de la época refleja la

ilusión de las que fueron a visitarlo por primera vez. "El tren avanza a lo largo de la costa, como abriéndose paso entre

el mar y la carretera; así nos llevará hasta Premià de Mar, un pequeño pueblo limpio y silencioso. A los tres cuartos de

hora escasos llegamos (...). Vamos subiendo por la carretera de Premià de d'Alt, donde está situada la casa. Al fondo

siempre divisamos el mar (...).

Por fin, distinguimos dos mastines de piedra que, sentados dócilmente sobre dos columnas, guardan la entrada de la

finca. Nos acercamos con impaciencia. A través de la cancela, vemos una avenida muy amplia. A cada lado una fila de

palmeras esbeltas y encaramadas en sus troncos plantas trepadoras blancas, amarillas y rojas.

Nos acercamos a la casa (...). Abrimos puertas y ventanas y, ante nuestros ojos asombrados, van desfilando el vestíbulo,

un salón dorado, un salón verde... Entramos en el Oratorio. Es grande y sencillo. En el retablo hay una imagen de la

Santísima Virgen (...). Con la imaginación vemos llena muy pronto toda esta casa (...).

Después, salimos a conocer el jardín. Pinos, abetos y musgo por cualquier rincón (...). Y siempre, desde cualquier sitio,

la vista del mar..."

"Aquel fue el primer curso de retiro que organizamos en Castelldaura -recuerda Carmiña Cameselle, una mujer del

Opus Dei que iba por Llar-. La casa estaba recién comprada y quedaban todavía muchas cosas por arreglar. Montse era

muy apostólica y se llevó a dos amigas".

"En aquel Curso de Retiro -añade Pepa- se siguió el plan habitual: meditación por la mañana, predicada por el

sacerdote, Santa Misa, visita al Santísimo al mediodía, rezo del Rosario, Viacrucis..."

Era un intenso plan espiritual que las asistentes sabían compaginar con los modos de ser propios de la edad. "Montse

era muy traviesa -recuerda Carmiña- y la noche que llegaron armaron mucho jaleo y bajaron riéndose y formando un

estruendo fenomenal por las escaleras. Y al llegar abajo se encontraron con la directora que les riñó. Y ella, como tenía

mucho genio, se enfadó..."

Se le pasó pronto aquel enfado. Al día siguiente comenzó a profundizar, al hilo de las meditaciones, en su trato con el

Señor. El sacerdote que predicaba aquel Curso de retiro "daba unas meditaciones -sigue contando Rosa- que movían muchísimo al amor a Dios. Después de alguna de esas pláticas venía y me decía en voz baja -eran unos ejercicios en

silencio-:

-Rosa, hoy voy a tener tema para pensar..."

¿No te has planteado nunca?

"Aquel primer curso de retiro significó para ella un fuerte impulso espiritual -comenta Rosa-, aunque de todas formas

ella ya tenía algunos hábitos de vida interior porque en su casa había un ambiente de profunda piedad, sin beaterías de

ningún tipo: se rezaba, y se aprendía a querer a Dios como Padre y a la Virgen como Madre. Por ejemplo, todos los días

cuando Montse llegaba a su casa lo primero que hacía era saludar a la imagen de la Virgen de Montserrat que tenían al

fondo del pasillo. Así que muchas de las costumbres de vida cristiana que le enseñaron en el Opus Dei ya las vivía,

porque se las habían enseñado en su propia casa".

"Un día me preguntó cómo había sido mi vocación al Opus Dei. Yo le dije que eso era una cosa muy personal. 'No, no:

¡me lo tienes que decir!', insistió. Se lo conté y empezamos a hablar de la vocación. '¡Qué feliz eres!', me dijo.

-Pues tú podrías ser igual de feliz si Dios te diera la vocación a la Obra.

-¿Y cómo sé yo si tengo vocación?

-La vocación se ve en la oración -le respondí- porque la vocación la da Dios. No la dan ni las personas ni las amigas.

Eso lo tienes que ver tú...

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Ella no sabía todavía que sus padres eran del Opus Dei, porque ellos no se lo habían dicho, para respetar su libertad,

pero sí que sabía que asistían a los medios de formación del Opus Dei. Y entonces me lancé y se lo pregunté más en

concreto:

-Montse, ¿no se te ha ocurrido nunca pensar que quizá Dios te podría llamar al Opus Dei? Piénsatelo..."

¿Por qué lo he de pensar?

Concluyó el Curso de retiro. "Un día la vi muy preocupada -recuerda su madre- y le pregunté qué le pasaba. Me lo

contó todo, porque tenía conmigo una gran confianza.

-Mamá, me han dicho: 'Piensa, ¿no se te ha ocurrido...?'. Dime: ¿por qué lo he de pensar?

La vi como desconcertada y sorprendida. Le dije que se tranquilizara y que no se preocupara. Sin embargo, seguía

inquieta. No lo veía: '¿Yo, del Opus Dei?', se preguntaba una y otra vez. Y decidió no ir más por Llar.

Al día siguiente fui a Llar y hablé con la Directora y convinimos que lo mejor era que no la llamara nadie. Si quería ir

que fuese; pero si no, no había que insistirle.

Estuvo unos días sin aparecer por el Centro. Sin embargo, a los pocos días, sin que nadie le dijese nada, volvió a ir...

A mí, la verdad, me dio mucha alegría que volviera, porque tenía la ilusión de que Dios le concediera la vocación...

Rezaba mucho por esa intención y puse todos los medios a mi alcance para ayudarla a ser generosa. Pero siempre la

dejé en plena libertad, porque me habían enseñado en el Opus Dei que sin libertad no se puede amar a Dios..."

Esa libertad de la que gozaba Montse se manifiesta en numerosos detalles. Sus padres eran del Opus Dei, pero no la

obligaron -siguiendo una viva recomendación del Fundador- a realizar ningún tipo de devoción, ni mucho menos a

asistir a ningún Centro del Opus Dei: fue a Llar siempre porque ella quiso. Y por el hecho de ir por allí no perdió el

contacto con sus amigas de las Damas Negras. Prueba de ello es que el día 7 de diciembre entró a formar parte de una

Asociación mariana del Colegio que se llamaba las "Hijas de María". Y como era habitual en estos casos, con motivo de

su ingreso en la Asociación se imprimió una estampa en la que puso, inspirándose en el punto 513 de "Camino":

"Antes sola no podía.

Ahora que he acudido a Ti,

¡Qué fácil es todo, Madre!"

3. LIBERTAD Y ALEGRIA

No se puede amar a Dios sin libertad... y sin alegría. Montse gozaba afortunadamente, en abundancia de las dos cosas.

Y la alegría era uno de los rasgos que más le atraían del ambiente de Llar.

Por lo demás, era una chica con los gustos y aficiones habituales de las adolescentes de su tiempo. Unas veces se iba a

pasear con sus ocho hermanos, como se aprecia en esta fotografía.

A veces iba con su hermano Enrique y todo el grupo de amigos y amigas a los conciertos del Palacio de la Música, a los

que sólo acudían "los mayores": "Yo les pedía que me llevaran, y les decía que a mí la música me gustaba también -

recuerda Jorge, el hermano menor-, pero como si nada. No hubo manera de que me llevaran ni una sola vez".

Otros domingos por la mañana se iba con sus amigas a bailar sardanas a la Escuela Virtelia o a una de las plazas de la

ciudad. "Durante aquella época -recuerda Pepa- se conservaba esa costumbre en Barcelona; y cada domingo era en un

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lugar distinto; y las chicas jóvenes se citaban allí para verlas o participar. A Montse le gustaban mucho, lo mismo que

escuchar música o pasear".

Uno de los lugares favoritos de los jóvenes de aquel tiempo era el amplio bulevar del Paseo de Gracia, entre el Consejo

de Ciento y la Diagonal. Por allí paseaban, arriba y abajo, los chicos y las chicas de su edad, que solían formar tertulias

divertidas, sentados en corro, en aquellas sillas que se podían alquilar por 50 céntimos.

Los paseos que hacía con Rosa, por su situación física, eran especiales. Habitualmente daban una vuelta, entre el

estruendo de los trolebuses, con su "Isetta" especial. Ese paseo solía terminar en la plaza de Cataluña, donde se detenían

un rato entre las encinas italianas de la plaza, para contemplar el bullicio de los que paseaban entre las palomas o

charlaban sentados en las sillas de madera dispuestas concéntricamente en torno a la fuente. Luego, tras enfilar la

rambla de Cataluña arriba, solían acabar, un día sí y otro también, en Lezo, una chocolatería que reunía todas las

condiciones requeridas: no tenía escaleras -cosa que Rosa agradecía-, contaba con un asiento largo junto a la pared,

mullido y cómodo, y era el sitio de moda. ¿Qué más se podía pedir?

Otras veces se quedaban en casa, escuchando música. "Le gustaban a rabiar las rancheras", asegura Rosa. Y

especialmente aquellas canciones mejicanas que cantaba Jorge Negrete, y que tarareaba con todas las fuerzas de su voz:

Cuando quiere un mejicano

no hay amor como su amoooor

porque lo entrega de veras

sin ninguna condición...

Luego, la voz subía y subía de decibelios:

Así es mi amoooor

Amor del bueno...

con él me lleno

con él se llena

mi corazoooón...

No podía sospechar Montse por aquel entonces hasta qué punto la letra de aquella canción se iba a hacer realidad en su

vida, que desde aquel momento iba a dar un giro sorprendente. Pero antes de pasar a este punto, volvamos de nuevo a

Roma.

4. LA ULTIMA BATALLA

Mientras tanto, en la sede Central del Opus Dei en Roma, el Fundador iba enseñando, día tras día, con paciencia y

fortaleza, a aquellos hombres y mujeres que se formaban a su lado, los rasgos esenciales del espíritu del Opus Dei. Les alentaba a santificar el trabajo de cada día, a hacer cada jornada un esfuerzo amoroso por convertir el gris de lo

ordinario en colores agradables a Dios, "endecasílabos de la prosa de cada día", como le gustaba decir. Abría ante sus

ojos ambiciosos horizontes de apostolado y hacía crecer en sus almas deseos firmes de servir eficazmente a Cristo y a

su Iglesia desde su propia situación en el mundo.

Sus enseñanzas eran exigentes y atractivas al mismo tiempo. Sabía encender en el amor de Dios a los que le

escuchaban, conjugando un gran sentido sobrenatural y con su característico sentido del humor. "La verdadera virtud -

recordaba- no es triste y antipática, sino amablemente alegre".

Page 86: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

.........

Aquel año de 1956 era el cuarto que la hermana del Fundador, Carmen Escrivá, residía en Italia. El primer año lo había

pasado en Salto di Fondi, un pequeño pueblo de la costa del mar Tirreno, en una finca con cuya explotación se ayudaba

al mantenimiento del Colegio Romano. Le había costado irse de España, "pero pensó -comenta Encarnita Ortega- que,

tal vez, podría ser su último servicio a la Obra".

Las condiciones materiales de aquella finca habían sido muy malas: el único acceso con el que contaba era un camino

carretero y un puente de circunstancias, que se transformaba, cuando llegaban las lluvias, en un largo barrizal. La casa

no tenía teléfono y la calefacción se reducía a tres o cuatro estufas de leña repartidas por las habitaciones, que estaban

en obras.

Sin embargo, Carmen Escrivá había afrontado aquella situación con su elegancia y su buen humor habitual. Esas

dificultades materiales no suponían para ella ninguna novedad: había ayudado en los comienzos de la labor apostólica

en condiciones muy precarias, tanto o más que aquéllas. Y no hacía ningún drama de estas carencias: cuando se

desplazaba a Roma algunos fines de semana hablaba de las maravillas del campo, que tanto le gustaba, y minimizaba

aquellas incomodidades.

Por fin, en el verano del 53 pudo trasladarse a Roma, donde vivía en una casa situada en Via degli Scipioni. Allí residía

en aquel verano del 56. En la entrada, junto a la puerta, recibían a los visitantes una pintura de la Virgen y unos azulejos

con una inscripción latina: "sit iter laetus, reditus laetior", alegre sea tu marcha, más alegre tu retorno.

Aquella inscripción reflejaba el ambiente cordial que se encontraban todas las personas de la Obra que iban a visitarla.

Como siempre, todo a su alrededor -salvo los ladridos del "Chato", el perro- respiraba buen humor y alegría. Y aunque

ahora podía disfrutar de un merecido descanso, seguía atendiendo a las necesidades de unos y otros, con constantes

detalles de delicadeza. Estaba pendiente de las necesidades de todos, hasta en los detalles más pequeños. Esta fotografía

hogareña, en la que Carmen Escrivá intenta contener el ímpetu del "Chato", recoge su talante humano: alegre,

simpático, amablemente divertido, con un carácter fuerte que, como señala Encarnita Ortega, trataba de dominar, y un

gran sentido del humor. "Le gustaban mucho los chistes -cuenta Encarnita-: tanto escucharlos como contarlos, cosa que

sabía hacer con gracia".

Había consumido su vida en servicio del Opus Dei, y ahora, cuando podía disfrutar de un merecido descanso,

aprovechaba todos los ratos para confeccionar pequeñas prendas en el "cuarto de los pájaros", o bordados sencillos que

fuesen útiles en un Centro del Opus Dei o en otro. Los que la visitaban nunca se la encontraban mano sobre mano:

"nunca la vi sin hacer nada -recuerda Encarnita-. Tenía labores diversas para aprovechar mejor el tiempo variando de

trabajo. Como era muy ordenada, conseguía hacer rendir mucho las horas".

Un día, Carmen Escrivá comenzó a sentirse mal. Encarnita Ortega y otras mujeres del Opus Dei la acompañaron en sus

visitas a los médicos. Tras las consultas, el doctor Ficari les hizo saber el grave diagnóstico: cáncer de hígado. Cuando

estas mujeres se lo comunicaron al Fundador y a don Alvaro del Portillo, Mons. Escrivá les preguntó cuánto tiempo de

vida le auguraba el médico. Dos meses, fue la respuesta. "Entonces -escribe Encarnita- nos comentó que, con mucho

cariño y haciéndole la reflexión de que si Dios quería podía salvarla, había que comunicárselo y decidió que lo hiciera

don Alvaro. Nos argumentó el Padre, más o menos, con estas palabras: Carmen ha ayudado con su trabajo silencioso y con gran generosidad a la marcha de la Obra en distintos Centros y siempre que ha sido necesario; sin ningún alarde y

con una disponibilidad plena. Es de justicia que le ayudemos a ganar la última batalla".

Poco después varias mujeres del Opus Dei hablaban con el Fundador, quien les había dicho que iba a darles algunas

noticias.

-"¿Buenas, Padre?"

-"Sí, hija mía, buenas, porque la Voluntad de Dios siempre es buena".

Y les comunicó la grave enfermedad que padecía su hermana.

"Don Alvaro -cuenta Encarnita Ortega- le explicó (a Carmen) con mucho cariño y claridad, la gravedad de su estado. Al

marcharse don Alvaro, después de aquella conversación, y entrar yo a estar con ella, me dijo:

-Alvaro me acaba de dar la sentencia de muerte.

Page 87: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

E inmediatamente cambió de conversación. En los dos meses que duró su estancia en la tierra, sólo tangencialmente

tocaba ese tema; por ejemplo, para recordarnos algo que había que hacer en una época determinada del año, en la que

pensaba que ya no estaría entre nosotros. El resto de las veces no lo mencionaba para no hacernos sufrir, pero a don

Alvaro le dijo, la víspera de su muerte, que desde que le dio la noticia de su gravedad, repetía casi constantemente:

'Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía'".

"En ese periodo destacó su serenidad; el abandono pleno en manos de Dios; la obediencia al médico para poner los

medios humanos para la curación... Mientras nosotras pedíamos al Señor: 'Señor, si quieres, ¡puedes!' Ella nos confesó

que le decía: '¡Que se haga lo que Tú quieras!'

No sólo tuvo conformidad (plena con el querer de Dios), sino que mantuvo el buen humor hasta el último momento y el

interés por todo lo que le rodeaba, aunque tenía la persuasión plena de que la muerte estaba muy cerca. Nos decía que

diésemos cuerda a los relojes de la casa para que funcionaran; que cerrásemos las persianas para que el sol no

decolorase las tapicerías (...).

Se le notaba durante todo ese tiempo muy metida en Dios, muy pendiente de su Voluntad y hablaba con gran

naturalidad del Cielo, de su encuentro con el Señor y con la Santísima Virgen. Dividía el día para irlo ofreciendo por

diversas intenciones y sacarle así un mayor rendimiento sobrenatural. Tenía deseo de unirse a Dios y nos prometía

seguir ayudándonos desde el Cielo".

"El día que Santiago llegó de España para estar en Roma en las últimas jornadas de su hermana en la tierra, quiso

esperarle levantada y lo más arreglada posible, aunque el avión trajo varias horas de retraso y estaba muy cansada. Al

insistirle para que se acostase, decía:

-Es mejor que le espere levantada para no hacerle mala impresión y evitar que sufra más. (...)"

"Su trato habitual con Dios, junto con la recia formación cristiana que había recibido en casa de sus padres y de la formación doctrinal-religiosa que ella cultivó, le prepararon para aceptar plenamente, 'como una persona santa del Opus

Dei', nos comentó don Alvaro, la enfermedad y que el Señor quisiera llevársela cuando aún podía haber vivido bastantes

años. Y, no sólo aceptar, sino ofrecer todas las molestias y el dolor, por la Iglesia, por el Papa, y por la Obra".

"El Padre le ayudaba a sobrellevarlos "(sus dolores) "con sentido sobrenatural y con garbo humano. 'Carmen -le decía-:

ofrece hoy la sed... la fatiga... el dolor... el cansancio...' y le iba desgranando intenciones: por el Romano Pontífice; por

las necesidades de la Iglesia; por el Opus Dei..."

Antes de morir, "pidió y recibió con gran devoción la Confesión -una vez más-, el Viático y la Unción de enfermos. El Viático se lo administró su hermano, que le dijo unas palabras reavivando su fe y ayudándole a pedir perdón a Dios por

todas las debilidades y pecados. La Unción de enfermos, Mons. Alvaro del Portillo (...); después de recibirla Carmen le

pidió que le hablase de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario".

-"¿Estás contenta, Carmen? ¿Tienes paz?", preguntaba don Alvaro.

-"Tengo una paz interior muy grande -contestaba-. ¡Qué paz!"

-"Tiene una paz interior enorme -comentó el Procurador General de los Agustinos Recoletos, que la había confesado

durante su enfermedad-. Se ve que es un milagro del Señor esta docilidad a la Voluntad divina: no he visto ningún

enfermo tan unido a Dios. Yo vengo aquí, más que para ayudarla, para edificarme".

"Durante sus últimas horas -recuerda Encarnita Ortega- mantuvo en su mano el Crucifijo, que besaba con frecuencia, y

hasta que le fue posible iba repitiendo las jaculatorias que frecuentemente le decíamos. Aunque físicamente sentía la

inquietud propia de los moribundos, nos decía que estaba muy tranquila, contenta y con deseos de encontrarse con

Dios".

En las conversaciones, se hablaba del Cielo, de la misericordia del Señor, y de la felicidad sin término que le esperaba

allí.

-"Carmen, ¿quieres ir al Cielo?

-¡Claro que sí!

Page 88: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-Allí está Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, y la Virgen Santísima... Cuando veas a la Virgen, pídele por

nosotros".

Murió el 20 de junio de 1957, festividad del Corpus Christi, a las 3.25 de la madrugada.

"Tuve la suerte -prosigue Encarnita- de cerrarle los ojos, después de muchas horas pasadas a su lado -horas que

marcaban el final- tratando de ayudarle en la última batalla (...). Su cadáver reflejaba una gran paz (...).

Aquella misma madrugada se celebraron cuatro Misas por su eterno descanso. La emoción de aquel momento estaba

acentuada por el dolor que se reflejaba en nuestro Fundador y por su identificación con los planes divinos".

La primera de esas Misas, todavía en la madrugada, la celebró el Fundador del Opus Dei. Mientras, continúa relatando

Encarnita, "nosotras amortajamos a Carmen, poniendo en cada movimiento y en cada detalle la mayor delicadeza y

cariño de que éramos capaces. Rezábamos... Pensábamos... A veces las lágrimas corrían silenciosas: nos costaba creer -

¡la habíamos querido tanto!- que ya nunca podría sonreírnos. Además nos había impresionado ver salir al Padre,

después de aquel ratico de oración ante el cuerpo inanimado de su hermana. Estaba desencajado, visiblemente afectado,

parecía mucho mayor. Y al encontrarnos de nuevo con él media hora más tarde, después de haber celebrado la Santa Misa, parecía otra persona: su rostro reflejaba una paz inmensa y algo que, ante la dificultad de saber expresarlo, me

atrevería a decir transfigurado. Nos dirigió una mirada paternal y nos dijo con expresión de absoluta seguridad:

-No lloréis más, que Carmen ya está en el Cielo.

(...) Entró por última vez en Villa Tevere a hombros de alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz. Unas horas más

tarde descansaba en la 'Sottocripta' que hay en aquella casa".

En el momento del entierro el Fundador se dirigió a los que le rodeaban:

"Mientras bajan los restos de mi hermana, quiero deciros unas palabras. Nos ha enseñado cómo se vive y cómo se

muere en el Opus Dei: sin hacer ruido, desapareciendo, sin que nadie se enterara aparte de nosotros, que estábamos muy

cerca.

Yo, como sacerdote, os tengo que recordar que encomendéis su alma; sin embargo, ¿queréis que añada una cosa? Tengo

mis motivos, porque siento el ímpetu de Dios, y os sugiero que os encomendéis a ella".

"Sí, hijos -explicaría más tarde-, me tenéis que dar la enhorabuena; Carmen se encuentra ya en el Cielo. Estaba

ilusionadísima con la idea de que pronto vería a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, y a la Santísima Virgen

y a los Angeles... Ahora continúa encomendándonos".

"Llevó la enfermedad -comentó en otra ocasión- como una persona santa del Opus Dei. Me da consuelo recordarlo.

Antes de morir le dije que la enterraríamos aquí, en la 'sottocripta'. Y se le ocurrió comentar:

-Oye, si va Santiago, que tenga cuidado, porque aquello está muy frío.

Estaban a su lado, conmigo, don Alvaro, don Javier y el doctor Pastor, que le tomaba el pulso (...). Yo lloré como un

niño, a escondidas, ante el Sagrario, hasta que murió, porque veía que se nos acababa otro tiempo histórico, porque

quería muchísimo a mi hermana, y porque pensaba en lo mucho que nos había ayudado, sin tener vocación, como ella

decía. Luego, cuando dejó esta tierra, recé un responso y, en cuanto pude, bajé a decir Misa. Estuve con mucha paz y

muy contento: contento con la Voluntad de Dios, que sabe muy bien lo que hace. Pero me costó, porque con ella -

insisto- se nos iban treinta años de historia de la Obra. Y me costó también porque tengo corazón".

5. SEVA, VERANO DEL 1957

Volvamos de nuevo al hogar de los Grases en Barcelona, que durante esos días se encontraba en pleno ajetreo. Los chicos habían concluido las clases y preparaban entre todos las maletas para el veraneo. Enrique había terminado sexto

Page 89: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

de Bachillerato y se preparaba para entrar en el Seminario; Montse había terminado su primer año en la Escuela

Profesional.

Aquel verano del 57 en Seva comenzó bajo el patrocinio de San Lorenzo: ¡qué calor! Y eso que en aquel pequeño

pueblo junto al Montseny no hacía tanto calor como en Barcelona, pero aun así se dejaba sentir el bochorno, al igual

que en el resto del país..., ¡habían dicho en la radio, en "el parte" de las dos y media -comentaban- que en Pamplona

estaban a cuarenta grados! ¡En Pamplona!

¡Cuarenta grados! Parecía como si el glorioso santo hiciese participar a los sufridos veraneantes de la propia

temperatura de su parrilla...

Y en Europa -así, como algo lejano y separado: Europa estaba entonces mentalmente muy lejos todavía- tampoco les iba mejor: habían muerto doce personas en Francia a causa de la ola de calor y en ciudades como Berlín estaban a 34

grados.

Al fin, el 10 de agosto, fiesta de San Lorenzo, se acabó el martirio: ya estaban asados suficientemente por una parte y

por otra, y el astro rey amainó sus furias... Bajaron los grados del termómetro; tomaron los veraneantes un respiro,

mientras se seguían comentando las últimas novedades, en las tertulias veraniegas de Seva:

-"¿...Sabe usted que el nuevo coche que ha sacado la Seat..."

-"¿El 600?"

-"Sí; ése; ¡Pues que dicen que alcanza los 90 kilómetros!"

-"¡Qué barbaridad! Eso va a ser el fin del biscúter".

-"¡Y a 65.000 pesetas!"

-"Pues lo que le digo yo: que se acaba el biscúter".

-"Sí, han aparecido dos cerca de aquí: uno en Roda de Ter y otro en San Hipólito...", comentaban las señoras en la

inevitable tertulia paralela.

-"¿Dos Seat 600?", preguntaba uno, despistado.

-"No, dos gamos. Deben de haber bajado del Montseny".

-"¿Dos gamos en Roda? Qué raro..."

-"Cosas que pasan".

-"Pues más raro todavía -intervenía otra- es lo de ése que está buscando oro en Madrid, en el parque del Retiro".

La otra contaba. El tema se ponía interesante.

-"Pues resulta que un tal Cervera, radioestesista, o radiestesista, que para el caso da igual, asegura que hay una mina de

oro en el mismísimo parque del Retiro, junto a la montaña de agua. Y desde ayer -que lo he leído yo, que viene en 'La

Vanguardia'- ya tiene a unos socios capitalistas dispuestos a excavar".

-"¿Y cree usted que allí habrá oro?"

-"¡Vaya usted a saber! De todas formas, como los de Madrid siempre quieren tener de todo..."

Del tal Cervera se pasaba al cine. En las carteleras se anunciaba una novedad: la última película de "Sissi Emperatriz",

continuación de "Sissi" a secas, que había hecho furor años antes, donde según una señora, "se lloraba muy bien".

Aunque también en lo de llorar hay gustos, porque enseguida replicaba otra:

Page 90: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"¡Qué va! Donde se llora bien, bien, bien de verdad es en 'La Familia Trapp'..."

Veinte días en Francia

Montse no pudo seguir aquel verano de cerca las peripecias del Señor Cervera en el parque del Retiro, porque, por

primera vez, pasaba unos días fuera: ¡En Francia! ¡En el extranjero!

"Durante aquel verano -explica su padre- tuvimos en casa durante veinte días a un chico francés de Limoges, Jean

Marie de Catheu; y mientras tanto sus padres nos prepararon el intercambio de Montse con una hija de la Vda. Louvet,

que vivía en Saint Leonard, muy cerca de Limoges".

El 6 de agosto se fueron a Francia los tres: Jean Marie, Enrique y Montse, que estuvo hasta el día 31 en casa de la Vda.

Louvet, en St. Leonard. En sucesivas postales, fue contando sus peripecias en tierras francesas. Le gustaron

especialmente las excursiones por la montaña y la visita que hizo a la catedral de Limoges: "es magnífica, sobre todo las

vidrieras que tiene, representando diversos pasajes -contaba-, todos ellos preciosos". Y como todo no va a ser montaña

y cultura, también le gustaron mucho las zambullidas en un lago cerca de Cascade, que relataba con rara exactitud

germánica: "si miras la postal -escribe-, verás un gran lago. Aquí me bañé yo el segundo día de estar en Francia a las

cinco de la tarde".

También hizo mucho deporte. Los partidos la dejaron exhausta, y le decía a su madre en otra postal: "me duele

muchísimo el brazo derecho de jugar a tenis, y además con unas raquetas que pesan como un burro..."

La verdad es que en Francia lo pasó muy bien, pero, como suele suceder en estos casos, a la vuelta no tenía demasiado

que contar. Hizo el plan habitual de cualquier viaje juvenil al extranjero: descubrir un mundo nuevo, reírse con las

equivocaciones del idioma; sorprenderse ante las costumbres del país vecino y sobre todo, escribir postales, muchas

postales.

No le gustaba demasiado escribir -estaba claro que lo suyo no era la Literatura-, pero con las postales -a pesar de que de

vez en cuando se le colase una hache despistada de la ortografía- no había problemas. La mitad del texto la ocupaba la

narración de las andanzas del día; y la otra mitad -otra ventaja de la familia numerosa- la ocupaban las largas

despedidas a sus hermanos: "Muchos besos a todos de parte mía -escribe a Pilar- a Mª Cruz, Rosario, Mª José, a Jorge,

Ignacio, a Mamá, a Papá y a Rafaelito y a ti un estirón de orejas. Montse".

Durante ese periodo los Louvet invitaron a pasar unos días con ellos a un matrimonio con cuatro hijos. La hija pequeña

de esta familia le recordaba mucho a su hermano menor al que le enviaba una postal con una vista de Limoges y le

escribía, en tono de broma:

El pequeño Rafael, con su año y medio recién cumplido, no estaba en muchas condiciones de responder a aquella postal

del extranjero; pero a pesar de todo se ganó algún regalo de su hermana mayor a la vuelta de Francia. Naturalmente los

regalos eran muy sencillos, y no picaban más alto que las chucherías, los "souvenirs" y los caramelos franceses, porque

como le contaba a su padre en una postal: "las porcelanas, son magníficas pero carísimas, aquí todo es muy caro".

Robo en Despoblado

En Seva, tras su vuelta de Francia, la vida transcurría con la placidez y el sosiego de siempre. En la vida nacional y local, pasaba lo mismo que en veranos anteriores: es decir, prácticamente nada. Y los periódicos, a falta de noticias,

seguían contando las aventuras del tal Cervera, que seguía sacando tierra y tierra del Retiro entre la rechufla general.

Harto ya, se llevó a Madrid al Sr. Torrejoncillo al que le había descubierto anteriormente -aseguraba Cervera- una mina

de topacio...

-"¿De topacio, dice Vd.?"

-"Sí señor -se comentaba en las tertulias nocturnas-, doscientos kilos de topacio en bruto. ¡Lo leí ayer en 'La

Vanguardia'!"

Page 91: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

A los amigos de Montse lo de la mina de topacio les traía sin cuidado. Se traían algo más interesante entre manos.

Estaban preparando, bajo la sabia dirección del Sr. Maqueda, un sainete en dos actos de Ramos Carrión y Vital Aza:

"Robo en Despoblado", para sacar fondos para la parroquia. ¡Aquello sí que iba a ser una mina!

La pieza elegida no era de Shakespeare precisamente. Ni falta que hacía: ¡con lo que les costó aprenderla! Sin embargo,

a pesar de su bisoñez, la naciente Compañía vino al mundo con fuerza e ímpetu teatral: se autotitulaba "la Compañía

titular de Teatro de Seva", (lo que era una suerte, ya que no había otra) y el programa no se paraba en chiquitas a la hora

de resaltar sus cualidades artísticas: era "La mejor del mundo... después de unas cuantas".

En el reparto intervenían actores y actrices bastante conocidos en la localidad.

Doña Nieves .............. María Luisa Xiol

Enriqueta ................. Marisa Ferrater

Matilde ..................... Ana María Xiol

Don Bonifacio ............ Enrique Grases

Se señalaba la colaboración especial de Trini Salvá "que interpretará el dificilísimo papel de criada" y se recordaba -

dato importante- que la recaudación quedaba confiada al "fértil numen" de Pepón Ferrater.

"Apuntará -seguía explicando el programa- María Teresa Galilea, especializada ya en las clases de su colegio y

transpuntará Josefina Gamboa, que tampoco es muda".

Los precios de las localidades obedecían a un criterio singular:

"Personas hasta 1.50 metros .................... 5,00 ptas.

" desde 1.50 a 2 metros ................ 10,00 "

" desde 2 metros en adelante .......... 203,05 ""

En las Notas se observaba:

"1. La obra a representar es de carácter cómico. Por lo tanto, que nadie diga que le hace llorar.

2. El público debe contener su entusiasmo, absteniéndose de aplaudir todas las escenas. Basta que lo haga al final de

cada acto.

3. Los beneficios que se obtengan serán destinados a beneficencia".

El director, don Pedro Maqueda, hombre simpático y cariñoso, era muy estricto a la hora de los ensayos, y la parroquia

quedó muy agradecida, porque la representación fue un éxito, tanto de crítica como de público, aunque tanto la una

como el otro estaba compuesto -todo hay que decirlo- en gran medida por los padres, madres, hermanos y amigos de los actores y actrices... El evento tuvo lugar en el teatrillo de la parroquia, un local viejo y algo destartalado, el día de la

Virgen de la Merced, fiesta de los barceloneses.

Días más tarde tuvo lugar una segunda prueba de fuego ante un público más imparcial: el del pueblo. Esta segunda

demostración del talento escénico de aquellos veraneantes fue un poco más comprometida. La función se celebró en domingo, porque los habitantes de Seva trabajaban duro durante la semana. Cosecharon un nuevo éxito: de crítica, de

público y de fondos para la parroquia, que al fin y al cabo era lo que más importaba...

Y ahora que estamos contentos

Page 92: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Pocos días antes de la fiesta de la Merced, el 23 de septiembre, Montse había hecho su segundo viaje al extranjero:

Andorra, donde estuvo sólo un día. Aquel final de verano del 57 tuvo sabor de despedida. A los pocos días Enrique

ingresaría en el Seminario. "Su madre organizó entonces -cuenta Marisa Ferrater-, una de aquellas meriendas en el

jardín que tanto le gustaban. Puso el 'pick-up' a todo volumen, escuchamos música, y cantamos muchas canciones.

También hubo alguna canción con una letra un poco más alusiva, que decía, al final, algo así como: 'Vuélvete loco por

Cristo...'. Y luego, las de siempre: canciones de montaña, de tuna... 'Clavelitos'... Pero la que más éxito tuvo aquella

noche fue la de:

Y ahora que estamos contentos...

Y ahora que estamos contentos..."

6. LA LLAMADA

Entró Enrique en el Seminario diocesano de Barcelona y Montse continuó sus clases en l'Escola. Las buenas calificaciones del curso anterior evidenciaban la formación que había ido recibiendo en Llar sobre la santificación del

trabajo. A medida que crecía en vida interior, iba intensificando su espíritu de trabajo y esto tuvo un reflejo claro en las

notas de fin de curso: obtuvo una mayoría de notables y sobresalientes. Seguía acudiendo a Llar con frecuencia. "En

noviembre del 57 -cuenta Rosa- la invité de nuevo a ir un Curso de retiro. Esa vez me amparé en mi polio. Le dije que

no sabía yo si podría ir a esos Ejercicios...

-¿Por qué?, me preguntó.

-Porque iba a venir una amiga mía para ayudarme y al final no va a poder. Y, la verdad, si no va alguien que me ayude,

no me animo a ir. No me gusta que todo el mundo tenga que estar siempre pendiente de mí...

-Ah, muy bien -me dijo enseguida-, entonces iré yo y te ayudaré.

Ese era un gesto muy suyo: ayudarte en todo lo que pudiera. Y lo hacía además con una gran elegancia humana: no se

hacía notar. Sabía hacer y desaparecer, sin dejar por eso de estar pendiente de ti: de repente, te dabas la vuelta y te la

encontrabas detrás, por si necesitabas algo...

Esta actitud puede resulta natural en una persona mayor, pero en una chica tan joven como ella, me sorprendía. Estaba

pendiente de las cosas grandes y de las pequeñas. Por ejemplo, si en una habitación no había sillas para todos, se

marchaba, las traía, las ponía y se sentaba. Y si yo me daba cuenta, me guiñaba un ojo, sonriendo, como diciéndome: 'ya

está'.

Al final, por otras razones, yo no fui a esos ejercicios. Me quedé en Barcelona y recé mucho por ella... porque yo estaba

convencida de que tenía vocación. Veía que Montse tenía un espíritu desprendido, generoso, con capacidad de entrega.

Y el corazón libre para querer a Dios...

Un día se lo dije claramente:

-Mira, Montse, Dios te ha dado una serie de cualidades por las que estoy convencida de que, si te entregas a Dios, serás

muy feliz. ¿Por qué no le preguntas al Señor si tienes vocación?

Yo estoy segura que ella también veía todo esto, pero... no le gustaba que yo se lo dijera: me dijo que la vocación era

algo muy importante, muy personal, y que lo tenía que decidir con plena libertad.

Y yo la dejé, naturalmente, en plena libertad. Pero seguí rezando por su vocación..."

Lía Vila

Page 93: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El 5 de noviembre llegó una nueva Directora a Llar, Emilia Vila, a la que todas llamaban por su nombre familiar: Lía.

La madre de Montse recuerda a esta catalana de veintisiete años, oriunda de Gerona, como una mujer de grandes

cualidades y de una gran simpatía: "...Alta, esbelta, con el pelo castaño... era muy dinámica, y tenía una gran vibración

apostólica y un temperamento muy abierto y extrovertido. Era una mujer de gran corazón, muy delicada y muy

agradable en el trato. Era alegre y serena, al mismo tiempo. Falleció hace unos años. En resumen: una persona

excepcional".

Al llegar a Llar, Pepa Castelló presentó a Lía algunas chicas jóvenes que venían por allí: una de esas chicas estaba

enfundada en una bata blanca y colaboraba en los arreglos de la casa limpiando una puerta sucia de pintura. Cuando vio

a Lía se adelantó a saludarla:

-"Hola, me llamo Montse. ¿Y tú?"

El segundo Curso de retiro

Montse "me llamó la atención de una manera especial", recuerda Lía en sus escritos. Poco tiempo después de esta breve

presentación tuvo ocasión de pasar con Montse unos días en Castelldaura, durante los Ejercicios Espirituales y tiempo

más tarde se haría con ella esta fotografía:

Montse "estaba muy contenta -recuerda Lía-; me habló de que le ayudara a ponerse un plan serio" (de vida cristiana)".

'Ya lo tengo pero quiero hacer más, y sobre todo ordenado. Ya sé que va a ser un poco difícil, porque somos mucha

gente en casa y tengo que ayudar un poco a mama'. Hablamos del 'minuto heroico', (...), de ir a Misa todos los días... y

con cara de pasmo me iba diciendo: 'todo eso en casa lo hacen mis padres'. Y comentó: 'Pues, si ellos lo hacen, ¿por qué

no voy a hacerlo yo?'"

Montse había ido al Curso de retiro junto con su amiga Ana María Suriol; eran las más jóvenes y les costaba estar en

silencio. "Hablaban las dos bastante -recuerda Lía, divertida- pero no solíamos decirles nada". Lía y Pepa comprendían

que a su edad, después de las charlas ascéticas y de las meditaciones del sacerdote, tuvieran ganas de charlar y de darse

una vuelta, riéndose, por los jardines...

Del motivo de aquellas risas se enterarían más tarde. El primer día, nada más llegar a Castelldaura, Montse había ido

probando, de broma, todas las camas que había en la casa, para comprobar cual estaba más blanda y más mullida; y

cuando decidió cual era la mejor... se lanzó sobre ella como si estuviera desde lo alto de un trampolín y ¡zás!, tuvo tan

mala suerte que la cama se rompió, ante la consternación de Ana María, que vio como acababan las dos -Montse y la

cama- en el suelo. Tuvieron que atarla con cuerdas... ¡Vaya un buen comienzo -pensaron- del Curso de Retiro!

De todos modos, Lía y Pepa animaron a aquellas dos jóvenes parlanchinas a que aprovecharan aquellos días de retiro

para profundizar en el trato con Dios y a que lucharan por estar en silencio, porque Dios habla bajo...

Fue como un susurro. Montse intuyó lo que Dios quería de ella... pero no del todo. Como sucede en todas las llamadas

de Dios, debía superar todavía una pequeña bruma.

Aparentemente no había pasado nada. Nadie se dio cuenta. Ni siquiera Ana María, que lo único que notó fue una mayor

alegría en Montse. Durante aquellos días -cuenta- intensificamos nuestras conversaciones espirituales (...). Sin embargo,

no me comunicó su vocación o deseos de entrega al Señor hasta algún tiempo después, cuando vio con claridad la

llamada de Dios".

En aquel Curso de retiro estaba una chica, Sylvia Pons, algo mayor que Montse, que cuenta: "Eramos doce las asistentes

al retiro y tuvimos oportunidad de hacernos amigas todas las que estábamos allí. Montse estaba con una amiga suya

Ana María Suriol, de su misma edad, 16 años. El retiro fue muy intenso, como todos los cursos de retiro. Recuerdo que

en el comedor leíamos 'Cartas de Nicodemo', de Jan Dobraczynsky, que nos encantaba a todas".

Las "Cartas de Nicodemo" resultaban una lectura perfectamente adecuada para aquel público y para aquellas horas del

mediodía. Habían tenido, por la mañana, una meditación antes de la Misa; luego otra meditación y un rato de lectura

espiritual. Por la tarde vendría el Vía-Crucis, otra meditación, el Santo Rosario, la bendición con el Santísimo... Y todo

en silencio, para favorecer la oración personal, junto al Sagrario o paseando por las avenidas de Castelldaura, bajo las

palmeras o los plátanos, divisando siempre la cinta azul del Mediterráneo en la lejanía.

Page 94: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Tras el "affaire" de la cama, Montse y Ana María estaban haciendo con profundidad y seriedad aquel Curso de Retiro...

pero es fácil comprender que aquellas dos quinceañeras estallaran en risas al oír en labios de una amiga la lectura del

comienzo del primer capítulo de aquel libro:

"Esta enfermedad, Justo, me está destrozando. Antes yo era un hombre lleno de energía, sabía mostrarme suave y

comprensivo con los que me rodeaban. No sentía esta continua irritación e impaciencia, esta insoportable necesidad de

quejarme sin cesar de los demás..."

Montse -sigue contando Sylvia- tuvo unos cuantos ataques de risa y explosiones, contagiando a las demás".

Una vez superadas las risas, seguía el silencio del retiro y la oración junto al sagrario. En uno de esos momentos Montse

atisbó lo que Dios le pedía: la entrega total y plena, dentro del Opus Dei.

Exteriormente nadie notó nada; pero, como recuerda la expresión castiza, "la procesión iba por dentro", aunque por

fuera siguiera tan divertida y expansiva como siempre. "Siempre recordaré -comenta Sylvia- los abrazos tan efusivos y

tumbativos que daba y lo dinámica que era".

Cuando terminó aquel Curso de retiro, ya de vuelta a Barcelona, comenzó a asistir con más frecuencia a Llar. A primera

hora de la mañana acudía con Sylvia a la Misa que se celebraba en el Oratorio del Centro y después se quedaba a ayudar

en lo que libremente quería. Era una ayuda eficaz y con frecuencia, divertida. "Nos quedábamos muchas veces -

recuerda Sylvia- para hacer la limpieza del Oratorio. Como el suelo era de parqué, le sacábamos brillo frotándolo con

bayetas. Estábamos no sé cuanto tiempo frotando con las bayetas en los pies hasta dejarlo resplandeciente. Nos parecía

que era más efectivo al frotar, dar una patada al suelo, de manera que hacíamos un ruido fenomenal".

Lía Vila cuenta que, a partir de aquellos tres días de retiro, cada semana charlaban sobre algunos puntos de la vida

interior, especialmente sobre la oración; para hacer la lectura espiritual le recomendó, y le entusiasmó, "El Valor divino

de lo humano", de Jesús Urteaga; y "La Virgen Nuestra Señora", de Federico Suárez; que asimiló muchísimo y fue un libro muy decisivo en su vida... Recuerda también Lía otros libros de espiritualidad que había leído Montse, como

"Dificultades en la oración mental", de Boylan, "Simón Pedro", de Chevrot y otros. También hablaban de filiación

divina, de mortificación en las cosas pequeñas, y de apostolado. Y un día le dijo que estaba pensando pedir la admisión

en el Opus Dei.

Por esos días -el 8 de diciembre-, Sylvia había decidido ya entregarse a Dios en el Opus Dei. A Montse no le extrañó:

ya le había comentado a Nuria, una amiga suya, durante el retiro, que aquello se veía venir...

La decisión generosa de Sylvia debió ser un aldabonazo en su alma, como lo había sido la de su hermano Enrique. Sylvia tenía más o menos su misma edad y ya se había entregado a Dios... "Sylvia -recuerda María del Carmen

Delclaux- era una chica guapa, de una buena familia de Barcelona, muy dinámica e independiente para lo que se llevaba

en aquella época. Conducía una Isetta y gozaba de mucha libertad de movimientos, poco frecuente entonces. Recuerdo

que nos llevaba y nos traía en el coche de acá para allá y el hecho de que gozara de esa autonomía nos sorprendía

mucho, porque en aquellos años las chicas, por lo menos en Barcelona, solían vivir en un ambiente familiar muy

cerrado".

Temores y dudas

Montse disfrutaba al igual que Sylvia, de ese clima de libertad familiar, y por su talante humano, abierto, divertido e

independiente, congeniaron muy bien. También ella sentía la llamada de Dios allí, en el hondón del alma: una llamada

que afloraba a la superficie cada vez que hacía oración... Tenía razón Rosa: la vocación es algo que Dios hacer ver en el

corazón de un modo misterioso. Y aquel punto 903 de "Camino", era como una espada afilada:

-"Si ves claramente tu camino, síguelo. -¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene?"

Los deseos de entrega, de amor a Dios, iban creciendo y creciendo cada vez con más fuerza en su alma, iluminando su

mente y su corazón, hasta apoderarse de ella. Cada vez estaba más claro... aquello era lo que Dios le pedía... aquello era

lo suyo... pero pensaba que era muy joven, que era pronto todavía... ¿No se estaría precipitando?

El tercer domingo de diciembre -el día 15- hubo retiro mensual, como de costumbre, y Montse estuvo allí junto con las

chicas -una cincuentena- que asistieron; y además pasó la bolsa al terminar. En esa bolsa las participantes podían

Page 95: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

colaborar con sus ahorros en las labores apostólicas de Llar. El resultado en cifras no era precisamente como para

deslumbrar al cajero del Banco de España, pero lo que importaba era sobre todo la generosidad del corazón, ya que el

bolsillo de aquellas estudiantes solía ir, por lo habitual, bastante corto.

También los sábados y los días 19 de cada mes se hacía una colecta que se destinaba a las flores que se ponían junto al

Sagrario y a las visitas que se hacían a gente necesitada, o a tener un detalle de cariño con alguna persona enferma,

como aquella chica joven a la que visitaban Montse y Ana María. Esa chica "tenía cáncer en el cerebro -recuerda Ana

María-, le hacía sufrir mucho, pero supo soportar heroicamente toda su enfermedad con una paz y alegría

extraordinarias. Nos admiraba la serenidad con que aquella chica llevaba su enfermedad, dejándonos profundamente

impresionadas cada vez que íbamos a verla..."

El martes 17, a partir de las siete de la tarde, el timbre de la casa sonó sin parar. Eran las más jóvenes, que acudían a una

clase de formación espiritual. En esa clase se hablaba de cultivar las virtudes humanas -lealtad, sinceridad, alegría... de

santificar el trabajo, y de algunos aspectos capitales de la vida cristiana. Entre las asistentes estaba Montse. Sin

embargo, al acabar la clase no se fue a la hora acostumbrada. Le dieron las tantas hablando con Pepa.

En los días anteriores a la Navidad, mientras unas empezaron a adornar las habitaciones de la casa, otras comenzaron a

montar el belén. ¡El belén! Desde el viernes 20 aguardaban en la sala de estar las figuras del pesebre y el resto de los

aditamentos: corchos, puentes, casas y castillos; pero, como suele suceder, pasaban los días y el belén no se acababa;

Pepa y otras "artistas" decían que faltaban elementos; por ejemplo, musgo. ¡No se puede hacer un belén sin musgo! Lo

sabían bien, porque Barcelona es tierra de buenos belenistas. No había que preocuparse, mañana se iría por musgo. Lo

importante era tener el Nacimiento acabado para la Misa del Gallo, porque ya se sabe que un belén corre sobre todo un

riesgo: el de no acabarse nunca.

7. EL GORDO DE LA LOTERIA

-"Mamá, me parece que tengo vocación".

Cuando escuchó aquellas palabras en labios de su hija, Manolita se quedó desconcertada. Aquello que acababa de

escuchar era algo que la ilusionaba, sin duda. Siempre había soñado con tener un hijo sacerdote, y allí estaba Enrique...

Siempre había deseado, en el fondo de su corazón, que sus hijos se entregaran a Dios, y ahora Montse le decía que...

Sin embargo, había pensado siempre, no sabía explicarse por qué, que aquello sucedería dentro de muchos, muchos

años, como si el tiempo no pasara... Quizá, como todas las madres, no se había dado cuenta de que sus "niños" ya no

eran tan niños, y que aquel momento, por el que había rezado durante largo tiempo, ya estaba aquí, ¡tan pronto...!

-"Pero, ¿te lo has pensado bien Montse?"

-"Sí, sí, sí, mamá. Tengo vocación y quiero pedir la admisión como Numeraria".

¿Qué podía decirle? Montse la miraba aguardando una respuesta... ¿Qué respuesta iba a darle? No hay cosa más

delicada que la vocación que nace en un alma joven. ¿Qué hacer? ¿Decirle que esperara un poco, como a Enrique...? Ya

les había dicho el padre Gabriel que no se podía hacer que los jóvenes retrasaran su entrega y que cuando Dios llama

hay que decir que sí, y que los padres comprometen su alma cuando ponen obstáculos graves a la vocación de sus

hijos...

Pero aquello podía ser sólo una ilusión, un capricho juvenil que lo mismo se va que se viene. Y... ¿si era cosa de Dios?

¿Cómo podía oponerse a algo que era de Dios?

-"Pero Montse, ¿lo has consultado ya con tu director espiritual?"

-"No, mamá, porque antes quiero estar segura".

-"Pues yo te sugiero que lo hagas, porque él puede ayudarte. ¿Qué te parece si se lo decimos a papá?"

Page 96: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Montse no parecía muy dispuesta. Le insistió:

-"Mira, papá puede ayudarnos a encomendarlo más".

Montse dudó unos instantes. No había contado con esto. Al final aceptó:

-"Bien, hablaremos con él".

Manuel Grases recibió la noticia con su calma habitual, y procuró disimular la alegría que aquello le producía.

-"Mira, Montse -le comentó, con voz serena-, todo lo que yo puedo decirte es esto: la vocación es un don maravilloso

que Dios nos da y supone una decisión que hay que meditar muy bien, en la presencia de Dios... Tu madre y yo lo único

que podemos hacer en este caso es rezar; y ya que estamos en estas fechas lo que vamos a hacer es encomendárselo los

tres al Niño Jesús, para que te haga ver claro cuál es tu vocación. ¿Qué te parece?"

Manuel Grases contuvo su emoción como pudo. Sí; aquello era algo por lo que había venido rezando durante toda su

vida... Dios le daba -como le había pedido- una nueva vocación entre sus hijos. Pero ahora lo importante no era que se

cumpliese su ilusión personal, sino que se cumpliese la Voluntad de Dios.

Y se pusieron a rezar.

Manuel y Manolita Grases obraron como buenos padres cristianos: dejaron a su hija en plena libertad para que decidiera

ante Dios. No le habían dicho que ellos ya pertenecían al Opus Dei, y esto no suponía ningún tipo de desconfianza, ni

era un secreteo tonto: era una exquisita muestra de delicadeza con ella; pensaban que de ese modo respetaban más su

decisión. Y no se equivocaban.

Tampoco le dijeron que hacía tiempo que rezaban para que algún día se entregara a Dios. Pero le dieron el mejor

camino para resolverla: le aconsejaron que rezara, que consultara su decisión con personas bien experimentadas. Y

dejaron que decidiera por ella misma, con libertad.

Y ellos, por su parte, pusieron los medios sobrenaturales para conocer la Voluntad de Dios: confiaron en la oración.

Veintiún mil setecientoooos. Ochocientasmiiiil pesetaaaaaas... Cuarenta y ocho mil ochocientos noventa y cuatro.

Ochocientasmiiiil peseeetaaaaaaas...

Las voces agudas de los niños del Colegio de San Ildefonso horadaban aquella mañana del 22 de diciembre los

tímpanos de los sufridos vecinos de aquella casa de la calle París. Se escuchaba, incesante, por todas partes, la cantinela

anual de los premios de la lotería. Hacía frío: 9 grados. Por la calle, ateridos tras sus bufandas de lana, se felicitaban los

viandantes: "Bon Nadal! Bon Nadal!" En la Rambla de Cataluña las vendedoras de gallos ponderaban sus ruidosas

mercancías, que tiritaban bajo sus plumas entre las miradas inquisitivas de las amas de casa:

-"Pensi que l'hem criat a casa -insistía la vendedora- ja m'ho sabran dir".

Los Grases fueron a Misa a la parroquia, como de costumbre. A la vuelta sonaba todavía la cantinela del sorteo a través

del patio interior de la casa, poniendo en vilo a cada momento a las señoras que preparaban la comida del día. A

Manolita no le gustaba "tirar el dinero en esas cosas de la lotería", pero en el edificio, quien más quien menos, guardaba

una esperanza lejana en su "decimito", o en su pequeña -o grande- participación en la lotería de Navidad, con la secreta

ilusión, nunca confesada -¡a mí, a mí qué me va a caer el gordo!- de que si no el Gordo, al menos cayeran unos duros en

la pedrea; o si no, para terminar bien las fiestas, algún "pellizco" en el sorteo del Niño...

... Cincuenta y tres mil setecientos veinticincooo: Seiscientas miiiiil pesetAAaaas. Cinco mil seiscientos setenta y

sieteee: Cua-tro-cien-tas-mil peseee-tAAAAaaaaaaaaaaaaas...

Manolita no apartaba la vista de Montse. Aparentemente en la casa se vivía con el ajetreo de cualquier Navidad: los

niños estrenaban ruidosamente sus primeros días de vacaciones, alborotaban y jugaban por los pasillos mientras Manuel

ponía el Belén... y todo, con la música de fondo de los lloros del pequeño Rafael. Pero Montse...

Montse estaba como... distinta. Contenta, pero inquieta. Y no contribuían a la calma precisamente el eco de los números

de la suerte que se escuchaban, "gracias a Radio Nacional de España", como repetía el locutor cada diez minutos. A las

Page 97: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

doce menos cinco hubo un breve silencio. ¿El gordo? ¿Habrá caído el gordo? Muchas señoras del edificio suspendieron

por un momento sus faenas domésticas en la cocina. Hubo una tregua en el trasiego de las cacerolas y agudizaron el

oído. Sí, por fin, ahí estaba: ¡El gordo! Se escuchó por la radio una voz grave y metálica que leía, silabeando, con

acento solemne:

Cin-cuen-ta-y-tres-mil cua-tro-cien-tos-ca-tor-ce: trein-ta mi-llo-nes de pe-se-tas.

A continuación en muchos hogares se armó un pequeño revuelo en busca de aquel boleto que quizá... quizá... pero,

después de comprobarlo, nada, ni por asomo. Ni siquiera la última cifra. Está bien. Otro año será. Y las bolas de la

suerte seguían repartiendo fortunas, dando vueltas dentro del bombo de la lotería...

Montse, mientras tanto, seguía dándole vueltas a su entrega. Ya estaba casi decidida, pero de vez en cuando, surgía de nuevo la duda... Todo cristiano -lo sabía bien- está llamado a la santidad. La vocación a la Obra es una determinación de

esa llamada universal; pero... ¿Dios le pedía eso? ¿Y si todo no era nada más que un sueño, un número equivocado de la

lotería?

¿Y si...?

¿Y si su verdadero número, su verdadero camino era ése, y estaba a punto de tocarle el regalo más maravilloso que

jamás pudo haber soñado?

A las 11 de la mañana del 22 de diciembre la Radio Vaticana difundió el mensaje de Navidad del Papa por todo el

mundo. A través de las ondas se escuchó la voz grave y solemne de Pío XII: "Dios ha confiado a los hombres sus

designios para que éstos los realicen personal y libremente poniendo a contribución su plena responsabilidad moral, y

exigiendo, si fuera necesario, fatigas y sacrificios al servicio de Cristo".

Durante la tarde del día 24, víspera de Navidad, Pepa y Montse volvieron a hablar. "Montse -recuerda Pepa- vino para

ayudarme a terminar el Belén. Luego salimos juntas a hacer varias compras y nos acercamos hasta la plaza de la

catedral donde estaban los mercadillos en los que se vendían figuras de Belén, panderetas, musgo... Luego fuimos a

Monterols, donde estuvo viendo los adornos navideños que había hecho Carmiña Cameselle. Estuvimos hablando de su

vocación y me dijo que le dolía la pierna, pero yo no le di mayor importancia. Estaba prácticamente decidida a ser del

Opus Dei, pero la retenía el temor a no perseverar".

Montse le expuso sus dudas: quizá era demasiado joven... Pepa le habló de Icíar, la Directora de un centro del Opus Dei

en Roma, que se había decidido a su misma edad. Montse volvió a la carga: ¿y quién le decía a ella que en el futuro...?

¿Quién le aseguraba la perseverancia? ¿Y si se encontraba sin fuerzas? Pepa le daba razones sobrenaturales hasta que, en un determinado momento, Montse se abandonó en las manos de Dios, y se decidió. No había que darle más vueltas:

Dios la llamaba al Opus Dei.

"El Gordo en Bilbao", anunciaba el día anterior "La Vanguardia" en los grandes titulares de su primera página. "Y el

segundo en Valencia", apostillaba el diario. Montse sabía que no era así. Aquel año el gran premio de la lotería, el

"gordo", no había caído ni en Bilbao ni en Valencia, sino en Barcelona. En concreto, le había correspondido a ella.

Volvió de nuevo a Llar, exultante y contenta. Desde luego, mucho más contenta que el Sr. Zajarín, el agraciado

mecánico bilbaino propietario del boleto de la suerte, que se asomaba a la primera página de los diarios con su rostro

sonriente de nuevo millonario...

Nada más llegar, como tenía por costumbre, saludó al Señor en el Sagrario. Estaba totalmente decidida. Y feliz, aunque

un poco nerviosa. En la sala de estar cantaban villancicos junto al belén y escuchaban unos discos que había traído de su

casa.

"Me acuerdo perfectamente", cuenta María del Carmen Delclaux: "eran las ocho de la noche y yo estaba con Montse

planchando algunos lienzos del Oratorio. Estaba inquieta: iba y venía desde la habitación donde planchábamos hasta la

puerta del despacho de Lía, que en ese momento estaba ocupada. Me dijo que estaba esperando para hablar con ella. Me

sorprendió aquel nerviosismo. Luego me dijo: 'más adelante..., ¿me enseñarás a planchar cosas del Oratorio?'. Me quedé

extrañada: ¿Qué me quería decir con aquel 'más adelante'?"

Al fin, se abrió la puerta del despacho de Lía y Montse salió corriendo.

-"Lía, ¿puedo hablar un momento contigo?"

Page 98: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

8. LA PRIMERA CARTA

No -concluyó Lía-, aquello no era un arrebato sentimental de un momento; no era el fruto fugaz de un estado de ánimo

pasajero: Montse era una chica equilibrada que no obraba por impulsos repentinos. La conocía bien. Aquella era una

decisión madura y meditada, profundamente libre. No era la consecuencia de ninguna influencia externa: Montse tenía

una personalidad firme, muy poco influenciable. Aquello era de Dios.

Lía, después de ponderarlo detenidamente y de considerarlo en la presencia de Dios, tras hablar con Montse, se

convenció de la madurez espiritual de aquel alma joven y de sus sinceros deseos de entrega y de lucha. Sabía que

deseaba pedir la admisión en el Opus Dei para servir a la Iglesia, para santificarse en su trabajo cotidiano, para luchar

por amor hasta el último instante... Y la dejó pedir la admisión mediante una carta al Fundador escrita de su puño y

letra, en el tono familiar propio de la Obra.

Montse tomó la pluma algo nerviosa. Aquella sí que era una carta decisiva. Muy decisiva. Sin duda, la más decisiva de

toda su vida. Pero estaba plenamente decidida: aquello era lo que Dios le pedía. Y empezó a escribir:

Aunque aquello sólo fuese un primer paso -era sólo pedir la admisión en el Opus Dei-, aunque no hubiese compromiso

jurídico alguno, que no podría tener hasta que pasasen algunos años, ya estaba con toda el alma entregada a Dios en la

Obra. Con el corazón ya era del Opus Dei. ¡Qué alegría! ¡Se había entregado plenamente a Dios la víspera de la

Navidad!

Aquella noche, al salir, mientras volvía a su casa, todo le parecería más hermoso: la pequeña plaza de Adriano, aquellos

plátanos que acompañaban la bajada de la calle Muntaner, surcada por el famoso 64 -el tranvía-, los edificios de grandes

balconadas que se veían, calle arriba, entre los árboles, hasta lo alto del Tibidabo, y que se perdían hacia abajo, por los

callejones del puerto... ¡Qué pena que desde allí no se viera el mar! Sí; todo era más hermoso en aquella Navidad: las

farolas de luz débil, las tiendas iluminadas con los nacimientos y los adornos... Aquella era la Navidad más gozosa de

su vida. En la Navidad, cuando Dios se entrega por Amor, ella se había entregado libremente ¡también por amor! a

Dios.

También hubo fiesta en su casa. Estaba deseando contárselo todo a sus padres.

-"Pues nosotros -le respondieron- también somos del Opus Dei".

-"¿Pero cómo...? ¿Vosotros también? ¡Qué suerte, qué suerte, qué suerte!"

"Estaba a punto de estallar de gozo -comenta Manolita- y de agradecimiento a Dios".

Entonces Manuel Grases brindó por su hija... y empezaron a cantar los tres juntos:

Se han abierto los campos

surcos abrió el amor,

y el mundo se hizo senda

para el deseo

del sembrador...

Montse recordaría siempre aquella noche: aquella carta, aquel brindis y aquellas canciones de amor.

¡Fieles, vale la pena!

seguir al sembrador

Page 99: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

por su claro sendero

entre los campos

sembrando amor.

Más tarde las que vivían en Llar o iban por allí fueron a la Misa del Gallo al Oratorio de la Administración del Colegio

Mayor Monterols. Al terminar se sentaron junto a la chimenea, cerca del belén, y cantaron villancicos.

9. PRIMEROS PASOS

Son tan diferentes

El día 25 por la tarde, las que habían pedido la admisión en el Opus Dei recientemente tuvieron un rato de tertulia

familiar en Llar. Estuvo también Montse que, como recuerda Carmen Salgado, "estaba desbordante de alegría".

A partir de aquel día, como recuerda Lía, aunque estaban de vacaciones, Montse "continuó su vida normal de estudio y

trabajo". Iba a misa a LLar a primera hora de la mañana, luego estudiaba, volvía a casa, ayudaba a su madre en las

tareas del hogar...

Sylvia recuerda que salían algunas veces de excursión, y evoca una canción que decía: "a través de los montes, las

aguas pasarán", que a Montse le gustaba cantar "a ritmo de marcha y a pleno pulmón. Un día, posiblemente el 29 de

diciembre de 1957, fuimos de excursión todo el día a una ermita cerca de Papiol (...). Perdimos el camino y tuvimos que

subir y bajar montes; nos divertimos muchísimo. Hicimos la oración por la mañana, perdidas entre pinos. Al llegar a la

ermita rezamos el rosario y le pedimos muchas cosas a la Virgen (...). Cerca de la ermita acampamos y por la tarde

encendimos una hoguera, alrededor de la cual hicimos la tertulia".

Los Grases, como era costumbre en tantas familias españolas, solían escuchar el "parte" de las dos y media. La

actualidad nacional, como siempre, no presentaba demasiados cambios. Tampoco la internacional. Sólo los

meteorólogos indicaban una novedad: nieve en las montañas. Aquella era la ocasión: ¡O ahora o nunca! Ya se lo

cantaban al mismísimo Sant Bernat -"Patró dels muntanyencs i protector dels qui hi viuen i dels que van a les

muntanyes"- los montañeros catalanes:

Oh, San Bernat, escolta

fa falta neu, i molta,

l'hivern és un temps breu:

dóna'ns un any de neu...

Pero, ¿para qué querían la nieve aquellos jóvenes montañeros de ciudad, que temblaban y tiritaban bajo sus jerseys de

lana en cuanto el termómetro de Barcelona se zambullía por debajo de los cuatro grados sobre cero? ¿A qué venían

aquellos blancos fervores?

Todo quedaba muy claro cuando, al final, después de tantas recomendaciones al santo, la canción estallaba en un:

"Visca! Visca! Visca l'esquí!"

Esquiar... ¡Esquiar en la Molina! ¡Deslizarse por las lenguas de nieve y hacer piruetas y bajar y subir y caerse y volver a

subir y volver a bajar... con aquella sensación de agilidad, frescor, de libertad...! ¡Qué maravilla! Y reírse viendo a aquel

que se pone por vez primera los esquís y camina levantando los pies como el Pato Donald...

Montse no se lo pensó dos veces. ¿Nieve en la Molina? ¡Era la ocasión! ¡A esquiar!

Page 100: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"No era sólo por el deporte -explica Rosa-. Tenía mucha preocupación por tener muchas más amigas y no

desaprovechaba ocasión para profundizar en la amistad y en el trato apostólico: un paseo, una excursión, o irse a

esquiar..."

"¡Qué ilusión le hizo aquella excursión! -recuerda su madre-. Fuimos a una tienda que había cerca de la calle Provenza,

donde facilitaban cosas de equipo, y luego, con los jerseys que tenía, se completó todo. Me levanté para verla salir".

Muy probablemente, como era costumbre entre los deportistas, asistió a Misa a primerísimas horas de la mañana y

luego tomó el famoso "tren de esquiadores" que llegaba hasta el fondo del valle. Allí se puso los esquíes, bien sujeto a

las botas -habitualmente de cuero- por pequeñas correas...

La vista era espléndida: se divisaban las cimas del Puig-llançada y del Coll de Pal, que se hallan entre los 2.300 y los

2.500 metros de altura...

"Y cuando volvió, al cabo de tres o cuatro días -prosigue Manolita-, me contó que en el tren de regreso, cuando

comentó que había bajado aquella pista larga de la Molina, no se creían que era la primera vez que se ponía los

esquíes... Yo no hacía más que preguntarle qué tal se lo había pasado y sólo me decía:

-Muy bien, muy bien; pero ¡son tan diferentes! ¡Qué diferentes, mamá!

Como no me contaba nada más, me preocupé y empecé a pensar que a lo mejor le había pasado algo.

-¿Pero es que te ha sucedido algo, Montse?

-No mamá. Es que... ¡son tan diferentes!

-Pero muy diferentes..., ¿en qué, Montse?

Le insistí tanto, que al final me lo contó todo:

-Mira, es que me vi como sola... Yo no conocía a nadie y precisamente en el momento de ponerme los esquíes, me

dirigí hacia unas chicas. Todas se los habían puesto ya y se fueron. Me quedé allí sola y me las compuse como pude...

En aquel momento había visto de una forma clara que hay dos maneras de vivir en el mundo: una, de forma egoísta... y

otra, generosa y preocupada por los demás, como le habían enseñado en el Opus Dei. Dos formas de vivir en medio del

mundo. Pero ¡qué diferentes!"

"Volvió muy contenta -recuerda Lía- pero un tanto preocupada, porque había gastado mucho y solía afinar bastante en

la pobreza. El plan de vida lo había llevado bastante bien, aunque con un poco de desorden y me comentó: 'me era un

poco difícil, ¿sabes?'"

"Poco después de haber vuelto de una excursión de esquí a La Molina -cuenta Sylvia-, salíamos de Llar, e íbamos corriendo, como muchos días, Muntaner abajo. Ibamos hacia nuestras casas. De repente, Montse se detuvo con un dolor

intenso en la pierna izquierda: ay!, ay!, ay!, ay!... para!, para!, para!, para!... Nos paramos y yo le dije -me da vergüenza

recordarlo-: Anda, no seas cuentista!.... Y seguimos corriendo calle abajo hasta la esquina de Travesera en la que cada

una seguía direcciones distintas".

Qué lejos llegarás

Se acababan los días de la Navidad. Las tertulias en Llar se volvieron más entrañables. Se entonaban los villancicos

tradicionales y canciones de amor humano, que podían cantarse -como le gustaba repetir al Fundador- a lo divino", y

que daban tema de oración. Ya lo decía San Agustín: el que reza cantando, reza dos veces. Una canción contaba la

historia de un borrico de noria y sus notas se lanzaban al aire con acentos vibrantes. Hablaba de correr, saltar, ¡volar!, y

explotaba en un:

¡Y olé la carga que llevo!

Page 101: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

¡Y olé mi claro sendero!

siempre viejo y siempre nuevo...

...¡Ay, qué lejos llegarás

por esa senda redonda!

Cada vez será más honda

el agua que sacarás...

El día de fin de año, durante el desayuno, después de la Misa en el Oratorio de Llar, a la que asistieron algunas de las

más jóvenes, como Ana María Suriol, Sylvia Pons, Carmen Salgado y Montse, Lía contó su entrevista del día anterior

con el Obispo de Gerona, al que había visitado acompañada de Montse Amat. El Obispo, Mons. Cartanyà, las había

recibido cordialmente y les había reiterado su afecto por el Opus Dei.

Las que vivían en Llar pasaron el último día del año bastante atareadas: como en la mayoría de los hogares españoles,

en la cocina se libraba una carrera contra reloj. ¿Estaría todo a punto a la hora de la cena? Algunas lo dudaban. "Al

final, como siempre, todo salió", concluyó, con tono victorioso, la que escribía el Diario.

A la hora de los postres hicieron un brindis, en el que dieron gracias a Dios, y le pidieron muchas vocaciones para el

año próximo. En aquel año que dejaban atrás, Dios había sido muy generoso y les había enviado abundantes

vocaciones. La última en pedir la admisión al Opus Dei había sido Montse. ¿Y en el 58? ¿Qué sucedería en el 58?

VII

Enero - Septiembre 1958

TIEMPO DE IGNORAR, TIEMPO DE SABER

Ja sonen les

campanes

El món es tot florit

1. ENERO DEL 58

Un curioso Rey Mago

El 6 de enero se celebró en Llar la fiesta de la Epifanía al modo habitual de los hogares españoles. Muchas de las que

residían allí habían pasado unos días fuera, haciendo un Curso de Retiro, y al volver a Barcelona se encontraron con que

Lía y las más jóvenes ya lo tenían todo dispuesto para la celebración de los Reyes. Había un magnífico trono

improvisado en la sala de estar -compuesto por el sofá de la sala del piano, envuelto en una tela, y varios almohadones

como escabel- y todo estaba dispuesto ya para recibir a los regios visitantes que vinieron, con toda la pompa y el boato

que pudieron proporcionar las colchas de la casa. Melchor, Gaspar y Baltasar habían delegado sus funciones esta vez en

Carmen Salgado, Ana María Suriol y Montse Grases, que fueron recibidas por la concurrencia entre grandes aplausos.

Hubo pequeños regalos y bromas alusivas para cada una por parte de sus majestades, que no se olvidaron de sus propios

regalos: Montse recibió una pequeña escultura de barro que representaba un borrico, y un alfiletero con la forma de un

farol pintado de rojo.

Page 102: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Así era Montse: si le pedían que cantara para entretener a los demás, cantaba. Y si hacía falta bailar, bailaba. Y si le

pedían que hiciera de rey mago, lo hacía; sin temor al ridículo, y sin timideces (con frecuencia esas "timideces" no son

más que vanidad y complicación interior: qué pensarán, qué tal quedaré...). Desconocía la doblez. Le contaba a Lía con

toda sinceridad las cosas que le salían bien y le salían mal en su empeño por incorporar a su vida el espíritu del Opus

Dei. Confiaba en la gracia. Si lograba los puntos de lucha espiritual que se proponía, daba gracias a Dios; si no, luchaba

por corregirse. Todo con sencillez, que es el sabor de la humildad. "Recibía las correcciones que se le hacían -recuerda

Carmen Salgado- con mucha paz; escuchaba con atención, y luego, sonriendo, daba las gracias". Luchaba por tener la

constancia, la docilidad y la fidelidad del borrico del que hablaba tanto en su predicación el Fundador del Opus Dei:

"¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro:

todos iguales.

Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín".

Montse sabía estar en su sitio, sin querer ser la sal de todos los platos, y procuraba pasar inadvertida; pero cuando le

pedían que hiciese algo para divertir a los demás, hacía lo que hiciera falta -hasta de rey mago-. Aunque la pierna,

después de aquel día de excursión, le molestaba un poco.

Unos días de convivencia

El día ocho de enero comenzaron unos días de convivencia en Castelldaura. Asistieron Lía, Sylvia, Ana María, Montse y ocho chicas más. Habían rezado mucho por los frutos apostólicos de aquellos días. Debían ser una ocasión para rezar,

para abrir horizontes de vida cristiana a las chicas que asistían a aquel medio de formación, y también para descansar,

divertirse y hacer deporte. Montse iba muy elegante: Lía le había explicado que debía cuidar su aspecto externo como

una muestra de delicadeza humana en el apostolado y del amor a Dios.

Pero lo cortés no quita lo valiente; ni la elegancia, el buen humor. "Me acuerdo -cuenta Sylvia- que animaba mucho el

ambiente y en esa ocasión contó en la tertulia unos cuantos chistes". Con su carácter, era fácil trabar amistad con ella.

Durante aquellos días coincidió en la misma habitación con una chica que no conocía. Se llamaba Montse Soler.

Congeniaron mucho y desde aquel día se hicieron amigas.

A partir de entonces Montse asistió a Castelldaura en diversas ocasiones. Esta fotografía recuerda una de esas estancias:

Aquella caída en la Molina

Un domingo de enero por la tarde Lía se extrañó al ver que Montse cojeaba un poco. También su madre lo advirtió.

"Llamamos al doctor Sáenz -cuenta Manolita- que vino tan campechano y jovial como siempre, y empezó a gastarle

bromas:

-Vamos, vamos, Montse, ¿pero a quién se le ocurre ponerse enferma?

El doctor no le dio ninguna importancia a aquel dolor en la rodilla y le recetó unas vitaminas. Pero el dolor no se le

quitaba. Al poco tiempo la vio de nuevo; le dijo que se pusiera una rodillera y le sorprendió por su decaimiento físico;

estaba perplejo:

-Lo que no puedo comprender -me dijo- es que tenga este aspecto con la cantidad bárbara de vitaminas que está

tomando; esto es lo que más me preocupa".

"Montse pensó que aquella rodillera que le habían indicado que se pusiese era poco menos que un aparato ortopédico -

recuerda Carmen Salgado- y cuando me lo contó en Llar yo le dije que yo tenía una y que se la podía dejar. Se la llevé y

en cuanto la vio me dijo, riéndose: 'anda, si de esto tienen mis hermanos para jugar al hockey; yo pensaba que era una

cosa muy cara...'. Y se puso muy contenta por no tener que haber hecho un gasto a sus padres".

Era una caída sin importancia; quizá un nervio hinchado que necesita un poco de reposo; pero el dolor no cedía y

cojeaba un poco al caminar. "Yo -cuenta Rosa-, cuando la vi venir hacia mí cojeando, creía que se estaba riendo de mí,

y le dije:

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-Mujer, que encima te burles de los pobres que andamos así...

-¡No, si no me burlo -me explicó- si es que me he dado un golpe y me duele la rodilla!"

"Sin embargo -sigue contando su madre-, el Dr. Sáenz estaba muy inquieto por aquel asunto: sabía que nuestros hijos

no eran enfermizos ni quejones. Las 'curas de caballo' se habían hecho célebres en casa: cuando los chicos venían del

colegio con alguna herida, Manuel tomaba las tijeritas, cortaba la piel, lo desinfectaba bien y no pasaba nada... Aguantaban a pie firme porque les habíamos enseñado a ser recios. Por eso, en Seva, se extrañaron tanto cuando uno de

sus amigos empezó a llorar a moco tendido cuando se lastimó y le puse en la herida un poquito de agua oxigenada..."

Volverá

"¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican

el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?"

Todos los días Montse hacía un rato de oración junto al Sagrario, y aquellos puntos de "Camino" la encendían en amor

de Dios y la llevaban a deseos cada vez mayores de apostolado y corredención. Sabía que su vocación -la gracia mayor

que el Señor había podido hacerle- le llevaba a santificar su trabajo y suponía una entrega plena al apostolado: "No me

elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros y destinado para que vayáis y deis fruto..."

Dar fruto... Pero ¿cómo? Nadie nace sabiendo y tuvo que ir aprendiendo a hacer apostolado poco a poco. No le costó

mucho, porque el apostolado no consiste en ninguna técnica; es, en palabras del Fundador del Opus Dei,

"sobreabundancia de la vida interior". Y Montse tenía vida interior: rezaba, era piadosa, recibía diariamente al Señor en

la Eucaristía, tenía un trato cada vez más íntimo con la Humanidad Santísima de Jesucristo, profundizaba en su

devoción eucarística, crecía en afán de desagravio...; y además tenía muchas amigas y las sabía querer. Ofrecía por ella

muchas pequeñas mortificaciones y las encomendaba especialmente en su oración. "Un día Lía (...) nos dijo -recuerda

Sylvia- que iba a haber un curso de retiro abierto en una parroquia cercana y que, si queríamos, podíamos ir a hacer la

oración de la mañana y a oír la Misa. Durante aquellos días yo iba a buscar a Montse, e íbamos juntas. Recuerdo que en

las meditaciones el sacerdote abría horizontes de amor a Dios y de entrega, y Montse y yo nos mirábamos (...) y

encomendábamos a las chicas que asistían".

En Llar le enseñaron cómo es el apostolado propio de una persona del Opus Dei: apostolado de amistad y de

confidencia, de servicio y de abnegación; de entrega generosa, sin esperar compensaciones, y de respeto hacia la

libertad del otro; sin buscar nunca intereses personales y sin instrumentalizar la amistad, aunque sea por un fin noble.

No le costó mucho llevar esos principios a la práctica. Era "amiga de sus amigas" en toda la extensión del término; y esa

expresión en ella estaba llena de sentido. Ser amigo de alguien es mucho más que compartir risas y aficiones: es saber

confiar, saber perdonar y -muy importante- saber olvidar. La amistad lleva a aceptar las buenas cualidades del otro... y

también sus defectos (aunque se le ayude a corregirlos), y sus manías, y sus aficiones (aunque no coincidan con las

nuestras), y sus momentos buenos y esos momentos en los que se pone insoportable. Y eso no siempre es fácil.

Montse sabía ser "amiga de sus amigas": sabía dar afecto y lo recibía; y como consecuencia lógica de esa amistad nacía

la confidencia, que facilitaba el apostolado.

Sabía además, que con aquel apostolado participaba de la misión redentora de Cristo para salvar almas. Era una

obligación -"id y predicad el Evangelio..."- y un derecho: "Yo ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás? -

explicaba el Fundador- ¡Porque Cristo se ha metido en vuestra vida y en la mía!"

Sus medios para llevar a cabo esa misión fueron la oración, la mortificación y una acción apostólica vibrante y decidida.

Sus "aliados", su simpatía, su buen humor y... el tenis.

Y junto con el tenis, el baloncesto. Formaba parte de un equipo de la Escuela profesional y participaba en un pequeño

torneo. Aunque ahora tenía, además del incentivo deportivo, el apostólico. En el equipo había conocido a una chica,

Gloria, a la que quería acercar a los apostolados de la Obra.

Gloria era muy deportista: era la jefe del equipo de un colegio que iba a la cabeza del torneo. Y era además, buena

estudiante. Un día Montse la invitó a la meditación que tenía lugar en Llar. Al acabar le preguntó si estaba interesada en

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tener dirección espiritual con el sacerdote, don Julio González Simancas, y en venir por aquel Centro. Gloria asintió.

Montse estaba contentísima, y lo comentaba con alegría:

-"¿Te das cuenta? ¡Ha venido Gloria! ¡Volverá!"

Y como el que hace un cesto hace ciento, comenzó a hacer "planes" apostólicos con otras amigas. "Si conseguimos ir a

jugar ping-pong a Barcino -le decía a Carmen Salgado- seguro que Mª Luisa Xiol vendrá, porque juega muy bien y le encanta. Así será más fácil que venga a Llar. Podemos estar jugando hasta una hora o así antes de la meditación.

Entonces les preguntamos qué van a hacer; les decimos que nosotras vamos a Llar y que también pueden venir ellas; les

explicamos que nos reunimos unas cuantas chicas, hablamos de catequesis, roperos, etc... Luego un sacerdote da una

charla, hay bendición con el Santísimo, cantamos la Salve..."

Una más

"La recuerdo como una más entre las chicas que venían por allí", comenta don Julio González Simancas. No hacía nada

llamativo, nada que desentonase en la vida cotidiana de un Centro del Opus Dei, donde se viven prácticas habituales de

la vida cristiana. Iba diariamente a Misa; hacía todos los días media hora de oración por la mañana y otra media por la

tarde y algunas veces la vieron rezar durante la media hora de rodillas. Ofrecía el trabajo antes de empezar y desde que

había pedido la admisión en el Opus Dei, se esforzaba por hacerlo con mayor perfección humana y espiritual. Leía

habitualmente los Evangelios y algún libro de lectura espiritual. Rezaba las tres partes del Rosario. Hacía la Visita al Santísimo; procuraba decir jaculatorias. Se esforzaba en tener detalles de servicio con los demás... Todos los que la

conocieron durante ese periodo coinciden en lo mismo: era una chica de grandes cualidades, pero no llamaba la

atención. Por esa razón, pasan los días sin que haga una mención de ella la que escribía el Diario de Llar, en el que se

recogían anécdotas de la vida cotidiana del Centro. Sólo hay una referencia, fugaz, el martes 4 de febrero. "Después de

Misa -se lee- Montse G. se quedó en casa toda la mañana haciendo cosas de oratorio".

Ese era su encargo: cuidar del oratorio, preparar todo lo necesario para la celebración de la Santa Misa. Como es

natural, al ser tan joven, en el Opus Dei no le encargaron grandes cosas; ella se ocupaba, por ejemplo, de llevar el balón

cuando jugaban al baloncesto; y procuraba llegar la primera para no hacer esperar al resto. Pero en ese encargo del

Oratorio puso todo su amor, porque sabía que todo aquello se relacionaba directamente con Dios. Al comenzar tenía un

pequeño detalle de delicadeza con el Señor: se lavaba las manos antes de tocar aquellos objetos litúrgicos que iban a

estar en contacto con el Cuerpo de Cristo. Y siempre, un cuarto de hora antes de marcharse a su casa, preparaba todo lo

necesario para la Misa del día siguiente.

"Todo lo suyo -comenta su madre- fue siempre muy pequeño, porque el amor de Dios esta lleno de cosas pequeñas

hechas por amor... Todo muy pequeño, como aquel dolor de la rodilla, que no se le quitaba;y que además no sabía

localizar bien: unas veces le dolía más arriba; otras más abajo..." Pero eso no parecía importarle; seguía haciendo

deporte, aunque le doliera: "coja y todo -bromeaba- seguiré jugando".

Era un comentario que manifestaba su reciedumbre humana, que había aprendido de sus padres y que fue el cimiento de

la fortaleza sobrenatural que iría creciendo en su alma en la medida que fue correspondiendo a la gracia. "Esa fortaleza -

comenta don Julio González Simancas- puede ser de dos tipos: la de los mártires, que mueren en un momento por amor

y la de los que saben morir poco a poco, mediante la negación constante de sí mismos en las cosas pequeñas. Así fue la

fortaleza de Montse".

Esa fortaleza en lo pequeño le llevaba a no permitirse caprichos: Carmen Salgado recuerda que tenía un vestido "que no

le gustaba nada, pero se lo ponía, porque se daba cuenta de que tenerlo en el armario sin usar, era falta de pobreza".

Toda esta primera época de su vocación podía resumirse en una sola palabra: felicidad. Felicidad plena en su entrega

recién estrenada e intensamente vivida. En aquellos primeros meses -recuerda Lía- su vida "se desarrolló

tranquilamente. Como todas, tuvo sus luchas, sus pequeños fallos y dificultades; pero siempre fue de una gran pulcritud

interior tremenda, sincera, transparente... lo captaba todo con gran facilidad y tenía un gran amor a su vocación".

Rebosaba del gozo de la entrega, y de esa profunda alegría con la que Dios suele premiar a las personas generosas en

los comienzos de su vocación. "En estos primeros tiempos en el Opus Dei -cuenta Sylvia- hablábamos muchas veces

'comparando experiencias' y a menudo nos encontrábamos comentando el pasaje del evangelio del 'joven rico' (...).

Solíamos pensar en él con pena, y nos parecía natural que se fuera triste, porque le había dicho que no al Señor por su

falta de generosidad. En cambio, qué estupendo era haber dicho que sí!"

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2. FEBRERO 1958: PARIS EN JUNIO

Un día, a comienzos de febrero, cuando Montse no estaba en casa, los Sres. Grases recibieron una visita. Eran Lía y la

Subdirectora de Llar.

"Nos comentaron la posibilidad -recuerda Manolita- de que Montse se fuese a vivir a la Residencia Rouvray que se iba

a abrir en París. Allí podría hacer una gran labor apostólica entre sus compañeras. Querían saber qué nos parecía".

Aunque ya había alguna mujer del Opus Dei de nacionalidad francesa, la labor del Opus Dei con mujeres no había

comenzado todavía establemente en ese país. A Montse le correspondería, junto con pocas más, comenzar la labor

apostólica en aquellas tierras.

"Le contestamos -continúa Manolita- que si a ellas no les parecía mal, nosotros no teníamos nada que objetar. Sólo

quedaba proponérselo a Montse.

Nos gustó la idea porque entendíamos que seguir la vocación que Dios da a cada uno, aunque cueste renuncias, proporciona una alegría inmensa; y si además a esa alegría se une el hecho de ir a comenzar una labor apostólica en un

país nuevo, esa alegría se vuelve aún mayor. Estábamos seguros de que a Montse le haría muchísima ilusión. Ella no

entendía que hubiese padres que pusiesen obstáculos a los planes de Dios: '¿cómo es posible -decía- que haya alguien

que no quiera la vocación de su hija?'"

"Sin embargo, como faltaban algunos meses para que pudieran ponerse en marcha esos planes, quedamos, como

propuso Lía, en no proponerle todavía nada en concreto a Montse, salvo la posibilidad de ir a vivir a un Centro del Opus

Dei durante el verano...

Empezamos a prepararlo todo; y hablamos de la ropa que podía necesitar, para irla haciendo a medida que se pudiese y

tenerlo ya todo pensado. Compré enseguida una pieza de cruzado y me puse a hacer unas listas de todo lo necesario..."

Un "tronco" de chocolate

Por su parte, Montse, a medida que iba profundizando en su vocación, iba ganando en agradecimiento a sus padres, a

los que le debía en gran medida su vocación. "El primer germen de la fe, de la piedad y de la vocación -explicaba el

Fundador-, lo han puesto ellos en nuestros corazones". "Si soy así -comentaba Montse- es gracias a los padres que

tengo".

Trataba de manifestar su agradecimiento con ellos de diversas formas, e intentaba materializarlo de algún modo, porque

veía ahora con gran claridad aquello que afirmaba el Fundador del Opus Dei: que el noventa por ciento de la vocación

se la debía a ellos.

Le gustaría regalarles algo, pero no manejaba demasiado dinero ni la situación económica familiar permitía despilfarros.

La única solución que tenía era ahorrar; es decir: combinar los trayectos de tranvía o de metro -el famoso "tren de

Sarriá"- con los del "coche de San Fernando": "unas veces a pie y otras andando". Así lograba reunir, con esfuerzo, 5

pesetas y media. Realmente no era ningún capital; pero suficiente, porque con cinco pesetas y media -con aquellos

simpáticos dos reales con agujerito- podía comprar, en Cremel, la pastelería que mostraba su sabrosa mercancía junto al

portal de Llar, un dulce para su madre.

La tienda ofrecía, entre vaharadas olorosas -¡hummm!- toda una gama de pasteles en dos escaparates enfrentados, sobre

los que lucían, en letras blancas, dos grandes rótulos: PASTELERIA. BOMBONERIA. Bastaba empujar levemente esa

puerta para entrar en el paraíso del goloso -y ella lo era-: tartas de manzana, torteles de hojaldre, bizcochos, cabellos de

ángel y unos pasteles de chocolate a los que llamaban "búlgaros", vaya usted a saber por qué.

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Montse se conocía muy bien aquella pastelería pintada de un color verde manzana que estimulaba el apetito. Se apoyaba

sobre el mármol estrecho del mostrador y pedía un "tronco" de chocolate, mientras miraba la hora en un curioso reloj de

pared que tenía letras en vez de números: AIRELETSAP. No se entendía nada. Pero si se leía de derecha a izquierda...

Ese "tronco" de chocolate era el dulce que más le gustaba a su madre. Era sólo eso: una pequeña muestra de cariño con

los suyos. Una más en la vida de Montse. Quizá no es el detalle más significativo de su vida, ni el más "heroico" o el

más "trascendente"; pero sí, desde luego, uno de los más entrañables: ¡Con qué esmero le llevaba el pastel -no fuera a

perecer aplastado en uno de los vaivenes nerviosos del tranvía- envuelto en el papel sedoso de la confitería, sujeto por

un cordel bien anudado para que no se le cayera...!

..........

Llegó la fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal y Patrón del Opus Dei. En Llar lo celebraron con una especial

vibración apostólica. Ella seguía con su rodillera y no le faltaban las bromas:

-"Pero Montse... ¡si pareces un futbolista!"

3. PASCUA 1958. UNAS FOTOGRAFIAS EN EL JARDIN

"A comienzos de abril -recuerda su madre- nos fuimos a Seva, como de costumbre, para pasar los días de Semana Santa

allí. Yo estaba convencida de que en verano Montse se nos iba a Francia -aunque a ella no le habían dicho nada todavía: sólo tenía previsto irse a vivir aquel verano a un Centro del Opus Dei- y por eso quisimos aprovechar aquellas últimas

vacaciones en Seva con nosotros para hacerle fotografías en el jardín de Villa Josefa, con el rosal al fondo. En ésta

fotografía está junto a Manuel, con un gesto muy suyo..."

"Hubo que convencerla para que se dejase retratar. No era nada amiga de aquellas 'sesiones' fotográficas; o mejor dicho: era enemiga de todo lo que supusiese significarse... no le gustaba 'posar' y hacía gestos divertidos para que no la

fotografiáramos; por eso en una de las fotos está muy salada, haciéndole burla a la cámara..."

"En esta fotografía que me hice con ella lleva colgada al cuello una medalla preciosa de la Virgen de Montserrat, con esmaltes, que diseñaron para la madre de Manuel, que también se llamaba Montserrat. Manuel me la dio a mí y yo se la

regalé a Montse. Tiene una orla de rubíes y en el centro, alrededor de la Virgen, está representada toda la escolanía..."

"Pasamos en Seva unos días de Semana Santa especialmente entrañables, con un sabor agridulce de despedida. Por las

tardes íbamos a los Oficios en Santa María".

Como reflejan bien las fotografías, la madre de Montse no dejaba de mirar a su hija: pensaba que aunque Montse no lo

supiese todavía, muy posiblemente en cuanto se lo propusieran decidiría irse a Francia, y tardaría tiempo en volverla a

ver...

Los días pasaron rápidos. Y el 5 de abril, Sábado de Gloria, como era costumbre en toda Cataluña, salieron grupos de

niños cantando las "caramellas", unas canciones tradicionales de la Pascua florida:

Al.leluya

Ja sonen les campanes

El món es tot florit

Cantem en cor...

Las circunstancias concretas de la entrega de Montse como Numeraria del Opus Dei, indicaban que había sido llamada

por Dios para vivir el celibato apostólico y que gozaba de una disponibilidad completa para sacar adelante las labores

apostólicas del Opus Dei. Y esa disponibilidad plena significaba, para Montse, en aquel momento concreto, irse a vivir

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aquel verano a un centro para formarse espiritualmente según el espíritu del Opus Dei, y dejar de vivir materialmente

con su familia, con la que aparece en esta fotografía.

Esto le costaba. Y le costaba mucho, aunque esa separación física de su familia no suponía una separación afectiva ni

espiritual, sino todo lo contrario. Pero veía con toda claridad, que Dios le estaba pidiendo aquella separación. Y muy

posiblemente sentía en su alma el eco de las palabras de Jesús adolescente en el Templo: "¿No sabíais que yo debo

ocuparme en las cosas de mi Padre?"

Quería con toda su alma a sus padres. Pero por encima de ese cariño, estaba la Voluntad de Dios. "Quien ama a su padre

y a su madre más que a mí..."

A sus padres aquella separación también les costaba, naturalmente. Los hijos se les iban yendo... Enrique ya estaba en el Seminario. Y ahora Montse, quizá, a Francia... Pero lo aceptaban con alegría: no se hacían "novelas rosas" con sus

hijos; los habían educado para cumplir la Voluntad de Dios y ahora empezaban a recorrer libremente el camino que

Dios les pedía. Y como padres cristianos, no deseaban otra cosa, por mucho que les costase -que les costaba- que

ayudarles a recorrer con garbo ese camino.

"De todos modos -comenta su madre- yo, como la veía tan contenta con la idea de marcharse a vivir a un Centro del

Opus Dei en verano, le decía de vez en cuando, de broma:

-Montse, estás deseando irte... ¡qué fresca!

-No, mamá -me contestaba, con una expresión tan dulce y con tanto cariño, que me hacía comprender lo verdadero de

su vocación..."

Una marcha problemática

"Cuando acabó la Semana Santa -sigue contando su madre- volvimos a Barcelona. Montse continuó con sus clases.

Pero los dolores no cesaban y yo veía cada vez más problemática su marcha. A ella a veces también la veía inquieta...

Siguió haciendo su vida normal: asistía a clases, iba por Llar, pero se veía -aunque no se quejara- que aquello le costaba

cada vez más esfuerzo. Tenía unas grandes ojeras; era evidente que no dormía bien y que debía pasar más de una noche en vela. A la mañana siguiente, yo le insistía inútilmente, intentando que se quedase en cama. Pero ella se levantaba

puntualmente, aunque estuviese rendida, a la hora señalada.

-Montse, quédate en cama. Si no has dormido nada...

-No mamá...

Y se levantaba".

El doctor pensó que con un poco de reposo se le pasaría el dolor. Lo único que debería hacer era levantarse más tarde.

Pero esto a Montse le costaba mucho cumplirlo: veía que había mucho trabajo en casa con todos sus hermanos y

argumentaba, con toda razón que, cuando volvía de Misa, su madre ya había hecho "todas las labores de la casa y eso

no puede ser". Le dijeron que ofreciera ese reposo como una mortificación.

Manolita observaba que durante la comida Montse levantaba disimuladamente el faldón de la mesa camilla para frotarse

la rodilla y que de vez en cuando se le contraía el rostro con un latigazo de dolor. ¿Qué podría ser? Y había perdido el

apetito. Cada día, al mediodía, se repetía la misma escena:

-"Montse -le insistía su padre-, un poco más".

-"Papá..., si es que no me apetece tomar nada".

-"Pues has de comer, hija mía. Anda, un poco más..."

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Al ver este estado de cosas, el médico de cabecera recomendó que fueran a visitar a un especialista y el 10 de abril

acudieron a la consulta del doctor Escayola, de la Sociedad médica a la que pertenecían. El doctor anotó en su ficha un

diagnóstico provisional: "artritis reumática. Ligero derrame". Indicó que se le hiciese una radiografía.

Pero aquello no parecía un reuma pasajero. Seguían las molestias y el día 24 de abril volvieron a la consulta del doctor

Escayola, que contaba ya con el informe del radiólogo: se apuntaba allí una ligera separación del periostio.

Hoy, cualquier estudiante de Medicina aventajado sabe que una pequeña separación de aquel tipo en el periostio es un

signo revelador -patognómico, en lenguaje médico- de una patología específica, de una enfermedad muy precisa y

concreta... Pero en aquella época se ignoraba todavía que alcance podría tener aquello.

El 3 de mayo volvió de nuevo a la consulta: la pierna seguía algo hinchada y le molestaba. Dos días después, el doctor decidió hacerle una punción. El resultado fue negativo: estaba claro que no era una artritis; sino otra cosa. El doctor

determinó que le pusiesen una calza enyesada. Al salir Montse estaba demudada.

Le escayolaron toda la pierna hasta el tobillo, dejándole a salvo el pie; y aunque Montse hacía bromas diciendo que así

se podría poner unas punteras para cubrir los dedos, lo cierto es que se encontraba cada vez peor. Además, daba la

impresión de que le habían puesto una cantidad de yeso excesiva. Pero lo llevaba con serenidad.

No pensó que esa fuese una causa suficiente para alterar su horario mañanero del día siguiente. "No dejó ni un solo día

de venir a Llar -cuenta Lía- para hacer la oración, hasta que cayó definitivamente en cama. Daba pena verla en el

oratorio con su pierna estirada; le era prácticamente imposible arrodillarse, pero ella hacía mil piruetas para conseguirlo.

'¿Por qué no voy a hacerlo?', decía".

Al día siguiente la pierna se le hinchó dentro de la escayola y las molestias se volvieron insufribles. Decía que no lo

podía soportar. ¿No estaría exagerando?

-"Ten un poco más de paciencia, Montse" -le dijo una.

-"Sí" -respondió sonriendo.

Todos empezaron a inquietarse. Aquello no parecía la consecuencia de una simple caída en una excursión de esquí...

"Al tercer día, al verla en ese estado decidimos -prosigue su padre- ir al doctor Esteva, cirujano de huesos y buen amigo.

Nada más examinarla nos dijo que había que quitar inmediatamente aquel yeso y en todo caso, ponerle otro mucho más

flojo; pero que en todo caso la quería ver antes de enyesarla de nuevo.

Le quitaron el yeso. Y le hicieron sufrir mucho porque se lo habían aplicado directamente a la piel... Después de

reconocerla, el doctor Esteva nos dijo que lo mejor era no ponerle nada y volvió a revisar el análisis y la medicación".

Sus padres seguían perplejos: ¿qué podría ser aquello? Lo que le recetaba un médico lo desaconsejaba el siguiente; y el

siguiente cambiaba lo del anterior. Le hicieron algunas punciones en las rodillas: pero era difícil averiguar dónde le

dolía exactamente: el dolor se le extendía por toda la pierna y además, contra todo pronóstico, iba en aumento. Se

quejaba de un dolor en el muslo, pero todos le decían que no había que preocuparse: debía ser el dolor reflejo de algún

nervio.

Mayo. Una romería a la Cisa

Esta fotografía corresponde a una de las ocasiones en que fue a Castelldaura.

Durante el mes de mayo algunas de las que iban por Llar decidieron hacer una romería a la Virgen de la Cisa,

caminando desde Castelldaura. Tenían previsto rezar una parte del Rosario durante el camino, hasta llegar al Santuario,

que está relativamente cercano. Para llegar allí había que andar un rato entre pinos mediterráneos, siempre con el mar al

fondo.

"Yo iría en coche -precisa Rosa-. Al llegar junto a la Virgen, rezaríamos otra parte del Rosario, y la tercera al volver. Y

Lía le dijo a Montse: 'tú es mejor que no vayas andando, porque los médicos han dicho que no te conviene mover la

pierna. Vete con Rosa'.

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Uf... ¡Seguro que aquello no le gustó nada! Le dijo a Lía que no se preocupase, que ella podía ir andando hasta allí...

-No, no, Montse -le dijo Lía-, tú vete en coche con Rosa.

-Mujer, vente, me harás compañía, le dije yo.

-Pero, si yo puedo ir a pie como todo el mundo, ¡si no estoy lisiada...!

En ese preciso momento se dio cuenta de que eso me podía haber herido... Y entonces, sin dudarlo un segundo, se subió

al coche y me dijo:

-Perdona, Rosa. He dicho una tontería, porque... fíjate: lo más importante no es estar lisiada por fuera, sino estar lisiada

por dentro: tener poca caridad y decir cosas que molestan a los demás.

Yo me quedé muy sorprendida, y le dije: 'Chica, si no me ha molestado nada'. (Y era verdad, aquello no me había importado nada. Yo comprendía muy bien que ella quisiera ir andando: a mí también me hubiera gustado mucho ir a

pie...) Pero ¡qué disgusto tuvo por haber dicho aquello! Y desde aquel momento estuvo teniendo detalles de cariño

conmigo.

Yo sé que esto no son grandes cosas; todo lo que recuerdo de ella durante ese tiempo son cosas pequeñas, de este tipo... pero como nos enseñaba el Padre, esas cosas pequeñas, hechas por amor a Dios, son muy importantes. Cuando el Padre

se enteró que yo quería ser farmacéutica, me dijo: 'hija mía: cuando envuelvas un paquete, puedes hacerlo de dos

maneras: con cariño o con indiferencia. Si lo envuelves con cariño y encomiendas a aquella persona, se va con el

paquete... y tus oraciones'. Y ahora, en la farmacia, cada vez que envuelvo un paquete, me acuerdo de esto siempre,

siempre... ¿Qué hubiese sido de mi vida si el Padre no me lo hubiera enseñado? Pues esto era lo que me admiraba de

Montse: su amor a Dios en estas cosas pequeñas".

"Es cierto que a veces -matiza Rosa- era demasiado espontánea, demasiado impulsiva: al principio decía, por pura falta

de doblez de ningún tipo, todo lo que se le pasaba por la cabeza. Pero se lo fueron haciendo ver y se fue corrigiendo

poco a poco..."

4. JUNIO DE 1958. TIEMPO DE SABER

En esta fotografía de junio de 1958 aparece toda la familia Grases al completo. Montse sonríe serenamente. Ha acabado

el curso. Dentro de pocos días se irán a Seva como siempre, y hace pocos días -el 20 de junio- ha superado, ante un

tribunal, el examen de su sexto curso de Piano... Han concluido ya los interminables ensayos sobre el teclado,

interpretando piezas de Bach, de Beethoven o de su preferido, Chopin.

"Fue una de las últimas en examinarse -recuerda su madre- y todas las anteriores lo habían hecho muy mal. Cuando se

sentó al piano y empezó, nada más sonar las primeras notas, dijo uno de los que componían el jurado:

-Ahora sí que vamos a oír una cosa buena.

Más tarde Montse me contaba que se había quedado sorprendida de cómo había tocado la pieza de Chopin que tenía

como examen. Y al terminar, uno de los miembros del tribunal le comentó a la Directora de la Academia, aludiendo al

modo en que la había interpretado:

-A esta chica parece como si se le acabase la vida..."

Sin posibilidad de error

"Le seguía doliendo la pierna -prosigue Manolita- y unos médicos nos decían una cosa y otros, otra; y nosotros lo único

que sacábamos en claro es que ninguno encontraba la causa real de aquellos dolores; y seguíamos buscando un buen

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especialista. Hasta que un día, mi hermana Adela me recordó al Dr. Martín, médico especialista y amigo nuestro, que ya

había visto a Montse anteriormente".

"Fuimos a ese especialista y la volvió a reconocer; y entonces se le ocurrió medir las dos piernas a la altura del muslo.

Advirtió una pequeña diferencia en el movimiento del músculo y dijo que quería hacerle una serie de radiografías en

casa de un radiólogo amigo suyo.

Fuimos al radiólogo. Lo recuerdo como si fuera ahora. Le iban haciendo las placas a medida que el doctor las pedía, en

diversas posiciones. Tengo grabados los ratos que pasamos en aquella salita... y yo, al ver el rostro del médico, ya

empezaba a vislumbrar algo...

El doctor Sáenz habló con el especialista y vino a casa para irme preparando... Me habló de una 'masa tumoral', y me

dijo que habría que hacer análisis, etc...

-Pero en fin -me comentó-, doña Manolita, que no hay que pensar en una cosa terrible... Mala, sí.

-Mala, sí... ¿verdad, doctor Sáenz?

-Sí, mala sí, señora; pero se puede luchar, verá usted...

Aquello fue el final de mis dudas... Me quería coger como a un clavo ardiendo a todas aquellas vaguedades que me

decía el bueno del doctor. Y vinieron más consultas...

El 17 de junio me llamó el doctor Martín; me dijo que acababa de estudiar todas las placas y los análisis del doctor Roca

y que estuviera tranquila, que él también, al comparar la movilidad de ambas piernas, se había temido lo peor, pero que había visto un avance... Y me insistió en que no me preocupara, porque a los pocos días acabaría de diagnosticar el

caso. Yo creo que me lo dijo de buena fe y que él entonces todavía lo creía así. Pero a los tres días...

Fue el 20 de junio, primer aniversario del fallecimiento de Carmen, la hermana del Fundador del Opus Dei.

Todo estaba muy claro. No había posibilidad de error: se confirmaban todas las sospechas... Fueron Manuel y mi

cuñado, el médico, a la consulta. Nada más llegar, el médico le dijo:

-Tu hija tiene un cáncer (...). Le quedan pocos meses de vida.

Mi cuñado quería suavizarlo, dándose cuenta del golpe tan duro que representaba para Manuel; pero el especialista (...)

le mostraba las páginas de un libro de Medicina.

-Mira, mira aquí: no hay ninguna posibilidad de equívoco. Es un cáncer de hueso sin curación posible...

Mi pobre cuñado pasó un mal rato (...), pero hay que hacerse cargo: en aquel momento hablaba el profesional (...), con

el diagnóstico que había traído de cabeza a varios médicos durante seis meses. Y eso (...) le hizo perder de vista que

estaba hablando con el propio padre de la enferma...

Pero era una gran persona y estoy segura que él también lo sentía; y mucho. Y Manuel, después de que el médico le

hubiese cerrado todos los caminos, y le hubiese quitado cualquier esperanza de curación, se despidió diciéndole:

-Mira, a pesar de todo, no puedo perder la esperanza: por encima de todos los diagnósticos está la voluntad de Dios.

Al volver a casa no me dijo nada; yo tampoco se lo pregunté: le miré a los ojos y me di cuenta de todo.

Estaba Rafael en cama con unas anginas muy fuertes. Les hice creer a todos que estaba preocupada por Rafael, que

tenía anginas, y les decía que temía que en vez de anginas tuviese difteria... Porque lloraba sin poderme contener.

Estaba claro. Era un sarcoma, aunque no se sabía todavía de qué tipo: eso se podría averiguar mediante una biopsia. Había opiniones en pro y en contra, porque unos médicos decían que uno de los peligros de esa enfermedad es que, al

remover, se precipita el proceso, aunque de momento el enfermo experimente una mejoría -o mejor dicho, un alivio en

sus dolores- debido a la descompresión que hacen...

Page 111: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Por otra parte cabía una posibilidad muy mínima de que no fuera... ¿Y si todo había sido un error? ¡Suceden tantas

cosas!"

"Me vuelvo perezosa -le decía Montse a Lía-; tanto que protestaba antes porque me hacían quedarme en la cama, y

ahora hay días que me da pereza levantarme; pero no es pereza, es modorra. Me noto cansada y no sé de qué. ¿Tú crees

que esto es normal? Como no me despabiles, no sé donde voy a ir a parar. Me mimáis demasiado..."

Lía no sabía qué contestarle. Había que esperar al resultado de la biopsia. Quizá todo no fuera más que un error. Era

increíble casi pensar que... No; seguro que todo no era más que una equivocación. Había que rezar...

"Al fin -cuenta Manuel Grases- después de sopesar los pros y los contras, decidieron hacerle la biopsia y la llevamos al

Hospital de la Cruz Roja, donde la atendieron muy bien. Se ocupó de ella José Cañadell, que era un doctor joven, de unos treinta y cinco años, muy prestigioso, director por aquel entonces del Servicio de Cirugía Ortopédica de aquel

Hospital. Trabajaba con él, como ayudante, un hijo del doctor Escayola, el médico que la había reconocido al principio.

Recuerdo que Cañadell no quiso empezar hasta que no vino el analista, que estaba considerado como el mejor de

Barcelona".

26 de Junio de 1958. En el Hospital de la Cruz Roja

"El 26 de junio -recuerda su madre-, la llevamos al Hospital de la Cruz Roja. Montse estaba un poco asustada mientras

esperaba que la llevaran al quirófano: la atemorizaba encontrarse allí sola, con los médicos. Yo le expliqué lo que había

experimentado en una ocasión en la que me tuvieron que intervenir.

-Mira, Montse. Entonces yo también me encontré muy sola, muy sola, hasta que me puse a rezar; y de repente tuve la

gran seguridad de que Dios estaba a mi lado, dándome ánimos y fuerzas... Reza tú también.

Entró en el quirófano. El doctor quería hacerle una biopsia en la parte afectada del fémur izquierdo, y para eso tuvo que

abrirle lateralmente el hueso unos diez centímetros, para facilitarle la circulación de la sangre y aliviarla. Yo me quedé

fuera, pasillo arriba, pasillo abajo, esperando, rezando...

Manuel había entrado dentro, y estaba en el quirófano..."

"De acuerdo con el doctor Cañadell, yo me había puesto una bata blanca -explica Manuel Grases- y entré dentro como

si fuera un médico. Sin embargo, en un determinado momento, entre análisis y análisis, no me pude contener y le di un

beso en la frente a Montse, que estaba dormida sobre la mesa del quirófano, ante la sorpresa de las enfermeras, a las que

dije enseguida que era su padre..."

"Cabía aún una pequeñísima probabilidad -prosigue Manolita-, y le pedíamos a Dios con todas nuestras fuerzas que no

fuese aquello tan terrible...

Y cuando la trajeron de nuevo a la habitación, mientras se recuperaba de la anestesia, me iba repitiendo:

-Tenías razón, mamá; tenías razón.

Comprendí que Dios la había acompañado en aquellos momentos tan duros.

Llegaron los doctores. El doctor Roca de Viñals le había hecho un análisis de células y el diagnóstico estaba claro. Era

un sarcoma de Ewing. Intentaron consolarnos. Nos dijeron que de todos los sarcomas, aquel era 'el más benigno', y que

se podían intentar cosas, y etcéteras y más etcéteras...

Era muy duro, pero aceptamos con toda el alma la Voluntad de Dios.

Le dijimos a Montse que tenía un tumor. Pero lógicamente no le explicamos todavía la gravedad de su situación. Lo

aceptó muy bien.

Era la vigilia de San Pedro. Recuerdo que estábamos las dos en la habitación del hospital, mientras se escuchaba desde

la calle el jolgorio y las risas del barrio que celebraba la verbena.

Page 112: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Y al día siguiente algunas de Llar -con las que Montse debía de haberse ido- se marchaban a París..."

..........

Aquel mismo día, Manolita escribió al Fundador. Ya le había escrito anteriormente y le había que rezase por su hija,

para que cumpliera siempre la voluntad de Dios:

"Es la segunda vez que escribo para pedirle que encomiende a mi hija Monserrat, y aunque el origen de la petición es

bien diferente, la finalidad es la misma: Que el Señor le haga ver y aceptar Su voluntad, ya que en las mismas fechas

que hubiera salido hacia París, a inaugurar una Residencia, le han practicado una biopsia, cuyo resultado ha sido cáncer.

Ruegue por ella, y por nosotros.

Manolita"

"Para mí -cuenta Rosa- la heroicidad de Montse consistió en aceptar con una sonrisa todo lo que Dios le iba enviando,

con aquella paz, con aquella serenidad... Y esto no significa que las cosas le dieran igual. Cuando ella entraba 'en

materia' en un asunto, cuando se ilusionaba con algo, ponía toda su alma, todo su corazón, toda su mente y toda su vida

en aquello...

En este sentido, a medida que su enfermedad se fue agravando, la vi evolucionar, poco a poco. Dejó de ser impulsiva;

fue cediendo aquella irreflexión juvenil; y aquellos prontos de mal genio fueron desapareciendo..."

Fueron desapareciendo, pero no por arte de birlibirloque; sino como fruto de una lucha diaria, tenaz y decidida; una

lucha con altos y bajos, con sus más y sus menos. Una lucha positiva, de persona enamorada. "Hoy venceré con la

Gracia de Dios -decía-; mañana se la pediré de nuevo".

Había comenzado -sin saberlo todavía- su camino hacia lo alto, hacia una montaña cuyo nombre aún ignoraba, hacia un

Montseny desconocido, que le iba a mostrar -tras muchos sufrimientos- un paisaje maravilloso.

Estuvieron en el Hospital de la Cruz Roja durante tres días, del 26 al 29 de junio. Las que vivían o iban por Llar, aunque

estaban de exámenes, fueron a verla. Una le contó que sus padres le ponían dificultades para vivir en un Centro del

Opus Dei y le pidió que encomendase que el examen próximo le saliese bien: era un inconveniente menos que podrían

ponerle.

A pesar de sus molestias, Montse no se olvidó del examen de su amiga: nada más llegar le preguntó por los resultados y

la animó a rezar para que sus padres la dejaran marchar. Como siempre, confió en la oración: "Es cuestión de que lo

encomendemos".

Sus padres disimularon la gravedad del diagnóstico, "tanto que cuando entré en la habitación -recuerda Lía- me dijo

Montse: 'nada, Lía, ahora ya sabemos lo que tengo, un tumor, pero pronto me curaré'".

"A los tres días -cuenta Manolita- nos la llevamos del Hospital. Trasladarla desde su habitación al taxi fue muy penoso.

Se la veía sufrir. Al llegar a casa se la instaló en la habitación del fondo del pasillo, la que da a la calle París, junto a la

imagen de la Virgen de Montserrat".

"Una de esas tardes, a finales de junio, llegué a Llar -recuerda María del Carmen Delclaux- cuando estaban haciendo la

oración en el oratorio. Me dio la impresión de que pasaba algo, y me pareció -al verle la cara- que alguna había estado

llorando. Seguimos la oración en silencio y al acabar, Lía me llamó a dirección y me lo dijo claramente:

-Montse tiene un cáncer; y los médicos le han dado poco tiempo de vida.

Así me enteré, porque con ella no lo hablé nunca directamente".

Las que iban por Llar se fueron enterando poco a poco. "Hace unos días vivimos con la impresión de lo que nos han

dicho de Montse Grases -se lee en el Diario de Llar-. Le han diagnosticado un cáncer en la pierna izquierda. No se le ha

dicho nada todavía, pero parece que se le tendrá que decir pronto, pues la cosa va a pasos agigantados".

Page 113: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El sarcoma de Ewing

"Sí; esa expresión `a pasos agigantados' -comenta el doctor Cañadell-, además de expresiva, es bastante certera. Montse

padecía lo que sospechábamos desde un primer momento: un sarcoma de Ewing, un tumor maligno, propio de gente

joven -de edades comprendidas entre los cinco y los dieciocho años, más o menos-, sin duda el más maligno de los

tumores óseos. En aquel tiempo desde que se conocían las primeras manifestaciones del mal hasta que sobrevenía la

muerte la media de vida no sobrepasaba, habitualmente, del año y medio...

Entonces el único tratamiento que tenía una discreta utilidad era la radioterapia; porque era capaz de modificar la

imagen del tumor; pero no porque fuera realmente curativa.

Se empezaba a hablar ya de la posibilidad de utilizar algún fármaco; pero era algo de carácter totalmente experimental.

Y la cirugía no reportaba ningún beneficio. Así que el pronóstico no podía ser más infausto..."

5. JULIO DE 1958. TREINTA SESIONES DE RADIOTERAPIA

"El día 2 de julio -sigue contando su padre- comenzaron las sesiones de radioterapia. El médico nos dijo que debían

darle unas treinta sesiones seguidas, diarias, descansando los sábados y los domingos. Fuimos al consultorio de los

Doctores Parés y Vilaseca donde le aplicaron la dosis máxima de 10.000-R".

"Llevarla hasta allí -recuerda su madre- nos costaba mucho. La metíamos en el taxi con bastante dificultad. Yo le colocaba la pierna a lo largo del asiento y me sentaba en una esquinita. Así recorríamos las dos aquel trecho de una

manzana y media escasas.

A mí me parecía imposible que prefiriese el trajín de meterla y sacarla del coche dos veces al día, además del plantón

que debíamos soportar en la calle hasta que encontrábamos un taxi; y se lo dije varias veces. Tanto es así que ella, un día que no aparecía ninguno, accedió a ir caminando. ¡Pobrina! ¡Cómo recorrió aquellos metros! ¡Nunca más se lo volví

a decir! Me acuerdo perfectamente del gesto de dolor que traía cuando llegó a casa".

A pesar de todo seguía asistiendo con regularidad a los medios de formación espiritual. "Se la veía contenta pero inquieta -se lee en el Diario de Llar-. Está molesta. Tiene una pierna hinchadísima. Hoy le decía a Lía que estaba

preocupada. No tiene la menor idea, pero algo teme".

Aquellas sesiones de radioterapia la obligaban a bajar con frecuencia de Seva a Barcelona. En una de esas ocasiones la

acompañó Carmen Salgado, que se asombraba de su buen humor: "Cuando le dejaban la pierna quemada -cuenta-,

Montse me comentaba: 'se me está poniendo más morenita la pierna'".

Afrontaba con el mismo optimismo las penalidades del taxi. Le resultaba muy costoso introducirse en ellos, porque en

unos cabía con la pierna extendida y en otros no. Pero no hacía un drama de eso: "yo -decía, bromeando- necesito los

taxis a medida..."

Las sesiones de radioterapia duraron hasta el 13 de agosto, y se las pusieron a una hora un tanto intempestiva, a mitad

de la tarde, cuando más arrecia el calor en Barcelona. Nunca se quejó. "Lo único que le oí -cuenta Carmen- fue: 'Ah, ya

es la hora de ir al médico. Qué de prisa se pasa el tiempo en Llar'".

Rosa y Ana María la acompañaron en alguna ocasión. "Cuando íbamos a esas sesiones -recuerda Rosa- todas las

enfermeras le preguntaban qué le pasaba; pero ella enseguida cambiaba la conversación y acababa preguntándoles por

sus cosas; y se hizo muy amiga de una enfermera: se enteró que le gustaba dibujar, y le preguntó por sus dibujos, por

sus problemas... Aprovechaba la ocasión para hacer apostolado: no perdía comba... Y se interesaba por todos, hasta por

el médico también. Y me pedía siempre que me quedara con ella, durante la sesión médica. Le consolaba mucho que

estuviéramos juntas las dos.

Y a veces, cuando terminábamos, me decía la enfermera:

-Qué simpática, qué alegre y cariñosa es esta chica. Pero nunca sé si le duele o no le duele. ¿Tú lo sabes?

Page 114: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Y yo le contestaba:

-Pues yo tampoco".

Sin embargo, aunque no lo manifestara, aquellas sesiones la agotaban, como recoge el Diario el día 10 de julio: "Se le

nota cada día más cansada. Sigue con gran ilusión de que pronto se pondrá buena, aunque parece lo dice menos

convencida. Tiene poco apetito. Mañana se va (...) a Seva cerca de Vic. Decía: verás Lía cómo allí con el aire y el sol

me entra un hambre feroz. Después, cuando vuelva, si no me ha entrado, sí que me asustaré..."

Sus padres no sabían qué hacer. ¿Era prudente decirle ya la gravedad de su enfermedad o era preferible aguardar un

poco? ¿Se sospecharía algo? Los médicos decían que podía vivir algunos meses más. ¿Y, con ese tiempo por delante,

no era mejor esperar, como les aconsejaban todos sus familiares? Además, ¡estaba tan ilusionada en irse a vivir a un Centro del Opus Dei! ¿Cómo cortar de cuajo y de golpe todas esas ilusiones sin herirla innecesariamente? Porque los

médicos podían equivocarse... y en vez de tres meses podían ser diez, o doce... o quizá... ¿Quién sabe?

Resolvieron esperar; porque, aunque la pierna le dolía, Montse seguía haciendo vida completamente normal: sabía que

tenía un tumor, pero pensaba que se le reduciría enseguida... Muchas de las chicas que conocía no advirtieron nada nuevo en ella: "Yo la veía cada sábado en LLar, y no tenía ni la menor idea de que estuviese enferma...", cuenta María

Josefa Rovira, una estudiante de farmacia que iba por aquel Centro.

En Seva seguía el ritmo de vida normal de todos los veranos -el doctor Cañadell le había dicho que no había ningún

inconveniente para ello-, y aunque se esforzaba por mejorar en todo lo que se le indicaba, sus padres se esforzaron en tratarla igual que siempre: cuando hacía algo mal, su madre se lo advertía. Entonces -recuerda Ana María-, lo aceptaba

"con mucha visión sobrenatural, rectificaba y luchaba".

"Me llevaba en bicicleta todos los días para ir a Misa -comenta Ana María-, después me di cuenta de que hacía un gran

esfuerzo físico. Pero como nunca se quejaba, no pensé que le podría doler la pierna".

De todos modos, aunque no se le dijera nada por el momento -convinieron sus padres con la directora de Llar- había

que prepararla... "Sobre todo interiormente", precisa Lía. "Y a partir de entonces vi cómo iba creciendo en vida interior.

Me preguntaba cómo vivir mejor las cosas pequeñas, crecía en su devoción a la Virgen y mostraba una gran sinceridad

en todo; y todo lo decía con una gran sencillez".

Un mes antes, a comienzos de aquel verano -el 12 de junio-, Pepa Castelló se había ido a Roma, y residía en el Colegio

Romano de Santa María, muy cerca del Fundador. Recibió entonces una carta de Manolita. "En esa carta me decía -

cuenta Pepa- que tenía que decirle a Montse la gravedad de su enfermedad, y nos pedía a las que vivíamos en Roma que

rezáramos por Montse, para que supiera reaccionar como una mujer del Opus Dei".

Montse, por su parte, seguía tan contenta como siempre: bulliciosa, divertida, siempre con una canción entre los labios.

"Cantaba -recuerda Rosa- canciones de todo tipo. Canciones de moda, folclóricas o tradicionales, como aquella de los

árboles altos:

Corazón que no quiera

sufrir dolores

pase la vida entera

libre de amores,

libre de amores.

¡Ay!vida mía,

libre de amores.

Y le gustaba mucho aquella otra que decía:

Corazón, corazón,

Page 115: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

es inútil dejar de quererte...

Corazón, corazón...

ya no puedo vivir...

sin tu amor.

Y estaba al tanto de la última moda y de todo lo que se hablaba..."

Durante aquellos días en Seva se hablaba sobre todo de la obra de teatro que los hijos de los veraneantes iban a

representar aquel año. A todos hizo ilusión que participara Montse y le dieron el libreto para que ensayara. Y por las

tardes era frecuente verla, en el jardín de Villa Josefa, junto con su amiga Marisa, repitiendo los diálogos de la comedia

una y otra vez, intentando aprendérselos de memoria. Manuel y Manolita la oían repetir una y otra vez un pasaje del

diálogo de su personaje, dicho en tono cómico:

-"¡Ay que esto no es pa mis años!... ay Madre de la Piedad, que yo me muero!"

"¿Tú entiendes lo que me pasa? -le preguntaba Montse a Lía, cada vez que bajaba a Barcelona-. Yo no entiendo nada,

pero noto que estáis muy preocupados".

-"Un tumor -le comentaba Lía, para irla preparando, como había convenido con sus padres- no se sabe lo que puede ser.

A veces son malignos. Mi padre murió a consecuencia de un tumor..."

-"Pero a mí no me pasa nada..."

-"...Quizás no, Montse... pero hay que estar preparada para hacer la Voluntad de Dios. Ya sabes que somos una caja

cerrada... Te están haciendo muchas cosas para indagar qué te pasa y no acaban de averiguar la causa de ese dolor... Y

por más que los médicos hagan, Dios tiene la palabra".

Era lo máximo que podía decirle. Montse no se alteró. Y le comentó:

-"Ahora no me duele nada, Lía. De todas formas, yo estoy dispuesta a sufrirlo todo..."

"Otro día volvió a preguntarme -recuerda Lía-: ¿Pero por qué no puedo saber lo que me pasa? ¿Tú qué crees que tengo?

Para mí era una tentación decirle lo que le pasaba, pero sólo de pensarlo me daba pavor... De todos modos, poco a poco,

la iba preparando.

-Montse, ¿de verdad estás contenta, y dispuesta a aceptar lo que pueda ser?

-Claro que sí -respondió-. Pero, ¿por qué tienes miedo? Fíjate cómo estoy de fuerte -y me enseñaba sus brazos-, no

quiero que te preocupes.

Pero a pesar de todo, se la notaba peor. De vez en cuando me buscaba, y me preguntaba si tenía mucho trabajo. Yo dejaba inmediatamente lo que estaba haciendo y nos poníamos a charlar un rato. Un día tomé la resolución de insinuarle

algo más claramente y le dije, en el transcurso de la conversación:

-...porque ya sabes que hay tumores que degeneran en cáncer.

La miré a la cara para ver qué impresión le había causado. Seguía serena, y me preguntó:

-Pero si es el Señor quien me ha dado la vocación, ¿por qué no ha de darme la salud?

No pude más y le dije, muy resuelta: ¿Pero tú estas dispuesta a todo, no es cierto?

-Sí, eso sí -me dijo-, pero me da mucho miedo sufrir y los médicos me asustan... pero si Dios me envía más

sufrimientos, como dices, me ayudará mucho, lo mismo que vosotras".

Page 116: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Uno de esos días -recuerda Manolita- bajé a Barcelona para hablar con Montse Amat y me dijo que habían pensado en

acortar el plazo de la incorporación jurídica de Montse al Opus Dei. Al regresar a Seva le dije:

-Montse, tengo que darte una alegría.

Pero no pudimos charlar hasta la noche.

-Mamá -me preguntó-, ¿qué me querías decir?

Se lo conté y me dijo:

-Eso quiere decir que voy a durar poco...

Yo intenté arreglarlo como pude; pero ella seguía serena. Me había hecho aquel comentario con la frialdad de una

conclusión lógica, aunque esa lógica llevase a algo terrible... No acusó ni pena ni sentimiento de dolor. Un poco más

tarde se acostó y se quedó dormida enseguida".

6. 20 DE JULIO DE 1958. LO QUE TU QUIERAS

"Esta mañana en Misa -se lee en el Diario, el 10 de julio, escrito por Lía- nos hemos acordado de una forma especial de

Montse. Hoy cumple 17 años (...). Hemos pensado que quizá precisamente por eso el Señor la quiere para El. Se había

entregado ya, y qué mayor entrega esa de darle lo mejor: nuestra vida, nuestras ilusiones. Podría, sí, haber trabajado

mucho... pero pensamos que desde el Cielo nos ayudará mucho más".

Eran las mismas palabras que había dicho el Fundador, veinticuatro años antes, hablando de María Ignacia García

Escobar.

María Ignacia y Montse: dos mujeres a las que Dios llamó a su lado en el comienzo de su vocación al Opus Dei. No

sabemos si Montse supo mucho de María Ignacia: quizá alguna referencia lejana cuando en las tertulias de Llar se hablase de la historia de la Obra. Sin embargo hubo entre ellas una honda sintonía espiritual: las dos supieron vivir cara

a Dios en la salud y en la enfermedad, "sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte", como enseñaba el Fundador.

En Llar celebraron el cumpleaños de Montse con bromas y canciones. "Rosamaría Pantaleoni y Carmen Salgado han venido pronto para hacerle un 'mural' -cuenta Lía en el Diario-. Le preparamos con gran cariño una pequeña sorpresa

para la tarde. Después de salir del médico la traerán aquí y haremos todas juntas la tertulia..."

¡Diecisiete años! El tiempo pasaba y sus padres convinieron con Lía que había que irla preparando para la muerte...

Había que decirle claramente la realidad de su situación. Porque le quedaban pocos meses de vida, ¡y ella seguía

hablando de que al año siguiente haría esto y lo otro...!

Sí. Había que decírselo. Ya.

Qué sencillamente se dice esta frase: "Había que decírselo. Ya". ¿Pero cómo? ¿Cómo dar esa noticia -que resulta tan

difícil, incluso a personas de mucha edad- a una chica que sentía bullir su vida joven dentro de la piel?

Lía lo intentó de nuevo. Ahora, a medida que iban transcurriendo las sesiones de radioterapia, Montse se encontraba

mucho mejor. Las sesiones fueron aumentando de duración al principio, y luego decreciendo progresivamente. Ahora

duraban pocos minutos. Este era el momento. El 18 de julio, viernes, antes de irse a Seva con sus padres, estuvieron

charlando en Llar. "Quizá sea más fácil de lo que suponemos. Quizá se lo imagina todo -pensó Lía- y no se atreve a

decírnoslo..."

Estuvieron charlando de varias cosas. No sabía cómo comenzar. Al fin le comentó:

-"Montse, tú sabes que Tía Carmen, antes de morir, sufrió mucho y tenía una enfermedad como la tuya...

Page 117: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-¿De qué murió tía Carmen?

-De cáncer".

Miró a Montse a los ojos. En ese momento -un segundo tan sólo- se dio perfecta cuenta de que no se había imaginado

nada.

-"Sí, pero yo no tengo cáncer..."

Se fue de nuevo a Seva con sus padres. Allí les preguntó qué enfermedad tenía realmente. ¿Qué le habría querido decir

Lía? Pero en Seva, rodeados de niños y de amigos no se podía hablar con calma. Había que estar pendiente del pequeño,

de las gemelas y de que los chicos no hicieran ninguna travesura...

"Quedamos -recuerda su madre- en que se lo diríamos cuando regresásemos de Seva y pudiésemos charlar los tres

solos, con más tranquilidad..."

El domingo por la tarde se volvieron a Barcelona. Habitualmente subían a Seva en el coche del Sr. Maqueda o, algunas

veces, en el del Sr. Brosa -que veraneaba muy cerca, en Taradell-, amigos de sus padres.

"Pero aquel fin de semana -comenta su madre- Brosa nos mandó un recado diciéndonos que no podía bajar y tuvimos que tomar un tren de regreso que venía lleno. Manuel logró que Montse se sentara en el pasillo del tren, en uno de esos

banquillos para los revisores. Pero había tanta gente que encontrábamos mucha dificultad para que apoyase la pierna...

¡Qué cosas pasan a veces más terribles! No nos íbamos a poner a explicar a todo el mundo lo que le pasaba... Habría

sufrido mucho más... Y de aquella forma tan penosa hicimos el viaje".

Arribaron a Barcelona muy tarde porque el tren iba con retraso. La ciudad estaba sumida en el silencio caluroso del

verano.

Abrieron la puerta de la casa. Sonó una campanada en el reloj del salón. Las doce y media de la noche... Empezaron a

hacer los preparativos para acostarse.

"Entonces -recuerda su madre- vino Montse y me dijo:

-Bueno, mamá, ¿me vais a decir lo que tengo?

-Pero Montse -le dije-, ¿a esta hora, tan tarde...?

-Sí, sí, de hoy no pasa: me decís ahora mismo lo que tengo.

Comprendí que ya no podíamos retrasarlo más. Entonces Manuel se lo explicó todo, muy concreto, muy claro, sin

disfrazar las palabras:

-Montse, tienes un cáncer. Un sarcoma de Ewing.

Se quedó un momento parada, y preguntó:

-¿Y si me cortaran la pierna?

Manuel le dijo que ya había habido una consulta concreta sobre ese particular: se habían considerado todos los aspectos,

y no era conveniente; no existía esa posibilidad; no podía ser...

Entonces ella hizo un gesto, un mohín, como diciendo: 'qué lástima'...

Fue un mohín nada más, un mohín muy gracioso me pareció a mí, después de decirle aquello, pobrina, que era

tremendo... Y se salió del cuarto y se fue para la habitación.

Allí la vi cómo se arrodillaba a los pies de la Virgen de Montserrat y se ponía a rezar.

Page 118: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Luego se sentó y estuvo haciendo brevemente el examen de conciencia. Rezó de rodillas las tres avemarías y se metió

en la cama. Entonces le dije a Manuel: 'me voy con ella'. Me parecía imposible que después de decirle una cosa así

pudiese dormir...

Llegue a su cuarto y la empujé un poquito para que me hiciera sitio, y me dijo:

-¿Qué haces, mamá?

-Pues mira, dormir contigo.

-¡Ay, que suerte!, me contestó, en un tono jovial...

Ella apoyó la cabeza sobre mi hombro y al cabo de unos instantes, sólo unos instantes, vi que respiraba

profundamente... Me di cuenta de que se había dormido.

Me cercioré bien y me marché. Y eso fue todo.

...Todo no, porque luego supe que al arrodillarse delante de la Virgen de Montserrat le había dicho: 'lo que Tú quieras'".

"...Ya sé que son muy pocas palabras para describir un acto tan grande como fue el de explicarle a Montse la

enfermedad que tenía. Pero no hay nada que añadir: todo fue así de sencillo. Ella no conocía siquiera la existencia de

esa enfermedad, entre otras cosas porque entonces no se conocía tanto como de unos años a esta parte. No creo ni que

se le hubiera pasado ni por la imaginación. Recuerdo perfectamente la expresión de su cara... solamente aquel frunce de

labios; no se le humedecieron los ojos, ni... ¡Nada! ¡Nada! ¡Qué cosa más sobrenatural!

Sobrenatural. Me lo he pensado antes de emplear esta palabra. Pero es la que corresponde. Porque, ¿cuál puedo

emplear, si no? ¿Qué cosa 'más poco natural'?, o ¿qué cosa 'más poco normal'? No. Ella siempre obraba con normalidad

y naturalidad. Y era evidente que Dios la confortaba... Porque, si le quitaba de golpe todas sus ilusiones, todo..., ¿iba

acaso a dejarla sola?

Yo siempre vi a Dios en todo lo que iba sucediendo aquellos días y muchas veces lo sentí muy cerca. A partir de aquel

momento ya no podría hacer realidad ninguna de sus ilusiones, cuando estaba llena de gozo pensando que le faltaban

pocos días para marcharse a vivir a un Centro del Opus Dei; y eso era lo único que a veces la hacía impacientarse. En

los días pasados veía que se iba alargando lo de su enfermedad y me lo decía con preocupación... Y aquella noche se confirmaron sus sospechas: ya no se realizarían nunca aquellos sueños que la habían hecho vibrar durante los últimos

meses.

Al día siguiente, lunes, llamé a primera hora a Lía para contárselo todo, sin que lo supiera Montse; y luego nos fuimos

las dos a confesar a Monterols. El sacerdote, don Gonzalo Lobo, me aconsejó que no le creara complejo de enferma:

aunque me costase, debería conducirme con ella 'como si tal cosa'.

¡Como si tal cosa...! Y el caso es que creo que lo logré... ¿Cómo es posible? Fue todo gracia de Dios".

"Yo estaba en Monterols aquella mañana -recuerda Carmiña Cameselle- y vi a Montse después de su conversación con

el sacerdote. Me di cuenta de que había llorado. Pero no me dijo nada. Sólo: 'me voy a Llar'. Y se fue".

Cuando más feliz vivía

"Recuerdo perfectamente aquella mañana cuando llegó a Llar -cuenta Roser-. Yo le abrí la puerta. Me preguntó si

estaba Lía. Le dije que estaba en Dirección, hablando con alguien. Saludó al Señor en el Oratorio y al ver que Lía estaba

ocupada le dijo:

-Lía: quiero hablar contigo cuando puedas; ¿qué quieres que haga mientras tanto?"

Lía estaba conmovida, pero se contuvo. Le dijo que fuera planchando ropa del Oratorio.

Page 119: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Había llegado el momento, pensó Lía. Primero se fue junto Sagrario donde estuvo pidiéndole fuerzas al Señor para

llevar a cabo aquella conversación. Mientras tanto escuchó algo que la sorprendió: la voz de Montse que cantaba,

sonriente, en el planchero:

Cuando más feliz vivía

sin pensar en el cariño

quisiste que te quisiera

y te quise con delirio.

Y te seguiré queriendo

hasta después de la muerte

que te quiero con el alma

y el alma nunca se muere...

...que te quiero con el alma

y el alma nunca se muere.

"La oía cantar tranquilamente -cuenta Lía-, tanto es así que temí se lo habían dicho tan delicadamente que no había

entendido nada".

"Comenzamos a hablar. Procuré aparentar serenidad, aunque no sé hasta que punto lo conseguí, porque Montse me

preguntó:

-¿Has llorado, Lía? Bueno, ya sabes que lo sé todo, incluso que me tengo que morir pronto, porque ayer me lo dijo

papá...

-¿Y qué, Montse?

-Que estoy dispuesta. Vengo de confesarme y estoy muy contenta.

Me contó lo que le había dicho el sacerdote:

-Me ha dicho que soy una enchufada porque pronto voy a disfrutar de Dios. Fíjate, al principio no me lo parecía y ahora

sí... Y estoy muy tranquila y muy contenta. Tengo una gran paz. Y quiero la voluntad de Dios. Recuérdamelo, por si lo

olvido: yo quiero la Voluntad de Dios... Y ésta es la segunda entrega que he hecho al Señor. La primera ya la hice.

Me dice mamá que le pida a Isidoro que me cure, pero a ti, ¿qué te parece? Es que armo mucho jaleo, ¿sabes? Unas

veces sí pienso que me cure, otras pienso que no, que si el Señor lo quiere, es porque es su voluntad, y cuando me meto

en este jaleo que si sí, que si no, le digo a la Virgen que lo arregle Ella como quiera. ¿No crees que es lo mejor?

Luego me contó la conversación con sus padres. Me dijo que se daba cuenta de lo que habían sufrido al hablarle de su

enfermedad; y que debían de ser muy santos para que el Señor les pidiera este sacrificio:

-Mamá pensó que yo le diría algo, pero no se me ocurrió nada; sentí un cosquilleo dentro y... sólo pensé que debía ser

fuerte.

Me dijo también que habíamos sido tontos por no habérselo dicho antes:

-Pillina: ¡con que lo sabíais y no me lo habíais dicho...! Ya sé que habéis sufrido mucho. Ahora comprendo toda la

preocupación que veía aquí y en casa. Antes no entendía nada. Ahora ya sé lo que tengo y estoy tranquila.

Page 120: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Hablamos de la muerte con una gran paz. Le costaba hacerse a la idea:

-Porque, ¿sabes? no me duele nada.

Hablamos también del dolor, que aceptaba 'como una purificación para ir al Cielo'.

-Y estoy dispuesta -continuaba-. Soy una egoísta. ¿Sabes que pedía hasta ahora por mi salud? ¿Verdad que no debo

pedirlo?

-¿Y ahora qué pides?

-Pido que se cumpla la Voluntad de Dios, pues yo estaré también mucho más tranquila.

Luego tomó una fotografía de Tía Carmen entre las manos y hablamos de la enfermedad de la que había fallecido.

Cuando le dije que había sufrido mucho y que había sido una mujer muy santa, me pidió que la ayudáramos mucho:

-Quiero ser tan valiente como ella.

Le pregunté entonces qué había pensado cuando su padre le dio la noticia y me contestó que lo que había hecho es

tomar el crucifijo, besarlo y decir: 'Serviam': te serviré Señor, te seré fiel...

Y añadió: 'Mañana voy a escribir al Padre contándoselo todo, para que me encomiende; y le voy a decir que lo voy a

ofrecer todo por el Opus Dei'.

Pero luego se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo:

-...O sea que ahora ya no puedo ser Numeraria, ¿verdad?"

"Se le iluminó la cara cuando le dije: pero Montse, ¿quién te dijo eso? Te queremos Numeraria, y muy santa, además.

Por esto hiciste el otro día la Admisión. Me contestó (...):

-Lo seré. Te lo prometo".

"Y la vi con tanta paz, como si hubiese madurado de repente, que le comenté incluso el proyecto que teníamos de que

fuera a París. 'Pero mira, Montse -le dije-, de hoy en adelante vamos a encomendar esta labor, aunque tú no vayas a

poder ir'".

"¡Esa bendita Comunión de los Santos -escribió Lía por la noche en el Diario- que hace de una niña, una mujer

consciente de una prueba dura que el Señor le manda y acepta con toda alegría!"

7. EL GRAN SALTO

"Entonces fue cuando dio el gran salto... -recuerda su hermano Enrique-. Hasta aquel momento su vida había sido, en

gran parte, fruto de la educación cristiana que nos habían dado en casa. Pero fue entonces, cuando se encontró cara a

cara con esa experiencia fuerte del dolor, cuando se identificó con la agonía de Jesús en la Cruz. Descubrió que estaba

condenada -por decirlo así- a morirse en muy poco tiempo, y comenzó a ser heroica en lo pequeño y a poner en práctica

esas enseñanzas sobre el amor a Dios en medio del sufrimiento, que todos hemos oído tantas veces, pero que sólo

pueden vivirse de verdad cuando se experimenta ese dolor en carne propia".

Volvió a Seva, donde siguió participando de los planes familiares en la medida que le permitían sus nuevas

circunstancias. Aprovechó la mejoría que experimentaba tras las sesiones de radioterapia para visitar a sus amigas que

veraneaban en lugares cercanos. Aunque a veces eran esos amigos los que venían a pasar un día con ellos.

Page 121: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Usaba la bicicleta para ir de un sitio a otro por Seva, utilizando sólo el pedal derecho, el de la pierna buena. Así iba a

bañarse con sus amigas en los "gorgs" -grandes remansos- de la "Riera Major".

"Durante esos años compartí con los Grases muchos momentos -recuerda Jorge Suriol-. Para mí era Montse como una

hermana, como una más de la familia. A veces venía con nosotros -invitada por Ana María- a Campelles, a un

pueblecito que está encima de Ribas de Fresser, ya en el Pirineo, o nos íbamos con sus hermanos de excursión desde

Seva al Brull...

Si no me hubieran dicho lo que tenía Montse, no lo hubiera sospechado: salvo la pierna hinchada, aparentemente

rebosaba salud. Tenía una bondad natural que afloraba en todos sus gestos: unos gestos sencillos, de muchacha sin

doble intención, que sabía mirar con una mirada clara, con recato...

Y entonces me sorprendía -aunque no sabía analizarlo como ahora- este rasgo desconcertante de su personalidad:

aunque era una persona de carácter muy vivo, luchaba por no dejarse llevar por él. Dominaba su carácter, lo utilizaba, lo

dirigía para conseguir lo que ella quería. Por eso sabía desaparecer: cuando venía con mi familia se integraba

perfectamente y era una más. Se adaptaba a nuestro estilo de vida: no quería ser 'la enferma', ni el foco de atención.

Tenía mucha personalidad y sabía cuando era necesario pasar inadvertida y cuando era conveniente hacerse notar.

Entonces actuaba sin personalismos, sin protagonismos de ningún tipo".

Seguía viviendo durante aquel verano su plan de vida cristiana con toda regularidad: Santa Misa, oración..., que vivía en

las circunstancias más diversas. María Luisa Xiol recuerda que rezaban el Angelus todos los días; y cuando estaban

bañándose, salían del agua, y recitaban la plegaria en honor de la Virgen. Luego volvían a chapotear y divertirse.

Carmen Salgado recuerda también que se confesaba con puntualidad, todas las semanas, y le llamaba la atención el

recogimiento con que se preparaba: "siempre me pareció que profundizaba mucho, juzgando solamente por su actitud

externa". Y seguía con su vitalidad de siempre: incluso aprendió a tocar alguna pieza en el acordeón de Rosa

Pantaleoni... aunque Encarnita Rubio señala que "eso le cansaba bastante, pero lo hacía porque sabía que Rosa

disfrutaba al verla tocar..."

"Le gustaba mucho el deporte -recuerda María Luisa- y la verdad es que jugaba muy bien. Disfrutaba mucho con el

deporte. Y aparentemente, no le pasaba nada... Sólo hubo una vez... Fue una tarde, cuando fuimos a bañarnos a casa de

unas amigas. Al terminar estuvimos comentando lo bien que nos lo habíamos pasado. Y a Montse se le escapó:

-¡Ah! Ha sido fantástico. Si no fuera porque...

Todos la miramos. Entonces hizo un gesto; se calló y no dijo nada más".

Las familias de Seva se iban enterando poco a poco: el rumor "de lo de Montse" se comentaba veladamente de corro en

corro; se decía en voz baja en las tertulias nocturnas; y de ahí saltó a la puerta de la iglesia; a la panadería; a la tienda de

ultramarinos... Y allí estaba Balbina Garrido, una señora que ayudaba a Manolita en las faenas domésticas desde hacía

varios años -a la que no le habían dicho todavía la gravedad de la enfermedad, para que no sufriera-, esperando su turno

de compra, cuando se le acercó una señora...

-"Qué desgracia, ¿verdad? lo del cáncer de Montse..."

-"¡Pero qué dice usted! ¡Cáncer! ¡Si Montse no tiene cáncer!"

-"¡Ay, perdone...! pero eso es lo que se comenta en todo el pueblo..."

Balbina volvió hecha una furia a Villa Josefa: "¡Estos pueblos! ¡Tiene uno la pierna mala y todo el mundo empieza a

cotorrear que es un cáncer! ¡No saben de qué hablar!" Se lo dijo inmediatamente a la señora:

-"¡Fíjese usted lo que andan diciendo por el pueblo, doña Manolita: ¡Nada menos que lo de Montse es un cáncer!"

Montse escuchaba, riéndose.

-"Pues mira, Balbina..." -comenzó a explicarle Manolita.

"Aquel comportamiento de Montse -comenta su padre- causaba la sorpresa de todas las familias conocidas. No

comprendían que pudiera estar tan alegre, sabiendo lo que sabía, que fuese en bicicleta, que hiciese deporte y que no se

Page 122: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

perdiese ninguna de las sardanas que se organizaban en el pueblo..." "En ese mismo verano jugó al baloncesto con la

pierna hinchada -recuerda María Luisa Xiol- contra otros equipos de los pueblos cercanos... Jugaba adelantada, al

ataque, y no retrocedía porque no podía correr. Y todavía encestaba mucho". Incluso, cuando fueron a bañarse a una

piscina de Tona, le enseñó a su amiga a tirarse de cabeza, desde la palanca.

Un viaje a Lourdes

"Por aquel tiempo -cuenta Rosa- yo decidí ir a Lourdes. Y le dije a Montse:

-¿Sabes qué? Yo nunca he querido ir a Lourdes, porque eso de que yo me podría curar allí... en el fondo, en el fondo, no

me lo acabo de creer. Si fuera, me faltaría fe. Yo tengo fe en la Virgen, tú lo sabes, pero pensar que de repente me voy a

sanar... me cuesta mucho creérmelo, lo siento.

Pero ahora voy a ir, porque ahora hay una cosa mucho más importante. Cuando esté allí y me bañe, le voy a pedir a la

Virgen que tú te cures.

Entonces establecimos un orden de prioridades: mi polio estaba después de su cáncer. Y ella reconoció que sí, que era

más importante en esa ocasión pedir primero por ella y luego por mí. Pero esto lo decidimos como el que va a resolver

un asunto, como si hubiéramos dicho: 'muy bien, esta tarde quedamos a las siete en Lezo'. Y yo me fui a hacer aquella

'gestión' a Lourdes... a rezar con todo mi corazón, y a bañarme con toda mi fe, y con toda mi ilusión y mi alegría y mi

esperanza, para que la Virgen curara a Montse.

Pero cuando llegué a Lourdes y entré en la piscina me sucedió algo curioso: no me acordé ni de su pierna ni de las mías.

Sólo le dije a la Señora que le diera a Montse lo mejor, que fuera feliz.... Luego, le escribí contándole cómo eran los

enfermos de Lourdes, su resignación; el silencio impresionante que había en la Gruta, a pesar de que éramos miles de

personas; el amor a la Virgen, la emocionante bendición de los enfermos en la plaza, la solicitud de los 'brancadiers', la

procesión de las antorchas, el fervor de todos... (...).

Yo estoy segura que le pidió a la Virgen de Lourdes su curación; pero cuando vio que no era ésa la Voluntad de Dios, la

aceptó con alegría, sin dramatismos. Porque lo dramático no lo aceptó nunca. Cuando la gente le preguntaba por su

enfermedad, nunca hablaba de sus cosas".

"Es que -afirma Ana María Suriol- no quería hablar de su muerte porque le parecía que eso era hablar de sí misma".

"Procuraba pensar siempre en los demás -explica Rosa- y no le gustaba hablar de sus males ni de sus penas... porque ni

las consideraba males, ni las consideraba penas. Y un día me dijo:

-Rosa, tanto que me hablabas de la Cruz y ya la tengo... Y ahora, cuando la miro, la miro con mucho más cariño; porque

realmente tenías razón; es nuestra Cruz: la tuya y la mía..."

VIII

Septiembre - Noviembre 1958

TIEMPO DE IR, TIEMPO DE VOLVER

Nascosta rosa,

io sento il tuo

profumo divino,

che il cuore mi

solleva e mi riposa

Page 123: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

quando si fa più

ripido il cammino.

... Fiore stellare

quando la notte

abbatta l'alto muro

Tu sarai lì, ridente, a

preparare

la dolce fine del

cammin sicuro

1. SEPTIEMBRE 1958.

Se acababa el verano y con él, los plazos de matrícula para el siguiente curso en "l'Escola". Montse, aunque era

perfectamente consciente de la gravedad de su situación, no lo dudó: se matricularía aquel año como si aquel fuese un

curso más... aunque estaba segura de que sería el último. Una de las profesoras, tía de Carmen Salgado, quiso verla y

preguntarle cómo estaba. Montse eludió el tema: "Bien, bien"...

A tantas otras personas, aquella situación podría llevarles a la desesperanza, a la tristeza, a la apatía, a un abandono, que

nos parece normal, de las ilusiones humanas. En su caso no fue así: Montse procuró vivir fielmente su vocación hasta el

último momento; y como sabía que su vocación le llevaba a santificar el trabajo de cada día, no dudó en matricularse en

septiembre en un curso que -lo sabía- no iba a terminar...

Sus amigas no acababan de salir de su asombro: "Empezó a planear como si no pasara nada -recuerda Carmen Salgado-

lo que iba a hacer. Decía: 'estudiaré piano, a ver si me da tiempo de terminar la carrera, porque a mis padres les haría

mucha ilusión; pero tendré que pedir los libros a Ana María, porque es una pena hacerles gastar tanto dinero para cuatro

días'".

No fue nunca "el caso"

Se esforzaba por vivir con normalidad... hasta donde le permitían sus fuerzas. "Una vez iba en una vespa con sidecar -

recuerda Roser Fernández- y me la encontré, como otras veces, en la parada del autobús de la calle Balmes, en la

dirección de subida al Tibidabo. Tenía ya la pierna bastante hinchada. En cuanto la vi le dije:

-¿Quieres subir?

-Yo sí quiero -me dijo, sonriendo-, la que no sé si querrá es la pierna..

Entonces introdujo la pierna con mucho esfuerzo en el sidecar y se sentó como pudo. Me sorprendió la alegría con la

que hacía estas cosas, a pesar de que le costaban mucho. Pero no pensé nada más: siempre me pareció una chica

normalísima...

Luego, a medida que ha ido pasando el tiempo me he dado cuenta que lo extraordinario de Montse era precisamente esa

normalidad. Supo llevar su enfermedad sin buscar ningún tipo de protagonismo, sin querer ser el centro de las

preocupaciones de los demás, sin darle ninguna importancia al hecho de su enfermedad... Cuando le preguntábamos por

su enfermedad nos respondía sin trivializar el hecho, y sin tremendismos de ningún tipo, en el mismo tono con que otra

persona podía decir: 'pues me he examinado esta mañana y me ha salido mal'. Y al verla actuar así, también a nosotras

aquello -que se fuera a morir dentro de poco y estuviera alegre y feliz- nos parecía normal..."

Page 124: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

No daba ninguna importancia a "lo suyo". "Una vez -afirma Ana María Suriol-, estando ya bastante enferma Montse,

pasamos por delante de la casa donde había vivido esta chica" (que tenía cáncer en el cerebro, que habían ido a visitar

varias veces y que había ya muerto)", e hizo un comentario sobre ésta, diciendo que verdaderamente ella sí que sufrió".

"Es verdad -concluye Roser-. No quiso ser nunca 'el caso', a pesar de que podría haberlo sido perfectamente, porque era

la única enferma entre todas las chicas que iban por Llar y se encontraba en plena juventud.

No fue sólo mérito suyo, desde luego: fue una gracia de Dios a la que ella supo corresponder. Pero no hay que olvidar

que no se enteró de la gravedad de su enfermedad quince días antes; lo supo con muchos meses por delante. Recuerdo

que una vez le pregunté qué tal estaba; y me dijo, con total sencillez:

-Bueno... me han dicho que no llegaré a Navidad".

..........

En esta fotografía sonríe a la cámara desde el balcón de Llar. Se divisan al fondo los edificios de la calle Muntaner.

Aparentemente no le pasaba nada. "No le gustaba hacer alarde de su enfermedad -comenta Carmiña- y no hablaba de

ella. En una ocasión, una chica le comentó que le había contado a una amiga 'lo suyo'. 'Ya sabes que no me gusta', le

dijo Montse". Sin embargo, todas advertían su sufrimiento: "Yo la observaba cuando estaba en el Oratorio -comenta

Ana María- y veía cómo se retorcía las manos procurando que nadie se diera cuenta de su dolor. Cuando eran más

fuertes estaba más inquieta y nerviosa y cambiaba constantemente de posición; pero procuraba siempre que los demás

no lo notaran".

No tenía "complejo de enferma", ni quería comportarse como una enferma: "Cuando llevábamos las sillas de la sala de

estar al Oratorio porque allí no había suficientes para sentarnos -continúa Carmiña-, no nos dejaba nunca que le

llevásemos su silla. Y en esto, Rosa la animaba mucho; porque en estas cosas, tampoco Rosa se dejaba ayudar... Y en el

Oratorio no le gustaba estar con la pierna apoyada en una banqueta -le parecía como una falta de delicadeza con el Santísimo-. Cuando se puso peor se quedaba en una salita contigua, y yo me quedaba muy cerca, en el pasillo, por si se

encontraba mal. En una ocasión se levantó y me reconoció que ya no podía soportar el dolor.

-Entonces te llevo a casa, le dije.

-No, no; porque a esta hora mamá estará dando de cenar a los pequeños y no quiero estorbar".

"A mí también me asombró esa sencillez -añade don Emilio Navarro, que había regresado a Barcelona y atendía

espiritualmente la labor de Llar, cuando los otros sacerdotes, por diversas razones pastorales, no podían asistir-. No

sabía lo que le sucedía y le pregunté si pensaba asistir a algún curso de verano. Entonces me dijo:

-No; no puedo porque estoy enferma.

-¿Qué te pasa?

-Tengo un cáncer.

Me quedé sorprendido por la forma tan directa y clara con la que me lo dijo.

-Pero un cáncer... ¿ya diagnosticado y...?

-Sí, sí. Cáncer".

Cáncer. En la actualidad esta palabra terrible ha dulcificado algo sus aristas dramáticas gracias a los avances de la

Medicina. Muchas personas, a pesar de padecer un cáncer, confían en su curación, porque hay modernos tratamientos que logran retrasar durante decenas de años el desenlace de esta enfermedad, cuando no la vencen totalmente. Pero a

finales de los años cincuenta esa palabra tenía un sinónimo muy preciso. Ya lo había dicho Carmen Escrivá, con la

claridad que la caracterizaba, cuando le comunicaron que tenía cáncer:

-"Alvaro me acaba de dar la sentencia de muerte".

Pero, ¿es que le resultó tan fácil aceptar la idea de morirse? ¿Es que esto no la hacía sufrir?

Page 125: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Los testimonios de los que disponemos confirman que sufría ¡y mucho, como cualquiera en su situación! "Lo que

sucede -cuenta Rosa- es que ella aceptaba su muerte con visión sobrenatural y... no dramatizaba". Si un día se

organizaba en Llar un baile de sardanas no se quedaba en un rincón, haciéndose la víctima. "Una vez -recuerda Carmen

Salgado- una amiga le dijo '¿bailamos la titiritaina?'. Montse la miró y con la cara le decía que no podía, pero como la

otra le insistió, se levantó y bailaron con mucha gracia. Al terminar, sin que nadie lo notara, se fue, porque no podía

más".

Sólo su abandono sereno y alegre en los brazos de Dios, fruto de un profundo sentido de la filiación divina; sólo su afán

de desagravio y corredención, que la llevaban a una unión cada vez más profunda con Cristo en la Cruz, explican la

razón última de su comportamiento. Montse sabía, como enseñaba el Fundador, que "la alegría es uno de los medios

que nos da Dios para hacer el bien, porque el Señor se sirve de la alegría y de la serenidad de mis hijos para llevar su luz

y su paz a las almas". Sólo desde esta perspectiva sobrenatural se puede explicar que Montse le contestase sólo con tres

palabras llenas de serenidad, acompañadas por una sonrisa, a su amiga Concepción Miró, cuando ésta le preguntó lo que

tenía:

-"Tengo un cáncer".

2. LA ULTIMA SUBIDA AL MATAGALLS

De todos modos, a pesar de esa aceptación plena y rendida a la Voluntad de Dios, es muy duro cortar a los diecisiete

años con esas pequeñas ilusiones de juventud que pueden resultar nimias, ridículas casi, si se contemplan desde la

lejanía de la madurez, pero que ocupan un lugar muy importante en el corazón de un adolescente.

Una de esas "pequeñas-grandes ilusiones" de Montse era la subida desde Seva, durante la noche, hasta el Matagalls, uno

de los tres grandes picos del Montseny. "Ya habíamos subido hasta allí de todas las formas posibles -recuerda su

hermano Enrique-. En bicicleta, hasta Collformic, y luego a pie. De mil modos. ¡Lo habíamos probado todo! Hasta que

un día de ese verano se le ocurrió a alguno:

-Oye, ¿y si subiéramos al Matagalls para ver salir el sol?"

Matagalls al amanecer... Aquello debía ser excitante. ¡Ver salir el sol en el Matagalls! ¡En el "pedró de Catalunya",

como lo denominaba el Padre Claret! ¡Aquello era nuevo, era distinto -palabra mágica en la juventud-, era arriesgado...!

Y además tenía una incertidumbre: sus respectivos padres, ¿les dejarían? Comenzaron los tiras y aflojas familiares...:

"nos dijisteis que este año ya podríamos ir y ahora..." Al final los padres cedieron con la condición de que fuese con

ellos Andrés Framis, al que consideraban "mayor", y responsable...

"Empezamos a hacer los preparativos -sigue contando Enrique-, ¡con una ilusión! Porque aquella subida nocturna

guardaba para nosotros un sabor especial, indefinible. El Matagalls formaba parte de nuestra vida".

Aquí se ve a los dos hermanos -Enrique y Montse- en una excursión de años anteriores.

Aquella excursión se recordaría además, a lo largo del curso académico, entre clase y clase, como un mundo irreal,

lejano, casi soñado entre las aceras grises de Barcelona: ¿te acuerdas de aquel amanecer en Matagalls...? "Era -prosigue

Enrique- una especie de desafío, de reto fuerte, que nos ponía a prueba: la confirmación de que éramos mayores y

capaces de reconocer los caminos por la noche, sin perdernos..."

Hubo un revuelo incesante durante los días anteriores a la marcha, con idas y venidas a casa de unos y otros, entre los

gritos de la chiquillería. Los padres repetían los mismos avisos y recomendaciones del año pasado y del anterior:

cuidado con hacer el loco; cuidado con esto, cuidado con lo otro...

Enrique y Jorge se calzaron para la ocasión unos botones inmensos, como si se prepararan para coronar el mismísimo

Himmalaya; prepararon las mochilas, las cantimploras... ¡las cámaras! Sí; había que hacerse fotografías, como aquella

de hacía unos años en la que aparecen Montse, María Luisa y Javier Framis...

Tres, dos, uno... Iban contando los días que faltaba para la subida. Ya se imaginaban monte arriba cantando una de sus

canciones favoritas:

Page 126: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

...A dalt de la muntanya

hi havia un vell xalet.

Mur blanc, sostre d'herba i

davant la porta un tronc revell.

Porque en esta ocasión, de noche, todo cobraría un encanto especial. Sería como ir por primera vez. Irían reconociendo,

entre sombras, a la luz de la luna, los lugares por los que habían pasado ya: mira, el Brull; mira, la silueta del

Matagalls... Y luego, seguirían cantando:

A dalt de la muntanya

caigué el vell xalet.

La neu i el rocam,

units, el van enderrocar...

Como en la letra de la canción, Montse veía cómo todas aquellas ilusiones de juventud, todos los proyectos de su vida,

se le habían derrumbado de pronto, como aquel chalecito de la montaña. Pero no había que entristecerse porque, como

decía la canción...

A dalt de la muntanya

hi hagué un nou xalet

car Jan, amb cor galant,

el va bastir millor que abans...

¡Sí! ¡Dios le construiría una vida nueva maravillosa, en el Cielo! ¡Dios la ayudaría! Y todo sería "millor que abans",

mucho mejor que antes, cuando divisaba desde la cumbre todas las maravillas del Montseny, como en aquella fotografía

en la que contemplaba el Hotel San Bernat...

Aunque le quedaba la nostalgia de las cosas que dejaba aquí... También lo decía la canción:

A dalt de la muntanya

quan Jan tornà al xalet

plorà amb tot son cor

sobre la fi del seu amor...

Estaba decidida: aquella sería su última subida al Matagalls. Se sentía todavía con fuerzas; ¡era todavía perfectamente

capaz de llegar hasta arriba sin que nadie la ayudase, cantando sin cesar! ¡Seguro que sus padres la dejarían subir! Y

desde allí, al pie de la cruz que coronaba la cumbre, sus pensamientos no serían muy distintos de aquellos que dejó

escritos Mosén Cinto, abrazado a esa Cruz, poco antes de morir: "Verament la Creu de Jesucrist sempre es formosa".

Allí se despediría de aquellas montañas, de aquellos valles, de aquellos cielos, de aquellos días de felicidad tan lejanos... y tan cercanos. Y podría ofrecerle a Dios su vida entera, lo mismo que el gran poeta catalán, cuando cantaba en sus

versos:

Des del bell cim de la més alta serra

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avui vos he cridat, oh Jesucrist:

jo us voldria oferir tota la terra,

amb quant sobre ella els ulls del sol han vist.

Per dar-vos-en lo ceptre i la corona

sols per un jorn, voldría ser-ne rei;

i aprés, com príncep que l'amor destrona

m'allistaria a vostre dolç servei... (...)

Tenir voldría el mon, ses meravelles

sos continents, les terres e la mar,

i lo sol i la lluna i les estrelles

per fer-ho a vostres plantes rodolar.

Sí: ¡aquella sería la última -y la más gozosa- subida al Matagalls de toda su vida!

Pero... no pudo ser.

"Me da mucha pena recordarlo -escribe su madre-. Desde el 23 de agosto se encontraba francamente bien y estaba

ilusionadísima con subir; iban sus hermanos y todas sus amigas... ¡Nos dolió tanto tenérselo que prohibir! Al principio,

como la veíamos tan bien, quedamos en consultárselo al médico, que nos dijo que, a pesar de todo, no era prudente:

debía evitar todo lo que representase un esfuerzo.

-Pero -nos dijo Montse, durante la cena- si igual ha de ser... ¿por qué no me dejáis?

-Montse, porque a pesar de todo, hay que poner todos los medios.

Se quedó muy seria... ¡Qué cena! Enrique tuvo un gesto que nunca olvidaré. El también iba, por supuesto, y con mucha

ilusión, como todos. Yo estaba pensando pedirle que se quedara; pero también me daba pena porque ya estaba en el

Seminario, y pensaba que, a lo mejor, tampoco tendría otra ocasión de hacerlo. Así que no dije nada.

Pero de repente Enrique, en tono alegre, dijo:

-Bueno, se acabó, yo también me quedo. Pepón Ferrater creo que también y vamos a organizar algo para pasárnoslo

bien.

Se me hizo un nudo en la garganta... y le di gracias a Dios".

No se da cuenta

Aquello le costó mucho. "Un día que bajó a Barcelona -recuerda Montse Amat-, me comentó que su padre no la dejaba

ir de excursión al Matagalls como todos los años...

-Pero Montse -le dije-, te cansarás mucho...

-¡Qué me voy a cansar! -me contestó- ¡Con las veces que he ido!

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Cuando la vi hablar de ese modo de la excursión; y de los preparativos que había hecho con tanta ilusión, pensé: 'es que

esta criatura no sabe lo que tiene. No se da cuenta exactamente de lo que le pasa'.

Seguimos la conversación. Cerca de nosotras, encima de la mesa de dirección, había una fotografía de Tía Carmen. De

pronto, la tomó entre las manos y comentó con gracia:

-Tía Carmen, ¡qué pronto vamos a conocernos, maja!

... y seguimos hablando, como si nada, de la excursión al Matagalls. Entonces comprendí que sí se daba cuenta -

¡perfecta cuenta!- de lo que le pasaba..."

¿Naranja? ¿Turquesa?

A su madre también le desconcertaba la actitud de su hija. Un día de aquel verano vinieron a hacerle un vestido y

Montse no acababa de decidirse: eran dos telas con el mismo estampado y dudaba entre una de tono turquesa y otra de

tono naranja. Su madre la miraba asombrada. Aquella indecisión de su hija le confirmaba en sus sospechas: Montse

debía estar íntimamente convencida de que se iba a curar; si no, aquellas cavilaciones no tenían sentido...

"¿Por qué tardará tanto en escoger el vestido esta chica? pensaba yo -recuerda su madre-. ¿Qué más le dará que sea

turquesa o naranja? ¿Cómo es posible que a estas alturas esta hija mía me venga con estas dudas, como si fuera a llevar

este vestido este verano y el que viene, y el otro y el otro?"

Pero Montse seguía allí: mirando y remirando las telas: la verdad es que ésta queda bien, pero ésta...

"Yo seguía diciéndome -cuenta su madre-: ¡Será posible...! ¿Se habrá olvidado de lo que le hemos dicho...? No lo creo...

Entonces me crucé en mitad del pasillo y le pregunté:

-Oyeme Montse: Papá está convencido de que te curarás. Yo a veces también lo pienso. ¿Y tú?

No me respondía.

-Dime lo que piensas -le insistí-, que tú nunca dices nada...

Me miró con un gesto apacible y sonriente.

-Yo no lo pienso nunca -me dijo, como indicándome que se había abandonado totalmente en Dios..."

Esta sorpresa se daba en todos los que la trataban, ya que, para los que no sabían lo que le pasaba, era muy difícil

sospechar la gravedad de su situación. Jean Marie, el chico francés que realizaba el intercambio con Enrique, vino de

nuevo, como el año anterior, a pasar unos días en Seva, y se incorporó al ritmo de la vida familiar. "De vez en cuando le

hacía a Montse alguna broma sobre su pierna -recuerda Manuel Grases- sin sospechar ni remotamente lo que tenía. Ella,

al oírlo, sonreía en silencio".

"Eso mismo sucedió el día de la fiesta Mayor de Seva -recuerda María Luisa- cuando subimos al campanario de la

iglesia para ver y oír las sardanas desde arriba. Estuvimos bastante rato en silencio contemplándolo todo... Yo veía que

para ella aquello era un adiós a todas las cosas, verlas y sentirlas por última vez...

Pero no dijo nada, y bajamos".

Montse, estaba claro, odiaba el dramatismo.

3. 24 DE SEPTIEMBRE DE 1958. LA CASA DE QUIROS

Page 129: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Odiaba el dramatismo; pero no el arte dramático. Y aquel verano se preparaba para actuar en la "Gran Compañía Titular

de Teatro de Seva", como se autodenominaban pomposamente, haciendo gala de buen humor, todo los del grupo de

"hijos de veraneantes". No hizo falta animarla mucho: le divertía, como a cualquier chica de su edad, disfrazarse y hacer

reír un rato a los demás, como se comprueba en esta fotografía:

"Sin embargo -comenta su madre- no quiso aceptar el papel de protagonista que le dieron al principio; porque era el de

una chica con amores contrariados y no le pareció apropiado para ella. Y no paró hasta que no le cambiaron el papel".

Este "cambio de papeles" puede sorprender, pero no es más que la puesta en práctica de ese saber "huir de las

ocasiones", que la Iglesia recomienda a los cristianos desde hace siglos. Desde luego, participar en aquella obra de teatro no era en sí, ni mucho menos, una ocasión moralmente peligrosa. El ambiente humano de su grupo de amigos

respiraba limpieza y buen humor: frecuentaban los sacramentos y, como ya hemos visto, demostraban con sus propias

vidas que las diversiones juveniles no tienen por qué situarse entre estos dos extremos: o ñoñas o paganas, como ya

alertaba el Fundador del Opus Dei en "Camino". Pero, como es natural entre chicos y chicas de dieciséis y diecisiete

años, empezaban a surgir enamoramientos y "flechazos"; se hablaba de que "éste me gusta" y se comentaba que "ésta te

ha mirado, ¿no te has dado cuenta?" Y Montse le había entregado su corazón entero al Señor.

Podía haberle entregado su corazón a una criatura; pero, al responder generosamente a la llamada de Dios, lo había

puesto, como enseñaba el Fundador del Opus Dei, "entero, joven, vibrante, limpio, a los pies de Jesucristo: porque nos

da la gana -que es una razón bien sobrenatural- corresponder a la gracia del Señor". Sabía por tanto que, para ella, vivir

la virtud de la Santa Pureza con naturalidad no consistía sólo en no "hacer lo que hace todo el mundo -falso sentido de

la naturalidad-, sino también en ser cada vez más fiel a esa llamada de Dios, apartándose de todo lo que pudiera

enturbiarla. Es decir: su naturalidad consistía ahora en obrar conforme a la vocación específica que Dios le había dado,

con fidelidad y coherencia.

No tenía sentido por tanto -lo veía muy claro- que saliera ahora en una obra de teatro haciéndole arrumacos de cariño al

protagonista masculino delante de todo Seva, por muy divertidos, cómicos y fingidos que fuesen. No se engañaba.

Logró el cambio de personaje después de algunos esfuerzos y cierta mano izquierda. Fue una manifestación plástica de

su modo concreto de huir de las ocasiones. No se apartó del mundo -sabía que Dios la llamaba a hacerse santa en medio

del mundo-; pero se apartó de lo que para ella, en su circunstancia concreta, era inconveniente. Y en vez del papel de la

joven protagonista -que era el que le habían asignado, sin duda el más atrayente y el de mayor lucimiento escénico-

eligió el secundario de doña Cástula, una viejuca de setenta años, respondona y antipática.

Doña Cástula no era personaje precisamente atractivo para una chica de su edad; pero estaba claro que Montse no

buscaba simpatías ni protagonismos humanos, sino ser fiel al Señor; y que -como recuerda Lía- evitaba todo aquello que

presentía que podría provocarle algún problema".

Resuelto el problema del personaje, se enfrentó con otro: el de aprenderse de memoria aquel papel. No era tarea fácil,

pero: "no os preocupéis -decía- ya saldrá".

La pieza que la Gran Compañía Titular de Teatro de Seva llevó a las tablas del Teatro de la parroquia en esta ocasión

era "La Casa de Quirós", una farsa cómica en dos actos de Carlos Arniches, que se había estrenado a comienzos de siglo

en el Teatro Cómico de Madrid: el 20 de noviembre de 1915, para ser exactos.

La representación tuvo lugar el 24 de septiembre, fiesta de la Merced. En la pieza salían a relucir las aventuras y

desventuras de dos jóvenes enamorados, que debían defender su amor contra las convenciones sociales. Era un tema de

cierta "denuncia social" que el autor resolvía con gracia y agilidad escénica. El sentido de la denuncia se había ido

diluyendo con los años; pero, afortunadamente, permanecía lo mejor de Arniches: el humor.

Después de muchos preparativos y ensayos llegó la hora crucial. Al fin se hizo el silencio en la sala, mientras se

apagaban los últimos murmullos del público. Por detrás de las bambalinas hubo, como era de esperar, nerviosismos,

risas contenidas, prisas y despistes de última hora. Los asistentes aguardaban con interés: les habían dicho que la

representación de este año superaría a la del año anterior, y con creces. Habría que verlo. Después de las presentaciones

de rigor, se alzó el telón.

Y allí estaba Montse, en mitad del escenario, disfrazada de anciana, vestida de negro, con unas gafas caladas y un

manojo de llaves prendido de la cintura, como pedía Arniches. Representaba a una vieja ama de llaves de una casa

Page 130: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

solariega castellana. El autor pedía también que hubiese gallinas picoteando por el suelo, una campana al viento que

lanzase pausadas vibraciones y que se escuchase "a lo lejos el cacareo de un gallo". Se hizo lo que se pudo, porque las

exigencias de los autores teatrales no están siempre al alcance de todas las fortunas...

La primera escena comenzaba con brío. Montse -es decir, doña Cástula- charlaba con Librada, una criada respondona y

divertida, y Modesta, y se enzarzaba a los dos minutos con Sol -María Luisa Xiol, a la sazón-, que demostraba tener

poco apetito. Tenía que contener la risa, y simular el peor de sus genios cuando aparecía en escena el bruto de Lucio:

Lucio.- "Guas tardes"

Doña Cástula.- "¡Pues mira que este otro!"

Sol.- "¿Quién es éste?"

Modesta.- "El criao nuevo"

Sol.- "¡Qué cara!... ¡Pero si eso es la caricatura de un ajo porro!"

Las risas de los asistentes interrumpieron la actuación. Los actores y actrices se contuvieron también la risa.

Doña Cástula.- "Oye tú...: ¿a dónde vas?"

Lucio.- "¿Eh?"

Librada.- "Que ande vas."

Lucio.- "No voy, que vengo."

Doña Cástula.- "Bueno, pero ¿de dónde vienes?"

Lucio.- "De ahí ajuera."

Doña Cástula.- "Bueno; pero ¿de qué?"

Al fin lograron que Lucio se presentara y les contara en su jerga particular, no demasiado académica, lo que le había

sucedido en la capital:

Lucio.- "Pues jue que entremos en un comeero a comer, y toas las personas, dimpués de la comía, ascomenzaron a

meterse madericas en la boca y a chupala, y díjeme yo: 'deben ser dulces', y agarro una y estoy media hora chupa que te

chupa, hasta que tuve que tirala, que no me sabía a na, y eso que mastiquéla y to."

Sol.- "Pero hombre, si eso son mondadientes."

Lucio.- "Será lo que usted quiera, pero debían cocelos."

Sol.- "¡Qué rusticidad tan encantadora... comerse los mondadientes!"

Doña Cástula- "No lo he conocido más bruto."

Luego la trama se complicaba. Casimiro y Sol buscaban un ardid para que el terrible don Gil otorgase la mano de su

hija, pero don Gil no estaba por la labor. "¡La mano de una Quirós del Pulgar y Carrillo de Peñas Altas -gritaba, hecho

una furia- sólo será para un noble!"

Sin embargo, a Casimiro no lo amedrentaba cualquiera: "La mano se la dará usted a quien le dé la gana -protestaba-

pero el resto me lo ha ofrecido a mí la interesada".

La escena se iba complicando, entre las carcajadas del respetable, hasta llegar al acto segundo, que no contaremos para

no privar al lector del placer de su lectura, en el que Montse abría la escena gritando:

Page 131: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"¡Ay que esto no es pa mis años!... ¡Ay Madre de la Piedad, que yo me muero!"

Ahora Montse ya sabía perfectamente lo que estaba diciendo. Y un estremecimiento de tristeza recorrió todo el

auditorio.

"No me esperaba -comentaba su madre a la salida del Teatro de la Parroquia- que Montse actuara con tanta soltura y

con tanta gracia". Hubo parabienes y felicitaciones para toda la Compañía. Fue una tarde muy divertida, pero Montse

volvió agotada a Villa Josefa.

"Era la fiesta de Nuestra Señora de la Merced -recuerda su madre- y lo digo con mucho cariño: nunca se me ha ocurrido

pensar que podría haber sido en otro día, cuando empezó nuevamente a tener dolores..."

Precisamente en aquel día, mientras todos reían con las ocurrencias de doña Cástula, el sufrimiento había hecho de

nuevo su entrada en la escena de su vida. Y ya no la dejaría. Montse había logrado algo más que disimular su dolor: lo

había convertido en alegría, en risa. Nadie podía sospechar lo que sufría mientras todos reían con su actuación.

El verano terminaba. Montse fue a Barcelona para matricularse en "L'Escola". Luego, regresó a Seva. "La pierna fue

empeorando -recuerda María Luisa-, y organizábamos cosas en lugares cercanos para distraerla, aunque a veces, con el

egoísmo vital de la juventud, que tiende a olvidar las cosas que no le afectan, hacíamos vida normal... Estoy segura que

a Montse esto le afectaba, pero nunca nos dijo nada".

Aquel empeoramiento no fue ninguna excusa para alterar el ritmo de su vida de piedad. Como recuerda Ana María, que

pasó algunos días con ella en Seva, acudía a Misa todos los días, rezaba las tres partes del Rosario, hacía un rato de

oración por la mañana y otro por la tarde y cavilaba qué podía hacer para aprovechar mejor el tiempo: "tuvo la idea de

hacer cosas de artesanía para venderlas".

Llegaron los últimos días de septiembre y los Grases empezaron a recoger la casa para trasladarse de nuevo a

Barcelona. Los pequeños apilaron en montones, como todos los veranos, la pinaza del jardín sirviéndose de pequeños

rastrillos. Balbina iba de acá para allá, doblando la ropa, cerrando ventanas y deshaciendo camas. Sus padres hacían las

maletas...

Todos lo sabían: Montse ya no volvería nunca más a Seva. Ana Xiol y varias amigas fueron a despedirla. Mientras

hablaban en el jardín -por última vez- dieron las doce de la mañana y Montse les pidió que rezaran el Angelus con ella.

No pudieron evitar la emoción. Mientras rezaban empezaron a saltárseles las lágrimas. Montse, sin embargo,

permanecía serena.

4. 2 DE OCTUBRE DE 1958

"Sólo un día la vi apenada -sigue recordando su madre-. Fue aquel 2 de octubre, en el que se celebraba el treinta

aniversario de la Fundación del Opus Dei. Montse fue a Llar para celebrar la fiesta y aquel día precisamente le arreció

el dolor. Durante la tertulia, tras la meditación, empezó a sentirse mal. Y como se dio cuenta de que podía estropearles

la fiesta, se marchó discretamente, sin alertar a nadie..."

"Temí no poder llegar a casa -le contó a Lía al día siguiente- y quise coger un taxi; pero no lo hice por pobreza".

"Al llegar a casa -recuerda su madre- entró con cara sonriente y parecía muy animada. Sabía que nos íbamos al cine y

hacía todo lo posible para que no nos diéramos cuenta:

-Supongo -me dijo- que habrás adelantado la cena para poderte ir pronto al cine con papá.

Pero cuando fue a poner la mesa, como todos los días, no pudo más y tuvo que sentarse en una silla. Le pidió a su

hermana Pilar que la pusiera ella; y a Pilar le faltó tiempo para venir a contármelo a mí. La encontré postrada en su

habitación...

Page 132: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Tuvimos una conversación que me veo incapaz de expresar... Insistía en que nos fuéramos al cine, que no le pasaba

nada, que estaba perfectamente... hasta que se le saltaron las lágrimas de dolor. No fuimos al cine, por supuesto; pero

vivimos la fiesta con mucha presencia de Dios".

A los pocos días comenzaron las clases en l'Escola. "A pesar del poco tiempo que estuvo allí -comenta su madre- me

consta que dejó huella, aunque el trato que tuviese con algunas de sus compañeras fuese muy superficial. Y eso le

sucedió con muchas personas que vislumbraban en ella un 'algo'. Recuerdo que una profesora de la Academia Guiteras,

que trataba con muchas otras chicas, me comentaba que sólo conocía a Montse de cruzarse con ella por la calle; y que

siempre que la veía (...) pensaba:

-No sé qué tiene esta chica, pero tiene un 'algo'..."

Mientras tanto, en Barcelona las amigas de Montse se iban enterando, a la vuelta del verano, con reacciones diversas, de

la gravedad de su enfermedad. La mayoría lo aceptaba sobrenaturalmente, aunque no faltaban las que tenían una

reacción más a lo humano: "Con lo simpática que es, que le haya pasado esto", se lamentaba una a Rosa Pantaleoni. "Y

otra me llegó a decir -recuerda Rosa-: '¡Cuando hay chicas que son un muerto y que le haya tenido que pasar esto

precisamente a Montse Grases!'. Yo le contesté: '¡chica, qué falta de caridad!', y le expliqué que Dios se lleva a las

almas en su mejor momento, cuando están maduras para el Cielo".

Muerte de Pío XII

Durante esos días se había difundido por todo el mundo una noticia preocupante: el Papa estaba gravemente enfermo.

Muchos católicos pensaron en el famoso dicho vaticano: "los Papas sólo tienen una enfermedad: aquélla de la que se

mueren", y comenzaron a rezar. El Fundador del Opus Dei pidió a sus hijos que oraran y se mortificaran especialmente

por esta intención.

Se confirmó el dicho. Pocos días más tarde, en la madrugada del 9 de octubre, fallecía Pío XII. "Este Papa es un santo",

comentó Montse al conocer la noticia. En Roma, se celebraron con toda solemnidad las exequias por el Pontífice

difunto, y las muchedumbres de la Ciudad Eterna se agolparon en torno al cortejo que recorrió la urbe para dar su

último adiós a aquel Papa romano, nacido en Roma y de figura elegante y aristocrática.

Siguió una novena de duelo por el Papa y, en los días que precedieron a la elección del nuevo Pontífice, el Fundador del

Opus Dei siguió pidiendo a los miembros de la Obra oraciones, mortificaciones y un trabajo bien hecho, ofrecido por

aquella intención. Un trabajo "acabado, perfecto, con amor a las cosas pequeñas". "Sabéis, hijos míos -les decía-, el amor que tenemos al Papa. Después de Jesús y de María, el Papa, quienquiera que sea. Al Pontífice Romano que va a

venir, ya le queremos. Estamos decididos a servirle con toda el alma. Vamos a quererle antes de que venga, como

buenos hijos".

Durante las semanas siguientes la atención mundial se concentró en el Vaticano. Los Grases, como millones de familias cristianas de todo el orbe católico, seguían, con el oído atento al receptor de radio, todas las ceremonias en honor del

pontífice difunto. Tras las exequias empezaron a llegar a Roma los cardenales para el Cónclave: el famoso cardenal

Spellman, de Nueva York; Tien-Chen-Sin, de Pekín; el joven cardenal de Varsovia Wyszynski... Hubo dos cardenales

de la Iglesia del silencio que no pudieron asistir: Mindszenty, primado de Hungría, y Stepinac, arzobispo de Zagreb. Y

empezaron -era inevitable- a circular en la prensa las listas de "papabili": Ottaviani, Lercaro, Siri... También se

barajaban otros, mucho más improbables, como Agagianian, Tisserant, Roncalli...

Juan XXIII

Pasaron las semanas, y el 28 de octubre, a las cinco y siete minutos de la tarde, tras cinco fumatas negras, la fumata

blanca que emergió de la chimenea de la Capilla Sixtina anunció al mundo, por fin, la noticia esperada: ¡un nuevo Papa!

Había anochecido ya cuando el cardenal Canali pronunció, con voz quebrada, las solemnes palabras del ritual:

-"Anuntio vobis gaudium magnum..."

La multitud esperaba en la plaza de San Pedro en medio de un silencio expectante.

Page 133: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"...Habemus papam!"

Resonó en torno a la columnata de Bernini un inmenso aplauso, que se cortó en seco para escuchar el nombre del nuevo

sucesor de Pedro.

-"...Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum Cardinalem Angelum Josephum Sanctae Romanae Ecclesiae

Cardinalem Roncalli, qui sibi nomen imposuit Johannes XXIII..."

"Montse Grases sigue desmejorando día por día -le escribía Lía Vila al Fundador del Opus Dei-, pero está muy

contenta. Las chicas que la ven y la tratan, están impresionadas; sólo le pido al Señor ahora que sepamos ayudarla y

empujarla rápidamente hacia la santidad, para que al dormirse aquí, sea su despertar en el Cielo".

Una homilía en la Parroquia

Eran tiempos de alegría y de oración por el nuevo Pontífice en toda la Iglesia. En los periódicos se daban las primeras

noticias sobre la personalidad de Juan XXIII, con su gran humanidad y su semblante afable y sonriente; en las tertulias

familiares se glosaba su figura, y era tema preferente de las homilías de las parroquias. Aunque no en todas... En aquel

mes de noviembre algunos sacerdotes preferían no olvidar los temas acordes con las festividades recientes, como la

fiesta de Todos los Santos y el día de los fieles difuntos.

"No se me olvidará nunca aquel 9 de noviembre... -cuenta Manolita-. Aquel domingo, por una serie de circunstancias,

no fuimos a Misa a nuestra Parroquia, como teníamos por costumbre, sino a la Misa de diez de la Parroquia de Nuria. Y

el sacerdote empezó el sermón hablando sobre la muerte: de la rigidez del cadáver, del ataúd, de la sepultura, etc. Nos

puso un ejemplo para que nos hiciésemos a la idea de que eso no tenía que sobrecogernos. 'Supongamos -dijo- que uno

de vosotros está enfermo, que tiene un tumor en la pierna: un tumor canceroso que le proporciona mucho sufrimiento y

que, como es natural, acabará con su vida. El médico ordena amputar la pierna, y eso hace que la persona se vea

liberada de aquel miembro que es causa de sus sufrimientos. ¿No creéis que ha de ver sonriente cómo entierran aquella

parte de su cuerpo que era para ella sólo ocasión de dolor? Pues así el alma mirará desde el Cielo cómo entierran su

cuerpo, también causa para ella de dolor y pecado'.

Yo tenía la cara bañada en lágrimas... Pero Montse, que estaba sentada delante de nosotros con alguno de sus hermanos,

se volvió hacia mí con una cara sonriente y divertida, y me hizo un gesto como diciendo: 'si éste supiera...'.

Fue de las pocas veces que me vio llorar... Porque es verdad: aquella enfermedad nos hizo llorar mucho, mucho... pero

yo, para no entristecerla ni a ella ni a los demás, procuré estar alegre y no llorar nunca delante de ella. Y creo que con la

ayuda de la Santísima Virgen lo conseguí".

Una conspiración de silencio

En situaciones como ésas no se sabe qué hacer. Es difícil "saber estar" con una persona que se va a morir pronto. Y con frecuencia se recurre a una "conspiración de silencio" sobre el tema en cuestión. Se habla en voz baja, hay gestos

velados, se evitan alusiones... Balbina, la señora que ayudaba a Manolita en las tareas domésticas, una vez enterada de

lo que pasaba, hacía cumplir en casa de los Grases esta "conspiración de silencio" a rajatabla. Aunque a Montse todo

esto no sólo no le importaba, sino que le divertía. "Recuerdo que en una ocasión estaba lavando sus medias y las mías -

cuenta su madre- y Montse me dijo: 'Mamá, Balbina estaba hace un rato apuradísima, porque ha entrado Ignacio

contando que al padre de un compañero suyo le han operado ya tres veces de cáncer, y le ha dicho: ¡Cucha! ¡De eso no

se habla aquí! -¡Cucha -le ha dicho Ignacio-, qué ocurrencia! -¡Que te calles!, le ha contestado... Ahora Balbina me

quiere más, porque debe pensar: como ésta va a durar poco... Mira, éstas son tus medias y éstas son las mías, no las

confundas'. Todo esto lo dijo de un tirón, mientras colgaba las medias del aro de la ducha..."

Esa despreocupación no era fruto de la inconsciencia. Montse no era una frívola: todo lo contrario. Sabía perfectamente

que le quedaban "cuatro días"; lo había dicho ella misma. Y vivía con la misma serenidad que si le quedaran cuarenta:

estudiaba, rezaba, ayudaba en casa, salía con sus amigas... O mejor dicho, precisamente porque sabía que le quedaban

cuatro días, quería vivirlos fiel a su vocación, del modo como Dios esperaba que ella los viviera. Y todo, sin darle

importancia: "Cualquier otra en mi lugar y con mis años y perteneciendo al Opus Dei haría lo mismo", le comentaba a

su madre.

Page 134: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Sin darle importancia, pase; pero que no se quejase cuando se veía perfectamente en su rostro que le dolía... Eso,

Encarna Ramos, una señora que había ayudado a su madre años atrás en algunas tareas de la casa, y conocía a Montse

desde los siete años, no lo podía entender. La veía sufrir, y mucho. Y cuenta Encarna: "Frecuentemente me decía

Montse cuando yo le ponderaba sus sufrimientos":

-"Para ir a Dios y con Dios no he sufrido todavía bastante. He de sufrir más".

Estas reacciones no sólo desconcertaban a Encarna. Jorge Suriol no salía tampoco de su asombro. Porque Montse seguía

participando en los acontecimientos de la vida familiar como siempre. En esta fotografía se la ve con su madre, su

abuela y la prima Angelines, a la salida de Misa del domingo.

Aparentemente, nada había cambiado... Muchos domingos por la tarde seguía yendo a casa de los Suriol y "se metía con todo el mundo -cuenta Jorge- siempre en plan de broma, y aquello me gustaba muchísimo. Y esa alegría me dejaba muy

sorprendido. Lo mismo que su discreción... porque no escondía su enfermedad, pero no manifestaba lo que le estaba

pasando. Y yo sabía, por mi familia, lo que tenía en su pierna... y realmente, me impresionaba ver que no lo

manifestase.

A mí su ejemplo me ayudó mucho, en la medida en que yo me dejaba, claro, porque en aquel tiempo yo alimentaba un

espíritu crítico muy fuerte en contra de la Obra, a causa de la imagen deformada que tenía de ella. Y no me paraba en

barras: les decía en la cara, tanto a mi hermana como a Montse, todo lo que pensaba de su modo de actuar y les hacía

todo tipo de bromas molestas sobre el Opus Dei, y sobre el apostolado que hacían...

Tuvieron que pasar algunos años hasta que en 1963 entendí el Opus Dei gracias a un encuentro que tuve con el

Fundador, y Dios me diese la vocación. Pero en aquellos finales de los cincuenta, yo tenía una imagen muy negativa de

la Obra. Con una sola excepción: Montse. Ella era la única que dulcificaba esa imagen...

Yo era un chico joven, preocupado sólo por esas cosas que te suelen interesar a esas edades, en la que te encuentras en la plenitud de las fuerzas físicas... y no acababa de valorar la profundidad de los sentimientos de Montse, ni los

comprendía desde una perspectiva sobrenatural, porque yo no la tenía. Por eso, su comportamiento me dejaba

completamente desconcertado. Cuando se iba de casa pensaba para mí: 'Chico, no lo entiendo: que tenga la pierna

podrida, que lo sepa perfectamente y que siga actuando como siempre, sin ponerse triste... verdaderamente no lo

entiendo'".

"Es verdad -concluye Rosa-, nunca estuvo triste. Siguió tan simpática como siempre y no perdió nunca su gran sentido

del humor. Le sacaba punto a todo y tenía siempre la anécdota a flor de piel. A mí siempre me hacía reír..."

5. UNA SORPRESA INESPERADA

"Durante aquellos primeros días de noviembre -recuerda Manolita- vino a Barcelona Encarnita Ortega, que era entonces

la Secretaria Central de las mujeres del Opus Dei. Tuvieron una tertulia en Llar, en la que les contó diversas noticias de

Roma y de la labor apostólica en todo el mundo". Y Encarnita Ortega recuerda: "También les conté alguna cosa

referente a la enfermedad y muerte de tía Carmen".

La tertulia se alargó y al finalizar Montse le comentó a Encarnita: "tendré que coger un taxi; si no, no llego a clase".

Encarnita, le contestó con una expresión que evocaba el Fundador en situaciones parecidas:

-"Montse: cuando perdiz, perdiz".

-"¿A qué clase vas?", le preguntó Encarnita.

-"A Encuadernación".

-"¿Ah, sí? ¿Y por qué no haces algo para el Padre y me lo llevo mañana?"

Page 135: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"¡Estupendo! -dijo Montse-. Pero la clase sólo dura dos horas y a lo mejor no se seca bien del todo..."

"Entonces -cuenta Carmen Salgado- quedaron que encuadernaría un 'Camino' en pergamino. Y por la noche, al salir de

clase, subió Montse con el libro encuadernado, algo preocupada porque no le había salido como ella quería: siendo para

el Padre..."

"Una de las cosas que a mí me parece que mejor vivió -comenta don Manuel Vall, el sacerdote que la atendía espiritualmente, al recordar estos detalles- fue su espíritu de filiación al Padre. Le tenía muy presente en su oración, y

tenía gran ilusión por saber cosas suyas y conocerle".

"Yo estuve también con Encarnita -cuenta Manolita- y le comenté que a Montse le haría mucha ilusión conocer al

Padre... pero que si no iba a Roma enseguida, ya no podría ir. Encarnita me prometió ocuparse de esto nada más llegar a Roma; y así lo hizo, porque nos mandaron aviso enseguida de que se podía poner en camino. ¡Qué alegría tuvo Montse

cuando se lo dijimos!. Lo que yo no sabía entonces -me he enterado muchos años después- es que el Padre ya la estaba

esperando, porque el verano anterior le habían comentado la posibilidad de que fuera a Londres y había dicho:

-No os preocupéis. En Roma la veré".

"Hemos tenido una sorpresa agradabilísima -se lee en el Diario de Llar el día 10 de noviembre-. Tuvimos carta de

Roma, de Encarnita, diciendo que Montse Grases saliera cuanto antes para allí. El Padre la esperaba. En cuanto

Encarnita se lo dijo, su respuesta creo que fue: 'que venga cuanto antes, tengo ganas de conocerla y darle mi bendición'.

Fue una sorpresa mayor todavía para Montse, pues no sabía ni poco ni mucho que lo estábamos hablando hacía días.

Como tenía el pasaporte en regla, por si acaso, fue todo rapidísimo. En cuanto lo supieron, su padre rápidamente se

puso a gestionarlo: le hicieron el visado el mismo día, y tiene ya billete para mañana en el avión que sale a las 3 1/4. (...)

Ella no acaba de hacerse a la idea. Sólo repite: 'pero si me parece un sueño'".

¡Roma! ¡Estar cerca del Papa! ¡Conocer al Padre, al Fundador del Opus Dei! ¡Así, en unas horas! Nunca se había

atrevido ni a soñarlo. ¡Y ahora lo tenía ahí, al alcance de la mano! No acababa de creérselo. ¡Quién se lo iba a decir

pocas semanas antes: ella, en Roma!

Prepararon a toda prisa la maleta y metió entre la ropa un nuevo ejemplar de "Camino" que había encuadernado -esta

vez, sin prisas- para regalárselo al Padre. Ahora se lo podía llevar personalmente. De todas formas, no acababa de salir

de dudas. ¿Qué debería llevar? Llamó a Llar y le dieron algunas ideas.

Pero claro, ¡no todos los días se plantea uno un viaje internacional! Surgieron más dudas. Volvió a llamar:

-"¿Qué más me llevo? Porque daos cuenta de que voy a ver al Padre; me llevaré los zapatos de tacón, aunque ya casi no

me los puedo poner, pero ese día sí que me los pongo".

La asesoraron de nuevo; y acabó metiendo en la maleta, bien doblado, un vestido nuevo que Teresa Castellá, la modista,

había hecho a su madre, para que lo estrenara ella en esa ocasión; se llevaba además, un jersey que su madre le había

hecho la noche anterior, quedándose hasta las tantas, para que se lo pudiese llevar. Y además... Sí; ya estaba todo... sin

embargo, nunca se sabe... ¿faltaría algo? Lo mejor era preguntar a las "expertas". Volvió a llamar a Llar.

"Llamó unas dos o tres veces más -escribe Lía en el Diario- para preguntar tres o cuatro cosas sin ninguna importancia,

pero la comprendimos muy bien".

"Montse -explica su madre- hizo el viaje sola por dos motivos: uno de ellos -el principal- era que pensamos que al ir sola tendría más oportunidad de hacer vida en familia en algún Centro del Opus Dei; mientras que si iba yo, parecía que

lo normal era que estuviese conmigo. Y como estaba segura de que a ella le haría mucha ilusión convivir en aquel

ambiente, aunque sólo fueran unos días, pensamos que lo mejor era hacerlo así. Otro motivo era el económico, aunque

eso quedaba en segundo lugar".

"¡Con qué alegría se fue a Roma! -recuerda Rosa-. Iba cojeando. La acompañaron sus padres y Lía. Y ella, la pobre, se

fue con la maletita, y cuando se iba a subir en el avión se dio la vuelta y saludó, sonriendo... con aquella ilusión!"

Page 136: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Una tormenta aparatosa

"En ese viaje -cuenta su madre- sucedió algo con lo que yo no contaba en absoluto. Fue algo incomprensible: yo pienso

que fue una prueba más que Dios permitió en su vida. El caso es que, a pesar de las gestiones que hizo Manuel con uno

de los oficiales de vuelo para que se ocuparan de ella, no sólo no la atendieron en absoluto, sino que, aunque Montse

pidió quedarse en el aparato, la obligaron a bajar del avión en las dos escalas que hizo, en Niza y en Milán...

Es más: en una de esas escalas, después de hacerla bajar y caminar hasta el aeropuerto en aquella situación tan lastimosa

en la que estaba, le pidieron el pasaporte de nuevo; y tuvo que volverse, cojeando, empapada bajo la lluvia, hasta el

avión a buscarlo... y luego volver de nuevo.

El viaje fue muy malo, porque en el trayecto de Milán a Roma, en el que el avión iba prácticamente vacío, se encontraron con una tormenta muy aparatosa. Una de las pasajeras se puso histérica y empezó a chillar. Y las azafatas,

por lo que me contó a la vuelta, se despreocuparon de los pasajeros: siguieron en su cabina y no salieron para nada.

-¿Y tú, qué hacías, Montse?, le pregunté.

-Yo pensaba que estaba encima de Roma y que quizá no iba a ver al Padre..."

Ese pensamiento no era fruto del pesimismo. Montse rezumaba optimismo y alegría de vivir. Pero había visto, a lo largo

de su vida, cómo se le habían ido derrumbando, una tras otra, todas sus ilusiones humanas. "¿Te das cuenta? -le contaba

a su madre-. Todas las cosas que me han hecho ilusión en esta vida las he tenido que dejar: cuando más contenta estaba

en el Jesús-María me cambiasteis; luego me tuve que marchar también del colegio de las Damas Negras; y más tarde

tuve que dejar el baloncesto, por lo del divertículo; y ahora que soy del Opus Dei..."

Ahora que era del Opus Dei sólo le quedaban pocos meses de vida y la ilusión de conocer en persona al Fundador de

aquella Obra, en la que había entregado su vida a Dios en servicio de la Iglesia... ¿Iría a pedirle Dios también eso? Ya

estaba preparada...

Martes, 11 de noviembre. Roma

No; Dios no le pidió eso. Y aquellos días en Roma fueron, sin duda alguna, a pesar del dolor físico, los más felices de

su vida.

Para que lo fueran, el Fundador había dado una serie de indicaciones muy concretas y precisas. Martha Sepúlveda, una

chica mexicana que vivía en Villa Sacchetti, recuerda que indicó que le enseñaran con todo detalle la Sede central y los

Oratorios; que en el comedor procurasen sentarse con ella chicas de diversas nacionalidades, para que le contaran anécdotas de la labor del Opus Dei en sus respectivos países; que en la tertulia le cantaran canciones mexicanas, porque

sabía que le gustaban mucho; y aunque tenía por costumbre en aquella época hacerse pocas fotografías con los que le

visitaban, con Montse quería hacer una excepción. Quería -recuerda Martha- que le hiciéramos pasar esos días lo mejor

posible", adelantándose a hacer lo que le pudiera gustar. Les dijo que 'le deberían adivinar el pensamiento'.

"Fuimos a recibirla al aeropuerto de Ciampino Icíar Zumalde, Milena Brecciaroli y yo -recuerda Pepa Castelló- en

medio de un fuerte temporal. Y recuerdo que, en el preciso instante en el que aterrizaba el avión, cayó un rayo y dejó a

oscuras todo el aeropuerto durante unos momentos..."

También acudió a recibirla Encarnita Ortega. Recuerda que "Montse llegó algo mareada y nos sentamos para que se recuperara. Unos periodistas se acercaron a preguntarnos si era una artista de cine. Sin duda les llamó la atención el

recibimiento alegre que le hicimos y su buena presencia".

"Nada más llegar -prosigue Pepa-, mientras Icíar recogía las maletas, Montse me contó que había pasado mucho miedo

durante el viaje a causa de la tormenta y que había hecho muchos actos de contrición, porque pensaba que se iba a morir de un momento a otro... Luego comenzó a enseñarme todas las fotografías de su familia que traía para enseñárselas al

Padre. Al poco rato llegó Icíar y se la presenté.

-¡Ah! ¡Esta es Icíar!, me dijo divertida. Y nos reímos las dos, porque nos acordábamos de que, cuando no se decidía a pedir la admisión en el Opus Dei, porque pensaba que todavía era muy joven, yo le contaba que Icíar, que era por

entonces la directora de Villa Sacchetti, se había decidido también muy joven, más o menos a su misma edad.

Page 137: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Desde el aeropuerto nos fuimos a Villa Sacchetti, donde dejamos a Icíar, y de allí nos fuimos a Villa delle Palme, donde

residió los pocos días que pasó en Roma. Nos estaban esperando algunas de las que vivían allí. Habían dispuesto una

habitación especialmente preparada para ella: era una salita de estar que habían transformado en dormitorio, de forma

que no tuviese que subir ninguna escalera. La habitación estaba muy cerca del Oratorio y tenía un baño al lado.

La ayudé a instalarse y me fue enseñando todo lo que traía: las fotografías, los vestidos y los jerseys que le había

arreglado su madre, cambiándoles de forma para que parecieran nuevos".

Miércoles, 12 de noviembre

Aquel miércoles le aconsejaron que descansara un poco y se repusiese tras un viaje tan penoso. Encarnita Ortega se

desplazó a primera hora de la tarde hasta Villa delle Palme para estar con ella. Después de charlar un rato fueron hasta

el Vaticano: a pesar del cansancio no querían que pasara su primer día romano sin ir hasta la Basílica de San Pedro,

cumpliendo la ilusión de cualquier peregrino que llega hasta el corazón de la cristiandad. Montse -recuerda Encarnita-

manifestó con su expresividad habitual cómo le asombraban las dimensiones de la Basílica, la belleza artística y el gran valor que tiene para los católicos. Rezamos el Credo. Hicimos el recorrido habitual que suele hacerse. Recuerdo que

ante la imagen de San Pedro le pedimos el 'gancho' que él había tenido para convertir a tres mil en su primer sermón".

Fue una visita breve, pero intensa, en la que rezó especialmente por la Iglesia y por el Papa. A la vuelta, Montse estaba

exultante.

6. JUEVES, 13 DE NOVIEMBRE. EL ENCUENTRO CON EL PADRE.

"Al día siguiente -sigue contando Pepa- jueves, a las diez y media de la mañana, llegamos a Villa Sacchetti, donde la

recibió el Padre".

Montse quiso ponerse para la ocasión sus mejores galas: "llevaba zapatos de tacón -cuenta Encarnita-, aunque por su

enfermedad le suponía esfuerzo, y estrenaba un jersey azul pálido que le favorecía mucho".

"El Padre -prosigue Encarnita- le preguntó por el viaje, por sus padres y hermanos. Le agradeció los dos ejemplares de

'Camino' que le había encuadernado... También le preguntó qué había visto de Roma y qué le habíamos enseñado de la

casa Central. Le dijo que pidiera a Dios la salud, porque la salud es una cosa buena, y que le prometiera que si se la

concedía, sería siempre fiel. Pero que añadiera que aceptaba plenamente su Voluntad".

"El Padre -cuenta Manolita- le dijo que él quería que se curara y que rezaría para que se pusiese buena, aunque aceptaba

en todo la Voluntad de Dios. Y eso mismo se lo volvió a decir aquella mañana por teléfono a Encarnita. Quería -y le

insistió mucho en esto- que Montse supiera que él deseaba con toda su alma que se curase... En la sala de sesiones de la

Asesoría le regaló un rosario, una estampa y una medalla. Y quiso hacerse esta fotografía, con ella, en lo que llaman la

Galleria del Torreone, junto con don Alvaro. A su derecha en la foto está Icíar y a su izquierda, mirando al Padre,

Encarnita".

"Después de hacer la fotografía -prosigue Encarnita-, pasamos al comedor de la Villa, que está muy cerca de la galería.

El Padre se puso las gafas de sol para ocultar lo emocionado que estaba, y dijo que iba a darle la bendición".

Esa emoción del Fundador del Opus Dei es fácilmente comprensible. ¡Le habían hablado tanto de esta hija suya, de su

fidelidad al espíritu del Opus Dei, y del modo heroico con el que soportaba los sufrimientos de su enfermedad! Debió

ser conmovedor y muy duro al mismo tiempo para Mons. Escrivá aquel encuentro con aquella chica joven de diecisiete

años, a la que Dios se quería llevar ¡tan pronto!, cuando el Opus Dei necesitaba tantos brazos y tantas energías jóvenes

en servicio de Dios y de la Iglesia... Dios se había llevado también en la plenitud de la vida a algunos de los primeros:

María Ignacia, Isidoro... cuando pensaba que más falta le hacían. Y hacía poco tiempo se había llevado a su hermana

Carmen... Pero Dios sabía más.

El Padre -cuenta Encarnita- dijo que iba a darle la bendición. Montse hizo ademán de arrodillarse y el Padre no se lo

consintió. Le puso las manos sobre su cabeza y después le hizo la señal de la Cruz en la frente y le ayudó a besarle la

mano".

Page 138: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Le dio la mano a besar -explica el Diario de la Administración de Villa Sacchetti-, pero ella no se dio cuenta. Entonces

(el Padre) le hizo una cruz en la frente, y le puso su mano entre las de ella y se la llevó a los labios".

"Cuando le dio la bendición -se lee en ese Diario- (el Padre) le dijo: 'Molestias, hija mía, las tienes y las tendrás, pero tú

ofrece éstas por tus padres, por tus hermanas, por la Obra y por mí'.

Luego le dijo: 'Tú pide al Señor que se cumpla su Voluntad, pero que si El quiere, puedas ponerte bien. Y prométele que

desde ahora serás siempre muy fiel'".

"Al marcharse -concluye Encarnita- se volvió desde la puerta y estuvo unos segundos mirando entrañablemente y con

inmenso cariño a esa hija suya".

Una carta desde Roma

Tras aquel encuentro con el Fundador le enseñaron la Sede central del Opus Dei, en particular los Oratorios del Corazón

de María y del Santo Cristo, con columnas de líneas sencillas, de mármol de color verde, en contraste con los capiteles

blancos. Frente al Sagrario, en el centro de la sillería, se venera una imagen de la Virgen sentada, con el Niño entre los

brazos, de mármol blanco débilmente veteado.

Conchita Puig, que la conocía de Seva, la acompañaba, apoyada en su brazo, y advirtió que Montse "estaba muy

caliente, tenía fiebre; en la sacristía se sentó en un taburete, le llevamos un vaso de agua y tomó un medicamento.

Estaba maravillada y feliz de ver todas aquellas cosas tan bonitas y cuidadas".

Encendieron todas las luces para que pudiera contemplar las vidrieras que hacían brillar, al iluminarse, un escudo con el

sello del Opus Dei -una cruz inscrita en un círculo, significando la cruz en las entrañas del mundo- y el retablo en el

que, en un tríptico, se representa, al estilo del quattrocento, la Crucifixión del Señor. La Virgen está de pie, junto a la

Cruz, como evoca el punto 508 de "Camino":

"Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano -no hay dolor como su dolor-,

llena de fortaleza.

-Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz".

Aquel día almorzó con las alumnas del Colegio Romano de Santa María, y estuvo un rato de tertulia con ellas. "Siempre

está riendo y animando a todas", escribió una en el diario aquel día. Durante aquella reunión de ambiente familiar y

distendido, Encarnita se sentó a su lado y fue contándole cosas de unas y otras, mientras algunas cantaban canciones de

diversas regiones.

Montse, como buena catalana, quiso cantar unos aires de su tierra ayudada por Conchita Puig y Teresa Negre, que

recuerda: "En el transcurso de la tertulia, dijo que podíamos cantar una canción en catalán. Creo que fue 'Muntanyes del

Canigó'".

Mientras cantaban, la miraban con cierta tristeza, sabiendo que muy posiblemente, salvo que Dios hiciera un milagro,

no la volverían a ver; y aunque se esforzaban, les resultaba difícil estar a su lado como si no pasara nada. Montse se

daba cuenta de esto y procuraba pasar inadvertida. "Ni una sola vez hizo alusión a su enfermedad", cuenta Manolita

Ortiz.

Hubo un momento especialmente emotivo. Al acabar una canción, durante unos segundos todas se quedaron en silencio

mirándola. Ella salvó la situación proponiéndoles cantar un villancico. Todavía faltaban unas semanas para las

Navidades, pero ¿qué importaba? Empezaron a cantar:

Soy una mula, mi Niño, mi Niño,

pero te quiero, te quiero...

Niño, móntate a caballo, a caballo,

Page 139: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

iremos por el sendero.

Yo te enseñaré la tierra,

tú me enseñarás el Cielo...

Y les mostró el regalo que le había hecho el Fundador. "Nos enseñó emocionada -se lee en el Diario- la medalla del

Colegio Romano de Santa María que esta mañana le regalara el Padre. Al mirar la imagen de la Virgen Regina Operis

Dei que está en el anverso, decíamos, encomendando fuerte (...): 'iter para tutum'", prepárale un camino seguro...

Durante la tertulia le hicieron esta fotografía:

"Ese día -sigue contando Pepa-, después de comer, y para que descansara, le alojaron en una habitación que hay detrás

del soggiorno de la Montagnola. Aprovechó el momento para escribir a sus padres". "Hablaba con un cariño inmenso de

sus padres y hermanos -recuerda Encarnita-. Se notaba que formaban una familia muy unida". La primera carta la

dirigió a su madre, que había aprovechado la breve ausencia de su hija para hacer un Curso de Retiro.

"Querida mamá:

En estos momentos estoy en el Soggiorno de la Montagnola. Ya he visto al Padre.

Bueno, te lo voy a explicar todo desde el principio, para que te des más cuenta de todo lo que voy conociendo. Por la

mañana me han venido a buscar en coche a la Región, pues no vivo en Villa Sacchetti. A eso de las 11 ya (estaba) había

llegado y enseguida empecé a ver cosas, y todas ellas ¡tan bonitas! El Oratorio del Santo Cristo es precioso, no se puede

explicar por carta; así es que ya te lo explicaré de palabra cuando llegue. Al lado mismo está el Oratorio del Corazón de

María, también preciosísimo. Luego, enseguida de haber visto esto, bajó Encarnita y nos dirigimos al salón donde el

Padre recibe (...).

Allí esperamos como unos 2 ó 3 minutos y llegó el Padre con don Alvaro. Fue tan emocionante: es tan sencillo el Padre

que por eso te impresiona muchísimo más (...) Enseguida se acercó a mí (...), nos sentamos y el Padre mandó buscar a

Icíar. Vino volando. Mientras tanto el Padre me iba preguntando por mis padres, hermanos, etc. Yo le dije que estabais

muy bien, y en cuanto llegó Icíar nos hizo pasar a una galería donde nos hicieron dos retratos para mandároslos a

vosotros, o sea que papá ya los habrá recibido, fíjate qué detalle tuvo el Padre tan estupendo, ¿no te parece?

Esta carta la he interrumpido porque ha subido Encarnita al soggiorno y nos marchamos con Pepa a ver más cosas, y no

te las cuento porque si no, cuando llegue, no sabré qué contarte y eso no puede ser. Como te decía, te continúo esta carta

después de la tertulia que ha sido ¡¡tan maravillosa!! No te lo puedes imaginar. Estaba también Encarnita y éramos

muchísimas y además de cantidad de sitios distintos. Una venezolana y otra de Guatemala tocaban la guitarra y las

demás cantábamos. Había una también del Perú y muy jovencita además. Es hija de la primera Supernumeraria que ha

habido allí. Hemos cantado además muchísimas canciones de Casa y además muy bien cantadas, pues Teresa Negre es

la profesora y canta divinamente. Bueno como Encarnita te quiere decir algo, yo me despido, muchísimos besos y

abrazos.

Montse"

En Villa Sacchetti vivían muchas mujeres del Opus Dei de diversos países, profesiones y edades, aunque la mayoría no

habían superado la treintena. Algunas ayudaban a Mons. Escrivá en el gobierno del Opus Dei, en todo lo relativo a las

mujeres, como Encarnita Ortega, y otras trabajaban o estudiaban allí, mientras aprendían de los mismos labios del

Fundador, el espíritu de la Obra. Después de residir en Roma durante un tiempo, volvían a sus naciones de origen o

comenzaban la labor en algún nuevo lugar. Alguna se quedaba a vivir en Italia de un modo más estable, como Pepa

Castelló, que se había ido a vivir a un Centro del Opus Dei de Roma precisamente el día anterior de la llegada de

Montse a Italia.

Encarnita Ortega veía cómo aquellos sueños apostólicos, de los que les hablaba el Padre pocos años antes, en aquella

tarde de noviembre del 42, en el Centro de la calle Jorge Manrique de Madrid, ya tenían rostros y nombres concretos:

los de aquellas chicas de países y mentalidades tan diversas, de varios continentes, que habían acogido con generosidad

la llamada de Dios.

Habían pasado sólo dieciséis años desde que el Fundador le hacía ver a las tres que le escuchaban todo el panorama

apostólico que Dios quería para el Opus Dei: entonces eran sólo tres en torno a una mesa y ahora... eran miles y miles

en todo el mundo.

Page 140: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Se estaban abriendo aquellos "caminos divinos de la tierra" de los que le hablaba el Padre a comienzos de la década

anterior: miles de hombres y mujeres de todo el mundo santificándose en las tareas más diversas. Pero esos caminos, a

veces, parecían incomprensibles: junto a aquellas chicas jóvenes, con toda la vida por delante, estaba Montse, en aquella

salita, en los últimos meses de su vida, escribiendo a su padre...

"Querido Papá:

En este momento acabo de escribir a mamá y le he contado tantas cosas que ya no sé cómo voy a contártelas a ti. Lo

principal: he visto al Padre. Ha sido emocionante: se le ve tan bueno y tan sencillo. Me ha preguntado por vosotros, me

ha dado la bendición y un recuerdo preciosísimo, ya te lo enseñaré.

Todo es estupendo. Me pinchan cada día, ¿sabes? Esto es para que no sufras. La ida en avión ya te la contaré con más detalle. Sólo te digo que desde Milán a Roma hizo un tiempo de mil demonios. El avión bailaba que era un contento. Ni

qué decir tiene que pasé un miedo y un mareíllo, pero en cuanto llegué, todo se me pasó. Estaba Pepa en el aeropuerto.

Me hizo una ilusión... y además me cuidan mucho y me quieren más.

Hoy estoy en Villa Sacchetti y es formidable; te lo contaré todo de 'pe a pa' (...).

Resulta que todavía no termino porque estoy continuando después de la oración. Perdóname la letra, pero estoy en una

postura que, como dice Pepa, 'así ya se puede vivir', pero de todos modos es muy incómoda para escribir. Dile a Nacho

que está en muy buenas manos lo de buscar chapas y que seguramente le traeré un montón (...). Que me acuerdo mucho

de la abuelita y que la compadezco, pensando en el trabajo que debe tener con todos, especialmente con Rafaelín, que

debe estar hecho un demonio, como siempre; y si es así, un buen tirón de orejas y un beso en la punta de la nariz.

Muchos recuerdos a Jorge y que a ver qué hace que todo esto VALE LA PENA. Si veis a Enrique preguntadle de parte

mía cómo le va el pie y la acetona, y dile también papá que esto vale la pena. Muchos besos a las nenas y que estudien

mucho.

Bueno, ya estoy cansada de tanto escribir, cuando llegue ya os contaré más cosas y a ver si os traigo algo que os guste.

Papá muchos besos y más todavía y hasta el lunes que llegaré.

Montse"

Después de escribir a sus padres hizo media hora de oración junto al Sagrario, y muy posiblemente meditó, como

recomendaba el Fundador, las palabras del himno eucarístico compuesto por Santo Tomás:

Adoro te, devote, latens déitas,

quae sub his figuris vere látitas.

Tibi se cor meum totum súbiicit...

Al terminar, las que vivían en Villa Sacchetti siguieron enseñándole diversas zonas del edificio y algunas costumbres de

la casa, que guardaban un profundo sentido mariano, inculcado por el Fundador. En un pequeño jardín, muy cerca de un

semicírculo formado por columnas blancas, estaba lo que llamaban el Cortile del Cipresso: un patio con un ciprés,

algunos macizos recortados, una palmera y una yedra. En la pared, sobre un sarcófago romano con altorrelieves del que

emergían begonias y plantas trepadoras, había una representación de la Virgen con el Niño, con el cuerpo envuelto en

vendas, según la costumbre oriental. Cada día, al anochecer, una de las que vivían en aquella casa encendía el farol que

iluminaba débilmente la cara del Niño, mientras rezaba una oración a la Virgen, habitualmente un "Acordaos". Aquella

noche le tocaba a Montse.

Aunque Montse "residía en Villa delle Palme (...) -recuerda Adelaida Sánchez, que vivía entonces en Villa Sacchetti-,

bastante tiempo lo pasó entre nosotras(...). Estuvo con nosotras feliz y como si nada le ocurriese. Se movía con mucha

dificultad, aunque no lo hacía notar. Solamente quien la llevase del brazo podía darse cuenta de su peso". Durante una tertulia, recuerda también Adelaida, hablaron de diversas labores apostólicas, y Encarnita le iba diciendo que tenía que

ayudar desde el Cielo a todas aquellas chicas de los distintos países de los que estaban hablando...

"No lo hacía notar", añade Adelaida. Y eso, durante aquellos días romanos se le fue haciendo cada vez más difícil, porque los dolores fueron en aumento. "En los pocos días que estuvo en Roma -recuerda Pepa- empeoró muchísimo.

Sin embargo, soportaba el dolor como podía, y cuando bajaba al comedor disimulaba la cojera haciendo bromas".

Page 141: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Pepa refleja uno de los rasgos más característicos de Montse: su preocupación por "envolver" el dolor en alegría. Como

tenía como punto de lucha espiritual no hablar de sí misma, procuraba mortificarse especialmente en estas cosas

evitando todo lo que ella pensaba que hacía sufrir a los demás. Eso hacía que a veces resultara difícil adivinar sus

padecimientos. Durante la Misa se esforzaba especialmente por disimular su dolor: no hacía muecas, ni se adivinaban

en su rostro gestos contraídos. Se ponía de pie, cuando lo mandaba la liturgia, igual que todas. Sólo cuando contó lo que

aquello le costaba, y le dijeron que se sentara, pudo seguir la Misa más descansada.

Más descansada... relativamente. Porque cuando Encarnita le preguntó si le dolía mucho, contestó, con toda sencillez:

-"Sí. Es como si un perro rabioso me estuviera mordiendo siempre".

Por las noches parecía como si aquel perro se pusiera especialmente furioso. María Altozano, que era por entonces Secretaria regional del Opus Dei en Italia, estaba preocupada por ella, porque pensaba que no iba a poder conciliar el

sueño a causa del dolor: "si esta noche te despiertas -le dijo- y no puedes dormir, te vienes a mi habitación, charlaremos

un rato, y luego verás cómo descansas".

"Aquella noche no lo hice -explicaría Montse- porque yo sabía que, al día siguiente, ella tendría que hacer vida

corriente..."

Aquella noche Montse se acostó; comenzó a sentir un profundo dolor; se levantó; el dolor proseguía; se volvió a acostar

de nuevo. Y aquella punzada hiriente seguía y seguía... "Estaba tan agotada de dar vueltas en la cama -contó al día

siguiente- que me levanté, bailé la titiritaina delante de la imagen de la Virgen, y después me dormí enseguida".

Al día siguiente, cuando supo lo que había sucedido la noche anterior, María Altozano decidió quedarse con ella hasta

última hora para cerciorarse de que no le dolía la pierna y dormía tranquila. Estuvieron charlando durante largo rato en

su habitación. "Durante esa conversación -recuerda Pepa- le preguntó por Tía Carmen y María le contó su muerte y de

cómo supo llevar sus sufrimientos con tanta alegría y con un sentido sobrenatural tan profundo. Entonces Montse se

incorporó y levantando una mano hacia el cielo, dijo:

-Tía Carmen... ¡Llévame contigo!"

Viernes, 14 de noviembre. Por las calles de Roma

Al día siguiente dieron un breve paseo por Roma: vieron los puentes sobre el Tíber, los palacios renacentistas, las

iglesias barrocas, las fuentes de Bernini, las viejas callejuelas con mosaicos e imágenes de la Virgen en las esquinas...

En casa de sus padres, en Llar, saludaba siempre con un piropo la imagen de la Virgen que había en su habitación o en

la sala de estar. El amor a la Madre de Dios tenía un especial relieve en su vida de piedad: cada noche, antes de

acostarse, rezaba las tres avemarías; procuraba poner cada vez más amor al recitar las avemarías del Rosario; y con

mucha frecuencia repetía jaculatorias a la Virgen o la oración del "Acordaos" de San Bernardo, pidiendo por la persona

que más lo necesitara en aquel momento. Pero, aquí en Roma, con su imagen casi omnipresente, ¡qué fácil era acordarse

de Ella..! Le parecía todo un sueño: era como estar en el Cielo.

Y del Cielo al suelo: de vez en cuando algo brillaba sobre los viejos empedrados romanos: ¡una chapa! ¡una chapa

italiana! "¡Qué alegría -pensaba- la de Nacho cuando las vea!" Intentó agacharse discretamente para recoger una chapa

olvidada en la acera o junto a la mesa de un restaurante... Cuando le preguntaron por qué lo hacía, explicó que su

hermano Ignacio le había pedido que le trajera chapas italianas para su colección, aunque con una condición:

"traémelas... -le dijo- si no tienes que agacharte". Entonces las que vivían en Villa delle Palme le pidieron al lechero que

venía habitualmente un buen surtido de chapas y pudo llevarse, feliz, una bolsa llena para su hermano. Estaban

haciendo lo que el Padre les había dicho: "adivinarle el pensamiento".

Ese baile nocturno ante la imagen de la Virgen -la titiritaina un baile de enamorados de la tradición popular catalana-,

ese conjunto de chapas, aparentemente insignificante, constituyen un retrato de cuerpo entero de la vida de Montse. Un

dolor que se convierte en alegría, en canción, en baile y música; un pequeño sacrificio aparentemente sin importancia, que esconde un acto de amor. Son esos actos de amor que están, como las chapas, al alcance de todos y cada uno... Pero

ella hizo colección.

Page 142: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

En Villa delle Rose

El viernes fue junto con Pepa Castelló y María Altozano a Villa delle Rose, un Centro del Opus Dei en Castelgandolfo,

muy cercano a la residencia de verano del Papa. Era una villa italiana que constaba de dos edificios unidos por un

jardín, desde el que se divisaba el lago Albano. Había sido la primera Casa de Retiros del Opus Dei en Italia. La

tranquilidad del lugar invitaba a la oración y al trato íntimo con Dios: ya lo proclamaba bajo la cornisa la inscripción

que campeaba sobre la fachada del edificio:

Aquí el aire es más puro

y el cielo es más abierto

aquí Dios es más familiar.

Montse pudo comprobar la certeza de aquel lema sobre el propio lugar. "Nos acercamos hasta la terraza -cuenta Pepa-,

desde la que se divisaba una vista magnífica del lago". El cielo era abierto como se afirmaba en el lema, pero el tiempo

no acompañaba demasiado. Cerca de allí se alzaban los famosos "Castelli romani" entre antiguas ruinas y bosques de

castaños: Genzano, Marino, Grottaferrata, Frascati... ¿Qué mejor lugar que éste -dijeron- para hacerse unas fotografías?

"Quisimos hacerle algunas -recuerda Pepa- pero ella estuvo haciendo varias bromas para no salir, y de hecho no salió en

ninguna".

No hay que sorprenderse por esta reacción. Su madre se había dado cuenta de que no le gustaba nada que le hiciesen

fotografías; pero cuando había, por ejemplo, un motivo de caridad, o de cariño, accedía gustosa. Lo de no querer

fotografiarse no era una rareza. Montse no solía hacer cosas raras, o impropias de una chica de su edad: y a cualquier

chica de su edad le gusta "salir en las fotos". Esas bromas simpáticas con las que intentaba -y conseguía- no salir en las

fotografías, no eran más que eso: su modo concreto de vivir la virtud de la humildad. Un modo personalísimo: entre

bromas y risas. Montse no fue humilde a secas: fue alegremente humilde; más aún: "divertidamente" humilde.

Villa delle Rose guardaba entre sus paredes muchos recuerdos de la historia del Opus Dei. Entre todos ellos, había uno

particularmente entrañable: era un óleo de escuela italiana, de Carlo Dolci, del siglo diecisiete, que representaba a la

Virgen con el Niño y que había pertenecido a la madre del Fundador de la Obra. El Niño tenía el cabello perfectamente alisado, como acabado de peinar, por lo que en casa de don Josemaría se le designaba, con castiza expresión aragonesa,

como "la Virgen del Niño peinadico".

Ese cuadro, que acompañó durante toda la vida a la madre del Fundador, y que había recogido su última mirada en la

tierra, era uno de los pocos objetos que Carmen Escrivá conservaba de su madre. El resto lo había dado todo -al igual

que su vida- al Opus Dei. Pero un día del mes de junio, pocos días antes de su muerte, don Josemaría le preguntó:

-"Carmen, ¿te gustaría que este cuadro fuese para el Colegio Romano de Santa María? Así tendrán allí un recuerdo de

nuestra madre y un regalo tuyo".

Carmen, como siempre, dijo que sí.

Una pizza italiana

¿Cómo se podía ir Montse de Italia sin saborear una "pizza"? En Castelgandolfo le esperaba, a la hora de la comida, un

suculento plato de esa "comida nacional" italiana. Pero, ¡ay!, no tenía ningún apetito, y por mucho que fuera el cariño

con el que se lo ofrecían, tomar aquel plato le suponía un verdadero tormento.

Se calló. Hizo como siempre: disimuló entre bromas su falta de ganas y penosamente, poco a poco, se lo tomó...

"Se le dijo que lo dejara -cuenta Pepa- pero continuó hasta el final. Y aunque tenía siempre mucha sed, nunca pedía

agua..."

Pusieron todos los medios para que descansara; pero, a pesar de sus bromas y de sus chistes, sus ojeras y su rostro

delataban que la enfermedad, en aquellos pocos días, se había ido agravando. Intentaron alegrarla con cosas que le

gustasen. ¿Qué hacer? Cuando hay cariño es fácil acertar. "En Roma tenían un aparato de televisión -cuenta Pepa,

Page 143: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

evocando tiempos en los que en España esos aparatos no eran muy comunes todavía- y Montse se divirtió mucho con

algunos de los programas; en especial con uno que se llamaba 'Musichiere'".

Sábado, 15 de noviembre

Aquel sábado, después de unos días de muy mal tiempo, calificado por algunas de las que vivían en Villa Sacchetti, con

ironía, como de "otoño suave", salió por fin con fuerza el sol romano. Aprovechando la circunstancia, unas se fueron de

excursión y otras acompañaron a Montse a contemplar las grandes basílicas romanas. Vieron Santa María la Mayor, con

su alto campanile, el más antiguo de Roma. Allí se custodian las reliquias del pesebre, los grandes mosaicos y el

artesonado dorado con el primer oro que se trajo de las Indias... Vieron también Santa María de los Angeles y una

Basílica de reciente construcción, que estaba muy cerca de Villa Sacchetti, junto a Villa Borghese: San Eugenio.

Uno de aquellos días Encarnita estuvo hablando con Montse. El Fundador "me había encargado -cuenta- que le hablara

con delicadeza y claridad del alcance de su enfermedad, para que la aprovechara con eficacia sobrenatural y para que se

dispusiera a ganar la última batalla. Lo hice con la mayor delicadeza y claridad que me fue posible. Me dijo que tenía horror al dolor físico, pero 'pienso que si soy fiel a lo que Dios me pide cada día, El me dará su gracia'; comprobé así la

fuerza con que había arraigado en ella el sentido de la filiación divina, a la vez que, de manera muy humana y sencilla,

manifestaba su miedo al dolor. Se hacía patente su recia piedad: cariño a la Virgen por medio de las normas marianas

que vivimos en la Obra; devoción a la Eucaristía que demostraba en su forma de hacer la genuflexión, aunque le costara

esfuerzo por la enfermedad.

Al verla con una alegría que destacaba en todo momento -en los ratos de vida de familia, en el comedor, etc.- pensé que

quizá mi explicación no hubiese sido suficientemente clara y antes de marcharse le pregunté si estaba dispuesta a todo.

Sonrió y dijo que sí".

Domingo, 16 de noviembre

El domingo fueron de nuevo al Vaticano. Montse estaba entusiasmada: ¡estar cerca del Papa! No pudieron verle, ya que

el viaje no coincidió con ninguna audiencia pontificia, que eran entonces mucho menos frecuentes que en la actualidad.

Pepa recuerda su emoción al ver la residencia de Juan XXIII, que había convocado ya un Concilio Ecuménico.

En la Constitución Dogmática "Lumen Gentium", uno de los documentos capitales de ese Concilio, que se celebraría

años más tarde, se proclamó: "Todos los fieles, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor, cada uno

según su propio camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre celestial".

Esta había sido la enseñanza del Fundador del Opus Dei, uno de los grandes pioneros de ese Concilio: que todos los

fieles cristianos están llamados a la santidad. Montse, con su vida sencilla, fue un ejemplo vivo de esas enseñanzas de

raíz evangélica que pregonaría el Concilio a los cuatro vientos. A sus diecisiete años, cuando su vida se apagaba poco a

poco, estaba encarnando con una profunda madurez espiritual y al mismo tiempo con heroicidad y con sencillez, ese

mensaje que la Iglesia propone a todos los cristianos.

Ese mensaje -que el Beato Josemaría enseñaba desde 1928- recuerda que la santidad está "al alcance de la mano", que

todos y cada uno podemos -debemos- hacernos santos en medio del mundo, en nuestro trabajo cotidiano, en nuestra

propia situación; que Dios no nos pide cosas extraordinarias para hacernos santos, sino que luchemos por amor en hacer

cara a Dios las cosas ordinarias de cada jornada. Así fue la vida de Montse y ése fue su mensaje: un mensaje de alegría,

de amor de Dios en lo pequeño, de aceptación gozosa de la cruz de cada día. "Nuestro camino es de alegría -enseñaba el

Fundador-, de fidelidad amorosa al servicio de Dios. Alegría que no es el cascabeleo de la risa tonta, puramente animal. Tiene raíces muy hondas, es algo muy profundo. Pero es compatible con el cansancio físico, con el dolor -porque

tenemos corazón- (...). La alegría es consecuencia de la filiación divina, de sabernos queridos por nuestro Padre Dios,

que nos acoge, que nos ayuda y nos perdona siempre".

Aquel domingo estuvo comiendo en Villa Sacchetti, con las que se ocupaban de la administración doméstica de

aquellos centros. También estaban allí algunas de las primeras mujeres que habían pedido la admisión en la Obra en

diversos países del mundo. Durante aquellos días las conversaciones solían girar en torno al talante humano del nuevo

Papa, casi octogenario, sencillo, cordial, abierto y expansivo. Su modo de actuar contrastaba con el de Pío XII, al que

los católicos habían contemplado durante muchos años majestuoso, afable, con una gran bondad pero también con una

Page 144: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

gravedad distante. Si Pío XII mostraba toda la grandeza del Papado, Juan XXIII resaltaba otra faceta distinta: la

cercanía a los fieles del Padre común de todos los católicos. Circulaban por toda Roma anécdotas de aquellos primeros

días de su pontificado, como la que le sucedió al encontrarse con el guardia que custodiaba la puerta de sus habitaciones

personales.

-"¿Quién es usted?", le preguntó el Papa.

-"Soy el capitán de la Gendarmería Pontificia, Santidad".

-"¡Ah, hombre, enhorabuena por haber llegado a capitán! Cuando yo hice el servicio militar no pasé de sargento..."

Durante la tertulia, Encarnita recordó que Juan XXIII había estado pocos años antes, en julio del 54, en el colegio

Mayor La Estila, una residencia del Opus Dei de Santiago de Compostela. Convivió con los estudiantes de un curso

internacional de verano, charló y cantó con ellos, y le impresionó gratamente el ambiente de alegría propio del espíritu

del Opus Dei; tanto, que al firmar en el libro de oro del Colegio Mayor, cuando se despedía, quiso añadir la palabra

"gaudium" (alegría) en su lema cardenalicio:

"Angelo Gius. Card. Roncalli Patriarca de Venecia

Oboedientia, gaudium et pax. 23.VII.954".

La tertulia discurrió entre bromas y anécdotas. Al final cantaron una canción que hablaba de ideales altos y de fidelidad:

Se han abierto los campos

surcos abrió el amor,

el mundo se hizo senda

para el deseo del sembrador

La tierra es muy pequeña

si es grande el corazón.

¡Fieles, vale la pena!

Brillará bajo el sol

el trigo que guardaba

la mano herida

del sembrador...

Montse cantaba también, pero se la veía cada vez más cansada. "Hoy sí que la encontramos decaída -se lee en el Diario-

a pesar de los esfuerzos que hacía... Según nos dijo Pepa, tenía unos dolores grandísimos, y el calmante que toma, que

sólo es una vez al día si son muy fuertes los dolores, esta noche lo tomó tres veces. Tenía muy mala cara y Encarnita le

dijo que después de comer se acostara un poco para descansar y así lo hizo, en la cama de Lourdes".

Después de descansar un rato se levantó para asistir a una meditación predicada por un sacerdote. Al finalizar tuvieron

la Bendición con el Santísimo y después Encarnita le enseñó la sala de la imprenta para que se acordase de rezar por

aquella labor apostólica.

"Antes de que se fuera a Villa delle Palme con Conchita y Carmen -cuenta Pepa-, estuvimos merendando con Encarnita.

Montse le comentó la ilusión que le haría estar de nuevo con el Padre, para que le diese la bendición de viaje.

-Pero Montse, si ya te la ha dado..., le dijo Encarnita, sorprendida.

Page 145: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-Sí -comentó Montse- pero éste es otro viaje..."

Había llegado la hora de la despedida. Antes de irse le enseñaron el Oratorio de la Santísima Trinidad, que no conocía,

en el que celebraba habitualmente la Misa el Padre, y otro Oratorio que contenía reliquias de diversos santos. Las que

vivían en Roma, sabían muy posiblemente que no la volverían a ver más. Y como querían que recordara siempre con

alegría aquellos momentos, para evitarle cualquier sufrimiento, fueron muy pocas las que se despidieron de ella.

"También a Montse le costó mucho marcharse -recuerda Pepa-. Sólo había una razón, de carácter apostólico, por la que

quería volverse pronto a Barcelona: por aquellos días empezaba un curso de retiro en Castelldaura al que podían ir

varias amigas suyas, y pensaba que cuanto antes se volviera, más amigas suyas podían ir. Que si no..."

"Recuerdo su despedida en el vestíbulo de Villa Sacchetti -evoca Encarnita- (...). Trabajaba en la portería Jacoba

Pacheco, Numeraria Auxiliar, que en el momento de despedirse de ella se emocionó y se le escaparon las lágrimas.

Montse, con gran naturalidad y delicadeza, se volvió haciendo que no lo había visto, con el deseo de que nadie pasara

un mal rato por ella".

7. 17 DE NOVIEMBRE DE 1958, LUNES. VALE LA PENA

Durante el viaje de vuelta, en el avión, le escribió a Encarnita unas breves líneas en una postal: "Viaje estupendo. Todo

muy bien. Estoy a punto de llegar y dispuesta a 'todo', que vale la pena. Montse".

"La postal desde el avión -comenta Encarnita-, con aquel dispuesta a 'todo' porque vale la pena, era su respuesta a la

conversación que habíamos tenido".

El día 17 por la noche estaba de nuevo en Barcelona. Volvía agotada y sin fuerzas, y descendió del avión del brazo de

una azafata que la ayudó a caminar. "No parecía la misma -recuerda Lía-. Estaba mareada, y tuvimos que recostarla un

rato en los asientos del aeropuerto para que descansase. Venía muy impresionada por todo lo que había oído y vivido".

La llevaron, entre muchos cuidados, a la casa. Allí, mientras los mayores la ayudaban a acostarse, los hermanos

pequeños se abalanzaron sobre las maletas. ¡Regalos! ¡Allí estaban los regalos! Había un pequeño recuerdo para cada

uno. Ignacio no hacia nada más que recontar, una y otra vez, sus nuevas chapas...

Entre los pequeños obsequios que trajo estaban dos borricos con alforjas, de distinto tamaño: "Me han dicho -le

comentó a Carmen Salgado- que tengo que llenar las alforjas de cosas pequeñas". Esas palabras evocaban aquel punto

de "Camino": "Porque fuiste 'in pauca fidelis' -fiel en lo poco-, entra en el gozo de tu Señor. -Son palabras de Cristo. -'In

pauca fidelis!...' -¿Desdeñarás ahora las cosas pequeñas si se promete la gloria a quienes las guardan?"

Y añadía con gracia, mientras metía el dedo en las alforjas del borrico pequeño:

-"Este todavía; pero lo que es el otro..."

"Estaba muy contenta -cuenta su madre- y con ganas de contar cosas: las peripecias del viaje, sus impresiones de Roma

y de Villa Sacchetti, la medalla del Colegio Romano de Santa María que le había dado el Padre... 'El Padre -repetía- la

sacó del bolsillo, la bendijo, la besó y me la dio'.

También nos contó que el Padre había hecho que le cambiaran el billete de vuelta para que no tuviera que hacer escala

en ningún sitio; y que les había dicho a las que la atendían que se las arreglaran como quisieran, pero que la tenían que

dejar sentada y bien acomodada en el avión. Fueron Pepa, Sabina Alandes y Gabriella Filippone a despedirla y Montse

nos contaba divertida como lograron acomodarla en el propio avión a pesar de todas las pegas que les iban poniendo en

los diferentes controles; pero el caso es que la acompañaron hasta allí.

Sin embargo, a pesar de todas las incomodidades que padeció, aquel viaje a Roma la ayudó espiritualmente muchísimo

y se lo agradecía constantemente a Dios. Me lo dijo en más de una ocasión, sobre todo cuando se la veía sufrir. Muchas

veces estábamos calladas en su habitación y de pronto me miraba y me decía:

-¡Qué suerte, mamá, aquellos días!"

Page 146: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

En Roma, su alegría en medio del sufrimiento había dejado una huella profunda. Rezaban por ella y, como se lee en el

Diario, "queremos ayudarla para que sea muy santa, para que aproveche mucho sus dolores, para que lleve su

enfermedad con garbo. (...) Su serenidad, su alegría, sus dolores vividos con tanta paz nos impresionaron".

El martes se quedó descansando, sin salir de su casa, para reponerse del viaje. "Esa tarde -cuenta María del Carmen

Delclaux- fui a hacerle un rato de compañía. Me habían dicho que no le preguntara nada de Roma, para que descansara

y con ese propósito iba... pero en cuanto me vio, saltó de la cama y, cojeando, me llevó a una vitrina de la habitación de

al lado y me enseñó todo lo que había traído de Roma. Yo le decía que descansara, que ya me lo daría, pero ella me

decía que no: tenía una ilusión loca por contármelo todo y por darme una estampa de Juan XXIII que me había traído de

recuerdo; y con esa ilusión se le quitaba el cansancio. Eso le pasaba mucho: a veces estaba muy cansada y cuando había

un motivo de caridad, reaccionaba como si no le costara nada..."

A los pocos días, se levantó para contar su aventura romana a las que iban por Llar; empezaba y no paraba: que si Roma

era así, que si había conocido a ésta y a la otra, que si el Padre le había dicho que... Les trajo también algunos regalos

que le habían dado en Roma para ellas: una fotografía de la hermana del Fundador que les enviaba Encarnita, un florero

de porcelana que acabó en un lugar de privilegio del comedor, y algunos rosarios para las que vivían allí. Trajo también

una pequeña pata de fieltro: "Es de tía Carmen -explicaba-, la llevaban en el coche y se la pedí". Aunque la pierna le

dolía cada vez más, se la veía contenta y feliz. Y esa alegría se refleja en la carta que le escribió a Encarnita desde la

cama, dos días después de regresar.

"Querida Encarnita: 19.XI.58

Supongo habrás recibido la postal que te mandé en el mismo avión Iberia, en la que te decía que había tenido, en pocas

palabras, un viaje estupendo. La azafata se portó muy bien conmigo y no hubo ningún percance en todo el trayecto.

También supongo que te habrán contado las interesadas las peripecias que pasaron para poderse colar y acompañarme

hasta el avión, cosa que consiguió Sabina, hasta allá mismo, o sea que todo fue estupendo (...).

Encarnita, me voy a ordenar y a contar todas las cosas a medida que fueron sucediendo: llegué al aeropuerto, y lo

primero que vi fue a un grupito de gente que empezaron a llamarme; bueno, en realidad no vi, sino que oí, pues ya era

completamente de noche y no se veía nada; pero pude distinguir gritos familiares que me llenaron de ilusión. Estaban

papá, mamá, la abuelita, Lía y Enrique, mi hermano mayor, que aquel día, como tenían fiesta, se había hecho el vivales

y me vino a esperar. Di abrazos y besos a todo el mundo y seguidamente ya empecé a hablar, pero de todas formas

fueron muy comprensivos conmigo y nada más les conté lo más inmediato, que era el viaje. Cuando llegué a casa, a

pesar de todos los pesares, pues mamá no quería que empezase a abrir cosas, fue imposible, pues además a mí también

me hacía muchísima ilusión; de allí salió de todo: globos, chiclets, caramelos, chapas... Ignacio estaba como loco de

contento: no hacía más que contarlas y recontarlas. Y luego ya vino lo más gordo, que como ya lo sabes, no te lo digo,

¿no te parece? En este momento no había nadie en mi habitación y estábamos papá, mamá y Montse Amat, que nada más llegar llamó ella y cuando supo que teníamos cosas para Monterols, le faltó tiempo para ponerse el abrigo y

decírselo a Tere, y ya estaba en casa. Estaba contentísima con su estampa y con todo lo que le pude contar en aquel

ratito, que como te puedes suponer fue lo mejor y lo más importante.

El día siguiente me lo pasé todo en cama, porque según mamá tenía que reponerme, pero por lo demás estoy como nunca, te lo aseguro. Este día vino Ana Suriol por la mañana y por la tarde Carmen Salgado, Lía y Pili, que por cierto su

padre creo que se encuentra algo mejor, y además llevando su enfermedad muy bien, yo lo estoy encomendando mucho.

Y finalmente hoy, para variar, estoy en cama, pero nada más para descansar; estoy estupenda y encomendándoos a

todas muchísimo. Cada misterio que rezo es una lucha titánica porque no sé a quién encomendar primero; me acuerdo

muchísimo de todas vosotras y del Padre. Díselo Encarnita, si puedes, claro está...

Montse"

IX

Diciembre 1958 - Enero 1959

TIEMPO DE CANTAR

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Borrico, si quieres amar,

si sabes cantar,

cántale, cántale.

1. AMAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Rosas de conformidad

"Montsita cada día va perdiendo más -escribía Lía a Crucita Tabernero el 29 de noviembre-. Desde que vino de Roma,

no ha podido subir más que un solo día en Llar. Está, eso sí, animadísima con una paz y serenidad impresionante. Se

habla ahora, sin ninguna seguridad de mejora, de cortarle la pierna. Tanto el Dr. Cañadell como sus padres se resisten

un poco, ahora están esperando la visita de un médico italiano de mucho prestigio, aunque todo el mundo está muy

desesperanzado de que se le pueda hacer algo positivo.

Da mucha pena verla agotarse día a día, pero, a la vez, una alegría tremenda. ¡Cómo lo está llevando ella y sus padres!"

A partir de la estancia en Roma se abre un capítulo decisivo en la vida de Montse. Casi sin darse cuenta, empezaba a

recorrer los últimos escalones del Amor a Dios que el Fundador del Opus Dei señalaba en "Camino": "Resignarse con la

Voluntad de Dios: Conformarse con al Voluntad de Dios: Querer la Voluntad de Dios: Amar la Voluntad de Dios".

Transmitía a los demás esa confianza en Dios. "Cierto día, en su habitación -cuenta Encarnación Ramos-, Montse me

preguntó por mis circunstancias de vida, hijos que tenía, etc. Al responderle que tenía ya suficiente con dos hijos (...),

me alentó a confiar siempre en la Providencia de Dios, a 'esperar' en El".

No era simple resignación; sino búsqueda amorosa del querer de Dios. "Una vez hicimos la lectura espiritual juntas -

cuenta Carmen Salgado- con el capítulo de un libro que se llamaba 'Sí, Padre', en el que el autor hablaba de entrega y

conformidad con la Voluntad de Dios, y cuando terminamos Montse me dijo: '¡Es bárbaro este libro! ¿Verdad que es

una maravilla?'. Lo dijo con tanta fuerza y con una alegría tan honda que se me quedó muy grabado".

Tenía apuntados en su agenda -que no era más que una libreta pequeña de pastas azules, con las páginas sujetas por una

sencilla espiral de alambre- unos versos de José María Pemán que leía con frecuencia y espoleaban su abandono filial:

"No quiero que en mi cantar mi pena se transparente..." Ese deseo le llevó, día tras día, a vibrar cada vez con mayor

sintonía, en un diapasón fidelísimo, con el querer divino. Por esa razón un día que su madre le leyó un pasaje de una

obra de San Francisco de Sales en el que hablaba del sentido del sufrimiento y de aceptar la muerte con alegría, le dijo

entusiasmada: "Qué bien nos viene esto, ¿verdad?"

Esta es una de sus últimas fotografías. Está sonriente, junto a su madre, en la cama. Sabe que se acerca el final y sigue

intentando que todo no gire alrededor de ella y que la vida familiar transcurra con el ritmo normal de siempre.

Se podía decir de ella lo que el Fundador escribió de María Ignacia, aquella mujer del Opus Dei que también murió

sonriendo: "Contemplaba la muerte con la alegría de quien sabe que, al morir, se va con su Padre".

"Cuando le hice esta fotografía -cuenta su padre- estuvo contemplando un rato a su madre y le dijo, muy cariñosa:

'mirando a mi mamá, que la quiero mucho'".

Dos o tres días antes de la Novena a la Inmaculada, cuando estaba en cama, fueron a verla dos amigas de su madre,

también Supernumerarias del Opus Dei. Una de ellas era María Gambús, que le llevó dos orquídeas como regalo. Se

encontraba Lía también allí en aquel momento, y les contó que dentro de poco iría a Llar don Florencio para hablarles

de la futura Escuela Hogar que se pensaba construir -el nuevo Llar- y que luego les daría una meditación y la Bendición

con el Santísimo.

Page 148: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Las perspectivas de esa labor apostólica -que comenzó dos años más tarde, en 1961- la entusiasmaron: "¡Qué maravilla

la Escuela-Hogar -le comentó a Lía-, ¿te imaginas?"

Al final cuando se fueron las amigas de su madre, le sugirió a Lía:

-"Oye, ¿por qué no te llevas esas flores y las pones al lado del Sagrario?"

2. LA NOVENA DE LA INMACULADA

Una locura

En Llar, como es costumbre en tantos lugares del orbe católico en los primeros días de diciembre, antes de la festividad

del día 8, tenía lugar la Novena de la Inmaculada, a la que solían asistir muchas de las chicas que iban habitualmente

por aquel centro. Durante aquellos días todo vibraba en aquella casa en detalles de amor a la Virgen.

Montse -recuerda Rosa- quería ir a la novena para rezar a la Virgen. Terminada la Novena, se quedaba en Llar hablando

con las chicas que habían ido y haciendo apostolado, aunque hubiese estado mucho más cómoda en su casa, en la

cama... Pero le parecía que no tenía derecho a pensar en sí misma cuando había tanta gente a la que podía acercar al

Señor. 'Ese es -decía- el empujón que le falta a muchas chicas... y hay que dárselo'. Pensaba que si le quedaba poco

tiempo tenía que acelerar..."

Allí, junto al Sagrario estaban las dos orquídeas que le habían regalado. Y allí estaban también, junto a la Virgen, todos

sus dolores: "Su devoción a la Virgen Santísima -contaba Ana María Suriol- puedo decir que era (...) 'una locura'". Es

cierto: ir a Llar todos los días, en su situación física, tenía mucho de locura... de amor. Pero iba, aunque nada más llegar

se tuviera que recostar en la cama turca, eso sí, quitándose primero los zapatos, aunque viniera exhausta, para no

manchar el cubrecama... Como atestigua una de las que la acompañaban, "era muy cuidadosa con los detalles pequeños,

que a veces resultan heroicos".

Una página del Diario de Llar relata uno de estos días de la novena: "Rosa Mª Pantaleoni se vino prontico -se lee con

fecha del 2 de diciembre- y estuvo animando a la gente cantando y haciendo que todas las chicas lo pasaran bien. (...) Montse ha venido y se echó un rato en la cama (...). Desde allí cantaba con todas (...). Están impresionadísimas al verle

la alegría que tiene. Muchas vienen a decirnos: ¿es verdad que está tan mala? ¡pero si está contentísima...! y claro que lo

está, porque su disposición es maravillosa para darle al Señor con garbo y alegría todo lo que le ha pedido".

"Venían muchas chicas a la novena de la Inmaculada -cuenta Rosa-: cuarenta, cincuenta, sesenta... de ese orden; y el Oratorio estaba completamente lleno. Recuerdo que un día Montse estaba sentada, con la pierna apoyada en una silla,

porque ya no podía doblarla y en esa posición se encontraba mejor. Procuraba, como siempre, no llamar la atención".

El sacerdote comenzó la meditación. En el Oratorio quedaban encendidas sólo las luces que iluminaban el Sagrario y

una pequeña lamparilla puesta sobre la mesa desde la que hablaba el predicador, de tal modo que todo quedara en

penumbra para favorecer la oración personal con el Señor.

"En aquel momento -cuenta Rosa- entró una chica que, en la penumbra, no se dio cuenta de que Montse tenía la pierna

apoyada en la silla, y le preguntó: '¿está libre?'. Ella sonrió y contestó: 'sí, sí, siéntate, por favor...', fue retirando la

pierna sin que la otra se diera cuenta y le cedió el sitio.

Yo, en cuanto la vi, me llevé un disgusto, y me acerqué por detrás como pude y le dije en voz baja -porque estábamos

en el Oratorio- que hiciera el favor de apoyar la pierna en mi silla. 'Si te levantas -me dijo poniendo cara de enfadarse,

para que me sentara- toda la vida estaré disgustada contigo'.

Y me tuve que volver a sentar, porque además tampoco estaba yo en muy buenas condiciones físicas como para

quedarme de pie todo el rato..."

Un día, a la hora de la meditación -recuerda Roser-, intentamos entre algunas llevarla hasta el Oratorio. Pero a la mitad

del pasillo, cuando faltaban pocos metros para llegar, Montse nos dijo con mucha serenidad:

Page 149: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-Mira, no podéis conmigo; estoy cansada. Lo mejor es que me dejéis aquí, en Dirección, en el sofá cama y vosotras os

vais a la meditación. No os preocupéis por mí; yo me quedo aquí haciendo la oración.

Esa fue la última vez que la vi; yo era muy joven, casi de su misma edad y me sorprendió la sencillez con la que le

quitaba hierro al asunto. No hizo ningún drama: se quedó allí, sonriente, haciendo la oración".

El día de la Madre

Había llegado a una situación en la que ya no podía valerse físicamente por sí misma, y eso, en una joven desenvuelta,

deportista y llena de vitalidad como ella, era algo humanamente muy duro. Pero lo aceptó. Y aceptó también algo de lo

que era enemiga por propia naturaleza: llamar la atención, porque se daba cuenta de que, allá donde iba, se convertía,

aunque no lo pretendiera, en el centro de todas las miradas. Si no hubiera sido por la Virgen, se hubiera quedado en

casa...

Llegó el 7 de diciembre. Al día siguiente era la fiesta de la Inmaculada y en esa fecha se celebraba por entonces en toda

España, unida a la de la Virgen, la fiesta de las Madres. ¿Cómo voy a dejar a mi madre -debió pensar Montse- en una

fiesta como ésta sin su regalo?

Lo consultó con Lía y dicho y hecho. Un día, de vuelta de la Novena -a pesar de lo mal que se encontraba- llegó como

pudo hasta una tienda donde sabía que vendían unos zapatos que a su madre le gustaban (porque una vez, al pasar junto

al escaparate, se lo dijo), entró con mucha dificultad; vio que eran de la talla que usaba su madre y se los compró. No

fue una tarea fácil; y no pudo evitar que todos los clientes se fijaran en la pierna hinchada de esa chica joven que andaba

tan dificultosamente...

"Ahora (Montse) ya no puede sostenerse en pie -le escribía Lía, el 8 de diciembre, a Josefa Castelló-. Da sólo unos

pasos, se le ha puesto la pierna impresionante de hinchada, y ya no es sólo eso, sino también su estado general. Aunque

así y todo no pierde el ánimo. Está, si cabe, más maja. Hace una labor de apostolado no ya entre las chicas, sino la gente

mayor que la van a ver. Está siempre contenta, sacando chispa a todo. Estos días de la Novena de la Inmaculada ha

podido subir todos los días. La visten a última hora. Sube en coche y aguanta la pobre como puede el rato de la Meditación. Pero el final no se lo pierde mientras pueda. Tú sabes el jaleo que arman estirada en la turca de la oficina...

cantan. Pide a la gente para que vayan a Ejercicios. No sabes la gente como se va de impresionada. No me extraña,

porque hay días que da pena verla. Cómo se arrastra, con una cara que parece más muerta que viva".

Todas estas cosas forman parte de ese "heroísmo de la vida cotidiana", que está compuesta, como un mosaico, de mil pequeñas teselas: un detalle de servicio, una sonrisa cuando no apetece y un regalo en el día adecuado, aunque

tengamos todas las excusas para no hacerlo... En esto consistió la santidad de Montse: supo ser heroica en lo pequeño,

en lo ordinario. "Santidad heroica", había escrito el Fundador en 1930. "Es una exigencia de la llamada que hemos

recibido. Hemos de ser santos de veras, auténticos, canonizables; si no, hemos fracasado. Santidad auténtica, sin

paliativos, sin eufemismos, que llega hasta las últimas consecuencias: sin medianías, en plenitud de vocación vivida de

lleno. De modo que hemos de poner un cuidado extremado hasta en las cosas más pequeñas".

3. LAS LUCES DE LA NAVIDAD

Una partida de parchís

Durante aquellos días, con las que venían a acompañarla, rezaba, cantaba, charlaba... y de vez en cuando, jugaba una

partida de parchís, o al Juego de la Oca, o al "tres en fila".

Unas veces ganaba Montse... y otras no. Nunca la vio Rosa lo suficientemente triste como para dejarla ganar, aunque

ella disfrutaba mucho cuando ganaba. "Y jugábamos cada partida -comenta Rosa- con toda la ilusión del mundo: de oca

en oca, y tiro porque me toca... Y cuando yo caía en el pozo..., ¡qué alegría le daba!

Es curioso, pero me acuerdo perfectamente de estas tonterías... Es comprensible. ¡Eramos tan jóvenes! Rabiosamente

jóvenes...

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Y sin embargo, cuando pienso en estas cosas intrascendentes es cuando la admiro más, porque veo que sabía

compaginar el sufrimiento con la alegría... A su lado entendí con una fuerza especial aquellas palabras de Fundador del

Opus Dei, cuando decía que la tristeza es la escoria del egoísmo... Me decía: 'Es verdad, esto es así... pero hay cosas

más tristes'. Y es verdad: la única desgracia es el pecado. Y yo me daba cuenta de que se esforzaba en sonreír cuando

estaba conmigo para que yo no sufriera..."

Rosa no lo acababa de creer... ¿Cómo era posible que hubiese cambiado tanto, tanto, en tan poco tiempo? Luego

comprendió que todo fue obra del Espíritu Santo, de aquel amor de Dios que se fue apoderando de su alma a medida

que ella iba correspondiendo a la gracia... Pero entonces se quedaba sorprendida, por ejemplo, de que una persona tan

impaciente en ocasiones como ella, fuese adquiriendo tanta mansedumbre; y que, a pesar de que sufría muchísimo,

nunca se comportase como una "enferma crónica", ni se compadeciese de sí misma. No le gustaba que le

compadecieran, ni que le dijeran: "Pobre Montse"... Aquello era el fruto de los sacramentos, de su oración, de su trato

con Dios... y de algo que le influyó muchísimo: aquel encuentro en Roma con el Padre. Las cosas que le dijo le

ayudaron profundamente.

No hay tal andar

Por la radio comenzaban a escucharse los primeros villancicos. Se aproximaban las fiestas de Navidad. Ana María y

varias amigas comenzaron a adornar la habitación de Montse, poblada de banderines de procedencia varia -de Lima, de

Córdoba y de las motos "lambretta", junto con uno del Domund, que tenía la efigie de Pío XII- con estrellas alusivas y

ramas de abeto, por debajo de la estantería corrida, llena de libros, que bordeaba la cama. Uno de esos libros le había

gustado especialmente: "Viento del Este, Viento del Oeste", de Pearl S. Buck, autora que entonces estaba muy en boga.

Montse desde la cama, dirigía la operación: "esa estrella azul, allí; esa guirnalda en la lámpara; ahí dejad un hueco para

los christmas que vayan llegando". Tenía también un azulejo con una leyenda expresiva: "Siempre alegres".

"Recuerdo que por aquel tiempo -sigue contando Rosa- vino a atenderla un sacerdote del Opus Dei, el Dr. Vall, que era

más bien serio. Estaba la puerta medio entornada y de pronto me dijo Montse: 'Chisss, Rosa, acércate; corre, corre,

corre; mira, está el Dr. Vall paseando a Rafaelito...'; me asomé sin hacer ruido y allí estaba el Dr. Vall, en el pasillo,

jugando con el más pequeño...

Estos detalles le llegaban al corazón. 'Fíjate qué buena es la gente en el Opus Dei -me comentó-. Qué suerte tenemos,

¿verdad?'

Aquello me hizo pensar mucho... Entendí lo que me había querido decir: que la vocación es una suerte, una gran gracia

de Dios, por la que le debemos estar siempre agradecidos. Nuestro Fundador nos decía que Cristo Jesús nos había

llamado desde la eternidad, que nos había besado en la frente... La vocación es eso: un don inmerecido, la suerte de

caminar muy cerca del Señor, siguiendo sus pasos. Por eso pienso que le gustaba tanto aquel villancico:

No hay tal andar

como buscar a Cristo.

No hay tal andar

como a Cristo buscar.

Que no hay tal andar..."

Rosa recuerda su lucha en lo pequeño, contra los propios defectos. "Y si eres diferente -continúa-, porque tienes una

limitación física de cualquier tipo como nos pasaba a nosotras dos... pues mira, lo que tienes que procurar es adaptarte

tú a los demás y no esperar que los demás se adapten a ti. De esto hablábamos mucho: somos nosotras las que tenemos

que aproximarnos a ellos más que esperar que ellos se aproximen a nosotras..."

Montse actuaba con esta mentalidad, que la llevaba a hacer una vida aparentemente normal para no llamar la atención;

aunque esa "sorprendente normalidad" fuese lo que más llamase la atención de ella. En esa normalidad de la vida

corriente llegó hasta la identificación plena con Jesucristo, como pedía el Fundador: "Tú, alma entregada a Dios, a

Jesucristo, ¿qué haces?... ¿Amas con obras, con esas obras pequeñas? Porque, con obras grandes, pocas veces podrás

servirle. Porque cosas grandes, de ordinario se presentan sólo en la imaginación".

Page 151: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Un ejemplo entre muchos: Un día fue a Monterols para hacer un retiro mensual de medio día, como tenía por

costumbre. Llegó al Oratorio, se sentó, apoyó su pierna en dos sillas bajas y allí estuvo todo el tiempo sin moverse.

Carmiña Cameselle le dijo que si se cansaba y quería cambiar de postura se lo dijera, "pero no se movió en todo el

tiempo que duró la meditación -cuenta- y eso que tenía un malestar continuo".

¡Una televisión!

"Su familia le ayudo muchísimo. Especialmente, sus padres... -cuenta Rosa- ¡qué sacrificios hicieron para darle todo lo

que le podía hacer ilusión...!"

Muchos domingos su hermano Enrique traía la máquina de cine que utilizaba en la catequesis y así conseguía que se

distrajera un poco. Pero hubo un domingo en el que no pudo venir. "¡Qué lástima -dijo Montse, cuando se enteró-, con

lo que me gustaría ver cine!"

En el mismo momento en que acabó de pronunciar estas palabras llamaron a la puerta. Era Paisa Zóbel, una amiga de su

madre, que le traía una sorpresa: ¡un aparato de televisión!

En aquellas fechas la televisión era todavía algo inusual en los hogares españoles; aunque se popularizó muy pocos años

después, seguía siendo un "invento americano" del que disfrutaban fundamentalmente los extranjeros. Sólo unos

cuantos privilegiados podían ver, dentro del país, las retransmisiones de la única cadena nacional. Y todavía por las

calles, cuando algún establecimiento exponía uno de aquellos aparatos, voluminosos, se formaban pequeños corrillos de

televidentes improvisados en la acera, frente al escaparate, que comentaban con admiración:

-"¡Esto va a ser el fin del cine!"

¡Una televisión! En realidad lo que le trajeron era un artefacto curioso, compuesto con urgencia en la fábrica del Sr.

Zóbel, para darle esa alegría a Montse. Pero al fin y al cabo, funcionaba, y se veían, después de mover muchos botones

y batallar para que desaparecieran mil rayas misteriosas, películas americanas y corridas de toros...

"De todas formas -comenta su madre-, ella vio pocos programas. Ya estaba muy mal..."

"Recuerdo -sigue contando Rosa- que un día su padre consiguió que le prestaran un coche porque tenía la ilusión de que

Montse viese las calles de Barcelona iluminada con las luces de la Navidad.

Ya estaba preparada para salir. Pero en el momento de bajar al coche le sobrevino un ataque de dolor y no pudo ir.

Y entonces... todos reaccionaron como si no hubiese pasado nada. Ella disimuló el dolor como pudo, mientras que sus

padres le decían: 'no te preocupes, no pasa nada, Montse, ¡qué más da! Ahora mismo despedimos el coche; tú no te

preocupes por eso...'. Había siempre aquel ambiente de cordialidad y de alegría..."

Un hogar luminoso y alegre

"¡Qué cariño había en aquella casa! Era verdaderamente uno de esos 'hogares luminosos y alegres' de los que hablaba el Padre... Nunca me dijeron 'vaya por Dios, que cruz nos ha caído encima' o 'qué desgracia tenemos en esta casa', ni nada

parecido. Al revés, su madre, siempre que yo iba a acompañar a Montse, en vez de hablarme de sus penas, me

preguntaba cómo estaba yo, cómo estaban mis padres, si mi madre se encontraba bien, si me gustaba la carrera que

hacía en la Universidad y qué asignatura me costaba más... Se les veía a todos tan cerca del Señor que yo palpaba a

Dios a través de su comportamiento. Porque esto de sonreír es fácil hacerlo un día. Pero un día y otro, y otro, y otro, y

otro... y otro, y otro, y otro... y siempre con el mismo carácter... y siempre con el mismo cariño y la misma dulzura..."

"Recuerdo -sigue contando Rosa- que cuando a Montse el dolor se le hacía insoportable y ya no podía más, su madre

nos pedía que saliéramos de la habitación, y se quedaba sola con su hija, y la consolaba:

-Montse, Montse, ya verás cómo se pasa... Hijita mía, quéjate; porque si te quejas te podemos ayudar mejor...

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-No, no -le decía Montse, con lágrimas en los ojos-, no te preocupes, mamá, si estoy muy bien, si estoy muy bien...

Pero el ambiente de aquella casa no era dramático, o tenso, o deprimido, no: si hubiese sido así yo no lo hubiese podido

soportar... Es curioso: a pesar de todo lo que estaba pasando, yo lo recuerdo como un ambiente muy agradable,

especialmente durante aquellas navidades..."

4. LA ULTIMA NAVIDAD

Primer aniversario

Aquella era su última Navidad en esta tierra y Montse lo sabía. También sabía que sería muy diferente a las anteriores. Ya no iría como otros años con su madre y sus hermanos a la plaza de la Catedral, en el barrio gótico, en busca de

alguna figura para el belén -un pastor, una burra- entre la algarabía de los tenderetes:

-"¡A peseta! ¡Todas a peseta!"

-"Musgo para el pesebre! ¡Muérdago! ¡A peseta! ¡Corderos a real!"

Musgo para el pesebre... hacía un año, justamente un año, paseaba por ese mercadillo con Pepa. Y horas más tarde

escribía la carta en la que pedía ser admitida en el Opus Dei y se entregaba plenamente al Señor. Llamó a Rosa por

teléfono para decírselo, llena de alegría:

-"¡Rosa! ¡Es mi aniversario!"

Sólo había pasado un año, y ahora... ¡era todo tan distinto! Mientras escuchaba la cantinela de la lotería de Navidad por

la radio, contemplaba los adornos navideños de su habitación desde la cama. A cada uno de esos adornos le daba una

intención apostólica y le servían para rezar por unos y por otros. Su padre había bajado de lo alto de un armario, con la

solemnidad de un viejo rito, el viejo armazón del belén: una caja grande, cuadrangular, en la que cada año se disponían

de diversa manera las montañas, el portal y las figuras el pesebre. Aquel belén tenía de todo: molino, castillo de

Herodes y río de zinc... (Un año le pusieron agua de verdad: agua corriente que desfilaba rápida entre las figuras

inmóviles y se perdía misteriosamente por un agujero... Pero como a veces, se producían inundaciones en las que

naufragaban juntos pastores, patos y lavanderas, decidieron volver al papel de plata: era menos expresivo, menos

"realista", pero más seguro). Se puso el belén y se cantaron villancicos, como siempre: todo debía seguir igual que

siempre: "hay muchos pequeños -comentaba Manolita- y no tenemos derecho a robarles la alegría".

Pero era una alegría silenciosa. Este año no se escuchaban, como en otras Navidades, los gritos por el pasillo de los

pequeños al estrenar sus vacaciones. Todos intentaban guardar el mayor silencio para no molestar a Montse. "Una tarde

-cuenta Lía- en que estaba con ella y sus padres, en silencio y la habitación estaba casi a oscuras, con todas las ventanas

entornadas. De pronto exclamó:

-¡Abrid las luces! ¡Y los postigos de las ventanas! ¡Y no habléis en voz baja...! A ver... ¿por qué no cantamos una

canción? ¡Un villancico!

Quería que hubiese alegría... y nos pusimos a cantar su villancico preferido".

Soy una mula, mi Niño, mi Niño

pero te quiero, te quiero.

Cógeme de las orejas,

dame un beso y otro beso,

que yo no quiero besarte,

Page 153: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

que tendrás miedo.

La voz se les ahogaba en la garganta. Pero Montse, seguía, jubilosa:

Niño, móntate a caballo,

ven al sendero.

Yo te enseñaré la tierra,

enséñame el Cielo...

El tratamiento ruso

Aquella Nochebuena sus padres querían llevarla a Llar, porque pensaban que a Montse le gustaría poder celebrar

aquella fiesta allí. Sin embargo, a lo largo del día 24 los dolores arreciaron. La pierna se iba inflamando cada vez más.

Montse se pasó todo el día disimulando su sufrimiento.

"Y precisamente el mismo día 24 -cuenta su padre- llegaron unas pastillas procedentes de Rusia que llevábamos

esperando desde el mes de agosto, y que habíamos conseguido a través de nuestra embajada de Bélgica. Las traía la

secretaria de la Embajada de Bélgica en Moscú, que venía a Barcelona a pasar las Navidades. Yo había leído en una

revista médica que ofrecía ciertas garantías de curación y estaba muy esperanzado".

Le consultaron al doctor Cañadell. "Su padre -recuerda el doctor Cañadell- estaba dispuesto, como es natural, a hacer lo

que fuese para salvar la vida de Montse, y en más de una ocasión me había planteado la posibilidad de amputarle la

pierna; pero yo le había explicado que en este caso una amputación no resolvería nada; sólo contemplaba esa

posibilidad si la pierna, al hincharse, se volviese tan voluminosa y tan pesada que las molestias fueran insufribles...

Entonces su padre leyó en una revista médica que los rusos habían experimentado con un medicamento que se llamaba

sarcolisina y se consiguió, tras mil gestiones, un frasquito... El tenía mucha confianza en la sarcolisina; yo no. Era algo

puramente experimental... Pero decidimos hacer por Montse todo lo que estaba en nuestra mano y comenzamos a

administrarle aquellas pastillas..."

Con el visto bueno del doctor, ¿qué hacer? ¿Dárselas ya, en un día como aquel? ¿Por qué no esperar a mañana? Sin

embargo -pensaban- cuanto antes empezara el tratamiento, mejor.

Prefirieron que lo decidiese ella. Sí; eso sería lo mejor.

-"Montse -le preguntó su madre- ¿Qué prefieres?: ¿tomarte las pastillas hoy o mejor esperamos a mañana?"

Contestó con su serenidad habitual: -"Haced como mejor os parezca..."

"Montse -comenta el Dr. Cañadell- aunque tenía gran ilusión por asistir a la Misa de Navidad y sabía que la medicina le

podía ocasionar algunos trastornos, se la tomó. Se mostró, como siempre, discreta y juiciosa. Tenía lo que llamamos en

Cataluña un 'gran seny'".

"Nosotros -explica su padre-, como veíamos que la enfermedad avanzaba, deseábamos comenzar cuanto antes (...).

Jamás se negó a ningún tratamiento, por doloroso que fuese. Nunca preguntó: ¿por qué me hacéis esto? ¿Para qué es

esta medicina? Por eso decidimos que se empezara a tomar aquellas pastillas enseguida, aunque le provocaran alguna

reacción..."

"...¡Alguna reacción! -comenta su madre- ¡Aquellas pastillas eran terribles! Cada vez que tomaba una se pasaba de seis

a ocho horas seguidas con vómitos y con un malestar tremendo...

No pudimos ir a Llar, a pesar de la ilusión que le hacía... y nos quedamos toda la noche con ella de esta manera tan

penosa. Los tres más pequeños, Pili, María José y Crucina, ¡ah! y Rosario -en realidad Pili era algo mayor, pero también

formó parte del conjunto- en los momentos en los que la veían más calmada, le cantaban algún villancico:

Page 154: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El vint-i-cinc de desembre,

fum, fum, fum

ha nascut un minyonet

ros i blanquet

Fill de la Verge Maria...

De pronto dejábamos de cantar porque volvía a sentirse mal y empezaba a vomitar. Cuando se reponía, seguíamos...

La Verge y el Fillet

n'estant tots morts de fred...

Pero a mitad del villancico se empezaba a poner de nuevo mal. Vómitos y más vómitos. Y cuando se sentía bien,

seguíamos:

Josep, a poc a poc

encén allá un gran foc,

i els angels canten,

i els angels canten.

Era muy de madrugada cuando pudo descansar al fin... Y así pasó su última Nochebuena en casa".

Alegría y dolor

Así pasó también -entre villancicos y vómitos- la noche de fin de Año, con la pierna cada vez más inflamada, mientras

llegaba hasta la habitación el estruendo y la algazara de las calles de Barcelona, que celebraba jubilosa la llegada de

1959.

"¡Mil felicidades en este nuevo año! -le escribía Lía al Fundador-. El día nueve nos acordamos intensamente de Ud y el

Señor nos regaló en este día con una nueva vocación. Desde hace una temporada en Llar, constantemente, el Señor se

está volcando (...). Estamos seguras que los sufrimientos de Montsita tienen ante Dios un gran valor. No sabe Padre lo

mucho que impresiona a todas las chicas, está de un humor que infunde ánimos a todo el mundo. Pasa ratos muy malos,

pero sabe llevarlo con alegría y optimismo".

La visitó de nuevo el doctor Cañadell. "Yo, como he dicho -recuerda el dotor-, no tenía ninguna confianza en la

sarcolisina. Pero quisimos poner todos los medios. Sin embargo, al ver que cada pastilla que tomaba le creaba una

situación angustiosísima le dije:

-Mira Montse: si te sienta tan mal, si te parece, no te lo tomes.

-Doctor -me contestó-, usted no me diga si me parece o no me parece...; dígame si me las tomo o no...

Le aconsejé que dejase de tomarlas".

"A pesar de lo mal que se encontraba -cuenta María del Carmen Delclaux- me dijo que, como ella sabía hacer punto y

yo también, le podíamos preparar entre las dos una prenda para regalársela por Reyes a Lía. Yo le dije que no se

preocupara, estando como estaba, pero me insistió tanto, que al final me convenció. Recuerdo que estuvo haciendo

Page 155: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

punto totalmente tumbada en la cama, porque no podía incorporarse, poniendo muchísimo esfuerzo. Pero, ¡con una

ilusión!"

Quería que todos estuviesen contentos, felices. Y a veces, tarareaba una canción o les pedía que cantaran. No siempre

era fácil. Había ocasiones en la que no se sentían capaces. En una ocasión que lo pidió, su madre fue la primera en

ponerse a cantar; su padre, con lágrimas en los ojos, hizo como que leía el periódico, para disimular. Montse se dio

cuenta y le dijo:

-"Papá, que no te oigo... Quiero que estéis alegres".

Que nadie sufriera por ella: ésta era una de sus grandes preocupaciones. Un día llamó a su padre y le preguntó: "Papá,

¿estás contento?" Y lo mismo hizo con cada uno del resto de la familia. Y añadía: "Somos la familia más feliz de

Barcelona. Cuando yo me muera no quiero que nadie esté triste: ha de haber alegría".

"Se olvidaba completamente de ella y de sus dolores -comenta Encarnita Rubio- para alegrar a los demás. Una tarde, en

que estaba algo más cansada que de costumbre, cuando llegué, para tratar de animarla, le conté una historieta muy

graciosa que había visto en la televisión. Se reía muchísimo y, cuando más tarde, llegaron otras de la Obra, me pidió que se la repitiera para alegrarles un rato. Más tarde supe que le contó a Lía, en la confidencia, que aquella tarde le dolía

mucho la pierna y que se sentía mareada pero que le daba pena decirlo porque veía cómo disfrutaban todas al escuchar

aquella historieta".

"Eso era una de las cosas que más me impresionaban de ella -cuenta María del Carmen- porque se entregaba tanto a los demás que era muy difícil saber cuando algo le dolía o no. Recuerdo que un día llegué a su casa y vi que estaban con

ella sus primas y sus amigas de Seva, contándole cosas divertidas. Entonces su madre me tomó antes de entrar y me

dijo:

-Mira, yo creo que se encuentra muy mal. Tú entra, y si ves que está sufriendo, corta la visita y pídeles que se vayan.

Entré; y la vi tan animada, recordando tantas cosas de Seva y del verano, y de las funciones del teatro, que no comenté

nada, hasta que nos dijeron ellas que se iban. Y entonces, en el mismo momento en el que salieron y cerraron la puerta,

exclamó: 'Ay, ¡no puedo más, no puedo más, no puedo más', y se quitó de golpe las mantas porque ya no podía soportar más su peso sobre la pierna. Yo llamé enseguida a su madre y la tranquilizamos como pudimos, porque estaba con un

dolor intensísimo, un dolor que yo, minutos antes, no se lo pude ni notar..."

Aquel "vivir para los demás" le llevó a Montse no replegarse en su dolor y a vivir pendiente de los otros, incluso en las

cosas más pequeñas. Algunas tardes parecía que el dolor cedía un poco y la llevaban a Llar. Durante esos desplazamientos no se olvidaba de los demás. "Hoy me he fijado -le dijo a María del Carmen- en un chaquetón que te

podía ir a ti muy bien. Vete a verlo".

Su alegría era contagiosa: "Nunca la vi triste o amargada o apesadumbrada", recuerda el Dr. Cañadell. "Todas las visitas

tuvieron un carácter vivo, alegre, animado, sin la menor sombra de tristeza, a pesar de la gravedad de la enfermedad que

padecía..."

Una carta a sus majestades

...Amb alegria i amor

celebrem el dia

que ha nat el Diví Senyor

en una establia.

Si no tenim més tresor

Oferim-li el nostre cor

Page 156: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

amb tota la finesa

de nostra fermesa...

Villancico tras villancico, llegó la fiesta de la Epifanía, que en las tierras de España guarda un sabor especial. La noche

del día cinco es noche de ilusión e incertidumbre, de esperanzas y nerviosismos. Hubo que insistir a los pequeños para

que se durmieran pronto: "si no, los Reyes pasarán de largo con sus camellos y no os traerán nada..." No les fue fácil conciliar el sueño, con la incógnita de si les traerían o no todo lo que habían pedido aquellos misteriosos personajes del

Oriente, cuyos pasos creían percibir de un momento a otro en el extremo del pasillo... A Montse le dijeron que pidiera

un regalo también, algo "para estrenar", porque como sentencia el refrán catalán: "Per Nadal qui res no estrena res no

val..."

"No sé qué pedir -comentaba- porque ha de ser algo que sirva para ahora y para después". Pensó en un bolso. "Nunca

había tenido ninguno -comenta María del Carmen- y le hacía ilusión tener uno, 'de persona mayor'". Dudaba, le

preguntó a Lía: no sabía en aquel momento qué era lo más importante: la caridad o la pobreza. Hacer gastos en ella, en

aquella situación, le parecía algo superfluo... Sin embargo, pensaba -cuenta Lía-" que si pedía cosas para salir a la calle,

p. e. un bolso, unos guantes, una bufanda, sus padres verían que estaba animada y también se animaban ellos; por otra

parte eran objetos que luego podrían servir para sus hermanas".

Aquel año no podría pasear por las Ramblas, iluminadas con las luces de la Navidad, ni contemplaría el espectáculo de

los guardias de circulación -habitualmente altos y orondos, con un breve bigotillo bajo el casco, y una gruesa tira de

cuero blanco cruzándole el pecho-, dirigir el tráfico con el aguinaldo a sus pies: una montaña festiva de cajas de botellas

de champán, turrones y, a veces, un pavo... No iría a ayudar a vender juguetes a la tienda de su tío, ni acompañaría a sus

hermanos a ver la cabalgata, que tuvo aquel año una animación especial: después de los elefantes, de los camellos con

los regalos, de los lanceros, los heraldos, los farautes, los pajes con antorchas y los "pooneys", vino una carroza alusiva

al satélite artificial americano, el "Explorer I", que había sido puesto en órbita en febrero del año anterior. Y al llegar a

la Plaza de San Jaime, gran sorpresa: un paje se había subido en una escalera de bomberos y le había entregado el regalo

de los reyes en persona al mismísimo señor Alcalde, entrando por la ventana de su despacho...

Llegó el día 6. Sus Altezas los Reyes Magos de Oriente -por vía de los Sres. Grases- no se olvidaron de Montse y le

trajeron un bolso a ella y otro a su madre. Aquel regalo le gustó mucho; pero luego, al ver el de su madre, bromeaba con

ella, diciendo que el otro era mejor: ¿y si se lo cambiaban?

Tampoco se olvidaron sus Majestades de regalarle una guitarra. "Manolita le dijo que se la íbamos a regalar -cuenta su

padre- y ella sintió que hubiésemos hecho ese gasto, porque pensaba que la podría utilizar por poco tiempo...; pero

todavía le estaba diciendo esto a su madre cuando llegué yo a casa con la guitarra. Entonces vio que el asunto no tenía

remedio y lo aceptó diciendo:

-¡Bueno! Luego servirá para Ignacio..."

Mientras tanto, los médicos seguían intentando frenar el avance rápido y doloroso del mal. La pierna se le iba

inflamando cada día, hasta alcanzar un tamaño desmesurado. Le recetaron unas inyecciones de hígado muy dolorosas,

que le solían poner sus padres. "Un día -cuenta una de las que la atendían- su madre me preguntó si sabía ponerlas y le

dije que sí. Le puse la primera y fue muy bien: me dijo que ni siquiera había notado el pinchazo. Pero al ponerle la

segunda no me di cuenta de que era el lado de la pierna enferma, y le di, como es habitual, tres golpes con los dedos

antes de clavar la aguja con bastante fuerza y le puse la inyección.

Al acabar Montse se abrazó a su madre mientras le saltaban las lágrimas. Fue la única vez que la vi llorar. Se repuso al

momento y me dijo:

-No, si no me has hecho nada; lo que pasa es que es del lado izquierdo...

En ese instante me di cuenta de que, sin quererlo, le había hecho un daño horrible".

5. SIEMPRE POR LOS DEMAS

Page 157: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Esto le hace sufrir

A partir de la segunda mitad del mes de enero las curas se volvieron cada vez más penosas. "Tenía la pierna tan

inflamada, tan inflamada -recuerda María del Carmen- que cuando ayudaba a cuidarla, era tanto lo que pesaba, que a

veces me tenía que arrodillar en el suelo para que ella la apoyara sobre mi hombro, porque me veía incapaz de

sostenerla a pulso..."

"La inflamación era tanta que la pierna llegó a tener 60 centímetros de perímetro -cuenta Rosa- hasta que un día... se le

reventó. Y aquello, en el momento de curarla, olía mal, lo que le hacía sufrir una barbaridad. Por los demás. Ella

siempre sufría por los demás...

Eso ahora me emociona recordarlo, pero en aquel momento, la verdad, me molestaba bastante. Porque, cuando estábamos solas y arreciaba el dolor, la pobrecita lloraba, apretaba los puños, y me decía que le parecía que ya no podía

aguantar más... Y luego me pedía perdón:

-Rosa, qué poco sufrida soy, ¿verdad? Fíjate qué vergüenza...

-¡Qué tontería! -le replicaba yo-. Si eres valentísima... Además, te tienes que quejar, porque el quejarse desahoga

mucho...

Sin embargo, cuando llegaba el doctor Cañadell y le preguntaba: 'Montse, ¿qué tal estás? ¿Cómo has pasado la tarde?',

ella le decía invariablemente:

-Bien...

-Chica: ¿cómo que bien? ¿Es que no te acuerdas de todo lo que has sufrido? Mujer, ¡si te ha dolido una barbaridad!

Pero ella me pellizcaba sin que se diera cuenta el doctor, para que me callara. Y en cuanto se marchaba me decía:

-Pero Rosa, ¿qué sacamos con decírselo? El doctor Cañadell hace todo lo que puede... No puede hacer más. Y esto le

hace sufrir..."

"Fue siempre muy humilde -añade don Manuel Vall- y nunca creyó que llevaba bien su enfermedad: le parecía que era

poco fuerte y que se quejaba demasiado..."

"Luego, cuando se le pasaba el dolor -continúa Rosa- se metía conmigo en plan de broma. Yo estudiaba Farmacia y me

decía, riéndose, que todas las medicinas que le traía no le solucionaban nada: '¿Ves? -me decía- No sirven para nada'.

Y cuando yo iba a los laboratorios farmacéuticos, con aquella sensación de impotencia que tenía al ver una chica de

diecisiete años que se estaba muriendo y que no había medicina que pudiera salvarla, les decía:

-¡Todas estas cosas que venden Vdes. no sirven para nada! ¡Para nada! ¡No han sido capaces de inventar una medicina

que cure esa enfermedad!"

"Estábamos cuatro personas para curarla -recuerda Manolita-: dos le sostenían la pierna, otra le iba aplicando el Linitul,

mientras que yo, casi simultáneamente, le iba haciendo el vendaje. Lo hacíamos lo más rápidamente posible; pero así y

todo duraba bastante rato. Y cuando le quitábamos el vendaje del día anterior, a veces no era solamente la piel lo que

quedaba en las vendas..."

En esta tarea solían colaborar Teresa González y María Gambús. Esta última recuerda que las curas fueron, "cada vez

más penosas y delicadas por la cantidad de úlceras que se le iban formando". "Otras veces -continúa contando su madre-

se le provocaba una pequeña hemorragia. Tenía además una supuración continua y pestilente; pero eso sólo se notaba al momento de curarla, porque teníamos repartidos en la habitación tres frascos de purificador de aire. Las cuatro personas

que le hacíamos las curas lo pasábamos muy mal. En ocasiones parecía que no íbamos a poder soportarlo...

...Cuando cuento estas cosas siempre hay alguien que me dice: 'Realmente, Manolita, no comprendo cómo pudiste

soportar una cosa así'. Y yo siempre les contesto: 'Mira: cometes un gran error si crees que hubo algún mérito por mi parte. Te puedo asegurar que no lo hubo. Lo que sí hubo, y mucha, fue una gran gracia, una gran asistencia del Señor.

Page 158: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Por eso, si un día te pasa algo parecido, no tienes que preocuparte: Dios te ayudará y te dará esa asistencia que ahora no

tienes, sencillamente porque no la necesitas.

Y además, Dios aprieta, pero no ahoga... Por una parte te quita y por otra te da, porque no quiere que te vuelvas loca de

dolor... porque la vida sigue y tienes ocho hijos más y hay que seguir luchando...

Ahora, cuando pienso en aquellos meses me parece casi imposible que Manuel y yo fuésemos capaces de llevar aquello así...; y me he preguntado más de una vez: '¿Y todo eso has sido capaz de hacerlo tú?'. Y siempre me contesto a mí

misma: 'No'.

Y es verdad. Realmente aquello no lo hicimos nosotros. Dios nos ayudó y nos dio una gracia superextraordinaria para

que no nos muriéramos de pena y de dolor al verla así...

Por eso ahora hay algunas cosas que al recordarlas me parecen casi irreales... Pero fueron verdad. Yo le quitaba el

vendaje con total serenidad, ¡con el hedor que desprendía aquello!... porque al retirarle las vendas siempre le

arrancábamos algo de carne... y lo lavaba... y luego me sentaba a la mesa, y comía como si no hubiera pasado nada. ¡Y

llegué incluso a engordar!

Y luego me sentaba a su lado y rezaba y... veía allí al Señor. ¡Sin nada de milagritos, eh! Sentía su Presencia allí, en

aquella hija que se me moría...

Y cuando no podía más y estaba a punto de llorar, me salía a la calle; o me iba a una iglesia cercana y me serenaba; y

luego, ya más calmada, me subía a casa, porque en casa no podía estar llorando..."

Los calmantes

"Sin embargo, ella no protestaba -continúa Rosa- y se tomaba todo lo que le daban. Salvo con los calmantes, que no se

los quería tomar..."

"Sí -corrobora su madre-. Recuerdo que le decíamos que tomase Cibalgina, que es un calmante muy leve, y se resistía a

tomárselo". Lo mismo recordaba el doctor Cañadell.

"Eso yo nunca lo acabé de entender entonces -continúa Rosa-. Ahora veo que temía que los calmantes le quitaran

capacidad para hacer apostolado, porque pensaría que la iban a adormecer. Y es verdad, un poco de sueño sí que dan los

calmantes. Un día le dije: 'tómatelos, te relajarás, te dormirás...'. Quizá fue éste mi fallo... No sé, pero siempre he tenido

la sospecha de que no los tomaba por eso: porque le impedirían hacer apostolado y hablar de Dios con sus amigas. Yo le

insistía: 'tómatelos, Montse, que te aliviarán el dolor'. Y siempre me contestaba: 'no, no, no; porque me darán sueño'.

A Lía se lo dijo claramente: si los tomaba no podía ofrecer sus sufrimientos al Señor, por el Papa, por el Opus Dei y por

el Padre".

"Además, no quería que sus padres se gastaran dinero en ella. 'Soy la mayor -decía- y fíjate cuántos gastos les ocasiono'.

Pensaba que las medicinas valían mucho dinero, cosa que no era verdad.

Alguna de las tardes que estuve con ella su madre salía un momento para buscar los niños al Colegio y nos quedábamos

las dos solas. Entonces me contaba muchas cosas... ¡nos sentíamos tan compenetradas!

En esas ocasiones, si empezaba a dolerle la pierna, soportaba el dolor como podía: 'no puedo, no puedo', decía, porque

el carcinoma es dolorosísimo... Rosa, Rosa, por favor, vamos a hacer la oración...'.

Nos santiguábamos y yo decía la oración introductoria: 'Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me

ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este

rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Angel de mi Guarda interceded por mí...'.

Comenzábamos la oración en silencio y Montse se quedaba quieta, quieta, rezando, conteniéndose el dolor...

Su madre sin embargo, en cuanto llegaba y la miraba, se daba cuenta enseguida de todo lo que había pasado...

Page 159: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

He dicho que nos compenetrábamos muy bien. Pienso que por dos motivos. En primer lugar, porque como

farmacéutica, yo comprendía muy bien el dolor. Y en segundo lugar, porque yo estaba en una situación algo parecida a

la suya, y el que mejor entiende el sufrimiento de los demás es aquel que lo sufre en su propia carne... Sin embargo, al

ver el estado en el que se encontraba, comparándolo con el mío, le decía:

-Montse, no compares...

-Sí, pero fíjate: tienes que andar así.

-Sí es verdad, no puedo moverme con facilidad, no puedo ir a esquiar, no puedo irme de excursión.... Pero ten en cuenta

una cosa: a mí no me duele nada... ¡que si me doliera! Yo, en cuanto noto que me duele la cabeza, me tomo volando una

aspirina (...).

Para que la gente se confesara, para que se acercaran a Dios sus amigas... hacía lo que fuera. Y además, lo hacía con

mucha gracia, porque venían a verla y le preguntaban:

-Montse, ¿cómo estás?

Y ella contestaba, invariablemente:

-¡Bien!

-¿Puedo hacer algo por ti?

-No, mira, no... Bueno..., ¿quieres saber una cosa que me haría muy feliz, muy feliz, muy feliz...?

-Sí, sí, dime.

-Pues mira..., hay un Curso de Retiro..., si fueras..., me harías muy feliz, muy feliz, muy feliz..."

"Y luego, con aquella sonrisa que tenía, ¡tan alegre!, me contaba chistes y se reía y cantábamos las canciones que yo le

estaba enseñando a tocar a la guitarra...

La verdad, no he comprendido nunca cómo se me ocurrió enseñarle, en aquellos momentos, cuando sabía perfectamente

que se estaba muriendo, a tocar la guitarra... Luego he reflexionado sobre estas cosas y todavía no logro

comprenderlas... aquella alegría con la que yo llegaba a aquella casa y aquella alegría con la que me marchaba... con lo

horroroso que era todo, visto desde un prisma puramente humano... Entonces no le podía contar a nadie estas cosas

porque nadie comprendía, nadie, que pudiera haber un ambiente de tanta alegría..."

Seis acordes

"Le costaba comer cada vez más -recuerda María Gambús- y la animábamos pidiéndole que ofreciera cada cucharada

por el Señor. '¿Verdad, Monsina, que lo probarás? -le dijo su madre en una ocasión-, por lo que tú ya sabes...'. Montse le

contestó que sí, y tomó un poco de sopa, y algo más. Pero de repente lo devolvió todo, dando la sensación de que

pasaba muy mal rato. Entonces levantó los ojos al cielo, y dijo: '¿por qué ahora, Señor?', como diciendo: 'si te lo ofrecía

a Ti...'"

"Luego, cuando se reponía, pedía que cantáramos -sigue contando Rosa-. Y había una canción que le gustaba mucho:

Recuerdo aquella vez

que yo te conocí,

recuerdo aquella tarde

pero no recuerdo

Page 160: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

ni cómo te vi...

Pero sí te diré,

que yo me enamoreeé...

Y cuando llegaba a aquello de: 'Alma para conquistarte, corazón para quererte...', me decía en voz bajita, para que la

cantáramos 'a lo divino', como nos había enseñado el Padre:

-Rosa: mayúscula, mayúscula...

Y seguíamos cantando:

Alma para conquistar Te,

corazón para querer Te...

y Vida para vivirla

junto a Ti...

Y Vida para vivirla junto a Ti... Me dijo que le gustaría poder acompañar todas estas canciones con la guitarra. ¡Total,

eran seis acordes...! Yo pensaba que no lo iba a conseguir, porque en la cama, ¡es muy difícil aprender a tocar la

guitarra...! Sin embargo, a pesar de que yo no me lo creía, aprendió. Y a raíz de esto se metía mucho conmigo.

-¡He aprendido, eh..!, me decía.

-¡Claro!, le contestaba yo. ¡Como que me tienes a mí, que soy una magnífica profesora!

-¿Tuuú? ¡Si tú sólo te sabes seis acordes!

(Es verdad, sólo me sabía seis acordes...)

Era así, muy natural, muy espontánea. No tenía doblez. Nunca en la vida me dio un poco de... de coba, ¡nunca! No era

nada melosa: no me decía: '¡Ay sí, Rosa! ¡Qué bien me has enseñado!'. No; no me decía nada para que yo me pusiese

colorada y apabullada. Todo lo contrario: se metía conmigo: 'Pero Rosa, ¿no te sabes más? ¿Sólo te sabes esos seis

acordes?'. Entonces yo hacía como que me enfadaba:

-Bueno, chica: serán sólo seis..., ¡pero te los he enseñado!

La verdad es que aprendió enseguida y fue una alumna muy aventajada. Pero yo tampoco se lo dije. Al revés, cuando se

equivocaba en una nota, la regañaba: 'Chica, otra vez... pareces tonta...'

Y así, con estas tonterías, nos lo pasábamos tan bien.

Ahora lo pienso y me parece imposible aquello. No sé cómo pude pasar tantos momentos duros a su lado y ser las dos tan felices. Quizá es que a su lado aprendí, con el ejemplo de su vida, lo que nos enseñaba nuestro Fundador: que lo que

verdaderamente hace desgraciada a una persona es el intento de quitar la Cruz de su vida y que encontrar la Cruz es

encontrar a Cristo, el Amor... A su lado aprendí a querer..., ya sé que no es la palabra adecuada, pero no encuentro otra:

pero yo aprendí a querer su enfermedad. Y la mía...

A ella le daba mucha pena no poderse levantar para ayudarme a andar... Me decía: 'Mira Rosa: todo el mundo te ayuda

muy bien, estupendamente bien; todos lo hacen con cariño; pero a mí... ¡me hacía tanta ilusión ayudarte!'"

Page 161: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Entre canciones y risas

"No quería que perdiéramos el tiempo por su culpa -comenta María del Carmen- y cuando iba a su casa a acompañarla,

como sabía que yo tenía que preparar muchas asignaturas, me hacía que estudiara (...). Ella no perdía el tiempo; y

deseaba aprovecharlo lo mejor posible para hacer apostolado (...).

Durante ese mes de enero venía sólo de vez en cuando a Llar. Pero a veces estaba tan desfallecida que no tenía fuerzas ni para vestirse: pero quería que la lleváramos a Llar. Le poníamos encima de la ropa de cama un abrigo largo,

buscábamos un taxi, la subíamos y la acomodábamos en la cama turca de la sala de estar; y allí empezaba a hablar con

sus amigas y hablarles de Dios".

Era un apostolado vibrante, juvenil y profundamente alegre: "Lo primero que hacía -recuerda Ana María Suriol- era ponerse a cantar acompañando su canto con una guitarra (...). Lo hacía para evitar que habláramos de ella y nos

concentráramos en su persona. Procuraba, en una palabra, disimular como fuera sus dolores y enfermedad".

Otras tardes no se encontraba con fuerzas para moverse de casa, y aprovechaba la ocasión para hablar de Dios con las

amigas que venían a verla. Pero en primer lugar estaba, como enseñaba el Fundador del Opus Dei, la oración y la mortificación por ellas. "Desde la cama -recuerda don Manuel Vall, el sacerdote que la atendía espiritualmente- hizo

mucho apostolado con su oración".

Estaba, a pesar de los dolores, feliz. Aunque algunas mañanas, cuando abrían la ventana y llegaba hasta sus oídos el

ruido cercano de la calle París, mientras la habitación quedaba bañada en luz, no pudiera evitar que le llegara al alma, sin quererlo, un cierto regusto de tristeza. Afuera, la vida parecía vibrar, pujante, con toda su fuerza, mientras que ella la

iba perdiendo poco a poco... En esos breves instantes sentía todo lo que dejaba atrás.

"Había una canción que le gustaba mucho -sigue contando Rosa- y que cantaba como siempre a voz en grito, con todos

los bríos de su juventud:

En la lejana montaña

va cabalgando un jinete

que ya ha perdido la viiiida

y va deeeeeeeeeeeeeeeee...seando la muerte.

Yo pienso que durante ese tiempo de su enfermedad ella aceptaba con toda su alma la muerte, pero no la deseaba.

Quería vivir, deseaba vivir con todas sus fuerzas. Más tarde no; en los últimos meses ardía en deseos de encontrarse con

Dios, y hablaba de la muerte como un abrazo con el Amor. Lo único que le daba repelús era el ataúd...

Cada vez soñaba más en el Cielo... Yo la animaba a vivir, y siempre que venía una nueva medicina, como aquellas

inyecciones de un antibiótico japonés, le decía:

-Mira, Montse: aquí pone que en Estados Unidos ha dado unos resultados espectaculares... Verás qué buena es esta

medicina. Esta sí, ésta sí que..."

"Yo por mi parte nunca vi -comenta la madre de Montse- que pusiera la menor atención a la medicación que tenía que

tomar. Cada mañana, le distribuía las medicinas y nunca me dijo: 'Mamá, mamá, acuérdate de darme tal pastilla, que se

nos ha pasado la hora...'. ¡Nada! Se las tomaba siempre como una autómata, con la mayor indiferencia... Y jamás me

pidió: 'Mamá, vamos a hacer una novena para que me cure'. ¡Qué va! Ni se lamentó por su situación; eso, nunca, nunca,

nunca".

"Es verdad -asiente su padre-. Las únicas pastillas que le costaron especialmente fueron las rusas, porque le producían

unos vómitos terribles... pero se las acabó tomando".

"Un día -cuenta Rosa-, cuando llegué a su casa, me dijo:

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-Hoy he estado pensando mucho...

-¿Sí? ¿Sobre qué?

-Estaba pensando que... le voy a decir al Señor que tú también te mueras.

-¡Ah, caramba...! ¿Pero qué dices?, le contesté yo, muy enfadada.

-Es que... pensaba que ya estarás cansada de andar así, y que te gustaría irte pronto junto al Señor...

Me dio un disgusto tremendo. Le dije que ella estaba preparadísima para irse al Cielo, pero que yo no lo estaba; y luego,

de broma le comenté:

-Además, imagínate que en vez de irme al Cielo como tú... ¡me envían a otro sitio, al limbo, por ejemplo!

Se rió. Pero a partir de aquel momento la comprendí más y entendí mejor su dolor; me di cuenta de lo mucho que

amaba yo la vida y de lo maravilloso que es vivir; porque la verdad, yo no tenía -ni tengo- ninguna gana de morirme...

Y le dije, además, que no volvería a su casa hasta que dejara de rezar por aquello... Entonces me contestó que no me

preocupara, que dejaría de rezar. Porque eso sí, era muy sincera: cuando decía una cosa, la cumplía...

De todas formas yo estaba intrigada: ¿deseaba morirse o no? Sólo una vez hablamos sobre eso. Sólo una. Fue tiempo

después, cuando le dije:

-¡Pero Montse, ¿cómo se te ha ocurrido rezar por eso, cuando yo no tengo ninguna gana de morirme?! ¿Es que tú no

tienes deseos de vivir?

Entonces me comentó, con toda sencillez:

-Mira Rosa: si sale una medicina nueva, me la tomaré; si me tienen que cortar la pierna, me la cortarán. Y si el Señor

quiere que me muera..., me moriré. Yo lucho porque quiero vivir, porque soy del Opus Dei, porque quiero servir al

Señor, porque quiero evitarle ese sufrimiento a mis padres. Quiero y amo la vida... Pero si Dios quiere que me muera,

me moriré... porque también puedo ayudar desde el Cielo.

Y no hablamos más de eso".

6. QUIERO VER TU ROSTRO, SEÑOR

En esta fotografía aparece junto con María Teresa González Garay. Se la ve serena y feliz. Amaba la vida, porque es un

don de Dios; y aceptaba con la misma alegría la muerte, si era la Voluntad de Dios. Deseaba vivir y deseaba morir al

mismo tiempo: en definitiva, deseaba lo que Dios quisiese. Pero, a medida que pasaban los días, lo mismo que le

sucedió a María Ignacia García Escobar, crecía en su alma, con ímpetu irrefrenable, el deseo de ver el rostro del Señor:

"Vultum tuum, Domine, requiram! ¡quiero ver tu rostro, Señor!" Aquel deseo de ir al Cielo que hacía suspirar a María

Ignacia "ay si fuera hoy mismo!" se fue apoderando también, con una fuerza inusitada, del alma de Montse.

Por eso, cuando hablaba con unos y otros, no fingía. Era sincera con ellos: deseaba vivir y deseaba irse al Cielo.

Tomaba las medicinas con aquella indiferencia que tanto sorprendía a su madre, porque sabía que por encima de

aquellas medicinas estaba la Voluntad de Dios. Y como veía a Dios como a un Padre amoroso, que siempre disponía lo

mejor -aunque fuera, tantas veces, humanamente incomprensible-, esperaba la vida -o la muerte- con serenidad y paz,

tranquila y sonriente. Si Dios era la felicidad plena y esa felicidad era para siempre, ¿por qué se iba a poner triste?

¡Hasta tenía tiempo para arreglarse!

Nunca, a pesar de su situación, abandonó el cuidado de su aspecto externo. "Se cepilló los dientes -anota su padre- hasta

el último día".

Esto sorprendía a los que la cuidaban, pero no había por qué asombrarse: era una muestra delicada, pequeña como todo

lo suyo, de caridad con los demás. ¿No había aprendido a tocar la guitarra para alegrar a los que la rodeaban durante

aquellos días duros? Aquel cuidado personal era también una manifestación de caridad, pequeña pero eficaz, porque

Page 163: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

nada desanima más que ver a un paciente desmadejado en la cama, con un desaliño que es la muestra externa, tantas

veces, de la desesperanza interior, del desaliento, del "ya, qué más da".

"A veces -recuerda Carmen Salgado- le decíamos al llegar: 'Montse, ¡qué guapa estás hoy!'. Y contestaba divertida:

-¡Es que me he acicalado para estar guapa cuando vinierais!"

Sin embargo, por mucho que hiciera por disimularlo, su estado de salud se iba empeorando a ojos vista. Había perdido

casi totalmente el apetito y se repetían día tras día, penosamente, las recomendaciones de sus padres:

-"¿Montse, no quieres un poco más?... Esto de aquí, que está muy rico..."

Al final, para animarla a tomar algo, invocaban el argumento decisivo:

-"Montse, ánimo... mira: esto ofrécelo por una vocación".

Entonces se lo tomaba, aunque cada cucharada era un verdadero tormento. Y nunca pidió comida especial.

Llegó un momento en que sólo podía calmar la sed con líquidos, como la leche con cacao. "Como no la vendían en los

alrededores de su casa -cuenta Carmen Salgado-, yo se la llevaba. Pero ella no quería que eso me causara molestias.

'¿Has tenido que venir expresamente?', me preguntaba siempre...; y yo le daba siempre alguna excusa para que no

sospechara que iba sólo a donde lo vendían para comprar eso".

Una novena a Isidoro

Mientras tanto todos rezaban para que se curase y su familia acudía también a la intercesión de Isidoro Zorzano:

"Oh Dios -leían en voz alta en la estampa para su devoción privada-, que llenaste a tu siervo Isidoro de tantos tesoros de

gracia en el ejercicio de sus deberes profesionales, en medio del mundo: haz que yo sepa también santificar mi trabajo

ordinario y ser apóstol de mis amigos y compañeros..."

Isidoro y Montse: dos miembros del Opus Dei, de mentalidades, circunstancias, talante humano y origen muy

diferentes, unidos por un mismo afán de santidad y una misma vocación. Isidoro es un ejemplo admirable del trabajo

cotidiano hecho por amor a Dios. También ella debía ser santa, como Isidoro, en su propio trabajo: su enfermedad. Ese

era "su Opus Dei", lo que tenía que convertir en trabajo de Dios.

Como Isidoro, como María Ignacia, como Carmen Escrivá, ella también se iba hacia el encuentro definitivo con Dios

con serenidad, dando paz a los que la rodeaban, sonriendo... "¡Qué frutos tan magníficos está dando la Obra!", escribió

Isidoro, al conocer la muerte de María Ignacia. "Y todavía no ha empezado", explicaba, aludiendo a la juventud del

Opus Dei. "Contamos ya con verdaderos santos..."

Qué paradoja: todos rezaban para que "se quedara", y ella, sin embargo, estaba deseando "irse", aunque no lo decía,

para no entristecerlos. Hasta que un día preguntó:

-"¿Qué pedís para mí?"

-"Lo que más te convenga".

-"Pero, ¿no pedís que me vaya pronto?"

-"No, Montse, eso no podemos pedirlo".

-"Es que... yo me quiero ir".

-"Sí, pero cuando Dios quiera..."

Page 164: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Se quedó en silencio y dijo:

-"Bueno".

"Bueno..." Es la traducción al habla coloquial de la aceptación rendida a la Voluntad de Dios; la versión familiar de una

jaculatoria que repetía con frecuencia: "Señor, cuando quieras, como quieras, donde quieras"; la misma oración que

repetía sin cesar, hacía un cuarto de siglo, en su lecho de muerte, María Ignacia García Escobar... Como María Ignacia,

pedía una vez y otra:

-"¿Por qué no me hablas del Cielo?"

No os dejaré nunca

"Hijina, da gusto hablarte del Cielo -le dijo un día su madre-, porque así te veo sonreír".

Era verdad. Se sentía feliz al pensar que el Cielo estaba cada vez más cerca. Y se lo decía a todo el mundo: a sus

amigas, a sus hermanos, a Lía:

-"Nadie lo creería, pero estoy muy contenta".

-"Pues nada Montse -le animaba Lía-, un poco más de paciencia y a disfrutar para siempre".

¡Para siempre! Aquella palabra de ecos teresianos -así animó la Santa de Avila a su hermano cuando salieron a

escondidas por la Puerta del Adaja, "a que los descabezasen los moros"-, le daba ánimos y fuerzas: ¡Para siempre!

-"Jorge, ¿te das cuenta? -le comentaba a su hermano- Feliz, feliz para siempre, recuérdalo, ¡para siempre!"

No era un "para siempre" egoísta. "Os aseguro -repetía- que desde el Cielo os ayudaré mucho; no os dejaré nunca".

Pero, en la tierra -le recordaban- ¡aún podía hacer tanto! Esa seguridad la llevó a "la sed de padecer" de las almas santas,

y a una confianza filial basada en que, si Dios le daba la carga, El le daría la fuerza...

Qué desgrasia

Cada vez venían a verla más familiares, amigos y conocidos. "Un día vino un sacerdote muy mayor a verla -sigue

contando Rosa-. Era un hombre muy bueno, pero estaba muy viejecito".

"Era don Jeroni Viñolas -precisa Manuel Grases- el capellán de las monjas Josefinas de la calle Ganduxer, que era muy

amigo de nuestra familia y quería mucho a Montse".

"...y cuando llegó -prosigue Rosa- y la vio en aquella situación le dijo, muy compungido, medio en catalán, medio en

castellano:

-Hija mía, qué 'desgrasia'; que a mis años haya tenido que verte con cáncer y saber que te vas a morir...

Al oírle decir esto nos moríamos de risa las dos; a Montse estas cosas no le afectaban nada; al revés...

-...qué 'desgrasia', Montse -seguía don Jeroni -, con lo que te conozco de toda la vida...

Estaba muy mayor, muy mayor y no sabía cómo decirle lo apenado que estaba por verla así. Y seguía: "pero qué

'desgrasia', hija mía, con lo joven que eres"...

En ese preciso momento me llamaron por teléfono, y me tuve que levantar... ¡Ay, cuando me vio...! Se echó las manos a

la cabeza y me dijo:

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-¡Y esta otra! ¡Ay qué otra 'desgrasia', madre mía!

Al escuchar esto, no nos pudimos contener la risa, y ante la sorpresa del bueno del cura, nos echamos a reír las dos.

Y se marchó, pobrecito, entristecido de ver a Montse así y de verme a mí andar así, lamentándose de que él, a su edad,

hubiese tenido que contemplar, juntas, aquellas 'dos desgrasias'..."

"No había nada en este sentido que la alterase -sigue contando Rosa-" (...). Se despreocupaba de su enfermedad:

pensaba siempre en el apostolado; por eso, lo que más sentía era no poder ir a Llar con más frecuencia, ni poder asistir a

la meditación que daba el sacerdote, ni estar con las chicas, ni hacer apostolado con ellas...

Yo le decía: 'chica, tú ahora piensa en tu pierna, piensa en ti'. Pero no me hacía ni caso. Ella quería continuar... en pie de

guerra.

Y estuvo, hasta el último momento, en pie de guerra. Nunca... ¡nunca! bajó la bandera. Nunca se rindió. Como en

aquella película de Errol Flyn, 'Murieron con las botas puestas'... Ella igual; hasta el último momento estuvo rezando,

luchando, riendo..."

Cuando estaba a su lado...

Dios camina por el alma, veíamos al comienzo de las páginas de este libro, con un ritmo insospechado. Pero cuando un

alma corresponde con todas sus fuerzas a la Gracia, Dios aprieta el paso. Eso es lo que sucedió en el alma del Fundador:

Dios se presentó de improviso el 2 de Octubre, y luego en los sucesivos 14 de febrero de 1930 y 1943. También había sucedido en el alma de María Ignacia y en la de Isidoro. Y ahora, en el alma de Montse se producía esa maravilla

insospechada de la Gracia divina. "Era sorprendente: como si cada día que pasaba -recuerda su padre- fuese uniéndose

más y más con el Señor".

"En poquísimo tiempo -comenta Rosa-, maduró humana y espiritualmente muchísimo. Tenía una vida interior que se palpaba... Yo lo notaba en todo. Hasta tal punto que, durante el último mes, iba apuntando todo lo que decía y cuando

llegaba a mi casa me lo llevaba a la oración, porque aquellas cosas me ayudaban mucho a tratar al Señor..."

"Yo al principio, como era mayor que ella, en edad y en tiempo en el Opus Dei, me consideraba como más 'preparada' y, en fin, todas esas tonterías que piensas... hasta que me di cuenta de la intimidad profundísima que Montse tenía con el

Señor... Sin embargo, seguía comportándose como siempre; no apabullaba: no te sentías incómoda a su lado, no. Yo

nunca me sentí como abrumada por su vida interior; al contrario: me comunicaba ese amor de Dios. A su lado, notaba

que ella estaba muy cerca, muy cerca, de Dios y que eso me acercaba a Dios a mí... Era algo parecido a lo que me

sucedió cuando conocí al Padre por primera vez...

Fue muy importante para mí el haberla conocido. Comprendí por qué Dios me había dado esta enfermedad que

padezco, y por qué me daba también la gracia de conocer a una persona como ella, que era como yo he pensado siempre

que debemos ser las personas del Opus Dei... Era tan humana, tan sobrenatural, y sabía compaginar las dos cosas con

tanto salero... Vivía una unidad de vida tan fuerte... En realidad, lo humano y lo espiritual en ella no eran dos cosas, sino

una sola. Pero estaban tan unidas, que no sabías si era la una o era la otra...

No sé como explicarlo: sus palabras me ayudaban a rezar más que una meditación o la homilía de un sacerdote...

Cuando le oía decir aquella oración del comienzo: 'Señor mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí; que me ves y

que me oyes...', tenía la certeza de que Dios estaba allí, entre nosotras, que nos veía y nos oía..."

7. LAS CURAS

Se sucedían las noches en blanco: noches larguísimas y dolorosas en las que Montse seguía ofreciendo sus dolores por

unos y por otros. Y durante el día le esperaban las curas, que ofrecía, como recuerda Carmiña, por una intención

Page 166: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

concreta: por la Iglesia, por el Papa, por los sacerdotes... "La cura de la mañana, que era tremenda -cuenta Carmiña- la

ofrecía siempre por el Fundador del Opus Dei y todos los que vivían con él en Roma".

Como a medida que avanzaba la enfermedad, las curas eran más dolorosas y complicadas, "venía una amiga de su

madre, que era enfermera, a curarla -recuerda Carmiña- y su padre la levantaba de la cama, sosteniéndola con los dos

brazos en el aire, mientras ella cantaba: '¡Tachín, tachín, tachín!', para quitarle dramatismo a la situación, mientras le

cambiaban las sábanas, totalmente empapadas a consecuencia de lo de la pierna... Hasta que decía: '¡ya no puedo más!',

y la dejábamos en la cama, quieta..."

"Además -añade María del Carmen- teníamos que darle fricciones en la otra pierna, para que no se le durmiera ni se le

anquilosara por la falta de ejercicio. Hasta que llegó un momento en que no se la podía ni tocar sin causarle un dolor

tremendo. Y tuvieron que ponerle un armazón para que no le rozaran las sábanas. Y cada vez que se le hacía una cura y

le aplicábamos una toalla la sacábamos empapada del líquido que le supuraba de la herida".

"¡Aquella llaga! ¡Aquel olor! -recuerda Enrique-. ¡Con lo sensible que ella era...! No era coqueta, pero sí muy femenina.

Y seguro que su sensibilidad se rebelaba ante esos aspectos tan desagradables de su enfermedad. Pero, sin embargo, lo

soportaba todo con una paciencia increíble... ¡cuando uno de los rasgos de su carácter había sido siempre, precisamente,

la impaciencia!

¡Cómo había cambiado! De pequeña, lo quería todo 'ya'. Y se molestaba si algo no salía como ella había previsto. Y se

enfadaba. Ahora, por el contrario..."

"Un día me encontré con que la pierna se le había abierto y fue cuando se empezaron aquellas tremendas curas, que no

cesaron hasta que murió -sigue contando Lía-. Le supuraba tanto que era preciso cambiar algodones y toallas dos o tres

veces al día. Para curarla teníamos que estar tres o cuatro y sujetarle la pierna que requería una maña especial; el

vendaje, en fin una serie de cosas molestísimas todas, que aguantaba con una calma tremenda, sus únicas quejas eran

siempre:

-Mamá, mona, ten cuidado, papá guapo.

Y de ahí no salía. Algunos días a mitad de la cura había que esperar un rato porque se mareaba, hacía un olor espantoso

que ni ella misma podía resistir".

Sus amigas le iban diciendo intenciones para que las encomendara: una persona que podía entregarse a Dios, una

enferma... "A los enfermos -dijo en una ocasión- los quiero de una manera especial..." Se sentía especialmente unida a

ellos por el sufrimiento.

Otros dolores los ofrecía por la Iglesia, por el Papa, por la labor del Opus Dei en París, donde ya no podría ir..., por sus

amigas de Llar... Un día, nada más despertarse le preguntó a su madre a primera hora de la mañana cuántas chicas

habían pedido recientemente la admisión en el Opus Dei, en Llar.

-"Once. ¿Por qué lo preguntas?"

-"Porque esta noche pasada, como no podía dormir, las iba encomendando una a una, pero sólo me salían diez. Tendré

que ofrecer muchas cosas esta mañana por la que falta, porque la pobre se ha quedado sin nada".

Pedía que todos la ayudaran a luchar. "Y sus padres -recuerda Pilar Martín- la ayudaron con una generosidad sin límites

a lo que el Señor le pedía, con cariño y reciedumbre a la vez, sin ceder nunca en lo que se debía de hacer".

"A mi modo de ver -recuerda el doctor Cañadell- sus padres tenían dos actitudes diferentes y complementarias frente

aquella enfermedad.

Su madre nunca creyó que Montse se fuera a curar: por eso la ayudaba a abandonarse en las manos de Dios, y hacía

todo lo posible para que Montse aprovechara aquel dolor para acercarse más a Dios y para que acercara a mucha gente

al Señor...

Su padre sí confiaba en su curación y puso todos los medios para, por decirlo de algún modo, hacer fracasar todos los

pronósticos médicos...

Page 167: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

No son dos posturas contrapuestas: los dos actuaban unidísimos; y esto no quiere decir que Manolita dejase de poner los

medios humanos para su curación ni que Manuel no se abandonase en la Voluntad de Dios, como le vi hacer siempre.

Lo que quiero señalar es que cada uno puso el acento en un modo de actuar, siendo los dos modos profundamente

cristianos y ejemplares".

"El ambiente que la rodeaba -comenta Rosa- era muy recio, muy sobrenatural y al mismo tiempo, ¡tan humano! Llegaba

el niño pequeño del colegio, que tendría tres años, cuatro a lo sumo, y su madre le decía: 'no grites, que Montse no debe

sentir ruidos'. Y yo le oía jugar con el cochecito por el pasillo: chisssss, chissss, empujándolo con voz muy bajita: chu-

cu... chucu... chu-cu... chu-cu... No se oía ni una mosca. Todo el mundo se hacía cargo...

Nadie estaba amargado, ni enfadado: y sus padres, ¡tenían una alegría siempre! Su madre era tan entrañable, tan

cariñosa con ella, y conmigo, con todos... Eso la ayudó a luchar hasta el último momento".

En esa lucha, las palabras que el Fundador le había dicho en Roma eran su fundamental fuerza inspiradora, y le

prestaban energía y alientos cada día. Tenía en su habitación la fotografía que Elena Serrano le había hecho en Roma,

durante su encuentro con el Padre. "Le sirvió de ayuda y fortaleza durante su enfermedad: la tenía delante y

encomendaba las intenciones del Fundador de la Obra", cuenta Encarnita Ortega. Pero, ¿sería capaz de resistir hasta el

final? Necesitaba la ayuda de la oración de todos. Por medio de su madre, escribió a Encarnita:

"Querida Encarnita:

Me está costando mucho y confío en vuestra ayuda que me va haciendo mucha falta en este final tan largo. Yo, no os

olvido ni os olvidaré. Muchas felicidades y un abrazo.

Montse"

X

Febrero - Marzo 1959

TIEMPO DE MORIR, TIEMPO DE VIVIR

Poco a poco

la distancia se va haciendo menos...

1. 5 DE FEBRERO DE 1959. LA FIDELIDAD

"Cada día -escribía Lía al Fundador, el 1 de febrero- nos damos más cuenta del valor del apostolado del sufrimiento.

Montse se está portando estupendamente, aguantándolo todo con una paz y alegría impresionante. Esta última semana

ha tenido la valentía de subir dos días a comer con nosotras y se queda ya luego hasta por la noche. Lo pasa fatal las

idas y venidas, pero le compensa la mucha distracción que luego tiene. De todos modos creemos que poco más podrá

hacerlo; nosotras que la vemos todos los días le notamos cada día un bajón tremendo, pero tiene una ilusión tremenda

por todo, interesándose por todo y encomendándolo a través de sus sufrimientos".

Ante la progresiva gravedad de su enfermedad, Montse hizo, el 5 de febrero de 1959, con la oportuna dispensa, su

incorporación definitiva al Opus Dei. Habitualmente, la incorporación jurídica definitiva a esta institución de la Iglesia

sólo se realiza cuando los miembros de la Obra gozan de la mayoría de edad y de años de fidelidad en la vocación. La

situación de Montse justificaba plenamente la excepción.

Page 168: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Sin embargo, ella era poco partidaria de excepciones. "¿Tú crees que me la merezco? -le preguntaba a Lía-. Todos me

tenéis por mejor de lo que soy, pero esta vez no me importa. ¡Me hace tanta ilusión!"

"Fue algo muy emotivo para ella y para todos -recuerda su madre- al verla tan serena y feliz. Mis hermanas Inés y

Adela le regalaron un nomeolvides de oro con el nombre y la fecha; también le trajeron flores que, por la noche, se

mandaron al sagrario de Llar; y nosotros le regalamos el anillo".

La elección de aquel anillo -que simboliza la fidelidad a la llamada del Señor- había tenido su pequeña historia. "Yo

conocía a un joyero, Oriol -cuenta Carmiña Cameselle-, y entonces me fui con Pilar Oriol a casa de su suegro y nos dejó

un muestrario de sortijas y de anillos que se lo llevamos".

"¡Lo eligió con una ilusión! -recuerda su madre-: miraba un anillo... y luego otro... y escogía... y no escogía... ¡Como si

lo fuese a llevar toda la vida...! ¡Con una alegría!"

Al final, estaba decidida por el más sencillo, pero -recuerda Carmiña- le preguntó a su madre:

-"Mamá, ¿cuál te gusta a ti?

-No, tú elige el que más te guste -le decía su madre, que la conocía muy bien; y añadió, para animarla-: y mira, cuando

te vayas le enviaré la sortija al Padre a Roma. Así que elige el mejor...

-Entonces elijo éste, mamá.

Y tomó entonces un anillo de oro blanco".

La incorporación jurídica al Opus Dei se realizó con la sencillez propia del espíritu de la Obra, mediante una brevísima

ceremonia. Llegó don Florencio y le dio a Montse el texto de una plegaria para que la leyera frente a un crucifijo. En

esa plegaria se expresaba el deseo de servir abnegadamente al Señor durante toda la vida. Luego le dio a besar la cruz y

la estola.

A continuación, Montse contestó, con emoción contenida, a las breves oraciones que iba recitando el sacerdote, que

bendijo el anillo y se lo puso. Al terminar, don Florencio rezó unas preces bendiciendo a todos los asistentes:

"Dominus sit in córdibus vestris et in lábiis vestris, in nómine Patris et Filii et Spíritus Sancti".

"Amen".

La ceremonia concluyó con una oración en la que se pedía el "gaudium cum pace", la alegría y la paz para todos los que

perseveraban firmes en el servicio del Señor en el Opus Dei.

"Estuvo serenísima -se lee en el Diario de Llar-, dándonos una vez más una lección de lo que está siendo su vida de

entrega generosa y alegre. Cuando todo el mundo estuvo fuera tuvo un momento en el que su emoción era tanta que no pudo menos que darle salida: lloró, pero de alegría; y también de debilidad por el dolor. Lleva días encontrándose

francamente mal".

A lo largo de aquel día observaba detenidamente el anillo. "Me gusta mirarlo -le decía a Lía- porque me recuerda que

debo ser fiel; qué bonito es, ¿verdad?"

Fue un día rebosante de alegría; un pequeño oasis en medio de aquellos meses de dolor. Por la tarde vinieron algunas de

LLar y estuvieron haciendo un rato de oración con ella; luego estuvieron cantando durante largo rato. Todo parecía

sonreírle, hasta en lo más pequeño. Nunca le había gustado que la llamasen Montsita, y hoy... "Fíjate, mamá -comentó,

divertida, al terminar la ceremonia-, don Florencio me ha llamado... ¡Montse!"

Su padre pensó que aquella ocasión merecía ser celebrada por todo lo alto. Había una botella de champagne en la

cocina; fue por ella, la descorchó y brindó.

Montse alzó su copa también, sonriendo, recordando quizá aquel brindis -tan lejano, tan cercano- de las Navidades del

57...

Page 169: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Al día siguiente, en la cama, volvió a escribir al Fundador del Opus Dei. Era -lo presentía- la última carta que le dirigía,

en la que hacía una breve mención a don Alvaro del Portillo, entonces Secretario General del Opus Dei, que había

sufrido una intervención quirúrgica.

"Barcelona, 6-2-59

Querido Padre:

Hace días quería escribirle para contarle muchas cosas, y pedirle mi Fidelidad y tuve mucha alegría al ver que Vd. se

había anticipado al concedérmela. Le estoy muy agradecida y a la vez satisfecha de pensar que pertenezco totalmente a

la Obra.

Tuve mucha alegría porque presenciaron el acto mis padres, vino don Florencio, Tere y Lía y al final descorchamos

unas botellas de champagne, pues el acto lo requería, y en la mente de todos, nuestro pensamiento era el mismo, el

Padre.

Cada vez que veo mi anillo, recuerdo que debo ser cada día más fiel y que tengo que hacer aún mucho por la Obra.

Como ve, Padre, estoy haciendo auténticas chapuzas, pues escribo con bastante dificultad, pues la pierna no me deja

mover y estoy en una postura muy incómoda. Estos últimos días, los he pasado muy excitada, más que dolor. La

semana pasada aún pude subir a Llar y asistir a una clase que nos dio D. Florencio a las vocaciones recientes.

Estábamos un montón (...) y al final tuvimos una alegre tertulia (...)

Me estoy acordando mucho de D. Alvaro y espero que ya le tendrá a su lado, casi repuesto.

Ve, Padre, con la dificultad que le estoy escribiendo, y pensar que si estuviera aquí le contaría muchísimas más cosas. A

ver si le dice a Encarnita que venga pronto y le contaré a ella todo lo que le quisiera contar a Vd.

Le pide su bendición su hija que le recuerda.

Montse Grases"

"Apenas llegué a su casa -recuerda Rosa- le faltó tiempo para contármelo:

-Rosa: ¡He hecho la Fidelidad!

Se la veía tan entusiasmada, tenía tanta alegría, que pienso que aquella tarde no le dolió la pierna. Y añadió:

-Fíjate qué suerte, Rosa: ¡La he hecho para siempre!"

Se habían espaciado sus idas a Llar. "Cada viaje era un sufrimiento -recuerda Rosa- y una vez que bajábamos en el

ascensor del Llar, se me abrazó al cuello, llena de dolor, diciéndome: '¡No lo puedo aguantar!' Es la única vez que vi

que se le saltaran las lágrimas".

Exprimida como un limón

De todos modos, era raro verla llorar: estaba cada vez más feliz con la ilusión de ir al Cielo, pero... Había un "pero".

Morir tan joven le resultaba demasiado... "cómodo": "¡Si no hago nada!", comentaba. Quería dar más, sufrir más, amar más. "¿Te fijas? -le comentaba un día a la que le atendía-. Muero como quiere el Padre que muramos en el Opus Dei: en

una buena cama, rodeada del cariño de todos, pero exprimida como un limón, hasta que no quede ni una sola gota".

Lo de la "buena cama" era relativamente cierto. Era una buena cama, pero no para una enferma como ella. Sin embargo,

era muy difícil averiguar si Montse estaba a gusto en ella o no, porque no se quejaba por nada. Rosa le había dicho

tiempo antes:

-"Montse, qué bien estarías en una cama de esas que se mueven. Estarías mucho mejor... ¿Quieres que se lo diga a tus

padres para que te la traigan?"

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-"¡Calla! -respondía siempre-. ¿No te das cuenta de todos los gastos que tienen?"

"Yo estoy convencida -comenta Rosa- que en aquella cama estaba muy incómoda. Y en cuanto le trajeron la otra cama,

regulable y mucho más cómoda, reconoció que estaba el doble de bien..." Era una cama que les prestó una amiga de

Manolita.

Aquella fidelidad a la gracia de Dios iba llevando a Montse, en un "crescendo" amoroso, por el camino del amor, de la identificación con Jesucristo y de la Cruz, hacia unas cimas de amor de Dios que nunca podría haber sospechado. Sí:

ésta era la misma Montse que dos años antes iba "probando", de broma, antes de que comenzasen los días de retiro, la

cama más mullida y cómoda de Castelldaura...

Ahora vivía rodeada del cariño de todos, que se esforzaban por manifestárselo con mil detalles pequeños: procuraban

guardar silencio, no molestarla con la luz, prepararle la comida que más le gustase...

Era difícil evitar que tomase algo que le desagradase, porque comía de todo. Aceptaba también de buen grado todos los

cuidados que tenían con ella: "Cuando perdiz, perdiz", decía, recordando lo que le había dicho Encarnita.

En su caso no eran perdices, sino angulas. Su tía le había traído una buena ración de angulas para que las probara. Era

un plato preciado, que no formaba parte habitual del menú de los Grases y Montse quería que su tía viera que agradecía

aquel detalle de cariño... Pero en aquel momento, tomar aquellas angulas le suponía una verdadera tortura: "Empezó a

comer -recuerda una de las que la acompañaban-, y yo la vi sufrir tanto que intenté varias veces quitarle el plato. Me

daba pena verla tan agotada y hacer aquel esfuerzo. Me decía que poco a poco se lo comería todo, para que no se

disgustase su tía, que se lo había comprado con mucha ilusión".

Lo mismo sucedía con otros detalles que tenían con ella: "una vez le regalaron una almohada pequeña para apoyar la

cabeza -cuenta María del Carmen-. Se la probó y dijo que le molestaba mucho, pero luego, al pensar en la ilusión con la

que se la había regalado esa persona, no quería quitársela y trataba de convencernos de que le iba muy bien..."

"Alrededor del 11 de febrero -cuenta su madre-, fiesta de la Virgen de Lourdes, empeoró, y le dijimos a todas sus

amigas que por favor no vinieran a visitarla. Y estuvo varios días sin recibir a nadie".

Fueron días de mayor sosiego externo. Ya no se escuchaba aquel barullo de risas y bromas que se formaba a su

alrededor cuando venían a verla las de Llar. Por fuera, la vida se aquietaba por momentos; por dentro, seguía su lucha,

incesante, por amar más a Dios.

"Cuando la vimos algo mejor, días más tarde -continúa su madre-, dejamos que viniera a verla alguna amiga, aunque

poníamos los medios para no cansarla.

Una de esas tardes salí para confesarme, y cuando regresé vi que estaba toda la habitación llena de chicas. Temí que

estuviera agotada, pero me la encontré sonriente y divertida, y eso me tranquilizó.

Las amigas se fueron pronto, porque yo les dije que no convenía que estuvieran mucho rato con ella, ya que era el

primer día que volvía a recibir visitas.

Pero cuando se quedó sola me di cuenta de cómo estaba en realidad: totalmente desfallecida y exhausta".

15 de febrero de 1959. Ya no vendré más

"Fue entonces cuando salió de casa por última vez: en concreto, el 15 de febrero de 1959, que cayó en domingo. A

pesar de lo penoso de su situación, la llevaron a Llar -la distancia en coche era muy corta- porque sabían la ilusión que

tenía por celebrar allí el aniversario del comienzo de la labor del Opus Dei con mujeres".

Celebraron la fiesta el día 15 -recuerda Lía- porque la víspera era sábado y tenía lugar, a esa misma hora, la meditación,

predicada por el sacerdote. Montse fue a comer con las que vivían en Llar. "Llegó fatigadísima, y daba una pena

tremenda verla. La llevamos entre dos pero no había forma de dar un paso, tocarla era un lamento continuo. No decía

nada pero su cara lo expresaba todo".

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Estaba al límite de sus fuerzas, pero seguía sonriendo. Pilar Martín supone que le debía costar mantener aquella sonrisa,

pero afirma: "yo nunca se lo noté". A pesar de que no lo advirtieran, aquella sonrisa era fruto de la gracia y de la lucha,

y no fruto natural del carácter, y en aquella ocasión, aunque brevemente, se quebró.

"Comió en la cama turca -cuenta Lía-, acercándole la mesa. Yo le iba dando la comida, que tomaba dificultosamente.

Tuvimos la ocurrencia de guardarle el plato que habíamos tomado la víspera, el día de fiesta. 'Tú tienes también pollo -

le dije-, nosotras lo tomamos ayer'. Entonces se puso a llorar. Nos asustamos, porque no sabíamos qué le pasaba. '¡Lía,

no quiero, no quiero! -me contestó, nerviosa-, ¿es que no te acuerdas que no me gusta? ¿Ves?, ya no te acuerdas y te lo

dije el otro día'".

Fue una explosión de aquel antiguo rasgo de carácter, que parecía olvidado, y también la consecuencia de tantas horas

de dolor y de cansancio; como una cuerda de guitarra, que al templarla demasiado, se rompe por la tensión... Pero al

momento rectificó:

-"Pero Montse -le dijo Lía-, ¿por eso lloras? ¡Si me lo voy a comer yo encantada!

-No... ahora te voy a hacer que te mortifiques por mi culpa. ¡Soy tan poco mortificada, Lía! ¡Cómo me he vuelto! ¿Te

das cuenta?"

Era una manifestación de lo que explicaba el Fundador: "a medida que se avanza en la vida interior, se perciben con

más claridad los defectos personales. Sucede que la ayuda de la gracia se transforma como en unos cristales de

aumento, y aparecen con dimensiones gigantescas hasta la mota de polvo más minúscula (...), porque el alma adquiere

la finura divina, e incluso la sombra más pequeña molesta la conciencia, que sólo gusta de la limpieza de Dios".

"Pasó el día muy mal -sigue Lía-. Sin embargo, aunque sufría mucho, estuvo hablando, haciendo apostolado y riendo

con todas hasta que nos dimos cuenta del esfuerzo que hacía... Cuando nos quedamos a solas se desahogó conmigo...

Al poco rato llamó su madre para preguntarle cómo se encontraba y si quería que la viniesen a buscar. Montse le dijo

que no, que no se preocupase. Me sorprendió la respuesta. Me lo aclaró: '¿Sabes por qué? Ahora mamá tiene mucho

trabajo, es la hora de dar de cenar a los pequeños y acostarlos; y si me ve llegar así no querrá dejarme sola...'.

Antes de irse entró en el Oratorio y estuvo rezando. Se fue arrastrando la pierna. Daba pena verla".

Cuando se marchó se despidió de la Directora, sencillamente, con estas palabras:

-"¿Te das cuenta, Lía? Ahora sí que no podré volver más, cada vez ando peor. ¿Verdad que no puedo?"

No podrá salir más

"Recuerdo -cuenta su madre- cuando me la trajo Montse Amat... y me dijo:

-Manolita, no podrá salir ya más.

Aquella noche vino el doctor Cañadell y su esposa, medio en plan médico medio en plan amigo: queríamos celebrar

juntos el aniversario del comienzo de la labor con mujeres del Opus Dei. Cañadell le había hecho a Jorge una intervención en la rodilla y estaba acostado también: tenía la cama inundada de tebeos. Ibamos de una habitación a otra,

entre las bromas del doctor..."

"Mi mujer estaba en el cuarto de Montse, y -recuerda José Cañadell- yo la oía cantar y reír. Entonces Jorge preguntó

desde su habitación: ¿Qué estáis celebrando? Y ella dijo en voz alta, muy divertida, haciendo alusión a que el 14 de

febrero, además de ese aniversario, es el día de San Valentín:

-Pero, Jorge, ¿no te has enterado que hoy es el día de los enamorados?"

"Ahora, en la distancia, aquella situación, aquel comentario de Montse Amat, pueden parecer dramáticos, tremendos...

pero entonces no: lo llevábamos todo como la cosa más natural del mundo, especialmente Montse. No hay mérito

alguno por nuestra parte: ella nos lo hizo todo muy fácil..."

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"Ella nos lo hizo todo muy fácil". Es decir: Montse procuraba evitar todas las situaciones dolorosas que se dan con

frecuencia a lo largo de una enfermedad mortal. Una mañana, cuando vino el doctor, mientras le tomaba la presión, le

preguntó directamente:

-"¿Cómo estoy?"

Todos se miraron entre sí. El doctor Cañadell, tras una breve pausa, comentó:

-"Vas marchando".

Se hizo un silencio embarazoso. Nadie sabía qué decir. Hubo un cruce de miradas... Montse solucionó la situación al

momento: tomó un estuche negro -útil, pero de diseño no muy estético- que el médico había dejado encima de la cama y

le comentó a su padre, con humor:

-"Fíjate Papá: qué estuche tan mono..."

"Pocos días después -continúa su madre- el 22 de febrero, me preguntó:

-Mamá, ¿verdad que tú pides mucho por mí?

-¡Claro! -le dije- Pero tú, ¿qué quieres que pida? Que el Señor te ayude a sufrir, ¿verdad?

Asintió con la mirada. Entonces le pregunté:

-¿No te da pena irte?

Reaccionó enseguida, con una energía sorprendente, aunque estaba agotadísima:

-¡No! ¡No!"

La raíz de la alegría

Lía recordaba que Montse "vivía la Misa intensamente y cuando ya no pudo asistir, a causa de su enfermedad -y un

sacerdote iba a llevarle la Comunión todas las mañanas-, ofreció esa renuncia como un acto de mortificación". Se

limitaba a leer en el misal la Misa correspondiente a aquel día y a unirse a las intenciones del sacerdote.

El doctor Cañadell recuerda un hecho cotidiano donde se encuentra la raíz más profunda de la alegría de Montse:

"recibía a diario la Comunión y se confesaba con frecuencia. Lo sé porque a veces mi visita coincidía con la del

sacerdote y yo tenía que esperar a que terminara la acción de gracias tras la Comunión".

A veces, por el peso del cansancio y de las noches sin dormir, durante esas acciones de gracias después de comulgar se

quedaba dormida. Pedía siempre que la despertaran. Explicaba que la Comunión le daba fuerza para seguir luchando:

sin la Eucaristía no podía vivir.

La Eucaristía, la Confesión, "el Sacramento de la alegría": ésas son las claves fundamentales para entender la raíz

última de la sonrisa de Montse. En esos sacramentos y en su vida de piedad encontraba la fuerza, la gracia, el sentido

profundo para sobrellevar su dolor. ¿Qué habría hecho sin la Eucaristía?, se preguntaba. ¿Qué habría hecho sin poder

recibir al Señor diariamente?

"No había más que verla vivir las normas de piedad -escribe Pilar Martín- para saber de dónde procedía su fuerza".

El sacerdote que le llevaba la comunión advirtió que Montse repetía con frecuencia: "Hágase la Santísima Voluntad de

Dios", y otras jaculatorias que guardaban un eco inconfundible de las palabras del Fundador del Opus Dei, como:

"Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las

cosas. -Amén. -Amén..."

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23 de febrero. La última fotografía

"Esta es la última fotografía que le hice -comenta su padre- el día 23 de febrero. Anteriormente le había hecho otra, con

el pelo largo, junto con su madre".

"Pensamos en la conveniencia de cortarle el pelo -recuerda María Teresa- porque, largo como lo llevaba, se le enredaba

mucho y nos parecía que con el pelo corto estaría más cómoda. Antes de hacerlo, y con esta disculpa -aunque no le

hacía mucha gracia-, nos dejó que le hiciéramos alguna fotografía".

Esto era fruto también de la caridad con los demás. "Quería tener el cabello siempre limpio -recuerda Marisa-; pero

como vio que en la cama nos resultaba muy incómodo lavárselo, aunque le gustaba llevar el pelo largo se lo cortó..."

"Yo la miraba -continúa su padre- y me quedaba absorto... era como si aquella hija mía hubiese madurado de repente

humana y espiritualmente... Todo ese camino de identificación con Dios que a cualquiera de nosotros nos cuesta la vida

entera, ella lo estaba recorriendo rápidamente, casi sin darse cuenta, durante aquellos pocos meses de su enfermedad...

Yo veía, asombrado, cómo, día a día, se iba acercando a la muerte que siempre había deseado para mí: con aquella

presencia de Dios, con aquel abandono propio del espíritu del Opus Dei, con aquel afán apostólico y aquel olvido de sí

que la llevaba a no pensar más que en los demás, a no quejarse durante aquellas curas tremendas, a estar pendiente de

que su madre descansara... y siempre con aquella alegría formidable que no permitía que estuviésemos tristes...

Para que estuviésemos siempre alegres llegó a hacer incluso lo que más le podía costar físicamente: bailar. No se me

olvidará nunca aquella mañana. Como había que curarla a primeras horas del día, yo dejaba el despacho durante un

tiempo porque para realizar esas curas se necesitaban tres personas, por lo menos. Ella no quería que dejara de trabajar

para venir a cuidarla y me reñía cariñosamente. Un día la sostenía de pie, en el pasillo, esperando a que terminaran de

hacerle la cama. Estaba ya muy mal, muy débil... Debió verme un gesto de pena; no sé, el caso es que, para que yo no

sufriera, me dijo: 'Papá, ven, que vamos a bailar...'. Me tomó del brazo y quiso que bailáramos unos momentos..."

Aquel mismo día 23 de febrero, fue a visitarla Lía, que había tenido que ausentarse unos días fuera de Barcelona.

"Lo primero que hice al llegar fue ir a ver a Montse -recuerda- y me quedé horrorizada. Estaba como muerta. Casi ni

abrió lo ojos cuando entré. Estaba su madre que me dijo que me hizo una seña para que me sentara y me callara.

Había pasado uno días malísima y me dijo que había pensado que tendrían que llamarme...

Estaba muy preocupada porque en aquella situación no podía hacer bien las Normas de piedad... Yo la tranquilicé,

diciéndole que su oración actual era darle al Señor su sufrimiento con generosidad.

Me dijo que ya lo hacía

-Por las noches, cuando no puedo dormir, repaso una por una cada una de vosotras..."

El cansancio y el dolor la iban venciendo. Y aunque, como señalaba el Dr. Manuel Vall, "luchó heroicamente por

cumplirlas todas, a pesar de lo difícil que era esto en sus circunstancias", cada vez tenía menos fuerzas físicas para

hacerlas. Pidió que viniesen a verla algunas amigas suyas y la ayudasen a rezar; sobre todo algunas por las que rezaba

especialmente para que Dios les concediese la vocación: quería hacer todo lo posible por removerlas para que se

entregasen a Dios.

Aunque estaba agotada, no descuidaba los pequeños detalles de su vida de piedad con Dios. Ahora que todo le costaba

más, procuraba poner más amor, preguntando todo lo que no entendía. "Recuerdo -cuenta María del Carmen- que una

tarde le estaba leyendo 'Historia de un alma' de Santa Teresita de Jesús, y que a veces, después de la lectura del

Evangelio, me preguntaba por los pasajes y los términos que no entendía bien, por ejemplo cuando el Señor habla de la

piedra angular".

Intentaba rezar bien el Santo Rosario, y todo aquello que se refiriera a la Virgen. "La devoción a la Santísima Virgen -

recuerda Lía- fue (...) como la música de fondo de su vida de piedad". Y a pesar de que se encontraba cada vez más

desfallecida, cuidaba con esmero la oración, y anotaba en su pequeña libreta los propósitos de lucha que sacaba tras el

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examen de conciencia... El lunes 23 escribió por la noche: "Oración: mejor, con más ganas. Comunión: me ha costado

mucho, pero he luchado. Santo Rosario: una parte bien, dos no..."

Montse llevaba asiduamente su examen de conciencia en una pequeña libreta azul, muy sencilla, en la que apuntaba

cada noche sus propósitos de lucha. No era ningún "diario", porque no tuvo nunca esa costumbre.

"Una noche -cuenta María Teresa González, otra de las que le acompañaban-, cuando ya estaba muchos ratos del día como inconsciente, empezó como siempre a hacer el examen. Estábamos con ella su madre y yo. Se dio cuenta de que

no había hecho todas las normas de piedad que solía hacer y casi llorando nos dijo que sólo había rezado dos partes del

Rosario, y que no había rezado la Estación al Santísimo. La tranquilizamos y le dijimos que inmediatamente íbamos a

empezar a rezar, pero ella, con voz de angustia, me comentó:

-Es que, ¿sabes?, no puedo.

-Pero, ¿tú quieres? -le pregunté.

-¡Claro que quiero!

-Entonces no te preocupes, nosotras rezamos y tú nos escuchas.

Se quedó tranquila: sólo rezamos la estación al Santísimo y siguió hasta el final las oraciones, con mucho fervor,

aunque apenas se la oía".

Cuando rezaba...

"Cuando hacíamos la oración juntas, estando ella en cama -cuenta Carmen Salgado- me impresionaba verla; no hacía

nada extraño, pero reflejaba algo especial".

Rosa advertía ese mismo "no sé qué". "Me llegaba al alma -cuenta- cuando rezaba. Cuando rezaba, era como, como...

yo no sé cómo rezarán los santos, pero aquello para mí era como ver rezar a un santo. Porque en medio de un ataque de

dolor horroroso, me decía de repente: 'Rosa, vamos a hacer la oración'. Y durante la media hora de oración, mientras yo

le leía algún libro espiritual, estaba como... no sé... yo tenía la sensación de que estaba muy cerca, muy cerca del Señor.

No sé cómo explicarlo. A mí me impresionaba..."

"Yo no podía comprender cómo podía estar tan quieta, tan devota, sufriendo tanto dolor... Y así, cada día más. A lo

largo de la enfermedad la vi unirse con el Señor minuto a minuto. Fue un cambio tan rápido, tan profundo, que un día le

pregunté:

-Montse, ¿tú eres la misma de siempre, verdad?

Entonces me contesto que sí; pero que sentía la inminencia del Cielo y aquello la espoleaba a luchar...

Me asombraba ver cómo se había identificado totalmente con la Voluntad de Dios: me decía constantemente que todo

lo que Dios nos envía había que aceptarlo como venido de su mano. Y ella se dejaba llevar de la mano de Dios. Me

estaba enseñando con su propia vida lo que nos decía nuestro Fundador: que tener la Cruz es encontrar la felicidad y la alegría; es identificarse con Cristo, ser Cristo, y por eso, ser hijo de Dios. '¿Y qué puede temer un hijo, si sabe que su

Padre es Dios?'"

"Era muy agradecida. Y el día que me despedí de ella me dio las gracias por todo; me aseguró que en el Cielo rezaría

especialmente por mí, para que continuara siendo feliz; y me dijo unas cosas tan bonitas, tan bonitas, que no las olvidaré

nunca..."

"Al final, en las dos últimas semanas, me dijeron que estaba muy agotada y que era mejor que no fuera a verla. Querían

que descansara en aquellos últimos días, tan dolorosos..."

Tuvieron que reducir el número de visitas porque durante aquellas últimas semanas se habían sucedido sin cesar las

visitas de sus amigas. "Cuando oíamos el ascensor -recuerda su madre- nos quedábamos en suspenso, y respirábamos

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aliviadas cuando no llamaban a nuestra puerta... En nuestro mismo rellano vivía un médico, que recibía visitas tres

veces por semana; y al oír pasos decíamos: 'Hoy tiene visita el Doctor Sáenz'. Pero fallábamos muchas veces; y la

habitación se llenaba de amigas. Montse, aunque estuviera rendida, las recibía siempre con una sonrisa; y aunque le

costaba mucho hablar, intentaba decirles siempre algo que las acercara a Dios. Pero al final, cuando se iban, le

cambiaba el gesto, se quedaba desfallecida; y me decía:

-No podía más, mamá. No podía...

Yo intentaba que no las recibiera a todas. Pero ella nunca tuvo un no... Un día vinieron a verla dos amigas y me dijeron:

-No le diga que estamos aquí. Dígale sólo que hemos telefoneado para ver si podíamos venir.

Yo preferí decírselo con toda claridad.

-Montse, han venido dos chicas que quieren verte. Ellas creen que tú no sabes que están aquí, así que dime con toda

libertad, Montsina. ¿Te apetece que entren un ratito? Si no te apetece, no las recibas...

-Mamá -me contestó-, no estamos aquí para hacer lo que nos apetezca; que pasen".

Aunque la vida se le iba, esas visitas se desarrollaban siempre en un clima de serenidad y de alegría: "Todas las personas que iban a verle durante su enfermedad -comenta Montse Amat- salían impresionadas. Una de sus amigas

comentaba: 'Cuando yo iba, salía siempre con paz y con deseos de ser mejor, nunca con tristeza'". Ya lo decía una

amiga de su madre, Montserrat Raventós: "es que visitar a Montse, hace mucho bien".

Muchas veces empezaba a rezar y se dormía, rendida por el dolor. "De repente, se despertaba un poco y decía a su acompañante: '¿Por qué no me llamas? ¿No ves que no he terminado aún la oración?' Para tranquilizarla le decían que

no se preocupase, que ofreciera aquella contrariedad y eso le valdría como oración. Y contestaba (...):

-Bueno, así todo el día estoy haciendo oración, porque lo ofrezco todo. Pero yo quiero cumplir el plan de vida".

-"La oración, sabes -le comentaba a Lía-, se me hace pesada; no puedo coordinar ideas; quiero, pero estoy tan tonta..."

-"No te preocupes, Montse. La oración más agradable a Dios es precisamente el ofrecimiento gustoso de tus

sufrimientos. Acuérdate de ese punto de 'Camino': 'Para un apóstol moderno una hora de estudio es una hora de

oración'. Y a ti el Padre te diría seguramente que una hora de sufrimiento es una hora de oración".

-"Sí. Es cierto -dijo con tono algo triste-. Es lo único que le puedo ofrecer..."

-"Pero Montse, ¿no crees en el valor del sufrimiento?"

-"Sí, pero es tan poco... Pero así es nuestra vida: irnos entregando como nos dice el Padre, exprimidos como un limón..."

"En esos últimos días -cuenta Montse Amat- estuve mucho con ella porque Lía y yo nos alternábamos para cuidarla

durante la noche". A Montse Amat le impresionó el vivo interés de Montse por hacer las prácticas de piedad de su plan

de vida cristiana: "Cuando ya no sabías qué hacerle, te preguntaba con gran paz:

-Oye, y si hiciéramos una norma de piedad, ¿qué tal?"

Estaba preocupada por las que se quedaban a cuidarla durante la noche: "Nos preguntaba siempre -cuenta una de las que

la acompañaban- si pasábamos frío, y nos decía que tomáramos algo... A veces la oía susurrar en voz baja. '¿Quieres

algo, Montse?', le preguntaba.

-No -me contestaba-. Estoy diciendo jaculatorias..."

Recuerda Montse Amat que uno de aquellos días comenzaron a rezar el Rosario: "Yo, viendo cómo se encontraba, le pregunté si se encontraba con fuerzas para rezarlo, y ella me dijo: 'sí, sí, quiero rezarlo'. Montse rezaba en silencio y

cada vez que terminaba un avemaría, me hacía una señal para que yo pudiese continuar".

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Le costaba cada vez más sostener una conversación prolongada; pero si por cualquier causa debía quitarse el anillo -

aquel anillo que le recordaba que debía ser fiel a Dios dentro del Opus Dei- extendía la mano para que se lo pusieran. Y

si el crucifijo -el crucifijo que le había regalado el Fundador- se perdía entre los pliegues de las sábanas, lo buscaba

hasta encontrarlo y lo besaba con cariño. A veces, cuando subía las sábanas, sólo usaba dos dedos -era un gesto

característico suyo- porque tenía el crucifijo en la mano... "Lo quiero tener cerquita -le comentó a Lía-; por las noches

es cuando más lo necesito".

"Una noche, después de hacer el examen de conciencia -cuenta una-, al cabo de un rato alargó la mano buscando algo.

Yo le pregunté qué quería. Me indicó que se nos había olvidado el agua bendita'. Tenía la costumbre de rociar la cama

con este sacramental, invocando a Dios para que la protegiese durante la noche". Esta es una de las devociones

seculares del pueblo cristiano que viven los miembros del Opus Dei, y que ha sido recomendada por muchos santos,

entre ellos Santa Teresa, que decía que "de ninguna cosa huyen más los demonios para no tornar".

A pesar de su estado de agotamiento general, no se olvidaba de los demás. Estaba preocupada por que su madre

descansara. Una noche, nada más llegar Lía, le dijo:

-"Lía, tendríamos que conseguir que mamá se acueste. Ella quiere quedarse siempre en el primer turno y yo no quiero,

porque es cuando más os doy la lata, ¿sabes? ¿Verdad que no te sabe mal que hagamos trampas? ¿Qué te parece si

cuando venga mamá y nos diga que ella se va a quedar en vela hasta las cinco, yo le digo: 'lo echaremos a suertes, por

medio de unas pajitas'? Mira, ésta es la mano que tienes que señalar. Luego, yo te diré las medicinas que me tienes que

dar y así ella podrá descansar..."

"Esta mañana estuve con Montse -escribía Lía a Pepa Castelló-. Queríamos escribirte, pero nos ha sido imposible. No

sabes el trabajo que tenemos todos los días allí. Se despierta todos los días muy tarde y después empieza (...) la cura,

que dura aproximadamente dos horas, haciéndole pasar un rato infernal. Desde hace una semana la cosa ha ido

empeorando. Está llagada y supurándole la pierna por todos lados. Pero sigue tan maja.

Cada día es una sorpresa, ya que nunca sabes cómo la vas a encontrar. Hay días que está animosa y parece que pasa el

día bien. Y al cabo de un cuarto de hora se encuentra fatal, pero ¡si vieras cómo sabe aprovechar esos ratillos! Se

acuerda de todo el mundo. También de Italia (...), escribidla muchísimo. Le hace gran ilusión.

Vamos todos los días tres de nosotras. María Campí, una Supernumeraria, una tía de ella y su madre. Toda esa gente es

la que nos trasladamos todos los días allí y créeme que no sobra nadie. Ahora ya hemos establecido un turno continuo

entre nosotras (...) para que no esté nunca sola. Es edificante como sabe llevarlo".

Un abrazo de despedida

"El día 8 de marzo -recuerda su madre- le dije por la mañana:

-Montse: habíamos pensado, si a ti te parece bien, que te administraran esta tarde la Extremaunción... Ya sabes que es

un Sacramento de vivos, ¿verdad? y como estás ahora en plenas facultades... Y además, entre otras cosas, este

Sacramento es para pedir la salud del cuerpo, si conviene...

-Lo que vosotros queráis, me contestó enseguida".

"Estábamos a su lado Lía y yo. Luego estuvo unos momentos callada y le preguntó a Lía:

-Lía, tú ¿cómo me ves?

-Yo... te veo muy mal -le contestó-. Y tú, ¿cómo te encuentras?

-Pues... verdaderamente me encuentro más débil, más agotada, sin fuerzas...

A continuación puso una cara muy risueña, como divertida. Lía se sorprendió al ver ese cambio:

-No -le dijo sonriendo-, no te creas que me río de ti, Lía; es que me hace gracia la cara que pones.

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Se quedó en silencio. Al rato me preguntó, refiriéndose a su muerte:

-¿Y qué pasará, mamá? ¿Cómo pasará?

-Montse, yo creo que pasarás del sueño al Cielo.

(Se lo dije muy convencida de que podría muy bien suceder así, porque en los ratos en que se quedaba medio

adormecida, me sentaba a su lado, le tomaba la mano y le controlaba el pulso...)

-¡Qué cómodo, sin sufrimiento!, me comentó, con cara de preocupación".

-"¿Cómodo?, le dije, extrañada; Y empecé a enumerarle todas las incomodidades que estaba sufriendo: las curas, la sed,

la inapetencia, el no poderse mover...

-Sí, todo eso es cierto, pero es tan poco... ¿No tendrán que operarme o hacerme algo? Porque así, qué fácil es morirse..."

"Entonces me sonrió de nuevo, se quedó en silencio y me dijo:

-Oye, pues si es así, no nos vamos a poder despedir.

-¿Quieres que lo hagamos ahora?, le pregunté.

-Sí, sí.

Entonces me arrodillé junto a la cama y nos dimos un larguísimo abrazo..."

"...Después de aquel abrazo de despedida -continúa contando su madre- comenzó a empeorar, de tal forma, que se

ahogaba... Y yo sufría mucho pensando en la posibilidad de que se muriese asfixiada. Me daba mucha pena que en el

último momento pudiera pensar que su madre la había engañado... porque el doctor Cañadell me había dicho que la

muerte podría sobrevenirle en uno de esos ahogos..."

2. 8 DE MARZO. LA EXTREMAUNCION

"Su padre -recuerda Carmiña- quiso explicarle aquella noche con todo detalle el Sacramento de la Unción de los

Enfermos, que entonces se llamaba Extremaunción, para que lo aprovechara bien.

-Mira, hija mía -le dijo-, primero vendrá el sacerdote y te hará una cruz con el óleo en la frente. Acuérdate en ese

momento de pedir perdón por los pensamientos que te hayan podido apartar del Señor: las faltas de caridad, los juicios

temerarios...

Estábamos también en la habitación su madre y yo, en completo silencio. Su padre seguía:

-Luego el sacerdote te hará una cruz en el pecho, sobre el corazón. Pídele entonces perdón al Señor por los

sentimientos, por las intenciones menos rectas..."

Por la tarde vino don Florencio y le administró la Extremaunción, después de explicarle detalladamente el sentido de

cada uno de los actos litúrgicos. La acompañaban sus padres, sus hermanos mayores, Lía, Carmiña, María Teresa... Su

madre no dejó de sonreír para animarla durante todo el tiempo.

Comenzó don Florencio:

"Introeat Domine Iesu Christe, domum hanc sub nostrae humilitatis ingressu, aeterna felicitas, divina prosperitas, serena

laetitia..."

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Le ungió los ojos, las orejas, la nariz, los labios, las manos y los pies y concluyó:

"...atque Ecclesiae tuae sanctae, cum omni desiderata prosperitate, restituas. Per Christum Dominum nostrum".

-"Amén".

Más tarde, cuando se hubo ido don Florencio, Montse preguntó:

-"Tengo tantas ganas de irme..., ¿cuándo se acabará?"

Le dijeron que quizá el Señor quería que ayudase todavía un poco más, con su sufrimiento ofrecido a Dios, al Padre, al

Opus Dei...

-"Entonces no me importan unos días más. O cuando quiera el Señor".

"Mientras le administraban la Extremaunción -recuerda Carmiña- estuvieron presentes algunos de sus hermanos:

Enrique, que vino del Seminario, Jorge, Pilar y Nacho, que tenía entonces trece años. Las gemelas no, ni Rafael, el

pequeño. Al acabar Nacho salió con los ojos llorosos. Luego salió Enrique, llorando también y se quedó con él. Y le

decía a su hermano:

-Nacho, no llores. Montse se muere muy contenta porque va al Cielo y va a dejar de sufrir...

Los que veíamos aquello estábamos muy emocionados. Y en ese momento el padre de Montse comentó, bromeando,

para aliviar la tensión:

-¿Lo veis? Enrique se prepara para ser cura (...). Ya está dándole sermones a su hermano...

Y nos reímos todos".

Sí que puedo

Aquel 8 de marzo fue un día intenso. "Por la noche de ese mismo día -comenta Montserrat Amat- estaba agotadísima;

no podía ni escribir su examen de conciencia en la agenda. Le dije que no se preocupara, que lo hiciera, pero sin

anotarlo.

Empezó, y al poco rato, haciendo un esfuerzo, me dijo:

-Dame la agenda, que sí que puedo.

Y, efectivamente, lo hizo como todas las noches".

Empezaron los últimos días, penosos y duros, de su enfermedad. La sostenía la Eucaristía: recibía al Señor diariamente.

Como le resultaba muy penoso digerir los alimentos, tenía que ayudarse bebiendo un poco de agua.

Un día, dos amigas que habían venido a verla, al despedirse le comentaron que se iban a Llar, donde tendrían una

Bendición con el Santísimo. "¡Qué envidia!", exclamó. Y no podía evitar que, de vez en cuando, al hacer la oración se

le escapase una súplica en voz alta, dirigiéndose a la imagen de la Virgen de su cuarto:

-"Señora, ¿cuándo me llevarás?"

Pero no se dejó llevar por la impaciencia, aunque a veces, el dolor la vencía. "Una noche -recuerda Montse Amat-

estábamos Lía y yo con ella y se le escapó, como en un suspiro:

-Es que no puedo más, no puedo más.

Nos acercamos para cambiarla de posición y hacerle algo que la aliviara. Entonces añadió, ofreciendo esos dolores:

Page 179: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-Sí que puedo, sí. Por el Padre, por el Padre..."

Las notas del examen de conciencia de estos últimos días testimonian su lucha diaria por vivir con amor las costumbres

de piedad cristiana, propias de una persona del Opus Dei, aun cuando se encontraba físicamente desfallecida. Ese

examen diario no era el fruto de una búsqueda perfeccionista o escrupulosa de los propios fallos. Era, como enseñaba el

Fundador, "una necesidad de amor". Al acabar el examen surgía un acto de contrición y de petición de gracias para el

día siguiente.

El día 8, domingo, escribió: "Oración tarde y medio dormida, pero he luchado". El día 9: "Oración bien, Comunión

mejor". El día 10: "Oración de la tarde bien, Comunión bien, Santo Rosario dos partes bien, Evangelio algo mejor..." El

día 12, jueves: "Oración de la tarde bien, Comunión bien (...), Examen particular bastante mejor. Momentos de

desánimo, luego alegría".

Hasta el último momento debería luchar contra aquellos "prontos" de su carácter. El día 13, viernes, anotó: "Oración de

la tarde bien, nervios".

El día 14: "Desasosiego y falta de paz, luego ya no".

Y el día 15 hizo la última anotación: "falta de paz y desasosiego, como sola".

Esa sensación de soledad -unida a las dudas, a los temores y las tentaciones que el Señor permite en muchas almas para

purificarlas- fue posiblemente una de las últimas pruebas que Montse debió soportar en esta tierra.

..........

"Un día, al llegar -cuenta Carmiña-, vi que estaba muy agitada y muy nerviosa. Y recordé, aunque yo no sabía nada de

lo que le pasaba, que es frecuente que los moribundos sufran, en los últimos días, muchas tentaciones: sobre todo contra

la esperanza... Y le dije:

-Mira Montse: cuando el demonio ve que una persona está a punto de morir, da la última batalla; porque el demonio existe, y tienta, y no nos deja hasta el último día de nuestra vida... Ahora te pueden venir muchas tentaciones contra la

esperanza. Tú no te preocupes: acude a la Virgen. Confía en Ella. No te asustes de lo que se te ocurra. Tú no tienes la

culpa. Por ejemplo, piensa: hay una mosca en ese cristal. Nosotros no la hemos puesto ahí... no la podemos quitar; pero

no tenemos que detenernos en ella, fijándonos cuántas alas tiene, de qué color es... Ahora te puede asaltar la duda sobre

si te vas a condenar o no; o puedes tener alguna tentación contra la esperanza; o quizá se te escape pensar: 'qué injusto

es Dios que me quita la vida en plena juventud...' No te inquietes: reza, confía y acude a la Virgen.

Asintió. Y al rato me dijo:

-Oye, Carmiña: ¿de qué color serán los ojos de la Virgen? ¿Azules o verdes?

-Pues no lo sé -le dije, sorprendida-, quizá sean verdes...

Y exclamó, mirando la Virgen de Montserrat:

-¡Madre mía, te quiero, te quiero! Madre mía, te quiero..."

"Sin duda -escribía Lía al Fundador del Opus Dei, el 14 de marzo- hemos notado el empujón que nos está dando

Montse. Se acuerda mucho de todo el mundo y sabe ofrecer con generosidad y alegría todos sus sufrimientos, que ahora

actualmente ya van siendo muchos, aunque su máxima preocupación es, o por lo menos ha sido, hasta hace unos días,

que no sufría nada por la Obra, que era demasiado cómodo morirse, mientras todos trabajamos tanto. Lo decía con tal

convicción, que emocionaba oírla. Ahora sí que esperamos sea muy pronto el desenlace".

3. 19 DE MARZO. SAN JOSE

Page 180: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"La noche del 16 al 17 -cuenta su madre- creíamos que se nos moría y a las cuatro de la mañana llamamos al médico

porque se puso muy mal.

Ella estaba muy contenta porque pensaba que ya le había llegado el momento... El médico vino a las seis de la mañana y

nos dijo que la encontraba peor. El pulso seguía firme, pero su respiración era más fatigosa y tenía mucha sed: no podía

beber casi nada y se ahogaba aunque fuera sólo con un sorbo de agua".

"Entonces -cuenta Carmiña- el médico dijo: 'no creo que pase de mañana'.

Sus padres decidieron decírselo.

-Sabes una cosa, Montse -le dijo su padre- que... ha dicho el médico que a lo mejor... te vas mañana.

-¿De verdad mamá? -exclamó, contentísima- ¿Que voy a irme ya? Jorge, ¿te das cuenta? El Cielo para siempre... ¿te das

cuenta, Jorge? ¡Al Cielo! ¡Me voy al Cielo!

-Sí, hija mía -le comentó su padre, apenado- tú te vas y vas a ser muy feliz... ¡Pero cómo te vamos a echar de menos...

cuando crezca Rafita... o se ordene Enrique...

-Pero Papá... ¡Si lo voy a ver todo desde el Cielo! ¡Si voy a rezar desde allí por todos!

Y siguió contándole a su padre de lo que haría por ellos desde el Cielo..."

La noticia de su muerte inmediata le había iluminado el rostro con una sonrisa de felicidad. ¡Ya estaba muy cerca del

Cielo! Comenzó a decir que San José la iría a buscar y a repetir: "Jesús, José y María, acoged cuando muera el alma

mía".

¿Cómo será el cielo?

-"¿Dime cómo será el Cielo?, me preguntó -cuenta Lía-.

-Algo maravilloso que no puedo explicarte, pero me consta que vas a ser muy dichosa..., le dije.

-¡Para siempre en el Cielo! -exclamaba- ¡Es demasiado, Señor, no lo merezco!

Luego se volvió hacia mí y me dijo con mucha fuerza:

-Tenéis que ayudarme mucho... Tengo miedo, ¿sabes?

Y de repente, haciendo un gesto con la mano, como queriendo abarcarlo todo, me dijo:

-Todas, que me encomienden todas; os quiero a todas mucho, mucho...

Se hizo un silencio. Y volvió a preguntarme:

-Lía: ¿tú crees que el Señor me quiere en el Cielo? A veces tengo ratos en los que me lo paso muy mal. Son como

tentaciones que vienen y vuelven... Pero si tú me dices que iré te creo, te creo...

-Mira, es tan maravilloso que no puedo explicarte. Pero me consta que vas a ser muy dichosa... ¿Te acuerdas de lo que

leemos en Santa Teresa, cuando dice que se siente incapaz de contar lo que es, porque no hay palabras humanas para

expresarlo...? ¿Cómo quieres que te lo explique yo, que no lo he visto?

Entonces me tomó fuertemente de la mano y me dijo:

-Dímelo, repítemelo una y otra vez: iré al Cielo, iré al Cielo, iré al Cielo...

Page 181: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Se lo repetí varias veces y entonces dijo con mucha fuerza:

-Pero, Señor, ¿cuándo?...

Y añadió, casi gritando:

-Virgencita: ¡te quiero mucho, mucho, mucho...!

Luego bajó la voz y dijo:

-Soy una tonta, pero si no se lo digo así de fuerte, me parece que no se lo digo...

Cerró los ojos, y comenzó a decir jaculatorias: Jesús, Jesús, Jesús... y me pareció que se quedaba dormida".

"El día 18 vino María Campí muy pronto por la mañana -sigue contando Lía- para que pudiéramos ir a Misa. Se fueron

sus padres y Montse Amat. Yo quería ir también, pero Montse no quiso que me fuera y me quedé con ella. Me apretaba

fuertemente la mano.

-Lía..., ¿cómo será el Cielo?, me volvió a preguntar.

Yo le dije lo que pude: que era un lugar maravilloso, muy cerca de Dios...

-¿Te das cuenta -le comenté- de que pronto vas a ver a la Abuela y a tía Carmen y a todos los del Opus Dei que han fallecido...? ¡Cómo te recibirán! ¡Que alegría habrá en el Cielo...! Acuérdate de contarle a Dios muchas cosas de

nosotras, y de pedir por las intenciones del Padre... Y allí también estará Isidoro: ¡qué alegría tendrá de verte, con la

guerra que le estamos dando...!"

Concluye Lía:

"...Se quedó silenciosa unos momentos. De repente empezó a dar palmas y dijo:

-¡Olé, olé, mañana San José; vendrá a buscarme y me iré al Cielo!"

Amaneció el día de San José. Aquél -soñaba- era su día, su "dies natalis", el día de su nacimiento en el Cielo... El día en

el que, como les había enseñado el Fundador del Opus Dei, se iba a encontrar ¡al fin! con el Amor, con toda su belleza,

con toda la grandeza y la riqueza y la armonía y el color... Se había pasado la tarde anterior diciendo jaculatorias:

-"Mañana, San José; mañana me iré: me vendrá a buscar el Patrono de la buena muerte... Jesús, José y María, asistidme

en mi última agonía... Jesús, José y María, acoged, cuando muera, el alma mía".

Don Emilio Navarro fue a verla: "me preguntó -cuenta- por las chicas que iban por Llar, y me dijo que estaba contenta,

porque, gracias a su enfermedad se habían acercado al Opus Dei algunas amigas suyas... La vi tranquila, cansada, pero

sin inquietud de ningún tipo. Recuerdo que estuvimos hablando de Bartolo Llorens, un chico del Opus Dei que había

fallecido años antes, poco después de pedir la admisión, como ella, y que ofreció por los apostolados de la Obra todos

los sufrimientos de su enfermedad..."

Pero iban pasando las horas del día de la fiesta del Santo Patriarca y... nada.

Incluso aquella tarde, qué ironía, experimentó una leve mejora...

Lía recuerda que "no comentó nada, ni una sola vez". A las doce de la noche rezaron las dos por las intenciones del

Fundador: "Misericórdia Dómini ab aeterno et usque in aeternum super eum: custodit enim Dóminus omnes diligentes

se..."

"Y entonces -concluye Lía- me dijo en tono algo triste:

-¿Sabes? Parece que me encuentro mejor..."

Page 182: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

El Señor le pidió el sacrificio de esa última ilusión: la de "irse" en el día de San José.

"Estaba en un estado médicamente preagónico, con muchas dificultades respiratorias -recuerda don Emilio Navarro, que

fue a verla en la tarde del día siguiente- y de vez en cuando tenían que incorporarla, porque se ahogaba. Sufría intensos

dolores y había sufrido un gran desencanto porque no se había muerto el día anterior. Y de alguna manera hubo que

consolarla...

-Mira, Montse -le dije-, si Dios quiere que estés aquí, con nosotros, será para algo. Quizá el Señor quiera que vayas a su

lado más purificada y que le sigas ofreciendo tu dolor..."

Lo aceptó. Y poco tiempo después, le dijo a Lía:

-"¿Sabes qué pienso? Que ya no voy a preocuparme más. Cuando Dios quiera se me llevará".

Sus padres no perdían la esperanza... y como todos los días seguían rezando la novena a Isidoro. Pero en aquella

ocasión su padre, al acabar la oración -..."y ser apóstol de mis amigos y compañeros: dígnate glorificar a tu siervo y

concédeme por su intercesión el favor que te pido"- dijo en voz alta la petición que ya todos le habían dicho a Dios con

el corazón:

-"Por la curación de Montse".

"Yo estaba arrodillada junto a su cama -cuenta Lía- y Montse me cogió la mano y me dijo:

-¿Tú no pedirás eso, verdad?

-¿Qué quieres que pida?

-Que me vaya al Cielo pronto..."

Poco tiempo después Manuel Grases se despidió de su hija, como todos los días, para marcharse al trabajo. Montse le

preguntó:

-"Papá, ¿me dejas marchar?

-¿Marcharte, Montse? -preguntó sin entender- ¿A dónde te quieres ir?

-¡Papá, por Dios! -le contestó con fuerza-. ¡Al Cielo! ¡Al Cielo me quiero ir!"

Iban pasando las horas del día veinte de marzo entre ahogos progresivos. Se encontraba muy cansada y abatida.

Vino el doctor Cañadell, que comprobó que la caquexia había llegado a extremos alarmantes y se había complicado con

las metástasis pulmonares. Esto era lo que le producía los fuertes ahogos. Ella estaba pendiente del médico. De pronto,

le preguntó:

-"¿Falta mucho todavía?"

-"Montse, eso depende de Dios -contestó José Cañadell-. Pero desde un punto de vista médico se puede pensar que aún

te queda bastante".

"Al despedirse -cuenta Manuel Grases-, el médico nos dijo, sin que lo escuchara Montse, que todo podía ser cuestión de

horas o de muy pocos días.

-¿Ves papá? -comentó Montse, cuando todos volvimos a su lado-. San José no me ha llevado... Estoy tan cansada!

¿Cuándo será?

Yo la veía con tantos deseos de estar ya junto al Señor, que impulsado por un afán de verla feliz, después de tantos

sufrimientos, movido de un modo inexplicable, le dije para consolarla:

Page 183: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-Mira Montse: indudablemente, sólo Dios sabe el día y la hora. Pero puedes tener la seguridad de que el día de Pascua

de Resurrección estarás a su lado en el Cielo.

Montse me abrazó y exclamó:

-¡No papá...! ¡tan tarde! ¡Lo deseo tanto...! ¿Y falta mucho?

-No, Montse: sólo nueve días (...).

Entonces sonrió feliz y se quedó descansando".

Se acercaban las solemnidades de la Semana Santa. Una Semana Santa en la que el Señor le hizo participar muy

íntimamente de los sufrimientos de su Pasión. Vivió aquellos días íntimamente unida a la Cruz, incluso físicamente: en

medio de todos sus dolores, nunca abandonaba el crucifijo que le había regalado el Padre. Lo tenía siempre entre las

manos, lo mismo que el anillo.

"Aquel anillo -cuenta Carmiña- estaba sin grabar y entonces pensé que le haría ilusión que le grabaran la fecha del día

en el que hizo la Fidelidad, y le dije:

-Oye, Montse ¿Por qué no me lo dejas y se lo llevo a Oriol para que te lo grabe?

-No, Carmiña -me contestó- porque de noche, cuando me encuentro muy mal, lo toco, me acuerdo de Dios y sentirlo

cerca me ayuda a ser fiel...

-Pero Montse, si en grabar no se tarda nada, si eso lo hacen en el día...

-Bien -aceptó- te lo dejo unas horas, pero luego enseguida me lo devuelves...

Y así lo hicimos. Me lo dejó y a las pocas horas se lo devolvimos.

En esos momentos, como se encontraba tan desfallecida, se le caía con frecuencia el crucifijo de entre los dedos y nos

pidió que se lo colgásemos del cuello. Entonces lo tocaba con la mano y unía su anillo con la cruz. Y así pasaba

aquellas noches tan malas".

Intentaba hablar, pero no se la entendía. Y seguía pensando en el Cielo...

-"Soy una egoísta -le comentaba a Lía-. No hago más que pensar en el Cielo..."

-"Haces bien, Montse. Es justo que empieces a disfrutarlo y a pensar en la recompensa. De todas formas, acuérdate que

estás todavía aquí, y te necesitamos mucho para que nos encomiendes".

-"También lo haré allí, no te preocupes..."

Vinieron las que habían pedido recientemente la admisión en el Opus Dei. Entre los saludos, les decía:

-"Sed fieles, sed fieles, que vale la pena".

Cada vez estaba más débil. Avisaron al médico, que la reconoció y salió luego para hablar con los padres. Regresaron

todos menos el doctor.

-"¿Qué ha dicho el médico?", preguntó a una de las que estaban allí, que miró a su madre sin saber qué hacer.

-"Díselo -le dijo su madre-, ¿no ves con qué cara tan sonriente lo pregunta?"

-"Pues nada, Montse, que puedes irte en cualquier momento".

"Entonces le dio un abrazo tan fuerte -cuenta su madre- como si acabara de darle la mejor noticia".

Page 184: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Ese deseo de "irse" era fruto del amor. Un amor "más fuerte que la muerte", como se lee en la Sagrada Escritura, pero

que no le quitó el miedo, tan humano, ante ese paso definitivo, y que se expresa en aquel poema que había transcrito

tiempo atrás:

"Una de esas noches -recuerda su madre- me dijo con una mirada que reflejaba una gran preocupación:

-Mamá, tengo miedo...

Era como si se sintiera culpable de tener miedo. Yo le dije:

-Montse, es natural que tengas miedo... pero eso no es malo. ¿No te acuerdas de que Jesús en el Huerto de los Olivos,

sintió miedo y pidió: 'Padre si es posible pase de mí este cáliz'?

Intenté tranquilizarla a mi manera, pero a ella le parecía que estaba faltando en algo..."

Pasaron lentas las horas de aquel día. Montse esperaba impaciente la llegada de Lía a primera hora de la tarde.

-"Cuánto has tardado hoy, Lía" -le dijo al llegar.

-"Pero Montse, si he venido a la misma hora de todos los días..."

-"Ya lo sé -dijo con voz entrecortada por el agotamiento-, pero es que tenía ganas de verte para contarte muchas cosas.

¿Sabes? Tengo de nuevo miedo a la muerte, he tenido mucho miedo; he dudado si existiría el Cielo, si no nos

engañaríamos..."

-"Pero Montse... ¿Puedes dudar tú, por un sólo momento, de que no te queramos tu padre, tu madre y todos los que

estamos contigo?"

-"¡No, no!, dijo con gran fuerza".

-"Entonces, ¿cómo vas a dudar del Señor, que te quiere hasta el extremo de darte esas fuerzas que tienes para aguantar

todo esto, que aunque tú digas que no es tanto, yo sé que es mucho...?"

-"Sí, todo lo que dices es cierto; pero temo no ser valiente y me da miedo la muerte y el sufrimiento..."

-"También el Señor tuvo miedo en el Huerto de los Olivos ¿Recuerdas? ¡Padre! -exclamó-: pase de mí este cáliz,... pero

hágase tu voluntad... ¿Por qué no vas a tenerlo tú?"

-"No quiero tener miedo, pero ¿sabes? -y se tocaba las sienes-, es que me vienen unos pensamientos tan raros y no

quiero... ¿Por qué no me pones agua bendita en la almohada? También he pensado en el ataúd y me da miedo..."

-"¿Por qué piensas esas cosas? Mira tu alma vale mucho más que tu cuerpo, y tu cuerpo lo trataremos muy bien porque

te queremos mucho. Pero tú no pienses en eso. Piensa ahora en tu alma, que es tan bonita, y Dios la está esperando para

llenarla de felicidad..."

-"Es cierto, qué tonta soy. Pero Lía, ¿verdad que no me dejarás hasta el último momento?"

-"Te lo prometo Montse: hasta el último momento estaré contigo, hasta que nos dejes..."

-"Y yo te prometo que no os dejaré. Desde allí te ayudaré mucho..."

Con toda esta conversación se había quedado agotada. "Le aconsejé que descansara un rato -cuenta Lía- y así lo hizo.

De vez en cuando movía levemente los labios, y decía algo imperceptible".

-"¿Quieres decirme algo?, le pregunté.

-No; estoy diciendo jaculatorias".

Page 185: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Me alegré mucho -cuenta su madre- de que aquella misma tarde viniese a verla don Emilio Navarro. Nada más llegar

le conté mi conversación del día anterior. Entró en la habitación. Montse estaba muy cansada y don Emilio le dijo que

no se preocupase si no podía contestarle:

-Tú me escuchas, ¿verdad Montse?

Ella asentía con la mirada.

-Pues mira, recuerda ahora la agonía de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto poco antes de la Pasión. Se lee en los

Evangelios que Jesús tuvo miedo...

Me llamó la atención la coincidencia de que los tres, don Emilio, Lía y yo, le hubiéramos dicho lo mismo... Y se quedó

serena. Nunca más la volví a ver preocupada.

Incluso estaba más feliz que antes. Un día estábamos las dos solas y calladas, y de repente me miró y me dijo:

-Mamá, ¡qué felices somos nosotras!"

Domingo de Ramos

¡Aquel Domingo de Ramos fue tan distinto! No hubo el bullicio matutino de años anteriores, cuando salían todos los

hermanos a la calle con las palmas, y su padre sacaba la cámara de cine y filmaba a los más pequeños mientras

sujetaban con fuerza las palmas, que flameaban indecisas en el aire. Ahora todo era silencio en torno a Montse. Junto a

la imagen de la Virgen, estaba la palma que le había enviado Rosa.

Lía estuvo toda la tarde a su lado. Montse estaba muy amodorrada. De vez en cuando se despertaba y conversaban a

ratos. "Hubo un momento -recuerda Lía- en el que se incorporó y empezó a decir jaculatorias casi a voz en grito. Besaba

frecuentemente el Crucifijo y le decía al Señor muy de prisa, aunque ya casi no podía hablar porque se ahogaba mucho:

-Señor, te quiero mucho, mucho, mucho y a la Virgen también.

Intenté sosegarla:

-Montse, serénate, tranquilízate, descansa... ¡Si el Señor ya sabe que le quieres mucho...! Díselo bajito: yo te iré

diciendo jaculatorias y tú las vas repitiendo...

-Sí, Lía. ¿Pero sabes qué me pasa? Que si no se lo digo así, me parece que no me oye... ¡y le quiero decir tantas veces

que lo quiero mucho, mucho, mucho...!"

Lía empezó a decirle algunas de las jaculatorias que enseñaba el Fundador del Opus Dei:

-"Corazón Dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro... Corazón Sacratísimo de Jesús, danos la paz... Jesús,

Jesús, sé para mí siempre Jesús..."

"Sin embargo, la jaculatoria que le oí repetir con más frecuencia -recuerda su madre- era: 'Cuando Tú quieras, como Tú

quieras, y de la manera que Tú quieras'".

"Cuando Tú quieras...": era la misma jaculatoria que repetía María Ignacia García Escobar en su lecho de muerte,

cuando ofrecía sus dolores por el Opus Dei.

Un día hablaron de nuevo sobre la Virgen.

-"¿La veré pronto, verdad?", le preguntó Montse con el rostro sonriente.

-"Enseguida que llegues, estoy segura", le dijo Lía.

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-"Yo también la quiero mucho, mucho..."

Aquel deseo impetuoso de estar con Dios no la alejaba de los que la rodeaban. Lía le aconsejaba que no recibiera a sus

amigas, porque estaba agotada por las curas, que duraban de dos a tres horas y aunque se las hacían con todo esmero, le

causaban un daño tremendo. En algunas ocasiones, tenían que interrumpirlas, porque se mareaba. Pero Montse pensaba

que eso era lo que tenía que entregar a Dios en aquel momento...

Seguía luchando por amar más a Dios, aunque ya no podía ni siquiera leer. "Leedme en 'Camino' algo sobre el Amor",

dijo en una ocasión. Había escrito tiempo atrás en su libreta esta oración a la Virgen: "Madre mía, por todas mis

infidelidades, dile al Señor que ya no más. Madre mía, por todas las bobadas que hago a lo largo del día, dile al Señor

que ya no más. Madre mía, pero Tú sabes que sí, que más".

Se iba uniendo a la entrega total de Jesús en el Calvario. -"Ayudadme a ser valiente -pedía-. ¡Lo necesito tanto!"

-"Montse -le dijo Lía, cariñosamente- no me digas más eso, porque me enfado: tú sabes que sí lo eres".

-"¿Crees sinceramente que lo soy?"

"Cuando le dije que sí -recuerda Lía-, que estaba aguantando mucho, me dio un abrazo y me dijo: 'qué paz me da

oírtelo'".

Lunes Santo

Lía estuvo junto a la cabecera de la cama de Montse durante toda la noche del Domingo de Ramos. Al día siguiente,

Lunes Santo, le escribía a Encarnita Ortega:

"Esta misma noche me decía: 'Lía, pero qué lento es. Nunca pensé que fuera tan difícil morirse. Pero, sabes, estoy muy

contenta. Se ve que todavía me necesita'. Y me hacía un gesto muy muy significativo, mientras apretaba fuertemente el

puño, así exprimida como un limón. No se cansa de repetir una y mil veces: 'pero, ¿sabéis? Enteraos todas: soy muy

feliz'. No sabes cómo impresiona oírla. Habla ahora con una dificultad espantosa, en fin, que ya es todo. Pero es

envidiable cómo está de contenta, se le ilumina la cara no sabes cómo, cuando le decimos que pronto se va a ir al cielo,

¡lo desea tanto!"

Martes Santo

El día 24, Martes Santo, se encontraba tan fatigada que las que la atendían desistieron de curarla aquella tarde. Quizás al

día siguiente se encontrase mejor...

Los amigos y conocidos seguían visitándola. Todos querían despedirse... Ese día estuvo con ella Jorge Suriol, que sabía

que ya no se verían nunca más. ¡Qué lejanas parecían ahora aquellas tardes de domingo que Montse pasaba en su casa,

junto con su hermana Ana María y aquellas tertulias nocturnas en Villa Josefa...! "Y fue entonces -recuerda Jorge

Suriol- cuando me di cuenta de quién era Montse. Estaba muriéndose y seguía serena, alegre y sonriente, con aquel

equilibrio tan suyo: '¿qué tal estás?', me dijo. Nada más verme se preocupó porque estuviera cómodo: 'siéntate, siéntate,

no te canses'. Luego me contó en un minuto, con gran sencillez, lo que le pasaba: 'Ya ves, tengo esto, pero tampoco

tengo nada más...'. Y pasó inmediatamente a hablar de mi familia y a preguntarme por ellos: '¿Qué tal está tu padre? ¿Y

tu madre, qué tal se encuentra?' Y desde aquel momento lo suyo se quedó en un segundo plano...

Aquello me sorprendió profundamente. Porque habitualmente, cuando vas a visitar a una persona moribunda sales

estremecido al contemplar cómo vive 'su' momento... Pero a Montse no le sucedía eso. ¿Por qué?

Me fui desconcertado: 'esta chica se está muriendo -pensaba- y lo único que le interesa es saber qué tal me encuentro yo

y qué tal está mi familia y que tal nos van las cosas...'"

Poco tiempo después vino el doctor Cañadell. Después del reconocimiento médico, habló con Manuel y Manolita en

otra habitación y se fue de casa a las ocho menos cuarto. Cuando Lía entró de nuevo en su cuarto le preguntó:

Page 187: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

-"¿Qué ha dicho el doctor?"

-"Que continúas igual".

-"Sí, pero yo siento algo en mi interior que me dice que sigo adelante y que cada día lo voy superando..."

Se volvió hacia su madre:

-"Mamá, gracias por haberme ayudado tanto, tú y papá, y Lía... Siempre... ¡Siempre tú, mamá...! ¡Has representado

tanto! ¡Tanto... en mi vida!"

Miércoles Santo

Amaneció el 25 de marzo, fecha en la que la Iglesia celebra la fiesta de la Anunciación de la Virgen. Aquel año aquella

fiesta quedaba como velada por la celebración del Miércoles Santo que anunciaba la inminente Pasión del Señor.

Su madre intuyó que se acercaba el final. Montse apenas hablaba. Estaban junto a ella, noche y día, Manuel, sus hijos

mayores, Lía, Montse Amat, y pocos más. Permanecía sumida en un intenso sopor durante casi todo el tiempo. En un

determinado momento abrió los ojos y dijo, haciendo un gran esfuerzo por pronunciar las palabras:

-"¡Cuánto te quiero, cuánto te quiero!"

Más tarde añadió:

-"Os quiero mucho a todas. Pero al Señor más, mucho más".

Entre los conocidos que venían a visitarla con frecuencia estaba la madre de María Luisa Xiol, que preguntaba todos los

días por ella. Y llamaban constantemente familiares, amigos, vecinos... Pero sus padres habían decidido que no viese a

nadie porque estaba totalmente agotada.

No debía verla nadie. Sin embargo..., ¿cómo no hacer una excepción con Rosa?

"Su madre -cuenta Rosa-" llamó por teléfono a mi casa para decirme que fuera enseguida, porque Montse se estaba

muriendo... Pero yo estaba fuera en ese momento y mi madre le dijo: 'pues no sé dónde estará Rosa, porque se ha ido a

merendar con unas amigas'.

Entonces llamó al Lezo. Sabía que yo había ido muchas veces a merendar con Montse a esa chocolatería, porque desde

que se puso enferma le dejaba siempre el teléfono de donde íbamos para que no sufriera. Y allí me encontró.

Fui enseguida. Era el Martes Santo. La señora Grases me preparó: 'Rosa, te impresionará, la encontrarás muy

cambiada... el Señor quiere llevársela, tenemos que aceptar su Voluntad... Le dio mucha alegría recibir tu palma el

domingo de Ramos y quiso que la pusiera enseguida junto a la Virgen...' Yo temblaba... Hacía muchos días, unas tres

semanas, que no la veía. Me impresionó mucho verla así. Era... un cadáver viviente. La pobrecita estaba hecha una

ruina. A través de la piel de la mejilla se le adivinaba toda la dentadura. Estaba en los huesos.

La despertaron: 'Montse, mira: es Rosa, viene a despedirse de ti...'. Me miró y me reconoció. Pero no me pudo decir

nada. Dirigió la vista hacia la palma que yo le había enviado días antes y me apretó la mano fuerte. Le di un beso y le

dije al oído que se acordara de mí. Sonrió y me asintió con la cabeza y con la mirada... Su madre me dijo que le iban a

traer la Comunión. Pero yo estaba demasiado impresionada, me sentí sin ánimos y me fui..."

Aquella misma tarde fue a visitarla también don Emilio Navarro. Montse empeoraba por momentos: a veces intentaba

articular palabras, pero no lo conseguía. Don Emilio intentó comprender qué les quería decir; llamó a su madre, que

tampoco logró entenderla. Entonces, mediante señas, Montse pidió un lápiz y escribió débilmente, haciendo acopio de

las pocas fuerzas que le quedaban, el nombre de su hermano seminarista. Entendieron que le pedía a don Emilio que

cuidase de su vocación sacerdotal.

Page 188: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Id por Llar

Hacía dos días que no le habían hecho la cura habitual a causa de su agotamiento. En un determinado momento, sus

padres observaron que se reponía un poco. No había tiempo que perder: decidieron que aprovechar aquel tiempo de

relativa mejoría para curarla.

Fue una cura muy larga y dolorosa, mucho más que lo habitual. Al desvendarla se encontraron toda la pierna empapada en sangre. Se asustaron y llamaron al médico. El doctor los tranquilizó: era sólo las consecuencias del derrame de un

pequeño vaso sanguíneo.

Durante la cura, en el preciso momento en el que descubrieron que se le había reventado una vena de la rodilla,

llamaron a la puerta. Era la Sra. Xiol, junto con sus dos hijas, Ana y María Luisa, que habían bajado desde Llerona, donde pasaban la Semana Santa, para verla. Les rogaron que esperaran en la sala de estar. Mientras tanto, en la

habitación, las que la cuidaban seguían asustadas por aquel derrame, aunque pronto cesó la hemorragia. Y continuaron

la larga cura, lenta y penosa. Fueron quitándole suavemente el vendaje, procurando no hacer ningún movimiento que la

pudiese herir...

Pasaba el tiempo y la Sra. Xiol y sus hijas seguía esperando en la sala de estar. Ya era tarde, y su madre pensó que lo

mejor era proponerles que aguardaran a que Montse se durmiese, o que, si no les importaba, vinieran en otro momento.

De todas formas fue a decírselo a Montse.

-"Montse, están ahí fuera María Luisa, Ana María y su madre, que han venido a verte. Pero ya les he dicho que como estás así, es mejor que no pasen. Tú no te preocupes; yo estaré un rato con ellas y luego cuando estés dormida,

pasaremos un momento..."

-"No -dijo con un hilo de voz-. Quiero verlas".

Entraron. Montse les indicó con un gesto que no podía hablar e intentó decirles algo que no entendieron.

"Entonces -recuerda su madre- me dijo que me acercara y casi al oído me susurró con una voz casi imperceptible:

-Mamá, dile que mi última voluntad es que vayan por Llar.

Luego cogió la mano a María Luisa y le dijo:

-Id por Llar, id por Llar..."

"Cuando salimos de ver a Montse -cuenta María Luisa- íbamos llorando por la calle, y nos metimos en la primera

iglesia que encontramos. No podía dejar de llorar y de rezar, y sentía a Dios cerca de mí con más fuerza que nunca.

'Te estabas muriendo sola -escribí entonces en mi Diario-. Todo el mundo muere solo... Pero entre aquella angustia de

muerte, yo sé que tenías paz... tú, con tu sencillez, habías logrado conquistar la paz. Y esa paz trascendía en alegría...

En aquel momento la vida tenía un perfecto sentido... Tú, Señor, estabas allí: era necesario vivir hacia Ti, vivir mucho

más hacia Ti, del todo hacia Ti. Contigo la vida tenía un sentido exacto; sin Ti, perdía todo sentido. Es extraño:

encontrar el sentido de la vida a través de la muerte'".

Por la noche Montse se encontraba completamente agotada. A las nueve menos cuarto intentó balbucear unas palabras.

Su madre logró al fin entender lo que decía:

-"Mamá, ¡cuánto cuestan las cosas pequeñas!"

-"¿A qué llamas cosas pequeñas?"

-"A esto", le dijo Montse, señalando su boca reseca.

Ya no podía hablar, y estaba totalmente desfallecida. Ahora sí se había quedado sola, como había escrito en su libreta.

Sola con su Amor. Se acercaba el momento de lo que cantaban los versos que había escrito poco tiempo atrás:

Page 189: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

¡Ya se hace tarde Señor!

Y mi vida paso a paso

va declinando a su ocaso

va perdiendo su fulgor

Viene la "noche"... Pasó

el tiempo de trabajar

sólo en Ti puedo esperar

bienes que no tengo yo.

Ya es tarde. A tu pecho vengo

buscando asilo y calor...

"No podía hablar -recuerda su madre- y sufría una sed espantosa; pero cuando intentaba beber algo, se ahogaba.

Recuerdo que fueron a buscar un helado de chocolate con el que intentamos aliviarle el dolor refrescándole los labios.

Su sufrimiento aumentaba terriblemente. Y así estuvo durante toda la noche".

4. 26 DE MARZO DE 1959. JUEVES SANTO

"Durante aquella noche -prosigue su madre- intentó hacerse entender en tres ocasiones y quiso escribir algo, sin conseguirlo. Así estuvimos hasta la madrugada. Yo estaba sentada a su lado, con su mano entre las mías, cuando me

pidió por señas que encendiese las luces de la Virgen, como diciéndome: 'quiero verla'.

Me extrañó, porque esas luces le daban de lleno en los ojos y se mareaba; pero insistió y lo hice. Luego me señaló

también la luz de la mesita.

A mí me dio reparo encender todas las luces, porque Montse Amat estaba a mi lado, descansando, y llevaba ya muchas

noches de vela; pero veía a Montse tan feliz que tuve durante unos momentos todas las luces encendidas. Luego le

señalé a la que estaba durmiendo y, como siempre, puso cara de conformarse, y apagué la luz".

Fue su última renuncia: pequeña y grande al mismo tiempo, como todas las anteriores.

Amaneció. Era un día claro de la primavera recién estrenada, lleno de luz. A las siete de la mañana intentó decir algo,

pero ni sus padres ni Montse Amat lograron descifrar qué quería decir. Al final, entendieron:

-"Estoy perfectamente bien".

-"¿Qué has dicho? -le preguntó su madre- ¿Que estás perfectamente bien?"

-"Eso, eso..., eso. Soñé tres veces que intentaba decíroslo, sin conseguirlo".

Su madre se arrodilló a su lado, junto a la cama y le fue susurrando jaculatorias al oído. Al rato, Montse se quedó

plácidamente dormida. Le trajeron un helado para refrescarle los labios, pero no pudo tomárselo.

Como todos los días, a las ocho y media de la mañana, vino el sacerdote de la parroquia de Nuria para darle la

comunión. Los días anteriores le había dado una partícula diminuta porque tenía muchas llagas en la boca y había

podido recibir al Señor con la ayuda de un poco de agua. Pero aquel día fue imposible. No podía comulgar en aquel

Page 190: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

estado "La encontré -recuerda don Alberto-, profundamente indispuesta y mareada. Tenía (...) en la mano izquierda un

crucifijo que apretaba estrechamente. Aguardé unos diez minutos; y prometí volver un rato después".

Poco después llegó Lía: "Cuando yo llegué -cuenta-, me conoció todavía y me hizo señas de que me sentara a su lado.

Me pidió que le dijera jaculatorias, que ella no podía hablar.

A las diez se despertó un poco y quiso incorporarse, y repetía sin cesar jaculatorias a la Virgen. Recuerdo que decía:

-Virgencita: ¡Cuánto te quiero! ¿Cuándo me vendrás a buscar?

Besaba sin cesar el Crucifijo que ella sola no atinaba a llevarse a la boca. Con la mano echaba besos a la Virgen y decía

una y mil veces ¡Jesús, Jesús! Estaba agitada. Al cabo de un rato se serenó. Parecía que descansaba. Tenía el pulso más

flojo, pero continuo. A las doce recé pegada a su oído el Angelus. Me pareció que oía y que incluso rezaba".

Llegaron Fernanda Mallorga, Carmen Francés y Ana María Suriol, y comenzaron a rezar el Rosario en voz muy baja.

"Durante el primer misterio -recuerda su madre- tenía las manos cruzadas sobre el pecho y apretaba entre ellas, como

siempre, su cruz. Parecía dormida. A la una y veinte de la tarde, de pronto, al comenzar el segundo misterio, nos dimos

cuenta que cambiaba la respiración. Manuel le tomó el pulso. Había desaparecido. Hizo un mohín, suspiró

profundamente tres veces... y se nos fue al Cielo".

XI

TIEMPO DE RECORDAR

La prima rosa rossa è

già sbocciata...

.......

Aprite le finestre al

nuovo sole

è primavera, è

primavera...

Aprite le finestre ai

nuovi sogni

bambine belle,

innamorate

e forse il piu bel

sogno che sognate

sarà domani la

felicità

.......

'E primavera, festa

dell'amor.

Page 191: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

1. FELIZ HASTA EL ULTIMO MOMENTO

"Poco después del fallecimiento -recuerda Fernanda Mallorga- su madre comentó que, como era Jueves Santo y los

oficios eran por la tarde, a esa hora estaría ya con Jesús en el Cielo.

Permanecimos todo el tiempo de rodillas alrededor de su cama. Entre otras, estábamos: Lía Vila, Carmen Francés y

algunas más.

Más tarde llegó el sacerdote del Opus Dei -don Emilio Navarro-, a darle la absolución. Le dijo en voz alta: 'Montse,

¿me oyes?, te voy a dar la absolución; se hizo más intenso el silencio, mientras recitaba la fórmula de la absolución.

Después de breves momentos indicó que le cerraran los ojos, pues ya había fallecido: era la 1.20 p.m. La amortajamos

entre Lía Vila, Carmen Francés y yo".

La pusieron en la cama, envuelta en una sábana blanca, sencilla, como ella, rodeada por una guirnalda de tulipanes

blancos, flores alegres, también como ella. Parecía como si en vez de perder la vida, la vida le hubiera vuelto al rostro.

Estaba con una expresión plácida y serena, aunque se advertían las huellas del sufrimiento. Y tenía una levísima sonrisa.

"En aquellos momentos -cuenta Rosa- pensé en lo feliz que había sido Montse en esta tierra y en lo feliz que sería en el

Cielo; y me acordé de lo que decía el Fundador del Opus Dei: que la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices

en la tierra. Y ella fue feliz, feliz, hasta el último momento...

¿Verdad que parece increíble? Pues es verdad; hasta el último momento fue profundamente feliz; y nos hizo felices a

los que tuvimos la suerte de tratarla y de conocerla, a pesar de lo mucho que sufrió... Yo, cuando me encuentro con un

cliente en la farmacia que está muy grave, me entristezco, no lo puedo remediar. Sin embargo, con ella no me entristecí

nunca ... porque el amor de Dios se apoderó de su alma y supo amar a Dios por encima del sufrimiento, por encima de

su desgracia, por encima de la enfermedad y por encima de... de la muerte y de todo".

Allí, junto a la imagen de la Virgen de Montserrat, junto a la palma del domingo de Ramos que Rosa le había llevado,

había una rosa. Y sobre la sábana, encima de su pierna enferma, había otra rosa roja, que había traído su tía Adela, y

que se mantuvo fresca y lozana durante dos días enteros, desde el día 26 hasta la mañana del 28 de marzo, Sábado

Santo, en que la enterraron.

Sus padres, sus hermanos, las de Llar, pasaron aquellas dos noches junto a ella, en vela. Y durante una de esas noches,

ante el cuerpo de su hija, que parecía, más que muerta, dormida, su padre le decía a los que la velaban:

"No creáis que mi hija, porque era tan joven, no sabía lo que era el amor. Mi hija estaba enamorada. Se enamoró de

Dios. Ese fue el sentido de su vida. Por eso rezaba, y hacía apostolado, y obedecía, y luchaba. Yo me di cuenta como se

fue uniendo a Dios, con una lucha continua, día a día... Y todo lo hizo porque estaba enamorada..."

Le cambiaron el crucifijo que llevaba siempre por uno de madera, que le había hecho su hermano Jorge. Luego la

amortajaron y le pusieron una rosa junto a los pies.

"Y yo pensé -recuerda Rosa-, después de que se la llevaran, en aquel villancico que tanto nos gustaba cantar cuando se

acercaba las fiestas de Navidad:

No hay tal andar

como buscar a Cristo.

No hay tal andar

como a Cristo buscar.

Que no hay tal andar".

Llegó don Vicente Salvá, el párroco, a expresar su condolencia. "En un caso así -comentó- en lugar de estar tristes hay

que entonar el aleluya".

Page 192: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

28 de marzo de 1959

"Montse nos había pedido dos cosas -recuerda María del Carmen Delclaux-: que la metiéramos en el ataúd lo más tarde

posible y que fuéramos al cementerio a acompañarla. Y así lo hicimos. No la pusimos en el féretro hasta que se la

llevaron a enterrar; y aunque no era costumbre en Barcelona que fueran las mujeres al cementerio, fuimos y la

acompañamos, como nos había pedido, hasta el último momento.

La enterramos en el Cementerio del Sudoeste, en el nicho ojival nº 89 de la Vía Juan Bautista. Eran las 9.30 de la

mañana del 28 de marzo: un día de Sábado de Gloria, como se llamaba entonces, lleno de claridad y de luz. Era el 33

aniversario de la ordenación sacerdotal del Fundador del Opus Dei, que tuvo lugar en Zaragoza el 28 de marzo de

1925".

"Su madre quiso verla por última vez. Abrimos la tapa, y nunca me olvidaré de su rostro, allí, iluminado por los rayos

del sol...

El funeral se celebró unos días más tarde, el 4 de abril, en la Parroquia del Pilar. Durante la ceremonia reinó un

ambiente de gran serenidad, de paz y de alegría".

2. MONTSE EN EL RECUERDO

"Desde la distancia de estos treinta años -evoca Enrique Grases- veo toda la enfermedad de mi hermana, toda aquella

larga pasión de Montse como un dolorosísimo Viernes Santo. Fue una pasión, sí; pero con la Pascua detrás. Porque todo

lo que podía haber acabado con una rebeldía amarga y un hundimiento en su manera de ser y en sus convicciones,

acabó con el gozo de la Resurrección; concluyó con la serenidad y la paz de quien se sabe en manos de Dios.

Montse encontró a Jesús en la Cruz; a un Jesús que se abandonaba en los brazos de su Padre, diciendo: 'en tus manos

encomiendo mi Espíritu'. Y como ella confiaba en su Padre Dios, y se sentía en sus manos, estaba serena, tranquila,

feliz.

Su Cruz fue muy dolorosa. A veces me comentan, cuando la recuerdan tan alegre y tan feliz, que ella gozaba en medio

del dolor... No, eso no es cierto. Decir eso podría sonar a masoquismo, porque aquello no era un dolor convertido en

gozo; era un dolor convertido en amor, y en lucha, para poder seguir siendo fiel a sí misma, a nosotros y a Dios, pero

seguía siendo un dolor que la desgarraba, que la destrozaba. Sufrió -yo lo vi- tremendamente: pero era una lucha

enamorada, en medio del dolor, por encontrar a Cristo Crucificado.

En medio de ese dolor, junto a Cristo, nunca estuvo sola: sabía que Dios la acompañaba. 'Si Dios está a mi lado -pensó-

y me pide esto, será porque esto es posible; y si El lo quiere, El me ayudará...'

Ahora que se habla tanto de realización personal, comprendo que mi hermana Montse 'se realizó' precisamente en su

dolor. Gracias al dolor fue verdaderamente ella -lo que Dios quería de ella- y nos dio lo mejor de sí misma. Yo algunas

veces me pregunto si ella hubiera llegado a lo que llegó, sin haber tenido este paso por el dolor.

Por eso, aquel dolor no fue una desgracia para ella; sino una gracia, un don, un privilegio. Le permitió asociarse al dolor

redentor de Cristo, acoger con alegría el trocito de Cruz que Jesús le daba. Desde allí, desde la Cruz, podría pedir más

por los demás, por éste o por el otro; y estoy seguro que, tantas veces, pidió por mi vocación sacerdotal...

El dolor la retó: pero ella venció la partida. A ella le apasionaba el tenis y aquello fue... como un partido de tenis frente

al dolor. Este partido es siempre difícil, porque no hay términos medios: o el dolor te vence o tú le vences a él. Unas

personas se dejan ganar por el dolor: y el dolor las destruye, las conduce al odio y a la desesperación, a la rebeldía a

veces, e incluso acaban separándose de Dios.

Montse tuvo la valentía de mirar al dolor frente a frente, cara a cara y a los ojos: 'tú eres el dolor -pensó- pero yo... yo te

voy a poder. No podré levantarme de esta cama... pero desde aquí, ¡voy a luchar todo lo que pueda! ¡Me voy a servir de

Page 193: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

ti para ganar! Este dolor me va a servir para amar: va a ser mi nueva forma de amar'. Y convirtió su enfermedad en un

instrumento de corredención.

Su carácter humano la ayudó mucho; era muy luchadora; no se arredraba ante la primera dificultad: le plantaba cara.Y

ante la prueba definitiva, supo sacar lo mejor de ella misma, como en aquellos torneos de tenis del Club Barcino,

cuando le tocaba un contrincante difícil... Supo dar todo el amor que llevaba dentro, jugando siempre de pareja con el

dolor de Jesús en la Cruz, siguiéndole todas las jugadas. Sabía que estaba en las últimas, en los octavos, en cuartos de

final, y que el dolor y el cansancio avanzaba... pero no se desesperó. '¿Me toca jugar con éste? ¡Ah, pues muy bien!'

Apretó los dientes, como solía hacer, se concentró y pensó: '¡Si sigo aquí, al lado de Dios, quizá desfallezca, quizá me

caiga derrumbada en el suelo por la fatiga, pero esta partida -la partida del amor- la vamos a ganar!'

Tenía ese espíritu de victoria porque sabía que Dios no pierde batallas... porque sabía que el amor de Dios siempre es

más fuerte que la muerte. Y Dios, como siempre, ganó la partida.

Pienso que eso constituye parte del mensaje de mi hermana Montse. En la actualidad el dolor se vive muchas veces

como un fracaso. 'Yo no he tenido suerte en la vida', dicen algunos cuando se encuentran cara a cara con el sufrimiento.

Y los que no caen en la amargura o se desesperan, se conforman con 'soportarlo'. Otros, lo ocultan; o no lo entienden.

Para la sociedad es un contravalor: nadie quiere hablar hoy del dolor y de la muerte. Da vergüenza, temor, miedo.

Esa es la raíz de aquella alegría suya que tanto desconcertaba: en vez de ser esclava del sufrimiento, se convirtió, de

alguna manera, en dueña, en señora de su propio dolor. Le dio la vuelta al dolor. Lo convirtió en Amor".

3. SU MENSAJE

La Iglesia inició el Proceso informativo para la Beatificación de Montse Grases el 19 de diciembre de 1962, sólo cuatro

años después de su muerte; y se clausuró el 26 de marzo de 1968. A esa edad la mayoría de los jóvenes están estrenando

su vida; sin embargo Montse fue tan de prisa, tan acompasada con la gracia divina, tan al paso de Dios, que a esa misma

edad ya había llegado, con la sencillez de siempre, a la plenitud del Amor.

Pero, ¿puede uno hacerse santo así, se preguntará algún lector, a los diecisiete años? La vida de esta joven catalana es la

mejor respuesta. Montse demostró, a lo largo de su existencia sencilla la profunda verdad de estas palabras del

Fundador del Opus Dei: "-Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a

Cristo. -El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo".

Por esa razón, lo mismo que a San Isidro lo representan en la parroquia de Seva, su pueblo de veraneo, con los

instrumentos de su santificación -la azada y la horca con que hacinaba las mieses-, si algún día la Iglesia dice su última

palabra sobre la santidad de Montse Grases, habría que representarla con su falda escocesa a cuadros verdes, -de la que

se sacaron las reliquias de su estampa- con sus libros de "l'Escola", tocando la guitarra, y a los pies... una raqueta de

tenis. Porque también en el deporte supo encontrar a Dios.

Un recuerdo vivo y vibrante

Murió y vivió, "sin espectáculo", como escribe una de sus mejores amigas, Ana María Suriol. Ese fue su mensaje: en definitiva, el mensaje del Opus Dei, que Montse supo encarnar y hacer vida de su vida, con plena fidelidad al espíritu

del Fundador, por el que tanto rezó, y por cuya persona e intenciones ofreció tantas mortificaciones. Un mensaje que

podría resumirse así: Dios espera que nos hagamos santos en la vida corriente, en el trabajo de todos los días, sin llamar

la atención. Y eso debemos -y podemos- hacerlo todos, como ella. Por su mismo camino: el de las cosas pequeñas.

Durante los más de treinta años que han transcurrido desde su fallecimiento, miles de personas se han hecho eco de ese

mensaje a través de su figura. Tras su fallecimiento se difundió su fama de santidad y comenzaron a llegar a la sede de

la Vicepostulación de Barcelona miles de cartas procedentes de todo el mundo relatando favores obtenidos gracias a su

intercesión. Muchas provienen de enfermos. Esto no extrañó a quienes la conocieron durante la última época de su vida.

María Teresa González Garay, una de las mujeres del Opus Dei que la atendían, recuerda que un día le pidieron a

Page 194: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Montse que rezara por una persona enferma. Montse les dijo, con una fuerza especial, que quería mucho a los enfermos

y se sentía muy unida con ellos por su mismo dolor.

Pero, ¿qué hizo Montse de extraordinario? ¿Cuál fue su "diferencia" con las otras chicas de su ambiente y de su tiempo?

José María Pemán daba la respuesta: lo extraordinario en la vida de Montse fue su amor a Dios. En la normalidad de lo

cotidiano, supo encontrar a Jesús y enamorarse locamente de El. Esa fue "su" diferencia.

Esa fue su gran diferencia y su gran paradoja: sin diferenciarse aparentemente nada de las demás, supo amar a Dios con

toda el alma en lo de todos los días, en lo más escondido, en lo más pequeño. Y así, casi sin que nadie se diese cuenta,

fue haciendo de su vida un dibujo maravilloso compuesto de "pequeñas cosas", bordadas humildemente, al filo de cada

día, con el hilo del Amor. Llegó a la santidad por "el camino seguro" del que hablaba el Fundador del Opus Dei: "por la

humillación, hasta la Cruz; desde la Cruz, con Cristo a la Gloria inmortal del Padre".

Este fue el mensaje de Montse: un mensaje profundamente actual, porque existe cierto paganismo contemporáneo que -

como escribía Mons. Alvaro del Portillo, actual Prelado del Opus Dei- "se caracteriza por la búsqueda de bienestar

material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido -mejor sería decir miedo, auténtico pavor- de todo lo que

pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan

incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido".

Toda la vida de Montse -tan atractiva por sus gustos, por sus aficiones, por su talante humano-, fue una profundización

amorosa en el misterio de la Cruz; un encuentro con Dios en esas menudencias caseras, casi intrascendentes de la vida

cotidiana, en las que rebosa -como recordaba el Beato Josemaría Escrivá- toda la trascendencia de Dios si se hacen cara

a El.

Toda la vida de Montse rezuma sencillez: en su modo de vestir, de hablar, y de hacer apostolado. Y también en el modo

de mortificarse. Es cierto que había metido debajo del colchón un postigo, para poner en el descanso la sal de la

mortificación. En los Artículos y Posiciones de su Proceso se lee que todos los días, excepto los festivos, llevaba un

cilicio durante varias horas y usaba las disciplinas semanalmente. Vivió la mortificación corporal, como tantos hombres

y mujeres santos. Pero donde Montse se mortificó fundamentalmente -y eso es lo propio del espíritu del Opus Dei- fue

en lo pequeño.

A esas "mortificaciones pequeñas" se les suele dar poca importancia, quizá por la propensión humana hacia lo

aparatoso, por cierta tendencia a considerar la lucha por la santidad de un modo un tanto "operístico", cinematográfico

casi. Por esa razón, sonreír cuando no apetece, entregarle a Dios una pequeña ilusión o cambiar de planes sin hacer un

drama, parecen eso: menudencias. Se olvida que nuestra vida está tejida con miles de menudencias. Y que precisamente

en esas menudencias -callar, sonreír, aunque cueste- nos espera Dios.

Todo en Montse fue obra de la gracia. Su madre se asombraba de su cambio de carácter a lo largo de su enfermedad y

de su afabilidad creciente, cuando ella era de un natural vivo y fuerte. "Mamá -explicaba-, es que tú no sabes cómo

estoy por dentro". No es que hubiera cambiado de carácter de la noche a la mañana; sino que luchaba, con victorias y

derrotas, por amor, por cambiarlo, con una confianza plena en la gracia de Dios.

Montse es llamativamente "cercana". Profundamente "imitable". Sorprendentemente "actual". Como tantos jóvenes de

nuestro tiempo, amó profundamente la vida, el deporte, la música, el teatro.... y sufrió al ver llegar la muerte en plena

juventud; si no, ¿qué mérito hubiese tenido su aceptación rendida de la Voluntad de Dios? Pero luego, se ilusionó con

fuerza con la esperanza del Cielo. Tuvo un carácter muy atractivo: espontáneo, divertido, simpático, fuerte. Y luchó

siempre, hasta el último momento, por dominar sus "prontos" de mal genio. Si no hubiese habido esa lucha, ¿a qué

asombrarse por aquella sonrisa permanente? Esa sonrisa hubiese sido un simple fruto del buen carácter, no de una caridad heroica y de una identificación progresiva con Cristo. Y como a tantos jóvenes de nuestra época, llevar una vida

cristiana le supuso esfuerzo. Si no, ¿dónde estaría su santidad?

Su santidad estuvo en el amor. Luchó por amar a Dios, día tras día, sin desfallecer, sonriendo, a la hora de la alegría y a

la hora del dolor.

Ese fue su mensaje: recordarnos a todos, con su vida sencilla, que es posible, de verdad, aquí, ahora, ser santos en el

humilde escenario de nuestra vida.

4. FAMA DE SANTIDAD Y CAUSA DE CANONIZACION

Page 195: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

La vida y la muerte santa de Montse Grases causó gran conmoción y desde el primer momento muchos tuvieron la

certeza -como afirma Carlos Roglá- "de que habían tratado y visto morir a una chica santa". "Estamos notando el

empujón de Montsita -escribía Lía Vila al Beato Josemaría Escrivá-. Ha dejado honda huella, las chicas están

impresionadas y más de una de ellas se está planteando el problema de la vocación, y no me extraña. ¡Fue tan

maravillosa su muerte! He agradecido de veras al Señor tanta suerte de haber vivido tan cerca de ella siempre y, sobre

todo en sus últimos días, haber recogido sus últimas palabras, cerrarle los ojos y amortajarla... ¡Sentía tan vivamente

todo cuanto se refería a la Obra!, ¡al apostolado!" Carmen Francés recuerda que el Jueves Santo, día en que murió

Montse, fue a comprar flores para ponerlas junto a su cuerpo y se encontró con que las floristerías estaban cerradas. Fue

a su casa y pidió permiso a su madre para cortarlas del jardín. Su madre accedió "con mucho gusto -cuenta- pero me

pidió un favor: que pasara por las manos de Montsita su alianza de matrimonio y su escapulario. 'Mira -me dijo-, por

todo lo que tú me has dicho, (...) es santa'".

"Muy pocos días después de su muerte -cuenta Manuel Grases-, un conocido mío al darme el pésame (...) me preguntó

si se iba a iniciar el proceso de beatificación teniendo en cuenta lo que él sabía (de Montse Grases)". Y a partir de

entonces, como escribe Florencio Sánchez Bella, "se inició con naturalidad la devoción privada a Montse, que se

extendió con enorme amplitud a muchos ambientes de bastantes países". "Esta fama de santidad -confirma Carlos

Roglá- no hizo sino expansionarse rápidamente. Yo sabía que todos (sus amigos y conocidos) le rezábamos a Montse

por nuestras respectivas intenciones".

A medida que se extendía su fama de santidad numerosas personas esperaban la apertura del Proceso: "Siempre pensé -

cuenta Conchita Puig- que la veríamos en los altares y que sería un gran bien para la Iglesia, sobre todo por su vida tan

sencilla, normal, ejemplar".

La Iglesia inició el Proceso informativo para su Beatificación el 19 de diciembre de 1962, sólo cuatro años después de

su muerte, con la presidencia de Mons. Gregorio Modrego y Casaus, Arzobispo-Obispo de Barcelona, en la capilla del

Palacio Episcopal de Barcelona. Este proceso se clausuró el 26 de marzo de 1968, en el décimoprimer aniversario de su fallecimiento, en la iglesia de Nuestra Señora de Montalegre. Inmediatamente se envió el Trasunto a la Congregación

para las Causas de los Santos. Se han publicado Hojas Informativas sobre su figura en diversos idiomas: castellano,

francés, inglés, italiano, portugués... Se ha publicado también una semblanza, escrita por Mercedes Eguíbar, que ha

alcanzado numerosas reediciones.

El 22 de febrero de 1974 la Congregación para las Causas de los Santos dio el Decreto sobre los escritos, y el 15 de

mayo de 1992 la Congregación para las Causas de los Santos dio el Decreto de Validez del Proceso.

BREVE RELACION ONOMASTICA

Beato Josemaría Escrivá de Balaguer

"Esta hija mía era un ángel -comentó el Fundador del Opus Dei cuando Encarnación Ortega le comunicó el

fallecimiento de Montse Grases- y aunque estoy seguro de que está en el Cielo, rezo por ella porque así lo

manda nuestra madre la Iglesia".

Martha Sepúlveda, una mujer del Opus Dei que estaba presente en ese momento, recordaba: "El Padre se paró

inmediatamente, rezó un responso y dijo: 'No es que esta hija mía lo necesite, pero así lo pide la Iglesia'.

Añadió que se le enviara un telegrama a sus padres, también en su nombre. Y aclaró que no se lo mandaran a

esa hora, porque despertarían a la familia, que estarían muy cansados; sino más tarde, para que les llegase a

una hora prudente. Nos dijo también que todas pidiéramos y nos encomendáramos a ella, que de seguro estaba en el Cielo. Y nos recordó que como en el Opus Dei somos una familia, debíamos pedir también por los padres

de Montsita y por sus hermanos".

Días más tarde, escribió a sus padres esta carta:

Page 196: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

"Queridísimos: agradezco de veras vuestras cartas y los recuerdos de Montsita, que me habéis enviado.

No puedo daros el pésame, porque -aunque nos cueste- hemos de considerar con alegría que tenemos a esa hija

en el cielo, y desde allí vela por nosotros.

Rezad por mí.

Bendice a toda esa querida familia, afectuosamente:

Josemaría

Roma, 12-IV-1959"

El Fundador del Opus Dei fue solemnemente beatificado en Roma por Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992.

Sus sagrados restos se veneran en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, bajo el altar mayor.

Carmen Escrivá de Balaguer

Desde su fallecimiento, el 20 de junio de 1957, los restos mortales de Carmen Escrivá reposan en Roma, muy

cerca de la cripta de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

Muchas personas se acogen, privadamente, a la intercesión de Carmen Escrivá ante Dios. "Desde que murió -

escribe Juan Jiménez Vargas- le encomiendo asuntos de difícil solución, de mucha o poca importancia, y hasta

triviales; eso lo vengo haciendo -como tantos otros- desde que tuve noticias de su muerte. Rezo por su

intercesión, como lo hago por la del mismo Fundador del Opus Dei, con la misma naturalidad y espontaneidad.

Son tantos los favores recibidos que tendría que recordar, que me considero incapaz de hacer una exposición

detallada". "En bastantes ocasiones -escribe Encarnita Ortega-, he encomendado asuntos -especialmente

relacionados con el trabajo o con labores apostólicas- a la intercesión de Carmen ante Dios, con la gran

esperanza de que goza de su presencia. Y he visto que otras personas la han tomado como intercesora ante

Dios, y que su ayuda ha resultado palpable -sin eliminar el esfuerzo personal- y muy eficaz al sentir el impulso

de ser mejores".

Isidoro Zorzano

El Proceso informativo sobre la fama de santidad, vida y virtudes de Isidoro Zorzano se instruyó en Madrid

entre 1948 y 1954. Se clausuró el 19 de abril de 1961. En 1962 empezó el trabajo para la Introducción del

Proceso Apostólico de Beatificación y Canonización.

Juan Jiménez Vargas

El doctor Jiménez Vargas ejerció su profesión en Barcelona en la inmediata posguerra. Fue allí donde conoció

y trató a Manuel Grases. Abandonó esta ciudad en 1954 para incorporarse a la Universidad de Navarra donde

fue Decano de la Facultad de Medicina. Actualmente reside en Pamplona, después de haber desarrollado una

amplísima tarea docente y de investigación en el área de la Fisiología Humana.

Alfonso Balcells

Page 197: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

Alfonso Balcells, catedrático de Medicina Interna, ha desempeñado diversos cargos importantes en la vida

universitaria española -fue Rector de la Universidad de Salamanca- y es en la actualidad una figura de relieve

en la vida cultural y científica barcelonesa.

Encarnación Ortega

"Encarnita -recordaba Montse- siempre me habló del Cielo". El día que Encarnación Ortega recibió en Roma,

donde era la Secretaria Central de las mujeres del Opus Dei, la última carta que le enviaba Montse, recibió al

mismo tiempo el telegrama en el que se le comunicaba su fallecimiento. Un año después del fallecimiento de

Montse, se trasladó a Barcelona, donde fue directora de Llar, en su nueva sede. Actualmente reside en

Valladolid.

Emilia Vila

La antigua directora de Llar falleció en Pamplona en junio de 1988, como consecuencia de un adenocarcinoma

gástrico que se le manifestó súbitamente tiempo atrás. Aceptó esta enfermedad con una serena identificación a

la voluntad de Dios, procurando, con un esfuerzo palpable, cumplir con su plan de vida cristiana hasta donde le

permitieron sus fuerzas. Hasta el momento de su muerte soportó los fuertes dolores de su enfermedad con gran

entereza, ofreciéndolos a Dios por intenciones concretas.

Ana María y Jorge Suriol

Ana María Suriol, una de las mejores amigas de Montse, nunca disfrutó de buena salud -padecía una afección

cardíaca- y aceptó siempre con generosidad los hijos que Dios le fue enviando, siendo consciente del riesgo que corría en cada ocasión. Falleció el 9 de octubre de 1979, a consecuencia de las complicaciones surgidas a

causa del parto prematuro de su sexto hijo. Se encontraba muy débil, pero plenamente consciente, y recibió los

sacramentos de la Confesión y de la Comunión, aceptando con gran paz la voluntad de Dios. Pedía

continuamente que le ayudasen a rezar jaculatorias, el Santo Rosario y la oración para la entonces devoción

privada al Fundador del Opus Dei. Ofreció todos sus sufrimientos por su marido, sus hijos y el Opus Dei. Tras

una breve recuperación, tuvo que ser intervenida de nuevo. Antes de entrar en el quirófano, se abandonó en las

manos de Dios y sonrió al recordar que era 7 de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario. Durante la operación

le sobrevino un paro cardíaco imprevisible, del que murió dos días después.

Su hermano Jorge Suriol pidió la admisión en el Opus Dei exactamente seis años después de que lo hiciera

Montse Grases. Está casado y reside en Barcelona.

Algunos sacerdotes

Florencio Sánchez Bella, el sacerdote que administró la Extremaunción a Montse, fue durante muchos años

Consiliario o Vicario Regional de la Prelatura en España. En la actualidad trabaja como asesor del Rector en la

Universidad Panamericana y ejerce su ministerio sacerdotal en México.

El sacerdote que le llevaba la comunión, Mosén Alberto Casanova Piera -uno de los primeros sacerdotes

diocesanos que habían pedido la admisión en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz en Barcelona- falleció

hace unos años. Don Manuel Vall desarrolló su labor pastoral en Barcelona hasta su muerte, ocurrida el 8 de

marzo de 1993. Don Emilio Navarro y don Julio González-Simancas ejercen en la actualidad su ministerio

sacerdotal en Madrid.

El doctor Cañadell

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El doctor José Cañadell, tras su estancia en Barcelona, donde era Director del Servicio de Cirugía Ortopédica

del Hospital de la Cruz Roja, se trasladó a Pamplona, donde ha sido durante muchos años Director de la

Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra. Es en la actualidad un médico traumatólogo de reconocido

prestigio internacional.

Llar

Algunas de las mujeres del Opus Dei que trataron a Montse en Llar residen en la actualidad en muy diversos

países, como consecuencia de la expansión apostólica del Opus Dei en los cinco continentes. Por ejemplo,

Josefa Castelló, sigue residiendo en Italia; Margoth Simán, en El Salvador; Conchita Puig, en Guatemala; Sylvia Pons, en Australia; Fernanda Mallorga, en Santo Domingo. Otras viven en diversas ciudades de la

geografía española, o permanecen en Barcelona, como Rosa Pantaleoni, que sigue ejerciendo en esta ciudad su

profesión de farmacéutica.

Los amigos de Seva

La compañía de Teatro de Seva, que comenzó en 1956 entre los amigos de Montse, ha cumplido ya sus bodas

de plata. Se siguen representando obras de teatro en aquella pequeña localidad catalana durante todos los

veranos, en la fiesta de la Merced.

Algunos de los amigos de Montse han emparentado entre sí. María Luisa Xiol se casó con uno de los que

formaban parte del grupo de amigos de Seva: José María Vives. Su cuñada, Pilar Vives, amiga de Montse,

pertenecía también a aquel grupo de amigos.

Andrés Framis, otro componente del grupo, es miembro del Opus Dei desde 1977 y está casado con una de las

amigas de Montse: Marisa Ferrater. Tienen ocho hijos. Escribe Andrés Framis acerca de Montse:

"Particularmente me he encomendado a ella, pues creo que está en el Cielo. Su vida fue sencilla y normal; su

enfermedad y su muerte fueron ejemplares: por esto creo tener motivos para creer que está en la Gloria, y que

puede ser una intercesora de favores".

La familia Grases

El 9 de abril de 1959, pocas semanas después del fallecimiento de Montse, escribió Manolita al Fundador del Opus Dei: "La primera cosa que se me ocurre al escribirle, es darle las gracias, pues a las oraciones de todos, y

de Ud especialmente, debemos el amor con que le hemos entregado al Señor esta hija. (...) Montsina ha abierto

un surco, y la labor es inmensa".

El hermano mayor de Montse, Enrique Grases, se ordenó sacerdote diocesano el 19 de diciembre de 1964, y tras desarrollar su tarea pastoral en la parroquia barcelonesa de San Sebastián, marchó en el año 1969 al

Camerún por la diócesis de Barcelona, donde trabajó con miembros de la tribu bamileké, en la ciudad de

Douala. Regresó en Barcelona en 1974, donde ha ejercido una amplia labor sacerdotal en la parroquia de San

Pedro Armengol y como consiliario de los movimientos juveniles M.I.J.A.C y J.O.C. En la actualidad es

párroco de Santa Ana, en Badalona.

Los padres de Montse siguen residiendo en su casa de la calle París. El 7 de agosto de 1989, rodeados por sus

ocho hijos y sus trece nietos, celebraron las bodas de oro de su matrimonio. En esta fotografía muestran al

Papa una estampa para la devoción privada de Montse:

C R O N O L O G I A

DE LA VIDA DE MONTSERRAT GRASES

Page 199: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

1939 7 de agosto. Contraen matrimonio Manuel y Manolita Grases en la

Iglesia de San Severo de Barcelona. Les casa el Dr. Ricardo Falp.

Establecen su domicilio en la calle París.

1940 17 de mayo. Nace Enrique Grases García.

1941 10 de julio. Nace Montserrat Grases García.

19 de julio. Es bautizada en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar, de

Barcelona.

1942 A finales de año. Primera enfermedad grave de Montse: bronquitis

capilar.

1943 30 de marzo. Nace Jorge Grases García.

Mayo. Llevan a Montse a Vallvidrera, a una torre (chalet) alquilada, en la

carretera de Vallvidrera al Tibidabo, enfrente del Ideal Pavillón, para

reponerse de la enfermedad que ha durado varios meses. No mejora y el

médico les recomienda aires de montaña.

Verano. La familia Grases lo pasa en Seva (Barcelona), al pie del

Montseny.

1944 11 de junio. El Dr. Juan Perelló, Obispo de Vic, confirma en la

Parroquia de Santa María de Seva a los tres hermanos Grases: Enrique,

Montse y Jorge.

25 de octubre. Nace Ignacio Grases García.

1946 Octubre. Montse va al Colegio de Jesús-María, a media pensión.

1947 23 de marzo. Nace Pilar Grases García.

1948 27 de mayo. Montse hace la Primera Comunión en la Capilla del

Colegio de Jesús-María.

1949 3 de mayo. Nacen María Cruz y María José Grases García, gemelas.

1950 17 de septiembre. Nace Rosario Grases García.

Octubre. Montse entra en el internado de Jesús-María a causa de una

enfermedad de su hermana María Cruz.

1951 Agosto. Montse cambia de Colegio y va al del Niño Jesús de las

Damas Negras. El Colegio está próximo a su casa y está externa.

1952 Junio. En los Cursos preparatorios de Solfeo y de Piano, en la

Academia Guiteras, obtiene sobresaliente y notable respectivamente.

Verano. En Seva, los Sres. Grases alquilan Villa Josefa.

Page 200: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

26 de septiembre. Aprueba el primer curso del Bachillerato.

1953 22-23 de junio. Se examina de segundo curso de Bachillerato. Debe

repetir dos asignaturas.

Junio. Obtiene sobresaliente con distinción y sobresaliente en el primer

curso de Solfeo y de Piano, respectivamente.

1954 22 de junio. Aprueba el tercer curso de Bachillerato.

Junio. Obtiene sobresaliente y notable en el segundo curso de Solfeo y de

Piano, respectivamente.

1955 17 de mayo. No supera el cuarto curso de Bachillerato. Ha perdido

varios meses de escolaridad, a causa de una enfermedad.

Junio. Obtiene notable en el tercer curso de Solfeo y de Piano,

respectivamente.

Octubre. Montse Grases acude por primera vez a Llar, la primera Escuela-

Hogar dirigida por mujeres del Opus Dei.

1956 8 de febrero. Nace Rafael Grases García, noveno y último hijo de los

Grases.

18 de mayo. Aprueba el cuarto curso de Bachillerato.

12-30 de junio. Supera el grado elemental de Bachillerato.

Verano. Cuatro semanas en Calella y, después, en Seva.

Enrique Grases decide ser sacerdote.

4 de octubre. Se matricula en la Escuela Profesional para la Mujer de la

Diputación de Barcelona: hace Formación doméstica, Cocina, Dibujo,

Corte y Oficios artísticos. Quería estudiar para ser enfermera pero era aún

demasiado joven.

Noviembre. Hace su primer Curso de retiro en Castelldaura, un Centro del

Opus Dei en San Pedro de Premià.

1957 Junio. Obtiene notable en el cuarto curso de Solfeo y en el curso

preparatorio superior de Piano, respectivamente.

Verano. Montse pasa unos veinte días (desde el 6 al 31 de agosto) en

Francia en St. Leonard, cerca de Limoges, en casa de la Vda. Louvet. El

resto del verano en Seva.

17 de septiembre. Se matricula en la Escuela Profesional para la Mujer de

la Diputación de Barcelona: hace Corte, Artesanía y Oficios artísticos.

Octubre. Inicia unos meses de prácticas de enfermería en el Hospital de

Santa Cruz y San Pablo.

Ingresa en el Seminario de Barcelona su hermano mayor, Enrique.

Noviembre. Montse hace su segundo Curso de retiro, también en

Castelldaura.

Page 201: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

7 de diciembre. Es recibida como Hija de María en el Colegio del Niño

Jesús (Damas Negras).

24 de diciembre. Montse pide la admisión en el Opus Dei, como

Numeraria.

Diciembre. Tiene dolores en una pierna. Son los primeros síntomas de una

enfermedad.

1958 20 de junio. El médico comunica a Manuel Grases que su hija

padece un sarcoma de Ewing. Comienzan las sesiones de radioterapia.

10 de julio. Montse cumple diecisiete años.

17 de julio. Recibe la Admisión en la Obra.

20 de julio, domingo. Los padres de Montse, le comunican la gravedad de

su enfermedad.

Verano. Lo pasa en Seva con su familia.

3 de septiembre. Se incorpora temporalmente a la Obra por la Oblación.

24 de septiembre. Festividad de la Virgen de la Merced. Montse

interviene en una representación de teatro con sus amigos, en beneficio de

la Parroquia de Seva.

Enseguida se le agudizan los dolores en la pierna que se había calmado

algo con las sesiones de radioterapia.

9 de octubre. Fallece Pío XII.

28 de octubre. Es elegido Papa Juan XXIII.

11-17 de noviembre: Montse viaja a Roma para rezar cerca del Papa y

conocer al Fundador del Opus Dei.

1959 5 de febrero. Se le concede dispensa para que, por su gravísima

enfermedad, pueda incorporarse definitivamente al Opus Dei por la

Fidelidad.

15 de febrero, domingo. Acude por última vez a Llar para celebrar el

XXIX aniversario del momento en el que Mons. Escrivá de Balaguer

comprendió que el Señor le pedía que extendiese los apostolados del Opus

Dei también a las mujeres.

8 de marzo, domingo. Recibe la Extremaunción.

26 de marzo, Jueves Santo. Fallece a la 1.20 del mediodía.

Inmediatamente después de su muerte se difunde su fama de santidad por

todo el mundo. Se imprimen, al poco tiempo, estampas y hojas

informativas sobre su vida en diversos idiomas.

1962 19 de diciembre. Tiene lugar en la Capilla del Palacio episcopal de Barcelona, la primera sesión del Proceso Informativo para la Beatificación

y Canonización de la Sierva de Dios Montserrat Grases, con la presidencia

de Mons. Gregorio Modrego y Casaus, Arzobispo-Obispo de la Diócesis.

Page 202: Grases Montse - Sin Miedo a La Vida Sin Miedo a La Muerte

1968 26 de marzo. Tiene lugar en la iglesia de Nuestra Señora de

Montalegre de Barcelona, la Sesión de Clausura del Proceso Informativo

para la Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios Montserrat

Grases. Preside igualmente Mons. Gregorio Modrego y Casaus siendo

Arzobispo dim. de Barcelona. Inmediatamente se envía el Trasunto a la

Congregación para las Causas de los Santos.

1974 22 de febrero. La Congregación para las Causas de los Santos da el

Decreto sobre los escritos.

1992 15 de mayo. La Congregación para las Causas de los Santos da el

Decreto de Validez del Proceso.

FUENTES

Entre las fuentes que he consultado para la elaboración de esta biografía -la práctica totalidad de las existentes sobre la

Sierva de Dios-, cobran especial relevancia los escritos de los que la conocieron, especialmente los fechados en los años

59-62. Muchas de estas personas testificaron en el Proceso Informativo para su Causa de Beatificación y Canonización.

Al cabo de más de treinta años, me he entrevistado personalmente con muchos de esos testigos. Esto me ha permitido ir

engarzando, a lo largo del texto, sus impresiones contemporáneas junto con sus valoraciones actuales, lo que da al texto,

junto con la inmediatez, una enriquecedora perspectiva histórica.

Fuentes:

1. Fuentes orales: entrevistas personales, registradas en cinta magnetofónica, realizadas por el autor, entre los

años 1989 y 1993, a numerosos testigos de la vida de Montserrat Grases en Madrid, Barcelona, Pamplona y

Roma.

2. Fuentes audio-visuales: documentos filmados por Manuel Grases, en los que se recogen numerosos sucesos

de carácter familiar de la Sierva de Dios. Recorren un amplio arco de su vida, desde la niñez a la adolescencia.

Y testimonios recogidos en el programa de TVE Pueblo de Dios, emitido el 28-VI-1987.

3. Fuentes manuscritas e impresas:

a)Proceso Ordinario para la Causa de Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios

Montserrat Grases García (clausurado en Barcelona el 26-III-1968).

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b)Cartas y notas personales de Montse Grases, que se conservan en el archivo de la

Vicepostulación del Opus Dei en España.

c)Documentos eclesiásticos: Partidas de Bautismo y Confirmación, que se conservan en los

Archivos de la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar de Barcelona y de Santa María de Seva,

respectivamente; Certificados de la Admisión al Opus Dei, Oblación y Fidelidad; Partida de

defunción parroquial; Recordatorios y notas necrológicas.

d)Documentos civiles: Partidas de Nacimiento; Pasaporte; Partida de defunción, del Registro

Civil de Barcelona.

e)Documentos del Archivo particular de la familia Grases: como el estudio genealógico de la familia Grases; diversos recordatorios: Primera Comunión, Hija de María; Manuscritos

inéditos de Manolita García, sobre su hija Montse, escritos entre 1966 y 1974; y otros

documentos de interés familiar.

f)Documentación académica: Libretas de Calificación escolar del Colegio del Niño Jesús; Libretas de Calificación escolar del Colegio del Niño Jesús (Damas Negras), años 1952-

1956; Convalidación de algunas asignaturas del Bachillerato y lista de Asignaturas de la

Carrera Mercantil; Papeletas-recibo de pago de derechos de exámenes de Solfeo y Piano en

la Academia Guiteras; Libro de Calificación Escolar; Boletín de calificaciones y papeletas de

diversas asignaturas de la Escuela Profesional para la Mujer.

g)Informes médicos: Fichas médicas del Colegio Jesús-María, años 1948-51; Cartillas del

servicio médico escolar del Colegio del Niño Jesús (Damas Negras), años 1951-56; del Dr.

Jerónimo de Moragas; del Dr. Escayola Canals; del Gabinete Radiológico de los Dres.

Vilaseca Sabater y Parés Vilahur.

h)Diarios: de Llar, de Villa Sacchetti (Colegio Romano de Santa María, Imprenta y

Administración).

i)Correspondencia de diversas personas con Montse Grases.

j)Correspondencia sobre Montse Grases: de Manolita García con el Beato Josemaría; de

Emilia Vila con diversas personas.

k)Hojas Informativas sobre la Sierva de Dios Montserrat Grases, en diversos idiomas.

l)Artículos en periódicos y revistas: Diario de Barcelona, Gaceta Ilustrada, Mundo

Cristiano, El Noticiero, Nuevo Diario, Olot Misión, Ondas, Senda, Sint Unum, Solidaridad

Nacional, Palabra, The Catholic Transcript, The Inmaculate, The Register, La Vanguardia

Española, Vida Católica, etc.

m)Folletos: Montse Grases, de Mercedes Eguíbar.

n)Otras fuentes: destacan en este amplio apartado, los Artículos del Postulador de la Causa

de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios, Josemaría Escrivá de Balaguer,

Sacerdote, Fundador del Opus Dei, Roma 1979; Posiciones y Artículos del Proceso

informativo de la Causa de Beatificación y Canonización de Isidoro Zorzano, Madrid 1948.