gestion cultural en ciudadades pequeñas
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LA GESTIN SOCIOCULTURAL EN CIUDADES PEQUEAS
POR CARLOS SCHULMAISTER
PERFIL DEL AUTOR
Argentino, Prof. de Historia y Mster en Gestin y Polticas Culturales en el
MERCOSUR, gestor cultural, docente, escritor y columnista en diarios del pas
y extranjeros. Es autor, entre otros libros, de Gestin Cultural Municipal. De la
trastienda a la vidriera (2008). Vive en Villa Regina (Ro Negro).
ABSTRACT
Contrariamente a lo que a primera vista pareciera, la escala menor en lo
espacial y demogrfico presenta habitualmente una serie de caractersticas y
rasgos que son fortalezas para la gestin sociocultural, a condicin de
reflexionar previamente tras conocer e investigar- sobre la relacin entre lo
dado, lo existente, el punto de partida en el cual el gestor se instala, y aquello
que pretende alcanzar, o lo que suea con realizar.
De todos esos rasgos deriva la proximidad, la cercana, como un valor
destacado a tomar en consideracin por sus ventajas implcitas y explcitas
tanto para la gestin como para la administracin.
Con todo, los avatares de la historia, especialmente en los tiempos que corren,
con el fenmeno omnipresente de la Globalizacin, atraviesan y condicionan
muchas de esas ventajas, a veces relativizndolas, otras veces potencindolas.
En este artculo, el autor expone un ejemplo del primer caso, cuando laproximidad desaparece licuada por los cambios histricos.
Proximidad- ciudades pequeas- gestin sociocultural- objetivos y estrategias
de gestin- cambios histricos.
LA PROXIMIDAD COMO FORTALEZA PARA LA GESTIN
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Con la excepcin de Viedma, emplazada en 1779 en la desembocadura del
ro Negro1, el resto de los asentamientos en el valle homnimo surgieron entre
la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del XX.
Durante mucho tiempo todos tuvieron el rango de asentamientos pequeos
debido a su escasa poblacin dentro de lmites durante muchos aos no
fijados legalmente pero generalmente de reducidas dimensiones,
independientemente de la extensin ms amplia de los departamentos que los
contuvieran. Recin en las ltimas dcadas del siglo XX algunas de esas
poblaciones experimentaron crecimientos demogrficos notorios, por lo cual
dejaron de pertenecer a aquella categora mientras simultneamente crecan
en lo econmico y social, diversificando actividades, transformando condiciones
y calidades de vida, as como sus modos de relacin con las poblaciones
vecinas. Y si bien los ejidos y las distancias se mantuvieron constantes, los
contactos internos y externos se multiplicaron y se hicieron cada vez ms
rpidos, en consonancia con los increbles adelantos cientfico-tecnolgicos
simultneamente producidos en el mundo, por lo que muchos de estos pueblos
hace ya bastante tiempo que son percibidas por propios y extraos con
caractersticas propias de ciudades grandes al haber desarrollado una vida
poltica, social, econmica y cultural muy intensa y muy compleja.
De todos modos, dicho crecimiento ha tenido ritmos y resultados desiguales
en las poblaciones histricamente situadas a la vera del ro Negro.
Las mltiples transformaciones obedecen, en lneas generales, a una
favorable articulacin de variables internas y externas; es decir, por un lado
aquellas pertenecientes a las respectivas localidades con sus respectivos
grados y modalidades de desarrollo, y por otro a las condicionantes externas,
zonales, regionales, provinciales, nacionales y en las ltimas dcadas las queson fruto directo e indirecto de la Globalizacin.
stas ltimas son suficientemente conocidas como para enfrascarme en
ellas. Ms interesante resulta la reflexin acerca de lo que estimo una
caracterstica comn de esas localidades que continan en el rango de
pequeas.
Me refiero a la proximidad que se produce al interior de dichas poblaciones
pequeas, todas bsicamente de origen rural, en funcin del desarrollo agrcolaen el valle que se extiende desde la confluencia de los ros Neuqun y Limay
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para dar origen al ro Negro, hasta la desembocadura de ste en el ocano
Atlntico
Esas localidades son, en general, de superficie reducida, y cuentan con
poblaciones tambin reducidas. Adems, en algunos sectores del valle se
hallan a escasos kilmetros de distancia de otras poblaciones.
Ciertamente, la proximidad no es un elemento privativo de las poblaciones
pequeas, puesto que una ciudad puede ser pequea en cuanto a poblacin
pero grande o muy extendida espacialmente, y en este caso lo ms destacable
pudiera ser la dispersin y el distanciamiento antes que la proximidad. A la
inversa, una ciudad pequea en superficie puede tener cientos de miles de
habitantes y en este caso ya no ser considerada pequea. Y en este ltimo
caso el rasgo de proximidad puede estar presente en lo fsico-espacial pero
ausente en lo social.
Asimismo, en la ciudad cosmopolita y ampliamente extendida, la proximidad
puede presentarse como construccin deliberada de zonas particulares dentro
de la ciudad, y con una alta concentracin humana. La proximidad, en este
caso, sera buscada para facilitar el desarrollo de infraestructura y
equipamientos con menores costos, a la vez que para planificar y regular la
expansin de la ciudad.
Un ejemplo lo constituyen los tpicos barrios de planes sociales en
monoblocks; pero en estos casos la proximidad fsica resultante suele estar en
pugna con el distanciamiento de las interacciones sociales motivado por
razones diversas, por ejemplo por el miedo a los otros desconocidos.
En el caso de las zonas residenciales del tipo countrytambin ocurre una
ventajosa localizacin concentrada de poblacin, de infraestructura y de
provisin de bienes y servicios mltiples, que tampoco es complementadanecesariamente por una proximidad afectiva ni comunicativa, puesto que all el
valor buscado es precisamente el aislamiento como medio para una mayor
privacidad.
El caso extremo lo vemos en un edificio de muchos pisos y cientos de
departamentos, en el que a pesar de la gran proximidad entre personas e
infraestructura, incluso con la posibilidad de contar con reas localizadas de
intercambio comercial o recreativo, esa proximidad espacial indiscutible nogenera necesariamente una proximidad en las relaciones e interacciones de los
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que all conviven. Por el contrario, los vnculos suelen ser circunstanciales y
superficiales, aun entre moradores de un mismo piso.
La proximidad en las poblaciones pequeas se comprueba a travs de las
modalidades en que se presentan los aspectos espaciales, demogrficos,
econmicos, sociales y culturales. La escala de las pequeas ciudades
presenta, en general, el rasgo de proximidad o vecindad entre los diversos
lugares y los protagonistas sociales reales.2
Muchas veces las pequeas poblaciones suelen ser consideradas desde
varios puntos de vista como poseedoras de condiciones desfavorables para la
gestin pblica, por ejemplo desde una racionalidad econmica en relacin con
los costos de instalacin de infraestructura bsica de bienes y servicios en la
zona urbanizada, o desde los resultados concretos de la movilizacin y
consumo cultural, o desde los requerimientos de la produccin y el consumo de
bienes econmicos locales, precisados en todos esos casos de una
operatividad a escala mayor para reducir costos y obtener tasas de rentabilidad
ms elevadas.
Sin embargo, la pequea escala poblacional posee ventajas que la tornan
muy interesante, sobre todo desde los intereses de la gestin urbana,
sociocultural o estrictamente cultural, campos que deberan abordarse con un
enfoque integrador multidisciplinar.
Podemos caracterizar esaproximidadcomo la cercana producida al interior
de los ejidos municipales entre sus diversos elementos constitutivos -no slo
considerando su poblacin- como fruto de la brevedad de las distancias
espaciales. Fruto de ella son la proximidad fsica; las modalidades y frecuencia
de las interacciones sociales y de la comunicacin interpersonal e institucional;
la existencia de fuerte memoria compartida y la sensacin intensa depertenencia junto con otros a un espacio y a una comunidad comunes; todos
ellos elementos participantes en los procesos de constitucin identitaria de las
personas.
La proximidad es la principal causante de las formas, condiciones y
frecuencia de los intercambios materiales y simblicos y de todo tipo de
relaciones al interior de las ciudades pequeas. Por ella la ciudad posee una
dinmica ms intensa, ms compleja y ms eficaz en muchos aspectos o
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asuntos que en ciudades grandes, sin que esto sea tampoco una regla
inexorable.
Habitualmente se piensa este tipo de ciudad pequea como un espacio
relativamente armnico, de gran previsibilidad, casi en tono menor; pero esa
imagen, admisible en pocas pasadas, ya no se compadece con las
caractersticas del mundo actual en el que hasta los lugares ms pequeos se
hallan insertos en una trama de interacciones casi infinitas.
De modo que la limitacin del espacio al nivel de la pequea ciudad,
especialmente la originada como explotacin rural, configura proximidad; y
sta, a los fines de la gestin urbana y de la gestin sociocultural debe
convertirse en un plus, en una fortaleza que el gestor aprovechar inicialmente
para fomentar y expandir mediante actividades diversas las interacciones e
intercambios entre los actores sociales implicados (individuos, grupos,
instituciones, colectividades, organizaciones, etc), el medio y sus elementos
constitutivos; as como tambin el desarrollo del inmenso campo sociocultural
real y potencialmente existente en ciudades pequeas.
RESULTADOS INMEDIATOS Y ESTRATGICOS DE LA INTERVENCIN
GESTIONARIA
Las intervenciones del gestor buscarn alcanzar objetivos de corto, mediano
y largo plazo, verificables y ajustables como todo objetivo. Pero tambin
perseguirn la realizacin de fines estratgicos cuya realizacin diferida en el
tiempo no ser tan fcilmente evaluable ni ajustable.
Mientras los objetivos tienden a ser concretos, tangibles, los fines suelen ser
ideales o intangibles.En el primer caso las intervenciones de gestin seguirn la misma impronta
de acciones concretas en espacios y tiempos previstos relacionados con la
infraestructura y la dinmica de la vida material, incluyendo comportamientos
humanos observables, por ej. en la utilizacin de infraestrutura para el
desarrollo del deporte.
Tratndose de fines socioculturales de gestin se relacionan con la vida
psquica, espiritual y cultural, como supuestos subyacentes de loscomportamientos y como actitudes a la base de estos, por ejemplo, el
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fortalecimiento de una conciencia de participacin y solidaridad entre los
habitantes de la pequea ciudad o la produccin de ciudadana. En estos casos
las intervenciones gestionarias y el desarrollo de fines que ms bien son
principios o actitudes a instalar no poseen espacios y tiempos previstos sino
que stos son totalizadores, adems de tender a independizarse, a
autonomizarse respecto de los gestores implicados.
Las intervenciones de gestin del primer tipo configuran acciones
generalmente pblicas3 y actos administrativos (es decir, registrables y
documentables), en cambio las segundas no suelen dejar huellas de esta
clase. Sin embargo, ambos obran y repercuten en las relaciones humanas
imprimiendo huellas ms o menos duraderas en las costumbres y tradiciones
de una comunidad.
De modo que las intervenciones gestionarias pueden transformar las
componentes socioculturales de un lugar no slo en lo inmediato sino tambin
estratgicamente, incluyendo los rasgos idiosincrsicos de sus habitantes
aunque esto ltimo no sea develado, o sea de difcil reconocimiento.
Siempre ser cuestin de investigar, de reconocer los emergentes
implicados y de saber decodificarlos a los fines de optimizar una planificacin
gestionaria sustentable, antes de proceder a efectuar las correspondientes
intervenciones.
Por cierto, las calidades de la participacin social no son necesariamente
dependientes de las caractersticas idiosincrsicas de una comunidad concreta
o de ciertas colectividades que puedan integrarla -con todo lo que a este factor
pueda corresponder en situaciones reales-, ya que a menudo aquella obedece
tambin a simples razones de oportunidad, de intereses o de conveniencia.
De modo que la gestin sociocultural puede transformar no slo las formasde las interacciones y sus sentidos sino tambin las actitudes que se hallen a
la base de las mismas.
Dcadas atrs, cuando los estudios de gestin no se haban desarrollado,
abundaban las intervenciones sociales de carcter reactivo, ex post facto, casi
siempre en procura de efectos correctivos, o asistencialistas, en situaciones
conflictivas. Hoy, en cambio, existe mayor conciencia acerca de los beneficios
de practicar una intervencin gestionaria de carcter preventivo, anticipativo,en su ms amplio alcance, para sembrar los efectos futuros de la
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transformacin deseada ex post ante la ocurrencia de los sucesos no
deseados pero posibles de suceder.
Vale aclarar que no me refiero nicamente a la gestin monopolizada por el
poder poltico o administrativo sino a las mltiples intervenciones de todo
alcance que ocurren en cualquier ciudad con objetivos preventivos o
asistenciales concretos pero que al reiterarse regular y constantemente pueden
revestir caracteres finalsticos aunque a menudo no suelan ser reconocibles.
Podramos decir entonces que si es conveniente disear metas finalsticas
en las que inscribir el desarrollo de los objetivos de diverso alcance, cuando los
fines no son visibilizados los objetivos concretos realizados pueden ir
construyendo resultados que a la larga configuran efectos finalsticos.
Dicho de otra forma, la realizacin habitual de objetivos concretos en una
comunidad siembra elementos actitudinales de alcance estratgico, lo cual
favorecer el carcter autnomo y conciente de la participacin social.
AGENTES INDIVIDUALES Y COLECTIVOS DE LA PARTICIPACIN
SOCIOCULTURAL
La participacin y la solidaridad sociales, entre otros valores societales,
pueden reconocerse en acto cuando son promovidas por diversos agentes
sociales particulares o por grupos especialmente motivados para el logro de
resultados concretos, pero tambin pueden estar creciendo a nivel espiritual,
religioso o cvico independientemente de la frecuencia y extensin de sus
realizaciones.
En consecuencia, las funciones y los roles sociales en la pequea escala
urbana deben ser enfocados bajo una nueva luz, resaltando sus puntos fuertesen razn precisamente de aquello que normalmente no se percibe, como es la
proximidad, y que constituye un valor en orden a la gestin.
Tal el caso del prroco, el comisionado municipal, el pastor evanglico, el
comisario de polica, el mdico y la enfermera, el funebrero, el dueo del
corraln de materiales, la directora y las maestras de la escuela, los alumnos,
etc, etc, los cuales interactan concientemente con personas y grupos, pero sin
reducir sus interacciones en un sentido unidireccional, ya que habitualmenteson interesados relativamente concientes en recibir, en su particular esfera de
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accin social, los frutos de la participacin comunitaria mediante la formacin
de condiciones actitudinales que faciliten la asuncin autnoma y constante de
aquellas motivaciones por parte de los integrantes de la comunidad.
Otras veces pueden ocurrir intervenciones sociales de agentes interesados
en proyectos concretos pero ocasionales, tales como promotores o activistas
varios en circunstancias especficas.
Los ejemplos dados primeramente constituyen una pequea parte de las
posibilidades reales que cualquiera conoce. En el ltimo caso, podemos estar
frente a colectivos u organizaciones circunstanciales, por ej. existiendo
motivaciones o necesidades sociales, especficas o generales, junto con la
ausencia de agentes dirigenciales particulares o institucionales.
En la vida de una comunidad suelen aparecer momentos de gran impulso a
la agregacin de voluntades y esfuerzos individuales en organizaciones
concretas. Algunos son inherentes a la propia vida comunitaria, tal como
momentos de crisis (de estancamiento o de crecimiento); otras veces obedecen
a circunstancias externas, por ej. el retorno a la vida democrtica a fines de
1983.
En general, en este ltimo tipo de circunstancias la dinmica social se
acelera y facilita la emergencia de organizaciones especficas. Ese ao
aparecieron en todas partes numerosas organizaciones sectoriales,
multisectoriales, partidarias y multipartidarias, tanto en ciudades pequeas
como grandes.
VENTAJAS Y LIMITACIONES DE LA PROXIMIDAD
La principal ventaja de la proximidad son sus fortalezas, consistentes en lasfacilitaciones que ella permite a la accin o intervencin de gestin. Entre ellas,
las siguientes:
1) el desarrollo de mltiples vnculos interpersonales con mayores niveles
de intensidad, tales como la amistad, la afectividad, la colaboracin, la
empata, la confianza, la asociatividad, la memoria, el sentido de
pertenencia, la contencin grupal, etc, y las consecuencias derivadas destas.
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Ello no significa creer ingenuamente que por poseer esas caractersticas las
comunidades pequeas son siempre armnicas, participativas y solidarias, y
que las grandes son todo lo opuesto, ya que se sabe que en cualquier escala
pueden darse -y de hecho se dan- todas las contradicciones posibles.
Adems, otras ventajas de la proximidad estn representadas en el hecho
de que a distancias menores corresponden mayores facilidades de contacto
entre partes o elementos internos, por ej.:
2) en trminos de frecuencia de los contactos presenciales o fsicos, y de
intercambios de cosas materiales, los que suelen ser ms numerosos;
3) de menor tiempo insumido en funcin de distancias a recorrer a esos
fines;
4) derivado de los anteriores, las relaciones entre operadores gestionarios
y participantes tienden a ser directas, con pocas mediaciones;
5) en trminos de costos de traslados y transportes de personas y cosas al
interior de la ciudad;
6) a menor cantidad de poblacin tamao de infraestructura
proporcionada; a superficies reducidas menor necesidad de
infraestructura descentralizada; en consecuencia, menores
requerimientos de inversin necesarios para el desarrollo de
infraestructura de servicios socioculturales;4
7) al concentrarse los espacios pblicos por lo general en el centro
histrico de la pequea ciudad all se reciben y concentran las
demandas de consumo sociocultural y all mismo se procesan en tanto
la ciudad sigue siendo de reducida poblacin;5
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8) la gran intensidad de las vivencias deja improntas modeladoras muy
fuertes en el psiquismo, la espiritualidad y la sociabilidad de los
protagonistas;
9) la duracin de esas improntas suele ser muy grande, tal como tambin
sucede con la memoria comunitaria.
De ah que estas ventajas sean muy importantes para la gestin
sociocultural en particular y para la gestin de la ciudad en general.
Por otra parte, el hecho de que estas ciudades estn situadas la mayora a
muy corta distancia entre s tambin genera proximidad entre ellas 6. Esto
produce una ampliacin de escalas de gestin, desde la local a la zonal, desde
la zonal a la regional y desde sta a la provincial, que alienta las intervenciones
gestionarias en proyectos compartidos, valindose de la ampliacin
consiguiente de los espacios implicados como mercados y como pblicos,
especialmente.7
En consecuencia, el gestor trabajar terica y prcticamente con el espacio
y con el tiempo, es decir, con la historia, -vectores de la proximidad-,
promoviendo el anlisis crtico de sus condiciones reales y virtuales, as como
de los diversos tipos de contactos e intercambios existentes, necesarios,
deseables y posibles entre los individuos, los grupos sociales y las instituciones
que integran una comunidad.
En general, la proximidad que genera la aldea o la pequea ciudad -ms
an si es de tipo rural-, favorece la generacin de energas proactivas, y al
mismo tiempo la condensacin de la cultura y su conservacin con ms
intensidad, en general, que en las escalas mayores.A primera vista se trata de fuerzas aparentemente contradictorias, ya que en
realidad son complementarias, y cuyos respectivos resultados se capitalizan y
se potencian mutuamente en el crecimiento comunitario.
Sin embargo, esa relacin de fuerzas puede tornarse asimtrica en ciertas
circunstancias, tales como en el caso de que el crecimiento sea superior o ms
rpido que las tendencias conservacionistas de la cultura. En este ltimo caso,
lo nuevo desplazar fatalmente a lo viejo.
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En la historia de todos los pueblos pequeos del Alto Valle de Ro Negro
-cuando todava eran pequeos- siempre se ha visto la aparicin de esta
asimetra.
Las razones que pueden aducirse para su explicacin son mltiples, pero
especialmente se debe tener en cuenta que todas las variables sociales -y no
slo algunas- estn en movimiento en todo momento.
El ejemplo ms fcil de entender lo constituyen las modalidades actuales de
la cultura en tiempos de la Globalizacin, que simultneamente unifica y
fragmenta, conecta y asla, accesa y rechaza las interacciones sociales.
En esta etapa, pues, la gestin de la ciudad y en ella la gestin
sociocultural, se encuentran en una encrucijada, pues a mi juicio no pueden
revertir la tendencia del presente a fagocitar el pasado condensado en
tradiciones y costumbres que hasta no hace mucho tiempo podan contarse
con orgullo en el patrimonio histrico cultural intangible.
Desde ya, no se trata de querer anular el devenir histrico, lo cual sera un
despropsito, ni de forzar ni intervenir culturalmente para anular la libertad de la
vida con el pretexto de mantener rasgos que suelen considerarse identitarios,
sino de reflexionar acerca de cmo se puede -desde la gestin- aportar un
granito de arena al enriquecimiento de la imagen y la autoimagen identitaria sin
forzar dicho proceso.
LA PROXIMIDAD EN RETIRADA
Las consideraciones precedentes me llevan a reflexionar sobre un
fenmeno real y frecuente en pequeas poblaciones, sobre todo en las de tipo
rural, por causa de las transformaciones actuales de la vida.8Me refiero a las relaciones de distancia espacial, entre el centro del poblado
y el cementerio, generalmente un cementerio pblico municipal; y tambin a la
distancia sociocultural que por efectos del cambio social histrico se produce
entre los hombres actuales y la funcin social de la salida de escena de la vida,
aquello que antes se llamaba el funeral o el entierro.
Ms all de referirme a la costumbre y al cambio en sus mltiples
posibilidades, quiero mover al lector a reflexionar acerca de las posibilidades deintervencin para contrarrestar ciertas tendencias cuando ello es posible.
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Estrictamente pienso en los cambios de significado y sentido en el traslado
final de los restos fsicos del fallecido. Me sito en Villa Regina, cuando los
colonos desmontaron el terreno para hacer un camino que condujera hasta un
recodo de la meseta, lugar en el que organizaron el cementerio de la flamante
colonia, a comienzos de 1925, apenas un ao despus de iniciarse la
colonizacin en la localidad, trabajando voluntariamente a pico y pala los
domingos a la maana durante un mes.
En esos tiempos no exista ninguna empresa de sepelios. Los velatorios se
realizaban en las casas de los fallecidos o de sus familias, siendo luego
trasladados hasta la Iglesia, donde se les brindaban las ltimas honras
fnebres, y desde all en caravana de chatas, sulkys, y ms escasamente de
algn Ford T, hasta el flamante cementerio.
Desde la Iglesia se vea en esos aos el camposanto emplazado
aproximadamente a unos 1.500 metros en lnea recta. La distancia pareca
infinita pues se prolongaba ms all de la zona poblada, por lo cual no era
recorrida de a pie por nadie, pese a lo exigua que en realidad era y es, a
menos que se tratara de acompaar algn cortejo fnebre.
Pero no slo el tiempo era diferente entonces, el espacio tambin lo era. Las
reducidas dimensiones del espacio cntrico de la Colonia Regina hacan que el
cortejo recorriera las calles principales antes de emprender el camino final. A su
paso se suspendan las actividades, se bajaban las persianas de los
comercios, se cerraban las ventanas de las casas particulares, los transentes
se detenan, se santiguaban y persignaban y permanecan en silencio hasta
que el cortejo se alejara.
Esa despedida era un ritual comunitario en un contexto espacial que
adaptaba sus condiciones materiales a la funcin social exigida.He aqu el comportamiento social interactivo que la proximidad y el
conocimiento social mutuo al interior de la pequea poblacin permitan. Eran
tiempos en los que todos se conocan y se tenan mutuamente en cuenta, por
lo cual la muerte de un miembro de la comunidad afectaba a todos sus
integrantes. En consecuencia, el recorrido efectuado por el cortejo fnebre no
era arbitrario sino fundado en la necesidad espiritual que los que quedaban
vivos en la aldea tenan de despedir al muerto, adems de la potica
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necesidad de ste de recorrer por ltima vez sus calles. Ambos, pues, se
despedan.
Exista as, dada la escala de la colonia, una funcin espiritual de despedida
de la comunidad a cada uno de sus miembros al pasar a la otra vida, como se
deca y se pensaba por entonces respecto del bito.
La pequea distancia de un kilmetro y medio antes mencionada, apenas
engrosada con el recorrido por las calles principales, produca adems un
fenmeno de comunicacin de profunda significacin.
Todos se anoticiaban acerca del finado pues el atad, por aos tirado por
caballos, y ms tarde por un automvil negro con una cruz inmensa en su
techo- llevaba su nombre en un costado, en letras de papel dorado que podan
leerse desde las veredas.
Noticia, comentarios, recuerdos del fallecido de cuando todava viva,
actitudes y emociones de la sensibilidad y registro de su ausencia definitiva se
convertan en hechos sociales puesto que en esos tiempos la muerte tena un
sentido comunitario, un valor importante y una consideracin por parte de los
vivientes que ni por asomo tiene hoy.
Ms intensa era esa experiencia para quienes acompaaban al muerto
hasta su ltima morada, all bajo la tierra pelada y salitrosa, en un paisaje
donde lo ms alto que se ergua sobre ella aran las cruces de las tumbas, ya
que el cementerio no era la ciudad de los muertos con sus calles y avenidas y
sus moles y monumentos de cemento tal como es hoy en cualquier ciudad.
Ese mundo de la experiencia espiritual que las pequeas poblaciones
rurales permitan ha desaparecido en general, aun en poblados rurales
pequeos y recientes.
Actualmente el recorrido de un cortejo fnebre dura un instante, y auncuando ocasionalmente circule por alguna calle cntrica de alto trnsito el
comportamiento de la gente a su paso est signado por la indiferencia ms
generalizada, incluso por el no registro colectivo de su paso (no registro en las
conciencias, aun con los ojos abiertos!) y la ausencia de notificacin social del
fallecimiento.
Evidentemente, la muerte ya no es lo que era. Y la vida tampoco, que va!
Es que el hombre actual integra una red virtual planetaria y aun csmica que loha vuelto a un estado similar al que tena cuando era un gan prehistrico.
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Cuando desconoca lo que exista ms all del horizonte de su espacio de
accin cotidiano organizaba imaginariamente el mundo celestial a escala
csmica y creaba lazos entre l y los dioses imaginados.
Sin embargo, el comportamiento del hombre actual es ms triste an, pues
sabiendo lo que existe a nivel terrenal e intuyendo el ms all, en lugar de
interactuar dialgicamente y sin lmites espaciales se retrae, se asla y se
esconde tras las mquinas de interaccin virtual.
Obviamente, no hablo aqu de las comunidades marginales, indgenas,
campesinas, pobres, de zonas perifricas, relictos de un mundo que se
disuelve culturalmente por la expansin del sistema mundial capitalista sin que
por ello sus integrantes sean promovidos humanamente, por ms que se crea
que la accesibilidad a ciertas tecnologas de uso masivo as lo indica. No, me
refiero al mundo de la conciencia de millones y millones de seres humanos. Me
refiero a las comunidades del centro del sistema mundial.
Es sabido que la accin cultural debe preservar los bienes del patrimonio
histrico cultural. Pero al decirlo suele pensarse exclusivamente en bienes
tangibles, bsicamente museables, lo cual representa un cariz materialista muy
importante por cierto, pero que opaca la dimensin espiritual y psicolgica del
hombre y la comunidad, y por ende, otros bienes especficos del patrimonio
histrico cultural intangible. De modo que la gestin debe tomar en
consideracin las limitaciones de esa concepcin de patrimonio.
Ciertamente, no se trata de congelar ni de conservar expresiones del
pasado cuando no son experimentadas ni sentidas con las caractersticas que
ello tena en los primeros tiempos de la ciudad. Pero s de considerar las
posibilidades de intervenir gestionariamente en la ciudad para crear
condiciones que permitan, por ejemplo, dotar al espacio de los cementerios y altrayecto hasta ellos de las condiciones de respetabilidad y dignidad que la
muerte en si misma merece, as como a la experiencia del recuerdo y las
vivencias espirituales de los deudos en un mundo cada vez ms
deshumanizado.
Se me dir que, adems de los cambios en las costumbres, como por
ejemplo los experimentados por los velatorios (cada vez ms un mero trmite
formal, vaco de sentimientos) lo impide la presin inmobiliaria sobre la tierra, ola ausencia histrica de planificacin de los cementerios en los ejidos
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municipales, que condicionan, encorsetan e impiden una nueva organizacin
espacial con sentido humanista9; o que otro sera el cantar si se crearan
asentamientos poblacionales planificados previamente en lugar del crecimiento
perifrico de los ya existentes, o que hoy existen cementerios privados en los
que s puede hacerse lo que en los pblicos no.
Pero yo pregunto, por qu stos ltimos pueden tener ambientes dignos
para la funcin que atienden? La respuesta no es otra que porque hay recursos
econmicos accesibles que sin duda vencen todos los obstculos.
Ello significa que es posible la intervencin gestionaria que transforme el
espacio y los comportamientos humanos con sentidos nuevos y deseables sin
esperar simplemente que el azar someta a aquellos a condiciones a menudo
deficientes y deplorables.
El ruido, la indiferencia, la oquedad de las mentes y la frialdad de los
corazones masificados y alienados contaminan hoy la convivencia en todas las
escalas. Por qu no proponer entonces una vuelta al respeto colectivo a la
salida de escena, a ese ltimo pasaje por la vida?
Qu tal si para ello se partiera de considerar la vinculacin entre el centro
de la ciudad, como caja de resonancia de la vida comunitaria, y el camposanto,
como destino colectivo, planificando desde un principio en toda nueva
organizacin urbana esa articulacin espacial para revestirla de notas
singulares, especialmente desde la esttica, buscando restaurar la conciencia
colectiva acerca de lo inexorable del ltimo viaje?
No se debe olvidar que la ciudad no constituye una variable de la
convivencia social sino que es la convivencia misma. Por su parte, la pequea
ciudad, o la aldea, tienen ms fortalezas a considerar, puesto que tienen
espacio disponible para el crecimiento, y tiempo, mucho tiempo para crecer.Y eso debe fundar nuevas esperanzas para la construccin de una sociedad
mejor.
Mster en Gestin y Polticas Culturales en el MERCOSUR (U. de
Palermo).
oOo
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BIBLIOGRAFA
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2003.
http://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htm.
MEJAS LPEZ, Jess, Estructuras y principios de gestin del patrimonio
cultural municipal. Gijn, Ed. Trea, 2008.
TORNERO BORRED, Gens, La gestin cultural municipal: el caso de Aielo
de Malferit[Valencia]. En: http:
//descarga.sarc.es/Actas2007/CD_congreso/pdf_c%5C6%5C6.1.pdf.
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NOTAS
http://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htmhttp://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htm -
8/14/2019 Gestion Cultural en Ciudadades Pequeas
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1 Los ros Neuqun y Negro constituyen el lmite norte de la Patagonia argentina.
2 Hago abstraccin de los protagonistas externos virtuales, hoy presentes como un dato casi natural de larealidad.
3 Sin por ello excluir al sector privado.
4Las necesidades de infraestructura y equipamiento y la oferta y consumo sociocultural revisten
magnitudes en principio menores que las existentes en ciudades de dimensiones mayores.
5 Cuando la ciudad crece se desarrolla los espacios suburbanos y all comienzan las necesidades de
infraestructura descentralizada.
6Lamentablemente, estas ventajas an hoy son escasamente volcadas a una prctica de gestin en equipo
y coordinacin entre, por ej., los gestores socioculturales pblicos de las municipalidades. Y muchsimo
menos an entre los del campo privado. Concretamente, ello facilitara la creacin de redes de gestin
sociocultural institucionales, es decir, planificadas y permanentes, entre ciudades vecinas, con las
ventajas de ampliacin de oferta y de demanda y de reduccin de costos de produccin. Y no solo a
nivel pblico, sino tambin privado, por ejemplo, entre organismos y centros culturales privados comobibliotecas, institutos, etc.
7 Vase SCHULMAISTER, Carlos R., Gestin cultural municipal. De la trastienda a la vidriera. Gral.
Roca, 2008.
8 Si lo que aqu digo reviste gravedad, desde este enfoque, cunto mayor ser sta en las ciudades
medianas y actuales.
9 Obviamente, no tengo por humanismo la existencia y el sentido de, por ejemplo, un cementerio vertical
como el de Santos (Brasil), con 32 pisos y ms de 30.000 nichos. Ni siquiera para esa ciudad, as que ni
pensar en nuestras pequeas ciudades una al lado de la otra.
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