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  • 8/14/2019 Gestion Cultural en Ciudadades Pequeas

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    LA GESTIN SOCIOCULTURAL EN CIUDADES PEQUEAS

    POR CARLOS SCHULMAISTER

    PERFIL DEL AUTOR

    Argentino, Prof. de Historia y Mster en Gestin y Polticas Culturales en el

    MERCOSUR, gestor cultural, docente, escritor y columnista en diarios del pas

    y extranjeros. Es autor, entre otros libros, de Gestin Cultural Municipal. De la

    trastienda a la vidriera (2008). Vive en Villa Regina (Ro Negro).

    ABSTRACT

    Contrariamente a lo que a primera vista pareciera, la escala menor en lo

    espacial y demogrfico presenta habitualmente una serie de caractersticas y

    rasgos que son fortalezas para la gestin sociocultural, a condicin de

    reflexionar previamente tras conocer e investigar- sobre la relacin entre lo

    dado, lo existente, el punto de partida en el cual el gestor se instala, y aquello

    que pretende alcanzar, o lo que suea con realizar.

    De todos esos rasgos deriva la proximidad, la cercana, como un valor

    destacado a tomar en consideracin por sus ventajas implcitas y explcitas

    tanto para la gestin como para la administracin.

    Con todo, los avatares de la historia, especialmente en los tiempos que corren,

    con el fenmeno omnipresente de la Globalizacin, atraviesan y condicionan

    muchas de esas ventajas, a veces relativizndolas, otras veces potencindolas.

    En este artculo, el autor expone un ejemplo del primer caso, cuando laproximidad desaparece licuada por los cambios histricos.

    Proximidad- ciudades pequeas- gestin sociocultural- objetivos y estrategias

    de gestin- cambios histricos.

    LA PROXIMIDAD COMO FORTALEZA PARA LA GESTIN

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    Con la excepcin de Viedma, emplazada en 1779 en la desembocadura del

    ro Negro1, el resto de los asentamientos en el valle homnimo surgieron entre

    la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del XX.

    Durante mucho tiempo todos tuvieron el rango de asentamientos pequeos

    debido a su escasa poblacin dentro de lmites durante muchos aos no

    fijados legalmente pero generalmente de reducidas dimensiones,

    independientemente de la extensin ms amplia de los departamentos que los

    contuvieran. Recin en las ltimas dcadas del siglo XX algunas de esas

    poblaciones experimentaron crecimientos demogrficos notorios, por lo cual

    dejaron de pertenecer a aquella categora mientras simultneamente crecan

    en lo econmico y social, diversificando actividades, transformando condiciones

    y calidades de vida, as como sus modos de relacin con las poblaciones

    vecinas. Y si bien los ejidos y las distancias se mantuvieron constantes, los

    contactos internos y externos se multiplicaron y se hicieron cada vez ms

    rpidos, en consonancia con los increbles adelantos cientfico-tecnolgicos

    simultneamente producidos en el mundo, por lo que muchos de estos pueblos

    hace ya bastante tiempo que son percibidas por propios y extraos con

    caractersticas propias de ciudades grandes al haber desarrollado una vida

    poltica, social, econmica y cultural muy intensa y muy compleja.

    De todos modos, dicho crecimiento ha tenido ritmos y resultados desiguales

    en las poblaciones histricamente situadas a la vera del ro Negro.

    Las mltiples transformaciones obedecen, en lneas generales, a una

    favorable articulacin de variables internas y externas; es decir, por un lado

    aquellas pertenecientes a las respectivas localidades con sus respectivos

    grados y modalidades de desarrollo, y por otro a las condicionantes externas,

    zonales, regionales, provinciales, nacionales y en las ltimas dcadas las queson fruto directo e indirecto de la Globalizacin.

    stas ltimas son suficientemente conocidas como para enfrascarme en

    ellas. Ms interesante resulta la reflexin acerca de lo que estimo una

    caracterstica comn de esas localidades que continan en el rango de

    pequeas.

    Me refiero a la proximidad que se produce al interior de dichas poblaciones

    pequeas, todas bsicamente de origen rural, en funcin del desarrollo agrcolaen el valle que se extiende desde la confluencia de los ros Neuqun y Limay

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    para dar origen al ro Negro, hasta la desembocadura de ste en el ocano

    Atlntico

    Esas localidades son, en general, de superficie reducida, y cuentan con

    poblaciones tambin reducidas. Adems, en algunos sectores del valle se

    hallan a escasos kilmetros de distancia de otras poblaciones.

    Ciertamente, la proximidad no es un elemento privativo de las poblaciones

    pequeas, puesto que una ciudad puede ser pequea en cuanto a poblacin

    pero grande o muy extendida espacialmente, y en este caso lo ms destacable

    pudiera ser la dispersin y el distanciamiento antes que la proximidad. A la

    inversa, una ciudad pequea en superficie puede tener cientos de miles de

    habitantes y en este caso ya no ser considerada pequea. Y en este ltimo

    caso el rasgo de proximidad puede estar presente en lo fsico-espacial pero

    ausente en lo social.

    Asimismo, en la ciudad cosmopolita y ampliamente extendida, la proximidad

    puede presentarse como construccin deliberada de zonas particulares dentro

    de la ciudad, y con una alta concentracin humana. La proximidad, en este

    caso, sera buscada para facilitar el desarrollo de infraestructura y

    equipamientos con menores costos, a la vez que para planificar y regular la

    expansin de la ciudad.

    Un ejemplo lo constituyen los tpicos barrios de planes sociales en

    monoblocks; pero en estos casos la proximidad fsica resultante suele estar en

    pugna con el distanciamiento de las interacciones sociales motivado por

    razones diversas, por ejemplo por el miedo a los otros desconocidos.

    En el caso de las zonas residenciales del tipo countrytambin ocurre una

    ventajosa localizacin concentrada de poblacin, de infraestructura y de

    provisin de bienes y servicios mltiples, que tampoco es complementadanecesariamente por una proximidad afectiva ni comunicativa, puesto que all el

    valor buscado es precisamente el aislamiento como medio para una mayor

    privacidad.

    El caso extremo lo vemos en un edificio de muchos pisos y cientos de

    departamentos, en el que a pesar de la gran proximidad entre personas e

    infraestructura, incluso con la posibilidad de contar con reas localizadas de

    intercambio comercial o recreativo, esa proximidad espacial indiscutible nogenera necesariamente una proximidad en las relaciones e interacciones de los

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    que all conviven. Por el contrario, los vnculos suelen ser circunstanciales y

    superficiales, aun entre moradores de un mismo piso.

    La proximidad en las poblaciones pequeas se comprueba a travs de las

    modalidades en que se presentan los aspectos espaciales, demogrficos,

    econmicos, sociales y culturales. La escala de las pequeas ciudades

    presenta, en general, el rasgo de proximidad o vecindad entre los diversos

    lugares y los protagonistas sociales reales.2

    Muchas veces las pequeas poblaciones suelen ser consideradas desde

    varios puntos de vista como poseedoras de condiciones desfavorables para la

    gestin pblica, por ejemplo desde una racionalidad econmica en relacin con

    los costos de instalacin de infraestructura bsica de bienes y servicios en la

    zona urbanizada, o desde los resultados concretos de la movilizacin y

    consumo cultural, o desde los requerimientos de la produccin y el consumo de

    bienes econmicos locales, precisados en todos esos casos de una

    operatividad a escala mayor para reducir costos y obtener tasas de rentabilidad

    ms elevadas.

    Sin embargo, la pequea escala poblacional posee ventajas que la tornan

    muy interesante, sobre todo desde los intereses de la gestin urbana,

    sociocultural o estrictamente cultural, campos que deberan abordarse con un

    enfoque integrador multidisciplinar.

    Podemos caracterizar esaproximidadcomo la cercana producida al interior

    de los ejidos municipales entre sus diversos elementos constitutivos -no slo

    considerando su poblacin- como fruto de la brevedad de las distancias

    espaciales. Fruto de ella son la proximidad fsica; las modalidades y frecuencia

    de las interacciones sociales y de la comunicacin interpersonal e institucional;

    la existencia de fuerte memoria compartida y la sensacin intensa depertenencia junto con otros a un espacio y a una comunidad comunes; todos

    ellos elementos participantes en los procesos de constitucin identitaria de las

    personas.

    La proximidad es la principal causante de las formas, condiciones y

    frecuencia de los intercambios materiales y simblicos y de todo tipo de

    relaciones al interior de las ciudades pequeas. Por ella la ciudad posee una

    dinmica ms intensa, ms compleja y ms eficaz en muchos aspectos o

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    asuntos que en ciudades grandes, sin que esto sea tampoco una regla

    inexorable.

    Habitualmente se piensa este tipo de ciudad pequea como un espacio

    relativamente armnico, de gran previsibilidad, casi en tono menor; pero esa

    imagen, admisible en pocas pasadas, ya no se compadece con las

    caractersticas del mundo actual en el que hasta los lugares ms pequeos se

    hallan insertos en una trama de interacciones casi infinitas.

    De modo que la limitacin del espacio al nivel de la pequea ciudad,

    especialmente la originada como explotacin rural, configura proximidad; y

    sta, a los fines de la gestin urbana y de la gestin sociocultural debe

    convertirse en un plus, en una fortaleza que el gestor aprovechar inicialmente

    para fomentar y expandir mediante actividades diversas las interacciones e

    intercambios entre los actores sociales implicados (individuos, grupos,

    instituciones, colectividades, organizaciones, etc), el medio y sus elementos

    constitutivos; as como tambin el desarrollo del inmenso campo sociocultural

    real y potencialmente existente en ciudades pequeas.

    RESULTADOS INMEDIATOS Y ESTRATGICOS DE LA INTERVENCIN

    GESTIONARIA

    Las intervenciones del gestor buscarn alcanzar objetivos de corto, mediano

    y largo plazo, verificables y ajustables como todo objetivo. Pero tambin

    perseguirn la realizacin de fines estratgicos cuya realizacin diferida en el

    tiempo no ser tan fcilmente evaluable ni ajustable.

    Mientras los objetivos tienden a ser concretos, tangibles, los fines suelen ser

    ideales o intangibles.En el primer caso las intervenciones de gestin seguirn la misma impronta

    de acciones concretas en espacios y tiempos previstos relacionados con la

    infraestructura y la dinmica de la vida material, incluyendo comportamientos

    humanos observables, por ej. en la utilizacin de infraestrutura para el

    desarrollo del deporte.

    Tratndose de fines socioculturales de gestin se relacionan con la vida

    psquica, espiritual y cultural, como supuestos subyacentes de loscomportamientos y como actitudes a la base de estos, por ejemplo, el

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    fortalecimiento de una conciencia de participacin y solidaridad entre los

    habitantes de la pequea ciudad o la produccin de ciudadana. En estos casos

    las intervenciones gestionarias y el desarrollo de fines que ms bien son

    principios o actitudes a instalar no poseen espacios y tiempos previstos sino

    que stos son totalizadores, adems de tender a independizarse, a

    autonomizarse respecto de los gestores implicados.

    Las intervenciones de gestin del primer tipo configuran acciones

    generalmente pblicas3 y actos administrativos (es decir, registrables y

    documentables), en cambio las segundas no suelen dejar huellas de esta

    clase. Sin embargo, ambos obran y repercuten en las relaciones humanas

    imprimiendo huellas ms o menos duraderas en las costumbres y tradiciones

    de una comunidad.

    De modo que las intervenciones gestionarias pueden transformar las

    componentes socioculturales de un lugar no slo en lo inmediato sino tambin

    estratgicamente, incluyendo los rasgos idiosincrsicos de sus habitantes

    aunque esto ltimo no sea develado, o sea de difcil reconocimiento.

    Siempre ser cuestin de investigar, de reconocer los emergentes

    implicados y de saber decodificarlos a los fines de optimizar una planificacin

    gestionaria sustentable, antes de proceder a efectuar las correspondientes

    intervenciones.

    Por cierto, las calidades de la participacin social no son necesariamente

    dependientes de las caractersticas idiosincrsicas de una comunidad concreta

    o de ciertas colectividades que puedan integrarla -con todo lo que a este factor

    pueda corresponder en situaciones reales-, ya que a menudo aquella obedece

    tambin a simples razones de oportunidad, de intereses o de conveniencia.

    De modo que la gestin sociocultural puede transformar no slo las formasde las interacciones y sus sentidos sino tambin las actitudes que se hallen a

    la base de las mismas.

    Dcadas atrs, cuando los estudios de gestin no se haban desarrollado,

    abundaban las intervenciones sociales de carcter reactivo, ex post facto, casi

    siempre en procura de efectos correctivos, o asistencialistas, en situaciones

    conflictivas. Hoy, en cambio, existe mayor conciencia acerca de los beneficios

    de practicar una intervencin gestionaria de carcter preventivo, anticipativo,en su ms amplio alcance, para sembrar los efectos futuros de la

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    transformacin deseada ex post ante la ocurrencia de los sucesos no

    deseados pero posibles de suceder.

    Vale aclarar que no me refiero nicamente a la gestin monopolizada por el

    poder poltico o administrativo sino a las mltiples intervenciones de todo

    alcance que ocurren en cualquier ciudad con objetivos preventivos o

    asistenciales concretos pero que al reiterarse regular y constantemente pueden

    revestir caracteres finalsticos aunque a menudo no suelan ser reconocibles.

    Podramos decir entonces que si es conveniente disear metas finalsticas

    en las que inscribir el desarrollo de los objetivos de diverso alcance, cuando los

    fines no son visibilizados los objetivos concretos realizados pueden ir

    construyendo resultados que a la larga configuran efectos finalsticos.

    Dicho de otra forma, la realizacin habitual de objetivos concretos en una

    comunidad siembra elementos actitudinales de alcance estratgico, lo cual

    favorecer el carcter autnomo y conciente de la participacin social.

    AGENTES INDIVIDUALES Y COLECTIVOS DE LA PARTICIPACIN

    SOCIOCULTURAL

    La participacin y la solidaridad sociales, entre otros valores societales,

    pueden reconocerse en acto cuando son promovidas por diversos agentes

    sociales particulares o por grupos especialmente motivados para el logro de

    resultados concretos, pero tambin pueden estar creciendo a nivel espiritual,

    religioso o cvico independientemente de la frecuencia y extensin de sus

    realizaciones.

    En consecuencia, las funciones y los roles sociales en la pequea escala

    urbana deben ser enfocados bajo una nueva luz, resaltando sus puntos fuertesen razn precisamente de aquello que normalmente no se percibe, como es la

    proximidad, y que constituye un valor en orden a la gestin.

    Tal el caso del prroco, el comisionado municipal, el pastor evanglico, el

    comisario de polica, el mdico y la enfermera, el funebrero, el dueo del

    corraln de materiales, la directora y las maestras de la escuela, los alumnos,

    etc, etc, los cuales interactan concientemente con personas y grupos, pero sin

    reducir sus interacciones en un sentido unidireccional, ya que habitualmenteson interesados relativamente concientes en recibir, en su particular esfera de

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    accin social, los frutos de la participacin comunitaria mediante la formacin

    de condiciones actitudinales que faciliten la asuncin autnoma y constante de

    aquellas motivaciones por parte de los integrantes de la comunidad.

    Otras veces pueden ocurrir intervenciones sociales de agentes interesados

    en proyectos concretos pero ocasionales, tales como promotores o activistas

    varios en circunstancias especficas.

    Los ejemplos dados primeramente constituyen una pequea parte de las

    posibilidades reales que cualquiera conoce. En el ltimo caso, podemos estar

    frente a colectivos u organizaciones circunstanciales, por ej. existiendo

    motivaciones o necesidades sociales, especficas o generales, junto con la

    ausencia de agentes dirigenciales particulares o institucionales.

    En la vida de una comunidad suelen aparecer momentos de gran impulso a

    la agregacin de voluntades y esfuerzos individuales en organizaciones

    concretas. Algunos son inherentes a la propia vida comunitaria, tal como

    momentos de crisis (de estancamiento o de crecimiento); otras veces obedecen

    a circunstancias externas, por ej. el retorno a la vida democrtica a fines de

    1983.

    En general, en este ltimo tipo de circunstancias la dinmica social se

    acelera y facilita la emergencia de organizaciones especficas. Ese ao

    aparecieron en todas partes numerosas organizaciones sectoriales,

    multisectoriales, partidarias y multipartidarias, tanto en ciudades pequeas

    como grandes.

    VENTAJAS Y LIMITACIONES DE LA PROXIMIDAD

    La principal ventaja de la proximidad son sus fortalezas, consistentes en lasfacilitaciones que ella permite a la accin o intervencin de gestin. Entre ellas,

    las siguientes:

    1) el desarrollo de mltiples vnculos interpersonales con mayores niveles

    de intensidad, tales como la amistad, la afectividad, la colaboracin, la

    empata, la confianza, la asociatividad, la memoria, el sentido de

    pertenencia, la contencin grupal, etc, y las consecuencias derivadas destas.

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    Ello no significa creer ingenuamente que por poseer esas caractersticas las

    comunidades pequeas son siempre armnicas, participativas y solidarias, y

    que las grandes son todo lo opuesto, ya que se sabe que en cualquier escala

    pueden darse -y de hecho se dan- todas las contradicciones posibles.

    Adems, otras ventajas de la proximidad estn representadas en el hecho

    de que a distancias menores corresponden mayores facilidades de contacto

    entre partes o elementos internos, por ej.:

    2) en trminos de frecuencia de los contactos presenciales o fsicos, y de

    intercambios de cosas materiales, los que suelen ser ms numerosos;

    3) de menor tiempo insumido en funcin de distancias a recorrer a esos

    fines;

    4) derivado de los anteriores, las relaciones entre operadores gestionarios

    y participantes tienden a ser directas, con pocas mediaciones;

    5) en trminos de costos de traslados y transportes de personas y cosas al

    interior de la ciudad;

    6) a menor cantidad de poblacin tamao de infraestructura

    proporcionada; a superficies reducidas menor necesidad de

    infraestructura descentralizada; en consecuencia, menores

    requerimientos de inversin necesarios para el desarrollo de

    infraestructura de servicios socioculturales;4

    7) al concentrarse los espacios pblicos por lo general en el centro

    histrico de la pequea ciudad all se reciben y concentran las

    demandas de consumo sociocultural y all mismo se procesan en tanto

    la ciudad sigue siendo de reducida poblacin;5

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    8) la gran intensidad de las vivencias deja improntas modeladoras muy

    fuertes en el psiquismo, la espiritualidad y la sociabilidad de los

    protagonistas;

    9) la duracin de esas improntas suele ser muy grande, tal como tambin

    sucede con la memoria comunitaria.

    De ah que estas ventajas sean muy importantes para la gestin

    sociocultural en particular y para la gestin de la ciudad en general.

    Por otra parte, el hecho de que estas ciudades estn situadas la mayora a

    muy corta distancia entre s tambin genera proximidad entre ellas 6. Esto

    produce una ampliacin de escalas de gestin, desde la local a la zonal, desde

    la zonal a la regional y desde sta a la provincial, que alienta las intervenciones

    gestionarias en proyectos compartidos, valindose de la ampliacin

    consiguiente de los espacios implicados como mercados y como pblicos,

    especialmente.7

    En consecuencia, el gestor trabajar terica y prcticamente con el espacio

    y con el tiempo, es decir, con la historia, -vectores de la proximidad-,

    promoviendo el anlisis crtico de sus condiciones reales y virtuales, as como

    de los diversos tipos de contactos e intercambios existentes, necesarios,

    deseables y posibles entre los individuos, los grupos sociales y las instituciones

    que integran una comunidad.

    En general, la proximidad que genera la aldea o la pequea ciudad -ms

    an si es de tipo rural-, favorece la generacin de energas proactivas, y al

    mismo tiempo la condensacin de la cultura y su conservacin con ms

    intensidad, en general, que en las escalas mayores.A primera vista se trata de fuerzas aparentemente contradictorias, ya que en

    realidad son complementarias, y cuyos respectivos resultados se capitalizan y

    se potencian mutuamente en el crecimiento comunitario.

    Sin embargo, esa relacin de fuerzas puede tornarse asimtrica en ciertas

    circunstancias, tales como en el caso de que el crecimiento sea superior o ms

    rpido que las tendencias conservacionistas de la cultura. En este ltimo caso,

    lo nuevo desplazar fatalmente a lo viejo.

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    En la historia de todos los pueblos pequeos del Alto Valle de Ro Negro

    -cuando todava eran pequeos- siempre se ha visto la aparicin de esta

    asimetra.

    Las razones que pueden aducirse para su explicacin son mltiples, pero

    especialmente se debe tener en cuenta que todas las variables sociales -y no

    slo algunas- estn en movimiento en todo momento.

    El ejemplo ms fcil de entender lo constituyen las modalidades actuales de

    la cultura en tiempos de la Globalizacin, que simultneamente unifica y

    fragmenta, conecta y asla, accesa y rechaza las interacciones sociales.

    En esta etapa, pues, la gestin de la ciudad y en ella la gestin

    sociocultural, se encuentran en una encrucijada, pues a mi juicio no pueden

    revertir la tendencia del presente a fagocitar el pasado condensado en

    tradiciones y costumbres que hasta no hace mucho tiempo podan contarse

    con orgullo en el patrimonio histrico cultural intangible.

    Desde ya, no se trata de querer anular el devenir histrico, lo cual sera un

    despropsito, ni de forzar ni intervenir culturalmente para anular la libertad de la

    vida con el pretexto de mantener rasgos que suelen considerarse identitarios,

    sino de reflexionar acerca de cmo se puede -desde la gestin- aportar un

    granito de arena al enriquecimiento de la imagen y la autoimagen identitaria sin

    forzar dicho proceso.

    LA PROXIMIDAD EN RETIRADA

    Las consideraciones precedentes me llevan a reflexionar sobre un

    fenmeno real y frecuente en pequeas poblaciones, sobre todo en las de tipo

    rural, por causa de las transformaciones actuales de la vida.8Me refiero a las relaciones de distancia espacial, entre el centro del poblado

    y el cementerio, generalmente un cementerio pblico municipal; y tambin a la

    distancia sociocultural que por efectos del cambio social histrico se produce

    entre los hombres actuales y la funcin social de la salida de escena de la vida,

    aquello que antes se llamaba el funeral o el entierro.

    Ms all de referirme a la costumbre y al cambio en sus mltiples

    posibilidades, quiero mover al lector a reflexionar acerca de las posibilidades deintervencin para contrarrestar ciertas tendencias cuando ello es posible.

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    Estrictamente pienso en los cambios de significado y sentido en el traslado

    final de los restos fsicos del fallecido. Me sito en Villa Regina, cuando los

    colonos desmontaron el terreno para hacer un camino que condujera hasta un

    recodo de la meseta, lugar en el que organizaron el cementerio de la flamante

    colonia, a comienzos de 1925, apenas un ao despus de iniciarse la

    colonizacin en la localidad, trabajando voluntariamente a pico y pala los

    domingos a la maana durante un mes.

    En esos tiempos no exista ninguna empresa de sepelios. Los velatorios se

    realizaban en las casas de los fallecidos o de sus familias, siendo luego

    trasladados hasta la Iglesia, donde se les brindaban las ltimas honras

    fnebres, y desde all en caravana de chatas, sulkys, y ms escasamente de

    algn Ford T, hasta el flamante cementerio.

    Desde la Iglesia se vea en esos aos el camposanto emplazado

    aproximadamente a unos 1.500 metros en lnea recta. La distancia pareca

    infinita pues se prolongaba ms all de la zona poblada, por lo cual no era

    recorrida de a pie por nadie, pese a lo exigua que en realidad era y es, a

    menos que se tratara de acompaar algn cortejo fnebre.

    Pero no slo el tiempo era diferente entonces, el espacio tambin lo era. Las

    reducidas dimensiones del espacio cntrico de la Colonia Regina hacan que el

    cortejo recorriera las calles principales antes de emprender el camino final. A su

    paso se suspendan las actividades, se bajaban las persianas de los

    comercios, se cerraban las ventanas de las casas particulares, los transentes

    se detenan, se santiguaban y persignaban y permanecan en silencio hasta

    que el cortejo se alejara.

    Esa despedida era un ritual comunitario en un contexto espacial que

    adaptaba sus condiciones materiales a la funcin social exigida.He aqu el comportamiento social interactivo que la proximidad y el

    conocimiento social mutuo al interior de la pequea poblacin permitan. Eran

    tiempos en los que todos se conocan y se tenan mutuamente en cuenta, por

    lo cual la muerte de un miembro de la comunidad afectaba a todos sus

    integrantes. En consecuencia, el recorrido efectuado por el cortejo fnebre no

    era arbitrario sino fundado en la necesidad espiritual que los que quedaban

    vivos en la aldea tenan de despedir al muerto, adems de la potica

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    necesidad de ste de recorrer por ltima vez sus calles. Ambos, pues, se

    despedan.

    Exista as, dada la escala de la colonia, una funcin espiritual de despedida

    de la comunidad a cada uno de sus miembros al pasar a la otra vida, como se

    deca y se pensaba por entonces respecto del bito.

    La pequea distancia de un kilmetro y medio antes mencionada, apenas

    engrosada con el recorrido por las calles principales, produca adems un

    fenmeno de comunicacin de profunda significacin.

    Todos se anoticiaban acerca del finado pues el atad, por aos tirado por

    caballos, y ms tarde por un automvil negro con una cruz inmensa en su

    techo- llevaba su nombre en un costado, en letras de papel dorado que podan

    leerse desde las veredas.

    Noticia, comentarios, recuerdos del fallecido de cuando todava viva,

    actitudes y emociones de la sensibilidad y registro de su ausencia definitiva se

    convertan en hechos sociales puesto que en esos tiempos la muerte tena un

    sentido comunitario, un valor importante y una consideracin por parte de los

    vivientes que ni por asomo tiene hoy.

    Ms intensa era esa experiencia para quienes acompaaban al muerto

    hasta su ltima morada, all bajo la tierra pelada y salitrosa, en un paisaje

    donde lo ms alto que se ergua sobre ella aran las cruces de las tumbas, ya

    que el cementerio no era la ciudad de los muertos con sus calles y avenidas y

    sus moles y monumentos de cemento tal como es hoy en cualquier ciudad.

    Ese mundo de la experiencia espiritual que las pequeas poblaciones

    rurales permitan ha desaparecido en general, aun en poblados rurales

    pequeos y recientes.

    Actualmente el recorrido de un cortejo fnebre dura un instante, y auncuando ocasionalmente circule por alguna calle cntrica de alto trnsito el

    comportamiento de la gente a su paso est signado por la indiferencia ms

    generalizada, incluso por el no registro colectivo de su paso (no registro en las

    conciencias, aun con los ojos abiertos!) y la ausencia de notificacin social del

    fallecimiento.

    Evidentemente, la muerte ya no es lo que era. Y la vida tampoco, que va!

    Es que el hombre actual integra una red virtual planetaria y aun csmica que loha vuelto a un estado similar al que tena cuando era un gan prehistrico.

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    Cuando desconoca lo que exista ms all del horizonte de su espacio de

    accin cotidiano organizaba imaginariamente el mundo celestial a escala

    csmica y creaba lazos entre l y los dioses imaginados.

    Sin embargo, el comportamiento del hombre actual es ms triste an, pues

    sabiendo lo que existe a nivel terrenal e intuyendo el ms all, en lugar de

    interactuar dialgicamente y sin lmites espaciales se retrae, se asla y se

    esconde tras las mquinas de interaccin virtual.

    Obviamente, no hablo aqu de las comunidades marginales, indgenas,

    campesinas, pobres, de zonas perifricas, relictos de un mundo que se

    disuelve culturalmente por la expansin del sistema mundial capitalista sin que

    por ello sus integrantes sean promovidos humanamente, por ms que se crea

    que la accesibilidad a ciertas tecnologas de uso masivo as lo indica. No, me

    refiero al mundo de la conciencia de millones y millones de seres humanos. Me

    refiero a las comunidades del centro del sistema mundial.

    Es sabido que la accin cultural debe preservar los bienes del patrimonio

    histrico cultural. Pero al decirlo suele pensarse exclusivamente en bienes

    tangibles, bsicamente museables, lo cual representa un cariz materialista muy

    importante por cierto, pero que opaca la dimensin espiritual y psicolgica del

    hombre y la comunidad, y por ende, otros bienes especficos del patrimonio

    histrico cultural intangible. De modo que la gestin debe tomar en

    consideracin las limitaciones de esa concepcin de patrimonio.

    Ciertamente, no se trata de congelar ni de conservar expresiones del

    pasado cuando no son experimentadas ni sentidas con las caractersticas que

    ello tena en los primeros tiempos de la ciudad. Pero s de considerar las

    posibilidades de intervenir gestionariamente en la ciudad para crear

    condiciones que permitan, por ejemplo, dotar al espacio de los cementerios y altrayecto hasta ellos de las condiciones de respetabilidad y dignidad que la

    muerte en si misma merece, as como a la experiencia del recuerdo y las

    vivencias espirituales de los deudos en un mundo cada vez ms

    deshumanizado.

    Se me dir que, adems de los cambios en las costumbres, como por

    ejemplo los experimentados por los velatorios (cada vez ms un mero trmite

    formal, vaco de sentimientos) lo impide la presin inmobiliaria sobre la tierra, ola ausencia histrica de planificacin de los cementerios en los ejidos

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    municipales, que condicionan, encorsetan e impiden una nueva organizacin

    espacial con sentido humanista9; o que otro sera el cantar si se crearan

    asentamientos poblacionales planificados previamente en lugar del crecimiento

    perifrico de los ya existentes, o que hoy existen cementerios privados en los

    que s puede hacerse lo que en los pblicos no.

    Pero yo pregunto, por qu stos ltimos pueden tener ambientes dignos

    para la funcin que atienden? La respuesta no es otra que porque hay recursos

    econmicos accesibles que sin duda vencen todos los obstculos.

    Ello significa que es posible la intervencin gestionaria que transforme el

    espacio y los comportamientos humanos con sentidos nuevos y deseables sin

    esperar simplemente que el azar someta a aquellos a condiciones a menudo

    deficientes y deplorables.

    El ruido, la indiferencia, la oquedad de las mentes y la frialdad de los

    corazones masificados y alienados contaminan hoy la convivencia en todas las

    escalas. Por qu no proponer entonces una vuelta al respeto colectivo a la

    salida de escena, a ese ltimo pasaje por la vida?

    Qu tal si para ello se partiera de considerar la vinculacin entre el centro

    de la ciudad, como caja de resonancia de la vida comunitaria, y el camposanto,

    como destino colectivo, planificando desde un principio en toda nueva

    organizacin urbana esa articulacin espacial para revestirla de notas

    singulares, especialmente desde la esttica, buscando restaurar la conciencia

    colectiva acerca de lo inexorable del ltimo viaje?

    No se debe olvidar que la ciudad no constituye una variable de la

    convivencia social sino que es la convivencia misma. Por su parte, la pequea

    ciudad, o la aldea, tienen ms fortalezas a considerar, puesto que tienen

    espacio disponible para el crecimiento, y tiempo, mucho tiempo para crecer.Y eso debe fundar nuevas esperanzas para la construccin de una sociedad

    mejor.

    Mster en Gestin y Polticas Culturales en el MERCOSUR (U. de

    Palermo).

    oOo

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    BIBLIOGRAFA

    SCHULMAISTER, Carlos, Gestin Cultural Municipal. De la trastienda a la

    vidriera (2008). Gral. Roca, 2008.

    GARCA DELGADO, Daniel (Comp.), Hacia un nuevo modelo de gestin local.

    Municipio y Sociedad Civil en Argentina. Oficina de Publicaciones del CBC,

    UBA Universidad Catlica de Crdoba. En:

    http://municipios.unq.edu.ar/modules/mislibros/archivos/Garcia_Delgado_Unida

    d_1.PDF.

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    Pensar Iberoamrica, Revista de Cultura de la OEI.N 4- Junio-Septiembre de

    2003.

    http://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htm.

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    TORNERO BORRED, Gens, La gestin cultural municipal: el caso de Aielo

    de Malferit[Valencia]. En: http:

    //descarga.sarc.es/Actas2007/CD_congreso/pdf_c%5C6%5C6.1.pdf.

    o0o

    NOTAS

    http://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htmhttp://www.oei.es/pensariberoamerica/ric04a03.htm
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    1 Los ros Neuqun y Negro constituyen el lmite norte de la Patagonia argentina.

    2 Hago abstraccin de los protagonistas externos virtuales, hoy presentes como un dato casi natural de larealidad.

    3 Sin por ello excluir al sector privado.

    4Las necesidades de infraestructura y equipamiento y la oferta y consumo sociocultural revisten

    magnitudes en principio menores que las existentes en ciudades de dimensiones mayores.

    5 Cuando la ciudad crece se desarrolla los espacios suburbanos y all comienzan las necesidades de

    infraestructura descentralizada.

    6Lamentablemente, estas ventajas an hoy son escasamente volcadas a una prctica de gestin en equipo

    y coordinacin entre, por ej., los gestores socioculturales pblicos de las municipalidades. Y muchsimo

    menos an entre los del campo privado. Concretamente, ello facilitara la creacin de redes de gestin

    sociocultural institucionales, es decir, planificadas y permanentes, entre ciudades vecinas, con las

    ventajas de ampliacin de oferta y de demanda y de reduccin de costos de produccin. Y no solo a

    nivel pblico, sino tambin privado, por ejemplo, entre organismos y centros culturales privados comobibliotecas, institutos, etc.

    7 Vase SCHULMAISTER, Carlos R., Gestin cultural municipal. De la trastienda a la vidriera. Gral.

    Roca, 2008.

    8 Si lo que aqu digo reviste gravedad, desde este enfoque, cunto mayor ser sta en las ciudades

    medianas y actuales.

    9 Obviamente, no tengo por humanismo la existencia y el sentido de, por ejemplo, un cementerio vertical

    como el de Santos (Brasil), con 32 pisos y ms de 30.000 nichos. Ni siquiera para esa ciudad, as que ni

    pensar en nuestras pequeas ciudades una al lado de la otra.

    o0o o0o o0o