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Título original: Warriors - Fire and IceErin Hunter, 2003Traducción: Begoña Hernández Sala

Editor digital: KarsePub base r1.1

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Para mi hijo Joshua, cuyas sonrisasme hacen feliz mientras escribo,

y para mi editora Vicky, sin la cualCorazón de Fuego jamás se habría

convertido en guerrero.

Gracias en especial a Kate Cary.

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Filiaciones

CLAN DEL TRUENO

• Líder—ESTRELLA AZUL: gata gris azulada con tonos

plateados alrededor del hocico.

• Lugarteniente—COLA ROJA: pequeño gato leonado con una

distintiva cola rojiza.—Aprendiz: POLVOROSO.

• Curandera—JASPEADA: hermosa gata parda oscura con

un característico manto moteado.

• Aprendices—POLVOROSO: gato atigrado marrón oscuro.—ZARPA: gato de pelaje largo y color gris

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uniforme.—CUERVO: pequeño y flaco gato negro, con

una pizca de blanco en el pecho y la punta de lacola.

—ARENISCA: gata de color miel claro.—ZARPA DE FUEGO: hermoso gato rojizo.

CLAN DE LA SOMBRA

• Líder—ESTRELLA ROTA: gato atigrado marrón

oscuro, de pelaje largo.

• Lugarteniente—PATAS NEGRAS: gran gato blanco con

enormes patas negras como el azabache.

• Curandero—NARIZ INQUIETA: pequeño gato blanco y

gris.

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• Guerreros—RABÓN: gato atigrado marrón.—Aprendiz: MANTO PARDO.—GUIJARRO: gato atigrado plateado.—Aprendiz: ZARPA MOJADA.—CARA CORTADA: gato marrón con numerosas

cicatrices de lucha.—Aprendiz: ZARPA MENUDA.—NOCTURNO: gato negro.

• Reinas—NUEVE DEL ALBA: atigrada y pequeña.—FLOR RADIANTE: blanca y negra.

• Veteranos—CENIZO: flaco gato gris.

CLAN DEL VIENTO

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• Líder—ESTRELLA ALTA: gato blanco y negro de cola

muy larga.

CLAN DEL RÍO

• Líder—ESTRELLA DOBLADA: enorme gato atigrado

de color claro, con la mandíbula torcida.

• Lugarteniente—CORAZÓN DE ROBLE: gato marrón rojizo.

GATOS DESVINCULADOS DE LOSCLANES

—FAUCES AMARILLAS: vieja gata gris oscuro,de cara ancha y chata.

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—TIZNADO: rollizo y afable gato blanco ynegro; adora vivir en una casa junto al bosque.

—CENTENO: gato blanco y negro; vive en unagranja cercana al bosque.

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Prólogo

Las llamas lamían el frío aire, lanzando chispas alcielo nocturno. El resplandor de la hogueraparpadeaba en una extensión de tierra baldíacubierta de hierba destrozada, y convertía ensiluetas a los Dos Patas que había junto a ella.

En la distancia apareció un par de luces,anunciando que se aproximaba un monstruo. Éstepasó rugiendo por un Sendero Atronador muyelevado, llenando el aire de gases tóxicos.

Por el borde del descampado se movió ungato; sus ojos relucían en la oscuridad. Sacudió lasorejas bien erguidas, pero luego las agachó para

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protegerse del ruido. Lo seguían más gatos, de unoen uno, por la sucia hierba. Llevaban la cola baja yolfateaban el helado aire con la boca fruncida.

—¿Y si nos ven los Dos Patas? —siseó uno deellos.

Respondió un macho enorme, cuyos ojosámbar reflejaban la luz del fuego:

—No nos verán. Su visión nocturna es muymala.

Al avanzar, las llamas iluminaron el pelajeblanco y negro de sus poderosos omóplatos. Elgran gato mantuvo la cola bien alta, mandando unmensaje de ánimo a su clan.

Pero el resto de los gatos se agazapó sobre lahierba, temblando. Era un lugar extraño. Elestruendo de los monstruos castigaba el sensiblevello auditivo de sus orejas, y el hedor acre lesirritaba las fosas nasales.

—¿Estrella Alta? —inquirió una reina gris,moviendo la cola con desasosiego—. ¿Por qué

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hemos venido aquí?El macho blanco y negro se volvió hacia ella.—Nos han echado de todos los lugares en que

hemos intentado instalarnos, Perlada. Tal vez aquípodamos encontrar algo de paz —maulló.

—¿Paz? ¿Aquí? —repitió Perlada conincredulidad. Atrajo a sus cachorros y los cobijódebajo de su barriga—. ¿Con fuego y monstruos?¡Mis pequeños no estarán seguros!

—Pero ¡tampoco estuvimos seguros en casa!—replicó otra voz. Un gato negro se abrió pasohasta ellos, cojeando pesadamente sobre una patatorcida. Miró a los ojos ámbar de Estrella Alta—.No pudimos proteger a los pequeños frente al Clande la Sombra —bufó—. ¡Ni siquiera en nuestropropio campamento!

Algunos gatos maullaron de ansiedad alrecordar la espantosa batalla que los habíaexpulsado de su hogar en las tierras altas, al bordedel bosque. Un joven aprendiz gimió:

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—¡Quizá Estrella Rota y sus guerreros nospersiguen todavía!

El gemido alertó a uno de los Dos Patas que sehallaban junto a la hoguera. Se levantó torpementey escudriñó las sombras. Todos los gatosenmudecieron a la vez, agachándose todavía más;incluso Estrella Alta bajó la cola. El Dos Pataschilló a la oscuridad y lanzó algo hacia ellos. Elproyectil voló sobre la cabeza de los felinos, paraestallar en una serie de trozos afilados contra lagruesa pata del Sendero Atronador.

Perlada se encogió cuando un fragmento larozó, pero se mantuvo en silencio, enroscando elcuerpo alrededor de sus asustados cachorros.

—Quedaos agachados —siseó Estrella Alta.El Dos Patas escupió en el suelo y volvió a

sentarse.Los gatos aguardaron unos momentos; al cabo,

Estrella Alta se incorporó de nuevo.Perlada se levantó también, haciendo una

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mueca por el nuevo dolor del hombro, y dijo:—Estrella Alta, temo por nuestra seguridad

aquí. Además, ¿qué comeremos? No huelo apresas.

El líder estiró el cuello y, con delicadeza,posó el hocico sobre la cabeza de la reina.

—Ya sé que tienes hambre —maulló—. Peroestaremos más seguros aquí que en nuestro antiguoterritorio, o en los campos y arboledas de DosPatas. ¡Fíjate en este lugar! Ni siquiera el Clan dela Sombra nos seguiría hasta aquí. No hay olor aperros, y esos Dos Patas apenas pueden tenerse enpie. —Se volvió hacia el macho negro con unapata torcida—. Rengo —ordenó—, llévate aBigotes y a ver si encontráis algo para comer. Sihay Dos Patas, debe de haber ratas.

—¿Ratas? —resopló Perlada, mientras Rengoy un atigrado marrón más pequeño se alejaban—.¡Eso no es mejor que la carroña!

—¡Chist! —dijo una gata parda junto a ella—.

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¡Es mejor la carne de rata que morirse de hambre!Perlada arrugó el entrecejo y bajó la cabeza

para lamer a uno de sus cachorros.—Debemos encontrar un nuevo sitio para

instalarnos, Perlada —continuó la gata parda—.Flor Matinal necesita descansar y comer. Prontodará a luz. Necesita estar fuerte.

Las delgadas figuras de Rengo y Bigotessurgieron de las sombras.

—Tenías razón, Estrella Alta —anunció Rengo—. Hay olor a rata por todas partes, y creo quehemos encontrado un lugar donde refugiarnos.

—Enseñádnoslo —ordenó Estrella Alta, yllamó al resto de su clan con un movimiento de lacola.

Con cautela, los gatos atravesaron eldescampado detrás de Rengo. Éste los condujohacia el Sendero Atronador elevado; el resplandordel fuego hacía que sus sombras se proyectarancontra las enormes patas de piedra. Un monstruo

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pasó rugiendo por encima y el suelo se estremeció.Pero incluso los cachorros más diminutos intuíanla necesidad de ser sigilosos, y temblaron sinchillar.

—Aquí —maulló Rengo, deteniéndose junto aun agujero de dos gatos de ancho.

El oscuro túnel descendía al interior de latierra, y una corriente de agua fluía por él.

—Es agua fresca —explicó Rengo—.Podremos beberla.

—¡Tendremos las patas mojadas noche y día!—se quejó Perlada.

—He estado dentro —le dijo el gato negro—.Hay algo de espacio lejos de la corriente. Almenos estaremos a salvo de los Dos Patas y losmonstruos.

Estrella Alta dio un paso adelante y alzó labarbilla.

—El Clan del Viento ya ha viajado bastante —declaró—. Ha pasado casi una luna desde que el

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Clan de la Sombra nos expulsó de nuestro hogar.El tiempo está refrescando, y pronto llegará laestación sin hojas. No nos queda otra elección quequedarnos aquí.

Perlada entornó los ojos pero no dijo nada. Seunió a su clan en silencio y, uno a uno, seinternaron en el oscuro túnel.

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Corazón de Fuego se estremeció. Su pelaje rojizotodavía tenía la ligereza apropiada para laestación de la hoja verde; pasarían varias lunasantes de que fuese lo bastante espeso para aislarlode un frío como aquél. Movió las patas delanterassobre la dura tierra. El cielo empezaba a aclararseconforme despuntaba la aurora. Pero, aunque teníalas patas congeladas, Corazón de Fuego no pudoreprimir una sensación de orgullo. Después demuchas lunas como aprendiz, por fin se habíaconvertido en guerrero.

Reprodujo mentalmente la victoria del día

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anterior en el campamento del Clan de la Sombra:los relucientes ojos del líder Estrella Rotamientras retrocedía lanzando amenazas, antes dedesaparecer en el bosque en pos de sustraicioneros camaradas. Los restantes gatos delClan de la Sombra estaban muy agradecidos alClan del Trueno por haberlos ayudado a librarsede su cruel líder y por haberles prometido unatregua mientras se recuperaban. Estrella Rota nosólo había llevado el caos a su propio clan,también había expulsado al Clan del Viento de supropio campamento y de los territorios de losclanes. Estrella Rota había sido una oscura sombraen el bosque desde antes de que Corazón de Fuegoabandonara su vida como gato doméstico paraunirse al Clan del Trueno.

Pero había otra sombra que enturbiaba lospensamientos de Corazón de Fuego: Garra deTigre, el lugarteniente del Clan del Trueno. Eljoven se estremeció al pensar en el gran guerrero

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atigrado que había aterrorizado a su propioaprendiz, Cuervo. Al final, Corazón de Fuego yLátigo Gris habían ayudado al atemorizadoaprendiz a escapar al territorio de Dos Patas quehabía más allá de las tierras altas. Después de eso,le contaron a todo el mundo que el Clan de laSombra había matado a Cuervo.

Si lo que Cuervo decía sobre Garra de Tigreera verdad, era mejor que el lugarteniente creyeraque su aprendiz había muerto, pues éste sabía unsecreto que su mentor estaba dispuesto a manteneroculto a cualquier precio. Cuervo le contó aCorazón de Fuego que el poderoso guerreroatigrado había asesinado a Cola Roja, antiguolugarteniente del Clan del Trueno, con laesperanza de ocupar su puesto… cosa quefinalmente acabó sucediendo.

Sacudió la cabeza para librarse de esos negrospensamientos y lanzó una ojeada a Látigo Gris, queestaba sentado junto a él y había ahuecado su

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denso pelaje gris para protegerse del frío. Supusoque su amigo también estaría deseando ver losprimeros rayos de sol, pero no lo dijo. Latradición del clan exigía silencio aquella noche.Era su vigilia: la noche en que un nuevo guerreroprotegía al clan y reflexionaba sobre su nuevonombre y estatus. Hasta la noche anterior, Corazónde Fuego era conocido por su nombre de aprendiz,Zarpa de Fuego.

Medio Rabo fue uno de los primeros endespertar. Corazón de Fuego vio al viejo gatomoviéndose entre las sombras del dormitorio delos veteranos. Luego miró hacia la guarida de losguerreros, situada al otro lado del claro. A travésde las ramas que protegían la guarida, reconociólos anchos omóplatos de Garra de Tigre, quedormía.

Al pie de la Peña Alta, el liquen que cubría laentrada del refugio de Estrella Azul se movió, yCorazón de Fuego vio salir a la líder de su clan.

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La gata se detuvo y alzó la cabeza para olfatear elaire. Luego se separó sigilosamente de la sombrade la Peña Alta; su largo pelaje gris azuladorelucía a la luz del alba. «Debo prevenirla sobreGarra de Tigre», pensó Corazón de Fuego. EstrellaAzul había llorado la muerte de Cola Roja con elresto del clan, creyendo que había muerto en labatalla a manos de Corazón de Roble, ellugarteniente del Clan del Río. Corazón de Fuegohabía vacilado en otras ocasiones, pues sabía loimportante que era Garra de Tigre para la líder,pero el peligro era demasiado grande. EstrellaAzul debía saber que en su clan se escondía unasesino desalmado.

Garra de Tigre salió del dormitorio de losguerreros y se reunió con Estrella Azul al bordedel claro. Le dijo algo entre murmullos,sacudiendo la cola.

Corazón de Fuego reprimió el impulso desaludar con un maullido. Cada vez había más luz

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en el cielo, pero no se atrevía a romper el voto desilencio hasta que el sol se hallara por encima delhorizonte. La impaciencia se agitaba en su pechocomo un pájaro enjaulado. Debía hablar conEstrella Azul en cuanto pudiese. Pero, demomento, lo único que pudo hacer fue saludar conuna respetuosa inclinación de la cabeza cuandopasó junto a él con Garra de Tigre.

Látigo Gris le dio un empujoncito y señalóhacia arriba con la nariz. En el horizonte sedivisaba un resplandor naranja.

—Os alegra ver amanecer, ¿no, compañeros?El maullido de Tormenta Blanca pilló

desprevenido a Corazón de Fuego. No habíaadvertido que se acercaba el gran guerrero blanco.Los dos jóvenes le respondieron asintiendo con lacabeza.

—Está bien; ahora ya podéis hablar. Vuestravigilia ha terminado —anunció Tormenta Blancacon voz amable.

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El día anterior había luchado codo con codojunto a Corazón de Fuego y Látigo Gris en labatalla contra el Clan de la Sombra. Ahora losmiraba con un nuevo respeto.

—Gracias, Tormenta Blanca —respondióCorazón de Fuego. Se levantó y estiró sus patasentumecidas, una por una.

Látigo Gris también se incorporó.—¡Brrrr! —exclamó, sacudiéndose el frío—.

¡Pensaba que nunca saldría el sol!Desde la entrada del dormitorio de los

aprendices, una voz despectiva resopló:—¡Ha hablado el gran guerrero!Era Arenisca; tenía el pelaje anaranjado claro

erizado con hostilidad. Polvoroso se encontrabajunto a ella. Con su pelaje atigrado oscuro, parecíala sombra de Arenisca. El aprendiz hinchó elpecho de modo rimbombante y dijo burlón:

—¡Me sorprende que semejantes héroespuedan sentir frío!

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Arenisca ronroneó de risa.Tormenta Blanca les lanzó una mirada severa,

y luego les dijo a Corazón de Fuego y Látigo Gris:—Id a buscar algo de comer; y después,

descansad. —El gran guerrero se dirigió entonceshacia la guarida de los aprendices—. Vosotrosdos, vamos —ordenó a Polvoroso y Arenisca—.Es la hora de vuestro entrenamiento.

—¡Espero que Tormenta Blanca los tengacazando ardillas azules todo el día! —le susurróLátigo Gris a su amigo mientras se encaminaban alrincón en que quedaban restos de comida de lanoche anterior.

—Pero si no hay ardillas azules —repusoCorazón de Fuego, confundido.

—¡Precisamente por eso! —contestó LátigoGris, con un brillo malicioso en sus ojos ámbar.

—La verdad es que no puedes culparlos.Polvoroso y Arenisca empezaron el entrenamientoantes que nosotros. Si hubieran participado en la

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batalla de ayer, probablemente también los habríannombrado guerreros.

—Supongo —dijo Látigo Gris encogiéndosede hombros—. ¡Eh, mira! —exclamó al llegar almontón de caza—. ¡Un ratón para cada uno y unpinzón para compartir!

Ambos amigos recogieron su comida y semiraron. De pronto los ojos de Látigo Griscentellearon de placer.

—Supongo que ahora tenemos que llevarnosesto a la parte de los guerreros —maulló.

—Supongo que sí —ronroneó Corazón deFuego, y lo siguió hasta la extensión de ortigasdonde a menudo veían compartir su comida aTormenta Blanca, Garra de Tigre y los otrosguerreros.

—¿Y ahora qué? —inquirió Látigo Gris trasengullir el último bocado—. No sé tú, pero yopodría dormir durante media luna.

—Yo también.

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Se levantaron para encaminarse al dormitoriode los guerreros. Corazón de Fuego asomó lacabeza entre las ramas que colgaban bajas:Musaraña y Rabo Largo aún dormían en la otrapunta de la guarida.

Entró y encontró una zona musgosa en unextremo. El olor le indicó que ningún guerrero lausaba para dormir. Látigo Gris se acomodó junto aél.

Corazón de Fuego oyó cómo la respiración desu amigo se relajaba hasta convertirse enronquidos largos y apagados. Él se sentía igual deagotado, pero seguía ansioso por hablar conEstrella Azul. Desde donde se hallaba, con lacabeza pegada al suelo, podía ver la entrada delcampamento. Se quedó mirándola fijamente,esperando el regreso de su líder, pero los ojos sele fueron cerrando poco a poco, y al final cedió aldeseo de dormir.

Oía un rugido cercano, semejante al viento

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entre los árboles. El hedor acre del SenderoAtronador le anegaba la nariz, junto con un nuevoolor, más penetrante y aterrador. ¡Fuego! Lasllamas lamían el cielo negro, lanzando cenizasardientes a la noche sin estrellas. Para su asombro,siluetas de gatos pasaban rápidamente ante elfuego. ¿Por qué no se alejaban de él?

Un gato se detenía y lo miraba directamente.Sus ojos nocturnos relucían en la oscuridad, ylevantaba su larga y recta cola como si losaludara.

Corazón de Fuego se estremecía al recordarlas palabras de Jaspeada, la anterior curandera delClan del Trueno, quien le había dicho antes de suprematura muerte: «¡Sólo el fuego puede salvar anuestro clan!». ¿Tendría alguna relación conaquellos extraños gatos que no mostraban miedo alfuego?

—¡Despierta, Corazón de Fuego!El joven alzó la cabeza; el gruñido de Garra de

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Tigre lo había sacado de su sueño.—¡Estabas maullando dormido! —exclamó el

lugarteniente.Todavía aturdido, el joven se incorporó y

sacudió la cabeza.—S… sí, Garra de Tigre.Con cierta alarma, se preguntó si habría

repetido las palabras de Jaspeada en voz alta. Yale había ocurrido con anterioridad: tener sueñostan vívidos que hasta podía saborearlos, y quedespués habían sucedido en la realidad. Desdeluego, no quería que Garra de Tigre sospechaseque él tenía poderes que el Clan Estelar solíaconceder únicamente a los gatos curanderos.

La luna brillaba a través del frondoso muro dela guarida. Corazón de Fuego comprendió quehabía dormido todo el día.

—Látigo Gris y tú os uniréis a la patrullanocturna —le dijo Garra de Tigre—. ¡Daos prisa!

Luego, el atigrado oscuro se volvió y salió del

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refugio.Corazón de Fuego relajó su lomo erizado. Era

evidente que el lugarteniente no sospechaba nadasobre su sueño. Pero, aunque su secreto seguía asalvo, estaba igualmente decidido a revelar lacruel verdad sobre el papel de Garra de Tigre enla muerte de Cola Roja.

Corazón de Fuego se relamió. Látigo Gris estaba asu lado, lavándose el costado. Acababan decompartir una comida junto al claro delcampamento. El sol se había puesto, y Corazón deFuego vio la luna, casi llena ya, reluciendo en uncielo despejado y frío. Los últimos días habíansido muy ajetreados. Daba la impresión de quecada vez que se tumbaban a descansar, Garra deTigre los mandaba de patrulla o a cazar. El jovenguerrero había estado alerta, buscando unaoportunidad para hablar con Estrella Azul, pero

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cuando él no estaba cumpliendo una de lasmisiones de Garra de Tigre, la líder del clanparecía tener siempre al lado a su lugarteniente.

Empezó a lavarse la pata, escudriñando elcampamento con los ojos, buscando esperanzado aEstrella Azul.

—¿A quién buscas? —preguntó Látigo Griscon la boca llena de pelo.

—A Estrella Azul —respondió bajando lapata.

—¿Por qué? —Látigo Gris dejó de lavarse ylo miró—. No le has quitado ojo desde nuestravigilia. ¿Qué estás planeando?

—Tengo que contarle dónde está Cuervo, yprevenirla sobre Garra de Tigre.

—¡Le prometiste a Cuervo que le dirías a todoel mundo que estaba muerto! —se asombró LátigoGris.

—Sólo le prometí que le diría a Garra deTigre que estaba muerto. Estrella Azul debería

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conocer toda la historia. Tiene que saber de qué escapaz su lugarteniente.

Látigo Gris bajó la voz para sisear alarmado:—Pero sólo tenemos la palabra de Cuervo de

que Garra de Tigre mató a Cola Roja.—¿Acaso dudas de su palabra? —Corazón de

Fuego se escandalizó por el titubeo de su amigo.—Mira, si Garra de Tigre mintió sobre haber

matado a Corazón de Roble en venganza por lamuerte de Cola Roja, eso significa que Cola Rojadebió de matar a Corazón de Roble. Y no puedocreer que matara deliberadamente en una batalla allugarteniente de otro clan. Eso va contra el códigoguerrero: luchamos para demostrar nuestra fuerza ypara defender nuestro territorio, no para matarnosunos a otros.

—No estoy intentando acusar de nada a ColaRoja —protestó Corazón de Fuego—. El problemaes Garra de Tigre.

Cola Roja había sido lugarteniente del Clan

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del Trueno. Corazón de Fuego no había llegado aconocerlo, pero sabía que todo el clan lorespetaba profundamente.

Látigo Gris habló sin mirarlo a los ojos:—Lo que estás diciendo compromete el honor

de Cola Roja. Y ningún otro gato del clan tieneproblemas con Garra de Tigre. El único que lotemía era Cuervo.

Corazón de Fuego sintió un escalofrío deinquietud.

—Entonces, ¿crees que Cuervo se inventó todala historia porque no se llevaba bien con sumentor? —maulló con escepticismo.

—No. Sólo creo que deberíamos serprudentes.

Corazón de Fuego observó su expresiónpreocupada y reflexionó. Supuso que Látigo Gristenía cierta razón: los dos eran guerreros desdehacía sólo unos días, así que no estaban enposición de empezar a lanzar acusaciones sobre el

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guerrero más experimentado del clan.—Está bien —cedió al fin—. Puedes

mantenerte al margen de esto.Sintió un peso en el estómago cuando Látigo

Gris asintió y continuó lavándose. Corazón deFuego creía que su amigo se equivocaba al pensarque Cuervo era el único que tenía problemas conGarra de Tigre. Su instinto le decía que ellugarteniente no era de fiar. Tenía que compartirsus sospechas con Estrella Azul, por la seguridadde la líder y la del clan.

Un destello de pelo gris en el otro lado delclaro le indicó que Estrella Azul había salido desu refugio… sola. Corazón de Fuego se puso enpie, pero la líder saltó a la Peña Alta y convocó alclan. El joven sacudió la cola con impaciencia.

Látigo Gris agitó las orejas emocionado al oírla llamada.

—¿Una ceremonia de nombramiento? —maulló—. Debe de ser que a Rabo Largo le

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adjudican su primer aprendiz. Ha estado soltandoindirectas durante días.

Se alejó saltando para unirse a los gatos que seestaban reuniendo al borde del claro; Corazón deFuego lo siguió con un hormigueo de frustración.

Un cachorro blanco y negro entró en el claro.Sus blandas zarpas no producían ningún sonidosobre la tierra endurecida. Se encaminó a la PeñaAlta con la mirada baja, y Corazón de Fuego casiesperó verlo temblar: había algo en la curva de susomóplatos que lo hacía parecer demasiado joven ytímido para ser aprendiz. «¡Rabo Largo no sesentirá muy impresionado!», pensó, recordando elmenosprecio que el guerrero había mostrado haciaél cuando llegó al campamento por primera vez.Rabo Largo lo había ridiculizado cruelmentedurante sus primeros días en el clan, burlándose desus orígenes como gato doméstico. Corazón deFuego le tenía antipatía desde entonces.

—De hoy en adelante —empezó Estrella Azul,

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mirando al cachorro—, hasta que se haya ganadosu nombre de guerrero, este aprendiz se llamaráZarpa Rauda.

El cachorro blanco y negro contempló a sulíder sin determinación en la mirada. Sus ojosámbar estaban dilatados de nerviosismo.

Corazón de Fuego giró la cabeza cuando RaboLargo se aproximó a su nuevo aprendiz.

—Rabo Largo —continuó la gata—, tú fuisteaprendiz de Cebrado. Él te enseñó bien, y te hasconvertido en un guerrero feroz y leal. Espero quetransmitas algunas de esas cualidades a ZarpaRauda.

Corazón de Fuego estudió el rostro de RaboLargo, buscando una expresión de desdén mientrasobservaba a Zarpa Rauda. Pero los ojos delguerrero se suavizaron al cruzarse con los de sunuevo aprendiz, y ambos gatos se tocaron la nariz.

—No te preocupes, lo estás haciendo muy bien—susurró Rabo Largo al cachorro para infundirle

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ánimo.«Sí, claro —pensó Corazón de Fuego con

amargura—. Sólo porque Zarpa Rauda ha nacidoen un clan. Desde luego, a mí no me recibió tanbien». Miró al resto del clan y sintió una punzadade resentimiento cuando todos empezaron amurmurar felicitaciones al nuevo aprendiz.

—¿Y a ti qué te pasa? —musitó Látigo Gris—.Algún día seremos nosotros quienes estemos ahí.

Corazón de Fuego asintió, animado de repentepor la idea de tener su propio aprendiz, y dejó a unlado el resentimiento. Ahora formaba parte delClan del Trueno, y sin duda eso era lo único queimportaba, ¿no?

La noche siguiente había luna llena. Corazón deFuego era consciente de que debería estardeseando asistir a su primera Asamblea comoguerrero, pero seguía decidido a encontrar la

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oportunidad de contarle a Estrella Azul todo loque sabía sobre Garra de Tigre, y ese pensamientole pesaba en el estómago como una piedra fría.

—¿Tienes lombrices intestinales o algo así?—maulló Látigo Gris a su lado—. ¡Estás poniendounas caras muy raras!

Corazón de Fuego miró a su amigo, deseandopoder desahogarse con él, pero le había prometidodejarlo fuera de aquel asunto.

—Estoy bien —respondió—. Vamos. He oídola llamada de Estrella Azul.

Ambos se acercaron al grupo que se habíareunido en el claro. Estrella Azul bajó la cabeza alverlos llegar; luego se volvió y condujo a los gatosfuera del campamento.

Corazón de Fuego se detuvo mientras losdemás pasaban ante él para subir la escarpadasenda que llevaba al bosque de más arriba. Aqueltrayecto podría darle el tiempo suficiente parahablar con Estrella Azul, y quería reflexionar un

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momento.—¿Vienes? —lo llamó Látigo Gris.—¡Sí!Corazón de Fuego flexionó sus potentes patas

traseras y empezó a saltar de roca en roca, dejandoatrás el campamento.

En lo alto se detuvo para recobrar el aliento,resollando. El bosque se extendía ante él. Bajo laspatas notaba el crujido de las hojas secas reciéncaídas. El Manto de Plata resplandecía en el cielocomo el rocío matinal esparcido sobre una pielnegra.

Pensó en la primera vez que fue a los CuatroÁrboles con Garra de Tigre y Corazón de León.Éste, que había sido mentor de Látigo Gris ylugarteniente del clan entre Cola Roja y Garra deTigre, era un guerrero rubio y bondadoso. Habíamuerto en combate y Garra de Tigre habíaocupado su lugar. Corazón de Fuego visitó porprimera vez los Cuatro Árboles cuando Corazón

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de León llevó a los aprendices a conocer elterritorio del clan, a través del pinar, pasando porlas Rocas Soleadas, y a lo largo de la frontera conel Clan del Río. Esa noche, Estrella Azul losguiaba directamente por el centro del territorio delClan del Trueno. Corazón de Fuego la viodesaparecer en el sotobosque y corrió tras elgrupo de gatos.

Estrella Azul abría la comitiva, junto conGarra de Tigre. Corazón de Fuego pasó por alto elmaullido de sorpresa de Látigo Gris y alcanzó a lalíder.

—Estrella Azul —exclamó jadeando al llegara su lado—, ¿podría hablar contigo?

Ella lo miró y asintió.—Guía tú al grupo, Garra de Tigre —maulló.La líder redujo el paso y Garra de Tigre la

dejó atrás. Sin hacer preguntas, los demás gatossiguieron al atigrado oscuro a través de la maleza.

Estrella Azul y Corazón de Fuego continuaron

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a un ritmo normal. Al cabo de un momento estabansolos.

El sendero salía de los helechos a un pequeñoclaro. La gata saltó sobre un árbol caído y se sentóen él, enroscando la cola alrededor de sus patasdelanteras.

—¿Qué ocurre, Corazón de Fuego? —preguntó.

El joven vaciló, repentinamente atacado porlas dudas. Estrella Azul era quien lo habíaanimado a abandonar su vida de gato doméstico yunirse al clan. Desde entonces, había confiado enél una y otra vez, mientras otros gatos secuestionaban su lealtad al clan, cuya sangre nocompartía. ¿Qué diría cuando le contara que habíamentido sobre Cuervo?

—Habla —ordenó la líder, mientras laspisadas de los otros gatos del clan se apagaban enla distancia.

Corazón de Fuego respiró hondo.

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—Cuervo no está muerto —dijo por fin.Estrella Azul sacudió la cola con sorpresa,

pero escuchó en silencio al joven guerrero.—Látigo Gris y yo lo llevamos al territorio de

caza del Clan del Viento —continuó—. Yo… creoque quizá se haya juntado con Centeno.

Centeno era un solitario: no era un gato delbosque, pero tampoco un gato doméstico. Vivía enuna granja de Dos Patas que se hallaba de caminoa las Rocas Altas, un lugar sagrado para todos losgatos del bosque.

La líder miró a las profundidades del bosque.El joven la observó con inquietud, intentandodescifrar su expresión. ¿Estaba enfadada? Nologró ver furia en sus enormes ojos azules.

Tras unos largos instantes, Estrella Azul habló:—Me alegra saber que Cuervo sigue vivo.

Espero que sea más feliz viviendo con Centeno delo que lo era en el bosque.

—P… pero ¡él nació en el Clan del Trueno! —

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tartamudeó Corazón de Fuego, asombrado por lacalma con que Estrella Azul había aceptado lapartida de Cuervo.

—Eso no significa necesariamente que seaapto para la vida del clan —señaló ella—.Después de todo, tú no has nacido dentro de unclan y, aun así, te has convertido en un buenguerrero. Tal vez Cuervo encuentre su camino enotra parte.

—Pero él no abandonó el clan porque quisiera—protestó el joven—. Le resultaba imposiblequedarse.

—¿Imposible? —La gata le clavó su miradaazul—. ¿Qué quieres decir?

El joven miró al suelo.—¿Y bien? —lo instó ella.Corazón de Fuego tenía la boca seca.—Cuervo conocía un secreto sobre Garra de

Tigre —respondió con voz ronca—. Yo… creoque Garra de Tigre estaba planeando matar a

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Cuervo. O, si no, poner al clan en su contra.Estrella Azul sacudió la cola, poniéndose

repentinamente tensa.—¿Y por qué crees eso? —preguntó—. ¿Cuál

era el secreto que Cuervo conocía?Corazón de Fuego contestó a su pesar,

sosteniendo la severa mirada de la líder tantocomo se atrevió:

—Que Garra de Tigre mató a Cola Roja en labatalla contra el Clan del Río.

Estrella Azul entornó los ojos.—¡Un guerrero jamás mataría a otro de su

propio clan! Incluso tú deberías saber eso… yallevas viviendo con nosotros suficiente tiempo.

Él se encogió ante sus palabras, agachando lasorejas. Era la segunda vez aquella noche queEstrella Azul aludía a sus orígenes de gatodoméstico.

—Garra de Tigre nos comunicó que fueCorazón de Roble, el lugarteniente del Clan del

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Río, quien mató a Cola Roja —prosiguió la gata—. Cuervo debió de equivocarse. ¿Realmentellegó a ver cómo Garra de Tigre mataba a ColaRoja?

Corazón de Fuego movió la colanerviosamente, agitando las hojas que había trasél.

—Eso me dijo.—¿Y sabes que, al afirmar eso, estás

cuestionando el honor de Cola Roja, porque debióde ser él el responsable de la muerte de Corazónde Roble? Un lugarteniente nunca mataría a otro encombate; no si pudiera evitarlo. Y Cola Roja erael guerrero más honorable que he conocido jamás.

Los ojos de Estrella Azul se empañaron detristeza, y Corazón de Fuego se sintió consternadopor haber dañado el recuerdo del antiguolugarteniente, aunque no hubiese sido a propósito.

—No puedo dar cuenta de los actos de ColaRoja —murmuró—. Sólo sé que Cuervo cree

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realmente que Garra de Tigre fue el responsablede la muerte de Cola Roja.

La gata suspiró y relajó el lomo.—Todos sabemos que Cuervo tenía una

imaginación muy viva —maulló dulcemente, conojos comprensivos—. Resultó muy malherido enaquella batalla, y se marchó antes de que elenfrentamiento terminara. ¿Estás seguro de queCuervo no completó por su cuenta las partes quese había perdido?

Antes de que Corazón de Fuego pudieraresponder, un aullido resonó a través del bosque, yGarra de Tigre surgió de la vegetación de un salto.Lanzó una breve mirada recelosa al joven antes dedirigirse a Estrella Azul:

—Te estamos esperando en la frontera.Ella asintió.—Diles que llegaremos enseguida.Garra de Tigre inclinó la cabeza, se volvió y

se internó de nuevo corriendo entre la maleza.

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Mientras lo observaba desaparecer, laspalabras de Estrella Azul resonaron en la cabezade Corazón de Fuego. La líder estaba en lo cierto:Cuervo poseía una gran imaginación. Recordó suprimera Asamblea, cuando los aprendices de todoslos clanes se quedaron prendados del relato deCuervo mientras éste les contaba la batalla con elClan del Río. Y en aquella ocasión no habíamencionado a Garra de Tigre.

Corazón de Fuego dio un salto cuando EstrellaAzul se puso en pie.

—¿Vas a traer a Cuervo de vuelta al clan? —preguntó, repentinamente temeroso de haberlecausado aún más problemas a su amigo.

La líder lo miró a los ojos sin pestañear.—Lo más probable es que Cuervo sea más

feliz donde está ahora —repuso quedamente—. Demomento, dejaremos que el clan siga creyendo queha muerto.

El joven le devolvió la mirada, impresionado.

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¡Estrella Azul iba a mentir al clan!—Garra de Tigre es un gran guerrero, pero es

muy orgulloso —continuó la gata—. Para él, serámás fácil aceptar que su aprendiz murió luchandoque el hecho de que huyera. Y también será mejorpara Cuervo.

—¿Porque Garra de Tigre podría ir abuscarlo? —se atrevió a preguntar Corazón deFuego. ¿Sería posible que Estrella Azul creyera loque él le había contado, aunque sólo fuera unpoquito?

La líder negó con la cabeza en un arrebato deimpaciencia.

—No. Quizá Garra de Tigre sea ambicioso,pero no es un asesino. Cuervo estará mejor siendorecordado como un héroe muerto que como uncobarde vivo.

Volvieron a oír la llamada del lugarteniente.Estrella Azul bajó del tronco y se internó en loshelechos. Corazón de Fuego salvó el tronco de un

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salto y corrió tras ella.La alcanzó en la orilla del arroyo. La observó

cruzar, brincando de piedra en piedra hasta el otrolado. La siguió cautamente, con la cabeza dándolevueltas. La historia sobre la muerte de Cola Rojahabía sido un peso sobre sus hombros durantedías. Ahora que finalmente se lo había contado aEstrella Azul, nada había cambiado. Era obvio quela líder no consideraba a Garra de Tigre capaz dematar a sangre fría. Y lo peor de todo era que elpropio Corazón de Fuego había empezado a dudarde que Cuervo le hubiera contado la verdad. Llegóa la ribera opuesta y corrió a través delsotobosque.

Frenó en seco detrás de Estrella Azul cuandoalcanzaron al resto de los gatos del clan. El grupose había detenido en lo alto de la ladera quellevaba a los Cuatro Árboles, los gigantescosrobles donde los gatos de los cuatro clanes sereunían en paz cada luna llena.

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Se le erizó el pelo al sentir que Garra de Tigrelo observaba. ¿Acaso el guerrero oscurosospechaba de qué habían hablado él y EstrellaAzul? Sacudió la cabeza para aclararse las ideas.Sin duda, Garra de Tigre estaría interesado ensaber qué le había dicho a la líder; era ellugarteniente, así que querría conocer cualquiercosa que pudiese afectar al clan. Se volvió denuevo hacia Garra de Tigre; el atigrado oscuroestaba mirando ladera abajo, con las orejas tiesasy alertas. Los gatos que lo rodeaban movieron laspatas, expectantes. El lugarteniente lanzó unaojeada a cada uno, agrupándolos en silencio con sufirme mirada ámbar.

Estrella Azul levantó la nariz y olfateó el aire.Corazón de Fuego percibió que a su alrededor setensaban los músculos y se erizaban los pelajes.Entonces, la líder hizo una señal con la cola ytodos los gatos descendieron la ladera hacia laAsamblea.

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2

Estrella Azul se detuvo en el borde del claro consu clan alineado junto a ella. Algunos miembros delos clanes del Río y de la Sombra se volvieron aladvertir su presencia.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó LátigoGris, apareciendo al lado de Corazón de Fuego,que sacudió la cabeza.

—No importa.Seguía inquieto y confundido por su

conversación con Estrella Azul, y se alegró de quesu amigo no insistiera. En vez de eso, éste giró lacabeza y observó alrededor.

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—Eh, mira —maulló—. Los del Clan de laSombra parecen más fuertes de lo que pensaba. Alfin y al cabo, Estrella Rota los tenía mediomuertos de hambre.

Corazón de Fuego siguió su mirada hasta unlustroso guerrero.

—Tienes razón —coincidió, sorprendido.—¡Claro que prácticamente peleamos nosotros

por ellos! —se mofó Látigo Gris.El jocoso ronroneo de Corazón de Fuego fue

interrumpido por Tormenta Blanca.—El Clan de la Sombra luchó con todas sus

fuerzas para expulsar a Estrella Rota. Deberíamoshonrar su determinación de recuperarse —maullócon severidad, antes de acercarse a un grupo deguerreros reunidos bajo uno de los grandes robles.

—¡Ups! —exclamó Látigo Gris, lanzando unamirada de culpabilidad a su amigo.

Los jóvenes guerreros permanecieron en elborde del claro. Corazón de Fuego podía

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distinguir fácilmente a los aprendices de los otrosclanes: su pelaje parecía suave como el de loscachorros, y tenían la cara redonda y las patasregordetas y torpes.

Dos guerreros se aproximaron a Corazón deFuego y Látigo Gris. Un pequeño aprendiz marrónles pisaba los talones. Corazón de Fuegoreconoció al atigrado gris del Clan de la Sombra,pero no al negro grisáceo que lo acompañaba.

—Hola —saludó el atigrado gris.—Hola, Patas Mojadas —respondió Corazón

de Fuego, y miró al gato oscuro.—Éste es Prieto, del Clan del Río —lo

presentó Patas Mojadas.Corazón de Fuego y Látigo Gris saludaron con

la cabeza. El aprendiz dio un paso adelantetímidamente.

—Y éste es mi aprendiz, Zarpa de Roble —añadió Patas Mojadas.

Zarpa de Roble miró a Corazón de Fuego con

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ojos muy abiertos y nerviosos.—H… hola, Corazón de Fuego —maulló, y el

joven guerrero le devolvió el saludo.—He oído que Estrella Azul os nombró

guerreros después de la batalla —dijo PatasMojadas—. ¡Enhorabuena! Debisteis de pasar unavigilia muy fría.

—¡Muy fría! —confirmó Látigo Gris.—¿Quién es ésa? —quiso saber Corazón de

Fuego.Una esbelta gata de pelaje marrón moteado

estaba conversando con Garra de Tigre junto a laGran Roca, que se levantaba en el centro del claro.

—Es Leopardina, nuestra lugarteniente —gruñó el guerrero del Clan del Río.

A Corazón de Fuego se le erizó el pelo alpensar en el anterior lugarteniente del Clan delRío, Corazón de Roble, que había muertocombatiendo con el Clan del Trueno. Se salvó dedecir nada porque entonces Estrella Azul saltó a lo

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alto de la Gran Roca para dar comienzo a lareunión. Otros dos gatos se unieron a ella, y uno deellos, un negro bastante mayor, llamó a todos lospresentes para que acudieran al pie de la roca.Corazón de Fuego reconoció al macho negro y nopudo evitar sorprenderse. ¿El viejo Nocturno sehabía convertido en líder del Clan de la Sombratras la huida de Estrella Rota?

Cuando los gatos estuvieron acomodadosdelante de la Gran Roca, Estrella Azul tomó lapalabra.

—El Clan del Trueno ha traído a estaAsamblea a su nueva curandera, Fauces Amarillas—anunció formalmente.

Hizo una pausa mientras todos los ojos sevolvían hacia la vieja gata de espeso pelaje yhocico aplastado. Corazón de Fuego advirtió queFauces Amarillas movía las ancas sobre la duratierra. Durante su aprendizaje, el joven guerrerohabía pasado casi una luna entera cuidando de

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Fauces Amarillas para que recobrara la salud,después de que ella llegase al Clan del Trueno.Ahora, por el modo en que la gata giró levementela oreja derecha, supo que se sentía incómoda bajola mirada de los otros clanes. Fauces Amarillashabía sido curandera del Clan de la Sombra, y losgatos raramente abandonaban un clan para unirse aotro. La gata miró alrededor muy despacio, hastaque se encontró con los ojos de Nariz Inquieta, elnuevo curandero del Clan de la Sombra. Hubo unabreve pausa; luego intercambiaron una respetuosainclinación de la cabeza. Entonces, FaucesAmarillas irguió las orejas y Corazón de Fuego serelajó.

—También traemos a dos nuevos guerrerosrecién nombrados —continuó Estrella Azul—:Corazón de Fuego y Látigo Gris.

Corazón de Fuego mantuvo la cabeza alta, peroal notar que todos los ojos se volvían hacia él, unaoleada de timidez lo hizo sacudir la cola

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nerviosamente.Nocturno se adelantó, pasando ante Estrella

Azul para situarse en la parte más elevada de laroca.

—Yo, Nocturno, he asumido el liderato delClan de la Sombra —anunció—. Nuestro antiguolíder, Estrella Rota, quebrantó el código guerrero,y nos vimos obligados a expulsarlo.

—No ha mencionado que nosotros losayudamos a hacerlo —le susurró Látigo Gris aCorazón de Fuego.

—Los espíritus de nuestros antepasados hanhablado a Nariz Inquieta y me han elegido comolíder —continuó Nocturno—. Aún no he viajadohasta la Boca Materna para que el Clan Estelar meconceda el don de las nueve vidas, pero irémañana por la noche, mientras la luna todavía estéllena. Después de mi vigilia en la Piedra Lunar,seré conocido como Estrella Nocturna.

—¿Dónde está Estrella Rota? —inquirió una

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voz entre la multitud. Era Escarcha, la reina blancadel Clan del Trueno.

—Creo que podemos dar por hecho que haabandonado el bosque, con los otros guerrerosproscritos —respondió Nocturno—. Sabe queregresar sería peligroso para él.

—Ojalá —murmuró Escarcha a su vecina, unarolliza reina marrón.

Estrella Doblada, el líder del Clan del Río,dio un paso al frente:

—Esperemos que Estrella Rota haya tenido elsentido común de marcharse del bosque parasiempre. Su ambición de territorio era unaamenaza para todos nosotros.

Estrella Doblada aguardó a que se apagaranlos maullidos de aprobación antes de continuar:

—Cuando Estrella Rota era el líder del Clande la Sombra, accedí a permitirle cazar en nuestrorío. Pero ahora que ese clan tiene un nuevo líder,ese acuerdo ya no puede seguir en vigor. Las

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presas de nuestro río pertenecen únicamente alClan del Río.

Los gatos de su clan lanzaron maullidos detriunfo, pero Corazón de Fuego vio, alarmado, queNocturno empezaba a erizar el pelo.

Nocturno elevó la voz:—El Clan de la Sombra tiene las mismas

necesidades que con Estrella Rota. Tenemosmuchas bocas que alimentar, Estrella Doblada.¡Hiciste un trato con todo el Clan de la Sombra!

Estrella Doblada dio un salto y se volvió haciaNocturno. Agachó las orejas y bufó, y los gatos deabajo enmudecieron.

Estrella Azul se interpuso entre los doslíderes.

—Últimamente el Clan de la Sombra hasufrido muchas pérdidas —maulló con calma—.Con menos bocas que alimentar, Nocturno, ¿deverdad necesitáis los peces del Clan del Río?

Estrella Doblada bufó de nuevo, pero

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Nocturno le sostuvo la mirada sin arredrarse.Estrella Azul volvió a hablar, esta vez más

enérgicamente:—¡Acabáis de desterrar a vuestro líder y a

varios de los guerreros más fuertes! Y EstrellaRota fue contra el código guerrero al forzar aEstrella Doblada a compartir el río.

Corazón de Fuego tragó saliva con inquietud alver que Nocturno sacaba las uñas, pero EstrellaAzul no se inmutó. Sus glaciales ojos azulesrelucieron a la luz de la luna cuando gruñó:

—Recuerda que el Clan Estelar aún no te haconcedido tus nueve vidas, Nocturno. ¿Estásseguro de poder hacer tales exigencias?

Corazón de Fuego se puso tenso al notar quelos presentes erizaban el pelo. Toda la multitudaguardaba la respuesta de Nocturno.

El viejo gato negro apartó la vista con furia ysacudió la cola, pero no dijo nada.

Estrella Azul había vencido. Su voz se

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suavizó.—Todos sabemos que el Clan de la Sombra ha

padecido mucho en las últimas lunas —prosiguió—. El Clan del Trueno ha aceptado dejarostranquilos hasta que hayáis tenido tiempo derecuperaros. —Se volvió hacia el líder del Clandel Río—. Estoy segura de que Estrella Dobladaaceptará mostraros el mismo respeto.

Éste entornó los ojos y asintió.—Pero sólo mientras no captemos el olor del

Clan de la Sombra en nuestro territorio —gruñó.Corazón de Fuego se relajó y su lomo se alisó.

Ahora que sabía lo que significaba pelear en unabatalla de verdad, admiró todavía más el coraje desu líder al enfrentarse a aquellos dos grandesguerreros. Sonaron maullidos quedos de alivio yaprobación, mientras se rebajaba la tensión en laGran Roca.

—No captarás nuestro olor, Estrella Doblada—contestó Nocturno—. Estrella Azul tiene razón:

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no necesitamos vuestros peces. Después de todo,tenemos las tierras altas para cazar, ahora que elClan del Viento ha abandonado su territorio.

Estrella Doblada lo miró con ojos brillantes.—Es cierto —coincidió—. Eso supondrá

presas extra para todos nosotros.Estrella Azul alzó la cabeza bruscamente.—¡No! —exclamó—. ¡El Clan del Viento debe

regresar!Los dos machos la miraron.—¿Por qué? —inquirió Estrella Doblada.—Si compartimos los terrenos de caza,

¡significará más comida para nuestros cachorros!—señaló Nocturno.

—El bosque necesita cuatro clanes —insistióEstrella Azul—. Al igual que tenemos los CuatroÁrboles y cuatro estaciones, el Clan Estelar nos hadado cuatro clanes. Debemos encontrar al Clan delViento lo más rápido posible y traerlo de vuelta acasa.

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Los gatos del Clan del Trueno elevaron la vozpara apoyar a su líder, pero el maullido deimpaciencia de Estrella Doblada sonó por encimade todos.

—Tu argumento es muy débil, Estrella Azul.¿De verdad necesitamos cuatro estaciones? ¿Nopreferirías ahorrarte la estación sin hojas y el fríoy el hambre que conlleva?

La líder miró con calma a los dos guerreros.—El Clan Estelar nos da la estación sin hojas

para que la tierra pueda recuperarse y prepararsepara la estación de la hoja nueva. Este bosque ylas tierras altas han mantenido a cuatro clanesdurante generaciones. No nos corresponde anosotros desafiar al Clan Estelar.

Leopardina, la lugarteniente del Clan del Río,tomó la palabra:

—¿Por qué deberíamos pasar hambre a causade un clan que ni siquiera puede defender supropio territorio?

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—¡Estrella Azul tiene razón! ¡El Clan delViento debe regresar! —replicó Garra de Tigre,irguiéndose para alzarse sobre los gatos que lorodeaban.

—Estrella Doblada —continuó Estrella Azul,volviéndose hacia el líder del Clan del Río—, losterrenos de caza de tu clan son conocidos por suriqueza. Tenéis el río y toda la pesca que contiene.¿Por qué necesitáis más presas?

El interpelado miró hacia otro lado y norespondió. Corazón de Fuego reparó en que losmiembros del Clan del Río murmuraban nerviososentre sí. Se preguntó por qué los habría alteradotanto la pregunta de Estrella Azul.

—Además, Nocturno —prosiguió ésta—, fueEstrella Rota quien echó al Clan del Viento de suhogar. —La corpulenta gata hizo una pausa—. Yésa es la razón por la que el Clan del Trueno osayudó a expulsar a Estrella Rota.

Corazón de Fuego entornó los ojos. Sabía que

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Estrella Azul estaba recordándole delicadamente aNocturno la deuda que tenían con el Clan delTrueno.

El líder del Clan de la Sombra entornó a suvez los ojos. Tras un silencio que pareció unaeternidad, los abrió bien y maulló:

—Muy bien, Estrella Azul. Permitiremos queel Clan del Viento regrese.

Corazón de Fuego vio que Estrella Dobladagiraba la cabeza con rabia; sus ojos eran rendijasnegras.

Estrella Azul asintió.—Dos de nosotros hemos llegado a un

acuerdo, Estrella Doblada —maulló—. Hay queencontrar al Clan del Viento y traerlo a casa. Hastaentonces, ningún clan debería cazar en suterritorio.

La Asamblea empezó a disolverse y los gatosse prepararon para regresar a sus campamentos.Corazón de Fuego se quedó un momento

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observando a los líderes sobre la Gran Roca.Estrella Azul tocó con su nariz la de EstrellaDoblada y saltó al suelo. En lo alto de la roca,Estrella Doblada se volvió hacia Nocturno. Algoen la mirada que intercambiaron ambos machoshizo que Corazón de Fuego sintiera un hormigueo.¿Sería posible que, después de todo, Estrella Azulno contara con el apoyo de Nocturno? Miróalrededor. Por la furia que vio en los ojos deGarra de Tigre, supo que el lugarteniente tambiénhabía advertido ese cruce de miradas.

Por una vez, Corazón de Fuego compartió lapreocupación de Garra de Tigre. Aquello suponíaun cambio inesperado en las alianzas de losclanes. Después del riesgo que había corrido elClan del Trueno para ayudar al de la Sombra alibrarse de Estrella Rota, ¿cómo podían alinearseahora con el Clan del Río?

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3

Estrella Azul condujo rápidamente a los suyos deregreso al campamento. El ruido que hicieron alllegar despertó a los gatos que se habían quedadoallí. Mientras el grupo pasaba a través del túnel deaulagas, figuras somnolientas empezaron a salir delas guaridas.

—¿Qué noticias hay? —preguntó Medio Rabo.—¿Ha acudido el Clan de la Sombra? —

inquirió Sauce.—Sí, estaban allí —respondió Estrella Azul,

seria.Pasó ante Sauce y saltó a la Peña Alta. No fue

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necesario que convocara una reunión: los gatos yase estaban agrupando debajo de la roca. Garra deTigre subió junto a la líder.

—Esta noche ha habido mucha tensión entrelos clanes —empezó Estrella Azul—. Y headvertido una posible alianza entre EstrellaDoblada y Nocturno.

Látigo Gris se apretujó en un pequeño espaciojunto a Corazón de Fuego.

—¿De qué está hablando? —preguntó—.Pensaba que Nocturno había llegado a un acuerdocon nuestra líder.

—¿Nocturno? —graznó la anciana voz deTuerta al fondo de la multitud.

—Ha sido designado nuevo líder del Clan dela Sombra —explicó Estrella Azul.

—Pero su nombre aún no ha sido aceptado porel Clan Estelar, ¿verdad?

—Piensa viajar a la Piedra Lunar mañana porla noche —respondió Garra de Tigre.

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—Ningún líder puede hablar por su clan en unaAsamblea sin haber recibido primero laaprobación del Clan Estelar —masculló Tuerta, lobastante alto para que lo oyeran todos los gatos.

—Nocturno cuenta con el apoyo del Clan de laSombra, Tuerta —declaró Estrella Azul—. Nopodemos pasar por alto lo que ha dicho esta noche—añadió, y la vieja gata soltó un resoplidocontrariado. Luego, Estrella Azul levantó lacabeza para dirigirse a los suyos—: En laAsamblea he sugerido que buscáramos al Clan delViento para traerlo de vuelta a casa. PeroNocturno y Estrella Doblada no desean su regreso.

—Pero es poco probable que unan sus fuerzas,¿verdad? —inquirió Látigo Gris—. Casi hantenido una discusión por los derechos de caza enel río.

Corazón de Fuego se volvió hacia su amigo.—¿No has visto las miradas que han

intercambiado al final de la reunión? Esos dos

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están desesperados por poner sus patas en elterritorio del Clan del Viento.

—Pero ¿por qué? —preguntó Arenisca, queestaba sentada junto a su mentor, Tormenta Blanca.

Fue éste quien contestó:—Sospecho que el Clan de la Sombra no está

tan débil como pensábamos. Y Nocturno parecetener más ambición de lo que ningún gatoimaginaba.

—Pero ¿por qué el Clan del Río querría cazaren los terrenos del Clan del Viento? ¡Siempre sehan llenado bien la panza con los peces de suprecioso río! —maulló Sauce—. Las tierras altasse hallan a mucha distancia y sólo hay unos pocosconejos congelados de frío.

La vieja Cola Moteada, que había sido unahermosa reina, alzó su voz cascada por la edad:

—En la Asamblea, algunos de los veteranosdel Clan del Río han comentado que los Dos Patashabían ocupado parte de su río.

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—Eso es cierto —coincidió Escarcha—.Dicen que los Dos Patas han estado viviendo enalbergues junto al río, molestando a los peces.¡Los del Clan del Río tienen que ocultarse entrelos arbustos a observarlos con el estómago vacío!

Estrella Azul pareció cavilar.—De momento, debemos cuidarnos de no

hacer nada que pueda acercar más a los clanes dela Sombra y del Río. Ahora vayamos a descansar.Viento Veloz y Polvoroso, vosotros saldréis en lapatrulla del amanecer.

Una brisa helada agitó las hojas secas de losárboles que se alzaban sobre ellos, y sin dejar demurmurar entre sí, se dirigieron a sus guaridas.

Por segunda vez en pocos días, Corazón deFuego soñó. Se hallaba en la oscuridad. El rugidoy el hedor del Sendero Atronador estaban muycerca. Él mismo se sintió azotado y cegado por losmonstruos de ojos deslumbrantes que pasabanrugiendo arriba y abajo. De repente, a través del

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estruendo, Corazón de Fuego oyó el penoso gritode un joven gato. El desesperado alarido se abriópaso entre el estrépito de los monstruos.

Corazón de Fuego se despertó con unsobresalto. Durante un momento pensó que lohabía despertado el grito. Pero el único ruido eranlos ronquidos apagados de los guerreros quedormían junto a él. Brotó un gruñido desde algúnpunto del centro de la guarida. Sonaba a Garra deTigre. Corazón de Fuego se sentía demasiadoinquieto para volver a dormirse, de modo quesalió sigilosamente del refugio.

Fuera estaba oscuro, y las estrellas quesalpicaban el cielo negro le indicaron que aúnfaltaba para el amanecer. Con el alarido del jovengato resonando en su mente, Corazón de Fuego seacercó a la maternidad aguzando el oído. Percibiópisadas más allá del muro del campamento.Olfateó el aire. Sólo eran Cebrado y Rabo Largo.Captó el olor de los dos guerreros, que estaban

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guardando el territorio del clan.La tranquilidad del campamento dormido

sosegó a Corazón de Fuego. «Todos los gatosdeben de tener pesadillas con el SenderoAtronador», se dijo. Regresó en silencio aldormitorio y dio vueltas en su lecho para ponersecómodo. Látigo Gris ronroneó en sueños mientrasCorazón de Fuego se instalaba a su lado y cerrabalos ojos.

Lo despertó el hocico de Látigo Gris, clavándoseen su costado.

—Déjame en paz —refunfuñó Corazón deFuego.

—¡Despierta! —siseó su amigo.—¿Por qué? ¡No tenemos que patrullar! —

protestó Corazón de Fuego.—Estrella Azul quiere vernos en su refugio,

ahora.

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Aturdido, Corazón de Fuego se puso en pie ysiguió a Látigo Gris. El sol empezaba a teñir elcielo de rosa y había escarcha en los árboles querodeaban el campamento.

Ambos amigos cruzaron el claro hasta laguarida de Estrella Azul, y anunciaron su llegadamaullando quedamente.

—¡Adelante! —respondió la voz de Garra deTigre detrás del liquen que cubría la entrada.

Corazón de Fuego se alarmó al recordar suconversación con Estrella Azul de camino a laAsamblea. ¿Habría hablado ella con Garra deTigre sobre sus acusaciones? Látigo Gris seinternó en la guarida de la líder, y Corazón deFuego lo siguió preocupado.

Estrella Azul estaba sentada en su lecho, con lacabeza alzada y los ojos brillantes. Ellugarteniente se hallaba en medio del suave sueloarenoso. Corazón de Fuego procuró descifrar suexpresión, pero los ojos del gran atigrado eran tan

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fríos e impenetrables como siempre.Estrella Azul empezó sin rodeos:—Corazón de Fuego, Látigo Gris, tengo una

importante misión para vosotros.—¿Una misión? —repitió Corazón de Fuego.

El alivio y la emoción barrieron su nerviosismo.—Quiero que localicéis al Clan del Viento y

lo llevéis de vuelta a su territorio.—Antes de que os entusiasméis demasiado,

tened en cuenta que podría ser muy peligroso —gruñó Garra de Tigre—. No sabemos adónde haido el Clan del Viento, así que tendréis que seguirlo que quede de su rastro oloroso…probablemente hasta territorio hostil.

—Pero vosotros ya habéis atravesado sustierras, cuando viajasteis conmigo hasta la PiedraLunar —señaló Estrella Azul—. El olor del Clandel Viento os resultará familiar, al igual que elterritorio de Dos Patas que hay más allá de lastierras altas.

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—¿Iremos sólo nosotros dos? —preguntóCorazón de Fuego.

—Necesitamos a los otros guerreros aquí —maulló Garra de Tigre—. Se acerca la estación sinhojas y debemos acaparar tantas presas comopodamos. Se avecinan lunas de poca caza.

Estrella Azul asintió.—Garra de Tigre os ayudará a preparar el

viaje.Corazón de Fuego sintió un hormigueo de

inquietud. La líder tenía tanta fe en su lugartenientecomo siempre. ¿Por qué él era el único que no sefiaba de Garra de Tigre?

—Debéis marcharos tan pronto como podáis—continuó Estrella Azul—. Buena suerte.

—Los encontraremos —prometió Látigo Gris.Con el pensamiento ocupado por el inminente

viaje, Corazón de Fuego asintió.Garra de Tigre los siguió fuera del refugio.—¿Recordáis cómo llegar al territorio del

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Clan del Viento?—Oh, sí, Garra de Tigre, estuvimos allí hace

sólo…Corazón de Fuego lo interrumpió

apresuradamente:—Hace sólo unas lunas.Le lanzó una mirada de advertencia a su amigo.

Había estado a punto de descubrir su itinerario devarias noches atrás con Cuervo.

Garra de Tigre vaciló y Corazón de Fuegocontuvo la respiración. ¿El lugarteniente habíareparado en el fallo de Látigo Gris?

—¿Y recordáis el olor del clan? —continuó elatigrado oscuro.

Corazón de Fuego dio las gracias en silencioal Clan Estelar.

Los jóvenes guerreros asintieron, y Corazón deFuego empezó a verse a sí mismo saliendo a todaprisa entre la espinosa aulaga, en busca del clanperdido.

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—Necesitaréis hierbas para tener más fuerzasy adormecer el hambre. Que Fauces Amarillas oslas dé antes de partir. —Garra de Tigre hizo unapausa—. Y no olvidéis que Nocturno tieneprevisto ir esta noche a la Piedra Lunar.Manteneos fuera de su camino.

—Sí, Garra de Tigre —contestó Corazón deFuego.

—Ni siquiera sabrá que estamos ahí —aseguróLátigo Gris.

—Eso espero de vosotros. Bien, ¡marchaos!Sin una palabra más, dio media vuelta para

alejarse.—Podría habernos deseado buena suerte —se

lamentó Látigo Gris.—Probablemente piense que no la necesitamos

—bromeó Corazón de Fuego, mientras cruzaban elclaro hacia la guarida de Fauces Amarillas.

Pero, al mismo tiempo, pensó que Garra deTigre parecía tratarlos con tanto respeto como a

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cualquier otro guerrero. ¿Sería posible que nofuese el traidor que Cuervo creía?

Todavía hacía frío, pese a que ya había salidoel sol, pero ninguno de los amigos se estremeció.Corazón de Fuego notaba cómo su pelaje habíaempezado a espesarse conforme se acortaban losdías.

La guarida de Fauces Amarillas se hallaba alfinal de un túnel entre los helechos. En un rincónde un pequeño claro umbroso había una gran rocahendida. Allí había vivido Jaspeada antes queFauces Amarillas. Al recordar a la dulcecurandera parda, Corazón de Fuego se emocionó.Jaspeada había sido asesinada por un guerrero delClan de la Sombra, y Corazón de Fuego la echabamuchísimo de menos.

—¡Fauces Amarillas! —llamó Látigo Gris—.¡Venimos por hierbas para viaje!

Oyeron un maullido ronco, procedente de lassombras del centro de la roca, y Fauces Amarillas

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salió retorciéndose por la grieta.—¿Adónde vais? —preguntó la vieja

curandera.—Tenemos que encontrar al Clan del Viento y

devolverlo a su hogar —le contó Corazón deFuego, incapaz de ocultar el orgullo en su voz.

—¡Vuestra primera misión como guerreros! —exclamó ella con voz ronca—. ¡Felicidades! Ostraeré las hierbas que necesitáis.

Regresó al cabo de unos momentos, sujetandoun pequeño paquete de hojas secas entre losdientes.

—¡Que lo disfrutéis! —ronroneó, dejando lacarga en el suelo.

Corazón de Fuego y Látigo Gris mascaronobedientemente las hojas, que eran muy pocoapetecibles.

—¡Puaj! —bufó Látigo Gris—. Están igual demalas que la última vez.

Corazón de Fuego asintió arrugando la cara.

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Jaspeada les había dado las mismas hierbascuando fueron a la Piedra Lunar con Estrella Azul.

Látigo Gris se tragó el último bocado y le dioa Corazón de Fuego en el omóplato con la nariz.

—Vamos, ¡eres más lento que una babosa! ¡Enmarcha! Adiós —se despidió de Fauces Amarillaspor encima del hombro, mientras salía del claro.

—Espérame —maulló Corazón de Fuego,corriendo tras su amigo.

—¡Adiós! ¡Buena suerte, jovencitos! —exclamó Fauces Amarillas a sus espaldas.

Mientras atravesaba el túnel corriendo,Corazón de Fuego oyó el susurro de los helechosbajo la brisa matinal. Parecían murmurar: «¡Buenasuerte! ¡Que tengáis un buen viaje!».

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4

Al salir del campamento, los jóvenes guerrerosestuvieron a punto de chocar con Tormenta Blanca,que conducía a Viento Veloz y Arenisca al bosquepara la patrulla del alba.

—¡Lo siento! —exclamó Corazón de Fuego sinresuello.

Se detuvo, y Látigo Gris frenó en seco a sulado.

Tormenta Blanca inclinó la cabeza.—He oído que tenéis una misión —maulló.—Sí —contestó Corazón de Fuego.—Entonces, que el Clan Estelar os conceda su

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protección —repuso Tormenta Blanca consolemnidad.

—¿Para qué? —se mofó Arenisca—. ¿Vais acazar campañoles?

El atigrado Viento Veloz se volvió parasusurrarle algo al oído. La expresión de Areniscacambió, y el desprecio de sus ojos verdes dio pasoa una curiosidad contenida.

La patrulla se apartó a un lado y Corazón deFuego y Látigo Gris echaron a correr hacia la cimadel barranco. Los dos amigos intercambiaronpocas palabras mientras atravesaban el bosque endirección a los Cuatro Árboles; reservaban elaliento para el largo trayecto que tenían pordelante. Se detuvieron resollando en lo alto de laempinada ladera, en el extremo más alejado delclaro sombreado por los robles.

—¿Aquí arriba siempre hace tanto viento? —refunfuñó Látigo Gris, ahuecando su denso pelajecontra las frías ráfagas que barrían las tierras

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altas.—Supongo que es porque no hay muchos

árboles que le bloqueen el paso —señaló Corazónde Fuego entornando los ojos. Aquél era elterritorio del Clan del Viento. Al olfatear el aire,detectó algo que, según le decían sus sentidos, nodebería estar allí—. ¿Hueles a guerreros del Clandel Río? —murmuró con inquietud.

Látigo Gris levantó la nariz.—No. ¿Crees que podría haber alguno por

aquí?—Tal vez. Quizá quieran aprovechar al

máximo la ausencia del Clan del Viento,especialmente ahora que saben que regresarápronto.

—Bueno, pues yo no huelo nada —susurróLátigo Gris.

Avanzaron vigilantes a lo largo de una sendade hierba congelada y resguardada por el brezo,hasta que un olor fresco detuvo la marcha de

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Corazón de Fuego.—¿Eso puedes olerlo? —le siseó a Látigo

Gris.—Sí —musitó su amigo, pegándose contra el

suelo—. ¡El Clan del Río!Corazón de Fuego también se agachó, cuidando

de tener las orejas por debajo del brezo. A sulado, Látigo Gris asomó su cabeza gris oscuropara atisbar por encima de los arbustos.

—Los veo —susurró—. Están cazando.Corazón de Fuego estiró cautelosamente el

cuello para echar una mirada.Cuatro guerreros del Río estaban persiguiendo

a un conejo por una extensión de aulagas.Reconoció a Prieto de la Asamblea. El guerreronegro grisáceo atacó con las uñas, pero volvió aalzarse sin nada que mostrar. El conejo debía dehaber alcanzado la seguridad de su madriguera.

Ambos amigos volvieron a agazaparse ypegaron la panza contra la fría hierba.

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—No son buenos cazadores de conejos —siseó Látigo Gris burlonamente.

—Supongo que están más habituados a atraparpeces —respondió Corazón de Fuego. Movió lanariz al captar el olor de un conejo aterrorizadoque iba en dirección a ellos. Con un ataque depánico, oyó las pisadas de los guerreros del Clandel Río aproximándose con rapidez—. ¡Vienenhacia aquí! ¡Tenemos que escondernos!

—Sígueme. Huelo a tejones por este lado.—¿Tejones? ¿Eso es seguro? —Había oído la

historia de cómo Medio Rabo perdió la cola enuna pelea con un viejo y malhumorado tejón.

—No te preocupes. El olor es intenso, pero noes reciente —lo tranquilizó Látigo Gris—. Debede haber una antigua madriguera por aquí.

Corazón de Fuego olisqueó. Sus glándulasolfativas captaron un olor fuerte, parecido alzorro.

—¿Seguro que está abandonada? —preguntó.

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—Enseguida lo sabremos. Vamos; tenemos quesalir de aquí —repuso Látigo Gris.

Abrió la marcha rápidamente entre los bajosarbustos. El ruido del brezo le indicó a Corazón deFuego que los guerreros se acercaban más y más.

—¡Aquí! —exclamó Látigo Gris, apartandouna mata de brezo para dejar a la vista un agujeroen el suelo—. ¡Métete dentro! El olor a tejóncamuflará el nuestro. Podremos esperar hasta quese hayan ido.

Corazón de Fuego se deslizó deprisa en eloscuro agujero, y Látigo Gris lo siguió. El hedor atejón era sofocante.

Por encima de ellos, fuertes pisadas resonabansobre el suelo. Contuvieron la respiración cuandolos pasos se detuvieron y un guerrero gritó:

—¡Madriguera de tejón!Por la áspera voz, Corazón de Fuego supo que

se trataba de Prieto.—¿Está abandonada? —repuso otra voz—. El

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conejo podría haberse escondido dentro.En la oscuridad, Corazón de Fuego percibió

que a Látigo Gris se le erizaba el pelo. Sacó lasuñas y se quedó mirando la entrada de la guarida,listo para pelear si los guerreros se metían allí.

—Esperad; ¡el olor va hacia allá! —maullóPrieto.

Los guerreros se alejaron entre ruido depisadas.

Látigo Gris fue soltando el aire lentamente.—¿Crees que se han ido?—A lo mejor deberíamos esperar un poco

más, para asegurarnos de que ninguno se haquedado atrás —sugirió Corazón de Fuego.

Del exterior no llegaron más sonidos. LátigoGris le dio un empujoncito a Corazón de Fuego.

—Vamos —maulló.Salieron con cautela a la luz del día. No había

señales de la patrulla del Clan del Río. La frescabrisa limpió las glándulas olfativas de Corazón de

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Fuego del hedor a tejón.—Ahora deberíamos buscar el campamento

del Clan del Viento —dijo—. Será el mejor lugardonde detectar su rastro.

—De acuerdo.Avanzaron despacio a través del brezo,

manteniendo la boca levemente abierta para captarel olor de posibles guerreros del Clan del Río. Sedetuvieron al pie de una gran roca plana queascendía abruptamente, más allá de los arbustos deaulaga.

—Subiré ahí para echar un vistazo —seofreció Látigo Gris—. Mi pelaje se mimetizamejor con el color de la piedra.

—Vale. Pero mantén la cabeza gacha.Observó cómo su amigo trepaba por la roca.

Látigo Gris se agazapó en lo alto y recorrió con lamirada las tierras altas; al cabo, regresó.

—Creo que hay una hondonada en esadirección —resopló, señalando con la cola—. He

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visto un agujero entre el brezo.—Echemos un vistazo —maulló Corazón de

Fuego—. Podría ser el campamento.—Eso es lo que yo he pensado. Probablemente

sea el único lugar protegido del viento que hay poraquí.

Conforme se acercaban a la hondonada,Corazón de Fuego se adelantó y se asomó por unextremo. Parecía como si un guerrero del ClanEstelar hubiese alargado una zarpa desde el cielopara arrancar un puñado de turba de la meseta, yluego lo hubiese reemplazado por una espesamaraña de aulagas que crecían casi al nivel delsuelo a cada lado.

Corazón de Fuego olisqueó. Percibió muchosolores, todos del Clan del Viento, de viejos yjóvenes, machos y hembras, y, al fondo, la débilfetidez de antigua carroña. Aquello tenía que ser elcampamento abandonado.

Descendió la cuesta y se internó en los

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arbustos. La aulaga le tiró del pelo y le arañó lanariz, lo que lo hizo lagrimear. Oyó a Látigo Grisdetrás de él, maldiciendo cuando las espinas se leenganchaban en las orejas. Se abrieron paso hastaun claro resguardado. El suelo arenoso estabaendurecido por las huellas de generaciones degatos. En un extremo del claro se alzaba una roca,alisada por muchas lunas azotadas por el viento.

—Éste es su campamento —murmuró Corazónde Fuego.

—¡No puedo creer que Estrella Rotaconsiguiera expulsar al Clan del Viento de un lugartan bien protegido! —exclamó Látigo Gris,frotándose con una pata la nariz dolorida.

—Parece que opusieron bastante resistencia —apuntó Corazón de Fuego, advirtiendosobresaltado la tremenda devastación que había enel campamento.

Matas de pelo alfombraban el suelo, y la arenaestaba teñida de sangre seca. Los lechos musgosos

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de las guaridas estaban hechos trizas en medio delclaro. Y, por todas partes, el rastro rancio delClan de la Sombra se entremezclaba con el oloraterrorizado de los gatos del Clan del Viento.

Corazón de Fuego se estremeció.—Busquemos por dónde salieron de aquí —

maulló.Empezó a olfatear el aire con cuidado y avanzó

siguiendo el olor más intenso. Látigo Gris fue trasél hasta un estrecho hueco en la aulaga.

—¡Los gatos del Clan del Viento deben de sermás pequeños incluso de lo que yo recordaba! —musitó Látigo Gris, retorciéndose para seguir aCorazón de Fuego.

Su amigo le lanzó una mirada divertida. Ahorael rastro oloroso era bastante claro: pertenecíaindudablemente al Clan del Viento, pero era acre ymezclado, como compuesto por muchos gatosasustados. Corazón de Fuego bajó la vista y sedetuvo. Gotas de sangre seca salpicaban el suelo.

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—Vamos por el buen camino —maullósombríamente.

Dos lunas de lluvia y viento no habían logradoborrar las evidencias de sufrimiento. Corazón deFuego pudo imaginar claramente al clan derrotadoy herido, huyendo de su hogar. Con una oleada deira, corrió tras su amigo.

El rastro los condujo al extremo más lejano delas tierras altas, donde se pararon a recobrar elaliento. Ante ellos, el suelo descendía hasta losterrenos de labranza de los Dos Patas. Lejos, en ladistancia, donde el sol estaba empezando aponerse, se alzaban las imponentes siluetas de laRocas Altas.

—Me pregunto si Nocturno ya estará allí —murmuró Corazón de Fuego.

En un túnel que había debajo de las RocasAltas se hallaba la sagrada Piedra Lunar, dondelos líderes de todos los clanes compartían sueñoscon el Clan Estelar.

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—Bueno, no queremos que nos encuentre porallí, ¿verdad? —Látigo Gris sacudió la cola antela gran extensión de la granja de los Dos Patas—.Ya será bastante duro tener que dar esquinazo aDos Patas, ratas y perros, así que no necesitamostropezarnos también con el nuevo líder del Clan dela Sombra.

Corazón de Fuego asintió. Rememoró suúltimo viaje a través de aquella zona, con EstrellaAzul y Garra de Tigre. Habían estado a punto demorir por el ataque de unas ratas; sólo los salvó lallegada del solitario Centeno. Aun así, EstrellaAzul había perdido una de sus vidas; ese recuerdole dolió como la picadura de una hormiga roja.

—¿Crees que encontraremos alguna señal deCuervo ahí abajo? —maulló Látigo Gris, girandosu ancha cabeza hacia Corazón de Fuego.

—Espero que sí —contestó solemnemente.Lo último que había visto de Cuervo fue la

punta blanca de su cola, cuando desapareció en las

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tierras altas en medio de una tormenta. ¿Elaprendiz del Clan del Trueno habría llegado sanoy salvo al territorio de Centeno?

Los jóvenes guerreros empezaron a bajar laladera, olfateando cuidadosamente cada mata dehierba para asegurarse de que seguían la pista delClan del Viento.

—No parece que se encaminaran a las RocasAltas —señaló Látigo Gris.

El rastro los llevó hasta un amplio campocubierto de hierba, y los amigos lo bordearonmanteniéndose cerca del seto, como había hecho elClan del Viento. El olor los condujo fuera delcampo, a un camino de Dos Patas que atravesabaun bosquecillo.

—¡Mira! —exclamó Látigo Gris.En la maleza había pilas de huesos de presas

blanqueados por el sol. Debajo de los zarzalesmás densos había lechos musgosos.

—El Clan del Viento debió de intentar

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instalarse aquí —supuso Corazón de Fuegosorprendido.

—Me pregunto qué los haría marcharse —repuso Látigo Gris, olfateando el aire—. El olores antiguo.

Corazón de Fuego se encogió de hombros, yambos siguieron de nuevo el rastro hasta un densoseto. Con cierto esfuerzo, consiguieron pasar através hasta un arcén herboso. Al otro lado de unaestrecha zanja había un ancho sendero de tierra.

Látigo Gris saltó ágilmente sobre la zanja hastael duro camino de tierra roja. Corazón de Fuegomiró alrededor y se quedó de piedra al reconoceruna silueta de duras líneas en la distancia.

—¡Látigo Gris, detente! —siseó.—¿Qué ocurre?Señaló con la nariz.—¡Mira esa casa de Dos Patas! Debemos de

estar cerca del territorio de Centeno.Látigo Gris sacudió las orejas con

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nerviosismo.—¡Ahí es dónde viven esos perros! Pero el

Clan del Viento fue por allí. Tendremos quedarnos prisa. Tenemos que dejar atrás esa casa deDos Patas antes de la puesta del sol.

Corazón de Fuego recordó que Centeno leshabía contado que los Dos Patas dejaban sueltos alos perros por la noche, y el sol ya estabadescendiendo hacia la cima peñascosa de lasRocas Altas.

—Puede que los perros echaran al Clan delViento del bosquecillo —reflexionó, y pensó enCuervo con una punzada de ansiedad—. ¿Creesque encontró a Centeno?

—¿Quién? ¿Cuervo? ¿Por qué no? ¡Nosotroshemos llegado hasta aquí! —maulló su amigo—.No subestimes a Cuervo. ¿Recuerdas la vez en queGarra de Tigre lo mandó a las Rocas de lasSerpientes? ¡Volvió con una víbora!

Corazón de Fuego ronroneó al recordarlo

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mientras Látigo Gris cruzaba el sendero y el setodel otro lado. Apresuró la marcha y corrió tras él.

Un perro ladró rabiosamente desde la viviendade Dos Patas, pero sus malvados gruñidos seapagaron pronto en la distancia. La temperaturacayó en picado conforme se ponía el sol, y en lahierba empezó a formarse escarcha.

—¿Deberíamos continuar? —preguntó LátigoGris—. ¿Y si el rastro nos conduce hasta lasRocas Altas? Desde luego, ahora Nocturno yaestará allí.

Corazón de Fuego alzó la nariz y olfateó lasfrondas oscurecidas de unos helechos. El olor delClan del Viento, amargo de miedo, le produjo unhormigueo.

—Será mejor que continuemos —contestó—.Nos detendremos cuando tengamos que hacerlo.

La fría brisa llevó otro olor hasta la nariz deCorazón de Fuego: había un Sendero Atronadorcerca de allí. Látigo Gris arrugó la cara; él

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también lo había percibido. Intercambiaron unamirada de abatimiento, pero siguieron adelante. Elhedor se tornó más intenso, hasta que oyeron en lalejanía el rugido de los monstruos del SenderoAtronador. Para cuando alcanzaron el seto que seextendía a lo largo del amplio camino gris,resultaba muy difícil captar el rastro del Clan delViento.

Látigo Gris se detuvo para mirar alrededor conincertidumbre. Pero Corazón de Fuego todavíapodía captar algo del olor a miedo. Avanzósigilosamente a través de las sombras queproyectaba el seto, hasta alcanzar un lugar menosdenso.

—Se refugiaron aquí —anunció, y se imaginó alos aterrorizados gatos del Clan del Vientomirando el Sendero Atronador a través del seto.

—Probablemente sería la primera vez quemuchos de ellos veían el Sendero Atronador —apuntó Látigo Gris reuniéndose con su amigo.

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Corazón de Fuego lo miró sorprendido. Nuncahabía conocido a un gato del Clan del Viento, pueslos habían expulsado de su territorio casi al mismotiempo que él se convertía en aprendiz.

—¿Es que no patrullaban sus fronteras? —preguntó desconcertado.

—Ya has visto su territorio; es bastantesalvaje y árido, y las presas no son fáciles decazar. Supongo que jamás pensaron que algún otroClan iba a molestarse en cazar allí. Después detodo, los del Río tienen su río, y, en un buen año,nuestros bosques están llenos de presas, así queningún gato necesita sus escuálidos conejos.

Un monstruo pasó rugiendo al otro lado delseto, con sus deslumbrantes ojos nocturnos. Ambosamigos se encogieron mientras el viento lesalborotaba el pelo a través del muro vegetal.Cuando el ruido se apagó, se levantaron concautela y olfatearon las raíces del seto.

—El rastro parece llevar aquí debajo.

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Corazón de Fuego se retorció para pasar alarcén herboso que discurría a lo largo del SenderoAtronador. Látigo Gris lo siguió.

Pero, al otro lado del seto, el rastro olorosodesapareció de golpe.

—Debieron de volver sobre sus pasos o cruzarel Sendero Atronador —maulló Corazón de Fuego—. Tú mira por aquí, y yo inspeccionaré el otrolado.

Hizo un esfuerzo para hablar con voz tranquila,pero el agotamiento lo estaba desesperando.Después de llegar tan lejos, ¿sería posible quehubiesen perdido el rastro?

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5

Corazón de Fuego aguardó hasta que lo único quepodía oír era el latido de la sangre en sus oídos.Luego se acercó al borde del Sendero Atronador.Se extendía ante él, ancho y maloliente, perosilencioso. El joven gato salió disparado. Bajo suszarpas, el suelo estaba frío y liso. No se detuvohasta llegar a la hierba del extremo opuesto.

El aire estaba contaminado por el hedor acredel Sendero Atronador y sus monstruos, de modoque se encaminó al seto. Seguía sin haber ni rastrodel Clan del Viento.

De repente, un monstruo pasó a sus espaldas,

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haciéndolo saltar en el aire del susto. Se metióbajo el seto y se agazapó allí, temblando,pensando frenéticamente qué hacer. Entonces lopercibió: un levísimo olor en el viento que habíalevantado el monstruo. ¡El Clan del Viento habíaestado allí!

Llamó a Látigo Gris tan fuerte como pudo.Hubo una pausa, y luego sonaron unas pisadassobre el Sendero Atronador.

—¿Has encontrado el rastro? —resopló suamigo.

—No estoy seguro. He captado un olorcillo,pero no logro localizarlo.

Corazón de Fuego atravesó el seto, con LátigoGris a la zaga. Levantó la nariz hacia el campoabierto que se desplegaba delante de ellos.

—¿Tienes idea de qué hay por ahí?—No —contestó Látigo Gris—. No creo que

ningún gato de clan haya llegado nunca tan lejos.—Excepto el Clan del Viento —musitó

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Corazón de Fuego sombríamente.Lejos de los mareantes gases del Sendero

Atronador, de repente el rastro era muy claro. Nocabía duda de que el Clan del Viento había ido porallí. Los dos amigos avanzaron resueltamente através de la alta hierba para cruzar el campo.

—¡Corazón de Fuego! —llamó Látigo Gris.—¿Qué ocurre?—¡Mira!Corazón de Fuego se detuvo y levantó la

cabeza. Más adelante, vio un Sendero Atronadorque se elevaba en el aire formando un arco,apoyado en gigantescas patas de piedra, eiluminado por los ojos de los monstruos que semovían sobre él. Otro Sendero Atronadordiscurría por debajo, desviándose hacia laoscuridad.

Látigo Gris señaló con la cabeza un alto cardo.—¡Huele esto!Corazón de Fuego inhaló. ¡Era una marca

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reciente del Clan del Viento!—¡Deben de haberse instalado cerca de aquí!

—murmuró Látigo Gris con incredulidad.A Corazón de Fuego se le encogió el estómago

con una punzada de emoción. Ambos se miraron ensilencio un momento y, sin pronunciar palabra,avanzaron hacia los apestosos SenderosAtronadores.

Látigo Gris habló por fin:—¿Por qué el Clan del Viento vendría a un

lugar como éste?—Supongo que ni siquiera Estrella Rota

querría seguirlos hasta aquí —respondió Corazónde Fuego, ceñudo. Luego lo asaltó un pensamiento.

Látigo Gris se detuvo junto a él.—¿Qué pasa?—Si el Clan del Viento se ha ocultado tan

cerca de los Senderos Atronadores —respondiólentamente—, deben de estar desesperados poresconderse. Es más probable que confíen en

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nosotros si llegamos a la luz del día que siaparecemos en medio de la oscuridad.

—¿Significa eso que podemos descansar? —preguntó Látigo Gris, sentándose pesadamente.

—Sólo hasta que se haga de día. Buscaremosalgún sitio donde refugiarnos, y a ver si podemosdormir. ¿Tienes hambre? —añadió, y Látigo Grisnegó con la cabeza—. Pues yo tampoco. No sé sies por esas hierbas o porque la peste del SenderoAtronador me da náuseas.

—¿Dónde dormimos? —Látigo Gris miróalrededor.

Corazón de Fuego ya había reparado en unagujero en el suelo.

—¿Qué es eso de ahí?—¿Una madriguera? Es demasiado grande

para un conejo. ¡Y no creo que haya una guarida detejones aquí!

—Echemos un vistazo.El agujero era más grande que una madriguera

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de tejón, era liso y estaba revestido de piedra.Corazón de Fuego lo olfateó, puso las patasdelanteras en el borde y se asomó cautelosamente.Un túnel de piedra descendía bajo el suelo.

—Siento una corriente de aire —maulló, y eleco de su voz se alejó en las sombras—. Debe desalir de algún sitio. —Sacó la cabeza y señaló conla nariz hacia la maraña de Senderos Atronadores.

—¿Está vacío? —preguntó Látigo Gris.—Huele como si lo estuviera.—Pues entonces vamos.Látigo Gris fue el primero en entrar. A poca

distancia, el túnel se enderezó.Corazón de Fuego se detuvo a olfatear el aire

húmedo. No pudo captar nada aparte de los gasesdel Sendero Atronador. Un ruido estruendosoresonó sobre sus cabezas, y al joven le temblaronlas patas cuando el suelo empezó a vibrar. ¿Es quetenían el Sendero Atronador encima de ellos?Esponjó el pelaje para protegerse de la implacable

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corriente de aire y sintió que Látigo Gris lorozaba: su amigo estaba dando vueltas,preparándose para dormir. Corazón de Fuego seovilló a su lado. Cerró los doloridos ojos y pensóen la suave brisa del bosque, el susurro de lashojas. Además de agotamiento, sintió ciertaañoranza por estar en casa y en su guarida, antesde sumergirse en la oscuridad que inundó sumente.

Cuando volvió a abrir los ojos, se veía una luzgrisácea al final del túnel. El alba debía de estarcerca. Le dolían los huesos por culpa del sueloduro y frío. Dio un empujoncito a Látigo Gris, quegruñó:

—¿Ya es de día?—Casi —respondió Corazón de Fuego

poniéndose en pie.Látigo Gris se desperezó y se levantó también.—Deberíamos ir hacia allí —maulló Corazón

de Fuego, doblando el cuello en dirección opuesta

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a la de la luz—. Creo que este túnel llega justodebajo de un Sendero Atronador. Podría llevarnosmás cerca de… —Enmudeció. No tenía palabraspara describir el entramado de SenderosAtronadores que habían visto por la noche.

Látigo Gris asintió, y juntos se internaronsilenciosamente en la oscuridad.

Al poco, Corazón de Fuego vislumbró una luzmás adelante. Apretaron el paso y acabaroncorriendo por una cuesta corta y empinada que loscondujo a un mundo sumergido en la grisácea luzdel amanecer.

Habían salido cerca de una extensión de hierbasucia y estéril. Senderos Atronadores la cercabanpor dos lados, y otro formaba un arco por encima.Una hoguera ardía en medio de la hierba. Habíaunos pocos Dos Patas tumbados a su alrededor.Uno de ellos se estiró y rodó sobre sí mismo, yotro gruñó enfadado en sueños, pero el ruido yhedor de los Senderos Atronadores no parecía

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molestarlos.Corazón de Fuego los observó con cautela, y

se quedó de piedra al ver otra cosa: siluetasoscuras que se movían de acá para allá delante delfuego. ¡Gatos! ¿Podría tratarse del Clan delViento? Miró la hoguera, y el recuerdo de su sueñole inundó la mente: el estruendo del SenderoAtronador, la visión de las llamas y los gatos, y lavoz de Jaspeada murmurando: «El fuego salvará alclan».

Se le aflojaron las patas de la emoción.¿Significaba eso que el destino del Clan delTrueno estaba ligado al del Clan del Viento?

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!La voz de Látigo Gris lo devolvió a la

realidad. Respiró hondo para tranquilizarse.—Debemos encontrar a Estrella Alta y hablar

con él —maulló.—Entonces, ¿crees que éstos son el Clan del

Viento? —preguntó Látigo Gris.

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—Ya has olido su marca… ¿quiénes podríanser si no?

Látigo Gris lo miró, con ojos relucientes detriunfo.

—¡Los hemos encontrado!Corazón de Fuego asintió. No señaló que

encontrar al Clan del Viento era sólo la mitad desu misión. También tendrían que convencerlos deque era seguro regresar a casa.

Látigo Gris se preparó para saltar.—¡En marcha!—Espera —lo detuvo Corazón de Fuego—.

No debemos asustarlos.Justo entonces, uno de los Dos Patas se

incorporó de repente y empezó a gritar a losdesgreñados gatos que rodeaban la hoguera. Elruido despertó a los otros Dos Patas, que se leunieron con voces furiosas y ásperas.

Los gatos del Clan del Viento se dispersaron.Olvidando toda precaución, Corazón de Fuego y

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Látigo Gris corrieron tras ellos. Corazón de Fuegosintió cómo se le erizaba el pelo de miedomientras corría directo hacia la hoguera y los DosPatas. Su instinto le decía que se mantuvieraalejado, pero no se atrevía a perder de vista a losgatos del Clan del Viento, que huían del lugar.

Uno de los Dos Patas se levantó tambaleante,alzándose imponente delante de él. Corazón deFuego frenó con un patinazo, levantando una nubede polvo. Algo estalló a su lado arrojandofragmentos afilados, pero no atravesaron su densopelaje. Echó un vistazo atrás para comprobarcómo estaba Látigo Gris. Se sintió aliviado al vera su amigo justo detrás, con los ojos dilatados delsusto y el pelo erizado.

Se internaron en la seguridad de las sombrasque había debajo del Sendero Atronador elevado.Delante de ellos, Corazón de Fuego vio que losgatos del Clan del Viento se detenían cerca de unade las grandes columnas de piedra. Y luego, uno

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por uno, desaparecieron bajo el suelo.—¿Adónde han ido? —preguntó Látigo Gris

extrañado.—¿A otro túnel? Venga, averiguémoslo.Con cuidado, los dos amigos se acercaron al

lugar por donde se habían esfumado los del Clandel Viento. Al aproximarse, vieron un agujero enla tierra. Como el sitio en que habían descansadopor la noche, tenía una entrada redonda, estabarevestido de piedra y se hundía en una completaoscuridad.

Corazón de Fuego abrió la marcha, con todoslos sentidos alerta para detectar una posiblepatrulla del Clan del Viento. El suelo estabamojado y resbaladizo, y el sonido de aguagoteando resonaba a su alrededor. Cuando el túnelse enderezó, Corazón de Fuego plantó las orejas yabrió la boca. El aire húmedo olía a rancio yamargo; era peor que el túnel en que ellos habíandormido. Allí, los gases del Sendero Atronador se

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mezclaban con el olor a miedo de los gatos delClan del Viento.

Estaba demasiado oscuro para ver algo, perotras unos cuantos pasos, los bigotes de Corazón deFuego percibieron un recodo en el túnel. El jovengato sacudió la cola y tocó levemente a LátigoGris con la punta. En medio de aquella negrura nopodía ver a su amigo, pero éste debió de notar laseñal, pues se detuvo a su lado; juntos, seasomaron por la esquina.

Delante de ellos, el túnel estaba iluminado porun estrecho agujero en el techo, que llevaba alerial de encima. Corazón de Fuego vio a muchosgatos apiñados bajo la luz grisácea: guerreros yveteranos, reinas y cachorros; todos penosamenteflacos. Una brisa fría soplaba implacablemente através del agujero del techo, alborotando el finopelo de los esqueléticos cuerpos. Corazón deFuego sintió un escalofrío cuando la brisa le llevóun hedor a enfermedad y carroña.

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El túnel se estremeció de pronto cuando unmonstruo pasó rugiendo por encima. Látigo Gris yCorazón de Fuego, que ya estaban en tensión,pegaron un brinco, pero los gatos del Clan delViento no reaccionaron. Continuaron apretujadosunos contra otros, con los ojos entornados,insensibles a cuanto los rodeaba.

Cuando el ruido se apagó, Corazón de Fuegorespiró hondo y dobló la esquina para situarsebajo la tenue luz.

Un macho gris del Clan del Viento se volvióde golpe, con el pelo erizado, y maulló para dar lavoz de alarma al resto del clan. En un solo yperfecto movimiento, los guerreros formaron unalínea en el túnel delante de las reinas y losveteranos, arqueando el lomo y bufando confiereza.

Horrorizado, Corazón de Fuego vio elresplandor de uñas desenvainadas y colmillosafilados como espinas. Aquellos gatos medio

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muertos de hambre estaban preparados paraatacar.

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6

A modo de advertencia, Corazón de Fuego pegó sucuerpo al de Látigo Gris, que se había acercadohasta él. Si querían sobrevivir, no tenían quemostrarse como una amenaza.

Los guerreros del Clan del Vientopermanecieron firmes sin mover un músculo.«¡Están esperando una señal de su líder! —comprendió Corazón de Fuego—. Todavía siguenel código guerrero aunque tengan que vivir así».

Desde detrás de la hilera de guerreros, unmacho blanco y negro se abrió paso hasta el frente.Sobresaltado, Corazón de Fuego reconoció al gato

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de larga cola que había visto en su sueño. Aquéldebía de ser Estrella Alta, el líder.

Estrella Alta olfateó el aire, pero Corazón deFuego y Látigo Gris se encontraban a favor delviento: la incesante brisa se llevaba su olor.Cuando el gato blanco y negro avanzó hacia ellos,Corazón de Fuego aspiró la pestilencia rancia acarroña que emanaba de su pelaje. Al igual queLátigo Gris, Corazón de Fuego se mantuvoabsolutamente inmóvil, con la mirada baja,mientras Estrella Alta los rodeaba olisqueándolos.

Al cabo, éste se volvió hacia sus guerreros.Corazón de Fuego lo oyó murmurar:

—Clan del Trueno.Los guerreros se tranquilizaron, pero siguieron

formando una línea defensiva para proteger alresto de los gatos.

Estrella Alta se volvió hacia sus visitantes y sesentó, enroscando limpiamente la cola alrededorde las patas.

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—Esperaba al Clan de la Sombra —gruñó. Susojos ardían con hostilidad—. ¿Por qué estáis aquí?

—Hemos venido en vuestra busca —maullóCorazón de Fuego, sintiendo que se le quebraba lavoz de la tensión—. Estrella Azul y los otrosdirigentes del clan quieren que regreséis.

La voz del líder siguió sonando cautelosa:—Esa tierra ya no es segura para los míos.En sus ojos había una expresión acorralada

que provocó una punzada de pesar en Corazón deFuego.

—El Clan de la Sombra ha desterrado aEstrella Rota —explicó—. Él ya no suponeninguna amenaza.

Los guerreros que estaban detrás de EstrellaAlta se miraron entre sí. Murmullos de sorpresabrotaron por todo el clan.

—Debéis regresar lo antes posible —los instóCorazón de Fuego—. Los clanes de la Sombra ydel Río han empezado a cazar en las tierras altas.

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De camino aquí, vimos una partida de caza delClan del Río cerca de la antigua madriguera detejón.

Estrella Alta erizó el pelo de rabia.—Pero son muy malos cazadores de conejos

—señaló Látigo Gris—. Creo que volvieron a sucasa con el estómago vacío.

Estrella Alta y sus guerreros ronronearondivertidos. Su buen humor animó a Corazón deFuego, aunque podía ver lo débiles que estaban.Para aquel clan, el trayecto de vuelta a las tierrasaltas resultaría largo y penoso.

—¿Podemos viajar con vosotros? —sugiriórespetuosamente.

Los ojos de Estrella Alta relucieron. Sabía quela pregunta era una diplomática oferta de ayuda.Miró fijamente a Corazón de Fuego.

—Sí —respondió al fin—. Gracias.Corazón de Fuego cayó en la cuenta de que no

se había presentado.

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—Éste es Látigo Gris —maulló, ladeando lacabeza—. Y yo soy Corazón de Fuego. Somosguerreros del Clan del Trueno.

—Corazón de Fuego —repitió Estrella Altapensativo. La luz del sol estaba inundando el túnela través del agujero del techo, haciendo que elpelaje anaranjado del joven brillara en lapenumbra—. Ese nombre te queda muy bien.

Otro monstruo pasó rugiendo por encima.Ambos jóvenes se encogieron. El líder los mirórisueño y sacudió la cola. Debía de ser una señal,pues la línea de guerreros se deshizo.

—Nos marcharemos de inmediato —anuncióponiéndose en pie—. ¿Estamos todos listos para elviaje? —preguntó cuando los guerreros empezarona moverse entre las reinas y los veteranos.

—Todos excepto el cachorro de Flor Matinal—respondió un guerrero marrón moteado—. Esdemasiado pequeño.

—Entonces cargaremos con él por turnos —

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decidió Estrella Alta.Los gatos del clan se acercaron, con los ojos

apagados de dolor y agotamiento. Una reina colorcarey llevaba delicadamente por el pescuezo a uncachorro diminuto. La criaturita apenas tenía losojos abiertos.

—¿Preparados? —preguntó Estrella Alta.Un macho negro con una pata deforme miró

alrededor y respondió por todos:—Preparados.Corazón de Fuego y Látigo Gris se volvieron

para regresar a la entrada del túnel, y allíesperaron mientras los gatos salían parpadeando ala luz del sol. Algunos veteranos bizquearon tantorato, con la cara crispada contra el débil sol, queCorazón de Fuego supuso que no habían estadofuera del túnel desde hacía bastante tiempo.Estrella Alta fue el último en salir, y se colocó a lacabeza de su clan.

—¿Queréis que os llevemos por dónde hemos

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venido? —le preguntó Corazón de Fuego—. Creoque es un atajo.

—¿Es seguro?Corazón de Fuego volvió a ver la expresión

acorralada en los ojos del líder.—Al venir no hemos tenido ningún problema

—respondió Látigo Gris.Estrella Alta sacudió la cola resueltamente,

como si estuviese alejando cualquier duda.—Bien —declaró—. Tú ven conmigo, Látigo

Gris. Enséñame el camino. Corazón de Fuego, túve junto al clan. Avisa a mi lugarteniente si vesproblemas.

—¿Quién es?Estrella Alta señaló con la cabeza al macho

negro.—Rengo —maulló.El guerrero se volvió al oír su nombre y plantó

las orejas.Corazón de Fuego inclinó la cabeza a modo de

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saludo. Dejó a Látigo Gris con Estrella Alta y seunió al resto de los gatos.

Cuando el clan pasó por debajo del SenderoAtronador en arco, Corazón de Fuego todavíapudo oler el fuego, pero cuando llegaron aldescampado no se veía a ningún Dos Patas. LátigoGris fue derecho al túnel en que habían pasado lanoche. Estrella Alta entró primero; mientras,Corazón de Fuego esperó al final hasta que todo elclan hubo desaparecido en su interior. Sóloquedaba Rengo.

—¿Estás seguro de que esto sale a la luz deldía? —maulló con cautela el macho negro.

—Sólo pasa por debajo de un SenderoAtronador. ¿Nunca habéis usado este túnel? —preguntó Corazón de Fuego sorprendido.

—Cuando nuestros guerreros cruzan unSendero Atronador, prefieren ver adónde seencaminan —gruñó Rengo. Corazón de Fuegoasintió, y el lugarteniente añadió—: Ve tú primero.

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El joven se metió en el agujero negro. Al salirpor el otro lado, encontró a los gatos mirandofijamente el campo que conducía al últimoSendero Atronador. Vio que Estrella Altaconsultaba brevemente con Látigo Gris antes deinternarse en la extensión de hierba larga yquebradiza. Corazón de Fuego continuó con elresto del clan flanqueando uno de los lados,mientras Rengo cojeaba firmemente al otro lado.

Antes de llegar a la mitad del campo, quedópatente que a muchos gatos les estaba costandomantener el ritmo.

—¡Estrella Alta! —maulló Rengo—.¡Debemos ir más despacio!

Corazón de Fuego miró por encima delhombro, y vio que algunos gatos estabanrezagándose. Entre ellos se encontraba FlorMatinal, con la cría colgando de la boca. Fue hastaella. La gata resollaba tremendamente. Debía dehaber dado a luz hacía poco tiempo.

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—Deja que lo lleve yo —se ofreció Corazónde Fuego—. Sólo hasta que hayas recuperado elaliento.

Flor Matinal lo miró con recelo, pero sus ojosse dulcificaron al cruzarse con los de él. Dejó alcachorro en el suelo; Corazón de Fuego lo tomócuidadosamente y caminó junto a la gata, para queésta no perdiera de vista su preciosa carga.

Estrella Alta redujo el paso, pero sólo unpoco. A pesar de su evidente cansancio y de quese le marcaban las costillas, estaba alimentado poruna feroz energía que proporcionaba rapidez a suspatas.

Corazón de Fuego comprendía en parte larazón de su urgencia. El sol ya estaba ascendiendoen el horizonte. Algunos de los gatos del Clan delViento estaban enfermos, otros eran viejos, y todosestaban debilitados por el hambre. Si queríanatravesar el Sendero Atronador sin perder aningún miembro, tendrían que hacerlo deprisa,

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antes de que los monstruos llegaran en tropel.Para cuando Corazón de Fuego y Flor Matinal

alcanzaron el seto, el clan estaba reunidoalrededor de su líder.

—Cruzaremos el Sendero Atronador por aquí—anunció Estrella Alta por encima del ruido de unmonstruo que pasaba.

El líder pasó por debajo del seto. Rengo,Látigo Gris y un joven guerrero lo siguieron.

Flor Matinal se inclinó hacia Corazón deFuego y recuperó a su pequeño. Ya había dejadode resollar, y al tomar al cachorro de la boca deCorazón de Fuego, le rozó la mejilla conagradecimiento. El joven bajó la cabeza y siguió aLátigo Gris.

Estrella Alta y Rengo estaban mirando ensilencio el ancho camino grisáceo. Látigo Grisestaba junto a ellos, y señaló con la cola al jovenguerrero.

—Éste es Bigotes —le dijo a Corazón de

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Fuego.Un monstruo pasó a toda velocidad, tragándose

casi las palabras de Látigo Gris y levantando unpolvo irritante.

Con los ojos llorosos, Corazón de Fuegosaludó a Bigotes y devolvió su atención al SenderoAtronador.

—Deberíamos intentar cruzar en pequeñosgrupos —propuso—. Látigo Gris y yo nosquedaremos con cualquiera que necesite ayuda. —Miró al líder—. Si tú estás de acuerdo, EstrellaAlta.

Éste asintió.—Primero pasará el grupo más fuerte —

maulló.Los demás gatos empezaron a aparecer a

través del seto. Al poco rato, todos estabanapiñados junto a ellos, apretados contra laspunzantes ramitas, tan lejos del Sendero Atronadorcomo les era posible.

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Corazón de Fuego y Látigo Gris se acercaronal borde, esperando un hueco en la fila demonstruos. El Sendero Atronador estaba muchomás concurrido que cuando lo habían cruzado porla noche.

Bigotes guió al primer grupo.—¿Quieres que crucemos contigo? —se

ofreció Corazón de Fuego.Podía oler el miedo del joven macho marrón,

pero éste negó con la cabeza. Los gatos queestaban junto a él observaron el SenderoAtronador a un lado y al otro. Todo estabatranquilo, y el grupo corrió al otro lado sinproblema.

Después fue el turno de dos guerreros,acompañados por un par de esqueléticosveteranos.

—¡Ahora! —ordenó Corazón de Fuegodespués de que un monstruo pasara ante ellos.

Los cuatro gatos saltaron al Sendero Atronador

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vacío. Los veteranos esbozaron una mueca dedolor al pisarlo, pues tenían las zarpas sensiblespor la humedad del túnel. Conteniendo el aliento,Corazón de Fuego los animó mentalmente mientrasse acercaban al otro extremo. Un monstruo corríahacia ellos.

—¡Cuidado! —maulló Látigo Gris, e inclusolos dos ancianos salieron disparados, con el peloerizado, y se abalanzaron al arcén un segundoantes de que el monstruo pasara volando.

Luego cruzaron dos grupos más grandes; yasólo quedaba uno. Únicamente cuando todosestuvieran a salvo, Estrella Alta y Rengocruzarían. Flor Matinal se detuvo con su pequeñoal lado de Corazón de Fuego. Junto a ellatemblaban tres gatos muy viejos.

—Nosotros iremos con vosotros —maullóCorazón de Fuego. Miró a su amigo, quien asintió—. Dinos cuándo es seguro cruzar, Látigo Gris.

Se inclinó para agarrar al cachorro de Flor

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Matinal, pero ella retrocedió agachando las orejas.Corazón de Fuego miró sus asustados ojos colorámbar y lo comprendió. Flor Matinal y su cachorrovivirían juntos o morirían juntos.

—¡Ahora!Al oír el grito, Corazón de Fuego y Flor

Matinal empezaron a cruzar. Los viejos losseguían caminando a duras penas, con Látigo Grisa su lado. El tiempo pareció detenerse mientras losancianos renqueaban lentamente con sus patasentumecidas y llenas de cicatrices. «Si ahora vieneun monstruo, nos hará picadillo», se dijo Corazónde Fuego. El lado opuesto aún estaba a variossaltos de conejo.

—Vamos —los instó Látigo Gris.Los viejos intentaron apresurarse, pero uno

tropezó y Látigo Gris tuvo que empujarlo con elhocico para que volviera a ponerse en pie.

Corazón de Fuego oyó el rugido distante de unmonstruo.

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—¡Continúa! —le siseó a Flor Matinal—.Nosotros llevaremos a los veteranos.

La gata avanzó a trompicones. Su cachorrochillaba al rozar contra el duro suelo. Corazón deFuego y Látigo Gris empujaron los esqueléticoscuerpos de los ancianos para que siguieranadelante. El ruido del monstruo que se aproximabaera cada vez más fuerte.

Corazón de Fuego agarró por el pescuezo alviejo más cercano y tiró de él, antes de volverpara arrastrar al segundo más cerca del arcén. Elmonstruo se acercaba a toda velocidad. Corazónde Fuego cerró los ojos y se preparó.

Hubo un chirrido y un olor acre que le irritó lagarganta, y luego un rugido cada vez más apagadoconforme el monstruo se alejaba. Corazón deFuego abrió los ojos y miró alrededor. Látigo Grisestaba agazapado en medio del SenderoAtronador, ileso, pero con las pupilas tandilatadas como lunas llenas. Había un veterano

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encogido entre ellos; los otros dos temblabancerca de la cuneta. El monstruo se alejaba como unrayo, zigzagueando. Los había esquivado a todos.«¡Gracias, Clan Estelar!».

Estremeciéndose, Corazón de Fuego tomó aire.—Vamos —le dijo al último veterano—. Ya

casi estamos.Estrella Alta cruzó deprisa junto con Rengo y

reunió a su tembloroso clan en la cuneta.Bigotes tocó la nariz de Corazón de Fuego con

la suya.—Habríais muerto por nosotros —murmuró—.

El Clan del Viento nunca olvidará esto.La voz de Estrella Alta sonó detrás de ellos.—Bigotes tiene razón; os honraremos a los dos

en nuestras historias. Ahora debemos continuar —añadió—. Nos espera un largo viaje.

Mientras los gatos se preparaban para ponerseen marcha, Corazón de Fuego se acercó a FlorMatinal. La gata estaba ocupada lamiendo a su

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cachorro.—¿Tu pequeño se encuentra bien? —le

preguntó el joven.—Oh, sí —respondió ella.—¿Y tú?Flor Matinal no respondió.Corazón de Fuego se volvió hacia una reina

gris, la cual contestó a la pregunta que él le hizosin palabras.

—No te preocupes —maulló—. Ahora llevaréyo al pequeño.

El clan siguió el seto a lo largo del SenderoAtronador antes de tomar el camino que iba através del bosque. Los aromas forestalesparecieron sosegar a los gatos del Clan del Viento,pero la jornada se había cobrado su peaje:caminaban más despacio que nunca. Y cuandoalcanzaron la valla del extremo más lejano,Corazón de Fuego tuvo que emplear todas susfuerzas para ayudarlos a saltarla.

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El sol ya había empezado a descender cuandoCorazón de Fuego vio en la distancia la granja deDos Patas. Olfateó el aire esperanzado, perosiguió sin captar ni rastro de su amigo Cuervo.Sintió una punzada de tristeza, y procuró no cedera la persistente idea de que no debería haberlomandado allí solo.

Sobre las Rocas Altas se amontonaron nubes,cada vez más negras conforme cubrían el solponiente. Un viento frío alborotó el pelo de losgatos, arrastrando las primeras gotas de lluvia.

Corazón de Fuego miró a los gatos del Clandel Viento. No había forma de que lograran viajaren una noche larga y húmeda. Él también estabacansado, y, por primera vez desde que tomó lashierbas de Fauces Amarillas, estaba sintiendo losefectos del hambre. Una mirada a Látigo Gris ledijo que su amigo sentía lo mismo. El granguerrero gris iba arrastrando la cola, y tenía lasorejas agachadas contra la lluvia.

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—Estrella Alta —llamó Corazón de Fuego—.Quizá deberíamos detenernos pronto y buscar unrefugio para la noche.

El líder del Clan del Viento se paró y aguardóhasta que Corazón de Fuego llegó a su lado.

—Estoy de acuerdo —maulló—. Aquí hay unazanja; podemos refugiarnos en ella hasta que salgael sol.

Corazón de Fuego y Látigo Grisintercambiaron una mirada.

—Será mejor que nos resguardemos en el seto—sugirió Corazón de Fuego—. En estas zanjas hayratas.

Estrella Alta asintió.—Muy bien.Se volvió hacia su clan y anunció que pasarían

allí la noche. Al instante, las reinas y veteranos sedejaron caer pesadamente, a pesar de la lluvia,mientras los guerreros y aprendices se reuníanpara formar grupos de caza.

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Los dos jóvenes guerreros se les unieron.—No sé si la caza será buena por aquí —

maulló Corazón de Fuego—. Hay demasiados DosPatas.

El estómago de Látigo Gris rugió comodándole la razón. Los otros guerreros se volvieronhacia él con expresión divertida perocomprensiva. Luego se quedaron inmóviles al oírun susurro en la hierba de detrás. Se les erizó elpelo y arquearon el lomo, sacando unas afiladasuñas, pero Corazón de Fuego y Látigo Grisvolvieron la cabeza llenos de alegría. El viento lestraía un aroma tan familiar como el de su propiaguarida.

—¡Cuervo! —exclamó Corazón de Fuego convoz ahogada cuando un gato negro y lustrosoemergió por entre la alta hierba.

Corrió hacia su viejo amigo y lo acarició conel hocico.

—¡Gracias al Clan Estelar que estás vivo! —

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ronroneó.Luego retrocedió para examinar a Cuervo,

sorprendido. ¿Qué había sucedido con el flacuchoy temeroso aprendiz negro? Aquel gato estabarollizo y lustroso, y su pelaje, antiguamenteapagado, repelía ahora la lluvia como las hojas deacebo.

—¡Zarpa de Fuego! —maulló Cuervoencantado.

—Corazón de Fuego —lo corrigió Látigo Gris.Se acercó para tocar con su nariz la del gato negro—. ¡Ahora somos guerreros! Yo soy Látigo Gris.

—¿Conocéis a este gato? —gruñó Rengo.Corazón de Fuego se estremeció ante la

hostilidad de su voz. Miró a los erizados gatos yse maldijo por haber pronunciado el nombre deCuervo. Sólo esperaba que los guerreros deEstrella Alta estuvieran demasiado distraídos parahaberlo oído. Si el Clan del Viento lo mencionabaen una Asamblea, la noticia se propagaría por

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todos los clanes como un incendio. ¡Se suponíaque Cuervo estaba muerto!

—¿Es un solitario? —inquirió Bigotes.—Puede ayudarnos a encontrar comida —

maulló Corazón de Fuego, lanzándole una mirada aCuervo.

El gato negro asintió.—¡Conozco los mejores lugares de aquí para

cazar! —declaró. Ni siquiera se le había erizadoel pelo bajo tantas miradas hostiles.

«¡Cuánto ha cambiado!», pensó Corazón deFuego.

—¿Por qué habría de ayudarnos un solitario?—quiso saber Rengo.

—Los solitarios nos han ayudado en otrasocasiones —explicó Látigo Gris—. Uno nos salvóuna vez del ataque de unas ratas.

Cuervo dio unos pasos adelante e inclinórespetuosamente la cabeza al dirigirse a losguerreros del Clan del Viento:

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—¡Dejad que os ayude! Debo mi vida aCorazón de Fuego y Látigo Gris, y si ellos viajancon vosotros, entonces debéis de ser amigos.

Alzó los ojos y los posó sobre los gatos delClan del Viento. Ellos le devolvieron la mirada,ya más cautelosa que hostil. Estaba lloviendocopiosamente y, con el pelo empapado, parecíanmás esqueléticos que nunca.

—Iré en busca de Centeno —propuso Cuervo—. Él también colaborará. —Se volvió ydesapareció en la alta hierba.

Los ojos de Estrella Alta ardían de curiosidad,pero lo único que le preguntó a Corazón de Fuegofue:

—¿Podemos confiar en él?El joven le sostuvo la mirada.—Completamente.Estrella Alta hizo una seña a sus guerreros.

Éstos alisaron el pelo erizado y se sentaron aesperar.

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Corazón de Fuego estaba casi calado hasta loshuesos cuando reapareció Cuervo. Lo acompañabaCenteno. El joven saludó al solitario blanco ynegro con un maullido amistoso. Era estupendovolver a verlo.

Centeno echó un vistazo a los empapados gatosy dijo:

—Debemos buscaros un refugio apropiado.¡Seguidme!

Corazón de Fuego obedeció con presteza,contento de mover las patas, cada vez másagarrotadas. Látigo Gris fue detrás de él, pero losdemás gatos vacilaron, con miedo y recelo en losojos.

Estrella Alta dedicó un guiño a su clan.—Tenemos que confiar en él —gruñó, antes de

volverse para seguir al solitario.Uno a uno, los felinos se pusieron en marcha

detrás de su líder.Centeno y Cuervo los guiaron a otro campo a

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través del seto. En un rincón lleno de hierbajos,entre zarzas y ortigas, había una vivienda de DosPatas abandonada. Las paredes estaban llenas deagujeros, donde las piedras se habían desprendido,y sólo conservaba la mitad del techo.

Los gatos la miraron atemorizados.—¡A mí no me meteréis ahí! —masculló uno

de los veteranos.—Los Dos Patas ya nunca vienen aquí —los

tranquilizó Centeno.—Nos ofrecerá cierta protección contra la

lluvia —los animó Corazón de Fuego.Uno de los aprendices susurró bastante alto:—No me sorprende que quiera esconderse en

una casa de Dos Patas: un minino de compañíasiempre es un minino de compañía.

Corazón de Fuego erizó el pelo. Hacía muchaslunas que no oía ese insulto. La historia de un gatodoméstico que se había unido a un clan debía dehaber sido un jugoso cotilleo en las Asambleas.

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Por supuesto, el Clan del Viento lo sabía. Sevolvió de golpe y fulminó al aprendiz con lamirada.

—Tú has pasado dos lunas viviendo en untúnel de los Dos Patas. ¿Te convierte eso en unarata?

El aprendiz se irguió, erizando el pelo, peroLátigo Gris se interpuso entre ambos.

—Vamos; cuanto más tiempo pasamos aquífuera, más nos mojamos.

Los gatos murmuraron nerviosos entre sí,claramente reacios, pero tras una mirada aCorazón de Fuego, Flor Matinal recogió a supequeño y entró en la casa de Dos Patas. La siguióla reina gris, empujando a su propio cachorro pararesguardarlo de la lluvia. Poco a poco, los demásgatos fueron tras ellas, hasta que todos estuvierondentro.

Corazón de Fuego barrió con la mirada eltenebroso refugio. El suelo estaba desnudo,

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excepto donde las malas hierbas se habían abiertopaso por debajo de las paredes de piedra. Elviento y la lluvia encontraban su camino por loshuecos de los muros y el techo, pero estaba másseco y mucho más resguardado que cualquier sitiode fuera. Corazón de Fuego observó cómo losgatos olfateaban el lugar cautelosamente.Conforme empezaron a acomodarse, lejos de losagujeros goteantes y las corrientes de las grietas,miró a Látigo Gris, aliviado. Sólo Estrella Alta yRengo seguían de pie.

—¿Qué pasa con la comida? —preguntóRengo.

—Vosotros deberíais descansar —respondióCenteno—. Cuer…

Corazón de Fuego lo interrumpió antes de queacabase de pronunciar el nombre de Cuervo en vozalta.

—¿Por qué no nos enseñáis a Látigo Gris y amí los mejores lugares para cazar por aquí?

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—Rengo y Bigotes irán con vosotros —maullóEstrella Alta.

Corazón de Fuego no tenía claro si el líderseguía sin fiarse de los dos desconocidos o siestaba decidido a demostrar que su clan podíacuidar de sí mismo.

Los seis gatos se internaron de nuevo en lalluvia. Resultaría duro cazar, pero Corazón deFuego estaba muerto de hambre. El hambresiempre lo volvía mejor cazador. Esa noche, loscampañoles y ratones no tendrían ni una solaoportunidad.

—¡Enseñadme dónde están! —les dijo aCenteno y Cuervo.

Los dos solitarios los condujeron a unapequeña arboleda. Corazón de Fuego aspiró unabocanada del familiar aroma. Adoptó la posiciónde acecho y empezó a avanzar entre los helechos.

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Cuando la partida de caza regresó, todos suscomponentes traían presas. Esa noche, los gatosdel clan se dieron un festín junto con sus nuevosaliados. Todos, desde el más viejo hasta el másjoven, comieron hasta hartarse, y luego seacurrucaron juntos para compartir lenguasacicalándose mutuamente. Mientras, el viento y lalluvia azotaban las paredes del refugio.

Cuando se hizo noche cerrada, Centeno se pusoen pie.

—Me marcho. ¡Hay ratas que cazar! —anunció.

Corazón de Fuego se levantó y le tocó la narizcon la suya.

—Gracias de nuevo —ronroneó—. Es lasegunda vez que nos ayudas.

—Gracias por enviar a Cuervo conmigo —replicó Centeno—. Se está convirtiendo en un gran

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cazador de ratas. Y es bueno compartir la comidacon un camarada de vez en cuando.

—¿Cuervo es feliz aquí?—Pregúntaselo tú mismo —repuso Centeno, y

desapareció en la noche.Corazón de Fuego se acercó a Estrella Alta,

que estaba lavándose las patas. Al joven no se leescapó lo hinchadas y doloridas que parecían.

—Si estás de acuerdo, nosotros vigilaremosesta noche —se ofreció, señalando con la cola aLátigo Gris y Cuervo.

Estrella Alta lo miró agradecido; elagotamiento empañaba sus ojos.

—Gracias —contestó.Corazón de Fuego parpadeó respetuosamente y

fue a hablar con Látigo Gris y Cuervo.Su oferta había sido sincera, pero también

significaba que podría estar a solas con sus dosamigos. Estaba desesperado por tener a Cuervofuera del alcance de los oídos de los demás gatos

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y preguntarle cómo le había ido. Látigo Gris yCuervo se le acercaron en cuanto los llamó.

Los condujo a un rincón del refugio, lobastante cerca de la entrada para vigilar y lobastante lejos para poder hablar en privado.

—Entonces, ¿qué te pasó después de que tedejáramos? —le preguntó a Cuervo en cuanto sepusieron cómodos.

—Crucé directamente el territorio del Clan delViento, como tú sugeriste.

—Y ¿qué me dices de los perros de los DosPatas? —inquirió Látigo Gris—. ¿Estaban sueltos?

—Sí, pero fue fácil evitarlos.A Corazón de Fuego le sorprendió la

tranquilidad con que su amigo desechó el tema delos perros.

—¿Fácil? —repitió.—Los olí a mucha distancia. Lo único que tuve

que hacer fue esperar hasta la aurora, y en cuantovolvieron a estar atados, localicé a Centeno. Se ha

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portado muy bien conmigo. Creo que le gustatenerme cerca. —De repente, su expresión seensombreció—. Lo cual es mucho más de lo quenunca hizo Garra de Tigre —añadió amargamente—. ¿Qué le contasteis a él?

Corazón de Fuego reconoció la expresiónatormentada de Cuervo al hablar de su antiguomentor.

—Le dijimos que te había matado una patrulladel Clan de la Sombra —contestó en voz baja.

Dos aprendices del clan iban hacia ellos.Corazón de Fuego movió las orejas para indicar asus amigos que tenían público.

—Oh, sí —exclamó Cuervo levantando la voz—. Los solitarios nos comemos a los aprendicesde clan siempre que logramos atrapar uno.

Los aprendices le lanzaron una miradadesdeñosa.

—No nos asustas —maullaron.—¿En serio? —ronroneó Cuervo—. Bueno, en

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cualquier caso, supongo que vuestra carne seríadura y fibrosa.

—¿Cómo es que sois tan buenos amigos de unsolitario? —le preguntó un aprendiz a Corazón deFuego.

—Un guerrero inteligente hace amigos encualquier sitio. Si no fuera por este solitario,seguiríamos ateridos y hambrientos en vez desecos y alimentados. —Entornó los ojos a modode advertencia, y los aprendices se marcharon.

—De modo que el Clan del Trueno piensa queestoy muerto —maulló Cuervo. Se miró las patas—. Bueno, probablemente sea lo mejor. —Alzólos ojos y miró a sus amigos—. Me alegro muchode volver a veros —añadió.

Corazón de Fuego ronroneó y Látigo Gris ledio un empujoncito afectuoso con la pata trasera.

—Pero parecéis cansados —continuó Cuervo—. Deberíais dormir un poco. Yo vigilaré estanoche. Puedo descansar mañana.

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Se levantó y lamió delicadamente la cabeza desus viejos amigos. Luego fue hacia la entrada delrefugio, se sentó allí y se quedó mirando la lluvia.

Corazón de Fuego miró a Látigo Gris.—¿Estás cansado?—Agotado —admitió el guerrero gris; luego

apoyó la cabeza en las patas y cerró los ojos.Corazón de Fuego lanzó una última mirada a

Cuervo, sentado solo en la entrada. Ahora sabíaque había hecho lo correcto al ayudarlo aabandonar el Clan del Trueno. Quizá Estrella Azultenía razón al decir que Cuervo estaría mejor sinel clan. «Cada gato tiene su propio destino»,pensó. Cuervo era feliz, y eso era lo único queimportaba.

Cuando Corazón de Fuego se despertó, Cuervo sehabía ido. Ya era de día. Las nubes grises detormenta habían empezado a alejarse. Coloreadas

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por el fulgor rosado del sol naciente, parecíanflores flotando en un estanque. Corazón de Fuegose quedó mirándolas por un agujero del techomientras los gatos del clan se levantaban yterminaban las sobras de la noche anterior.

Un macho marrón de cola corta se unió aCorazón de Fuego para observar las nubes. Eljoven pegó un brinco cuando el otro dejó escaparun curioso maullido. El sonido atrajo a todos losgatos hacia ellos, murmurando nerviosos.

—¿Qué ocurre, Cascarón? —quiso saber FlorMatinal—. ¿Te ha hablado el Clan Estelar?

Corazón de Fuego comprendió que aquel gatodebía de ser el curandero del clan. Se puso tensoinstintivamente al ver cómo se erizaba el lomo deCascarón.

—¡Las nubes están teñidas de sangre! —exclamó con voz ronca, con los ojos dilatados yvidriosos—. Es una señal de nuestros antepasados.Se avecinan problemas. Este día traerá una muerte

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innecesaria.

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7

Durante unos segundos ningún gato se movió nihabló. Al cabo, Rengo gruñó:

—Cualquier clan ha podido ver esas nubes. Nopodemos estar seguros de que el mensaje sea paranosotros.

Sonaron maullidos esperanzados. Estrella Altainspeccionó a los suyos, y luego dijo con calma:

—Sea lo que sea lo que el Clan Estelar hayaplaneado para nosotros, hoy regresaremos a casa.Puedo oler más lluvia en el aire. Es hora de partir.

Corazón de Fuego se sintió aliviado ante eltono práctico del líder. Lo último que necesitaban

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era un ataque de histeria por una profecía de malagüero.

Estrella Alta abrió la marcha para salir al fríoaire matinal. Corazón de Fuego y Látigo Gris losiguieron. El líder tenía razón: el viento llevaba lapromesa de más lluvia, y pronto.

—¿Quieres que nos adelantemos a reconocerel terreno? —se ofreció Corazón de Fuego.

—Sí, por favor. Avisadme si veis perros, DosPatas o ratas. Mi clan es más fuerte esta mañana,pero al pasar por aquí la primera vez, tuvimosproblemas con los perros. Debemos estar alerta.

Por la expresión preocupada del líder,Corazón de Fuego supo que la advertencia deCascarón lo había perturbado más de lo quesugerían sus palabras. Tal vez el Clan del Vientofuese más fuerte, pero no estaba en condiciones deenfrentarse a atacantes.

Salió corriendo con Látigo Gris pisándole lostalones. Se turnaron para regresar a contarle a

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Estrella Alta si el camino estaba libre, o paraaconsejarle que se detuvieran mientras pasaba unDos Patas con un perro. Los gatos obedecían a sulíder sin rechistar, pero avanzaban lenta ypesadamente a pesar de la noche de descanso.

Para cuando el sol estuvo en lo alto, volvierona formarse nubes oscuras y empezaron a caer lasprimeras gotas. El suelo comenzó a empinarse. Alatravesar un seto, Corazón de Fuego reconoció elsendero de tierra roja que iba del territorio de losDos Patas a las tierras de caza del Clan delViento. Se animó de golpe, e intercambió unamirada de triunfo con Látigo Gris. ¡Ya casiestaban!

Tras el seto sonaba el apagado sonido depasos pesados. Corazón de Fuego dio media vueltay regresó al campo. Los gatos del clan los habíanalcanzado. Rengo encabezaba el grupo, y pareciósorprendido por la repentina aparición del joven.

—Por aquí —maulló éste, señalando el

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agujero a través de las hojas goteantes.Estaba deseando ver la reacción de los

miembros del clan cuando vislumbraran las tierrasaltas al otro lado. Con Rengo a la cabeza, todoslos gatos empezaron a cruzar despacio.

Corazón de Fuego siguió al último, pero Rengoy otros dos guerreros ya habían saltado la zanja yatravesado el sendero, y estaban cruzando el setodel otro lado. Su ritmo se había acelerado; eraevidente que sabían dónde estaban. Tuvo quecorrer para alcanzarlos. Los siguió a través delseto, y se mantuvo a su lado mientras saltabanhacia la larga cuesta que conducía a las tierrasaltas y a su hogar.

Al pie de la ladera, Rengo y sus guerreros sedetuvieron a esperar al resto del clan. Cerraron losojos contra la lluvia, pero mantuvieron la cabezaalta. Corazón de Fuego vio cómo les subía ybajaba el pecho al aspirar los familiares aromasprocedentes de las tierras altas.

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El joven volvió corriendo hacia el clan, enbusca de Flor Matinal. La descubrió caminando allado de un guerrero atigrado que llevaba en laboca a su pequeño. Cada pocos pasos, la reinacarey estiraba el cuello para olfatear al bultitomojado. Ya no tardaría mucho en poder acomodara su cachorro en la maternidad del Clan delViento.

Corazón de Fuego se reunió con Látigo Gris enla retaguardia. Se miraron con alegría, pero nohablaron, demasiado cautivados por la emocióndel clan al regresar a su hogar.

Al aproximarse a lo alto, algunos guerrerosecharon a correr. En la cima de la ladera dibujaronunas orgullosas siluetas contra el cielo tormentoso,mientras el viento les ondulaba el pelaje. Anteellos se extendían sus antiguos terrenos de caza.De repente, dos aprendices salieron corriendo,pasaron ante Corazón de Fuego y saltaron alfamiliar brezo.

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Estrella Alta se quedó de piedra.—¡Alto! —aulló—. ¡Podría haber patrullas de

caza de otros clanes!En cuanto lo oyeron, los aprendices frenaron

en seco y regresaron a toda máquina con el clan,con los ojos todavía brillantes de júbilo.

Desde una cresta sembrada de rocas, Corazónde Fuego vio la hondonada en el suelo queescondía el campamento del Clan del Viento. Conun ronroneo encantado, Flor Matinal tomó a sucachorro de la boca del guerrero y se dirigióenseguida hacia allí. Estrella Alta sacudió la cola,y tres guerreros corrieron a escoltarla mientrasdesaparecía en el campamento.

El líder se detuvo mientras el resto de su clanse apresuraba a desaparecer en los protectoresarbustos de abajo. Se volvió hacia Corazón deFuego y Látigo Gris con ojos resplandecientes.

—Mi clan os agradece vuestra ayuda —maulló—. Ambos habéis demostrado que sois guerreros

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dignos del Clan Estelar. El Clan del Viento havuelto a casa, y es hora de que vosotros volváis ala vuestra.

Corazón de Fuego sintió una punzada dedecepción. Habría querido ver a Flor Matinalinstalada en la maternidad con su cachorro. PeroEstrella Alta tenía razón: no era necesario quesiguieran allí más tiempo.

—Podría haber grupos de caza hostiles poraquí —continuó el líder—. Bigotes y Rengo osescoltarán hasta los Cuatro Árboles.

Corazón de Fuego inclinó la cabeza.—Gracias, Estrella Alta.El líder llamó a sus guerreros y les dio las

órdenes oportunas. Luego volvió de nuevo sus ojoscansados a los jóvenes.

—Habéis servido bien a mi clan. Decidle aEstrella Azul que el Clan del Viento no olvidaráque fue el Clan del Trueno quien lo trajo de vueltaa casa.

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Rengo se puso en marcha en dirección a losCuatro Árboles. Corazón de Fuego y Látigo Grissiguieron detrás de él, con Bigotes al lado.Avanzaron muy juntos por un estrecho sendero através de una masa de aulagas que proporcionabauna buena protección contra la lluvia.

De repente, Bigotes se detuvo y olfateó el aire.—¡Conejo! —exclamó jubilosamente antes de

internarse en la aulaga.Rengo se paró a esperar. Corazón de Fuego

pudo ver un centelleo en los cansados ojos dellugarteniente. Se oyeron pasos apresurados en ladistancia y el susurro de la aulaga; luego, elsilencio.

Al cabo de un momento, Bigotes regresó conun conejo entre las fauces.

Látigo Gris se inclinó hacia Corazón de Fuego:—Un poquito mejor que los guerreros del Clan

del Río, ¿eh?Corazón de Fuego coincidió con un ronroneo.

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Bigotes dejó la presa en el suelo.—¿Alguien tiene hambre?Comieron el conejo, agradecidos. Cuando se

hubo terminado su parte, Corazón de Fuego seincorporó relamiéndose. La comida lo habíareanimado, pero empezaba a sentir las patasdoloridas y un frío agotador en los huesos. Siseguían la ruta por la que habían llegado, pasandopor los Cuatro Árboles, aún les quedaba un largocamino por delante. ¿Y si tomaban un atajo por losterrenos de caza del Clan del Río? Después detodo, estaban realizando una misión acordada portodos los clanes, al menos en la Asamblea.¿Podría el Clan del Río oponerse si atravesaban suterritorio? No es que fueran a cazar allí…

Corazón de Fuego miró a sus compañeros ydijo como tanteo:

—¿Sabéis?, sería más rápido si siguiéramos elrío.

Látigo Gris, que estaba lavándose una pata,

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levantó la vista.—Pero eso significaría entrar en el territorio

del Clan del Río.—Podríamos seguir el desfiladero —explicó

Corazón de Fuego—. El Clan del Río no caza allí;es demasiado escarpado para que puedan llegar alagua.

Látigo Gris bajó la pata suavemente.—Me duelen hasta las uñas —murmuró—. No

me importaría tomar una ruta más corta. —Esperanzado, volvió sus ojos amarillos allugarteniente del Clan del Viento.

Rengo pareció pensativo.—Estrella Alta nos ha ordenado acompañaros

a los Cuatro Árboles —maulló.—Si no queréis venir con nosotros, lo

entenderemos —respondió Corazón de Fuego—.Sólo estaremos en territorio del Clan del Río unvisto y no visto. No creo que vayamos a tenerproblemas.

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Látigo Gris asintió, pero Rengo negó con lacabeza.

—No podemos dejar que entréis solos enterritorio del Clan del Río. Estáis agotados. Siencontrarais algún problema, no estaríais encondiciones de enfrentaros a él.

—¡No vamos a tropezarnos con nadie! —Corazón de Fuego se había convencido, y estabadispuesto a convencer también a Rengo.

Éste lo miró con ojos viejos y sabios.—Si fuéramos por allí —reflexionó—, el Clan

del Río sabría que el Clan del Viento haregresado.

Corazón de Fuego irguió las orejas,entendiendo lo que quería decir.

—Y en cuanto hayan captado olor fresco delClan del Viento, quizá no tengan tantas ganas devolver a cazar conejos en vuestro territorio.

Bigotes se relamió los últimos rastros deconejo del hocico y señaló:

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—¡Eso significará que estaremos de vuelta encasa antes de que salga la luna!

—¡Tú sólo quieres asegurarte de conseguir unbuen lecho en la guarida! —replicó Rengo. Su vozera severa, pero había un brillo bonachón en susojos.

—Entonces, ¿vamos a ir por territorio del Clande Río? —preguntó Corazón de Fuego.

—Sí —decidió Rengo.Cambió de dirección y guió a los gatos por una

antigua senda de tejones que los alejaba de lasáridas tierras altas. Pronto llegaron al territorioprohibido. Incluso a través del viento y la lluvia,Corazón de Fuego oyó el rugido del río, queresonaba más adelante.

Siguieron la senda. El camino fue encogiendohasta quedar reducido a poco más que una tira dehierba al borde de una profunda quebrada. A unlado, la tierra se extendía hacia arriba, escarpaday rocosa; al otro, caía en picado. Corazón de

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Fuego podía ver el extremo opuesto de la garganta,a sólo unos zorros de distancia. El espacio parecíatentadoramente estrecho, y el joven se preguntó sipodría salvarlo con un único salto. Tal vez si noestuviese tan hambriento y cansado… Sintió unhormigueo de miedo en las zarpas al pensar en lacaída, pero no pudo resistirse a mirar por elborde.

Bajo sus patas, el suelo descendía en unprecipicio cortado a pico. Había helechosaferrados a diminutos salientes; sus hojas relucían,pero no por la lluvia, sino por el agua ensuspensión del torrente crecido que formabaespuma al fondo de la garganta.

Corazón de Fuego se separó del borde, con ellomo erizado de miedo. Más adelante, Rengo,Bigotes y Látigo Gris avanzaban pesadamente perosin pausa, con la cabeza gacha. Tendrían queseguir ese sendero hasta llegar a la pequeña zonaforestal que había entre ellos y el territorio del

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Clan del Trueno.Corazón de Fuego trastabilló al correr para

alcanzar a los otros. Rengo tenía las orejasdesplegadas y la cola tan baja que casi laarrastraba por el suelo. Bigotes también estabaclaramente nervioso; no dejaba de mirar lapendiente que se alzaba junto a ellos, como sioyera algo.

Corazón de Fuego no podía oír nada aexcepción del rugido del río. Miró por encima delhombro con ansiedad, barriendo el espacio con losojos. El recelo de los gatos del Clan del Viento loestaba poniendo nervioso.

La escarpada ladera comenzó a allanarse,hasta que pudieron alejarse del borde delprecipicio. La lluvia seguía resbalándoles por lacara. El cielo, cada vez más oscuro, le indicó aCorazón de Fuego que el sol se estaba poniendo,pero no tardarían mucho en alcanzar el bosque.Allí estarían más resguardados. La idea de comida

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y un lecho seco lo animó.De repente, un aullido de advertencia resonó

en la garganta de Rengo. Corazón de Fuego sequedó inmóvil y saboreó el aire. ¡Una patrulla delClan del Río! A sus espaldas sonó un maullidoagudo. Al volverse, descubrieron que seisguerreros se abalanzaban sobre ellos, y a Corazónde Fuego se le erizó el pelo de horror. La profundaquebrada con sus bravas aguas seguíapeligrosamente cerca.

Un gato marrón oscuro aterrizó sobre él.Corazón de Fuego rodó para alejarse delprecipicio, dando furiosos golpes con las patastraseras. Sintió que le clavaban los dientes en elbíceps, y se retorció bajo el peso del rabiosoguerrero. Arañó desesperadamente el sueloempapado, tratando de liberarse. El enemigo ledio un zarpazo en el costado con sus afiladas uñas,y él mordió a su atacante. Cerró las mandíbulascon fuerza y oyó el chillido del guerrero, que le

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clavó las garras con más fiereza todavía.—Ésta será la última vez que pises territorio

del Clan del Río —bufó el gato marrón.Corazón de Fuego era consciente de que

alrededor sus compañeros peleaban con ferocidad.Sabía que estaban tan exhaustos como él por lalarga caminata, y oyó que Látigo Gris maullabaviolentamente. Bigotes bufaba de dolor y rabia. Yentonces, procedente del bosque que tenían detrás,el joven oyó otro sonido, un sonido cargado defuria… pero, aun así, motivo de júbilo. ¡El gritode guerra de Garra de Tigre! Corazón de Fuegoolió a una patrulla del Clan del Trueno que seacercaba a toda prisa, dispuesta para la batalla:eran Garra de Tigre, Sauce, Tormenta Blanca yArenisca.

Maullando y bufando, los gatos del Clan delTrueno se unieron al combate. El gato marrón soltóa Corazón de Fuego, quien se puso en pie deinmediato. Vio cómo Garra de Tigre inmovilizaba

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a un gato gris contra el suelo y le daba unmordisco de advertencia en la pata trasera. Eloponente huyó chillando hacia los arbustos. Garrade Tigre se volvió y clavó sus ojos claros enLeopardina. La lugarteniente moteada del Clan delRío estaba luchando con Rengo. El guerrerolisiado no podía con la feroz gata. Corazón deFuego se preparó para saltar en su rescate, peroGarra de Tigre se le adelantó. El guerrero oscurose abalanzó sobre Leopardina y la agarró por losomóplatos. Con un potente gruñido, la separó delescuálido lugarteniente del Clan del Viento.

Corazón de Fuego oyó un violento maullidodetrás de él. Al darse la vuelta, vio a Areniscaenzarzada con otra gata del Clan del Río.Retorciéndose y debatiéndose, rodaban agarradaspor la hierba mojada, bufando y arañándose confiereza. Corazón de Fuego soltó un grito ahogado.¡Estaban rodando hacia el borde rocoso delprecipicio!

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El joven echó a correr. Con un potente golpe,separó a la guerrera de Arenisca y la apartó delborde. Arenisca resbaló hacia el precipicio.Corazón de Fuego se abalanzó sobre ella y laagarró con los dientes por el pescuezo. Areniscachilló de rabia mientras él la arrastraba lejos de laquebrada, arañando el suelo embarrado. En cuantoCorazón de Fuego se detuvo, ella se puso en pie yle bufó, con los ojos llameantes de furia:

—¡Puedo ganar mis propias batallas sin queme ayudes!

Corazón de Fuego abrió la boca paraexplicarse, pero un terrible maullido hizo queambos volviesen la cabeza. Látigo Gris estabainclinado peligrosamente en el borde de laquebrada, estirando al máximo las patas traseras.Junto a él, una zarpa blanca se aferraba al borde.Látigo Gris se inclinó más con la boca abierta,tratando de agarrar la pata, pero ésta desaparecióde la vista con una rapidez terrorífica. Látigo Gris

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chilló y chilló, y su voz resonó por toda lagarganta.

Los gatos dejaron de pelear al oír la agónicallamada de Látigo Gris. Corazón de Fuego sequedó helado, resollando de la impresión y elcansancio. Los miembros del Clan del Ríocorrieron al borde del precipicio. Corazón deFuego los siguió despacio y se asomó. Al fondo, através del ensordecedor torrente, vio la cabezaoscura de un guerrero del Clan del Río,hundiéndose bajo la espumosa agua.

Con un escalofrío de espanto, Corazón deFuego recordó las palabras del curandero del Clandel Viento: «Este día traerá una muerteinnecesaria».

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Leopardina alzó la cabeza y aulló al viento:—¡Garra Blanca! ¡No!Látigo Gris retrocedió torpemente hasta que

tuvo las cuatro patas sobre suelo firme. Tenía elpelaje mojado y erizado, y los ojos dilatados deespanto.

—He intentado agarrarlo… él ha perdido piesolo… Yo no pretendía… —Las palabras lesalieron a trompicones y entrecortadas.

Corazón de Fuego corrió hacia su amigo ypegó la nariz a su costado para consolarlo, peroLátigo Gris se apartó a ciegas.

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Uno por uno, los otros gatos se alejaron delborde y miraron a Látigo Gris. Los guerreros delClan del Río tenían los ojos entornados de furia ylos omóplatos tensos. Sauce y Tormenta Blancafueron instintivamente hacia Látigo Gris, y tomaronposiciones defensivas a ambos lados del joven.

Leopardina gruñó desde lo más hondo de lagarganta, pero era una advertencia a sus propiosgatos. Debían permanecer donde estaban. Lalugarteniente miró a Garra de Tigre directamente alos ojos.

—Esto ha sido más que una escaramuzafronteriza —murmuró—. Regresaremos connuestro clan. Habrá que solucionar este asunto enotro momento y de otra manera.

Garra de Tigre le devolvió una miradadesafiante. No mostró ningún temor; se limitó ahacer un leve gesto de asentimiento. Leopardinaagitó la punta de la cola y dio media vuelta paramarcharse. Los gatos de su clan la siguieron, y

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toda la patrulla desapareció entre los arbustos.Las amenazadoras palabras de Leopardina

inquietaron a Corazón de fuego. Un malpresentimiento lo invadió como una sombra fría,pues comprendió que aquella reyerta podríasignificar el inicio de una guerra.

—Deberíamos irnos —maulló Rengo,cojeando—. Vuestros dos guerreros nos hanservido bien, y mi clan os da las gracias.

Pero ese agradecimiento formal sonó huecodespués de la tragedia que acababan depresenciar. Garra de Tigre asintió, y los dosguerreros del Clan del Viento se encaminaronhacia su propio territorio. Corazón de Fuego sedespidió de Bigotes con un quedo maullido cuandoel gato pasó por su lado. Bigotes le lanzó unabreve mirada y siguió adelante.

Corazón de Fuego reparó en que Arenisca sehallaba en el borde de la quebrada, mirandofijamente el torrente que corría al fondo. Parecía

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tener las patas congeladas sobre el suelo y los ojosclavados en el abrupto precipicio. El joven supusoque acababa de comprender lo cerca que habíaestado de compartir el destino de Garra Blanca. Sedisponía a acercarse a la gata cuando Garra deTigre gruñó:

—¡Seguidme!El guerrero atigrado salió corriendo entre los

árboles, y el resto de la patrulla fue tras él, peroCorazón de Fuego vaciló junto a Látigo Gris.

—¡Vamos! —lo instó—. ¡No deberíamosquedarnos rezagados!

Látigo Gris se encogió de hombros, con losojos empañados de dolor, y empezó a andar detrásde los demás, arrastrando las patas como si fuerande piedra.

Pronto, los gatos que iban delantedesaparecieron de su vista, pero Corazón de Fuegopodía localizarlos por su olor. Garra de Tigre losconducía de vuelta a su territorio, justo a través de

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la estrecha zona boscosa del Clan del Río.Corazón de Fuego supuso que en esos momentosno había por qué preocuparse de las patrullas. Eldaño estaba hecho. Sería absurdo tomar la rutalarga que pasaba por los Cuatro Árboles.

Garra de Tigre había detenido al grupo yestaba esperándolos en el límite del territorio delClan del Río.

—Creía que os había dicho que me siguierais—gruñó.

—Látigo Gris estaba… —empezó Corazón deFuego.

—Cuanto antes llegue Látigo Gris alcampamento, mejor —lo interrumpió Garra deTigre.

Látigo Gris no dijo nada, pero a Corazón deFuego le irritó el áspero tono del lugarteniente.

—¡La muerte de Garra Blanca no ha sido culpade Látigo Gris!

Garra de Tigre se volvió.

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—Lo sé —maulló—. Pero ya no tiene remedio.Vamos, ¡y esta vez no os quedéis atrás!

Se puso en marcha de un salto, cruzando lasmarcas olorosas que delimitaban el territorio delClan del Trueno.

Corazón de Fuego había esperado esemomento desde que salieron del refugio del Clandel Viento entre aquellos Senderos Atronadores.Ahora, apenas se dio cuenta de que dejaba atráslas marcas, pues tenía un ojo puesto en LátigoGris.

La lluvia amainó mientras seguían la familiarsenda al campamento. Cuando la patrulla apareciópor el túnel de aulagas, algunos gatos salieron desus guaridas para recibirlos con la cola bien alta.

—¿Habéis encontrado al Clan del Viento?¿Están a salvo? —quiso saber Musaraña.

Corazón de Fuego asintió con un gesto, pues sesentía vacío para responder. Musaraña dejó caerla cola, y los otros gatos se quedaron en el borde

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del claro. La expresión de los recién llegados lesdecía que había sucedido algo grave.

—Venid conmigo —ordenó Garra de Tigre alos jóvenes guerreros, guiándolos hacia la guaridade Estrella Azul.

Corazón de Fuego se mantuvo pegado a suamigo.

Un cálido maullido los recibió desde lassombras al otro lado del liquen. Los tres guerrerosse abrieron paso hasta la acogedora cueva.

—¡Bienvenidos! —exclamó la gatalevantándose y ronroneando—. ¿Habéisencontrado al Clan del Viento? ¿Los habéis traídode regreso?

—Sí, Estrella Azul —contestó Corazón deFuego en voz baja—. Están todos a salvo en sucampamento. Estrella Alta me ha pedido que te délas gracias.

—Bien, bien. —Se le ensombrecieron los ojosal advertir la expresión severa de Garra de Tigre

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—. ¿Qué ha pasado?—Que Corazón de Fuego decidió volver a

casa a través del territorio del Clan del Viento —gruñó el lugarteniente.

Látigo Gris levantó la mirada por primera vez.—No fue sólo Corazón de Fuego quien lo

deci… —empezó.—Los ha descubierto una patrulla del Clan del

Río —lo interrumpió Garra de Tigre—. Si mipatrulla no hubiese oído sus chillidos, no habríanconseguido llegar a casa.

—De modo que los has rescatado —maullóEstrella Azul relajándose—. Gracias, Garra deTigre.

—No es tan sencillo —replicó el lugarteniente—. Estaban peleando junto al precipicio. Unguerrero del Clan del Río que estaba enzarzadocon Látigo Gris cayó por el borde.

Corazón de Fuego advirtió que su amigo seencogía.

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Estrella Azul abrió los ojos como platos.—¿Está muerto? —preguntó horrorizada.—¡Ha sido un accidente! —se apresuró a

exclamar Corazón de Fuego—. ¡Látigo Gris nuncamataría a un gato por un rifirrafe fronterizo!

—Dudo mucho que Leopardina lo vea así. —Garra de Tigre se volvió hacia Corazón de Fuegosacudiendo la cola—. ¿En qué estabas pensando?¡Atravesar el territorio del Clan del Río! Y congatos del Clan del Viento. Les has mandado elmensaje de que somos aliados, lo cual sólo servirápara unir más a los clanes del Río y de la Sombra.

—¿El Clan del Viento estaba con vosotros? —Estrella Azul parecía cada vez más alarmada.

—Sólo dos guerreros. Estrella Alta les habíaordenado que nos escoltaran a casa. Estábamoscansados… —murmuró Corazón de Fuego.

—No deberíais haber estado en territorio delClan del Río —gruñó Garra de Tigre—. Y menoscon gatos del Clan del Viento.

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—No era una alianza. ¡Nos estaban escoltandoa casa!

—¿Y el Clan del Río sabe eso? —resopló ellugarteniente.

—Sabía que íbamos a buscar al Clan delViento para traerlos de vuelta. Lo aceptaron en laAsamblea. No deberían habernos atacado… erauna misión especial, como el viaje a las RocasAltas.

—¡Ellos no aceptaron que pasarais por suterritorio! —bufó Garra de Tigre—. Todavía nocomprendes las costumbres de los clanes,¿verdad?

Estrella Azul se puso en pie. Miró a los tresgatos con ojos centelleantes, pero su voz sonótranquila.

—No deberíais haber entrado en una zona decaza ajena. Ha sido peligroso.

Miró severamente a los jóvenes guerreros.Corazón de Fuego buscó un reproche más duro en

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su mirada, pero no lo encontró. Se sintió divididoentre la gratitud y la culpabilidad. Él habíacausado un conflicto con el Clan del Río quepodría amenazar la seguridad de su clan durantemuchas lunas.

Estrella Azul continuó, sacudiendo la cola conimpaciencia.

—Por otro lado, lo habéis hecho muy bien alencontrar al Clan del Viento y devolverlos a suhogar. Pero tendremos que prepararnos para unposible ataque del Clan del Río. Necesitamosentrenar a más guerreros. Corazón de Fuego yLátigo Gris, Escarcha dice que dos de sus hijosestán casi listos para empezar el entrenamiento.Quiero que cada uno de vosotros tome un aprendiz.

Corazón de Fuego se sintió aturdido. ¡Quéhonor! No podía creerlo, especialmente en esemomento. Lanzó una mirada furtiva a Garra deTigre, que estaba tan rígido como una roca.

Látigo Gris levantó la cabeza.

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—Pero ¡los hijos de Escarcha no hanalcanzado las seis lunas de edad!

—No tardarán mucho en cumplirlas. Mepreocupaban las divisiones de la última Asamblea,y hoy… —Estrella Azul dejó la frase en el aire, yCorazón de Fuego notó que Látigo Gris se mirabalas patas una vez más.

Garra de Tigre observó duramente a la lídercon sus ojos ámbar.

—¿No sería mejor pedir a guerreros másexperimentados, como Rabo Largo o Cebrado, quetomaran otro aprendiz? —preguntó—. ¡Estos dosapenas son poco más que aprendices!

—Lo he considerado. Pero Rabo Largo estarábastante ocupado con Zarpa Rauda, y Cebrado seestá encargando de convertir a Polvoroso en todoun guerrero.

—¿Y qué hay de Viento Veloz? —inquirióGarra de Tigre.

—Viento Veloz es un magnífico cazador y un

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guerrero leal, pero no creo que tenga la paciencianecesaria para ser mentor. El Clan del Truenopodrá usar sus habilidades en mejores cosas.

—¿Y crees que estos dos tienen lo necesariopara entrenar guerreros? —maulló Garra de Tigredesdeñoso.

Corazón de Fuego se estremeció. Ellugarteniente había hecho la pregunta mirándolosólo a él. «¿Acaso cree que un gato doméstico noes apropiado para entrenar a gatos nacidos en unclan?», pensó con rabia.

Estrella Azul se volvió hacia el atigradooscuro.

—Lo averiguaremos. No olvides que hantraído de vuelta al Clan del Viento. Por supuesto—añadió—, confío en que tú supervisarás elentrenamiento.

Garra de Tigre asintió y la líder se volvióhacia los jóvenes.

—Id a comer algo —ordenó—. Luego

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descansad. Cuando la luna esté alta, se celebrarála ceremonia de nombramiento de los cachorros.

Los dos amigos salieron de la guarida. Lalluvia se había transformado en una fina llovizna.

—Estoy muerto de hambre —maulló Corazónde Fuego. Captó el cálido aroma de carne frescaen el claro—. ¿Vienes por algo para comer?

Látigo Gris se quedó atrás, con ojos distantes ytristes. Negó lentamente con la cabeza.

—Sólo quiero dormir —masculló.En cuanto tuvo el estómago lleno, Corazón de

Fuego se encaminó al dormitorio de los guerreros.Látigo Gris estaba ovillado, con la cabeza metidaentre las patas. A Corazón de Fuego le pesaban lospárpados, pero seguía teniendo el pelo empapado,de modo que se obligó a lavarse a fondo antes deinstalarse en su cálido lecho.

Sauce lo despertó con un suave toque.

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—Es la hora de la ceremonia —susurró.Corazón de Fuego levantó la cabeza y

parpadeó.—Gracias, Sauce —maulló mientras la gata

salía de la guarida. Le dio un empujoncito a LátigoGris y siseó—: Ceremonia.

Luego se levantó y estiró las patas hasta que letemblaron. ¡Estaba a punto de convertirse enmentor! Sintió un cosquilleo de emoción en laszarpas.

Su amigo se despertó y se desenroscódespacio, como un gato viejo. De repente, laspatas de Corazón de Fuego parecieron recordar ellargo viaje y empezaron a dolerle de nuevo.

Al menos había parado de llover. En silencio,los dos jóvenes avanzaron por el claro. La lunabrillaba por encima de los árboles, volviendo deplata las ramas mojadas.

—¡Bien por traer a casa al Clan del Viento! —exclamó una alegre voz. Corazón de Fuego se

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volvió de un salto y descubrió a Medio Rabodetrás de él—. Una noche debes venir a contarlesla historia a los veteranos.

Asintió abstraído y luego volvió a mirar alclaro. Escarcha ya estaba sentada bajo la PeñaAlta. A cada lado tenía a uno de sus hijos, unagatita gris oscuro y un gatito melado. La reinablanca dobló la cabeza para lamerlos detrás de lasorejas. La pequeña gata gris sacudió la cabeza conimpaciencia ante los mimos de su madre.

De nuevo, Corazón de Fuego sintió uncosquilleo de emoción.

Látigo Gris estaba sentado junto a él, mirandoel suelo.

—¿No estás emocionado? —le preguntó.Su amigo se encogió de hombros.—Vamos, Látigo Gris, la muerte de Garra

Blanca no ha sido culpa tuya. Era el peor lugar delmundo para un ataque, y los gatos del Clan del Ríodeberían haberlo sabido. Arenisca casi se cae

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también por el borde —añadió.Lanzó una mirada a Arenisca, que estaba cerca

de allí. Polvoroso, situado al lado de la gata, lomiró con envidia manifiesta. El joven guerrero nopodía culparlo. Él estaba a punto de convertirse enmentor cuando a Polvoroso ni siquiera le habíandado su nombre de guerrero. Pero se estremeciócuando Polvoroso se inclinó hacia Arenisca ysusurró, lo bastante alto para que él lo oyera:

—Lo lamento por el aprendiz de Corazón deFuego. Imagínate, ¡un gato de clan entrenado poruna mascota!

Pero, por una vez, Arenisca no reaccionó. Sólole lanzó una mirada incómoda a Corazón de Fuego.

Éste se volvió de nuevo hacia Látigo Gris.—Estrella Azul no te culpa —insistió—. Ella

sabe que eres un buen guerrero. Va a confiarte tuprimer aprendiz.

Su amigo levantó la vista y respondió conamargura:

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—Sólo lo hace porque el clan necesita másguerreros. ¿Y por qué? Pues ¡porque yo le he dadoal Clan del Río una excusa para odiarnos!

Corazón de Fuego se quedó impactado por ladureza de aquella autoinculpación. El maullido deEstrella Azul los llamó antes de que pudiera decirnada más. Se encaminó hacia su líder con LátigoGris a la zaga.

Cuando llegaron al centro del claro, la líderobservó a los gatos congregados.

—Con la luna alta, nos reunimos para nombrara dos nuevos aprendices —dijo—. Vosotros dos,acercaos.

La gatita gris se separó de su madre y corrió alcentro del claro, con la esponjosa cola tiesa y losojos azules bien abiertos. El gatito melado lasiguió más despacio. Tenía las orejas erguidas y elentrecejo fruncido con seriedad mientras seacercaba al pie de la Peña Alta.

A Corazón de Fuego empezó a martillearle el

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corazón. ¿Cuál de los dos le confiarían? El machode expresión solemne sería más fácil de entrenar,pero había algo en el patoso entusiasmo de lagatita que le recordó a sí mismo el día que se unióal clan.

—De hoy en adelante —maulló Estrella Azul,mirando a la pequeña gata gris—, hasta que sehaya ganado su nombre de guerrera, esta aprendizase llamará Carbonilla.

—¡Carbonilla! —La gatita no pudo evitarrepetir su nombre en voz alta.

Al oír un siseo de advertencia de Escarcha, lapequeña bajó la cabeza a modo de disculpa.

—Corazón de Fuego —continuó Estrella Azul—, estás preparado para encargarte de tu primeraprendiz. Tú empezarás el entrenamiento deCarbonilla —anunció, y al joven se le hinchó elpecho de orgullo—. Eres afortunado, Corazón deFuego, de haber tenido más de un mentor. Esperoque transmitas todo lo que te enseñé a esta joven

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aprendiza —prosiguió la líder, y de pronto eljoven se sintió algo abrumado; aquellas palabrastenían el peso de una responsabilidad para la queno sabía si estaba listo—, y que compartas conella las habilidades que aprendiste de Garra deTigre y Corazón de León.

Ante la mención de Corazón de León, el jovense imaginó que el guerrero dorado lo miraba desdeel Manto de Plata con ojos alentadores y cálidos.Alzó la cabeza y le devolvió la mirada a EstrellaAzul tan firmemente como pudo.

La líder se volvió hacia el cachorro melado.—Y este aprendiz será conocido como Fronde

—agregó.El pequeño no se movió ni emitió sonido

alguno.—Látigo Gris, tú entrenarás a Fronde. Corazón

de León, nuestro amigo perdido, fue tu mentor.Espero que su destreza y sabiduría pasen a esteaprendiz a través de ti.

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Látigo Gris levantó bien la cabeza y, por unmomento, un brillo de orgullo asomó a sus ojos.Dio unos pasos adelante y tocó con la nariz la desu nuevo aprendiz. Fronde le devolvió el toqueeducadamente. Sólo sus ojos, que relucían comoestrellas, revelaban que el joven gatito estaba tanemocionado como su hermana.

Corazón de Fuego vio que se tocaban con lanariz y comprendió que él debería haber hecho lomismo. Se acercó deprisa a Carbonilla. Ellaadelantó la cabeza bruscamente y sus nariceschocaron. La gatita volvió a tocarle la nariz, estavez con menos torpeza, pero al joven lelagrimearon los ojos de dolor. Carbonilla procuróque no se le movieran los bigotes de la risa, y élsintió una oleada de vergüenza. «Soy mentor», serecordó a sí mismo.

Miró alrededor, al clan reunido. Todos losgatos parecían asentir con aprobación. Peroentonces sus ojos se encontraron con los de Garra

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de Tigre. Desde el borde del claro, la miradaámbar del lugarteniente parecía burlarse de él.

Rápidamente volvió a mirar a Carbonilla,quien lo estaba observando con orgullo nodisimulado. De pronto, el joven notó un hormigueoen la piel. Más que nada en el mundo, quería serun gran guerrero y un buen mentor, pero resultabapenosamente claro que Garra de Tigre esperabaque fracasara.

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9

Al despertar, Corazón de Fuego encontró a LátigoGris junto a él, encorvado como un conejo, con losomóplatos tensos y el pelaje esponjado.

—¿Látigo Gris? —maulló en voz baja.Su amigo pegó un salto.—¿Estás bien? —preguntó Corazón de Fuego.El otro se irguió.—Sí, estoy bien.Corazón de Fuego sospechó que la respuesta

no era del todo sincera, pero al menos estabaintentando ser más positivo.

—Parece que hace frío —dijo, pues las

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palabras de Látigo Gris habían brotado entre nubesde vaho. Él seguía acurrucado entre los calientescuerpos de los demás guerreros.

—¡Vaya si hace! —Látigo Gris empezó alamerse el pecho.

Corazón de Fuego se incorporó y sacudió lacabeza. El aire sabía a helada.

—¿Qué vas a hacer hoy con Fronde?—Enseñarle el bosque.—Yo podría ir con Carbonilla, y haríamos

juntos el recorrido.—Quizá sea mejor que vayamos solos.Corazón de Fuego se sintió un poco dolido. A

ellos les habían enseñado juntos los terrenos decaza cuando eran aprendices. Le habría gustadovolver a hacerlo juntos como mentores. Pero siLátigo Gris quería estar solo, él no podía culparlo.

—Bien —maulló—. Te veré más tarde. Luegopodemos compartir un ratón y compararaprendices.

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—Eso estaría bien —repuso Látigo Gris.Corazón de Fuego salió del dormitorio. Fuera,

el aire era todavía más frío. Su aliento brotaba enespirales, como el humo. Se estremeció,ahuecando el pelo, y estiró las patas una por una.Al ir hacia la guarida de los aprendices, el sueloparecía de piedra bajo sus zarpas. Carbonillaestaba profundamente dormida; era un bulto peludoy gris que subía y bajaba al ritmo de surespiración.

—Carbonilla —la llamó quedamente, y lagatita gris alzó la cabeza al instante.

El joven guerrero retrocedió, y al cabo de unmomento Carbonilla salió de la guarida saltando,bien despierta y entusiasmada.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —inquiriómirándolo.

—He pensado en llevarte a dar una vuelta porel territorio del clan.

—¿Veremos el Sendero Atronador? —

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preguntó ella ansiosamente.—Eh… sí, supongo que sí. —No pudo evitar

pensar que su aprendiza se decepcionaría aldescubrir que era un lugar sucio y apestoso—.¿Tienes hambre? —añadió, preguntándose sidecirle que primero comiera.

—¡No! —exclamó negando con la cabeza.—De acuerdo. Comeremos más tarde. Está

bien; sígueme.—Sí, Corazón de Fuego.La pequeña gata lo miró con ojos relucientes, y

la tristeza que le pesaba al joven en el estómagodesde su charla con Látigo Gris fue barrida por uncálido sentimiento de orgullo. Se volvió paradirigirse a la entrada del campamento.

Carbonilla lo adelantó corriendo ydesapareció en el túnel de aulagas. El joven gatotuvo que echar a correr para alcanzarla.

—¡Te he dicho que me siguieras! —gritómientras ella empezaba a ascender la ladera del

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barranco.—Pero es que quiero ver la vista desde arriba

—protestó Carbonilla.Corazón de Fuego saltó tras ella. La sobrepasó

con facilidad, llegó a lo alto, se sentó y empezó alavarse una pata sin quitarle ojo a su aprendiza,que subía de roca en roca. Para cuando alcanzó lacima del barranco, estaba sin resuello, pero nomenos entusiasmada.

—¡Mira los árboles! Parecen hechos degranito —exclamó sin aliento.

Tenía razón. Los árboles de abajoresplandecían al sol. Corazón de Fuego tomó unabocanada de aire frío.

—Deberías dosificar tus energías —le advirtió—. Hoy tenemos un largo camino por delante.

—Oh, sí. Claro. ¿Y ahora hacia dónde? —Carbonilla pisoteó el suelo con impaciencia, listapara correr hacia el bosque.

—Sígueme —maulló Corazón de Fuego, y

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entornó los ojos juguetonamente—. Esta vezquiero decir que me sigas.

La guió por una senda que discurría a lo largodel barranco hasta la hondonada arenosa donde élhabía aprendido a cazar y pelear.

—Aquí tendrán lugar la mayoría de nuestrassesiones de entrenamiento —explicó.

Durante la estación de la hoja verde, losárboles que circundaban el claro filtraban el solconvirtiéndolo en una cálida luz moteada. Ahora,la fría luz diurna se derramaba sobre la congeladatierra roja.

—Hace muchísimas lunas, por aquí corría unrío. Todavía hay un arroyo al otro lado de esacuesta —explicó Corazón de Fuego, señalando conel hocico—. Está seco la mayor parte del verano.Ahí es donde atrapé mi primera presa.

—¿Qué era? —Pero Carbonilla no esperó a larespuesta—. ¿Estará congelado el arroyo? ¡Vamosa ver si hay hielo! —chilló, atravesando deprisa la

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hondonada en dirección a la cuesta.—¡Ya lo verás en otro momento!Pero la gatita no se detuvo, y tuvo que correr

tras ella. Se paró a su lado en lo alto de la cuesta yjuntos miraron el arroyo de abajo. Se habíaformado hielo en las orillas, pero la velocidad delagua que fluía sobre su arenoso lecho habíaimpedido que se congelara por completo.

—Ahora no podrías atrapar gran cosa ahí —dijo Carbonilla—. Excepto peces, quizá.

La visión del sitio en que había cazado suprimera pieza trajo alegres recuerdos a Corazónde Fuego. Vio cómo Carbonilla se colocaba en elborde del arroyo y estiraba el cuello para observarel agua negra.

—En tu lugar, dejaría la pesca para el Clan delRío —le aconsejó—. Si les gusta mojarse el pelo,allá ellos. Yo prefiero tener las patas secas.

Carbonilla dio vueltas nerviosamente.—Y ahora ¿qué?

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La emoción de la gata, y sus propios recuerdosde aprendiz, inyectaron energía en Corazón deFuego.

Se puso en marcha a toda prisa, gritando porencima del hombro:

—¡El Árbol de la Lechuza!Carbonilla corrió tras él, con la corta y peluda

cola bien plantada, y se dispusieron a cruzar elarroyo por un árbol caído que Corazón de Fuegohabía usado muchas veces.

—Más abajo hay unas rocas por las que sepuede pasar al otro lado, pero ésta es una ruta másrápida. Eso sí, ¡ten cuidado! —añadió. El blancotronco había perdido toda la corteza—. Se vuelveresbaladizo cuando está húmedo o helado.

Dejó que Carbonilla cruzara primero,manteniéndose muy cerca de ella por si perdía pie.El arroyo no era especialmente profundo, peroestaría tan frío como el hielo, y la aprendizatodavía era demasiado pequeña para soportar un

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remojón. No obstante, cruzó sin ningún problema yCorazón de Fuego sintió un gran orgullo al verlasaltar al suelo en el otro extremo.

—Bien hecho —ronroneó.A Carbonilla le brillaron los ojos.—Gracias. Y ahora, ¿dónde está el Árbol de la

Lechuza?—¡Por aquí!El joven se internó en el sotobosque. Los

helechos se habían vuelto marrones desde laestación de la hoja verde. Al final de la estaciónde la caída de la hoja estarían aplastados por lalluvia y el viento, pero aún estaban erguidos,aunque quebradizos. Ambos avanzaron por debajode los frondes arqueados.

Más adelante, un gigantesco roble sobresalíapor encima de los demás árboles. Carbonillalevantó la vista hacia la copa.

—¿De verdad que ahí vive una lechuza? —preguntó.

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—Sí. ¿Ves ahí arriba un agujero en el tronco?Ella entornó los ojos para mirar entre las

ramas.—¿Cómo sabes que no es de una ardilla? —

preguntó.—¡Huele!La gata olfateó de forma audible, pero negó

con la cabeza mirando a su mentor.—Otro día te enseñaré cómo huelen las

ardillas —prometió éste—. No captarás a ningunapor aquí. Ninguna se atrevería a hacer sumadriguera tan cerca del nido de una lechuza. Miraal suelo; ¿qué ves?

Carbonilla bajó la vista, confundida.—¿Hojas?—Prueba a rebuscar debajo de las hojas.El suelo forestal estaba alfombrado de hojas

de roble marrones, quebradizas por la escarcha.La gata empezó a hurgar entre ellas, y luegoenterró la cara hasta las orejas. Al incorporarse,

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llevaba en la boca algo con la forma y el tamañode una piña.

—¡Puaj! —escupió—. ¡Huele como lacarroña!

Corazón de Fuego ronroneó divertido.—Tú sabías que eso estaba ahí, ¿verdad? —

inquirió la gata.—Estrella Azul me gastó la misma broma

cuando era aprendiz. Nunca olvidarás ese pestazo.—¿Qué es?—Un desecho de lechuza —explicó el

guerrero, recordando lo que le había contadoEstrella Azul—. Las lechuzas comen las mismaspresas que nosotros, pero no pueden digerir loshuesos y el pelo, de modo que sus estómagosforman una vaina con las sobras, que luegoescupen. Si encuentras una de éstas debajo de unárbol, significa que has encontrado una lechuza.

—¿Y por qué querría nadie encontrar unalechuza? —chilló Carbonilla alarmada.

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Los bigotes de Corazón de Fuego se agitaronde risa al mirar los dilatados ojos azules de suaprendiza. Escarcha debía de haberle contado lavieja historia de que las lechuzas se llevaban a loscachorros que se alejaban del lado de su madre.

—Las lechuzas tienen una mejor vista delbosque que nosotros. En las noches ventosas,cuando resulta difícil seguir los olores, puedesbuscar una lechuza y seguirla hasta donde caza.

Carbonilla continuaba con los ojos muyabiertos, pero ya no reflejaban miedo. La pequeñaasintió. «¡A veces escucha!», pensó Corazón deFuego aliviado.

—Y ahora ¿qué?—El Gran Sicómoro —decidió el joven

mentor.Caminaron a través del bosque mientras el sol

se elevaba en el celeste cielo, y cruzaron uncamino de Dos Patas y otro arroyuelo. Por fin,llegaron al sicómoro.

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—¡Es enorme! —exclamó Carbonilla con vozahogada.

—Orejitas dice que subió hasta la rama másalta cuando era un aprendiz.

—¡Eso no se lo cree ni él!—Bueno, ten en cuenta que cuando Orejitas era

aprendiz, probablemente este sicómoro no era másque un arbolillo —bromeó Corazón de Fuego.

Seguía mirando hacia arriba cuando un sonidoa sus espaldas le indicó que la gata había vuelto asalir corriendo. Suspiró y fue tras ella entre loshelechos. Su nariz captó un olor familiar que lopuso nervioso. Carbonilla se encaminaba hacia lasRocas de las Serpientes. «¡Víboras!». Corazón deFuego apretó el paso.

Salió de entre los árboles y miró alrededornerviosamente. Carbonilla se hallaba sobre unpeñasco, al pie de una pendiente rocosa yescarpada.

—Vamos. ¡Te echo una carrera hasta lo alto!

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—exclamó la gatita.El joven guerrero se quedó helado de horror al

ver que su aprendiza se disponía a saltar alsiguiente peñasco.

—¡Carbonilla! ¡Baja de ahí ahora mismo! —maulló Corazón de Fuego.

Contuvo la respiración mientras la veía dar lavuelta y regresar torpemente. La gatita se quedótemblando, con el pelo erizado, cuando él corrióhacia ella.

—Este lugar se llama Rocas de las Serpientes—explicó jadeando.

Carbonilla lo miró con los ojos como platos.—¿Rocas de las Serpientes?—Ahí arriba hay víboras. ¡Una picadura de

una de ellas mataría a un gato tan pequeño comotú! —Le dio un lametón en la coronilla—. Vamos.Echemos un vistazo al Sendero Atronador.

Carbonilla dejó de temblar de inmediato.—¿El Sendero Atronador?

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—Eso he dicho. ¡Sígueme!La guió entre los helechos, a lo largo de una

senda que bordeaba las Rocas de las Serpientes yllevaba a la parte del bosque donde discurría elSendero Atronador, como un río de piedra dura ygris.

No la perdió de vista mientras Carbonillamiraba desde el borde del bosque. Por lassacudidas de su cola, vio que estaba ansiosa poracercarse a olfatear aquel Sendero Atronador. Susoídos percibieron un ruido familiar, y sintió que elsuelo temblaba bajo sus patas.

—¡No te muevas! —le advirtió—. Viene unmonstruo.

Carbonilla abrió un poco la boca.—¡Puaj! —exclamó, arrugando la nariz y

agachando las orejas. El retumbo se ibaacercando, y en el horizonte apareció algo—. ¿Eseso un monstruo?

Corazón de Fuego asintió.

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La gata sacó las uñas para hundirlas en elsuelo mientras el monstruo se aproximaba, y cerrólos ojos con fuerza cuando pasó a toda velocidad,convirtiendo el aire en una tormenta de viento ytruenos. Mantuvo los ojos cerrados hasta que elruido se apagó en la distancia.

Corazón de Fuego sacudió la cabeza paralimpiar sus glándulas olfativas.

—Huele el aire —le dijo—. ¿Puedes captaralgo aparte del hedor del Sendero Atronador?

Esperó mientras su aprendiza levantaba lacabeza para aspirar profundamente varias veces.Al cabo de unos instantes, Carbonilla maulló:

—Recuerdo ese olor de cuando Estrella Rotaatacó nuestro campamento. Y también estaba enlos cachorros que se llevó, cuando volvisteis atraerlos a casa. ¡Es el olor del Clan de la Sombra!¿Es ése su territorio, al otro lado del SenderoAtronador?

—Sí —contestó Corazón de Fuego, sintiendo

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un hormigueo ante la idea de estar tan cerca deterritorio hostil—. Será mejor que nos marchemosde aquí.

Decidió llevarla de vuelta a casa por elcamino largo, pasando junto a las viviendas deDos Patas, para que pudiera ver el pinar y elCortatroncos.

Al avanzar bajo los delgados pinos, los oloresdel territorio de Dos Patas lo pusieron nervioso, apesar de que él había vivido no muy lejos de allícuando era un cachorro.

—Mantente alerta —le advirtió a Carbonilla,que caminaba sigilosa junto a él—. A veces losDos Patas pasean por aquí con perros.

Se agazaparon bajo los árboles para observarlas vallas que rodeaban el territorio de Dos Patas.El frío aire trajo un olor que despertó en Corazónde Fuego una extraña sensación de calidez, aunqueno supo por qué.

—¡Mira!

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Carbonilla señaló con el hocico a una gata queestaba cruzando el bosque. Era una atigradamarrón claro, con el pecho y las patas delanterasblancas. Tenía el vientre hinchado, lleno de gatitospor nacer.

—Bah, ¡una minina casera! —exclamó laaprendiza despectivamente, con el pelo erizado—.¡Echémosla de aquí!

Corazón de Fuego esperó sentir la conocidaagresividad ante la visión de un intruso enterritorio del clan, pero no se le erizó el pelo. Poralguna razón, sabía que aquella gata no suponíauna amenaza. Antes de que Carbonilla pudieraatacar, él rozó a propósito una mata de helechosquebradizos.

La gata doméstica levantó la cabeza, asustadapor el crujido. Se le dilataron los ojos de alarma,dio media vuelta y salió entre los árboles conpasos vacilantes. Al cabo de unos momentos, saltópesadamente a una de las vallas de Dos Patas.

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—¡Córcholis! —se lamentó Carbonilla—. ¡Yoquería perseguirla! Seguro que Fronde habráperseguido montones de cosas hoy.

—Sí, pero probablemente no ha estado a puntode que lo picara una víbora —replicó su mentorsacudiendo la cola—. Y ahora vamos; empiezo atener hambre.

Carbonilla lo siguió a través del pinar,refunfuñando porque las agujas de los pinos lepinchaban las zarpas. El guerrero le aconsejó queguardara silencio, pues allí no había maleza en laque ocultarse, y él, como todos los gatos de clan,se sentía incómodo en espacios abiertos. Siguieronuna de las apestosas zanjas formadas por elmonstruo del Cortatroncos y se detuvieron junto aéste. Estaba silencioso y, como sabía Corazón deFuego, continuaría así hasta la estación de la hojaverde. Hasta entonces, sólo las marcas de lasrodadas —profundas, anchas y congeladas en elsuelo— recordarían al clan el monstruo que vivía

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en su bosque.Cuando volvieron al campamento, Corazón de

Fuego estaba exhausto; aún le dolían los músculosdel largo trayecto con el Clan del Viento.Carbonilla también parecía cansada; reprimió unbostezo y fue en busca de Fronde.

Látigo Gris llamó a su amigo junto a la mata deortigas.

—Toma; tengo carne fresca para ti —maulló.Alzó un ratón con una de sus garras y se lo lanzó.

Corazón de Fuego lo atrapó entre los dientes yse sentó al lado de Látigo Gris.

—¿Un buen día?—Mejor que ayer —respondió su amigo.

Corazón de Fuego lo miró preocupado, peroLátigo Gris continuó—: La verdad es que hedisfrutado. Fronde está ansioso por aprender, deeso no cabe duda.

—Igual que Carbonilla.—¿Sabes?, continuamente se me olvidaba que

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yo era el mentor y no el aprendiz.—A mí me ha pasado lo mismo —admitió

Corazón de Fuego.Compartieron lenguas hasta que salió la luna y

la frialdad de la noche los empujó a su dormitorio.Al cabo de unos instantes, Látigo Gris estabaroncando, pero Corazón de Fuego se sentíaextrañamente despejado. No dejaba de pensar enaquella gata embarazada, y aunque estaba rodeadode los familiares olores del clan, el suave aromade la gata doméstica perduraba en sus fosasnasales.

Por fin cayó dormido, pero todos sus sueñostuvieron el mismo perfume, hasta que al final soñócon sus días de cachorro. Se recordó acostadojunto a su madre, enroscado en un lecho másblando que cualquier musgo del bosque, con sushermanos. Y todavía perduraba el olor de la gatadoméstica.

Abrió los ojos de repente con un sobresalto.

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¡Por supuesto! La gata que había visto en el bosque¡era su hermana!

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10

Despertó al amanecer con la imagen de su hermanatodavía clara en su mente. Salió del dormitoriocon la esperanza de que la rutina del día lodistrajera. Hacía otra mañana fría y helada.Tormenta Blanca y Rabo Largo aguardaban cercade la entrada del campamento, preparándose parasalir de patrulla. Musaraña fue a reunirse conellos, y saludó a Corazón de Fuego con un alegremaullido al pasar por su lado. Tormenta Blancallamó a Arenisca, que salió corriendo de suguarida a tiempo de seguir a la patrulla que ibaabandonando el campamento. Era una escena que

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Corazón de Fuego había presenciado en muchasocasiones, pero, por una vez, no deseóacompañarlos mientras se internaban ruidosamenteen el fresco bosque.

Cruzó el claro, preguntándose si Carbonillaestaría ya despierta. Pecas estaba saliendo por laestrecha entrada de la maternidad. La siguió uncachorro moteado, y luego otro. Un tercero, grisclaro con manchas más oscuras que los demás,salió trastabillando y cayó al suelo.

Pecas lo agarró por el pescuezo y volvió alevantarlo con delicadeza. La ternura de su acciónhizo que Corazón de Fuego rememorara su sueño.Probablemente su madre había hecho lo mismo conél. Sabía que el cuarto cachorro de Pecas habíamuerto al poco de nacer, y ahora la gata parecíaquerer más a los que quedaban.

Sintió una punzada de envidia al pensar queallí todos los gatos compartían algo que él nocompartía: todos habían nacido en el clan. Él

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siempre había estado orgulloso de su lealtad alclan que lo había aceptado y le había dado unavida que jamás habría conocido como gatodoméstico, y seguía sintiendo esa lealtad —moriría por proteger al clan—, pero nadieentendía ni respetaba sus raíces domésticas. Tuvola certeza de que la gata que había visto el díaanterior sí las entendería y respetaría. Conangustia, se preguntó qué recuerdos podríancompartir.

Oyó los pasos de Látigo Gris a su espalda. Sevolvió para saludar a su amigo, estirando lacabeza para tocarle la nariz, y le preguntó:

—¿Hoy podrías llevarte a Carbonilla?Látigo Gris lo miró con curiosidad.—¿Por qué?—Oh, nada importante —respondió tan

despreocupadamente como pudo—. Sólo querríacomprobar algo que vi ayer. Pero vigila aCarbonilla; no atiende demasiado a las órdenes.

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No le quites ojo o saldrá corriendo en todasdirecciones.

Látigo Gris movió los bigotes divertido.—¡Parece bastante revoltosa! Aun así, será

bueno para Fronde. Él nunca sale corriendo aningún sitio sin pensarlo detenidamente primero.

—Gracias, amigo.Corazón de Fuego se fue a toda prisa hacia la

entrada del campamento, antes de que su amigorecordara preguntarle adónde iba.

Cuando vio las viviendas de Dos Patas entrelos árboles, se agazapó. Abrió la boca paraaspirar el frío aire de la mañana. No había señalesde patrullas del clan, y tampoco olor a Dos Patas,así que se relajó un poco.

Se acercó lentamente a la valla tras la quehabía desaparecido la gata. Una vez allí, vaciló ymiró alrededor, olfateando el aire una vez más.Luego saltó a uno de los postes de la valla. Nohabía Dos Patas a la vista, sólo un jardín vacío

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con sus plantas de fuerte aroma.Se sintió desprotegido en el poste. La rama de

un árbol colgaba sobre su cabeza. Había perdidotodas las hojas, pero sería más fácil ocultarse allí.Trepó en silencio y se tumbó a esperar, pegándosea la áspera corteza.

Vio una portezuela abatible en la entrada de lacasa. De cachorro, él usaba una igual. Clavó lamirada en la portezuela, con la esperanza de que lacara de su hermana apareciera en cualquiermomento. El sol se elevaba poco a poco en elcielo matinal, pero Corazón de Fuego empezó atener frío. La rama húmeda estaba absorbiendotodo el calor de su cuerpo. A lo mejor, los DosPatas tenían a su hermana encerrada en casa.Después de todo, no tardaría mucho en dar a luz.Se lamió una pata y se preguntó si debería regresaral campamento.

De repente, oyó un fuerte golpe y vio a suhermana salir por la portezuela abatible. Se le

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erizó el lomo de expectación, y tuvo que obligarsea no saltar directamente al jardín. Sabía que laasustaría, como había sucedido el día anterior.Ahora olía a gato del bosque, no a un amistosogato doméstico.

Aguardó hasta que ella llegó al final delcésped; entonces fue sigilosamente hasta elextremo de la rama y se deslizó al poste. Ensilencio, saltó a los arbustos de abajo. El aroma dela gata le recordó su sueño.

¿Cómo podía atraer su atención sin asustarla?Pensó, tratando de recordar el nombre que lehabían puesto a su hermana. Sólo se acordaba desu propio nombre de gato doméstico. Desde suescondrijo, dijo suavemente:

—¡Soy yo, Colorado!La gata se quedó inmóvil y miró alrededor.

Corazón de Fuego respiró hondo y salió de entrelos arbustos.

A la gata se le dilataron los ojos de terror. El

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joven sabía el aspecto que tenía para ella:musculoso y salvaje, con los penetrantes oloresdel bosque en la piel. La gata erizó el pelo y bufócon ferocidad. Él no pudo evitar sentirseimpresionado por su coraje.

De pronto, recordó el nombre de su hermana.—¡Princesa! Soy yo, Colorado, ¡tu hermano!

¿Te acuerdas de mí?La gata siguió tensa. Corazón de Fuego supuso

que se estaba preguntando cómo era que aquelextraño gato conocía esos nombres. Se agachópara adoptar una postura sumisa, y se le llenó elpecho de esperanza al ver que la expresión de suhermana iba cambiando de asustada a curiosa.

—¿Colorado? —Princesa olfateó el aire, conlos ojos muy abiertos y cautelosos.

Corazón de Fuego dio un paso adelante concuidado. Ella no se movió, de modo que el jovense acercó un poco más. Su hermana se mantuvofirme, hasta que él estuvo a sólo un ratón de

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distancia.—No hueles como Colorado —maulló la gata.—Ya no vivo con Dos Patas. Estoy viviendo

en el bosque con el Clan del Trueno. Ahora tengosu olor.

«Probablemente nunca haya oído hablar de losclanes», pensó, recordando su propia inocenciacuando conoció a Látigo Gris en el bosque.

Princesa estiró el cuello y, cautelosamente,frotó el hocico contra la mejilla de él.

—Pero el aroma de nuestra madre sigue ahí —murmuró, casi para sí misma.

Esas palabras alegraron a Corazón de Fuego,hasta que la gata entornó los ojos y dio un pasoatrás, agachando las orejas con desconfianza.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.—Te vi ayer en el bosque. Tenía que volver

para hablar contigo.—¿Por qué?Corazón de Fuego la miró sorprendido.

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—Porque eres mi hermana. —Ella debía desentir algo por él, ¿no?

Princesa lo examinó un momento. Para aliviode él, su expresión recelosa se desvaneció.

—Estás muy delgado —dijo con seriedad.—Quizá más delgado que un gato doméstico,

pero no para un gato de clan… del bosque. Tu olorapareció anoche en mis sueños. Soñé contigo y connuestros hermanos, y… —Hizo una pausa—.¿Dónde está madre?

—Sigue con sus dueños.—¿Y qué hay de…?Princesa adivinó la pregunta:—¿… nuestros hermanos? La mayoría viven

cerca de aquí. De vez en cuando los veo en susjardines.

Guardaron silencio unos momentos, y luegoCorazón de Fuego preguntó:

—¿Te acuerdas del relleno tan blando de lacesta de madre?

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Sintió cierta culpabilidad por esa debilidad degato doméstico, pero Princesa ronroneó:

—Oh, sí. Ojalá pudiera tenerlo para mispropios hijos.

La incomodidad de Corazón de Fuego sedesvaneció. Era estupendo poder hablar de unrecuerdo tan tierno sin sentir vergüenza.

—¿Va a ser tu primera camada?Princesa asintió. Corazón de Fuego sintió una

corriente de solidaridad. Aunque tenían la mismaedad, su hermana le parecía muy joven e ingenua.

—Todo irá bien —aseguró, recordando elalumbramiento de Pecas—. Parece que tus DosPatas te tratan bien. Estoy seguro de que tus hijosserán sanos y fuertes.

Princesa se le acercó más, apretándose contraél. El joven guerrero sintió que se le ensanchaba elcorazón de la emoción. Por primera vez desde queera un cachorro, comprendió lo que los gatos declan tenían garantizado: la cercanía del parentesco,

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un vínculo común determinado por el nacimiento yla herencia.

De repente, deseó que su hermana conociera lavida que llevaba ahora.

—¿Has oído hablar de los clanes?Princesa lo miró desconcertada.—Antes has mencionado el Clan del Trueno.Él asintió.—En total hay cuatro clanes. En el clan todos

cuidan de todos. Los gatos más jóvenes cazan paralos más viejos, los guerreros protegen los terrenosde caza frente a los otros clanes. Yo entrenédurante la estación de la hoja verde paraconvertirme en guerrero. Ahora tengo mi propiaaprendiza.

Por la expresión confundida de su hermana,Corazón de Fuego vio que no estaba entendiendotodo lo que le contaba, pero aun así sus ojosbrillaban encantados mientras él hablaba.

—Suena como si disfrutaras con tu vida —

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maulló admirada.Una voz de Dos Patas llamó desde la casa.

Corazón de Fuego corrió a esconderse debajo delarbusto más cercano.

—Debería irme —dijo Princesa—. Sepreocuparán si no vuelvo, y tengo muchas boquitasque alimentar. Noto cómo se mueven dentro de mí.—Se miró el vientre hinchado con ternura.

Su hermano se asomó por debajo del arbusto.—Vete, entonces. Yo también tengo que

regresar con mi clan. Pero volveré a visitarte.—¡Sí, me encantaría! —exclamó Princesa por

encima del hombro. Ya iba de camino a lavivienda de Dos Patas—. ¡Adiós!

—Nos veremos pronto —se despidió Corazónde Fuego.

Su hermana desapareció de la vista, y laportezuela abatible se cerró tras ella.

En cuanto el jardín quedó en silencio, Corazónde Fuego se arrastró entre los arbustos hasta la

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valla, la saltó y corrió al bosque. Evocó muchosaromas de su infancia, y de repente le parecieronmás reales que los olores del bosque que lorodeaba.

Se detuvo en lo alto del barranco, mirandohacia el campamento del clan. Todavía no sesentía preparado para regresar. Le preocupaba quele resultara extraño. «Iré a cazar», decidió.Carbonilla estaría segura con Látigo Gris duranteun buen rato, y el clan recibiría bien un extra depresas. Dio media vuelta y se internó de nuevo enel bosque.

Cuando por fin volvió al campamento, llevabaen la boca un campañol y una paloma torcaz. Elsol se estaba poniendo, y los gatos empezaban areunirse para la comida vespertina. Látigo Grisestaba solo junto a la mata de ortigas, con ungrueso pinzón delante. Corazón de Fuego lo saludócon un gesto de camino al montón de carne fresca.

Garra de Tigre estaba sentado bajo la Peña

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Alta, y tenía entornados sus ojos ámbar.—He visto que Carbonilla ha pasado el día

con Látigo Gris —maulló cuando Corazón deFuego depositó sus piezas en el montón—. ¿Dóndeestabas?

El joven le devolvió la mirada.—Me ha parecido un buen día para cazar…

demasiado bueno para desperdiciarlo —contestó,nervioso—. En este momento, el clan necesita todala carne que pueda conseguir.

Garra de Tigre asintió, con los ojosensombrecidos de sospecha.

—Sí, pero también necesitamos guerreros. Elentrenamiento de Carbonilla es responsabilidadtuya.

—Ya lo sé. —Corazón de Fuego inclinó lacabeza respetuosamente—. Mañana me ocuparé deella.

—Muy bien.El lugarteniente giró la cabeza y echó una

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mirada al campamento. Corazón de Fuego recogióun ratón y se lo llevó para comérselo junto aLátigo Gris.

—¿Has encontrado lo que buscabas? —lepreguntó Látigo Gris distraído.

—Sí. —Corazón de Fuego se sintió apenado alver el dolor que reflejaban los ojos de su amigo—.¿Estás pensando en ese guerrero del Clan del Río?

—Intento no hacerlo —respondió en voz baja—. Pero cuando estoy solo no puedo evitarrecordar la predicción de Cascarón de una muerteinnecesaria, y de que se avecinaban problemas…

—Toma —lo interrumpió Corazón de Fuego,empujando el ratón hacia su amigo—. Parece queese pinzón es casi todo plumas, y yo no tengomucha hambre. ¿Quieres que los cambiemos?

Látigo Gris le lanzó una mirada agradecida.Los dos amigos intercambiaron las presas yempezaron a comer.

Mientras mordisqueaba el pinzón, Corazón de

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Fuego echó un vistazo al claro y vio a Carbonilla yFronde delante de la guarida de los aprendices.Polvoroso estaba entretenido destripando unconejo. Los ojos de Corazón de Fuego se cruzaroncon los de Arenisca, pero ella apartó la vista.

Carbonilla estaba junto al viejo tocón de árboldonde él había comido tantas veces comoaprendiz. Estaba charlando entusiasmada conFronde, que asentía de vez en cuando mientras learrancaba las plumas a un gorrión. Al ver a los dosjóvenes —hermano y hermana— juntos y tan agusto, Corazón de Fuego volvió a acordarse dePrincesa y, por primera vez, las escenas familiaresde su clan hicieron que se sintiera incómodo.Había tenido buen cuidado de lavarse bien antesde regresar al campamento, para borrar el olor desu hermana, pero era ese aroma el que seguíapercibiendo mientras el sol desaparecía tras ellejano horizonte. Había encontrado la cercanía quetanto añoraba, pero eso había dado forma a una

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soledad que, hasta entonces, había permanecido ensu corazón como algo difuso y sin nombre. ¿Losrecuerdos profundamente arraigados quecompartía con Princesa serían más fuertes que sulealtad al clan?

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11

—¡Otro día soleado! —ronroneó Corazón deFuego, sintiendo cómo brillaba su pelo rojizo aldébil sol matinal.

Gracias al buen tiempo, había estado visitandoa Princesa casi a diario. Para verla, se escabullíaentre patrullas, partidas de caza y sesiones deentrenamiento. Ahora iba con su amigo por la cortasenda que llevaba a la hondonada arenosa, dondeestarían esperándolos Carbonilla y Fronde.

—¡Ojalá esté despejado el resto de la estaciónsin hojas! —exclamó Látigo Gris.

Corazón de Fuego sabía cuánto odiaba su

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amigo la lluvia; cuando a Látigo Gris se le mojabael pelo, se le adhería al cuerpo y seguía húmedomucho después de que el de Corazón de Fuego,más corto, ya se hubiese secado.

Llegaron al borde de la hondonada justocuando Carbonilla atacaba un montón de hojasescarchadas, que echaron a volar en todasdirecciones. La gata saltó y se retorció paraatrapar una que bajaba revoloteando al suelo.

Los dos amigos intercambiaron una miradadivertida.

—Al menos Carbonilla ya ha calentado yestará preparada para la tarea de hoy —observóLátigo Gris.

Fronde se puso en pie y miró a su mentor conlos ojos muy abiertos.

—Buenos días, Látigo Gris —maulló—. ¿Cuáles la tarea de hoy?

—Una misión de caza —respondió, y bajó a lahondonada seguido de Corazón de Fuego.

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—¿Dónde? —preguntó Carbonilla, corriendohacia ellos—. ¿Qué vamos a cazar?

—Iremos a las Rocas Soleadas —contestó sumentor, compartiendo de repente su entusiasmo—.Y cazaremos todo lo que podamos.

—A mí me gustaría atrapar un campañol —declaró la aprendiza—. Nunca lo he probado.

—Me temo que todo lo que consigamos hoy irádirecto a los veteranos —advirtió Látigo Gris—.Pero si se lo pides a alguno con educación, estaráencantado de compartirlo.

—De acuerdo —maulló Carbonilla—. ¿Pordónde se va a las Rocas Soleadas? —Saltó hastaun extremo de la hondonada y examinó el bosque,con la cola muy tiesa.

—¡Por aquí! —indicó Corazón de Fuego,yendo al extremo contrario.

—Vale.Carbonilla volvió a bajar a la hondonada, la

cruzó y corrió al lado de Corazón de Fuego,

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levantando hojas caídas por todas partes.Látigo Gris dio un brinco y atrapó una que

volaba ante su nariz. La clavó en el suelo con unronroneo de satisfacción, y entonces vio queFronde lo estaba mirando sin parpadear.

—Nunca has de perder una oportunidad depracticar tus habilidades de caza —se apresuró ainstruirlo el joven mentor.

Los cuatro recorrieron los senderos de olorfamiliar hasta las Rocas Soleadas. Para cuandosalieron a terreno despejado, el sol se habíaelevado por encima de los árboles. Ante ellos, unaladera rocosa brotaba del blando suelo; susuperficie lisa estaba surcada de grietas, y losgatos tuvieron que entornar los ojos para mirarla.Tras la sombra del bosque, la cara plana de rocareflejaba el sol con un brillo deslumbrante.

—Éstas son las Rocas Soleadas —anuncióCorazón de Fuego parpadeando—. ¡Vamos!

—¡Mmrr! ¡Qué agradable! —exclamó

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Carbonilla mientras subía la cuesta corriendodetrás de él.

Corazón de Fuego pensó que la gata teníarazón. Tras el helado suelo forestal, la piedraresultaba reconfortantemente suave y caliente.

Descansaron en lo alto, donde el lado opuestodescendía abruptamente hacia el bosque. Corazónde Fuego oyó el quedo borboteo del río quediscurría junto a la frontera del Clan del Río y quevenía de las tierras altas. Tocaba las RocasSoleadas antes de internarse en el territorio delClan del Río. Apenas podía oírlo; quizá habíadescendido el cauce por el tiempo seco.

Se estiró, disfrutando de la calidez de la rocabajo su cuerpo y el suave sol sobre la piel. Cerrólos ojos, sintiéndose orgulloso de estar allí, unlugar al que generaciones de gatos del Clan delTrueno habían acudido a calentarse, y que habíanconservado a base de batallas.

Látigo Gris se unió a él.

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—Vamos —les dijo a los aprendices—.Aprovechad el sol mientras podáis. Nos esperanbastantes días fríos y húmedos.

Los dos hermanos se tumbaron junto a susmentores y ronronearon cuando el calor impregnósu piel.

—¿Es aquí dónde murió Cola Roja? —preguntó Fronde.

—Sí.—¿Y dónde Garra de Tigre vengó su muerte

matando a Corazón de Roble? —quiso saberCarbonilla.

Corazón de Fuego sintió una punzada alrecordar el relato de Cuervo sobre lo ocurrido:que Cola Roja había sido el responsable de lamuerte de Corazón de Roble, y que luego Garra deTigre había matado a Cola Roja, el lugartenientede su propio clan. El joven apartó aquellosinquietantes pensamientos y respondiósimplemente:

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—Éste es el lugar.Los dos aprendices guardaron silencio y

miraron la pendiente con temor reverencial.Corazón de Fuego oyó un ruido e irguió las

orejas.—Chist —siseó—. ¿Qué podéis oír?Ambos aprendices estiraron las orejas hacia

delante.—Oigo como si estuvieran escarbando —

susurró Fronde.—Tal vez sea un campañol —murmuró Látigo

Gris—. ¿Podríais decir de dónde procede elsonido?

—¡De ahí! —exclamó Carbonilla,levantándose de un salto.

El ruido se volvió más frenético y luegodesapareció.

—Creo que te ha oído —apuntó Corazón deFuego.

Ella pareció abatida y Fronde ronroneó,

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divertido por la torpeza de su hermana.—No pasa nada —dijo Látigo Gris—. Ahora

ya sabéis que es mejor moverse con sigilo ydespacio, sobre todo para atrapar un campañol.¡Son muy rápidos!

—Quedaos quietos y escuchad —indicóCorazón de Fuego—. La próxima vez que oigamosalgo, averiguad dónde está y moveos hacia allímuy despacio. Es probable que un ratón pueda oírincluso el roce de vuestro pelo, así que dejadlecreer que no es más que el viento que sopla sobrela roca.

Los gatos se quedaron donde estaban, hastaque volvieron a oír que escarbaban. Con las orejaserguidas, Corazón de Fuego se levantó y avanzócautelosamente, poniendo una pata delante de laotra sin hacer el menor ruido. Alcanzó el borde deuna pequeña grieta que atravesaba la superficierocosa y se detuvo. El ruido continuó. El jovenguerrero se abalanzó para meter una zarpa en la

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hendidura. Sacó un grueso campañol que seescondía en las sombras y lo lanzó sobre labrillante piedra. El roedor chilló al aterrizar, peroel golpe lo dejó aturdido y Corazón de Fuegoacabó con él rápidamente.

—¡Uau! —exclamó Carbonilla—. ¡Yo quierohacer eso!

—No te preocupes, tendrás muchasoportunidades. Ahora regresemos al bosque —repuso Látigo Gris.

—¿No vamos a cazar nada más? —protestó lagata.

—¿Has oído chillar al campañol? —lepreguntó Corazón de Fuego, y ella asintió—.Bueno, pues también lo han oído las demáscriaturas de por aquí. Las presas estaránescondidas durante un rato. Debí matarlo antes deque pudiera hacer ningún sonido.

Látigo Gris movió los bigotes, divertido.—Yo no pensaba decir nada —ronroneó.

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Corazón de Fuego tomó el campañol entre losdientes y todos empezaron a bajar la cuesta paradirigirse al bosque. Después de la calidez de lasRocas Soleadas, el bosque parecía gélido, inclusocon el sol casi en lo más alto. Corazón de Fuegocaptó marcas recientes en la frontera del Clan delRío. Más allá, el terreno descendía hastaencontrarse con el río.

Una hoja bajó revoloteando hacia Fronde, quesaltó y la atrapó entre las patas. Aterrizó muyufano.

—¡Bien hecho! —aprobó Látigo Gris—. ¡Notendrás ningún problema con los campañoles!

El aprendiz pareció doblemente complacido.—¡Buena captura, Fronde! —maulló

Carbonilla, y le dio un empujoncito con el hocicoantes de volverse para mirar la pendiente boscosa.

—Hoy el río está muy silencioso —barbotóCorazón de Fuego con la boca ocupada por elcampañol.

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—Eso es porque está congelado —repusoCarbonilla emocionada—. ¡Puedo verlo entre losárboles!

Corazón de Fuego soltó su presa.—¿Congelado? ¿Completamente?Miró al final de la ladera. Al fondo relucía el

río, helado e inmóvil. ¿Tendría razón Carbonilla?Sintió un hormigueo de ilusión. Él nunca habíavisto el río congelado por completo.

—¿Podemos echar un vistazo? —preguntó laaprendiza, y sin esperar respuesta pasó ante lasmarcas olorosas.

La emoción de Corazón de Fuego setransformó en pánico al ver cómo la pequeña gatagris desaparecía en territorio del Clan del Río. Nopodía llamarla, pues no quería alertar a laspatrullas rivales que estuvieran por la zona, perotenía que hacerla regresar. Dejó el campañoldonde lo había soltado y corrió tras su aprendiza,con Látigo Gris y Fronde a la zaga.

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Alcanzaron a Carbonilla en la orilla del río.Estaba casi totalmente congelado, aparte de unestrecho canal de agua oscura que fluíarápidamente entre dos anchas franjas de hielo.Corazón de Fuego se acordó de Garra Blanca conun estremecimiento. Estaba a punto de proponerque se fueran cuando reparó en que Látigo Grishabía erguido las orejas.

—Ratón de agua —susurró el guerrero gris.Cierto: un pequeño roedor correteaba a lo

largo del hielo, cerca de la ribera.Corazón de Fuego lanzó una mirada a los

aprendices, temiendo que intentaran cazar aquelladiminuta pieza, aunque ninguno de ellos se movió.El guerrero se sintió aliviado un momento, pero ledio un vuelco el corazón al ver que Látigo Gris selanzaba al hielo a velocidad de cazador.

—¡Vuelve! —bufó.Era demasiado tarde. Bajo las patas de Látigo

Gris, el hielo crujió de un modo terrorífico y se

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rompió. Con un alarido de sorpresa, Látigo Griscayó al agua. Pataleó como un loco antes dedesaparecer en las frías y oscuras profundidadesdel río.

Fronde se quedó horrorizado y Carbonillalanzó un maullido de desesperación. Corazón deFuego no la hizo callar. Estaba rígido de miedo,con la vista clavada en el agua, en busca de suamigo. ¿Estaría atrapado debajo de la capahelada? El joven guerrero bajó al hielo. Estabafrío y resbaladizo; era imposible correr sobre él.Volvió a saltar a la ribera, presa del pánico, hastaque una empapada cabeza gris emergió del agua acierta distancia.

Su alivio se transformó en alarma cuando vioque Látigo Gris iba río abajo, arrastrado por lasgélidas aguas. Sus patas se debatían inútilmente, ysus intentos de nadar se veían frustrados por lafuerza de la corriente. Corazón de Fuego corrió alo largo de la orilla, abriéndose paso entre los

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helechos, pero Látigo Gris estaba cada vez máslejos.

De pronto, Corazón de Fuego oyó un maullidoprocedente de la ribera opuesta y se detuvo. Ríoabajo, una esbelta gata atigrada gris había saltadoal hielo. Caminó ligera sobre la lámina helada y selanzó al agua más abajo de Látigo Gris.Asombrado, Corazón de Fuego la vio nadarenérgicamente contracorriente, manteniendo suposición en las gélidas aguas con movimientosseguros y firmes. Cuando Látigo Gris pasó a sulado, la gata lo atrapó con los dientes.

Para espanto de Corazón de Fuego, el impulsode Látigo Gris los sumergió a los dos. Echó acorrer de nuevo, con los ojos fijos en el río.¿Dónde estaban? Entonces, una cabeza atigradaapareció en medio de las rugientes aguas,avanzando contra las olas. La gata iba contra lacorriente, tirando de Látigo Gris. Corazón deFuego apenas podía creer que una gata tan delgada

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pudiera nadar cargando con semejante peso. Conlas patas delanteras, la gata se agarró al hielo dellado de Corazón de Fuego, forzando el cuello parano perder a Látigo Gris. Resbalando, consiguiósalir del río. Látigo Gris flotaba desmadejado enel agua, dando bandazos por el empuje de lacorriente, pero la atigrada lo tenía bien sujeto.

Corazón de Fuego se deslizó por la ribera,cruzó el hielo y frenó en seco a su lado. Sin unapalabra, agarró a su amigo con los dientes. Juntos,los dos gatos sacaron esforzadamente el empapadocuerpo del agua y lo arrastraron hasta la seguridadde la orilla.

Corazón de Fuego se inclinó sobre él para versi respiraba. Sintió un gran alivio al ver que ellustroso costado de Látigo Gris subía y bajaba. Alcabo tosió, farfulló y escupió agua del río. Luegose quedó inmóvil.

—¡Látigo Gris! —maulló Corazón de Fuegoalarmado.

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—Estoy bien —respondió él, sin resuello perocon tono tranquilizador.

Corazón de Fuego soltó un suspiro y se sentópara observar a la atigrada gris. Tenía el olor delClan del Río. Después de verla nadar, no leextrañó. Ella le devolvió la mirada fríamente, sesacudió y también se sentó, resollando pararecuperar el aliento. El agua resbalaba por sureluciente pelaje como si estuviera hecho deplumas de pato.

Látigo Gris volvió la cabeza hacia surescatadora.

—Gracias —dijo con voz quebrada.—¡Idiota! —le espetó ella agachando las

orejas—. ¿Qué estás haciendo en mi territorio?—¿Ahogarme? —repuso Látigo Gris.La atigrada movió las orejas y Corazón de

Fuego vio un destello de risa en sus ojos.—¿Y no podías ahogarte en tu propio

territorio?

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Látigo Gris torció el hocico.—Ah, pero ¿quién me rescataría allí? —

replicó con voz ronca.Sonó un leve maullido detrás de Corazón de

Fuego, que se volvió y descubrió a Carbonillaagazapada junto a una mata de hierba, a ciertadistancia de la ribera.

—¿Dónde está Fronde? —preguntó elguerrero.

—Ya viene —respondió la aprendiza,señalando con la nariz.

Su hermano avanzaba nerviosamente por laorilla hacia ellos.

Corazón de Fuego suspiró y se volvió hacia suamigo.

—Bien, Látigo Gris, tenemos que salir de aquí.—Lo sé. —Se puso en pie y se volvió hacia la

atigrada gris—. Gracias de nuevo.Ella inclinó la cabeza gentilmente, pero

susurró:

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—¡Deprisa, marchaos ya! —Miró por encimadel hombro—. Si mi padre se entera de que herescatado a un intruso del Clan del Trueno, meconvierte en cama para cachorros.

—Entonces, ¿por qué me has salvado?—Por instinto. No podría ver ahogarse a un

gato. ¡Ahora marchaos!Corazón de Fuego se levantó.—Gracias. Habría echado de menos a esta

bola de pelo si se hubiera ahogado.Dio un empujoncito a su amigo. Éste ni

siquiera se había sacudido la congelada agua deencima y estaba calado hasta los huesos.

—Vamos, volvamos al campamento —le dijo—. ¡Te estás quedando helado!

—Vale, ya voy —maulló Látigo Gris. Peroantes de seguirlo, se volvió hacia la gata—.¿Cómo te llamas? Yo soy Látigo Gris.

—Me llamo Corriente Plateada —contestóella, y saltó de nuevo al hielo y por encima del

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canal de agua hasta el extremo opuesto.Los jóvenes guerreros condujeron a sus

aprendices entre los helechos, en dirección a lafrontera. Corazón de Fuego advirtió que su amigomiraba por encima del hombro más de una vez.

Carbonilla también lo notó. La pequeña gatagris lo miró con ojos maliciosos.

—¡Qué bonita era esa gata del Clan del Río!Látigo Gris le dio un coscorrón juguetón en la

oreja y ella se alejó corriendo.—¡No te separes de nosotros! —le ordenó

Corazón de Fuego sin levantar mucho la voz, puestodavía estaban en territorio rival. Le lanzó unamirada furiosa y Carbonilla se paró a esperarlos.

De no haber sido por la aprendiza, ni siquieraestarían allí, y Látigo Gris no habría estado apunto de ahogarse. Corazón de Fuego miró a sumojado amigo. Incluso después de habersesacudido, su pelaje seguía goteando, y estabaempezando a formársele hielo en la punta de los

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bigotes.—¿Te encuentras bien? —le preguntó.—B… b… bien —respondió, castañeteando

los dientes.—Lo siento —maulló quedamente Carbonilla,

poniéndose a la altura de Corazón de Fuego, quesuspiró.

—No es culpa tuya.Se sentía abrumado de inquietud. ¿Cómo iban a

explicar aquello al clan? Nada de carne frescapara los veteranos —ya no había tiempo deregresar por el campañol— y un calado LátigoGris. Se estremeció al pensar lo cerca que habíaestado de perder a su mejor amigo. Gracias alClan Estelar, Corriente Plateada había estado allípara salvarlo.

—El arroyo que hay cerca de la hondonadaarenosa todavía lleva agua —maulló Frondepensativo.

—¿Qué? —respondió Corazón de Fuego

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sorprendido, abandonando sus lúgubrespensamientos.

—Probablemente el clan dé por hecho queLátigo Gris se ha caído en ese arroyo —continuóel aprendiz.

—Podríamos decir que nos estaba enseñando aatrapar peces —añadió Carbonilla.

—No estoy seguro de que algún gato se creaque Látigo Gris se ha mojado las patas a propósitocon este tiempo —señaló Corazón de Fuego.

—Bueno, ¡pues yo no quiero que el resto delclan sepa que me ha rescatado una gata del Clandel Río! —declaró Látigo Gris con un destello desu antiguo humor—. Y no podemos permitir quesepan que hemos estado de nuevo en territorioajeno.

Corazón de Fuego asintió.—Vamos. Hagamos el resto del camino

corriendo; eso ayudará a Látigo Gris a entrar encalor.

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Los gatos cruzaron a toda prisa la frontera ydejaron atrás las Rocas Soleadas. Cuando el solempezó a descender por detrás de los árboles, loscuatro gatos llegaron a la entrada del campamento.

A Látigo Gris se le había secado un poco elpelo, pero de los bigotes y la cola le colgabangotitas congeladas.

Corazón de Fuego precedió al grupo por eltúnel de aulagas. Se le cayó el alma a los piescuando vio a Garra de Tigre sentado en el claro,observándolos.

El lugarteniente clavó sus penetrantes ojos enél.

—¿Nada de carne fresca? —gruñó—. Pensabaque hoy ibais a enseñar a cazar a estos dos. Y túpareces medio ahogado, Látigo Gris. Debes dehaberte caído a un río para estar tan mojado. —Depronto se le dilataron las aletas de la nariz, y selevantó muy erguido—. ¡No me digáis que habéisestado otra vez en territorio del Clan del Río!

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12

Corazón de Fuego alzó la cabeza, dispuesto ahablar, pero Carbonilla se le adelantó.

—Es culpa mía, Garra de Tigre —declaró,mirando con audacia al enorme atigrado—.Estábamos cazando en el arroyo congelado quehay cerca de la hondonada de entrenamiento, en lazona del remanso profundo. Incluso eso estabacongelado. Yo resbalé y Látigo Gris acudió aayudarme, pero el hielo no era lo bastante gruesopara aguantar su peso, se rompió y él cayó al agua.—Mientras Garra de Tigre observaba sus ojosclaros y brillantes, añadió—: Allí es realmente

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hondo. Ha tenido que sacarlo Corazón de Fuego.El aludido se encogió al recordar que se había

quedado paralizado de horror al ver que su amigodesaparecía en el río.

Garra de Tigre asintió y se volvió hacia LátigoGris.

—Será mejor que vayas a ver a FaucesAmarillas antes de que mueras congelado —lesugirió y, poniéndose en pie, se alejó.

Corazón de Fuego soltó un silencioso suspirode alivio.

Látigo Gris no se lo pensó dos veces. La largacarrera a casa no había logrado que parasen decastañetearle los dientes, de modo que se dirigió ala cueva de Fauces Amarillas. Fronde lanzó unamirada a Carbonilla y se encaminó hacia suguarida, arrastrando la cola de agotamiento.

Corazón de Fuego miró a su aprendiza.—¿Es que Garra de Tigre no te asusta? —le

preguntó con curiosidad.

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—¿Por qué debería asustarme? —replicó ella—. Es un gran guerrero. Yo lo admiro.

«Por supuesto, ¿por qué no iba a admirarlo?»,pensó el gato.

—Mientes muy bien —gruñó con severidad,tratando de actuar como un mentor.

—Bueno, procuro no hacerlo. Es que hepensado que la verdad no sería muy útil ahora.

Corazón de Fuego tuvo que admitir que teníaalgo de razón. Sacudió la cabeza despacio.

—Ve a calentarte.—¡Sí, Corazón de Fuego! —Inclinó la cabeza

y salió corriendo tras Fronde.El joven mentor se encaminó al refugio de los

guerreros. Le preocupaba la facilidad con que sele había ocurrido a Carbonilla la historia sobre elremojón de Látigo Gris. Pero también creía que lagata era bienintencionada e íntegra. Pensó enCuervo, otro gato bueno. ¿La historia de que Garrade Tigre había matado a Cola Roja sería sólo eso,

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una historia que se le había ocurrido en el calordel momento? Rechazó tal idea. Cuando Cuervohabló con él, estaba aterrorizado. Era evidente quesí creía en su propia historia. ¿Por qué, si no,habría tenido tanto miedo como para abandonar elclan?

Tomó unas cuantas piezas de carne fresca y lasllevó junto a la mata de ortigas. Se acomodó allado y empezó a comerse un ratón pensativamente.Le preocupaba el tono de admiración deCarbonilla al hablar de Garra de Tigre. Parecíaque sólo él sospechaba que en el lugarteniente delclan había más cosas de las que se veían a simplevista. La actitud de Estrella Azul hacia Garra deTigre no había cambiado en absoluto. Lo tratabacon el mismo respeto y confianza que le habíamostrado siempre. Frustrado, Corazón de Fuegoarrancó otro trozo de carne de su pieza.

Un sonoro estornudo le hizo levantar lamirada. Látigo Gris se dirigía hacia él.

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—¿Cómo te encuentras? —le preguntóCorazón de Fuego cuando llegó, oliendo a uno delos brebajes de Fauces Amarillas.

Su amigo se sentó pesadamente y tosió.—Te he guardado un poco de comida —

maulló Corazón de Fuego, empujando hacia él ungrueso tordo y un campañol.

—Fauces Amarillas dice que tengo quequedarme en el campamento. Al parecer, me heresfriado —explicó Látigo Gris con voz apagada.

—No me extraña. ¿Qué te ha dado?—Matricaria y lavanda. —Se tumbó de

costado y empezó a mordisquear el tordo—. Conesto tendré bastante —masculló—. No tengomucha hambre.

Corazón de Fuego lo miró sorprendido. Jamáshabría pensado que oiría a Látigo Gris decir algoasí.

—¿Estás seguro? —preguntó—. Hay mucho.Su amigo se quedó mirando el tordo y no

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contestó.—¿Estás seguro o no?—¿Qué? —Látigo Gris se volvió hacia él con

mirada ausente—. Ah, sí, claro.«Debe de tener fiebre», supuso Corazón de

Fuego, sacudiendo la cabeza. Bueno, al menos suamigo seguía allí, gracias a aquella gata del Clandel Río.

Unos días más tarde, al despertar, descubrió que laprimera niebla de la estación sin hojas habíainvadido el dormitorio. Cuando salió al claro,apenas logró ver el otro extremo. Oyó unaspisadas que corrían hacia él, y Musaraña surgió deentre la bruma.

—Garra de Tigre quiere verte —maulló.—Bien, gracias —respondió Corazón de

Fuego, alarmado. El día anterior se habíaescapado para visitar a Princesa. ¿Lo habría

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advertido el lugarteniente?—¿Qué ocurre? —preguntó Látigo Gris a su

espalda con voz asmática. Se sentó a su lado,estornudó y bostezó.

—Garra de Tigre quiere verme. —Miró a suamigo—. Deberías estar durmiendo. —Estabaempezando a preocuparse por él; a esas alturas, yadebería haberse recuperado—. ¿Ayer descansaste?

—Todo lo que pude entre toser y estornudar —se lamentó Látigo Gris.

—Entonces, ¿por qué no estabas en tu camacuando volví de… de entrenar? —En realidad,había pasado la tarde hablando con Princesa.

—¿Crees que aquí puedo tener paz y silencio?—replicó Látigo Gris señalando el dormitorio conla cabeza—. ¡Los guerreros no hacen más queentrar y salir! He encontrado un sitio mástranquilo; eso es todo.

Corazón de Fuego fue a preguntarle dónde,pero Látigo Gris habló primero:

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—¿Qué querrá Garra de Tigre?Corazón de Fuego sintió un hormigueo en las

patas.—Será mejor que vaya a averiguarlo.Tan sólo podía ver las siluetas del

lugarteniente Garra de Tigre y de Tormenta Blancaa través de la neblina, sentados bajo la Peña Alta.Cuando se les acercó, dejaron de hablar y Garrade Tigre se volvió hacia él.

—Es hora de evaluar a Carbonilla y Fronde —gruñó.

—¿Ya? —maulló Corazón de Fuegosorprendido. Los aprendices no llevaban muchotiempo entrenando.

—Estrella Azul quiere ver cómo progresa suentrenamiento. Sobre todo ahora que Látigo Grisestá demasiado enfermo para ocuparse de Fronde.Si Fronde se está quedando rezagado, EstrellaAzul debe saberlo para poder adjudicarle otromentor.

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Corazón de Fuego sacudió la cola conirritación. Sin duda, Látigo Gris se recuperaríapronto. Sería injusto confiarle su primer aprendiz aotro guerrero.

—He estado llevando a Fronde conmigo yCarbonilla todos los días —se apresuró a decir.

Garra de Tigre lanzó una mirada a TormentaBlanca y asintió.

—Sí, pero ésta es tu primera vez como mentor.Es mucha carga para ti, y el clan necesitaguerreros bien entrenados.

«Lo sé, y sólo soy un gato doméstico, no unguerrero nacido en un clan», pensó el joven conamargura. Se miró las patas, ardiendo deresentimiento. Nadie le había pedido que seencargara de Fronde, y había estado esforzándosemucho con los dos aprendices.

Garra de Tigre continuó:—Manda a Carbonilla y Fronde en misión de

caza a través del pinar, hasta las viviendas de Dos

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Patas. No les quites ojo, obsérvalos cazar einfórmame luego. Me interesa ver cuántas piezasañaden al montón de carne fresca.

—Si las habilidades de Carbonilla van a la parcon su entusiasmo, esta noche habrá mucho quecomer —comentó Tormenta Blanca—. He oídoque es una aprendiza muy bien dispuesta.

—Sí, lo es —admitió Corazón de Fuego,aunque apenas estaba prestando atención.

Las palabras del lugarteniente le habíanacelerado el corazón. «¿Por qué vuelve amandarme a la zona de Dos Patas?», pensó. Supropia evaluación como aprendiz había seguido lamisma ruta, y Garra de Tigre lo había vistocharlando con un viejo amigo, un gato doméstico;luego se lo contó a Estrella Azul, y ésta secuestionó la lealtad de Corazón de Fuego al clan.Sintió que el lomo se le empezaba a erizar. ¿Eraésa la forma que tenía el lugarteniente deinsinuarle que lo había visto hablando con

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Princesa?Corazón de Fuego giró la cabeza y se lamió el

lomo para alisarse el pelo con la lengua. Luegovolvió a sentarse bien erguido y sugirió con calma:

—Las Rocas Soleadas serían un lugar igual debueno para poner a prueba las dotes de losaprendices. Tal vez el sol haya disuelto algo de laniebla por allí.

—No —gruñó Garra de Tigre—. La patrullade la aurora ha encontrado olor del Clan del Ríoen las Rocas Soleadas. A lo mejor están volviendoa cazar por allí. —Sus ojos llamearon de ira, yentreabrió los labios para mostrar unos afiladoscolmillos—. Habrá que echarlos antes de entrenarmás en ese lugar. De momento, el pinar será másseguro para una evaluación.

Tormenta Blanca mostró su conformidadasintiendo, y Corazón de Fuego movió las orejasnerviosamente al oír las noticias. ¡El Clan del Ríoen las Rocas Soleadas! Qué suerte que no los

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hubiese visto una patrulla cuando Látigo Gris secayó al río.

—Y con respecto a la niebla —prosiguió ellugarteniente como si nada—, cazar encondiciones difíciles puede hacer más interesantela prueba.

—Muy bien, Garra de Tigre —maulló Corazónde Fuego, bajando respetuosamente la cabeza antelos dos guerreros—. Se lo diré a Carbonilla yFronde. Empezaremos de inmediato.

Cuando les explicó lo de la evaluación a losaprendices, Carbonilla irguió la cola y corrió encírculos, muy emocionada.

—¡Una evaluación! ¿Crees que estamospreparados?

—Por supuesto —respondió el joven mentor,ocultando sus dudas—. Habéis estado trabajandoduro y aprendiendo rápido.

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—Pero ¿la niebla no hará más difícil cazar? —preguntó Fronde.

—Hay ventajas en la quietud del aire —respondió Corazón de Fuego.

Fronde pareció pensativo, pero sus ojosempezaron a brillar.

—Costará más captar el olor de las presas,pero a las presas también les costará más captarnuestro olor —razonó.

—Exacto —aprobó Corazón de Fuego.—¿Nos vamos ya? —preguntó Carbonilla.—En cuanto queráis. Pero tomaos vuestro

tiempo; esto no es una carrera… —Sus palabrascayeron en saco roto con la aprendiza, que ya ibadisparada hacia la salida del campamento—.¡Tenéis hasta la puesta de sol! —le dijo a gritos.

Fronde le lanzó una mirada y se dispuso aseguir a su hermana con un pequeño suspiro.

Corazón de Fuego localizó a los dosaprendices a través del pinar; la elástica capa de

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agujas de pino resultaba extrañamente blanda bajoel suelo congelado del bosque. Siguió el rastro deCarbonilla hasta que la vio acechandoansiosamente entre los árboles, luego detectó elolor de Fronde y fue tras él. Los rastros olorososse cruzaban aquí y allá. Él podía captar dóndehabían corrido los aprendices, dónde se habíansentado, incluso dónde habían estado juntos en unaocasión.

No tardó en encontrar un sitio dondeCarbonilla había hecho una captura. Se la habíallevado con ella; al seguir el rastro, notó el olor dela presa mezclado con el de la gata. Luegodescubrió dónde Fronde había atrapado un tordo.Había plumas esparcidas por todas partes. Losaprendices estaban cazando bien. Corazón deFuego lo supo con certeza cuando captó un fuertearoma a carne fresca. Escarbando entre las agujasde pino al pie de un árbol, descubrió unas presasescondidas debajo; Carbonilla las había dejado

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allí para recogerlas más tarde. El mentor sintió unaoleada de orgullo ante su trabajo. La aprendizahabía cazado mucho, y ahora se dirigía al robledalque había detrás de las viviendas de Dos Patas.

La siguió. Justo más allá del límite del pinar,captó el olor de Fronde. Era muy fuerte, lo quesignificaba que el aprendiz andaba cerca. Avanzósigilosamente y se asomó tras un roble joven.Fronde estaba agazapado bajo un zarzal enredado,bien camuflado entre las sombras. Corazón deFuego sólo podía ver su cola, moviéndose de unlado a otro.

Fronde tenía los ojos clavados en un ratón decampo que correteaba alrededor de las raíces deun árbol. Estaba tomándose su tiempo. «Bien»,pensó el guerrero. Observó cómo el aprendizavanzaba lentamente, adelantando una pata cadavez. Las hojas que pisaba apenas emitían sonido.Fronde era tan silencioso como el propio ratón,que continuaba buscando comida sin sospechar

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nada. Corazón de Fuego lo observó conteniendo larespiración, y recordó su primera misión de caza.

Fronde se fue acercando. El leve roce de suszarpas sobre las hojas se confundía con lossonidos del bosque, y Corazón de Fuego seencontró animándolo mentalmente. El aprendiz yaestaba a un conejo de distancia del ratón, con elcuerpo pegado al suelo forestal, cuando el roedorsubió corriendo a una raíz y miró alrededor. Sequedó paralizado. Algo iba mal.

«¡Ahora!», pensó Corazón de Fuego. Frondedio un salto y cayó sobre el roedor, aferrándolocon las zarpas delanteras. El ratón no tuvo tiempode debatirse y el aprendiz acabó con él de un solomordisco.

Fronde levantó la cabeza y Corazón de Fuegopudo ver su cara de satisfacción mientras aspirabael aroma de su presa. Cuando se alejó corriendoentre los árboles, el mentor tuvo ganas de correr ainformar a Garra de Tigre sobre sus aprendices.

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—¡Hola!La vocecilla le hizo dar un brinco y se volvió

de golpe.—¿Cómo lo estamos haciendo? —preguntó

Carbonilla, mirándolo con la cabeza ladeada.—¡Se supone que no debes preguntar esas

cosas! —bufó Corazón de Fuego, y se lamió elpelo erizado—. No puedes hablar conmigo. Teestoy evaluando, ¿recuerdas?

—Oh —maulló la aprendiza—. Lo lamento.Corazón de Fuego suspiró. Él jamás se habría

atrevido a acercarse a Garra de Tigre durante suevaluación. No quería que Carbonilla loobedeciera por miedo, como había hecho Garra deTigre con Cuervo, pero no le importaría que lemostrara un poco de respeto de vez en cuando. Enocasiones no se sentía mentor en absoluto.

La gata miró un momento al suelo y levantó lavista hacia él con expresión confundida.

—¿Es verdad que naciste cerca de aquí, en una

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casa de Dos Patas? —maulló.La pregunta lo pilló desprevenido. Lanzó una

mirada nerviosa hacia la valla de Dos Patas,esperando que el olor desconocido de Carbonillay Fronde mantuviera a Princesa dentro de sujardín.

—¿Por qué lo preguntas? —replicó, evitandoresponder.

—Garra de Tigre lo mencionó, eso es todo.Parecía sinceramente curiosa, pero él sintió un

pálpito oscuro y amenazador al oír el nombre dellugarteniente. ¿Qué más le habría estado contandoa Carbonilla sobre él?

—Nací como gato doméstico —admitió confirmeza—. Pero ahora soy un guerrero. Mi vidaestá con el clan. Mi antigua vida no era mala, perose terminó, y me alegro por ello.

—Ah, vale —maulló la aprendiza condespreocupación—. ¡Nos vemos luego! —Diomedia vuelta y salió corriendo entre los árboles.

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El joven se quedó solo en la arboleda, y elcorazón le latió con fuerza al mirar hacia la vallade Dos Patas. Una luna atrás, sus palabras aCarbonilla —que se alegraba de que su antiguavida hubiese terminado— habrían sidoabsolutamente ciertas. Ahora ya no estaba tanseguro. Sintió un estremecimiento ante la certezade que, últimamente, algunos de sus momentos másfelices los había vivido intercambiando recuerdoscon su dulce hermana, una gata doméstica.

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13

Cuando el sol empezó a ponerse en el bosque,Corazón de Fuego estaba esperando junto al pinodonde Carbonilla había enterrado su primer lotede presas. Oyó pisadas, y al volverse vio que losdos aprendices se dirigían hacia él. Ambos traíanpiezas colgando de la boca. Fronde apenas podíacon la suya, de tan grande que era. El mentor sintióuna oleada de alivio, ni siquiera Garra de Tigrepodría criticar los esfuerzos de los aprendices.

—Os ayudaré a cargar con esto —se ofreció,retirando la capa de agujas de pino del escondrijode Carbonilla.

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Desenterró las capturas, las tomó entre losdientes y se encaminó de vuelta al campamento.

Cuando llegaron al claro del campamento,algunos gatos ya estaban recogiendo su parte delmontón de carne fresca. Garra de Tigre debía deestar aguardando su regreso, pues se les acercó encuanto dejaron sus presas al lado del resto.

—¿Han cazado todo esto ellos solos? —inquirió, empujando la pila de piezas con suenorme zarpa.

—Por supuesto —respondió Corazón deFuego.

—Bien. Ven a reunirte conmigo y con EstrellaAzul. Tráete algo de carne; nosotros ya estamoscomiendo.

Los aprendices contemplaron a Corazón deFuego con admiración: era un privilegio comercon la líder y su lugarteniente. Sin embargo, eljoven guerrero no compartía su emoción, pueshabía esperado poder informar a solas a Estrella

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Azul. Lo último que deseaba era comer junto conGarra de Tigre.

—Por cierto, ¿has visto a Látigo Gris? —preguntó el lugarteniente—. Se supone que debepermanecer en el campamento mientras estéresfriado, pero no lo he visto desde que el solestaba en lo más alto.

Corazón de Fuego sintió cierta inquietud ymovió las patas. ¿Látigo Gris habría ido de nuevoen busca de paz y tranquilidad?

—No, no lo he visto —admitió—. A lo mejorestá con Fauces Amarillas.

—A lo mejor —repitió Garra de Tigre, y semarchó a donde estaba Estrella Azul, comiéndoseuna rolliza paloma.

Corazón de Fuego lo siguió, tratando desofocar su creciente inquietud por lasdesapariciones de Látigo Gris. Había escogido unpequeño pinzón al pasar ante el montón de carnefresca, pero deseó haber elegido un campañol.

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¿Cómo iba a dar su informe con la boca llena deplumas?

—Bienvenido, Corazón de Fuego —lo saludóEstrella Azul cuando se sentó delante de ella.

El joven dejó el pinzón en el suelo, perodecidió no empezar a comer.

—Garra de Tigre dice que tus aprendices hanatrapado muchas piezas —maulló la líder conmirada amistosa.

Sentado junto a ella, Garra de Tigre lo miró deun modo más severo y crítico, y Corazón de Fuegosacudió la cola instintivamente.

—Sí. Nunca habían cazado con niebla, peroeso no los ha amilanado —explicó—. Heobservado cómo Fronde capturaba un ratón decampo. Su técnica de acechar es excelente.

—Y ¿qué hay de Carbonilla? —preguntóEstrella Azul.

El joven advirtió un destello acerado en losojos de la gata. ¿Estaba preocupada por las

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capacidades de su aprendiza?—Sus habilidades cazadoras están

progresando bien —respondió—. Posee muchoentusiasmo, eso es indudable, y no parece tenerlemiedo a nada.

—¿No te preocupa que eso pueda volverlatemeraria?

—Es rápida e inquisitiva, lo que la convierteen buena alumna. Creo que eso compensará su…su ansiedad —declaró, tras buscar frenéticamentela palabra correcta.

Estrella Azul agitó la cola.—Su ansiedad, como tú lo llamas, me inquieta

—maulló, lanzando una mirada a Garra de Tigre—. Carbonilla necesitará una orientacióncuidadosa en su entrenamiento.

Corazón de Fuego se sintió desmoralizado.¿Estrella Azul estaba descontenta con su trabajocomo mentor?

Los ojos de la líder se suavizaron.

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—Siempre he sabido que Carbonilla iba asuponer un desafío. Pero es evidente que se estáconvirtiendo en una gran cazadora. Has hecho unbuen trabajo con ella, Corazón de Fuego. Con losdos aprendices, en realidad. —El joven se animóde inmediato, y la líder continuó—: He advertidoque te has encargado del entrenamiento de Frondesin que nadie te lo pidiera. Quiero que por ahorasigas siendo el mentor de ambos hermanos.

Garra de Tigre apartó la mirada, pero aCorazón de Fuego no se le escapó la furia quedestellaba en sus ojos.

—Gracias, Estrella Azul —maulló.—Parece que tu amigo perdido ha regresado

—gruñó el lugarteniente sin volver la cabeza.Corazón de Fuego se volvió y vio que Látigo

Gris aparecía por detrás de la maternidad.—Probablemente había ido a buscar algo de

tranquilidad —sugirió—. Sigue teniendo fiebre, yno debe de ser fácil pasarse el día metido en el

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campamento.—Fácil o no, debería concentrarse en ponerse

mejor —replicó Garra de Tigre—. La estación sinhojas no es tiempo para la enfermedad en elcampamento. Musaraña iba tosiendo en la patrullade esta mañana. Espero que el Clan Estelar nosproteja de la neumonía esta estación. El añopasado perdimos cinco cachorros.

Estrella Azul asintió solemnemente.—Roguemos que esta estación sin hojas no sea

tan larga ni tan dura. Nunca es una buena épocapara los clanes. —Pareció pensativa un momento,y añadió a Corazón de Fuego—: Toma ese pinzóny ve a comértelo con Látigo Gris. Querrá sabercómo le ha ido a su aprendiz en la evaluación.

—Muy bien. Gracias —maulló el joven.Agarró el pinzón y se encaminó a la mata de

ortigas, donde Látigo Gris se había acomodadocon un gran ratón. Su amigo se había zampado lamitad cuando él llegó; quizá su resfriado iba

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mejorando.Cuando dejó el pinzón junto a Látigo Gris, éste

estornudó.—¿El resfriado no va mejor?—No —contestó el guerrero gris—. Supongo

que tendré que quedarme en el campamento unpoco más.

Corazón de Fuego pensó que sonaba másalegre que antes, pero no quería revelar sucreciente sospecha de que se traía algo entremanos.

—En la evaluación de hoy, Fronde lo ha hechomuy bien —dijo.

—¿En serio? —repuso Látigo Gris, y dio otromordisco al ratón—. Eso es estupendo.

—Sí, es un gran cazador. —Y empezó acomerse el pinzón—. Látigo Gris —maulló tras unlargo silencio—, ¿has salido del campamento enlos últimos días?

El guerrero gris dejó de comer.

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—¿Por qué lo preguntas?Su amigo agitó la cola, incómodo.—Bueno, no estabas aquí cuando volví de la

última patrulla nocturna, y Garra de Tigre dice quehoy no te ha visto desde que el sol estaba en lomás alto.

—¿Garra de Tigre? —Pareció preocuparse.—Le he dicho que probablemente habrías ido

a buscar algo de tranquilidad, o que a lo mejorestabas con Fauces Amarillas —maulló Corazónde Fuego, y dio otro mordisco al pinzón—. ¿Teníarazón? —preguntó con plumas en la boca,deseando que la respuesta fuera sí y terminasen lassospechas.

Pero su amigo pasó por alto su pregunta y dijo:—Bueno, gracias por cubrirme.Y siguió comiendo.Corazón de Fuego no le hizo más preguntas,

aunque ardía de curiosidad. Cuando Látigo Gris selevantó y anunció que se marchaba al dormitorio,

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él seguía sin saber en qué andaba enredado suamigo.

—De acuerdo —maulló—. Creo que mequedaré aquí un poco más.

Látigo Gris asintió levemente y se marchó.Corazón de Fuego se tumbó de espaldas para

estirarse cuan largo era, arañando el suelo porencima de su cabeza, y se quedó un rato bocaarriba, pensando. Por cómo olía, Látigo Gris sehabía lavado a fondo hacía poco. ¿Acaso intentabaocultar algún olor? Entonces cayó en la cuenta deque su amigo prácticamente había admitido haberestado fuera del campamento. Pero ¿adónde habríaido que no podía, o no quería, contárselo? Derepente sintió un picor en las patas: y ¿qué pasabacon sus propias visitas a Princesa? Y en territoriode Dos Patas, ¡nada menos! Él también se lavabameticulosamente antes de volver al campamento, yjamás le mencionaba los encuentros a Látigo Gris.

Rodó sobre sí mismo y se sentó. Tenía algo

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enganchado en una de las garras. Levantó la pata ytiró con los dientes. Era un amento de sauce, viejoy marchito, pero un amento sin ninguna duda. ¿Quéestaba haciendo allí? En la parte forestal del Clandel Trueno no había sauces… De hecho, losúnicos sauces que había visto en su vida crecíancerca del río, en territorio del Clan del Río.Contuvo la respiración, y el corazón empezó amartillearle. ¿Aquel amento habría llegado en elpelaje de Látigo Gris?

Cuando entró silenciosamente en la guarida delos guerreros, Látigo Gris ya estaba dormido. Seacostó a su lado, preguntándose si de verdad suamigo habría sido tan insensato como para volvera tierras del Clan del Río. La expresión en los ojosde Leopardina tras la muerte de Garra Blancahabía dejado claro que quedaba una cuentapendiente. Corazón de Fuego se estremeció ydecidió averiguar adónde iba Látigo Gris y porqué.

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Cuando se despertó, la guarida estaba húmeda yhelada. Olfateó el aire, que le indicó que seavecinaba lluvia. Salió al claro bostezando. Nohabía dormido bien, preocupado por Látigo Gris.Únicamente con pensar en su amigo solo enterritorio del Clan del Río, lo recorrió unescalofrío.

—Hace frío, ¿verdad? —lo sobresaltó la vozde Viento Veloz.

Miró por encima del hombro sacudiendo lacola. El delgado guerrero atigrado estaba saliendodel dormitorio.

—Ah, sí —coincidió.—¿Te encuentras bien? No habrás pillado el

resfriado de tu amigo, ¿eh? Está mañana Musarañaestaba moqueando, y ayer Rabo Largo y ZarpaRauda se pasaron todo el entrenamientoestornudando.

Corazón de Fuego negó con la cabeza.

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—Estoy bien. Sólo me encuentro un pococansado tras la evaluación de ayer.

—Ah. Estrella Azul pensaba que quizá loestuvieras. Por eso me pidió que hoy te ayudaracon el entrenamiento de Carbonilla y Fronde. ¿Teparece bien?

—Sí, gracias.—Entonces perfecto. Me reuniré contigo en la

hondonada después de comer algo. Si Zarpa Raudaha enfermado, tendremos todo el sitio paranosotros. ¿Tienes hambre?

El joven negó con la cabeza, y Viento Veloz semarchó a rebuscar entre las sobras de la caza de lanoche anterior.

Corazón de Fuego fue derecho a la hondonadaarenosa y esperó a que llegaran los otros. No teníala mente puesta en el entrenamiento; seguíapensando en Látigo Gris. Estaba convencido deque su amigo volvería a escaparse delcampamento.

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Un viento húmedo empezó a agitar las ramassin hojas que colgaban sobre la hondonada cuandoaparecieron Carbonilla y Fronde, seguidos deViento Veloz.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntóCarbonilla, bajando a toda prisa a la hondonada.

Corazón de Fuego se quedó mirándola, enblanco. Aún no había pensado en eso.

—¿Cazar? —maulló Fronde esperanzado,corriendo detrás de su hermana.

Viento Veloz cruzó la hondonada y se les unió.—¿Qué tal si practicamos algunas técnicas de

acecho? —propuso.—Buena idea —aprobó Corazón de Fuego.—¿No será otra vez esa lección tan rollo de

«el conejo te oye y el ratón te siente»? —protestóCarbonilla.

Viento Veloz la hizo callar con una mirada y sevolvió hacia Corazón de Fuego. Con un respingo,éste se dio cuenta de que Viento Veloz estaba

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esperando a que empezara.—Eh… comenzaré mostrándoos la mejor

manera de… de acechar un conejo —balbuceó.Se agachó y empezó a avanzar, rápido y ligero,

hasta llegar al final de la hondonada. Allí seincorporó, pero al volverse vio que los tres gatoslo miraban burlonamente.

—¿Estás seguro de que eso engañaría a unconejo? —maulló Carbonilla, con un temblor derisa en los bigotes.

Corazón de Fuego se sintió confundido unosmomentos, hasta que cayó en la cuenta de queacababa de demostrar su mejor técnica de acechopara pájaros. Un conejo habría oído el roce delpelo entre la maleza a tres zorros de distancia.

Abochornado, miró a Viento Veloz. Elguerrero atigrado arrugó el entrecejo y dijo:

—¿Qué os parece si os enseño cómo acercarsesigilosamente a una musaraña?

Carbonilla clavó su brillante mirada en Viento

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Veloz. Corazón de Fuego suspiró y se dispuso aobservar.

Para cuando el sol llegó a lo más alto, leseguía costando concentrarse en la sesión deentrenamiento. No dejaba de imaginarse a LátigoGris escabulléndose del campamento, y se moríade ganas de seguirlo. Al final, su intranquilidadpudo con él. Se acercó a Viento Veloz y le susurróal oído:

—Me duele la barriga. ¿Puedes encargarte delentrenamiento lo que queda de día? Quiero ver siFauces Amarillas me da algún remedio.

—Ya decía yo que parecías un poco distraído—contestó el atigrado—. Vuelve al campamento.Yo me llevaré a estos dos de caza.

—Gracias, Viento Veloz —maulló Corazón deFuego, sintiendo cierta vergüenza de que elguerrero le hubiese creído tan fácilmente.

Atravesó la hondonada cojeando, para quepareciese que se sentía mal. En cuanto estuvo a

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salvo entre los árboles, echó a correr y regresódisparado al campamento. Al volver el díaanterior, Látigo Gris había aparecido por detrás dela maternidad. Corazón de Fuego sabía porexperiencia que aquél era el mejor lugar paraabandonar los límites del campamento sin quenadie lo notara. Era allí por donde FaucesAmarillas había escapado cuando el clan sospechóde la vieja curandera por la muerte de Jaspeada.

Rodeó la parte externa del campamento yolfateó el muro de helechos. Dio un respingocuando captó la esencia de Látigo Gris. Eraindudable que su amigo había salido a hurtadillaspor allí, y a menudo, por cómo olía. Por lo menosel olor no era reciente, lo que significaba que esedía no había pasado.

Se agazapó detrás de un árbol cercano y sepuso cómodo para esperar. El bosque se fueoscureciendo cada vez más conforme el cieloempezaba a cubrirse de nubes de tormenta. Las

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sombras ocultaban a Corazón de Fuego a laperfección, y se aseguró de situarse de cara alviento para que Látigo Gris no lo detectara. Ahorasí que le dolía la barriga, tensa de culpabilidad yaprensión. Casi esperaba que su amigo noapareciera ese día, o que lo guiase a algún sitiotranquilo dentro de las fronteras del clan.

Le dio un vuelco el corazón cuando oyó unruido en la pared de helechos. Una nariz grisestaba abriéndose paso entre las frondas. Corazónde Fuego agachó la cabeza mientras su amigomiraba alrededor cautelosamente. Tras unosmomentos, el joven guerrero gris se puso enmarcha en dirección a la hondonada deentrenamiento.

Corazón de Fuego sintió una leve esperanza.Quizá Látigo Gris estaba mejor de su resfriado yhabía decidido unirse a la sesión de entrenamiento.Echó a andar detrás de él, manteniendo unadistancia segura, fiándose más del olfato que de la

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vista para localizarlo.Pero cuando el rastro se desvió del sendero

que llevaba a la hondonada, Corazón de Fuegosupo que sus esperanzas habían sido en vano. Conuna terrible sensación de amenaza, vio másadelante la peculiar ladera de roca gris, entre losárboles: las Rocas Soleadas. Irguió las orejas yabrió la boca, saboreando la brisa en busca delolor de gatos enemigos. Al borde de los árboles,vislumbró a un gato gris de anchos omóplatos quepasaba ante las rocas en dirección a la frontera delClan del Río. No había duda de adónde seencaminaba Látigo Gris.

En cuanto su amigo estuvo fuera de la vista,Corazón de Fuego se adelantó para mirar la cuestaque llevaba al río. Por el movimiento de lamaleza, pudo adivinar dónde estaba Látigo Gris.Sólo esperaba que no hubiera patrullas del Clandel Río vigilando también.

Descendió entre las frondas. El río ya no

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estaba congelado; podía oír cómo el agua lamía laorilla y chapoteaba sobre las piedras. Aminoró elpaso al llegar al final de los helechos y atisbó elespacio abierto.

Látigo Gris estaba sentado sobre los guijarros.Miraba alrededor con las orejas erguidas, pero,por la postura relajada de sus omóplatos, Corazónde Fuego supo que no estaba buscando presas.

En la distancia sonó una extraña llamadafelina. ¿Una patrulla del Clan del Río? A Corazónde Fuego se le erizó el pelo y se le tensaron losmúsculos instintivamente, pero Látigo Gris no semovió. Entonces se oyó un susurro entre loshelechos del extremo opuesto del río. Látigo Griscontinuó donde estaba. Corazón de Fuego contuvola respiración cuando apareció una cabeza en laorilla más lejana. Sin hacer apenas ruido, una gatagris surgió de la vegetación y se metió en el río.Corazón de Fuego sintió que se le paraba elcorazón. ¡Era Corriente Plateada, la gata que había

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rescatado a su amigo!Ella cruzó el río sin ninguna dificultad. Látigo

Gris se levantó y maulló encantado, pisoteando losguijarros de expectación. Con la cola bien erguida,fue al borde del agua cuando la gata salió a laribera.

Corriente Plateada se sacudió el agua delpelaje, y los dos gatos grises entrechocaron lanariz delicadamente. Él frotó el hocico contra lamandíbula de ella, que alzó la cabeza con alegría.Luego se puso de puntillas y enroscó su esbeltocuerpo alrededor de Látigo Gris. El joven guerrerono parecía nada molesto por mojarse, puesronroneó tan fuerte que Corazón de Fuego lo oyómientras Corriente Plateada presionaba su pelajeempapado contra él.

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A Corazón de Fuego se le erizó el lomo deespanto. ¿Cómo podía ser tan estúpido LátigoGris? Estaba quebrantando todas las normas delcódigo guerrero al reunirse con aquella gata deotro clan.

—¡Látigo Gris! —bufó, saliendo de entre losarbustos.

Los dos gatos grises se volvieron de golpepara enfrentarse a él. Corriente Plateada agachólas orejas de furia. Látigo Gris se limitó a mirarlofijamente, sorprendido.

—¡Me has seguido!

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Corazón de Fuego pasó por alto su maullido deasombro.

—¿Qué estás haciendo? ¿Es que no sabes lopeligroso que es esto?

—No pasa nada —respondió CorrientePlateada—. No vendrá otra patrulla por aquí hastala puesta de sol.

—Claro, y tú estás segura de eso, ¿no? ¡Comosi pudieras saber todos los movimientos de tuclan!

Corriente Plateada levantó la barbilla.—De hecho, lo sé. Mi padre es Estrella

Doblada, el líder del Clan del Río.Corazón de Fuego se quedó paralizado, y luego

le espetó a Látigo Gris:—¿A qué estás jugando? No podrías haber

elegido peor.Su amigo lo miró a los ojos un instante, y

después se volvió hacia Corriente Plateada.—Será mejor que me vaya —maulló.

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Ella parpadeó despacio y alargó la cabezapara tocarle la mejilla. Los dos cerraron los ojos ypermanecieron inmóviles un momento. Corazón deFuego los observó con un hormigueo de alarma enlas zarpas. Corriente Plateada susurró algo al oídode Látigo Gris, y luego se separaron. La gata alzóla cabeza y miró desafiante a Corazón de Fuegoantes de volver a meterse en el río.

Látigo Gris se puso en marcha al lado de suamigo. No hablaron mientras salían corriendo delterritorio del Clan del Río y dejaban atrás lasRocas Soleadas. Al acercarse al campamento,Látigo Gris redujo el paso.

Corazón de Fuego también bajó el ritmo.—Tienes que dejar de verla —dijo resollando.

Ahora que estaban lejos de la frontera su pánicohabía disminuido, pero seguía furioso.

—No puedo —replicó su amigo con voz ronca.Tosió entre jadeos.

—No lo comprendo. En estos momentos, el

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Clan del Río es completamente hostil al nuestro.Ya oíste a Leopardina tras la muerte de GarraBlanca —añadió con una mueca, sabiendo que aLátigo Gris le dolería ese recordatorio—. ¿Cómosabes siquiera que puedes confiar en esa gata?

—No conoces a Corriente Plateada —bufó, yse detuvo para sentarse. Tenía los ojos vidriososde pesar—. Y no hace falta que me recuerdes lo deGarra Blanca. ¿Crees que me resulta fácil saberque soy el responsable de la muerte de uno de loscompañeros de clan de Corriente Plateada?

Corazón de Fuego resopló con impaciencia;Garra Blanca era un guerrero enemigo, no uncompañero de clan. Pero Látigo Gris continuó:

—Corriente Plateada comprende que fue unaccidente. La quebrada no era sitio para unabatalla. ¡Podría haber caído cualquier gato!

Corazón de Fuego se puso a dar vueltas cuandosu amigo empezó a lamerse para eliminar el aromade la gata de su pelaje.

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—¡No importa lo que piense CorrientePlateada! ¿Qué pasa con tu lealtad al Clan delTrueno? —quiso saber—. ¡Estás quebrantando elcódigo guerrero al verte con ella!

Látigo Gris dejó de lavarse.—¿Crees que no lo sé? —siseó—. ¿Acaso

dudas de mi lealtad al clan?—¿Qué voy a pensar si no? No puedes ver a

Corriente Plateada sin mentirle al clan. ¿Y situviéramos que luchar contra su clan? ¿Haspensado en eso?

—Te preocupas demasiado. Eso no sucederá.Ahora que Estrella Rota se ha ido y el Clan delViento ha regresado a casa, los clanes estarán enpaz.

—Pues el Clan del Río no parece estaractuando muy pacíficamente —señaló Corazón deFuego—. Ya sabes que han estado cazando en lasRocas Soleadas, que son territorio nuestro.

—Han estado cazando en las Rocas Soleadas

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desde antes de que yo naciera —se burló LátigoGris, retorciéndose para lavarse la base de lacola.

Corazón de Fuego continuó paseándose. Suamigo parecía no comprender lo que estabahaciendo.

—Vale. ¿Y si te atrapa una patrulla?—Corriente Plateada no permitirá que eso

ocurra —respondió su amigo entre lametones a supoblada cola.

—Por el amor del Clan Estelar, ¿es que noestás ni un poquito preocupado? —estalló Corazónde Fuego, exasperado.

Látigo Gris dejó de lavarse y miró a su amigo.—No lo entiendes, ¿verdad? El Clan Estelar

debió de planear esto. Mira, Corriente Plateadaquiere verme… incluso después de lo que le pasóa Garra Blanca. Compartimos los mismospensamientos; es como si hubiéramos nacido en elmismo clan.

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Corazón de Fuego lo dio por irrecuperable.—Vamos —maulló con voz espesa—. Será

mejor que regresemos al campamento antes de quealguien te eche de menos.

Látigo Gris se levantó. Hombro con hombro,avanzaron juntos hasta lo alto del barranco ymiraron hacia abajo, al campamento. Una sola idearesonaba en el cerebro de Corazón de Fuego:¿cómo podría Látigo Gris amar a la hija deEstrella Doblada y permanecer fiel al Clan delTrueno?

Lanzó una mirada a su amigo, y empezaron abajar la pendiente que los llevaba a casa. Entraronen el campamento por el mismo lugar que habíansalido. Corazón de Fuego contuvo la respiraciónmientras se abría paso por el muro vegetal,enfadado con Látigo Gris por tener que actuarcomo un furtivo. Le dio un vuelco el corazóncuando, al doblar la esquina de la maternidad,vieron que Tormenta Blanca se dirigía hacia ellos.

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—Látigo Gris, deberías estar descansando envez de dando vueltas por ahí —advirtió elguerrero—. Ese catarro tuyo ya ha empezado apropagarse. ¡No queremos que llegue a lamaternidad!

Látigo Gris asintió y se encaminó a la guaridade los guerreros. Corazón de Fuego sacudió lasorejas de nerviosismo cuando Tormenta Blanca sevolvió hacia él.

—¿Y tú? ¿No deberías estar entrenando a tusaprendices?

—He vuelto para que Fauces Amarillas me déalgo para el dolor de barriga —masculló.

—Bien, pues ve a verla —repuso TormentaBlanca—. Y en cuanto hayas acabado, haz algoútil y caza algo de carne fresca. Estamos en laestación sin hojas; ¡no podemos tener guerrerosjóvenes haraganeando por el campamento sinhacer nada!

—Sí, Tormenta Blanca.

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Dio media vuelta, aliviado por librarse de máspreguntas, y corrió al refugio de Fauces Amarillas.

La vieja curandera estaba atareada mezclandohierbas. Tenía varios montones de hojas delante.El joven se quedó observándola un momento sinhablar. Se sentía triste, agotado tras la discusióncon Látigo Gris, y no pudo evitar pensar que ojaláestuviese allí Jaspeada mezclando hierbas, enlugar de Fauces Amarillas.

La curandera levantó la vista.—Mis reservas están disminuyendo —dijo—.

Quizá necesite ayuda para reabastecerme.Corazón de Fuego no contestó. Estaba

preguntándose si debería confiarle sus inquietudessobre Látigo Gris cuando ella interrumpió suspensamientos.

—Parece que en el campamento hay gripe —gruñó la gata, empujando con impaciencia una hojaseca—. Dos casos esta mañana.

—¿Zarpa Rauda?

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La vieja curandera negó con la cabeza.—Zarpa Rauda sólo está resfriado. Se trata del

cachorro de Cola Pintada y de Centón. Demomento no es grave, pero debemos concentrarnosen fortalecer al clan. La estación sin hojas siempretrae la amenaza de la neumonía.

Corazón de Fuego comprendió la preocupaciónde Fauces Amarillas. Ella volvió a alzar lamirada.

—¿Qué quieres?—Oh, nada; sólo tengo dolor de barriga, pero

no importa si estás ocupada.—¿Es muy fuerte?—No —admitió el joven guerrero, incapaz de

mirarla a los ojos.—Pues entonces vuelve cuando lo sea.La curandera continuó con sus mezclas.

Corazón de Fuego se volvió para marcharse, peroFauces Amarillas le dijo:

—Asegúrate de que Látigo Gris se queda en el

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dormitorio, ¿lo harás? Es un guerrero muy fuerte;si estuviera descansando, a estas alturas ya habríamejorado de su catarro.

Corazón de Fuego sacudió la colanerviosamente. ¿Había adivinado FaucesAmarillas que Látigo Gris estaba escapándose delcampamento? Esperó, con el corazón desbocado,por si la gata decía algo más, pero la vieja estabaconcentrada de nuevo en sus hierbas, de modo quese marchó en silencio.

Estaba oscureciendo y sabía que le quedabapoco tiempo para cazar. Atrapó rápidamente unamusaraña, un pinzón y un ratón, pero vaciló antesde regresar al campamento. Sus temores por LátigoGris se le antojaban más importantes que lo quepudiera decirle Tormenta Blanca si no añadía algoal montón de comida a tiempo. Tomó una decisión:si Látigo Gris no atendía a razones, quizá lohiciera Corriente Plateada.

Dejó sus presas bajo la raíz de un árbol y las

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cubrió con hojas. Por segunda vez en el mismo día,volvió a las Rocas Soleadas. La lluvia que habíaestado amenazando toda la jornada empezó a caerpor fin. El agua golpeaba firmemente los helechoscuando Corazón de Fuego bajó la oscura laderahacia el río.

Incluso con la lluvia, le resultó fácil encontrarel rastro de la gata. Lo siguió hasta donde habíadescubierto a la parejita. Se acercó a la orillasigilosamente. Las negras aguas corríanturbulentas, y Corazón de Fuego sintió unescalofrío. Su pelaje no contaba con la protecciónoleosa para el agua que tenían los gatos del Clandel Río, y la estación sin hojas no era una buenaépoca para remojones.

De repente, se quedó paralizado. ¡Olía aguerreros del Clan del Río!

Se agazapó para mirar a la otra ribera. Vio aCorriente Plateada abriéndose paso entre lasramas colgantes de un sauce. La seguían dos gatos

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de su clan. Uno de ellos, un guerrero de omóplatosenormes y las orejas destrozadas por mil batallas,olfateó el aire recelosamente y miró alrededor.

Corazón de Fuego sintió que la sangre le rugíaen los oídos. ¿Habría captado su olor?

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Con precaución, Corazón de Fuego retrocedióhasta los helechos. El guerrero había dejado deolisquear el aire, pero seguía mirando alrededor.

Corazón de Fuego se volvió, todavíaagazapado, y empezó a alejarse en silencio. Oyóun leve chapoteo a su espalda. Un gato se habíametido en el río. Miró por encima del hombro, através de los helechos, y vio una cabeza gris quenadaba en su dirección. ¡Corriente Plateada!¿Adónde habrían ido los otros dos guerreros? Diouna vuelta sobre sí mismo, paladeando el aire conla boca abierta. Ni rastro de ellos. Debían de

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haberse marchado. Volvió a mirar a CorrientePlateada, que estaba cruzando el ríodecididamente. Durante un momento se preguntó siaquello sería una trampa, si debería salircorriendo, pero su preocupación por Látigo Grislo hizo quedarse.

La atigrada gris saltó a la orilla y siseóquedamente:

—Corazón de Fuego, sé que estás ahí. ¡Puedoolerte! Tranquilo; Pedrizo y Zarpa Oscura se hanido.

El joven guerrero no se movió.—Corazón de Fuego, yo no permitiría que le

pasara nada al mejor amigo de Látigo Gris —insistió la gata con impaciencia—. ¡Créeme, por elamor del Clan Estelar!

El joven guerrero salió poco a poco de suescondrijo.

Corriente Plateada lo miró sin pestañear,sacudiendo la cola.

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—¿Qué estás haciendo aquí?—Estaba buscándote —susurró Corazón de

Fuego, penosamente consciente de que se hallabaen territorio enemigo.

La gata agitó las orejas, alarmada.—¿Látigo Gris se encuentra bien? ¿Ha

empeorado su catarro?A Corazón de Fuego lo irritó aquella reacción.

No quería saber cuánto se preocupaba aquella gatapor su mejor amigo.

—¡Látigo Gris está bien! —gruñó; la furiabarrió toda cautela—. Pero ¡no lo estará sicontinúa viéndote!

A Corriente Plateada se le erizó el pelo.—¡No permitiré que a Látigo Gris le suceda

nada malo!—Oh, ¿en serio? —se burló Corazón de Fuego

—. Y ¿qué podrías hacer para protegerlo?—Soy la hija del líder del clan.—¿Acaso eso te da el poder de controlar a los

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guerreros de tu padre? ¡Si apenas has dejado deser una aprendiza!

—¡Igual que tú! —bufó ella indignada.—Sí, es cierto —admitió Corazón de Fuego—.

Y por esa razón no estoy seguro de que puedasproteger a Látigo Gris de la ira de su propioclan… o del tuyo si descubren que os estáisviendo.

La bonita gata intentó fulminarlo con la mirada,pero los ojos se le empañaron de emoción.

—No puedo dejar de verlo —maulló. La vozse le convirtió en un susurro—. Lo amo.

—Pero ¡es que la tensión que existe entrenuestros clanes ya es bastante mala! —El jovenestaba demasiado enfadado para sentir compasión—. Sabemos que el Clan del Río está cazando ennuestro territorio…

Los ojos de ella volvieron a brillar condesafío.

—¡Si el Clan del Trueno comprendiera el

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motivo, no les dolería lo que cazamos allí!—¿Y cuál es?—Mi clan pasa hambre. Nuestros cachorros

lloran porque sus madres no tienen leche. Losviejos están muriendo por falta de presas decentes.

Corazón de Fuego la miró confundido.—Pero tenéis el río —protestó.Todos los gatos sabían que los del Río

disfrutaban de las mejores capturas: peces del río,además de las presas que había en los campos y elbosque de su territorio.

—No es suficiente —afirmó CorrientePlateada—. Los Dos Patas han ocupado nuestroterritorio río abajo. Durante toda la estación de lahoja verde tuvieron instalado un campamento, y sequedaron allí mientras la pesca fue abundante.Para cuando se marcharon, la pesca era escasa. Y,para colmo, el daño que le han hecho al bosquehace difícil incluso encontrar presas terrestres.

Corazón de Fuego sintió una punzada de

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lástima a pesar de su furia. Pudo imaginar lo graveque debía de ser eso para el Clan del Río. Estabanacostumbrados a su rica dieta de pescado, ygracias a ella engordaban durante la estación de lahoja verde y podían resistir las duras lunas sinhojas. Observó a la gata con nuevos ojos, y reparóen que no estaba delgada, sino escuálida. Con elpelaje mojado y adherido al cuerpo, se lemarcaban las costillas. De pronto, el jovencomprendió la hostilidad de Estrella Doblada alplan de Estrella Azul en la Asamblea.

—¡Por eso no queríais que el Clan del Vientoregresara a su hogar!

—Los conejos corren por el páramo durantetodo el año —repuso Corriente Plateada—. Erannuestra única esperanza de soportar la estación sinhojas sin perder cachorros. —Sacudió la cabezalentamente antes de volver a mirar al joven.

—¿Látigo Gris sabe todo eso?Ella asintió. Corazón de Fuego la miró un

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momento, perplejo. No podía dejar que aquellossentimientos se interpusieran en las costumbres delcódigo guerrero… y su amigo tampoco podía.

—Sean cuales sean los problemas de tu clan,tienes que dejar de ver a Látigo Gris.

—No —respondió alzando la barbilla. Susojos centellearon—. ¿Qué daño puede hacernuestro amor?

Corazón de Fuego le sostuvo la mirada. Unescalofrío le recorrió el lomo cuando la lluviacaló su espeso pelaje.

De repente, Corriente Plateada bufó, haciendoque el joven diera un salto.

—Debes marcharte; se acerca una patrulla.Él oyó un leve susurro al otro lado del río.

Sería inútil —y peligroso— quedarse allí mástiempo. El ruido se iba aproximando. Sindespedirse, se internó en los helechos mojados yse dirigió a casa.

Fue corriendo a donde había escondido la

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caza, bajo un roble. A mitad de camino, el olorfresco de un Dos Patas lo detuvo y se acordó dePrincesa. Se preguntó si aún tendría tiempo de irhasta la zona de Dos Patas. Quería saber si suhermana ya había dado a luz, pero seguramentePrincesa estaría a salvo y refugiada en su casa deDos Patas, y el clan necesitaba carne fresca. Conuna punzada de inquietud, se dio cuenta de queLátigo Gris no era el único con lealtadesdivididas.

La lluvia empezó a gotearle por los bigotes.Sacudió la cabeza y siguió adelante.

El campamento estaba en silencio cuandollegó, pues los gatos se habían resguardado en susguaridas. Cruzó el embarrado claro y dejó su cazaen el montón. Tras tomar una pieza para él, seencaminó al dormitorio de los guerreros. Deninguna manera iba a comer fuera esa noche.

Para su alivio, Látigo Gris estaba dormitandocuando entró en la guarida. Su amigo podría

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recuperarse de verdad si no estuviese echándoseal bosque para ver a Corriente Plateada.

—Fauces Amarillas todavía no ha tomado suparte de comida —maulló Tormenta Blanca desdelas sombras—. Ha estado demasiado ocupada.Seguro que agradecería ese ratón que llevas en laboca.

Corazón de Fuego asintió y volvió a salir. SiFauces Amarillas estaba demasiado ocupada pararecoger su comida, eso debía de significar que laenfermedad estaba empeorando en el campamento.Cruzó el claro corriendo, y se detuvo sólo paratomar otro ratón de la pila antes de atravesardeprisa el túnel de helechos.

En el lindero del claro, en un lecho musgoso enmedio de los helechos, había un cachorro atigrado.Fauces Amarillas estaba inclinada sobre él,intentando convencerlo de que se comiese unashierbas. El cachorro gimoteaba lastimosamente,con los ojos y la nariz chorreando. Corazón de

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Fuego supuso que sería el pequeño con gripe.La curandera se volvió al oírlo llegar.—¿Uno de ésos es para mí? —preguntó,

mirando los ratones que Corazón de Fuego llevabaen la boca.

El joven guerrero asintió y los dejó en elsuelo.

—Gracias —maulló la curandera—. Ya queestás aquí, ¿por qué no tratas de persuadir a estegatito de que se tome su medicina?

Dicho esto, se acercó a los ratones,moviéndose rígidamente por su vieja herida en elomóplato, y empezó a comerse uno, hambrienta.

Corazón de Fuego se aproximó al cachorro,que lo miró abriendo la boquita con una tosdolorosa y ronca. Con delicadeza, empujó unahierba verde hacia él.

—Si quieres convertirte en guerrero, tendrásque acostumbrarte a tragar estas cosas tanhorribles —explicó—. Cuando vayas a la Piedra

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Lunar, tendrás que comer hierbas peores que éstas.El pequeño lo observó con perplejidad, con

ojos entornados.—Considéralo un entrenamiento —continuó

Corazón de Fuego—. Para cuando llegues a serguerrero.

El cachorro estiró el cuello y dio un mordiscoa modo de prueba.

Corazón de Fuego le dedicó un ronroneoalentador.

Fauces Amarillas apareció a su lado.—Bien hecho —maulló.Luego hizo un gesto con la nariz, y el joven

comprendió que quería hablar con él. La siguióhasta el refugio de la alta roca donde dormía. Lalluvia continuaba cayendo; la curandera teníaempapado y enmarañado el pelaje gris, yarrastraba la cola por el barro.

—Estrella Azul tiene gripe —le contó al jovencon semblante serio.

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—Pero la gripe no es muy grave, ¿verdad?Ella movió la cabeza.—La ha contraído muy deprisa, y la ha

afectado muchísimo.Corazón de Fuego sintió que se le contraía el

estómago al recordar el menguante número devidas que le quedaban a la líder del clan.

—Le aconsejé que se mantuviera lejos de losgatos enfermos —prosiguió Fauces Amarillas—,pero ella quiso verlos. En estos momentos estádurmiendo en su guarida. Escarcha está con ella.

Al ver miedo en los ojos de la gata, sepreguntó si sabría la verdad sobre las vidas deEstrella Azul. Había dado por supuesto que él erael único gato del campamento al que la líder habíaconfiado su secreto. El resto del clan creía que lequedaban cuatro vidas, pero quizá los curanderospodían percibir esas cosas instintivamente.

Lo cierto era que si Estrella Azul perdía otravida, ya sólo le quedaría una más.

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16

Siguió lloviendo toda la noche y la mañanasiguiente. Pero cuando el sol llegó a lo más alto,las nubes empezaron a dispersarse. Sobre el clarodel campamento se había cernido un aire sombríomientras el clan aguardaba noticias de su líder.

Corazón de Fuego salió de un zarzal situadojunto al muro protector, donde se habíaresguardado desde el amanecer. Se aproximó alrefugio de Estrella Azul, a un lado de la Peña Alta.Del interior no llegaba ningún sonido. Al girarpara irse, tropezó con Sauce, que llevaba comida ala maternidad. La gata ladeó la cabeza y adivinó

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que el joven estaba esperando noticias sobreEstrella Azul.

—Me temo que no hay novedades —le dijoencogiéndose de hombros.

El joven guerrero había dado un día dedescanso a Carbonilla y Fronde, de modo que nohabría entrenamiento. Entonces vio a los hermanosdando vueltas delante del dormitorio de losaprendices, con aspecto de estar aburridos. Eraconsciente de que los había decepcionado, peroquería permanecer en el campamento mientrasEstrella Azul estuviese enferma. Por lo menosGarra de Tigre no estaba allí para criticar sudecisión. El gran lugarteniente había salido con lapatrulla del alba.

De repente se movió el liquen que colgaba antela guarida de Estrella Azul, y Escarcha salió atoda prisa. Cruzó el claro corriendo hacia elrefugio de la curandera, y reapareció al cabo deunos instantes seguida por la vieja gata.

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Corazón de Fuego alcanzó la guarida de lalíder justo cuando Escarcha y Fauces Amarillas seabrían paso a través del liquen. Se detuvo en laentrada y se sentó allí con el corazón desbocado.Escarcha se asomó.

—¿Qué problema hay? —preguntó el jovenguerrero con voz temblorosa.

Escarcha cerró los ojos.—Estrella Azul tiene neumonía —explicó

desolada—. Monta guardia y asegúrate de que noentra nadie —añadió antes de regresar al interior.

Corazón de Fuego se quedó paralizado de laimpresión. ¡Neumonía! Estrella Azul corría elpeligro real de perder una vida más.

Un estridente chillido del exterior le hizovolver la cabeza y mirar hacia el túnel de aulagas.Polvoroso llegó disparado y frenó en seco junto aCorazón de Fuego.

—Me envía Garra de Tigre —dijo resollando—. Tengo un mensaje para Estrella Azul.

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—Está enferma —contestó el joven guerrero—. No puedes entrar.

Polvoroso agitó la cola con impaciencia.—Garra de Tigre necesita verla en el Sendero

Atronador. Es muy urgente.—¿Qué sucede?Polvoroso lo fulminó con la mirada.—Garra de Tigre desea hablar con Estrella

Azul —repitió despectivamente—. ¡No con unminino casero que pretende ser guerrero!

Invadido por la furia, Corazón de Fuego sacólas uñas.

—Estrella Azul no puede abandonar elcampamento —gruñó, agachando las orejas ydesplazándose para bloquear la entrada a laguarida de su líder.

—Corazón de Fuego tiene razón —dijo a susespaldas la voz ronca de la curandera, que salíadel dormitorio de Estrella Azul.

Polvoroso se amilanó ante la mirada naranja

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de la vieja gata.—Garra de Tigre ha encontrado pruebas de la

presencia de guerreros del Clan de la Sombra ennuestro territorio —maulló el aprendiz—. ¡Haninvadido nuestros terrenos de caza!

Pese a su temor por Estrella Azul, Corazón deFuego enseñó los dientes de rabia. ¿Cómo seatrevían los del Clan de la Sombra? ¡Después detodo lo que habían hecho por ellos!

Pero a Fauces Amarillas no le interesaba elinforme de Polvoroso. La curandera se volvióhacia Corazón de Fuego.

—Dime, ¿sabes si hay nébeda dónde viven losDos Patas?

—¿Nébeda?—La necesito para Estrella Azul. Es una planta

que no utilizo desde hace lunas, pero creo que laayudará —explicó—. Tiene hojas suaves y unaroma irresistible…

Corazón de Fuego la interrumpió:

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—Sí, ¡sé dónde encontrar un poco! —Nunca lahabía visto en el bosque, pero de pequeño se habíarevolcado en ella en su hogar de Dos Patas.

—Bien. Necesito tanta como puedas traer, ydeprisa.

—Y ¿qué pasa con Garra de Tigre? —quisosaber Polvoroso.

—¡Por ahora, Garra de Tigre tendrá queapañárselas por su cuenta! —le espetó FaucesAmarillas.

Carbonilla había estado observándolos desdeel tocón de árbol, y entonces se acercó.

—¿Con qué tendrá que apañárselas? —maullóemocionada.

Corazón de Fuego le ordenó que se callara conuna rápida sacudida de la cola.

Polvoroso hizo caso omiso de la aprendiza.—¡El Clan de la Sombra podría estar en

nuestro territorio en estos momentos! —bufó.A Carbonilla se le pusieron los ojos como

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platos, pero se mordió la lengua.La curandera se paró a pensar.—¿Dónde está Tormenta Blanca? —preguntó

al cabo.—Patrullando las Rocas Soleadas con

Arenisca y Musaraña —respondió Polvoroso.La gata asintió.—Con Estrella Azul enferma y Corazón de

Fuego en busca de la nébeda, no podemosarriesgarnos a mandar más guerreros fuera delcampamento. Si el Clan de la Sombra está ennuestro territorio, podrían atacarnos. Ya lo hanhecho antes —recordó ceñuda.

—Si me doy prisa en recoger la nébeda —intervino Corazón de Fuego—, podría ir después aver a Garra de Tigre y traerle su mensaje aEstrella Azul.

Los ojos de Polvoroso centellearon.—Pero Garra de Tigre quiere que Estrella

Azul vea las pruebas por sí misma. ¡El Clan de la

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Sombra ha dejado restos de presas devoradas ennuestro lado del Sendero Atronador!

Fauces Amarillas lo hizo callar con ungruñido.

—Estrella Azul no necesita ver las pruebas —declaró con voz áspera—. La palabra de sulugarteniente debería bastar.

—Garra de Tigre sólo necesita saber queEstrella Azul no puede acudir —maulló Corazónde Fuego—. Yo le llevaré ese mensaje después derecoger la nébeda. ¿Dónde está Garra de Tigre?

—¡Yo iré! —espetó Polvoroso—. ¿Acaso teconsideras mejor mensajero porque eres guerreroy yo sólo aprendiz? —inquirió, lanzándole unamirada retadora.

Pero Fauces Amarillas no tenía tiempo parapeleas.

—¡El clan necesitará protección mientrasCorazón de Fuego esté fuera! —le bufó aPolvoroso agachando las orejas—. ¿Ésa no es una

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tarea lo bastante importante para ti? Vamos,¿dónde está Garra de Tigre?

—Junto al fresno quemado cuyas ramascuelgan sobre el Sendero Atronador —respondióPolvoroso enfurruñado.

—Bien. ¡Ahora vete, Corazón de Fuego!¡Rápido!

Mientras cruzaba a toda prisa el claro, el jovenguerrero oyó unas pisadas detrás de él.

—¡Corazón de Fuego, espera!—Vuelve a tu guarida, Carbonilla —ordenó él

por encima del hombro, sin reducir la marcha.—Pero ¡yo podría ir a darle el mensaje a

Garra de Tigre mientras tú traes la nébeda!Corazón de Fuego se detuvo de golpe y se

volvió hacia su pequeña aprendiza.—Carbonilla, debes permanecer en el

campamento por si hay guerreros del Clan de laSombra en los alrededores.

La gata pareció abatida, pero él no tenía

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tiempo para preocuparse por sus sentimientos.—Regresa a tu guarida —repitió con un

gruñido, y sin esperar a ver su reacción, dio mediavuelta y salió del campamento.

Corrió a través del pinar y cruzó rápidamenteel sotobosque que llevaba a las viviendas de DosPatas. Al saltar sobre la valla que rodeaba suantiguo hogar, el familiar olor del jardín le anególas fosas nasales. Su mente se inundó de recuerdosque lo aturdieron un momento. Pensó en tardessoleadas jugando en el jardín con los juguetes quesus Dos Patas tenían para él. Casi esperó oír cómosacudían su caja de comida y lo llamaban por sunombre de gato doméstico. Luego pensó enEstrella Azul, que estaba debatiéndose contra laneumonía.

Bajó al jardín de un salto y recorrió el céspedhacia la zona donde recordaba que crecía lanébeda. Aspiró profundamente con la boca abiertay luego soltó un suspiro de alivio. El tentador

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perfume seguía allí, en alguna parte.Avanzó por la hilera de plantas olfateando el

aire. No podía ver la nébeda, y cada vez ibaacercándose más a su antigua casa de Dos Patas.Sus pasos se volvieron más lentos. Aromas de suinfancia se mezclaron con el de la nébeda,confundiéndolo.

Sacudió la cabeza para despejársela y seconcentró en el olor de la nébeda. Se coló pordebajo de un gran arbusto, que todavía goteaba porla lluvia de la noche anterior, y allí encontró unagran mata de la suave y fragante planta. La recientehelada había quemado algunas hojas, pero elarbusto protector había salvado las suficientes.Corazón de Fuego arrancó todas las que podíallevar. Su sabor se le filtró deliciosamente en laboca, pero tuvo cuidado de no morderlas, pormucho que lo deseara. Estrella Azul necesitaríahasta la última gota de su precioso jugo.

Con la boca llena, hizo el camino a la inversa.

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Saltó la valla y corrió como un rayo por el bosque,sin importarle las zarzas que se le enganchaban enel pelo. Sentía como si fueran a estallarle lospulmones: con la boca cerrada para sujetar lashojas de nébeda, sólo podía respirar por la nariz.

Fauces Amarillas lo estaba esperando en eltúnel de aulagas. Dejó la nébeda delante de ella ytomó una gran bocanada de aire, resollando. Conuna mirada de agradecimiento, la vieja curanderarecogió las hojas y salió disparada hacia laguarida de Estrella Azul.

Mientras recuperaba el aliento entre jadeos,Corazón de Fuego captó el olor de Carbonilla enel túnel. Olfateó el suelo a su alrededor. ¿Habríaabandonado Carbonilla el campamento inclusodespués de que le hubiese advertido sobre losguerreros del Clan de la Sombra?

Corrió al refugio de los aprendices y se asomóal interior. Fronde estaba solo, durmiendo.

—¿Dónde está Carbonilla? —maulló Corazón

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de Fuego.El aprendiz levantó la cabeza, soñoliento.—¿Eh? ¿Qué?—¡Carbonilla! ¿Dónde está?—No lo sé —respondió Fronde confundido.Corazón de Fuego sacó la cabeza y miró

alrededor. Escarcha se paseaba delante de laguarida de Estrella Azul, con el pelaje alborotadopor la agitación.

El joven se preguntó qué hacer. No teníatiempo de ponerse a buscar a Carbonilla, y noquería contarles a los demás guerreros que habíadesaparecido. «¡Látigo Gris!», pensó de repente.Su amigo podría ir a buscarla mientras él hablabacon Garra de Tigre. Corrió al dormitorio de losguerreros.

El lecho de Látigo Gris estaba vacío. Menudofiasco. ¿Dónde estaba su amigo cuando lonecesitaba? ¡Como si no lo supiera! Resoplómalhumorado. Carbonilla tendría que arreglárselas

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por sí sola hasta que él le dijese a Garra de Tigreque Estrella Azul estaba enferma.

Volvió a salir por el túnel de aulagas y seencaminó hacia el Sendero Atronador. Al seguir lasenda que subía desde el barranco hasta el bosque,captó el olor de Carbonilla. La aprendiza debía dehaber pasado por allí. ¡Por supuesto! ¡Había ido abuscar a Garra de Tigre por su cuenta! A Corazónde Fuego se le erizó el lomo de inquietud yfrustración. ¿Cómo podía ser tan insensata aquellagata?

Tras bordear las Rocas de las Serpientesempezó a oler el Sendero Atronador y a oír elrugido de sus monstruos.

Un maullido estridente y agudo sonó dondeacababan los árboles. El joven felino seestremeció: era el mismo grito que había oído ensu sueño.

Fue hacia allí a toda prisa y se detuvo en lamargen de hierba junto al Sendero Atronador.

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Miró el arcén arriba y abajo desesperadamente, ydescubrió un fresno carbonizado por un rayo. Ésedebía de ser el lugar donde Garra de Tigre queríareunirse con Estrella Azul, según Polvoroso. Depronto vio que el lugarteniente se hallaba a ciertadistancia de allí, y que avanzaba tranquilamentehacia el fresno.

Corazón de Fuego echó a correr. El arcén eramuy estrecho en ese punto —apenas había espaciopara un conejo—, pero el joven guerrero siguióadelante. Mientras corría, llamó a Garra de Tigre.

—¿Has oído ese grito? —le preguntó, pero elrugido de un monstruo que se aproximaba ahogósus palabras.

Corazón de Fuego se estremeció al pasar elmonstruo, y esperó a que el ruido se desvanecierapara llamar de nuevo a Garra de Tigre. Peroentonces reparó en que había algo junto al fresno,una forma oscura sobre la fina tira de hierba. Conun sobresalto, reconoció el pequeño cuerpo que

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yacía inmóvil junto al Sendero Atronador. EraCarbonilla.

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17

Se quedó mirando horrorizado. Garra de Tigrehabía alcanzado el cuerpo inerte y lo observabacon sus enormes omóplatos rígidos de espanto.Corazón de Fuego se obligó a acercarse. Contiento, estiró el cuello para olfatear el costado deCarbonilla. Olía al Sendero Atronador. Tenía unapata trasera retorcida y ensangrentada. El jovenguerrero temblaba tanto que apenas podíamantenerse en pie. Entonces vio que el costado dela gata se movía. ¡Todavía respiraba! Mudo dealivio, miró a Garra de Tigre.

—Está viva —gruñó el lugarteniente, clavando

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sus ojos ámbar en Corazón de Fuego—. ¿Quéestaba haciendo aquí?

—Ha venido en tu busca —susurró.—¿Quieres decir que tú la has mandado aquí?A Corazón de Fuego se le dilataron los ojos de

la sorpresa. ¿Acaso Garra de Tigre pensaba quepodía ser tan estúpido?

—¡Yo le he dicho que se quedara en elcampamento! —protestó—. Carbonilla ha venidopor su cuenta. —«Porque no consigo que meescuche», pensó descorazonado.

Garra de Tigre resopló.—Debemos llevarla a casa.Se inclinó hacia el pequeño y maltrecho

cuerpo, pero Corazón de Fuego bajó la cabeza yagarró a Carbonilla por el pescuezo antes de queel lugarteniente pudiera tocarla. Empezó aarrastrarla hacia el bosque tan delicadamentecomo podía; el pequeño cuerpo colgabadesmadejado entre sus patas delanteras.

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Cebrado llegó corriendo.—He vuelto a inspeccionar las Rocas de las

Serpientes, Garra de Tigre —anunció—, pero nohe encontrado señales del Clan de la Som… —Seinterrumpió al ver a Carbonilla—. ¿Qué haocurrido?

Corazón de Fuego no esperó a oír la respuestade Garra de Tigre. Se alejó entre los árboles atrompicones, con su preciosa carga. ¡Él podríahaber evitado aquel accidente! Si hubiese logradoque Carbonilla lo escuchara, si hubiera sido mejormentor… Ahora su aprendiza estaba malherida yno emitía sonido alguno mientras la transportaba.Las patas traseras de la pequeña trazaban una finalínea entre las hojas mientras Corazón de Fuego lallevaba cuidadosamente a casa.

Fauces Amarillas no estaba en su claro. Los doscachorros con gripe estaban acurrucados juntos en

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su refugio, profundamente dormidos. El jovenmentor dejó a Carbonilla en el frío suelo y lepreparó una cama entre los helechos a base de darvueltas sobre las hojas. Al terminar, agarró a suaprendiza por el pescuezo y la metió allísuavemente.

—¿Corazón de Fuego? —maulló la curanderadesde el claro.

Garra de Tigre debía de haberle contado lo deCarbonilla. El gato salió de entre los helechos.

—Está aquí —respondió él con voz quebrada,aliviado al ver a la curandera.

—Déjame echarle un vistazo —pidió FaucesAmarillas.

Pasó ante el joven guerrero y saltó a loshelechos para examinar a Carbonilla. Corazón deFuego se sentó a esperar.

Al cabo de un rato, la curandera salió.—Está muy malherida —maulló con los ojos

ensombrecidos de inquietud—. Pero tal vez pueda

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salvarla.Era una pequeñísima esperanza, como una

única y reluciente gota de rocío sobre su pelaje.Corazón de Fuego se animó.

—No puedo prometer nada —continuó la gata.Lo miró intensamente a los ojos y murmuró—: Laque está muy enferma es Estrella Azul, y me temoque ya no puedo hacer nada más por ella. Ahora elClan Estelar debe decidir su destino.

Al joven se le empañaron los ojos de laemoción; apenas podía ver la cara de FaucesAmarillas, pero la oyó:

—Ve y quédate a su lado. Ha estadopreguntando por ti. Yo cuidaré de Carbonilla.

Corazón de Fuego asintió y dio media vuelta.Estrella Azul había sido su mentora y, másimportante aún, existía un vínculo entre ellosdesde el día en que se conocieron. Pero se sintiódividido. También debería estar con Carbonilla.

Vislumbró una sombra en el extremo más

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lejano del túnel de helechos. Garra de Tigre estabasentado a la entrada de la guarida de FaucesAmarillas, con la cabeza tan alta como siempre. Aljoven se le tensaron los omóplatos de rabia. ¿Porqué el gran guerrero no podía mostrar ningún signode compasión? Después de todo, Carbonilla habíaido a buscarlo a él. Y ¿para qué? ¡Corazón deFuego no había visto ninguna evidencia de que elClan de la Sombra hubiera cazado allí! Pasó anteel lugarteniente sin decir una palabra y cruzó elclaro principal en dirección a la guarida deEstrella Azul.

Rabo Largo estaba montando guardia en laentrada. Miró de soslayo a Corazón de Fuego,pero no intentó detenerlo cuando se abrió paso através del liquen.

Dentro estaba Flor Dorada, una de las reinas.El gato vio el brillo de sus ojos en la oscuridad yel pelo gris claro de Estrella Azul, acurrucada ensu lecho. Flor Dorada se inclinó hacia ella y le

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lamió la cabeza dulcemente, para refrescarla,como haría una madre con su hijo. Al joven ledolió el alma al pensar en Carbonilla. ¿EstaríaEscarcha al lado de su hija?

—Fauces Amarillas le ha dado matricaria ynébeda —le susurró Flor Dorada—. Ahora sólopodemos vigilar y esperar. —Se levantó y tocó lanariz del guerrero con el hocico—. ¿Puedesquedarte con ella? —le preguntó.

Corazón de Fuego asintió, y la reina salió de laguarida sin hacer ruido.

El joven guerrero se tumbó en el suelo,estirando las patas delanteras hasta tocar la carade su líder. Permaneció muy quieto, con los ojosfijos en el cuerpo inerte. Podía oír su respiraciónen la oscuridad, y se quedó escuchando aquelritmo entrecortado mientras la noche pasabalentamente.

La respiración de Estrella Azul cesó justoantes de la aurora. Corazón de Fuego casi se había

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quedado dormido cuando reparó en que la cuevaestaba en silencio. Tampoco había ningún sonidoen el campamento, sólo un silencio sepulcral,como si todo el clan estuviese conteniendo elaliento.

Estrella Azul estaba completamente inmóvil.Corazón de Fuego sabía que se hallaba con el ClanEstelar, preparándose para su última vida. Yahabía visto cómo la líder perdía una vida en otraocasión. Sintió que le picaba la piel ante laabsoluta paz que parecía envolver el cuerpo de lagata, pero no había nada que pudiese hacer, demodo que esperó.

De pronto, la líder soltó un maullido ahogado.—Corazón de Fuego, ¿eres tú? —preguntó con

voz ronca.—Sí —murmuró él—. Estoy aquí.—He perdido otra vida. —Su voz sonaba

débil, pero Corazón de Fuego sintió tanto alivioque le entraron ganas de lamerle la cabeza, como

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había hecho Flor Dorada—. Cuando pierda ésta —añadió la gata—, ya no podré volver.

El joven tragó saliva a duras penas. Le dolía laidea de que el clan perdiese a su magnífica líder,pero aún le dolía más la idea de perder a sumentora y amiga.

—¿Cómo te sientes? —preguntó—. ¿Quieresque llame a Fauces Amarillas?

Estrella Azul negó despacio con la cabeza.—La fiebre ha desaparecido. Estoy bastante

bien. Sólo necesito descansar.—Muy bien. —Empezaba a filtrarse luz a

través del liquen, y a él le daba vueltas la cabezatras la noche en vela.

—Debes de estar cansado —dijo la líder—.Ve a dormir un poco.

—Sí, será lo mejor. —Se levantópenosamente. Tenía las patas agarrotadas de haberpasado tanto tiempo tumbado—. ¿Necesitas algo?

—No. Sólo cuéntale a Fauces Amarillas qué

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ha pasado. Y gracias por quedarte a mi lado.Corazón de Fuego intentó ronronear, pero el

sonido se le atascó en la garganta. Ya habríatiempo para hablar más adelante.

Al salir del refugio, un crudo resplandor lohizo parpadear. Había nevado durante la noche. Sequedó asombrado. Nunca había visto la nieve:cuando era un cachorro, sus dueños Dos Patas loencerraban en casa siempre que hacía frío. Perohabía oído hablar de ella a los veteranos. Saludócon un gesto a Cebrado, que había sustituido aRabo Largo ante la guarida de Estrella Azul, ypisó aquel extraño polvo. Era húmedo y frío, ycrujía sonoramente bajo sus patas.

Garra de Tigre se hallaba en medio del claro.Seguía nevando, y los copos se depositaban sobreel denso pelaje del lugarteniente sin fundirse.Corazón de Fuego oyó cómo daba órdenes paraque recubrieran el muro de la maternidad conhojas para protegerla del frío.

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—Y luego quiero que cavéis un hoyo paraalmacenar presas —continuó el lugarteniente—.Usad nieve para rellenar los huecos, y despuéscubridlo todo con más nieve. Aprovecharemos lanieve, ya que está aquí.

Los guerreros corrían alrededor de Garra deTigre, siguiendo sus órdenes.

—¡Musaraña, Rabo Largo! Organizad algunosgrupos de caza. ¡Necesitamos tanta carne frescacomo podamos conseguir antes de que las presasse metan en sus madrigueras definitivamente! —Vio al joven guerrero cruzando el claro—.¡Corazón de Fuego, espera! —lo llamó—. Oh,supongo que tendrás que descansar. Imagino queesta mañana no serás muy útil en una partida decaza.

El joven se quedó mirándolo, sintiendo que lesubía la hostilidad por la garganta como si fuerabilis.

—Primero voy a ver a Carbonilla —gruñó.

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Garra de Tigre le sostuvo la mirada unmomento.

—¿Cómo se encuentra Estrella Azul?La desconfianza alborotó el pelo del joven

como una brisa helada. En una ocasión ya habíaoído a Estrella Azul mentirle al lugarteniente sobrelas vidas que le quedaban.

—No soy curandero —respondió—. No sabríadecirte.

Garra de Tigre resopló con impaciencia ycontinuó dando órdenes. Corazón de Fuego seencaminó a la guarida de la curandera, aliviado deescapar del frenético ajetreo del campamento. Alpensar en qué estado encontraría a la aprendiza,empezó a martillearle el corazón.

—Fauces Amarillas —llamó.—¡Chist! —La gata salió de entre los helechos

donde descansaba la aprendiza—. Se ha dormidopor fin. Ha pasado muy mala noche. No podíadarle semillas de adormidera para mitigar el dolor

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hasta que se hubiese recuperado del susto.—Pero ¿vivirá? —preguntó Corazón de Fuego.—No lo sabré con certeza durante unos días.

Tiene heridas internas, y una pata seriamentefracturada.

—Se le arreglará, ¿verdad? —inquirió eljoven guerrero con ansiedad—. ¿Estará entrenandopara la estación de la hoja nueva?

Fauces Amarillas negó con la cabeza,comprensiva.

—Corazón de Fuego, ocurra lo que ocurra,Carbonilla nunca será guerrera.

Al joven gato le dio vueltas la cabeza. Sesentía mareado por la falta de sueño, y aquelladevastadora noticia minó la poca energía que lequedaba. Le habían confiado a Carbonilla para suentrenamiento guerrero. Los recuerdos de laceremonia de nombramiento le punzaron comoespinas crueles: la ilusión de Carbonilla, elorgullo maternal de Escarcha…

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—¿Escarcha ya lo sabe? —preguntó abatido.—Sí. Ha estado aquí hasta el amanecer. Ahora

ha regresado a la maternidad, pues hay otroscachorros a los que atender. Le pediré a uno de losveteranos que se quede junto a Carbonilla.Necesita que la mantengan caliente.

—Yo puedo hacerlo.Se acercó a donde dormía su aprendiza y la

miró. Carbonilla se retorcía, y los costadosmanchados de sangre se le movían con agitación,como si estuviese librando una batalla en sueños.

Fauces Amarillas lo empujó delicadamentecon el hocico.

—Necesitas dormir —le dijo con voz ronca—.Deja a Carbonilla en mis manos.

Él se quedó donde estaba.—Estrella Azul ha perdido otra vida —espetó.La curandera parpadeó y luego alzó la cabeza

hacia el Clan Estelar. No pronunció ni unapalabra, pero Corazón de Fuego pudo ver la

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angustia en sus ojos naranja.—Tú lo sabes, ¿verdad? —murmuró.Fauces Amarillas bajó la cabeza y lo miró a

los ojos.—¿Qué ésta es su última vida? Sí, lo sé. Los

gatos curanderos pueden adivinar esas cosas.—¿Y el resto del clan también podrá

adivinarlo? —preguntó Corazón de Fuego,pensando en Garra de Tigre.

La gata entornó los ojos.—No. En esta última vida, Estrella Azul no

estará más débil que en las anteriores. —Él lelanzó una mirada de gratitud—. Y ahora —añadióla vieja curandera—, ¿quieres semillas deadormidera para descansar mejor?

Negó con la cabeza. Una parte de él ansiaba elsueño largo y profundo que le proporcionarían.Pero si Garra de Tigre tenía razón y el Clan de laSombra estaba pensando atacar las fronteras delClan del Trueno, no quería tener los sentidos

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embotados. Quizá lo necesitaran para defender elcampamento.

Látigo Gris había regresado a la guarida de losguerreros, pero Corazón de Fuego no le habló; sufuria del día anterior —al descubrir que habíadesaparecido— aún perduraba como un dolorsordo. Se dirigió a su lecho en silencio y se sentópara lavarse.

Látigo Gris levantó la vista.—Ya has vuelto —dijo con tono tenso, como

si quisiera decir algo más.Corazón de Fuego dejó de lamerse la pata

delantera y lo miró.—Intentaste convencer a Corriente Plateada

para que se alejara de mí —bufó Látigo Gris.Sauce, que estaba durmiendo en el otro

extremo del refugio, abrió un ojo y volvió acerrarlo.

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Látigo Gris bajó la voz.—Mantente al margen de esto, ¿me oyes? —

espetó—. Pienso seguir viéndola, digas lo quedigas.

Corazón de Fuego resopló y le lanzó unamirada de resentimiento. Su conversación conCorriente Plateada se le antojaba tan lejana quecasi la había olvidado. Pero no había olvidado queLátigo Gris estaba desaparecido cuando élnecesitaba que buscase a Carbonilla. Enfadado,apoyó la cabeza en sus patas manchadas de barro ycerró los ojos. Carbonilla estaba luchando contrasus heridas y Estrella Azul se hallaba en su últimavida. En lo que a él se refería, Látigo Gris podíahacer lo que le diese la gana.

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18

Látigo Gris ya había dejado su cama cuandoCorazón de Fuego se despertó a la mañanasiguiente. Supo que el sol estaba en lo más alto porla luz que brillaba a través de las ramas. Selevantó, con el cuerpo todavía agotado por lapena, y asomó la cabeza. Debía de haber estadonevando toda la mañana, pues había una gruesacapa de nieve en el suelo y se había amontonadocontra el dormitorio de los guerreros. Tuvo quemirar por encima de una pared blanca que lellegaba a los omóplatos.

El habitual bullicio del campamento parecía

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amortiguado. Vio a Sauce y Medio Rabosusurrando en el extremo más lejano del claro.Musaraña avanzaba laboriosamente hacia elalmacén de comida fresca con un conejocolgándole de la boca. La guerrera se detuvo aestornudar y luego continuó.

Corazón de Fuego levantó una zarpa y la posóen lo alto de la nieve. Al principio le pareció dura,pero, al apretar, la fina cubierta de hielo serompió; soltó un grito ahogado cuando la pata se lehundió en el montón blanco. Resopló alencontrarse metido en la nieve hasta el hocico.Tras sacudir la cabeza y alzar la barbilla, dio unsalto hacia delante, pero se hundió másprofundamente. Pataleó alarmado. ¡Sentía como siestuviera ahogándose en la nieve! Saltó de nuevo ynotó el suelo firme bajo sus patas. Habíaalcanzado el borde del claro, allí la nieve sólotenía un ratón de profundidad. Aliviado, se sentócon un leve crujido.

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Se puso tenso al ver que Látigo Gris surcaba lanieve en su dirección. Al guerrero gris no parecíamolestarle aquel manto blanco, pues su densopelaje lo protegía del frío y la humedad. Tenía elrostro ensombrecido de pesar.

—¿Te has enterado de lo de Estrella Azul? —preguntó al acercarse—. Ha perdido una vida porla neumonía.

Corazón de Fuego agitó las orejas conimpaciencia. Él mismo podría habérselo contadola noche anterior.

—Lo sé —soltó—. Yo estaba con ella.—¿Y por qué no me lo dijiste? —maulló su

amigo, sorprendido.—Anoche no estabas precisamente amigable,

no sé si te acuerdas. En cualquier caso, si noestuvieses quebrantando el código guerrero sinparar, podrías haberte enterado de lo que estabaocurriendo en tu propio clan —gruñó.

Látigo Gris movió las orejas con cierto

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arrepentimiento.—Acabo de ver a Carbonilla —dijo—.

Lamento que esté tan enferma.—¿Cómo se encuentra?—Tenía mal aspecto, pero Fauces Amarillas

dice que está recuperándose.Corazón de Fuego miró inquieto hacia el otro

lado del claro y se levantó. Quería ver a suaprendiza con sus propios ojos.

—Ahora está durmiendo —informó LátigoGris—, y Fauces Amarillas no quiere que nadie lamoleste.

Corazón de Fuego se estremeció. ¿Cómo iba acontarle a Escarcha que era culpa suya queCarbonilla hubiese ido al Sendero Atronador? Sevolvió hacia su amigo de manera instintiva, enbusca de apoyo, pero éste ya estaba cruzandoesforzadamente el claro en dirección a lamaternidad. «Se marcha a ver a CorrientePlateada», supuso enfurecido, sacando y

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escondiendo las uñas mientras Látigo Grisdesaparecía de su vista.

Sólo reparó en Cola Pintada —la reina de másedad y la madre de uno de los cachorros con gripe— cuando ésta se detuvo justo delante de él.

—¿Garra de Tigre está dentro? —preguntó,señalando con la nariz la guarida de los guerreros.

El joven negó con la cabeza.—Hay neumonía en la maternidad —maulló

Cola Pintada—. Dos de los cachorros de Pecasestán enfermos.

—¡Neumonía! —exclamó él sin aliento,olvidándose de su enfado—. ¿Morirán?

—Tal vez. Pero la estación sin hojas siempretrae consigo neumonía —apuntó la reina.

—¡Seguro que hay algo que podamos hacer! —protestó el joven.

—Fauces Amarillas hará lo que pueda, aunqueal final todo está en manos del Clan Estelar.

Cuando la gata se encaminó de nuevo a la

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maternidad, Corazón de Fuego notó un torrente defuria en el estómago. ¿Cómo podía el clan soportaraquellas tragedias? Se sintió abrumado por lanecesidad de salir del campamento, de escapar deaquel aire sombrío que el resto del clan parecíacontento de respirar.

Sin mirar a los lados, cruzó a toda prisa elclaro nevado y el túnel de aulagas y salió albosque. Lo sorprendió descubrir que se dirigíainstintivamente a la hondonada de entrenamiento.La idea de que debería estar allí enseñando aCarbonilla fue más de lo que podía aguantar. Algirar para esquivar la hondonada, oyó las voces deTormenta Blanca y Fronde. El guerrero blancodebía de haberse encargado de entrenar alaprendiz mientras él dormía. ¿Es que ningún gatose había detenido a llorar por la última vida deEstrella Azul? Se le hizo un nudo en la garganta alintentar contener la rabia, y siguió corriendo,ansioso por alejarse del campamento.

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Finalmente paró bajo los pinos, resollando porel esfuerzo de correr a través de la nieve. En elpinar había una quietud que lo sosegó. Incluso lospájaros habían dejado de cantar, y se sintió comosi fuera la única criatura del mundo.

No sabía adónde ir; se limitó a caminar,dejando que el bosque lo tranquilizara. Mientrasavanzaba se le aclaró la mente. No podía hacernada por Carbonilla, y Látigo Gris estaba fuera desu alcance, pero quizá podría ayudar a FaucesAmarillas a combatir la neumonía. Iría a por másnébeda.

Dirigió sus pasos hacia su antiguo hogar degato doméstico, serpenteando entre las zarzas delrobledal que se extendía tras las viviendas de DosPatas. Saltó a la valla de su antigua casa,desplazando un montón de nieve al interior deljardín, donde cayó blandamente. Examinó el jardíndesde lo alto y vio huellas en la nieve, máspequeñas que las de gato. Una ardilla había estado

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buscando provisiones para su almacén de frutossecos.

No tardó mucho en recoger una generosacantidad de hojas de la mata de nébeda. Queríallevarse tantas como pudiera. Las tiernas hojaspodrían no sobrevivir con aquel tiempo; aquéllatal vez fuera su última oportunidad derecolectarlas.

Con la boca llena, miró hacia la gateraabatible que usaba de pequeño. Se preguntó si susdueños Dos Patas seguirían viviendo allí. Habíansido muy buenos con él. Corazón de Fuego habíapasado su primera estación sin hojas mimado enaquella casa, caliente y a salvo de las crueldadesdel Sendero Atronador y la neumonía.

«El aroma de la nébeda debe de estarafectándome», pensó. Cruzó el jardín y subió a lavalla de un salto. Se sentía incómodo porque losrecuerdos de su hogar de Dos Patas lo habíanconmovido. ¿De verdad quería la seguridad y la

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rutina de la vida de un gato doméstico? «¡Porsupuesto que no!», se respondió, negando con lacabeza. Pero la idea de regresar al campamento nolo atraía todavía.

De pronto pensó en Princesa.Corrió por el lindero del bosque hacia la zona

de Dos Patas donde se hallaba el jardín de suhermana. Cuando tuvo su valla a la vista, escarbóentre la nieve y enterró la nébeda debajo de unacapa de hojas secas para protegerla del frío.Seguía jadeando cuando trepó a la valla parallamar a Princesa, y luego volvió a bajar paraesperarla en el bosque.

Las zarpas le dolían por la fría nieve mientrasse paseaba sin descanso bajo un roble. «A lomejor Princesa está dando a luz —se dijo—, oencerrada en su casa». Acababa de convencerse deque ese día no iba a verla cuando oyó su familiarmaullido. Al alzar la mirada, la descubrió en loalto de la valla y sintió un estremecimiento de

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expectación. Ya no tenía el vientre hinchado, asíque ya debía de ser madre.

Al acercarse, captó el aroma de su hermana ynotó que lo reconfortaba.

—¡Has dado a luz! —exclamó.Princesa le tocó la nariz con la suya

delicadamente.—Así es —respondió con dulzura.—¿Ha ido todo bien? ¿Los pequeños se

encuentran en buen estado?Princesa ronroneó.—Todo ha salido bien. Tengo cinco cachorros

sanos —anunció, con los ojos relucientes dealegría. Mientras Corazón de Fuego le lamía lacabeza, añadió—: No esperaba verte con estetiempo.

—He venido en busca de nébeda. En elcampamento hay neumonía.

Ella pareció inquietarse.—¿Hay muchos enfermos en tu clan?

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—Hasta ahora, tres. —Corazón de Fuegovaciló un momento, y luego dijo con tristeza—:Anoche nuestra líder perdió otra vida.

—¿Otra vida? ¿Qué quieres decir? Yo pensabaque eso de que los gatos tienen muchas vidas noeran más que cuentos de vieja.

—El Clan Estelar le concedió nueve vidas aEstrella Azul porque es la líder de nuestro clan.

Princesa lo miró maravillada.—Entonces ¡es cierto!—Sólo para los dirigentes de clan. El resto

tenemos una única vida, como tú, y comoCarbonilla… —Se le quebró la voz.

—¿Carbonilla? —Princesa captó la pena en sutono.

El joven guerrero la miró a los ojos, y lospensamientos que lo habían atormentadoempezaron a brotar en forma de palabras.

—Ayer sufrió un atropello en el SenderoAtronador. —Se le volvió a quebrar la voz al

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recordar cómo había encontrado su cuerpoensangrentado—. Está muy malherida. Inclusopodría morir. Y aunque sobreviva, ya nunca seconvertirá en guerrera.

Princesa se acercó más y lo acarició con elhocico.

—La última vez que estuviste aquí, mehablaste de ella con mucho afecto. Parecía muyllena de alegría y energía.

—Ese accidente no debió ocurrir —gruñóCorazón de Fuego—. Se suponía que yo debíaencontrarme con Garra de Tigre. Él quería hablarcon Estrella Azul, pero estaba enferma, así que meofrecí a ir por ella. Primero tenía que recogernébeda, y Carbonilla fue a ver a Garra de Tigre enmi lugar. —Su hermana lo miró alarmada, y él seapresuró a aclarar—: Yo le había advertido queno fuera. Si hubiera sido mejor mentor, quizá ellame habría escuchado.

—Estoy convencida de que eres un gran

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mentor —intentó consolarlo Princesa, pero élapenas la oyó.

—¡No sé por qué Garra de Tigre quería queEstrella Azul se reuniera con él en un sitio tanpeligroso! —exclamó—. Dijo que había pruebasde que el Clan de la Sombra había invadidonuestro territorio, pero cuando llegué allí, ¡nohabía ni rastro de ellos!

—¿Era una trampa?Corazón de Fuego miró los ojos inquisitivos

de su hermana, y de pronto empezó a hacersepreguntas.

—¿Por qué querría Garra de Tigre hacerledaño a Carbonilla?

—Él había llamado a Estrella Azul —señalóla gata.

A su hermano se le erizó el pelo. ¿Tendríarazón Princesa? Garra de Tigre había convocado aEstrella Azul a la parte más estrecha del arcén delSendero Atronador. Pero ni siquiera Garra de

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Tigre pondría en peligro a su líder de formadeliberada, ¿verdad? Rechazó tal idea.

—N… no lo sé —balbució—. Todo está muyconfuso en estos momentos. Ni siquiera LátigoGris me habla.

—¿Por qué?Se encogió de hombros.—Es demasiado complicado de explicar.Princesa se apretó contra él en la nieve,

pegando su suave pelaje al suyo.—Es que ahora mismo me siento como un

forastero —prosiguió Corazón de Fuego conpesimismo—. No resulta fácil ser diferente.

—¿Diferente?—Haber nacido como gato doméstico cuando

todos los demás han nacido en el clan.—Pues a mí me pareces un gato nacido en un

clan —maulló Princesa, y él le lanzó una miradade gratitud—. Pero si no eres feliz allí, siemprepuedes volver a casa conmigo. Mis dueños

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cuidarían de ti; estoy segura.Corazón de Fuego se imaginó a sí mismo en su

antigua vida doméstica, caliente, cómodo y asalvo. Pero no podría olvidar cómo observaba elmonte desde su jardín de Dos Patas, soñando consalir al bosque. Una brisa le alborotó el pelo y lellevó el olor de un ratón. Negó con la cabeza confirmeza.

—Gracias, Princesa, pero ahora pertenezco ami clan. Ya nunca podría ser feliz en una casa deDos Patas. Echaría de menos los aromas delbosque y dormir bajo el Manto de Plata, cazar mipropia comida y compartirla con mi clan.

Los ojos de su hermana centellearon.—Suena a una buena vida —ronroneó, y se

miró las patas tímidamente—. A veces, incluso yome quedo mirando el bosque y me pregunto cómoserá vivir ahí.

Él ronroneó y se levantó.—Entonces, ¿lo comprendes?

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Ella asintió.—¿Ya te vas? —preguntó.—Sí. Tengo que llevarle la nébeda a Fauces

Amarillas mientras está fresca.La gata estiró el cuello para frotar el hocico

contra su costado.—Quizá mis cachorros estén lo bastante

fuertes para conocerte la próxima vez que vengas—dijo.

A Corazón de Fuego se le contrajo el estómagode emoción.

—¡Ojalá! —maulló.Al darse media vuelta para partir, Princesa

exclamó:—¡Cuídate, hermano! No quiero perderte de

nuevo.—No me perderás —le prometió él.

—Bien pensado, Corazón de Fuego —ronroneó

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Tormenta Blanca.Había visto que el joven guerrero entraba en el

campamento llevando nébeda.Durante el camino a casa se le había hecho la

boca agua, pero ya empezaba a pensar que sealegraría de no volver a ver jamás una mata denébeda. Aun así, se sentía más contento que antesde salir. Su hermana había dado a luz sinproblemas y él tenía las ideas más claras.

Al dirigirse hacia la guarida de la curandera,Garra de Tigre apareció a su lado.

—¿Más nébeda? —observó el gran atigradocon mirada recelosa—. Me preguntaba adóndehabrías ido. Fronde puede llevarle eso a FaucesAmarillas.

El aprendiz estaba ayudando a despejar lanieve cerca de allí.

—Llévale esta nébeda a Fauces Amarillas —le ordenó el lugarteniente.

Fronde asintió acercándose de un salto.

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Corazón de Fuego dejó las hojas en el suelo.—Quería visitar a Carbonilla —le dijo a

Garra de Tigre.—Más tarde —gruñó el lugarteniente. Esperó

hasta que Fronde recogió la nébeda y se dirigió alrefugio de la curandera. Entonces se volvió haciaCorazón de Fuego—. Quiero saber adónde haestado yendo Látigo Gris.

El joven sintió una oleada de calor.—No lo sé —respondió, sosteniéndole la

mirada.El lugarteniente se la devolvió con ojos fríos y

hostiles.—Cuando lo veas —siseó—, dile que está

confinado en el roble caído.—¿En el antiguo refugio de Fauces Amarillas?Corazón de Fuego miró las ramas enmarañadas

donde había vivido la curandera cuando llegó,cuando todavía la consideraban una proscrita delClan de la Sombra.

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—Los gatos con gripe quedarán confinados allíhasta que se hayan recuperado —sentenció Garrade Tigre.

—Pero Látigo Gris sólo tiene catarro.—Un catarro ya es suficientemente malo. ¡Se

quedará junto al roble caído! Los gatos conneumonía se trasladarán junto a Fauces Amarillas.Debemos impedir que esta enfermedad seextienda. —Sus ojos relucieron sin compasión, yCorazón de Fuego se preguntó si vería laenfermedad como un signo de debilidad—. Es porel bien del clan —añadió.

—Sí, Garra de Tigre. Se lo diré a Látigo Gris.—Y mantente alejado de Estrella Azul —

advirtió.—Pero si ya ha superado la neumonía —

protestó el joven.—Estoy al corriente de eso, pero su guarida

todavía apesta a enfermedad. No puedo permitirque ninguno de mis guerreros se contagie.

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Tormenta Blanca dice que han olido a guerrerosdel Clan del Río aún más cerca del campamento.También sé que hoy ha tenido que entrenar aFronde. Espero que mañana te encargues tú.

Corazón de Fuego asintió.—¿Ahora puedo ir a ver a Carbonilla? —

Garra de Tigre se quedó mirándolo, y el joven leespetó irritado—: Dudo mucho que FaucesAmarillas la haya puesto cerca de los gatosenfermos. No me infectaré.

—Muy bien —concedió el lugarteniente, y sealejó.

Corazón de Fuego se encontró con Fronde enmitad del claro.

—Fauces Amarillas estaba muy agradecidapor la nébeda —maulló el aprendiz.

—Bien. Por cierto, mañana te enseñaré a cazarpájaros. Espero que estés preparado para trepar unpoco a los árboles.

Fronde agitó los bigotes de la emoción.

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—Por supuesto. Te veré mañana en lahondonada de entrenamiento.

Corazón de Fuego asintió y prosiguió sucamino hacia la guarida de Fauces Amarillas. Vioenseguida a los pobres cachorros de Pecas. Sehallaban en un nido entre los helechos, tosiendo,con la nariz y los ojos chorreando.

La curandera le dio la bienvenida.—Gracias por la nébeda; vamos a necesitarla.

Ahora Centón también tiene neumonía.Señaló con la nariz otra cama en los helechos.

Dentro, Corazón de Fuego sólo alcanzó a ver elpelaje blanco y negro del veterano.

—¿Cómo se encuentra Carbonilla? —preguntó,volviéndose hacia la gata, que suspiró.

—Hace un rato estaba despierta, aunque nomucho tiempo. Tiene una infección en la pata. ElClan Estelar sabe que lo he probado todo, peroahora es ella quien debe librar esta batalla.

Corazón de Fuego se asomó al lecho de

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Carbonilla. La gatita gris se revolvía en sueños;tenía la pata herida extrañamente torcida a un lado.El joven guerrero se estremeció, temiendo derepente que la pequeña perdiera la batalla. Sevolvió hacia Fauces Amarillas en busca depalabras de ánimo, pero la curandera estabacabizbaja. Parecía agotada.

—¿Crees que Jaspeada habría podido salvar aestos gatos? —maulló inesperadamente, alzando lacabeza para mirarlo a los ojos.

Corazón de Fuego se estremeció. Aún podíapercibir la presencia de Jaspeada en el pequeñoclaro. Recordó con qué eficiencia había atendidola herida de Cuervo tras el combate con el Clandel Río, y con qué tacto le había aconsejado a élque cuidara de Fauces Amarillas cuando ésta llegóal campamento. Luego miró a la vieja curandera,abrumada por el peso de la experiencia.

—Estoy seguro de que no hay nada queJaspeada hubiera hecho de otra forma —afirmó.

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Uno de los cachorros chilló y FaucesAmarillas se levantó. Cuando pasó ante él,Corazón de Fuego le acarició dulcemente elcostado con el hocico. Ella movió un hombro amodo de agradecimiento. Luego, lleno de tristeza,el joven guerrero se dirigió hacia el túnel dehelechos.

El pelaje blanco de Escarcha apareció en elotro extremo. Seguramente iba a ver a Carbonilla.Al acercarse a la reina, Corazón de Fuego alzó lacabeza y miró sus ojos azules. En ellos había tantaaflicción que al joven se le encogió el corazón.

—¿Escarcha? —empezó.Ella se detuvo.—Lo… lo lamento —añadió Corazón de

Fuego temblando.Escarcha pareció confundida.—¿El qué?—Debería haber sido capaz de impedir que

Carbonilla fuera al Sendero Atronador.

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La gata lo miró, pero su expresión no revelabanada excepto tristeza.

—Yo no te culpo —murmuró.Luego, bajando la cabeza, fue hacia donde

estaba su hija.

Látigo Gris ya había regresado, y estabacomiéndose un campañol junto a la mata deortigas.

Corazón de Fuego se le acercó.—Garra de Tigre dice que tienes que

trasladarte al roble caído, con los gatos enfermosde gripe —indicó. Con una punzada de rencor,recordó cómo el lugarteniente lo había interrogadosobre su amigo.

—Eso no será necesario —repuso Látigo Grisalegremente—. Ya estoy mejor. Fauces Amarillasme ha dado el visto bueno esta mañana.

Corazón de Fuego lo examinó atentamente.

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Desde luego, volvían a brillarle los ojos, y yatenía la nariz seca, aunque rodeada por una costramuy poco atractiva. En otros tiempos se habríaburlado de su amigo diciéndole cuánto se parecíaa Nariz Inquieta, el curandero del Clan de laSombra. Pero se limitó a espetarle:

—Garra de Tigre ha notado tusdesapariciones. Deberías tener más cuidado. ¿Porqué no puedes mantenerte alejado de CorrientePlateada, al menos de momento?

Su amigo dejó de comer y le lanzó una miradafuribunda.

—Y tú ¿por qué no puedes meterte en tuspropios asuntos?

Corazón de Fuego cerró los ojos y resopló defrustración. ¿Lograría alguna vez que su amigo loentendiera? Luego se preguntó si todavía leimportaba. Después de todo, Látigo Gris nisiquiera se había interesado por Carbonilla.

El estómago le rugió de hambre. Tomó un

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gorrión del montón de carne fresca y se lo llevó aun rincón vacío del campamento para comérselo asolas. Al acomodarse pensó en Princesa, lejos deallí, en su hogar de Dos Patas, con sus cachorrosrecién nacidos. Solo y angustiado, miró más alládel campamento y anheló volver a ver a suhermana.

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19

En los siguientes días, Corazón de Fuego estuvoreprimiendo las ganas de visitar a su hermana. Sudeseo de estar con su parentela doméstica hacíaque se sintiera incómodo, y se mantuvo atareadocazando en el bosque nevado para reponer lasreservas del campamento.

Esa tarde había tenido una buena caza, y volvíaal campamento con dos ratones y un pinzónmientras el sol descendía tras los árboles. Enterrólos ratones en el depósito de nieve y se llevó elpinzón para cenar.

Al terminar de comer, vio que Tormenta

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Blanca se dirigía hacia él.—Quiero que te lleves a Arenisca en la

patrulla del alba —le dijo el gran guerrero blanco—. Hemos captado el olor del Clan de la Sombraen el Árbol de la Lechuza.

—¿El Clan de la Sombra? —repitió el joven,alarmado; quizá, después de todo, Garra de Tigresí había encontrado pruebas de una invasión—.Tenía planeado salir mañana con Fronde.

—¿Es que Látigo Gris no está mejor ya? —preguntó Tormenta Blanca—. Él puede ocuparsede Fronde.

«¡Por supuesto!», pensó Corazón de Fuego. Y,a lo mejor, entrenar a su aprendiz mantendría aLátigo Gris alejado de Corriente Plateada por unavez. Pero eso significaba que él tendría quepatrullar con Arenisca. No pudo evitar pensar enla mirada de rabia que le había lanzado la gatacuando interrumpió su pelea con una guerrera delClan del Río junto al precipicio.

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—¿Sólo Arenisca y yo? —preguntó.Tormenta Blanca lo miró sorprendido.—Arenisca ya es casi una guerrera y tú puedes

cuidar de ti mismo —repuso.Tormenta Blanca había malinterpretado su

preocupación. Corazón de Fuego no temía seratacado por guerreros enemigos; temía el hecho deque Arenisca lo odiaba tanto como Polvoroso.Pero no se lo explicó a Tormenta Blanca.

—¿Arenisca ya lo sabe? —preguntó.—Puedes decírselo tú.Corazón de Fuego agitó las orejas. No creía

que a la gata fuera a entusiasmarle la idea depatrullar con él, pero no protestó.

Tormenta Blanca asintió levemente y semarchó al refugio de los guerreros. El jovenmentor suspiró y se encaminó hacia donde estabaArenisca, con los otros aprendices.

—Arenisca —empezó, moviéndosenerviosamente—. Tormenta Blanca quiere que

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patrulles conmigo mañana al amanecer.Esperaba un bufido de resentimiento, pero ella

se limitó a mirarlo y decir:—Bien.Incluso Polvoroso pareció sorprendido.—V… vale —repuso Corazón de Fuego,

pasmado—. Entonces nos vemos al alba.—Al alba —aprobó Arenisca.Corazón de Fuego decidió contarle a Látigo

Gris las noticias sobre la falta de hostilidad deArenisca. Ésa podría ser una oportunidad para queempezaran a hablarse de nuevo. Látigo Gris estabacompartiendo lenguas con Viento Veloz junto a lamata de ortigas.

—Hola, Corazón de Fuego —lo saludó VientoVeloz al verlo acercarse.

—Hola.Corazón de Fuego miró a Látigo Gris con

expectación, pero su viejo amigo había vuelto lacabeza. A Corazón de Fuego se le cayó el alma a

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los pies. Bajó la cabeza y se fue a la cama. Estabadeseando salir de patrulla y alejarse delcampamento.

A la mañana siguiente, cuando salió de su guarida,el cielo relucía con un rosa palidísimo.

Arenisca estaba esperándolo fuera del túnel deaulagas.

—Eh, hola —la saludó, un poco incómodo.—Hola —respondió ella quedamente.Corazón de Fuego se sentó.—Esperemos a que regrese la patrulla

nocturna —propuso.Permanecieron en silencio hasta que oyeron el

familiar susurro entre los arbustos que anunciabala vuelta de Tormenta Blanca, Rabo Largo yMusaraña.

—¿Alguna señal del Clan de la Sombra?—Hemos captado rastros que pertenecen

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indudablemente al Clan de la Sombra —respondióTormenta Blanca muy serio.

—Pero es extraño —añadió Musarañafrunciendo el entrecejo—. Siempre es el mismogrupo de olores. El Clan de la Sombra debe deestar enviando siempre a los mismos guerreros.

—Será mejor que vosotros dos reviséis lafrontera con el Clan del Río —sugirió TormentaBlanca—. Nosotros no hemos tenido ocasión depatrullar por allí. Tened cuidado, y recordad queno queremos iniciar una batalla. Limitaos a buscarpruebas por si han estado cazando de nuevo ennuestra tierra.

—Muy bien, Tormenta Blanca —maullóCorazón de Fuego, y Arenisca asintiórespetuosamente.

El joven guerrero abrió la marcha.—Empezaremos por los Cuatro Árboles y

avanzaremos a lo largo de la frontera hasta elpinar —dijo mientras ascendían por el barranco

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del campamento.—Perfecto. Nunca he visto los Cuatro Árboles

bajo la nieve.Corazón de Fuego esperó captar sarcasmo en

su voz, pero la gata parecía sincera.Alcanzaron lo alto del barranco.—Y ahora ¿por dónde? —preguntó, poniendo

a prueba a Arenisca.—¿Acaso piensas que no conozco el camino a

los Cuatro Árboles? —protestó ella.Corazón de Fuego lamentó haber actuado como

un mentor, hasta que captó un brillo jovial en losojos de Arenisca. Ésta salió disparada a través delos árboles y él se apresuró a seguirla.

Resultaba estupendo correr de nuevo por elbosque junto a otro gato. Además, tuvo que admitirque Arenisca era rápida. A dos zorros dedistancia, la gata saltó sobre el tronco de un árbolcaído y desapareció.

Él fue tras ella, salvando el tronco de un salto.

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Al aterrizar al otro lado, algo lo golpeó por detrás.Se deslizó por la nieve, rodó sobre sí mismo y selevantó de un brinco.

Arenisca se le encaró agitando los bigotes:—¡Sorpresa!Corazón de Fuego bufó en broma y saltó sobre

ella. Se quedó impresionado con la fuerza de laaprendiza, pero él tenía la ventaja del tamaño.Cuando por fin la inmovilizó sobre la nieve, ellaprotestó:

—¡Quítate de encima, pedazo de zoquete!—Vale, vale —maulló el joven, soltándola—.

Pero ¡tú te lo has buscado!Arenisca se incorporó con el pelaje

anaranjado cubierto de nieve.—Parece que te hayas visto envuelto en una

tormenta de nieve —le dijo al joven guerrero.—Y tú también.Se sacudieron los copos de encima.—Vamos —maulló él—. Será mejor que

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continuemos.Corrieron hombro con hombro hasta los Cuatro

Árboles. Cuando llegaron a lo alto de la laderasobre la que se dominaba el valle, el cielo era deun azul lechoso, y una débil luz solar iluminaba elespacio nevado. Los cuatro robles sin hojas sealzaban a sus pies, reluciendo por la escarcha.

Arenisca se quedó mirando con los ojos comoplatos. Corazón de Fuego esperó, conmovido porsu entusiasmo, hasta que ella se volvió paraproseguir.

—No sabía que la nieve le daría un aspecto tandistinto a todo —maulló mientras seguían lafrontera con el Clan del Río.

Corazón de Fuego estuvo de acuerdo con ella.Aminoraron el paso mientras se movían en

silencio a lo largo de la línea de marcas olorosas,alertas para captar cualquier esencia nueva delClan del Río a aquel lado de la frontera. Corazónde Fuego se detenía cada pocos árboles para dejar

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una nueva marca olorosa del Clan del Trueno.De pronto, Arenisca frenó en seco.—¿Te apetece algo de comer? —susurró.Él asintió, y la aprendiza adoptó la posición de

caza y avanzó entre la nieve, despacio, un pasotras otro. El gato siguió su mirada y vio un jovenconejo debajo de un zarzal. Con un rápido bufido,Arenisca dio un salto y se internó entre las zarzas,donde agarró al conejo de un zarpazo y con unmovimiento limpio lo atrajo hacia sí para acabarcon su vida.

Corazón de Fuego se le acercó.—¡Buena captura, Arenisca!Ella pareció complacida y dejó la pieza en el

suelo.—¿Lo compartimos?—Gracias.—Ésta es una de las mejores cosas de patrullar

—señaló la gata mientras comía.—¿Cuál?

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—Que puedes comerte lo que cazas en lugar detener que llevarlo al campamento. ¡No sé encuántas misiones de caza he estado a punto demorir de hambre!

Corazón de Fuego ronroneó divertido.Volvieron a ponerse en marcha, bordeando las

Rocas Soleadas para seguir la senda que seinternaba en el bosque, cerca de la frontera delClan del Río. Al alcanzar la cima de la cuestacubierta de helechos que daba al río, él pidiósilenciosamente al Clan Estelar que no encontraranallí a Látigo Gris.

—¡Mira! —exclamó Arenisca de pronto. Se letensó el cuerpo de emoción—. El río… ¡estácongelado!

Al joven guerrero le dio un vuelco el corazón,pues recordó que ésas habían sido las mismaspalabras de Carbonilla antes del accidente deLátigo Gris.

—No vamos a bajar a echar un vistazo —

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maulló con firmeza.—No tenemos por qué —contestó la gata—.

Se puede ver desde aquí. Volvamos a contárselo alclan.

—¿Para qué? —Corazón de Fuego no entendíala emoción de Arenisca.

—¡Una patrulla de los nuestros podríaatravesar el río ahora! Podemos invadir elterritorio del Clan del Río y robarles algunas delas presas que ellos nos han quitado.

El guerrero sintió un escalofrío helador en elespinazo. ¿Qué pensaría Látigo Gris sobre eso? Yél, Corazón de Fuego, ¿sería capaz de combatircontra los hambrientos gatos del Clan del Río?

Arenisca dio vueltas a su alrededor,impaciente.

—¿Vienes o no?—Sí —contestó él a duras penas.Fue tras la gata cuando ella salió como un rayo

hacia el bosque, de regreso al campamento.

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Arenisca llegó por el túnel de aulagas delante deCorazón de Fuego, y Garra de Tigre levantó lamirada al ver cómo se detenían en el claro.

Corazón de Fuego oyó un ruido a sus espaldas.Látigo Gris estaba entrando en el campamentojunto con Fronde.

Sonó una llamada desde debajo de la PeñaAlta:

—Corazón de Fuego, Arenisca, ¿cómo ha idovuestra ronda?

El joven guerrero sintió un gran alivio al ver aEstrella Azul con el mismo aspecto de siempre,sentada con la cabeza alta y la cola enroscadaalrededor de las patas.

Arenisca corrió hacia la Peña Alta.—¡El río está congelado! —informó—. ¡Ahora

mismo podríamos cruzarlo con facilidad!Estrella Azul la miró pensativamente, y

Corazón de Fuego se estremeció al ver cómo

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relucían sus ojos.—Gracias, Arenisca —maulló Estrella Azul.Corazón de Fuego se inclinó hacia Arenisca y

le susurró al oído:—Vamos, hemos de contárselo a los demás.Supuso que Estrella Azul querría debatir sobre

el tema del río congelado con sus guerreros másexperimentados.

Arenisca lo miró, comprendiendo lo quequería, y lo siguió hasta el centro del claro.

—¡Ha sido un día estupendo! —maulló la gata,pero Corazón de Fuego se limitó a asentir y mirarcon inquietud a Látigo Gris.

—¡Parece que vosotros dos os habéisdivertido! —exclamó Polvoroso, saliendo delrefugio de los aprendices—. ¿Habéis ahogado aotro gato del Clan del Río? —le dijo a Corazón deFuego con sorna.

Luego miró a Arenisca con expectación.Corazón de Fuego supuso que estaba esperando

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que ella lo apoyara, como solía hacer, pero laaprendiza no le prestó atención. El joven guerrerosintió cierto cosquilleo de satisfacción al ver lacara irritada de Polvoroso cuando Areniscamaulló sin aliento:

—Hemos descubierto que el río se hacongelado. ¡Creo que Estrella Azul está planeandouna acción contra el Clan del Río!

En ese mismo momento sonó la llamada de lalíder desde la Peña Alta, y el clan empezó acongregarse en el claro. El sol había alcanzado sucénit, lo cual, en la estación sin hojas, significabaque sobresalía apenas por encima de los árboles.

—Arenisca y Corazón de Fuego han traídobuenas noticias. El río se ha congelado —anuncióEstrella Azul—. Aprovecharemos estaoportunidad para hacer una incursión en losterrenos de caza del Clan del Río, y así mandarlesel mensaje de que deben parar de robar nuestraspresas. Nuestros guerreros localizarán a una de sus

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patrullas ¡y les harán una advertencia querecordarán durante mucho tiempo!

Corazón de Fuego se estremeció al recordar loque Corriente Plateada le había contado sobre suhambriento clan. A su alrededor, los otros gatoselevaron la voz con maullidos de impaciencia.Corazón de Fuego no había oído al clan tanentusiasmado desde hacía muchas lunas.

—¡Garra de Tigre! —llamó Estrella Azul porencima del estruendo—. ¿Están tus guerreros lobastante preparados para un ataque al Clan delRío?

El lugarteniente asintió.—Excelente. —La líder levantó la cola—.

Entonces, saldremos a la puesta de sol.El clan maulló encantado, y Corazón de Fuego

sintió un hormigueo en las zarpas. ¿Estrella Azultambién pensaba ir? ¿No sería mejor que noarriesgara su última vida por una refriegafronteriza?

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Miró a Látigo Gris por encima del hombro. Suamigo tenía la vista clavada en la Peña Alta,sacudiendo la punta de la cola con nerviosismo.Cuando los alaridos se apagaron, Látigo Grisexclamó:

—Parece que hoy es un día más cálido. Undeshielo repentino volvería el río demasiadopeligroso para cruzarlo.

Corazón de Fuego contuvo la respiraciónmientras los demás gatos se volvían para mirar asu amigo con curiosidad.

Garra de Tigre también lo observó; sus ojosámbar reflejaban perplejidad.

—Normalmente no eres reacio a pelear —maulló el guerrero oscuro.

Cebrado ladeó el cuello y añadió:—Sí, Látigo Gris… No te asustarán esos sacos

de pulgas del Clan del Río, ¿verdad?Incómodo, el guerrero gris se movió con

nerviosismo mientras el clan aguardaba su

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respuesta.—¡Parece que tenga miedo! —resopló

Polvoroso al lado de Arenisca.Corazón de Fuego sacudió la cola con rabia,

pero logró dominar su voz y decir como si nada:—Sí, ¡de mojarse las patas! En esta estación

sin hojas, Látigo Gris ya ha visto cómo se lerompía el hielo bajo las zarpas una vez. No leapetece volver a pasar por lo mismo.

La tensión del clan se deshizo en ronroneosdivertidos. Látigo Gris bajó la vista al suelo, conlas orejas gachas. Sólo Garra de Tigre mantuvo unceño receloso.

Estrella Azul esperó hasta que cesaron losmurmullos.

—Debo estudiar la incursión con misguerreros más experimentados —dijo.

Luego bajó de un salto de la Peña Alta yaterrizó con tanta suavidad que costaba creer quesólo unos días atrás estaba luchando por sus vidas.

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Garra de Tigre, Tormenta Blanca y Sauce lasiguieron a su guarida, y el resto del clan formócorrillos para comentar la propuesta de ataque.

—¡Supongo que esperas que te dé las graciaspor avergonzarme! —siseó Látigo Gris al oído desu amigo.

—En absoluto. Pero ¡al menos podríasagradecerme que siga cubriéndote las espaldas!

Y se alejó a un extremo del claro, con el peloerizado de furia.

Arenisca se le unió.—Ya es hora de que les enseñemos a esos

gatos del Clan del Río que no pueden cazar ennuestro territorio siempre que se les antoje —maulló la aprendiza con ojos centelleantes.

—Sí, supongo que sí —respondió Corazón deFuego distraído.

No podía quitarle los ojos de encima a LátigoGris. ¿Eran imaginaciones suyas, o el guerrero grisse iba acercando poco a poco a la maternidad?

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¿Acaso su viejo amigo estaba planeandoescabullirse para avisar a Corriente Plateada?

Se levantó lentamente y empezó a ir hacia lamaternidad. Látigo Gris lo fulminó con la miradaal verlo aproximarse, pero antes de que ningunopudiese hablar, Estrella Azul volvió a llamardesde la Peña Alta. Corazón de Fuego se detuvo,aunque no despegó los ojos de su amigo.

—Sauce coincide contigo, Látigo Gris —declaró la líder—. Se avecina un deshielo.

Látigo Gris alzó la barbilla y le lanzó unamirada desafiante a Corazón de Fuego, pero a ésteno le importó. ¡Estrella Azul iba a suspender laincursión! Ahora su amigo no tendría que elegirentre su clan y Corriente Plateada, y él no tendríaque unirse a un grupo de asalto contra un clan que—como sabía— ya estaba sufriendo mucho.

Pero Estrella Azul no había terminado.—¡De modo que atacaremos ahora mismo! —

anunció.

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Corazón de Fuego miró de reojo: la expresióntriunfante de Látigo Gris se había convertido enpuro terror.

—Dejaremos una patrulla de guerrerosguardando el campamento —continuó la líder—.No hay que olvidar la posible amenaza del Clan dela Sombra. La incursión la llevarán a cabo cincoguerreros. Yo me quedaré aquí.

«Bien», pensó Corazón de Fuego. Después detodo, Estrella Azul no estaba planeando poner enpeligro su última vida.

—Garra de Tigre dirigirá el grupo de asalto.Cebrado, Sauce y Rabo Largo lo acompañarán.Así que todavía queda un puesto libre.

—¿Puedo ir yo? —preguntó Corazón de Fuego.Aunque la idea de atacar a los hambrientos gatosdel Clan del Río le partía el corazón, al menos asíLátigo Gris no tendría que elegir.

—Gracias, Corazón de Fuego. Puedes unirte ala patrulla —dijo Estrella Azul, claramente

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complacida por el entusiasmo de su antiguoaprendiz.

Garra de Tigre no parecía igual de contento.Se volvió hacia el joven guerrero con los ojosentornados, observándolo con clara desconfianza.

—No hay tiempo que perder —exclamóEstrella Azul—. Ya puedo oler los vientoscálidos. Garra de Tigre os dará instrucciones porel camino. ¡Marchaos ya!

Cebrado, Rabo Largo y Sauce salierondisparados tras el lugarteniente. Corazón de Fuegolos siguió por el túnel de aulagas y barrancoarriba, en dirección al territorio del Clan del Río.

Pasaron a toda prisa ante las Rocas Soleadas yalcanzaron la frontera enemiga cuando el solinvernal comenzaba a descender sobre el bosque.Corazón de Fuego olfateó el aire… Látigo Gris ySauce tenían razón: captó vientos más cálidos, ysobre los árboles empezaban a agruparse nubes.

Mientras bajaban la ladera hacia el río,

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Corazón de Fuego sintió una profunda inquietud.En los oídos le resonaba la desesperada historiade Corriente Plateada, pero trató de apartar sussentimientos de compasión.

Los guerreros salieron de entre los helechos yfrenaron en seco al borde del río. La imagen quelos recibió hizo que a Corazón de Fuego se leaflojaran las patas de alivio. La reluciente capa dehielo que había visto antes con Arenisca se habíadisuelto en una corriente rápida de agua fría ynegra.

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20

Garra de Tigre se volvió hacia sus guerreros conlos ojos destellando de frustración.

—Tendremos que esperar —gruñó.La patrulla se encaminó de nuevo hacia casa.

Corazón de Fuego elevó una oración silenciosa alClan Estelar, pero tenía mal sabor de boca. Ahoranunca sabría si habría podido llevar a cabo elataque. No era sólo que no se fiara de Látigo Gris;ahora ya no se fiaba ni de sí mismo.

El joven guerrero no dijo ni una palabra entodo el camino de vuelta. De vez en cuando, veíaque Garra de Tigre le lanzaba una mirada por

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encima de sus poderosos omóplatos. Fue unacaminata lenta. La luz del corto día invernal seestaba desvaneciendo cuando por fin alcanzaron loalto del barranco. Corazón de Fuego esperó a quelos otros guerreros bajaran primero. Para cuandoatravesó el túnel de aulagas, Garra de Tigre yaestaba explicándole al decepcionado clan que elhielo del río se había fundido.

Corazón de Fuego empezó a bordear el clarobuscando a Látigo Gris. Necesitaba saber si suamigo había salido del campamento, einstintivamente se encaminó a la maternidad. Alacercarse a la masa de zarzas enmarañadas, oyó unmaullido familiar.

—¡Corazón de Fuego!El joven sintió un destello de esperanza. A lo

mejor Látigo Gris estaba realmente agradecidoporque él se hubiese ofrecido a ocupar la últimaplaza del grupo de asalto. Siguió la voz de suamigo hasta las sombras que se extendían tras la

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maternidad.Maulló quedamente en la oscuridad, pero no

logró ver a Látigo Gris. De pronto, algo impactócontra su costado con gran potencia, y se volviócon todos los sentidos alerta. Vio a su amigo conel pelo erizado, recortado en la penumbra.

Látigo Gris atacó de nuevo, y Corazón deFuego se apartó justo a tiempo para esquivar unagran zarpa dirigida a su oreja.

—¿Te has vuelto loco? —balbució.Látigo Gris agachó las orejas y bufó.—¡No has confiado en mí! ¡Pensabas que

traicionaría al clan!Lanzó un nuevo zarpazo, y esta vez acertó a la

oreja de su amigo, que se sintió atravesado dedolor y rabia.

—¡Sólo quería evitar que tuvieras que elegir!—le espetó—. Aunque ahora mismo no estoyseguro de dónde recae tu lealtad.

Látigo Gris embistió y lo derribó de espaldas.

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Los dos pelearon con las uñas desenvainadas.—Yo tomo mis propias decisiones —gruñó

Látigo Gris.Corazón de Fuego consiguió zafarse y saltó

sobre el lomo de su amigo.—¡Estaba intentando protegerte!—¡No necesito que me protejan!Cegado por la furia, Corazón de Fuego clavó

las garras en la piel de Látigo Gris, pero éste diouna vuelta de campana y ambos salieron rodandode detrás de la maternidad.

Los gatos del claro se apartaron del camino delos dos jóvenes guerreros enzarzados. Corazón deFuego maulló furioso cuando su amigo le mordióuna pata delantera. Blandió una zarpa y lo arañóencima del ojo. Látigo Gris se desquitó bajando lacabeza y clavándole los dientes en la pata trasera.

—¡Deteneos de una vez!El severo maullido de Estrella Azul hizo que

los jóvenes guerreros se quedaran de piedra.

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Corazón de Fuego soltó a su amigo y se apartó a unlado, dolorido. Látigo Gris retrocedió con el peloerizado. Con el rabillo del ojo, Corazón de Fuegovio que Garra de Tigre sonreía con regocijoapenas disimulado, mostrando los dientes.

—Corazón de Fuego, quiero verte en miguarida… ¡ahora mismo! —gruñó Estrella Azul,echando fuego por sus ojos azules—. Látigo Gris,¡vete a tu dormitorio y quédate allí!

El resto del clan se desvaneció entre lassombras, mientras Corazón de Fuego cojeaba trasla líder hasta su guarida. Mantuvo los ojosclavados en el suelo, sintiéndose deshecho yconfundido.

La gata se sentó en el suelo arenoso y miró unmomento al joven guerrero con incredulidad.Luego maulló furiosa:

—¿De qué va todo esto?Él sacudió la cabeza. Por muy enfadado que

estuviera, no podía desvelar el secreto de su

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amigo.Estrella Azul cerró los ojos y respiró hondo.—Soy consciente de que las emociones están a

flor de piel en el campamento, pero nunca habríaesperado ver una riña ente tú y Látigo Gris. ¿Estásherido?

A Corazón de Fuego le escocían la oreja y lapata delantera, pero se encogió de hombros ymurmuró:

—No.—¿Piensas contarme de qué va todo esto?El joven la miró a los ojos con toda la firmeza

que pudo.—Estrella Azul, lo lamento. No puedo

explicártelo. —«Al menos eso es verdad», pensó.—Muy bien —maulló la líder al cabo—.

Podéis solucionar este asunto por vuestra cuenta.El clan se enfrenta a un momento difícil, y no voy atolerar esta clase de altercados. ¿Entendido?

—Sí, Estrella Azul. ¿Puedo irme?

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La gata asintió, y el joven guerrero salió deallí renqueando. Sabía que había defraudado a suantigua mentora, pero le resultaba imposibleconfiarse a ella. La última vez que lo había hecho—contándole las acusaciones de Cuervo contraGarra de Tigre—, ella no le creyó. Y si le creíaahora, entonces estaría traicionando a su mejoramigo.

Con el estómago revuelto por la inquietud,cruzó a rastras el claro hasta el dormitorio de losguerreros. Se acomodó en su lecho, junto a LátigoGris, y se acurrucó hasta formar un ovilloapretado. Se quedó allí, inmóvil, consciente delcuerpo tenso de su amigo a su lado, hasta que porfin lo venció el sueño.

Se despertó muy temprano por la mañana. El solaún no había salido, y el claro estaba vacío cuandolo atravesó en dirección al refugio de Fauces

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Amarillas. Quería ver a Carbonilla.La curandera estaba dormida, enroscada junto

a los cachorros enfermos de Pecas. Los pequeñosse retorcían en silencio en su cama, con los ojoscerrados. Fauces Amarillas roncaba sonoramente.Corazón de Fuego no quería despertarla, de modoque fue sigilosamente al lecho de Carbonilla y seasomó.

La gatita gris también dormía. Ya no teníasangre en el pelo. Corazón de Fuego se preguntó sise habría limpiado ella misma o si la habríalavado Fauces Amarillas. Se agachó junto a laconvaleciente y la observó respirar. Había algorelajante en el modo en que sus costados subían ybajaban. Parecía más tranquila que la última vez.

El joven se quedó allí hasta que la luz de laaurora se filtró a través de los helechos y oyó quelos gatos del clan empezaban a moverse. Entoncesse puso en pie. Se inclinó hacia Carbonilla y letocó el costado suavemente con la nariz.

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En ese momento Fauces Amarillas sedesperezó y abrió los ojos.

—¿Corazón de Fuego?—He venido a ver a Carbonilla.—Está cada vez mejor —dijo la curandera

levantándose.Al joven gato se le empañaron los ojos de

alivio.—Gracias, Fauces Amarillas.Cuando regresó al claro principal, Garra de

Tigre estaba dirigiéndose a un grupo de guerrerosy aprendices. Reparó en Corazón de Fuegoinmediatamente.

—Qué detalle que hayas aparecido —gruñó—.Látigo Gris también acaba de unirse a nosotros. Hatenido unas palabritas con Estrella Azul.

El joven le lanzó una ojeada a su amigo, peroéste estaba mirando al suelo. Los otros guerrerosobservaron en silencio cómo Corazón de Fuego seapresuraba a sentarse junto a Arenisca.

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—Mientras dure este deshielo, el bosqueestará rebosante de presas —continuó Garra deTigre—. Estarán hambrientas después de haberpermanecido resguardadas en sus madrigueras.Será una buena ocasión de cazar tantas comopodamos.

—Pero todavía hay carne fresca en el depósitode nieve —señaló Polvoroso.

—Pronto se habrá convertido en carroña —repuso Garra de Tigre—. Debemos aprovecharcualquier oportunidad de cazar. Conforme avancela estación sin hojas, las presas empezarán adesaparecer, y lo que quede será demasiadoescaso.

Los guerreros asintieron, de acuerdo con sulugarteniente.

—Rabo Largo —llamó Garra de Tigre,volviéndose hacia el atigrado claro—, quiero queorganices los equipos de caza.

El gato asintió, y Garra de Tigre se levantó

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para encaminarse a la guarida de Estrella Azul. Alverlo desaparecer tras la cortina de liquen,Corazón de Fuego no pudo evitar preguntarse si lalíder y el lugarteniente comentarían su pelea conLátigo Gris.

La voz de Rabo Largo lo sacó de suspensamientos.

—¡Corazón de Fuego! Arenisca y tú podéisuniros a Musaraña. Látigo Gris puede cazar conTormenta Blanca y Fronde. Creo que será mejorque no os ponga juntos en el mismo grupo.

Entre los reunidos sonaron ronroneosdivertidos, pero Corazón de Fuego entornó losojos con rabia. Se consoló examinando la mellaque había dejado en la oreja de Rabo Largocuando éste lo ofendió en su primer día en elcampamento.

—Buena pelea la de anoche —dijo Musarañacon voz áspera y un brillo malicioso en los ojos—.Casi compensó la batalla que nos habíamos

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perdido.Corazón de Fuego torció el gesto cuando

Polvoroso añadió:—¡Sí! Bonitos movimientos, Corazón de

Fuego… ¡para un minino casero!El joven guerrero rechinó los dientes y miró al

suelo, sacando y metiendo las uñas.Los dos grupos salieron juntos del

campamento. Al enfilar la senda que ascendía porel barranco, Corazón de Fuego miró al cielo. Lasnubes de lluvia que había visto la noche anteriorya habían cubierto el sol y la nieve estabaempezando a derretirse.

Musaraña condujo a Arenisca y Corazón deFuego a través del pinar.

—Me llevaré a Arenisca conmigo —le dijo laguerrera a Corazón de Fuego—. Tú puedes cazarsolo. Nos veremos de nuevo en el campamentocuando el sol esté en lo más alto.

Él se sintió aliviado ante la idea de estar a

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solas. Empezó a acechar entre los pinos; aún lecostaba creer que Látigo Gris y él se hubiesenpeleado tan violentamente. Se sentía perdido ysolo sin su viejo amigo, aunque lo cierto es que yano lo reconocía apenas. Se preguntó si podríanvolver a ser amigos alguna vez.

Hasta que sintió la blandura de las hojas bajolas zarpas, no se dio cuenta de que había ido hastael robledal que se extendía tras las viviendas deDos Patas. Pensó en Princesa y se preguntó si suspasos lo habrían llevado hasta la casa de ella poralguna razón.

Fue directo a la valla del jardín de su hermanay la llamó quedamente. Luego regresó al bosque yesperó entre la maleza.

Poco después, oyó unos ruiditos en la valla ycaptó el aroma de su hermana. Estaba a punto desaltar para reunirse con ella cuando captó unsegundo olor, éste desconocido.

Hubo un crujido en los helechos y apareció

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Princesa. Llevaba un diminuto gatito en la boca.Cuando su hermano se le acercó, ella lo saludócon un cálido maullido sin soltar aquel fardopeludo.

El cachorro era muy pequeño. Corazón deFuego supuso que no lo destetarían antes de lasiguiente luna. Princesa apartó un poco de nievecon la pata y lo depositó delicadamente sobre lashojas. Luego se sentó para rodearlo con su gruesacola.

Corazón de Fuego se sintió embargado por laemoción. Aquel pequeño era de su misma sangre, yhabía nacido como un gato doméstico, igual que él.En silencio, el joven guerrero saludó a Princesafrotándola con el hocico, y se inclinó para olfatearal cachorro. Olía a calidez y leche… algo extraño,pero de algún modo familiar. Le dio un tiernolametón en la cabeza y el pequeño maulló,abriendo una boquita rosa de dientecitos blancos.

Princesa miró a su hermano con ojos

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centelleantes.—Lo he traído para ti, Corazón de Fuego —

maulló dulcemente—. Quiero que te lo lleves a tuclan para que se convierta en tu nuevo aprendiz.

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21

Corazón de Fuego se quedó mirando al cachorrito.—Nunca habría esperado… —empezó. Miró a

su hermana, incapaz de hablar.—Mis dueños elegirán dónde van a vivir los

otros —explicó Princesa—. Pero éste es miprimogénito y quiero ser yo quien decida su futuro.—Alzó la barbilla—. Conviértelo en un héroe, porfavor. ¡Como tú!

La perturbadora sensación de soledad quehabía lastrado a Corazón de Fuego durante tantotiempo empezó a menguar. Se imaginó al cachorroen el clan, mientras él le enseñaba las costumbres

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de la vida en el bosque y cazaba a su lado a travésde los frondosos helechos. Por fin habría otromiembro del Clan del Trueno que compartiría susraíces como gato doméstico.

Princesa ladeó la cabeza.—Sé lo triste que estabas por lo de tu

aprendiza. He pensado que si tenías un nuevoaprendiz, uno de tu misma sangre, no te sentiríastan solo. —Estiró el cuello y pegó la nariz alcostado de su hermano—. No comprendo todas lascostumbres de tu clan, pero viéndote y oyéndotehablar de tu vida, sé que me sentiría honrada si mihijo se criara como un gato de clan.

Una vez pasado el primer estallido defelicidad, Corazón de Fuego pensó en el resto desu clan y en lo desesperadamente que necesitabangatos luchadores. Carbonilla ya nunca seríaguerrera. ¿Y si la neumonía se llevaba más vidasque la de Estrella Azul? El Clan del Trueno podríanecesitar a aquel cachorro.

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De pronto, reparó en la llovizna que se lepegaba al cuerpo. El pequeño necesitabacobijarse, y pronto. Parecía fuerte, pero todavíaera demasiado chiquitín para resistir muchotiempo el frío y la humedad.

—Me lo llevaré —maulló—. Le has hecho unmagnífico regalo al Clan del Trueno, hermana. ¡Yyo lo entrenaré para que sea el mejor guerrero quejamás se haya visto!

Bajó la cabeza y agarró al cachorro por elpescuezo.

Los ojos de Princesa relucían de gratitud yorgullo.

—Gracias, hermano —ronroneó—. Quiénsabe, ¡quizá mi hijo llegue a ser líder y reciba eldon de las nueve vidas!

Corazón de Fuego miró afectuosamente surostro confiado y esperanzado. ¿De verdadpensaba su hermana que eso podía llegar asuceder? Luego lo invadió la duda. Iba a llevar a

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aquel gatito a un campamento infectado por lagripe y la neumonía. ¿Y si ni siquiera lograballegar a la estación de la hoja nueva? Pero elacogedor aroma que desprendía el cachorro lotranquilizó. Aquel pequeño sobreviviría. Erafuerte y tenía la misma sangre que él. Debía darseprisa: el cachorro ya estaba empezando aenfriarse. Se despidió de Princesa con un guiño yse internó corriendo en el sotobosque.

El gatito pesaba más de lo que habíaimaginado. Colgado de su boca, iba chocandocontra sus patas delanteras, de lo que se quejabacon leves chillidos. Cuando Corazón de Fuegoalcanzó por fin lo alto del barranco, tenía el cuellodolorido. Bajó al campamento con pisadascautelosas, temeroso de resbalar en la nieve, queestaba derritiéndose muy rápidamente.

En la entrada, el joven guerrero vaciló, puesde pronto cayó en que tendría que explicar al clanla existencia de aquel cachorro; tendría que

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admitir que había visitado a su hermana, una gatadoméstica. Pero ya era demasiado tarde. Notócómo el pequeño temblaba. Corazón de Fuegocuadró los hombros y cruzó el túnel de aulagas. Elgatito soltó agudos maullidos cuando una espina sele enganchó en el pelo. Varios pares de ojos sevolvieron asombrados cuando Corazón de Fuegoentró en el claro.

Los dos grupos de caza habían regresado ya.Musaraña, Tormenta Blanca, Arenisca y Fronde yaestaban en el claro. Sólo faltaba Látigo Gris. Unoa uno, el resto del clan salió de sus guaridas por elalboroto y el olor desconocido, pero ninguno dijonada. Se quedaron mirando a Corazón de Fuegocon expresión hostil y perpleja, como si él fueseun intruso.

El joven guerrero giró lentamente en el centrodel claro, con el cachorro colgándole todavía de laboca, y miró al círculo de ojos inquisitivos.Empezó a sentir la boca seca. ¿Por qué había dado

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por supuesto que el clan aceptaría a un cachorroque ni siquiera había nacido en el bosque?

Sintió alivio cuando Estrella Azul salió de laguarida de la curandera. Pero a la líder se ledilataron los ojos de sorpresa al verlo.

—¿Qué ocurre aquí? —exigió saber.Un estremecimiento funesto recorrió a Corazón

de Fuego. Depositó al cachorro entre sus patasdelanteras y lo rodeó con la cola para mantenerlocaliente.

—Es el primogénito de mi hermana —explicó.—¡Tu hermana! —Garra de Tigre lo fulminó

con una mirada acusatoria.—¿Tienes una hermana? —inquirió Cola

Pintada—. ¿Dónde?—En el mismo sitio donde nació él, por

supuesto —resopló Rabo Largo asqueado—. ¡Enlas viviendas de Dos Patas!

—¿Es eso cierto? —preguntó Estrella Azul,con los ojos cada vez más abiertos.

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—Sí —admitió Corazón de Fuego—. Mihermana me ha dado a su hijo para que lo trajeseal clan.

—¿Y por qué iba a hacer eso? —quiso saberla líder con una tranquilidad peligrosa.

—Yo le he hablado de la vida en el clan… delo estupenda que es… —Pero no supo seguir antela mirada incrédula de Estrella Azul.

—¿Cuánto tiempo llevas visitando lasviviendas de los Dos Patas?

—No mucho; sólo desde que empezó laestación sin hojas. Pero únicamente voy a ver a mihermana. Mi lealtad sigue estando con el clan.

—¿Lealtad? —El desdén de Rabo Largorecorrió el claro—. ¿Y aun así traes aquí a unminino de compañía?

—¿No basta ya con tener una mascota en elclan? —espetó un veterano con voz cascada.

—¡Fíate de una mascota para encontrar a otramascota! —gruñó Polvoroso, erizando el pelo de

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indignación. Se volvió hacia Arenisca y le dio unempujoncito con el hocico. Ella lanzó una miradade incomodidad a Corazón de Fuego y luego bajóla vista hacia sus patas.

—¿Por qué lo has traído aquí? —bramó Garrade Tigre.

—Necesitamos guerreros…El gatito se retorció entre sus patas mientras

hablaba, y Corazón de Fuego fue consciente de loridículo que debía de estar sonando. Agachó lacabeza al oír que sus palabras eran recibidas conmaullidos desdeñosos.

Cuando los insultos se apagaron, Viento Velozdijo:

—El clan ya tiene bastantes preocupacionessin necesidad de esto.

—No será nada más que una carga —coincidióMusaraña—. Pasarán cinco lunas como mínimoantes de que ese cachorro esté listo para empezar aentrenarse.

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Tormenta Blanca asintió, de acuerdo conMusaraña.

—No deberías haberlo traído, Corazón deFuego. Será demasiado blandengue para la vida declan.

Corazón de Fuego erizó el pelo.—Yo nací como gato doméstico —dijo—.

¿Acaso soy un blandengue?Él pensaba cuestionar los prejuicios del clan

contra los gatos caseros, pero estaba equivocado.No logró ver ni una cara amistosa entre lamultitud.

Por detrás de Tormenta Blanca sonó una voz:—Si ese cachorro tiene la misma sangre que

Corazón de Fuego, será un buen gato de clan.Sintió un gran alivio. ¡Era Látigo Gris! En su

pecho brotó una breve esperanza cuando TormentaBlanca se apartó a un lado y los otros gatos sevolvieron hacia el joven guerrero gris. Su amigopaseó la mirada por el círculo de gatos,

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observándolos uno a uno con firmeza y calma.—Qué novedad que hables a favor de tu

amigo. ¡Anoche querías hacerlo trizas! —se mofóRabo Largo.

Látigo Gris lo miró ceñudo, y se volvió degolpe cuando Cebrado lo provocó:

—¡Sí, Látigo Gris! ¿Cómo sabes que la sangrede Corazón de Fuego es buena para el Clan delTrueno? ¿Es que la probaste anoche cuandointentabas arrancarle un trozo de pata?

Estrella Azul se adelantó con los ojosensombrecidos de inquietud.

—Corazón de Fuego, creo que no pretendíasser desleal al clan al visitar a tu hermana, pero¿por qué has accedido a traer aquí a ese cachorro?No te corresponde a ti tomar decisiones como ésa.Lo que has hecho afecta a todo el clan.

Corazón de Fuego se volvió hacia Látigo Griscon la esperanza de obtener más apoyo, pero suamigo no le devolvió la mirada. Luego miró

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alrededor, y todos los ojos desviaron la vista. Eljoven guerrero empezó a sentir pánico. ¿Habíapuesto en peligro su posición en el clan al llevarallí al hijo de Princesa?

Estrella Azul habló de nuevo:—Garra de Tigre, ¿tú qué opinas?—¿Que qué opino? —maulló el lugarteniente,

y Corazón de Fuego se estremeció ante su tono dearrogante satisfacción—. Pues que deberíamosdeshacernos del cachorro inmediatamente.

—¿Flor Dorada?—La verdad es que parece demasiado

pequeño para sobrevivir hasta la estación de lahoja nueva —señaló la reina anaranjada.

—¡Tendrá neumonía para cuando se ponga elsol! —añadió Musaraña.

—O se comerá nuestras presas hasta lapróxima nevada, y entonces morirá de frío —resopló Viento Veloz.

Estrella Azul inclinó la cabeza.

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—Ya es suficiente. Debo reflexionar sobreesto.

Se encaminó a su guarida y desapareció en elinterior, mientras el resto del clan se dispersabaentre murmullos.

Corazón de Fuego agarró al empapadocachorro y se lo llevó al dormitorio de losguerreros. El pequeño estaba temblando ygimoteaba lastimeramente. Su tío lo rodeó con elcuerpo y cerró los ojos, pero en su mente dabanvueltas los rostros hostiles del clan, llenándole elcorazón de temor. Pensó que había estado solo enotras ocasiones, pero ahora parecía como si todoel clan lo hubiera repudiado.

Látigo Gris entró en la guarida y se acomodóen su lecho. Corazón de Fuego le lanzó una miradanerviosa. Su amigo había sido el único en salir ensu defensa, y él quería agradecérselo. Tras unapausa incómoda, en la que el cachorro no paró degimotear, masculló:

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—Gracias por dar la cara por mí.Látigo Gris se encogió de hombros.—Bueno, sí —maulló—. Nadie más iba a

hacerlo.Luego dobló el cuello y empezó a lavarse la

cola.El cachorro seguía lloriqueando, y sus

maullidos eran cada vez más fuertes. Algunosguerreros entraron en el dormitorio pararesguardarse de la lluvia; Sauce lanzó una miradaa tío y sobrino, pero no dijo ni una palabra.

—¿No puedes hacer que esa cosa cierre elpico? —se quejó Rabo Largo mientras ahuecaba elmusgo de su lecho.

Corazón de Fuego lamió desesperadamente alcachorro. A esas alturas debía de tener muchahambre. Un roce en la pared lo hizo levantar lavista: era Escarcha. La reina se acercó a la camadel joven guerrero y contempló al desdichadogatito.

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—Estaría mejor en la maternidad —murmuró—. Pecas tiene leche de sobra. Yo podría pedirleque le diera de comer.

Corazón de Fuego se quedó mirándolasorprendido, y ella le sostuvo la mirada concalidez.

—No he olvidado que tú rescataste a mispequeños de las garras del Clan de la Sombra —dijo la gata.

Corazón de Fuego volvió a agarrar al cachorropor el pescuezo y siguió a Escarcha. La lluviahabía arreciado, y corrieron juntos a lamaternidad. Escarcha desapareció por la angostaentrada, mientras Corazón de Fuego la seguíaretorciéndose. Se detuvo en el interior del espesozarzal, entornando los ojos hasta que se leacostumbraron a la penumbra. Dentro de aquelcapullo oscuro y seco se encontraba Pecas,rodeando a sus dos hijos sanos. Miró con recelo aCorazón de Fuego y al pequeño que sujetaba.

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Escarcha le susurró:—Una de las crías de Pecas murió anoche.El joven guerrero recordó a los gatitos que se

retorcían junto a Fauces Amarillas y se preguntó,con una punzada de pena, cuál habría muerto. Dejóa su sobrino en el suelo y se volvió hacia Pecas.

—Lo lamento —musitó.Ella lo miró con ojos de dolor.—Pecas —empezó Escarcha—, sólo puedo

imaginar cuánto estás sufriendo, pero este pequeñoestá desfallecido de hambre y tú tienes leche.¿Querrías alimentarlo?

Pecas negó con la cabeza y cerró los ojos,como para negar la presencia de Corazón de Fuegoen la maternidad.

Escarcha estiró el cuello y pegó el hocico a lamejilla de Pecas, dulcemente.

—Sé que no va a sustituir a tu hijito —lesusurró—. Pero necesita de tu calor y tuscuidados.

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Corazón de Fuego esperó con inquietud. Losgemidos del cachorro aumentaron. Había olido laleche de la joven reina y empezó a dirigirse atientas hacia su vientre. Se abrió paso entre loshijos de Pecas. Ésta lo miró avanzar serpenteando,atraído por el aroma de su leche. Y no se resistiócuando el pequeño se pegó a su vientre y se puso amamar. Corazón de Fuego sintió alivio y gratitudal ver que los ojos de Pecas se suavizaban y que elcachorro blanco comenzaba a ronronear,presionando el estómago de la reina con susdiminutas patas.

Escarcha asintió.—Gracias, Pecas. ¿Puedo decirle a Estrella

Azul que tú cuidarás del pequeño?—Sí —contestó Pecas en voz baja, sin apartar

los ojos del cachorro blanco, y lo apretó máscontra su vientre con una de sus patas traseras.

Corazón de Fuego ronroneó y bajó la cabezapara tocarle el omóplato con la nariz.

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—Muchas gracias. Te traeré carne extra todoslos días.

—Voy a informar a Estrella Azul —maullóEscarcha.

Corazón de Fuego levantó la vista hacia lareina blanca, conmovido por su amabilidad.

—Gracias, Escarcha.—Ningún cachorro merece morir, haya nacido

en un clan o no —declaró antes de salir a través delas zarzas.

—Ya puedes irte —le murmuró Pecas aCorazón de Fuego—. Tu pequeño estará a salvoconmigo.

El joven guerrero asintió y siguió a Escarchabajo la lluvia. Pensó en regresar a su dormitorio,pero sabía que no podría estar tranquilo hasta oírla decisión de Estrella Azul sobre el hijo dePrincesa.

Mientras se paseaba por el claro y el pelo sele iba apelmazando en mechones mojados, vio que

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Escarcha salía de la guarida de Estrella Azul yvolvía corriendo a la maternidad.

Sauce estaba preparándose para dirigir lapatrulla nocturna cuando por fin salió EstrellaAzul de su refugio. Corazón de Fuego se detuvo,presa del nerviosismo. Estrella Azul saltó a laPeña Alta y lanzó su conocido llamamiento:

—Que todos los gatos lo bastante mayorespara cazar sus propias presas se reúnan bajo laPeña Alta.

La patrulla dio media vuelta desde la entradadel campamento y siguió a Sauce hasta el lugar dereunión. El resto del clan empezó a abandonar susrefugios secos, refunfuñando por la lluvia. Garrade Tigre saltó a la roca junto a Estrella Azul, conrostro ceñudo.

«Van a ordenarme que devuelva al pequeño»,pensó Corazón de Fuego. Luego lo asaltaronpensamientos aún más negros: «¿Y si Estrella Azulle pide a Garra de Tigre que abandone al cachorro

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en el bosque? Allí no sobrevivirá. Oh, ClanEstelar, ¿qué voy a decirle a Princesa?».

Cuando todos los gatos guardaron silencio,Estrella Azul tomó la palabra.

—Gatos del Clan del Trueno, nadie puedenegar que necesitamos guerreros. Ya hemosperdido un cachorro por neumonía, y faltan muchaslunas hasta la estación de la hoja nueva.Carbonilla ha resultado gravemente herida y yanunca será guerrera. Como Látigo Gris haseñalado con gran acierto…

Corazón de Fuego oyó que Polvorososusurraba cerca de él:

—¡Últimamente, Látigo Gris se está volviendotambién un minino de compañía!

Giró la cabeza, pero un bufido de advertenciade un veterano hizo callar a Polvoroso antes deque el joven guerrero pudiera decir algo.

—Como ha señalado Látigo Gris —repitióEstrella Azul—, ese cachorro tiene la misma

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sangre que Corazón de Fuego, de modo que lo másprobable es que se convierta en un gran guerrero.

Algunos miraron de reojo a Corazón de Fuego,pero éste apenas prestó atención al cumplido de lalíder. En su pecho estaba brotando la esperanza yse sentía aturdido.

Estrella Azul enmudeció un momento paraobservar a los gatos que tenía delante.

—He decidido que aceptaremos al cachorro enel clan —declaró.

Nadie emitió sonido alguno. Corazón de Fuegotuvo ganas de maullar su agradecimiento al ClanEstelar, pero se mordió la lengua. Respiró hondopor primera vez desde que el sol estaba en lo másalto. ¡Una criatura de su propia familia iba aformar parte del Clan del Trueno!

—Pecas se ha ofrecido a cuidarlo —continuóEstrella Azul—, así que Corazón de Fuego tendráque proporcionarle a Pecas todo lo que ellanecesite. —La líder miró al joven guerrero, pero

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éste no supo descifrar su expresión—. Por último,el cachorro debería tener un nombre. Seráconocido como Pequeño Nimbo.

—¿Habrá una ceremonia de nombramiento? —preguntó Musaraña entre la multitud.

Corazón de Fuego miró ansiosamente a la PeñaAlta. ¿Concederían ese privilegio al hijo de suhermana, como hicieron con él cuando el clan loaceptó formalmente?

Estrella Azul miró a Musaraña con ojos fríos.—No —respondió.

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22

Los días hasta la siguiente luna llena trascurrieronmuy lentamente para Corazón de Fuego. Parecíanhaber pasado siglos desde la última Asamblea. Lavez anterior, nubes de tormenta habían tapado laluna, de modo que los clanes se mantuvieronalejados de los Cuatro Árboles. Mientras tanto,una patrulla tras otra encontraba olor de guerrerosdel Clan del Río en las Rocas Soleadas, y denuevo se habían descubierto señales olorosas delClan de la Sombra en el Árbol de la Lechuza.

Cuando no estaba cazando o patrullando,Corazón de Fuego dividía su tiempo entre Pequeño

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Nimbo, Carbonilla y Fronde. Incluso después deque Látigo Gris retomase la tutela de Fronde,Corazón de Fuego advertía que a menudo elaprendiz estaba desocupado y su mentor no estabapor ningún lado.

—Cazando —respondía Fronde cuando lepreguntaba dónde estaba Látigo Gris.

—¿Por qué no has ido con él?—Me ha dicho que podría acompañarlo

mañana.Corazón de Fuego sentía rabia por la tozudez

de su amigo, pero se sobreponía. Habíarenunciado a intentar que entrara en razón —apenas habían hablado desde la llegada dePequeño Nimbo—, pero hacía el esfuerzo de sacara Fronde del campamento cada vez que LátigoGris desaparecía, sólo para mantener al aprendizfuera de la vista. Era consciente de que Garra deTigre no aceptaría las respuestas de Fronde tanfácilmente.

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Por fin, la luna llena apareció en un cielo sinnubes. Corazón de Fuego regresó pronto de cazar.Pasó ante el roble caído, ya vacío ahora que ZarpaRauda y el cachorro de Cola Pintada se habíancurado. Dejó las presas en el montón de carnefresca y se encaminó a la guarida de la curanderapara visitar a Carbonilla. Incluso la amenaza de laneumonía había abandonado el campamento, porahora. Sólo Carbonilla seguía con la vieja gata.

Al cruzar el túnel de helechos, vio a la gatitagris en el pequeño claro. Estaba ayudando aFauces Amarillas a preparar unas hierbas. Seestremeció al verla cojear pesadamente hacia laroca hendida, llevando hojas secas en la boca.

—¡Corazón de Fuego! —Carbonilla escupiólas hojas y se volvió para recibirlo cuando élapareció por el túnel—. ¡He distinguido tu olor aduras penas a través de estas repugnantes cosas!

—¡Esas repugnantes cosas ayudaron a curartela pata! —gruñó Fauces Amarillas.

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—Bueno, pues deberías haber usado más —replicó Carbonilla, pero Corazón de Fuego sesintió aliviado al advertir un brillo travieso en susojos—. ¡Mira esto! —añadió, moviendo la patarota—. Casi no llego con las zarpas paralimpiármela.

—A lo mejor tendría que darte más ejerciciospara volverla más flexible —maulló FaucesAmarillas.

—¡No, gracias! —contestó la gatita—. ¡Meduelen!

—¡Se supone que tienen que doler! Esodemuestra que surten efecto. —La vieja curanderase volvió hacia Corazón de Fuego—. Tal vez tútengas más suerte convenciéndola para que loshaga. Yo me voy al bosque a buscar raíces deconsuelda.

—Lo intentaré —prometió el joven cuandoFauces Amarillas pasó a su lado.

—Sabrás si está haciendo bien los ejercicios

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—dijo la curandera por encima del hombro—,¡porque se quejará!

Carbonilla se acercó renqueando a su mentor yle tocó la nariz con la suya.

—Gracias por venir a verme.Luego se sentó, haciendo una mueca al

colocarse la pata herida.—Me gusta venir a verte —ronroneó Corazón

de Fuego—. Echo de menos nuestras sesiones deentrenamiento. —Se arrepintió de sus palabras encuanto las hubo pronunciado.

Una expresión melancólica nubló los ojos dela gata.

—Yo también —admitió—. ¿Cuándo crees quepodré volver a empezar?

Corazón de Fuego se quedó mirándoladescorazonado. Era obvio que Fauces Amarillastodavía no le había contado que ya nunca seríaguerrera.

—A lo mejor te ayuda si probamos con tus

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ejercicios —contestó evasivamente.—Vale —aceptó Carbonilla—. Pero sólo unos

pocos.Se tumbó de costado y estiró la pata hasta que

el rostro se le contrajo de dolor. Lentamente, conlos dientes apretados, empezó a moverla adelantey atrás.

—Lo estás haciendo muy bien —maullóCorazón de Fuego, ocultando el pesar que sentía.

Carbonilla bajó la pata y se quedó inmóvil unmomento; luego se incorporó. Corazón de Fuego laobservó en silencio mientras ella sacudía lacabeza.

—Ya nunca seré guerrera, ¿verdad?Él no fue capaz de mentirle.—No —susurró—. Lo lamento muchísimo.Estiró el cuello para lamerle la cabeza. Al

cabo de unos instantes, ella soltó un largo suspiroy volvió a tumbarse.

—En realidad ya lo sabía —declaró—. Es

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sólo que a veces sueño que estoy en el bosquecazando con Fronde, pero luego me despierto y eldolor de la pata me recuerda que ya nunca volveréa cazar. Es demasiado duro de sobrellevar. Tengoque fingir que quizá, algún día, podré cazar denuevo.

Corazón de Fuego no soportaba verla tanabatida.

—Yo te llevaré otra vez de caza —prometió—. Buscaremos al ratón más viejo y lento delbosque. No tendrá la menor oportunidad contra ti.

La aprendiza lo miró ronroneando conagradecimiento.

Él ronroneó a su vez, pero había una cuestiónque le preocupaba desde el accidente.

—Carbonilla —empezó—, ¿recuerdas quépasó cuando el monstruo te golpeó? ¿Garra deTigre estaba allí?

A la gata se le empañaron los ojos deaturdimiento.

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—N… no lo sé —tartamudeó, y su mentorsintió una punzada de culpabilidad al verlaestremecerse por el recuerdo—. Fui derecha alfresno carbonizado donde Polvoroso dijo queestaría Garra de Tigre, y entonces… entoncesapareció el monstruo y… La verdad es que no meacuerdo.

—No debiste de darte cuenta de lo estrechoque es allí el arcén. Debiste de metertedirectamente en el Sendero Atronador.

«¿Por qué Garra de Tigre no estaba dónde dijoque estaría? —pensó con un fogonazo de rabia—.¡Podría haber impedido que Carbonilla se metieraen el Sendero Atronador! —Las palabras dePrincesa resonaron siniestramente en su cabeza—.¿Era una trampa?». Se imaginó a Garra de Tigreagazapado de cara al viento, escondido entre losárboles, vigilando el arcén, esperando…

—¿Cómo está Pequeño Nimbo? —preguntóCarbonilla, sacándolo de sus pensamientos. Era

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evidente que deseaba cambiar de tema.Corazón de Fuego se sintió feliz de

complacerla, sobre todo si eso implicaba hablardel hijo de Princesa.

—Más grande cada día —respondió muyorgulloso.

—Estoy deseando conocerlo. ¿Cuándo lotraerás de visita?

—En cuanto Pecas me dé permiso. Demomento, no consiente en perderlo de vista.

—Entonces, ¿lo quiere?—Lo trata igual que a sus propios cachorros,

gracias al Clan Estelar. Para ser sincero, no estabaseguro de que fuera a aceptarlo. Pequeño Nimboes muy distinto de sus hijos.

Ni siquiera Corazón de Fuego podía negar queel pelaje nevado y suave de Pequeño Nimboparecía fuera de lugar junto a los otros cachorros,de pelaje corto, moteado y con los colores delbosque.

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—Por lo menos se lleva bien con suscompañeros de la maternidad… —Se interrumpióy miró al suelo con una punzada de inquietud.

—¿Qué ocurre? —inquirió Carbonilla condulzura.

Él se encogió de hombros.—Es que me pone enfermo la manera en que

algunos lo miran, como si fuese estúpido o inútil.—¿Pequeño Nimbo nota esas miradas?El joven negó con la cabeza.—Bueno, pues entonces no te preocupes —

maulló Carbonilla.—Pero es que Pequeño Nimbo ni siquiera sabe

que nació como gato doméstico. Creo que piensaque es de un clan diferente. Pero si siguenmirándolo con mala cara, acabará dándose cuentade que tiene algo raro.

—¿Algo raro? —repitió Carbonilla pasmada—. Tú naciste como gato doméstico, ¡y no tienesnada raro! Mira, para cuando Pequeño Nimbo

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averigüe de dónde procede, ya será capaz dedemostrar que un gato doméstico puede ser tanbueno como cualquier guerrero nacido en un clan.Igual que has hecho tú.

—¿Y si alguien se lo cuenta antes de que estépreparado?

—Si se parece mínimamente a ti, ¡habrá nacidopreparado!

—¿Cuándo te has vuelto tan lista? —maullóCorazón de Fuego, sorprendido por la perspicaciade su aprendiza.

Carbonilla se tumbó de espaldas con ungemido melodramático.

—¡Eso es lo que el sufrimiento puede hacerlea un gato!

Su mentor le pinchó el estómagojuguetonamente y ella soltó un chillido antes devolver a tumbarse.

—¡No, en serio! —exclamó—. ¡Fíjate conquién he estado últimamente!

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Corazón de Fuego ladeó la cabezainterrogativamente.

—Con Fauces Amarillas, tontaina —se burlóla gata—. Es una vieja muy inteligente. Estoyaprendiendo mucho. —Se incorporó—. Dice queesta noche hay Asamblea. ¿Irás?

—No lo sé. Luego se lo preguntaré a EstrellaAzul. En estos momentos no soy exactamentepopular en el clan.

—Se les pasará —aseguró Carbonilla, y le dioun empujoncito en el omóplato—. ¿No deberíasenterarte de si vas a ir o no? Se marcharán dentrode poco.

—Tienes razón. ¿Estarás bien hasta queregrese Fauces Amarillas? ¿Quieres que te traigaalgo de comer?

—Estaré bien —lo tranquilizó Carbonilla—. YFauces Amarillas me traerá algo. Siempre lo hace.Para cuando acabe conmigo, seré la gata másgorda del clan.

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Corazón de Fuego se alegró al constatar que suantigua aprendiza estaba recuperando su buenhumor. Se sintió tentado de quedarse en sucompañía, pero ella tenía razón: debería averiguarsi podía ir a la Asamblea.

—Entonces te veré mañana. Seguro que haymucho que contar de la Asamblea.

—Sí, y quiero saberlo todo —maullóCarbonilla—. ¡Asegúrate de que Estrella Azul tedeja ir! ¡Rápido!

—Ya voy, ya voy —replicó él poniéndose enpie—. Adiós, Carbonilla.

—¡Adiós!Corazón de Fuego se detuvo en el borde del

claro principal, buscando a Estrella Azul con lamirada. La vio hablando con Sauce en la entradade su guarida. El joven llegó justo cuando Saucese levantaba para irse. La esbelta guerrera gris losaludó con un movimiento de la cabeza.

Estrella Azul observó a Corazón de Fuego con

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ojos sagaces.—Quieres ir a la Asamblea —maulló. Él abrió

la boca para responder, pero la líder lointerrumpió—. Todos los guerreros quieren acudiresta noche, pero no puedo llevarme a todo elmundo.

El joven se sintió decepcionado.—Quería ver de nuevo al Clan del Viento —

explicó—. Para saber cómo les está yendo desdeque Látigo Gris y yo los trajimos de vuelta a casa.

La gata entornó los ojos.—No hace falta que me recuerdes lo que

hiciste por el Clan del Viento —maullóseveramente, y el joven gato se encogió—. Perotienes razón al sentirte preocupado. Látigo Gris ytú podéis venir a la Asamblea de esta noche.

—Gracias, Estrella Azul.—Será una reunión interesante. Los clanes de

la Sombra y del Río tienen muchas cosas queexplicar.

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A Corazón de Fuego le temblaron las orejas denerviosismo, pero no pudo evitar un escalofrío deemoción. Era evidente que Estrella Azul pretendíapedir cuentas a Estrella Doblada y EstrellaNocturna por sus incursiones en el territorio delClan del Trueno. Bajó la cabeza respetuosamenteante la gata y se alejó.

Al recoger dos campañoles para Pecas delmontón de carne fresca, vio que Fauces Amarillasentraba en el campamento. La curandera tenía laspatas cubiertas de barro y la boca llena de raícesgruesas y nudosas. No cabía duda de que subúsqueda de consuelda había sido fructífera.

Corazón de Fuego llevó las piezas de carne ala maternidad. Pecas estaba acurrucada en elinterior, amamantando a Pequeño Nimbo. Losotros cachorros habían dejado de tomar leche, ypronto Pequeño Nimbo probaría por primera vezla carne fresca.

Pecas levantó la vista cuando Corazón de

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Fuego entró, con los ojos ensombrecidos depreocupación.

—Acabo de pedir que llamen a FaucesAmarillas —maulló.

Corazón de Fuego se alarmó.—¿Le ocurre algo malo a Pequeño Nimbo?—Hoy ha tenido algo de fiebre. —Pecas lamió

la cabeza del cachorro cuando éste dejó de mamary empezó a retorcerse con nerviosismo—.Probablemente no sea nada, pero he pensado quesería mejor que lo viese Fauces Amarillas. No…no quiero correr ningún riesgo.

Corazón de Fuego recordó que la reinamoteada había perdido un hijo no hacía mucho, yesperó que sólo estuviese siendo excesivamenteprudente. Pero lo cierto era que Pequeño Nimboparecía intranquilo.

—Vendré a veros después de la Asamblea —prometió.

Salió de la maternidad y se encaminó al

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montón de carne fresca para recoger su cena. Lasnoticias de Pecas le habían quitado el apetito, perodebía comer algo antes de la caminata nocturnahasta los Cuatro Árboles.

Rabo Largo y Polvoroso se hallaban junto almontón. Corazón de Fuego se sentó, esperando aque se marcharan.

—Hoy no he visto al Bobo Nimbo —maullóRabo Largo, y Corazón de Fuego sintió lafrustración habitual ante sus comentariossarcásticos.

—¡Probablemente se habrá dado cuenta delaspecto tan ridículo que tiene y habrá decididoesconderse en la maternidad! —exclamóPolvoroso.

—Me gustaría estar presente cuando intentecazar por primera vez. Las presas lo descubrirán aun árbol de distancia, con toda esa pelusa blanca—se mofó Rabo Largo.

—¡A menos que lo confundan con una seta

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pedo de lobo! —Polvoroso miró a Corazón deFuego de soslayo, con los bigotes temblando derisa.

Corazón de Fuego agachó las orejas y desvióla mirada. Vio cómo Fauces Amarillas corríahacia la maternidad con matricaria en la boca. Pordesgracia, Rabo Largo y Polvoroso también lavieron.

—Parece que el minino de compañía se haresfriado. Qué sorpresa —maulló Rabo Largo—.Flor Dorada tenía razón: ¡no sobrevivirá a laestación sin hojas!

El guerrero atigrado se volvió para mirar aCorazón de Fuego, esperando una reacción, peroel joven hizo caso omiso y se acercó al montón decarne fresca. Escogió un tordo y se lo llevó,cansado del interminable rencor.

Látigo Gris estaba compartiendo la cena conViento Veloz junto a la mata de ortigas.

—Hola, ¿has tenido una buena caza? —le

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preguntó Viento Veloz.—Sí, gracias —contestó Corazón de Fuego.Látigo Gris no levantó la vista.—Estrella Azul dice que puedes ir a la

Asamblea —le dijo a su viejo amigo.—Lo sé —respondió Látigo Gris sin dejar de

comer.—¿Tú vas a ir? —le preguntó Corazón de

Fuego a Viento Veloz.—¡Desde luego que sí! ¡No me perdería esta

Asamblea por nada del mundo!Corazón de Fuego siguió adelante hasta

encontrar un lugar tranquilo en un extremo delclaro. Las palabras de Rabo Largo resonaban en sucabeza. ¿Aceptaría alguna vez el clan al cachorritoblanco? Cerró los ojos y empezó a lavarse.

Al volverse para limpiarse el costado, susbigotes rozaron algo. Abrió los ojos y descubrióque Arenisca estaba junto a él. El pelajeanaranjado de la gata relucía como la plata a la luz

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de la luna.—He pensado que a lo mejor te apetecía algo

de compañía —maulló ella.Luego se sentó y empezó a lavar el lomo de

Corazón de Fuego con lametones largos yrelajantes.

Con los ojos entornados, el joven guerreroentrevió a Polvoroso, mirándolo sin pestañeardesde la guarida de los aprendices, incapaz dedisimular sus celos y asombro. Polvoroso no erael único sorprendido por el gesto de Arenisca;Corazón de Fuego tampoco se esperaba tantacordialidad por parte de la temperamental gata,pero su calidez era bien recibida y no iba acuestionarla.

—¿Asistirás a la Asamblea? —le preguntó.Arenisca hizo una pausa.—Sí. ¿Y tú?—Sí. Creo que Estrella Azul va a pedir

cuentas a Estrella Doblada y Estrella Nocturna por

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sus incursiones de caza.Esperó a que Arenisca respondiera, pero ella

estaba contemplando el cielo, cada vez másoscuro.

—Ojalá pudiera asistir como guerrera —murmuró.

Corazón de Fuego se puso tenso, pero, por unavez, en la voz de la gata no había rastro de envidiao amargura.

El joven se sintió incómodo. Sabía que élhabía empezado su entrenamiento después queArenisca, y que era guerrero desde hacía más dedos lunas.

—No pasará mucho tiempo antes de queEstrella Azul te dé tu nombre de guerrera —maulló, tratando de animarla.

—¿Por qué crees que está tardando tanto? —preguntó Arenisca, volviendo hacia él sus ojosverde claro.

—No lo sé —admitió—. Estrella Azul ha

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estado enferma, y los clanes del Río y de laSombra han estado causando problemas. Supongoque ha tenido otras cosas en la cabeza.

—¡Pues se diría que ahora necesita guerrerosmás que nunca!

—Supongo que sólo está esperando el… elmomento oportuno. —Sabía que no resultaba degran ayuda, pero era lo único que se le ocurriódecir.

—Tal vez para la estación de la hoja nueva —suspiró Arenisca—. ¿Cuándo crees que tendrás unnuevo aprendiz?

—Estrella Azul todavía no ha dicho nada.—A lo mejor te adjudica a Pequeño Nimbo

cuando sea lo bastante mayor.—Eso espero. —Miró hacia la maternidad,

preguntándose si Fauces Amarillas ya habríaacabado de atender al cachorro—. Si es quesobrevive.

—¡Por supuesto que sobrevivirá! —replicó

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Arenisca llena de confianza.—Pero es que tiene fiebre —contestó él con

preocupación.—¡Todos los cachorros tienen fiebre! Y con

ese pelo tan espeso, se recuperará en un santiamén.Ese pelaje le resultará muy práctico en la estaciónsin hojas; es perfecto para cazar en la nieve. Laspresas jamás lo verán acercarse, y resistirá a laintemperie el doble de tiempo que los gatos depelo corto como Rabo Largo.

Corazón de Fuego ronroneó, sintiéndoserelajado. Arenisca le había levantado el ánimo denuevo. Se puso en pie y le dio un breve lametón enla cabeza.

—Vamos —maulló—. Estrella Azul estállamando a los gatos para la Asamblea.

Se unieron a los demás junto a la entrada delcampamento, formando un grupo silencioso yresuelto.

La líder les hizo una señal sacudiendo la cola,

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y luego los guió por el túnel de aulagas y por elbarranco. El bosque resplandecía a la fría luzlunar mientras corrían hacia los Cuatro Árboles.El aliento de Corazón de Fuego formabanubecillas ante su hocico, y el suelo forestalparecía congelado.

Por primera vez desde que Corazón de Fuegose unió al clan, Estrella Azul no se detuvo en lacresta que bordeaba la hondonada de los CuatroÁrboles para la reunión. Ese día, los gatossiguieron silenciosamente a su líder cuando éstaemprendió el descenso de la ladera que llevaba alclaro.

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Los clanes del Río y de la Sombra no habíanllegado todavía, pero el del Viento ya estaba allí.Estrella Alta saludó a Corazón de Fuego con unrespetuoso movimiento de la cabeza.

El joven guerrero descubrió a Bigotes y seacercó a saludarlo.

—¡Hola! —maulló.Habían pasado dos lunas desde la última vez

que vio al pequeño atigrado marrón que habíapeleado junto a él en la quebrada. Por primera vezdesde hacía mucho, Corazón de Fuego recordó lamuerte de Garra Blanca y sintió el mismo horror al

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representarse al guerrero del Clan del Ríodesapareciendo bajo las rápidas aguas del río.

—¿Dónde está Látigo Gris? —preguntóBigotes—. ¿Se encuentra bien?

Por su expresión preocupada, Corazón deFuego supo que el guerrero del Clan del Vientotambién estaba pensando en la muerte de GarraBlanca.

—Sí, se encuentra bien —respondió—. Estápor ahí con los demás. —Entonces recordó a lareina del Clan del Viento cuyo cachorro habíaayudado a transportar—. ¿Cómo está FlorMatinal?

—Feliz de haber vuelto a casa. Ahora sucachorro está creciendo rápidamente —añadióBigotes, y Corazón de Fuego ronroneó complacido—. El clan está bien —informó, mirándolo con unbrillo divertido en los ojos—. Es fenomenalvolver a comer conejo. ¡Espero no tener queprobar de nuevo las ratas en lo que me queda de

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vida!Corazón de Fuego captó un nuevo olor en el

aire nocturno: el Clan del Río se acercaba.También olió al Clan de la Sombra. Examinó lacresta que bordeaba la hondonada. Sí, los gatosdel Clan del Río estaban descendiendo por unlado. En la cima opuesta, Corazón de Fuego viofelinos del Clan de la Sombra plantados en lo alto;su pelaje relucía al claro de luna. La delgadafigura de Estrella Nocturna se hallaba a la cabezadel grupo.

—Por fin —rezongó Bigotes, que también loshabía visto—. Esta noche hace demasiado fríopara estar de brazos cruzados.

Corazón de Fuego asintió distraídamente.Estaba inspeccionando el grupo del Clan del Ríomientras entraba en el claro, buscando a CorrientePlateada. Reconoció enseguida a la gata gris claro.Ella se detuvo al pie de la ladera, y luego siguió asu padre mientras éste intercambiaba saludos

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reservados con los guerreros de los otros clanes.Nervioso, Corazón de Fuego barrió con la

mirada la multitud creciente de felinos paralocalizar a Látigo Gris. ¿Se atrevería su amigo ahablar con Corriente Plateada? El guerrero gris sehallaba de espaldas a la bella gata, charlando conun guerrero del Clan del Viento.

Corazón de Fuego estaba observándolo contanta atención que no oyó que Rengo seaproximaba.

—Buenas noches, Corazón de Fuego —maullóel lugarteniente del Clan del Viento—. ¿Cómo teencuentras?

El joven se volvió.—Hola —respondió—. Estoy muy bien,

gracias.Rengo asintió.—Estupendo —repuso, y se alejó cojeando.Bigotes le dio un empujón amigable a Corazón

de Fuego.

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—¡Eres un privilegiado!Corazón de Fuego sintió cierto orgullo.Sonó el maullido de Estrella Azul desde la

Gran Roca, y Corazón de Fuego se volvió haciaallí, sorprendido. Los dirigentes no solían darcomienzo a la reunión tan pronto. Estrella Dobladay Estrella Nocturna estaban muy juntos sobre lapeña. Estrella Azul esperó junto a Estrella Alta aque los gatos se agruparan a sus pies. Con unrespingo, Corazón de Fuego cayó en la cuenta deque era la primera vez que veía al líder del Clandel Viento en una Asamblea.

Siguieron a los demás gatos para acomodarsebajo la roca. Corazón de Fuego alzó la vista conexpectación, esperando que Estrella Azul diese labienvenida a Estrella Alta y su clan, de nuevo encasa, pero era obvio que la líder no estaba dehumor para perder el tiempo con palabrascordiales.

—El Clan del Río ha estado cazando en las

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Rocas Soleadas —empezó con vehemencia—.Nuestras patrullas han detectado muchas veces elolor de vuestros guerreros, Estrella Doblada. Pero¡las Rocas Soleadas pertenecen al Clan delTrueno!

Estrella Doblada le sostuvo la mirada sinarredrarse.

—¿Has olvidado que hace muy poco uno demis guerreros murió defendiendo nuestrosterritorios frente al Clan del Trueno? —le espetó.

—No había ninguna necesidad de quedefendierais vuestro territorio —respondióEstrella Azul—. Mis guerreros no estaban cazandoallí. Regresaban a casa tras encontrar al Clan delViento. ¡Era una misión con la que todos habíamosestado de acuerdo! Según el código guerrero, nodeberíais haberlos atacado.

—¿Y tú hablas del código guerrero? —resoplóEstrella Doblada—. ¿Y qué hay de ese guerrerovuestro que espía en nuestro territorio desde

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entonces?Aquello pilló por sorpresa a Estrella Azul.—¿Guerrero? —repitió—. ¿Lo habéis visto?—Todavía no —siseó Estrella Doblada—.

Pero encontramos su olor tan a menudo que notardaremos mucho en verlo.

Alarmado, Corazón de Fuego lanzó una ojeadaa Látigo Gris. Sabía de sobra qué guerrero habíandetectado en las tierras de Estrella Doblada.¿Podría algún guerrero del Clan del Río reconocersu olor esa noche?

Látigo Gris estaba inmóvil, sin apartar los ojosde los dirigentes situados sobre la Gran Roca.

Entre la multitud sonó el profundo gruñido deGarra de Tigre:

—En esta última luna hemos captado rastrosdel Clan de la Sombra en nuestro territorio,además del Clan del Río. Y no de un sologuerrero, sino de una patrulla entera; siempre losmismos gatos.

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Los ojos de Estrella Nocturna llamearon deindignación.

—El Clan de la Sombra no ha estado envuestro territorio. Seguro que vuestros guerrerosson incapaces de distinguir el olor de los gatosajenos a su propio clan. Habréis olido el rastro degatos desarraigados. ¡También han estado robandopresas de nuestra tierra!

Garra de Tigre resopló con incredulidad yEstrella Nocturna lo fulminó con la mirada.

—¿Acaso dudas de la palabra del Clan de laSombra, Garra de Tigre?

La multitud murmuró con inquietud cuando ellugarteniente del Clan del Trueno se quedómirando a Estrella Nocturna con abiertadesconfianza.

Estrella Alta tomó la palabra por primera vez,sacudiendo la cola con incertidumbre.

—Mis guerreros también han encontradoolores extraños en el territorio del Clan del

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Viento. Parecían pertenecer al Clan de la Sombra.—¡Lo sabía! —rugió Garra de Tigre—. ¡El

Clan del Río y el de la Sombra se han unido contranosotros!

—¿«Nosotros»? ¿Qué quieres decir con«nosotros»? —bufó Estrella Doblada—. ¡Yo creoque sois vosotros y el Clan del Viento quieneshabéis establecido una alianza! ¿Por eso estabaistan deseosos de traerlos de vuelta? ¿Para usarlos einvadir el resto del bosque?

Estrella Alta erizó el pelo.—No regresamos por esa razón, y lo sabes. En

las últimas lunas nos hemos limitado a cazar ennuestras tierras.

—Entonces, ¿por qué hemos encontradoextraños rastros de guerreros en nuestro territorio?—gruñó Estrella Doblada.

—¡No pertenecen al Clan del Viento! —exclamó Estrella Alta—. Deben de ser gatossolitarios, como dice Estrella Nocturna.

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—Pero los gatos solitarios serían una excusamuy conveniente para invadir nuestro territorio,¿verdad? —murmuró Estrella Azul, mirandopeligrosamente a los líderes del Clan del Río y dela Sombra.

Estrella Doblada erizó el pelo y EstrellaNocturna arqueó el lomo. Con una punzada dealarma, Corazón de Fuego vio que Garra de Tigrese levantaba para dirigirse a la Gran Roca con losmúsculos en tensión. ¿Los dirigentes seríanrealmente capaces de pelear en una Asamblea?

En ese momento, una sombra cayó sobre elvalle. Los gatos enmudecieron al verse sumidos enla oscuridad. Corazón de Fuego levantó la miradatemblando. Una nube había tapado la luna llena,bloqueando su luz por completo.

—¡El Clan Estelar ha mandado la oscuridad!—exclamó Medio Rabo, uno de los veteranos delClan del Trueno.

El curandero del Clan de la Sombra le dio la

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razón maullando.—El Clan Estelar está enfadado. Se supone

que estas reuniones han de celebrarse en paz.—¡Nariz Inquieta tiene razón! —Era Fauces

Amarillas—. No deberíamos estar peleando entrenosotros, especialmente durante la estación sinhojas. ¡Deberíamos preocuparnos por mantener asalvo a nuestros clanes! —Su voz resonó en eltemeroso silencio—. Debemos escuchar al ClanEstelar.

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Estrella Alta habló desde lo alto de la Gran Roca;no era más que una silueta desdibujada.

—Esta Asamblea ha finalizado por deseo delClan Estelar.

La multitud asintió entre murmullos. El aireestaba cargado con el olor del miedo y lahostilidad.

—Vamos, Clan del Trueno.Corazón de Fuego apenas vio a Estrella Azul

cuando ésta saltó de la Gran Roca y se encaminóal límite del claro. El joven se abrió paso entre losgatos y corrió tras ella. Vislumbró la gran silueta

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de Garra de Tigre, que se situó junto a la líder, ylas figuras de un gris apagado del resto de losgatos del Clan del Trueno que se reunían paraseguir a los dos grandes guerreros. Nadie hablómientras ascendían solemnemente la ladera endirección a casa. Corazón de Fuego echó unaojeada por encima del hombro y vio que los otrosclanes también estaban retirándose. Para cuandoalcanzaron la cima de la cuesta, los CuatroÁrboles estaban desiertos.

Corrieron en silencio a través del bosque,siguiendo el conocido sendero marcado con suolor. Corazón de Fuego localizó a Látigo Gris alfinal del grupo y aminoró el ritmo. A lo mejor suamigo estaba más dispuesto a hablar sobreCorriente Plateada, ahora que ya había quedadoclaro lo tensas que estaban las cosas entre losclanes. ¡Habían detectado su olor en territorio delClan del Río! Látigo Gris se estaba poniendo enpeligro a sí mismo y a su clan con aquellos

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encuentros clandestinos.Corazón de Fuego buscó las palabras

apropiadas, pero su amigo habló antes.—¡Sé lo que vas a decir! —bufó—. ¡Y no

pienso dejar de verla!—¡Eres un insensato con cerebro de ratón! —

le espetó Corazón de Fuego—. Pronto descubriránque se trata de ti. Lo adivinará Estrella Azul, oalguno del Clan del Río reconocerá tu olor. ¡Esprobable que Garra de Tigre ya lo haya adivinado!

Látigo Gris le lanzó una mirada cargada deansiedad.

—¿De verdad lo crees?—No lo sé —admitió Corazón de Fuego,

aliviado al oír una nota de miedo en la voz de suamigo. Éste había estado actuando como si nosupiera qué podría pasar si el clan descubriese suromance—. Pero en cuanto empiece a pensar en elasunto…

—¡Vale, vale! —exclamó Látigo Gris. Tras

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guardar silencio un momento, añadió—: ¿Y si teprometo que sólo nos veremos en los CuatroÁrboles? De ese modo será difícil que detectennuestro olor, y yo no tendré que ir al territorio delClan del Río. ¿Me dejarás en paz entonces?

Corazón de Fuego se sintió descorazonado.Látigo Gris no iba a renunciar a Corriente Plateadaasí como así. Luego asintió. Era mejor que colarsefurtivamente en territorio de un clan hostil para vera la gata.

—¿Satisfecho?Los ojos de Látigo Gris llamearon en la

penumbra, pero su voz sonaba temblorosa.Corazón de Fuego sintió una punzada de pena porsu amistad perdida, y una oleada de compasión porel guerrero gris. Estiró el cuello para tocarle elcostado con la nariz, pero Látigo Gris saliócorriendo, dejándolo solo en la retaguardia delgrupo.

Aunque los gatos estaban cansados por la

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caminata, Estrella Azul convocó una reunión encuanto llegaron a casa. En cualquier caso, lamayor parte del clan seguía despierto. LaAsamblea había sido más corta de lo habitual, y larepentina ocultación de la luna por las nubes habíaalarmado incluso a los gatos que quedaban en elcampamento.

Mientras Estrella Azul y Garra de Tigre sesituaban sobre la Peña Alta, Corazón de Fuegocorrió a la maternidad. Quería saber cómo seencontraba Pequeño Nimbo, y se asomó al interior.Estaba absolutamente oscuro y caliente.

—Hola, Corazón de Fuego —susurró Pecas;no era más que una leve sombra que se movía en laoscuridad—. Pequeño Nimbo está mucho mejor.Fauces Amarillas le ha dado matricaria. No eramás que un resfriado. ¿Qué ha sucedido en laAsamblea?

—El Clan Estelar ha mandado nubes paracubrir la luna. Estrella Azul ha convocado una

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reunión. ¿Puedes acudir?El joven oyó cómo Pecas olfateaba a sus

cachorros.—Sí, creo que sí —respondió la reina al fin—.

Mis pequeños seguirán dormidos un rato.Juntos se unieron a los gatos congregados en el

claro. Corazón de Fuego sintió que alguien lorozaba, y vio que Carbonilla estaba mirándolo conlos ojos muy abiertos y llenos de inquietud.

Estrella Azul ya había empezado.—Parece que las mayores amenazas proceden

de los clanes del Río y de la Sombra. Debemosestar preparados para la posibilidad de que ambosse hayan unido contra nosotros.

Maullidos escandalizados recorrieron el clan.—¿De verdad crees que se han aliado? —

preguntó Fauces Amarillas con su voz cascada—.El Clan del Río tiene las mejores fuentes decomida, pero me cuesta imaginar que quierancompartirlas con el Clan de la Sombra.

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Corazón de Fuego recordó las palabras deCorriente Plateada sobre el hambre de su clan trasla invasión de Dos Patas, pero se mordió lalengua, temiendo que la líder quisiera saber dóndehabía oído semejante historia.

—No lo han negado —señaló Garra de Tigre.Estrella Azul asintió.—Sea cual sea la verdad, debemos estar en

máxima alerta. A partir de hoy, cada patrullaconstará de cuatro gatos, y al menos tres de ellosserán guerreros. Las rondas se harán con mayorfrecuencia, dos por la noche y una por el día,además de al alba y al atardecer. Debemos ponerfin a las incursiones de los clanes intrusos ennuestro territorio, y ya que ellos han decididoningunear nuestras palabras, debemos estar listospara luchar.

Todos coincidieron entre maullidos. Corazónde Fuego se les unió, aunque le preocupaba lo quesignificaría para Látigo Gris aquella abierta

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hostilidad. Miró alrededor. Todos los gatos teníanlos ojos brillantes… excepto su viejo amigo. Elguerrero gris estaba cabizbajo entre las sombrasde un extremo del claro.

Cuando el estruendo se apagó, Estrella Azulvolvió a hablar:

—La primera patrulla saldrá antes del alba.Luego saltó de la Peña Alta. Garra de Tigre la

siguió, y el resto del clan se dispersó en pequeñosgrupos. Corazón de Fuego los oyó murmurarnerviosamente mientras se encaminaba a la guaridade los guerreros.

Una vez allí, se instaló en su lecho,masajeando el musgo con las zarpas para volverlomás cómodo. Una lechuza ululó en lo alto delbarranco. Corazón de Fuego sabía que no iba adormirse aún. La cabeza le daba vueltas con lasacusaciones que se habían intercambiado en laAsamblea. Comprendía la furia del Clan del Río;habían detectado el olor de gatos del Clan del

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Trueno en su territorio, y estaban hambrientosahora que sus presas habían mermado por lainvasión de los Dos Patas.

Pero ¿qué pensar del Clan de la Sombra?Había quedado reducido desde que el Clan delTrueno lo ayudó a expulsar a su tiránico líderanterior y su banda de seguidores. Estrella Rotaincluso había confesado el asesinato de EstrellaMellada, su propio padre, para convertirse enlíder del clan. Pero todos habían dejado tranquiloal Clan de la Sombra para que se recuperara delsangriento mandato de Estrella Rota. Y Corazón deFuego no podía evitar pensar que, con menosbocas que alimentar, el Clan de la Sombra no teníanecesidad de invadir los terrenos de caza del Clandel Trueno, ni los de nadie.

Mientras se devanaba los sesos con esascuestiones, Tormenta Blanca y Cebrado entraronen el dormitorio. Antes de irse a su lecho,Tormenta Blanca se detuvo junto a Corazón de

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Fuego.—Vendrás conmigo, con Arenisca y Musaraña

en la patrulla del mediodía —maulló.—Muy bien, Tormenta Blanca —respondió el

joven antes de apoyar la cabeza en las patasdelanteras.

Tenía que dormir un poco; su clan lonecesitaba en forma y preparado para combatir.

Por la mañana, las nubes que habían ocultado laluna ya se habían alejado. Corazón de Fuegoestaba disfrutando del leve calor del sol en ellomo mientras se lavaba en el claro. PequeñoNimbo salió saltando de la maternidad —situadajusto enfrente— con aspecto radiante y feliz.

Corazón de Fuego agradeció al Clan Estelarque se hubiese recuperado tan deprisa. Areniscatenía razón con lo de la resistencia del cachorro.Miró alrededor por si Polvoroso estaba cerca para

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verlo también por sí mismo, pero el claro seencontraba vacío.

Cruzó hacia la maternidad.—Hola, Pequeño Nimbo —maulló—. ¿Te

sientes mejor?—Sí, mucho mejor.Empezó a correr en círculos, tratando de

agarrarse la cola con sus diminutas mandíbulas.Una bolita de musgo que llevaba pegada al pelo sedesprendió y rodó por el suelo. Pequeño Nimbosaltó sobre ella y le propinó un manotazo. La bolacayó junto a Corazón de Fuego.

Éste le dio un golpe para devolvérsela alcachorro, que se elevó en el aire para atraparlacon la boca.

—¡Bien hecho! —aprobó el joven guerrero,impresionado.

Lanzó la bola muy arriba, haciéndola volar porel claro.

Pequeño Nimbo corrió tras ella y la cazó. Se

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tiró al suelo de espaldas, levantó la pelota con laspatas delanteras y la lanzó lejos con las traseras.La bola de musgo aterrizó junto a la maternidad,Pequeño Nimbo se puso en pie a trompicones ysalió disparado tras ella. Se agazapó a un conejode distancia.

Corazón de Fuego observó cómo el cachorrose preparaba para saltar. De repente, se le erizó elpelo. Una zarpa larga y oscura se dirigía a la bolade musgo por detrás de la maternidad.

—¡Pequeño Nimbo! —llamó Corazón deFuego—. ¡Espera! —En su mente aún rondabanimágenes de gatos desarraigados.

El cachorro se incorporó y se volvió a mirarlo,confundido.

Garra de Tigre salió de detrás de lamaternidad, sujetando la bola de musgo entre losdientes. La llevó hasta Pequeño Nimbo y ladepositó ante sus patas peludas y blancas.

—Ten cuidado —gruñó—. No querrás perder

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un juguete tan valioso, ¿verdad? —Al hablar, elguerrero miró fijamente a Corazón de Fuego porencima de la cabeza del cachorro.

El joven se estremeció. ¿Qué quería decirGarra de Tigre con eso? Parecía estar hablando dela bola de musgo, pero… ¿acaso pretendía decirrealmente que el juguete era Pequeño Nimbo? Loasaltó una imagen de Carbonilla, un cuerpecilloherido junto al Sendero Atronador. ¿Era ése otro«juguete» que había perdido? Una fría sensaciónde amenaza le atenazó el corazón mientras sepreguntaba, una vez más, si el lugarteniente tendríaalguna responsabilidad en el accidente de suaprendiza.

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—¡Pequeño Nimbo!Pecas llamaba al cachorro. Garra de Tigre dio

media vuelta y se marchó, mientras PequeñoNimbo propinaba un último golpe a la bola demusgo y corría a la maternidad.

—Adiós, Corazón de Fuego —se despidióantes de desaparecer en el interior.

El joven guerrero levantó la vista al cielo. Elsol ya estaba casi en lo más alto; era la hora deunirse a su patrulla. Tenía hambre, pero aún nohabía nada de carne fresca disponible. A lo mejorencontraba algo mientras estaban fuera. Atravesó

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corriendo el claro y el túnel de aulagas; las hojascongeladas crujían bajo sus patas.

Arenisca y Musaraña ya estaban esperando alpie de la cuesta. Corazón de Fuego levantó la colaa modo de saludo, inesperadamente contento dever a Arenisca.

—Hola —maulló la aprendiza.Musaraña lo saludó moviendo la cabeza.Tormenta Blanca apareció por el túnel de

aulagas.—¿Ya ha regresado la patrulla del alba?—No hay señales de ellos —respondió

Musaraña.Mientras hablaba, Corazón de Fuego oyó un

susurro entre la maleza cercana. De entre losarbustos salieron Sauce, Viento Veloz, Cebrado yPolvoroso.

—Hemos patrullado toda la frontera del río —informó Sauce—. Por ahora no hay señales departidas de caza. La patrulla de Estrella Azul

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volverá a inspeccionar el área esta tarde.—Bien —contestó Tormenta Blanca—.

Nosotros seguiremos la frontera del Clan de laSombra.

—Es de esperar que sean igual de sensatos quelos del Río y se mantengan lejos —repusoCebrado—. Después de lo de anoche, deben desaber que los estamos vigilando.

—Ojalá —gruñó Tormenta Blanca, y se volvióhacia su patrulla—. ¿Preparados?

Corazón de Fuego asintió. Tormenta Blancasacudió la punta de la cola y se internó en loshelechos.

Ascendieron el barranco a paso rápido.Arenisca iba justo detrás de Corazón de Fuego; eljoven podía notar su cálido aliento mientrassaltaban sobre los peñascos.

Aún no habían llegado a las Rocas de lasSerpientes cuando Corazón de Fuego captó un olorsiniestro y familiar. Abrió la boca para avisar a

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los demás, pero Musaraña se le adelantó:—¡Clan de la Sombra!Los cuatro gatos se detuvieron a olfatear el

rastro maloliente.—¡No puedo creer que ya hayan vuelto! —

murmuró Arenisca.Corazón de Fuego advirtió que a la gata se le

erizaba el lomo.—El olor es reciente —exclamó Tormenta

Blanca con los ojos centelleando de furia—. Teníala esperanza de que Estrella Nocturna llevara algode honor a su clan. Pero supongo que los vientosfríos de más allá del Sendero Atronador soplansobre el corazón de todos los gatos del Clan de laSombra.

Corazón de Fuego empezó a investigar en unaespesa mata de helechos. Frotó los dientes contralas hojas para recoger el olor que quedara allí. Eraindudablemente del Clan de la Sombra, y leresultaba familiar. Muy familiar. Se detuvo. Aquel

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olor pertenecía a un guerrero con el que él sehabía tropezado, pero ¿a cuál?

Continuó adelante, con la esperanza deencontrar más señales olorosas que le refrescaranla memoria. Entonces captó algo más y bajó lamirada. En el suelo, entre los tallos de loshelechos, había un montón de huesos de conejo.Los gatos de clan solían enterrar los huesos de laspresas que cazaban como muestra de respeto porla vida que habían tomado. Repentinamenteconsciente de qué podía significar aquello, recogióunos cuantos con la boca y volvió entre las frondaspara depositarlos ante las patas de TormentaBlanca.

El guerrero blanco se quedó mirándolos sinpestañear.

—¿Huesos de conejo? ¡Los guerreros que handejado esto quieren que sepamos que han estadocazando en nuestra tierra! ¡Estrella Azul debesaberlo inmediatamente!

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—¿Mandará Estrella Azul un pelotón decombate contra el Clan de la Sombra? —preguntóCorazón de Fuego, pues nunca había visto aTormenta Blanca tan furibundo.

—¡Debería! —contestó resoplando—. Y, sipuedo, lo comandaré yo mismo. Estrella Nocturnaha traicionado nuestra confianza, y el Clan Estelarsabe que ha de ser castigado.

—¡Estrella Azul! —llamó Tormenta Blanca trasdejar los huesos en medio del claro delcampamento.

—Ya se ha marchado a patrullar —respondióGarra de Tigre, emergiendo entre las sombras.

Medio Rabo y Escarcha salieron corriendo desus guaridas para averiguar qué estaba sucediendo.

Tormenta Blanca miró a Garra de Tigrefijamente, todavía furioso.

—¡Fíjate en esto! —bufó.

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El lugarteniente no necesitó preguntar quésignificaban; el olor de los huesos contenía toda lahistoria, y sus ojos empezaron a arder de rabia.

Corazón de Fuego se quedó rezagado en ellindero del claro, contemplando a los dosguerreros. La evidencia era amenazadora, sinduda, pero el descubrimiento de los huesos lohabía llenado de preguntas, no de furia. Sólohabían pasado tres lunas desde que el Clan de laSombra expulsó a su cruel líder con la ayuda delClan del Trueno. ¿Cómo era posible que el mismoclan pudiese arriesgarse a entrar en guerra con elClan del Trueno?

Era obvio que Garra de Tigre no teníasemejantes dudas. Ya estaba llamando a Cebrado yViento Veloz.

—¡Sauce y Musaraña también vendrán connosotros! —anunció—. Localizaremos a unapatrulla del Clan de la Sombra, y les daremos unabuena tunda para que recuerden que en el futuro no

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deben pisar nuestro territorio.Tormenta Blanca asintió.—¿Puedo ir? —preguntó Arenisca. Había

estado paseándose nerviosa detrás de losguerreros, pero al cabo se detuvo y los miró conojos brillantes.

—Esta vez no —respondió Tormenta Blanca.La cara de la aprendiza reflejó frustración.—¿Y qué pasa con Corazón de Fuego? —

replicó—. Él ha encontrado los huesos.Garra de Tigre entornó los ojos, erizando el

pelo.—Pues puede quedarse aquí y contárselo todo

a Estrella Azul cuando regrese —maullódesdeñosamente.

—¿Es que vais a marcharos antes de que ellavuelva? —inquirió Corazón de Fuego.

—Por supuesto —bufó el lugarteniente—.¡Esto hay que zanjarlo ahora mismo!

Se volvió hacia Tormenta Blanca y sacudió la

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cola. Corazón de Fuego se quedó mirando cómolos dos guerreros salían disparados delcampamento, con Cebrado, Sauce, Musaraña yViento Veloz pisándoles los talones. Oyó suspisadas sobre la tierra helada mientras se dirigíana la ladera del barranco.

De pronto cayó en la cuenta de lo vacío queestaba el campamento. Cuando Escarcha y MedioRabo se acercaron a olisquear los huesos deconejo, Corazón de Fuego les preguntó:

—¿Quiénes han ido con Estrella Azul?Escarcha levantó la vista:—Látigo Gris, Rabo Largo y Zarpa Rauda.Un viento helado alborotó el pelaje de

Corazón de Fuego. El joven esperó que fuera esolo que lo había hecho estremecerse. Él era el únicoguerrero que quedaba en el campamento.

—¿Podrías ir a la guarida de los aprendicespara ver si Polvoroso está allí? —le pidió aArenisca.

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Ella asintió, cruzó el claro y se asomó alrefugio. Luego volvió a sacar la cabeza.

—Está aquí. Dormido, con Fronde.Fauces Amarillas llegó procedente de su

guarida y levantó la cabeza. Corazón de Fuego serelajó al ver a la vieja curandera. Entornó los ojospara saludarla, pero cuando ella olisqueó el aire,los ojos se le nublaron de miedo. Con pasos lentosy rígidos, se acercó a los huesos de conejo y losolfateó uno por uno.

Corazón de Fuego la observó, preguntándosepor qué estaría tan interesada en aquellos huesosviejos.

Por fin, Fauces Amarillas alzó la vista haciaCorazón de Fuego.

—¡Estrella Rota! —exclamó con vozestrangulada de espanto.

—¿Estrella Rota? —repitió el joven. Entonceslo entendió. Por eso el olor de los helechos leresultaba conocido: era el olor de Estrella Rota—.

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¿Estás segura? —maulló con urgencia—. Garra deTigre ya ha salido hacia el territorio del Clan de laSombra.

—¡No hay que culpar de esto al Clan de laSombra! —exclamó Fauces Amarillas—. Es obrade Estrella Rota y sus secuaces. Yo fui lacurandera del Clan de la Sombra. Asistí alnacimiento de todos. Conozco sus olores tan biencomo el mío. —Hizo una pausa—. Debesencontrar a Garra de Tigre y detenerlo. Si ataca alClan de la Sombra, ¡estará cometiendo un errorgravísimo!

Corazón de Fuego notó que la sangre le rugíaen los oídos, aturdiéndolo. ¿Qué debería hacer?

—Pero ¡es que soy el único guerrero quequeda! —le explicó a Fauces Amarillas sin aliento—. ¿Y si Estrella Rota ataca el campamentomientras estoy fuera? Ya lo hizo en otra ocasión.Quizá los huesos sean una trampa para quedejemos el campamento desprotegido.

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—Tienes que contárselo a Garra de Tigreantes de que… —suplicó la vieja gata, pero eljoven negó con la cabeza.

—No puedo dejaros solos.—Entonces ¡iré yo! —espetó Fauces

Amarillas.—¡No! ¡Iré yo! —maulló Arenisca.Corazón de Fuego miró a una gata y otra. No

podía permitirse mandar a ninguna de las dos,necesitaba la fuerza y la destreza de ambas paraproteger al clan. Pero Fauces Amarillas teníarazón: podría derramarse sangre inocente. Elverdadero invasor era Estrella Rota; el Clan delTrueno no tenía cuentas que saldar con el de laSombra. Tendría que enviar a otro gato. Cerró losojos para pensar, y dio con la respuesta al cabo deun momento.

—¡Fronde! —llamó, abriendo los ojos.El joven aprendiz salió de su guarida y cruzó

el claro hacia Corazón de Fuego.

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—¿Qué ocurre? —preguntó, parpadeandosoñoliento.

—Tengo una misión urgente para ti.Fronde se sacudió de arriba abajo y se irguió

al máximo.—Sí, Corazón de Fuego —maulló.—Debes encontrar a Garra de Tigre. Se ha

llevado un pelotón de combate para atacar a unapatrulla del Clan de la Sombra. ¡Deténlo ycuéntale que es Estrella Rota quien ha estadoinvadiendo nuestro territorio!

A Fronde se le dilataron los ojos, alarmado,pero Corazón de Fuego continuó:

—A lo mejor tienes que atravesar el SenderoAtronador. Sé que aún no te han entrenado paraeso… —Al joven lo asaltaron imágenes delcuerpo destrozado de Carbonilla, pero logróapartarlas. Miró a Fronde a los ojos—. Debesencontrar a Garra de Tigre —repitió—, ¡o habráuna guerra entre clanes sin ningún motivo!

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Fronde asintió, con ojos tranquilos y resueltos.—Lo encontraré —prometió el aprendiz

atigrado.—Que el Clan Estelar te acompañe —murmuró

Corazón de Fuego, estirando el cuello para tocarel costado de Fronde con la nariz.

El aprendiz dio media vuelta y salió corriendopor el túnel de aulagas. Corazón de Fuego loobservó marcharse, haciendo un esfuerzo porconservar la calma. Carbonilla… el SenderoAtronador… las imágenes volvieron a asaltarlo.El joven guerrero sacudió la cabeza para aclararsela mente, no había tiempo para preocuparse ahora.Si Estrella Rota se hallaba en territorio del Clandel Trueno, había que preparar el campamentopara un ataque.

—¿Qué pasa? —preguntó Polvoroso, queacababa de salir de la guarida de los aprendices.

Corazón de Fuego le lanzó una mirada, corrióal centro del claro y subió de un salto a la Peña

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Alta. El claro parecía quedar muy lejos de sustemblorosas patas. Tragó saliva a duras penas yempezó a pronunciar la llamada habitual.

—Que todos los gatos lo bastante mayorespara… —Pero ¡esas palabras llevaban demasiadotiempo!—. ¡El campamento está en peligro! —aulló con urgencia—. ¡Venid todos aquí deinmediato!

Los veteranos y las reinas —seguidas por suscachorros— salieron corriendo de sus refugios. Sequedaron pasmados al ver a Corazón de Fuegosubido a la Peña Alta. Carbonilla apareciócojeando por el túnel de helechos y miró aCorazón de Fuego con ojos penetrantes yrelucientes. Cuando el joven guerrero la vio, elcampamento dejó de moverse bajo sus patas.

—¿Qué sucede? —exigió saber Tuerta, elmiembro más viejo del Clan del Trueno—. ¿Quécrees que estás haciendo ahí arriba?

Corazón de Fuego no vaciló.

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—Estrella Rota ha vuelto. Es posible queahora mismo se encuentre en territorio del Clandel Trueno. Si ataca, debemos estar preparados.Los cachorros y los veteranos se quedarán en lamaternidad. El resto debéis estar listos paraluchar…

Desde el túnel de aulagas, un alaridoamenazador interrumpió el discurso de Corazón deFuego. Un atigrado marrón oscuro, delgado, con elpelo apelmazado y las orejas desgarradas, entró enel campamento con largas zancadas. Su colaerizada estaba doblada por el medio, como unarama rota.

—¡Estrella Rota! —exclamó Corazón deFuego con voz ahogada; instintivamente, sacó lasuñas y se le erizó hasta el último pelo.

Cuatro guerreros sarnosos aparecieron detrásde su líder; sus ojos llameaban de odio.

—¡De modo que tú eres el único guerrero quequeda aquí! —siseó Estrella Rota mostrando los

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dientes—. ¡Esto va a ser más fácil de lo quepensaba!

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Fauces Amarillas, Polvoroso y Arenisca seadelantaron deprisa para formar una hileradefensiva, y las reinas se situaron detrás de ellos.Corazón de Fuego vio a Carbonilla cojeando paraunírseles, pero Polvoroso le bufó rabioso cuandose acercó, de modo que la gatita gris se alejótorpemente, con las orejas gachas, de vuelta a laguarida de Fauces Amarillas.

Los veteranos agarraron a los cachorros y losempujaron a la maternidad, y después entraronellos. Pecas tomó a Pequeño Nimbo con la boca ylo metió en último lugar. Luego tiró de las zarzas

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con las patas, sin importarle las espinas, y cubrióla entrada antes de regresar al claro con el restodel clan.

Corazón de Fuego bajó de un salto de la PeñaAlta y corrió a colocarse junto a FaucesAmarillas. Arqueó el lomo y le bufó a EstrellaRota:

—Perdiste la última vez que luchamos, ¡yvolverás a perder!

—¡Jamás! —espetó Estrella Rota—. Puedeque me hayas arrebatado a mi clan, pero no puedesmatarme… ¡Tengo más vidas que tú!

—¡Una vida del Clan del Trueno vale por diezde las tuyas! —gruñó Corazón de Fuego.

Soltó un alarido guerrero, y en el clarocomenzó la batalla.

Corazón de Fuego saltó directamente contraEstrella Rota y lo aferró con los colmillos. La vidade proscrito no había tratado muy bien al antiguolíder de clan: por debajo del pelo, Corazón de

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Fuego notó las costillas de aquel macho comidopor las pulgas. Pero Estrella Rota seguía siendofuerte. Se retorció y hundió los dientes en la patatrasera de Corazón de Fuego, que maulló y bufófuriosamente, pero no soltó a su presa. EstrellaRota intentó zafarse arañando el suelo congelado,y Corazón de Fuego rasguñó los flancos de su rivalcuando éste consiguió liberarse. Se abalanzócontra él, pero otras zarpas le habían agarrado lapata trasera. Miró por encima del hombro para verde quién se trataba, y allí estaba Cara Cortada,observándolo con los ojos entornados y burlones.

Corazón de Fuego se quedó pasmado, y seolvidó de Estrella Rota inmediatamente. Noesperaba volver a ver a aquel gato. Cara Cortadahabía asesinado a Jaspeada varias lunas atrás;había matado a la curandera del Clan del Trueno asangre fría para que Estrella Rota pudiese robar alos cachorros de Escarcha. La ira rugió en losoídos de Corazón de Fuego. Al retorcerse y

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lanzarse sobre el escuálido macho marrón,vislumbró un destello de pelaje pardo con elrabillo del ojo, y notó el dulce aroma de Jaspeadaen el paladar. El joven sintió el espíritu de ladesaparecida curandera junto a él: había acudidopara ayudarlo a vengar su muerte.

Corazón de Fuego apenas reparó en el dolor dela pata al liberarse de las garras de Cara Cortada ysaltar sobre él. El proscrito se puso de manos yagitó sus enormes zarpas delanteras. Unas uñas tanafiladas como el espino alcanzaron a Corazón deFuego detrás de la oreja, el dolor lo invadió comofuego, y se tambaleó. Al instante, Cara Cortadaestaba encima de su lomo, clavándolo al suelo yhundiéndole los colmillos en la nuca.

Corazón de Fuego maulló de agonía.—¡Ayúdame, Jaspeada! ¡Yo no puedo hacerlo!De pronto, dejó de sentir el peso del gato

enemigo. Se levantó de un salto y dio mediavuelta. ¡Látigo Gris! Su viejo amigo estaba

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inmóvil, con los ojos llenos de espanto. El cuerpode Cara Cortada colgaba inerte entre suscolmillos. Látigo Gris abrió la boca, y el oponentecayó al suelo, muerto.

Corazón de Fuego dio un paso adelante.—¡Él mató a Jaspeada! —exclamó, no era

momento para remordimientos—. ¿Estrella Azulestá contigo? —preguntó ansioso.

Látigo Gris negó con la cabeza.—Me ha mandado en busca de Garra de Tigre

—contestó—. Hemos encontrado huesos. EstrellaAzul ha reconocido el hedor de Estrella Rota y hasupuesto que él debía de estar liderando a losgatos descarriados.

Sonó un bufido cerca de ellos y dos gatoschocaron contra Corazón de Fuego, que se apartóde su camino. Era Escarcha, combatiendo con otrode los atacantes. La reina estaba luchando contodos los poderes del Clan Estelar. Aquéllos eranlos gatos que habían secuestrado a sus cachorros.

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Los ojos de Escarcha relucían con odio mientraspeleaba, pero Corazón de Fuego se mantuvo almargen: la gata no necesitaba su ayuda. Al cabo deun instante, el guerrero proscrito desaparecióchillando por el muro de helechos delcampamento.

Escarcha corrió tras él, pero Corazón de Fuegola llamó para que regresara.

—¡Ya le has dejado bastantes heridas para quese acuerde de ti!

La reina frenó en seco junto a la pared dehelechos y volvió al claro, resollando y con elpelo manchado con la sangre de su enemigo.

Otro proscrito pasó maullando ante Corazón deFuego y se dirigió al muro defensivo. Polvoroso lopersiguió y logró darle un feroz mordisco antes deque saliese del campamento. «Sólo quedanEstrella Rota y otro guerrero más», pensó Corazónde Fuego.

Arenisca tenía al otro enemigo inmovilizado

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contra el suelo. El gato yacía muy quieto debajo deella. «¡Ten cuidado!», le dijo Corazón de Fuegomentalmente, recordando su truco preferido: dejarque el contrincante crea que ha ganado. PeroArenisca no se dejó engañar, y cuando el macho selevantó de golpe estaba preparada. Se separó de élde un salto y luego embistió, aferrándolo con lasgarras para derribarlo y arañarle la barriga con laspatas traseras. Sólo cuando el guerrero gimoteócomo un cachorrillo, Arenisca lo soltó. Elproscrito salió disparado por la entrada delcampamento sin dejar de gemir.

Hubo un escalofriante momento de quietud.Los gatos del Clan del Trueno guardaron silencio yse quedaron mirando la sangre y el peloesparcidos por el claro. En el centro se encontrabael cadáver de Cara Cortada.

«¿Dónde está Estrella Rota?», pensó Corazónde Fuego alarmado, volviéndose para inspeccionarel campamento. ¿Habría irrumpido en la

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maternidad? Estaba a punto de correr hacia elrefugio de zarzas cuando un alarido atravesó elaire desde la guarida de Fauces Amarillas.¡Carbonilla! Corrió hacia allí, esperándose lopeor, pero en vez de eso descubrió a Estrella Rotadesplomado en el suelo. La vieja curandera sehallaba junto a él.

Estrella Rota tenía los ojos cerrados yensangrentados. Corazón de Fuego vio cómo suscostados se movían una vez y luego se le quedabanparalizados. Por la inmovilidad de su cuerpo,Corazón de Fuego reconoció que estaba perdiendouna vida.

Fauces Amarillas tenía las uñas desenvainadasy teñidas de rojo. Su rostro estaba contraído, y susojos, vidriosos.

De pronto, Estrella Rota soltó un jadeo yempezó a respirar de nuevo. Corazón de Fuegoesperó a que Fauces Amarillas se abalanzarasobre él con otro mordisco letal, pero la vieja gata

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vaciló. Estrella Rota no se puso en pie.El joven guerrero corrió al lado de la

curandera.—¿Es ésta su última vida? —quiso saber—.

¿Por qué no acabas con él? Mató a su propiopadre, te expulsó de tu clan e intentó matarte.

—Ésta no es su última vida —contestó FaucesAmarillas con voz ronca—. Y, aunque lo fuera, nopodría matarlo.

—¿Por qué no? El Clan Estelar te honraría porhacerlo.

Corazón de Fuego no podía creer lo que decíaFauces Amarillas. El nombre de Estrella Rotasiempre había provocado que la vieja gata seerizara de furia.

Fauces Amarillas despegó su mirada deEstrella Rota y la posó en Corazón de Fuego. Susojos se empañaron de tristeza y congoja mientrasmurmuraba:

—Es mi hijo.

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Corazón de Fuego sintió que el suelo se movíabajo sus patas.

—Pero está prohibido que los gatoscuranderos tengan hijos —balbuceó.

—Lo sé. Nunca tuve la intención de ser madre.Pero entonces me enamoré de Estrella Mellada.

Su voz estaba cargada de pena. De repente,Corazón de Fuego recordó la batalla en queEstrella Rota había sido expulsado del Clan de laSombra. Justo antes de salir huyendo, el cruel líderle contó a Fauces Amarillas que era él quien habíaasesinado a su propio padre, Estrella Mellada.Fauces Amarillas se quedó destrozada, y ahoraCorazón de Fuego entendía por qué.

—Tuve una camada de tres cachorros —continuó la curandera—. Pero sólo sobrevivióEstrella Rota. Se lo entregué a una reina del Clande la Sombra para que lo criase como suyo. Penséque perder a dos hijos era el castigo del ClanEstelar por haber quebrantado el código guerrero.

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Pero me equivocaba. Mi castigo no fue quemuriesen dos de mis hijos… ¡sino que éstesobreviviera! —Miró con repulsión el cuerpoensangrentado de Estrella Rota—. Y ahora nopuedo matarlo. Debo aceptar mi destino, tal comodesea el Clan Estelar.

La vieja se tambaleó y Corazón de Fuegopensó que iba a derrumbarse. Pegó su cuerpo al deella para servirle de apoyo y susurró:

—¿Él sabe que eres su madre?Ella negó con la cabeza.Estrella Rota empezó a gemir lastimeramente:—¡No puedo ver!Horrorizado, Corazón de Fuego se dio cuenta

de que el proscrito tenía los ojos deshechos azarpazos de un modo irreparable.

Se le acercó precavidamente, pero EstrellaRota permaneció inmóvil. Le dio un empujoncitocon una zarpa y el hijo de Fauces Amarillas volvióa gemir.

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—No me mates —lloriqueó.Corazón de Fuego retrocedió, con un

estremecimiento de asco ante el miedo delguerrero.

Fauces Amarillas respiró hondo.—Yo lo atenderé.Se dirigió a su malherido hijo, lo agarró por el

pescuezo y lo llevó a rastras hasta el lecho queCentón había dejado libre.

Corazón de Fuego la dejó hacer; queríacomprobar si Carbonilla estaba bien. Vislumbróuna figura oscura moviéndose dentro de la rocahendida donde dormía Fauces Amarillas.

—¿Carbonilla? —llamó.La pequeña gata asomó la cabeza.—¿Te encuentras bien? —preguntó Corazón de

Fuego.—¿Se han marchado los gatos proscritos? —

susurró.—Sí, excepto Estrella Rota. Está muy

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malherido. Fauces Amarillas lo está examinando.—Esperó la reacción asombrada de la gata, peroella se limitó a sacudir la cabeza lentamente ymirar al suelo—. ¿Te encuentras bien?

—Debería haber peleado con vosotros. —Lavoz de Carbonilla sonó ahogada por la vergüenza.

—¡Te habrían matado!—Eso es lo que me ha dicho Polvoroso. Me ha

ordenado que fuera a esconderme con loscachorros —contó con los ojos llenos dedesesperación—. Pero no me habría importadoque me mataran. ¿Para qué sirvo tal como estoy?No soy más que una carga para este clan.

Corazón de Fuego sintió una punzada decompasión. Buscó palabras para consolarla, peroantes de que pudiese hablar, la voz áspera deFauces Amarillas llegó desde los helechos:

—¡Carbonilla! Tráeme unas cuantas telarañas,¡deprisa!

La gatita dio media vuelta al instante y se

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esfumó en el interior de la roca; reapareció alcabo de un momento con una pata envuelta en unacapa de telarañas. Tan rápido como pudo, sedirigió torpemente hacia Fauces Amarillas y lanzólos vendajes al interior del lecho del enfermo.

—Ahora ve a por un poco de esa raíz deconsuelda —ordenó la vieja curandera.

Mientras Carbonilla regresaba cojeando a laroca hendida, Corazón de Fuego se dispuso amarcharse. No había nada más que pudiera hacerallí. Debía averiguar cómo estaba el resto delclan.

Prácticamente ningún gato se había movido delclaro del campamento. Corazón de Fuego fuederecho a Polvoroso y maulló:

—Fauces Amarillas está curando las heridasde Estrella Rota, y Carbonilla la está ayudando. —Hizo caso omiso de la mirada de incredulidad delaprendiz—. Ve a vigilar a Estrella Rota.

Polvoroso corrió al túnel de helechos y

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desapareció por él.Corazón de Fuego se acercó a Látigo Gris, que

seguía mirando el cuerpo de Cara Cortada sinpestañear.

—Me has salvado la vida —murmuró el jovenguerrero—. Gracias.

Látigo Gris levantó la mirada hacia él.—Yo daría mi vida por ti —respondió

sencillamente.Con un nudo en la garganta, Corazón de Fuego

observó cómo su viejo amigo se volvía paraalejarse. A lo mejor su amistad no estaba acabada,después de todo.

El sonido de pisadas en el túnel de aulagasinterrumpió sus pensamientos. Estrella Azulirrumpió en el campamento, seguida por RaboLargo y Zarpa Rauda. Corazón de Fuego se relajó,aliviado ante la visión de la líder. La gata griscontempló el claro salpicado de sangre con ojosdesorbitados, hasta que su mirada tropezó con el

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cadáver de Cara Cortada.—¿Estrella Rota ha atacado? —inquirió.Corazón de Fuego asintió.—¿Ha muerto? —quiso saber Estrella Azul.—Está con Fauces Amarillas —respondió el

joven guerrero, haciendo un esfuerzo por hablarpese al agotamiento—. Está herido… en los ojos.

—¿Y los demás proscritos?—Los hemos echado del campamento.—¿Alguien de nuestro clan tiene heridas

graves? —preguntó Estrella Azul volviendo amirar alrededor, y todos respondieron negando conla cabeza—. Bien. Arenisca, Zarpa Rauda, sacadeste cuerpo del campamento y enterradlo. No esnecesario que haya veteranos presentes. Ningúnproscrito merece ser enterrado con el honor delritual del Clan Estelar.

Arenisca y Zarpa Rauda empezaron a arrastrarel cadáver hacia el túnel de aulagas.

—¿Los veteranos están a salvo? —preguntó

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Estrella Azul.—Están en la maternidad —le contó Corazón

de Fuego.Mientras hablaba, se oyó un ruido procedente

del refugio del zarzal: apareció Medio Rabo,seguido por los cachorros y los demás veteranos.Corazón de Fuego vio salir a Pequeño Nimbo,quien correteó emocionado por el claro hastaPecas. La reina lo recibió con un enérgicolametón, y el cachorro se volvió para mirar elcuerpo de Cara Cortada mientras desaparecía porel túnel de acceso.

—¿Está muerto? —preguntó con curiosidad—.¿Puedo ir a verlo?

—Chist —susurró Pecas, rodeándolo con lacola.

—¿Dónde está Garra de Tigre? —inquirióEstrella Azul.

—Se ha llevado un pelotón para asaltar a unapatrulla del Clan de la Sombra —explicó Corazón

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de Fuego—. Patrullando hemos encontrado huesos.Olían al Clan de la Sombra, así que Garra deTigre ha decidido atacar. He mandado a Fronde adetenerlo cuando Fauces Amarillas ha reconocidoel olor de Estrella Rota en los huesos.

—¿A Fronde? —maulló Estrella Azulentornando los ojos—. ¿Aunque tenga queatravesar el Sendero Atronador?

—Yo era el único guerrero que quedaba en elcampamento. No había nadie más a quien pudieseenviar.

Estrella Azul asintió; la inquietud de sus ojosdio paso a la comprensión.

—No querías dejar el campamentodesprotegido, ¿verdad? —maulló—. Has hechobien, Corazón de Fuego. Creo que Estrella Rotaesperaba alejar a todos los guerreros delcampamento. Nosotros también hemos encontradohuesos.

—Látigo Gris me lo ha dicho. —Miró

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alrededor buscando a su amigo, pero éste habíadesaparecido.

—Dile a Fauces Amarillas que vaya a vermecuando termine con Estrella Rota —ordenóEstrella Azul.

Luego irguió las orejas ante el sonido de máspasos en el túnel de aulagas. Garra de Tigre llegócorriendo, seguido de Tormenta Blanca y el restodel pelotón de ataque. Corazón de Fuego estiró elcuello para ver a los guerreros, hasta quedescubrió a Fronde, justo al final. El jovenaprendiz parecía exhausto pero ileso. Corazón deFuego soltó un silencioso suspiro de alivio.

—¿Fronde os ha alcanzado antes de queencontrarais una patrulla del Clan de la Sombra?—le preguntó Estrella Azul al lugarteniente.

—Ni siquiera habíamos entrado en suterritorio. Estábamos a punto de cruzar el SenderoAtronador. —Entornó los ojos—. ¿Ése queestaban enterrando era Cara Cortada?

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Estrella Azul asintió.—Entonces Fronde tenía razón —maulló el

lugarteniente—. Estrella Rota estaba planeandoatacar el campamento. ¿Él también está muerto?

—No. Fauces Amarillas está curando susheridas.

—¡No será verdad! —exclamó Musaraña,intercambiando una mirada con Viento Veloz, queestaba junto a ella.

El rostro de Garra de Tigre se ensombreció.—¿Curando sus heridas? —gruñó—.

Deberíamos matarlo, ¡no malgastar el tiempo enhacer que mejore!

—Lo discutiremos en cuanto haya hablado conFauces Amarillas —maulló la líder con calma.

—Puedes discutirlo conmigo ahora mismo,Estrella Azul. —Fauces Amarillas entró en elclaro con la cabeza inclinada de agotamiento.

—¿Has dejado solo a Estrella Rota? —rugióGarra de Tigre; sus ojos ámbar echaban fuego.

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La curandera levantó la cabeza y miró alguerrero.

—Polvoroso está vigilándolo. Y le he dadosemillas de adormidera, de modo que estarádormido un buen rato. Ahora Estrella Rota estáciego, Garra de Tigre. Es imposible que intenteescapar. Moriría de hambre en una semana, eso siun zorro o una bandada de cuervos no lo matanprimero.

—Bueno, eso facilita las cosas —gruñó ellugarteniente—. No tendremos que liquidarlopersonalmente. Podemos dejar que el bosque seencargue de él.

Fauces Amarillas se volvió hacia EstrellaAzul.

—No podemos dejarlo morir —maulló.—¿Por qué?Corazón de Fuego contuvo la respiración

mientras los ojos de la líder iban de la curandera aGarra de Tigre. Se preguntó si Fauces Amarillas

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iba a contar que Estrella Rota era su hijo.—Si lo hiciéramos, no seríamos mejores que

él —repuso la vieja gata.Garra de Tigre sacudió la cola, furioso.—¿Qué opinas tú, Tormenta Blanca? —maulló

Estrella Azul antes de que Garra de Tigre pudiesehablar.

—Cuidar de Estrella Rota supondrá una cargapara el clan —contestó pensativo el guerreroblanco—. Pero Fauces Amarillas tiene razón: si loabandonamos en el bosque, o lo matamos a sangrefría, el Clan Estelar sabrá que hemos caído tanbajo como él.

Tuerta dio un paso adelante.—Estrella Azul —maulló con su vieja voz

cascada—, en el pasado hemos tenido prisionerosdurante varias lunas. Podríamos hacerlo de nuevo.

Corazón de Fuego se acordó de que la propiaFauces Amarillas había sido prisionera del Clandel Trueno cuando llegó al campamento. Esperó

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que la curandera le recordara ese dato a EstrellaAzul, pero ella no dijo nada.

—Entonces, ¿estás considerando seriamentemantener a ese proscrito dentro de nuestrocampamento? —espetó Garra de Tigre. Sus ojosardían de rabia mientras desafiaba a su líder.

Corazón de Fuego no pudo evitar coincidir conlas palabras del guerrero oscuro. La idea deaniquilar a Estrella Rota le repugnaba —él sabía,mejor que cualquiera de los demás, lo que esosignificaría para Fauces Amarillas—, perotambién era un enemigo temible, incluso sin elsentido de la vista. Tenerlo en el campamentosería difícil y peligroso para todos los miembrosdel clan.

—¿De verdad está ciego? —le preguntóEstrella Azul a Fauces Amarillas.

—Sí, lo está.—¿Tiene otras heridas?Esa vez respondió Corazón de Fuego:

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—Le he propinado unos zarpazos bastanteprofundos —admitió. Miró a Fauces Amarillas, yse sintió aliviado cuando ella inclinó la cabeza losuficiente para que supiera que lo perdonaba porhaber herido a su hijo.

—¿Cuánto tardarán en sanar? —inquirióEstrella Azul.

—Alrededor de una luna —contestó lacurandera.

—Entonces puedes cuidar de él hasta entonces.Al cabo volveremos a debatir su futuro. Y deahora en adelante será conocido como Cola Rota,no como Estrella Rota. No podemos arrebatarlelas vidas que le concedió el Clan Estelar, pero esegato ya no es líder de un clan.

Estrella Azul miró interrogativamente a Garrade Tigre. El lugarteniente agitó la cola pero nohabló.

—Está decidido —concluyó Estrella Azul—.Cola Rota se queda.

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27

Corazón de Fuego fue renqueando hasta la mata deortigas y empezó a lamerse las heridas. Ya iría aver a Fauces Amarillas más tarde, cuando ellahubiese terminado de atender a los otros gatos.

Los débiles rayos del sol poniente proyectabanlargas sombras en el claro. Rabo Largo habíarelevado a Polvoroso en su puesto de vigilancia, yGarra de Tigre se había llevado al resto de suintacto grupo de ataque en busca de carne fresca.A Corazón de Fuego le rugió el estómago. Alzó lavista al oír pasos, pero sólo eran Arenisca y ZarpaRauda, que regresaban tras el enterramiento.

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Los dos aprendices se dirigieron a EstrellaAzul, que estaba sentada bajo la Peña Alta conTormenta Blanca. Corazón de Fuego se puso enpie y fue hacia ellos. Llamó a Polvoroso, quetambién estaba lamiéndose las heridas junto altocón de árbol. Polvoroso le lanzó una miradadubitativa, pero se levantó fatigadamente y losiguió.

—Hemos enterrado a Cara Cortada —maullóArenisca.

—Gracias —contestó Estrella Azul. Luegomiró a Zarpa Rauda—. Puedes irte.

El aprendiz blanco y negro inclinó la cabeza yse encaminó a su guarida.

Corazón de Fuego le indicó a Polvoroso que seacercara más, y éste entornó los ojos y se situó allado de Arenisca.

—Estrella Azul —empezó Corazón de Fuego—, Arenisca y Polvoroso han luchado comoguerreros frente al ataque de Cola Rota.

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Habríamos tenido muchos más problemas sin sufuerza y su valor.

Polvoroso abrió los ojos como platos yArenisca bajó la vista al suelo.

Un ronroneo resonó en la garganta de TormentaBlanca.

—No es propio de ti mostrarte tímida —ledijo a su aprendiza.

Ella agitó las orejas con incomodidad.—Es Corazón de Fuego quien ha salvado al

clan —declaró la gata—. Ha sido el único que haalertado al campamento para que nospreparáramos para el ataque de Cola Rota.

Esa vez fue Corazón de Fuego quien se sintióincómodo. Fue un alivio que en ese momentoregresaran al campamento Garra de Tigre y lapartida de caza, cargados con abundantes presas.

Estrella Azul hizo un gesto de aprobación a sulugarteniente y luego se volvió hacia Arenisca yPolvoroso.

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—Me enorgullece saber que el Clan delTrueno cuenta con tan buenos combatientes —maulló—. Ha llegado el momento de que vosotrosdos recibáis vuestros nombres guerreros.Celebraremos ahora mismo la ceremonia denombramiento, mientras se pone el sol, y luegopodremos comer.

Arenisca y Polvoroso se miraronentusiasmados. Corazón de Fuego alzó la cabeza yronroneó. Estrella Azul llamó al clan, y Corazónde Fuego se sintió aún más feliz al ver que LátigoGris salía del refugio de los guerreros. Después detodo, su viejo amigo no había abandonado elcampamento.

El clan se congregó alrededor del lindero delclaro. Los veteranos y las reinas se sentaron conlos cachorros y los aprendices a un lado; Corazónde Fuego aguardó con los guerreros al otro lado.Miró a Pequeño Nimbo, acomodado junto a Pecas.Los ojos del cachorro centelleaban de ilusión, y

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Corazón de Fuego sintió una corriente de orgulloporque aquel gatito de su misma sangre pudieraverlo sentado con los guerreros del clan. EstrellaAzul se hallaba en el centro con Arenisca yPolvoroso.

El último arco de sol resplandeció en elhorizonte con un fulgor rosado. El clan esperó ensilencio mientras el astro desaparecía de la vista,dejando el cielo cada vez más oscuro y sembradode estrellas.

Estrella Azul clavó la mirada en la estrellamás resplandeciente del Manto de Plata.

—Yo, Estrella Azul, líder del Clan del Trueno,solicito a mis antepasados guerreros que observena estos dos aprendices. Han entrenado duro paracomprender el sistema de vuestro noble código, yyo os los encomiendo a su vez como guerreros. —Miró a los dos jóvenes que tenía delante—.Arenisca, Polvoroso, ¿prometéis respetar elcódigo guerrero y proteger y defender a este clan,

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incluso a costa de vuestra vida?Arenisca le sostuvo la mirada con ojos

relucientes.—Lo prometo —contestó.Polvoroso repitió sus palabras con

determinación:—Lo prometo.—Entonces, por los poderes del Clan Estelar,

os doy vuestros nombres guerreros: Arenisca, apartir de este momento serás conocida comoTormenta de Arena. El Clan Estelar se honra contu valor y tu energía, y te damos la bienvenidacomo guerrera de pleno derecho del Clan delTrueno.

La líder se adelantó y posó el hocico en lacabeza inclinada de Tormenta de Arena.

Ésta le dio un respetuoso lametón en elomóplato antes de encaminarse hacia TormentaBlanca. Corazón de Fuego vio cómo la gata mirabaa su mentor llena de orgullo y se acomodaba junto

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a él en su nuevo lugar con los guerreros.Estrella Azul volvió los ojos hacia el atigrado

marrón oscuro.—Polvoroso, a partir de este momento serás

conocido como Manto Polvoroso. El Clan Estelarse honra con tu coraje y tu franqueza, y te damos labienvenida como guerrero de pleno derecho delClan del Trueno.

Le tocó la cabeza con el hocico, y él tambiénle dio un lametón en el omóplato antes de reunirsecon los demás guerreros.

Las voces del clan se elevaron parahomenajearlos, lanzando nubecillas de vaho al airenocturno. Todos corearon al unísono el nombre delos nuevos guerreros:

—¡Tormenta de Arena! ¡Manto Polvoroso!¡Tormenta de Arena! ¡Manto Polvoroso!

—Según la tradición de nuestros antepasados—maulló la líder elevando la voz—, Tormenta deArena y Manto Polvoroso deben velar en silencio

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hasta el alba, y guardar solos el campamentomientras los demás dormimos. Pero, antes de queempiecen su vigilia, el clan compartirá unacomida. Hoy ha sido un día muy largo, y tenemosrazones para sentirnos orgullosos de los gatos quehan defendido nuestro campamento contra losproscritos. Corazón de Fuego, el Clan Estelar teagradece tu valentía. Eres un gran guerrero, y meenorgullece contar contigo como miembro de miclan.

Los gatos volvieron a maullar. Un ronroneobrotó de la garganta de Corazón de Fuego mientrascontemplaba a su clan. Sólo Garra de Tigre yManto Polvoroso lo miraron con hostilidad, peropor una vez se sintió inmune a su envidia. EstrellaAzul lo había elogiado, y eso bastaba.

Uno tras otro, los gatos fueron a recoger algode la carne fresca conseguida por el grupo de cazade Garra de Tigre.

Corazón de Fuego se acercó a Tormenta de

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Arena.—Esta noche podemos cenar juntos como

guerreros —maulló alegremente—. Si te parecebien… —añadió.

La gata le contestó ronroneando y él sintió unhormigueo de placer.

—Elige algo para mí —le pidió cuando él seencaminó al montón de carne fresca—. ¡Estoymuerta de hambre!

Corazón de Fuego escogió un ratóntentadoramente rollizo. Luego tomó un herrerillopara él y dio media vuelta. Entonces sesorprendió: Manto Polvoroso, Tormenta Blanca yCebrado se habían unido a Tormenta de Arena.Había sido un bobo al creer que podrían comer losdos solos. Aquél era un momento para que todo elclan compartiera junto la celebración.

Ese pensamiento le recordó a Carbonilla. Miróalrededor, pues no la había visto en la ceremoniade nombramiento. Seguramente seguiría en el claro

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de Fauces Amarillas. Fue hasta Tormenta de Arenay dejó las piezas a su lado.

—Regreso en cinco saltos de conejo —maulló—. Quiero llevarle algo a Carbonilla.

—Muy bien.El joven guerrero recogió rápidamente un

campañol de la pila de comida y lo llevó a laguarida de la curandera. Lo sorprendió encontrarallí a la vieja gata, pues ésta había asistido a laceremonia; debía de haber vuelto nada másterminar el acto.

—Espero que eso no sea para mí —gruñócuando Corazón de Fuego se le acercó—. Ya mehe tomado mi parte.

El joven dejó el campañol en el suelo.—Lo traigo para Carbonilla —respondió—.

He pensado que podría apetecerle algo. No estabaen la ceremonia de nombramiento.

—Le he dado un poco de carne de ratón, peroeres libre de darle eso también.

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Corazón de Fuego miró el claro rodeado dehelechos en penumbra. El pelo marrón de ColaRota era apenas visible a través de los tallos delantiguo lecho de Centón. El guerrero no se movía.

—Todavía duerme.El tono de Fauces Amarillas fue más propio de

una curandera que de una madre, y el jovenguerrero sintió alivio. Quería creer que la lealtadde la anciana seguía del lado del Clan del Trueno.Recogió el campañol y lo llevó al lecho deCarbonilla.

—Hola —saludó suavemente junto a loshelechos.

La gatita gris se movió hasta quedar sentada.—Corazón de Fuego…Él se internó en los helechos y se sentó en el

pequeño espacio que quedaba al lado deCarbonilla.

—Toma —maulló—. Fauces Amarillas no esla única que pretende cebarte.

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—Gracias —repuso ella. Pero dejó elcampañol junto a sus patas y ni siquiera se inclinóa olfatearlo.

—¿Todavía estás pensando en la batalla? —preguntó él amablemente.

La gatita se encogió de hombros.—No soy más que una carga, ¿verdad? —

replicó, mirándolo con ojos tristes.—¿Quién es una carga? —los interrumpió

Fauces Amarillas con un gruñido, asomando sucabeza gris en el nido de Carbonilla—. ¿Estásmolestando a mi ayudante? No sé cómo me lashabría arreglado hoy de no ser por esta jovencita.—Miró a Carbonilla con ternura—. ¡Incluso la hetenido mezclando hierbas esta misma tarde!

Cohibida, Carbonilla bajó la vista y se inclinópara darle un mordisco al campañol.

—Creo que podría tenerla conmigo unatemporada más. Cada día me resulta más útil.Además, me estoy acostumbrando a su compañía.

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Carbonilla lanzó una mirada a la viejacurandera con un brillo burlón en los ojos.

—¡Sólo porque estás lo bastante sorda comopara aguantar mi parloteo!

Fauces Amarillas simuló que le bufabamalhumorada, y Carbonilla añadió para Corazónde Fuego:

—Bueno, al menos eso es lo que dicecontinuamente.

Al joven guerrero lo sorprendió sentir unapunzada de celos al ver el estrecho vínculo quehabían creado aquellas dos gatas. Siempre sehabía considerado el único amigo verdadero deFauces Amarillas en el clan, pero parecía queahora la curandera tenía más. Por lo menosCarbonilla tenía un sitio donde estar: si no podíaentrenar para convertirse en guerrera, se sentiríafuera de lugar en la guarida de los aprendices.

Corazón de Fuego se levantó. Era hora devolver con Tormenta de Arena.

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—¿Estaréis bien aquí, con Cola Rota? —preguntó.

Fauces Amarillas le dedicó una miradadesdeñosa.

—Creo que podremos manejarlo, ¿no teparece, Carbonilla?

—No se atreverá a causar problemas —afirmóella llena de confianza—. Y Rabo Largo está aquípara ayudarnos.

La curandera regresó al claro y Corazón deFuego la siguió.

—¡Adiós, Carbonilla! —se despidió.—Adiós, y gracias por la comida.—No hay de qué. —Luego se volvió hacia

Fauces Amarillas—. ¿Tienes algo para estemordisco que me han dado en el cuello?

La curandera examinó la herida.—Parece bastante feo —gruñó.—Es obra de Cola Rota —confesó el joven.La vieja gata asintió.

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—Espera aquí.Fue a su refugio y regresó con un paquetito de

hierbas envueltas en hojas.—¿Podrás aplicártelo por tu cuenta? Sólo

tienes que masticar las hierbas y frotar la heridacon su jugo. Escocerá, pero ¡no es nada que unvaleroso guerrero no pueda soportar!

—Gracias, Fauces Amarillas. —Tomó elpaquetito entre los dientes.

La curandera lo acompañó a la entrada deltúnel.

—Te agradezco que hayas venido —maulló,mirando de reojo hacia el nido de Carbonilla—.Estaba bastante alicaída. Se sentía mal después dela batalla, y aún más tras la ceremonia denombramiento.

Corazón de Fuego asintió. Lo comprendía.Lanzó una última mirada cautelosa al lecho deCola Rota.

—¿Seguro que estaréis a salvo? —volvió a

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preguntar.—Ahora está ciego —contestó Fauces

Amarillas. Suspiró, y luego añadió más animada—: ¡Y yo no soy tan vieja que no pueda cuidar misitio!

Al despertar a la mañana siguiente, vio que una luzblanca y cegadora se colaba a través del muro deldormitorio. Supuso que había vuelto a nevar. Almenos ya no le dolían las heridas. FaucesAmarillas tenía razón: el jugo escocía, pero él sesentía mucho mejor tras una buena noche de sueñoreparador.

Se preguntó cómo habrían soportado la vigiliaTormenta de Arena y Manto Polvoroso. Debía dehaber hecho un frío atroz bajo la nieve. Se puso enpie y estiró las patas traseras, arqueando el lomo yenroscando la cola. Los dos nuevos guerrerosestaban ovillados y profundamente dormidos en el

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extremo más lejano del refugio. Tormenta Blancadebía de haberlos mandado dentro al partir con lapatrulla del alba.

Salió al claro cubierto de nieve. Apenas logródistinguir el pelaje blanco de Escarcha, queacababa de salir de la maternidad para estirar laspatas. Había dos espacios visibles en el centro delclaro, donde habían pasado la noche Tormenta deArena y Manto Polvoroso. Se estremeció alpensarlo, pero aun así los envidió al recordar laemoción de su primera noche como guerrero.Había sentido una calidez que ni siquiera la heladamás intensa habría podido congelar.

El cielo estaba cubierto de nubes cargadas denieve. Seguían cayendo copos, blanda ysilenciosamente. Pensó que ese día habría quecazar mucho. El clan necesitaría almacenar comidapor si la capa de nieve se volvía más espesa.

Oyó la llamada de Estrella Azul desde la PeñaAlta. Los gatos del clan empezaron a salir de sus

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guaridas y avanzaron entre la nieve para escucharlas palabras de su líder. Corazón de Fuego seinstaló en uno de los dos espacios despejados.Olía a Tormenta de Arena. Reparó en Látigo Gris,que se había sentado en el otro extremo del claro yparecía cansado, y se preguntó si se habríaescabullido por la noche para contarle a CorrientePlateada lo de los gatos proscritos.

Estrella Azul empezó a hablar:—Quiero asegurarme de que todos sabéis que

Cola Rota está en el campamento.Ningún gato emitió el menor sonido. El rumor

se había extendido como un incendio forestal.—Está ciego y es inofensivo —continuó la

líder.Varios gatos mostraron su descontento

resoplando, y Estrella Azul asintió para quesupieran que ella comprendía sus temores.

—Me preocupa la seguridad de nuestro clantanto como a vosotros. Pero, y el Clan Estelar lo

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sabe, no podemos echarlo de aquí para que mueraen el bosque. Fauces Amarillas lo atenderá hastaque sus heridas hayan sanado. En cuanto esosuceda, volveremos a tratar el asunto.

La líder miró alrededor, esperando respuestasde los reunidos, pero nadie habló, de modo quebajó de un salto de la Peña Alta. Mientras losdemás se dispersaban, Corazón de Fuego advirtióque Estrella Azul se encaminaba hacia él.

—Corazón de Fuego —maulló la gata—, meinquieta un asunto. Aún no has arreglado las cosascon Látigo Gris. Hace días que no os veo juntos.Ya te lo dije: en el Clan del Trueno no hay sitiopara peleas internas. Quiero que hoy salgáis losdos a cazar.

El joven asintió.—Como quieras, Estrella Azul.Le parecía bien. Y tras la batalla del día

anterior, tuvo la esperanza de que a Látigo Gristambién le gustase la idea. Mientras la líder se

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alejaba, escudriñó el claro con la mirada,esperando que su amigo no hubiera vuelto aesfumarse. No; allí estaba, ayudando a retirar lanieve delante de la entrada de la maternidad.

—Eh, Látigo Gris —lo llamó, pero su viejoamigo siguió trabajando, de modo que se acercó—. ¿Te apetece ir a cazar esta mañana?

Látigo Gris se volvió hacia él con ojos fríos.—¿Pretendes asegurarte de que no

desaparezco de nuevo? —gruñó.Corazón de Fuego se volvió sorprendido.—N… no. Sólo pensaba que después de lo de

ayer… Cara Cortada…—Yo habría hecho lo mismo por cualquier

gato del clan. ¡En eso consiste la lealtad al clan!—espetó Látigo Gris con dureza, y continuóapartando nieve.

Las esperanzas de Corazón de Fuego cayeronen picado. ¿Habría perdido la confianza de suamigo para siempre? Dio media vuelta con la cola

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baja, y se dirigió penosamente por la nieve a laentrada del campamento.

Por encima del hombro, exclamó:—Estrella Azul me ha dicho que fuera a cazar

contigo, así que puedes explicarle a ella por quéno vas a venir.

—Oh, ya veo, sólo intentabas complacer aEstrella Azul, ¡como de costumbre! —siseó LátigoGris.

Corazón de Fuego se volvió de golpe, listopara replicarle, pero se detuvo al ver que LátigoGris estaba cruzando el claro hacia él,sacudiéndose los copos de nieve de sus anchosomóplatos.

—De acuerdo, vamos —gruñó Látigo Gris,precediéndolo por el túnel de aulagas.

El ascenso del barranco resultó lento, puestodos los peñascos estaban cubiertos de nieve. Alalcanzar la cima, el bosque inmovilizado por lanevada se extendió ante ellos. Látigo Gris echó a

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correr, con la cara seria de determinación, yCorazón de Fuego lo siguió. Mientras localizaba aun ratón alrededor de las raíces de un roble, vio aLátigo Gris perseguir a un conejo imprudente quese había alejado demasiado de su madriguera. Elgato corrió furiosamente tras la criatura hasta queacabó con ella de un atinado zarpazo. Corazón deFuego se sentó a observar cómo su viejo amigoregresaba con el conejo para depositarlo ante suspatas.

—Esto debería alimentar a un cachorro o dos—resopló Látigo Gris.

—A mí no tienes que demostrarme nada.—¿Ah, no? —contestó amargamente,

mirándolo con rabia—. Pues entonces tú deberíasempezar a actuar como si confiaras en mí.

Dio media vuelta antes de que Corazón deFuego pudiera replicar.

A mediodía, Látigo Gris había cazado máspresas. Los dos lo habían hecho bien y regresaron

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al campamento con las fauces cargadas de carnefresca. Entraron en el claro y depositaron laspiezas en el sitio habitual, vacío hasta esemomento.

Corazón de Fuego se preguntó si debería salirde nuevo. Ahora nevaba con más fuerza y un vientohelado soplaba por el barranco. Estabaobservando el cielo, cada vez más oscuro, cuandooyó que Pecas maullaba preocupada cerca de lamaternidad. El joven fue a ver qué sucedía.

—¿Ocurre algo? —inquirió.—¿Has visto a Pequeño Nimbo? —preguntó la

reina.Corazón de Fuego negó con la cabeza.—¿Ha desaparecido? —quiso saber, sintiendo

un hormigueo en las patas al contagiarse delcreciente pánico de Pecas.

—Sí. Y también mis otros cachorros. Sólo hecerrado los ojos un momento. Acabo de despertar,¡y no logro encontrarlos! Hace demasiado frío

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para que estén fuera. ¡Morirán congelados! —Lareina se tambaleó.

Corazón de Fuego se alarmó al recordar laúltima vez que un joven miembro del clan,Carbonilla, había desaparecido del campamento.

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—Yo los encontraré —prometió Corazón deFuego.

Acto seguido, miró alrededor en busca deLátigo Gris. Se estaba levantando más viento y lanevada se recrudecía; no quería salir solo. Corrióal dormitorio de los guerreros, pero Látigo Gris noestaba allí.

Tormenta de Arena acababa de despertarse.—¿Qué sucede? —maulló.—Los cachorros de Pecas han desaparecido.—¿Pequeño Nimbo también? —Tormenta de

Arena se puso en pie, repentinamente despejada.

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—¡Sí! He venido por Látigo Gris, para quepudiéramos buscarlos juntos, pero no está aquí —maulló el joven guerrero. Sintió una punzada de iraporque Látigo Gris hubiera vuelto a esfumarse…¡justo después de acusarlo de no confiar en él!

—¡Yo te acompañaré! —se ofreció la gata.Él parpadeó.—Gracias. Vamos. Deberíamos decírselo a

Estrella Azul antes de marcharnos.—Manto Polvoroso puede decírselo. ¿Aún

está nevando?—Sí, y cada vez más. Será mejor que nos

demos prisa. —Miró la figura dormida de MantoPolvoroso—. Despiértalo tú. Yo le contaré aPecas que nosotros vamos a salir y me reunirécontigo en la entrada.

Regresó a la maternidad. Pecas seguíaolfateando en busca de pistas.

—¿Algún rastro? —preguntó Corazón deFuego.

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—No, nada —respondió la reina con voztemblorosa—. Escarcha ha ido a contárselo aEstrella Azul.

—Bien, no te preocupes. Saldré a buscarlos —la tranquilizó—. Tormenta de Arena vieneconmigo. Los encontraremos.

Pecas asintió y continuó husmeando.Fue con tormenta de Arena al túnel de aulagas

y salieron disparados. Fuera, el viento parecía aúnmás violento. Corazón de Fuego entornó los ojos yse encorvó contra la ventisca.

—Será difícil captar algún rastro a través de lanieve fresca —advirtió a Tormenta de Arena—.Empecemos comprobando si han salido al bosque.

—De acuerdo.—Tú ve por ese lado —indicó el joven

guerrero señalando con la nariz—. Y yo iré por elotro. Volveremos a vernos aquí. No tardes mucho.

La gata se alejó saltando, y Corazón de Fuegosorteó un árbol caído para dirigirse a la senda que

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el clan usaba con frecuencia. Los laterales delbarranco estaban más cubiertos de nieve que porla mañana, y resultaban resbaladizos donde lanieve se había convertido en hielo. Se detuvo ylevantó la cabeza con la boca abierta, pero nocaptó ni rastro de los cachorros. Buscó pisadas envano… ¿las habría tapado ya la nieve reciéncaída?

Recorrió el fondo de la pendiente, pero no diocon señales de ningún gato, y aún menos de lospequeños. El viento soplaba tanto que al final élmismo apenas se notaba la punta de las orejas.Ningún gatito podría sobrevivir con aquel tiempo,y el sol no tardaría en empezar a ponerse. Teníaque encontrarlos antes de que cayera la noche.

Regresó corriendo a la entrada delcampamento. Tormenta de Arena ya estabaesperándolo, con el pelaje trazado de ristras denieve. La gata se las sacudió de encima al verllegar a Corazón de Fuego.

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—¿Alguna pista? —preguntó él.—Nada.—No pueden haber ido muy lejos. Vamos,

probemos por aquí —indicó, encaminándose a lahondonada de entrenamiento.

Tormenta de Arena lo siguió esforzadamente.La capa de nieve era cada vez más profunda, y lagata se hundía hasta la barriga con cada paso.

La hondonada de entrenamiento estabadesierta.

—¿Crees que Estrella Azul se habrá dadocuenta de lo espantoso que es el tiempo aquífuera? —preguntó Tormenta de Arena, elevando lavoz contra el viento.

—Lo sabrá.—Deberíamos volver por ayuda, formar otro

grupo de búsqueda.Corazón de Fuego miró a la temblorosa joven

guerrera. No sólo los cachorros podíancongelarse. Quizá Tormenta de Arena tuviera

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razón.—Estoy de acuerdo —maulló—. No podemos

hacerlo solos.Al dirigirse hacia el campamento, le pareció

oír un leve chillido a través del viento.—¿Has oído eso?Tormenta de Arena se detuvo y empezó a

olfatear el aire ansiosamente. De pronto irguió lacabeza.

—¡Por ahí! —exclamó, señalando hacia unárbol caído.

Corazón de Fuego se abalanzó hacia allí con lagata pisándole los talones. Los chillidos setornaron más fuertes, hasta que el joven guerreropudo distinguir varias vocecillas. Subió al troncoy miró al otro lado. Apretujados en la nieve habíados cachorritos. Sintió un gran alivio hasta que sedio cuenta de que Pequeño Nimbo no estaba entreellos.

—¿Dónde está Pequeño Nimbo? —maulló.

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—Cazando —chilló uno de los gatitos con voztemblorosa de frío y miedo, pero con una nota dedesafío.

Corazón de Fuego levantó la cabeza.—¡Pequeño Nimbo! —llamó, atisbando entre

los copos de nieve.—¡Corazón de Fuego, mira! —exclamó

Tormenta de Arena, que también se había subidoal tronco.

El joven dio media vuelta. Una empapadafigura blanca avanzaba trabajosamente entre lanieve en dirección a ellos. ¡Pequeño Nimbo! Cadapaso suponía un enorme escollo para el cachorro,pues la nieve era tan alta como él, pero siguióadelante; en la boca traía un pequeño campañolrebozado en nieve.

Una oleada de alivio y furia recorrió aCorazón de Fuego. Dejó a Tormenta de Arena conlos otros y corrió por la nieve para agarrar alcachorro del pescuezo. Pequeño Nimbo protestó

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gruñendo, pero no soltó el campañol que colgabade su boca.

Al volverse, Corazón de Fuego vio queTormenta de Arena estaba llevando a los otroshacia él. Los gatitos avanzaban a trompicones,hundiéndose hasta las orejas en la profunda nieve,pero la joven guerrera no dejaba de empujarloshacia delante.

Pequeño Nimbo se retorció entre los dientesde Corazón de Fuego, que volvió a dejarlo en elsuelo. El cachorro lo miró, sujetando su pieza muyufano. Corazón de Fuego no pudo evitar sentirseimpresionado. A pesar de la nieve y el viento,¡Pequeño Nimbo había cazado su primera presa!

—Espera aquí —le ordenó, y corrió a ayudar aTormenta de Arena.

Agarró a una minúscula gatita que gimoteabalastimeramente, y empujó al otro hacia delante conel hocico.

El empapado grupo regresó esforzadamente al

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campamento. Pecas estaba aguardando fuera deltúnel de aulagas. Estrella Azul se hallaba junto aella, con los ojos entornados contra la profusanevada. En cuanto vislumbraron al grupo deCorazón de Fuego, corrieron a ayudarlos. La líderlevantó a Pequeño Nimbo y Pecas agarró al otrocachorro. Luego regresaron a toda prisa a laseguridad del campamento, con Corazón de Fuegoy Tormenta de Arena corriendo tras ellas.

Una vez en el claro, los adultos dejaron en elsuelo a sus congeladas cargas. Corazón de Fuegose sacudió la nieve de encima y miró a PequeñoNimbo, que seguía aferrando su presatozudamente.

Estrella Azul fulminó con la mirada a los tresgatitos.

—¿Qué pretendíais hacer ahí fuera? ¡Sabéisque va contra el código guerrero que los cachorroscacen!

Los dos hijos de Pecas se encogieron bajo la

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iracunda mirada de su líder, pero Pequeño Nimbose la sostuvo con sus ojos azules muy abiertos.Dejó el campañol en el suelo y maulló:

—El clan necesita carne fresca, así que hemosdecidido traer algo.

Corazón de Fuego se estremeció ante sudescaro.

—¿De quién ha sido la idea? —quiso saberEstrella Azul.

—Mía —declaró Pequeño Nimbo, todavía conla cabeza bien alta.

La líder clavó su mirada en el osado cachorroy maulló:

—¡Podríais haber muerto congelados ahífuera!

A Pequeño Nimbo lo sobresaltó la furia de suvoz y se agachó.

—Lo hemos hecho por el clan —maulló a ladefensiva.

Corazón de Fuego contuvo la respiración.

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Pequeño Nimbo había quebrantado el códigoguerrero. ¿La líder cambiaría de idea sobredejarlo quedarse con el clan?

—Vuestra intención era buena —dijo EstrellaAzul lentamente—. Pero aun así ha sido unainsensatez.

Corazón de Fuego sintió una leve esperanza,pero volvió a estremecerse cuando PequeñoNimbo replicó:

—Pero yo he cazado algo.—Ya lo veo —repuso la gata con frialdad.

Observó a los tres cachorros—. Dejaré que seavuestra madre quien decida qué hacer convosotros. Pero no quiero volver a veros haciendoalgo semejante. ¿Entendido?

Corazón de Fuego se relajó un poco cuandoPequeño Nimbo asintió junto con los otros.

—Pequeño Nimbo, puedes añadir tu pieza almontón de carne fresca —agregó Estrella Azul—.Después iréis los tres directos a la maternidad, a

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secaros y calentaros.Corazón de Fuego se sintió sorprendido.

¿Había detectado un tono maternal en la voz de lalíder?

Los hijos de Pecas se encaminaron a lamaternidad seguidos de su madre, mientrasPequeño Nimbo recogía su campañol para llevarloal montón de carne fresca. Al ver el orgullo conque ladeaba la cabeza, Corazón de Fuego notó unhormigueo de inquietud en las zarpas, peroentonces creyó advertir un brillo de admiración enlos ojos de Estrella Azul, que también estabaobservando al cachorro.

—Bien hecho, pareja —maulló la líder,devolviendo su atención a Corazón de Fuego yTormenta de Arena—. Mandaré a Rabo Largo aavisar al otro grupo de búsqueda. ¡Vosotrostambién deberíais ir a vuestra guarida a secaros yentrar en calor!

—De acuerdo —respondió Corazón de Fuego.

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Se volvió para marcharse con Tormenta deArena, pero la líder lo llamó de nuevo:

—Corazón de Fuego, quiero hablar contigo.El joven sintió cierta aprensión. Tal vez se

había relajado demasiado pronto.—Hoy Pequeño Nimbo ha demostrado buenas

capacidades para la caza —empezó la gata—.Pero toda la destreza del mundo no vale para nadasi no aprende a obedecer el código guerrero.Quizá ahora sea por su propia seguridad, pero, enel futuro, la seguridad de todo el clan dependeráde ello.

Corazón de Fuego miró al suelo; Estrella Azultenía razón, pero no pudo evitar sentir que la líderesperaba demasiado del cachorrito. PequeñoNimbo era todavía muy joven y llevaba muy pocotiempo con el clan. Se tragó un nudo deresentimiento al pensar en lo impúdicamente queLátigo Gris, un gato nacido en un clan, estabadesobedeciendo el código guerrero. Luego levantó

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los ojos hacia la líder.—Me aseguraré de que lo aprenda —maulló.—Bien. —La líder pareció satisfecha.Dicho esto, se encaminó a su guarida.Corazón de Fuego se dirigió al dormitorio de

los guerreros, aunque ya no sentía ningún frío. Laspalabras de Estrella Azul lo habían acalorado. Seacomodó en su lecho y empezó a lavarse. Se quedóacostado toda la tarde, reflexionando sobre LátigoGris y Pequeño Nimbo. Sabía que Estrella Azultenía razón. Recordando el orgullo y el descaroque había visto en los ojos del cachorro blanco, sepreguntó si realmente sería capaz de adaptarse a lavida del clan.

Al caer la noche, el hambre lo sacó de surefugio. Tomó un tordo del montón de carne frescay se instaló junto a la mata de ortigas. Ya estabaoscuro y nevaba con menos intensidad. En cuantosus ojos se acostumbraron a la luz nocturna, pudover con claridad la entrada al campamento.

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Vio a Látigo Gris en cuanto éste apareció, y loobservó mientras iba hacia el montón de carnefresca. El guerrero gris cargaba con varias presas.A lo mejor sólo había estado cazando.

Látigo Gris depositó la mayor parte de laspiezas en la pila. Se reservó un ratón de buentamaño, y se lo llevó a un lugar resguardado cercadel muro del campamento. La leve esperanza deCorazón de Fuego se desvaneció. La miradadistraída de su viejo amigo le dijo que sussospechas eran acertadas: Látigo Gris había estadocon Corriente Plateada.

Se levantó y regresó a la guarida de losguerreros. No le costó sumirse en un profundosueño, y mientras dormía volvió a soñar.

El bosque nevado se extendía ante él, blanco yreluciente al frío claro de luna. Él se hallaba sobreuna roca alta y dentada. A su lado estaba PequeñoNimbo… convertido ya en un guerrero hecho yderecho, con su denso pelaje blanco ondulando al

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viento. La escarcha centelleaba en la piedra sobrela que estaban.

—¡Mira! —siseó Corazón de Fuego a PequeñoNimbo.

Un ratón de campo correteaba alrededor de lasraíces heladas de un árbol. Pequeño Nimbo seguíasu mirada y, sin hacer ruido, bajaba de la peña alsuelo forestal. Corazón de Fuego observaba cómoel gato blanco avanzaba sigilosamente hacia lapresa. De pronto, captaba un aroma tan cálido yfamiliar que le producía un escalofrío. Notaba unaliento caliente en la oreja, y se volvía de golpe.Jaspeada estaba a su lado.

El pelaje moteado de la gata resplandecía a laluz de la luna, y ella le tocaba la nariz con la suya.

—Corazón de Fuego —susurraba—, tengo unaadvertencia para ti de parte del Clan Estelar. —Sutono era sombrío, y sus ojos abrasaban los de él—. Se avecina una batalla. ¡Cuídate de un guerrerodel que no puedes fiarte!

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El chillido de un ratón le hacía pegar un brincoy mirar alrededor. Pequeño Nimbo debía de habercazado a su presa. Se volvía de nuevo haciaJaspeada, pero ésta había desaparecido.

Corazón de Fuego se despertó con unsobresalto. El penetrante frío del bosque parecíaadherido todavía a su piel, y la dulce fragancia deJaspeada perduraba en sus fosas nasales. LátigoGris se movió junto a él, mascullando en sueños.Corazón de Fuego se estremeció. Sabía quedebería seguir durmiendo, pero se quedó en sulecho observando a su amigo dormido hasta que laluz de la aurora empezó a colarse en la guarida.

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Conforme se iba iluminando el dormitorio, Saucese despertó. Corazón de Fuego se quedó mirandocómo la gata se levantaba, se estiraba y salía. Traslanzar una última ojeada al dormido Látigo Gris,Corazón de Fuego siguió a Sauce.

—Ha dejado de nevar —maulló, deseoso deromper el silencio fantasmal que envolvía elcampamento inmovilizado por la nieve.

Su voz resonó por todo el claro y Sauceasintió.

Un sonido susurrante acompañó al olor deGarra de Tigre y Viento Veloz cuando ambos

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guerreros salieron de la guarida. Se sentaron juntoa Corazón de Fuego y Sauce para lavarse. «Listospara la patrulla del alba», se dijo Corazón deFuego. Pensó en ofrecerse a acompañarlos, pero,aunque una caminata por el bosque no le iría mal,una parte de él deseaba quedarse para vigilar aLátigo Gris. Las palabras de Jaspeada aún lepesaban en el corazón. No lograba librarse de laidea de que su viejo amigo era el guerrero del queno podía fiarse. Látigo Gris insistía en que surelación con Corriente Plateada no modificaba sulealtad al clan, pero ¿cómo era posible? ¡Sólo converla ya estaba quebrantando el código guerrero!

De pronto, Garra de Tigre levantó la cabezacomo si hubiera olido algo. Corazón de Fuego sepuso en tensión. Movió las orejas: logró captarpisadas sobre la nieve, en la distancia,acercándose deprisa. La brisa llevaba el olor delClan del Viento. Las pisadas eran cada vez mássonoras. Todos a una, los guerreros se quedaron

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inmóviles: un gato corría hacia ellos a través deltúnel de aulagas. Garra de Tigre arqueó el lomo ybufó cuando Bigotes irrumpió en el claro.

El guerrero del Clan del Viento frenó en secodelante de ellos, con ojos de pánico.

—¡El Clan de la Sombra y el Clan del Río! —exclamó resollando—. ¡Están atacando nuestrocampamento! Nos superan en número y nosotrosestamos luchando a vida o muerte. Esta vezEstrella Alta se niega a marcharse. Debéisayudarnos, ¡o mi clan será aniquilado!

Estrella Azul salió de su guarida. Todos losojos pasaron de Bigotes a la líder.

—Lo he oído —maulló la gata.Sin subirse a la Peña Alta, lanzó el maullido

habitual para convocar al clan. El olor a miedo deBigotes inundó el claro mientras los gatos ibansaliendo a la luz matinal.

En cuanto el clan estuvo reunido, Estrella Azulempezó a hablar:

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—No hay tiempo que perder. Tal comotemíamos, los clanes del Río y de la Sombra hanunido sus fuerzas, y ahora están atacando elcampamento del Clan del Viento. Debemosayudarlos.

Hizo una pausa y miró alrededor; los reunidosle devolvieron una mirada abatida. Bigotespermaneció junto a ella, escuchando en silencio ycon los ojos llenos de esperanza.

Corazón de Fuego estaba horrorizado. Despuésde que descubrieran a los gatos proscritos,pensaba que podían confiar en Estrella Nocturna.Ahora parecía que, después de todo, el líder delClan de la Sombra había quebrantado el códigoguerrero al aliarse con el Clan del Río para volvera expulsar de su hogar al Clan del Viento.

—Pero ¡estamos debilitados por la estaciónsin hojas! —protestó Centón—. Ya nos hemosarriesgado por el Clan del Viento una vez.Dejemos que ahora cuiden de sí mismos.

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Entre los veteranos y las reinas brotaronmurmullos de aprobación.

Fue Garra de Tigre quien le respondió, dandoun paso adelante para situarse junto a EstrellaAzul.

—Tienes razón al ser prudente, Centón. Pero silos clanes de la Sombra y del Río se han unido, essólo cuestión de tiempo que se vuelvan contranosotros. Es mejor luchar ahora, con el Clan delViento, ¡qué más tarde y solos!

Estrella Azul miró a Centón, quien cerró losojos y alzó la cola, aceptando las palabras deGarra de Tigre.

Fauces Amarillas se abrió paso entre losreunidos y le dijo en voz queda a la líder:

—Creo que tú deberías quedarte en elcampamento. Aunque ya no tengas fiebre por laneumonía, aún sigues débil.

Las dos gatas intercambiaron una mirada queCorazón de Fuego comprendió con un sobresalto.

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La líder ya estaba en su novena y última vida. Porel bien del clan, no podía ponerla en peligro enuna batalla.

Estrella Azul asintió.—Garra de Tigre, quiero que organices dos

grupos; uno para encabezar el ataque y otro deapoyo. ¡Necesitamos que lleguéis tan rápido comopodáis!

—Muy bien, Estrella Azul. —El lugartenientese volvió hacia los guerreros—. Tormenta Blanca,tú dirigirás el segundo pelotón; yo, el primero. Mellevaré a Cebrado, Musaraña, Rabo Largo, MantoPolvoroso y Corazón de Fuego.

Corazón de Fuego levantó la cabeza cuando elatigrado oscuro pronunció su nombre, sintiendo unescalofrío de emoción. ¡Iba a ir en el grupo devanguardia!

—¡Tú! —llamó Garra de Tigre a Bigotes—.¿Cómo te llamas?

El guerrero del Clan del Viento pareció

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sobrecogido por el tono del lugarteniente.Corazón de Fuego respondió por él:—Bigotes.Garra de Tigre asintió sin mirar apenas a

Corazón de Fuego.—Bigotes, tú irás en mi grupo. El resto de

nuestros guerreros acompañarán a TormentaBlanca. Tú también, Fronde. ¿Todos preparados?—rugió.

Los guerreros alzaron la cabeza y lanzaron ungrito de guerra. Garra de Tigre salió disparadohacia el túnel de aulagas y todos corrieron tras él.

Ascendieron por el barranco para internarse enel bosque. Se dirigían a los Cuatro Árboles y lastierras altas que había más allá. Mientras corríaentre los árboles, Corazón de Fuego miró porencima del hombro. Látigo Gris iba casi en lacola, con semblante serio y los ojos inexpresivos yfijos en el frente. Se preguntó si Corriente Plateadaestaría en la batalla. Sintió una punzada de lástima

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por su amigo, pero esa vez no tenía dudas sobre supropia disposición para pelear. Después de haberdevuelto a casa al Clan del Viento, no podía evitarsentirse responsable de ellos. No permitiría queningún otro clan los mandase de nuevo a aquellostúneles del Sendero Atronador.

La fragancia de Jaspeada volvió a llenarle lasfosas nasales y sintió un hormigueo. «¡Cuídate deun guerrero del que no puedes fiarte!». Aquél iba aser un combate difícil en más de un sentido. LátigoGris no tendría otras posibilidades para demostrarsu lealtad.

Aunque había dejado de nevar, costabaavanzar a través de los montones blancos. Se habíaformado una lámina de hielo sobre la nieve, perolos guerreros pesaban lo bastante para romperla, yse hundían en la blanda capa que había debajo.

—¡Garra de Tigre! —El maullido de Saucellegó desde el final de la comitiva.

El lugarteniente dio el alto y se volvió.

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—¡Nos están siguiendo! —exclamó Sauce.Sus palabras alarmaron a Corazón de Fuego.

¿Habrían caído en una trampa? La patrulla volviósobre sus pasos lentamente, alerta y recelosa. Unarama cargada de nieve crujió en lo alto y Frondepegó un brinco.

—Esperad —siseó Garra de Tigre.Todos se agazaparon en la nieve y Corazón de

Fuego captó un sonido de pisadas que se dirigíanhacia ellos. Sonaban ligeras, como pequeñas patasque avanzaran delicadamente sobre la lámina dehielo. Con un gran peso en el corazón, el jovenguerrero adivinó quiénes eran un segundo antes deque Pequeño Nimbo y los dos cachorros de Pecasaparecieran por detrás de un tronco.

Garra de Tigre se irguió sobre las patastraseras y los cachorros chillaron de pavor. Elguerrero los reconoció al instante y volvió aponerse a cuatro patas.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —bramó.

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—Queríamos participar en la batalla —respondió Pequeño Nimbo, y Corazón de Fuego seestremeció.

—¡Corazón de Fuego! —llamó Garra de Tigre.Cuando lo tuvo delante, le espetó con impaciencia—: Tú trajiste a este cachorro al clan; ocúpate deél.

Corazón de Fuego miró los llameantes ojos dellugarteniente. Sabía que intentaba obligarlo aelegir: podía unirse al pelotón de ataque y lucharpor el clan, o cuidar de aquel gatito doméstico desu misma sangre. Toda la patrulla esperó ensilencio la decisión del joven guerrero.

Él sabía que su elección sería luchar por elclan, pero no podía sacrificar al hijo de suhermana. Pequeño Nimbo y los otros debíanregresar sanos y salvos a casa, acompañados porotro gato. Pero ¿de qué guerrero podía prescindirel grupo de asalto?

—¡Fronde! —llamó Corazón de Fuego—.

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Vamos, ¡llévate a estos cachorros a casa!Esperó que Látigo Gris se opusiera, pero el

guerrero gris guardó silencio mientras él ordenabaa su aprendiz que regresara al campamento.

Fronde bajó la cola, desanimado, y Corazón deFuego se sintió culpable.

—Habrá muchas más batallas en las quepuedas luchar —le prometió.

—Pero, Corazón de Fuego, ¡tú dijiste que undía pelearíamos juntos! —intervino PequeñoNimbo, y su protesta resonó en todo el bosque.

Garra de Tigre lanzó una mirada burlona aljoven guerrero. Éste sintió un incómodo picorcuando las palabras del gatito provocaron risasentre la patrulla, pero se negó a mostrar suazoramiento.

—Algún día —repuso—. Pero ¡no hoy!El cachorro hundió los hombros, y Corazón de

Fuego soltó un suspiro de alivio al ver que sereunía a regañadientes con los otros para seguir a

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Fronde al campamento.—Me sorprende tu decisión, Corazón de Fuego

—se mofó Garra de Tigre—. No esperaba quetuvieses tantas ganas de participar en esta batalla.

El joven le sostuvo la mirada y sintió el pulsode la sangre en sus venas, como si todo su cuerpolatiese de rabia.

—¡Ojalá tú también tuvieses tantas ganas! —replicó—. ¡Habrías lanzado el grito de guerra envez de tenernos aquí mientras los guerreros delClan del Viento están muriendo!

Garra de Tigre le dedicó una mirada deaborrecimiento, echó atrás la cabeza y maulló alcielo antes de salir disparado al campamento delClan del Viento. Los otros lo siguieron a todaprisa. Pasaron ante los Cuatro Árboles, hacia laescarpada ladera que llevaba a las tierras altas. Lasubieron en silencio; sus patas no hacían ruidosobre la nieve.

Al alcanzar la cima, Corazón de Fuego se vio

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azotado por un viento aullador que le dobló lasorejas. Los terrenos de caza del Clan del Vientoparecían más desolados que nunca, con las aulagascubiertas por una capa de nieve.

—¡Corazón de Fuego! ¡Tú conoces el caminoal campamento del Clan del Viento! —gritó Garrade Tigre por encima del vendaval—. Guíanoshasta allí.

Aminoró el paso para que lo adelantara eljoven guerrero, que se preguntó si el lugartenienteno se fiaba lo bastante de Bigotes para permitirque éste los guiara. Se volvió para mirar a LátigoGris, esperando algo de ayuda por su parte, perosu viejo amigo tenía la cabeza gacha y los hombroshundidos penosamente, mientras el vientoalborotaba su espeso pelaje. No le sería de muchaayuda. Alzó los ojos al Clan Estelar pidiéndoleorientación.

Lo sorprendió descubrir que reconocía laforma de la tierra incluso debajo de la nieve. Allí

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estaba la madriguera de tejones, y la roca a la quehabía trepado Látigo Gris para tener mejor vista.Siguió los contornos que recordaba de su viaje conLátigo Gris, hasta llegar a la depresión del terrenoque señalaba el campamento.

Se detuvo al borde de la hondonada.—¡Ahí abajo! —aulló.El viento paró un segundo y oyeron sonidos de

batalla: chillidos y maullidos de gatos peleando.

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30

Garra de Tigre se dirigió a los guerreros con unferoz bufido que sonó a través de la ventisca:

—¡Tormenta Blanca, espera hasta que oigas migrito de guerra! Bigotes, tú nos llevarás a laentrada del campamento. Nosotros nosencargaremos del resto.

Bigotes echó a correr cuesta abajo, hacia losarbustos cubiertos de nieve. Garra de Tigre losiguió como un rayo, con Cebrado pisándole lostalones. Corazón de Fuego fue tras el lustrosoatigrado gris a través del estrecho túnel queconducía al campamento. La aulaga era tan densa y

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espinosa como recordaba. Látigo Gris y los otrosguerreros se quedaron en lo alto de la cuesta, unpelotón de asalto de refuerzo, listo para atacar trasel aluvión inicial.

Corazón de Fuego frenó en seco, retrocediendoante la escena que lo recibió en el claro delcampamento. La última vez que había estado allí,en busca de rastros olorosos que condujeran hastael clan desaparecido, el lugar estaba desierto ysilencioso. Ahora bullía de gatos que chillaban yse retorcían en plena lucha. Bigotes tenía razón:los superaban absolutamente en número. Unbatallón de reserva compuesto por guerreros delos clanes del Río y de la Sombra aguardaba alborde del claro, pero el Clan del Viento no podíapermitirse un grupo de apoyo. Todo el clan estabapeleando: aprendices y veteranos, guerreros yreinas.

Corazón de Fuego descubrió a Flor Matinalforcejeando con un guerrero del Clan de la

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Sombra. La reina del Clan del Viento parecíaexhausta y asustada, y tenía el pelo erizado enmechones desiguales. Aun así, se volvió ágilmentey arañó a su atacante, pero éste era mucho másgrande y la derribó con un potente golpe.

Con un rugido, Corazón de Fuego dio un saltoy aterrizó sobre los omóplatos del agresor, y no losoltó mientras el otro intentaba quitárselo deencima. Flor Matinal aprovechó para arañar alenemigo mientras Corazón de Fuego lo tiraba alsuelo. El guerrero aulló y logró liberarse, corrióhasta el espinoso muro del campamento y semarchó por allí. Flor Matinal lanzó una mirada deagradecimiento a Corazón de Fuego y volvió alcombate.

Éste miró alrededor, sacudiéndose gotas desangre de la nariz. Las reservas de los clanes delRío y de la Sombra se habían unido a la batalla. Lallegada del Clan del Trueno había igualado losnúmeros durante un momento, pero ahora

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necesitaban al segundo grupo de asalto. Corazónde Fuego oyó el grito de guerra de Garra de Tigre,y al cabo de un instante Tormenta Blanca irrumpióen el claro, seguido por Látigo Gris, Viento Velozy el resto de los guerreros.

Corazón de Fuego agarró a un guerrero delClan del Río, lo derribó con una pata y loinmovilizó con otra. Luego lo hizo girar y le arañóla barriga con las garras traseras. El contrincantese alejó de un salto y chocó contra un guerrero delClan del Viento. Éste se volvió sorprendido, yCorazón de Fuego reconoció de inmediato aBigotes, que se puso de manos para atacar al delClan del Río sin pensárselo. Vio el fuego queardía en los ojos de Bigotes. Dejaría que élacabase la pelea.

Un bufido familiar atrajo su atención. LátigoGris estaba batallando con un gato gris del Clan dela Sombra. Se trataba de Patas Mojadas, unguerrero que los había ayudado en la lucha para

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deshacerse de Estrella Rota. Los dos oponentesestaban al mismo nivel. Látigo Gris lanzó a PatasMojadas por el aire y miró alrededor, en busca deotro gato al que atacar. Corazón de Fuego vio a unguerrero del Clan del Río justo detrás de su amigo.Por encima del estruendo de la batalla, aguzó lamirada. ¿Atacaría Látigo Gris a uno de loscompañeros de Corriente Plateada?

Látigo Gris dio un salto y Corazón de Fuegocontuvo la respiración. Pero en vez de caer sobreel guerrero del Clan del Río, Látigo Gris pasó porencima de él y aterrizó en el lomo de otro guerrerodel Clan de la Sombra.

Corazón de Fuego oyó que Garra de Tigre lollamaba. Giró la cabeza y descubrió allugarteniente en el otro extremo del claro. Allí laconfrontación estaba muy reñida, con gatos detodos los clanes combatiendo juntos. Cuando sedisponía a ir hacia su lugarteniente, Leopardina leagarró la pata trasera y tiró hacia abajo.

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—¡Tú! —bufó la lugarteniente del Clan delRío. Se habían encontrado por última vez en eldesfiladero donde murió Garra Blanca.

Corazón de Fuego se zafó y rodó sobre suespalda. Se dio cuenta, demasiado tarde, de quehabía dejado expuesta la barriga. Leopardina sealzó sobre las patas traseras y cayó sobre él contoda su potencia. Corazón de Fuego sintió que sequedaba sin aire antes de que unas garras afiladascomo espinas se le clavaran en la barriga. Chillóde dolor. Con los ojos casi en blanco, vio a Garrade Tigre al borde del claro, observándolo conmirada fría e inexpresiva.

—¡Garra de Tigre! —aulló—. ¡Ayúdame!Pero el lugarteniente no se movió. Tan sólo se

quedó mirando cómo Leopardina clavaba susgarras en Corazón de Fuego una y otra vez.

De pura furia, el joven guerrero reunió lafuerza que necesitaba. Se enfrentó al dolor, echóhacia atrás las patas traseras y golpeó la barriga

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de Leopardina tan fuerte como pudo. Vio suexpresión de pasmo mientras la patada lanzaba ala lugarteniente por los aires. Corazón de Fuego sepuso en pie a duras penas y fulminó a Garra deTigre con la mirada, ardiendo de dolor y rabia. Ellugarteniente le sostuvo la mirada con odioindisimulado, y luego volvió a la encarnizadabatalla.

Un golpe en la parte de atrás de la cabezadesequilibró a Corazón de Fuego. Se volviótambaleándose y vio a Pedrizo, que estabapreparándose para atizarle de nuevo. Lo esquivó ylo empujó directamente sobre Tormenta Blanca,que dio media vuelta y agarró a Pedrizo por elpescuezo. Corazón de Fuego intentó saltar paraayudar a su camarada blanco, pero unas garras selo impidieron al clavarse en sus ancas. Se retorciópara ver quién lo atacaba y entrevió un pelaje gris.Corriente Plateada.

La gata se irguió ante él con el rostro contraído

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por la ira del combate. Tenía los ojos inyectadosen sangre y Corazón de Fuego supo que no lo habíareconocido. Corriente Plateada alzó una pata paraatacar, y el joven vio sus largas garras. Entornólos ojos, preparándose para el golpe, y entoncesoyó un aullido desgarradoramente familiar.

—¡Corriente Plateada! ¡No!«Látigo Gris», pensó Corazón de Fuego.La bella gata sacudió la cabeza y reconoció al

joven guerrero con un maullido ahogado. Cayósobre las cuatro patas, con los ojos dilatados de laimpresión.

Corazón de Fuego reaccionó instintivamente,pues le ardía la sangre en el fragor del combate.Sin pensar, saltó sobre el lomo de la gata y lainmovilizó contra el suelo. Ella no se debatiómientras él echaba atrás el cuello para darle unmordisco atroz en el bíceps. Al levantar la cabeza,Corazón de Fuego sintió que los ojos de LátigoGris lo estaban taladrando. El guerrero gris lo

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contemplaba horrorizado al borde del campo debatalla.

El sufrimiento y la incredulidad que reflejabanlos ojos de su amigo lo devolvieron a la realidad.Se detuvo, envainó las garras y aflojó la presiónsobre Corriente Plateada. La gata se separó de él ydesapareció por la cercana aulaga. Corazón deFuego se quedó mirando sin pestañear, todavíaconmocionado, cómo Látigo Gris corría tras lagata.

Sintió como si lo estuvieran observando. Miróalrededor y sus ojos se cruzaron con Cebrado, alotro extremo del claro. Se estremeció. Al final, elromance de Látigo Gris lo había empujado a serdesleal al Clan del Trueno: ¡había dejado escapara una guerrera enemiga! ¿Cuánto habría vistoCebrado? Entonces oyó un chillido de VientoVeloz, pidiendo ayuda. El guerrero atigrado estabaforcejeando desesperadamente con EstrellaNocturna, el traicionero líder del Clan de la

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Sombra. Corazón de Fuego corrió entre la multitudhacia Viento Veloz.

Sin pararse a pensar, saltó para agarrar aEstrella Nocturna por detrás. El líder negro aullóde ira cuando el joven tiró de él clavándole lasgarras. Hacía sólo unas lunas, Corazón de Fuegohabía luchado al lado de ese guerrero paraayudarlo a expulsar a Estrella Rota. Ahora hundiólos colmillos en el bíceps de Estrella Nocturnacon la misma ferocidad que había empleado contrael anterior líder del Clan de la Sombra.

Estrella Nocturna chilló, retorciéndose bajolas uñas de Corazón de Fuego. Mientras peleabapor sujetarlo, el joven guerrero comprobó queaquel macho no había llegado a líder por nada.Estrella Nocturna logró liberarse, pero VientoVeloz estaba listo. Saltó, y los dos guerrerosrodaron por el congelado claro. Corazón de Fuegolos observó pelear y retorcerse, calculando sumomento, de modo que cuando por fin dio un salto

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aterrizó directamente sobre el lomo de EstrellaNocturna. En esta ocasión lo aferró con másfirmeza, preparándose para cuando el guerreroquisiera zafarse. Pero Viento Veloz también lotenía bien sujeto. Entre los dos mordieron yarañaron al líder del Clan de la Sombra hasta quechilló con fuerza. Entonces lo soltaron, saltandohacia atrás con las uñas aún desenvainadas.

Estrella Nocturna se puso en pie y dio mediavuelta resoplando. Corazón de Fuego vio furia ensus ojos, pero el líder del Clan de la Sombra sabíaque estaba vencido. Retrocedió, barriendo con lamirada el claro donde sus guerreros estabansufriendo un trato similar por parte del Clan delTrueno. Entonces lanzó el grito de retirada. Susgatos dejaron de luchar y, como su líder,desaparecieron por la aulaga que circundaba elcampamento. Los guerreros del Clan del Río sequedaron solos para hacer frente a los clanes delViento y del Trueno.

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Corazón de Fuego se paró a recuperar elaliento, parpadeando para limpiarse los ojos desangre. Tormenta Blanca estaba enzarzado ahoracon Leopardina, con Musaraña a su lado.Tormenta de Arena batallaba con un guerrero delClan del Río que la doblaba en tamaño, pero suoponente sólo tenía la mitad de su rapidez.Corazón de Fuego observó cómo Tormenta deArena mordía y rodeaba sin cesar al guerrero,hasta que éste pareció derrotado.

Manto Polvoroso estaba peleando cerca de allícon un macho negro grisáceo. Corazón de Fuegoreconoció a Prieto, el guerrero del Clan del Río alque había visto cazando conejos en las tierrasaltas. Manto Polvoroso no se dejaba intimidar porlos golpes y mordiscos de su contrincante; cadavez que recibía uno, el joven guerrero lo devolvía.No parecía necesitar ayuda, y Corazón de Fuegosupuso que no le agradecería que se entrometieraen aquel enfrentamiento.

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¿Dónde estaba Estrella Doblada? Escudriñó elclaro en busca del líder del Clan del Río, y no lecostó encontrarlo ahora que el lugar estaba muchomenos abarrotado. El atigrado claro con lamandíbula torcida estaba agazapado, cara a caracon Garra de Tigre. Ambos guerreros se mirabanfijamente, sacudiendo la cola de modoamenazador. Corazón de Fuego esperó connerviosa expectación que uno de los dos hiciera unmovimiento. Fue Estrella Doblada quien saltóprimero, pero Garra de Tigre se apartó ágilmente.El lugarteniente fue más certero al abalanzarsesobre el lomo del líder. Lo aferró con sus largasgarras y Estrella Doblada se quedó inerme debajode él. A Corazón de Fuego se le cortó larespiración al ver que Garra de Tigre mostraba loscolmillos para clavarlos profundamente en la nucade su rival.

El joven guerrero soltó un grito ahogado. ¿Deverdad había matado Garra de Tigre al líder del

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Clan del Río? El aullido de dolor de EstrellaDoblada le dijo que el lugarteniente no habíaacertado en la espina dorsal, aunque fue un golpede efecto para ganar la batalla. El atigrado oscurosoltó a su oponente y lo dejó huir, maullando,hacia la entrada del campamento. En cuanto la colade Estrella Doblada se perdió de vista, susguerreros se zafaron y corrieron tras él.

En apenas un segundo, el campamento del Clandel Viento quedó en silencio, aparte del fragor delviento por encima de las aulagas. Corazón deFuego miró alrededor. Los guerreros del Clan delTrueno estaban cansados y maltrechos, pero losdel Clan del Viento tenían un aspecto mucho peor.Todos sangraban, y algunos yacían inmóvilessobre el suelo helado. Cascarón, su curandero, noperdió ni un momento en correr de uno a otro paratratar sus heridas.

Estrella Alta se acercó cojeando a Garra deTigre, con sangre goteándole por la cara.

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Observando al líder del Clan del Viento, Corazónde Fuego recordó su sueño de algunas lunas atrás:la silueta de Estrella Alta se recortaba contra unfuego resplandeciente, como un guerrero enviadopor el Clan Estelar para salvarlos. «El fuegosalvará al clan», decía la profecía de Jaspeada.Pero al mirar a los gatos del Clan del Viento,exhaustos y derrengados, el joven guerrero sepreguntó si habría malinterpretado su sueño.¿Cómo podían esos gatos representar al fuego que,como había prometido el Clan Estelar, salvaría asu clan? ¿Acaso no era el Clan del Trueno el queacababa de salvar al Clan del Viento… de nuevo?

Estrella Alta hablaba quedamente con Garra deTigre. Corazón de Fuego no oía qué le decía, perosupuso que el líder estaba reconociendo la deudaque tenían con el Clan del Trueno. El lugartenienteestaba muy erguido, y aceptó el agradecimientocon la cabeza alta. Corazón de Fuego sintió ascoante la arrogancia del guerrero oscuro. Él nunca

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olvidaría que Garra de Tigre se había quedadomirando sin hacer nada mientras Leopardina casilo despedaza.

—Esto te hará bien.La dulce voz de Sauce interrumpió sus

pensamientos: estaba ofreciéndole un bocado delas hierbas del curandero. Corazón de Fuegoronroneó para darle las gracias mientras ellaexprimía las hojas sobre los mordiscos que teníaen los bíceps. El jugo escocía, pero el olor lotrasladó a otro tiempo, con Jaspeada. Muchaslunas atrás, ella le había dado las mismas hierbaspara que tratara las heridas de Fauces Amarillas.Conforme el aroma de las hierbas impregnaba elaire, Corazón de Fuego recordó su sueño de lanoche anterior. «Cuídate de un guerrero…», lehabía advertido Jaspeada. ¿Cuidarse de unguerrero?

La verdad lo envolvió como un viento gélido:¡no debería haber recelado de Látigo Gris, sino de

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Garra de Tigre! ¿Cómo podía haber sospechado desu amigo cuando sabía de qué era capaz aquellugarteniente? De pronto estuvo seguro de queCuervo decía la verdad, dijera lo que dijeseEstrella Azul. Después de ver la actuación dellugarteniente ese mismo día, el joven comprendióque Garra de Tigre podía haber matadotranquilamente a Cola Roja y seguido adelante sinremordimientos.

—¡Has luchado muy bien, Corazón de Fuego!—lo interrumpió Viento Veloz. El atigrado marrónle guiñó un ojo afectuosamente mientras prometía—: ¡Me aseguraré de que Estrella Azul se enterede esto!

—Sí —coincidió Sauce—. Eres un granguerrero. El Clan Estelar te honrará por ello.

Corazón de Fuego los miró agitando las orejasde alegría. Era un alivio volver a sentirse parte delclan.

De pronto sintió un hormigueo. Cebrado estaba

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cruzando el claro en dirección a Garra de Tigre.Se sentó detrás de Estrella Alta y esperó a que sealejara; entonces se inclinó y susurró algo al oídodel lugarteniente. Los dos guerreros no dejaron demirar a Corazón de Fuego.

«Cebrado me ha visto —pensó el joven,asustado—. Ha visto que dejaba escapar aCorriente Plateada».

—¿Te encuentras bien? —preguntó Sauce.Corazón de Fuego se dio cuenta de que se

había estremecido.—Eh… sí, perdona. Sólo estaba pensando.Garra de Tigre se encaminaba hacia él, con los

ojos relucientes de rencorosa satisfacción.—Bueno, si estás seguro, iré a ver a los otros

—maulló Sauce.—Sí… muy bien. Gracias.Sauce recogió las hierbas y se alejó. Viento

Veloz fue tras ella.El lugarteniente agachó las orejas y enseñó los

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dientes con un gruñido, observando a Corazón deFuego.

—¡Cebrado dice que has dejado escapar a unagata del Clan del Río!

El joven comprendió que no podía alegar nadaen su defensa. Por mucho que Látigo Gris lehubiese complicado las cosas, de ningún modo ibaa traicionar a su amigo. Le dieron ganas de maullarque Garra de Tigre se había quedado mirándolomientras una guerrera del Clan del Río intentabamatarlo. Pero ¿quién lo creería? Cebrado se situójunto al lugarteniente. Corazón de Fuego añoró lasabiduría y la imparcialidad de Estrella Azul, peroella estaba muy lejos, en el campamento del clan.

Respiró hondo, preparándose para hablar bajola mirada amenazadora de Garra de Tigre.Entonces cayó en la cuenta de que al lugartenienteno le importaba la deslealtad que hubiesemostrado a causa de Látigo Gris. Ésa no era laverdadera razón por la que lo acosaba. Garra de

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Tigre aún temía qué podía haberle contado Cuervosobre la muerte de Cola Roja, ocurrida muchaslunas atrás. Pero, al contrario que Cuervo,Corazón de Fuego no iba a ceder al miedo. Susojos desafiaron al atigrado oscuro y gruñó:

—La gata ha escapado, sí, como a ti se te haescapado Estrella Doblada. ¿Por qué lo dices?¿Acaso querías que la matara?

La cola de Garra de Tigre atizó el frío suelo.—Cebrado dice que ni siquiera le has hecho un

rasguño.El joven guerrero se encogió de hombros.—¡A lo mejor Cebrado debería ir tras ella y

preguntarle si eso es cierto!Cebrado parecía a punto de bufar, pero guardó

silencio mientras Garra de Tigre hablaba.—No es necesario. Cebrado también dice que

tu joven amigo gris ha salido en persecución de lagata. Tal vez él pueda contarnos lo malherida queestá.

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Por primera vez desde que se habían unido a labatalla, Corazón de Fuego sintió el frío del viento.El fulgor de los ojos de Garra de Tigre conteníauna amenaza velada. ¿Habría descubierto el amorde Látigo Gris por Corriente Plateada? Mientrasbuscaba una respuesta adecuada, en la entrada delcampamento apareció Látigo Gris.

—Mira quién ha regresado —se mofó Garrade Tigre—. ¿Quieres preguntarle cómo seencuentra la gata? No, espera. Puedo imaginarmesu respuesta. Me dirá que no ha conseguidoalcanzarla. —Y sin molestarse en disimular sudesprecio, se alejó con Cebrado a la zaga.

Corazón de Fuego miró a Látigo Gris, cuyorostro estaba surcado de agotamiento e inquietud,así que cruzó el claro hacia su amigo. ¿Seguiríaresentido con él por haberse entrometido? ¿Estaríaenfadado con él por haber intentado atacar aCorriente Plateada, o agradecido porque la habíadejado marchar?

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El gato estaba muy callado y cabizbajo.Corazón de Fuego estiró el cuello para tocarlesuavemente el flanco con la nariz. Sintió lavibración de un ronroneo y alzó la vista. LátigoGris le devolvió la mirada. Tenía los ojos tristes,pero en ellos no había ni rastro de la furia quehabía visto en los últimos tiempos.

—¿Ella está bien? —le preguntó en voz baja.—Sí —susurró Látigo Gris—. Y te agradece

que la hayas dejado marchar.Corazón de Fuego le hizo un guiño.—Me alegro de que no esté herida —maulló.Su amigo le sostuvo la mirada un momento y

luego dijo:—Tenías razón. La batalla no ha sido fácil.

Sentía que estaba luchando contra los compañerosde clan de Corriente Plateada, no contra guerrerosenemigos. —Bajó la vista, avergonzado—. Peroaun así no puedo dejar de verla.

Las palabras del guerrero gris llenaron a

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Corazón de Fuego de malos presagios, pero nopudo evitar compadecerlo.

—Eso es algo que debes resolver por ti mismo—maulló—. Yo no soy quién para juzgarte —añadió, y Látigo Gris levantó la vista—. Decidaslo que decidas, yo siempre seré tu amigo.

Látigo Gris se quedó mirándolo fijamente, conlos ojos empañados de alivio y gratitud. Luego, sinhablar, ambos se acostaron en el suelo, uno juntoal otro, en aquel claro poco familiar. Por primeravez en lunas, sus cuerpos se apretaron comomuestra de amistad. Por encima de ellos, la aulagacargada de nieve les ofrecía un frágil cobijo antela tormenta que se avecinaba.

Page 610: Fuego y hielo - Municipalidad de Santo Domingo · de la Peña Alta; su largo pelaje gris azulado relucía a la luz del alba. «Debo prevenirla sobre Garra de Tigre», pensó Corazón

Bajo este seudónimo colectivo escriben lasescritoras Cherith Baldry, Kate Cary, InbaliIserles, Gillian Philip y Tui Sutherland la serie denovelas fantásticas infantiles y juveniles, Los gatosguerreros.