fragmento la melodía del joven divino

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Reunidos en esta antología que lleva como título La melodía del joven divino, los pensamientos, cuentos y críticas que aquí se encuentran ofrecen las claves interpretativas para comprender el misterio de una existencia radical y solitaria. De una sorprendente potencia filosófica y literaria, estos textos de Michelstaedter poseen una clara intención de renuncia y una actitud combativa, que desvelan el carácter de un hombre incomprendido incluso para sí mismo.

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Page 1: Fragmento La melodía del joven divino

CARLO MICHELSTAEDTER (Gorizia, 1887 - 1910) se ha conver-

tido en una leyenda de las letras italianas y ha atraído la atención

de grandes escritores como Giovani Papini y Claudio Magris, y de

Roberto Calasso como editor. Comenzó estudios de matemáticas

en Viena, pero pronto se trasladó a Florencia donde se matriculó en

el departamento de letras del Istituto di Studi Superiori (1905). El

17 de octubre de 1910 Michelstaedter envía por correo a Floren-

cia su tesis de fi losofía que acaba de concluir. Acto seguido, toma

una pistola y termina con su vida. Además de su principal escrito,

La persuasión y la retórica (Sexto Piso), y de La melodía del joven di-

vino, es autor de Il dialogo della salute e altri dialogi y de una breve

obra poética.

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Reunidos en esta antología que lleva como título La melodía del

joven divino, los pensamientos, cuentos y críticas que aquí se en-

cuentran ofrecen las claves interpretativas para comprender el

misterio de una existencia radical y solitaria. De una sorprendente

potencia fi losófi ca y literaria, estos textos de Michelstaedter poseen

una clara intención de renuncia y una actitud combativa, que desve-

lan el carácter de un hombre incomprendido incluso para sí mismo.

La melodía del joven divino está al nivel de su obra maestra, La per-

suasión y la retórica. Su naturaleza fragmentaria le confi ere por mo-

mentos una mayor contundencia. Michelstaedter se revela como

un persuadido, alguien que no consume la vida presente en el

anhe lo de un futuro que nunca llega. Critica con virulencia a la so-

ciedad burguesa que ha usurpado la potencia mediante la sed de

ganancia, aquélla que «tiene necesidad de la ciencia que le codi-

fi que la abominación de su prepotencia, de la ciencia que le dé

armas de fuerza desmesurada y artefactos de guerra que domi-

nen el mar la tierra y el cielo». Como si escribiera su propio epita-

fi o, Michelstaedter celebra la afi rmación de la vida por sí misma,

jamás supeditada a valores últimos o ideales, siempre creados por

los hombres para huir del vacío existencial ocasionado por su ca-

rácter efímero: «La vida se mide por la intensidad y no por la dura-

ción –la intensidad está en todo presente: la duración aunque sea

infi nita no está menos vacía si no es más que un sucederse de pre-

sentes vacíos».

En cierto sentido se agradece la decisión de Michelstaedter de sui-

cidarse con sólo veintitrés años. De haber seguido escribiendo con

tanta potencia y lucidez, quizá hubiera ocasionado el suicidio de

muchos de sus lectores. Pero no por insufi ciencia –aquel suicidio

del que hablaba Schopenhauer que es un lamento porque la vida

no salió como esperábamos–, sino por abundancia, por penetrar

la mentira que es la vida (sabemos que vamos a morir y, sin em-

bargo, la vida depende por defi nición de que actuemos con un

apego que contradice esta conciencia), al grado de que apagar

suavemente la llama es sólo un ligero paso más hacia el abrazo

de la totalidad.

ISBN 978-84-96867-90-1

TÍTULOS RECIENTES EN LA COLECCIÓN

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PythonJoseph Fontenrose

Misterios de los CabirosKarl Kerényi

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Un terrible amor por la guerraJames Hillman

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Hermes, el conductor de almasKarl Kerényi

Curso de fi losofía moralVladimir Jankélévitch

A quien los dioses destruyenRuth Padel

La persuasión y la retóricaCarlo Michelstaedter

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La melodía del joven divino

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La melodía del joven divino

Carlo Michelstaedter

Introducción y notas de Sergio Campailla

Traducción de Antonio Castilla Cerezo

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Todos los derechos reser vados.Ning una parte de esta publicación puede ser reproducida,

transmitida o almacenada de manera alg una sin el permiso prev io del editor.

TÍTULO ORIGINAL

La melodia del giovane divino

Prólogo «En busca del tesoro que no está» y notas, Sergio CampaillaCopyright © 2009, Adelphi Edizioni S.P.A. Milano

Primera edición en español: 2011

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2011San Miguel # 36Colonia Barrio San LucasCoyoacán, 04030México D. F., México

Sexto Piso España, S. L.

c/ Monte Esquinza 13, 4.º Dcha.28010, Madrid, España.

www.sextopiso.com

DiseñoEstudio Joaquín Gallego

FormaciónQuinta del Agua Ediciones

ISBN: 978-84-96867-90-1Depósito Legal:

Impreso en España

Page 5: Fragmento La melodía del joven divino

ÍNDICE

Nota del traductor 9

En busca del tesoro que no está 11 Sergio Campailla

LA MELODÍA DEL JOVEN DIVINO

PENSAMIENTOS

Un joven 31

Pensamientos sobre la mentira 33

La educación 35

Preguntas sobre el hebraísmo 39

El coraje 41

La catarsis trágica 45

La libertad 49

Los nombres 55

Sabiduría y felicidad 59

La melancolía 63

El bien 69

Discurso al pueblo 71

La justicia 75

Mejor el odio 77

Vivís porque habéis nacido 79

El primero y el último 81

La fi losofía pregunta el valor de las cosas 83

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El predilecto punto de apoyo de la dialéctica socrática 87

La vía de la salud y la voz de la ˆÈÎÔ¯ı˜fl· 93

Verde es el fruto 97

Pesimista es el imperfecto pesimista 99

El individuo fuerte y el artista 101

De las partículas adversativas 103

No se puede amar más que una cosa que se conoce 107

Cristo y Matusalén 109

CUENTOS

La leyenda del San Valentín 113

El bora 123

Ubaldo 129

Era el paraíso terrenal 131

Virtud de la lengua 133

Paolino 135

Amistad con un perro 139

Un sueño 141

El papa 143

CRÍTICAS

Il piacere de Gabriele D’Annunzio 147

Pequeños burgueses de Maxim Gorki 149

Più che l’amore de Gabriele D’Annunzio 153

Wenn wir Toten erwachen de Henrik Ibsen 157

Salvini y Gli Spettri 161

Più che l’amore de Gabriele D’Annunzio en el Teatro di Società 167

A Benedetto Croce 175

Tolstói 177

El Stabat Mater de Pergolesi 183

Notas 185

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NOTA DEL TRADUCTOR

El lector de Michelstaedter se enfrenta desde el primer mo-mento, no sólo a la peculiaridad de un pensamiento que se sabe contrario a las convenciones, sino también y más sensi-blemente a un uso del lenguaje, de los signos lingüísticos en general, que parece querer desafi arle. La profusión de guio-nes, de marcas que señalan una pausa, casi un corte, contras-ta con la puntuación irregular, unas veces inexistente, otras innecesariamente prolija, que imprime al texto una velocidad cambiante, violentando los hábitos más elementales de la lec-tura; y esto es particularmente sintomático en un escritor de su especie, tan atento a los pequeños detalles de la lengua como para elaborar una compleja refl exión metafísica a partir de, por ejemplo, el uso de las partículas adversativas. El rayo que quiere hacernos llegar Michelstaedter nos alcanza, sin embar-go, no a pesar de estas distorsiones, sino acompañado por y como en secreta connivencia con ellas. Es por esto que, en la presente edición, hemos decidido conservar los rasgos de una rareza para la que no sabríamos encontrar el motivo, pero que al menos debe quedar señalada.

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EN BUSCA DEL TESORO QUE NO ESTÁ

Sergio Campailla

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Más allá de La persuasione e la rettorica, del Dialogo della salute y de la Poesie, es decir de sus obras más conocidas, la cantidad de cartas dejadas por Carlo Michelstaedter es impresionan-te. Añádase a esto la masa de pinturas, de dibujos, de carica-turas. No se olvide la preparación de los exámenes para una institución selectiva como el Istituto di Studi Superiori en Florencia. Se extrae de ello el balance de una actividad frené-tica, bajo el signo de lo excepcional. Cuesta convencerse de que todo esto haya sido realizado por un joven que termina con su vida con sólo veintitrés años. O viceversa, surge aquí la pregunta: ¿cómo fue posible para un joven de veintitrés ex-presar un empuje cognoscitivo y creativo de esta magnitud? Tanto más porque, a partir de una fractura de 1907, se da una aceleración, un cambio de paso, quizá la precondición para la realización del milagro.

Hay que darse cuenta de que el carácter defi nitivo de la Persuasione, en el plano filosófico y cultural, pero también de algún modo en el estilístico para un bilingüe y un políglota expuesto a la incomodidad de las interferencias, no ha sido un recurso inmediato, sino el resultado de una búsqueda, de un tumulto, de una enorme tensión. En realidad es el programa teorizado por el autor: ‰È\ ôÌÂÒ„Âfl·Ú ÂúÚ òÒ„fl·Ì, el hacer de sí una llama.i La página parece formada por un artífi ce que no se inmuta, pese a que nace de innumerables tentativas pre-paratorias, de variaciones, de repeticiones. El agua fl uye irre-frenable, pero confl uyen en ella infi nitos ríos, secundarios,

i Traduzco por medio de esta expresión el término fi ammeggiamento, sin correlato estricto en castellano. (N. del T.)

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provisionales, ocasionales. La Persuasione es la redacción fi nal para un público, aunque sea una comisión de profesores. Pero a los lados se acumulan las pruebas secretas, los desahogos, los apuntes del laboratorio privado. Michelstaedter no releerá nunca nada, no corregirá los errores, no se preocupará de la puntuación y de esas reglas que forman el código mínimo de la comunicación. En su consagrarse visionario se recogen relám-pagos de genio o, al menos, iluminaciones. El presupuesto es: «Yo sé que hablo porque hablo, pero no convenceré a nadie…». La disputa, en parte oculta, es entre la salud y la enfermedad. Una consecuencia es que estos escritos son preciosos, pero frag-mentarios, dispersos, difícilmente legibles. Una obsesión los domina, en un incalculable confín entre escritura y grafoma-nía. A partir de cierto momento, Michelstaedter se aísla del mundo, radicaliza su pasión y sus elecciones, vive como un asceta encerrado en el interior de un faro, imposta consigo mismo un inagotable monólogo dramático.

Esto ejerce una fascinación, pero no anima a aproximarse. Michelstaedter es ya un autor de culto, a nivel internacional, pero aún de minorías. Mi intención, al menos en este caso, es sustraerlo, en la medida de lo posible, del dominio exclusivo de los especialistas y de los eruditos, capaces de hacerse los sordos —justamente lo que él detestaba—. Inútil resulta escon-derlo, el riesgo y la paradoja están en esto: La persuasione e la rettorica es una tesis de licenciatura fallida que hace estallar las contradicciones del sistema y que, al fi nal, produce una mon-taña de tesis de licenciatura.

Por eso, propongo un compendio de los llamados Scritti vari, que representan las múltiples aptitudes de la personali-dad del autor, pese a la parábola contraída de su existencia y a su variable y desigual manifestarse, asegurando al mismo tiem-po un grado de legibilidad y de organicidad de estos textos. La ambición es la de, en el esbozo de una síntesis, enriquecida también con algunos textos inéditos, disponer de otra obra, de más amplia circulación, junto a las ya conocidas y cada vez más traducidas en el extranjero. El destino de Michelstaedter, a

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tantos años de su muerte, es el de ser un genial póstumo que se descubre actual en su inactualidad. En este sentido la cele-bración del centenario de su muerte es la ocasión propicia para una verificación del nuevo ciclo, manteniéndose fuera del ritual conmemorativo.

La melodía del joven divino se compone de tres secciones: una más fi losófi ca, la segunda alimentada por una vena narra-tiva, la tercera sobre una base crítico-literaria. Las tres seccio-nes, obviamente, se distinguen entre sí sólo por acentuaciones de tono y por comodidad de orientación. Michelstaedter no ha querido nunca hacer de fi lósofo, de novelista, de crítico lite-rario. Y cuando ha expresado sus valoraciones sobre el Piacere de D’Annunzio, no ha dudado en tomar distancia de sí mismo comentando como conclusión: «Culo». Dentro de cada sección, los textos están distribuidos en orden cronológico, siempre que ha sido posible comprobarlo. Esto comporta una conse-cuencia de la que es preciso ser consciente: pese a la corriente que los unifi ca, se registran a veces sensibles diferencias de valor entre algunos escritos más tempranos y los del período más tardío. Sucede como con las Poesie, recogidas en su tota-lidad en orden cronológico: a algunos, los primeros poemas les han parecido aún toscos o escolásticos; absolvían en cambio su función documental, y como tal fueron leídos, premisa in-dispensable para llegar a los Figli del mare y al poema A Senia, que nadie sin embargo autorizaba a separar en nombre de un más alto resultado artístico.

Una emoción particular que pueden suscitar estas páginas es, por el contrario, justamente la de descubrir cómo los ex-tremos se tocan, cómo, en la originalidad de un recorrido, in-fancia y madurez intelectual misteriosamente se reclaman y se juntan, como los dedos en la Creación de Adán de Miguel Ángel. Baste con ver entre los Pensamientos la meditación sobre un joven educado en un colegio, que, entrado en la arena de la vi-da, tras la pérdida de la fe, sometiendo sus experiencias a la criba de un análisis despiadado, decide restituir su envoltorio material extinguiendo «las energías que en él se combatían

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inútiles». ¿Cómo no leer en esto el presentimiento de un des-tino, o al menos una atracción oscura? Mientras en el otro ex-tremo de la parábola, hallamos el contraste entre intensidad y duración, entre lleno y vacío, entre Cristo y Matusalén.

A pesar de todo, la autobiografía emerge, como un mag-ma. Incluso la más reprimida. Esto es cierto para la matriz he-braica, a propósito de la cual Michelstaedter se plantea algunas preguntas fundamentales: sobre la relación entre monoteísmo y politeísmo, entre hebraísmo y cristianismo, sobre las suce-sivas fases de la religión y de la cultura judaica, antes y después de la diáspora… Es como para preguntarse: si hubiera sobre-vivido, ¿habría dado una respuesta a estas preguntas, habría explorado este territorio, que pertenecía a su bagaje familiar y a su memoria genética? Una interrogación que permanece sin contrastar, pero que resulta cuanto menos estimulante.

Los escritos de la Melodía del joven divino atestiguan una investigación extraordinaria sobre la realidad y sobre la socie-dad en los diversos capítulos: libertad, sabiduría, felicidad, nombres, bien, justicia, amor… Y aunque todo tienda a hacerlo olvidar, es un muchacho quien lleva a cabo esta investigación, en la que nadie sale indemne. La fi losofía de la Persuasión, en efecto, es en primer lugar una pedagogía, una educación del niño experimentada en la piel de un estudiante; y se vierte ne-gativamente en una ‰ı۷ȉ·„˘fl·, una mala, una errónea pedagogía. Por eso Michelstaedter, tras haber escuchado una conferencia del lombrosiano Scipio Sighele se afana por esta-blecer lo que es bueno y lo que es malo para el niño, al margen de los prejuicios y de las convenciones.

Avancemos un paso más en este camino. La sección de los Cuentos es sin duda la más débil, y sería fantasiosa si Michel-staedter hubiera expresado una explícita aspiración, que se en-cuentra con una generación más dada al debate intelectual que a la creación directa, y no obstante más propensa a verter en la dramaturgia la propia sensibilidad trágica. Para evitar equí-vocos, fábulas como La leyenda del San Valentin y El bora se pre-sentan débiles en su trama, más sentimental que ideológica y,

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también estilísticamente, en su misma película holográfi ca. Y Ubaldo no es más que la versión en prosa de una gustosa cari-catura. Pero las cosas comenzaron a cambiar con textos que ni siquiera tenían formalmente pretensiones literarias, como Era el paraíso terrenal y Virtud de la lengua, que son parábolas mí-nimas en las que sin embargo ya se entreve una orientación hacia objetivos más elaborados y quizás impredecibles. Y to-davía cambiaron más con un texto como Paolino que, en su aparente malicia, contiene una carga subversiva. El niño es de buen carácter, ama a los animales. Ama a una gallina, a la que envuelve con su amor. Pero la cocinera y la madre engordan al animal únicamente para transformarlo en un suculento plato. Estalla, junto con el dolor, la protesta de Paolino. La madre elude sistemáticamente una aclaración, posponiéndola para cuando el hijo se haya convertido en adulto. El niño, con las lágrimas en los ojos, al fi n se pone fi rme: «pero yo no quiero —ser hombre— entonces».

Este entonces señala la afi rmación de otra lógica, por un curso irreversible, que revoca la inevitabilidad del proceso de crecimiento. ¿Qué dijo Michelstaedter en la última página de la Persuasione? ¿Qué ha hecho sino lo mismo que Paolino, quien rehúsa entonces convertirse en hombre, si hombre sig-nifi ca la aceptación de la cadena de la violencia?

Nadie se sorprenderá de que este muchacho que no llega a convertirse en hombre sea un melancólico y que, pese a los contrastes, el noir sea un color difuso en su vida y en su obra. Michelstaedter escribe páginas extraordinarias sobre la me-lancolía que proviene de la experiencia interior, con una pro-fundidad de experto en la doctrina de los cuatro humores. Al lado de la polémica, se percibe un sufrimiento allí donde afi r-ma que la melancolía se reconoce más fácilmente en los otros y, por sí mismos, en el pasado; pero en realidad se insinúa en la voluntad misma de vivir, es el regalo envenenado de la ˆÈÎÔ¯ı˜fl·. Un sueño y El papa recogen las fantasías nocturnas y preterintencionales del joven melancólico, ya en forma de pesadilla. Considerarlas pruebas creativas sería sin duda un

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abuso pero, en su carácter onírico, tan dúctil a la interpreta-ción de lo profundo, documentan un telón de fondo y una contigüidad.

El cuadro es complejo: con mayor razón porque, en un momento dado, este joven no llegado a la madurez del registro civil consuma un salto cualitativo. En la tesina De las partículas adversativas se expresa un interés lingüístico y fi losófi co que anticipa intuiciones de la más moderna hermenéutica del len-guaje; mientras que la densidad lapidaria de textos como Vivís porque habéis nacido, El primero y el último, La vía de la salud y la voz de la ˆÈÎÔ¯ı˜fl·, verdaderas lascas salidas de la Persuasione trabajadas con cincel, hacen emerger y juntas prefi guran una vocación de profeta bíblico, con una insostenible carga testimo-nial. Teniendo en mente la lista de honor de los persuadidos del Prefacio de la obra mayor, se coloca enfrente la lista de los falsos persuadidos, formulada en Pesimista es el imperfecto pesimista, que incluye los nombres de Lenau, Schumann y Amiel. Para cada uno, obviamente, se podrá discutir en las motivaciones generales y, en el detalle, la naturaleza de la desaprobación.

Sustancialmente, Michelstaedter está aislado en el espacio de la familia, de la comunidad. Pero también de su época. Escri-be y piensa en griego, en los inicios del siglo veinte, como si Esquilo, Sófocles, Parménides, Platón y Aristóteles fueran sus contemporáneos. Esto exige una refl exión adecuada. Considero que su obra, la obra incompleta y abierta de un talento irre-ductible e inclasifi cable, señala la cúspide de un confl icto entre antigüedad y modernidad en la víspera de la Primera Guerra Mundial, un confl icto que pesa todavía sobre nosotros un siglo después.

¿A qué ha contribuido este fenómeno si no a darle una impronta inconfundible? ¿Es una clave que ayuda a entrar en el problema? Michelstaedter vive en un emplazamiento fron-terizo, es un descendiente de rabinos asimilado en progresiva revuelta. La época parece segura, pero en realidad está sujeta a sacudidas. El mundo está cambiando. El mundo cambia conti-nuamente. En Gorizia la época es más segura y tranquilizadora

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que en otros lugares, y de ello puede derivarse un contragolpe más doloroso. En el recorrido de Michelstaedter hay dos para-das fundamentales: Florencia, ligada a una ilimitada esperanza y a una consiguiente decepción y, naturalmente, Gorizia. Nueva York, donde arribaron su tío Giovanni Luzzatto y su hermano Gino, permanece demasiado remota e inverifi cada. La pampa de Argentina, experimentada por su amigo Mreule, es un es-pacio de la imaginación, como el mar es un reino ya de la uto-pía… Por tanto Gorizia y Florencia. No obstante, cada vez que el estudiante regresa, se modifi ca el paisaje y su visión. Des-pués del último retorno, la sensación es la de un asedio y de un derrumbamiento.

La casa de los Michelstaedter se encuentra en la plaza Grande, el corazón de esa ciudad-jardín que es Gorizia, rodea-da por el campesinado, una plaza que es teatro de manifes-taciones de las guarniciones militares, de las procesiones religiosas, de las bandas musicales. En julio de 1906, en una zona al norte del perímetro de la ciudad fue inaugurada la línea Transalpina por el heredero al trono Francisco Fernando, fu-tura víctima en Sarajevo del atentado que desencadenará la Primera Guerra Mundial. Es el ferrocarril que comunica el te-rritorio isontino con las grandes ciudades de la Europa Cen-tral. A partir de entonces, nada será como antes. La misma plaza Grande, antes centro histórico protegido, se convierte repentinamente en un punto de tránsito entre las dos estacio-nes, la Transalpina y la Meridional, que ya existía. Aparecen, para el traslado de la clientela, los vagones de los tranvías de tracción eléctrica y muy pronto los primeros automóviles, que vuelven obsoletas a las tradicionales, y señoriales carrozas a caballo. Es la revolución de los transportes, observada desde la ventana de casa, junto a la iluminación eléctrica y las comu-nicaciones, gracias al teléfono.

Más allá de los episodios de la historia, es la metáfora de una transformación de una época, que puede ser estimulante por las ventajas individuales, pero también alarmante en su tendencia. Cuando Michelstaedter regresa por última vez a

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Gorizia, la sensación es la de una sociedad en repentina crisis, poco a poco paralizada en sus impulsos internos. No vivirá lo sufi ciente para caer como víctima, como tantos otros de su ge-neración, en el abismo de la Gran Guerra, pero ciertamente no hay necesidad de ello para formular un diagnóstico lúcido y desesperado. El paso del cometa Halley, en mayo de 1910, será para él la infausta señal de un choque cósmico inminente.

Acostumbrado a la lectura cotidiana de los clásicos, en una perspectiva de duración si no de eternidad, Michelstaedter siente un malestar proporcional a su desbordante espirituali-dad. El mundo antiguo, y particularmente el griego, corres-ponde al heroísmo propio de las aspiraciones juveniles, tanto más las de Michelstaedter, atraído por el mito de la fi sicidad y del hombre de los orígenes como bello animal de rapiña.

Sucede justamente eso: la colisión entre los acontecimien-tos de la historia contemporánea, incluso de la crónica, obje-tivamente traumáticos, y la estabilidad del pasado, reconstruido mitológicamente. En esta utopía del tiempo remoto, Platón y Aristóteles son, después de Sócrates, los intérpretes de un drama sacro con un dinamismo descendente; lo mismo, o si-milar, que se instaura en la tragedia griega, con el pase de re-levos entre Esquilo, Sófocles y Eurípides, examinado de cerca en los estudios universitarios sobre el coro. Que el enfoque se halla todavía dentro de la mitografía de un moralista lo demues-tra, en el supuesto de que no sea necesaria, la presencia, en la lista de honor de los persuadidos, de Heráclito y de Parménides, que están juntos, compatibles y sin contradicciones, mien-tras que el dilema se da sólo entre una fi losofía del devenir y una del permanecer, entre el ‹ÌÙ· Ω¶ y el òÌ‹„˜Á ÛÙâÌ·È.

La simbología de la decadencia fatal inspira la página de inicio de la Persuasione, que desarrolla la imagen del peso que pende y depende; e inspira la reconstrucción de Un esempio storico, que a decir verdad tiene mucho de ejemplar y poco de histórico, sobre la estratagema inventada para contrarrestar la fuerza de la gravedad, sobre la ÏÁ˜‹ÌÁÏ· probada por Platón y sobre el truco al que recurre el traidor, Aristóteles.

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Michelstaedter, con la intransigente exigencia propia de sus años, se encamina en busca del absoluto, cuando la ciencia de su tiempo y el pelotón de los grandes escritores de van-guardia se dirigen hacia la teoría de la relatividad. Y choca, con márgenes inevitables de ambigüedad, con autores que no obs-tante le intrigaban: con Stirner, que escarnece los ideales co-mo fantasmas, y con el más inquietante entre todos, Nietzsche, mensajero de la muerte de Dios. Vale la pena evocar aquí al loco de la Gaya ciencia, que vaga en pleno día sosteniendo una linterna encendida y gritando entre la irrisión general: «¡Yo busco a Dios!».

La diferencia es que Michelstaedter no renuncia y entra en un estado de incurable laceración. No conoce lo Absoluto, lo declara él mismo, sino como el insomne conoce el sueño por su falta. No puede tampoco aceptar la invitación de Nietzsche a profesar la fi delidad a la tierra; y, considerando inaccesible el cielo, redescubre, por anamnesis, una identidad perdida de hijo del mar. Ésta es una elección poética por excelencia, car-gada de signifi cado, pero que le hace vulnerable. Como el poeta de la poesía A Senia, se zambulle sin cansarse, para extraer los secretos más profundos.

Puede parecer que son abstracciones y que falta carne y concreción en el equipaje de este temerario viajero. Pero no es así. A lo sumo es verdad que Michelstaedter tiene una tenden-cia irresistible a la sublimación, a la visión de lejos. Dialoga con Sócrates y Platón, pero cuando menos lo esperamos, la realidad de todos los días vuelve a surgir en alusiones fulmi-nantes, a través de pizcas de historia contemporánea, que son las que más que ninguna otra cosa pueden pasar desapercibi-das, porque han perdido actualidad. Parece que el autor an-ticipase ese deterioro de la caducidad, desde su observatorio ideal, vaciándolo del peso inerte.

Considérese el inicio del Coraje, con la perentoria refe-rencia a la aventura polar del «Pourquoi-pas?». O bien reléan-se las páginas de La fi losofi a pregunta el valor de las cosas, donde de repente resuena la ironía sobre los buscadores del absoluto,

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por lo tanto también sobre sí mismo, que no se preocupan de verifi car «si el absoluto está dentro o no». Es convocada en este punto «la Humbert, que hablaba de sus millones mostran-do una caja que nadie osaba abrir». ¿Quién era la Humbert? Era una trepadora y estafadora protagonista de un escándalo internacional, que compinchada con su marido, hijo de un po-lítico convertido después en ministro de justicia, consiguió hacer creer que era la heredera del patrimonio de un millona-rio americano, una variante de la aspiración popular a tener un tío en Estados Unidos, y que mediante esta jactancia obtuvo crédito social, ingentes préstamos de usureros y fi nanciaciones en los bancos. Hasta que, arruinada por las deudas, un juez se decidió a investigar. Abrió la legendaria caja fuerte que debía contener las pruebas de su herencia, y que hasta entonces ha-bía estado protegida por medio de sofi smas legales: ¡pero la caja resultó estar vacía! A la prensa se le quitaron las ganas de contar y de inventar lo que en cambio se había encontrado: ¡un fajo de billetes, un penique, naderías!... El proceso tuvo lugar en los años 1902-1903, llevando a la ruina a la familia del pin-tor Henri Matisse e implicando incluso a lo más selecto de la sociedad francesa, de modo que el fraude de Thérèse Humbert impactó en el imaginario de los contemporáneos. Michelsta-edter sorprendentemente no desarrolla los elementos simbó-licos. Y está claro que, por honestidad intelectual, no quiere contentarse con ceremoniales sustitutivos y se pone de parte del juez que pide verifi car lo que hay «dentro». El Sancta Sanc-torum como adoración de un recipiente vacío, la caja de caudales sin el tesoro como el equivalente de los valores perdidos.

Análogo cortocircuito puede encontrarse en Amistad con un perro, un texto muy singular que podría componer un díp-tico junto a Paolino, donde el punto de partida es un episodio de crónica cotidiana irrelevante: Carlo recoge a un perrito va-gabundo, lo lleva a casa y lo cuida. Regresan los padres. Una disputa entre dos padres burgueses que defi enden el decoro y el bienestar, conquistado con determinación y fatigas; el hijo no escucha la lección de la realidad y sigue todavía el impulso

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de una rebeldía adolescente. El autor en su reconstrucción ol-vida decir que el casus belli explota a partir de un detalle: ¡ha bañado al perro en la alberca usando la esponja del padre! No es como para sorprenderse. Baste recordar la caricatura del Padre-Sfi nge o la otra, aún más hiriente, de Assunzione, en la que el padre es recibido en el cielo en una atmósfera de santi-fi cación, pero en el vuelo revela facciones femeninas y tacones de aguja. El episodio es transfi gurado en un caso de tragedia: se cuenta en griego de un sabio que da refugio a un animal sin alimento y deseoso de vivir. Un sabio que se indigna contra los padres, y después se indigna contra la propia indignación, re-conociendo todo el apego a la vida. Consecuencia: «tuvo temor de la Noche, madre de las Euménides y castigo de los ciegos y de los videntes, y deseó la muerte». El pasaje, escrito en griego, concluye con dos versos en español extraídos de las Doloras de Ramón de Campoamor: «Cucú cantaba la rana / cucú deba-jo del río»ii, equivalente poético del «Culo». Michelstaedter sube al hiperuranio y después se precipita hacia abajo, y vice-versa. Un incidente que suscitó una tempestad de sentimientos y alimentó discusiones entre sus más allegados. Mreule vertió el fragmento al latín, dándole el título De voluntate erga canem y pasándolo a limpio con virtuosismo sobre un fragmento de per-gamino, en las dos lenguas, griega y latina. Michelstaedter a su vez fue generoso frente a esta manufactura y juzgó la traducción del amigo más efi caz y rica en energía que el original.

Es probable que un episodio de este género, que podría ser tomado como una anécdota, provocase bastante simpatía en Michelstaedter. Paolino se niega entonces a crecer. Un pe-rrito vagabundo y hambriento provoca una protesta contra el padre y la madre, quienes una vez se amaron, contra su estilo de vida y su mentalidad. ¿Un Michelstaedter defensor de los animales? ¿Por qué no? Piénsese, en el ámbito hebraico, en Saba; y piénsese en el menos conocido Arrigo Senigaglia, el

ii Tanto estos dos versos como el título del libro de Campoamor, en caste-llano en el original. (N. del T.)

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agrónomo al que Michelstaedter plantea preguntas inusuales, reveladoras de su destino de caído precoz. Aquel Senigaglia que, según un testimonio inédito, en Gorizia vivía solo en la casita de la calle Franconia, en compañía de una perrita a la que trataba de usted. Pero Michelstaedter no se encierra en lo privado: en el reino de los humanos, socorre a un ciego, del cual hace un retrato. Pide dar su contribución, hasta sacrifi -carse. Tiene en suma una vocación por lo social, que no logra expresar de otro modo. Escribe un Discurso al pueblo para apo-yar a los obreros españoles reunidos en defensa del anarquista Ferrer pero sojuzgados a la vista de un aeroplano que vuela por encima de la plaza. Un avión que mañana, en caso necesario, podrá ahogar en sangre la indignación de la multitud. Este po-nerse en la piel de un personaje que salta el foso para defender la causa de un anarquista, emblema de la revolución contra la sociedad burguesa, y profetiza como «oscuro» el advenimien-to luminoso de una nueva era de justicia y de fraternidad ates-tigua una tentación profunda, que podría representarle aquel futuro que sin embargo no tendrá.

Sopesados estos componentes, subiendo los tonos, se entenderá mejor el aforismo inesperado, que suena como una condena sin apelación: «Mejor el odio que el afecto de la familia».

La tercera sección confi rma la reactividad de la experien-cia cultural de Michelstaedter con una aportación explícita. Inmerso en el mundo antiguo, se confronta con las ocasiones de la contemporaneidad: en particular tiene la costumbre de asistir a las representaciones teatrales y a las interpretaciones musicales y de fi jar sobre el papel, en caliente, sus propias ideas y pasiones. En algunos casos, va más allá: intenta publi-car en los ilustres Marzocco y la Rassegna Nazionale, algo que sin embargo le es negado y que le procura una dosis añadida de frustración. Consigue la hospitalidad de los diarios locales, por la infl uencia de su pariente Carolina Luzzatto.

En la galería de los autores encontramos la novedad de Maxim Gorki, con sus paisajes rusos, y D’Annunzio, que seduce

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a la opinión pública con los escándalos del Piacere y de Più che l’amore. Acerca de este drama dannunziano es interesante com-probar el desvío entre dos diferentes redacciones, que pre-suponen un verdadero vuelco en un tiempo sin embargo muy breve. A tal fi n, se ha reintegrado aquí la parte inicial de la se-gunda de estas versiones, que se refi ere a una representación en el Teatro di Società de Gorizia de 1908, que plantea un de-bate sobre Stirner y Nietzsche, omitido en la edición de Chia-vacci. No son ejercicios sobre temas de moda: evitan las regiones de la elección y de la polémica. El acto libertario de Corrado Brando, su abandono de la familia, la superación del amor y el mismo delito, ¿están autorizados o bien, como fue acusado, se trata de un «delincuente nato»? ¿Dónde es preci-so detenerse? Análogamente, la meditación sobre Ibsen nos conduce más allá. En los Espectros no está en juego sólo el re-chazo de una mala dirección teatral y de una mala interpre-tación, de tipo patológico, del actor Salvini. La provocación está en otra parte: los Espectros es una obra que pone en escena una plaga social que causa víctimas por doquier en Europa, pero de la cual no se hace mención: la sífi lis. Detrás está la violación de un tabú.

Para concluir, las piezas sobre Tolstojiii y Pergolesi. Se en-treve un hilo rojo. Se cuentan entre las páginas más conmove-doras, dedicadas a dos autores que no son citados en el catálogo de los persuadidos, pero que podrían entrar en él por derecho propio. El Michelstaedter de veintiún años celebra el ochenta aniversario del nacimiento del gran escritor ruso. A su juicio, Tolstoj es un ejemplo universal de arte y de vida, un santo lai-co, un hombre carismático que, no por casualidad admirado por los anarquistas, ha osado tomar partido contra las institu-ciones, contra el clero, contra la familia, pidiendo «¡verdad! ¡verdad!». Tolstoj cumple ochenta años, pero a su discípulo

iii Campailla escribe «Tolstoj» tanto en esta introducción como en las no-tas, en tanto que Michelstaedter opta por «Tolstói». En lo sucesivo, he decidido conservar esta diferencia de grafías. (N. del T.)

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goriziano esa vejez épica en rebelión le parece más bien una «juventud inmortal». Hay que resaltar que Michelstaedter pu-so fi n a sus días el 17 de octubre de 1910, anticipando por poco al maestro, que desafi ando al mundo abandonará el nido ve-nenoso de la familia para acabar clamorosamente sus días el 7 de noviembre de ese mismo año en el hielo de la apartada estación ferroviaria de Astapovo. Un epílogo que dio la vuelta al mundo. Pero la espera era la expresada en el grito de Mi-chelstaedter.

Sobre Pergolesi interviene tras haber escuchado el Stabat Mater. Estamos ya a fi nales de abril de 1910. Aquí no se trata de un anciano que debe ser conmemorado, no es un gurú que reúne a la gente, como Tolstoj. Es un joven solitario, muerto precozmente. La obra de Pergolesi se concentra en los ultimí-simos años, en un quinquenio. Impacta la analogía con Mi-chelstaedter y el salto sin red de su adhesión. Inútil precisar que los musicólogos, como los fi lólogos, podrán torcer el ho-cico y enfriar su interpretación mitográfi ca.

Michelstaedter publica su escrito en el Gazzetino populare, pero queda insatisfecho y en la hoja impresa incorpora nume-rosas correcciones, añade y corta algunos pasajes. Alaba a un artista que hace saltar en él los mecanismos de identifi cación. El Stabat Mater le parece «el último canto de una joven vida que, destruida por el mal físico, no espera más del futuro, y ardiendo toda en su propia llama, se da toda a sí misma en un punto». Un ejemplo ardiente de persuasión en acto. Ese canto extremo de joven moribundo, en el coro de las jóvenes voces, suscita un «soplo regenerador» y transporta a otra vida, fuera de los condicionamientos ordinarios, «en un mundo donde ella, consistiendo casi sólo en la melodía, de ésta sólo depen-diera». Es «la melodía del joven divino» de Giovanni Battista Pergolesi, de quien en el 2010 se celebró el tercer centenario de su nacimiento, pero también de su présago oyente, Carlo Mi-chelstaedter, que fi rma anónimo, como pobre peatón que mide con sus pasos el terreno: «Uno en nombre de muchos».

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LA MELODÍA DEL JOVEN DIVINOPENSAMIENTOS – CUENTOS – CRÍTICAS

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PENSAMIENTOS

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UN JOVEN

Un joven educado en un colegio religioso se transforma por reacción a cuanto sabe de rebelde a las leyes humanas y ma-dura el cerebro en las especulaciones de la psique del hombre y del misterio de la naturaleza. Ve demasiado y en su ánimo amargado la fuente del sentimiento se seca. Lo siente y experi-menta dolor, quiere por ello lanzarse a la vida para excitar con las sensaciones más fuertes las fi bras paralizadas de su ánimo. Y lo hace. Pero no puede recuperar la espontaneidad perdida y se da cuenta de que todos sus entusiasmos son fi cticios, se da cuenta de que es siempre el mismo. Y con la cruel habitual sinceridad hacia sí mismo examina el propio interior, lo anali-za, luego con calma y razonada resolución se mata restituyendo a la madre tierra las energías que en él se combatían inútiles.

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PENSAMIENTOS SOBRE LA MENTIRA

Para cada uno su opinión individual (la buena fe) es la verdad absoluta y a ésta debería atenerse. – Porque el hombre no vive sino en la mentira, y de la mentira necesita pero adora (acadé-micamente) todo lo que es naturaleza todo lo que es espontáneo, que está exento de estudio, de esfuerzo, de artifi cio. –

Así triunfa mucho más quien procede con verdad que con astucia.

El miedo a la mentira da origen a la hipocresía. –Quien teme a la mentira y no quiere por ello abandonar

los propios escrúpulos, pero al mismo tiempo quiere hacer creer algo no verdadero, y dice una frase o realiza un acto que de por sí no contraría a la verdad y no es mentira, pero que, por ser de género ambiguo lleve a hacer creer algo falso y tienda así a engañar a otros, comete una hipocresía. Y ésta es tanto más vil por cuanto no está tan dirigida hacia los otros como hacia la propia conciencia, la cual temerosa de la inme-diata y formal mentira es apaciguada con el razonamiento: «no dije nada falso».

Y no se repara en que cualquier acción o palabra, verda-dera o falsa, que se ejecute o diga con la explícita intención… de llevar a otros a engaño es una «mentira» si no de forma inmediata, ciertamente en las queridas consecuencias.

Y hay además el agravante de un escrúpulo, que no ha na-cido de la conciencia humana del bien y del mal, sino que ha nacido de la vileza.

Sua cuique veritas.

La hipocresía es la mentira de la mentira. –

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CARLO MICHELSTAEDTER (Gorizia, 1887 - 1910) se ha conver-

tido en una leyenda de las letras italianas y ha atraído la atención

de grandes escritores como Giovani Papini y Claudio Magris, y de

Roberto Calasso como editor. Comenzó estudios de matemáticas

en Viena, pero pronto se trasladó a Florencia donde se matriculó en

el departamento de letras del Istituto di Studi Superiori (1905). El

17 de octubre de 1910 Michelstaedter envía por correo a Floren-

cia su tesis de fi losofía que acaba de concluir. Acto seguido, toma

una pistola y termina con su vida. Además de su principal escrito,

La persuasión y la retórica (Sexto Piso), y de La melodía del joven di-

vino, es autor de Il dialogo della salute e altri dialogi y de una breve

obra poética.

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Reunidos en esta antología que lleva como título La melodía del

joven divino, los pensamientos, cuentos y críticas que aquí se en-

cuentran ofrecen las claves interpretativas para comprender el

misterio de una existencia radical y solitaria. De una sorprendente

potencia fi losófi ca y literaria, estos textos de Michelstaedter poseen

una clara intención de renuncia y una actitud combativa, que desve-

lan el carácter de un hombre incomprendido incluso para sí mismo.

La melodía del joven divino está al nivel de su obra maestra, La per-

suasión y la retórica. Su naturaleza fragmentaria le confi ere por mo-

mentos una mayor contundencia. Michelstaedter se revela como

un persuadido, alguien que no consume la vida presente en el

anhe lo de un futuro que nunca llega. Critica con virulencia a la so-

ciedad burguesa que ha usurpado la potencia mediante la sed de

ganancia, aquélla que «tiene necesidad de la ciencia que le codi-

fi que la abominación de su prepotencia, de la ciencia que le dé

armas de fuerza desmesurada y artefactos de guerra que domi-

nen el mar la tierra y el cielo». Como si escribiera su propio epita-

fi o, Michelstaedter celebra la afi rmación de la vida por sí misma,

jamás supeditada a valores últimos o ideales, siempre creados por

los hombres para huir del vacío existencial ocasionado por su ca-

rácter efímero: «La vida se mide por la intensidad y no por la dura-

ción –la intensidad está en todo presente: la duración aunque sea

infi nita no está menos vacía si no es más que un sucederse de pre-

sentes vacíos».

En cierto sentido se agradece la decisión de Michelstaedter de sui-

cidarse con sólo veintitrés años. De haber seguido escribiendo con

tanta potencia y lucidez, quizá hubiera ocasionado el suicidio de

muchos de sus lectores. Pero no por insufi ciencia –aquel suicidio

del que hablaba Schopenhauer que es un lamento porque la vida

no salió como esperábamos–, sino por abundancia, por penetrar

la mentira que es la vida (sabemos que vamos a morir y, sin em-

bargo, la vida depende por defi nición de que actuemos con un

apego que contradice esta conciencia), al grado de que apagar

suavemente la llama es sólo un ligero paso más hacia el abrazo

de la totalidad.

ISBN 978-84-96867-90-1

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