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Excmo. y Rvmo. Monseñor Alfredo Silva Santiago CZ a P :a - P >an a s t ora QUE EL OBISPO DE LÁ DIOCESIS DE SÁN JOSE DE TEMUCO DIRIGE AL CLERO Y FIELES SOBRE EL TIEMPO DE LA :a C^uapesma EN) EL AÑO DEL SEÑOR 1937. A. M. D. G. Imp. "San Francisco", — F. Las Casas

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Excmo. y Rvmo. Monseñor

Alfredo Silva Santiago

CZ a P : a - P

> a n

a s t o r a

QUE EL OBISPO DE LÁ DIOCESIS DE SÁN JOSE DE TEMUCO DIRIGE AL CLERO Y FIELES SOBRE

EL TIEMPO DE LA

: a C ^ u a p e s m a

EN) EL AÑO DEL SEÑOR 1937.

A. M. D. G.

Imp. "San Francisco", — F. Las Casas

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Excmo. y Rvmo. Monseñor

Alfredo Silva Santiago

C A R T A - P A S T O R A L

QUE EL OBISPO DE LA DIOCESIS DE SAN

JOSE DE TEMVCO DIRIGE AL CLERO Y

FIELES SOBRE EL TIEMPO DE LA

SANTA CUARESMA

A. M. D. Gr.

Esta 2.a edición la publica

el Secretariado de Prensa

y Propaganda de la A. C.

. .de Temuco, Casilla 742..

t m p . "San T r u c l i o o " , — P . L u C u u

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IMPORTANTE

Un ejemplar: 0.70 c|u.

Diez ejemplares: 0.65 c|u.

Cien ejemplares: 0.60 c|u.

Pedidos:

Secretariado de Prensa y Propaganda

TEMUCO

Claro Solar 1151 B. — Casilla 742 — Teléf. 767

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I N D I C E

Pág.

INTRODUCCION 5 1. El Año Litúrgico. 2. Importancia del Año Litúrgico. 3. División del Año Litúrgico. 4. El Ciclo de Navidad. 5. El Ciclo de Pascua. 6. Objeto de esta Carta Pastoral.

I PARTE PRIMERA 12 7. La Santa Cuaresma. 8. Idea histórica de.la S. Cuaresma. 9. La S. Cuaresma en la Ley Antigua

y en el Evangelio.

II PARTE SEGUNDA 18 10. El alma de la S. Cuaresma.

III PARTE TERCERA 22 11. Lo que es la penitencia. 12. Medios de penitencia. 13. El ayuno.

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Pág.

14. El ayuno Cuaresmal. 15. Motivos de penitencia y ayuno. 16. Necesidad de la penitencia según

Nuestro Señor Jesucristo. 17. ¡Hagamos penitencia!

IV PARTE CUARTA 36 lff. Ayuno, oración y recogimiento.

V PARTE QUINTA 37 19. Deducciones prácticas.

APENDICE. I Días en que obligan las leyes del

ayuno y de la abstinencia 40 II Modo de ayunar 41

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NOS. ALFREDO SILVA SANTIAGO, POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA

SEDE APOSTOLICA, OBISPO DE TEMUCO

AL CLERO Y FIELES DE LA DIOCESIS,

TAZ, GRACIA Y BENDICION EN NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

I N T R O D U C C I O N

El Año Litúrgico (1)

Asi como existe el año natural o astronómico en el cual se desenvuelve la vida civil, así también existe, aunque por desgracia sea tan poco conocido por los cristianos de nuestra época, el Año Litúrgico o ecle-siástico el que orienta las solemnidades de la Iglesia y empieza en la primera Dominica de adviento que cae en las postrimerías de Noviembre o a principios de Diciembre, y termina en la última semana después de la Pascua de Pentecostés, en la cual honramos el misterio de la venida del Espíritu Santo que descendió al mundo para santificar a los hombres y aplicarles los frutos de la redención de Cristo.

(1) Lo escr i to con le t ras pequeñas, se puede supr imi r en la lec tura pública o pr ivada, sin que s u f r a de t r imento el cuerpo de la C a r t a .

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Importancia del Año Litúrgico.

La Iglesia, por medio del Año Litúrgico, cumplien-do con su misión divina de santificarlo todo para san-tificar y salvar las almas, ha querido que ese gran don del cielo que llamamos el tiempo que marca la duración de todas las cosas sujetas a mudanza, y que señala la época durante la cual tiene lugar la breve peregrinación del hombre en esta vida, sea solemne-mente consagrado a Dios, sobre todo, mediante la conmemoración periódica de los misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, que para nosotros los cristianos es el principio y el fin de todas las cosas: "Yo soy el Alpha y la Omega, el principio y el fin de todas las cosas, dice el Señor Dios, que .es, y que era, y que ha de venir, el todopoderoso" (1). Esta conme-moración periódica de lo que hay de más grande y sublime en nuestra religión, necesariamente redunda en favor de nuestra vida sobrenatural cristiana, pues noá comunica la fe y la gracia de Jesucristo, de las que todos hemos menester para alcanzar la eterna salvación.

"Inspirada en ésto, como en todo lo demás, por el Espíritu Santo, la Iglesia —dice un autor— ha en-contrado el medio de perpetuar y renovar con el Año Litúrgico, en el mundo en general y en el mundo de las almas en particular, los grandes misterios de la Religión, convirtiéndolos, ayer y hoy, y mañana, y siempre, en pan de cada día y en elementos sustan-ciales de la vida sobrenatural.

Tal como está organizado, por días, por semanas, por periodos, por estaciones, resulta el Año Litúrgico, no solamente una magnífica epopeya de la Obra de Cristo y de su Iglesia, a través de los tiempos y de loa espacios, sino también un curso metodizado e ilus-trado de doctrina, de ascética y de mística; una re-producción a lo vivo de la Pasión, Muerte y Resurrec-ción de Nuestro Señor; una comprobación real de la acción íntima y continua del Espíritu Santo en cada una de las almas y en la reunión de todas ellas, que es la Iglesia; representación casi escénica de la Vida de la Santísima Virgen y de los Santos.

(1) Apocalipsis I, 8.

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Del Año Litúrgico, bien comprendido y bien vivi-do, nace el arte divino de vivir y sentir con la Iglesia, acompañando a Jesucristo de la cuna al sepulcro, de las humillaciones de la Pasión a la gloria de la Re-surrección y de la Ascensión; el arte divino de ajustar nuestra piedad y nuestra devoción a la piedad y devo-ción de la Iglesia, siguiendo su Calendario, todo su Calendario, y no el particular de cada uno, hecho de unas cuantas devociones y advocaciones favoritas, que se repiten cada año y muchas veces al año, y que dan por resultado un culto particularista y una pie-dad raquítica y utilitarista" (1).

Esa piedad que vive y siente en todo con la Igle-sia, no es otra que la piedad litúrgica, la más bella, la más sublime y la más santa y más santificadora de toda piedad, ya que sólo por medio de ella se realiza en toda su plenitud, que el alma se eleve y se una a Dios por Cristo, con Cristo y en Cristo, único media-dor entre Dios y los hombres: "Porque uno es Dios, y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre ¡que se dtó a sí mismo en rescate por todos" (2).

Esa es la piedad exenta de todo peligroso indi-vidualismo y de todo voluble sentimentalismo, la cual trata de fomentar e inocular en las almas, el "Aposto-lado litúrgico", en su noble y santo afán, de consuno con el "Apostolado de la Acción Católica" y el "Apos" tolado misional", de señalar a las almas la ruta lumi-nosa de una verdadera y sólida restauración de todas las cosas en Cristo.

Esta es la piedad que querríamos ver cada día más comprendida y más extendida entre todos los hijos de nuestra amada diócesis.

División del Año Litúrgico.

Proponiéndose, el Año Litúrgico, así la santi-ficación del tiempo y de las almas cristianas, como el grandioso homenaje de todo el mundo al Hijo de Dios hecho hombre para salvar al hombre, todo él gira al-rededor de Nuestro Señor Jesucristo. Mas, ya que dos

(1) R. P. A. Azcárate, "La F l o r de la L i t u r g i a " . (2) San Pablo, Epís to la p r imera a Timoteo II , 5.

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son los grandes misterios de la vida de Jesucristo, a saber, su Encarnación y su Redención, el Año Litúr-gico tiene por objeto principal recordar, adorar y ce-lebrar digna y devotamente estos misterios (1). De este modo cada uno de éstos forma un ciclo litúrgico aparte, cuyo fin es preparar, celebrar y prolongar el recuerdo de tan altas y preciosas verdades de nues-tra santa religión;, y asi también esos misterios vie-nen a constituir el centro de la piedad y do la devo-ción que la Iglesia, a través del tiempo, propone ofi-cialmente a sus hijos para su santificación en esta vida y su salvación en la eternidad, donde el alma triunfa con Cristo en el reino del Padre Celestial.

El Ciclo de Navidad.

Kl "Ciclo de Navidad", parte primera del Año Li-túrgico, comprende tres tiempos o periodos: de Ad-viento (2), del que ya antes hemos hablado, de Nävi" dad, el 25 de Diciembre, que da nombre a todo el Ci-clo, y de Epifanía (3) que viene siendo un periodo de transición, más o menos largo, según los años, entre el "Ciclo de Navidad" y el "Ciclo de Pascua".

Extiéndense, pues, estos grandes y hermosos pe-ríodos litúrgicos que están llenos de las más sublimes enseñanzas y prácticas cristianas, desde el primer Domingo de Adviento (el Domingo más cercano a la fiesta de San Andrés que cae el 30 de Noviembre) hasta el término de la Epifanía del Señqr en que con gran júbilo y solemnidad celebra la Iglesia las tres grandes manifestaciones de la divinidad de Jesucristo: la primera, a los Reyes Magos; la segunda, en su

(1) Decimos objeto principal, porque también se pro-pone el Año Li túrgico honra r la memoria de los Santos que t r i u n f a n con Cristo en el Ciclo. E s t e recuerdo que la Ig les ia hace de la Sma. Virgen, de los Angeles, de los Santos y aún de los D i fun tos a t r avés del año, cons t i tuye el Ciclo Santoral que viene siendo como el complemento del Ciclo Temporal o Cristológlco.

(2) Adviento quiere decir advenimiento o venida: es tá const i tuido este t iempo l i túrgico por las cua t ro semanas que preceden a la F ie s t a de Navidad y simbolizan el largo periodo de expectación que precedió a la venida del Me-sías p romet ido .

(3) Comienza el Tiempo de Navidad y Epifanía el 24 le Diciembre y t e r m i n a el Domingo de Septuagésima.

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Bautismo a orillas del Jordán, y, la tercera, en las Bodas de Can6..

Concluida la Epifanía cesan las alegrías del "Ci" cío de Navidad" y empieza el Tiempo de Septuagési-ma — nueve semanas antes de Pascua de Resurrec-ción — tiempo de preparación para las austeridades de la santa Cuaresma (1).

El Ciclo de Pascua.

El "Ciclo de Pascua", parte segunda del Año 14" túrgico, en que se recuerda y adora el Misterio de la Redención, encierra también una preparación, una celebración y una como prolongación o eco espiritual de tan sublime conmemoración.

La celebración del misterio de la Redención com-prende todo aquel tiempo o período de Pascua de Re-surrección que empieza e> Sábado Santo y termina el Sábado después de Pentecostés, o sea, abarca ocho se-manas que son como orna prolongada y solemnísima festividad en que el mundo cristiano conmemora la triunfante Resurrección del Señor, su admirable As-censión, y la venida del Espíritu Santo sobre los após-toles. Es, como Navidad, tiempo de santa y honda ale-gría espiritual (2).

En todo este periodo, la Iglesia JJena de amor y gratitud a Jesucristo, cuya resurrección es modelo y prenda de la nuestra, no cesa de convidarnos a la unión íntima con El, repitiéndonos de continuo: "Haec dies quam fecit Dominus: exsultemus, et latemur in ea": "Este es el día que lia hecho pl Señor; alegré-monos y regocijémonos en él" (3).

La prolongación o eco espiritual de la gran cele-bración de Pascua de Resurrección, es el tiempo que

(1) Propiamente hablando, el 2 de Febrero, ca iga an-tes o después del Domingo de Septuagésima, t e rmina o f i -cialmente el Ciclo de Navidad con la f i e s t a de la Pu r i f i c a -ción o Candelar ia .

(2) L a Pascua de Resurrección no es f i e s t a f i j a sino movible y puede caer m á s t a rde o m i s temprano, en t re el 24 de^ Marzo y el 25 de Abril. Cuando cae temprano, el Tiempo "de Septuagés ima o Antecuaresma qu i ta una o va-r ias s emanas a E p i f a n í a cuyos úl t imos Domingros se t r a s -ladan entonces al f i n a l del Aßo Li túrg ico ent re la Domi-nica X X I I I y XXIV después de Pentecostés .

(3) Gradual : Salmo 117.

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se extiende hasta el Adviento, o sea, hasta el término del Año Litúrgico, comenzando en la Dominica de la Santísima Trinidad. Este periodo se designa también con el nombre de Tiempo después de Pentecostés, por-que sigue a la octava de Pascua de Pentecostés o ve-nida del Espíritu Santo sobre los apóstoles-

Pero la Pascua de Resurrección tiene un largo período en el cual la Iglesia quiere que nos prepare-mos devotamente a celebrarla. Este período compren-de un triple tiempo litúrgico: el de Septuagésima, el de Cuaresma y el de Pasión, cada uno de los cuales viene siendo la preparación remota, la próxima y la inmediata de la Resurrección del Señor, la fiesta de las fiestas de la Iglesia, porque, como afirma San Pa-blo: "Porque si creemos que Jesús nuestra cabeza mu-rió y resucitó, también debemos creer que Dios resu-citará y llevará, con Jesús a la gloria, á los que hayan muerto en la fe y amor de Jesús" (1).

Hechas estas advertencias, vamos a puntualizar el objeto que nos proponemos.

Objeto de esta

Carta Pastoral.

En esta Carta Pastoral, amados hijos en el Señor, queremos, con la ayuda divina, haceros una sencilla instrucción acerca de uno de los tiempos o períodos, litúrgicos, y precisamente de aquél al que, muy luego, vamos a entrar.

Nos referimos al "Tiempo de la Santa Cua-resma" el que, según el espíritu que le ha infun-dido e infunde la Iglesia, está lleno de hermosas enseñanzas y de salubérrimas prácticas encami-nadas a hacer más sólida y más eficaz nuestra piedad y devoción, y, a asegurar nuestra .santifi-cación y salvación, con tal que, durante él, sepa-

(1) Ep ís to la p r imera del Apóstol S. Pabló a los Thes-salonicences IV, 13.

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mos pensar y sentir con la Iglesia, y vivir así de su propia vida que siempre nos ennoblece y nos santifica en unión con Cristo Jesús, su divino Es-poso, con el que todos, por medio de la vida de la gracia, formamos un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, del cual todos somos miem-bros, y El es nuestra Cabeza. "Multi unum cor-pus sumus in Christo": nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, re-petía San Pablo a los romanos para inculcarles la necesidad de pensar y sentir en todo con la Igle-sia de Nuestro Señor Jesucristo (1).

(1) Epís to la de San Pablo a los Romanos XXI, 5.

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I

La Santa Cuaresma.

La Cuaresma, según lo que antes hemos ex-presado y según el lenguaje eclesiástico, es aquel período o Tiempo de cuarenta días del Äno Litúr-gico que pertenece al Ciclo de Pascua, y, en el cual, por medio del ayuno, de la oración y de otras buenas obras, la Iglesia quiere que todos sus hijos se preparen para conmemorar y honrar el Misterio de la Redención. Extiéndese desde el Miércoles de Ceniza hasta el Tiempo de Pasión inclusive, o dos últimas semanas de Cuaresma, en las que, cubierta de luto riguroso, recuerda la Iglesia las persecuciones y tormentos que padeció su divino Esposo. En otros términos, la Santa Cuaresma, viene siendo el ayuno y oración de cuarenta días como preparación próxima para la digna y fervorosa conmemoración de la Pasión, de la Muerte y, sobre todo, de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que, como ya lo hemos afirmado, es la mayor solemnidad litúrgica del año cristiano.

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La preparación remota para la celebración de esos mismos grandes misterios de nuestra religión, es el denominado Tiempo de Septuagésima que está for-mado por las tres semanas precedentes al Miércoles de Ceniza, y que, por ser como punto de transición en-tre las alegrías de Navidad y las austeridades del tiempo cuaresmal, ha sido llamado la "Antecuaresma". En Septuagésima hemos de prepararnos todos los cris-tianos para las penitencias y vida fervorosa propias de la Cuaresma.

La Inmediata preparación para la festividad de la Resurrección del Señor es aquel periodo litúrgico a que antes le hemos dado el nombre de Tiempo de Fasión, muy especialmente la última semana de Cua-resma conocida por todo el mundo con el nombre de Semana Santa, o semana penosa, como la denominaban los antiguos cristianos. Ella nos recuerda las terri-bles escenas que rodean la obra de nuestra redención.

Hállase, pues, situada la Santa Cuaresma, justa-mente, entre la preparación' remota y la preparación inmediata de la pasión, muerte y resurrección del Se-ñor y tal situación nos está diciendo claramente cuál ha de ser, para todos los cristianos, la finalidad y cuá-les han de ser las prácticas de este tiempo litúrgico tan solemne, tan simbólico y tan antiguo de la Igle-sia.

Mas antes de considerar la naturaleza de la Santa Cuaresma, fijémonos breves momentos en su origen.

Idea histórica de la Santa Cuaresma

Si se investiga el origen y las vicisitudes de la Cuaresma, fácilmente se descubre que existen vestigios de ella a partir del siglo segundo, y aún, San Jerónimo, San León Magno, San Agustín y otros Santos Padres de los siglos cuarto y quinto afirman que fué instituida por los mismos após-toles quienes la impusieron como precepto ecle-siástico a los primeros cristianos. Su argumenta-

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ción os ésta: una costumbre que ha sido observa-da escrupulosamente en toda la Iglesia y que no ha sido mandada por un Concilio o por un de-creto cualquiera de la Autoridad Eclesiástica, fué sin duda alguna instituida por los Apóstoles; ahora bien, esto es precisamente lo que sucede con respecto al ayuno cuaresmal, luego no puede ponerse en duda su origen apostólico.

El Concilio de Nicea celebrado en el año 325, la menciona explícitamente y parece que aquí es donde se debe colocar el origen de la Cuaresma propiamente dicha, aunque estudiando los docu-mentos históricos de esta época de la Iglesia es difícil señalar con absoluta precisión cuál era su comienzo y su término, ya que las diversas igle-sias la combinaban de muy diversas maneras. Sin embargo, todos estaban de acuerdo en el número de los ayunos que debían ser exigidos a los fieles y que debían ser de treinta y seis días, de modo eue el ayuno cuaresmal principiaba el Lunes des-pués de la primera Dominica de Cuaresma y du-raba hasta el Sábado Santo, o sea, constaba sólo de los días que hemos indicado. Mas ya en el si-glo séptimo, la Iglesia fijó la duración exacta de la Cuaresma y sus ayunos en cuarenta días conse-cutivos, ordenando que se observasen obligatoria-mente hasta Semana Santa, desde el Miércoles de Ceniza, por lo cual este día fué llamado por todos "caput yeyunii", "principio del ayuno"

Pero sea lo que fuere acerca del origen his-tórico de la Santa Cuaresma, o mejor dicho, acer-ca de la fecha exacta en que fué establecida en el mundo cristiano, lo que no admite duda es que, tal como rige en la presente disciplina de toda la

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Iglesia, podemos y debemos llamarla de origen bíblico, y muy particularmente evangélico.

La S. Cuaresma en la A. Ley

y en el Evangelio.

En efecto, en los libros del Antiguo Testa-mento hallamos, principalmente, las cuaresmas de Moisés y Elias, y en el Santo Evangelio la de Nuestro Señor Jesucristo.

En cuanto a la cuaresma de Moisés, el libro del Exodo (1) nos relata que subió el padre del pueblo escogido al Sinaí para recibir las tablas de la Ley, y luego que hubo-entrado, llamado por la voz del Señor, en medio de la niebla que cu-bría la cima del monte, permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches y durante todo este tiem-po ayunó, no comiendo ni bebiendo: así se pre-paró para recibir digna y santamente la Ley del Señor.

Y más tarde Moisés, cuando aconsejaba a los israelitas que se humillasen ante el Señor por sus prevaricaciones, para recobrar así la misericordia del Señor, les recordaba su -ayuno de cuarenta días, como queriendo moverlos a seguir su ejem-plo y alcanzar por este medio la reconciliación di-vina "Cuando yo subí al monte, les decía, para recibir las tablas de piedra, las tablas de la Alian-za que hizo el Señor con nosotros, y me mantuve en el monte cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber, entonces me dió el Señor dos ta-blas de piedra escritas con el dedo de Dios, y que contenían todas las palabras que os habló en el

(1) Exodg XXIV, 18.

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monte, desde el medio del fuego, estando junto todo el pueblo" (1).

También Elias, perseguido de muerte por Iesabel, confortado únicamente con un pan coci-do al rescoldo y un vaso de agua, caminó duran-te cuarenta días y cuarenta noches por el desier-to, hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. Sólo después de tan riguroso ayuno se hizo digno de ser confortado y favorecido del Señor, quien, sa-no y salvo, le mandó que volviese por el mismo camino del desierto hacia Damasco, donde, por mandato divino, ungió a Hazael por rey de Siria, y a Jehú rey de Israel, y a Elicer por profeta sucesor suyo (2).

En cuanto a la cuaresma de Nuestro Señor Jesucristo, los Evangelios, sobre todo San Mateo (3), nos refieren que nuestro divino Redentor se retiró al desierto después de su bautismo y allí oró y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, preparándose así con la oración y el ayu-T'0 para vencer las tentaciones del demonio, y con la oración y el ayuno dar principio a su ministe-rio y promulgar la Ley de gracia, "Ley de verdad y de vida, ley de santidad y de gracia, ley de justicia, de amor y de paz" (4).

Con este ayuno tan prolongado y riguroso se preparó Jesucristo para los grandes y cruelísi-mos pasos de su pasión y de su muerte, y también para los gozos y triunfos de su gloriosa resurrec-ción.

En memoria de este ayuno y a fin de que to-dos los cristianos imitasen el ejemplo del Hijo de

(1) Deuteronomlo IX. 17. (2) Libro tercero de los Reyes XIX, 7-8. (3) San Mateo IV, 1-2. (4) P re fac io Se la Misa de Cristo R e y . .

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Dios hecho hombre, ha establecido y consagrado la Iglesia el ayuno de Cuaresma que, muy funda-damente, es mirado como de institución o tradi-ción apostólica. De aquí que el ayuno de la San-ta Cuaresma ha sido considerado siempre por los cristianos, en todas partes, como una obligación sagrada de la cual ningún verdadero seguidor de Cristo pueda excusarse, y ha estado siempre en uso aún entre las mismas saetas separadas de la unidad de la fe católica.

Sólo los protestantes, dice un autor, imitando en esto a Joviniano y a otros herejes antiguos epicúreos y sensuales, han suprimido totalmente el ayuno, mostrándose en esto menos cristianos que todos los cristianos separados de la Iglesia.

No sin razón podemos, pues, decir que existe una Cuaresma de origen bíblico, y sobre todo de origen evangélico, de la cual la Santa Cuaresma establecida por la Iglesia es una prolongación llena de hondo simbolismo, de grandes enseñan-zas y de saludables frutos de vida espiritual y cristiana. "E l Salvador, dice San Jerónimo, san-tificó por su ayuno de cuarenta días el ayuno so-lemne de los cristianos y su ejemplo fué la pri-mera institución de la Cuaresma" (1).

Y, por lo mismo, hase dicho, no sin funda-mento, que la Cuaresma es la más antigua, la más rica y una de las más interesantes de las estacio-nes litúrgicas (2).

A continuación, después de esta rápida mi-rada histórica de la Santa Cuaresma, vamos a considerar su riqueza y su interés con relación a la vida cristiana.

(1) Citado por el P. Croisset, "Afio Cris t iano". (2) Gubianas O. S. B., Misal Cotidiano da los Fieles.

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II

El alma de la S. Cuaresma.

De la Cuaresma podríamos repetir las pala-bras que se leen en el libro de los Salmos, en el epitalamio profético de los desposorios del Mesías, con la Iglesia: "Omnis gloria filia regis ab in-tus": "En el interior está la principal gloria de la hija del rey" (1).

En verdad, tiene el tiempo cuaresmal su ca-rácter propio, su espíritu singular que lo distingue de todo otro período litúrgico, que lo vivifica, que lo llena de belleza y de gloria en la vida cristiana :

¿Cuál es el' alma de la Santa Cuares-ma? A todos los cristianos nos interesa sobrema-rera conocerla y comprenderla a fin de penetrar-nos con qué espíritu de religión y con qué senti-mientos de piedad, hemos de participar ahora de la vida de Nuestra Santa Madre la Iglesia.

Pues bien, nada nos pone de relieve con ma-yor precisión y claridad cual sea el alma de la Cuaresma, que la liturgia cuaresmal, vale decir, el culto oficial de la Iglesia durante ella, en el que se expresa y se pone de manifiesto lo que nuestra religión quiere y aguarda de sus hijos en esta época del Año cristiano.

Como es sabido, forma parte principal del culto divino, el "templo" con sus manifestaciones externas y sus ceremonias llenas de profundo simbolismo; y constituyen los actos sagrados por excelencia; la "Santa Misa", centro de todo el culto litúrgico y de toda la vida cristiana, en derredor de la cual giran

(1) Salmo XL.IV, 14.

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los siete Sacramfentos; y asimismo el Oficio Divino, "Sacrtficium laudis", el sacrificio de alabanza que, si bien es verdad que sólo es obligatorio para los mi-nistros sagrados, muy laudablemente puede ser reci-tado o cantado por todos los fieles unidos a los sacer-dotes del Señor, porque es la oración pública y social de la Iglesia. Así sucedia en los primeros siglos del cristianismo, y hoy, por los hermosos esfuerzos del Apostolado litúrgico, se va restaurando en muchas partes esa antigua y bellísima práctica.

En el "Tiempo de Cuaresma", el templo, la Santa Misa y el Oficio Divino nos ponen de re-lieve cuál ha de ser la vida que debemos vivir en unión con la Iglesia; y cuál ha de ser, por tanto, nuestra piedad y nuestra devoción en este período del Año Litúrgico.

En efecto, si durante los días de Cuaresma entramos al templo y nos fijamos en sus adornos, en sus ceremonias y en su música sagrada, .ve-mos que sobre los altares no se colocan flores ni reliquias de los santos; se suprimen los acordes del órgano y las melodías alegres del canto; có-brense los ministros de ornamentos morados, co-lor litúrgico de luto y de llanto; y hasta en la Misa solemne, el diácono y el subdiácono en lu-gar de dalmáticas, vestidos de gala y alegría, usan casullas plegadas por delante, como los he-breos rasgaban sus vestiduras en señal de duelo. En una palabra, todo el templo, que es la morada de Dios con los hombres, respira tristeza y dolor.

Si escuchamos el Oficio Divino que en nom-bre de todo el pueblo cristiano cantan o recitan los ministros del Señor, notaremos que se supri-men en él todas las expresiones de gozo y ale-grías,' las que son reemplazadas por acentos de humildad, de arrepentimiento y contrición. La "Aleluya" voz de que usa la Iglesia en demos-

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tración de júbilo, no se repite más en el oficio divino hasta el Sábado Santo; en "Laudes", el oficio de la albanza por antonomasia y que es como la oración de la mañana oficial de la Igle-sia, los Salmos Dominus regnavit (1) y Jubilate Deo omnis terra (2), cantos de gozo con que se celebran las grandezas de Dios, son ahora susti-tuidos por los salmos Miserere (3) y Confitemini (4) que son gritos de angustia y confusión por los pecados cometidos, y confesión, sincera y llorosa de ellos, con la que se implora la misericordia di-vina. La Oración pública y social de la Iglesia es, pues, en la época cuaresmal, oración de compun-ción y lágrimas del corazón por las ofensas y de-litos contra Dios (5).

Y si del Oficio Divino pasamos a observar, o mejor dicho, a participar activamente en el Santo Sacrificio de la Misa, el acto más esencial de la religión y el único sacrificio de la Ley Nueva, y ponemos atención a las Epístolas, a los Evangelios, a las Oraciones que emplea la Igle-sia durante la Cuaresma, veremos inmediatamen-te que todo está dispuesto para engendrar en las almas y corazones de los fieles, los más vivos sen-timientos de fervorosa penitencia y perfecta contrición.

"Aquí, dice un autor, refiriéndose a la liturgia de la Misa cuaresmal, aquí encontramos cuadros indes-criptibles: conversiones y absoluciones de pecadores, como la samaritana, la Magdalena, la adúltera, el

(1) Salmo X C n . (2) Salmo X C I X . (3) Salmo L . (4) Salmo X C X V I I . (5) En verdad, e s t a s mani fes tac iones de dolor y a r re -

pent imiento comienzan eh el Oficio Divino desde el Tiem-po de Septuagésima, pero, ya lo hemos dicho: es por ra -zón de la Cuaresma que se aproxima. E s la "Antecua-tiimt".

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Hijo Pródigo, los Ninivitaa; multitud de curaciones y milagros del Salvador; rasgos generosos de despren-dimiento, como el de la viuda de Sarepta; difuntos resucitados y madres y hermanos consolados; a José, victima de la envidia de sus hermanos, y a Jesús ven-dido por uno de sus Íntimos; amenazas y vócea de trueno y vaticinios terroríficos de los antiguos profe-tas para los pecadores obstinados, y, en cambio, pala-bras dulces y persuasivas del Divino Maestro, llamán-dolos a penitencia; ríos de lágrimas que cuestan a la Iglesia los cristianos impenitentes, y gozos inenarra-bles, que suscita en el cielo-su conversión; quejas de los sacerdotes en vista, de la indiferencia de muchos, y tiernos clamores del pueblo fiel, pidiendo al Señor perdón y misericordia" ( l j .

Siendo tal la naturaleza y caracteres de to-da la liturgia cuaresmal, salvo uno que otro día, ¿qué conclusión, qué lección de vida espiritual hemos de recoger de ahí?

No otra, mis amados hijos en el Señor, — notadlo bien — sino que el espíritu de peniten-cia es el alma de la Santa Cuaresma y, de con-siguiente, la práctica fervorosa y constante de esta virtud ha de ser lo esencial de nuestra pie-dad y de nuestra devoción durante toda ella.

Movernos a penitencia debe ser nuestra prin-cipalísima ocupación en todo el tiempo cuaresmal para purificarnos así de nuestros pecados, recon-ciliarnos verdaderamente con Dios, y. preparar-nos a honrar con todo fervor la vida, pasión y muerte del Redentor a fin de resucitar con El a la vida de la gracia aquí en la tierra, y a.la vida de la gloria allá en el cielo. La gracia es la glo-ria comenzada, como la gloria es la gracia consu-mada, ha escrito Santo Tomás.

(1) R. F . A. Azc&mte — L a F lo r de la Li turg ia .

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III

Toda la Cuaresma está consagrada a la pe-nitencia, pero ¿qué es la penitencia? ¿Por qué medios podemos practicarla, sobre todo en este tiempo de Cuaresma?

Lo que es la penitencia.

La penitencia, según el concepto de la Igle-sia, es una virtud sobrenatural, perteneciente a la justicia, que inclina al pecador a detestar su pe-cado, porque es una ofensa cometida contra Dios, y a tomar la firme resolución de nunca más pecar, y a ofrecerle a Dios, en unión con los mé-ritos de Jesucristo, en cuanto lo permite la mi-seria humana, una digna reparación.

Según esto, la penitencia encierra en sí cua-tro actos diversos, pero que están esencialmente unidos: ante todo, con un conocimiento adquiri-do no sólo con la simple razón, sino con la luz sobrenatural de la fe, reconocemos que el pecado es el mayor de todos los males, y, más aún, es el único verdadero mal que existe sobre la tierra, porque es ofensa de Dios y nos priva de los bie-nes más preciosos que nos ha revelado la fe; en seguida, viendo que somos culpables de haber pe-cado, que hemos caído, y, quizás, muchas veces re-caído en ese delito contra Dios y contra nosotros mismos; y que lo hemos hecho con plena adver-tencia, perfecto conocimiento y entera libertad, sentimos vergüenza y confusión, dolor y arrepen-timiento de haberlo cometido. En tercer lugar, con el intenso dolor de haber pecado, formamos la sincera resolución, el firme propósito de no

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pecar otra vez, y a dejar del todo las ocasiones de pecar, próximas y voluntarias, y aún de pre-venir las recaídas, en las ocasiones involuntarias o propias de la fragilidad humana, poniendo en práctica los medios con que se alcanzan los au-xilios de la gracia que triunfa del pecado. Final-mente el cuarto acto consiste en que reconocien-do que el pecado es una injusticia contra Dios, pues significa la violación y el atropello del es-tricto deber que tenemos de alabarle, reveren-ciarle y servirle, reconocemos también la necesi-dad moral de la reparación y expiación de nues-tras culpas.

A lo cual sólo habría que añadir que a la penitencia erí cuanto significa dolerse de sus pe-cados, con firme propósito de no cometer aqué-llos ni otros algunos, se le llama interna; y en cuanto equivale a castigo o reparación de los pe-cados cometidos, según lo cual no viene siendo sin efecto o fruto de la primera, se denomina externa, la cual puede practicarse de diversas maneras.

Medios para practicar

la penitencia

Entre estas maneras, según la tradición y cos-tumbre de la Iglesia, se cuentan los sentimientos y las obras de penitencia. Con los primeros, uni-dos a Cristo víctima de expiación por los pecados de todos los hombres, manifestamos, sobre todo, nuestra detestación del pecado y nuestro firme propósito de no pecar otra vez, y le suplicamos al Señor que tenga piedad y misericordia de nos-otros. En los salmos que la Iglesia llama peni-

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tenciales hallamos con claridad cuáles han de ser esos sentimientos de reparación que purifican el alma de sus pecados y abrevian la pena mereci-da por ellos. Entre esos salmos, ninguno como el Miserere, el salmo penitencial por excelencia, encierra los conceptos, las súplicas y gemidos de 1* verdadera compunción del corazón: "Ten piedad de mí, oh Dios, según ta grande miseri-cordia, y según la multitud de tus piedades, borra mi iniquidad... Porque yo conozco mi iniquidad y mi pecado está siempre enfrente de mí. . Con-tra ti solo he pecado, y he hecho el mal delante de t i . . . Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto. . .".

Con los segundos, es decir, con las obras de penitencia, practicamos particularmente lo que hemos llamado la penitencia externa, aunque ésta, para ser verdadera, ha de ir unida con la interna. Estas dos penitencias deben ir natural-mente juntas; y la interior debe ser causa de la exterior.

En el número de las obras de penitencia hay que colocar el fiel cumplimiento de los deberes de nuestro propio estado o profesión con espíritu de expiación y reparación; y el aceptar con re-signación las enfermedades, persecuciones y cru-ces que encierra la vida; y la práctica de la li-mosna y obras de caridad llevadas a cabo con espíritu sobrenatural- y expiatorio: pero, sobre todo,«, hay que colocar, en primer término, una pe-nitencia externa antiquísima que la Iglesia nos impone la sagrada y grave obligación de practi-carla durante la Cuaresma, como asimismo en otras ocasiones del año. Esa obra de penitencia es el ayuno.

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El Ayuno.

Antiquísimo es el ayuno no sólo en la Iglesia sino en el mundo entero. Más aún, todos los pue-blos que han profesado una religión, lo han con-siderado como una obligación de la vida religio-sa y un acto esencial del culto que corresponde a la Divinidad. En consecuencia, lo han practi-cado como una penitencia que agrada mucho a Dios y muy meritoria de los favores vdivinos. San Jerónimo en su "Libro contra Joviniano" y Ter-tuliano en su "Tratado del alma" aducen diver-sas pruebas para demostrar la antigüedad de la práctica de esta penitencia.

Los ninivitas comprendieron la santidad y eficacia del ayuno. Cuando el profeta Jonás co-menzó a predicar por las calles de Nínive excla-mando en alta voz "Dentro de cuarenta días la ciudad será destruida", el rey ordenó que todos sus habitantes ayunaran e hiciesen otras peniten-cias; y el Señor, viendo el ayuno que hacían, se compadeció de ellos y no los castigó.

Los hebreos, instruidos por Dios mismo, mi-raban el ayuno como cosa muy santa y merito-ria, y sobre todo, después que Moisés ayunó en el Sinaí, lo practicaron con mucha frecuencia pa-ra alcanzar del Señor el perdón de sus pecados y favores extraordinarios.

Nuestro Señor Jesucristo que no vino al mundo a abolir la Ley, sino a cumplirla y per-feccionarla; no a borrar las prácticas buenas y virtuosas sino a elevarlas y santificarlas, alabó el ayuno, enseñó que era un medio indispensable para .evitar algunos pecados y, no satisfecho con esto, quiso santificarlo con su ejemplo haciendo

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aquel riguroso ayuno del desierto, del cual ya hemos hablado, y que fué como su preparación para emprender la grande obra de la Redención del género humano. A sus apóstoles no les dió un precepto expreso de ayunar, pero las mani-festó muchas veces el consejo de hacerlo; y cuando los discípulos de Juan se le acercaron para quejarse de que los discípulos de El no ayu-naban como lo hacían ellos y los fariseos, les expresó que cuando El se hubiese separado de los suyos, todos debían ayunar, dando a entender con esta respuesta, que, si bien El no establecía un mandamiento de ayunar, dejaba a su Iglesia la facultad de hacerlo: " Y les dijo: ¿Por ventura pueden estar tristes los hijos del esposo, mientras que está con ellos el esposo? Mas vendrán días en que les será quitado el esposo y entonces ayuna-rán" (1).

Así lo comprendieron los Apóstoles quienes, después de la Ascensión de su Maestro, tomaron !a práctica constante de prepararse por medio del ayuno y de la oración a todos los actos de su ministerio apostólico. Y aún San Pablo cuando exhorta a los corintios a que procuren conservar con el mayor esmero la gracia que Dios les ha he-cho de llamarlos al conocimiento de Cristo y de hacerles entrar en su alianza por el bautismo, les pone delante, para que traten de imitarlas, las virtudes y sufrimientos de los ministros del Evan-gelio, y expresamente entre esas virtudes señala el ayuno que practican (2).

De ahí que en los primeros siglos de la Igle-sia, la penitencia del ayuno fué una práctica co-

(X) San Mateo IX, 15. (2) San Pablo, Epís to la I I a los Corint ios VI, 4-5.

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momísima de todos los cristianos; de ahí que en el Cuarto Mandamiento de la Santa Iglesia se nos manda ayunar y abstenernos de comer carne en ciertos días del año.

El Ayuno Cuaresmal

De ahí también que en tiempo de la Santa Cuaresma, que, como antes lo hacíamos notar, se confunde en su origen con los primeros siglos del cristianismo y está dedicado por entero a la pe-nitencia en recuerdo de la que hizo N. S. Jesu-cristo en el desierto, la Iglesia nos impone como principal obra de nuestra fe y de nuestro amor al divino Redentor, la práctica del ayuno.

Y es esta una obligación grave —un Manda-miento de la Iglesia (1)— de la cual ninguno puede eximirse sin tener algún serio inconvenien-te que le impida obsei'varla. Ved aquí cómo habló el Concilio de Sens celebrado a principios del si-glo dieciséis: "Pronunciamos anatema contra to-dos aquellos que no observan el ayuno de Cuares-ma, y demás ayunos y abstinencias prescritas por la Iglesia, porque no hay medio más idóneo para reprimir las tentaciones de la carne y a aquéllos demonios que, según la palabra de Cristo, no se arrojan sino en la oración y el ayuno" (2). De su parte el sagrado Concilio de Trento exhorta a todos los pastores de la Iglesia a procurar con to-da solicitud y diligencia que todos los pueblos

(1) El 4.0 Mandamiento de la Iglesia es és te : Guar -dar abstinencia de carne y ayunar cuando lo mande la Iglesia. Prescribe, pues, que en los días por la misma Igle-s ia establecidos, guardemos el ayuno, o la abs t inencia de carnes, o a m b a s cosas a la vez.

(2) Concilio de Sens, 1528, Decreto 1.a.

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cumplan con la obligación de observar el ayu-no (1).

Mas la Iglesia, como Madre bondadosa, ha mitigado la ley del ayuno de tal manera que los días en que hay. la obligación de ayunar son en realidad muy pocos.

La observancia íntegra del ayuno y de la absti-nencia cuaresmales sólo ha quedado reservada a al-gunas Ordenes religiosas, ya que la misma ley gene-ral de la Iglesia, sólo ordena ayunar con abstinencia de carne el Miércoles de Ceniza y de Témporas y los Viernes y Sábados de Cuaresma, y sin abstinencia de carne todos los demás días (2).

Para con nosotros, llega a tanto esa bondad, que, por privilegio particular, durante toda la Cuaresma, tan sólo estamos obligados al ayuno con abstinencia de,carnes el Miércoles de Ceniza y todos los Viernes, y al ayuno sin abstinencia de carnes todos los Miércoles y el Jueves Santo.

¡Cuán pocos días de ayuno, aún en la misma Santa Cuaresma! Y de estos pocos días, hállanse exento los enfermos, los demasiado débiles y los que, si ayunaran, no podrían cumplir con los de-beres de su estado; y aún el ayuno tan sólo obli-ga desde los veintiún años hasta comenzar los se-senta (3).

En los primeros siglos de la Iglesia ninguno se eximía del ayuno: ni los anciano« ni los niños de más de doce años de edad; y los mismos enfer-mos, para exceptuarse de la ley común, debían al-canzar licencia del médico y del sacerdote.

Además ayunábase en aquellos tiempos con sumo rigor. Unos no sólo se abstenían totalmen-

(1) Concilio de Trento, sesión 25. (2) Código de Derecho Canónico, can. 125Í. (3) L a abst inencia de carnes ot j j isa desde los 7 años.

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te de carnes, huevos, lacticinios, pescado y vino, sino que se contentaban con hacer sólo una co-mida diaria, de frutas y legumbres, después de la Misa estacional y. Vísperas, a la puesta del sol; otros solamente se alimentaban de pan y agua durante toda la Cuaresma y aún pasaban varios días sin tomar ningún alimento. A lo cual se añadían muchas otras penitencias y pri-vaciones tales como la supresión de las bodas y festines, de los juegos públicos y recreaciones.

Hoy la forma del ayuno ha sido tan miti-gada por la Iglesia, que podemos afirmar que se íi com oda por entero a nuestras necesidades. Ade-más de la única comida, que suele tomarse en la mitad del día, se permite una pequeña refec-ción por la mañana y una ligera cena por la tar-de (1).

Motivos de penitencia

y ayuno

Aquí tenéis, amados hijos en el Señor, el espíritu de la santa Cuaresma: espíritu de peni-tencia interior y exterior, y muy especialmente espíritu de expiación y reparación por medio del ayuno.

Y mirad, ¡ cuántos motivos existen para hacer penitencia interior, y cuántos motivos de re-paración y ayuno!

Todos somos pecadores y bien conocemos la multitud y malicia de nuestros propios pecados. >

(1) Po r la mañana se permi te la parvedad pequefia cant idad de a l imento como de unas dos onzas, o sea, 1|S de libra, o unos 62 gramos : por la tarda se permi te la co-lación, de ocho & diez onzas, o sea, 1|2 libra, o unos 250 gramos, m á s o 'menos .

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Ahora bien, el pecado es una ofensa de Dios, porque viola el derecho riguroso que tiene Dios Nuestro Señor de ser reverenciado y servido por nosotros, y esa violación, según lo exige- la jus-ticia, no puede ser reparada sino con el dolor de nuestros pecados y con los sentimientos y obras de penitencia.

La penitencia resulta así un deber de estricta justicia para con Dios y un deber propio de la virtud de la religión que nos inclina a reconocer nuestras relaciones morales para con nuestro Criador, Conservador y Señor.

Es asimismo la penitencia un deber que pro-viene de nuestra incorporación a Jesucristo.

En efecto, por el bautismo fuimos incorpo-rados a Cristo Redentor nuestro. Esta doctrina se halla substancialmente contenida en estas pa-labras del mismo Cristo: "Ego sum vitis, vos palmites": "Yo soy la vid, vosotros sois los sar-mientos" (1). Y más explícitamente en estas otras de San Pablo: "Así como el cuerpo humano es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros con ser muchos, son un solo cuerpo, así también el cuerpo místico de Cristo; a cuyo fin todos nosotros somos bautizados en un mismo Es-píritu para componer un solo cuerpo" (2).

Formamos un solo cuerpo con Cristo; pero el bondadosísimo y misericordiosísimo Jesús para redimirnos a todos de la doble esclavitud del pe-cado y del demonio, para merecer por nosotros, aceptó, si es lícito hablar así, la responsabilidad de nuestras ofensas a la Divinidad y el castigo que debíamos llevar nosotros por nuestras cuí-

c o San J u a n XV, 5. (2) Epís to la I de San Pablo a los Corint ios XI I , 12-

13.

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pas, lo tomó sobre sí, y, por medio de sus peni-tencias y de su muerte, nos libró de la pena eter-na que merecíamos, reconciliándonos perfecta-mente con su Padre Celestial. Oigamos la profe-cía de Isaías: "Todos nosotros como ovejas nos extraviamos, cada uno se desvió por su camino; y cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros" (1).

¡Cargó sobre El la iniquidad de todos nos-otros !

Por eso quiso que todos los pasos de su vida, de Belén al Calvario, estuviesen santificados por la oración que clama y la penitencia que redime; por eso quiso que el postrer acto de su vida fue-se el cruento Sacrificio de la Cruz, el Sacrificio de la Redención Cristiana; por eso quiso y quie-r a que todos los miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia, para ser purificados de sus pe-cados y llegar a la perfecta posesión de Dios, se asocien a su Sacrificio y a sus reparaciones, y sean víctimas de expiación en unión con El.

En unión con El, mediante los sentimientos y obras de penitencia, hemos de ofrecernos con-tinuamente como víctimas a Dios vivo "por nuestros innumerables pecados, ofensas y negli-gencias y también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos" (2).

Así lo han practicado los santos y así, lo ha-cen todas las almas que no han perdido "sensus Christi", el sentido de Cristo. Y en esta participa-ción de las angustias y padecimientos de Nues-tro Señor Jesucristo, han cifrado siempre sus mejores esperanzas de santificación y salvación.

(1) T a profecía de I sa ías T.III, S. (2) Ordinario de la Misa. Ofer tor io .

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El Papa San León el Grande decía: "Con toda certeza y seguridad puede esperar la bienaven-turanza prometida, aquel que participa de la pa-sión del Señor".

Hay, finalmente, un tercer inotivo de peni-tencia y de reparación, motivo esencialmente unido a nuestros intereses espirituales. San Ig-nacio, hablando sobre todo de la penitencia exter-na, como es el ayuno, se refiere a ese motivo cuando nos dice que ella sirve para tres fines principales: primero", para satisfacer por los pe-cados pasados, ya que así pagamos en esta vida las penas que deberíamos expiar en el purgato-rio; segundo, para lograr que las pasiones sen-sibles y la sensualidad obedezcan a los dictáme-nes de la razón y de la fe; y, finalmente, para ob-tener de Dios alguna gracia particular, pues £s evidente que la oración acompañada de los sen-timientos y obras de penitencia, será más fervo-rosa y eficaz (1).

Necesidad de la penitencia,

según N. S. Jesucristo.

Mas, fuera de estos motivos que tan clara-mente nos manifiestan la obligatoriedad de la pe-nitencia así interna como externa, tenemos, por sobre todo, las palabras de Nuestro Señor Jesu-cristo que de modo inequívoco nos enseñó la su-prema necesidad de la penitencia. El nos inculcó su necesidad para poder alcanzar el reino de los cielos: "Haced penitencia, pnes se acerca el reino de los cielos" (2); El nos declaró que los peca-

(1) Ejerc ic ios Espi r i tua les , adición décima sobre la peni tencia .

(2) S. Mateo I I I . S.

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dores han menester de la penitencia para salir del estado de pecado: "No he venido a llamar los justos, sino a los pecadores a penitencia" (1); y hasta tal punto han menester de ella, que quiénes no la hicieran perecerán: "Si no hiciereis peni-tencia todos igualmente pereceréis" (2); en fin, El manifestó abiertamente que la virtud de la pe-nitencia es una condición indispensable para for-mar parte de la Iglesia que es el reino suyo acá en la tierra: "Haced penitencia, y sea bautizado cada uno de vosotros" (3).

¡Hagamos penitencia!

¡Cuán necesaria es, pues, la penitencia y cuán pocos son los que comprenden esta nece-sidad! ¡Cuántos jamás meditan en la malicia del pecado y ni se duelen ni arrepienten de haberlo cometido! Por eso viven habitualmente en des-gracia de Dios y en camino de eterna condena-ción. ¡ Cuántos no sienten verdadera penitencia de sus culpas, por medio del sincero dolor y firme propósito de la enmienda! Por eso que se ven tantas, y tan graves, y tan funestas recaídas en el pecado. ¡ Cuántos no comprenden, ni quieren com-prender, que la reparación está indisolublemente unida a la perfecta penitencia del pecado! Por eso que borran de su vida, aún de su vida de reli-gión y de piedad, hasta la idea de sacrificio, y la fuga de todo sacrificio, reemplazado por el egoís-mo y la sensualidad, es la levadura interior de tantas pasiones y tantos vicios individuales, do-

(1) S. Lucas V, 32. (2) San Lucas XI I I , 5. (3) Hechos de loa Apóstoles I I , 38.

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mésticos y sociales que, en nuestros días, provocan horribles caídas y ruinas.

No sigamos estos eejemplos. ¡Hagamos penitencia! Hagámosla durante

toda nuestra vida, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma que es tiempo de conversión y de cristiana piedad en que, como nunca, debe-mos atender al gran negocio de la salvación de nuestra alma.

"Quid prodest homini, si mundum Univer-sum lucretur, animae vero suae detrimentum pa-tiatur". "¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si el alma se pierde?" (1).

Y ya que la Santa Iglesia nos exige en este tiempo una obra determinada de penitencia, cual es el ayuno, aceptémosla con sentimientos verda-deramente cristianos de reparación y expiación, y ayunemos sin murmurar los días que se nos exige, antes bien, procuremos que a la privación exterior corresponda la interior compunción del corazón; ayunemos con gozo espiritual acordándonos que "Dios se sirve de ayunos que afligen nuestro cuerpo, para domar nuestras pa-siones viciosas, para elevar nuestras almas, para darnos la fortaleza y las recompensas celestia-les, por Jesucristo Nuestro Señor" (2).

Y santifiquemos el ayuno, es decir, que él vaya acompañado de nuestras buenas obras, y en tanto lo practicamos, más que de costumbre, procuremos evitar todo pecado.

Mas, al llevar a cabo esta obra de penitencia tan santa y meritoria, no nos olvidemos que no

(1) S. Mateo XVI, 26. (2) P re fac io de Cuaresma .

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sólo por nosotros mismos tenemos necesidad de reparación.

En la antigüedad era la Cuaresma la época del año en que todos los fieles que se habían he-cho culpables de graves delitos ante Dios, volun-tariamente se presentaban a los sacerdotes para ser sometidos a rigurosa y saludable penitencia.

Era aquella la reconciliación de los peniten-tes públicos.

Al empfezar para éstos la Cuaresma, cubrían su cabeza con ceniza en señal de la buena dispo-sición de sus almas para buscar la reconciliación con Dios.

Nuestro actual Miércoles de Ceniza es un re-cuerdo de aquél acto.

Hoy cuántos pecadores hay que, ni en Cua-resma ni en ningún otro tiempo del año, acuden a la Iglesia a buscar el perdón divino. Pues bien, imitando la misericordia infinita de Nuestro Se-ñor Jesucristo que "nos amó y se entregó a la muerte por nosotros en oblación y hostia de olor suavísimo" (1), personifiquémonos, por decirlo así, con esos pobres pecadores ante Dios y entre-guémonos por ellos a penitencia a fin de que nin-guno perezca eternamente, sino que todos, lim-pios de sus culpas con las lágrimas del arrepen-timiento y del dolor, se santifiquen y salven.

El perfume de nuestra oblación subirá en-tonces hasta el trono de Dios.

(1) Ep ís to la de San Pablo a los Efes ios V, 2.

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IV

Vamos a terminar esta ya larga Carta Pasto-ral pero, antes, permitidnos, amados hijos en el Señor, una última palabra.

Ayuno, oración y

recogimiento.

Cuando Nuestro Señor Jesucristo ayunó en el desierto, quiso que su ayuno estuviese acompa-ñado de continua oración y de perfecta soledad exterior, lejos de toda relación con los hom-bres; y de perfecta soledad interior, lejos de to-do recuerdo de los intereses temporales, puesta su mente y corazón sólo en las cosas de su Padre Celestial.

Esta conducta de nuestro divino Maestro y Redentor, nos está claramente enseñando que du-rante el santo tiempo de Cuaresma, más que de ordinario, nuestra vida ha de ser vida de reco-gimiento y oración.

De recogimiento, al menos de recogimiento interior, pues éste es la mejor disposición para lograr el fin y fruto de la Cuaresma que es la conversión a Dios mediante la penitencia.

De oración, porque Cristo ayunó y oró en el desierto. Porque la oración, unida a la mortifi-cación, es la más agradable y poderosa ante Dios.

Así lo hacían los cristianos en las primeras Cuaresmas de la Iglesia. Todos, durante el día ayunaban rigurosamente, sin interrumpir por es-to los trabajos diarios, y al atardecer se dirigían al templo donde participaban activamente del Santo Sacrificio de la Misa, oían la palabra divi-

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lia, ofrecían una limosna para las necesidades de la Iglesia y de las pobres, y, por la Comunión, recibían el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Se-ñor Jesucristo. Solamente entonces regresaban a sus hogares a hacer la única comida diaria de Cuaresma.

Tal era la costumbre, particularmente en Roma, el centro del mundo cristiano.

Siguiendo ejemplos tan bellos, todos los cris-tianos, cada año, debieran santificar la Cuaresma fisistiendo diariamente a la Santa Misa, recibien-do cada mañana la Santa Comunión, oyendo la palabra divina con gran espíritu sobrenatural y, en lo posible, ejerciendo la limosna y obras de caridad.

De este modo, como en otros tiempos, el al-ma de la Santa Cuaresma informaría la vida de toda la gran familia cristiana y así se apresuraría la hora de la restauración universal de todas las cosas en Cristo.

V

Deducciones prácticas.

A fin de que cuanto hemos expresado en esta Carta Pastoral produzca verdaderos frutos de vida sobrenatural cristiana, recomendamos a todos los fieles de nuestra diócesis lo siguiente:

l.o—Que observen el ayuno Cuaresmal con toda exactitud y lo hagan con espíritu de verda-dera penitencia.

Los párrocos y sacerdotes, de parte suva. ex-plíquenles las obligaciones anexas a la ley de ayuno y abstinencia de carne.

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2.o—Que durante el santo tiempo de Cuares-ma, lleven vida de oración, de piedad y de reco-gimiento que hace que el hombre levante su es-píritu sobre los goces efímeros de los sentidos y fije su corazón en los eternos que encierran nuestra verdadera y única felicidad.

3.o—Que, de modo especialísimo, ofrezcan sus oraciones y penitencias por la conversión de los pecadores públicos y herejes, y la extensión del Evangelio entre los infieles.

4.0—Que se preparen con mucho esmero pa-ra la Confesión Sacramental y para una fervoro-sa Comunión el día de Pascua de Resurrección y cumplan así, cuanto antes, con los Mandamientos de la Santa Iglesia a este respecto (1).

5.0—Que santifiquen la Cuaresma con la li-mosna para la Iglesia y para los pobres, y no omitan otras obras de caridad.

Finalmente, recomendamos encarecidamente a nuestros Párrocos, que, con todo celo, velen en este tiempo, más que nunca, por la santificación y salvación de sus feligreses; y así' como antes en este mismo santo tiempo de Cuaresma, se pre-paraba a los adultos y catecúmenos para que re-cibiesen el bautismo en la noche de Pascua, y se les instruía enseñándoles y explicándoles minu-ciosamente las principales verdades de la fe, así también ahora, por medio de la predicación y de la catequesis bien preparadas y oportunas, dis-pongan a todos, adultos y niños, sobre todo a los rudos e ignorantes, para el Cumplimiento Pas-cual .

(1) 2.o Mandamiento de la Ig les ia : Comulgar lo me-nos por Pascua de Resurrección; 3.er Mandamiento de la Ig les ia : Confesarse a lo menos a n a vez al afio.

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Os bendecimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Esta nuestra Carta Pastoral será leída y co-mentada, por partes, a los fieles, en los tres pri-meros Domingos de Cuaresma.

Dada en San José de Temüco, en la domi-nica de Quincuagésima, 7 de Febrero de 1937.

Alfredo, Obispo de Temuco.

Peldoza, Secretario.

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APENDICE

I

Días en que obligan las leyes del ayuno y abstinencia.

A. Obliga el Ayuno y la abstinencia.

El Miércoles de Ceniza. Los Viernes de Cuaresma. El Viernes Santo.

B. Obliga el Ayuno solo.

Los Miércoles de Cuaresma. El Miércoles Santo. El Jueves Santo. El Viernes de las témporas de Adviento.

C. Obliga la abstinencia sola.

La Vigilia de Pentecostés. La Vigilia de la Asunción de la Sma. Virgen. La Vigilia de los Apóstoles San Pedro y San

Pablo. La Vigilia de la Navidad de N. S. Jesucristo.

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II

Modo de ayunar

Desayuno, — Puede tomarse café, té, choco-late, o cualquiera otra bebida, y pan, cuyo peso total, más o menos, no pase de dos onzas (62,50 gr.), En la América latina, en virtud de Indulto especial de la Santa Sede, se permiten los lactici-nios (leche, mantequilla, queso, pero no los hue-vos) en el desayuno o parvedad, guardando la cantidad ya indicada.

Almuerzo. — Los días de ayuno sin abstinen-cia de carnes, se puede tomar toda clase de ali-mentos y toda la cantidad que se quiera. Cuando el ayuno es con abstinencia, se prohibe tomar car-ne y caldo de carne, pero no se prohiben los hue-vos, lacticinios, ni otros condimentos, aunque sean de grasa de animales.

Eu la tarde. — Se puede tomar a la hora de once, como a cualquiera otra hora del día y. cuan-tas veces se quiera, vino, cerveza, té o café sin leche y con pequeña cantidad de azúcar, licores de varias especies, sorbetes y jarabes si se les mezcla con gran cantidad de agua, y helados he-chos de líquidos primitivos. De ningún modo se permiten las bebidas que tengan razón de ali-mento v. gr. la leche.

Comida. — En la cena o colación pue-den tomarse huevos, leche, dulces, frutas y, en general, guisos que no sean ni de carnes ni de pescado. La cantidad acostumbrada os de ocho onzas (250 gramos), pero puede tomar mayor cantidad, v. gr. diez onzas, el que verdaderamen-te lo necesite.

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N. B. l.o) Es permitido, con justa causa, hacer la colocación en la hora del almuerzo, y la comi-da principal, en la tarde.

2.o) De no estar legítimamente exceptuados, o dispensados, deben guardar la abstinencia to-dos los que, teniendo uso de razón, han cumplido los 7 años; y han de guardar el ayuno todos los que han cumplido veintiún años hasta comenzar los sesenta.

4.o) Están legítimamente exceptuados o im-pedidos : los enfermos, convalescientes o demasiado débiles; los que emprenden un viaje largo y fati-goso; los que se ocupan en trabajos duros y pe-sados, etc. Están legítimamente dispensados o exentos: los que han sido dispensados por su Obis-po o por su párroco; los que ayunando no podrían cumplir con otras obras de caridad o de justicia, v. gr. asistir enfermos, predicar, etc.

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