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www.jp2madrid.org Año 2008 nº 12 septiembre ROMA – EXTRACTO del Ciclo de conferencias Evangelización, Familia y Movimientos eclesiales, organizado por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Este mes, ofrecemos la conferencia pronunciada por el D. Julián Carrón, Presidente del Comunión y Liberación. Evangelización, familia y movimientos eclesiales CICLO DE CONFERENCIAS - 3 El amor humano como camino de plenitud hacia Cristo (D. Julián Carrón, Presidente Comunión y Liberación) UN NUEVO INICIO La familia últimamente se encuentra en el centro del debate públi- co. El intento de regular nuevas formas de convivencia, diferentes de las del matrimonio concebido como relación definitiva y fecun- da entre un hombre y una mujer, ha desencadenado una fuerte discusión. No es algo totalmente nuevo, sino que más bien es el culmen de un proceso iniciado hace años. Este debate ha puesto de relieve, por una parte, que toda la propa- ganda promovida por los medios de comunicación (cine, televi- sión, periódicos) en contra de la familia, aun teniendo a disposi- ción medios potentes, no ha impedido que muchas personas conti- núen haciendo una experiencia positiva de la familia. Delante de esta impresionante propagación de fuerzas mediáticas e ideológi- cas, parecería inevitable que la familia dejara de interesar. Sin embargo, hay un hecho que estamos constreñidos a reconocer casi con sorpresa: este enorme aparato ha demostrado que no es más potente que la experiencia elemental que tantos de nosotros hemos vivido en la propia familia, la experiencia inextirpable de un bien. Un bien del que estamos agradecidos y que queremos transmitir a las generaciones futuras para poder compartirlo con ellas. Pero, por otra parte, este bien experimentado no ha logrado blo- quear socialmente los intentos de transformar el matrimonio en unas modalidades diferentes de la auténtica. A esto es necesario añadir un dato no menos significativo: este proceso ha comenzado cuando la gran mayoría de la legislación sobre el matrimonio de- fendía la concepción tradicional derivada del cristianismo. Toda esta legislación tampoco ha podido impedir la propagación de una mentalidad contraria al matrimonio, no ha sido capaz de parar el cambio, a cuyas formas virulentas estamos asistiendo ahora. ¿Cómo ha podido suceder? ¿Cómo es posible que la claridad que se había alcanzado sobre la naturaleza del matrimonio y que se había confirmado a lo largo de los siglos se haya puesto en discu- sión en un periodo de tiempo tan corto y con un alcance tan gene- ral? Me parece que intentar entender la situación actual es algo decisivo para poder responder a ella. En la última encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI ha ofrecido una clave para entender lo que está sucediendo cuando afirma que «un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No es-

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Año 2008 � nº 12 � septiembre

ROMA – EXTRACTO del Ciclo de conferencias Evangelización, Familia y Movimientos eclesiales, organizado por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Este mes, ofrecemos la conferencia pronunciada por el D. Julián Carrón, Presidente del Comunión y Liberación.

Evangelización, famil ia y movimientos eclesiales CICLO DE CONFERENCIAS - 3

El amor humano como camino de plenitud hacia Cristo

(D. Julián Carrón, Presidente Comunión y Liberación)

UN NUEVO INICIO La familia últimamente se encuentra en el centro del debate públi-co. El intento de regular nuevas formas de convivencia, diferentes de las del matrimonio concebido como relación definitiva y fecun-da entre un hombre y una mujer, ha desencadenado una fuerte discusión. No es algo totalmente nuevo, sino que más bien es el culmen de un proceso iniciado hace años.

Este debate ha puesto de relieve, por una parte, que toda la propa-ganda promovida por los medios de comunicación (cine, televi-sión, periódicos) en contra de la familia, aun teniendo a disposi-ción medios potentes, no ha impedido que muchas personas conti-núen haciendo una experiencia positiva de la familia. Delante de esta impresionante propagación de fuerzas mediáticas e ideológi-cas, parecería inevitable que la familia dejara de interesar. Sin embargo, hay un hecho que estamos constreñidos a reconocer casi con sorpresa: este enorme aparato ha demostrado que no es más potente que la experiencia elemental que tantos de nosotros hemos vivido en la propia familia, la experiencia inextirpable de un bien. Un bien del que estamos agradecidos y que queremos transmitir a las generaciones futuras para poder compartirlo con ellas.

Pero, por otra parte, este bien experimentado no ha logrado blo-quear socialmente los intentos de transformar el matrimonio en

unas modalidades diferentes de la auténtica. A esto es necesario añadir un dato no menos significativo: este proceso ha comenzado cuando la gran mayoría de la legislación sobre el matrimonio de-fendía la concepción tradicional derivada del cristianismo. Toda esta legislación tampoco ha podido impedir la propagación de una mentalidad contraria al matrimonio, no ha sido capaz de parar el cambio, a cuyas formas virulentas estamos asistiendo ahora.

¿Cómo ha podido suceder? ¿Cómo es posible que la claridad que se había alcanzado sobre la naturaleza del matrimonio y que se había confirmado a lo largo de los siglos se haya puesto en discu-sión en un periodo de tiempo tan corto y con un alcance tan gene-ral? Me parece que intentar entender la situación actual es algo decisivo para poder responder a ella.

En la última encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI ha ofrecido una clave para entender lo que está sucediendo cuando afirma que «un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No es-

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El amor humano como camino de plenitud hacia Cristo IGLESIA Y FAMILIA � Año 2008 � nº 12 � septiembre

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tán nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio»1.

Nuevo inicio. Sería difícil encontrar una expresión más adecuada para describir el presente. Si todo momento es un nuevo inicio ya que en medio se encuentra la libertad, el nuestro es propiamente un nuevo inicio porque lo que se había transmitido pacíficamente de una generación a otra ya no existe. Es un nuevo inicio porque no se puede dar por descontado nada de lo que hasta hace no mu-cho tiempo era claro para todos. Es necesario comenzar de nuevo.

Nuestra situación no es muy diferente de la inicial. Basta recordar la reacción de los discípulos la primera vez que escucharon a Je-sús hablar del matrimonio. «Entonces se le acercaron algunos fariseos para ponerlo a prueba y le dijeron: “¿Le es lícito a un hombre repudiar a su propia mujer por algún motivo?”. Y él res-pondió: “¿no habéis leído que el Creador los creó al principio hombre y mujer y dijo: Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne? De tal modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha uni-do, que no lo separe el hombre”. Le dijeron los discípulos: “Si esta es la condición del hombre respecto de la mujer, entonces no conviene casarse”» 2. Por tanto, no tenemos que sorprendernos. Lo que parece imposible a muchos de nuestros contemporáneos, y muchas veces a nosotros mismos, también les parecía así a los discípulos.

Esto no quiere decir que no sirva nada de lo que se ha aprendido a lo largo de una historia milenaria, pero esta riqueza acumulada no se transmite mecánicamente. Prosigue el Papa: «Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimien-tos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprove-charse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pue-den rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella»3. La transmisión en el campo moral no es tan fácil de trans-mitir porque sus contenidos no pueden tener la misma evidencia que los descubrimientos científicos. El tesoro moral es una invita-ción a la libertad.

Por esta razón tenemos que dejar de soñar con «sistemas tan per-fectos en los que ya nadie tendrá necesidad de ser bueno»4. Esto nos sirve a nosotros en primer lugar, ya que no somos diferentes del resto. Constatamos con dolor cómo entre nosotros hay tantos amigos que no logran superar numerosas dificultades externas e internas por las que pasan. En cuanto a nosotros, no es suficiente conocer la verdadera doctrina sobre el matrimonio para resistir a todos los desafíos de la vida. El Papa siempre nos lo recuerda: «las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior»5.

VOLVER A CONQUISTAR EL YO ¿Cómo puede acontecer este nuevo inicio anhelado por Benedicto XVI? El camino no puede ser otro que el sugerido por el Fausto de Goethe: «Lo que has heredado de tus padres, vuelve a conquis-tarlo para poseerlo»6. Para volver a conquistarlo es necesario vol-ver al inicio de la experiencia amorosa: esto nos descubrirá su verdadera naturaleza. Sólo esta experiencia puede ser el punto de partida adecuado para poder acoger dentro de ella el valor de la propuesta que Cristo hace a los dos esposos que se aman.

Los esposos son dos sujetos humanos, un yo y un tú, un hombre y una mujer, que deciden caminar juntos hacia el destino, hacia la

felicidad. Cómo orientan su relación, cómo la conciben, depende de la imagen que cada uno se hace de la propia vida, de la realiza-ción de sí. Esto implica una concepción del hombre y de su miste-rio. Afirma el Papa: «la cuestión de la justa relación entre el hom-bre y la mujer arraiga sus raíces dentro de la esencia más profunda del ser humano y puede encontrar su respuesta sólo a partir de aquí. No se puede separar de la pregunta antigua y siempre nueva: ¿quién soy yo? ¿Qué es el hombre?» 7.

Por esto, la primera ayuda que se puede ofrecer a todos los que quieren unirse en matrimonio es tomar conciencia del misterio de su ser hombres. Sólo de este modo podrán orientar adecuadamente su relación, sin esperar de ella algo que, por su naturaleza, ningu-no puede dar al otro. ¡Cuánta violencia, cuántas desilusiones se podrían evitar en la relación matrimonial si se comprendiera la naturaleza de la propia persona!

Esta falta de conciencia del destino del ser humano nos lleva a fundar toda la relación sobre un engaño, que se puede formular sintéticamente así: la convicción de que el otro pueda hacer feliz al propio yo. La relación de pareja, de este modo, se transforma en un refugio, tan deseado como inútil, para resolver el problema afectivo. Y cuando el engaño se manifiesta, la desilusión es inevi-table porque el otro no ha cumplido la expectativa. La relación matrimonial no puede tener otro fundamento que la verdad de cada uno de sus protagonistas.

¿Cómo pueden descubrir su verdad, el misterio de su ser hom-bres?

LA DINÁMICA DEL NUEVO INICIO: BELLEZA, SIG-NO, PROMESA Es la misma relación amorosa la que contribuye a descubrir la verdad del yo y del tú; y junto con la verdad del yo y del tú se manifiesta la naturaleza de la vocación común.

Lo que somos se revela de un modo evidente en la relación con la persona amada. Nada nos despierta más, nada nos hace más cons-cientes del deseo de felicidad que nos constituye que la persona amada. Su presencia es un bien tan grande que nos permite acoger la profundidad y la verdadera dimensión de este deseo: un deseo infinito. Lo que Cesare Pavese dice del placer se puede aplicar por analogía a la relación amorosa: «Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría a la esperanza de con-seguir este infinito»8. Un yo y un tú limitados suscitan el uno en el otro un deseo infinito, y se descubren empujados por su amor hacia un destino infinito. En esta experiencia se revela a ambos la propia vocación.

Y en el mismo momento en que se nos revelan las dimensiones sin límite de nuestro deseo, se nos ofrece una posibilidad de cum-plimiento. Más aún, intuir en la persona amada la promesa de cumplimiento enciende en nosotros todo el potencial infinito del deseo de felicidad. Por esto, no hay nada que nos haga compren-der el misterio de nuestro ser hombres mejor que la relación entre un hombre y una mujer, como nos recordó Benedicto XVI en la Encíclica Deus caritas est: «el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que pare-ce irresistible, aparece como arquetipo […], en comparación al cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor»9.En esta relación el ser humano parece encontrar la promesa que le posibilita superar el propio límite y le permite alcanzar una pleni-tud incomparable, porque «en la raíz de toda la realidad viviente se encuentra la esponsalidad. La esponsalidad hace de todo una promesa, como indica la misma palabra: esponsal quiere decir una realidad prometedora, que promete»10. Por esto, la historia de la

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humanidad –en sus diferentes expresiones- siempre ha instituido una relación entre el amor y lo divino: «el amor promete infini-dad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana»11.

Se trata exactamente de la experiencia que Giacomo Leopardi expresa de un modo inolvidable en su himno a Aspasia: «Rayo Divino ante mi pensamiento aparece, | Mujer, tu belleza»12. La belleza de la mujer es percibida por el poeta como un rayo divino, como la presencia de lo divino. A través de la belleza de la mujer, Dios llama a la puerta del hombre. Si el hombre no comprende la naturaleza de esta llamada y no arriesga secundándola, difícilmen-te puede comprender en profundidad el propio destino de infinitud y de felicidad.

La mujer, con su límite, despierta en el hombre, también limitado, un deseo de plenitud desproporcionado respecto de la capacidad que tiene de responder. Suscita una sed que no es capaz de extin-guir. Suscita un hambre que no encuentra respuesta en aquella que la ha despertado. De aquí nace la rabia, la violencia que tantas veces surge entre los esposos, y la desilusión en la que caen, si no comprenden la verdadera naturaleza de su relación.

La belleza de la mujer es en realidad un rayo divino, signo que envía más allá, a algo más grande, divino, inconmensurable res-pecto de su naturaleza limitada, como describe Romeo en el dra-ma de William Shakespeare: «Déjame ver a la mujer más bella entre todas; | su belleza no será sino una página | en la que leeré aquella que supera a todo en belleza»13. Su belleza grita: «No soy yo. Yo sólo soy un recordatorio. ¡Mira! ¡Mira! ¿A qué te recuer-do?» 14.

La relación entre el hombre y la mujer constituye un ejemplo con-movedor de la dinámica del signo. Cuánto más viven la presencia del amado como signo de otro –que es la verdad del amado-, más esperan y anhelan a este otro.

Si no se comprende esta dinámica, el hombre cae en el error de detenerse en la realidad que ha suscitado el deseo. Como si una mujer recibiera un ramo de flores y, arrastrada por su belleza, se olvidara del rostro de aquel que se las ha enviado, y del cual son signo, perdiendo así lo mejor que las flores portaban. No recono-cer en otro su carácter de signo conduce inevitablemente a redu-cirlo a lo que aparece a nuestros ojos. Y antes o después se mani-fiesta su incapacidad de responder al deseo que ha suscitado.

Por esto, si alguno no encuentra aquello a lo que el signo envía, el lugar donde puede encontrar el cumplimiento de la promesa que el otro ha suscitado, los esposos son condenados a consumirse por una pretensión de la que no logran librarse, y su deseo de infinito, que nada como la persona amada despierta, está condenado a ser insatisfecho. Ante esta insatisfacción, el único camino de salida que tantas personas toman hoy es cambiar de pareja, dando inicio a una espiral en la que el problema se pospone hasta el momento de la siguiente desilusión.

Pero entrar en esta espiral no puede ser el único camino de salida. Esta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infi-nitos se encuentran con dos límites; dos infinitas necesidades de ser amadas se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se con-sumen en la pretensión y no se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la que el otro es signo. Sólo en el horizonte de un amor más grande se puede evitar ser consumidos en esta pretensión, cargada de violencia, por la que el otro, que es limita-do, tiene que responder al deseo infinito que él mismo despierta, haciendo así imposible el cumplimiento de sí mismo y de la per-sona amada. Para descubrirlo hace falta estar dispuestos a secun-

dar la dinámica del signo, permaneciendo abiertos a la sorpresa que esta nos puede reservar.

Leopardi tuvo el coraje de correr este riesgo. Con una intuición penetrante de la relación amorosa, el poeta italiano intuyó que lo que buscaba en la belleza de las mujeres de las que se enamoraba era la Belleza con mayúscula. En el culmen de su intensidad humana, el himno Alla sua donna expresa todo el deseo de que la Belleza, la idea eterna de la Belleza, asumiera una forma sensible. Esto ha sucedido en Cristo, el Verbo hecho carne. Por esto Luigi Giussani ha definido esta poesía como «una profecía de la encar-nación»15.

En este contexto se puede comprender la inaudita propuesta de Jesús, a fin de que la experiencia más bella de la vida, enamorar-se, no decaiga hasta transformarse en algo sofocante.

Esta es la pretensión de Jesús, que encontramos en algunos pasa-jes evangélicos que, a primera vista, pueden resultarnos paradóji-cos. «No creáis que yo he venido a portar paz en el mundo; no he venido a portar paz, sino espada. He venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre, a la nuera de la suegra: los enemigos del hombre serán los de su propia casa. Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí: quien ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; quien no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. Quien quiera encontrar su vida, la perderá: y quien pierda su vida por mí, la encontrará. Quien os acoge, me acoge a mí, y quien me acoge, acoge a aquel que me ha enviado»16.

En este texto Jesús se presenta como el centro de la afectividad y de la libertad del hombre. Poniéndose a sí mismo en el corazón de los mismos sentimientos naturales, se coloca de pleno derecho como su raíz verdadera. De este modo, Jesús revela la importancia de la promesa que su persona constituye para todos los que le de-jan entrar. No se trata de una intromisión de Jesús al nivel de los sentimientos más íntimos, sino de la promesa más grande que al hombre se le haya podido hacer: si no amamos a Cristo (es decir, la Belleza hecha carne) más que a la persona amada, la relación con esta última se marchitaría porque Él es la verdad de esta rela-ción, la plenitud a la cual uno y otro se reenvían y en la cual su relación se cumple. Sólo si Le permitimos entrar en ella es posible que la relación más bella que pueda acontecer en la vida no se corrompa y muera con el tiempo. Esta es la audacia de Su preten-sión.

¿Cómo ha respondido Jesús al miedo de los discípulos ante la verdad del matrimonio que les estaba anunciando? Podemos decir con una fórmula: haciendo el cristianismo. Él no ha dejado de anunciar la verdad del matrimonio, sino que ha introducido una novedad en sus vidas que ha hecho posible vivirlo según esa ver-dad.

Que esta novedad sea algo tan real y correspondiente a la natura-leza del hombre se ve por el hecho de que por ella se puede arries-gar toda la vida. Esto es lo que la tradición cristiana llama virgini-dad.

MATRIMONIO Y VIRGINIDAD A la reacción sorprendida de los discípulos ante la naturaleza ori-ginal del matrimonio, que antes hemos visto, Jesús opone una frase que puede resultarnos todavía más enigmática: «Él les res-pondió: “No todos pueden entenderlo, sino sólo a quienes se les ha concedido. De hecho, hay eunucos que han nacido así del vien-tre de su madre; hay otros que se han hecho eunucos a causa de los hombres, y hay otros que se han hecho eunucos por el reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda”» 17.

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Con estas palabras Jesús añade un nuevo tipo de eunucos a los ya conocidos: es decir, aquellos que se hacen eunucos por el reino de los cielos. Obviamente, se trata de la libre elección de renunciar a casarse que toman aquellos a los que se les ha concedido recono-cer el valor único del reino de los cielos. Comentando estas pala-bras, Juan Pablo II se expresó así: «en la llamada a la continencia “por el Reino de los cielos”, los primeros discípulos y después toda la tradición viva descubrirán aquel amor que se refiere aCristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, alas que Él se ha dado a sí mismo hasta el fin, en el misterio de su Pascua y en la Eucaristía. De este modo, la continencia “por el reino de los cielos”, la elección de la virginidad o del celibato para toda la vida, se ha convertido para los discípulos y los que han seguido a Cristo en un acto de respuesta particular al amor del Esposo Divino y por esto ha cobrado el significado de un acto de amor esponsal, es decir, de una donación esponsal de sí, a fin de acoger de modo especial el amor esponsal del Redentor; una do-nación de sí, entendida como renuncia, pero hecha sobre todo por amor»18.

A la luz de esto se entiende qué es la virginidad: la nueva relación absolutamente gratuita que Cristo ha introducido en la historia. La virginidad es vivir las cosas según su verdad. ¿Y cómo ha entrado en el mundo la virginidad? Ha entrado en el mundo como imita-ción de Cristo, es decir, como imitación de la vida de un hombre que era Dios. Ninguna otra razón puede sostener algo tan grande como la virginidad en el vivir la existencia, si no este ensimismar-se con la modalidad a través de la cual Cristo poseía la realidad, esto es, según la voluntad del Padre.

La persona de Jesús es un bien tan grande y precioso que Él es el único que corresponde plenamente a la sed de felicidad del hom-bre. Precisamente esta correspondencia única, que su persona po-sibilita para quien Lo encuentra, hace posible una relación con la realidad absolutamente gratuita. Por esto, quien abraza la virgini-dad puede ser libre para no casarse.

¿Cómo contribuyen al reino de Dios aquellos que son llamados a la virginidad? Los llamados a la virginidad han sido elegidos para que «griten ante todos, a cada instante –toda su vida está hecha para esto- que Cristo es lo único por lo que vale la pena vivir, que Cristo es lo único por lo que vale la pena que el mundo exista. […] Este es el valor objetivo de la vocación: la forma de su vida juega en el mundo por Cristo, lucha en el mundo por Cristo. ¡La misma forma de su vida! [...] Es una vida que, como forma, grita: “Jesús es todo”. Gritan esto ante todos, ante todos aquellos que les ven, ante todos aquellos que tienen que ver con ellos, ante todos aquellos que les escuchan, ante todos aquellos que les miran»19.

La vocación a la virginidad está estrechamente unida a la voca-ción del matrimonio. Respondiendo a la llamada, los vírgenes gritan a los esposos la verdad de su amor. Seguimos de nuevo a Juan Pablo II: «A la luz de las palabras de Cristo, como también a la luz de toda la auténtica tradición cristiana, es posible deducir que esta renuncia es a la vez una particular forma de afirmación de ese valor, en virtud del cual la persona no casada se abstiene coherentemente, siguiendo el consejo evangélico. Esto puede parecer una paradoja. Sin embargo, es sabido que la paradoja acompaña a numerosos enunciados del Evangelio, y frecuentemente a los más elocuentes y profundos. Al aceptar este significado de la llamada a la continencia «por el reino de los cielos», sacamos una conclusión correcta, sosteniendo que la realización de esta llamada sirve también —y de modo particular— para la confirmación del significado nupcial del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. La renuncia al matrimonio por el reino de Dios pone de relieve, al mismo

tiempo, ese significado en toda su verdad interior y en toda su belleza personal. Se puede decir que esta renuncia, por parte de cada una de las personas, hombres y mujeres, es, en cierto sentido, indispensable, a fin de que el mismo significado nupcial del cuerpo sea más fácilmente reconocido en todo el ethos de la vida humana y sobre todo el ethos de la vida conyugal y familiar»20.

La virginidad es la auténtica esperanza para los esposos; es la raíz de la posibilidad de vivir el matrimonio sin pretensiones ni imáge-nes: «En virtud de este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento»21.

«Por esto la virginidad es la virtud cristiana ideal de toda relación, también de la relación entre un hombre y una mujer. Y, de hecho, el culmen de su relación, el momento culminante de su relación se encuentra allí donde se sacrifican, no donde expresan su posesión. Porque, por el pecado original, de hecho, aferrar implica resbalar. Es como si uno desea algo y corre hacia ello y, cuando está cerca, corre tanto que se rompe la nariz contra ello: resbala, se tropieza. Por esto, decimos que la virginidad es una posesión con una dis-tancia interna»22. La posesión verdadera que experimentan es una posesión con una distancia interna.

EL LUGAR DE LA FAMILIA: COMUNIDADES CRIS-TIANAS VIVAS Aparece así en toda su importancia la tarea de las comunidades cristianas: favorecer una experiencia del cristianismo para la ple-nitud de la vida de cada uno. Sólo en el ámbito de esta relación más grande es posible no devorarse, porque cada uno encuentra en ella su cumplimiento humano, sorprendiendo en sí mismo una capacidad de abrazar al otro en su diversidad, capaz de una gratui-dad sin límites, de un perdón siempre renovado.

Sin comunidades cristianas capaces de acompañar y sostener a los esposos en su aventura, será difícil, si no imposible, que ellos la lleven a cumplimiento felizmente. Los esposos, a su vez, no pue-den estar exentos del trabajo de una educación –de la cual son los protagonistas principales-, pensando que pertenecer a la comuni-dad eclesial les libere de las dificultades. De este modo se revela plenamente la naturaleza de la vocación matrimonial: caminar juntos hacia el Único que puede responder a la sed de felicidad que el otro despierta constantemente en mí, es decir, hacia Cristo. Así, evitaremos pasar, como la Samaritana, de marido en marido sin lograr satisfacer el propio deseo auténtico. La conciencia de su incapacidad para resolver sola el propio drama –¡ni siquiera cam-biando cinco veces de marido!- le ha hecho percibir a Jesús como un bien tan deseable que le lleva a gritar: «dame de esta agua, para que ya no tenga más sed»23.

Consciente de la situación actual, Benedicto XVI afirma la necesi-dad de «que las familias no estén solas. Un pequeño núcleo fami-liar puede encontrar obstáculos difíciles de superar si se siente aislado del resto de sus familiares y amigos. Por esto, la comuni-dad eclesial tiene la responsabilidad de sostenerlas y ofrecerles estímulo y alimento espiritual que fortalezca la cohesión familiar, sobre todo en las pruebas o en los momentos críticos. En este sen-tido, es muy importante la labor de las parroquias, así como de las diferentes asociaciones eclesiales, llamadas a colaborar como es-tructuras de apoyo y mano cercana de la Iglesia para el crecimien-to de la familia en la fe»24. Esta invitación llena de ternura y rea-lismo es al mismo tiempo la indicación de una tarea: la familia como tal necesita de un lugar para vivir, y este sólo se puede cons-tituir por comunidades cristianas que vivan a su vez en plenitud contemplativa y operativa la propia fe. En una entrevista, Giussani utilizaba la siguiente imagen: «Un pueblo nace de un aconteci-

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miento, se constituye como realidad que quiere afirmarse en de-fensa de su vida típica contra quien la amenaza. Imaginemos a dos familias que viven en palafitos en medio de un río que crece poco a poco. La unidad de estas dos familias, a medida que la genera-ción se hace más grande (primero son dos, luego cinco, diez, etc.), se convierte en una lucha para sobrevivir y, últimamente, en una lucha para afirmar la vida. Sin pretenderlo, afirman el ideal de la vida. Así, la gente que se refiere a un pueblo, piensa inexorable-mente en la vida como algo positivo. Para la conciencia racional que tengo de la vida de cada individuo y de la sociedad, estas con-diciones de la idea de pueblo tocan el vértice de la concepción y de la actuación del anuncio del Hecho cristiano, en el que, para nosotros, se cumple lo que ha caracterizado el gran ethos del pue-blo hebreo –a lo largo de toda su historia- y su tensión por cam-biar la tierra»25.

La pertenencia de un ser humano a la propia familia se dilata así en la pertenencia a la Iglesia y, por tanto, a aquella parte de la Iglesia en la que cada uno de nosotros experimenta la presencia universal de Cristo. El ayudarse fraternalmente, el crear moradas de hospitalidad: estas son la mayor contribución que los cristianos pueden dar para favorecer y acompañar la experiencia de la fami-lia como camino inagotable hacia la plenitud constituida por Cris-to. «La superación de la soledad en la experiencia del Espíritu de

Cristo no pone a un hombre junto a otros, sino que lo abre a ellos hasta la profundidad de su ser. […] La comunidad se convierte en algo esencial para la vida de cada uno. […] El “nosotros” se con-vierte en plenitud del “yo”, en ley de la realización del “yo”» 26.

Sin la experiencia de plenitud humana que Cristo hace posible, el ideal cristiano del matrimonio se reduce a algo imposible de reali-zar. La indisolubilidad y la eternidad del amor aparecen como quimeras inalcanzables. Y, en realidad, esas son tanto frutos gra-tuitos de la intensidad de la experiencia de Cristo que a los mis-mos esposos aparecen como una sorpresa, como el testimonio de que, verdaderamente, «nada es imposible para Dios»27. Sólo una experiencia así puede mostrar hoy la razonabilidad de la fe cristia-na, una realidad que corresponde de tal manera al deseo y a las exigencias del hombre, también en el matrimonio y en la familia.

Este testimonio es la contribución que hoy pueden dar los esposos cristianos delante de la confusión en la que se encuentran tantos de nuestros conciudadanos. Es un testimonio gratuito que desafia-rá a la razón y a la libertad de quien, buscando una respuesta au-téntica a la propia exigencia de felicidad, no consigue encontrarla. Es un testimonio que intentamos dar con la conciencia de que «portamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta potencia extraordinaria viene de Dios y no de nosotros»28.�

1 Spe salvi, 24. 2 Mt 19,3-6.10. 3 Spe salvi, 24. 4 T.S. Eliot, Choruses from “The Rock”, 6 («By dreaming of systems so perfect that no one will need to be good»). 5 Spe salvi, 25. 6 J.W. Goethe, Faust, 682-683 («Was du ererbt von deinen Vätern hast, | Erwirb es, um es zu besitzen!»). 7 Benedetto XVI, Famiglia e comunità cristiana: formazione della persona e trasmissione della fede.8 C. Pavese, Il mestiere di vivere, Einaudi, Torino 1973, p. 190. 9 Deus caritas est, 2. 10 L. Giussani, Affezione e dimora, Biblioteca Universale Rizzoli, Milano 2001, p. 130. 11 Deus caritas est, 5. 12 G. Leopardi, Aspasia, 33-34. 13 W. Shakespeare, Romeo and Juliet, I, I, («Show me a mistress that is passing fair, | What doth her beauty serve, but as a note | Where I may

read who pass’d that passing fair?»). 14 C.S. Lewis, Sorpreso dalla gioia, Jaca Book, Milano 2002, p. 160. 15 L. Giussani, Le mie letture, Biblioteca Universale Rizzoli, Milano 1996, p. 30. 16 Mt 10,34-40. 17 Mt 19,11-12. 18 Juan Pablo II, Udienza generale, 28 aprile 1982.19 L. Giussani, Il tempo e il tempio. Dio e l’uomo, Biblioteca Universale Rizzoli, Milano 1995, pp. 20-21. 20 Giovanni Paolo II, Udienza generale, 5 maggio 1982.21 Familiaris consortio, 16. 22 L. Giussani, Affezione e dimora, Biblioteca Universale Rizzoli, Milano 2001, p. 250. 23 Gv 4,15. 24 Benedetto XVI, Incontro festivo e testimoniale per la conclusione del V Incontro Mondiale delle Famiglie.25 L. Giussani, L’io, il potere, le opere. Contributi da un’esperienza, Marietti, Genova 2000, p. 251. 26 L. Giussani, Il cammino al vero è un’esperienza, Rizzoli, Milano 2006, p. 110. 27 Lc 1,37. 28 2Cor 4,7.

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CL: UNA REALIDAD ECLESIAL Comunión y Liberación es un movimiento eclesial cuya finalidad es la educación cristiana madura de sus propios seguidores y la colaboración con la misión de la Iglesia en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea.

Nació en Italia en 1954 cuando don Luigi Giussani dio vida, a partir del liceo clási-co “Berchet” de Milán, a una iniciativa de presencia cristiana llamada “Gioventù Studentesca” (GS). Las siglas actuales, Comunión y Liberación (CL), aparecen por primera vez en 1969. Sintetizan el convencimiento de que el acontecimiento cris-tiano, vivido en la comunión, es el fundamento de la auténtica liberación del hombre. En la actualidad Comunión y Liberación está presente en cerca de se-tenta países en todos los continentes.

No se prevé ninguna forma de inscripción, sino únicamente la libre participación de las personas. Un instrumento fundamental de formación de los seguidores del movimiento es la catequesis semanal denominada «Escuela de comunidad».

EL CARISMA DE CL

«Un carisma - ha escrito don Giussani - se puede definir como un don del Espíritu dado a una persona en un determinado contexto histórico, con el fin de que ese individuo inicie una experiencia de fe que pueda resultar de algún modo útil para la vida de la Iglesia. Subrayo el carácter existencial del carisma: éste hace más convincente, más persuasivo, más “abordable” el mensaje cristiano propio de la tradición apostólica. Un carisma es un terminal último de la Encarnación, es decir, una modalidad particular a través de la cual el Hecho de Jesucristo hombre-Dios me alcanza y, a través de mi persona, puede alcanzar a otros». La esencia del carisma dado a Comunión y Liberación puede resumirse en tres factores:

• - en primer lugar, el anuncio de que Dios se hizo hombre (el estupor, la razo-nabilidad y el entusiasmo por esto): «El Verbo se hizo carne y habita entre no-sotros»;

• - en segundo lugar, la afirmación de que este hombre - Jesús de Nazaret muerto y resucitado - es un acontecimiento presente en un «signo» de «comunión», es decir, en la unidad de un pueblo guiado como garantía por una persona viva, en última instancia, el Obispo de Roma;

• tercer factor: sólo en Dios hecho hombre y, por tanto, sólo en Su presencia, sólo a través de la forma que permite experimentar Su presencia (por tanto, sólo en la vida de la Iglesia), el hombre puede llegar a ser hombre de forma más verdadera y la humanidad puede ser realmente más humana. Escribe san Gregorio Nacianceno: «Si no fuese tuyo, Cristo mío, me sentiría criatura finita». Únicamente de Su presencia brotan con seguridad la moralidad y la pasión por la salvación del hombre (misión).

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Desde la primera hora de clase en el Liceo “Berchet” de Milán - recuerda don Giussani - traté de mostrar a los chicos lo que me movía: no la voluntad de con-vencerles de que tenía razón, sino el deseo de mostrarles el carácter razonable de la adhesión a la fe, o lo que es lo mismo, la correspondencia que ellos mismos descubrían entre lo que yo les decía y las exigencias propias de su corazón - tan esenciales para la definición de ‘razonable’ - motivaba la adhesión de su libertad al anuncio cristiano. Sólo este dinamismo de reconocimiento convierte a cual-quiera que se adhiere a nuestro movimiento en un protagonista creativo, y no en un mero repetidor de fórmulas y discursos. Por esto, creo, el carisma genera una realidad social no a raíz de proyecto, sino como fruto de un movimiento de perso-nas cambiadas por un encuentro, que tratan de hacer más humano el mundo, el ambiente y las circunstancias con las que se encuentran. La memoria de Cristo vivida tiende inevitablemente a generar una presencia en la sociedad, a prescin-dir de cualquier éxito programado».

En la carta a don Giussani por los 20 años de la Fraternidad de CL, Juan Pablo II escribió: «Rememorando la vida y las obras de la Fraternidad y del movimiento, el primer aspecto que destaca es el empeño puesto en prestar atención a las nece-sidades del hombre de hoy. El hombre jamás deja de buscar… El movimiento, por tanto, ha querido y quiere indicar no ya un camino sino el camino para llegar a la solución de este drama existencial. El camino - ¡cuántas veces lo ha afirmado Us-ted! -, es Cristo».

En la carta a Juan Pablo II por los 50 años de CL don Giussani escribió: «No sólo no pretendí nunca “fundar” nada, sino que creo que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos elementales del cristianismo, es decir, la pasión por el hecho cristiano como tal, en sus elementos originales y nada más».

LAS TRES DIMENSIONES DE LA EXPERIENCIA DE CL

Cultura: verificación de la experiencia, acción política, ecumenismo

La vida de GS primero y de CL después se ha caracterizado siempre por una fe-cunda actividad cultural. La vivacidad cultural de CL nace de la pasión por verifi-car la capacidad de la fe cristiana para ofrecer un criterio más fecundo y com-pleto en la lectura de la realidad y de los acontecimientos. La sugerencia de san Pablo: "Valorad todo y quedaos con lo bueno"36 es para CL la mejor definición del trabajo cultural: todo, en efecto, se puede abordar teniendo como criterio la claridad sobre el hombre aportada por la revelación cristiana, y de todo, como consecuencia de dicho criterio, se puede extraer y valorar lo que es verdadero y bueno. Desde el comienzo, los chicos de don Giussani, apremiados por un am-biente cultural y escolar que, hoy igual que entonces, tiende a marginar el hecho cristiano como hipótesis de lectura de la realidad, se han comprometido, a través de congresos, publicaciones y las llamadas "fichas de revisión", a intervenir sobre cuanto las clases escolares o la actualidad social y cultural ponían en el punto de mira. Junto a este trabajo, se redescubrían y proponían autores, textos y proble-mas censurados u oscurecidos por la posición cultural dominante. En esta "escuela" han crecido personas y grupos que han dado vida o colaborado, bajo su responsabilidad, en obras culturales de alcance nacional e internacional, y en una miríada de iniciativas donde están presentes tanto el gusto por el encuentro entre experiencias diferentes, como la pasión por comunicar el propium del acon-

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tecimiento cristiano. Así han nacido, en Italia y fuera de ella, centenares de cen-tros culturales, decenas de escuelas libres, promovidas a menudo por cooperati-vas de padres. Han surgido editoriales, se han realizado actividades editoriales y periodísticas, se han promocionado Institutos y Fundaciones a nivel académico, convenciones internacionales (como el anual "Meeting por la amistad entre los pueblos" de Rímini) que han implicado a los nombres más ilustres de la cultura y debatido los temas más candentes de la actualidad. Todo esto ha suscitado en torno al movimiento simpatías y antipatías. Más allá de las inevitables imprecisio-nes que ese trabajo comporta, a veces existe por parte de quien observa la difi-cultad, cuando no la cerrazón, para considerar la identidad cristiana como porta-dora de un juicio original sobre la cultura y la sociedad. Quienes, incluso dentro del llamado mundo católico, consideran la fe como un asunto "de la estratosfe-ra", y no como un factor que incide en la historia y la cultura, preferirían que la co-munidad cristiana no se ocupase de cuanto está más allá de la puerta de la sa-cristía. En una experiencia cristiana comprometida, la dimensión política deriva naturalmente de la dimensión cultural. La acción política, dentro de la concep-ción de CL, es uno de los campos donde un cristiano está llamado con mayor res-ponsabilidad y generosidad ideal a verificar el criterio unitario que mueve su exis-tencia frente a los problemas planteados por la vida de la sociedad y las institu-ciones. Dios ha dado poder a los hombres para que trabajen en Su creación a través del compromiso en el ámbito de los propios talentos, de la propia familia, de la sociedad, hasta esa «forma exigente de caridad» - como la definía Pablo VI - que es la política. No debe sorprender, por tanto, que de las filas de CL hayan salido personalidades comprometidas a distintos niveles en la acción política, di-rectamente y bajo su propia responsabilidad. En particular, siguiendo el cauce trazado por la Doctrina social de la Iglesia, lo que anima el compromiso cristiano en política es la defensa del bien sumo, la libertad, condición para que el hombre busque respuestas adecuadas a lo que desea su corazón y sus necesidades re-claman. Libertad amenazada demasiadas veces en la época moderna por las tendencias absolutistas -manifiestas u ocultas- del Estado y de las ideologías que identifican en éste la fuente del derecho individual y la libertad de asociación. La acción política propia de quien se ha educado en CL debe tender, por tanto, a crear las condiciones para que la persona y la sociedad, que se expresan en obras lucrativas, culturales y asociativas, no sean mortificadas o penalizadas por una visión estatalista o el privilegio otorgado a unos pocos, por razones de poder. Una síntesis de la concepción que el movimiento tiene de la política se encuentra perfectamente expresada en el texto de la intervención de don Giussani en la asamblea de la CdO lombarda del 6 de febrero de 1987, recogido ahora en la publicación El yo, el poder, las obras (Encuentro, Madrid 2001).

Las batallas que han implicado no sólo a personalidades individuales sino la dispo-nibilidad de todo el movimiento, como la de la libertad de educación y la pari-dad entre escuela estatal y escuela privada, o la más general por el respeto del principio de "subsidiariedad", tienden a realizar la unidad entre trabajo cultural y acción política. Finalmente, la concepción de cultura propia de Cl coincide con el significado más auténtico del término ecumenismo. Éste no es la búsqueda de un mínimo común denominador entre experiencias distintas con el fin de justificar una tolerancia que parece, en realidad, carencia de amor recíproco. Ecumenis-mo como significado verdadero de cultura indica más bien la capacidad de abrazar incluso la experiencia más lejana y distinta (por ejemplo la experiencia de los monjes budistas del Monte Koya, la cultura ruso-ortodoxa, la tradición judía), en virtud de que haber encontrado, por gracia y no por mérito propio, la verdad permite reconocer cada indicio de verdad y valorarlo.

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Caridad: la gratuidad como ley, la obra de la caridad

Uno de los gestos propuestos por GS desde 1958 fue la acción caritativa en la Bas-sa. Cada semana centenares de chicos se dirigían desde Milán a una zona de la periferia, la Bassa, en donde las condiciones de vida de muchas familias estaban cercanas a la indigencia y la vida social era casi inexistente. Durante algunas horas, aquellos chicos acompañaban a los niños, jugaban con ellos, organizaban, de acuerdo con los párrocos locales, momentos de alfabetización y catequesis. Trataban, además, de ayudar a las familias en sus necesidades. «La vida debería ser un total compartir - explica don Giussani -, pero la distracción, el miedo, la co-modidad, los impedimentos del ambiente y la maldad vacían la vida del valor de la caridad. Para crear una mentalidad de caridad, el medio más humilde y eficaz es el de empezar a vivir algunos momentos de tiempo libre expresamente, de for-ma voluntaria como un compartir la vida de los demás. El comprometerse con un sacrificio físico, además, es esencial para la influencia sobre nuestra mentalidad». La propuesta de la acción caritativa era y es, por tanto, el instrumento educativo para realizar esta “conversión”.

Las formas de acción caritativa son hoy variadísimas: ir a la parroquia o a un ba-rrio para jugar con los niños, acudir a un asilo a hacer compañía a los ancianos, ayudar a los niños más pequeños a estudiar, compartir situaciones difíciles como la pobreza, la enfermedad psíquica o los estadios terminales de enfermedades incurables, ayudar a buscar un trabajo, etc. También en este caso, al igual que en la dimensión cultural, los desarrollos operativos, desde los más sencillos a los más complejos, están ligados a la iniciativa libre y a la elección de compromiso de los individuos o de los grupos de miembros de Cl y no comprometen al movimiento en cuanto tal.

Misión: un testimonio católico

Desde el comienzo los chicos de GS eran educados en la misión también a través del interés por figuras de misioneros comprometidos en lugares lejanos y difíciles. A lo largo de toda su historia, CL ha colaborado con la acción misionera de perso-nalidades significativas (desde Marcello Candia a monseñor Pirovano; desde el Padre Lardo a la Madre Teresa) o de instituciones y órdenes religiosas (los padres del Pime, los padres Combonianos). Pero tuvo importancia sobre todo la propues-ta que se hizo a aquellos chicos de bachillerato de los comienzos: sostener res-ponsablemente y por entero (quizá por primera vez en la historia de la Iglesia) una acción misionera en Brasil, en Belo Horizonte, en 1962. La misión en Brasil tiene un significado más allá del hecho de que con la partida de aquellos jóvenes se es-parcieron las primeras semillas de la presencia del movimiento en América Latina: en la historia del movimiento, aquel gesto significó que no existe distinción entre la invitación dirigida a un amigo para asistir al "radio", la Escuela de comunidad o un gesto de la compañía, y la acción de anuncio cristiano llevada a cabo por mu-chos misioneros, hoy también de CL, en tierras difíciles de África, Asia o América. Es la misma misión universal de la Iglesia, el mismo anuncio. La misión en el propio ambiente, el testimonio al que reclama el movimiento, se entienden ante todo como ofrecimiento a Cristo de la propia disponibilidad, más que como capaci-dad de iniciativa o estrategia comunicativa. Bajo este perfil, más que preocupar-se por la propia difusión, CL ha entendido siempre la misión como servicio a la mi-sión de la Iglesia y reclamo a la experiencia cristiana en cada ambiente de estu-dio o trabajo donde sus seguidores se encuentran por todo el mundo.

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LOS GESTOS FUNDAMENTALES

Uno de los motivos de sorpresa para quien se acerca a la vida de los miembros de CL es advertir que se trata de una vida normal, en el sentido de que la adhesión al movimiento no comporta obligaciones particulares ni costumbres extrañas.

Una de las características a las que el movimiento siempre ha dado importancia y que lo ha diferenciado pronto del asociacionismo católico tradicional es la ausen-cia de cualquier forma de inscripción y el énfasis en la importancia de la adhesión libre del individuo a los contenidos y al método educativo del movimiento. Con análoga libertad, la experiencia de CL indica unos gestos fundamentales para un camino personal y comunitario de educación en la fe. Son gestos “fundamentales”, pero ninguno de ellos es considerado obligatorio.

La oración

Una de las características peculiares del movimiento es el cuidado de gestos de oración personal y comunitaria, algo que se concreta en la edición, con imprima-tur eclesiástico, de un Libro de las Horas que reproduce parte del Breviario de la Iglesia universal, en el cuidado del canto litúrgico y en el aprendizaje de himnos y cánticos de la Tradición. Este cuidado ha llevado a la “creación” de un gesto de preparación a la Semana Santa, que de modo sugerente reúne lecturas bíblicas, fragmentos de las obras poéticas de meditación cristiana de Charles Péguy, pie-zas corales y musicales de la tradición litúrgica y del repertorio más genialmente inspirado en temas o momentos religiosos, como el Réquiem de W.A. Mozart y el Stabat Mater de G.B. Pergolesi.

La participación en la liturgia y en los sacramentos, la costumbre de rezar el Ánge-lus y la repetición de jaculatorias particularmente significativas de la Tradición (por ejemplo: Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam) tienden a generar en los miembros de CL una familiaridad con el sentido más verdadero y sencillo de la oración.

Ella es, en efecto, el origen de la comunión y el primer fruto de una vida de comu-nidad auténticamente vivida. La oración es la expresión de la dependencia de Otro que todo hombre razonable y realista advierte.

Escuela de comunidad

Además de la invitación a la oración y a la vida normal de sacramentos de todo católico, el movimiento de don Giussani propone a sus miembros, y a quien lo desee, un gesto de catequesis y confrontación de la experiencia, con periodici-dad normalmente semanal. En los orígenes este momento de la vida de GS se de-nominaba "raggio", un encuentro sobre un tema definido por el orden del día. Los órdenes del día tenían que ver preferentemente con temas de fondo: no temas que hicieran romperse la cabeza con sutilezas explicativas o con exégesis pura de textos evangélicos o paulinos, sino sobre todo temas relativos a la vida, de forma

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que se facilitase una comunicación de sí mismos y el compartir las necesidades de los demás. La “Escuela de comunidad” tiene como objetivo ser una verdadera escuela que, mediante la lectura y la comparación con la propia experiencia de textos propuestos por el Centro del movimiento, forme en quienes la siguen una conciencia más clara de la naturaleza del hecho cristiano e ilumine la vida. Los textos propuestos son generalmente del Magisterio o de don Giussani. La Escuela de comunidad es el momento normal de catequesis y encuentro, tanto para los jóvenes de bachillerato y de la universidad como para los adultos. Siguiendo la indicación de don Giussani para cada gesto de la comunidad desde los inicios, también la Escuela de comunidad tiene un carácter público, un valor para todos, en el sentido de que está abierta a la participación de cualquiera, y se propone a menudo en los ambientes de estudio y de trabajo.

Caritativa

La propuesta de la caritativa, que desde los primeros seguidores de Gioventù Studentesca ha implicado a decenas de miles de jóvenes y de adultos, ha respondido siempre a unos motivos claros. No se trata de dar curso a acciones filantrópicas o de preten-der ofrecer con tales iniciativas respuestas exhaustivas a necesidades a menudo vastas y complejas, sino de aprender, a través de la fidelidad a un gesto ejemplar, que la ley última de la existencia es la caridad, la gratuidad. De tal “escuela” de gratuidad ha nacido en Italia y en el mundo, por medio de la iniciativa libre y res-ponsable de miembros del movimiento o gracias a su colaboración, una serie in-terminable de actividades pequeñas y grandes con finalidad caritativa, en los campos más dispares: desde la catequesis de niños en las parroquias al acompa-ñamiento de ancianos en los hospitales, desde la acogida en familias de niños o de personas con dificultades a la creación de verdaderas casas-familia para ca-sos difíciles (madres solteras, toxicómanos, deficientes, minusválidos, enfermos de SIDA y enfermos terminales); desde la creación de empresas dedicadas a la rein-serción laboral de minusválidos a la fundación de organizaciones no guberna-mentales para proyectos de desarrollo y de asistencia en países pobres (por ejem-plo AVSI en Italia, ente reconocido por la ONU, y CESAL en España); desde la constitución de fundaciones como el Banco de Alimentos (que proporciona ali-mento diario a casi un millón de pobres en Italia recogiendo los excedentes de producción alimentaria de grandes y medianas industrias) a la creación de Cen-tros de solidaridad, en donde se ofrece ayuda en la búsqueda de empleo para jóvenes (y no tan jóvenes) parados; desde la asistencia en las cárceles de meno-res en África y América Latina al simple sostenimiento económico de familias en dificultad.

Tratándose en muchísimos casos de obras que unen a la finalidad caritativa una organización de tipo empresarial, puede decirse que estas iniciativas retoman, en clave actual y a menudo bajo la égida del llamado sector non profit, la tradición de las grandes obras caritativas que han marcado la historia de la cristiandad.

Vacaciones

Las vacaciones, en especial las vividas juntos en la montaña, han sido siempre uno de los momentos privilegiados para descubrir el gusto de la compañía cristia-na y la actitud de estupor y respeto en la que ésta educa frente a la realidad de

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lo creado. Desde el comienzo, los primeros "observadores" se asombraban de có-mo don Giussani llevaba de vacaciones a la montaña a grupos a veces numero-sos de chicos y chicas, haciendo coincidir este tiempo (al contrario de lo que su-cedía y sucede normalmente con los grupos escolares, e incluso con muchas aso-ciaciones católicas) con momentos de gustosa y ordenada compañía y de fuerte propuesta cristiana. Por lo demás, como ya hemos señalado, es durante el deno-minado tiempo libre cuando se reconoce a qué le prestan verdadera atención en la vida un joven y un hombre, y a qué ideal se entregan. Las vacaciones, vivi-das en grupo o individualmente con la familia, son también una ocasión "misionera" para proponer la experiencia que se ha encontrado.

Lectura

Otra forma con la cual CL educa en el sentido crítico, el descubrimiento de la dig-nidad humana y el verdadero rostro de la Iglesia, es la invitación a la lectura de libros (también a través del llamado "libro del mes") y al trabajo cultural, animando así a no olvidar el valor de la belleza tal como emerge en algunas obras de arte de la música clásica, la pintura o el cine. Para los miembros de CL han llegado a ser familiares y objeto de profundización, entre otros, los nombres de Dante, Leo-pardi, Pascoli, Ada Negri, Pasolini, Montale, Péguy, Eliot, Falco, Soloviev, De Lubac, Dawson, Moeller, Mounier, junto a los de Schubert, Beethoven, Mozart, Donizetti, y a los de Giotto, Antelami, Masaccio, Caravaggio, y también al de Dreyer y otros gigantes de la literatura y el arte.

El canto

Uno de los gestos que señaló el nacimiento y acompañó el desarrollo de Comu-nión y Liberación es el canto, en especial, el canto común. «El canto - afirma Gius-sani - es la expresión más alta del corazón del hombre. No existe un servicio a la comunidad comparable con el canto». Ya se trate de cantos litúrgicos, canciones nacidas de la experiencia de algunos miembros de CL (algunas de ellas han da-do la vuelta al mundo), u otras pertenecientes al repertorio popular de varias na-ciones, el cuidado del canto común es signo distintivo de los encuentros de CL. Con el canto, en efecto, la comunidad expresa de modo sintético y persuasivo su propia unidad, y el gusto y la conciencia nueva que derivan de ella.

Fondo común

Desde los orígenes del movimiento, ha destacado como gesto educativo el lla-mado "fondo común". Se trata de un fondo destinado a la construcción de la obra común a través del sostenimiento de actividades misioneras, caritativas y culturales. Cada uno participa libremente en este fondo, aportando mensualmen-te un porcentaje de sus propios ingresos (lo que en los comienzos del movimiento se denominaba "diezmo"). La finalidad de este gesto es el testimonio de una con-ciencia comunional del propio tener, el incremento del valor de la pobreza como virtud evangélica. No es relevante la cuota que cada uno aporta, sino la seriedad con la cual se obedece al compromiso adquirido libremente. Esta seriedad es lo único que permite a cada uno educarse en la caridad.