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Espiritualidad del trabajo MAXIMILIANO HERRAIZ Paco Torrente (Valencia) Tenemos detrás de nosotros una historia breve de teología y espiritualidad del trabajo. Delante, un futuro cOl11prometedor que va a poner a prueba la vocación y la voluntad de la Iglesia en el campo en el que está en juego todo: Dios, el hombre, la historia. En el presente contamos con unas intuiciones capaces de abrir camino, de alimentar reflexión y vida para que la ca- rencia de ayer se convierta mañana en abundancia, y la ausen- cia inexplicable, en presencia iluminadora. Esta superación será tanto fruto de la reflexión teológica como de la praxis cristiana. En mutua interacción. De la primera vamos a recoger las líneas fundamentales. De la segunda po- dríamos indagar algunas de las modulaciones que presenta en los movimientos espirituales que hacen de la praxis el eje ver- tebrador de su vivencia cristiana 1. Pero preferimos derivar hacia las actitudes de fondo que deben alimentar la espiritualidad del trabajo, en continuidad con las líneas teológicas a las que nos referimos en este estudio. 1 Por ejemplo, todos los encuadrados en los «nuevos militantes», como Cristianos por el socialismo, HOAC, movimientos de liberaci6n, etc. (cfr. A. GUERRA, Acercamiento espiritual a ¡as nuevas militancias, en RevBsp. núm. 145, 36 (1977), 579-600, Y el estudio de Centre d'études oecuméniques de Strasbourg, Au-dela des confessions. Les motlVements tronscollfessionnels, Cel'f, París, 1979, págs. 101-133. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 629-648.

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Page 1: Espiritualidad del trabajo · praxística que vendría de una teología de la creación, de las realidades terrenas y del mismo laicado, «vocacionalmente» más vinculado al trabajo

Espiritualidad del trabajo

MAXIMILIANO HERRAIZ

Paco Torrente (Valencia)

Tenemos detrás de nosotros una historia breve de teología y espiritualidad del trabajo. Delante, un futuro cOl11prometedor que va a poner a prueba la vocación y la voluntad de la Iglesia en el campo en el que está en juego todo: Dios, el hombre, la historia. En el presente contamos con unas intuiciones capaces de abrir camino, de alimentar reflexión y vida para que la ca­rencia de ayer se convierta mañana en abundancia, y la ausen­cia inexplicable, en presencia iluminadora.

Esta superación será tanto fruto de la reflexión teológica como de la praxis cristiana. En mutua interacción. De la primera vamos a recoger las líneas fundamentales. De la segunda po­dríamos indagar algunas de las modulaciones que presenta en los movimientos espirituales que hacen de la praxis el eje ver­tebrador de su vivencia cristiana 1. Pero preferimos derivar hacia las actitudes de fondo que deben alimentar la espiritualidad del trabajo, en continuidad con las líneas teológicas a las que nos referimos en este estudio.

1 Por ejemplo, todos los encuadrados en los «nuevos militantes», como Cristianos por el socialismo, HOAC, movimientos de liberaci6n, etc. (cfr. A. GUERRA, Acercamiento espiritual a ¡as nuevas militancias, en RevBsp. núm. 145, 36 (1977), 579-600, Y el estudio de Centre d'études oecuméniques de Strasbourg, Au-dela des confessions. Les motlVements tronscollfessionnels, Cel'f, París, 1979, págs. 101-133.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 629-648.

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I. EL PESO DE LA HISTORIA

Sobre nosotros pesa la realidad de esa pobre reflexión teo­lógica sobre el trabajo. Y la causa o efecto -o ambas cosas a la vez- de una espiritualidad al margen o no obstante el tra­bajo. En cualquier caso, no de ni en el trabajo. Parece que la incidencia de esta tradición es grande 2. Y que su superación y vencimiento no está a la vuelta de la esquina de un futuro pró­ximo. Porque unos se fueron por falta de «sitio». Y otros se encuentran bien «en lo de siempre». La teología y espiritualidad del trabajo tiene que luchar de entrada contra la difidencia de unos JI ottos. Aunque por distinta causa: de oportunismo -tar­dío-, para los primetos; de progresismo -sospechoso-, para los segundos. A 10 que hay que añadir la obra de roturación -siempre difícil- de los aventureros de la causa del trabajo, como causa de Dios y del hombre, de la historia y de la esca­tología, del cielo y de la tierra, de la gratuidad y de la eficacia.

Porque la historia pesa sobre nosotros y nos condiciona. Con­vierte nuestros pasos en tanteos sin la cobertura doctrinal y praxística que vendría de una teología de la creación, de las realidades terrenas y del mismo laicado, «vocacionalmente» más vinculado al trabajo 3.

A la raíz de esta pobreza de la teología del trabajo -en densidad y en planteamiento- estaría su escasa presencia en la Biblia y en la tradición. De la Biblia -concretamente del NT- parece que no puede decirse más, ni otra cosa, que «el trabajo es a la vez ensalzado y como ignorado o tratado con desdén, como un detalle sin importancia». O que «los evange­lios observan sobre el trabajo un silencio sorprendente» 4. Más

2 Sintetiza Urs VON BALTHASAR esta tradición: «La contemplación es el placer puro y la acción, la fatiga pura» (Acción y contemplación, en Escritos teológicos, l, Cristian­dad, Madrid, 1964, 294). Aun en personas con no escasa formación cristiana y sinceridad espiritual a toda prueba, se vincula la vida espiritual a tiempos y ejercicios al margen del trabajo.

3 M. D.-CHENU, Teología del trabajo, en El Evangelio en el tiempo, Estela, Barcelo­na, 1966, 538; G. CAMPANINI, Trabajo, en Diccionario enciclopédico de teologla moral, dirigido por L. ROSSI y Ambrosio VALSECCHI, Ed. Paulinas, Madrid, 1974, 1105; A. DE

NICOLÁS, Teología del progreso, S/gueme, Salamanca, 1972, en la que presenta los estu­dios más significativos modernos sobre la teolog/a de la creación, realidades terrestres, actividades humanas, historia y mundo.

4 X. LEaN DUFOUR, Vocabulario de teologla bíblica, Herder, Barcelona, 1967, 798, 2." La explicación que ensaya no ilumina ni elimina el hecho: «La poca importancia por una patte, y por otra la importancia dada al trabajo no son en !nodo alguno datos contra­dictorios, sino dos polos de una actitud cristiana esencial» (ib.).

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modernamente se ha escrito: «que [la Biblia] pone las premisas para un posible desarrollo de una teología del trabajo» 5.

y esto no obstante que en las primeras páginas del Génesis se vea «el primer evangelio del trabajo» 6 y como la «condensa­ción» de toda la fe-teología de la creación 7. O se hable ponde­rativamente del «grande, aunque discreto evangelio del trabajo, que encontramos en la vida de Jesús» 8.

Esta pobreza bíblica se trasvasó en la tradición. Parece que es un hecho irrefutable «la objetiva falta de relieve del trabajo en la tradición cristíanooccidental» 9.

Sin historia apenas -o con historia en contra- nos pre­sentamos a mediados de nuestro siglo, cuando se registran los primeros intentos directos de una teología-espiritualidad del tra­bajo 10. El Concilio asume y formula en buena parte los frutos de la reflexión de los años cincuenta 11. Pero todavía no tenemos una exposición sistemática. Seguimos viviendo de los «aforis­mos programáticos» de Chenu 12.

Esta rápida mirada retrospectiva es suficiente para percatar­se que el pasado de que venimos no nos favorece en el campo que nos ocupa, Estamos viviendo todavía tiempos de rotura­ción, teológica y espiritual 13.

Antes de pasar adelante queremos recoger alguna indicación sobre lo que entendemos en estas páginas por trabajo. Se ha

s G. ANGELLINI, Traba;o, en Nuevo diccionario de teología, n, Cristiandad, Madrid, 1982, 1908.

6 JUAN PABLO n, Laborelll exercellS (LE), 25. 7 G. VON RAD, Teología del Antiguo Testamento, l, Sigueme, Salamanca, 1969, 189-

212; W. EICHRODT, Teología del AI/tiguo Testamwto, n, Cristiandad, Madtid, 1975, 104-123. El puesto del hombre en la creaci61/, ib., 125-137.

s JUAN PABLO n, LE, 26. El Concilio Vaticano II destaca que el Hijo de Dios «eligió la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra» (GS 32).

9 G. ANGELLINI, Traba;o, a. c., 1886. Esto no obsta para que se admita que el cris­tianismo «significó una corrección sustancial de aquel aristocrático despl'ecio griego y latino por el trabajo» (ib., 1888).

10 Pionero en estas lides, M. D.-ClIENU, Hacia ulla teología del trabajo, Estela, Bar­celona, 1965; Espiritualidad del traba;o, ed. Atlántida, Barcelona, 1945. Y ottas colabota­dones en diccionarios y enciclopedias. Más modernas, y directamente sobre la espirituaH

lidad, las obras de L. DA FARA, Lavara di Dio e lavo/'o deU'nomo. Lil/ee pey tina teologia spiritaale del lavara, Padova, 1971; G. BONICELLI-S. QUADRI, Il lavara neUa vita spiri­tuale, Milano, 1965.

JI G. MATTAI, Trabajo) en Diccionario teol6gico inlerdisciplinar, IV, Sígueme, Sala­manca, 1983, 512.

12 G. ANGELLINI, a. C., 1901, 1903. De hecho a Chenu pertenecen las colaboraciones en la pl'áctica totalidad de diccionarios y obras enciclopédicas, p. e., Sacramentum mundi, COl/ceptos fundamelltales de teología, El ateismo contemporáneo, etc.

13 Algunos movimientos espirituales apuntan en esta dirección y están ofreciendo a la teología material abundante para su reflexión y sistematizaci6n de una espiritualidad de la praxis (cfr. nota 1).

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definido, o mejOf, descrito, por Juan Pablo II como «verdadera vocaClOn de transformación del mundo, en un espíritu de servi­cio y amor a los hermanos, para que la persona humana se realice a sí misma y contribuya a la creciente humanización del mundo y de sus estructuras» 14. Contiene todos los elementos sobre los que nos detendremos en las páginas que siguen. Más sintéticamente se ha dicho que el trabajo es «revestir la materia de espíritu» 15. La acción por la que el hombre, transfOfmando la naturaleza, se realiza a sí mismo y lleva aquélla a su con­sumación. Sobre este fondo histórico tratamos ahora de las lí­neas fundamentales de la teología del trabajo que señalan ca­mino, dirección y contenido a la vivencia espiritual cristiana en el empeño de transformación del mundo.

11. LÍNEAs TEOLÓGICAS DEL TRABAJO

1. El hombre, agente y destinatario del trabajo

«El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la tierra» 16. No agota el trabajo al hombre 17. Pero el hombre no puede explicarse sin la actividad sobre el mundo. El trabajo le es inherente. «Dimensión funda­mental» de su terrenidad.

Dios crea y trabaja (Gén 1 y 2,3). Y llama al hombre al trabajo. Le entrega su obra para que la domine y se enseñoree de ella. «La 'imagen de Dios' en el hombre y su destino a do­minar el mundo se identifican» 18. Más adelante matizará: «La misión de dominar el mundo no es algo sobreañadido a la exis­tencia del hombre, sino que constituye su dimensión fundamen­tal como 'imagen' y 'aliado' de Dios» 19.

Por eso, el trabajo es «gracia», como gracia es la llamada a

14 Discurso a los tl'abaiadores ell el estadio de Jalisco 00-1-79). Mensaie a la Iglesia Latinoamericana, BAC, minor, Madrid, 1979, 152-153.

1S J. DAVID, La fuerza creadora del hombre. Teologia del trabaio )' de técnica, en M)'sterillfll sallltis, H/H, Cristiandad, Madrid, 1969, 886; «El trabajo es la redención natural que humaniza al mundo y diviniza al hombre» (E. BORNE, cit. por CHENU, Espi­ritualidad ... , o. C., 41).

16 JUAN PABLO n, LE, 4. 17 CI-IEl\TU) La Teología del trabaio frente al ateísmo) en El afeismo cOl1temporáneo)

IV, Cristiandad, Madtid, 1973, 307. 18 Juan ALFARa, Hacia una teolagia del progreso humano, Herder, Barcelona, 1974, 17. 19 lb., 28.

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la existencia, vocación también a ser interlocutor de Dios 20, y a disfrutar de la creación como «señor» y «dueño». El hecho posterior del pecado, y el carácter de dolor que introduce en la actividad humana (Gén 3,17), con su sentido de expiación 21,

no toca ni modifica la esencia original del trabajo, como fuente de realización del hombre y de desarrollo de la creación. Insisto ahora en el primero: el hombre -agente del trabajo- es des­tinatario en sentido profundo: no sólo beneficiario de la obra de sus manos. Por el trabaJo se hace, se hominiza. «Bien del hombre y para el hombre» 22. El Concilio Vaticano II ya había dicho: «La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre» (GS 35). Por el trabajo el hom bre «se realiza a sí mismo, como hombre; es más, en cierto sentido 'se hace más hombre'» 23.

Constitutivamente estamos vinculados al mundo. Somos te­rrenos, mundo. Y sólo podemos realizar nuestro ser inacabado, «proyectado», en nuestra acción sobre el mundo. Obrar en y sobre el mundo es nuestra única posibilidad de ser. No a pesar del trabajo, sino en el trabajo es como la persona humana va avanzando en su laborioso proceso de hominización, respondien­do a su ser que, para nosotros los creyentes, es vocación y lla­mada; es decir, proyecto y forma de llevarlo a cabo; que no es «original» del hombre, sino «recibido» y asumido con la li­bertad y responsabilidad que nos son propias. El hombre se hace haciendo, actuando sobre la creación. «El hombre no pue­de realizarse como hombre sino obrando en el mundo y sobre el mundo» 24.

Pero este perfeccionamiento que encuentra el hombre en el trabajo no le viene oblicuamente y «desde fuera» del trabajo, por efecto de una «intención» por la que 10 conectaría a un

20 «Desde su nacimiento el hombre es invitado al diálogo con Dios» (GS 19). 21 "No se puede comprender todo el sentido del trabajo del hombre si se olvida que

es también una ley de expiación y de reparación, impuesta por Dios a toda la huma­nidad» (R. VOILLAUME, En el cOI'azón de las masas. Studium, Maddd, 1968, 273).

22 JUAN PABLO TI, Disc. a los traba;adores y empresarios en Barcelolla (7-12-82), edi­ción Crítica, Madrid, 1982, 126.

23 In., LE, 9. 24 J. ALFARO, o. e, 43. «En su acción sobre el mundo se perfecciona a sí mismo

como persona» (28). El Vaticano II ha expl'esado la misma idea l'epetidamente y con claridad y fuerza. Así, «el hombre no llega a un nivel verdadero y plenamente humano sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales» (GS 53). Habla también del «nuevo humanismo» que nace «definido principalmente por la responsabili­dad hacia sus hermanos y la histoda» Ob., 55; cfr. 35). En una dirección más directa­mente de perfección moral dice «a los que viven entregados al du1'o trabajo» «que en ese miSil/O trafJ."in busquen su propio perfecciol1amientm> (LG 41; cfr. GS 33).

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«fin último» o «voluntad de Dios» 25. En el mismo trabajo, en la realización de la obra, «entrando» en ella y haciéndola de acuerdo a las leyes intrínsecas propias, el hombre responde a la voluntad de Dios. Y así se perfecciona a la vez que perfec­ciona la creación. «La actividad humana ... , considerada en sí misma, responde a la voluntad de Dios» (GS 34). En termino­logía escolástica diríamos que el finis operantis debe coincidir con el finis operis. El hombre creyente se esfuerza por conocer las leyes intrínsecas, los propios fines de la materia, y se somete consciente y voluntariamente para abrirla a una trascendencia a la que está constitutivamente referida, pero a la que no llegaría sin el compromiso del hombre, única criatura que puede con­vertir en palabra de fecundidad y de alabanza el mudo silencio de la materia.

La acción del hombre es buena --y, por eso, realizante de sí mismo- cuando hay conformidad «de la acción del hombre sobre el mundo con la acción creativa de Dios» 26. Encuentro, en definitiva, con la Persona divina en el empeño de llevar a plenitud la creación. «En la acción me adhiero al poder creador de Dios; coincido con él» 27. Es la explicación {¡ltima del valor realizante, de hominización, que tiene el trabajo. Por aquí desem­bocamos en otra línea teológica del trabajo: el hombre, demiur­go de la creación.

2. El hombre, demiurgo de la creación

La realización personal del hombre va unida a su actuación sobre la creación. La llamada a ser persona y la llamada a trabajar la creación coinciden. Dios ha entregado al hombre el mundo inacabado 28 para que 10 lleve a su plenitud y dinamice su evolución. No aceptar el reto es negar la vocación más ra­dical y englobante, sustentadora de nuestra existencia. Asumir responsablemente esa llamada es situarse en el camino de la

2S Cfl'. TEILHARD DE CHARDIN, El medio divino, TaUl'us, Madl'id, 1966, 39-43; J. ALFARo, o. e., 56.

26]. ALFARO, O. C., 56. El Vaticano Ir dice que «el ol'den temporal» <<no solamente es subsidio para el último fin del hombre», sino que los que 10 integl'an «tienetl un valor propio». Y que Cl'isto «lo ajusta a la vocación plena del hombre sobre la tierra» (AA 7).

27 TElLllARD, O. C., 51. 23 CHENU, Espiritualidad ... , o. e., 41; Trabaio, en Conceptos fundamentales de teología,

Ir, Cristiandad, Madrid, 1979, 806; J. DAVID, La fuerza ... , art. e., 890.

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espiritualidad más honda y sustantiva: salir con el mundo, en empeño de transformación, hacia el futuro de unidad y comu­nión, que consiste en explicitar y culminar el clamor óntico que Dios ha puesto en el corazón de la realidad, y que la Biblia llama «cielos nuevos y tierra nueva» (2 Pedro 3,13). «La ac­ción del hombre sobre el mundo es, por consiguiente, en sí mis­ma y por sí misma (por su misma esencia y finalidad intrínseca) el complemento necesario y la exigencia absoluta de la creación del mundo y del hombre por Dios ... Tiene, pues, en sí misma el sentido de completar la acción creativa de Dios y de llevarla al término exigido por su finalidad intrínseca» 29.

Religar el homo faber al Dios creador no sólo no es dismi" nuir al hombre, sino fundamentar su acción sobre la creación, y abrirla, terminativamente, a un objetivo que supera y tras­ciende al mismo hombre. La dignidad humana crece en la me­dida que se llena de contenido su compromiso de hacer avanzar la creación hacia un objetivo que, por ultramundano, declara toda realización humana penúltima y provisional; abierta cons­tantemente la historia de la evolución y del perfeccionamiento de la creación. En cualquier momento del proceso sigue el ge­mido de la creación como algo inherente al ser mismo de las cosas. Reclamando ulteriores avances (Rom 8,19-25).

Religar el mundo -de «entrada» y de «saHda»- a Dios creador es ofrecer al hombre las más y mejores razones para su trabajo «creador». Concretamente la afirmación de que el mundo tiene un fin ultrahistórico. «La esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio» (GS 21). «Acelera» y «aumenta» la misión de trabajar en la edificación de la ciudad terrena (GS 57).

Quienes creemos en ese destino ultramundano de la crea­ción somos urgidos a introducir y perfeccionar, desarrollar y avanzar ese «fin último», aquí y ahora (GS 40). Porque estamos llamados a hacer «de todo el mundo una nueva creación en Cristo», «incoativamente», aquí, «plenamente» «en el último día» (AA 5; cfr. Col 15-17; Ef 1,10). El «incoativamente» lleva en su seno, y lo revela ofreciendo como un «vislumbre», el «plenamente». «La espera de una tierra nueva no debe amorti-

29 ]. ALFARO, o. c., 55.

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guar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo» (GS 39). Por el trabajo «el hombre es artífice de una nueva huma­nldad» (ib. 30). «El Reino de Dios está ya misteriosamente presente en nuestra tierra» (ib. 39).

De este modo la fe cristiana «da un sentido más profundo a la actividad humana» (ib. 40). Y, por eso, alza la voz el Con­cilio contra «dos graves errores» que deforman sustancialmente tanto la «vida espiritual» del creyente como su actividad sobre la materia. El primero es «el descuido de las tareas temporales» con el pretexto de que no tenemos aquí la ciudad permanente (GS 43). Pues, por el contrario, «el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a des­preocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone deber hacerlo» (GS 34). Hacer avanzar la creación, «conquis­tarla», es revelar a Dios. El segundo «grave error» es creer que «los asuntos temporales» «son ajenos del todo a la vida religio" sa, pensando que ésta se reduce mettlmente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales» (OS 43). En este sentido escribió certeramente Teilhard: «Hay una buena masa de católicos» que «necesitan quitarse el ropaje de hombre para sentirse cristianos, y aun sólo así cristianos a medias» 30. Por eso, el Concilio, después de declarar «artificial» toda oposición entre ocupaciones profesionales y vida religiosa, sentencia con firmeza: «El cristiano que falta a las obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios, y pone en peligro su eterna salvación» (GS 43).

Cabría añadir a cuanto llevamos dicho que la obra del hom­bre no será destruida, sino transformada (GS 39). Así como que, en la acción del hombre por mejorar la existencia humana, «obra ya el Espíritu» (GS 38). «Así el 'servicio temporal de los hom­bres', es decir, la acción humana en cuanto tal, entra de lleno en el movimiento del Espíritu y depende, por razón de estl'Uc­tura, de la acción del Señor» 31. Pero esto nos lo encontraremos

30 El medio ... , o. C., 54. 31 G. MARTELET, La' ideas fundamentales del Vaticano Ir, Herder, Barcelona, 1968,

227.

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más adelante. Es la razón más profunda de la comunión con el Señor en el trabajo.

3. Trabajo y amor fraterno

La edificación del mundo tiene un sentido eminentemente humano, social y comunitario. Desanollar la ¡;reación es hacerla más humana, favorecer y potenciar la comunión entre los hom~ bl'es, elevar el nivel de vida de todos. La función social del tra~ bajo es intrínseca al trabajo mismo. Y el perfeccionamiento del hombre y de la creación es inseparable -podríamos decir que «se mide»- del servicio que presta a la sociedad y a la comu~ nión entre los hombres.

Es un elemento reiteradamente destacado por el Concilio como integrante de la concepción cristiana del trabajo: «trans­formación del mundo, en espíritu de servicio y amor a los her­manos», «medio de ayudar a sus conciudadanos» (GS 41). Por el trabajo «el hombre obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos» (GS 57).

Esta conexión entre trabajo y mandamiento del a1110r fra­terno se presenta C01110 punto culminante de la concepción cris­tiana del trabajo: servicio a los otros, cauce expresivo y reali­zador del amor, generador de comunión. Y, por tanto, explica­ción radical de la fuerza hominizadora y comunitaria que tiene el trabajo, según el principio recogido por el mismo Concilio: «el hombre... no puede encontrar su propia plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás» 32. El trabajo es entrega a los demás. Y, por eso, realiza a quien lo ejecuta.

Educar, por tanto, a que el hombre responda a «su voca­ción, entregándose a Dios y a los demás», es educar a que se entregue al trabajo como servicio, como forma de amor, de vivir con y para el otro, en relación de comunión. De este modo se supera el riesgo de «envilecimiento» egoísta que es «encerra­miento en una soledad dorada», de autosuficiencia y autoafir­mación, potenciando positivamente que «se obligue al servicio de la comunidad en que vive» (GS 31).

El trabajo «ofrece al amor un campo de actividad huma-

32 GS 24. Une la educaci6n del cultivo personal al servicio social: «el deber que sobre él pesa de cultivarse a si mismo y de ayudar a los demás» (GS 60).

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na» 33. Y de este modo nos sitúa en las fuentes mismas de toda espiritualidad cristiana: el amor. Ya que «la ley fundamental de la perfección humana y, por tanto, de la transformación del mundo es el mandamiento del amor» (GS 38). De una defini-ción del trabajo como empeño personal para procurar «para l. la sociedad» los bienes y servicios que necesita, Pío XII con- 1 cluía que «en razón de su misma naturaleza», el trabajo es una fuerza poderosa de comunión humana. «Es capaz de volver a dar forma y estructura a la sociedad que se ha convertido en amorfa y sin consistencia» 34.

Por eso, de entrada se señala que «la solidaridad del trabajo es una tierra disponible para la germinación del amor frater­no» 35, Máxime en nuestros días, en los que el trabajo, en su forma técnica, es necesariamente más comunitario y dependiente. «Tierra disponible» y «soporte» sobre el que edificar la solida­ridad humana. La solidaridad brutal que impone la máquina, y la masificación amorfa, sin rostro, de un trabajo en cadena, debe convertirse, en manos de los cristianos, en solidaridad humana y espiritual, en la que la persona se imponga a la máquina 36;

y la atención al otro supere la tentación egoísta que bloquearía y deformaría sustancialmente el designio de Dios, «el sentido más profundo de la actividad»: construir humanidad, «la nueva familia de los hijos de Dios».

4. Cristo y el trabajo

«El sentido más profundo de la actividad humana» y su «significado último» le viene de la Encamación del Hijo de Dios. Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega de la nueva creación. Recapitulador de toda la historia. «Entró [el Verbo] como hombre perfecto en la historia del mundo, asu­miéndola y recapitulándola en sí mismo» (GS 38; cfr. ib. 57; LG 3). Esta unificación y recapitulación de todas las cosas en Cristo «no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, medios e importancia para el bien

33 CHENU) Trabajo, en Conceptos ... ) o. C., 808. 24 Carta a las Selllallas Sociales de Francia (18-4-47), en AAS 39 (1947), 445; cir.

CHENU, Hacia una teología"., o. c" 23.29. «El trabajo crea una conciencia colectiva, ha­ciendo de la comunidad sujeto y promotor» (84).

35 CHENU, Teolog!a del trabaío, en El Evangelio ... , o. c., 549-550. 36 In., Civilización técnica y nueva espiritualidad, en El Evangelio ... , o. e., 144.

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del hombre, sino que, por el contrario, lo perfecciona en su valor y excelencia propia y, al mismo tiempo, lo ajusta a su vocación plena del hombre sobre la tierra» (AA 7).

La Encarnación ha afectado profundamente a la creación, La materia «por naturaleza, y a consecuencia de la Encarna­ción, encierra una complicidad (aguijón o atractivo) para el más-ser, que equilibra o incluso domina la james peccati» 37,

Termina --en una oración vibrante y exaltadora- confesando: «Materia ... ha pasado a ti la virtud de Cristo» 38,

Pero la recapitulación de Cristo -resumen, punto culminan­te hacia el que converge todo (GS 45)- es particularmente viva en el hombre: Cristo es el hombre perfecto, y quien le sigue «se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hom­bre» (GS 41). También «la Índole comunitaria [de la humani­dad] se perfecciona y consuma en la obra de Jesucristo» (GS 32). Juan Alfaro habla de que «el existencial crístico del hombre y del mundo [por el hombre] confiere un sentido nuevo a la acción del hombre sobre el mundo» 39. Sentido nuevo que Teil­hard expresó en estos términos: «Mediante nuestra colabora­ción .. , Cristo se consuma, alcanza su plenitud, a partir de toda criatura» 40. El hombre en Cristo ha sido destinado a colaborar en el crecimiento del mundo nuevo, del que él se constituye en centro y eje, fin y punto de convergencia de toda la historia (GS 45). Toda acción del hombre se mueve dentro de este ho­rizonte crístico, de redención. Es el rasgo especificador por ex­celencia de la concepción cristiana del trabajo. El Concilio tocó también esta idea: «Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesús» (GS 67). De este modo el trabajo entra de lleno en la construcción del Reino. Se trasciende a sí mismo, alcanzando una dimensión espiritual que es gracia participativa en el ser y hacer del hombre nuevo, Cristo 41. Esta dimensión, que arranca

37 TEILHARD) El medio ... ) o. C., 110. Inmediatamente distingue, para precisar más su pensamiento: la materia «tomada material y carnalmente» y «la matetia espiritualmente», con un limite «esencialmente relativo y móvil» entre las dos Ob., 111), Hacia esta se~ gunda avanza la historia, por dinamismo interno, robustecido por Cristo y actuado por los hombres que le siguen (111-113).

38 Ib., 114. 39 O. C., 81; cfr. GS 40.57. 40 O. C., 50. «Cada una de nuestras obras." concurre a perfeccionar a Cristo en su

totalidad mística» (ib., 51). Explicaciones que se sitúan bajo el epígrafe: «Todo esfuerzo coopera a la terminaci6n del mundo 'in Christo Jesu'» (ib., 43).

41 «Pero el trabajo de los hombres, mucho más para el cristiano, tiene todavía la misi6n de colaborar en la creaci6n del mundo sobrenatural no terminado, hasta que

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de la Encarnación, hace «sagrado» todo trabajo humano, enla­zándolo «con la edificación del Reino celeste» y mostrando la presencia de Cristo cristificando la acción del hombre 42.

Conclusión

Porque Dios ha llamado al hombre a trabajar, perfeccionar y acabar la creación; porque el trabajo, en sí mismo, contribuye a crear comunión humana; porque en el trabajo está presente Cristo haciendo al hombre agente de redención; porque en la evolución de la historia «el Espíritu Santo... está presente» (GS 26); porque «las victorias del hombre son signo de la gran~ deza de Dios y consecuencia de su inefable designio» (GS 34), el trabajo del hombre revela a Dios. Por el trabajo el hombre anuncia a Dios. Donde crece el hombre en el crecimiento del mundo, Dios se hace más manifiesto. Los triunfos del hombre sobre la creación son «hechos» que acercan Dios a los hombres.

Revelación de Dios, el trabajo -anuncio y evangelio (buena nueva)- es también comunión con Dios. En él expresa el hom­bre la aceptación de la vocación a trabajar su creación y a «ins­taurar» todas las cosas en Cristo.

y contrapunto

Las alturas producen sensaClOn de liberación. Aligeran el peso y alargan el horizonte. Y renuevan la vocación de vuelo del hombre. Pero también revelan despiadadamente, con cierta primitiva brutalidad, la pequeñez del hombre, sus zigzagueo s de impotencia y de su inconsciente entretenimiento en alturas re­cortadas en las que se acomoda y sienta su tienda cuando puede. Y, si no, su sueño y su esperanza.

«El trabajo es ambivalente» en la situación concreta, histó­rica, del hombre: situación de pecado. Fuerza de liberación y de esclavitud, alienadora. Ya advierte Pablo VI en la Populo-

lleguemos juntos a construir aquel hombre perfecto de que habla S. Pablo 'que realiza la plenitud de Cristo'» (J. B. MONTINI, Religión )' traba;o, PPC, Madl'id, 1961, 28; cfr. B. JUANES, Espiritualidad cristiana hoy, Sal Terrae, Santander, 1967, 284).

42 A. DE NICOLÁS abre un apartado de su obra con este titulo: «Presencia de Cristo en la realidad del trabajo» (o. e., 78-80); cfr. CHENU, Traba;o, en Conceptos ... , o. c., 808-809.

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mm progressio que «puede imponerse una mística exagerada del trabajo». Que hay en él «riesgos» de 3lienación y de ilusión prometeica, «eventualidades trágicamente reales en la configu­ración de la relación hombre-naturaleza ... , relación hombre-hom­bre» 43. Y también la relación hombre-Dios: «El trabajo crea ateos» 44.

Y no menos constatable históricamente es que el trabajo se convierte no pocas veces en sorda o declarada guerra entre quie­nes se sientan a la misma mesa de la actividad creadora 45.

Y, sin embargo, esto no sólo no puede retraer al creyente del empeño de hacer del trabajo fuente de vivencia cristiana, energía de espiritualidad, sino que, por el contrario, debe servir de reactivo, iluminado y vigilante, siempre vivo.

Esto es justamente lo que queremos afrontar en esta segunda parte de nuestra exposición: actitudes de vida en el trabajo para que el trabajo, de hecho, sea potencia y expresión de fe cristiana.

n. ACTITUDES y CAMPOS DE VIVENCIA ESPIRITUAL

Las ideas revelan su fecundidad y eficacia sirviendo a la vida. Y la vida es el banco de prueba de las ideas, a la vez que actúa su desarrollo y clarificación. Buscamos tanto o más -o a la vez- una espiritualidad que una teología del trabajo. «La Iglesia ve como un deber suyo la formación de una espi­ritualidad del trabajo» 46. Vamos a señalar las actitudes en que debe cristalizar y los campos en que se verifica la espiritualidad del trabajo.

43 G. ANGELLINI, Traba;o, art. c., 1910; cfr. G. MATTAI, Trabaio, art. C., 513. Dice el Concilio que «los valores de la actividad humana poseen una bondad extraordinaria», pero que «sufren con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenaci6il» (GS 11).

44 CHENU, La teología"., en El ateísmo contemporáneo) o. C., 296. «Hecho cuantita­tiva y cualitativamente» frecuente (In., Teologia ... , en El Evangelio ... , o. c., 541-542); cfr. In., Condici6n nueva del hombre en la civilizaci6n técnica, en El Evangelio ... , o. e., 451-455; revista Cultura y polilica, núm. monográfico (30-12-76), bajo el título: «¿El trabajo ateíza al hombre?»

4S De nuevo acusa el Concilio: «Los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo ha sea ya ámbito de una auténtica fra­ternidad» (GS 37).

46 JUAN 1'ATILQ n, LE, 26. A ella dedica la IV parte (nfirns. 24-27).

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1. Mirada contemplativa

El trabajo es la posibilidad y el riesgo del hombre. El tra­bajo es su grandeza y su limitación. Por ser una dimensión esencial del hombre es una gracia que se le otorga. Atributo di­vino antes que humano. Suyo porque de Dios.

En el trabajo tiene, pues, que experimentarse el hombre «religado» a Dios. Y expresar esa vinculación como gracia. Por­que en la vocación del hombre a ser está la vocación al trabajo, a activar la lenta y dificultosa evolución de la creación, el hom­bre no podrá preguntarse honestamente por el sentido de su ac­tividad en el mundo sin inquirir y escrutar el «plan» de Dios, descifrarlo para poder «someterse» activamente realizándolo. Debe cultivar primeramente una actitud contemplativa 47. El hombre «recibe» el mundo de Dios. Y con él, «el fin» y la orientación del mismo.

Esta es la grandeza en la limitación. Que el hombre no sea el creador del sentido del trabajo. Que no pueda «inventar» la finalidad del mismo no es un recorte a su creatividad y a su protagonismo, sino condición de su grandeza. Esta perspectiva impone una primera, fundamental actitud: escrutar el plan de Dios, cultivar una mirada contemplativa de la creación, buscan­do algo así como «el código genético» de la misma para acelerar su desarrollo, oír «el gemido de toda criatura» para convertirlo en palabra articulada de ordenación adecuada.

Se conjugan aquí una serie de comportamientos radicales y sustantivos para ser: salida de sí, desprendimiento de toda auto­suficiencia, confesión existencial de sometimiento y dependencia. Humildad en cuanto realización de la verdad. Y esto para que la creación, el mundo, vaya haciéndose transparencia de Dios y «lugar» de encuentro con la Persona divina, perforada la cos­tra de la realidad.

Cuando el hombre vive contemplativamente su trabajo adi­vina y «tienta» la presencia de Alguien, descubre un rostro per­sonal. «Quien con perseverancia y humildad se esfuerza por pe­netrar en los secretos de la realidad está llevado, aun sin sa­berlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las

47 «Es preciso subraya1" en la relación entre el hombre y el mundo el carácter prima~ l'Íamcnte contemplativo y receptivo de la misma» (S. GUERRA, Ciencia cristológicfl y es­ph'ilualidad cl'islocéllfrica, en RevEsp. núms. 156·157, 39 (1980), 574.

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cosas, da a todas ellas el ser» (GS .36). Desarrollando el sentido de admiración, de receptividad y acogida, «se capacitará [el hombre] para vivir una dimensión que es el auténtico regalo, la auténtica gracia y encanto de las cosas ... Entiende entonces el hombre que ese alma o fondo no es algo que él pueda hacer, planear o clasificar científicamente ... entiende que el fondo de las cosas es un fondo personal, un «Tú» 48. «Que Dios sea el fondo de las cosas», o que la realidad tenga una estructura per­sonal, es más descubrimiento de quien contempla activamente la realidad que principio de filosofía cristiana. «Vestigia Dei» o «huellas del Amado». Incitación a trascenderlas, pero invitación a buscarlo ahí, en y por esas huellas que remiten no a otro sitio, sino a otro nivel.

La pregunta en quien ha pasado por la realidad no es aca­démica, intelectual. Es compromiso con esa realidad, «dominio» y comprensión a través del que nos entrega el «misterio perso­nal» que la sostiene y al que últimamente remite. La respuesta se produce en la callosidad de las manos y en la mirada con­templativa que la sostiene y alienta.

El trabajo es confesión de Dios. Y confesión (no interesa ahora los variados, contrastantes acentos que pueda tener) del ser del hombre; de que se asume la propia vocación y se acepta la provocación de Dios desde dentro de la creación a desarro­llarla y perfeccionarla.

Protagonismo dependiente. Creatividad «condicionada». Pro­tagonismo potenciado, tanto de contenido como de horizonte. Que conjuga la dinámica aceleración por la consumación con la morosa contemplación y el otium festivo del encuentro ami­gable, porque en el trabajo «coincido con Dios», haciendo crea­ción, trenzando amistad y profundizando comunión. En resu­men: en el trabajo vive, explicita y desarrolla el hombre su re­lación personal con Dios. «Dios no distrae prematuramente nuestra mirada del trabajo ... , puesto que se presenta a nosotros como accesible gracias a este mismo trabajo» 49.

El descubrimiento de la Presencia divina en la realidad que trabajamos se experimentará no sólo como incitación a la acción desveladora, sino también proyectará hacia el encuentro directo, inmediato, de Tú a tú, dinamismo intrínseco a toda relación

48 lb., 575. 49 TEILHARD) El medio ... ) o. C,) 53.

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personal. Canta San Juan de la Cruz: «¡Acaba de entregarte ya de vero - no quieras enviarme - de hoy ya más mensajero -que no saben decirme lo que quiero!» (C 6). La contemplación pura surge de la acción, como sed de encuentro personal, sin mediaciones; y para hacer más transparentes esas mismas me­diaciones. Porque las cosas no solamente se resisten a la acción del hombre. También se muestran poco porosas a la mirada contemplativa. El otium contemplativum no será un lujo de pu­dientes del espíritu o de jubilados ele la actividad. Es exigencia del horno faber que padece y goza la pasión de hacer avanzar el mundo por caminos de justicia y humanidad.

La contemplación entra por derecho propio, vivencia fuerte y signo relevante, en la definición del hombre ele trabajo. La acción le remite y reenvía a la contemplación para situarse me­jor ante el mundo. Y también para aceptar sin rebelarse las no pocas limitaciones personales que encuentra en su embriagante actividad. Así como para hacerla «en comunión» con Dios como condición esencial para el desarrollo y perfeccionamiento de la creación.

2. Amor: gratuidad y eficacia

La acción no es sólo, ni principalmente, lo que aparece, y que es científicamente registrab1e y catalogable. La acción que hace historia es gracia. Como gracia y regalo es el núcleo íntimo que sustenta la realidad. Acción es el hombre que se «recoge» y centra en su vocación última y única, es decir, divina (GS 22). La acción es el amor.

Al ser el trabajo expresión y alimento de relación interper­sona1, comunión, se desvela la actitud fundamental y englobante que debe perseguir el hombre: gratuidad y amor limpio y des­interesado. Porque quien ha creado-actuado y nos ha convocado para proseguir su obra lo ha hecho y lo hace con amor gratuito, por pura gracia. Para participarnos su amor: el que le define en su vida íntima y en su relación a las criaturas. El que ha aparecido en Jesús, el que recapitula toda la creación. El mun­do -creado y redimido- es una prueba de la gratuidad de Dios, huella y rastro, con movimiento y clamor de presencia absoluta, de amor. Colaborar con Dios en la creación es «en-

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trar» por el camino del amor que lleva a la armonía de toda la creación. Y a que «la consumación y recapitulación» dada en Cristo alcance de hecho a toda la creación, en extensión y en profundidad.

Gratuidad como actividad básica, sustentadora de todas las actividades, porque es el amor el que verdadera, Íntima y ra­dical1nente transforma y hace progresar la creación. «El [Cris­to] es quien nos revela que Dios es amor (1 Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor» (GS 38). Desde esta perspectiva tendremos que empezar a desmontar tantos tópicos de alienación y enaje­nación de la realidad histórica que hemos vertido sobre mís­ticos prominentes o, al menos, suspicacias y reticencias sobre al­gunas de las afirmaciones que traducían su vivencia más Íntima. Pienso en San Juan de la Cruz cuando define la «Suma de per­fección» en:

«Olvido de lo criado; memoria del Criador; atención a 10 interior;

y estarse amando al Amado»;

con la anotación a la canción 29 del Cántico (1-3). Pero hablábamos del amor gratuito en la acción. Que es,

justamente por ello, comunión con Dios creador-redentor y, por ende, con los hermanos. Sólo en cuanto es real y expresivo signo de amor es comunión con Dios. Y dinamizador de la historia.

y es escuela de amor. Tanto más cuanto que es la vida del hombre, y no unos paréntesis o actos que ocupan más o menos tangencialmente unos instantes, la que está en juego en la vo­cación al trabajo. Y es escuela de amor porque el trabajo es lo que más puede fomentar la afirmación individualista del hom­bre, y adentrarle en una carrera de competencia en la que se impone la ley del más fuerte, y el triunfo personal suplanta a la ley del amor y de la solidaridad.

y en la sociedad que vivimos de la competitividad salvaje, deshumanizante, puede llegar el hombre a justificar que no hay otra forma de trabajar si no quiere sucumbir víctima de esa máquina sin esclúp1110s que es el trabajo «contra» los otros.

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3. Necesaria purificación

«En el decurso de la historia, el uso de los bienes tempo­rales se ha visto desfigurado por graves aberraciones» (AA 7). El hecho es irrefutable. Aberraciones que no son imputables a esos mismos bienes, sino al hombre, «que transforma en instru­mento de pecado la actividad humana, ordenada al servicio de Dios y de los hombres» (GS 37). Inmediatamente se pregunta el Concilio «cómo es posible superar tan deplorable miseria». y responde sin titubeos: «la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo ... todas las ac­tividades humanas».

A esta purificación nos conduce el Espíritu (GS 38), que se nos da para hacernos capaces de amar (GS 24). Pues el hom­bre no puede superar los peligros de la soberbia y egoísmo (GS 37) que deforman la actividad humana. Por eso, el Espíritu li­bera a todos para la obra de comunión y de solidaridad a través de múltiples dones (GS 38).

Nos asocia al misterio pascual de Cristo, misterio de muerte para la resurrección. «Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e inclu­so de padecer la muerte. Pero asociado al misterio pascual, con­figurado con la muerte de Cristo, llegará a la resurrección» (GS 22). El misterio pascual es una gracia, originan te y abso­luta en Cristo, participada en nosotros. De este modo el misterio pascual -en Cristo y en nosotros- se convierte en la obra que autentica toda obra en vistas a la consumación de la creación.

Si la llamada al trabajo es constitutiva del ser del hombre, también hay una llamada a participar en el misterio pascual. Todos los hombres son llamados a ser agentes de humanidad y redención. Por eso, todos son llamados a vivir el misterio pas­cual. Después de referirse a los cristianos, continúa el Concilio: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible ... En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22).

Juan Pablo II ha hablado de esta «mística pascual del tra-

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bajo» 50. La fatiga, el dolor, hasta la misma muerte. La resisten­cia que ofrece la realidad a ser dominada por el hombre, «Lo demoníaco de la técnica» 51. La misma fuerza del egoísmo que sube del corazón del hombre... Son tantos campos para la «muerte» en orden a la «resurrección» que progresiva y pro­porcionalmente se opera en la creación: «En el trabajo encon­tramos siempre un tenue resplandor de la nueva vida, del nuevo bien, casi como un anuncio de los nuevos cielos» 52.

Todo esto nos señala la dirección que nos marca la ascética del trabajo: asumir la verdad positiva que sostiene y anima la creación asumida y recapitulada por Cristo. Sólo asumiendo la verdad el trabajo libera al hombre y crea fraternidad. Una as­cética por la que el hombre aprende a estar en su sitio, alimen· tándose de la verdad que desvela, pero que no crea; que se le entrega, pero a condición de que no la violente, antes «se deje» llevar por ella.

y asumir la verdad «negativa»: nuestras zonas no cristifica­das, no redimidas ni liberadas. Y que el trabajo pone abierta­mente de manifiesto.

La ascética del trabajo tiene que tener también una dimen­sión estructural, que viabilice el trabajo humanizante y socie­tario. El empeño por la renovación de las estructuras sociales del trabajo es una línea fuerte de la ascética cristiana en la «res­tauración del orden temporal».

A nadie se le oculta la exigencia de esta ascética. Pero tam­poco puede pasar desapercibido que en esta empresa está en juego el tipo de hombre y de sociedad «impregnados de espíritu evangélico». Palabras densas de la LG: los laicos «han de pro­curar. .. sanear las estructuras y los ambientes del mundo que inciten al pecado, de modo que todas ellas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan, más bien que impidan, la práctica de las virtudes. Obrando así impregnarán de sentido moral la cultura y el trabajo humano» (36).

Por su dimensión social, comunitaria, el trabajo requiere unas estructuras comunitarias y sociales que manifiesten el «es­píritu» que 10 define, a la vez que 10 realimenten y protejan. El empeño por crear e introducir en la sociedad esas estructu-

so Disc. a los trabajadores de Jalisco, cit., 27; cfr. LE, 27. 51 A. DE NICOLÁS, Teología ... , o. e., 96; J. DAVID, La fuerza ... , arto e., 891. 52 JUAN PABLO n, LE, 27.

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ras impondrá no pocas renuncias y sacrificios personales. Así como pondrá a prueba la esperanza de los «cielos nuevos y la tierra nueva» que se desea adelantar y acelerar su aparición, y ofrecer «como un vislumbre». Como también revelará la fide­lidad al Espíritu que nos «anima» para ser sacramentos de co­munión.

Conclusión

No están todas, sin duda. Pero están las más sustantivas lí­neas de la espiritualidad del trabajo. Sobre todo aparece que la separación entre trabajo y santidad es imposible. Que en la vo­cación al trabajo se da la vocación a la santidad. Y que toda separación o distanciamiento perjudica a la vez al trabajo -pri­vándole de la luz potente de la revelación divina- y a la san­tidad -a la que se deja sin el soporte histórico que le viene de la Encarnación del Verbo y de la misma mundanidad del hom­bre-. Trabajo y santidad, espiritualidad del trabajo, uno de los «urgentes problemas» hodiernos que requieren la atención de la vida y de la teología.

El trabajo: forma privilegiada del amor y de la comunidad. Por eso, del anuncio y buena nueva de Dios empeñado con el hombre, mano a mano, en la conducción de la historia hacia la consumación y recapitulación en Cristo, el que restaura la ima­gen del hombre y abre la comunidad humana al abismo inson­dable del misterío trinitario.