enrique rivera de ventosa - la filosofia en hispanoamerica

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  • LA FILOSOFIA EN HISPANOAMERICA DURANTE LA EPOCA DE LA EMANCIPACION

    Enrique Rivera de Ventosa *

    * Universidad Pontificia de Salamanca.

    I. EL TEMA EL TEMA "QUAESTIO DISPUTATA"

    Dos cuestiones liminares estn implicadas en este breve epgrafe: precisar el tema

    de nuestro estudio y mostrar cmo este tema en la interpretacin del pensamiento

    hispanoamericano es una "quaestio disptala".

    La primera de estas cuestiones, que es precisar el tema, no ofrece especial

    dificultad. Exige tan slo una toma de conciencia ante el inmenso campo que

    proyecta el ttulo de nuestro estudio. Es obvio que este inmenso campo no puede

    ser objeto de una breve investigacin, ya que obligara a hacer referencia a las diversas partes de la filosofa, vigentes durante la poca de la independencia:

    lgica, metafsica, filosofa natural, tica, etc.... De ellas slo podra darse en la

    ponencia una apretada sntesis. Por otra parte, esta sntesis ya est expuesta con

    mayor amplitud por los historiadores del pensar hispnico: Ramn Insa, Francisco Larroyo, Alberto Caturelli, Ovo Hllhuber y otros1. Estos historiadores,

    expresamente mencionados, han sido por m ledos y han venido a ser mi punto de

    partida para esta reflexin, que acota un campo ms preciso. Este campo ms

    preciso es el de la filosofa tico-poltica, presente en la vida mental de aquel

    perodo. Aun respecto de este campo de la filosofa tico-poltica me atengo exclusivamente a las ideas filosficas que influyeron con eficacia en el desarrollo de

    los histricos sucesos.

    Mas ya este trmino que hemos subrayado, "eficacia", nos introduce de lleno en

    la "quaestio disptala". En efecto, un pensador hispano de tanto relieve como Eduardo Nicol niega que las ideas filosficas hayan influido sensiblemente en los

    sucesos polticos de la independencia americana. Que sta ha estado motivada casi

    exclusivamente por el desarrollo institucional de los pases americanos en creciente

    desarrollo poltico hacia su madurez. Segn la tesis que formula E. Nicol, fue el ethos de la Independencia quien provoc una reaccin contra el escolasticismo

    reinante y busc otra filosofa que le fuera ms adecuada a la formacin de la

    conciencia nacional. E. Nicol acepta el principio de Hegel: "lo que se es depende de

    lo que se hace". Y como entonces Hispanoamrica iniciaba el ejercicio autnomo de su libertad, es entonces tambin cuando inicia igualmente su ser y su pensar.

    Resumimos la visin histrica de E. Nicol con estas sus mismas palabras: "No hubo

    una ideologa de Independencia anterior al hecho de la misma, es decir, una

    doctrina que propugnase tan slo el ideal de Independencia. La que llamamos

    ideologa de la Independencia tuvo que producirse despus del hecho consumado, y tuvo por misin formar en cada pueblo simultneamente la idea y la realidad de un

    carcter propio, autctono y distintivo"2.

  • La mayor parte de los historiadores no comparte la visin histrica de E. Nicol y

    afirman que ideologas muy precisas e incitantes dieron fuerte impulso a los

    movimientos independentistas. Pero aceptada esta postura, la "quaestio

    disputata" se desplaza ahora al intento de determinar cules fueron las ideas tico-polticas ms eficientes e incitadoras. Que sea muy cuestionable este intento, basta

    probarlo una carta del profesor de la Universidad Catlica de Chile Sergio Villalobos,

    autor de un valioso estudio sobre la poca que analizamos, al que titula: "Tradicin

    y reforma en 1810". En dicha carta, pensando en este IV Seminario de Historia de la Filosofa Espaola, al que llama Congreso, escribe as a su amigo Juan Ornar

    Cofre, profesor en la Universidad Austral de Chile y que investiga ahora en la

    Universidad Pontificia de Salamanca: "Es probable que en el Congreso que se va a

    realizar choquen dos concepciones: la espaola, que ve el proceso de nuestra Independencia como una derivacin de las tradiciones jurdicas y 'populistas' de

    Espaa, y por otra parte, la visin hispanoamericana, ms liberal, que da mayor

    importancia al racionalismo poltico del siglo XVIII y al descontento acumulado

    durante la existencia colonial"3.

    Del contenido de estas lneas se deduce el hecho innegable, compulsado por m en conversaciones con profesores americanos, de que se da una tendencia que S.

    Villalobos llamaespaola frente a otra que apellida hispanoamericana. A lo largo de

    nuestro estudio iremos viendo que esta escisin entre espaoles e

    hispanoamericanos no es matemticamente exacta, por las interferencias que se dan en el modo de compartir esta opinin. Pero es necesario tener presente la

    dualidad aqu sealada. Con esto de particular: que hasta hace unos aos se

    aceptaba como prevalente el influjo del liberalismo poltico, preconizado por la

    Revolucin Francesa y triunfante en la organizacin de la gran Repblica de los Estados Unidos. Hoy, por el contrario, se quiere hacer ver que el influjo prevalente

    se debi al populismo espaol, cuya sistemtica ms perfecta formul Surez. Esta

    discrepancia tan fundamental seala un punto neurlgico de la "quaestio

    disputata" a que nos venimos refiriendo.

    Esta ltima actitud es mantenida por L. Perea y su crculo de investigadores. Es la

    tesis espaola en la terminologa de S. Villalobos. Pero acaece que hoy tiene ya

    ardientes partidarios en Hispanoamrica: G. Furlong y su crculo de Argentina; W.

    Hanisch Espndola y el suyo en Chile. L. Perea, cuando el Simposio "Francisco

    Surez" en la Universidad Pontificia de Salamanca, ao de 1979, enunci esta tesis en los siguientes trminos, segn las actas del mismo: "La base doctrinal general y

    comn de la rebelda americana, salvo ciertos aditamentos de influencia

    suficientemente localizada, la suministr la doctrina suareziana de la soberana

    popular que fue trasplantada durante el siglo XVII a las universidades y colegios fundados por Espaa en Amrica"4.

    Sin embargo, al historiador reflexivo le hace meditar que sea precisamente un gran

    investigador jesuta el que sostiene la tesis contraria a la mantenida de modo

    difano y expeditivo por el crculo de L. Perefia. Este jesuta es M. Batllori, cuya competencia y seriedad en la investigacin del siglo XVIII le es reconocida. He aqu

    lo que opina este investigador jesuta sobre nuestra "quaestio disptala". Aunque

    parece limitar su tesis a los jesuitas expulsados por Carlos III, por el contexto se

    deduce que est en su mente extenderlo a la Compaa como tal. Estas son sus

    palabras de comentario a la negacin de la tesis intervencionista de los jesuitas con la Independencia. "En nuestros das, escribe, la leyenda recogida con poca crtica

    por las ms importantes sntesis histricas sobre la emancipacin de

    Hispanoamrica, se ha convertido en un mito. Y aun se ha intentado valorizar el

    mito con la tradicin poltica populista que los escritores de la Compaa -Surez y Mariana, sobre todo y sobre todos- perpetuaron gloriosamente en el perodo de la

    historia moderna conocido con el nombre de absolutismo"5. Es patente que nos

    hallamos ante el s y el no por lo que toca al influjo de Surez en el prembulo

  • ideolgico de la Independencia. El no es mantenido por quien conoce a perfeccin

    el desarrollo histrico de la doctrina populista de Surez.

    Parece conveniente anotar, para sentir con mayor hondura esta complicada

    problemtica, que entre las grandes sntesis histricas a las que alude M. Batllori menta la de S. Madariaga. Este, que es un gran historiador de la poca, con su

    monumental estudio sobre Bolvar, seala cuatro filsofos franceses con mximo

    influjo en la mentalidad criolla en los das de la Independencia. Fueron stos

    Raynal, Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Cada uno de ellos, afirma, era para el criollo una estrella intelectual. A estos filsofos S. Madariaga aade estas que llama

    l tres cofradas: los judos, los francmasones y los jesuitas6. Me imagino que a M.

    Batllori no le haya gustado esta aproximacin y busque soltar a los jesuitas del

    carro de quienes defendan posturas tan contrarias a las de la Compaa. Reconozcamos que lo hace justamente. Pero deduzcamos de todo ello lo

    embrollado de la "quaestio disptala" que queremos aclarar.

    Ante tal embrollo es necesario tomar estas dos actitudes. La primera consiste en

    dejar a un lado eso que transpiran algunos investigadores en su intento confesado

    de superar leyendas negras y maquinaciones antiespaolas. Nada se ventila aqu de leyenda negra o roscea. Se trata tan slo de llegar a detectar los profundos y

    complicados movimientos espirituales que conmovieron las conciencias en los aos

    de la emancipacin.

    En segundo lugar, abiertos a una mentalidad constructiva frente al mero propsito de superar prevenciones, es ineludible sealar con precisin cules fueron las ideas

    primarias tico-polticas del ambiente hispnico en aquella poca. Slo as se podr

    ulteriormente determinar el posible influjo de unas y de otras. Sealar las primarias

    ideas tico-polticas de aquel momento histrico es lo que ahora quisiramos desarrollar en la segunda seccin de nuestro estudio.

    II. IDEAS PRIMARIAS ETICO-POLITICAS DERANTE LA

    EMANCIPACION

    Se ha constatado que en la poca de la Independencia tuvo lugar en

    Hispanoamrica un doble conflicto: en el campo de las ideas y en el de las

    instituciones. Nos interesa para nuestro propsito tener una visin comprensiva del primero de los conflictos. Para ello juzgamos imprescindible anotar cules fueron

    las ideas primarias tico-polticas que actuaron de fermento en los das de la

    Independencia7.

    Las dos ideas ms destacadas y que se mantuvieron en desafo la una frente a la otra fueron, sin duda, el absolutismo de una parte y el populismo de la otra. Ambas

    ideas tenan, en pos de s largos siglos de historia. En las pocas de absolutismo el

    poder del Estado se concentraba en un solo sujeto, fuera ste emperador, rey,

    dictador o jefe de Estado. En las pocas de populismo, el poder poltico lo detentaba el pueblo y lo ejerca por sus representantes. Recordamos nociones tan

    elementales porque advertimos que algunos historiadores parecen querer

    simplificar el conflicto ideolgico que estamos estudiando a un contraste entre la

    tendencia absolutista y la populista, sin tomar clara conciencia de que esta doble

    tendencia tiene ramificaciones muy dispares entre s, segn quisiramos hacer ver.

    Por lo que atae al absolutismo la historia moderna constata que en el

    Renacimiento surge una presin poltica que tiende a concentrar el poder en el

    soberano. Ello motiva que en los siglos que siguen al Renacimiento tenga lugar un

    deslizamiento imparable desde la monarqua medieval, moderada y limitada por otras instituciones, a la monarqua absoluta. En Espaa son los Austrias quienes

  • propician el trnsito al absolutismo. En Francia este absolutismo tiene su momento

    de plenitud en el Rey Sol, Luis XIV, quien lo transmite a su nieto, Felipe V, Rey de

    Espaa. Con Carlos III alcanza en nosotros este absolutismo su mxima eficacia. Es

    la poca del despotismo ilustrado.

    Esta visin meramente poltica nos incita a penetrar en la ideologa que la funda. En

    este momento tenemos que subrayar la distinta mentalidad que justifica el

    absolutismo de Luis XIV frente al pensamiento espaol, que slo en el siglo XVIII -

    ntese esto bien- se deja arrastrar por la mentalidad francesa. Lo peculiar de esta mentalidad es haber querido justificar el absolutismo por hallarlo fundado en el

    derecho divino de los reyes. El rey, por la gracia de Dios, reciba directamente de

    Dios su poder. De aqu se deduca que era absurda cualquier intervencin del

    pueblo en la detencin y en el uso del supremo poder poltico, concentrado en la persona sacra -as se la llamaba- del rey. Si esta mentalidad fue praxis poltica en

    Luis XIV, tuvo un ilustre terico en el Obispo de Meaux, Bossuet8. Subrayo esto por

    la tendencia de algunos investigadores asilenciar este pensamiento poltico de

    Bossuet, juzgando que el absolutismo ha tenido un origen, terico y prctico, en el

    protestantismo: terico, en Lutero y Calvino; prctico, al mismo tiempo que terico, en Jacobo I de Inglaterra9.

    Pienso que la mentalidad del derecho divino de los reyes de Espaa no hubiera

    mantenido su influjo hasta nuestros das, si slo hubiera venido autorizada por los

    idelogos protestantes. Cuando en las Cortes de Cdiz se discute la cuestin de la soberana popular, el Obispo de Calahorra se declara contra ella por juzgarla

    contraria a la soberana real, defendida por la tradicin eclesistica10. Este Obispo y

    los absolutistas que le seguan para nada pensaban en los protestantes, sino que

    crean su visin poltica ms conforme con la doctrina catlica. Aunque tanto l como el que ms tarde ser el Cardenal Inguanzo, reconocan que en modo alguno

    se trataba en todo ello de un tema estrictamente dogmtico11.

    Ante esta perspectiva histrica es muy de notar que nuestros clsicos espaoles del

    derecho, que vivieron inmersos en el absolutismo de los Austrias, nunca lo trataron de justificar por las motivaciones que ponderar un siglo ms tarde Bossuet. Ms

    bien proclamaron la tesis contraria al derecho divino de los reyes, defendiendo que

    el poder poltico radicalmente se halla en el pueblo. Surez sistematiza esta

    doctrina contra Jacobo I de Inglaterra. Pero era una teora compartida por todos los

    grandes pensadores de la escuela espaola del derecho.

    Histricamente hay que decir que el absolutismo de los Austrias tuvo su firme

    apoyo en la alta estima, ms bien hay que decir veneracin, que el pueblo espaol

    tuvo por aquella dinasta a la que juzg providencial, por contribuir altamente a los

    intereses de la Cristiandad y de Espaa. Desde esta perspectiva histrica hay que afirmar que los jesuitas, tan populistas y tericamente tan contrarios al

    absolutismo, sirvieron de firme apoyo a la poltica, para ellos grandiosa, de los

    Austrias12.

    Respecto de Hispanoamrica el absolutismo hispano ofreca a los naturales de aquellos reinos un doble cariz: el cariz del despotismo ilustrado, secularizacin del

    derecho divino de los reyes, preconizado por Bossuet, y el absolutismo del monarca

    hispano que se fundaba en el sumo respeto y reverencia con que era considerada la

    figura del Rey de Espaa, al que tenan por un mandatario del pueblo. Tambin del

    pueblo americano. En los das de la Independencia esta distincin va a tener un enorme influjo. Ello se debe a que la lucha poltica se entabla inicialmente entre los

    criollos, resentidos por muchos ttulos, y los mandatarios delegados del gobierno

    espaol en Amrica. Estos se sentan presionados por el absolutismo, tan caro al

    despotismo ilustrado, que logr las pragmticas de Carlos III por las que los

  • jesutas fueron expulsados y proscritas sus doctrinas.Este absolutismo de los

    delegados del gobierno espaol repugnaba a los criollos. Y como el absolutismo

    hispano, fundado en la veneracin a la persona real, sufri un colapso cuando los

    reyes de Espaa cayeron en manos de Napolen, surge en toda Hispanoamrica la idea de que el poder reverta al pueblo, pues el monarca hispano, que del pueblo lo

    haba recibido, no lo poda ya ejercer. As opinaban con los criollos los Cabildos de

    Caracas, Bogot, Santiago de Chile o Buenos Aires. Y son stos, los Cabildos, los

    que se ponen al frente de los movimientos de Independencia, como la historia nos refiere.

    Todava necesitamos, para mejor desintrincar esta madeja histrica, distinguir en el

    populismo hispnico dos aspectos. No son contrarios, sino temporalmente

    consecutivos, pero que es necesario tener muy en cuenta para comprender adecuadamente la polmica independentista. Me refiero al populismo ligado a la

    tradicin hispnica medieval de las Cortes, Concejos y Municipios y al populismo

    definido por Surez en lnea con toda la escuela espaola del derecho.

    Insisto en que esta distincin no es excluyente. Pero tiene una innegable

    importancia histrica. Ya es muy de notar que cuando las Cortes de Cdiz abordan la cuestin de la soberana y temas similares apenas se hace referencia a la escuela

    espaola del derecho. Y, sin embargo, es constante el intento de fundamentar la

    soberana del pueblo en las antiguas instituciones hispnicas, sobre todo

    castellanas y aragonesas.

    Lo mismo acaece en Amrica. Casi no se publica un documento importante en el

    que no se haga con nostalgia la evocacin de las antiguas instituciones populares

    hispnicas, reguladoras del poder de la realeza. Apenas, sin embargo, se recuerdan

    las doctrinas populistas suarezianas. L. Perea afirma con decisin muy serena: "ni ruptura, ni traicin"13. No parece adecuado mentar aqu la palabra traicin. Pienso,

    sin embargo, que en Espaa hubo ruptura con la escuela clsica del siglo XVI, a

    causa de un olvido lamentable. Hasta me atrevo a formular esta hiptesis, que no

    puedo detenerme a probar ahora, pero cuyo hilo de Ariadna creo tener en la mano. Segn esta hiptesis, que me he forjado y que juzgo fundada, lo que un da fue en

    Espaa, durante el siglo XVI y parte del XVII, doctrina comn de la escuela clsica

    del derecho, se la crey en el siglo XVIII doctrina tpicamente jesutica, con todas

    las consecuencias que la ingrata historia de la Compaa en aquel siglo trajo

    consigo. Hubo, pues, en Espaa ruptura. Y en Hispanoamrica? Nos parece que aqu ms que de ruptura se debe hablar de prevalencia. El populismo vigente en

    Hispanoamrica en los das de la Independencia se vinculaba ms a las

    instituciones hispnicas medievales que a una determinada doctrina tico-poltica

    de nuestros clsicos.

    Pero con esto entramos de lleno en la tercera seccin de nuestro estudio, dedicado

    a precisar el respectivo influjo de las corrientes ideolgicas expuestas en la poca

    de la emancipacin.

    III. DIVERSA VIGENCIA DE ESTAS IDES ETICO-POLITICAS

    Sealadas las ideas primarias tico-polticas en la poca de la emancipacin hispanoamericana, abordamos lo ms importante y discutido de nuestro tema. Aqu

    la "quaesto disptala" crispa la mente por el compromiso histrico que se adquiere.

    Con atenta deferencia a pareceres distintos, juzgamos un deber presentar el

    panorama histrico que hemos entrevisto con la esperanza de contribuir a que otros lo puedan precisar mejor. Con ello nos sometemos a lo que es ley para todo

    historiador: la de sentirse muy luego ampliado y superado. Hecha esta observacin,

  • pasamos a clasificar de modo sumario, pero denso y concentrado, a los partidarios

    de las diversas ideas que hemos expuesto.

    1. Vigencia del absolutismo sacro

    Ya dijimos que la idea del absolutismo se opuso drsticamente a toda democracia popular, viendo en el rey al detentador nico de la soberana del Estado. Tambin

    juzgamos imprescindible distinguir entre el absolutismo sacro, que cree venir

    directamente de Dios el poder real, y el absolutismo secularizado, conocido

    como despotismo ilustrado, el cual, juzga que este absolutismo es un hecho histrico, ligado a dinastas privilegiadas. Ahora bien, qu vigencia tuvieron estos

    dos absolutismos en Hispanoamrica en los das agitados de la Independencia? He

    aqu la primera pregunta a la que quisiramos responder. Iniciamos la respuesta

    con el examen de la vigencia del absolutismo sacro.

    Este absolutismo sacro cultiv siempre una extremada veneracin hacia el Rey de

    Espaa. A. Ballesteros y Berreta afirma que los prelados de Amrica eran acrrimos

    realistas14. Pero mltiples testimonios atestiguan que el clero inferior y las rdenes

    religiosas, en especial los misioneros, tambin manifestaban en general profunda

    sumisin a la realeza. Era idntica la actitud de la jerarqua eclesistica y la del clero inferior que viva en contacto con el pueblo?

    Es difcil en verdad cortar esta tela con la navaja de Ockham. Pero, grosso

    modo, nos atrevemos a afirmar que el alto clero fundaba su veneracin a la

    persona del rey en supuesto derecho divino de ste, tal como Bossuet lo formul, mientras que el clero popular senta veneracin a su rey porque, como mandatario

    del pueblo, haba realizado una gran misin histrica, siendo un agente primario del

    sentido religioso de toda la hispanidad.

    Los historiadores anotan que tanto los virreyes como la mayora de los funcionarios de Indias haban nacido en Espaa. Esta poltica fue muy del desagrado de los

    criollos que se sentan inclinados por ello al separatismo. Esto, que es importante

    en la gnesis de los movimientos secesionistas, lo recordamos ahora para subrayar

    que era de ley que los funcionarios, venidos de Espaa, estuvieran lastrados por la ideologa ambiental del absolutismo. Los laicos, con tendencia al absolutismo del

    despotismo ilustrado. Los clrigos, ms bien al absolutismo sacro. Este absolutismo

    sacro nos parece especialmente cultivado por aquellos prelados que iban a Amrica

    ya consagrados obispos. Esto explica el que los prelados fueran en general poco

    favorables a los movimientos secesionistas y que aconsejaran la sumisin devota al rey15.

    Como contraprueba de sta mi asercin quiero recordar un caso notable: el de Jos

    Antonio de San Alberto, Obispo de Crdoba (Tucumn). Me sirvo para ello de un

    estudio de A. Caturelli sobre este prelado16. En el prembulo de este estudio se nos dice que a este carmelita, residente en Espaa, Carlos III le nombra, a los 51 aos,

    Obispo de Crdoba (Tucumn). Antes de su partida ya publica en Madrid una carta

    pastoral, dirigida a sus fieles, tan lejanos y desconocidos. Esto dice mucho a favor

    de su celo apostlico que al llegar a su sede lo traduce en accin pastoral, dirigida primariamente contra la Ilustracin francesa. Vea en ella un peligro para la

    sumisin que el pueblo cristiano debe a sus reyes. Hasta se le ocurri componer

    una especie de Catecismo, para que el pueblo cristiano aprendiera mejor a conocer

    las obligaciones que un vasallo tiene para con su soberano'. Su tesis es que el rey

    no est sujeto sino a Dios, y que su autoridad no depende en modo alguno del pueblo. De donde deduce el grave error de sostener que la potestad tenga su

    origen nicamente en la opinin y beneplcito del pueblo, sentencia opuesta al

    Espritu Santo y a la explcita doctrina de San Pablo17. Estas afirmaciones son el

  • atestado de un jerarca de la Iglesia a favor del absolutismo sacro que bebi en

    Espaa. En nuestros clsicos del derecho? En ningn modo. Ms bien nos parece

    un caso relevante de la ruptura con la escuela espaola del derecho. Donde fuera a

    beber su doctrina del absolutismo sacro lo dicen bien estas palabras que citamos: "Hemos procurado no decir cosa alguna en toda la instruccin, que no la hayamos,

    o encontrado o deducido, apoyado con la sagrada Escritura, la cual por ser palabra

    de Dios, y ser Dios la misma luz, y verdad por esencia, nada habla ni contiene en

    s, que no sea cierto, seguro y luminoso. En esto hemos querido imitar, cuanto nos ha sido posible, al Ilustrsimo Seor Bossuet en aquella su Poltica, que dirigida a la

    instruccin del Seor Delfn de Francia, se ha merecido tan justamente el ttulo de

    Sagrada, por lo mismo que est deducida de las propias palabras de la Escritura"18.

    Ante este pasaje de un prelado responsable, que asimila estas ideas en Espaa y las quiere trasladar a Amrica, queda muy al descubierto la ruptura con nuestro

    pasado. En la Espaa del siglo XVIII no se estudia la ciencia tico-poltica en

    nuestros clsicos sino en Bossuet. Ello motiv el surgir en los ambientes

    tradicionalistas la idea de vincular "altar y trono" con la secuencia de la escisin de

    las dos Espaas en los ltimos siglos de nuestra historia. Afortunadamente, Hispanoamrica no asimil doctrina tan excelsa, pero desorientadora. Los altos

    defensores del derecho divino de los reyes no fueron capaces de frenar el

    entusiasmo populista que, en su misma veneracin a la persona del rey, tenan

    fuentes muy distintas al supuesto derecho divino.

    2. Vigencia del absolutismo ilustrado

    La inconsistente Filosofa de la Historia de Bossuet, tan optimista en su

    providencialismo, no resisti las rechiflas del Cndido de Voltaire, que lleva por

    subttulo "el optimista".Ello motiva que el absolutismo de los ilustrados no mantenga la visin providencialista de Bossuet, pero s la mentalidad de su rey,

    Luis XIV, cuando declaraba sin ambages:"L'tat, c'est moi". Hasta qu punto el po

    y devoto Carlos III hizo suyo el absolutismo sacro o el ilustrado ser difcil de

    precisar. Pero, ciertamente, sus ministros haban optado por el absolutismo que ha recibido el nombre de "despotismo ilustrado". Agentes y defensores de este

    despotismo ilustrado fueron en Amrica los mandatarios y agentes del gobierno

    espaol. Por lo mismo, la lucha entre criollos y mandatarios del Rey de Espaa no

    tuvo su origen tan slo en pelusillas de envidia sino tambin en algo

    profundamente ideolgico. Los criollos rechazaban el despotismo ilustrado y vean en las nuevas ideas liberales la estrella que poda guiar los destinos futuros del

    pueblo americano.

    Como partidario de este despotismo ilustrado recordamos un caso ejemplar de

    cnica ejecutoria. Me refiero a D. Jos Calvez, quien en Mxico cumpli sin la menor humanidad la Pragmtica Sancin de Carlos III sobre la expulsin de los jesutas.

    Utiliza la fuerza, bruta para aplastar a quienes los defienden y protegen hasta

    condenar a la pena capital a noventa infelices que se oponen a tan inicua expulsin.

    Para refrendo de su despotismo ilustrado prohibi hasta murmurar de las decisiones del monarca19.

    Comprendemos que ante exportacin tan poco deseada de este despotismo los

    americanos hayan reaccionado sensiblemente contra los madatarios de la misma.

    Es lo que deja traslucir en todas sus pginas la famosa carta de Juan Pablo

    Viscardo. Joven jesuta, deportado a Italia, huye de all a Pars donde escribe la carta que imprimir F. Miranda y que har de ella un agente ideolgico muy

    efectivo en los das de la emancipacin. Ms tarde analizaremos tan extraordinario

    documento. Baste ahora anotar cuan absurdo vio Viscardo el absolutismo que lleg

    "por motivos reservados en el alma real" a extraar de todos sus reinos a cinco mil

  • ciudadanos laboriosos y pacficos, condenados a perder sus derechos naturales a la

    libertad y a la seguridad20.

    Esto basta para hacernos ver lo alto que se cotizaba el absolutismo regio en Espaa

    y el esfuerzo que se hizo para transportarlo a Amrica. Pero sta respondi con el rechazo ante tal injusta pretensin. Tal slo tuvo vigencia en los mal vistos

    funcionarios que el gobierno espaol enviaba a Indias para ejecutar sus planes.

    3. Vigencia del liberalismo democrtico

    Un acotamiento de R. Insa nos sita en el corazn de la que hemos llamado "quaestio disptala". Pese a ser algo extenso nos permitimos citarlo en su

    integridad. Esta es la visin histrica de R. Insa: "Las ideas castizamente

    espaolas de los Libertadores se modificaron al ponerse en contacto con el

    enciclopedismo francs. Sin embargo, los partidarios de la Independencia, ms que en la declaracin norteamericana de los trece Estados Confederados, fruto de las

    ideas de los ingleses y holandeses del siglo XVIII, de los juristas ginebrinos y de los

    enciclopedistas franceses, y que en la declaracin de los derechos del hombre

    hecha en 1789 por los revolucionarios franceses, solan, realizando obra original,

    inspirarse para la organizacin de los nuevos Estados, en las ideas de justicia, igualdad y libertad de los pensadores de la escuela salmantina de Francisco de

    Vitoria. La Independencia hispanoamericana fue el fruto natural del trasplante al

    Nuevo Mundo de la democrtica institucin del municipio castellano. En los

    Cabildos, los americanos aprendieron a gobernarse por s mismos y a defender su libertad"21.

    Si examinamos este juicio histrico a la luz de la distincin que hemos establecido

    entre los diversos populismos, advertimos que se habla en el texto de los tres

    estudiados por nosotros: del populismo liberal demcrata enciclopedista, del populismo originado en el municipio tradicional espaol y del populismo definido

    por la escuela espaola de derecho. Segn R. Insa, hay interferencia entre los

    tres. La interferencia entre el populismo del municipio tradicional hispano y el de la

    escuela de Salamanca parece innegable, si bien discutiremos luego cul de los dos estuvo ms presente en los das de la Independencia. Ms cuestionable es la

    afirmacin de que los proceres de la Independencia se inspiraron en las ideas

    castizas espaolas que aunaron con las doctrinas revolucionarias, explosivas en

    Francia y triunfantes en los Estados Unidos.

    Esta tesis del historiador americano, en lnea con los que en Espaa piensan que el populismo de la escuela de Salamanca tuvo influjo prevalente en el ideario de la

    Independencia, no slo en los Cabildos, que la proclamaron, sino tambin en los

    proceres que la iniciaron y la defendieron con las armas, no la creemos fundada en

    datos histricos. Pese a nuestra simpata hacia ella, hay muchos contrarios a la misma. Examinemos algunos, siempre con el deseo de aportar nueva luz a esta

    magna cuestin del pensamiento hispanoamericano.

    Al estudiar A. Ballesteros y Beretta los que l llama "prdromos de la

    emancipacin" seala tres centros principales: Caracas con Miranda y Bolvar; Santa Fe de Bogot y Quito con Nario y Espejo; el Ro de la Plata con Belgrano y

    Moreno. Estos proceres no fueron los nicos, pero s altamente seeros para desde

    su ideologa percibir la marcha de las ideas en la poca de la emancipacin22.

    Por lo que atae al primer crculo nadie discute la vigencia en Francisco Miranda,

    adelantado del movimiento independentista, del ideario del liberalismo demcrata, que asimil en sus estancias por Europa y Estados Unidos. Tampoco se puede

    negar su influjo en Simn Bolvar, agente mximo en la lucha por la Independencia.

  • Pero hoy se habla de evolucin en Bolvar y hasta se afirma que en el gran discurso

    de Angostura ante el Congreso venezolano, 15 de febrero de 1819, transpira

    ideologa suareziana23. En la cuarta parte de este estudio, al analizar este discurso,

    concluiremos que no da pie para esta afirmacin. Por este motivo pensamos que el centro de Caracas, con sus dos proceres, Miranda y Bolvar, vive con prevalencia

    las ideas venidas de Francia y Estados Unidos ms que las tradicionales hispnicas.

    En el segundo centro, el de Santa Fe de Bogot y Quito, era procer destacado

    Antonio Nario. De l escribe Ramn Ezquerra: "Desde 1789 -ntese la fecha- era alma de un club que se reuna en su casa, de ideas revolucionarias, dedicado al

    estudio y a la lectura de autores enciclopedistas y al cultivo de las ciencias, del que

    formaron parte varios patricios de anloga ideologa, partidarios de la razn y de la

    libertad y amigos de la Independencia... presididos por un retrato de Franklin"24. Los historiadores advierten que este clima revolucionario no le hizo perder su fe

    cristiana. Pero no es posible negar el influjo de este clima en su ideario tico-

    poltico. Prueba de ello es que unos aos ms tarde tradujo al espaol, aun

    previendo graves disgustos con las autoridades, Los derechos del hombre, obra de

    la Asamblea Constituyente Francesa.

    La accin agitada e incansable de A. Nario a favor de la Independencia queda para

    la historia poltica. Aqu, para completar su silueta ideolgica debemos anotar que

    mantena ntimas relaciones con la sociedad literaria La escuela de concordia de

    Quito, en la que destacaba un indio genial que ha pasado a la historia de la filosofa hispanoamericana. Nos referimos a Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Por

    Espejo se le nombra casi siempre y as lo haremos aqu. Al hablar de l se subraya

    que el cruce de razas contribuy a darle una personalidad recia y atrevida.

    La aportacin de Espejo a la filosofa y a la ciencia es hoy muy estudiada, como un despertar de la filosofa en las razas aborgenes. Aqu nos interesa ms su actitud

    poltica. Esta actitud queda bien reflejada en la Carta que escribi desde Bogot,

    despus de entrevistarse con A. Nario, al Cabildo de Quito: "Vivimos en la ms

    grosera ignorancia y en la miseria ms deplorable"25. M. Menndez Pelayo re la frase por ver en sus propios escritos la prueba ms brillante de lo contrario. Pero al

    margen de la verdad histrica de la frase de Espejo debemos leer en ella una

    actitud poltica independentista. Lo que parece no puede afirmarse es que esta

    actitud de Espejo tenga apoyo ideolgico en el populismo de Surez. Y esto por una

    doble razn. Por la enemiga a los jesutas que haba bebido en Verne y, el famoso Arcediano de Evora, de cuya filosofa se nutre. Y por haberse dado al estudio de

    Hobbes, Locke, Pufendorf, a los que una nuestro crtico J. Feijoo. Su obra principal

    lo dice todo en el ttulo, pero en un sentido opuesto a la tradicin hispnica, tanto

    la medieval como la de la escuela de Salamanca. Por todo ello concluimos que en estos dos proceres del crculo de Bogot y Quito, Nario y Espejo, no se siente la

    presencia e influjo de la gran tradicin hispnica.

    Respecto del crculo rioplatense, dos figuras consideramos seeras, aunque no las

    nicas: Manuel Belgrano y Mariano Moreno. Del primero escribe Ricardo Zarroqun en un estudio, escrito en 1960 como Homenaje de la Revolucin de Mayo:

    "Belgrano, que se haba impregnado de estas ideas (de la Ilustracin) durante su

    estada en Europa, public en 1796 unos Principios de la Ciencia Econmico-

    Poltica, traducida del francs, que era un resumen de las doctrinas fisiocrticas, o

    sea, de las teoras que en materia econmica correspondan al despotismo ilustrado... Sus autores preferidos fueron: Campomanes y Jovellanos, entre los

    espaoles; Ferdinando Galiani y Antonio Genovesi -dos economistas napolitanos-, y

    los clsicos de entonces Quesna y, Dupong de Nemours y Adam Smith"26. Interesa

    tomar nota de la vinculacin de Belgrano a los economistas ingleses, puesto que en su estancia en la Universidad de Salamanca pudo respirar un ambiente muy

    favorable a los pensadores de Inglaterra, siendo utilitarista J. Bentham, el filsofo

  • ms estudiado y valorado. Eran los tiempos de la ruptura en los que da pena tener

    que decir que en el hogar de la escuela espaola del derecho los nombres de Vitoria

    y Surez no sonaban en las aulas salmantinas. Nada de admirar que Belgrano

    asimilara aqu una ideologa poltico-econmica, extraa al pensamiento hispnico27.

    Mariano Moreno, el otro procer argentino que aqu estudiamos, pudo haber

    conocido la doctrina suareziana en la Universidad de Charcas. Pero en su impulsiva

    actividad poltica estuvo ms bien guiado por las ideas jacobinas de la Revolucin Francesa. "Es cierto, escribe R. Zarroqun, que Mariano Moreno, despus de

    producida la revolucin, hizo imprimir el Contrato Social y public, adems,

    diversos artculos que revelan la lectura de Mably, Raynal, Volney y el mismo

    Rousseau. Pero... es notorio que sus publicaciones y su actitud revolucionaria no siempre gustaron a los dems miembros de la Junta, cuyo desacuerdo produjo al

    fin la separacin del inquieto secretario"28.

    La ltima del texto citado, que refleja aquel momento histrico de Buenos Aires en

    los das de la revolucin de Mayo, pone al mismo tiempo en evidencia la dualidad

    de tendencias revolucionarias rioplatenses. Los proceres respiran una ideologa europea al margen de la escuela espaola del derecho. Pero tal vez ningn Cabildo

    como el de Buenos Aires se sinti ms vinculado al populismo hispnico.

    Preferentemente al del municipio medieval. Podemos concluir este apartado con

    este texto autorizado de P. Henrquez Urea: "La teora moderna -moderna al menos en su forma- de la soberana del pueblo se mezclaba, en el pensamiento de

    muchos coloniales, con la nica tradicin de autonoma que conocan (los

    hispanoamericanos), la tradicin espaola del gobierno municipal"29. Este texto,

    colofn de lo dicho en esta seccin, nos abre la puerta a la siguiente, pues nos sita en el centro de lo que deseamos aclarar.

    4. Vigencia del populismo hispnico

    La vigencia de este populismo en Hispanoamrica es hoy afortunadamente muy

    estudiado. En 1946, M. Gimnez Fernndez dio un toque de llamada que ha sido muy odo. L. Perea y su equipo estn empeados en presentar con todo rigor ante

    el mundo culto esta vigencia. A ellos nos remitimos30. En este nuestro estudio baste

    alguna referencia.

    En el enmarque del mismo baste recordar el Catecismo Poltico-Cristiano, de

    importancia decisiva en el proceso emancipador chileno, pero cuyo contenido ideolgico es necesario extender a todo el continente hispnico. Difundido en forma

    manuscrita, por miedo a las autoridades gubernativas, aparece casi como annimo.

    Todava se sigue discutiendo sobre su autora. Para nuestro propsito es esto algo

    secundario. Al margen de quien lo escribi, refleja de modo innegable el sentido populista hispano, formulado por la gran escuela de Salamanca31.

    En el comentario que hace al Catecismo W. Hanisch Espndola no se tienen en

    cuenta las instituciones hispnicas medievales. Y, sin embargo, stas tuvieron un

    influjo muy efectivo, sobre todo a travs de los Cabildos. Estos fueron la rplica americana de los municipios espaoles de la Edad Media. Con la particularidad de

    que, como afirma S. Madariaga, mientras las Cortes de Castilla apenas s tienen

    una institucin similar en Hispanoamrica, los Cabildos embalsan el clsico sentido

    de autonoma del municipio castellano32.

    La idea ms importante, la que dirige la accin eficaz de los Cabildos en los momentos en que declaran la Independencia, es la presuncin de haber vuelto a

    ellos el poder poltico. Esta presuncin surge de sentirse representantes del pueblo

  • en un momento en que el rey, en quien el pueblo deleg su mandato, se hallaba

    imposibilitado de ejercerlo. Esto vale lo mismo para el Cabildo de Buenos Aires que

    para el de Santiago de Chile, Bogot o Caracas. Ser difcil poder exagerar la

    importancia de esta idea en el desarrollo de los movimientos de emancipacin en toda Hispanoamrica, salvo quizs en Nueva Espaa, donde el movimiento

    separatista no proviene de la clase dirigente ciudadana, sino ms bien es un

    movimiento popular con cierto carcter primitivista y de revancha del campo sobre

    la ciudad.

    Nos parece hallar en Viscardo una confirmacin de cuanto venimos diciendo. Muy

    luego subrayaremos otros aspectos importantes de su Carta. Ahora nos parece muy

    aleccionador mentar su alegato contra los mandatarios del gobierno absolutista de

    Espaa. Advierte Viscardo la suma atencin que prestaban los espaoles a las instituciones que mantenan el ejercicio de la autoridad real dentro de las leyes.

    Deber primario de los representantes de las Cortes era vigilar la accin real, como

    depositarios y guardianes de la confianza del pueblo. Recuerda en este momento

    Viscardo la institucin clsica de Justicia de Aragn, quien en la ceremonia de la

    coronacin del rey le diriga estas palabras: "Nos que valemos cuanto Vos, os hacemos nuestro Rey y Seor, con tal que guardis nuestros fueros y libertades y si

    no, no"33.

    Con esto hemos dado una perspectiva inicial del populismo hispnico,

    remitindonos de nuevo a los autores que lo estn ahora esclareciendo. Quiero, con todo, antes de concluir esta seccin, aludir otra vez a la tesis de E. Nicol, propuesta

    al iniciar este estudio. Segn esta tesis no hay en Hispanoamrica un ideario

    poltico precursor de los acontecimientos, sino que son ms bien stos los que, al

    filo de su desarrollo, hacen fraguar determinadas doctrinas polticas. Es posible que la tesis de E. Nicol se halle condicionada por el modo como surgi el movimiento

    independentista en Mxico. Ya indicamos poco ha que mientras en las naciones

    hermanas el movimiento secesionista surge de la capital y se irradia al campo, en

    Mxico sucede lo contrario. El separatismo es, ante todo, un movimiento social, nacido de un secular resentimiento del campo indiano contra la ciudad progresiva y

    deslumbrante. De aqu que este movimiento sea ms pobre en ideas rectoras tico-

    polticas que otros pases hispanos. Esto es muy de admirar, por cuanto Mxico es

    el pas hispano ms prspero culturalmente en el siglo XVIII. Pese a este contraste

    es cierto que tanto el cura Hidalgo, que inicia la subversin con el grito de "Dolores", como Morelos, que la sabe organizar, tienen ms mpetu y tesn

    revolucionarios que ideas sobre los derechos y deberes del pueblo. Vista la

    revolucin desde estas mentes parece tener razn E. Nicol al afirmar que las ideas

    van sobre la marcha de los sucesos. Por todo ello hay que decir desde la historia de la cultura que si la anticipada emancipacin supuso un retraso para el desarrollo de

    las respectivas naciones, sobre todo esto hay que decirlo de Mxico. Pero esto es

    tocar otro tema vidrioso que no es posible afrontar en este momento.

    Contentmonos ahora con haber visto en perspectiva panormica la vigencia que tenan las corrientes primarias tico-polticas en la poca de la emancipacin.

    IV. TRES HOMBRES SIGNIFICATIVOS

    Los tres nombres a que hace referencia el epgrafe son Juan Pablo Viscardo y

    Guzmn, Simn Bolvar y Andrs Bello. Otros pudieran seleccionarse. Pero juzgo a

    los tres de tal altura histrica que pueden servirnos de altozano para divisar desde ellos el espritu de la poca.

    1. Juan Pablo Viscardo y Guzmn

  • Nace Viscardo en 1748 y se halla de novicio jesuta cuando a sus 19 aos tiene que

    interrumpir bruscamente su formacin el da 7 de septiembre de 1767, al ser

    ejecutada la Pragmtica Sancin de Carlos III por la que se expulsaba de los

    dominios hispnicos a todos los jesutas. Tan cruel medida, sufrida en la edad ms sensible a la justicia, permite hacernos cargo del alma indignada de Viscardo,

    amargada ulteriormente por los malos tratos que tuvieron que sufrir en su largo

    viaje hasta llegar a Italia y all ser acogidos. A los 33 aos, en 1781, dirige con su

    hermano, exiliado como l, una carta al cnsul ingls de Livorno, quien valor su importancia y la hizo llegar al Foreign Office. Presentaba en ella al Gobierno

    britnico un plan de ayuda a su patria peruana, convulsionada por el levantamiento

    antihispano de Tpac Amaru. La Revolucin Francesa le incit a fugarse de Italia a

    Pars en 1791. All compuso su Carta dirigida a los espaoles americanos por uno de sus compatriotas34. Traducida al francs y al ingls con ayuda de Miranda, es

    publicada y divulgada por ste, haciendo de ella uno de los agentes ms eficaces de

    la sublevacin contra Espaa.

    Sobre el contenido de la misma es muy de notar que es central en la misma la

    contraposicin constante entre la obra de Espaa, llevada a cabo por los antepasados hispnicos a quienes llama "nuestros", y la accin del gobierno

    espaol en Amrica, proyectada siempre como sombra negra. Lo ms significativo

    de esta proyeccin pesimista es que piensa que ha sido una constante de los reyes

    de Espaa ahogar las instituciones que podan limitar su poder hasta irse apoderando de todos los resortes del mismo. Culmen de este absolutismo

    absorbente le parece la Pragmtica Sancin de Carlos III por la que destierra a los

    jesutas "por motivos que se reserva en su real pecho".

    Si dejamos a un lado el resquemor que en el alma de Viscardo dej la injusticia tan inhumana de Carlos III, aparece luciente esta idea central que terminamos de

    exponer. Viscardo es un caso tpico de tantos hispanoamericanos que aman lo

    espaol como algo suyo y critican duramente el gobierno hispnico en Amrica. En

    un pasaje de la Carta,despus de referir los atropellos del Virrey Francisco de Toledo, sigue comentando: "El Virrey, aquel monstruo sanguinario, pareci

    entonces el autor de todas las injusticias, pero desengamonos acerca de los

    sentimientos de la Corte, si creemos que ella no participaba de aquellos excesos;

    ella se ha deleitado en nuestros das en renovarlos en toda la Amrica,

    arrancndole un nmero mayor de hijos, sin procurar disfrazar siquiera su inhumanidad". Pero al final de tan duro reproche hace esta intencionada salvedad:

    "Realmente esta mancha no debe caer sino sobre el despotismo de su gobierno".

    No sobre Espaa, comentamos nosotros, terminando el pensamiento de Viscardo35.

    Es, por tanto, dual la actitud de Viscardo contra lo espaol. Pondera al gran Colombo (sic), a los conquistadores que dieron a Espaa el imperio del mundo bajo

    condiciones solemnemente estipuladas. Habla con estima y ponderacin de los que

    l llama "nuestros mayores que nos prodigaron su sangre y sus sudores". Pero a

    esta declaracin vinculante, tan honda y tan sentida, sigue una requisitoria virulenta a la ambicin, avaricia y orgullo de los detentadores del poder hispano en

    Amrica, que no tuvo ninguno de los frenos que las instituciones medievales

    hispnicas pusieron a sus reyes.

    Al final de esta reflexin es ineludible aludir a la posible presencia de Surez en la

    ideologa del jesuta Viscardo. Contra lo que otros opinan, nuestra lectura ha sido incapaz de sentir tal presencia. Y juzgamos poco fundado deducir esta presencia de

    que Viscardo niega el absolutismo y defiende los derechos naturales del pueblo a la

    libertad.

  • En cierto momento de la Carta parece ineludible el que aludiera a Vitoria. Es cuando

    impugna el desenfrenado monopolio hispnico. Por este monopolio, afirma

    Viscardo, "Espaa nos destierra de todo el mundo antiguo, separndonos de una

    sociedad a la cual estamos unidos con lazos ms estrechos"36. En la impugnacin de este monopolio Viscardo poda alegar a Vitoria, quien consideraba como primer

    ttulo a la presencia de los espaoles en Amrica el de la sociedad y comunicacin

    natural. En la quinta de las razones para declarar este primer ttulo, Vitoria seala

    expresamente el derecho a comerciar con los nativos de Amrica37. A par poda razonar Viscardo. En efecto, si Vitoria crey un derecho de los espaoles el poder

    comerciar en Indias, cmo negar, entonces, este derecho a los

    hispanoamericanos, cerrndolos al comercio del mundo para llegar a ser -dice

    textualmente Viscardo- "una ciudad sitiada"? Este silencio de Viscardo parece fundado en la ignorancia en que estaba respecto de la doctrina de Vitoria. De donde

    es necesario concluir que no se advierte una conexin mental entre este paladn y

    vanguardista de la Independencia y la clsica escuela espaola del derecho.

    2. Simn Bolvar: un espritu demcrata

    No es cosa de recordar el inmenso influjo de Bolvar en el desarrollo de la emancipacin americana. Aqu lo abordamos en lo que toca a su mentalidad. L.

    Perea alude (como ya dijimos) al celebrrimo discurso de Bolvar al Congreso

    venezolano de Angostura (hoy Ciudad Bolvar), febrero de 1819, cuando habla del

    gran influjo de Surez en el populismo americano. Ello motiva el que juzguemos importante detenernos en el anlisis de dicho discurso y leer en l los influjos que

    refleje38.

    Inicia Bolvar su discurso declarando hallarse como simple ciudadano, no como

    Libertador y Pacificador, ante la Soberana Nacional del Congreso, al que declara depositario de la voluntad soberana y arbitro del destino de la nacin. Frente a un

    pasado en el que la voluntad de un dspota era ley suprema -repite casi las mismas

    palabras que Viscardo- proclama que ha llegado el momento de la libertad. Pero la

    libertad, anota con Rousseau -ntese esta primera cita-, es "alimento suculento pero de difcil digestin".. Por lo mismo es necesario lograr para ella seguridades.

    Bolvar piensa que slo un rgimen democrtico puede darle esta garanta.

    Se enfrenta a continuacin con quienes desean para Venezuela una Repblica

    Federal, semejante a la de los Estados Unidos. Contra ellos arguye con Montesquieu

    -segunda cita- que las leyes deben acomodarse al carcter de los respectivos pueblos. Para Venezuela opta por un gobierno republicano que debe tener estas

    bases: la soberana del pueblo, la divisin de poderes, la libertad civil, la

    proscripcin de la esclavitud, la abolicin de la monarqua y de los privilegios39.

    Modelos actuales de esta sabidura poltica son para Bolvar Inglaterra y Francia. Las pondera en estos trminos: "La Revolucin de estos dos grandes pueblos, como

    un radiante meteoro, ha inundado al mundo con tal profusin de luces polticas,

    que ya todos los seres que piensan han aprendido cules son los derechos del

    hombre y cules sus deberes". Suspirando por algo parecido recuerda a Volney -tercera cita- en la Dedicatoria de sus ruinas de Palmira: "A los Pueblos nacientes de

    las Indias Castellanas".

    Despus de poner estas bases de alta poltica pide a los Representantes del pueblo

    venezolano trabajo y saber. Son los cimientos de un futuro mejor. E igualmente les

    pide la supresin de "la atroz e impa esclavitud". Para eterna gloria de Bolvar, pidi esta supresin el 15 de febrero de 1819.

  • Ante este sucinto esquema nos preguntamos por el posible influjo en Bolvar de la

    escuela espaola del derecho y especialmente de Surez. Y debo confesar que en

    este gran discurso de Bolvar no he sido capaz de rastrearlo. Tiene un acercamiento

    doctrinal a Surez cuando pide "moderar la voluntad general y limitar la autoridad pblica"40. Tiene un origen suareziano esta sabia medida poltica propuesta aqu

    por Bolvar? No lo niego, pero la afirmativa no la creo histricamente fundada.

    Un mtodo ulterior podemos utilizar para conocer el pensamiento de Bolvar. Es,

    por cierto, un mtodo muy cultivado por los investigadores que buscan conexiones entre el populismo suareziano y el hispanoamericano en los das de la

    Independencia. Consiste este mtodo en analizar el fondo de las bibliotecas de la

    poca. Pues bien, tenemos por fortuna el catlogo de la biblioteca de Bolvar41.

    Examinando este catlogo hallamos en el mismo las obras, todas en francs, de Hobbes, Voltaire, Adam Smith, Oeuvres du ro d Prusse, de Madame de Stal, del

    Abate Pradt. En traduccin espaola, Espritu de las Leyes, de Montesquieu, y Curso

    de Poltica, de Benjamn Constant. De fondo hispnico slo hallamos la conocida

    obra de Llrente en la que pudo beber su antipata a la Inquisicin. Es difcil leer a

    travs de este catlogo un posible influjo de la escuela espaola del derecho en Bolvar.

    Cuando rezuma hispanismo, tal vez sin tomar conciencia de ello, es en su oposicin

    a la esclavitud, que considera indigna de la persona humana. El universalismo

    hispano se apoder en esta ocasin del alma del Libertador. Esta es otra idea tico-poltica de proyeccin planetaria. Pero no decisiva en los sucesos de la

    Independencia hispanoamericana.

    3. Andrs Bello

    Sirva de enlace entre Simn Bolvar y Andrs Bello, del que vamos a hablar, este juicio de M. Menndez Pelayo. Dice as: "La antigua Capitana General de Caracas,

    hoy Repblica de Venezuela, tiene la gloria de haber dado a la Amrica espaola,

    simultneamente, su mayor hombre de armas y su mayor hombre de letras: Simn

    Bolvar y Andrs Bello... La aparicin sbita de estos dos varones egregios... por breve tiempo ponen a su patria al frente del movimiento americano"42. Este texto

    justifica la seleccin que hemos hecho de estos dos hombres preclaros, que ponen

    en evidencia la mentalidad de su poca. Tal vez los espaoles pudiramos estar

    algo resentidos por ciertas actitudes extremosas de Bolvar; su grito: "guerra a

    muerte", pudo ser un gesto ltimo, para cumplir el juramento que hizo en Roma sobre el Monte Sacro. Pero todava hiere al alma hispnica.

    Lo contrario acaece con Andrs Bello. Y no slo por lo que con justicia escribe P.

    Henrquez Urea: "Concluida ya la guerra de Independencia, Bello tiende la mano,

    franca y desarmada, a los espaoles"43. Esto es ya mucho. Pero la deuda que ha contrado la Hispanidad con Bello, por su eximio culto de la lengua, es

    deliciosamente impagable. Dado, por lo mismo, su prestigio intelectual es un deber

    en esta nuestra investigacin preguntarle por su actitud ante la escuela espaola

    del derecho. Su cultivo de este campo del saber y el ser considerado como uno de los sistematizadores de los Cdigos civiles de las nuevas repblicas, especialmente

    de la de Chile44, incita a que le hagamos dicha pregunta. Nos parece, por otra

    parte, muy fcil obtener respuesta por la lectura de su obra fundamental, que

    inicialmente titul Principios del Derecho de Gentes45. Esta lectura reposada y muy

    en particular el informe que nos da sobre las fuentes que ha utilizado en su obra dejan al descubierto los influjos en Bello. Por lo que hace a la escuela espaola del

    derecho el influjo se manifiesta inconsistente contra lo que hubiramos deseado.

  • Damos este dato clarificador de la falta de conexin entre Bello y la escuela

    espaola. En la tesis de Clementino de Vlissingen46, presentada en la Universidad

    Gregoriana, ao 1939, bajo la direccin de M. Mostaza y asesoramiento de J.

    Genechea, ambos eminentes en la historia del derecho hispnico, se elencan inicialmente siete autores, juzgados momentos cumbres en la creacin y desarrollo

    del moderno Derecho de Gentes. Deben recordarse estos siete nombres: Vitoria,

    Surez, Grocio, Pufendorf, Bynkershoek, Vattel y Martens. Apena tener que

    testificar, pero la lectura de la obra de Bello obliga que de los siete tan slo son silenciados estos dos nombres: Vitoria y Surez. Para C. de Vlissingen son los

    creadores del Derecho de Gentes. Sin embargo, Bello nos los nombra. Por el

    contrario, he aqu lo que afirma de Vattel: "Es el escritor ms popular y elegante de

    esta ciencia, y su autoridad se ha mirado tiempo ha como la primera de todas"47. Este autor le sirve de pauta en la redaccin de su obra. Como dice el investigador

    chileno Alamiro de Avila Martel: "el libro (de Bello) tiene una base clsica y bien

    conocida, el tratado de Vattel, que aparece como el caamazo en la redaccin del

    texto, pero contiene adems todas las novedades que en los setenta aos

    posteriores a la edicin de la obra del autor suizo se haban producido"48.

    Cmo explicar este silencio hiriente respecto de nuestros clsicos del derecho? No

    podemos acudir a reaccin patritica pues ya nos ha dicho P. Henrquez Urea que

    su mano generosa la abri muy pronto a todo lo hispano. En nuestra reflexin

    histrica hallamos tres razones que pudieran explicar este silencio. La primera es su formacin en Londres al ser enviado a esta ciudad por la Junta de Caracas a raz de

    los sucesos de 1810. La segunda el haberse desentendido de aquellas obras que

    consideran el Derecho de Gentes "bajo un punto de vista puramente especulativo y

    abstracto" -alusin manifiesta a nuestra escuela del derecho-, pues le afectaron mucho los problemas surgidos en las guerras de los ltimos ochenta aos,

    especialmente lo relativo a las relaciones entre beligerantes y neutrales. La tercera

    pudo originarse en que la ruptura que entonces sufra Espaa, respecto de la

    doctrina de nuestra escuela por el olvido en que sta haba cado en aquella poca, tuviera un impacto paralelo en Hispanoamrica. Los partidarios del influjo de

    Surez negarn esto de modo rotundo. Pero no es fcil explicar en otro caso el

    silencio increble de Bello. En todo caso este silencio es incompatible con una alta

    estima de nuestra escuela del derecho por parte de este investigador, tan serio y

    meditativo. El que se haga notar que asimil doctrinas de la escuela histrica de Savigny es buena prueba de la seriedad de sus investigaciones49. Si se tiene en

    cuenta que Bello fue un gran estudioso de nuestra lengua y literatura, por qu no

    de nuestro derecho? Deseara una respuesta ms plena a la que aqu se propone.

    Al final de esta cuarta seccin de nuestro estudio, tenemos que confesar, contra lo que desearamos, que la tesis a favor de Surez no queda muy avalada. Ni por el

    silencio de Bello, ni en las citas de Bolvar, ni siquiera en la invectiva del ex jesuta

    Viscardo.

    CONCLUSIONES

    Cuatro conclusiones, que tienen el carcter de preguntas por desear una ulterior respuesta, proponemos al final de este estudio.

    1a. Hubo en Espaa ciertamente una ruptura con la tradicin de nuestra escuela

    clsica del derecho. Esta ruptura es general desde mediados del siglo XVIII y

    durante la primera mitad del XIX. En sustitucin de la misma, el tradicionalismo espaol, bajo la impronta del francs, acept la teora del absolutismo sacro, a la

    que ms tarde uni la consigna de "altar y trono". La autoridad de Bossuet supli,

    con gran detrimento para nuestro pensamiento y nuestra vida nacional, a la de

    nuestros grandes maestros.

  • 2a. Afortunadamente el absolutismo sacro no cundi en Hispanoamrica. Ello

    explica que el anticlericalismo de aquellas naciones no haya tenido la virulencia que

    en Espaa, pues se ha limitado a cercenar los que se crean exagerados derechos

    del clero.

    3a. Por lo que toca al pasado, no se puede desconocer el gran influjo que las ideas

    enciclopedistas ejercieron en los proceres americanos. Tampoco se puede exagerar

    tanto el influjo suareziano que no se tenga muy en cuenta, estando en primer lugar

    al populismo de las instituciones hispnicas medievales, sobre todo la de los Municipios de donde surgen los Cabildos americanos, de inmenso influjo en la

    Independencia.

    4a. Mirando al futuro, aceptamos la conclusin de L. Perea, al juzgar que las bases

    doctrinales y polticas formuladas por la escuela espaola del derecho "son las condiciones del nuevo cdigo de la comprensin que puede abrir perspectivas

    nuevas de solidaridad y colaboracin entre Espaa y Amrica. La democracia, a la

    que impacientemente aspiran nuestros pueblos, encuentra aqu su norte de

    orientacin".

    NOTAS

    1 RAMN INSA, Historia de la filosofa en Hispanoamrica, Guayaquil, 1945.

    FRANCISCO LARROYO, La filosofa americana, Mxico, 1958. ALBERTO

    CATURELLI, La filosofa hispanoamericana, Crdoba (Argentina), 1953. IVO

    HLLHUBER, Geschichte der Philosophie im spanischen

    Kulturbereich, Mnchen/Basel, 1967.

    2 EDUARDO NICOL, El problema de la filosofa hispnica, Tecnos, Madrid, 1961, p.

    38.

    3 La carta del prof. Sergio Villalobos en mi pequeo archivo personal.

    4 LUCIANO PEREA, Francisco Surez y la independencia de Amrica. Un proyecto de investigacin cientfica, en Cuadernos Salmantinos de Filosofa 1 (1980) 53-63.

    (El texto citado en p. 58.)

    5 MIGUEL BATLLORI, La cultura hispano-italiana de los jesutas expulsos. Espaoles

    - Hispanoamericanos - Filipinos, 1767-1814, Edit. Credos, Madrid, 1966, pp. 539-596.

    6 dem.

    7 Este estudio viene a ser paralelo y complementario del publicado en Actas del III

    Seminario de Historia de la Filosofa Espaola, edic. Universidad de Salamanca 1983, bajo el ttulo: Colisin de ideas en el siglo XVIII espaol (pp. 31-42).

    Tngase esto en cuenta para una mejor inteligencia de este estudio.

    8 Esta doctrina la hemos expuesto con alguna detencin en el art. cit., pp. 36-37.

    9 Se adiverte esto especialmente en W. HANISCH ESPNDOLA, El catecismo poltico-

    cristiano. Las ideas y la poca: 1810; Edit. Andrs Bello, Santiago de Chile, 1970, pp. 28, 30 y 52.

    10 Actas de las Cortes de Cdiz. Antologa (dirigida por E. Tierno Calvan), Taurus,

    Madrid, 1964, t. II, pp. 541-605.

  • 11 F. MARTNEZ MARINA, Teora de las Cortes (ed. de J.M. Prez Prendes). Al

    buscar apoyo a su concepcin de la soberana de las Cortes, vuelve su mirada a la

    historia de las instituciones patrias ms que a las doctrinas de la escuela espaola

    del derecho.

    12 L. PEREA, Teora de la guerra en Francisco Surez, C.S.I.C., Madrid, 1954,

    reconoce el gran influjo de los jesutas en la poltica de los Austrias.

    13 dem., Francisco Surez... op. cit., p. 53.

    14 A. BALLESTEROS Y BERETTA, Historia de Espaa y su influencia en la Historia Universal, Barcelona-Madrid, 1932, IX, p. 710.

    15 En Historia Extensa de Colombia, Bogot, 1971, ROBERTO Ma., TISNES, Vol.

    XIII, Historia Eclesistica, pp. 21-22, da el elenco de los Obispos de Colombia

    cuando la Independencia, la mayor parte de los cuales eran realistas.

    16 A. CATURELLI, La pedagoga, la poltica y la mstica en Jos Antonio de San

    Alberto, en Humoristas, N 18 (1977), 183-214.

    17 Op. cit., pp. 200-201.

    18 Op. cit., p. 199.

    19 A. BALLESTEROS Y BERETTA, op. cit., VIII, p. 355.

    20 JUAN PABLO VISCARDO Y guzmn, Carta dirigida a los espaoles americanos por

    uno de sus compatriotas. Impreso en Londres por P. Bayle, Vine Street, Piccadilly,

    1801 (reedicin en Lima 1974 la utilizada en nuestro estudio). (El texto citado en p.

    11).

    21 R. INSA, op. cit., p. 203.

    22 A. BALLESTEROS Y BERETTA, op. cit., VIII, p. 452.

    23 L. PEREA, Francisco Surez... Op. cit., p. 61.

    24 RAMN EZQUERRA, Antonio Nario, en Diccionario de Historia de Espaa, Revista de Occidente, Madrid, 1968, 3, p. 12.

    25 Tomamos estos datos de R. INSA, op. cit., p. 207.

    26 RICARDO ZARROQUN , Las influencias ideolgicas en la revolucin de

    Mayo, en Homenaje a la revolucin de Mayo 1810-1960, Universidad Catlica Argentina, Buenos Aires, 1960, p.29.

    27 Sobre el ambiente intelectual de Salamanca en los das en que estudi en ella M.

    Belgrano, tenemos un estudio muy valioso de SANDALIO RODRGUEZ

    DOMNGUEZ, El Dr. Ramn Salas y Corts en la renovacin de la Universidad

    Salmantina (1774-1796). Fue presentado como tesis en la Universidad Pontificia de Salamanca y tuve la satisfaccin de formar parte del tribunal que la calific con la

    mxima nota. Ello me dio una feliz oportunidad para tomar conciencia de la vida

    interna de la Universidad de Salamanca en aquel momento histrico, que es el de

    los estudios de Belgrano. Sin proponrselo, el autor de este estudio ha mostrado con el terrible argumento del silencio la lamentable ruptura que tuvo lugar en

  • Salamanca entre su glorioso pasado del siglo XVI, madre entonces del Derecho de

    Gentes, y el final triste del siglo XVIII, cuando en Salamanca ni se sienten los

    problemas de este Derecho con hondura, slo por mediacin muy pobre del

    pensamiento ingls, ni menos se recuerdan y comentan los grandes maestros hispanos de la escuela del derecho. (La tesis de S. RODRGUEZ DOMNGUEZ ha

    sido editada por la Universidad Civil de Salamanca.)

    28 R. ZARRROQUIN, op. cit., p. 33.

    29 PEDRO HENRQUEZ UREA, Las corrientes literaras en la Amrica Hispnica, F.C.E., Mxico, 1949, p. 101.

    30 M. GIMNEZ FERNNDEZ, Las doctrinas populistas en la Independencia Hispano-

    Americana, en Estudios Americanos (Sevilla) (1946) 516-666. L. PEREA da en

    apretada sntesis una prometedora investigacin futura en la obra que hemos citado, Francisco Surez...

    31 W. HANISCH ESPNDOLA, El Catecismo cristiano... Op. cit., pp. 60-89.

    32 S. MADARIAGA, op. cit., p. 62.

    33 J.P. VISCARDO, op. dt., p. 10.

    34 En la nota 20 hemos dado la bibliografa completa de la misma.

    35 J.P. VISCARDO, op. cit., p. 8.

    36 dem., op. cit., p. 3.

    37 FRANCISCO DE VITORIA, Obras (ed. Tefilo Urdanoz), B.A.C., Madrid, 1960. De

    los indios, releccin 1a, pp. 705-711.

    38 Utilizamos el texto que se lee en Simn Bolvar. Obras completas. Compilacin y

    notas de V. LECUNA... Ministerio de Educacin Nacional de los Estados Unidos de

    Venezuela(s.a.), III, pp. 674-697.

    39 Op. cit., p. 683.

    40 Op. cit.,p. 691.

    41 Op. cit., II, pp. 779-780.

    42 M. MENNDEZ PELAYO, Historia de la poesa hispano-americana, I, p. 347 (Edic.

    Nacional de O.C., 37), Santander, 1948.

    43 P. HENRIQUEZ UREA, op. cit., p. 104.

    44 Sobre el ambiente cultural de Chile esta poca, vase SERGIO

    VILLALOBOS, Indician y Reforma en 1810, Santiago de Chile, 1961. A la influencia

    de ANDRS BELLO en el campo del derecho civil dedic la Semana de Bello de

    1954, Caracas, la tercera seccin de sus estudios. Muy penetrante el estudio de PEDRO LUIS URQUIETA, La influencia de Bello y de su clasicismo en el Cdigo Civil,

    pp. 285-310.

  • 45 ANDRS BELLO, Principios de Derecho de Gentes. Nueva ed. revisada y

    corregida, Madrid-Lima, 1844.

    46 CLEMENTINUS A. VLISSINGEN, De evolutione definitionis iuris gentium. Studium

    historico-iuridicum de doctrina iuris gentium apud Auctores Classicos caec. XVI-XVIH, Romae, 1940, p. 7.

    47 ANDRS BELLO, op. cit., p. 22.

    48 ALAMIRO DE AVILA MARTEL, Andrs Bello. Breve ensayo sobre su vida y su

    obra, Santiago de Chile, 1981, p. 57.

    49 dem, op. cit., p. 33.