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279 Miércoles 11 de Agosto de 2010 Heraclio Bernal nunca estuvo en Culiacán Al menos, no hay forma de probarlo, dice Marco Antonio Berrelleza Fonseca Entre los personajes que registra la historia de Sinaloa, uno de los que despierta polémica es Heraclio Bernal, pues, mientras un grupo de historiadores y cronistas elabora una iniciativa para reivindicar al cosalteco como precursor de la Revolución Mexicana, algunos documentos de fines del siglo XIX le dan tratamiento de facineroso. Desde luego que hay circunstancias históricas que permiten conciliar ambos conceptos, como es el caso de Francisco Villa, para muchos identificado como bandido, pero reconocido como uno de los personajes más simbólicos de la Revolución y, sin duda, el más conocido en el mundo. Sobre Heraclio Bernal se han hecho películas en las que lo representan realmente como un bandido generoso, bendecido por los habitantes serranos más desamparados de la etapa del porfiriato y, en Sinaloa, del cañedismo. En el segundo tomo de la obra Culiacán, crónica de una ciudad (1878-1912), producido por el Instituto La Crónica de Culiacán, y de próxima presentación, Marco Antonio Berrelleza Fonseca abarca esa época que, en el caso de Culiacán, y de Sinaloa, recoge la etapa del reeleccionismo que aquí protagonizó Francisco Cañedo, quien duró 16 años consecutivos (1892-1908), después de haber cubierto un periodo anterior, de 1884 a1888. Como un dato curioso, Berrelleza Fonseca refiere que Bernal nunca estuvo en la ciudad de Culiacán, y lo hace en los siguientes términos: Se dice que alguna vez invitó al gobernador Cañedo a un baile Bernal no estuvo en la ciudad de Culiacán, aunque algunos historiadores aseguren lo contrario; sí es probable haya estado en el valle de Culiacán en varias ocasiones. Mario Gill consigna el episodio que cuenta que en cierta ocasión, mientras se efectuaba un baile de gala en la capital sinaloense, Bernal envía al gobernador Cañedo un telegrama en el que lo invitaba esa misma noche a un baile que él y sus guerrilleros organizaban junto con el pueblo de Quilá. Sin perder tiempo, Cañedo despacha cincuenta soldados a todo galope para capturar a Bernal. Al llegar los soldados a Quilá, el bandido generoso hacía horas que había dejado el lugar, no sin antes cometer un asesinato criticado por todos, incluso por su propia guerrilla, ya que jamás hubo razón para realizarlo. Ahora bien, si en alguna ocasión estuvo, o no, conversando con los rurales en los portales de Culiacán, sin que éstos se percataran de quién era, como se dice por ahí, jamás podrá saberse con exactitud. Así describieron a Bernal en la prensa de la ciudad de México En la ciudad de México, el periódico El Nacional dejó la siguiente descripción del Rayo de Sinaloa: Con sus compañeros era en extremo leal y generoso, y ellos lo adoraban hasta el sacrificio. Jamás permitió Bernal que sus subordinados expusieran la vida tontamente; audaz y sin miedo, cuidaba más la salud de sus muchachos que de su propia seguridad. En algunas ocasiones tuvo momentos de romántico arrepentimiento y se le vio, aunque de carácter siempre jovial, sumergirse en una tristeza silenciosa. Al final de esos excesos se le veía bajar con diez o doce hombres a algún pueblo, en son de paz; entrar contritamente a la iglesia, oír de rodillas la santa misa y santiguarse con devoción y, al final, poner en el cepo de la parroquia una pieza de oro de veinte pesos. Enseguida montaba en su caballo y, cabizbajo y callado, se remontaba a la sierra a llevar quién sabe qué género de extraña penitencia que, por desgracia, a los pocos años concluía siempre con el asalto a un nuevo pueblo o el ataque inesperado a una hacienda. En el fondo de esa naturaleza bravía, había sentimientos honrados. Varias fueron las batallas que se significaron trascendentemente en la guerra de Independencia, de cuya iniciación celebra México el bicentenario. Entre esos registros históricos la historia destaca la toma de la alhóndiga de Granaditas por las fuerzas insurgentes; sin embargo, fueron otros dos hechos los que sellaron el curso de esa gesta. Uno de esos registros fue la indecisión de Miguel Hidalgo y Costilla a entrar a la capital del país después del triunfo sobre los realistas en el monte de Las Cruces. Ese fue el principio del fin. El otro hecho, que marcó el final a que condujo el sesgo trazado por la hasta ahora no aclarada actitud de renuncia en el monte de Las Cruces, fue la batalla de Puente de Calderón, donde se consumó la derrota definitiva del movimiento independentista que había de desenlazar con el fusilamiento de Hidalgo y de sus seguidores. En Cuajimalpa se escribió el principio del final insurgente De acuerdo con esta apreciación, la ruta de los insurgentes se puede dividir en dos etapas: una primera que abarca de Dolores a Cuajimalpa, y otra que, a partir de Cuajimalpa, acabó en Acatita de Baján. El 16 de septiembre de hace 200 años fue domingo, pero en lugar de la celebración ritual, el curato fue escenario de la histórica arenga conocida como el Grito de Dolores, en el que, desde luego, no figuró la frase de “¡Viva México!”, toda vez que Hidalgo llamaba “América” al país. Medio millar de hombres recibieron con aclamaciones el llamamiento y se armaron de palos, piedras y las lanzas que habían fabricado los obreros de Hidalgo. Se les unió Mariano Abasolo con sus milicianos, y para las nueve de la mañana todos marchaban ya por el camino de San Miguel el Grande. Hacia el mediodía, cuando la columna pasaba por el santuario de Atotonilco, el cura Hidalgo tuvo la inspiración de tomar el estandarte de la virgen de Guadalupe, que ahí se venera todavía, y lo adoptó como insignia de su ejército, cuyo grito de guerra pasó a ser: “¡Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!” Discrepancias por el mando entre Allende y el cura Hidalgo Al atardecer del mismo día 16 los insurgentes entraron a San Miguel el Grande, que fue tomado sin resistencia, y en igual forma, el 21 entraron a Celaya, después de haber puesto sitio a la población tres días antes. Hasta entonces, Ignacio Allende era visto como jefe del movimiento, pero la personalidad del cura acabó por imponerse, y el día 22 el ejército en masa nombró por aclamación capitán general a Hidalgo, en tanto que Allende fue declarado teniente general, es decir, segundo de a bordo. Tal vez desde entonces empezó a latir en el militar una inconformidad que se haría notar en subsecuentes discusiones con el superior. El objetivo final de la marcha era, obviamente, la ciudad de México, pero ir directamente hacia allá implicaba pasar por Querétaro, donde había una fuerte concentración militar realista; por ello, Hidalgo decidió apoderarse primero de Guanajuato, pues en aquella rica ciudad podrían conseguirse abundantes recursos para la lucha. A las nueve de la mañana del 28 de septiembre Hidalgo estaba en las afueras de Guanajuato con 20 mil infantes mestizos e indios armados de garrotes, lanzas y hondas; 5 mil rancheros de a caballo, que llevaban lazos y machetes, y alrededor de un mil milicianos de tropa, porque la mayoría de los oficiales criollos, que lo acompañaban inicialmente, se habían arrepentido de participar y desertaron. La toma de Guanajuato sería a sangre y fuego Hasta entonces la marcha se había realizado sin derramamiento de sangre, pues Hidalgo levantaba a su paso nuevos contingentes, y las autoridades se convencían de la inutilidad de oponérsele, por lo que se rendían. Sin embargo, en Guanajuato fue diferente. El intendente Riaño, ex amigo de Hidalgo, le comunicó la decisión de defender a sangre y fuego la ciudad, para lo cual se parapetó con sus fuerzas en la alhóndiga de Granaditas, fortaleza hasta entonces utilizada para almacenar alimentos. Y así se dio lugar a aquella gesta que consta como uno de los capítulos gloriosos para el movimiento de la Independencia Nacional. Monte de las Cruces, y Puente de Calderón, hechos cruciales En la ruta del movimiento de Independencia Quedó por siempre en el enigma el motivo de la renuncia de Hidalgo a tomar la capital Altata, ruta de riesgo Crónica telegráfica de un asalto, hace 130 años las doce de la noche fue asaltada por una gavilla que se formó del momento para robarla, habiéndose llevado $ 32,000.= Por mar se manda fuerza a Altata a perseguirlos. - El Gral. = B. Reyes. El segundo telegrama, de fecha 22 de noviembre, dice lo siguiente: C. Srio. De Guerra. Dos de los ladrones que robaron la conducta particular fueron aprehendidos ayer cerca de Culiacán. Se les encontraron algunos fondos. – B. Reyes. Al acervo documental que el cronista gráfico Adrián G. Grimaldo sustrae digitalmente pertenecen las siguientes reproducciones de sendos telegramas fechados a fines de 1880, y en los que se consigna la comisión de un asalto en ruta de Culiacán hacia el puerto de Altata. Los dos telegramas están dirigidos al Secretario de Guerra por el mismo remitente, y el texto del primer mensaje, fechado el 19 de noviembre de 1880, es el siguiente: C. Srio. De Guerra. La conducta particular de $ 80,000-= que salió de Culiacán al Puerto de Altata la verificó sin pedir escolta ninguna y a

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279Miércoles 11 de Agosto de 2010

Heraclio Bernal nunca estuvo en CuliacánAl menos, no hay forma de probarlo, dice Marco Antonio Berrelleza Fonseca

Entre los personajes que registra la historia de Sinaloa, uno de los que despierta polémica es Heraclio Bernal, pues, mientras un grupo de historiadores y cronistas elabora una iniciativa para reivindicar al cosalteco como precursor de la Revolución Mexicana, algunos documentos de fines del siglo XIX le dan tratamiento de facineroso.

Desde luego que hay circunstancias históricas que permiten conciliar ambos conceptos, como es el caso de Francisco Villa, para muchos identificado como bandido, pero reconocido como uno de los personajes más simbólicos de la Revolución y, sin duda, el más conocido en el mundo.

Sobre Heraclio Bernal se han hecho películas en las que lo representan realmente como un bandido generoso, bendecido por los habitantes serranos más desamparados de la etapa del porfiriato y, en Sinaloa, del cañedismo.

En el segundo tomo de la obra Culiacán, crónica de una ciudad (1878-1912), producido por el Instituto La Crónica de Culiacán, y de próxima presentación, Marco Antonio Berrelleza Fonseca abarca esa época que, en el caso de Culiacán, y de Sinaloa, recoge la etapa del reeleccionismo que aquí protagonizó Francisco Cañedo, quien duró 16 años consecutivos (1892-1908), después de haber cubierto un periodo anterior, de 1884 a1888.

Como un dato curioso, Berrelleza Fonseca refiere que Bernal nunca estuvo en la ciudad de Culiacán, y lo hace en los siguientes términos:

Se dice que alguna vez invitó al gobernador Cañedo a un baile

Bernal no estuvo en la ciudad de Culiacán, aunque algunos historiadores aseguren lo contrario; sí es probable haya estado en el valle de Culiacán en varias ocasiones. Mario Gill consigna el episodio que cuenta que en cierta ocasión, mientras se efectuaba un baile de gala en la capital sinaloense, Bernal envía al gobernador Cañedo un telegrama en el que lo invitaba esa misma noche a un baile que él y sus guerrilleros organizaban junto con el pueblo de Quilá.

Sin perder tiempo, Cañedo despacha cincuenta soldados a todo galope para capturar a Bernal. Al llegar los soldados a Quilá, el bandido generoso hacía horas que había dejado el lugar, no sin antes cometer un asesinato criticado por todos, incluso por su propia guerrilla, ya que jamás hubo razón para realizarlo.

Ahora bien, si en alguna ocasión estuvo, o no, conversando con los rurales en los portales de Culiacán, sin que éstos se percataran de quién era, como se dice por ahí, jamás podrá saberse con exactitud.

Así describieron a Bernal en la prensa de la ciudad de México

En la ciudad de México, el periódico El Nacional dejó la siguiente descripción del Rayo de Sinaloa:

Con sus compañeros era en extremo leal y generoso, y ellos lo adoraban hasta el sacrificio. Jamás permitió Bernal que sus subordinados expusieran la vida tontamente; audaz y sin miedo, cuidaba más la salud de sus muchachos que de su propia seguridad. En algunas ocasiones tuvo momentos de romántico arrepentimiento y se le vio, aunque de carácter siempre jovial, sumergirse en una tristeza silenciosa. Al final de esos excesos se le veía bajar con diez o doce hombres a algún pueblo, en son de paz; entrar contritamente a la iglesia, oír de rodillas la santa misa y santiguarse con devoción y, al final, poner en el cepo de la parroquia una pieza de oro de veinte pesos. Enseguida montaba en su caballo y, cabizbajo y callado, se remontaba a la sierra a llevar quién sabe qué género de extraña penitencia que, por desgracia, a los pocos años concluía siempre con el asalto a un nuevo pueblo o el ataque inesperado a una hacienda. En el fondo de esa naturaleza bravía, había sentimientos honrados.

Varias fueron las batallas que se significaron trascendentemente en la guerra de Independencia, de cuya iniciación celebra México el bicentenario. Entre esos registros históricos la historia destaca la toma de la alhóndiga de Granaditas por las fuerzas insurgentes; sin embargo, fueron otros dos hechos los que sellaron el curso de esa gesta.

Uno de esos registros fue la indecisión de Miguel Hidalgo y Costilla a entrar a la capital del país después del triunfo sobre los realistas en el monte de Las Cruces. Ese fue el principio del fin.

El otro hecho, que marcó el final a que condujo el sesgo trazado por la hasta ahora no aclarada actitud de renuncia en el monte de Las Cruces, fue la batalla de Puente de Calderón, donde se consumó la derrota definitiva del movimiento independentista que había de desenlazar con el fusilamiento de Hidalgo y de sus seguidores.

En Cuajimalpa se escribió el principio del final insurgente

De acuerdo con esta apreciación, la ruta de los insurgentes se puede dividir en dos etapas: una primera que abarca de Dolores a Cuajimalpa, y otra que, a partir de Cuajimalpa, acabó en Acatita de Baján.

El 16 de septiembre de hace 200 años fue domingo, pero en lugar de la celebración ritual, el curato fue escenario de la histórica arenga conocida como el Grito de Dolores, en el que, desde luego, no figuró la frase de “¡Viva México!”, toda vez que Hidalgo llamaba “América” al país.

Medio millar de hombres recibieron con aclamaciones el llamamiento y se armaron de palos, piedras y las lanzas que habían fabricado los obreros de Hidalgo. Se les unió Mariano Abasolo con sus milicianos, y para las nueve de la mañana todos marchaban ya por el camino de San Miguel el Grande.

Hacia el mediodía, cuando la columna pasaba por el santuario de Atotonilco, el cura Hidalgo tuvo la inspiración de tomar el estandarte de la virgen de Guadalupe, que ahí se venera todavía, y lo adoptó como insignia de su ejército, cuyo grito de guerra pasó a ser: “¡Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!”

Discrepancias por el mando entre Allende y el cura Hidalgo

Al atardecer del mismo día 16 los insurgentes entraron a San Miguel el Grande, que fue tomado sin resistencia, y en igual forma, el 21 entraron a Celaya, después de haber puesto sitio a la población tres días antes. Hasta entonces, Ignacio Allende era visto como jefe del movimiento, pero la personalidad del cura acabó por imponerse, y el día 22 el ejército en masa nombró por aclamación capitán general a Hidalgo, en tanto que Allende fue declarado teniente general, es decir, segundo de a bordo. Tal vez desde entonces empezó a latir en el militar una inconformidad que se haría notar en subsecuentes discusiones con el superior.

El objetivo final de la marcha era, obviamente, la ciudad de México, pero ir directamente hacia allá implicaba pasar por Querétaro, donde había una fuerte concentración militar realista; por ello, Hidalgo decidió apoderarse primero de Guanajuato, pues en aquella rica ciudad podrían conseguirse abundantes recursos para la lucha.

A las nueve de la mañana del 28 de septiembre Hidalgo estaba en las afueras de Guanajuato con 20 mil infantes mestizos e indios armados de garrotes, lanzas y hondas; 5 mil rancheros de a caballo, que llevaban lazos y machetes, y alrededor de un mil milicianos de tropa, porque la mayoría de los oficiales criollos, que lo acompañaban inicialmente, se habían arrepentido de participar y desertaron.

La toma de Guanajuato sería a sangre y fuego

Hasta entonces la marcha se había realizado sin derramamiento de sangre, pues Hidalgo levantaba a su paso nuevos contingentes, y las autoridades se convencían de la inutilidad de oponérsele, por lo que se rendían. Sin embargo, en Guanajuato fue diferente. El intendente Riaño, ex amigo de Hidalgo, le comunicó la decisión de defender a sangre y fuego la ciudad, para lo cual se parapetó con sus fuerzas en la alhóndiga de Granaditas, fortaleza hasta entonces utilizada para almacenar alimentos.

Y así se dio lugar a aquella gesta que consta como uno de los capítulos gloriosos para el movimiento de la Independencia Nacional.

Monte de las Cruces, y Puente de Calderón, hechos cruciales

En la ruta del movimiento de Independencia

Quedó por siempre en el enigma el motivo de la renuncia de Hidalgo a tomar la capital

Altata, ruta de riesgo

Crónica telegráfica de un asalto, hace 130 años

las doce de la noche fue asaltada por una gavilla que se formó del momento para robarla, habiéndose llevado $ 32,000.= Por mar se manda fuerza a Altata a perseguirlos. - El Gral. = B. Reyes.

El segundo telegrama, de fecha 22 de noviembre, dice lo siguiente:

C. Srio. De Guerra.Dos de los ladrones que robaron la conducta particular fueron aprehendidos ayer cerca de Culiacán. Se les encontraron algunos fondos. – B. Reyes.

Al acervo documental que el cronista gráfico Adrián G. Grimaldo sustrae digitalmente pertenecen las siguientes reproducciones de sendos telegramas fechados a fines de 1880, y en los que se consigna la comisión de un asalto en ruta de Culiacán hacia el puerto de Altata.Los dos telegramas están dirigidos al Secretario de Guerra por el mismo remitente, y el texto del primer mensaje, fechado el 19 de noviembre de 1880, es el siguiente:

C. Srio. De Guerra.La conducta particular de $ 80,000-= que salió de Culiacán al Puerto de Altata la verificó sin pedir escolta ninguna y a