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Elígeme

Elizabeth Michel

Esta es una obra de ficción. Fue hecha sin ánimos de lucro y es de distribución gratuita. No debe tomarse en serio los conceptos utilizados. Cualquier parecido con personas vivas o muertas es mera coincidencia.

Elizabeth Michel, 2014.

Todos los derechos reservados.

SAFE CREATIVE © 1412262837895

La autora fomenta que se comparta el libro, pero cabe mencionar que se pide respetar el contenido. No alteres el documento. Da crédito a la autora. Di no al plagio.

INDICE Dedicatoria

Contacto

Sinopsis

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Sobre la autora

DEDICATORIA A todas mis lectoras, gracias por siempre animarme a que siga escribiendo,

gracias por su paciencia cuando tardo mucho en actualizar mi blog. Gracias por hacerme creer que los sueños se cumplen, y que realmente cumplí mi sueño de escribir libros para que alguien más los lea.

A mi familia y a mis amigos.

A todas aquellas personas que creen en mí, gracias.

A todas aquellas nuevas lectoras que se animaron a darme la oportunidad de mostrarles lo que amo hacer: escribir historia locas y románticas. Gracias, espero poder gustarles.

¡Hey, tú…Marijo! Sí, sí…me refiero a ti. Quiero agradecerte por todo, por tu apoyo y tus ánimos. Por todas esas charlas locas (y un poco pervertidas cuando se tratan de DG) que me alegran el día. Agradezco mucho haberte conocido, eres increíble. Espero algún día que encuentres a tu Vincent personal…y que la vida te llene de bendiciones y mucha felicidad. Este libro va dedicado especialmente a ti…gracias por acosarme, linda. Gracias por creer en mí como escritora. Eres increíble.

Espero que este libro sea de su agrado, jamás creí compartirlo pero por fin me animé. Lo escribí hace ya algunos años y creí justo que finalmente conociera la luz del día. Sí, sí, ya sé que tengo muchos más libros que tengo terminados y arrumbados, espero algún día tener el valor de compartírselos.

Ojalá puedan ayudarme dándome su opinión del libro y calificándolo en Goodreads, o compartiéndolo con sus amigos, conocidos, desconocidos y en sus blogs o redes sociales.

Mil gracias por leerme.

Disculpen si encuentran alguna falta de ortografía que no haya corregido, sin más que decir por el momento: les deseo una feliz lectura.

Elizabeth Michel

CONTACTO Si quieres enviarme un mensaje con cualquier comentario o

pregunta, no dudes en hacerlo, estas son mis cuentas oficiales:

[email protected]

[email protected]

https://twitter.com/Eliza_Michel

https://www.facebook.com/elizabeth.michel95

http://elizabethmichel-author.blogspot.mx/

https://www.goodreads.com/author/show/3362912.Elizabeth_Michel

Comparte tu opinión del libro conmigo…espero con ansias escucharte (leerte). XOXO.

PD: me ayudarías mucho si te animas a entrar al link de Goodreads (el último link) para apoyarme con tu calificación y/o comentario a mis libros. Gracias de antemano ♥

SINOPSIS La primera vez que lo vi…supe que estaba perdida. No había nada que pudiera

haber hecho que evitara que cayera tan fuertemente enamorada de él. Literalmente estaba perdida.

Perdida, porque me confié en unas manos que no me sostendrían.

Perdida, porque escuchaba a una voz que no apelaría a mi favor.

Perdida, porque me entregué a un cuerpo ajeno…que no me pertenecía.

Perdida, porque amé a quién no sabía amar.

Perdida, porque creí que él cumpliría su palabra…a pesar de haberme fallado una y otra vez.

Estaba jodidamente perdida, porque no me importaba ningún argumento, yo amaba a Rafiq, lo amaba más de lo que alguna vez podría volver a hacerlo con alguien más. Él era mi todo…pero también era mi nada. Yo sabía que él también me amaba…solo que a su extraña y jodida manera…y quizá no fuera el amor que yo esperaba…con el que las niñas sueñan…pero era amor, ¿Y eso contaba de algo, no?

Mi nombre es Vanessa White, y esta es mi jodida, triste, dramática y hermosa historia de amor con Rafiq Manzur, un hombre cruel y despiadado que no sabía amar…no de la manera en que nosotros, la gente común, sabíamos hacerlo.

PRÓLOGO Me pregunto cuál es la mejor manera de iniciar una historia entre dos personas.

¿Con una mirada?

¿Con unas palabras?

¿Con un tropiezo accidental?

¿Con un silencio comunicativo?

¿Con un beso?

¿Con una cita?

¿Con una coincidencia?

¿Con una conversación?

Bueno, supongo que cosas así eran mucho pedir para mí, Vanessa White, la chica más desafortunada y torpe que podrías alguna vez conocer. No bromeo.

Yo era la clase de chica a la que podría caerle un balde de agua en plena calle, la chica que podría toparse con un gato negro y salir huyendo estúpidamente por precaución y miedo a que algo malo sucediera, porque así de altas eran mis probabilidades de sufrir un accidente increíblemente vergonzoso. Soy la chica que no cree en la buena o mala suerte.

¿Pero la suerte? Parecía perseguirme a donde sea que fuera, no importaba si fuera buena o mala. Siempre estaba allí, siendo una constante en mi vida.

¿Y últimamente? La mala suerte era mi sombra acosadora.

Así que supongo que antes de contarles el inicio de mí historia debería decirles y recordarles algo importante, soy la chica más desafortunada que podría existir. No, no exagero.

Fueron unas alhajas las que iniciaron todo.

Unas alhajas que eran mi mayor orgullo, las que me metieron en semejante embrollo.

Romina, una ex compañera de la escuela primaria fue el detonante de esa locura.

Verás, yo estaba de vacaciones haciendo un tour “económico” en Dubái, era una meta que me había planteado a los 15 años. Ahora, a mis 23 años, recién

graduada de la universidad, había viajado alrededor del mundo para llegar a uno de los siete emiratos que conforman los Emiratos Árabes Unidos.

¿Cómo lo había hecho? Con años y más años de juntar cada dinero que caía en mis manos.

Con el propósito de ser lo más ahorrativa posible para disfrutar y alargar mi estancia temporal, allí estaba yo: en Dubái.

Qué envidia, ¿Verdad?

Bueno, la cuestión es que un día, en el hotel en el que me hospedaba durante los 7 días de mi estadía relámpago, me había topado con la más desagradable y asquerosa coincidencia del mundo.

Romina Campbell, mi compañera de escuela primaria y secundaria, la chica más extrovertida, lanzada y desinhibida que podrías conocer alguna vez.

Ella era esa clase de chica que buscaba ser cortejada por lo que ella llamaba un “buen partido”, que yo podría traducir como alguien asquerosamente rico. Sí, su cuerpo y belleza eran su única virtud.

No tenía cerebro, yo solía decir eso todo el tiempo.

Jamás podrías tener una conversación intelectual con ella.

Sí, acertaste, es el típico y desgastado estereotipo de “rubia tonta”.

NO.

NO era envidia de mi parte.

El punto primordial era que ella y yo éramos como el agua y el aceite.

Ambas éramos hermosas.

¿Yo? Una belleza conservadora, más bonita que el promedio, sin querer sonar presumida, solo marcaba un hecho. Con mi delgado y estilizado cuerpo que ocultaba tras ropa conservadora y delicada, aunque barata, eso sí. Mi cabello, un lío de rizos cobrizos que se negaban a dejarse controlar por mi mano, mucho menos por un cepillo. Mis ojos eran de un exquisito y extraño color ámbar brillante, que a simple vista podías confundir con un rojo opaco. Me enorgullecía resaltar el pequeño lunar en la cima de mi labio superior.

¿Ella? Bueno, a ella podrías encontrarla en una revista Playboy o una parecida. Eso resumía a la perfección su…liberal vestimenta…su abundante cabello rubio y bonitos ojos azules. La usual belleza americana.

Llegados al punto de la cuestión, ella se había acercado a hablar, hipócritamente conmigo cuando por pura casualidad nos topamos en el lobby del hotel. Todo había sido normal, una plática incómoda y absurda, después de todo

ella y yo siempre nos habíamos…molestado amistosamente la una a la otra, pero al final, nos hablábamos, ¿Eso contaba de algo, no?

Momentos después ella había tomado su bolso, buscando primero tranquilamente, y a los dos segundos histéricamente, alguna joya que llevaba consigo, por puro capricho de querer presumirla frente mí. Hasta ese punto todo está claro, ella es una presumida. Solo marco otro hecho.

Al final eso estaba bien, estaba acostumbrada a sus escenas, ella siempre había sido alguien que llamaba la atención, ya fuera con sus gritos o con su ropa escandalosa y actitud arrasadora. Siempre era el centro de atención. Le gustaba ser el ombligo de su pequeño mundo de fantasía. Yo lo sabía mejor que todos, nadie la aguantaba pero al mismo tiempo nadie tenía la capacidad de enfrentarla. Así que, lo mejor que tú podrías hacer, era ignorarla justo como yo siempre he hecho desde que la conocí.

En resumen, sus gritos e histeria eran los que habían sacado la situación fuera de control.

Desde ese momento todo había sucedido en cámara lenta, lo juro.

Una voz ladrando órdenes. Una autoritaria voz, debería agregar, aunque eso sí, con un tono de voz muy atractivo. ¿Podía una voz ser atractiva? Ahora sabía que sí.

Gente de seguridad registrando bolsos de toda la gente.

Huéspedes indignados y asustados por la situación.

Una fuerte mano tomando firmemente mi antebrazo y apartándome del sillón donde estaba sentada. OUCH, eso dolía, aunque no tanto como mi orgullo herido por verme en esa situación.

— ¡Ese es mi collar! —. Gritó la loca de Romina señalando una de mis alhajas que guardaba en el bolso con el propósito de pasar dejándolas en la caja fuerte que ofrecía el hotel antes de subir a mi habitación a descansar después de otro día de turismo.

Estaba a punto de discutir con ella, ¿Cómo se atrevía a insinuar que la había robado? ¿De verdad había pasado eso?

Era una maldita loca. Una loca que pronto conocería mi puño personalmente, por segunda vez en la vida. Te preguntarás cuándo fue esa primera vez, pues fue en secundaria y después de una larga suspensión y un terrorífico regaño de mis padres, se me quitaron las ganas de volver a ejercer violencia sobre ella, al menos hasta ahora. Las ganas de matarla, al menos de romperle la nariz, regresaron. Y regresaron con venganza, porque a penas y me podía contener.

Claro, que tenía más dignidad y educación que ella, por lo que no haría una escena, no cuando ya teníamos una de tamaño monumental que me hacía querer correr a esconderme debajo de mi cama por la vergüenza.

Y todo era un simple malentendido que podía resolverse fácilmente.

Pero claro, yo era la chica de la mala suerte, eso explica lo que vino después.

— ¡La quiero tras las rejas ahora mismo! —. Ladró la misma voz autoritaria de antes. “¿Ahora ya no sonaba tan atractiva, verdad, Vane?” ronroneó burlonamente mi conciencia.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Giré lentamente la cabeza.

Alto, con un cuerpo duramente trabajado, una sensual barba de candado, unos ojos tan oscuros que casi parecían negros como la noche o la obsidiana, una mirada intensa y con un aire intimidante a su alrededor.

Todo ello junto hacía al ser más hermoso que alguna vez había visto.

Yo, la chica exigente con los hombres, había quedado, por primera vez, con la boca abierta, haciéndome quedar como una estúpida.

Nuestras miradas se encontraron y me quedé congelada con el guardia de seguridad sosteniendo mi bolso y su contenido en sus manos.

Así nos habíamos conocido.

Así había iniciado nuestra historia.

Con él exigiendo verme arrestada por un crimen que no había cometido. Supongo que ese debió haber sido mi primer indicativo de que huyera como el infierno de lejos de allí…más específicamente, de él.

Después de todo, lo que mal empieza…mal acaba. ¿Verdad?

CAPÍTULO 1 Él era el ser más engreído del planeta.

¡¿Quién demonios se creía que era?!

¡Encarcelarme!

¡Válgame Dios!

Hijo de…

¡Argh!

Tragándome toda la extensión de palabras que quería decirle a ese…hombre…lo dejé seguir con sus exageraciones. Vamos, que finalmente se las cobraría y al doble. Solo esperen a ver.

Me paré lo más recta posible, con una confianza que por primera vez experimentaba, ya que siempre tendía a ser un poco insegura y reservada, jamás queriendo armar alboroto. No era normal en mí, pero sí, ahora una confianza abrumadora me invadió, con el objetivo de hacerle pagar con la misma moneda a ese hombre. Una confianza impulsada de la ira, y no hay nada peor que una mujer indignada, furiosa y confiada. ¿Cuándo te topes con una mujer en esa situación? ¡Huye! A veces las mujeres podemos ser cabronas cuando se nos provoca, recuérdalo.

Él habló, gritó y movilizó a los guardias de seguridad del hotel.

Todo el mundo alrededor miraba con interés la escena, seguramente esperando a que me arrestaran y me llevaran a rastras a la patrulla de policía. Todo un show entretenido para sus ojos entrometidos. Y yo era el objeto de su diversión.

—Quisiera pedir algo—. Interrumpí al guardia que me tomaba del brazo obligándome a seguirlo a la oficina de seguridad.

Todo mundo guardó silencio.

Miré directamente a mi acusador mientras me detenía obstinadamente.

—No sé quién sea usted, y ahora mismo no me interesa, pero le exijo una disculpa, aquí mismo, frente a todos los que usted me ha humillado sin más razón que un simple collar—dije con una voz dura mientras me apartaba bruscamente de la mano aprensiva y tomaba la cartera de mi bolso.

Nadie se movió. Todos me miraban expectantes. ¡Qué vergüenza!

Saqué las facturas de las joyas que había comprado recientemente.

Con paso decidido me acerqué a él, estrellé las facturas contra su pecho, sí, estaba siendo majadera. ¡Pero él me había humillado primero! ¡Lo menos que él podía hacer era aceptar mis malos tratos!

Entrecerró los ojos duramente en mi dirección, tomando las facturas apresuradamente para que no cayeran al suelo. Les dio una rápida mirada, descartándolas rápidamente.

Le dio una fría mirada a Romina, quien se hacía la estúpida evitando mirar a cualquiera mientras jugaba tontamente con su cabello. Oh, ahora se hacía la ingenua. Dios, solo quería golpearla aunque sea por 5 segundos. No pedía más. Con 5 segundos podría hacerle el suficiente daño para sentirme satisfecha por el resto de mi vida.

—Le pido una disculpa, señorita…—. Comenzó a decir el hombre.

—Vanessa White—. Lo interrumpí aunque una parte de mí solo quería quedarse callada y huir lo más pronto posible.

—Señorita White—rectificó él mirándome fríamente, como si le fuera realmente difícil disculparse—. Quiero que sepa que será compensada por este malentendido.

—No quiero nada de usted ni de nadie—volví a interrumpirlo, solo para molestarlo—. Si eso es todo, me retiro a hacer cosas más interesantes que ser partícipe de un circo barato aquí. Si me disculpan, pasen buena tarde, y una cosa más, conociendo a Romina, seguramente lo que ella busca está entre la montaña de desorden que seguramente hay en su habitación.

Me di la vuelta extendiendo la mano por mi bolsa.

Un guardia me la entregó mirándome apenado, el mismo que por un instante jaloneó mí brazo. Casi sentí pena, casi. Pero no, me negué a mirarlo y disculparlo. Nada justificaba el trato que había recibido.

Miré al gerente del hotel, gerente que todo el tiempo guardó silencio como si fuera un simple trabajador de baja categoría. ¡Incompetente!

—Si no es mucho problema, bien podría hacerme el favor de guardar las joyas en su caja de seguridad, así como las facturas que tiene el señor en su poder. Gracias.

Sin esperar respuesta me encaminé al elevador, en ningún momento dejé de sentir los ojos de la gente sobre mí, especialmente un par de ojos que casi hacía mi piel arder por el odio que transmitía.

Antes de que las puertas se cerraran me encontré con la mirada del hombre, un escalofrío recorrió mi cuerpo y mis piernas se sintieron débiles repentinamente,

justo como sucede en esas estúpidas películas de romance. ¿Cómo de tonto era eso? Después de todo, su mirada era intimidante y al mismo tiempo cautivante, tan solo eso debió asustarme hasta la médula. Él no parecía un buen tipo, por más atractivo que fuera.

Las puertas se cerraron silenciosamente y el elevador comenzó a subir.

Al llegar a mi piso salí del elevador hacia mi habitación, mi día se había arruinado tremendamente, de eso estaba segura. No había nada que te quitara las ganas de divertirte como pasar una vergüenza monumental, eso arruinaba el ánimo de cualquiera.

Con los planes de quedarme el resto del día comiendo a montones y estar acostada leyendo, comencé a quitarme la ropa, lista para tomar un relajante y largo baño de burbujas. Eso nunca fallaba para levantar el ánimo. Y la tina que había en el baño de mi habitación era perfecta solución a mis problemas.

*****

Vanessa.

No podía sacar el nombre de mi mente.

Su mirada.

Su mirada estaba grabada a fuego en mi memoria.

Tanta rabia, indignación, confianza y orgullo. Había tantas cosas que esos ojos color ámbar transmitían, así como su rostro, ella era un libro abierto.

Y era… interesante.

Me sentía como una polilla atraída a luz, lo cual era algo extraño ya que casi nunca nada me llamaba la atención lo suficiente como para hacerme querer luchar por tenerlo.

Siempre obtenía lo que quería, ese era un hecho bien sabido, y ésta no sería la excepción. Al fin y al cabo era un Manzur.

Pero…primero lo primero.

Miré a Romina fijamente por unos segundos, sintiendo rabia por su usual impulsividad. Ella nunca pensaba. Ella actuaba.

Eso había sido lo que me había llamado la atención en primer lugar.

Ahora, viéndola fijamente en su habitación, después de haber hecho el ridículo frente a docenas de personas, y aún peor, de haber humillado a una chica inocente…ya no sabía, ni podía pensar en una sola razón por la cual seguía manteniendo a Romina a mi lado.

Ni siquiera la amaba. Nunca lo haría.

Por Dios, ella ni siquiera me amaba, para ella solo había un amor real: el dinero.

Y eso yo lo tenía de sobra…razón por la que ella estaba conmigo.

Cuestión por la cual estaba empezando a cuestionarme el por qué seguía al lado de ella.

No, no es que fuéramos novios ni nada por el estilo.

Era complicado.

Ella siempre estaba allí a donde fuera. Yo siempre pagaba una habitación para ella. Nunca nos habíamos cuestionado nuestra “relación”.

Supongo que para todo había una primera vez.

—¿Algo que decir? —. Pregunté recostado en la cama, sintiendo un dolor de cabeza iniciarse.

Me aburría la situación.

Quería salir de la habitación, lejos de Romina, a donde verdaderamente quería estar. Ir en busca de mi nuevo objetivo.

Romina negó con la cabeza mientras se acercaba con lo que pensaba que era un movimiento seductor de caderas. Quería poner los ojos en blanco. Ella era tan predecible, y yo no entendía cómo hasta ahora empezaba a cuestionar todo sobre ella.

Comodidad y costumbre, era la única razón por la que podía justificar mi comportamiento.

Todo respecto a ella era…predecible y cómodo. No había sorpresas ni inconvenientes, solo una rutina segura.

De repente, saber que estaba aferrándome a lo seguro me hiso sentir impotente, enojado y aburrido. No podía seguir así. Antes de saberlo estaba saliendo de la habitación y dejando a Romina con la boca abierta gritando histéricamente.

Odiaba sus gritos.

No era más que una mocosa mimada que siempre obtenía lo que quería.

“Como tú” me susurró mi conciencia. Y así era.

No cambiaría el hecho de que siempre consiguiera lo que me proponía, menos ahora, que había encontrado algo que quería como a nada más que hubiera querido alguna vez.

*****

Después de una hora de estar escuchando música relajante y comiendo toda una caja de trufas de chocolate, finalmente me digné a salir de la bañera. Aún quedaba muchas horas por entretenerme en lo que sea que se me ocurriera.

Por el momento nada venía a mi mente.

Sin pensar mucho me puse unos pantalones de franela y una camisa de tirantes, mi usual pijama.

Después de otra hora de matar el tiempo viendo la tele y caminando por la habitación sintiéndome como un león enjaulado, me rendí. Estaba por volverme loca de estar en mi auto-confinamiento. Maldición, no había gastado miles de dólares para venir al lugar de mis sueños para estar encerrada como cualquier otro día común y corriente.

Llamaron a la puerta.

Miré el reloj, las tres de la tarde y todavía no sabía cómo distraerme por el resto del día. Definitivamente estar en pijama en un hermoso lugar no era algo que una persona normal haría. Así la decisión estaba tomada, me vestiría y saldría a comer y a disfrutar de la vida, que difícilmente alguna vez podría volver a juntar el dinero para visitar Dubái.

Abrí la puerta totalmente distraída, planeando lo que haría con mi tiempo.

—Buenas tardes, Vanessa—dijo esa voz que inundaba mis pensamientos desde que había subido en el elevador, claro, en contra de mí voluntad. Lo menos que quería era tenerlo en mi mente.

Miré completamente sorprendida al hombre que aguardaba fuera de mi habitación, no sé cómo no podía haber notado todo de él. Pero ahora lo hacía, podía apreciar con exactitud su alta estatura, su piel bronceada y su sedoso cabello negro peinado pulcramente.

Yo no era pequeña pero tampoco era alta, aun así apenas me faltaban un buen par de centímetros para conseguir llegarle a la altura de su hombro. Eché la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.

Ese maldito y sexi hombre me provocaría torticolis.

—¿Qué quieres? —. Exigí encontrando nuevamente mi voz.

Alzó una ceja en mi dirección.

—Quería venir personalmente a ofrecerte mi más sincera disculpa por mi comportamiento, espero que perdones el malentendido que Romina causó y me permitas redimirme ante ti—. Explicó con una ronca y varonil voz que envió escalofríos a todo mi cuerpo.

—Estás disculpado, ahora vete—dije e intenté cerrar la puerta en sus narices.

Un pie impidió que la cerrara y quise maldecir mi suerte. Antes de que pudiera protestar él abrió la puerta y entró como si fuera dueño y señor de mi habitación. Echó una mirada crítica a mi sencilla habitación antes de regresar la mirada a mí mientras se sentaba en la orilla de la cama.

¡Descarado!

— ¡¿Qué demonios pasa contigo?! —. Le grité estupefacta por su atrevimiento.

—Vístete, te llevaré a comer—contestó.

Sin poder evitarlo me eché a reír sínicamente.

—¿Piensas que simplemente porque violes mi privacidad e interrumpas groseramente en mi habitación y me ordenes salir contigo, aceptaré?

Él hizo una mueca.

—Dicho así no suena muy favorecedor para mí—. Gruñó viéndose un poco arrepentido. Un poco, no mucho.

— ¡Ni siquiera sé tú nombre!

—Mis disculpas, me llamo Rafiq.

Lo miré expectante, él me regresó la mirada.

—¿Rafiq…qué? —. Insistí queriendo tener aunque sea un poco de información de él.

—Rafiq Manzur.

Esperé que dijera algo más de él pero permaneció callado mirándome indiscretamente y con descaro de los pies a la cabeza hasta finalmente detenerse en mi cara. No mostraba ningún remordimiento por el atrevimiento que mostraba. ¡Hombre necio, se creía el rey del mundo!

—¿Vamos? —. Me recordó como si no pudiera creer que no estuviera poniendo mi habitación patas arriba en busca de la ropa adecuada para salir con él a donde sea que él quisiera ir. Engreído.

—Yo no voy a ninguna parte contigo, eres un maleducado—respondí tercamente aunque parte de mí, un noventa por ciento, quería aceptar su propuesta y salir con él.

Afortunadamente mi diez por cierto que tenía coherencia me hacía actuar con sensatez. El resto, noventa por ciento de mi ser, estaba compuesto por enloquecidas hormonas que querían arrancarle el traje de vestir a Rafiq y verlo desnudo y quizá…solo quizá, hacer cosas prohibidas con él.

*****

Era una mujer de carne débil.

Era una mujer controlada por las hormonas.

Esa era yo: Vanessa White, quien hace media hora se había resistido tercamente a las insistencias de Rafiq Manzur, estaba tan orgullosa de mí por haber mantenido la compostura de no dejarme manipular por ese hombre que se creía el Dios caminante en la tierra.

Pero ahora, vestida conservadoramente, estaba caminando alrededor del Zabeel Park disfrutando de la vista hermosa que ofrecía de la ciudad mientras Rafiq me explicaba cada detalle que veíamos.

Me avergonzaba decirlo pero la vista de él opacaba la belleza de la arquitectura de la ciudad.

En algún momento del día mientras platicábamos sentados, un pequeño gato se subió a mi regazo y se sentó en mis piernas.

— ¡Oh por Dios! —. Grité histérica.

—¿Qué…?—. Preguntó Rafiq mirándome sonriente.

—No seas un idiota y quítamelo de encima, les tengo pavor a los gatos—lloriqueé sin calmarme en absoluto.

Rafiq se quedó disfrutando por unos segundos e incluso sacó su celular para tomar una foto de recuerdo. Tuvo el descaro de comentar el fantástico álbum de fotos que armaría con mis fotos, especialmente de ese momento, donde la cámara me captó con ojos saltones y la boca abierta en un grito silencioso.

— ¡Imbécil!

—Está bien, aguarda—finalmente se compadeció de mí y tomó en brazos al pequeño gato blanco—. Tranquilo bonito, seguramente los gritos de Vanessa te espantaron demasiado, pero ya estás a salvo.

¿Verdaderamente estaba tranquilizando al maldito gato?

Puse los ojos de blanco, se suponía que tendría que tranquilizarme a mí que era la más asustada de la situación. A pesar de ello, pude ver una nueva faceta de Rafiq, una que me hizo pensar que a pesar de la frialdad con que caminaba por la vida, tenía compasión y humildad, suficiente para mimar a un gato de la calle.

Sonreí ligeramente sin querer mostrar la emoción que me causaba verlo así. Era algo inexplicable. Quizá solo estaba viendo lo que yo quería ver, donde no había nada. Realmente no lo sabía, pero quería creer que estaba en lo correcto.

CAPÍTULO 2 —Nos veremos pronto—. Fue lo último que dijo el estúpido y necio de Rafiq

antes de obligarme a entrar en el ascensor que me llevaría al piso en donde estaba mi habitación.

Habíamos recorrido la ciudad hasta que cayó la noche y regresamos al hotel con él estando serio y callado. ¿Qué rayos le había pasado? Había sido accesible y casi comunicador mientras paseábamos, y de repente, casi al terminar la cita, se había vuelto un ogro con cara de amargado y cortante. Era exasperante.

"No le importó a Rafiq siquiera asegurarse que el hombre que estaba conmigo en el ascensor no fuera un farsante y tratara de secuestrarme y descuartizarme…eso quizá le haría un favor enorme" pensé amargamente mientras lágrimas silenciosas se escapan de mis ojos y yo trataba de distraerme jugando con mi celular. Bueno, tal vez exageraba.

¿Qué demonios me pasaba? No lograba reconocerme en absoluto.

El ascensor se detuvo y salí al pasillo caminando con la vista baja mientras me acercaba a mi habitación.

No sabía absolutamente nada de Rafiq, él se negaba a hablar de sí mismo. Con todo lo reservado y callado que era, no entendía cómo es que conseguía afectarme de tal manera que estaba allí, recostada contra la puerta para intentar recuperar el aliento y la cordura porque no lograba pensar en algo más que en él.

Dejé de jugar con el celular y lo aventé furiosa a la cama, era una estupidez lo que estaba haciendo, dejándome afectar por un hombre tan...frío e indiferente. Estaba enojada con la vida, no era justo que de un momento a otro mi más grande sueño se cumpliera y un tonto hombre me apartara de mi enfoque de disfrutar mi estadía en Dubái, mandándome a su antojo y voluntad para distraerlo en su tiempo libre.

Lo peor de todo fue cuando mientras platicábamos el estúpido gato se subió a mi regazo y él simplemente sonrió y disfrutó ante mi histeria. Cinco segundos después de disfrutar a mis costas, se dignó a ayudarme a quitar al atrevido animal lejos de mí.

Yo odiaba los gatos, toda mi vida lo había hecho y ahora el hombre cruel que me cortejaba, al menos quería creer que lo hacía, lo había descubierto y se había reído en mi cara por mi debilidad. Rafiq era un estúpido hombre cruel. Pero un hombre cruel que me volvía loca e imprudente de un momento a otro.

Tal como iban las cosas, seguro yo estaría atrapada en sus manipulaciones hasta terminar mi estadía. de nada me habría servido años de juntar dinero si cuando había cumplido mi meta no lograba conocer Dubái como lo merecía, sin ninguna distracción varonil que me hiciera contemplar su perfil en vez del horizonte en la ciudad cuando el sol se ocultaba. Cumplir con un nuevo ahorro y escabullirme sola nuevamente a Dubái en unos años sería casi imposible. Lo que me daba como resultado estar atrapada aquí en la habitación que pagaba con mucho esfuerzo, mientras me recriminaba a mí misma por lo que hacía y no hacía en ese viaje.

En todo el trayecto por las calles de Bur Dubái solo pude divisar al hombre que caminaba a mi lado explicando cada cosa que veíamos. Si de algo estaba segura era que cualquiera se habría percatado que estaba concentrada únicamente en ese misterioso y atractivo hombre en vez del paseo turístico que él me había proporcionado.

Si es que lo podía llamar así: misterioso, según él no había nada de misterioso en él, solo era "un hombre común sin nada que contar". Obviamente no lo creía. Había muchas historias y secretos detrás de sus ojos.

Me estaba mareando de no poder hacer nada que no fuera ver y recordar los musculosos brazos de Rafiq, su perfil duro y su mirada cruel que siempre tenía y de la que él no parecía darse cuenta. Decidí que observarlo era mi mayor error, no había apartado la vista de él cuando estaba demasiado distraído para darse cuenta, y eso me hacía sentir...extraña. Nunca en mi vida había querido tanto observar a alguien y aprender cada detalle de su cuerpo.

Decidiendo recuperar mi coherencia me fui a cambiar de ropa para descansar el resto de la noche y disfrutar de mí amado Dubái al día siguiente por mí misma.

*****

No me preguntes cómo, pero de alguna manera, con lo tonta que Rafiq me hacía ser con su presencia, había terminado tres días después de conocernos en el yate de él. Después de haber pasado por su exclusiva casa en Jumeirah para cambiar mi conservadora ropa por un traje de baño que él muy amablemente, y egoístamente, me había proporcionado habíamos subido a su yate en silencio.

Personalmente creo que lo tenía todo planeado y con lo ingenua que era había caído en su trampa, y él disfrutaba verme hacerlo. Era como un cazador que disfrutaba tenerme en su mira. Yo era su objetivo. Un ingenuo y vulnerable objetivo que se permitía cazar al antojo de él.

Desde que nos conocimos él había estado cada momento del día llevándome a pasear. Él era algo así como mi guía turístico personal y gratuito.

Pude ver cuando sintió mi mirada sobre él, su musculoso y bronceado cuerpo se giró hacia mí. Era inevitable perderme en sus ojos que tenían un hermoso color negro y no se diga que era casi imposible no apreciar que su cabello era tan

oscuro que resaltaba el tono bronceado de su piel. Su perfil lucía perfecto, todo en él lucía perfecto y podría haber ganado una fortuna cuando había apostado que debajo de sus trajes finos de vestir sus brazos y todo su cuerpo estaba finamente moldeado con fuertes músculos.

Porque exactamente así era su cuerpo, repleto de músculos perfectos, no esos que te hacían parecer fisicoculturista, pero si esos que tendría un increíble Dios griego nacido de la imaginación de un artista.

Era demasiado perfecto para ser real, algo estaba mal en él y lo podía sentir pero no sabía qué era, él no me dejaba acercarme demasiado como para descubrirlo. No sabía si quiera si quería descubrirlo y arruinar mi fantasía sobre él.

—¿No sabías que es de mala educación espiar a las personas y verlas detenidamente? —. Dijo sin molestarse a sonar menos cortante, y aun así su voz me hizo temblar por intimidación. Y eso me aseguraba que algo estaba mal con él.

Aún peor, algo andaba mal conmigo porque parte de mi le gustaba todo de él, me gustaba su carácter y la fuerza de su mirada, me gustaba la seguridad y el poder con el que caminaba por la vida, como si él fuera dueño y señor de todo.

—¿Que te puedo decir? Yo nunca he sido muy buena en eso de aprender modales—. Respondí un tanto a la defensiva.

—¿Por qué estas a la defensiva conmigo? No he dicho o hecho nada que pueda molestarte u ofenderte.

—Soy así, ¿Algún maldito problema? —. No pude detenerme de contestar así. Los nervios me hacían ser grosera.

—Pues sí, que por lo general nadie se atreve a hablarme así—algo en su voz me hizo ver que más que una explicación, era una amenaza lo que decía.

"Tengo miedo…no seas tonta…no te metas con él" me dije a mí misma mentalmente, pero a estas alturas de mi vida ya nada me importaba y qué más daba provocar a alguien que podría ser el posible psicópata más sexi del planeta.

Por mi apariencia, de típica chica bonita y sumisa muchos podrían creer que no era lo suficientemente capaz de defenderme, pero una de mis mejores armas era que me subestimaran. Detrás de un largo y rizado cabello castaño rojizo y de una angelical cara con perfecta piel blanca y estatura media, había una fiera, como me gustaba llamarme a mí misma. Porque no tenía miedo a cometer acciones estúpidas, quizá por eso algún par de veces en mi vida he estado en peligro, en situaciones donde el miedo a morir me invadió, pero mi violenta actitud siempre me salvó.

Eso me hiso recordar la vez que hace 4 años, cuando tenía 19 años y salía con mi mejor amiga, Jenny, a comprar ropa hasta horas muy tardes, un señor adulto y pervertido se acercó a obligarnos a acompañarlo a “caminar” y jaloneó a Jenny. Ella estaba completamente paralizada y en el callejón donde estábamos nadie

estaba a la vista. Yo, como siempre, esperaba que no fuera a ella la que él molestara pero él notaba que ella era más fuerte que yo, lo cual era absurdo porque ella sería incapaz de matar una mosca.

Yo, como buena amiga, provoqué al maldito pervertido y me sacrifiqué a besarlo para distraerlo para después patearlo en la entrepierna y romperle la nariz con un puñetazo que destrozó mis nudillos. Después de eso me vi obligada a jalar a Jenny mientras corríamos hasta un lugar donde estuviéramos a salvo para tratar por más de 3 horas para hacer que se tranquilizara y superara la situación.

"Definitivamente yo nunca…NUNCA…me rendiré ante el miedo…no importa cuánto me llegue a controlar, nunca dejaré de luchar para vencerlo" pensé acercándome a él con paso decidido. Puede que me hiciera perder la coherencia y me hiciera derramar lágrimas de impotencia porque nada de lo que me hacía sentir me era conocido, pero en ocasiones como esta podía demostrarle que no era una mujer sumisa que estaba a su disposición.

—Eres…muy…muy mezquino para ser un hombre común y corriente, como dices ser… ¿No te han enseñado la manera de tratar a una mujer?—. Pregunté sin dejar de ver el mar mientras me paraba al lado de él.

Me negaba a mirarlo. Estúpido hombre engreído.

—Así es…la mezquindad se me da muy bien, es algo que forma parte de mí desde mi nacimiento.

"Definitivamente su actitud la tenía perfeccionada desde hace años, era imposible ser tan egocéntrico repentinamente" pensé burlonamente y no pude evitar sonreír al pensarlo.

—Tienes una bonita sonrisa, Vanessa…desearía poder verla más seguido—comentó sorprendido de sí mismo al decir tales palabras.

Lo miré aún más sorprendida, jamás esperé que justamente él tuviera un lado tan sensible como para hacer un halago, y estaba segura que probablemente era el primer halago honesto que hacía en su vida. Ser yo la receptora de tal milagro me dejó sin aliento. ¡Dios! ¿Qué más me deparará la vida?

Alzó una ceja curiosa ante mi incredulidad.

—Esta incredulidad significa que…me vale un carajo quién seas…solo deja de ser tan amargado y sé más detallista como ahora, te hace ser más atractivo—expliqué burlonamente.

Una sonrisa apareció en su hermoso rostro mientras negaba con la cabeza y se acercaba con paso decidido hacia mí. Se paró frente a mí y posó sus manos en mis caderas, acercándome a él.

—Con que atractivo, ¿Eh?—preguntó divertido antes de estrellar sus labios contra los míos.

Suspiré feliz de finalmente haber tenido el placer de besarlo y sentir su fuerte cuerpo contra el mío.

No sabía cuánto tiempo con exactitud pasó hasta que se separó de mí viéndose descontrolado y falto de aire. Seguro lucía igual o peor que él. Yo jadeaba por aire intentando recuperar el aliento y esforzándome por no caer de bruces al suelo hecha papilla por sus caricias.

—Vayamos al camarote—susurró con voz ronca tomando mi mano.

Mordí nerviosa mi labio. Mierda. ¡Estaba muerta de nervios!

Asentí ligeramente aceptando su proposición. Solo se vivía una vez. Por una vez dejaría de pensar tanto las cosas.

Él sonrió complacido antes de besarme nuevamente. Cuando se separó nuevamente de mí me tomó en brazos y me llevó cargando hacia el camarote.

El resto del camino él me observó indiscretamente y fue imposible no notar que sus ojos transmitían un deseo, literalmente, de mí. Y no precisamente del bueno e inocente.

Cada segundo de espera se me hizo insoportable y no aguantaba la idea de no tenerlo cerca, pero así como podría jurar que algo andaba mal con él, también podía jurar que por increíble que pareciera, en algún momento de sus estrafalarias salidas, me había...enamorado de él. Sí, suena loco estar enamorada de alguien cuando ni siquiera lo conoces pero así era, me daban ganas de acercarme a él y descubrir todos y cada uno de sus gustos y disgustos. Quería conocer lo bueno y lo malo, y amaba estar a su lado.

En resumen, me había vuelto loca.

Los “amores de verano” nunca dejaban nada bueno.

CAPÍTULO 3 Rafiq entró en la habitación y me arrojó dramáticamente a la cama mientras

gruñía en broma.

OH MI Rafiq JUGUETÓN.

Reí en voz alta.

Amaba verlo tan feliz como estaba en esos momentos, dejando de lado su seriedad y frialdad usual. Y yo…definitivamente me había vuelto de repente una persona soñadora. Ojalá me hubiera dado cuenta a tiempo.

—Ven aquí, sexi hombre gruñón—ronroneé tontamente mientras Rafiq se inclinaba sobre mí para besarme.

Sí, esto iba por buen camino.

Con mis manos acaricié su pecho.

Él intentó separarse de mí, mantenía los ojos cerrados fuertemente mientras dudaba por unos segundos.

—Por favor, Rafiq, te deseo—susurré tímidamente.

Sus ojos se abrieron y nuestras miradas se encontraron, casi podía ver los engranajes de su mente trabajar a mil por hora.

Él tenía alguna extraña manera de siempre razonar en el último momento a pesar de que podía ver que se moría de ganas por continuar con lo que habíamos iniciado.

Me senté resignada en el suave cobertor azul marino.

Hice una mueca ante la mirada de Rafiq, se podía sentir la tensión en el aire.

Ignorando la repentina timidez que me invadió tomé la parte superior de mi traje de baño por los bordes y me lo quité lanzándolo por algún lugar de la habitación.

Casi al instante su ceño se frunció mientras me veía atentamente, me tensé en anticipación, podía ver que estaba teniendo un serio momento de indecisión por lo que haríamos. ¿Por qué tenía que ser tan serio? No me hacía las cosas más fáciles.

Abrió su boca para decir algo.

Lo impedí.

Casi sin pensarlo eché mis brazos a su alrededor y lo sostuve apretadamente contra mí, levantándome del colchón en el proceso, lo que provoco que para mantener el equilibrio rodeara sus caderas con mis piernas. Terminé sentada a horcajadas sobre él.

Después de un momento de duda él puso sus brazos alrededor de mi cintura y comenzamos a reír en voz alta. Era nuestra manera improvisada de liberar la tensión, las cosas definitivamente se habían descontrolado. Él definitivamente se había librado de su perfecta compostura y solo quedaba el hombre apasionado que era.

Unos segundos después el ambiente cambió y una fuerte tensión sexual se instaló alrededor de nosotros. Se apartó para mirarme a los ojos y sin pensarlo acerqué mis labios a los suyos.

Esta vez no dudó en corresponderme, sostuve su cara con mis manos y por su parte tensó las suyas por debajo de mi trasero en donde me sostenía para que no cayera de espaldas al suelo gracias a su fiero agarre que tenía en mí.

Al principio el beso era un tanto escéptico…renuente, intentando mejorar eso, recorrí con mi lengua su labio inferior, haciendo respuesta de mi petición abrió su boca para darme entrada. Cuando nuestras lenguas se tocaron no pude más que suspirar de éxtasis. Rafiq sabía cómo el cielo.

Ya no había salvación para mí ni para él, que a pesar de sus momentáneas dudas anteriores, no podía hacer menos que tomar lo que deseaba, no importaba que lo que deseara fuera comerse a besos a la turista que recientemente conocía: yo.

Se sentía como una pelea de voluntades, ambos respondiendo al beso con gran fervor, y por un momento pensé que podríamos pasar besándonos el resto de nuestras vidas.

Nuestras lenguas pasaron a moverse a un ritmo seductor y casi enloquecedor.

Cuando nos separamos un instante para recuperar el aliento mantuvimos nuestras frentes unidas, yo jadeaba como si hubiera corrido un maratón y él tomaba rápidas respiraciones.

El aliento de ambos se mezcló y la tensión aumentó. Sí, tensión... tensión sexual.

Definitivamente no había salvación para ambos, yo ya podía sentir su excitación aumentado imposiblemente por debajo de sus short largos que usaba como traje de baño y estaba segura que Rafiq amaba completamente el estar presionado contra mí.

Bajándome al suelo caminé hacia el centro de la recámara donde estaba mí bikini que se había convertido en mi objetivo.

Con la prenda en mano lo miré alzando una ceja en una pregunta silenciosa. Esta vez la decisión estaba en sus manos.

—No—susurró caminando hacia mí y volviendo a tirar la prenda al suelo.

Me cargó haciendo que rodeara su cintura con las piernas y con cada paso que daba en dirección de regreso a la cama creaba una deliciosa fricción entre su pene y mi entrepierna, haciéndonos jadear audiblemente a ambos.

Un hermoso y casi imperceptible sonrojo se expandió por sus mejillas y sus ojos brillaban como muestra de su propia excitación.

Me acostó suavemente en el centro de la cama y deslizó sus manos por mis muslos, haciendo un camino directo a mi vientre.

No podía negar que estaba maravillado con esta espectacular chica americana que era yo, aunque no fuera correcto. No nos conocíamos y aun así eso no importaba ahora. Por supuesto, sabía que lo nuestro era temporal, no tenía expectativas de un futuro con él y eso estaba bien. Sobre advertencia no hay engaño. Esto era algo físico y nada más.

Tomé el borde de sus bermudas y las comencé a bajar, alzó las caderas para facilitarme deslizarlas por sus piernas. Quedó expuesto, deliciosamente desnudo, y así como yo babeaba por él, podía sentir su mirada clavaba en mis pechos.

No podía apartar la mirada, no sabía qué esperar, pero seguro como el infierno que no era verlo y compararlo como el ser más perfecto que haya existido, y lo tenía frente a mí, solo para mí. No podía creer mi suerte, aunque eso no cambiara que disfrutara de discutir con él cada vez que fuera posible. Amaba retarlo cuando podía.

Sin poderlo evitar acerqué mis labios a su cuello, dando deliciosos besos largos y húmedos, dejando algunos chupetones cerca de su clavícula.

Rafiq inclinó su cuello hacia un lado dándome completo acceso para seguirlo saboreando.

Continué saboreándolo hasta que se apartó de mí e hizo un camino de pequeños besos hasta llegar al valle de mis pechos en donde recorrió su lengua lentamente, haciéndome temblar descontroladamente con sus caricias. Se detuvo para asegurarse de hasta dónde llegaría esto.

—En cualquier momento puedes hacerme parar—explicó mirándome a los ojos como si de alguna manera se preocupara por hacerme sentir cómoda.

—Lo sé—fue lo único que respondí antes de reclamar su boca.

*****

Estaba más allá de mis límites y no podría estar aún más duro aunque lo intentara. Anhelaba tanto estar dentro de ella, sentirla apretándome y exprimiéndome, lo deseaba tanto que me dolía. Era una sensación desconocida para mí hasta ahora. Nunca había querido poseer a alguien como lo quería con Vanessa.

Llegados a este punto, ella se encontraba igual de necesitada, lloriqueaba mientras besaba mi cuello y tiraba de mí para acercarme a su cuerpo. Me volvía loco verla así. Vanessa era como un soplo de aire fresco, un soplo que me hacía adicto.

Volví a acercarme a ella de la manera en que quería.

Salvajemente me deshice de su coletero para dejar su cabello extendido en la almohada, me encantaban sus rizos rebeldes, quedaban con su personalidad.

DIOS, LA DESEABA TANTO.

Introduje mi mano entre sus piernas y separé sus húmedos e hinchados labios vaginales, quedando complacido, feliz y sorprendido por lo húmeda que estaba.

—Vaya, parece que alguien está igual de necesitada que yo—murmuré extasiado.

—Siempre por ti, Rafiq—respondió entre jadeos cada vez que rozaba mis dedos contra ella, masajeándola.

Introduje un dedo en ella, provocando que se arqueara como resultado, estaba tan apretada que por un momento casi me corro allí mismo de la emoción. Con esto había llegado a mis límites, no podría dar marcha atrás. Saqué mis dedos causando quejidos de ella. Mientras me miraba acusadoramente acerqué mi dedo a mi boca y saboreé su excitación como si fuera el más delicioso manjar alguna vez creado. Y para mí, así era.

Sus ojos se abrieron como platos y no la dejé discutir.

Por un milagro después de la escena que hice al probar su excitación, habíamos conseguido mantener algo de coherencia. Al momento de acercar mis labios a ella, ambos hicimos un lio de brazos, lenguas y piernas al intentar aprender cada detalle de nuestros cuerpos.

Con toda la ropa esparcida por el suelo, solo estábamos ella y yo como Dios nos trajo al mundo.

—Te deseo tanto, Vanessa, que me duele…este anhelo por ti me consume—dije minutos después de una intensa exploración de nuestros cuerpos.

—Te deseo también, Rafiq, tanto que siento que me ahogo y pierdo la cabeza…pero nada de esto lo cambiaría jamás—respondió Vanessa con una mirada de adoración.

Era el bastardo más afortunado en el mundo.

Era un bastardo y punto. Lo sabía. Ella lo sabía. Y a ninguno de los dos nos importaba. Ella parecía no notar lo cruel y amargado que era, no tomaba ninguna advertencia que le daba. Ella seguía allí, conmigo después de haberle mostrado la actitud que tenía recientemente adquirida.

Colocándome entre sus piernas la miré, dándole una última oportunidad de echarse para atrás, aunque eso me enloqueciera.

—Hazme el amor, Rafiq—rogó con una deliciosa voz apasionada.

Y así lo hice.

Me deslicé dentro de ella con delicadeza.

La besé cuando hizo una mueca de dolor.

—¿Duele mucho? —. Pegunté preocupado. Nunca había estado con una virgen, Dios sabe que solo buscaba la carne fácil. No me gustaban las complicaciones.

No quería que sufriera por lo que la deje acostumbrarse a mí.

Ella negó con la cabeza, abrazándome fuertemente.

—Solo al principio, me acostumbro rápidamente—aseguró.

Me retiré para volverme a hundir en ella. Ambos gemimos.

Esto era el cielo.

Sentirla a mí alrededor era el mejor placer que alguna vez podría sentir en la vida.

Y con ese pensamiento hicimos el amor como dos amantes apasionados hasta perder la coherencia.

La deseaba tanto, que no podría imaginar perderla alguna vez, era egoísta, lo sabía pero ahora no veía la manera de dejarla ir aunque eso significara arrastrarla a mí vida de mierda.

Y que Dios me ayude, pero verla aferrarse a mí medio adormilada me hacía sentir el bastardo más suertudo y feliz del universo. La culpa la tenía ella, por no darme la opción de apartarme, no podría haberme apartado aunque sabía que era lo correcto. Cuando se trataba de ella, yo no tenía opciones, debía tenerla.

CAPÍTULO 4 Decir que estaba adolorida era poco.

Creo que nunca en mi vida me había sentido así… tan… envarada… entumida… usada… era como si hubiera tenido una larga sesión de ejercicio.

Y supongo que así había sido.

Hacer el amor incontables veces con Rafiq era como una estricta rutina de ejercicios… ¡Tenía músculos que nunca en mi vida había usado! Aunque claro, eso era obvio ya que jamás había hecho ejercicio, por lo que muchos de mis músculos no habían sido usados verdaderamente hasta ahora.

Era algo indescriptible.

Y definitivamente había sido algo maravilloso.

Ni mis mejores fantasías le habrían hecho justicia. Después de tanto esperar, de tantos años, finalmente había conocido lo que era el placer. Y no me arrepentía. Había valido la pena.

—¿Estás bien, bebé? —preguntó Rafiq preocupado.

Ignoré firmemente el sobrenombre, tratando de no tomarle importancia. Ilusionarme sería un tremendo error. Solo estaríamos juntos hasta el último momento antes de irme.

—Excelente—respondí torpemente con una enorme sonrisa.

Mi cerebro estaba hecho papilla.

Después de tanto placer, eso era de esperarse, ¿no es así?

Ahora sí que me sentía en el cielo, recostada sobre el pecho de Rafiq con sus manos acariciando mi espalda en un ritmo tranquilizador.

No sé cuánto tiempo pasó ni qué hora era.

Seguramente me había quedado dormida con los susurros de Rafiq.

¿Podría alguien enamorarse aún más de alguien que no conoces después de compartir algo así? Porque cada vez me enamoraba más de Rafiq aunque fuera una locura. “Un amor de verano” podría llamarse, era la única excusa que tenía ante mi temerario comportamiento. Y los amores de verano no duraban más que eso.

Cada segundo recordaba menos cómo había sido mi vida antes de él…y eso era…preocupante. Este viaje a la ciudad de mis sueños me estaba marcando más de lo que me gustaría aceptar. Pero no cambiaría nada en absoluto, aprovecharía el tiempo restante que tenía con este misterioso hombre adictivo.

No mentía cuando pensé por un momento que me sentía abrumada…me sofocaba con mis emociones…pero lo amaba, amaba sentir lo que sea que sentía por primera vez. Y me sería imposible no pelear contra mis miedos para permanecer con lo que teníamos.

Dios, una aventura, ni en mi más grande divagación podría haberme imaginado siendo tan temeraria para lanzarme de lleno a lo desconocido. ¡Una aventura! No podía hacer que esa palabra dejara de rondar mi mente como un buitre al acecho de mi coherencia.

Por alguna razón siempre había tenido miedo a una relación, quizá era porque pensaba que sería como renunciar a mi libertad. Pero con Rafiq, me había dado cuenta que la verdadera libertad está la oportunidad de entregarse a alguien sin reservas ni impedimentos y estar al lado de esa persona por decisión propia.

¿Estar con él por unos cuantos días? Me había enseñado eso.

Estando a su lado me sentía más libre que nunca.

Mi estómago gruñó.

Rafiq soltó una risa.

—Vamos a alimentarte, nena—dijo con esa tonta voz engreída.

Amaba esa voz.

Balbuceé alguna respuesta.

Sí, no era muy coherente y razonable después de haberme acostado con él, creo que había perdido un par de neuronas en el proceso.

Lo sentí levantarse de la cama y caminar hacia el baño.

Me acomodé en la cama nuevamente queriendo quedarme acostada por un rato más a pesar del hambre voraz que tenía.

Rafiq regresó a la habitación acercándose nuevamente a mí con una toalla en mano.

¿Qué demonios?

Lo miré nerviosa.

OH NO. TONTO. TONTO. TONTO HOMBRE CONTROLADOR. JODIDAMENTE NO.

—No discutas conmigo—advirtió seriamente.

Oh claro, ahora yo era la que estaba haciendo algo indebido.

¿Qué tenía en la cabeza, Rafiq, piedras?

Intentó separar mis piernas.

¡Jodidamente no, eso era tan vergonzoso!

—¿Estás loco, Rafiq? —. Exigí sintiendo mi rostro arder.

—Por favor, déjame cuidar de ti—pidió con esos hermosos y chantajistas ojos de borrego, verlos por primera vez fue un impacto que me dejó sintiéndome noqueada.

DIOS.

Estúpido hombre al que no le podía negar nada.

—Bien—gruñí secamente.

Y sí, lo que sucedió después era algo muy vergonzoso para quien hasta hace un par de horas era una chica virgen de 23 años.

Él limpiándome tan…íntimamente…no era algo bonito de ver, por lo que cubrí mis ojos con mi brazo e intenté encontrar mi lugar feliz. ¡¿Pero cómo podía encontrar un lugar feliz cuando Rafiq estaba tocándome tan íntimamente?!

Conté hasta 20…y seguí contando hasta 30… eso no estaba funcionando en absoluto…

Lo que a mi parecer fue una eternidad después, Rafiq se acostó a mi lado jalándome contra él y aprisionándome con sus fuertes brazos.

—No usamos protección—comentó en un susurro ahogado y lleno de sorpresa, como si ni siquiera pudiera creer no haberlo pensado antes.

OH MI DIOS. Una ola de miedo me invadió.

Miré sus ojos…preocupación…incredulidad….

OK. ¿En serio no nos había pasado por la mente que haya podido quedar embarazada por nuestro descuido? ¡¿EN SERIO?! ¡¿Qué estaba mal con nosotros y ésta loca adicción?! ¡ESTÁBAMOS LOCOS!

—Estoy tomando la píldora—expliqué viéndolo a los ojos—dime que no tienes ninguna mierda de enfermedad.

Y sí…algo de alivio apareció en su rostro.

Rafiq, jodido sexi hombre, ¿En verdad tiene tanto miedo de poder embarazarme? ¿Qué demonios había de malo en ello? ¡No era el fin del mundo! Dios, ni siquiera podía creerlo…no podía creer el sentimiento de decepción que me invadió. Era un tonta y actuaba como la reina de las tontas. Él estaba en su derecho de no querer tener nada permanente conmigo. Ni siquiera nos conocíamos, era más que obvio el no querer embarazar a una desconocida. ¿Dónde rayos estaba mi cerebro y por qué había huido?

—Estoy limpio, ¿Desde cuándo la tomas?

Hice la cuenta en mi mente.

—Desde hace un par de años—revelé con las mejillas ruborizadas.

Demonios.

Él se quedó pensativo.

—¿De verdad estabas pensando en lo horrible que sería dejarme embarazada? —. Exigí incrédulamente.

Me miró luciendo culpable.

—Eres… ¡Increíble, Rafiq, estás completamente loco y paranoico! —comenté negando con la cabeza.

—Dime que no te asustaría que tuviéramos un bebé con nuestra belleza—me retó restándole importancia a la situación con esos bonitos ojos negros…algo ocultaban esos ojos, algo que estaba segura que no me revelaría aunque lo torturara físicamente.

Y sí, me estaba perdiendo nuevamente en esos ojos tan cautivantes.

Me imaginé con Rafiq y un pequeño bebé con sus ojos y su bonito cabello, un pequeño Rafiq miniatura.

—Bueno, no niego que sería un bebé guapísimo, pero concuerdo contigo y definitivamente no quiero un bebé ahora—balbuceé torpemente después de que el tema me haya tomado completamente desprevenida.

—¿Algún día querrás hijos? —. Curioseó. ¿A qué venía que tocara ese tema tan personal?

—Algún día muy…muuuuuy en el futuro—admití dudosa.

—Excelente—exclamó alegremente perdiéndose en sus pensamientos

Oh Rafiq, ¿Qué estaba planeando? ¿Por qué tenía que ser tan maravilloso cuando bajaba la guardia? ¿Por qué tenía que hacerme desear…más…muchas cosas más?

Me estaba volviendo loca.

Era una tonta ilusa.

*****

El resto del día lo pasamos navegando en su yate y platicando de cosas superficiales debido a su negativa de querer revelar información de sí mismo. Acepté su silencio, prometiéndome que de nada serviría conocer sus gustos si lo dejaría de ver en dos días que sería cuando me marchara de regreso a mi vida.

Rafiq quedaría en un recuerdo de una aventura de verano y nada más. Ningún corazón roto ni despedidas emocionales. Simplemente lo dejaría de ver y todo sería como siempre había sido, cada cosa estaría de regreso a su lugar.

Rafiq tenía unas ideas tan locas…y me era imposible detener sus locas divagaciones acerca de lo que haría si tuviera tiempo libre.

Viajar a Paris. Comer en Italia. Disfrutar un mes en el Mediterráneo. Visitar Australia. Refugiarse en Suiza.

Todas esas cosas que ya había hecho sin hacerlas verdaderamente. Al parecer había viajado a muchos lugares sin conocerlos verdaderamente, con el entusiasmo de un simple turista que quería conocer culturas sin tener que preocuparse por llegar tarde a una reunión de trabajo.

En algún momento pensé que él quería hacerme ver las cosas buenas de estar juntos de la manera en que lo estaba con Romina. Sin compromisos. Sin complicaciones. Con todos los lujos que él podría ofrecer.

Y por extraño que fuera…me negué a mostrar la menor emoción ante sus sugerencias, de nada serviría estar al lado de Rafiq como si fuera un simple mueble de adorno que llevaba a donde sea que fuera con el fin de distraerse. Una dama de compañía. Porque eso es lo que era Romina.

Estaba segura que él era un grandioso hombre muy dentro de él, detrás de todas esas barreras que levantaba a su alrededor estaba un gran hombre con muchas virtudes que temía mostrarse a sí mismo. No comprendía por qué se ocultaba. Por qué siempre se mostraba cauto y desinteresado con la gente que lo rodeaba.

—¿En qué piensas? —. Preguntó mientras veíamos el sol ocultarse.

Me permití por un segundo imaginar que era una situación diferente, ambos nos conocíamos como la propia palma de la mano y nos enamorábamos. Una simple ilusión tonta, porque ni él se dejaba conocer y ni yo quería revelar información, era una aventura y nada más.

Tenía que recordármelo.

—Eres…reservado—exclamé mirándolo de reojo.

Lo pensó por unos segundos.

—Aprendí a serlo.

—¿Puedo preguntar por qué? —. Susurré mirando su perfil. Era una entrometida, pero quería desesperadamente entenderlo.

Giró para encontrarse con mi mirada.

Por un segundo pensé que me estaba midiendo…probándome…

—Mi padre me enseñó a serlo—admitió dudando de sí mismo, como si una parte de él no pudiera creer que quisiera responderme.

Le di una sonrisa tranquilizadora, quería que él confiara en mí, aunque sea por unos segundos, quería sentirlo conectado conmigo…no quería recordar esto como una simple aventura sin emociones.

—Puedes confiar en mí…si no es entrometerme descaradamente me gustaría saber, ¿Por qué te enseñó eso? Es decir, es una locura, ¿No te sientes solo algunas veces?

—No puedo negarte que a veces me siento solo…pero es mejor que estar rodeado de gente que no valga la pena.

—¿Cómo sabes que no vale la pena si no las dejas entrar?

Me miró por muchos segundos.

—Te dejé entrar a ti—. Susurró de tal manera que lo hacía sonar como si estuviera compartiendo el mayor secreto del mundo. Para mí así era.

DIOS. ¿Qué me pasaba con este hombre?

—Y no sabes lo mucho que lo agradezco—respondí finalmente.

Un ambiente tenso se creó a nuestro alrededor, estábamos pisando territorio desconocido y no sabía decir cómo me sentía respecto a ello.

—Vayamos a comer—dije finalmente mientras me levantaba.

No sé si era yo o el clima, pero hacía mucho calor.

—Voy a tomar una ducha rápida antes, si no es molestia.

—Voy contigo—afirmó como si fuera un hecho que no me negaría a dejarlo compartir la ducha con él. Negué con la cabeza mientras me encogía de hombros.

Rafiq era un hombre diferente en esos momentos, como si se permitiera relajarse y ser él mismo en mi presencia. Una calidez me inundó al darme cuenta

de ello, no se lo comentaría porque no sabía si se daba cuenta, pero me estaba permitiendo conocerlo de poco en poco. Como si se mostrara con precaución a sí mismo lentamente.

Aunque no le gustara, Rafiq era un hombre misterioso y adictivo. Al menos para mí lo era, no me podía apartar sin importar lo mucho que me recordara que no era permanente nuestra…aventura.

La palabra seguía sin sonarme correcta pero era la que mejor describía lo que teníamos él y yo.

Suspiré rendida, de nada me servía darle vueltas al asunto en mi mente, solo…viviría y dejaría de preocuparme por una vez en la vida y que sea lo que Dios quiera.

Con ese pensamiento estaba segura que…había firmado mi sentencia.

CAPÍTULO 5 Tenía que irme.

Finalmente, me hice consciente de que si no me alejaba, muy probablemente las cosas terminarían mal, no sería capaz de alejarme y ya había pospuesto mi partida por dos días. Dos días que no me habían salido nada baratos.

Lo había organizado de poco en poco, cada dólar lo había manejado correctamente para hacer mi estadía más larga y ya era hora de tomar el siguiente paso.

Hoy era el día.

Rafiq estaba trabajando hasta la tarde, según me había dicho, lo que me daba la oportunidad de tomar mis maletas y marcharme. Todo estaba listo para irme. Cada cosa, menos mis pensamientos, en orden.

Intenté actuar lo más normal posible, para evitar ponerme sentimental y cometer algún error como quedarme más días que no me podía permitir económicamente, solo por permanecer un poco de tiempo más con un hombre que no me pertenecía y nunca lo haría.

Dos horas después tenía el estómago lleno después de mi último desayuno en el hotel, todas mis maletas estaban amontonadas a un lado de la puerta y todo aquello de valor que había comprado estaba separado en una maleta aparte.

Alguien tocó y me encaminé a abrir la puerta.

El botones estaba allí, entró y tomó las maletas, esperó a que saliera de la habitación para cerrar la puerta y seguirme a la recepción.

Me miró fijamente, lo había visto en más de una ocasión entre mis salidas y entradas al hotel. Le sonreí ligeramente, sintiéndome incomoda por un momento. Entré en el ascensor en silencio, tratando de no pensar en el hombre que no apartaba la mirada de mí. Él jugaba con su celular cuando lo miré.

Finalmente, después de guardar ferviente silencio, llegamos a recepción donde entregué la tarjeta de la habitación a la recepcionista y firmé mi salida del hotel.

—¿Lista? —. Preguntó el botones con una mirada a la entrada donde aguardaba mí transporte.

—Lista—. Susurré en voz baja, temblorosa, me costaba alejarme porque sabía a quién dejaba atrás. Rafiq.

Me sentía temblorosa solo de pensar en él y en todos los días que habíamos pasado juntos en nuestro paraíso personal.

El botones me ayudó a cargar mis maletas en el auto, le ofrecí una propina y le indiqué al conductor que me llevara al aeropuerto.

El bolso que llevaba las cosas más importantes como mis documentos y tarjetas de crédito y débito lo dejé en el asiento a mi lado, teniendo la vista perdida en la ventanilla del carro.

Finalmente, finalmente estaba dejando atrás todo lo que más felicidad me había dado en mucho tiempo. Dubái.

El viaje al aeropuerto se llevó a cabo en un silencio asfixiante.

Llegando a él hice todos los trámites necesarios y me quedé sentada leyendo un libro que encontré en mi bolso hasta que llegó el anuncio de mi vuelo.

Lentamente caminé al área de abordaje, una lágrima se escapó de mi ojo pero rápidamente la limpié con una mano.

—Todo estará bien—susurré para mí misma tratando de convencerme que efectivamente, todo estaría bien.

Estaba haciendo todo un drama, y yo estaba actuando…torpe.

No era algo raro en mí, siempre había sido algo torpe, eso no lo podía negar, pero lo estaba llevando a otro extremo en esta ocasión. Mis piernas se sentían débiles y choqué con por lo menos dos personas mientras caminaba.

TONTA. TONTA. TONTA.

En mi defensa, no podría haber mujer en este mundo que actuara con coherencia después de haber tenido casi una semana de convivencia al lado de semejante hombre como Rafiq, un hombre que siempre me miraba complacido y divertido de mi actitud.

¿Le resultaba divertida? IDIOTA.

“Idiota encantador” corrigió mi conciencia.

Hice una mueca de dolor…JODIDA MIERDA…emocionalmente me sentía como el infierno.

Solo de pensarlo quería llorar. Era una estúpida.

Pero ya no más. ¡Basta!

Había un instinto que se había activado en mí en el momento en que Rafiq me miró con tanta intensidad suficiente como para congelar el infierno. Pero no pensaría en ello.

Desde el momento en que puse un pie en el avión, él había quedado en el pasado.

Nadie nunca más me haría sentir como él me había hecho sentir, pero no me arrepentía en absoluto de todo lo que habíamos vivido juntos por unos cuantos días.

Por primera vez había vivido mi vida.

La viví al máximo.

Pero si algo había aprendido en aquellos gloriosos momentos en que había creído que me encontraba en el mismísimo cielo en los brazos de Rafiq Manzur, fue que la vida era bastante corta e inesperada.

Había perdido 23 años de mi vida dejando que la gente hiciera lo que quisiera de mí. Dejando que los demás me controlaran a su gusto y observando cómo me perdía cada vez más a mí misma en una sociedad controlada. Siempre compadeciéndome por ser tan callada y tímida para hablar.

Lo más triste de todo, es que al final, en este momento, donde había dado el primer paso de regreso hacia mi vieja vida después de la mayor aventura que he tomado…finalmente sabía quién era.

Sabía quién era yo como persona.

Sabía qué me gustaba en realidad y qué me “gustaba” porque era lo que “debía gustarme”.

Sabía lo que era la vida en brazos de un hombre al que siempre llevaría en el pensamiento.

Era patética por ser tan débil para no superarlo.

Pero fue el momento, el momento en que estaba tomando las riendas de mi vida, en que estaba viviendo la vida como si no hubiera un mañana, fue el momento en que recuperé mi vida sin ser consciente de ello.

Al demonio con todo, pensaría en Rafiq las veces que quisiera porque no había nada malo en hacerlo.

Jodidamente haría lo que quisiera, cómo quisiera y cuándo quisiera y si eso significaba aferrarme al recuerdo de alguien, que así sea.

Parpadeé regresando a la realidad.

El hombre del al lado me miraba preocupado e intrigado.

¿Es que era un jodido bicho raro para él o qué le ocurría?

—Si me dejas entrar a mi asiento te lo agradecería—gruñí secamente tratando con todas las fuerzas de no mirarlo.

Sus ojos se endurecieron y apretó su mandíbula ante mi tono de voz pero se apartó un paso de mí dejándome el suficiente espacio para sentarme en mi asiento en la ventanilla sin tener que rozarlo. Mi cuerpo contra el suyo.

Solo de pensarlo me daba náuseas.

No sabía si alguna vez querría sentir el cuerpo de un hombre contra el mío nuevamente.

Mordí mi labio nerviosamente ignorando al resto de los pasajeros que hacían demasiado ruido para mí gusto.

Por un momento pude haberlo ignorado.

Pero el ruido era tan irritante que una migraña comenzó a formarse en mi cabeza y las náuseas me invadieron fuertemente. Odiaba volar. Algunas veces cuando volaba, no podía evitar ir al baño para vomitar.

Aunque nunca antes había sentido algo así, quizá no debí de haber comido demasiado en el hotel, ahora tendría que pagar las consecuencias.

Lo desestimé mientras me sentaba en el asiento y recargaba mi bolso con las pertenencias de más valor que tenía sobre mis piernas.

¿Por qué Rafiq no se iba de mí mente? Me pregunté recordándolo.

Por primera vez en la vida había sido una mujer provocadora, una mujer desinhibida que buscaba su propio placer sin pena o vergüenza. Aparté mí pensamiento de él.

Por un par de segundos lo conseguí. Hasta que sucumbí a la tentación y disfruté nuevamente del espectáculo que había sido verlo parado interminables veces con nada que cubriera su pecho o sus musculosas e interminables piernas.

Una esquina de mí boca se alzó ligeramente por el recuerdo y mi boca se secó.

¿Qué tanto me había perdido en estos 23 años de vida? Todo un mundo desconocido, eso me había perdido.

Solo de pensar en la forma en que movía sus caderas al caminar, o como pasaba sus manos por su cabello cuando estaba distraído. Rafiq era un hombre digno de ver.

Mi boca estaba de alguna manera completamente seca…y al mismo tiempo estaba salivando incontrolablemente por su culpa.

Él tenía una sonrisa personal, una sonrisa que quedaba a la perfección con su estilo. Esa era una ligera sonrisa, donde solo curvaba ligeramente sus labios. Y era simplemente…alucinante.

Ese hombre era puro sexo andante

Contuve el aliento, no sabía si todo aquello que sentía era normal…o era inapropiado. De la forma en que fuera, me sentía jadeando por aire. En serio, ¿Por qué hacía calor?

Estaba siendo una tonta.

Desde ese momento saqué mi celular para concentrarme en cualquier cosa que no fuera Rafiq.

1 llamada perdida de él.

—Todo estará bien—dije repitiendo lo que me había dicho cientos de veces en los últimos minutos.

La mirada que me dirigía la azafata era una de advertencia.

Apagué el celular.

Ahora no tenía nada en que concentrarme.

Estaba la opción de dormir, cosa que normalmente no habría considerado pero la situación lo ameritaba. Busqué en mi bolso las pastillas de dormir que había llevado conmigo para momentos como ese y me tomé una. Esperaba que el efecto se hiciera presente rápidamente.

Momentos después despegamos.

Cerré los ojos fuertemente. Odiaba esa parte de volar. Me daba vértigo.

Agarré fuertemente las manos en los reposaderos y antes de que pudiera quejarme estábamos comenzando a volar, y la azafata anunciaba el vuelo con destino a Dallas, Texas. Un sentimiento de nostalgia me invadió.

Estaba actuando como una tonta.

Otra vez su recuerdo vino a mi mente, su boca se curvó ligeramente cada vez que me atrapaba mirándolo fijamente, y por alguna razón eso hace maravillas con mis nervios que se incrementaban imposiblemente.

Ese hombre era tan ilegalmente guapo.

Rafiq Manzur. Incluso su nombre era especial.

¡Maldita sea, estaba como una cabra!

Recosté mi cabeza en el asiento y cerré los ojos.

No quería cerrar los ojos.

Cuando lo hacía era inevitable que comenzara a pensar él.

Un minuto pasó en silencio y todo el mundo aportó su ración de ruido molesto.

¿Qué demonios me pasaba?

Una de las ventajas de ser pequeña, era que nunca me preocuparía del espacio de los asientos en los aviones. Me acomodé en el asiento para dormirme tan pronto la pastilla que tomé hiciera efecto.

Suspiré cerrando los ojos y concentrándome en relajarme.

Antes de darme cuenta dormí una cantidad considerable de tiempo.

CAPÍTULO 6 Terriblemente cansada, era la única manera en que podía describir cómo me

sentía.

Tantas horas de vuelo me tenían agotada con unas tremendas ganas de llegar a acostarme a mi cama y seguir durmiendo como un oso en plena hibernación. Era una locura, todo lo que había vivido en Dubái era una locura que no podía sacar de mi mente.

La mayor locura era Rafiq, ese hombre reservado que se negaba a abandonar mis pensamientos. Ni siquiera podía darme la oportunidad de permitirme pensar en él porque entonces comenzaba a sentir una pizca de remordimiento por no haberle avisado de mi partida.

No es que debiera haberme despedido de él, después de todo no éramos nada, y tenía que recordármelo o enloquecería.

Esperé mi equipaje mientras bostezaba.

En el vuelo solo había dormido unas cuantas horas hasta que desperté y no pude volver a dormir, si no era por el bebé que lloraba ruidosamente a unos asientos del mío, era el señor que roncaba a mi lado. Una cosa u otra me impidió dormir, y el jet lag me estaba pasando factura finalmente.

Cuando reuní todas mis maletas me dirigí a la salida para tomar un taxi de regreso a casa, no había tenido valor de decirles a mis padres que estaba de regreso después de retardar mi llegada por dos días. Había sido incapaz de dejar esa vida de ensueño en Dubái.

Los paseos al lado de Rafiq era lo mejor de todo, claro que me había salido caro el capricho, pero había valido la pena por completo.

Con mis divagaciones no noté a la persona frente a mí hasta que choqué fuertemente con él, antes de que perdiera el balance y callera al suelo unos fuertes brazos se envolvieron a mí alrededor, la colonia cara se filtró por mis fosas nasales y pude reconocer el olor antes que ver al dueño de esa colonia a la cara.

Alcé la vista completamente aturdida.

—¿Qué demonios haces aquí?—. Exigí confundida.

Rafiq alzó una ceja mientras me miraba divertido por mi obsceno vocabulario que causaba que él me corrigiera cada vez que decía una mala palabra. Ese hombre podía ser mil cosas, y exagerado, era una de ellas. Él siempre exageraba cuando explicaba pacientemente la manera en que una dama debía hablar, y

estaba de acuerdo con él pero era inevitable que las palabrotas se escaparan de mi boca cuando estaba en su presencia.

Disfrutaba molestándolo y retándolo. No era mi culpa, verlo exasperarse era divertido.

—¿Qué crees tú que hago?—. Preguntó mirándome como si fuera demasiado lenta a la hora de razonar.

Negué con la cabeza lentamente.

—No tengo la menor idea.

Puso los ojos en blanco mientras tomaba mi equipaje y lo cargaba mientras me hacía señas con la cabeza para que empezara a caminar.

No pude más que seguirlo, después de todo no podría irme sin mi equipaje. Y sí, era consciente que era un débil argumento a mi favor, siendo honesta solo quería seguirlo al fin del mundo.

—¿Estás de visita? ¿Se te perdió algo? ¿Vas a una junta de trabajo?—. Traté de adivinar.

—Acertaste cuando dices que se me perdió algo.

— ¡Mierda! Juro que si sales nuevamente con alguna de tus estúpidas apresuraciones queriéndome mandar a la cárcel por algo estúpido que te haya dicho Romina, esta vez te patearé las pelotas y no podrás caminar por el dolor en por lo menos una semana—. Para el momento en que terminé mi voz se había alzado considerablemente.

Rafiq abrió la boca y antes de poder detenerme mi puño se estrelló contra su mejilla en un fuerte golpe.

—Eso es un adelanto—expliqué inocentemente cuando me miró confundido e incrédulo.

Él negó con la cabeza riéndose en voz alta mientras con su mano se acariciaba el lado de la cara donde la había pegado. Mis mejillas se ruborizaron inevitablemente ante mí explosión repentina. Ese maldito hombre sacaba lo peor de mí.

—Se me perdió algo, eres tú—respondió sonriendo abiertamente mientras dejaba mis maletas en el suelo y se abalanzaba hacia mí, rodeando fuertemente con sus brazos y apretándome contra él—. A veces eres algo lenta y tontita, nena.

Abrí la boca para gritarle mil y un groserías de regreso pero sus labios se estrellaron contra los míos y antes de poder detenerme nos estábamos besando como si no nos hubiéramos visto en largo tiempo en vez de unas cuantas horas.

Suspiré tontamente mientras tomaba aire cuando se separó de mí.

—¿Cómo...cómo llegaste tan rápido?—. Balbuceé sintiéndome desestabilizada por sus besos y su cercanía.

Me miró exasperado.

Oh genial, siempre yo, siendo tan lenta. Puse los ojos en blanco.

—Vuelo privado—me adelanté a decir antes de que saliera con alguna de sus tonterías que me harían enojarme con él.

Asintió y me llevó a la salida del aeropuerto donde esperaba una camioneta en la que abrió la puerta para mí, las maletas las tomó el conductor para guardarlas en la cajuela. Sin poder negarme entré antes que él.

—¿Qué demonios crees que haces? —. Pregunté cuando abrochaba el cinturón de seguridad.

—Llevándote conmigo.

—¿Me estás secuestrando?—. Chillé tontamente.

Rafiq resopló divertido.

—No es secuestro cuando vas gustosa conmigo—bufó sarcástico—. Vamos a dormir, estoy muerto después de que me hiciste viajar por mediomundo para seguir a tu lado.

Ahora sí estaba muy, muy confundida. ¿De qué demonios estaba hablando Rafiq?

—Me perdiste por completo, ¿Puedes explicarte mejor?—. Pedí sin apartar la mirada de sus ojos.

Ese fuego líquido que brillaba en la profundidad de su mirada me hacía sentir que la piel cosquilleaba de calor y la temperatura sabía a nuestro alrededor. Si no estuviera sentada las piernas me temblarían por ser la receptora de la intensidad de su mirada.

—Creí que ya lo sabías mejor, nena, no puedes negar esta atracción entre nosotros, me niego terminantemente a dejarla pasar y no disfrutar del fuego que arde en mi interior cuando estás conmigo.

Ese maldito hombre testarudo y caprichoso, había venido tras mis pasos completamente seguro de que lo recibiría con los brazos abiertos. Era tan predecible a sus ojos. Tampoco es que pudiera negarlo, tenía una increíble debilidad por él, y como la tonta inexperta que era, había caído enamorada de él.

Él, que se negaba a hablar de sí mismo la mayoría de las veces pero que de vez en cuando se quitaba las capas de acero que ponía a su alrededor y me dejaba verlo como el verdadero hombre que era.

Estaba enamorada de él.

Era de lo único de lo que yo estaba segura, no podía negarlo y ocultarlo.

Se suponía que sería una aventura de vacaciones, así quedaría en el recuerdo.

Quizá siempre supe que estaba enamorada de él, pero tenía el consuelo que estando lejos los sentimientos que el provocaba en mi desaparecerían y con el tiempo volvería a ser la misma. Pero el pasado me había alcanzado.

Él estaba allí conmigo, en mi verdadera vida, negándose a salir de un empujón de mi corazón y de mi mente. ¿Cómo podría olvidarlo si seguía allí? ¿Cómo podía resistirme a obtener un poco más de él?

—No puedes negarte a esto—susurró antes de volver a besarme con esa intensidad con la que siempre lo hacía.

y así como así la decisión estaba tomada, ni siquiera me permitió decir argumentos para aclarar todo, sus besos fueron más que suficiente para arraigar plenamente la idea de que aún podía tener un poco más de él. Por el tiempo que el destino nos diera, aprovecharía cada segundo.

No protestaría. No me quejaría. No me arrepentiría.

Solo había una vida, bien podría escapar como una cobarde o vivir eso entre él y yo y tener el mejor recuerdo de mi vida.

—Debo ser masoquista—susurré con los ojos cerrados cuando él me recostaba contra su costado y me abrazaba firmemente, negándose a dejarme ir.

¿Cómo podría alguna vez apartarme?

Mi mente y corazón estaba en juego y no podría importarme menos.

—Debemos ser masoquistas—corrigió con voz ronca.

—Terminaré muerta—me quejé sintiendo una lagrima escapar de mi ojo.

—Estarás bien—dijo como si eso pudiera darme fuerzas para seguir con él. No podría haberle importado menos que mis sentimientos estuvieran en juego, un juego donde yo era la única perdedora sin importar el resultado.

—¿Cómo lo sabes?—. Cuestioné sintiéndome adormilada mientras respiraba su colonia adictiva.

Me sentía tan segura y vulnerable en sus brazos, era una contradicción total, y no sabía qué emoción apoyar.

—Porque nada puede romperte cuando no le das la oportunidad. Está en nosotros la voluntad de seguir adelante sin dolor—respondió distraídamente mientras se concentraba en sus pensamientos.

Quise decirle que su consejo fallaba por completo, para empezar porque le estaba dando la oportunidad de lastimarme y luego porque seguir sin dolor es evadir el problema. Es mejor enfrentarse a los demonios de frente y con la cara en alto.

*****

La camioneta estacionó frente a una pequeña casa colonial, Rafiq bajó del auto y me ayudó a bajar, el sueño estaba ganando la batalla mientras bostezaba incontrolablemente. Nunca me había sentido tan cansada.

—Vamos a dormir—dijo mientras me guiaba a la casa.

Abrió la puerta y no fui capaz de observar la decoración porque me tomó en brazos y me llevó cargando hasta la habitación del segundo piso en donde me acostó en una enorme cama. Quitó mis zapatos y me acomodó bajo el cobertor.

Simplemente observaba divertida la rapidez con que hacía las cosas, como si le urgiera acostarse para dormir a mi lado. Sonreí observándolo.

Antes de que pudiera decir nada él aventaba sus zapatos descuidadamente al suelo y arrancaba su ropa hasta quedar en unos bóxer ajustados de marca y rápidamente se acostaba a mi lado. Acomodó el cobertor sobre nosotros y me abrazó fuertemente contra él.

Aún vestida me sentía completamente expuesta ante él.

—¿Tienes prisa? —. Pregunté recostando mi cabeza en su pecho.

Podría suspirar, felizmente de estar envuelta por ese hombre que me tenía completamente loca y enamorada.

—Demasiada…fue una tortura no tener tu cuerpo junto al mío por unas horas—respondió mientras acariciaba mi espalda.

Eso era puramente físico, tenía que recordármelo, no podría haber emociones involucradas. Al menos sabía que tenía que ocultar las mías, así sería como si no estuvieran. No sonaba como un buen plan pero era lo único que tenía.

—¿Por qué me seguiste? —. Pregunté confundida.

—Porque soy egoísta y no quiero renunciar a esto.

—¿Qué es esto?

—La manera en que me haces sentir.

Lo pensé por un segundo.

—¿Cómo te hago sentir?

—Como si…como si fuera tu mundo—respondió dudoso.

—Es porque…porque así te has vuelto…y me siento estúpida dejando que mis emociones se involucren—confesé dudosa mientras cerraba los ojos fuertemente.

El silencio inundó la habitación mientras el sueño ganaba la batalla y cada segundo mis parpados se hacían más pesados.

Una parte de mí esperaba que Rafiq dijera algo, lo que sea, pero no fue así, se quedó en silencio sosteniéndome en sus brazos mientras me sentía más vulnerable y expuesta de lo que alguna vez me había sentido. Él era confuso, me hacía dudar de todos mis pensamientos y no sabía qué era correcto o incorrecto en esa…relación. Si es que se le podía llamar así.

CAPÍTULO 7 Después de varias horas desperté sintiéndome observada.

Abrí los ojos temerosa de encontrar lo que habíamos evadido Rafiq y yo al dormirnos.

Rafiq tenía recostada su cabeza sobre un brazo mientras, acostado de lado, me miraba con el ceño fruncido. Oh, genial, ese ceño fruncido no presagiaba nada bueno.

—¿Qué tanto me ves? —. Pregunté nerviosa, esa mirada intensa me ponía los pelos de punta. Honestamente, me daba ganas de salir huyendo. Alejarme de la intensidad que se formaba entre los dos, y en la que sabía que saldría lastimada. Aun así me quedé, porque no había manera de dejar esa sensación de querer algo, de sentir que vives al máximo.

Toda una vida llena de reglas y normas, de buen comportamiento, me habían llevado a vivir mi vida de manera segura, y de alguna manera, aunque no lo quisiera admitir...también aburrida. No había nada memorable en todos aquellos años escolares. Nada. Y de cierta forma era patético.

Tantos años estando metida en el estudio y concentrada en obtener mi título universitario me había hecho perderme muchas cosas y experiencias. Y aunque había sido mi decisión, no podía evitar lamentarme.

Y ahora estaba en un momento dónde me pregunta temerosa: ¿qué pasaría ahora? ¿Cómo viviría ahora? ¿Tendría siquiera el valor de atreverme a vivir?

Supongo que era egoísta y estúpida a la vez, porque aunque era más que seguro que saliera lastimada por seguir al lado de Rafiq, no quería dejarlo. Me negaba a dejar pasar esta experiencia. Necesitaba recordarlo, recordar que todo lo malo pasa, y que al final quedarán buenos recuerdos. Podré contarles a mis nietos de aquella época donde conocí a un hombre malo y que me hacía sentir que vivía al máximo, un hombre que de la manera jodida e incorrecta, era lo que necesitaba para comenzar a vivir. Me gustaría poder aconsejarlos sabiendo lo que se siente vivir esto. Poder entenderlos cuando sea vieja y los hijos o nietos me saquen canas verdes cuando pasen a través de la adolescencia.

—Eres un desastre—. La voz de Rafiq me sacó de mis ensoñaciones de forma brusca.

—¿Perdón?—. Exigí sorprendida.

Sí, probablemente era un desastre. Sentía marcadas las líneas de la almohada en la mitad de mi rostro y mi cabello enredado, además de mis ojos un poco

hinchados, pero al menos él podría tener la decencia de no mencionarlo y guardárselo para sí mismo.

Bueno, probablemente exageraba.

Las mujeres pedíamos honestidad, pero aunque fuera una honestidad brutalmente dolorosa, era lo mejor.

Y sí...probablemente estaba tratando de justificarlo.

Oh, vamos...tan solo comentó que no me veía bien. No era para tanto, ¿O sí?

—Tan solo digo que cuando despiertas, luces un poco espantosa.

¿Espantosa? Demonios, eso sí es tener poco tacto.

No, más bien eso es ser...cruel.

—Si no te gusta cómo luzco entonces puedes largarte en cualquier momento—exclamé molesta.

Una voz en mi cabeza se burló de mí al recordarme que era su casa en la que nos encontrábamos. Pero eso no me importaba en absoluto, su sinceridad me había causado molestia. Me había dolido.

Está bien, sé lo que cualquiera pensaría de mí: ¿Quién entiende a las mujeres? Piden sinceridad, pero cuando escuchan algo que no quiere o no les gusta, se molestan. Sí, era ilógico. Pero alguien alguna vez dijo que la verdad no peca pero sí incomoda.

Y precisamente me sentía incómodamente avergonzada, porque él lucía tremendamente bueno y atractivo al despertar después de dormir, con su cabello despeinado y luciendo relajado, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo.

—A alguien a quien no le importas se largaría sin decir nada al ver los defectos que tienes. Quienes se quedan a pesar de todo, es por algo importante—aclaró sonriendo de lado y provocando mariposas en mi estómago, como podría expresarse cursimente—. Así que me quedaré, gracias.

Eso era... ¿alguna declaración de que le importaba?

Creo que ese fue otro error por mi parte, asumir inútilmente llevada por la esperanza y la ilusión. Ver cosas donde no las hay. Ver lo que quería y no lo que realmente había. Ojalá pudiera haberlo sabido. Después de todo no le importaba en absoluto que me estuviera enamorando de él, tan solo lo ignoraba.

*****

Unas horas después todo volvió a la normalidad, relativamente. No estaba segura de que Rafiq hiciera algo normal alguna vez.

¿Tenía hambre? Saldría a algún restaurante caro y elegante. O simplemente ordenaría a domicilio.

¿Quería comprar algo? Sencillamente lo buscaría en internet y lo compraría en un segundo.

¿Tenía algún problema en el trabajo que resolver? No había nada más sencillo que hacer un video llamada y resolver todo en cuestión de minutos.

En ese momento nos encontrábamos comiendo en el comedor, mientras él atendía una llamada. Ya había hecho unas cuantas compras por internet en tiempo record. ¿Cómo era capaz de tomar todo tan a la ligera?

Cuando finalmente colgó siguió comiendo en silencio. Ninguno de los dos hablaba. Ni siquiera me miraba.

—Así que… ¿trabajo? —. Finalmente pregunté.

—Ajá.

Más silencio.

—¿Te gusta lo que haces? —. Seguí intentando.

—Es lo que mi padre dejó, tengo que hacerlo.

—Pero, ¿te gusta?

Soltó sus cubiertos y finalmente me observó: —No puedo quejarme por algo que me da el dinero y el poder que quiero. No puedo quejarme por atender algo que mi padre quería. Por lo tanto, no podría ser malagradecido como para que no me guste lo que hago.

Tragué duramente.

—Está bien—mi voz era de repente pequeña.

La comida acabó en lo que me pareció una eternidad.

Cuando todo estuvo recogido giré en dirección a la habitación en la que estaba mi equipaje. Llamé a un taxi y tomé las cosas.

Sabía que Rafiq no era muy comunicador, pero no soportaría pasar el rato con él en silencio y distraído, ignorando por completo mí existencia, claro, excepto cuando deseaba mí cuerpo, entonces sí me daba por completo su atención.

—¿A dónde crees que vas? —. Preguntó a mis espaldas con voz furiosa.

Negué con la cabeza y me negué a mirarlo. No podía hacerlo si quería irme.

—Tengo cosas que hacer.

—Pueden esperar—dijo simplemente.

¿Esperar, realmente lo creía?

—No pueden esperar más, ya llevo dos días de retraso para hacerlas.

—Pero estás conmigo.

Quería reír, ¿enserio?

Rafiq me sorprendía, en un momento era un hombre de negocios cruel y brutalmente frío, pero en un segundo podía cambiar ser casi un niño caprichoso y necesitado. ¿Por qué?

¿Quién era Rafiq?

¿Qué ocultaba detrás de esa actitud tan cruel y seria?

¿Qué secreto ocultaban sus ojos?

¿Qué había vivido para ser así?

Necesitaba saber, pero era más que obvio que él no hablaría.

—Rafiq, no puedo dejar todo de buenas a primeras solo porque tú estás disponible para darme una parte de tu tiempo.

Él apretó sus labios por unos segundos y después tomó las maletas para comenzar a bajarlas. Seguí sus pasos hasta la entrada.

—Bien, ve a hacer tus cosas importantes. No te quito más tu tiempo.

¿Qué rayos le ocurría?

Guardamos silencio.

—El taxi está por llegar—finalmente me animé a decir algo.

Él asintió rígidamente.

—Esperaré para ayudarte con las maletas.

Más silencio.

El taxi tardó 5 minutos en llegar y después de guardar todo, estaba por entrar al auto cuando Rafiq me detuvo tomándome de la mano.

Lo miré confundida.

—Viaja con cuidado—susurró finalmente y se dio la vuelta para entrar de regreso a su casa.

Quería gritarle.

Sencillamente quería llamarlo idiota, tonto, estúpido, bobo y mil cosas más.

Quería exigirle que se quedara, que me llevara con él. Que dijera algo.

Pero si seguía cometiendo el error de seguir esperando que él hablara, que él apelara a mi favor, terminaría aún más jodida.

CAPÍTULO 8 Mientras el taxi me llevaba a casa de mis padres, comencé a pensar en lo que

haría a partir de ese momento.

Lo primero sería buscar un trabajo.

Lo segundo sería buscar un departamento para mudarme e independizarme.

Desde ese punto no sabía qué más haría.

Al menos, con trabajo y techo, podría comenzar una nueva etapa de mi vida.

Mis padres se alegraron de verme regresar y exigieron ver todos los recuerdos y fotos que había traído de mi viaje por Dubái. No podía negarles nada, por lo que pasé horas platicando con ellos y mostrándoles absolutamente todo.

Al caer la noche subí agotada a mi habitación y me aventé a mi cama boca abajo, hundiendo mi rostro en la almohada. ¿Qué seguía?

¿Qué debía hacer?

¿Por qué sentía que mi vida estaba estancada?

¿Cuántas cosas había perdido en mi adolescencia porque me concentré demasiado en el estudio?

¿Por qué Rafiq con una simple sonrisa me provocaba más emoción de la que una fiesta podría provocarme?

Sin darme cuenta comencé a llorar, porque realmente era patética. Todas aquellas compañeras de escuela que se burlaban de mí por ser tan seria y aburrida se burlarían hasta desfallecer si me vieran en ese momento.

Mierda, yo misma me burlaba de mí.

Siempre pensé en el futuro sin disfrutar el presente.

Siempre visualicé terminar la universidad con calificaciones excelentes, jamás pensé en lo que seguiría después.

Nunca pensé en qué sería de mi vida al ya no tener la escuela como refugio. Al ya no tener el estudio como pretexto, no podía sino aceptar que en algún punto del camino me equivoqué.

Aquel futuro que visualicé hace muchos años, finalmente llegó, era mi presente. Y no sabía qué más había para mí en esos instantes además de un pedazo de papel que certificaba mis estudios.

Las lágrimas siguieron cayendo porque era inevitable, porque era de humanos. Me sentía emocional, y llorar era mi manera de liberarme de ese exceso de emociones que me abrumaban.

En algún momento me dormí finalmente, sintiendo un poco de paz momentánea.

*****

Al despertar mi vida volvía a ser un desastre.

Sin embargo, logré seguir con mi rutina de bañarme y arreglarme. Iría a buscar opciones y concretar entrevistas de trabajo. Algo lograría encontrar si persistía en conseguirlo.

Estaba segura de que encontraría trabajo…algún día.

Me despedí rápidamente de mis padres para que no vieran mis ojos rojos, que mostraban el largo rato que pasé llorando. No quería preocuparlos.

Me detuve en una cafetería para desayunar.

Sin darme cuenta el medio día llegó y yo seguía sentada bebiendo mi segunda taza de té, mientras buscaba y marcaba minuciosamente aquellos anuncios de empleo del periódico.

Y así fue como comencé con mi búsqueda interminable de alguien que brindara trabajo a una recién egresada con un currículo sin experiencia.

*****

Los días pasaron.

Pasaron lentamente y no había hablado con Rafiq aún.

Él no me había buscado y yo tampoco lo había buscado a él.

Por lo que fue una sorpresa el toparme con él en el centro comercial mientras paseaba con mi mejor amigo, Robert. Fue una completa coincidencia que mientras Robert y yo nos empujáramos como niños pequeños mientras caminábamos sin rumbo fijo comiendo helado y riendo abiertamente, que me topara con la mirada de un serio Rafiq.

Y simplemente…no pasó nada.

Lo vi. Me vio. Nos vimos. Y nadie dio un paso en la dirección del otro.

Nos quedamos parados sin atrevernos a hablarnos.

Cuando al fin comprendí que él no haría el menor esfuerzo por acercarse a mí, al menos para hablar, tomé la mano de Robert y lo jalé hasta que se detuvo y me miró expectante.

—Vayamos por otro lado—expliqué mientras lo arrastré en dirección contraria a Rafiq.

Sentí sus ojos marcarme a fuego ardiente en mi espalda.

Casi podía sentirla furia fluir de él desde la distancia.

Me costó, pero me alejé.

Yo no había hecho nada malo, él tenía la culpa de todo. Así que si quería, me buscaría. Él se lo perdía, no yo.

Al menos me lo dije a mí misma como consuelo para que dejara de doler el verlo y no tenerlo, no hablarle.

Después de una hora finalmente me obligué a no pensar en la existencia de un sexi hombre tan frío como el hielo.

Casi me lo podía creer.

Docenas de veces revisé mi celular, esperando ver un mensaje de alguien en especial. Pero no sucedió.

Eso hablaba más que claro.

La aventura de verano, o mejor dicho de vacaciones, finalmente había acabado.

—Comamos en este lugar—dijo Robert jaloneándome a un restaurante que era su favorito.

—Está bien, pero tú pagas—me quejé en burla tratando de poner resistencia.

Él resopló y puso los ojos en blanco.

—Tienes suerte de que esté de buen humor, solo por esta vez pagaré—aceptó guiñando un ojo.

Me reí, porque él era un amor de persona y lo adoraba. Era mi mejor amigo. Casi mi hermano.

Mientras comíamos hablamos sobre los planes que teníamos. Él también se había graduado.

—Así que ya solicitaste empleo en varias empresas—resumió después de una larga charla.

—Así es.

—¿Y haz recibido noticias de alguna?

—Hasta el momento nada bueno. Nadie quiere contratar gente sin experiencia—dije tristemente.

Él estuvo de acuerdo.

Seguimos comiendo y pude ver que se encontraba distraído viendo a una chica en particular al otro extremo del restaurante. Me alegré por él, su vida siempre había sido muy activa, rodeada de chicas y de muchas actividades escolares.

A diferencia de mí, él se dedicó a vivir al máximo su vida universitaria. Se mudó desde los 18 años de la casa de sus padres y cada fin de semana iba a fiestas.

Al menos él había sabido vivir la vida, había aprovechado su juventud.

—Ve a hablarle, dile que soy tu hermana, mientras tanto desapareceré en el baño dándote tiempo para que actúes—me compadecí de él y le ofrecí una solución.

Que yo sea infeliz no significaba que todos a mí alrededor también lo fueran.

—Eres un ángel—exclamó antes de caminar en dirección a su próxima conquista.

Negué con la cabeza y sonreí, lo adoraba pero era un coqueto de lo peor. Al entrar al baño comencé a tararear tontamente mientras sacaba mi celular para ver la hora antes de volver a guardarlo. Entré en una cabina para hacer pipí. Al salir, mi puerta chocó contra alguien.

—Lo lamento—dije de manera distraída.

Caminé a los lavabos y lavé mis manos.

—Estás disculpada—me respondió la persona.

Abrí los ojos con sorpresa y solté un grito de sorpresa.

— ¡Qué demonios, Rafiq!

—El mismo que viste y calza.

—¿Qué…qué rayos haces aquí? —. Alcancé a preguntar tontamente antes de que me abordara con un beso apasionadamente consumidor.

No podía negarme, sus besos eran perfectos, sus labios eran adictivos. Sin pensarlo le correspondí.

Sentí que me empujaba en alguna dirección pero no me importó. Lo rodeé con mis brazos mientras me alzaba y me hacía envolver mis piernas en su cintura.

Entramos en una cabina, el espacio era reducido pero se las agregó para hacerlo funcionar.

Recostándome contra la pared alejó sus labios de mí y me miró.

—Eres mía—gruñó antes de perder el control.

Éramos un manojo de nervios y todo un torbellino de desastre. Varias veces chocamos nuestras frentes mientras tocábamos el cuerpo del otro. De igual manera nuestros dientes se chocaron al movernos mientras nos besábamos, pero no nos importó.

Era la primera vez que lo veía ser un poco torpe, pero me encantó.

Se las arregló para subir la falda que llevaba hasta la cintura. De alguna manera consiguió bajar su cremallera y apartar mi ropa interior para hacerse espacio y poder entrar en mí.

Se movió con furia.

Como si quisiera impregnarse en mí, marcarme como suya.

Y me encantó.

Sexo descontrolado y furioso era algo que nunca había soñado con experimentar, pero tenía su atractivo, al menos él no me lastimaba como había leído en algunos libros eróticos, cuando el sexo duro se salía de control y lucía como algo incomprensible y casi abusador. Sus embestidas eran duras, pero me enloquecían.

Sin esperarlo, alcanzamos el clímax, ambos cubriendo la boca del otro con la mano para no hacer ruido.

Sonreí involuntariamente.

—¿Qué rayos acaba de pasar? —. No pude detenerme de preguntar, mientras trataba de recuperar el aliento.

Mis piernas entumecidas estaban cansadas de rodear a Rafiq.

Pude sentir sus manos apretar mi trasero mientras volvía a moverse lentamente aún dentro de mí.

—Pasó que no te dejaré ir. Mierda, no puedes tentarme y enseñarme nuevas experiencias y simplemente largarte. Estás atrapada conmigo, pero prometo cuidarte. Prometo hacerte feliz.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Eres un idiota—dije sonriendo.

Él me regresó la sonrisa.

—Tienes razón, no debí permitirte alejarte sin el menor esfuerzo.

—Al menos lo reconoces.

—¿Y por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste?

¿No lo sabía?

En realidad, tenía razón en no saberlo, si simplemente me fui sin explicación argumentando tener cosas que hacer.

Ok, probablemente lo justificaba, pero él ya había admitido ser un idiota. Y los idiotas no eran tan atentos.

—Solo olvidémoslo.

Asintió.

Comenzamos a arreglarnos.

No sabía cómo rayos se las había arreglado para desacomodar toda mi ropa, pero no importaba.

—Oh por Dios, ¿y si alguien nos escuchó o nos vio? —. Pregunté de repente avergonzada.

—Nadie entró.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque soy Rafiq, clausurar un baño no es ningún esfuerzo para mí.

Puse los ojos en blanco.

—Hablando de humildad—mascullé frente al espejo mientras trataba de acomodar mi cabello.

Se acercó y me besó en el cuello.

—No sabes cómo te extrañé—susurró finalmente.

Su rostro se mostraba tan indefenso que no pude detenerme de tomarlo por sorpresa al abrazarlo fuertemente, no dándole ninguna opción de apartarse.

Finalmente creía que las cosas estarían bien.

CAPÍTULO 9 Entré a mi habitación hecha una furia, no podía soportar el tener que tragarme

las lágrimas cada vez que algo malo pasaba entre Rafiq y yo, se me había hecho costumbre huir a casa de mis padres cada vez que eso sucedía.

Dos semanas había transcurrido ya desde que nos “reconciliamos” en el baño del restaurante, y nada era diferente a como había sido en los últimos días en Dubái, excepto que ahora pasaba menos tiempo con él y más tiempo sintiéndome impotente por lo mucho que me involucraba con él. Su trabajo y compromisos tomaban todo su tiempo, a veces viaja sin avisar hasta que ya estaba lejos.

Era inevitable querer a Rafiq, era un buen hombre cuando se permitía relajarse, pero normalmente siempre era el frío hombre controlado que no mostraba sus emociones en absoluto.

En esta ocasión la causa de la discusión, o no-discusión, había sido Romina, quien había llegado a la ciudad como si nada entre ella y él hubiera cambiado. Lo que me había tomado por sorpresa completamente. Quería creer que solo era su locura lo que la impulsaba ser tan descarada y entrometida, pero ella tenía razón en serlo. Había pasado demasiado tiempo viviendo una rutina con Rafiq.

Lo más exasperante de todo era la capacidad de Rafiq por mantener el control incluso cuando le gritaba y lo provocaba para discutir con él. ¡Demonios, solo quería desahogarme y él simplemente me dejaba gritar sin responder a los gritos!

¿Cómo podía ser tan controlado?

A veces no lograba entenderlo.

Decía que no sabía amar, pero la manera en que me veía al despertar, la manera en que me abrazaba fuertemente contra él mientras dormía, la forma en que me protegía…todo ello no podía hacerlo fríamente, yo sabía que no era así. Él sentía algo. Lo sabía.

No lo imaginaba.

Después de una larga discusión conmigo misma había llegado a la conclusión que muy probablemente él sentía algo por mí…pero no sería capaz de admitirlo ante sí mismo ni ante mí. Él no lo admitiría a nadie.

Mi celular sonó fuertemente, dándome un susto de muerte. En la pantalla aparecía el nombre de Rafiq.

—¿Qué quieres? —. Contesté sin ganas de hablar con él.

—¿Podemos hablar como gente educada? —. Insistió con voz monótona.

¿Seriamente solo me estaba hablando para eso?

—Eres un dolor en el culo, Rafiq, vete a la mierda—respondí no queriendo ceder a su razonamiento.

¡¿Tan malo era querer estar molesta?! ¡No era el fin del mundo!

Pero Rafiq era tan controlado siempre, que hacía ver mi enfurecimiento como algo incorrecto en lugar de un simple desfogue de emociones. ¿Por qué tenía que tener un complejo de no manejar las emociones con más emociones?

Él vencía el enojo, la felicidad, la furia, cualquier emoción la vencía con su mente analítica. Y honestamente estaba comenzando a enfurecerme. Simplemente quería de alguna manera hacerlo perder el control. Pero era imposible.

Mientras yo pegaba el grito al cielo, él hacía alarde de su usual control.

—¿Es necesario todo esto? —. Exigió con voz dura.

Quería decirle que no, solo para no crear más tensión entre nosotros.

—Sí, es necesario—respondí en cambio, sabiendo que muy probablemente las consecuencias no me gustarían.

¡Pero qué demonios!

Él suspiró ruidosamente, exasperado.

—Vete a la mierda, Rafiq—interrumpí y colgué.

¿Qué había hecho?

Una ola de orgullo me invadió, sorprendente, pero cierto. Finalmente me había revelado contra su control asfixiante. ¡Listo! No había sido tan difícil librarme de él, dolía, claro, pero era necesario si quería que las cosas cambiaran.

No sería su sumisa amante en turno.

¡No sería su amante y punto!

¿Qué había estado pensando al involucrarme con él? No pensaba, eso estaba más que claro.

La semana pasada me había mudado a un pequeño departamento en el centro de Dallas, había conseguido un trabajo como asistente de un alto ejecutivo en una importante empresa, no es que fuera mucho, pero era mejor que no tener ningún trabajo en absoluto.

Seguía teniendo parte de mis ahorros, la gran parte se había ido en mi viaje a Dubái, pero seguía teniendo una cantidad considerable para casos de emergencia.

Me negué a hablar con mi madre mientras me vestía para ir a trabajar.

Sólo esa noche dormiría allí y al día siguiente regresaría a mi departamento, tenía que comenzar a acostumbrarme a no depender de mis padres cuando las cosas se pusieran difíciles.

No podía sacar de mi mente a Romina corriendo a abrazar indiscretamente a Rafiq. Lo había besado molestamente por toda la cara como si fueran…algo. Él tranquilamente se despegó de ella. Y no sabía qué me molestaba más, él actuando tan tranquilo o ella actuando tan vulgar.

Mi corazón se había partido al verla besarlo, estaba tan enojada que ni siquiera pude reclamarle su atrevimiento, mientras él y yo estuviéramos juntos yo era como su dueña y él el mío. Nos debíamos respeto mutuo.

Ahora él podía hacer lo que se le diera la gana, y a mí no me importaba en absoluto nada de lo que hiciera. Bueno, no me importaba tanto. Aunque siendo honestos, sí me importaba. Listo, lo admití.

Juro que no sabía si podría seguir viviendo con ese nudo en la garganta y el escozor en los ojos que tenía cada vez que veía a Rafiq siendo frío e indiferente. Intentar aparentar que todo estaba bien, mientras que me temblaba el labio inferior y los ojos se me ponían rojos, era cada vez más difícil. Era lo peor que me podía pasar en la vida: el ver que había llegado a una situación así.

Solté un frustrado suspiro recordándome una y otra vez que ya no tenía que darle tanta importancia a este tema. Tenía que superarlo.

*****

Un mes había pasado sin noticias de Rafiq, sí, había enviado mensajes pidiendo que razonara más, que pensara coherentemente. Pero no quería hacerlo.

La situación se volvía a repetir, y me preguntaba por qué era la segunda vez que nos apartábamos, ambos siendo estúpidos. ¿Por qué no podíamos ser una pareja normal en vez de ser unos lunáticos que peleaban por todo y por nada y que se separaban al menor atisbo de problemas en lugar de enfrentarlos juntos?

Romina había aparecido tercamente en mi vida.

Si no aceptaba acompañarla de compras solo para que dejara de molestarme con sus ruegos infantiles, tenía que escucharla divagar sobre sus tontas pláticas de artistas de moda y ropa. ¡Era exasperante!

— ¡Vamos, vamos, vamos! —. Gritaba frente a mi escritorio en mi pequeña oficina de trabajo.

La recepcionista de la empresa en la que trabajaba, Mandy, no había conseguido negarle la entrada a Romina. Y ahora allí estaba, gritándome en mi trabajo para que la acompañara a una estúpida fiesta.

— ¡Está bien, pero cállate ya! —. Respondí.

— ¡Eres la mejor, Vane! —. Siguió gritando mientras me abrazaba fuertemente a través del escritorio.

Tanto entusiasmo me daba migraña.

— ¡Tú pasas por mí a mi casa! No llegues tarde—. Exigió lanzando un beso al aire antes de salir.

Romina era como un torbellino.

Seguí trabajando sin darle importancia a la tortura que enfrentaría en la noche gracias a mi incapacidad de decirle que no a Romina. No éramos amigas, ni estábamos cerca de serlo. Pero ella siempre estaba allí, a donde sea que fuera, pretendiendo que no nos habíamos odiado en nuestra infancia, o que nos habíamos hecho la vida imposible en la adolescencia. Los años de rutina eran difíciles de romper.

*****

Estúpido. Estúpido. Estúpido.

Era un completo estúpido.

Simple y sencillamente no podía terminar de entender cómo había aceptado que mi tonto amigo, Joel, me convenciera para acompañarlo a una de sus estúpidas fiestas.

Estaba fuera de lugar entre un montón de estúpidos borrachos.

Y no, no es que fuera viejo como para no estar allí, solamente tenía 27 años, pero no me sentía cómodo rodeado de borrachos fuera de control. Estar allí era como estar en mi propio infierno personal.

Solté un suspiro mientras estacionaba el auto frente a la ruidosa y grande casa en la que se llevaba a cabo la fiesta.

—Vamos, hombre, no seas tan jodidamente amargado—se quejó Joel, sabiendo que desde hace un mes que estaba más serio. No podía explicar qué pasaba, ni siquiera yo lo entendía, pero Vanessa no salía de mi mente. Desde que entró en mi vida, algo había cambiado sin darme cuenta, al menos hasta ahora que la había perdido, hasta ahora notaba pequeños detalles que me daba miedo admitir. Pequeñas cosas se hicieron claras a mis ojos, y me causaba miedo. Tenía miedo después de tantos años. Volvía a sentirme como aquel niño que vivió la experiencia más tormentosa que se podría vivir.

Su rebeldía y tendencia a decir palabrotas para molestarme me tenía…obsesionado. Nunca había conocido alguien como ella. Y su manera de querer aferrarse a mí, como si pudiera ver más allá de mi silencio, me trastornaba.

Había sido un riesgo alargar la relación con ella, pero había sido imposible apartarme. Era un egoísta, porque había sabido todo el tiempo los sentimientos que ella había desarrollado por mí y no me había importado darle ilusiones, cuando sabía que así era como acabaría todo: ambos separados y sin hablar con el otro. No podíamos estar juntos. No podía darle lo que necesitaba.

No había sido sorpresa que no estuviéramos juntos, pero que ella cortara la relación así como así por una tontería, me había tomado desprevenido. Nunca nadie me negaba nada. No hasta ella, que constantemente me trataba como una persona cualquiera, lo que me gustaba.

Me gustaba su devoción por mí, su pasión, su energía.

Pero no era capaz de regresar nada de lo que recibía, y como el bastardo que era, pedía más, más de lo que ella me daba, más de sus sentimientos. Quería que se enamorara de mí y lo había conseguido. No había contado con lo mal que me haría sentir haberla lastimado.

Desde que mis padres habían muerto no había tenido nunca emociones tan fuertes, sus últimas palabras estaban grabadas a fuego en mi mente, siempre dirigiendo el rumbo de mi vida.

Dejando de lado las divagaciones regresé la atención a mi amigo mientras salíamos del auto.

—¿Tengo que quedarme? —. Gruñí mientras lo seguía a la casa.

Joel me dio una mirada de exasperación.

—Maldita sea, que sí. Es mi regalo de cumpleaños, que tú disfrutes de una puta verdadera fiesta por una vez en tu triste vida.

Me quejé en voz baja.

Unos amigos muy borrachos de él se acercaron y lo saludaron, se presentaron incoherentemente y simplemente asentí sin prestarles atención a lo que me decían.

No importa lo mucho que insistí que había asistido a más fiestas de las que podía recordar, no era un santo, había vivido la vida al máximo. Pero él insistía en hacerme salir de mi oficina improvisada en mí casa. No había nada que convenciera a Joel de que no necesitaba esa clase de diversión.

Por casi una hora tuve que ver a Joel coquetear con chicas que estaban prácticamente desnudas y engullir más alcohol del que era recomendable. Era estúpido seguir viéndolo como si fuera su maldito perro guardián o niñera.

—Voy a tomar algo—le dije quitándole su vaso de la mano.

— ¡Ese es mi amigo! —. Gritó torpemente y todos sus amigos aullaron de acuerdo.

Puse los ojos en blanco.

Si bien iba a estar allí lo menos que podía hacer era tratar de disfrutar.

Antes de saber lo que hacía, había tomado más que suficiente para sentirme liberado de mis inhibiciones, estaba bailando con alguna chica que parecía enredadera, pegándose a mí y provocándome.

Sonreí sínicamente.

Seguí bebiendo y bailando.

CAPÍTULO 10 ¿Honestamente? No tenía ni puta idea de qué demonios hacía allí, sí, se podía

decir que había aceptado asistir cuando le dije a Romina que la acompañaría. Había sido una estupidez ahora que lo pensaba mejor.

Pero, ahora que estaba allí, me sentía por mucho la mujer más aburrida de todo el planeta, siempre encerrada en mi caparazón.

Esta vez, tomaría y bailaría hasta no poder mantenerme de pie, es lo único que podía hacer para evitar aburrirme. Después de todo, no tenía que rendirle cuentas a nadie.

Sonreí, no podía evitar sentirme orgullosa de mí misma.

Después de mucho esfuerzo y trabajo había logrado independizarme y estar estable económicamente.

Con todo lo sucedido con Rafiq, había aprendido que equivocarse en la vida no era malo, nos hacía madurar y crecer como personas. Equivocarme una vez fue lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. Ahora podía ver la vida de forma diferente.

Todavía podía recordar el día en que decidí dejar la relación que tenía con Rafiq, había estado tan destrozada que me sentía tonta. ¡Sentía vergüenza de mí misma! Ahora ya estaba en el pasado, o eso quería creer.

Mis papás no estaban contentos de mi decisión de no hablarles de lo ocurrido con Rafiq, sobre todo por la forma tan mala en que todo terminó. Estaban preocupados y lo entendía, pero no me sentía capaz de admitirles la forma tan liberal en que había actuado. No podía contarles, me moriría de vergüenza.

No podrían haber estado más decepcionados aunque lo hubieran querido si se hubieran enterado.

Así que, actualmente, orgullosamente era una mujer soltera.

Con 23 años, había terminado la universidad en la carrera de Gestión y Dirección de Negocios, trabajaba en una empresa de renombre y ganaba un sueldo considerablemente bueno. No podría estar más feliz.

En el trabajo había conocido un gran amigo, Joel, un socio del jefe.

Desde el momento en que habíamos coincidido en la cafetería de la empresa nos habíamos hecho inseparables. Él era el mejor amigo gay que toda mujer quería tener, solo que él no era para nada gay, lo contrario, él adoraba a las

mujeres tanto que su nivel de promiscuidad era incomparable. Era un coqueto de primera.

Estaba segura que yo era la única mujer del estado con quien él no había tenido sexo. Negué con la cabeza, Joel era irremediable y a pesar de todo lo amaba como loca como si fuera un hermano.

Lo busqué con la mirada alrededor de la sala de la casa, no sería tan difícil encontrarlo, ya que por lo general era muy ruidoso y siempre destacaba entre la multitud de una manera indetenible. No había manera de que nada lo opacara.

Romina, vestida con un corto vestido color esmeralda, me entregó un vaso con algún tipo de alcohol y se fue a algún lugar de la casa, lo que era un alivio. Sin embargo, como resultado de ello, me quedé allí sola.

Saludé a algunos compañeros del trabajo que se encontraban y que pude reconocer mientras bebía del vaso y caminaba en busca de Joel.

La bebida era de sabor manzana dulce, y tenía un ligero toque de alcohol, sabía deliciosa. Seguí bebiendo hasta que me acabé el contenido y busqué más.

No era una gran bebedora, pero podía tolerar cierto grado de alcohol, y solo me permitía beber de vez en cuando en raras ocasiones.

Bien, ese día era una de ellas. Hoy me permitiría no actuar como yo misma.

— ¡Vane! —. Gritó Joel y lo encontré en la cocina con algunos amigos de él, que ya conocía y adoraba, eran unos completos lunáticos agradables. En el mejor sentido.

En cuanto llegué a él con una gran sonrisa en la cara, saltó de su asiento de la barra de desayuno y me dio un fuerte abrazo de oso que hizo que me levantara del suelo.

Me regresó al suelo y para mi suerte no tiré nada del contenido de mi vaso encima de ninguno de los dos.

— ¡Hola, Vane! —. Me saludaron el resto de los chicos.

Omar, Christopher y Jackson se encontraban intentando cocinar unos huevos a la mexicana.

Sí, suerte con ello, ya que estaban tan borrachos que seguramente se terminarían quemando o incendiando la lujosa cocina.

Puse los ojos en blanco.

—Chicos, ¿Qué demonios están haciendo? —. Pregunté arrastrando un poco las palabras.

Fruncí el ceño, no había tomado tanto para sentirme así.

Me encogí de hombros y me concentré en lo que ellos decían.

—Porque, mi querida futura esposa, tenemos hambre de huevos a la mexicana—explicó engreídamente Christopher.

Él siempre decía en broma, desde que nos conocimos, que nos casaríamos. Yo, por supuesto, lo ignoraba y hacía de cuenta que no existía.

Una risa burlona me llamó la atención y por primera vez pude ver que un hombre, muy familiar, estaba sentado al lado de Jackson. Con un nudo en la garganta supe quién era.

Rafiq Manzur.

El que se podría llamar de alguna manera, mi ex. No es como si hubiéramos sido novios, pero se sentía mal decir que solo fuimos amantes.

Qué demonios hacía allí, no lo sabía.

Pero sí que adornaba de maravilla el lugar.

Ni siquiera podía empezar a describir lo atractivo que era.

Con sus ojos negros y su perfecta piel bronceada era como un modelo. O un querubín del infierno tremendamente sexy.

Su cabello negro estaba despeinado en todas direcciones, pero eso solo lo hacía lucir más atractivo.

—¿Recuerdas mi mejor amigo, el tonto sin corazón, de toda la vida del que te hablé? Es él, Rafiq —dijo Joel con voz engreída y orgullosa.

Antes de que pudiera decir algo, Rafiq le dio un golpe en la cabeza y este se quejó en silencio a cerca del maltrato constante que recibía por su guapura y superioridad. Rafiq me dio un seco asentimiento de cabeza.

Sin poder evitarlo, me reí tontamente.

—Oh, Joel—comenté con una sonrisa nerviosa—. Te lo tenías perfectamente merecido.

—Y con eso terminaste de romper mi delicado corazón—se quejó dramáticamente mientras se sostenía protectoramente el pecho.

Todos reímos de sus payasadas. Todos menos Rafiq.

—Así que tú eres la pequeña prodigio que tanto adora mi amigo—comentó él con una ronca y varonil voz llena de furia.

Abrí los ojos en sorpresa para encontrar a Rafiq a mi lado, cerniéndose contra mí como si quisiera abalanzarse o estrujarme contra él. Tragué saliva nerviosa, no estaba preparada para esa situación.

Asentí como una tonta completamente absorbida por su presencia.

Se presentó formalmente conmigo como acto frente a los demás, y por un momento intentó hablarme sobre trabajo...

Contesté torpemente y antes de que me diera cuenta ambos reíamos en voz alta de nada. Lo había extrañado con locura, y solo borracha como me sentía, podía admitirlo.

Joel y los chicos se habían arrastrado tambaleantes a la sala para bailar con todos los demás.

Por un momento me pregunté cómo es que absolutamente todos en la fiesta se encontraban en el mismo estado deficiente. No lograría encontrar a nadie que pudiera caminar en línea recta, de eso estaba segura.

La fiesta era una locura, y me alegraba que se hubiera hecho en la hacienda de algún empresario, ya que nos encontrábamos apartados de la civilización y de posibles vecinos que llamaran a la policía por el escándalo.

Alejé los pensamientos.

No podía concentrarme en nada más que en la exquisita voz de Rafiq y en sus cálidos ojos.

Una voz en mi cabeza me dijo que no había tomado más que dos vasos de bebida como para sentirme así pero mi cerebro no lograba encontrar explicación alguna.

La noche trascurría rápidamente y Rafiq no se había apartado ningún momento de mí.

Hablamos. Comimos pizza fría. Bailamos. Caminamos un poco alrededor de la hacienda. Cosas tan mundanas que normalmente no hubiéramos hecho.

Y de alguna manera antes de darnos cuenta estábamos en una habitación sacándonos la ropa. Reíamos en voz alta y sus labios tomaban posesión de mi boca.

Podía sentir sus músculos bajo mis ansiosas manos.

Mi vestido desapareció, así como mi ropa interior.

Arranqué torpemente su ropa y la tiré al suelo.

Estábamos desnudos en la cama y él balbuceaba lo jodida que estaría si me atrevía a volver a dejarlo.

—Eres un idiota—respondí torpemente.

—Eres una terca—debatió cuando en un fuerte empuje entró en mí.

Me tomó desprevenida, por lo que chillé en sorpresa y cuando él se dio cuenta de lo que ocurría me tranquilizó y me dejó que me adaptara a él como siempre había hecho.

—Eres mía, Vanessa—gruñó moviendo sus caderas contra mí.

Todo ello era una locura…y me encantaba.

Había vuelto a caer en sus garras y no sabía si apartarme esta vez sería tan sencillo como lo había sido la vez pasada. Lo dudaba, pero eso no importaba ahora.

—Di que eres mía—exigió.

—Lo soy, Rafiq, aunque eres un estúpido que solo me lastima—lloriqueé tontamente.

Confirmado: estábamos completamente borrachos.

—Quiero que me quieras—susurró tímidamente—. Necesito que me quieras.

Lo miré sorprendida a los ojos.

—Ya te quiero, Rafiq, tanto que me duele—confesé sintiendo lágrimas derramarse de mis ojos.

Él besó cada una con una delicadeza que jamás había visto en él.

—Perdón—susurró.

—¿Perdón de qué?

—Perdóname por no saber amar.

Un sollozo se escapó de mis labios mientras lo abrazaba con fuerza, no queriendo dejarlo ir.

Sus manos me sostenían por el trasero mientras golpeaba sus caderas contra las mías y yo recorría con mis manos su pecho y espalda.

La piel de Rafiq era perfecta.

Todo su cuerpo estaba uniformemente bronceado.

Continuamos moviendo las caderas hasta que nos corrimos, él mirando fijamente mis ojos y yo los de él.

Nunca había tenido un orgasmo como el que en ese momento me invadió, con Rafiq rogándome con sus ojos por algo que no sabía si podía darle. Me sentía más unida a él de lo que nunca había estado.

—No me dejes, por favor—susurró y aunque sabía que estábamos borrachos no podía negarle nada. Asentí dándole un beso.

—No me dejes tampoco—rogué.

Asintió como si hiciera una promesa.

Sin embargo a los pocos minutos volvió a mirarme seriamente: —Lo siento—dijo interrumpiendo los pensamientos que volaban por mí mente.

Detuve la risa histérica y borracha que surgió de mí momentáneamente y me quedé en silencio por un momento.

—¿Lo sientes, por qué? —. Pregunté confundida.

—Lo siento por todo—susurró con voz ronca.

Contuve el aliento por un momento sin saber qué hacer o qué decir.

El silencio se hizo pesado.

Los segundos pasaron.

—No sé qué decir—dije finalmente sosteniendo su mano apretadamente.

—No tienes que decir nada—respondió con esa misma voz ronca

Todo se comenzó a volver borroso y no pude recordar nada más.

CAPÍTULO 11 Tres semanas después

No podía dejar de maldecirme.

Ni siquiera podía dejar de sentirme culpable.

No podía siquiera dejar de sentirme mal conmigo misma.

Nadie más sabía nada, únicamente yo, yo que era la culpable de las consecuencias de mis acciones. Ni siquiera podía pensar en nada de esa fiesta, y no, no es porque no quisiera, era que simple y sencillamente no podía.

No era capaz de recordar nada de lo que hablamos Rafiq y yo, de hecho no recordaba absolutamente nada de esa fiesta.

Absolutamente nada. Y eso me enojaba.

Bueno, siendo honesta sí recordaba algo: Rafiq. Lo recordaba sólo a él.

Solo sabía que después de llegar a la fiesta, Romina me había dado un vaso de bebida y ella tomaba lo mismo. Había buscado a Joel y lo había encontrado en la cocina junto con Jackson, Christopher y Omar. También estaba Rafiq.

Y desde allí no podía recordar nada más.

Las lágrimas resbalaron por mis mejillas en incontrolables ríos de solución salina.

Después de que al día siguiente despertara en una habitación de huéspedes de algún departamento y sin nadie a la vista, había ido al baño, quejándome todo el tiempo de la luz del día.

Lo había notado, demonios si lo había notado.

De una puta manera me las había arreglado para acostarme con algún borracho, y ni siquiera podía recordar con quién en ese momento. Pero eso no era todo, no. Sí, podía sentir dolor después de haber tenido sexo, pero también estaba la maldita prueba de ello.

¡Tenía semen entre mis piernas!

Me maldije como loca durante los minutos que me quedé tomando una ducha e intentando borrar los recuerdos de mi piel.

Sin embargo, al poco tiempo descubrí, no sabía si para bien o para mal, que el culpable de mi ataque de pánico momentáneo, había sido Rafiq.

Lo único bueno había sido descubrir que el único borracho con el que me había acostado era Rafiq. No sabía si sentirme aliviada o maldecirme.

Ese día lo primero que había pensado era que afortunadamente no podría estar embarazada, tomaba la pastilla anticonceptiva para regular mis ciclos y prevenir el embarazo cuando estaba con él hace semanas, así que esa preocupación había estado fuera de mi mente al instante.

Eso no era lo peor en esos momentos.

¡Había vuelto a caer en sus redes!

¡Sólo Dios sabía lo mucho que me había costado alejarme de él la primera y segunda vez!

Lloré por lo que parecieron horas y enseguida había salido del departamento de Rafiq, que finalmente descubrí que era de él por una nota que se encontraba en el refrigerado, había tomado un taxi he ido de regreso a mi departamento.

Me había cambiado de ropa y había hecho de cuenta que nada había pasado, que seguía siendo la chica que había terminado con el corazón roto por culpa de un hombre cruel pero que estaba haciendo lo posible por superar la situación.

No había conseguido el valor de verlo a la cara al día siguiente. Era una cobarde.

No había hablado con absolutamente nadie durante los primeros dos días posteriores a la fiesta. Aunque al tercer día Rafiq se había aparecido en la puerta de mi departamento pidiendo perdón.

Como era de esperarse, habíamos reanudado la relación que teníamos.

—Te necesito en mi vida—había dicho con voz ligera, todo un logro para él.

Sus ojos llenos de ruego me habían hecho caer, era la primera vez que se mostraba tan abierto con sus sentimientos.

—Sólo tienes esta última oportunidad, no la eches a perder—respondí y dejé que me abrazara—. Porque finalmente tú tienes más que perder que yo. Porque puede que yo termine con el corazón roto, pero tú me perderías a mí y a ver si encuentras a alguien que te quiera como yo y te soporto los defectos, y mira que son muchos, idiota.

Pero hace una semana exactamente había caído en sus rutinas de siempre, no llegaba a las comidas, olvidaba cosas, estaba distraído y distante, como si se hubiera recordado a sí mismo mantener una distancia segura.

Ahora cuando por fin había reunido el valor de hablar seriamente con él no podía sentirme peor. En la calle casi me desmayo mientras iba al trabajo. Así que insistiendo en hablar con él fui a su oficina de trabajo en un renombrado edificio.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado al verme aparecer.

Negué con la cabeza.

—Lo estás haciendo de nuevo, Rafiq—. Susurré sentándome en su escritorio.

Me miró confundido.

—Otra vez eres ese hombre frío y distante, y no lo soporto—expliqué.

Su rostro se volvió de piedra.

—Estoy trabajando en ello—. Respondió en voz baja.

—Lo sé, y no me gusta presionarte…pero…—balbuceé sintiéndome una tonta.

—Vanessa, te prometo que me esforzaré más, por ti, nena—interrumpió mientras me besaba dulcemente.

Amaba a Rafiq con todas mis fuerzas, pero ya no podía creer en él. Aun así no pude apartarme de él.

*****

—Te amo—susurré en voz baja a Rafiq mientras dormía a mi lado en la cama de mi departamento.

No era capaz de decirle las palabras a la cara porque sentía que era como quedar expuesta a merced de él.

Las cosas mejoraban gradualmente, él era más abierto aunque seguía sin entregarse por completo a mí. No sabía qué hacer.

Tenía miedo. Tenía más miedo del que nunca había sentido.

—Oh, Rafiq, ¿Qué haré? —. Susurré sabiendo que no me escuchaba.

Quería ignorarlo pero sabía que no podía hacerlo por más tiempo.

Mi periodo debía haber empezado hace más de 2 semanas.

Desde el día anterior había tenido náuseas y fuertes vómitos.

¡Parecía que la vida y mi cuerpo me gritaban que prestara atención!

Pero yo no quería escuchar lo que la vida me quería decir.

Ahora, actualmente, estaba sentada en la cama de mi departamento mientras esperaba a ver el resultado de la prueba de embarazo que aguardaba oculta en el baño.

Sabía que los controles de natalidad podían fallar algunas veces, Dios sabe que yo siempre tomaba cada pastilla cada día.

No sabía a qué tenía miedo.

Si de estar embarazada o de no estarlo.

Una parte de mí, la racional esperaba no estarlo, tenía todo un futuro por delante trabajando y consiguiendo hacer realidad mis sueños, además de que no sabía si seríamos buenos padre siquiera. Y no olvidaba el hecho de que él podría no querer tener hijos. No quería perder a Rafiq. ¡No podía perderlo!

La otra parte de mí, esperaba estar embarazada, apenas podía soportar la dicha y alegría que invadía mi cuerpo al imaginarme teniendo a una pequeña copia mía y de Rafiq en mis brazos.

Era la hora.

El resultado de las 6 pruebas de embarazo que había hecho estaba listo.

Me levanté lentamente dejando a Rafiq durmiendo profundamente y antes de atreverme a ver el resultado me prometí a mí misma, que sea cual fuera, lo aceptaría. Si no estaba embarazada, todo estaría bien, todo seguiría igual que siempre.

Pero si estaba embarazada, tendría al bebé y lo amaría y velaría por él, encontraría una forma de sacarlo adelante sin renunciar a mis sueños, el bebé sería parte de ellos.

¿Rafiq? Bueno, él decidiría si quedarse o no. Estaba en sus manos la decisión.

Así que me tranquilicé y conté hasta diez.

Me agaché al cajón debajo del lavabo en donde había escondido las pruebas que había hecho antes de que Rafiq llegara de improviso porque no podía dormir sin mí. Se le había hecho costumbre dormir a mi lado.

Miré las 6 pruebas de embarazo, a cada una le presté total atención.

Por un momento dejé de respirar.

Lágrimas corrían por mis mejillas.

<<Gracias, Dios>> dije en voz baja.

*****

Cuando Rafiq me despertó para decirme que esa mañana tenía que asistir a una junta le creí, le creí porque a pesar de todos sus defectos él nunca mentía.

—¿Nos veremos en unas horas? —. Pregunté tratando de no parecer llorosa.

Asintió.

—Te alcanzaré para la hora de la comida, estate tranquila—afirmó contundente.

Esperaba que esa hora llegara pronto.

—Ten cuidado, no quiero que nada malo te pase—insistí por milésima vez, me era imposible no pedírselo a cada ocasión que saliera. Preocuparme por él se había vuelto como una segunda naturaleza para mí.

Rafiq era una persona confiada, engreída y algunas veces, nada preceptiva.

—Estaré bien, solo voy a esa junta y pasaré comprando algunas cosas al centro comercial—. Explicó desestimando mi preocupación mientras comenzaba a vestirse distraídamente.

Le di las llaves de su coche que estaban en la mesita al lado de la cama.

—Sabes qué hacer—le recordé insistentemente.

—Lo sé, no te preocupes por nada, en unas horas estaré contigo—dijo y me besó suavemente en los labios.

Siempre se despedía así, como si verdaderamente significara algo para él y fuera a extrañar verme, eso hacía peor la situación para mí. Mi corazón daba un vuelco por una muestra de afecto tan sencilla.

Éramos como una pareja, aunque en realidad no estaba claro para mí cómo nos podíamos definir. Él no hablaba del tema y yo no me atrevía a sacarlo a colación en nuestras pláticas, siempre hemos evitado hablar de cosas importantes desde que nos conocimos. Nada había cambiado, ambos éramos unos cobardes.

Antes de que empezara a llorar y le rogara que se quedara conmigo por un extraño presentimiento tonto e irracional, avancé hacia el baño, caminé y no miré atrás, no me podía permitir hacerlo, porque si no nunca sería capaz de dejarlo ir tan fácilmente, aunque solo fuera para que saliera a trabajar y cumplir con sus obligaciones. A pesar de que era sábado.

Cuando estaba por sentarme en mi asiento, mi celular sonó.

ROMINA, decía la pantalla.

Mi corazón se detuvo por un segundo y casi pude haberme desmayado.

Ignoré la llamada y tropecé con mis propios pies al dar la vuelta para ver a Rafiq anudando su corbata.

Estaba a punto de caer, y dolería demasiado.

Sus brazos me atraparon, unos fuertes y enormes brazos, debería añadir.

Estaba apenada por mi torpeza.

Alcé la vista rápidamente. Unos ojos brillante ojos negros me devolvieron la mirada.

MALDICION.

Rafiq era un hombre de un metro ochenta y nueve de pura sensualidad, con su piel bronceada, cabello negro y ojos casi negros. Un Dios.

Me quedé sin palabras, al verlo detenidamente. Me robaba el aliento.

Sus ojos me miraron preocupados por un segundo antes de volverse fríos y preguntar con voz monótona si me encontraba bien. Odiaba que un momento me mirara como si lo fuera todo para él y en cuestión de segundos se volviera frío y desapasionado. Me confundía.

Me confundía porque no sabía si era yo la que imaginaba que a una parte de él le importaba, sería una simple ilusión para hacerme sentir bien con la relación que teníamos.

—Estoy bien, vete tranquilo—respondí apartándome de él.

Me dejó ir sin decir una palabra, nuestros ojos se mantuvieron la mirada, era una prueba eso que vivíamos por un segundo. Mis pies caminaban lentamente, acercándome al baño de espaldas. Su cuerpo se tensó como si quisiera seguirme y estuviera luchando consigo mismo por no hacerlo.

Era suficiente, todo estaba dicho para mí, era una tonta ilusa y en ese momento me di cuenta. Entendí que era una pérdida de tiempo seguir esperando más de él, más de lo que jamás sería capaz de darme.

Endurecí la expresión y me di la vuelta entrando al baño y cerrando la puerta de un portazo tras de mí. Abrí la regadera para hacer ruido y me senté en el suelo de linóleo. Me sentía derrotada…vacía…decepcionada. Me sentía que por primera vez lo veía con otros ojos.

CAPÍTULO 12 — ¡Vanessa! ¿Por qué demonios no contestas? —. Gritó Romina al otro lado

de la puerta.

No quería tener que lidiar con ella pero era sábado y no tenía nada mejor que hacer.

Abrí la puerta vistiendo mi pijama y viéndome desarreglada.

—¿Qué quieres? —. Pregunté aburrida.

—Eres lenta—comentó poniendo los ojos en blanco y entrando sin pedir permiso, cerré la puerta y la seguí mientras se dirigía a mi cocina y rebuscaba en el refrigerador.

Ella no tenía modales…o vergüenza, para el caso.

—Vayamos de compras—sugirió mientras sacaba mi amado bote de helado y tomaba una cuchara para comerlo.

Quería gruñirle.

—¿No tienes amigas? —. Comenté exasperada.

Su rostro se volvió blanco y me miró dolida, de inmediato me sentí terrible, no tenía por qué desquitarme con ella, mis problemas eran solo míos. Después de todo, ella podía ser una desvergonzada y maleducada pero no se merecía mi trato.

—Lo siento, es solo que estoy un poco irritable.

—Estás perdonada, pero deja de ser una perra conmigo—contestó desestimando mi comentario anterior—. Vayamos de compras.

—Está bien, deja me visto.

*****

—Esto es una locura—declaré parando unos segundos para descansar.

Habíamos pasado horas caminando por todo el centro comercial, entrando en cada tienda de ropa y revisando cada estante en busca de alguna prenda para comprar.

Odiaba admitirlo, pero me estaba divirtiendo.

—Concuerdo contigo—respondió parándose a mi lado.

Saqué mi celular.

12:10 pm.

El tiempo había pasado volando.

Marqué a Rafiq para avisarle que llegaría tarde a casa pero no contestó.

Dejé un mensaje de voz diciéndole que me avisara en dónde nos veríamos para comer.

—Sigamos comprando—sugerí a Romina.

Ella asintió de acuerdo.

—¿Has pensado en comenzar a salir con alguien? —. Preguntó mientras entrabamos a Zara.

Mi cuerpo se tensó.

Sabía que había habido algo entre ella y Rafiq, pero eso había terminado en el momento en que lo conocí, al menos eso es lo que me aseguró él y yo quería creerle.

—Estoy saliendo con alguien—declaré haciendo la tonta.

Era incómodo hablar de ello justamente con Romina.

—¿De quién se trata? —. Husmeó.

—Alguien—dije sencillamente.

*****

Yo era Rafiq Manzur, hijo de padres asesinados a sangre fría justo frente a mis narices cuando tenía 8 años.

Mi padre antes de morir había balbuceado entre el gorjeo de la sangre que brotaba de su boca que no confiara en nadie. Que no creyera en nadie. Que cuidara mi corazón de cualquier daño.

Lo había hecho.

Yo había sido solo un niño que había tomado esas palabras como si fueran religión, siempre cuidándome de no dejar a la gente acercarse a mí. Siempre cuidando mis espaldas y siendo cauto con cada aspecto de mi vida.

Después de todo a mis padres los había traicionado quien decía ser sus amigos, y terminaron muertos por culpa de la ambición. Yo lo presencié estando oculto.

Creía que era lo correcto, el seguir sus palabras como si fueran un credo.

Lo había creído hasta que Vanessa apareció en mi vida como un torbellino de emociones. Emociones que no sabía manejar.

La manera fría y cruel de actuar que había tenido con ella, ignorándola al propósito o concentrándome más en el trabajo para no aferrarme más a ella, todo ello me hacía sentir como un completo bastardo.

Y ya no tendría manera de redimirme.

No podría pedirle perdón.

No la vería a los ojos.

No la besaría.

No la amaría a mi horrenda y patética manera: en silencio.

No haría nada de eso porque estaba a punto de morir, y moriría porque no había escuchado las últimas palabras de Vanessa, la única mujer que me ha amado a pesar de todo lo malo que había en mí.

*****

Las horas pasaban y estaba esperando la menor señal de Rafiq, pero ningún mensaje llegaba y ninguna llamada sonaba.

Mi corazón palpitaba dolorosamente rápido.

¿Qué le había pasado?

Romina se había quedado en mi departamento viendo la tele.

La ignoré y disimulé que los nervios me estaban matando internamente.

—¿A quién esperas? —. Insistió Romina.

—Alguien—dije simplemente.

—Eres tan amargada—se quejó ella haciendo un puchero.

Quería gritarle lo que ella era pero me resistí.

La media noche llegó y finalmente el teléfono sonó.

—¿Rafiq? —. Susurré acostada en mi cama. Romina estaba en el otro lado de la cama acostada y roncando.

—¿Señorita White? —. Preguntó una voz desconocida.

Me senté de inmediato y salí a la sala con el teléfono en mano.

—Así es, ¿Quién habla?

—Hablo desde el hospital estatal, un paciente ingresó recientemente y usted es la última persona en haberse contactado a su celular.

Sentí como el mundo se caía a pedazos a mí alrededor y el piso se movía bajo mis pies.

—¿Rafiq? ¿Se encuentra bien? ¿Qué pasó?

La enfermera me dio la descripción exacta de él y le avisé que iría cuanto antes al hospital. Ni siquiera era consciente de mí alrededor.

Antes de darme cuenta estaba corriendo al armario en donde tenía guardadas mis alhajas y las guardaba en mi bolso para cualquier emergencia. Romina me seguía mientras me preguntaba qué había pasado.

—¿Rafiq? ¿Rafiq Manzur? —. Chilló agudamente.

—Él mismo—aseguré.

—¿Por qué alguien te marca a ti para avisarte sobre mi prometido? —. Chilló nuevamente.

¿Prometido?

Quería morirme allí mismo.

Las náuseas me inundaron pero las contuve. Sentía asco solo de pensar en Rafiq pidiéndole matrimonio a Romina.

¿Qué demonios pasaba?

En adelante todo ocurrió como un sueño.

Romina y yo entrabamos en un taxi camino al hospital, entrabamos en él y la enfermera nos pedía esperar. Antes de que lo supiera, Romina se quejaba por la espera y sin poder evitarlo ella comentó que: “Rafiq tenía el dinero suficiente como para pagar cualquier tratamiento necesario…estaría bien”.

Y así como había llegado, se había ido.

Estaba sola en el área de espera sin saber qué hacer o cómo estaba.

—¿Señorita White? —. Preguntó un doctor.

Lo miré rápidamente.

—Soy yo, ¿Cómo está Rafiq? —. Pregunté temerosa.

—Su estado es crítico, ingresó con heridas de bala, es necesario intervenirlo de inmediato, pero se necesitan algunos pagos para comprar utensilios que podría necesitar.

¿Pagos? Así de patético era a veces el servicio médico.

—Iré enseguida a la caja, por favor, ingrésenlo al área privada, pagaré lo que sea necesario—rogué.

*****

Nunca en mi vida había estado tan tarde en la calle.

La noche solo daba un aire de miedo al ambiente que de día era normal.

Mientras caminaba hacia la casa de empeño que se encontraba a dos cuadras del área de urgencias, podía sentir los ojos de la gente sin casa seguirme a casa paso.

—Hey, bonita—gritó un hombre.

Apresuré el paso.

No podía creer que estaba arriesgándome tanto. Nunca en mi vida me imaginé en una situación similar, pero allí estaba, caminando sola con joyas caras mientras gente que parecían delincuentes me piropeaban.

—Mierda…solo apúrate, Vanessa—me ordené en voz baja.

Debía de amar tremendamente a Rafiq para ponerme en tal situación.

Mierda. Si eso no era amor, no sabía qué era.

Me deshice de todas mis alhajas vendiéndolas a un precio menor del que valían, pero el dinero que me dieron era suficiente por ahora. Lo importante era Rafiq. Él tenía que estar bien.

No podía considerar lo que sería de mí si lo perdía.

Solo de pensarlo, el aire huía a mí alrededor.

Guardé el dinero en la bolsa.

Genial.

Solo me faltaba conseguir llegar de regreso al hospital sin que me asaltaran.

—No pienses, Vanessa, no hay tiempo—me dije reuniendo el suficiente valor para salir corriendo lo más rápido de regreso al hospital.

Una mano me detuvo bruscamente a unos metros de la entrada a urgencias.

—¿Por qué tanta prisa, preciosa? —. Gruñó una voz ronca en mi oído.

Un hombre delgado y sucio me jalaba contra él.

Su aliento apestaba.

—Aléjate de mí—grité.

Su mano cubrió mi boca mientras me estrellaba dolorosamente contra la pared.

Mierda. Mierda. Mierda.

Quería llorar.

Estaba tan cerca de llegar a Rafiq.

Solo de pensarlo una furia me controló por completo.

—Imbécil—grité y pateé en la entrepierna al hombre. Soltó un grito de dolor y aproveché para alejarme rápidamente de él, no sin antes sentir un horrible dolor a un costado de mi cadera en la parte baja de mi espalda.

Ignoré todo y entré corriendo al hospital.

—¡Oh por Dios, estás herida! —me gritó una viejita a mi lado mientras caminaba a la caja.

Sin pensarlo pagué la cuenta del hospital, en unos minutos intervendrían a Rafiq, una cirugía complicada en la que no le daban muchas esperanzas.

Una enfermera me jaló a los consultorios, la seguí como un robot porque la verdad es que no podía distinguir nada.

En el camino encontré una camilla en donde estaba un pálido Rafiq.

— ¡Rafiq! —lloriqueé corriendo a él.

Estaba tan pálido que casi podía haber parecido un muerto.

Su cabeza se giró hacia mí.

—Vanessa—susurró muy bajo.

—Soy yo, bebé, vas a estar bien—lloré tomando su mano entre las mías.

—Señorita, tenemos que llevarlo a quirófano—intervino un enfermero.

Asentí.

—Te amo—dije antes de besarlo en los labios.

Entonces los enfermeros se lo llevaron rápidamente.

CAPÍTULO 13 El hombre que me había topado fuera del hospital me había amenazado con su

navaja, navaja que se había clavado a un costado de mi cadera y me había hecho un corte.

Nada grave.

Solo habían puesto dos puntos para cerrar la herida y estaba como nueva.

—Hija, aquí estamos—hablaron mis padres a los que les hablé después de que me dieran de alta.

Me lancé a sus brazos mientras lloraba.

—Él va a estar bien, ya lo verás—me decía una y otra vez mi mamá.

Yo quería creerlo, a pesar de todo lo seguía queriendo y me conformaba con que él estuviera sano y salvo, lo demás no importaba en ese momento.

Las horas pasaron.

No podía creer que me encontraba en esa situación.

Las lágrimas se habían acabado.

Me sentía entumecida.

Afortunadamente la herida de navaja no había sido grave y el embarazo no corría ningún riesgo. Aún era algo increíble. Estaba embarazada.

Rafiq y yo habíamos creado un bebé.

Un bebé que no sabía si conocería a su padre alguna vez.

*****

Desperté sintiéndome finalmente lo suficientemente lucido para sentir como si un autobús hubiera pasado por encima de mí, en realidad, si lo pensaba bien no podía distinguir dónde me encontraba.

No podía recordar nada.

No recordaba haberme ido a dormir.

No recordaba alojarme en un maldito cuarto blanco.

No recordaba en dónde estaba.

No recordaba qué había hecho el día anterior.

No recordaba la fecha.

¡No recordaba ni una mierda!

Me sentía confundido.

Mi mano se sentía pesada, pero con esfuerzo y motivación logré alzar el brazo para tallarme los ojos. La luz era una molestia en el trasero. ¿Quién pondría en su sano juicio luces fluorescentes?

Mi mano se congeló a medio camino cuando entró en mi campo de visión. ¡Tenía una intravenosa!

¡Oh Dios mío!

Eso solo podía significar una cosa: estaba en un hospital.

¿Cómo había llegado a un hospital? ¿Qué me había ocurrido? ¿Por qué no podía recordar nada? ¿Estaba solo? ¿Mis papás sabían que algo me había pasado?

Espera…yo no tenía padres…eso podía recordarlo claramente. Porque a ellos los habían asesinado justo frente a mí hace muchos años…

Estaba a solo unos segundos de sufrir un ataque de pánico. En serio.

<<Ok, Rafiq. ¡Cálmate de una puta vez!>> Comencé a decirme a mí mismo.

Me tomó unos segundo hacerlo pero por fin pude pensar con tranquilidad analizando los posibles escenarios de mi situación.

Para empezar, no recordaba absolutamente nada, ni que día era hoy ni en qué lugar estaba, obviamente me encontraba en un hospital, lo que significaba que había tenido algún tipo de accidente.

Hice un rápido chequeo de cómo se sentía mi cuerpo, sí, seguía sintiéndome como la mierda, pero además de eso me dolía mi pecho, probablemente tenía mallugadas mis costillas. Mi hombro dolía un poco y también mi brazo derecho.

Ok, entonces el resumen era: mucho dolor.

Observé mi entorno y obviamente era un típico cuarto de hospital. Todo era muy blanco y frío. No había nada que diera comodidad allí.

A un lado de mi cama encontré un botón rojo. Estaba seguro que si lo oprimía una enfermera vendría a chequear qué pasaba, así que lo hice.

Esperé por unos segundos hasta que la puerta se abrió y una enfermera entró seguida por un doctor con una bata blanca horrenda.

Aunque de hecho así eran todas las batas a mi punto de vista: horrendas.

—Buenas tardes, señor Manzur—Dijo el Doctor Pérez, según pude leer en su bata—. ¿Sabe en dónde se encuentra?

—Obviamente en un hospital—contesté e hice una mueca mientras ponía una pequeña lámpara en mis ojos.

—Ok, ¿Recuerda cómo llegó aquí?

—En realidad no, ¿Qué pasó de todas formas?

—Recibió unos impactos de bala, pero no se preocupe, se está mejorando favorablemente—explicó sonriente el doctor.

Oh genial: me dispararon pero no es para tanto. Casi quería poner los ojos en blanco ante su lógica.

—No sabe el susto que le dio a su novia, ha estado aquí desde que ingresó hace unos días a urgencias—agregó la enfermera.

¿Novia?

En ese momento Romina entró chillando dramáticamente y se arrojó a mis brazos. El doctor y la enfermera se alejaron habiendo checado que todo estaba bien. Al menos en lo que cabía.

—¿Y Vanessa? —. Pregunté.

—¿Qué tiene que ver ella aquí?

—¿Dónde está?

—¿Dónde más va a estar? En su casa, Dios, he estado tan preocupada que no he dormido en estos días—se quejó.

Mi mundo se vino abajo.

¿Por qué no estaba aquí Vanessa? ¿y cuándo rayos Romina había pasado a ser mi…novia?

Detestaba tener la mente confusa y no poder tener nada claro.

*****

Caminé somnolientamente hacia el cuarto de Rafiq, finalmente había despertado.

Después de haber cedido a los ruegos de mis padres para descansar en su casa había cedido, tenía que cuidarme ahora que no era solo yo la perjudicada.

Cuando la enfermera me marcó para avisar del estado de Rafiq vine corriendo, vine corriendo solo para encontrarlo besando a romina quien se inclinaba sobre él.

Mi corazón se hundió.

¿Qué…?

Ella era su prometida.

No debía olvidarlo.

Yo era la amante que lo había cuidado a sol y sombra durante dos días seguidos y ella la prometida que recientemente había venido a visitarlo pero a la que había recibido con los brazos abiertos.

—Eres una tonta, Vanessa—me dije mientras me alejaba de la habitación.

Salí rápidamente del hospital sin importarme la incomodidad de los puntos que tenía a mi costado.

¡Que se joda ese imbécil!

—Oh por Dios—lloriqueé entre lágrima e hipidos.

Había perdido a Rafiq, el amor de mi vida, ese tonto hombre cruel que tanto amaba.

No había muerto…pero aun así lo había perdido, porque no era mío. Él no me pertenecía.

Él iba a casarse con Romina.

Yo me iría antes de terminar más lastimada.

Aunque me doliera dejarlo.

Debía hacerlo.

Dolía pensar en todas esas pequeñas promesas que habían significado mucho para mí y que jamás cumplió. Todas las veces en que creía que todo mejoraría y solo me engañaba a mí misma. Dolía como la mierda, saber que había amado en vano a quien no sabía amar. A alguien a quien no le importaba en lo más mínimo.

Finalmente debía de ser algo definitivo.

Así, en poco tiempo me fui de la ciudad, por el momento visitaría a unas tías en Connecticut.

*****

Una semana después finalmente me daban de alta.

Tendría que seguir con el reposo obligatorio, pero al menos ya estaba lo suficientemente bien para no permanecer en el hospital. No podía decir lo mucho que había sufrido estando internado.

Vanessa no apareció en ningún momento y mi mente seguía tan alborotada que no era capaz de recordar qué rayos era de mi vida.

Romina era una maldita sanguijuela que se negaba a apartarse de mí, alegando que no tenía quien me cuidara y que ella bien podría hacerlo.

Ni siquiera terminaba de creer que fuera mi “novia”, yo jamás he tenido ni tendría novia. Pero sus palabras solo me lograban confundir aún más.

Todas las historias que salían de su boca jugaban con mis recuerdos y me confundían cada vez más.

Hasta que en un momento logré hacer que cerrara la boca.

Después de que el doctor confirmara que estaba pasando por un grave episodio de estrés postraumático que me había jodido la mente, porque mis recuerdos eran una mierda sin sentido y cada noche despertaba reviviendo mis dos mayores traumas: la muerte de mis padres y el intento de asesinato que había sufrido a manos de unos pandilleros.

La policía los había localizado, lo que me causaba alivio. Y confirmaron que se había tratado de un intento de secuestro y que había varias cabezas grandes detrás de unos simples delincuentes a sueldo.

Esperaba que todo se llegase a resolver pronto, por el bien de mi razón.

Por alguna razón sentía miedo.

Era un miedo indescriptible que sentía al pensar que la experiencia pudiera repetirse.

No me arriesgaría, siempre había pensado que no necesitaría un equipo de seguridad, al menos no estando cerca de mi antigua casa de infancia, donde era más que seguro que los enemigos de mis padres, aquellos que siempre envidiaron la posición económica de ellos, pudieran decidir atentar esta vez en contra mía.

Sin dudarlo buscaría a mi equipo y lo traería conmigo, no pensaba arriesgarme más. En cierto modo seguía siendo ese niño que tenía miedo de lo malo, miedo de que algo malo le ocurriera como a sus padres. Tenía miedo a la muerte y jamás lo superaría.

Pero era Rafiq, y tan cruel como era, solo quería sentirme seguro.

La distancia emocional lograba brindarme la sensación de seguridad que tanto había anhelado en la infancia y que se había hecho un hábito cada vez más agotador.

Solo quería paz, ¿era mucho pedir?

Pero estaba decidido, me concentraría en mejorar mi salud física y atendería todas aquellas emociones que me abrumaban. Por primera vez las enfrentaría y resolvería todo el drama que sentía acumularse en mi mente.

Mejoraría, y luego iría tras lo que me inquietaba tanto: Vanessa.

Aunque no estaba seguro de nada, solo sabía que no podía dejarla ir sin antes descubrir de ella por qué rayos la tenía en mi mente y…siendo parte de mí.

¿Quién se creía que era como para volverse tan indispensable y luego darse el lujo de no aparecer y ni siquiera escribir o comunicarse? Ya las vería conmigo por no permanecer a mi lado…cuando la necesitaba.

Yo, Rafiq Manzur, perseguiría a alguien por primera vez…y no la dejaría marcharse. Porque era un egoísta y lo que quería lo obtenía. Ella no sería la excepción.

CAPÍTULO 14 Era un idiota.

Era un completo idiota.

—¿A dónde se fue? —. Exigí a los padres de Vanessa después de que me explicaran lo que verdaderamente había ocurrido mientras estaba en el hospital.

Habían pasado ocho meses desde que sufrí aquel atentado.

Ocho meses de rehabilitación, terapia, cuidados y reposo.

Ahora estaba como nuevo, con la mente y los recuerdos claros, listo para ir en busca de esa terca mujer que insistía en dejarme a la menor oportunidad. ¿Romina? Esa jodida idiota había llorado ante mis reclamos por su estupidez, mira que seguir pensando en mi como su prometido y futuro marido e irlo divulgando como si nada, eso era ser algo que no diría por respeto, aunque no lo mereciera.

—¿Por qué habríamos de decirte en dónde está? —. Cuestionó el padre de Vanessa.

Sabía que quería golpearme, y no lo detendría. Me lo tenía bien merecido.

—Porque la amo como nunca he amado a alguien y sin ella no soy nadie, solo un hombre vacío y solitario—respondí honestamente. Finalmente lo había comprendido, era difícil reconocerlo y mucho más expresarlo, pero mi investigación no había dado resultados. Vanessa había desaparecido, la muy terca se había sabido esconder de mí y necesitaba de sus padres, que eran mi única opción, para poder encontrarla.

Su madre me miró fijamente y sonrió.

—Fue a casa de su tía—explicó y me dio la dirección.

—¿Qué te pasa mujer, porque se lo dijiste? —. Se quejó el Sr. White mascullando y mirándome como si fuera un demonio.

No podía creer que me encontrara en esa situación. Se lo cobraría muy caro a Vanessa. Ya vería que todo lo que me había hecho pasar no sería en vano.

—Oh, viejo, se aman, déjalos vivir su amor, se lo tienen merecido después de tantos inconvenientes—explicó y la abracé fuertemente tomándola por sorpresa.

—Gracias—susurré con el corazón en la mano.

Era la primera vez en mucho tiempo que me atrevía a abrazar a alguien que no haya sido Vanessa. La última mujer que había abrazado, además de ella, había sido…mi madre.

Mis ojos se pusieron llorosos, por lo que tragué y me obligué a recuperar el control.

—¿Ella está bien? —. Pregunté alejándome.

—Más que bien—dijo sonriendo enormemente.

Llámame egoísta, pero sentí enojo al saberlo. Una parte de mí esperaba que estuviera sufriendo como yo, que me extrañara y anhelara como yo lo hacía con ella. Que pasara sus días recordándome y no pudiendo seguir con su vida como yo, pero eso era exagerar. Yo era el que salía perdiendo si nos separábamos.

Conseguí la dirección y en menos de lo que sus padres esperaban organicé al instante el viaje para recuperarla. No podía dejarme, no ahora que la necesitaba.

*****

Era un día soleado.

Perfecto para ir de compras mientras Rafiq Esteban dormía plácidamente.

Pensar en esa pequeña copia de Rafiq me hacía sonreír y llorar a partes iguales. Eran tan parecidos que a veces sentía la ausencia del otro y la extrañaba hasta sufrir con gritos y sollozos patéticos. Pero a veces me hacía sentir como si nunca hubiera perdido al verdadero Rafiq, al menos tenía a su copia exacta que me amaría hasta hacerme vieja. Sí, sí…lo emocional no lograba apartarse de mí a pesar del tiempo que había pasado desde que Rafiq Esteban había nacido. Malditas hormonas.

Mientras caminaba al Wal-Mart a unas cuadras del departamento que renté me dejé, por unos segundos, pensar en lo mucho que mi vida había cambiado en los últimos meses.

Cuando hui de Dallas lo hice sin nada de valor más que mi pequeño bebé creciendo dentro de mí, había renunciado a mi trabajo con la esperanza de encontrar otro más en una nueva ciudad. El bebé había nacido un mes antes de lo previsto pero era tan fuerte como su padre.

Ahora estaba por cumplir dos meses y estaba completamente enamorada de él. Era tan pequeño que me hacía sentir triplemente protectora.

Unas manos tomaron mis caderas mientras me jalaba con fuerza, me estrellé contra un fuerte pecho y pegué el grito al cielo por el susto causado. Mi corazón latía incontrolablemente y la adrenalina corría por mis venas, haciéndome ponerme alerta.

Miré hacia arriba: Rafiq.

Boqueé como un pez.

—¿Qué demonios haces?

—Deteniendo al amor de mi vida—respondió sonriendo.

Entrecerré los ojos.

—Entonces lárgate a buscar a Romina, seguro que ella te apreciará.

Él negó con la cabeza, sonriendo ampliamente.

—Ella está en algún lugar del país pidiendo limosna y luchando por encontrar trabajo y ganarse su propio pan—explicó divertido.

Ahora sí estaba confundida.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que finalmente supe la verdad de las cosas, que no fue ella quien cuidó de mí tan devotamente mientras estaba a un paso de la muerte.

—Eso ya no importa.

Comencé a caminar y me siguió tomando mi mano en la suya, la acción parecía tan surrealista que podría haber sido uno de mis muchos sueños.

—Rafiq—comencé a decir.

—No amor, no más, hemos perdido mucho tiempo por las tonterías de alguien más y las mías propias—interrumpió.

Parecía tan diferente al hombre que era antes.

Era como si se hubiera liberado. Como si se permitiera sentir emociones.

—¿Qué te pasó? —.No pude evitar preguntar.

—Estuve a punto de morir, amor, y tú eras lo único que me importaba, rogaba a Dios ver solo una vez más tus ojos y besarte antes de morir. Pero no fue así y te quiero a mi lado. Me importa poco lo que alegues, serás mi mujer. Nos casaremos y nos largaremos a donde sea que quieras. Tendremos muchos hijos y envejeceremos juntos. Por favor, di que sí.

Todo pensamiento se esfumó de mi mente.

¿Estaba soñando?

—¿Siquiera estás seguro de lo que estás diciendo? ¿No estás borracho?

—Te quiero, te necesito en mí vida, Vanessa—siguió diciendo—. Tienes que saber que mi padre antes de morir frente a mí me pidió que no confiara en nadie, porque la gente te busca solo por el dinero. Él me heredó más que su dinero, sus miedos. No sabía lo equivocado que estaba pero ahora lo sé y no dejaré que sus problemas sean los míos. Te quiero a mi lado para aprender a amarte como te lo mereces. Quiero que me elijas, Vane. Que elijas mi jodido corazón para ser compañero del tuyo. Por favor, elígeme.

Asentí tímidamente.

—¿Me quieres? —. Pregunté nerviosa y ansiosa, la felicidad comenzaba a inundarme y seguro me haría perder la razón.

—La pregunta no es si te quiero, eso está más que claro, la pregunta es, si después de todos mis errores, si después de conocer mis defectos estás dispuesta a elegirme.

—Te doy tu última oportunidad, tienes que ganarte mi amor de regreso—susurré con lágrimas en los ojos, esperando no equivocarme.

Su fuerte abrazo sacó todo el aire de mis pulmones.

Miré mi reloj.

—Vamos, se me hace tarde, tengo que hacer unas compras y regresar a casa—anuncié y lo jalé hasta llegar al súper mercado.

—¿Qué vamos a comprar? —. Preguntó tomando un carrito y tomándome por sorpresa de que no propusiera hacer mejor las comprar por internet.

¿Él yendo de compras a un mundano mercado? Era digno de fotografías para la posteridad. Y no perdí la oportunidad de hacerlo mientras él entrecerraba los ojos y mascullaba acerca del karma. Obviamente recordando la vez que fotografió mi pavor a los gatos.

—Verdura, leche, papel, pañales y toallitas húmedas—expliqué dudando.

Me miró confundido.

—¿Pañales?

Saqué mi cartera y le mostré la foto de mi mayor tesoro.

—Lo siento—dijo Rafiq interrumpiendo nuestra conversación.

Me quedé en silencio por un momento.

—¿Lo sientes, por qué? —. Pregunté confundida.

—Lo siento por todo—susurró con voz ronca sin apartar la vista de la foto—. Por no haberte amado como lo merecías…por haberte dejado ir…perdóname por

ser tan egoísta como para no apartarme de ti después de todo. Menos ahora, no voy a apartarme de ti.

Contuve el aliento por un momento sin saber qué hacer o qué decir.

El silencio se volvió pesado.

Los segundos pasaron.

—No quiero que te vayas—respondí sonriendo—. Te quiero a mi lado porque te elijo, siempre te he elegido aunque fueras un grano en el trasero.

Se echó a reír y me arrastró por todo los estantes para comprar lo necesario y regresar a casa, donde por fin conocería a su hijo. Y tan solo ver lo bien que manejaba la noticia, me hizo preguntarme qué había hecho Rafiq para manejar tan bien las emociones y para enfrentar sus temores.

Parecía un hombre bueno, y saber que lo había conseguido por cuenta propia me hacía sentir orgullosa de él.

EPÍLOGO —Eres un tonto—exclamé cuando él no apartaba la mirada de mi pecho

mientras Rafiq junior tomaba leche vorazmente de mí.

—Si no fuera mi hijo me pondría celoso—gruñó acercándose a mí.

Acarició la pequeña cabeza mientras me besaba en la mejilla.

—Se parece tanto a mí—exclamó sorprendido, cosa que había hecho desde que conoció a su hijo hace unas semanas.

—Espero que no en carácter—mascullé asustada mientras visualizaba el futuro. El mundo no necesitaba una copia exacta de Rafiq padre.

Rafiq me besó apasionadamente mientras sostenía con cuidado la cabeza de su hijo contra mi pecho.

Era tan feliz.

Finalmente él había aprendido a expresar amor y no a guardárselo como hacía antes.

Amar en silencio, él lo había llevado a los extremos, según me había explicado. Por suerte no había nada que una buena terapia y un costoso psicólogo no pudiera arreglar.

—Cásate conmigo—dijo cuándo se separó.

—Aún no.

—¿Hasta cuándo me harás sufrir, mujer? —. Gruñó pareciendo león enjaulado.

—Hasta que estés rogando por ello—respondí dándole un guiño.

Rafiq se quejó en voz alta.

—Ya me tienes rogando a cada hora del día desde hace dos semanas—lloriqueó como niño pequeño. Era hermoso cuando se relajaba lo suficiente para dejar salir facetas del niño que una vez fue.

—¿Dos semanas? —.pregunté sorprendida.

— ¡Sí! Dos semanas espectaculares, en las que te aprendí a amar a mi propia manera, dos semanas que te encantaron. ¡Ahora dame el sí, nena! —. Exigió el muy atrevido.

—Está bien.

—¿Qué? —. Preguntó sorprendido, como si no creyera que aceptaría.

Tomó su celular y colgó después de unos minutos de charla.

—Vamos—ordenó tomando a Rafiq junior en brazos y haciéndolo eructar.

—¿A dónde? —. Pregunté confundida mientras acomodaba mi camisa.

—A casarnos, antes de que te arrepientas y recuperes la razón, no entiendo de qué manera puedes quererme como esposo pero no podré ningún reclamo a la suerte que me brinda la vida—dijo sencillamente mientras me jalaba hacia su camioneta.

Acomodó a Rafiq en su sillita de viaje y me obligó a entrar en el asiento de pasajero.

—Pero, ¿y mis papás? —. Argumenté mientras ponía la camioneta en marcha.

—Amor, tus padres llevan esperando, como yo, dos semanas a que aceptases, nos están esperando en el registro civil en estos momentos—masculló besándome tiernamente.

Sin poder evitarlo, reí.

Ese cruel hombre había dejado de ser indiferente y frío conmigo, pero seguía teniendo sus complejos de hombre engreído y controlador, tendríamos que trabajar en ello pero hasta ahora era más que feliz con él siendo abierto y sincero conmigo.

Había sido un largo camino, y nos quedaba uno aún más largo por recorrer, pero estaba segura que lo conseguiríamos. Porque al final de todo, nos habíamos elegido para ser compañeros, amantes, amigos, padres…y ahora esposos. También elegiríamos seguir adelante, con todo y obstáculos.

No te equivoques, estaba segura que Rafiq me sacaría de quicio, porque las costumbres son difíciles de abandonar y era más que probable que siguiera huyendo a casa de mis padres cada vez que peleáramos. Pero tenía confianza en que sabría, en el momento indicado, cómo manejar a ese hombre cruel que se derretía como mantequilla ante el fuego por su hijo. Y si no lo hacía, de los errores se aprende. Buscaría la forma de no dejarlo salirse con la suya…solo por el gusto de llevarle la contraria. Al menos, la vida nunca sería aburrida a su lado.

FIN…

SOBRE LA AUTORA Hola a todos, quiero agradecerles por haber leído esta historia, (solo como dato

curioso, les cuento que esta historia la escribí hace casi dos años, cuando

después de haber leído docenas de libros

Harlequin, me entró la insistente idea de

hacer una historia parecida: corta,

romántica y muy dulce y rosa.)

¿Te preguntas quién soy? Bueno, soy una

chica mexicana de 19 años que adora

escribir desde…hace muchísimo tiempo,

creo que he escrito toda mi vida pero

nunca me había detenido a pensar en ello

y prestarle atención. Amo leer y pintar.

Actualmente descubrí que amo estudiar, lo

cual es sorprendente porque hasta antes

de entrar a la universidad odiaba con

locura la escuela. Supongo que es porque

encontré algo que amo, que es la

administración y la contabilidad. Ojalá

algún día también logre estudiar para ser una mejor escritora…pero bueno, quizá

lo haga cuando tenga tiempo para mí misma y lo que amo y me apasiona.

Qué les digo, no puedo evitar decir que: amo comer, amo dormir, amo a David

Gandy y amo el anime.

Y bueno, solo me gustaría agregar que escribo porque me apasiona, y brindarles

mis escritos y que les guste y las haga sonreír, es lo que me impulsa para seguir

haciéndolo. Sé que aún no soy tan buena como escritora, pero ustedes me

ayudan a crecer, espero mejorar con el tiempo y seguirles regalando historias que

disfruten y las haga pasar un buen rato.

¡GRACIAS POR LEERME, PUEDES ACOMPAÑARME EN MIS OTRAS

HISTORIAS, ESPÉRALAS!