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EL VIVIR NEURÓTICO COMO EV ASIÓN DE LA TRASCENDENTE RESPONSABILIDAD MORAL La elaboración de este trabajo se inicia con unas palabras del entonces Cardenal Montini, tomadas de su carta pastoral sobre El sentido religiOSO: "Podemos de una manera completa atribuir a la expresión citada sentido religioso el significado rico y complejo, de orientación -instintiva, consciente, racional y moral, tanto natural como sobrenatural- de la vida humana hacia Dios. Debemos documentar con la palabra de Dios contenida en la sagrada Escritura la consideración que se debe a esta vocación innata, primeramente natural, y sobrenatural después, que llevamos dentro de nosotros y que aquí designamos con el término de sentido religioso». y en otro pasaje de la misma pastoral, refiriéndose al sentido religioso en la actua- lidad, el Cardenal Montini escribía lo siguiente: «El hombre moderno ha descuidado el estudio del ser en sí mismo y del alma; se ha limitado al estudio de los fenóme- nos de las cosas, a las experiencias de la psicología. No se ha preocupado de su angélica pero connatural capacidad de llegar a un más allá de la naturaleza expe- rimental, de su inextinguible sed de h'asponer el confín del fundo finito, de su elemental necesidad de obtener del Absoluto y Necesario las razones lógicas aun para sus ciencias positivas; y éste es el origen de los dramas espirihIales, culturales, sociales y políticos del mundo contemporáneo, al que falta en su vertiginoso movi- miento el eje central de seguridad, de orden y de paz.» Pablo VI, en su Mensaje papal de la Navidad de 1966, tuvo una prolongación de la citada carta pastoral que, como Arzobispo de Milán, dirigió a sus diocesanos en la cuaresma de 1957. En este Mensaje de Navidad Pablo VI volvía a denunciar la idolatría moderna de un mundo sin paz, sin orden y sin seguridad. Ante todo, conviene decir ya que la neurosis, en sentido estricto, no es una enfermedad, sino una perturbación psíquica. Fundamentalmente, lo que se perturba en la neurosis es la religiosidad natural inseparable del hombre con uso de razón-y que existe incluso en el ateo-, la religiosidad psíquica o funcional; la cual está lmificada, en un mismo torrente de vida, con el orden sobrenatural de la gracia y el pecado.

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EL VIVIR NEURÓTICO COMO EV ASIÓN DE LA TRASCENDENTE

RESPONSABILIDAD MORAL

La elaboración de este trabajo se inicia con unas palabras del entonces Cardenal Montini, tomadas de su carta pastoral sobre El sentido religiOSO: "Podemos de una manera completa atribuir a la expresión citada sentido religioso el significado rico y complejo, de orientación -instintiva, consciente, racional y moral, tanto natural como sobrenatural- de la vida humana hacia Dios. Debemos documentar con la palabra de Dios contenida en la sagrada Escritura la consideración que se debe a esta vocación innata, primeramente natural, y sobrenatural después, que llevamos dentro de nosotros y que aquí designamos con el término de sentido religioso». y en otro pasaje de la misma pastoral, refiriéndose al sentido religioso en la actua­lidad, el Cardenal Montini escribía lo siguiente: «El hombre moderno ha descuidado el estudio del ser en sí mismo y del alma; se ha limitado al estudio de los fenóme­nos de las cosas, a las experiencias de la psicología. No se ha preocupado de su angélica pero connatural capacidad de llegar a un más allá de la naturaleza expe­rimental, de su inextinguible sed de h'asponer el confín del fundo finito, de su elemental necesidad de obtener del Absoluto y Necesario las razones lógicas aun para sus ciencias positivas; y éste es el origen de los dramas espirihIales, culturales, sociales y políticos del mundo contemporáneo, al que falta en su vertiginoso movi­miento el eje central de seguridad, de orden y de paz.»

Pablo VI, en su Mensaje papal de la Navidad de 1966, tuvo una prolongación de la citada carta pastoral que, como Arzobispo de Milán, dirigió a sus diocesanos en la cuaresma de 1957. En este Mensaje de Navidad Pablo VI volvía a denunciar la idolatría moderna de un mundo sin paz, sin orden y sin seguridad.

Ante todo, conviene decir ya que la neurosis, en sentido estricto, no es una enfermedad, sino una perturbación psíquica. Fundamentalmente, lo que se perturba en la neurosis es la religiosidad natural inseparable del hombre con uso de razón-y que existe incluso en el ateo-, la religiosidad psíquica o funcional; la cual está lmificada, en un mismo torrente de vida, con el orden sobrenatural de la gracia y el pecado.

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En lo referente a las neurosis que se dan en e! ateísmo práctico, por cuanto no parece posible admitir el ateísmo «de buena fe» en las personas con uso de razón, transcribo, de la obra de! Dr. D. Francisco Alvarez Seisdedos, Estudio del dogma católico, algunos de los párrafos en los cuales se precisa el sentido de la defini­ción del Concilio Vaticano 1 sobre la posibilidad del conocimiento cierto de la existencia de Dios por la razón humana mediante las cosas creadas: «El hombre, que tiene el uso de la razón, posee la fuerza de remontarse por medio de las criaíuras a su autor, con la ayuda de las luces naturales de la razón. El Concilio no ha defi­nido que el poder físico de conocer naturalmente a Dios pase fácilmente al acto, pero esta doctrina es al menos próxima a la fe y el texto del Concilio favorece esta interpretación. Se afirma ciertamente e! poder, sin decir nada del e¡erclcio de este poder; pero, si tenemos en cuenta que el Concilio se apoya en la Sabiduría (13, 5-9) Y en la Carta a los Romanos (1, 18-20), en donde el conocimiento cierto de Dios se presenta como fácil, de tal suerte que el hombre es inexcusable, bien podemos concluir que, en la mente del Concilio, el poder físico de conocer naturalmente a Dios pasa fácilmente al acto.» Alvarez Seisdedos, al comentar en la obra citada los versículos 18-20 del capítulo 1 de la Carta de San Pablo a los Romanos, escribe: «Según el razonamiento del Apóstol, e! conocimiento de Dios existe claro en los hombres. Este conocimiento no sólo es posible, sino que existe, es un hecho: y no es tm conocimiento dudoso o indeciso, sino claro, porque Dios se lo manifestó; la creación es, en cierto modo, una revelación natural de Dios.» Por otra parte, la conciencia, que nos remuerde cuando obramos el malo nos tranquiliza cuando cum­plimos el bien, testifica que llevamos impresa en el alma la Ley de Dios, según la cual seremos juzgados por El (véanse los versículos 14-16 del capítulo JI de la Carta a los Romanos).

Es famosa la expresión de San Agustín «Fecisti nos Domine ad Te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te» (Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti). Jung, más respetuoso con el cato­licismo en los últimos años de su vida, llegó a considerar la religión como una actitud natural del alma humana. La segtmda parte de su libro Psicología y Reli­gión «se ocupa -son palabras suyas- de aquellos hechos que demuestran que existe en el inconsciente una auténtica función religiosa». Como decía el padre Pedro Meseguer en El secreto de los sueños -obra cuya proyectada ampliación frustró la muerte de su autor cuando asistía a tm congreso de Psicología en Viena-, «Dios es, no sólo ontológicamente, sino psicológicamente, el centro de gravedad del alma humana». En la misma obra, e! padre Meseguer escribe: «No es, pues, algo arbitrario creado por el individuo eventualmente, sino una condición general a la cual está sujeto todo hombre independientemente de su voluntad, y que abarca tanto lo cognoscitivo como lo emocional: es la preparación, la capacidad y la añoranza de la adoración y entrega total que corresponden a un Ser Supremo. Qué contenido concreto se da a esa religiosidad funcional es cosa que depende de muchos factores, pero la sola existencia de esa función está connotando un poder máximo, un Ser único, como la anatomía del ojo connota la luz». Estas palabras habrían de quedar avaladas por el magisterio de los Papas Pío XII y Pablo VI.

Si es verdad que la religiosidad del neurótico -en cuanto tal- es tma religio­sidad inmanentizada y fraudulenta, no resulta posible admitir una concepción extra­religiosa de la neurosis. Para Igor A. Caruso, en su obra Análisis psíquico y síntesis existencial, «el camino de ascenso hacia la genialidad o la santidad, según los casos, puede incluso atravesar por una neurosis con especial tensión». Y agrega Caruso que «el santo nunca es completamente santo, por tanto, puede caer en neurosis, pero en el hecho de superar su neurosis hay que ver una señal de su santidad». En la neurosis no hay verdadera santidad, incompatible con la inmanentización fraudu­lenta; pero tampoco existe insensibilidad ante el pecado. Ególatra en el fondo, el

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neurótico quiere ser, al mismo tiempo, impecable y pecador. Siendo mayor la insen­sibilización religiosa de las clases socialmente extremas, para la neurosis ningún campo resulta más abonado que el pseudocristianismo del mundo burgués; caracte­rizado, más bien que como estrato social, por la actitud de no querer complicarse la vida ni meterse en líos, es decir, por su evasión de la responsabilidad. El mundo pseudocristiano de hoy, con su doble culto egolátrico al bienestar material y al brillo social, apostata de la cruz. Por supuesto, aun cuando la mentalidad y la sensibilidad del cristiano no son la misma mentalidad y la misma sensibilidad del no cristiano, uno y otro tienen en común su religiosidad psíquica o funcional y, sobre todo, la revelación natural. En verdad, el Divino Redentor nos deja en libertad de responder a su Sed Redentora. Pero, siendo la libertad lo que de específico hay en el hombre, consecuencia de la misma es su responsabilidad. El hombre es, quié­ralo o no, un administrador responsable del don divino de la libertad, otorgado por el Creador a su imagen y semejanza. Con esto viene a la memoria cuanto afirmaba Juan XXIII en la «Pacem in terris» acerca del deber de actuar «en virtud de deci­siones personales, es decir, tomadas por convicción, por propia iniciativa, en actitud de responsabilidad, y no en fuerza de imposiciones o presiones provenientes las más de las veces de fuera». Sin embargo, en el mundo de hoy se escamotea la responsabilidad.

La psicología moderna procede caSI unanIIDe en el sentido de una concepclOn global y unificada de la personalidad. En el Congreso Internacional de Psicología Aplicada celebrado en Roma en abril de 1958, Pío XII definía la personalidad humana como <<la unidad psicosomática del hombre, en tanto en cuanto está deter­minada y gobernada por el alma (espiritual»). Definición que -según comenta Georges Cruchon- mantenía a la vez la unidad del compuesto y del principio global de acción, pero al mismo tiempo la preeminencia del espíritu y su papel determinante e indispensable para que un acto pueda llamarse responsable y porta­dor de valores absolutos. Ahora bien, el hombre, libre y responsable, puede relati­vizar afectivamente los valores absolutos y proceder contra lo establecido en el «Principio y fundamento» de los ignacianos «Exercicios spirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por affección alguna que desordenada sea». En la neurosis existe 1ma evasión de la responsabilidad moral que implica el uso pecaminoso de la libertad contra la ley impuesta por Dios a su creatura; dejándose dominar el sujeto por afecciones desordenadas mediante esa «herejía vital», descrita por Igor A. Caruso, según la cual se absolutizan los valores relativos y se relativizan los absolutos. El hombre «se neurotiza» cuando escamotea su respon­sabilidad moral por cualquier clase de pecado, contra cualquiera de los Mandamien­tos de la ley de Dios, y, en su apostasía de la jerarquía trascendente de valores, llega a inmanentizar las relaciones con los valores -sin considerarlas ya como obje­tivas- e incluso los valores mismos. El neurótico pretende que su posición no dependa de los valores, sino que los valores dependan de él; pasando a ser un determinador de valores, en vez de su conocedor. Es así, con una anomalía del viven­ciar, como se ejecuta la neurosis. La inmanentización de valores conduce natural­mente a la repulsa de la obediencia, a un <<flon serviam». Pero, como escribía García Morente en los Ejercicios espirituales, «servir a Dios es lo único que hace la vida del hombre plenamente humana».

Igor A. Caruso, en su obra básica Análisis psíquico y síntesis existencial, dice que «ese hecho que llamamos neurosis tiene lugar exactamente sólo cuando una culpa no se quiso admitir, se reprimió y produjo un sentimiento de culpabilidad difuso o incluso falsamente localizado». Y, más adelante, añade que <<la culpa neurótica, que ha sido reprimida por el neurótico, y para la cual busca un buco

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emisario (cabeza de turco), consiste en haber abandonado la jerarquía de valores y en dar valor de ley absoluta a la propia sensación».

Mediante la anomalía del vivenciar, el neurótico es culpable de su alteración del juicio de la conciencia. Aun sin ser incondicionalmente libre, el neurótico no es determinado en su actitud. Al menos en causa, se hace responsable de su auto­limitación neurótica; por cuanto no le es impuesta ninguna limitación insuperable y es él mismo quien se autolimita en lo relativo al cumplimiento de la ley divina escrita en su corazón. El neurótico no nace, «se hace» ... Encenándose en la inma­nencia, «autolimita» su libertad dentro de una cárcel. Y, si es fácil enb'ar en la cárcel neurótica, de la misma cuesta salir.

A primera vista, la interpretación de la neurosis que aquí se expone podría parecer demasiado radical. Es innegable que, como decían el padre Pedro Meseguer y el padre Jesús Muñoz al presentar la colección «Psicología-Medicina-Pastoral», <<lo físico, lo vegetativo, lo sensitivo, lo intelectual y lo sobrenatural forman en el hombre un tonente de vida único o, si se quiere, unificado». Se perturba toda la vida, y no sólo la religiosidad, en la personalidad neurótica. Pero, fundamental­mente, lo que caracteriza a la personalidad neurótica es el anaigo de la fraudulenta actitud religiosa de pseudojustificación y pseudonedención inmanentes, con un auto­engaño lúdico en forma de anomalía del vivenciar. Si existe una evasión de la auten­ticidad en la misma base personal del neurótico, el pilar principal y más esencial de tal base personal es el religioso; faltando siempre en la neurosis sentido religioso auténtico... Poveda Arillo, al tratar de El hombre y sus riesgos en el Vaticano II (véase el número 133-134 de la revista «Nuestro tiempo»), consideraba los problemas humanos como manifestaciones del gran problema que es el hombre mismo, ser creado para el Amor en permanente riesgo de perderse; como versión minimizada del gran problema de la salvación. Ciertamente, el problema hunmno por antono­masia «consiste» en amar, servir y glorificar al Absoluto y, con esto, salvar el alma.

En la neurosis queda existencialmente afectada la misma estructura intrínseca y esencial del ser humano, espíritu encarnado creado por y para Dios, para amarle, servirle y glorificarle, con libertad y responsabilidad. El buceamiento onírico del neurótico puede llevarle a vivenciar contrapuesta a la «consistencia» permanente de su estructura esencial, el fraude de la justificación que enb'aña una estructura banoca, a modo de superestmctura sin consistencia convincente; lo cual se traduce en una atenuación de la consistencia permanente de la estructura esencial, tal como es la vivencia.

En el fondo de la personalidad neurótica se advierte una enraizada desestructu­ración existencial ante un vocacional proyecto de vida impuesto por Dios a su creatura y del cual se evade la creatura, resistiéndose a entregarse en una madurez responsable. El neurótico no dice rotundamente ni «sí» ni «no»; y, sobre todo, no dice «ya». Para Igor A. Camso «tiene que concederse a la neurosis una función de importancia vital en cualquier proyecto de vida: la neurosis es el intento de realizar ese proyecto de vida, y por cierto un intento que se mueve continuamente entre la traición y la lealtad». Por supuesto, las obligaciones particulares de cada uno complementan al Decálogo, que es de ley natural y obligatorio para todos los hombres; de tal forma que nunca habrá dos vocaciones idénticas en los planes de Dios.

En el Mensaje papal de la Navidad de 1966, Pablo VI decía que «el hombre es un ser constitucionalmente ordenado para trascenderse a sí mismo; es un ser proyectado hacia Dios y ordenado esencialmente a Dios» . Según el «Vocabulario filosófico» de D. Juan Zaragüeta, el sustantivo «constitución significa la esencia de un ser compuesto de partes o elementos, considerada en su aspecto de principios permanentes de su dinamismo; aplicándose al dominio de la vida (la «constitución»

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orgánica) y de la vida social y política (la «constitución» de un país), y hasta a entidad ideológicas (cómo se «constituye» una doctrina o sistema).

Freud, a lo largo de todas sus obras, equipara la religión a una neurosis obsesiva universal. Escribe Emilio Navarro Rubio en Los escrúpulos y el sentlmiento de culpabiUdad: «para el fundador del psicoanálisis, la religión era tilla pura ficción, una ilusión, un no-valor, que no tiene sino una unidad aparente y accidental que, fácilmente reductible al análisis, no se diferencia mucho de una superstición». Pero la neurosis, y la neurosis obsesiva sobre todo, no se halla en la religiosidad auténtica, sino en la «pseudo-religiosidad», en la religiosidad artificiosa y fraudulenta de quien se encierra en la inmanencia. Es precisamente ahí donde se centra la neurosis, en la pretendida inmanentización de la «constitucional» religiosidad, que es trascen­dente; es decir, en la anticonstitucionalidad humana de encerrarse en una preten­dida inmanencia irresponsable ... Pues bien, la misión fundamental que se impone al neurótico consiste en restaurar, estabilizar y desarrollar su orden constitucional, perturbado afectivamente por la neurosis; para lo cual hará falta la reestructuración progresiva de su personalidad en una integradora trascendencia religiosa.

En la actitud neurótica existe la pseudosolución del gran problema de la muerte; pretendiéndose relegarlo al inconsciente por medio de cierto avestrucismo muy sutil. Ya Pío XII, en el discurso de Navidad de 1953, denunciaba <da angustia escondida del hombre contemporáneo, que se ha vuelto ciego por haberse rodeado voluntaria­mente de tinieblas». Pero, aun en el orden de la naturaleza, no puede quedar implille tal avestrucismo o ceguera voluntaria y culpable del ser racional, llamado por su Creador a una trascendencia ultraterrena, a la Gloria o vida eterna. La vida temporal no es sino una breve preparación para la muerte; y la muerte, lejos do ser un acabamiento, es el pórtico de acceso a la eternidad... El neurótico no quiere reconocer que la vanagloria se opone a la glOlificación de Dios, fin último de la creatura humana. En la perturbación neurótica mediante la anomalía del vivenciar, existe una afección excesiva a una temporalidad absolutizada. De la muerte, seguida del enfrentamiento con la Justicia divina, el neurótico se defiende lúdicamente, en regresión al mlilldo mágico y« casi irresponsable» de la niñez. Claro es que, con la pseudosolución del trascendente problema de la muerte, el neurótico experimenta una profunda inseguridad creadora de angustia. En verdad, resultan impresionantes las burdas «pseudojustificaciones» inmanentes de los niños, aun desde su edad más temprana. No sería un mero juego de palabras afirmar que el neurótico niñoide debe hacerse como niño humilde y, al mismo tiempo, entrar con auténtica decisión en una madurez plena de responsabilidad trascendente.

Ahora bien, en el mundo tecnificado y deshumanizado de hoy existe la tenta­dora posibilidad de la «pseudotrascendencia» ... López Ibor, en un trabajo sobre Los nuevos alucinógenos, escribía: «La experiencia alucinatOlia consiste en una expansión disolvente del yo, hasta el punto de convertirse en una vivencia cósmica. Pero aun tomando en su aspecto positivo este anhelo, la vía por la que camina no puede ser más peligrosa. Es la vía de la trascendencia química, q ne corresponde a una sociedad tecnificada. Cuanto hay de problema social en los drogados lo de­muestra la experiencia. El enfermo se desintoxica en muy pocos días y logra un estado de equilibrio tal que piensa en la droga como en una amarga experiencia de dependencia. Recobra con la salud la libertad, pero la reinserción en el cuerpo social está llena de dificultades. Y si vuelve al mismo grupo social de donde partió, la recaída es más que previsible. Ver el problema con claridad supone estudiar qué es lo que incapacita a la sociedad rica, progresiva y desarrollada para enfren­tarse con este problema.» Por otra parte, a modo de ejemplo, según una reciente investigación relativa a los estudiantes en Checoslovaquia, resulta que consumen gran cantidad de drogas y alcohol, y entre ellos es muy común la neurosis. «Busca-

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mos algo de valor por lo que valga la pena luchar y VIV!r>', declaraba un estu­diante de la Universidad checa de Palacky, resumiendo el estado actual de la juven­tud universitaria checa.

Pío XII, en el discurso a los participantes en el V Congreso Internacional de Psicoterapeutas y Psicólogos Clínicos Católicos, decía: «La psicoterapia y la psico­logía clínica deben considerar siempre al hombre como unidad trascendente, es decil', con tendencia hacia Dios... En primer lugar, la investigación científica atrae la atención hacia un dinamismo que, radicado en las profundidades del psiquismo, empujaría al hombre hacia el infinito, que lo supera, no haciéndoselo conocer sino por una gravitación ascendente derivada directamente del sush'ato ontológico. Se ve en ese dinamismo una fuerza independiente, la más fundamental y la más elemental del alma, un impulso afectivo que conduce inmediatamente a lo divino, lo mismo que la flor, que espontáneamente se abre a la luz y al sol, o como el niño, que respira inconscientemente apenas nacido ...

Pertenece asimismo a las relaciones trascendentes del psiquismo el sentimiento de culpabilidad, la conciencia de haber violado una ley superior, cuya obligación, sin embargo, se reconocía: conciencia que puede convertirse en sufrimiento e incluso en perturbación psicológica». Conviene tener presentes los comentarios que hace el padre Fernando Azcárate a este discurso de Pío XII, calificándolo como «el docu­mento fundamental, la Carta Magna de la Psicología Clínica y la Psiquiatría». Razón y Fe, 150 (1954), 43-58; 219-234. El padre P. Meseguer escIibía que «ese discurso de Su Santidad se puede decir que constituye nuestra carta de marear en la peligrosa navegación de estos estudios tan llenos de escollos, bmmas y espejis­mos». Razón y Fe, 147 (1953), 629.

Cabe afirmar que la causa pIincipal de la neurosis está en el escamoteo o sus­tracción fraudulenta de la trascendente responsabilidad moral que implica el abuso de la libertad cuando el hombre se rebela contra la ley que Dios impuso y grabó en el corazón de su creatura. Esta alteración fraudulenta del juicio de la conciencia se ejecuta afectivamente por medio de una arraigada anomalía del vivenciador, que viene a ser un tentador «juego de niños» tan anacrónico como perturbador; todo lo cual se produce al encerrarse el neurótico en una desintegradora inmanencia en la que pretende justificarse y redimir su subconsciente culpabilidad. Pero, como advier­te Antonio Fontán en La antt'opología de Juan José López Ibot·, «el estudio de la vida, en una palabra, lleva a la afirmación de la libertad hlUnana y a lUla postula­ción científica de la trascendencia, sin la que es imposible encontrar en aquella vida su sentido».

En el trabajo citado de Poveda Ariño se reproducen unas palabras, bien expresi­vas, de Pablo VI: «El hombre moderno exige licencia para adaptarse a todas las cosas. Es capaz de hacerse abogado de las cosas malas, sosteniendo la libertad de un placer, pues el mal ni se nos presenta en su rostro real que es enemigo, homble y espantoso. Sucede precisamente lo contrario. Se termina así por autorizar todas las expresiones de lo inferior; el instinto tom<l el mando sobre la razón, el interés sobre el deber, el beneficio personal sobre el bienestar común.» En el fondo de toda neu­rosis, con una mayor o menor realización lúdica -o pseudorrealización- del voca­cional proyecto de vida, existe un escamoteo de la temible realidad trascendente del pecado.

Caruso, en Análisis psíquico y síntesis existencial, dice que «así como el sentido de la vida sólo se revela en la adhesión a una jerarquía de valores estables, así sp oscurece más y más por la inmanentización que hace al hombre dependiente de b mala y falsa trascendencia», pues con su neurótico afán o codicia de sensacioiles «la confirmación del valor de la vida tiene que buscarla por fuerza en lo exterior, en el objeto, y cae así en una intolerable dependencia de las cosas de este mundo»;

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de tal fonna que «en este último caso el criterio fundamental de los valores vitales es ya la sensación, es decir, el placer -en el sentido más amplio de la palabra­que continuamente necesita nuevas comprobaciones». Con esto, nada se dice en contra de la existencia de unos tentadores «condicionamientos» afectivos que suelen' originarse en la biografía del sujeto desde su misma niñez; advirtiendo Caruso que «ese atascarse en la niñez es fomentado por la civilización, que por un lado trauma­tiza y por otro hace dependiente».

Caruso habla de «esa peste negra de nuestros días que se llama neurosis, la cual... es sustancialmente una apostasía de la jerarquía de valores». Pues bien, al apostatar de la trascendente jerarquía de valores, el neurótico relativiza lo absoluto y absolutiva lo relativo; con lo cual el vocacional proyecto de vida se frustra angus­tiosamente. De esta fonna, en la referencia pática o afectiva, se relativizan el servi­vicio y glorificación de Dios y el aseguramiento de la salvación eterna; absoluti­zándose, con una radical actitud más o menos egolátrica, la vanagloria y el bien­estar material de ese «horizontalismo» hipertrófico que diagnosticaba recientemente el teólogo dominico padre Cangar. Pablo VI, en un discurso del 21 de mayo de 1965 al Capítulo general de los Salesianos, decía que «quien interpretase el Con­cilio como lm debilitamiento de los compromisos interiores de la Iglesia con su fe, su tradición, su ascética, su caridad, su espíritu de sacrificio y su adhesión a la palabra y a la cruz de Cristo o como una indulgente aceptación de la frágil y voluble mentalidad relativista del mundo sin principios y sin fines trascendentes, como un cristianismo más cómodo y menos exigente, se equivocaría». Así, pues, en el mundo, con sus rasgos neuróticos, existe un condicionamiento tentador para el hombre de hoy.

Al igual que acontece con otras palabras -«democracia», por ejemplo-, la palabra «neurosis» se emplea para demasiadas cosas. Neurótico es el que, con acti­tud de pseudodecisión ante el vocacional proyecto de vida, se entrega a ciertos condicionamientos y autolimita su libertad al encerrarse en la inmanencia, preten­diendo así justificarse. A diferencia de cuanto sucede con los «determinismos» que puede llegar a haber en las psicosis, el neurótico es responsable de entregarse a unos «condicionamientos tentadores»; y, sobre todo, es responsable de fraude.

Ahora bien, el fraude neurótico será tanto más trabado y sutil -con su corres­pondiente atenuación de la libertad y la responsabilidad- cuanto mayor sea cierta plasticidad emocional del sujeto. El problema de si tal plasticidad emocional es somatógena o si su origen se encuentra más bien en la urdimbre afectiva de la primera infancia, con todos sus aspectos sugestivos, queda al margen de los límites impuestos a este trabajo.

En todo caso, a diferencia de lo que sucede con la melancolía endógena y las demás psicosis, en la neurosis en sentido estricto o psiconeurosis la importancia de la somatogenia es secundaria. Véase, en este sentido Las neurosis como enfermeda­des del ánimo, de López Ibor. Este autor, al tratar de las Dimensiones antropológi­cas de la libertad --en «Atlántida», v. 4 (1966) 578-583-, dice: «La fidelidad, en la vida humana, no es la fidelidad automática de un perro, sino que, como direc­ción antropológica, contiene la flecha de la trascendencia. La trascendencia es una apelación a lo que está fuera de ella. En ella va enraizada la necesidad de romper el silencio, de. quebrar la soledad, de comunicarse con la Palabra que debe ser oída. De ahí que la dimensión de la fidelidad sea, categóricamente, anterior a las demás. A esa dimensión se la ha llamado siempre fe.» Y, más adelante, añade: "El hecho de que la enfennedad (López lbor habla más bien de la melancolía) nos ap;uezca con esos síntomas que en la conciencia parecen pecados, no quiere decir sino que estamos ante estructuras todavía secundarias. Otras más profundas son las que penniten al yo subsistir o, si se quiere, las que penniten que la vida humana

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subsista. Esta subsistencia se halla anclada, como hemos visto, en la fidelidad y en la trascendencia.»

Para Zaragüeta en su Vocabulario filosófica, «la subsistencia es lID concepto metafísico que añade algo a la substancia: es su ultimación que la hace ser posee­dora de sí misma, y no asumida por otra subsistencialidad en su ser y su opera­ción». Más a'Clelante, advierte que «tiene la palabra subsistencia también un sentido temporal: significa la perduración de algo a través de las vicisitudes conexas con él». Por otra parte, en el Diccionario de Filosofía de Walter Brugger, se dice que «puesto que subsistir equivale a existir en sí mismo, no subsisten ni los accidentes ni la forma esencial de un cuerpo ni, en general, la parte fuera del todo concreto»; e inmediatamente se agrega que «ocupa e11 este aspecto una cierta posición excep­cional el alma espiritual que ... comunica el ser a ésta (la materia), de suerte que su subsistencia (la del alma) no depende de la del todo concreto, sino, al reves, ésta dependen de aquélla». Y en la misma obra se afirma que' «cuanto más se aproxima un ente al Ser subsistente, tanto más espiritual es y tanto menos adherido a la materia». Pues bien, el neurótico, en el orden afectivo, pretende relativizar al Ser subsistente, para absolutizar el bienestar material. La neurosis afecta a la misma subsistencia -o substancia ultimada- de carácter racional que es la persona en ese espíritu encarnado, con libertad y responsabilidad, que es el hombre; el cual ha sido creado para glorificar a Dios y, mediante esto, salvarse en la vida eterna. La neurosis es una perturbación de la encarnación del espíritu, en pseudofidelidad existencial a la naturaleza racional de la persona humana, creada por y para Dios con libertad y responsabilidad. Neurotizándose la persona humana, aparece una pro­funda y angustiosa desestructuración existencial, como consecuencia de una arraigada actitud de pseudodecisión, al no querer comprometerse en la correspondencia debida al vocacional proyecto de vida impuesto por el Creador. Ante este proyecto vocacio­nal, en la neurosis hay una infidelidad existencial no admitida por el sujeto como tal infidelidad, con lo cual se escamotea la trascendente responsabilidad moral. En la hora de la muerte, la hora de la verdad, prevalecerá la responsabilidad humana por el uso de la libertad ante el llamamiento de Dios. Al sonar la hora de la tras­cendencia, todo fraude neurótico habrá de cesar.

Realizándose el diálogo entre la condicionalidad de la carne y la libeltad del espíritu en un continuo encuentro del hombre con el mundo, a este proceso diná­mico entre lo individual y lo colectivo Caruso lo llama «personalización» u «homi­nización; que viene a ser un constante enriquecimiento del hombre y vencimiento del mundo. Esta personalización se concilia con cierta proyección social no absor­bente; evitando siempre que ante el mundo exista una claudicación del hombre, proyectado sobre todo hacia Dios. La Religión verdadera, la de la Cruz, aun cuando se opone a la utópica «desencarnación», se opone también a ese tentador materia­lismo pseudocristiano que relativiza y menosprecia los valores del espíritu para absolutizar afectivamente el bienestar material y el brillo social. Sin duda, lo más grave es la pretensión de justificar la deformación de la religiosidad. Si en el mundo medieval pudo llegar a haber un teocentrismo deshumanizado, en el mundo de ho-y existe un humanismo desendiosado e incluso una antropolatría, según denunciaba Pablo VI en su Mensaje de Navidad de 1966, al decir que <,hoy el hombre siente la tentación de' adorarse a sí mismo, de hacer de sí mismo no sólo el fin supremo de las ideas y de la historia, sino también de la realidad, y de creer que por si mismo puede, con sólo sus fuerzas, progresar verdaderamente y salvarse; se ve tentado, para decirlo con otras palabras, a buscar su propia gloria y no la glo"':l de Dios». En este Mensaje papal se advertía que «está tomando consistencia una mentalidad falsamente humanística penetrada de radical egoísmo, porque está cerra­da al conocimiento y al amor de Dios, y fundamentalmente inquieta y subversiva,

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porque está cerrada a la luz y a la esperanza de Dios». Al absolutizar lo que -so" cialmente- suele hacerse y relativizar lo que -moralmente- se debe hacer ,en un nivel pático o afectivo, sobre la voluntad de Dios prevalece lo que el mundo quiere. Pero, como recordaba Pablo VI en un discurso del 8 de octubre, «ante Dios y para la eternidad no cuentan los valores de este mundo, sino solamente aquello~ t1e la santidad, es decir, aquellos de la gracia y de la virtud».

Mundanizándose y despersonalizándose sin reconocerlo claramente, el hombre se neurotiza. En su sentido más pleno, resulta que la neurosis es una anomalía del desarrollo, un trastorno de la maduración afectiva de la persona. El neurótico se evade fraudulentamente de la entrega profunda y personal al Ser Supremo en una madmez responsable, lo cual se traduce en la culpable frustración del vocacional proyecto de vida; bien entendido que en este proyecto vocacional el Decálogo se ve complementado con las obligaciones particulares de cada persona humana, de tal forma que la gracia ha de edificar sobre la natmaleza. Aun oponiéndose el preten­dido determinismo a la realidad innegable de la libertad humana ante el vocacional proyecto de vida, deben ser considerados los peculiares condicionamientos que la encarnación e historicidad implican. La creatura humana «autolimita» su libeltad cuando se entrega a los tentadores condicionamientos de su encarnación e histol'Í­dad; pero en el fondo mismo de la nemotización del espíritu encarnado e histórico, como su tentación más radical, existe la egolatría de quien quiere ser, al mismo tiempo, impecable y pecador.

Frente al materialismo del mundo y de la ciencia, no sería fácil encontrar pala­bras más convincentes que las del Papa Pablo VI en la Encíclica El desan'ollo de los pueblos, cuando se refiere a la visión cristiana del desarrollo: «En los designios de Dios cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una voca­ción. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar: su floración, fruto de la educa­ción recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso; por sólo el esfuerzo de su inteli­gencia y de su voluntad cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más. Por otra parte, este crecimiento no es facultativo. De la misma manera que la creación entera está ordenada a su Creador, la creatura espiritual está obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios, verdad primera y bien soberanC). Resulta así que el crecimiento humano constituye como un resumen de nuestros deberes. Más aún, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el esfuerzo perso­nal y responsable, está llamada a superarse a sí misma. Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.»

Según advierte López Ibor en Las neurosis como enfermedades del ánimo, si el hombre tecnificado no se realiza tan cumplidamente es por la intrínseca pasivi­dad de su vida, aun cuando es posible que su actividad extrínseca sea mayor; como consecuencia de lo cual no encuentra satisfacción en su trabajo, en su quehacer coti­diano, que le aburre, siendo esa falta de sentida algo que está en la raíz de la vida contemporánea. Caruso, en Análisis psíquico y síntesis existencial, al hablar de la fuga de sí mismo o «nemosis de ajetreo», dice que «son perfectamente conocidas las pseudoactividades neuróticas: el afán desenfrenado de carreras, de posición social, de diversiones y aventmas puede crecer hasta el disloque de una neurosis en toda regla». Y, con palabras certeras, añade que «una fuga hacia el trabajo

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puede influir tan mortalmente en el desarrollO' de la personalidad como una fuga hacia la liviandad» ... Para Camso, «como la hipertrofia del ansia de vivirlo todo conduce a un embotamientO' de la sensibilidad vital natural y a una continua com­probación de que la vida ha perdido su sentido, el hombre no tiene más remedio que lanzarse a una fuga desesperada ante el vacío amenazado!"»; «pero -dice poco después- esta huída sólo es posible cuando falsos valores toman el lugar de los verdaderos y cuando la huida de sí mismO' se convierte en una huída de lo absoluto, 'u una huída de Dios». Siguiendo a Camso, cabe afhmar que la «neurosis de aje­treo» de los hombres atareados entTa en la categoría de los «pseudodeberes», los cuales permiten al neurótico sustraer su responsabilidad moral por el incumplimiento de deberes auténticos. De todos modos, «el presentimiento de lo que debe ser acom­paña a la neurosis a pesar de su ansia de experiencias y sensaciones». Como indica Camso en la obra citada, <da neurosis es lilla solución sólo aparente del cometido vital, pero contiene ya en sí un presentimiento de la solución correcta y defu1itiva».

Ahora bien, para liberarse de tales pseudo deberes, el neurótico necesita una téc­nica que, corrigiendo la personalidad perturbada, se emplea conscientemente con un fin de progresiva personalización. Le hace falta una «ascesis» natural, un movi­miento ascendente y progresivo que, aun sin llegar a garantizar el saltO' al plano sobrenatural, no se opone a él e ÍllCluso, en cierta meéllda, lO' prepara en el plano de la naturaleza. Camso, en Psicoanálisis para la persona, dice que el desarrÜ'llo de la persona humana puede preparar naturalmente el ejerciciO' de una religiosidad equilibrada. No dice que prepare a la religión, que es un enlace con un objetO' tras- , cendente, SU10 que «puede preparar a las motivaciones adecuadas de la religiosidad, es decir, a parth de la afinidad natural subjetiva a una religión objetiva». En todo caso, el desequilibdo psíquicO' que entraña la religiosidad Ílllnanentizada se opone al desanO'llo pleno de la persona humana. Así, pues, el neurótico necesita recunir a una ascesis más o menos extrarreligiosa, pero preparatoria de la ascesis moral propiamente dicha; la cual está matizada de verdadero sentido religioso, al ser considerada y practicada comO' un homenaje a la DivÍllidad. El vacío que expedmen­ta el neurótico viene a ser, fundamentalmente, una falta de sentido religioso autén­tico. López Ibor, en su discurso de apertura del IV Congreso Mlilldial de Psiquiama, dijO' que, si el combate contra las causas materiales que se oponen al bienestar ofrece una clara perspectiva de progreso, ya no es tan claro en lo que se refiere a las condiciones psicológicas que provocan lo que él llama la «pobreza invisible e lntedol"» del hombre; proclamando que «éste es un gran objetivo para la psiquia­tría del futuro, para una gran psiquiatTía de la comunidad».

Desgraciadamente, los intelectuales no quedan al margen de la materialización del mundo de hoy. ComO' dice Juan Zaragiieta, al b·atar del inadmisible determi­nismo de los llamados intelectuales, «el postuladO' capital para el intelectual es el determÍl1Ísmo, según el cual cada hecho, natural o bumano, es antecedente natural y necesado de otTos hechos consiguientes a él». En un sentido específico, este mismo autor entiende por «determinismo» la doctdna que niega la libertad humana, y afirma que el hombre hace en cada momentO' todO' y sólO' lo que puede hacer, deter­minadO' al efecto por fuerzas interiores (fisio-psicológicas) o exteriores (físico-socio­lógicas )a él, O' bien de tipo físico y fisiológicO' de un lado, y psico-social de otro; llegándose a suponer que todas estas formas de «determinismo» tienen como base el mecánico, del que son simples manifestaciones. Zaragiieta precisa que «así comO' no cabe decir de lill tTiángulo que tiene la obligación de valer dos rectos, y del agua la de helarse a cero grados, pero sí la necesidad de ello, procede decir del santo y del crimÍllal que lo han sido porque han querido, con las atenuantes de su querer que la ciencia descubra en la espontaneidad que antecede y condiciona, hasta cierto punto, su voluntad y su libertad». En el orden de la ciencia de la conducta

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humana, el detemlinismo no debe usurpar el lugar que corresponde a unos condi­cionamientos cuyo valor moral es el de mera tentación.

Frente a la «aseidad» o condición del Ser divino que tiene en sí ~Ser «a se»­el principio de su existencia, la «abaliedad» del hombre -creatura o ser «ab alio»­exige que su existencia sea orientada hacia Dios. El «esse ab alio» es también, hasta en sus más profundas raíces, un «esse ad alium», según apuntaba Pío XII en su discurso del 13 de abril de 1953 a los psicoterapeutas y psicólogos clínicos, comen­tando la expresión de San Agustín «Fecisti nos ad te: et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te» (Conf. 1. 1, c. 1, n. 1). Al hablar Pío XII -en este mismo discurso-- sobre «el hombre como unidad estructurada», decía que «el hombre es una unidad y un todo ordenados; un microcosmos, una especie de estado cuya ley fundamental, determinada por el fin del todo, subordina a este mismo fin la actividad de las partes según el verdadero orden de su valor y de su función. Condenando el error de quienes pretenden acentuar la oposición entre metafísica y psicología, Pío XII afirmaba que «lo psíquico pertenece también al dominio de lo ontológico y de lo metafísico». Poco más adelante, agregaba que, aun cuando solamente existe el hombre concreto o «existencial», la estructura de este yo personal obedece hasta el menor detalle a las leyes ontológicas y metafísicas de la naturaleza del hombre. y precisaba que el hombre existencial se identifica en su íntima estructura con el hombre «esencial» -con la naturaleza racional del ser humano--, no desapare­ciendo la estructura esencial del hombre cuando se le añaden las notas individuales, sin que ella se transforme tampoco en otra naturaleza humana. Pues bien, a su ineludible estructura intrínseca y esencial el neurótico pretende contmponer existen­cialmente una «pseudoestructura». Aun en el orden psíquico, esta pretendida des­estructuración existencial no puede resultar impune.

Según afirma Hiiring, en Cristiano en un mundo nuevo, «toda neurosis es, a su modo, un grito pidiendo una más esencial estructuración de la existencia»; «en el fondo toda neurosis no es más que un grito en demanda de una más radical y plena posesión del verdadero sentido y alegría del vivir. Y añade: «No basta per­catarse de la disposición psíquica favorable o propensa a tales perturbaciones neu­róticas del juicio de la conciencia. Hay que preguntarse además por la razón última que hace que en un hombre determinado la neurosis se revele precisamente en el teneno moral y religioso, mientras que en otros la enfermedad se manifiesta como agarofobia, manía de los números, temor a los bacilos. Aunque quizá éstos están más enfermos que el escrupuloso, cuya neurosis al fin y al cabo revela, aunque en enmarañada confusión, el ansia Íntima del hombre de penetrarse más hondamente de verdadera responsabilidad ante Dios. Del escrupuloso neurótico no se puede decir que haya perdido por completo el sentido de Dios y de la responsabilidad. Sólo que, por desgracia, la forma de comprender su responsabilidad presenta rasgos morbosos.» '

En Intl'oducción a la ascética diferencial -de orientación más bien somaticista-, el padre Alejandro Roldán, al estudiar la fórmula hagionórmica de San Juan Berch­mans, dice que «es un tipo bastante polar, con marcada dominancia del tercer com­ponente» (el deontotónico, uno de cuyos defectos específicos es la estrechez de corazón y propensión al escrúpulo), Sin embargo, el padre Roldán reconoce que San Juan Berchams «no tuvo nunca escrúpulos, y tristeza sólo la sintió al fin de su vida, bien fuera por la enfermedad, bien por prueba de Dios», Efectivamente, el escrúpulo neurótico, aun siendo grande la propensión natural al mismo, resulta incompatible con la santidad, En este sentido, es impresionante la confidencia que a la hora de la muerte tuvo San Juan Berchmans con su Padre Rector: «desde qne estoy en la Compañía no recuerdo haber cometido pecado venial deliberado, ni sé que haya voluntariamente faltado a ninguna de nuestras reglas, ni a orden alguna

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de los superiores». Comenta el padre Roldán que difícilmente puede llegarse más lejos en esta dirección en la cual Berclnnans ansiaba ser perfecto, pero no por haber puesto sobre sí la mirada en un acto de egocentrismo soberbio, sino por puro deseo de ser un instrumento más apto para llevar las almas a Dios.

Para el padre Roldán, lo fundamental en el hagiotipo «deontotónico» es la rigu­rosa conciencia del deber ante Dios y el sentido de responsabilidad. Advierto que el hipersensible «deontotónico», especialmente llamado al sufrimiento, habrá de chocar a cada paso con un mundo pseudocristiano y hedonista, que cifra el cri­terio de la moralidad en maximizar el placer y minimizar el dolor. Este choque entre la ley de Dios y la ley del mundo, un choque tan temible como sutil, lo vive el «deontotónico» en lo más Íntimo de su ser ... Sin embargo, como dice el padre Roldán en Tipología y fisonomía espiritual -«REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, XXVI (1967) 48-68-, «el hombre debe ser consciente de que no puede ejercer una libertad de especificación eligiendo el género de santidad que le plazca, pues éste le ha sido dado y prefijado por Dios a una con la dotación temperamental; pero siempre está en su mano -ya que la gracia de Dios nunca le falta- el ejercer la libertad de ejercicio ante la propia santidad». Por supuesto, la neurosis será siempre una trágica «pseudosolución». Ciertamente, conviene subrayar el as­pecto social de la anomalía del vivenciar con que se instrumenta o ejecuta la neurosis. Zaragüeta, en su reciente obra Espiritualidad cristiana, dice que «nues­tras vivencias de todas clases llevan el sello de lo social, no sólo en cuanto a las ideas, sino también en cuanto a los juicios, y si hiciéramos una recensión de ellos desde el punto de vista de su origen, nos quedaríamos asombrados de ver el es­caso número de los logrados por nosotros mismos, y el mayúsculo de los que debemos a los demás, referentes al mundo exterior físico, al social, a sí mismos y aun a nosotros mismos; nuestra conciencia personal está impregnada de socia­lidad».

Escribía el Cardenal Montini que «el sentido religioso, síntesis del espíritu, recibiendo la palabra divina, compromete las demás facultades junto con la mente, y aporta un precioso don: esa correspondencia que llamamos «el corazón», y llega a ser sentido de presencia y de comunión, propio de la religión, logrando que la palabra divina no sea recibida sólo pasivamente, sino que, por el contrario, esté en condiciones de arrancar un ardoroso acto vital». El neurótico no acaba de en­contrar el auténtico sentido de su vida, por su misma evasión de una seria y comprometedora correspondencia a la palabra divina; bien entendido que, como recordaba Zaragüeta, «el hombre (y hasta los animales) es dado a jugar instinti­vamente, sobre todo en la época infanti¡". Pero en la relación de la creatura humana con el Dios verdadero que es trascendente, no se debe jugar. En lo ftmdamental, la vida sin sentido del neurótico viene a ser una vida frustrada, al vaciarse de «auténtico» sentido religioso. Pablo VI, en su alocución del día de Navidad de 1967, después de decir que «quizá nunca como hoy la voz humana ha sido tan pesimista», llega a afirmar que «el hombre moderno ha avanzado enormemente en las fonnas para conquistar y gozar del mundo en que se en­cuentra viviendo, pero ha perdido las razones verdaderas y profundas que pro­porcionan a la vida valor, significado, felicidad».

Cabe afinnar que en el núcleo mismo de la neurosis -aparte de su soma .. togenia- existe un angustioso choque, una pugna o diálogo tenso entre una fic­ticia religiosidad y la religiosidad auténtica de la vida humana, constituida con

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tendencia hacia Dios. Según la tesis que aquí se defiende, aun cuando el ámbito de la neurosis no sea exclusivamente religioso y abarque toda la vida humana, en el fondo de toda neurosis existe un gdto de angustia por la pseudosolución inmanente de un problema religioso, el problema de la respuesta libre y respon­sable al proyecto de vida impuesto por Dios a su creatura; pues, en verdad, Dios llama a cada hombre por su propio nombre.

GABRIEL LÓPEZ MÉNDEZ-VIGO

Madrid