el programa
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Segundas Jornadas de Sociología
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo
Mendoza, 27 y 28 de agosto de 2015.
Autora:
Claudia Yarza
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNCuyo
Mesa Nº13: Las nuevas lecturas de Spinoza
Título:
El programa de la crítica teológico-política: de la Ilustración radical a la
actualidad
En esta presentación me interesa ampliar el concepto de lo teológico político, y para ello
vamos a remontarnos a una tradición, algo heterodoxa por la represión ideológica a la
que ha sido sometida, que presumo puede aportarnos pistas concretas para orientarnos
en la reflexión política contemporánea. Si nos vamos al siglo XVII europeo, ya
encontramos señales muy firmes de lo que significaba esta articulación de lo teológico y
lo político. Para abreviar un poco llamaremos “Ilustración radical” a esta familia,
usando algo libremente la referencia que en estos años están haciendo algunos
historiadores para referirse a una serie de pensadores que extremaron el principio de que
sólo el uso libre de la razón, y no la apelación a ninguna estructura consagrada por la
costumbre o la autoridad, era el medio idóneo para derribar toda opresión1.
Según Jonathan Israel, esta “nueva ola” no se inició entre franceses sino en los Países
Bajos y en ocasiones prosperó con más vehemencia en Alemania y Escandinavia que en
la Francia absolutista2. En sus epistolarios, panfletos y libros secretos circulaba un
consenso democrático, secular (o ateo) e igualitario, opuesto a la escolástica, que
rechazaba tanto la idea de creación como el providencialismo, la revelación y los
milagros, la inmortalidad del alma, las jerarquías ordenadas por dios y los privilegios de
1 Jonathan I. Israel, La ilustración radical. La filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750.
México, FCE 2012. 2 En el centro de esta irrupción, el nombre y la obra de Spinoza se convirtió en un mensaje revolucionario
que ganaba adeptos y llegó a manchar a la propia “intachable” Ilustración alemana con un “spinozismo
secreto” que funcionaba como amenaza y acusación herética. Véase el trabajo de María Jimena Solé: “El
spinozismo secreto de Lessing. Afinidades y coincidencias entre el filósofo maldito y el intachable
ilustrado”, ÉNDOXA: Series Filosóficas, n. 27, 2011, pp. 73-101. UNED, Madrid. Y la importante
compilación, por la misma autora, en Jacobi, Mendelssohn, Kant, Goethe, Herder: El ocaso de la
Ilustración. La polémica del spinozismo. Buenos Aires, Univ. Nacional de Quilmes-Prometeo, 2013.
2
sangre, la idea de recompensas y castigos ultraterrenos e incluso la discriminación de las
mujeres. Como en su momento escribió George Sabine, si algún efecto tuvo Hobbes en
la disolución de las lealtades tradicionales y en suma sobre el liberalismo inglés, fue
porque tanto él como los demócratas que se le opusieron se ocuparon de un cambio
intelectual y social que atravesaba y trascendía a ambos, ampliamente3.
Escritos con muy pocos años de diferencia, los textos de Gerrard Winstanley y de Baruj
Spinoza permiten recuperar algo de esta trama; y también, servirnos de ella para
reintegrar un concepto en ejercicio de la articulación teológico-política, más complejo y
abierto que lo que la explicación schmittiana pretende clausurar. En el primer caso, se
trata de una serie de panfletos del líder de los cavadores ingleses, que vieron la luz
gracias a la circunstancial interrupción de la censura en la Inglaterra de la guerra civil;
en el segundo caso, se trata de la cuidada producción filosófica de Spinoza en el
convulsionado marco de la lucha entre la república y la restauración monárquica en
Holanda.
Ambos fueron acusados de blasfemos, herejes y que tienen como objetivo el soliviantar
a las masas, pero sus obras emergen bajo muy diferentes condiciones de producción:
mientras el discurso de Winstanley no está separado del horizonte de la acción, el de
Spinoza corresponde a una obra estrictamente teórica; y mientras el cavador inglés
articula un lenguaje pleno de figuras de serpientes, cristos y bestias (al punto que aún
hoy ciertos historiadores le asignan una capacidad política meramente circunstancial),
en cambio, la reflexión teológico-política de Spinoza guarda un estilo cuidadosamente
racional, alejado de imágenes y exhortaciones. Aun así, intuyo que la lógica interna de
ambos es semejante, consecuente con la afirmación de la vida y de la pluralidad.
Seguramente debiéramos contar con que ya en los siglos precedentes existiera en el
territorio europeo cierta tradición de irreligiosidad plebeya –apenas reflejada por la
historiografía-, que en distintas lenguas afirmaba que todas las cosas vienen de la
naturaleza y que el espíritu de Dios no es otro que el de cada persona humana, llegando
a cuestionar la existencia del cielo y del infierno como algo fuera de esta vida, y por
ende la legitimidad de las estructuras de poder del clero y los gobiernos4. Sin embargo,
la percepción acerca de la inminencia de un profundo cambio social transcripto en clave
3 George Sabine, Historia de la teoría política. 3º ed. México, FCE, pág. 369.
4 Christopher Hill, El mundo trastornado; el ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo
XVII. Madrid, Siglo XXI, 1983, pág 16.
3
religiosa fue un elemento común a la discursividad revolucionaria de buena parte de las
sectas que pulularon en el siglo XVII. Y aunque los historiadores pecan enfatizando su
carácter de mensaje ultraterreno y le restan interés como programa (práctico) de reforma
social, la propia lectura de los textos relativiza esta interpretación; para el caso de
Winstanley, no es fácil desentenderse del hecho de que, como ha señalado J.G.A.
Pocock, en el cavador inglés “la comunidad de la propiedad de la tierra y la resurrección
de Cristo son conceptos intercambiables”5.
En efecto, Winstanley no creía en un Dios exterior, ni que “Cristo fuera una sola
persona” que pudiera aparecerse un día e inaugurar el reino de los mil años de paz y
justicia; el Dios de Winstanley, la Razón inmanente, “está en ti […] es el poder y la
sabiduría del Padre […] que habita y gobierna como el rey de la justicia en tu misma
carne”, de modo que la segunda llegada de Cristo no podría ser “la de un único
individuo” sino ese poder y esa sabiduría “gobernando en todos los hombres”6. Si Dios
sólo existe en el fuero interno de cada uno, de ahí se desprende una portentosa crítica al
monopolio de la Iglesia sobre la prédica del Evangelio, una defensa apasionada de la
libertad de conciencia y una negativa a mantener a una casta separada de la sociedad
que se encargase del culto religioso. Plena de alegorías e imágenes, esta argumentación
de honda estructura política (presente en el imaginario social de ese convulsionado siglo)
se verá llevada a un lenguaje estrictamente conceptual en la filosofía de Spinoza.
La crítica de la teología política
Spinoza asocia, desde las primeras líneas de su Tratado Teológico Político, a la religión
y la política, o mejor, a la falsa religión y falsa política: “el gran secreto del régimen
monárquico y su máximo interés consisten en mantener engañados a los hombres y en
disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere
controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tratara de su salvación…”7.
Tal complicidad entre el imperio de las que llamará supersticiones y los gobiernos
5 J.G.A. Pocock (ed.) The Political Works of James Harrington, Cambridge-New York, Cambridge
University Press, 1977, p. 96, citado por Julián Verardi, “Estudio Introductorio” en Gerrard Winstanley,
La Ley de la libertad, Buenos Aires, Biblos, 2005, p. 73. 6 G.H. Sabine, The Works of Gerrard Winstanley, Ithaca, Cornell University Press, 1941, pp. 162-164,
citado por Julián Verardi, op. cit., pág. 72. 7 Baruj Spinoza, Tratado Teológico-Político, Trad. Atilano Dominguez, Madrid, Alianza, 1986, Prefacio,
pág. 64.
4
monárquicos se basa en algo más bien banal, en el hecho de que ciertas pasiones, como
el miedo o la esperanza, que los hombres sienten frente a la contingencia del mundo y la
impotencia para dominar las circunstancias de sus vidas, hacen a los hombres
“sumamente propensos a creer en cualquier cosa”, es decir, confiarse a sistemas
imaginarios y poderes supuestamente trascendentes, que inexplicablemente envían
bienes y males a los hombres: de esa dependencia en poderes sobrenaturales misteriosos
nace la religión. Es una respuesta imaginaria a la incertidumbre e inseguridad, una
creencia en una voluntad superior que gobierna todo, que el vulgo, con ayuda de los
teólogos, acaba por proyectar en la imagen antropomórfica de un Dios imaginado como
persona trascendente, dotado de voluntad omnipotente e intelecto omnisciente, creador,
monarca y juez del universo.
Pero predicar estas características sobre la esencia de Dios es un proyecto equivocado,
asunto que Spinoza examina y deconstruye en la primera parte de la Ética, mostrando
que Dios, por el contrario, es la sustancia infinita cuya esencia y potencia son
inmanentes al universo entero. No es una cuestión menor: precisamente este resultado
es lo herético tanto para los escolásticos cristianos como judíos, quienes vieron allí una
suerte de panteísmo (un materialismo radical) que atenta contra la idea de trascendencia
en favor de una ontología de la inmanencia. Vieron, en efecto, que esta ontología, que
habla de dios sin ser una teología, y que constituye el primer apartado de un texto que
se llama Ética, es inmediatamente política.
Marilena Chauí ha dictaminado acertadamente, a propósito de Spinoza: “solamente la
crítica de la trascendencia del ser y del poder de lo Absoluto y de la contingencia de sus
acciones voluntarias puede desmantelar el poder teológico-político”8
. Este es el
verdadero proyecto de Spinoza: por un lado, la afirmación de la inmanencia concibe la
mutua potenciación de los cuerpos (y de los conatus) acumulándose como poder
colectivo por rigurosa ordenación de las causas y los efectos; por otro lado, la crítica de
la trascendencia divina es crítica del finalismo, del decisionismo, de la moralina y del
misterio con que se arman las interpretaciones teológicas que infantilizan a los hombres.
Proyecto equivocado, entonces, es el abuso de los textos sagrados de las religiones (que
no pretenden un conocimiento conceptual), con un ejercicio de la interpretación que (la
8 Marilena Chauí “Fundamentalismo religioso: la cuestión del poder teológico-político”, en Atilio Boron
(comp.), Filosofía Política Contemporánea, Controversias sobre Civilización, Imperio y Ciudadanía,
Buenos Aires, Clacso, 2002, p.133.
5
práctica profesional de los teólogos) acaba convirtiendo unos preceptos prácticos en
superstición espuria. Ese es el eje central del Tratado Teológico-Político. Porque cuando
la teología se autoconcibe como una forma teórica, que se arroga la pretensión de decir
la naturaleza de las cosas, del mundo y de Dios, compite espuriamente con la filosofía y
la persigue, evidentemente, por cuanto la filosofía ejerce la búsqueda libre de la verdad9.
Por ende, urge establecer una separación tajante entre teología y filosofía. Sólo la
segunda es un discurso teórico, mientras la primera tiene fines prácticos: no importa
mucho si Dios es fuego, luz, pensamiento, espíritu, si está en todas partes o si dirige el
mundo por necesidad natural o por libertad, como tampoco si “el premio de los buenos
y la pena de los malos es natural o sobrenatural”. No importa realmente cómo las
entienda cada uno “a condición de que no saque de ahí ninguna conclusión que le dé
mayor licencia para pecar o que le haga menos obediente a Dios”10
. La fe no exige tanto
la verdad sino la piedad, la que se muestra en obras de justicia y caridad. (Por ende, la
de Spinoza no es una crítica “ilustrada”: no dice que la religión es un imaginario arcaico
que la razón expulsa, ni que la superstición es un defecto mental que la ciencia puede
corregir. “Cuán saludable y necesaria sea esta doctrina en el Estado para que los
hombres vivan pacíficamente y en concordia, y cuántas y cuán grandes causas de
perturbaciones y crímenes evite, lo dejo al juicio de todos”. Con esta fórmula también
parece alejarse Spinoza del fin ilustrado de meramente secularizar lo religioso, o de
incluirlo en la marcha de la razón, porque eso sería anular la diferencia radical entre
estas “dos facultades”. Se trata de modos posibles, incluso inevitables, dada la
condición humana. Mientras el fin del conocimiento teórico es la verdad, la teología
debiera concentrarse, en cambio, en enseñar “aquello que los hombres pueden imitar
practicando cierta forma de vida”) (Ibídem, cap. XIII).
Abordar la política como asunto de una reflexión teórica abraza, como en Maquiavelo, a
la naturaleza humana efectiva (y no un deber-ser idílico), y ésta comprende a las
pasiones como algo tan inevitable y necesario como los fenómenos meteorológicos. Y
así, dicho resumidamente, el desconocimiento de las verdaderas causas, alimentado por
9 Así escribía Winstanley, y en un contexto también marcado por la guerra teológico-política: “…hablar
de este modo o leer de este modo la ley de la naturaleza (o Dios), ya que Él ha escrito su nombre en todo
cuerpo, es hablar una lengua pura, y es hablar la verdad como la habló Jesucristo, ofreciendo su propio
peso y medida a todas las cosas. Por este medio los hombres lograrán, con el tiempo, el verdadero
conocimiento práctico de Dios, para que lo puedan servir en espíritu y verdad; y este conocimiento no
engañará a ningún hombre” Gerrard Winstanley, La Ley de la libertad, ed.cit., pág. 188. 10
Baruj Spinoza, Tratado Teológico-Político, Trad. Atilano Dominguez, Madrid, Alianza, 1986, cap. XIV,
pág. 316-317.
6
el miedo o la esperanza, da origen a sistemas de creencias y finalmente supersticiones
terriblemente dañinas para cualquier proyecto afirmativo de vida en común. Nada muy
alejado del famoso dictum marxiano de la religión como “opio de los pueblos”.
Obviamente, la sospecha ya estaba en la calle desde mucho antes, en la poesía popular y
entre los panfletos de sectas como las de los cavadores ingleses:
“…Tu teología, lo que tú llamas asuntos espirituales y celestiales no son más que
discursos hechos para que no avance el conocimiento y para destruir el verdadero
conocimiento de Dios. Porque la teología no dice la verdad tal como se encuentra
escondida en cada cuerpo […]
[Tu teología] es una doctrina de espíritu artero […] es el velo del comportamiento
que cubre el engaño al que los perversos hermanos mayores someten a los menores
para quitarles sus libertades aquí en la tierra[…] el hermano menor, siendo débil de
espíritu y careciendo de un conocimiento robusto de la creación y de sí mismo, es
aterrorizado y alejándose deja escapar su derecho a la tierra, sometiéndose a sí
mismo a ser esclavo de su hermano mayor por miedo a ser condenado en el infierno
y por la esperanza de llegar al cielo luego de muerto, y así se apagan sus ojos y su
razón queda ciega. […]sus ojos se apagan y no pueden ver sus derechos de
nacimiento ni qué es lo que debe hacerse aquí en la tierra mientras estén vivos. De
eso se trata ese sueño asqueroso, como una nube que no trae lluvia[…] Pero no hay
dudas de que la luz se esparcirá y cubrirá la Tierra y los teólogos deberán decir: la
gente no escucha ya la voz de nuestro encanto”11
No nos cabe duda de que este es el horizonte ideológico del Tratado Teológico Político;
por ende, su concepción no es otra que la de una crítica de la teología política, de ese
maridaje entre superstición y servidumbre voluntaria que es el efecto político (o
antipolítico) de largo alcance en que se solidarizan la ignorancia de la masa con los
intereses de teólogos y clases dominantes.
Qué era la secularización
Ahora bien, hacer la crítica de la teología, y predicar la existencia de un dios no
trascendente ¿convierte a Spinoza en ateo? El filósofo lo niega terminantemente,
confesando que una de sus intenciones al escribir el Tratado Teológico-Político era
aclarar este asunto; y mientras sostiene –a pesar de la historización a la que las somete-
el carácter sagrado de las Escrituras, denuncia que el verdadero ateísmo (al igual que en
Winstanley) no es sino la codicia. Spinoza resume a los textos sagrados en un
mandamiento que, sin ser derivable “geométricamente” es decir, de la pura
consideración de las causas y efectos, es totalmente conforme a su ontología: se trata del
11
Gerrard Winstanley, La Ley de la libertad, ed.cit., pág. 190 y ss.
7
amor a dios y del amor al prójimo, legibles en el bruñido de otros textos sagrados e
incluso en la propia anti-teología política de esa modalidad de la sustancia que es la
multitud democrática.
La cautela de Spinoza en este punto también nos habla de su atención a la conditio
humana, a la constancia con que se presenta la incertidumbre en la vida, como queda
claro en las palabras con las que arranca el Prefacio del Tratado Teológico-Político: “si
los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna
les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición”… pero esto no
ocurre. Porque no es un problema de ilustración, que pudiese ser abolido, de una vez y
para siempre, mediante la educación o el progreso del conocimiento. Pero sí es un
problema de la crítica: y de hecho, ese es el método con que aborda las Escrituras.
No podemos dejar de pensar este texto, en los albores de la modernidad, como si
mantuviese una secreta “cita” con otros textos que enjuician a la propia modernidad
cuando ésta parece haberse realizado. La forma de estar ubicado en relación con lo
moderno es lo que nos llama la atención de Spinoza, y es precisamente lo que hoy nos
convoca, cuando la quintaesencia de lo moderno no parece ser otra cosa que una especie
de socio-metabolismo del capital, por el cual reaparece el culto a la mercancía con toda
su potencia mítica.
En un soberbio análisis de Franz Hinkelammert se reivindica, como iniciado por Marx,
un programa de crítica teológica que no se asienta tan solo en la mirada a la religión
como “opio de los pueblos” sino más ampliamente como el señalamiento de un
reencantamiento del mundo con otros dioses. Según Hinkelammert, más allá de la
pretensión weberiana de ver la modernidad como la época en que “los dioses se
levantaban de sus tumbas como poderes impersonales”12
, nuestro mundo moderno no es
un mundo secularizado sino uno en que el humano es desencantado, en el sentido de
despreciado, para poblar de falsos dioses terrestres al mundo. Es la inversión completa
de la “verdadera” religión de Spinoza. La crítica de la economía política de Marx
arranca con este dictamen, inequívoco para Hinkelammert, con su imperativo categórico
12
Corresponde a la conferencia “La ciencia como vocación” del año 1918; citado por Franz
Hinkelammert, en La primacía del ser humano en el conflicto con la idolatría: crítica de la religión, la
teología profana y la praxis humanista. Disponible en
http://www.pensamientocritico.info/index.php?option=com_content&view=article&id=336&Itemid=336
8
que manda liberarse de los dioses que usurpan la libertad al ser humano13
.
Decíamos entonces que hay una forma de ubicarse en relación a lo moderno, o más
particularmente, de problematizar la relación Ilustración/Secularización, que incluye
como programa de la crítica a la teología política un paso no tangencial ni
circunstancial por la crítica de la economía política, es decir, de aquella ciencia que ha
ocultado nada menos que el fetichismo de la mercancía. Que la salvación está en el
mercado, que no hay liberación fuera del rito sagrado del capital, es la renovada caída
en la tenaz superstición de la que nos hablaba Spinoza, que convierte a los hombres en
esclavos voluntarios, separándolos de su potencia. Y como en el judío maldito de
Amsterdam, no hay pesimismo en este descubrimiento, porque todo el énfasis está
puesto en señalar que claramente, la filosofía y la política pueden, en las condiciones
adecuadas, sacarnos de ese destino de infortunio.
En sus escritos de los años ’20 Walter Benjamin bosquejó, antes incluso de su contacto
con el materialismo histórico, la articulación entre capitalismo y religión complejizando
considerablemente las coordenadas weberianas14
. En efecto, Benjamin allí planteaba
que no es tan sólo que el capitalismo se benefició de la religión (como un parásito, dice),
sino que es inmediatamente religión; y una religión puramente “cultual”, puro culto,
pura exaltación (sin teología, sin dogmática) del dinero como objeto de adoración, como
ídolo que encarna un espíritu perverso15
. Para esa época comienza su incorporación al
colectivo frankfurtiano; su impronta fue tal que luego, ya con el influjo de sus Tesis de
filosofía de la historia, los autores de Dialéctica del Iluminismo calificaban como
“ingenuidad complaciente” al relato progresista, señalando la equivocidad del supuesto
desencantamiento presente en el concepto de modernización de Weber, y percibiendo al
mito en las entrañas de la autocomprensión moderna del mundo. Es la inherencia de la
ilustración en el mito, y no su secularización, lo que permite comprender sus recaídas,
conversiones e inversiones, volviendo conceptualmente mucho más complejo el
enfrentarse con su dialéctica “maldita”16
.
13
Franz Hinkelammert, Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la modernidad. San José
(Costa Rica), Arlequín, 2007. 14
Se trata de un bosquejo o borrador publicado luego con el título “Capitalismo como religión” Trad. de
Omar Rosas, copywright 2008, disponible en
http://www.academia.edu/540703/El_capitalismo_como_religi%C3%B3n_Walter_Benjamin_ 15
Véase el notable análisis del texto en Franz Hinkelammert, op. cit. 16
Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. 3º ed.
Madrid, Trotta, 1998.
9
Como decíamos, Benjamin introduce este punto de vista brutalmente, solapando esferas
y ahorrándose todo el desarrollo metafilosófico, en sus Tesis de filosofía de la historia,
con su interpretación de la matriz sacrificial del mito del progreso, presente –a su juicio-
no sólo en las formas conceptuales de la cultura sino también en las políticas, incluidas
las de la socialdemocracia y la izquierda. Aquí la explícita, y muchas veces
incomprendida, articulación entre teología y materialismo no funge como clave
religiosa sino como iluminación crítica: como en Spinoza, lo crítico no se trata de la
mera expulsión de las imágenes religiosas sino del desmontaje de sus pretensiones
teórico-políticas, ya que no son “cancelables” sus registros como pensamiento.
Por el contrario, afirma Hinkelammert, a los dioses hay que “discernirlos” con
herramientas racionales, y entonces no vale la pregunta por una sociedad moderna sin
mitos frente a otras que piensan en términos míticos, sino ¿cuál es el alma mítica de la
modernidad? ¿Cómo se expresa el pensamiento mítico en la modernidad? Con
Benjamin, afirma que ese mito del progreso infinito, donde no hay sueños humanos
cuya realización no prometa, es desentrañable en el bloque de ciencias empíricas,
laboratorio, tecnología y mercado. Ese conjunto produce la nueva magización del
mundo, analizada por primera vez en la teoría del fetichismo de Marx y retomada en los
“avisadores de incendio” románticos y anarquistas que fueron dejando sus huellas a
quien quisiera verlas, como Sorel, Bloch, Nietzsche, Gustav Landauer, Erich Unger, y el
propio Benjamin17
.
Finalmente, aunque insensiblemente se nos hayan mezclado, hay que decir que aparecen
aquí a desarrollar, metodológicamente, dos registros: por un lado, la crítica a la teología
política, por otro lado, el discernimiento de los dioses (crítica teológica). Quien dio una
orientación conceptual decisiva a la primera fue, sin dudas, Baruj Spinoza, recogiendo
el ideario de la heterodoxia plebeya y la “Ilustración radical” presente en su tiempo;
pero su complemento, el discernimiento de los dioses y de los mitos, en la senda de la
crítica de la religión inaugurada por Marx y continuada por Benjamin, resulta hoy
indispensable como arma para enfrentar algo que el concepto de secularización
simplemente neutralizó: la forma en que nuestra sociedad acepta (servidumbre
voluntaria mediante) el sacrificio de la vida en manos de los hombres.
17
Michael Löwy rastrea las referencias de Benjamin en el texto “Capitalismo como religión”,
encontrando los ecos del anticapitalismo romántico y del anarquismo libertario. Cfr. Michael Löwy. “Le
capitalisme comme religion”. Raisons politiques, Presses de Science Po, 2006, pp.203-220. <hal-
00237056>