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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE ARQUITECTURA Y ARTE CONSEJO DE ESTUDIOS DE POSTGRADO POSTGRADO EN TEORÍA, HISTORIA Y CRÍTICA DE ARQUITECTURA El Positivismo venezolano y su vinculación con la arquitectura guzmancista Tesis presentada como requisito para optar al título de Magíster Scientiae En Historia, Teoría y Crítica de Arquitectura ARAUJO TORRES, CÉSAR AUGUSTO C.I. 10.402.045 Profesor Tutor: DR. BERNARDO MONCADA CÁRDENAS Mérida, febrero 2008

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE ARQUITECTURA Y ARTE

CONSEJO DE ESTUDIOS DE POSTGRADO

POSTGRADO EN TEORÍA, HISTORIA Y CRÍTICA DE ARQUITECTURA

El Positivismo venezolano y su vinculación con la arquitectura

guzmancista

Tesis presentada como requisito para optar al título de Magíster Scientiae En

Historia, Teoría y Crítica de Arquitectura

ARAUJO TORRES, CÉSAR AUGUSTO

C.I. 10.402.045

Profesor Tutor: DR. BERNARDO MONCADA CÁRDENAS

Mérida, febrero 2008

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DEDICATORIA

La realización de la presente investigación está muy lejos de ser un

ejercicio individual, pues en todo caso sería de mi responsabilidad cualquier

carencia, error u omisión que pudiera contener este trabajo. Por lo que más bien

quiero dedicar este esfuerzo a las mujeres que han llenado mi existencia y le han

dado sentido, entre otras cosas, haciéndome sentir que podía culminar esta

etapa de mi vida. En primer lugar a mi mamá, por haberme llenado de su luz,

sus sabias palabras y por su eterna fe en mí. A mis niñas Isabella y Camila, por

sonreír, gritar, jugar, llenándome de su fuerza y contagiándome con su hermoso

espíritu. Y muy especialmente a Lissette, quien con su infinito amor, su paciencia

y estímulo me hacen comprender que nosotros mismos imponemos nuestros

propios límites, gracias a ella me permito alcanzar metas que a veces yo mismo

dudo en poder lograr.

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AGRADECIMIENTO

Esta investigación no hubiera sido posible sin el aporte inestimable de

numerosas personas e instituciones. En primer lugar debo agradecer los

valiosos consejos y el apoyo brindado por mi tutor Prof. Bernardo Moncada; a

quien no sólo le debo sus sabias recomendaciones académicas, sino más

importante, su comprensión, solidaridad y estímulo. Además debo agradecer la

oportuna asesoría de mis profesores del Programa del Postgrado, pues sin la

confianza que todos ellos depositaron en mí, habría resultado difícil culminar

este proceso. Por otra parte debo reconocer el respaldo de los Miembros del

Grupo de Investigaciones en Arte Latinoamericano (GIAL), especialmente a las

Profesoras Aura Guerrero e Isabel Parada, quienes tuvieron más paciencia en

mí de la que merecía. También al Fondo Nacional para la Ciencia, la Tecnología

y la Investigación (FONACIT), por su valioso aporte financiero. También, las

atenciones, sugerencias y aportes realizados por apreciados amigos, Brenda

Iglesias y Jorge Gómez; quienes no sólo me brindaron su amistad, sino

expresaron ideas que, lentamente, permitieron que se materializaran dentro de

la investigación. Finalmente a mi familia, especialmente a mi esposa Lissette,

quien con su paciencia y constancia me dieron fuerzas para emprender esta

tarea, así como a mis hijas, Isabella y Camila quienes con sus sonrisas me

dieron razones para vivir y para luchar, lo que al final es lo mismo.

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ÍNDICE

DEDICATORIA

2

AGRADECIMIENTO

3

ÍNDICE

4

INTRODUCCIÓN

5

CAPÍTULO 1 El Positivismo durante el período de

Antonio Guzmán Blanco y su proyecto modernizador

8

1.1 Positivismo y Arquitectura. Consideraciones

generales

9

1.2 El Positivismo en Venezuela

19

1.3 El periodo de Antonio Guzmán Blanco y el proyecto modernizador de Venezuela

33

Capítulo 2 La arquitectura guzmancista como expresión de las interpretaciones a las formas

ideológicas imperantes en Venezuela

39

2.1 Situación general de la arquitectura europea en

el siglo XIX

40

2.2 La Arquitectura Guzmancista, forma de

expresión del positivismo impuesto

43

2.3 El Capitolio Nacional y sus alrededores

52

2.4 Los cuatro templos

56

2.5 Elementos vinculados al Positivismo en la

Arquitectura Guzmancista

61

CONCLUSIONES

67

ANEXOS

68

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INTRODUCCIÓN

Pese a su significativa importancia, la Historia de la Arquitectura

venezolana ha dedicado pocos textos a estudiar los aportes que, en

nuestro contexto, tuvo el periodo de la Presidencia del General Antonio

Guzmán Blanco (1820-1899). Excelentes estudios han realizado la

contribución necesaria que, desde la historiografía, se requiere para la

profundización del análisis y, la búsqueda de nuevas lecturas pues en su

mayoría, los textos que se han elaborado sobre el periodo en cuestión

recogen elementos documentales.

La discusión en torno a la arquitectura del guzmancismo tiende a

caracterizarla como la búsqueda del afrancesamiento, o cuanto más, como

llegada del eclecticismo. Sin embargo consideramos importante

profundizar más en posibles nuevas lecturas más aún cuando, para este

momento, coincidía en nuestro país con la implantación de las teorías

positivistas, que como sabemos, intentaron abarcar las más amplias

gamas del saber humano.

El Positivismo como planteamiento filosófico no era simplemente un

postulado teórico más, pues desde sus inicios, de la mano del francés

Augusto Comte (1798-1857) y otros pensadores europeos, mostró

profunda preocupación social e interés por modificar el nivel de vida de la

sociedad y enrumbarla por derroteros de prosperidad. El positivismo

aglutinó una permanente preocupación de los intelectuales desde hace

unos cuantos siglos atrás y sistematizó a través de una serie de

propuestas, intentando darles salida a través de los avances científicos y el

dominio de la razón humana. En realidad implicaba una nueva concepción

del mundo, exigía una actitud distinta por parte del individuo y su

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sociedad, de allí que su influencia sería determinante en cualquier entorno

en el cual se viese aplicado.

Los conceptos positivistas sirvieron de sustento para imponer un

proyecto modernizador en Latinoamérica, bajo la consigna del “orden y

progreso” que aún campea sobre el estandarte del moderno Brasil.

La presente investigación procura, entonces, realizar un

acercamiento entre la teoría que, por medio del sector intelectual

venezolano, se incorpora a nuestro contexto, con las propuestas

arquitectónicas que el presidente Guzmán Blanco introdujo. Se espera

poner a dialogar al pensamiento positivista, el cual estaba en plena

efervescencia para el momento, con las obras que procuraban cambiar el

pasado hispanista por el futuro del conocimiento científico, la razón y el

progreso, representado por las ideas y las obras de Francia. No se trata de

desmontar la afirmación de la arquitectura guzmancista como imposición

del eclecticismo afrancesado, sino de ampliar esa mirada con nuevos

aportes, tratando de enriquecer nuestra comprensión sobre la arquitectura

nacional y fortalecer su valor patrimonial e histórico, ya no sólo como hitos

de un pasado sino además como expresión de modos de pensamiento y de

propuestas filosóficas.

En todo caso, lo que se busca es contribuir modestamente con

afianzar la investigación de la Teoría y la Historia de la Arquitectura en

nuestro país, además de ampliar la comprensión de sus particularidades y

sus aportes a la cultura venezolana. Se ha dividido el trabajo en dos

capítulos, el primero, pretende aproximarse al contexto cultural de

Venezuela a fines del siglo XIX, tiempo en el cual se nota el auge del

positivismo así como las consiguientes disputas entre tendencias

conservadoras e ideas renovadoras, partiendo de una mirada sintética a la

teoría positivista y sus postulados fundamentales. En el segundo capítulo

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se analiza la situación general de la arquitectura europea en el siglo XIX,

así como de la arquitectura guzmancista, entendida como la forma de

expresión del positivismo impuesto. Se intentará abordar la revisión de

varias obras realizadas durante el periodo Guzmancista, especialmente el

Capitolio Federal y lo que llamó Leszek Zawisza, los cuatro templos: el

Panteón Nacional, el Templo Masónico y las Iglesias de Santa Teresa y

Santa Capilla. Para ello se hizo una detallada revisión de las fuentes

bibliohemerográficas, en la Universidad de Los Andes y la Universidad

Central de Venezuela; además de los archivos fotográficos pertenecientes a

la Biblioteca Nacional de Venezuela. Se completó el trabajo gracias a

valiosas conversaciones sostenidas con los investigadores pertenecientes al

Instituto Autónomo Biblioteca Nacional. Sin embargo, las limitaciones en

cuanto a la organización de estos archivos fotográficos, así como la escasa

información bibliohemerográfica, así como la imposibilidad de acceder a

ciertos archivos documentales existentes, dificultaron la investigación. Es

evidente la pertinencia de explorar más en torno a estos temas, necesarios

a la hora de manejar una visión de conjunto sobre la teoría y la historia de

la arquitectura y la cultura venezolana.

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Capítulo 1.

El Positivismo durante el período de Antonio Guzmán Blanco y su

incidencia en la Arquitectura.

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1.1 Positivismo y Arquitectura. Consideraciones generales

El Positivismo fue uno de los pensamientos filosóficos y de los

movimientos intelectuales que más predominó y dejó una clara influencia

en todo este continente, durante la segunda mitad del siglo XIX y en las

primeras décadas del XX.1 Su influjo alcanzó las más variadas áreas del

saber: la política, el derecho, la ciencia, la educación, la sociología, la

literatura, el arte, entre muchas otras, así como de manera incidental, dejó

su marca en la arquitectura desde finales del siglo XIX.

Aunque en esencia se le conoce como una doctrina filosófica y

científica, sus ideas proponen una nueva concepción antropológica del

hombre y del mundo, además de una nueva concepción de la filosofía. Por

ello se tornó una corriente que impactó en los más distintos campos del

saber. Dentro de sus planteamientos fundamentales, el positivismo confía

de manera optimista en el avance continuo de las ciencias, como una

muestra del progreso humano, dirigido en camino ascendente hacia el

perfeccionamiento social. Considera que el hombre está destinado a ir

superando etapas “primitivas”, con los constantes desarrollos científicos y

tecnológicos, hasta alcanzar un “estado positivo”. Además el positivismo:

“... se niega a admitir otra realidad que no sean los hechos y a

investigar otra cosa que no sean las relaciones de los hechos. [...]

Esta doctrina comprende no sólo una teoría de la ciencia sino

también, y muy especialmente, una reforma de la sociedad.”2

De hecho, la sociedad europea se sintió conducida hacia lo que

consideró un mundo mejor, de una manera mucho más eficaz y segura

1 Cfr. Congreso de la República de Venezuela. La doctrina positivista. Edición del Sesquicentenario de la Independencia. Caracas, 1961. p. 10. 2 José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía. Alianza. Madrid, 1979. p. 1082.

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que cuando estaba dirigida por las ideas teológicas o metafísicas, pues a

cada instante, un nuevo adelanto científico contribuía a proporcionar un

mayor bienestar a la civilización. Tal sensación repercutió de manera

inmediata tanto en el plano teórico como en el práctico: pues desde el

punto de vista especulativo, vale decir teórico, se impuso del método

empleado por las ciencias naturales, llegando a irradiarse hacia las más

variadas áreas del saber acompañado de la crítica a toda metodología que

no siguiese estrictamente los parámetros establecidos por este método.

Desde lo pragmático, se impulsó el fortalecimiento de la industria y la

infraestructura en general, a los fines de consolidar la economía de los

pueblos. En este sentido, serán las construcciones arquitectónicas uno de

tantos lenguajes para expresar el arribo de un nuevo pensamiento,

tomando como bandera la idea de la Arquitectura como símbolo del

progreso humano, en especial con el desarrollo de los nuevos materiales

como el acero y el vidrio y nuevas tecnologías constructivas, alimentado

por el asentamiento de la Ingeniería como disciplina. El pensamiento

positivo vendrá a tener influencias innegables en algunos de los

fundamentos esenciales de la arquitectura, desde su apología al progreso,

al orden y a la ciencia como fin último y solución a los planteamientos del

hombre.

Como ocurre con muchas otras expresiones del pensamiento, el

Positivismo no es un producto aislado, ni mucho menos el resultado

individual de una concepción solitaria. Por el contrario, esta propuesta

filosófica es más bien consecuencia de las constantes reflexiones

generadas por diversos pensadores, ofrecidas en distintos momentos y con

diferentes matices, sobre todo a partir del siglo XVIII y del movimiento

conocido como la Ilustración. El positivismo vendrá a ser uno de los

pensamientos que aglutinarán las consideraciones de diversos teóricos,

alimentado por el espíritu renovador. El filósofo polaco Leszek Kolakowski

(1927- ) suele vincular como antecedentes del Positivismo algunas ideas

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del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), del pensador francés

Claude Henri de Rouvroy, más conocido como el Conde de Saint-Simon

(1760-1825) e incluso de manera más indirecta del mismo Descartes

(1596-1650) y del filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626)3. En todas

estas influencias se percibe la pretensión por garantizar la certeza de lo

verificable científicamente con el uso exclusivo de la razón, por la

búsqueda de una verdad capaz de ser comprobada. De allí que el

positivismo, lejos de ser una teoría totalmente novedosa, mas bien fue la

culminación de un proceso histórico de reflexión, la consecuencia de la

acumulación de un conjunto de propuestas sucesivas, entre otras cosas,

por el florecimiento del estudio de las ciencias naturales, desde la propia

Edad Media y la conciencia de las posibilidades para su aplicación práctica

desde el siglo XVIII4. Así mismo, el positivismo vendrá a ser la derivación

de concreciones filosóficas medianamente afines dentro del pensamiento

racionalista y cientificista que venían generándose desde, por lo menos,

hace más de un siglo, con la característica particular de no circunscribirse

a lo meramente filosófico, sino mas bien expandirse a los distintos campos

del saber humano.

Sobre la base de estos antecedentes fue que el filósofo francés

Augusto Comte (1798-1857) acuñó el término positivismo, tras la

publicación de su extenso libro “Curso de Filosofía Positiva”, cuya obra de

seis tomos fue editada entre 1830 y 1842. En ella Comte detalla los

postulados fundamentales de la filosofía positiva, aun cuando, como

vemos, muchas de las ideas ya rondaban en el ambiente científico de la

época. Entre uno de los postulados más importantes para el momento

estaba la exigencia de Realidad, mediante la cual se intenta delimitar el

conocimiento científico y filosófico a las investigaciones verdaderamente

3 Incluso Kolakowski habla de un Positivismo medieval, al identificar elementos de esta filosofía en las ideas de algunos pensadores del siglo XIII como el filósofo y científico inglés Roger Bacon (c. 1214-1294) y el filósofo y teólogo escolástico Guillermo de Ockham (c. 1285-c. 1349). Cfr. Leszek Kolakowski. La Filosofía Positivista. Cátedra. Madrid, 1988. p. 26. 4 Cfr. Marisa Kohn de Beker. Tendencias positivistas en Venezuela. Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1970. p. 9.

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asequibles a nuestra inteligencia, vale decir, a los hechos, entendidos

como los acontecimientos o fenómenos accesibles a la observación, “los

objetos de la experiencia”. Esta exigencia va en contra de toda vinculación

con lo especulativo, contra toda elaboración a priori, contra toda

elaboración metafísica, por lo que el positivismo queda caracterizado por

su empirismo en cuanto conocimiento que se origina de la experiencia.5

De allí que uno de sus principios básicos mencionados en la obra de

Comte sea el de la negación a cualquier argumento que no sea verificable

por hechos capaces de ser comprobados mediante la ciencia y sus

métodos, la exigencia de que, ante todo, siempre se parta de la realidad

sensible, que las ideas sean asequibles a nuestra inteligencia, a los objetos

de experiencia o a los fenómenos aptos de ser certificados. Comte, además

de asumir a este pensamiento como un sistema en el que únicamente

predomine la aislada experiencia perceptiva, como base del conocimiento

humano, también en sus escritos aprovecha para criticar al mero

Empirismo, al verlo como la estéril observación y acumulación de datos, ya

que considera que se debe ir más allá de la pura observación de los

hechos6. Cuestiona las posturas metafísicas de la filosofía, diciendo que

éstas reemplazan la ley de la verdad con la ley de las ideas, quiere decir

que si el pensamiento humano se entrega al juego especulativo de las

puras ideas abstractas, acaba por reemplazar la realidad objetiva con la

subordinación al yo, con lo subjetivo, convirtiéndose el pensamiento en

Idealismo7. Pero lo que propone Comte es llevar a un sentido práctico sus

postulados, no dejarlos como otros planteamientos filosóficos, sólo en el

papel, sino trasladarlos a la práctica a través de una ciencia de lo moral,

de lo social y lo de político, agrupada en la sociología8.

5 Cfr. Augusto Comte. Discurso sobre el espíritu positivo. Aguilar. Buenos Aires, 1962. p. 52 6 Ibídem. 7 Ibídem. 8 De hecho, Comte es considerado como uno de los fundadores de la ciencia llamada Sociología, además de ser quien introdujo este término.Cfr. Augusto Comte. Op. Cit., p. 103.

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Partiendo de ese avance progresivo, Comte plantea tres fases por

medio de las cuales la sociedad moderna circulará de manera sucesiva

hasta llegar a un estado ideal. A este postulado se le conoce como ley de

los tres estados: Teológico, Metafísico y Positivo. Es uno de los postulados

más conocidos y debatidos dentro de sus ideas y dio pie a diferentes

lecturas por parte de los pensadores que asumen posiciones en torno a

esta filosofía, algunas incluso alejadas del matiz original que les imprime el

filósofo francés.

El primer estado – el Teológico – es considerado por Comte como el

más primitivo, el cual parte desde las ideas animistas y fetichistas,

entendida como la devoción por los objetos, pasando por creencias como el

politeísmo hasta llegar al monoteísmo, que será considerado por el filósofo

como la forma de pensamiento medianamente adelantada dentro de este

estado teológico. En este estado, aclara Comte, los acontecimientos se

explican de un modo muy elemental apelando a la voluntad de los dioses o

de un único dios. Sobre esta primera etapa, equivalente a la Teocracia,

explica el filósofo polaco Leszek Kolakowski (1927- ):

Cada ciencia pasa inevitablemente por esta fase que de ningún modo hace falta representar como un conjunto de prejuicios estériles, sino precisamente como la forma embrionaria del saber, que anticipa sus futuras adquisiciones, teniendo el mérito de un esfuerzo rudimentario en materia de observaciones y reflexiones. A este nivel, la mente humana se interroga sobre la naturaleza oculta de las cosas, quiere saber “¿por qué?” tal o cual cosa tiene lugar y contesta a esta pregunta construyendo a su propia imagen divinidades que le explican el mundo. 9

Sin embargo, la etapa Teológica fue, según el positivismo, necesaria

como fase inicial de la transición, pues en un primer momento ciencia y

9 Leszek Kolakowski. Op. Cit., p. 72.

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teología no se oponían, pues según Comte recorrían caminos diferentes.

Pero desde el instante en que la ciencia se interesó por explicar los hechos

naturales sus intereses se cruzaron. De allí que no sólo las explicaciones

de los fenómenos entre ciencia y religión serían contradictorias, sino que

los métodos para comprenderlos son antagónicos, mientras que la ciencia

recurre a la observación y la inducción, la religión explica por medio de la

revelación. En la visión social es aun más profunda la contradicción, pues

dentro del espíritu teológico está implícita una actitud hacia evitar toda

innovación y el temor a los adelantos de la ciencia, ya que los hechos

aparecen explicados o bien escapan a la interpretación humana, algo

inaceptable para la postura científica. Por lo que la etapa teológica, de

alguna manera útil en un primer momento, termina convirtiéndose en

enemigo de los adelantos de la ciencia, al no permitir la intervención

humana para la modificación del orden natural, sino pretender imponer

dogmáticamente la necesidad de acudir a lo espiritual. La sociedad

industrial y cientificista, cuya esencia se funda en la capacidad del hombre

para aplicar en la vida práctica los conocimientos científicos acumulados y

sistematizados, entraba en franca oposición con la teología, que pretendía,

según la visión positivista, impedir que el hombre interviniera en sus

propios asuntos.

Luego de un proceso progresivo de maduración en este estado,

Comte asume que cada sociedad deberá pasar por un segundo nivel, en el

cual los fenómenos se explican invocando categorías filosóficas abstractas,

en donde el hombre, aunque ya no busca las causas de los hechos fuera

de la naturaleza y tampoco recurre a la intervención de fuerzas externas,

ahora crea definiciones un tanto más concretas; pero aún con el uso de

divinidades o mediante el desarrollo de una especie de monoteísmo

profano en el cual el hombre asume que la naturaleza posee una fuerza

intrínseca que genera los fenómenos. En la concepción de este “estado

metafísico” la sociedad puede explicar ciertas realidades aplicando

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incipientemente la lógica científica, pero aún soporta la esencia de las

mismas en posturas que escapan de la realidad tangible y comprobable

científicamente. Aunque en la etapa dominada por la mentalidad

metafísica se evidencia la negación del orden teológico, pues dentro de su

planteamiento está el contrarrestar el orden anterior, esta negación bien

pudiera llegar a transformarse en caos, incluso en destrucción. A manera

de ejemplo, Comte comenta la aparición del caos social, del escepticismo y

la anarquía, por lo que, si el Estado Teológico resultaba un peligro para el

Progreso, el Estado Metafísico lo representaba para el Orden, mientras

que, según esta posición, en el ámbito científico el espíritu metafísico

amenaza el avance de la ciencia, por su carácter abstracto y por tender

hacia lo absoluto. Esta etapa es considerada por Comte como necesaria

dentro del desarrollo de la sociedad, por cuanto contribuye al progreso del

saber en los diferentes campos y de sus etapas superiores, preparando las

condiciones para el surgimiento del cambio fundamental que debe darse

con la entrada del espíritu positivo10.

El espíritu positivo, la tercera etapa planeada por Comte, encarna la

máxima aspiración que, según este pensamiento, alcanzará

ineludiblemente toda sociedad, como resultado de este proceso de

maduración y avance social. Para el filósofo ya la sociedad occidental de

entonces se encontraba en ese estadio, es decir, que el estado positivo no

era ni un ideal ni una meta por alcanzar sino la realidad europea del

momento. Ese presente se considera una etapa más perfecta, puesto que

ofrece, según Comte, mayor bienestar a sus ciudadanos. Dicha condición

es posible gracias al nivel de madurez intelectual alcanzado en la

utilización de procedimientos científicos y técnicos tanto para interpretar

el pasado como para actuar en el presente y el futuro. El estado positivo

tendría como elementos fundamentales el “orden” y el “progreso”:

10 Ibídem. p. 74

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La necesidad de orden se fundamentó sobre la tendencia natural de la sociedad a organizarse, y esta aspiración se veía completamente satisfecha sólo con el advenimiento del estado positivo, pues en él se lograban establecer la armonía racional de la sociedad por la utilización de métodos de conocimiento que permitirían una interpretación de la realidad según la cual cada evento ocuparía el lugar correspondiente a su función en cuanto necesaria y preparatoria de las fases siguientes. En consecuencia, la doctrina positivista de Comte otorga un sentido a la historia11.

El pensamiento filosófico, aunque más bien desde una mirada

sociológica, atribuye a cada uno de los tres grandes estados históricos un

concepto preponderante que los caracteriza: la era Teológica se

fundamenta en la noción de divinidad, la etapa metafísica se sustenta en

la idea de la naturaleza y, la etapa presente, vale decir la etapa Positiva,

dirige su interés hacia el ideal que representa el concepto de Humanidad.

Se trata de hacer el esfuerzo por sistematizar y organizar el saber y

encaminarlo al perfeccionamiento del ser humano, el cual sale de su

mundo individual para conocer su mundo fenoménico, pudiéndolo

aprovechar en su beneficio.

Como puede verse, se trata de un pensamiento con una clara

proyección social, ya que para el positivismo el individuo no es el

responsable directo de los cambios, sino que la humanidad en general

progresivamente va alcanzando cierta madurez que le permite superar un

pasado signado por los “misterios” de la teología o por los conceptos

“abstractos” de la metafísica12; para alcanzar un “estado positivo”, regido

por dos principios básicos: el orden y el progreso. El orden es considerado

una necesidad para que las sociedades se organicen y armonicen entre sí,

posibilitando el progreso, entendido como el conjunto de adquisiciones

11 Marisa Kohn de Beker. Op. Cit., p. 15. 12 Cfr. Marisa Kohn de Beker. Tendencias positivistas en Venezuela. Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1970. p. 9.

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científicas y tecnológicas destinadas a contribuir con el desarrollo de los

pueblos. Al efecto, el propio Augusto Comte (1798-1857) diría:

Para el espíritu positivo el hombre propiamente no existe, sólo puede existir la Humanidad, puesto que todo nuestro desarrollo se debe a la sociedad en cualquier aspecto que lo consideremos. [...] La filosofía positivista es una filosofía social, pues procura la relación de cada uno con todos.13

En este sentido, añade el investigador Caracciolo Parra:

El nombre “Filosofía Positiva” procede de Saint-Simón y Augusto Comte y, en su versión abreviada “Positivismo”, subsiste hasta hoy día, aunque esos mismos que se presentan a los ojos de los historiadores o de los críticos como partidarios de la doctrina

positivista, no estén todos de acuerdo en reclamar este nombre14.

Comte, en un intento por delimitar la función del pensamiento

positivista, indica que, como ciencia social, a través del Positivismo se

señala la ley que rige cada tipo de fenómenos y por otra, conocer un hecho

independientemente de su exploración directa, en virtud de su relación

con otros fenómenos dados. En ese esfuerzo por darle un rasgo cada vez

más social a sus planteamientos, Comte llegó a plantear en escritos

ulteriores la idea de la Religión de la Humanidad. La filósofa Ana C. Conde

afirma que este planteamiento es la culminación del sistema expuesto por

Comte, al intentar llevar a la sociedad a un estado de tal perfección que,

en sí mismo, se eternice en la satisfacción de las necesidades del hombre.

En este sentido, explica Ana C. Conde que:

El propósito comteano de regenerar la sociedad basándose en el conocimiento de las leyes sociales asume la forma de una religión en la que se substituye el amor a Dios por el amor a la Humanidad. La Humanidad es un ser que trasciende a los individuos. Está compuesta por todos los individuos vivientes, por los fallecidos y por los que aún no han nacido y se reemplazan en su interior como las células de un organismo: “todos los seres deben ser concebidos, no como otros tantos seres separados, sino como los diversos órganos de un solo Gran Ser” son el producto de

13 Augusto Comte. Discurso sobre el espíritu positivo. Aguilar. Buenos Aires, 1962. p.132. 14 Caracciolo Parra. Filosofía Universitaria Venezolana, 1788-1821. Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1968. p. 104.

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la Humanidad que se convierte en el objeto de veneración de la Religión Positiva15.

Amparado en esta visión sucesiva y acumulativa de la historia, una

de las máximas comunes del pensamiento positivista son las ya citadas

Orden y Progreso, por lo que es importante notar la idea que manejan

estos filósofos sobre lo que implican estos conceptos. El progreso es

manejado como el conjunto de adquisiciones científicas, las cuales llevan a

la sociedad, alimentada con la acumulación de conocimientos, en un

avance gradual hacia su mejoramiento y a la satisfacción de sus

necesidades. Esta posición es clara, dentro del Positivismo, en algunas

disciplinas científicas como la matemática, la química, la biología o la

sociología. Es por ello que, para el positivismo, el orden, por otra parte, era

más bien un requisito, una condición mediante la cual las sociedades

podrían alcanzar sucesivamente estados ulteriores. El orden jurídico,

económico y social permitiría que se capitalizaran los esfuerzos generados

desde las adquisiciones científicas por lo tanto, tanto orden como progreso

trabajan en conjunto para permitir el desarrollo de la sociedad. Esta

premisa del orden y el progreso será uno de los elementos en los cuales, en

la práctica, se incorporaría la Arquitectura dentro del discurso positivista,

puesto que, bajo el pretexto de ordenar y avanzar gradualmente, se tomará

a la arquitectura como símbolo de la organización urbana, como parte de

la expresión del desarrollo material y como imagen del triunfo del progreso

científico y técnico. El positivismo, y su fe en el orden y el progreso,

permitirá estimular la construcción de obras en las que se plantean el

triunfo de la ciencia y la tecnología constructiva.

Aun cuando en el caso de la arquitectura, el positivismo no

desarrolló un movimiento como tal, evidentemente sí ejerció su influencia

sobre un conjunto de arquitectos y teóricos de la arquitectura, quienes

15 Ana C. Conde. La Religión de la Humanidad: ¿Culminación del Sistema Positivo? Estudio sobre el sentido de la Religión Positiva en el Sistema de Comte. A Parte Rei. Revista de Filosofía. 36. España, noviembre 2004.

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toman como punto de partida al cientificismo positivista y sus aplicaciones

en el orden práctico.

Entre quienes revelan interés por suscribir las teorías positivistas, se

encuentra el arquitecto vienés Gottfried Semper (1803-1879). Sobre

Semper, explica el arquitecto y teórico español Josep María Montaner

(1954- ):

El objetivo de las teorías de Semper (…) fue el de la búsqueda de unas leyes fijas e inmutables para el arte. Según la teoría determinista del positivismo estas leyes provenían de los

condicionamientos materiales, técnicos, climatológicos, políticos, culturales y religiosos. Semper trata sobre la noción de tectonicidad como relación orgánica, interrelacionada y articulada entre las diversas decisiones técnicas que conforman un edificio. Según Semper existen distintas áreas y técnicas tectónicas, siendo la arquitectura la técnica y arte del espacio.16

Luego Montaner añade, dentro de las posiciones positivistas en la

arquitectura, a Viollet-le-Duc y a August Choisy (1841-1909), sobre todo

por la obra de éste último Historia de la Arquitectura, publicada en 1899,

opinando Montaner que, “si bien el positivismo provocó dos mitos y

equívocos importantes – el mecanicismo y el biológico – tuvo como efecto

positivo el provocar el uso de documentación rigurosa para todo estudio

crítico, superando fases literarias y retóricas”17. Había por ende un traslado

de uno de los pensamientos filosóficos más difundidos en ese continente

para el momento, hacia la teoría arquitectónica, sobre todo de quienes

intentaban establecer leyes más o menos estables, partiendo del método

científico positivista aplicado tanto a las ciencias sociales como a la

arquitectura. Sin embargo, en el caso de las naciones latinoamericanas, el

positivismo tendría otras visiones muy distintas, puesto que a las posturas

16 Josep María Montaner. Arquitectura y crítica. Editorial Gustavo Gili S.A. Barcelona (Esp.) 1999. p. 24. 17 Ibídem.

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originales se le añadieron las características propias de cada contexto

particular.

Luego de la lucha independentista, tal y como ocurrió con gran parte

de Latinoamérica, nuestro país centró su atención en Europa como

referencia obligatoria para alcanzar el progreso científico, técnico y

económico, necesario tras el atraso y el despoblamiento producto de la

guerra. Las dificultades para implementar un proyecto definido para el

país, la inestabilidad política y la inexistencia de un desarrollo tecnológico

mínimo, obligaban a traspasar modelos ajenos a nuestra realidad,

intentando adaptarlos y aplicarlos en este territorio. Esto ocasionó la

polémica entre posiciones conservadoras, de los sectores más reacios a

cambiar, frente a los adeptos a adoptar nuevas teorías e incorporarlas para

modificar determinadas situaciones en el país. Una de las ideas

provenientes de Europa que fueron más difundidas en Venezuela fue el

positivismo, cuya propuesta parecía especialmente apta para los

problemas del país.

1.2 El Positivismo en Venezuela y Latinoamérica

La nación venezolana fue construyéndose, luego del proceso de

conquista y colonización, sobre la base de relaciones bastante complejas.

La influencia étnica y cultural de las tres razas que moldearon lo que hoy

denominamos Venezuela es también causante de la permeabilidad en

cuanto a la adopción de ideas foráneas. Pues, como señala el escritor

Mariano Picón-Salas (1901-1965):

“La Cultura de un país es la suma no solo de las creaciones

originales sino de los préstamos cambiantes que cada pueblo –

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aun el más modesto – debió realizar para configurar su

historia.”18

Pero el proceso que viviría Venezuela con la llegada y consolidación

del positivismo, en la segunda mitad del siglo XIX, no resultaría ni un

fenómeno exclusivo, ni aislado del contexto latinoamericano. Por el

contrario, la mayor parte de las jóvenes repúblicas de nuestro continente

vivirían un fenómeno similar, aun cuando con las diferencias propias de

cada proceso histórico, pues ya para la época, había quedado décadas

atrás el sueño de los libertadores de ver un continente unido, así que cada

nación pasaba por situaciones históricas distintas.

De hecho, después de la imposición del pensamiento escolástico

colonialista, por parte del Imperio Español, al continente americano

llegarán las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa que

inspirarían las luchas independentistas de hombres como Simón Bolívar

(1783-1830), Francisco de Miranda (1750-1816), José de San Martín

(1778-1850), José Artigas (1764-1850) y al resto de los héroes

independentistas, dejando su impronta hasta las primeras décadas del

siglo XIX, para luego ser el Positivismo el proyecto filosófico y político que

tomará posición en el continente. Este pensamiento fue visto desde el

comienzo por muchos pensadores americanos como un instrumento de

orden, constructivo, en contradicción con algunas doctrinas anteriores,

que ellos veían como destructivas y arcaicas. El historiador mexicano José

María Luis Mora (1794-1850) plantea que la forma para avanzar sobre el

legado de las sociedades coloniales:

“Es preciso, para la estabilidad de una reforma, que sea gradual

y caracterizada por revoluciones mentales que se extiendan a la

18 Mariano Picón-Salas y otros. Venezuela Independiente 1810-1960. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1962. p. 3.

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sociedad y modifiquen las opiniones, no sólo de determinadas

personas, sino las de toda la masa del pueblo19”.

Pero hay que distinguir además la diferencia entre las

circunstancias históricas en las que llega el pensamiento positivista a

Hispanoamérica, frente a las de Brasil. Por una parte, los hispanos

tratábamos de romper de manera radical con nuestro pasado colonial, por

lo que se vio en el Positivismo la teoría que sustentaba esa búsqueda, en el

instrumento más idóneo para revolucionar a través de la emancipación

ideológica y la creación de un nuevo orden social. Representaba el

pensamiento adecuado para imponer un nuevo orden intelectual, y con

éste, repercutir en lo político y lo social, pues consideraban que así se

superaría una larga historia de violencia y anarquía política. Por el

contrario, los brasileños, que habían pasado por un proceso histórico

distinto, puesto que fueron emancipados de manera pacífica, entendieron

en el positivismo a un instrumento para analizar la realidad, un camino de

evolución, no de revolución.

Entendiendo los distintos contextos nacionales, los países de la

América Hispana tomaron al Positivismo de muy distinto modo, siempre

adaptándolo según los criterios que, en cada región, consideraba el ideal

para superar sus carencias, dando como resultado las diversas formas de

entender la filosofía positivista, algunas bastante alejadas entre sí,

alimentadas además por otras teorías científicas. Por lo que, en vez de

hablar de un positivismo hispanoamericano, el filósofo mexicano Leopoldo

Zea (1912-2004) considera que es más adecuado mencionar a cada

realidad en particular. Aunque algunos elementos serán comunes a todos

los países de la región, como el desacuerdo frente a la idea de una Religión

de la Humanidad, así como la posibilidad de aprovechar las ideas

19 José María Luis Mora. Revista política de las administraciones de la República Mexicana. México, 1838.

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educativas que proponían algunos teóricos positivistas, pues en la mayor

parte de los países de América Latina se llega a considerar como el mejor

instrumento para la formación del nuevo ciudadano, así como el modo de

alejarlos de la fuerte influencia que para entonces tenía la religión Católica

en la educación, como preámbulo de establecer una educación laica20.

Otro rasgo afín entre los positivistas latinoamericanos era que se

consideraban, a juicio de Zea, continuadores del proceso emancipador,

herederos de la causa independentista, ahora no política, sino mental.

Partían del análisis de la historia reciente, para proponer la creación de un

nuevo orden, un nuevo concepto de libertad, entendida como la expresión

creativa del hombre, alejada de lo que consideraban la anarquía de las

guerras civiles recientes. Pretendían la construcción de un orden en el que

quedara atrás las disputas recientes entre liberales y conservadores, y más

lejos aún las de godos y jacobinos, refiriéndose a las luchas ideológicas

que acompañaron a los libertadores del continente21.

Ahora bien, las contradicciones entre la manera de abordar las

teorías positivistas por parte de cada nación serán mayores cuando se

refieren al plano político, social e ideológico, incorporándole elementos de

otras teorías, incluso provenientes de otros campos del saber, como lo

relata Zea:

La realidad, la sociedad, la cultura y la historia de América

Latina serán, así, interpretadas a partir de las diversas expresiones del positivismo, incluyendo el darwinismo. A lo largo de esta América surgirán diversas interpretaciones de esta historia, de su sociedad y cultura; igualmente interpretaciones del propio positivismo, desde el punto de vista de los propios latinoamericanos. Llegándose, inclusive, como los brasileños, a sostener la ortodoxia positivista frente a lo que considerarán desvíos de los positivistas europeos pese a que se consideraban herederos de Comte.22

20 Cfr. Leopoldo Zea. El Pensamiento Latinoamericano. Ariel. Barcelona (Esp.), 1965. p. 81. 21 Cfr. Leopoldo Zea. (Prólogo) El Pensamiento Positivista Latinoamericano. Biblioteca Ayacucho. 71. Caracas, 1980. p. 33. 22 Op. Cit., p. 30.

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De allí que ante contextos sociopolíticos tan diversos en el

continente, la interpretación y aplicación del pensamiento positivista

producirán efectos muy variados. Desde las posturas que intentan buscar

los criterios más ortodoxos y originarios del positivismo, como en el caso

del Brasil, pasando por la mezcla del pensamiento de Carlos Marx (1818-

1883) con el positivismo de Herbert Spencer (1820-1903), que se propuso

en Argentina, o la vinculación con la modernización de Venezuela, hasta

en la justificación del pensamiento más conservador y reaccionario, como

fue el caso del Partido de los Científicos en México y su apoyo a la

dictadura de Porfirio Díaz (1830-1915), además del respaldo y la

justificación ideológica a otros caudillos o dictadores latinoamericanos,

como, en el caso venezolano, desde Juan Vicente Gómez (1857-1935)

hasta Marcos Pérez Jiménez (1914-2001)23.

En la práctica, el proyecto positivista servirá para ir reemplazando

un orden dominante por otro, para sustituir el desgastado modelo

poscolonial que aún se mantenía en las repúblicas ya independientes, las

cuales, al carecer de un modelo político coherente, tropezaban en sus

intentos por mejorar su situación política y social. Pronto pasará a ser, de

la mano de los intelectuales que asesoraban hábiles dictadores, una nueva

forma de imponer un concepto de desarrollo, cambiando la vieja visión de

la herencia colonial hispana por la nueva imposición de cosmopolitismo, el

desarrollismo europeo, del “orden y el progreso” materiales. Como lo

plantea el filósofo Ángel Cappelletti (1927-1995):

La filosofía positivista es el instrumento ideológico del cual se vale la burguesía para luchar contra las fuerzas remanentes del feudalismo y de la monarquía sin dejar el campo libre a las clases populares (a los campesinos sin tierra, a los artesanos, a la

incipiente clase obrera). Se trata de combatir la sociedad y la

23 Ibídem. p. 30

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cultura del pasado y de prevenir al mismo tiempo el advenimiento de una sociedad sin clases (en manos de los trabajadores) y de una cultura libre de todo dogmatismo. Nada mejor que la ciencia para demostrar la inanidad del derecho divino y de las tradiciones religiosas, y para probar, mediante las leyes de la evolución y de la herencia, la necesidad de que sobreviva el individuo más apto y la raza mejor dotada. Con la misma espada, que tiene doble filo, hiere a la burguesía a la aristocracia (el pasado) y al proletariado (el futuro); ataca a la Iglesia y a la Internacional; combate a la monarquía y la anarquía.24

Y es que, tras la separación de la colonia española, se habían

generado fuerzas emergentes surgidas de la base de los soldados

independentistas y de los sectores excluidos (esclavos y campesinos),

quienes aspiraban mejoras sustanciales en sus precarios niveles de vida,

alentados además por las luchas civiles posteriores, como fue el caso de la

Guerra Federal venezolana y la figura del General Ezequiel Zamora (1817-

1860). Cappelletti menciona que estas fuerzas amenazaban con tomar en

serio los postulados de libertad e igualdad proclamados por la revolución

emancipadora25, por lo que los sectores dominantes, en particular los que

emergieron después de la liberación de España, buscaban frenar este

avance, recurriendo a planteamientos que distendieran las contradicciones

sin que se amenazara el nuevo poder liberal y reformista, esa sería, desde

lo político, una nueva aplicación para el Positivismo. En este sentido,

agrega Cappelletti:

La verdad es que, en Venezuela, como en América Latina toda, el positivismo fue un instrumento ideológico ambivalente, que utilizó la nueva clase criolla para consolidar su poder tanto contra los restos de la clase esclavista y del feudalismo como contra las clases populares que aspiraban a una verdadera democracia igualitaria y social. Fue, pues, por un lado, progresista, en cuanto pretendía sepultar definitivamente el pasado colonial, esclavista y feudal; pero fue, por otro, conservador y aun reaccionario, en la medida en que trataba de

24 Ángel J. Cappelletti. Positivismo y evolucionismo en Venezuela. Monte Ávila. Caracas, 1992. p. 21. 25 Ibídem.

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evitar cambios sociales revolucionarios y formas políticas verdaderamente democráticas.26

Pero además, el positivismo latinoamericano mostró siempre la

mezcla de teorías y conceptos para explicar sus principios e incluso para

llevar a la práctica sus postulados, llegando inclusive algunos teóricos a

modificar con el tiempo sus posturas. Intentando resumir la variedad de

ideas vinculadas al positivismo en nuestro continente Cappelletti recoge

algunas de las más importantes concepciones que pueden relacionarse a

esta filosofía a lo largo del continente americano:

- El Cientificismo: Entendido como la limitación a los meros hechos

dados, los cuales sólo son comprobables por los métodos aceptados

por la ciencia.

- El Naturalismo: El positivismo se vincula al naturalismo, al reducir

lo sobrenatural a lo natural y al relacionar lo social y lo cultural con

lo biológico.

- El Determinismo: Parte de considerar a todos los hechos de la

naturaleza como sujetos de leyes causales, de que todo

acontecimiento tiene una causa determinada, por lo que el

positivismo, tanto en Europa como en América Latina, adopta por

coincidencia muchos de sus principios básicos.

- El Evolucionismo: La mayoría de los pensadores positivistas

latinoamericanos asimilaron, en mayor o menor medida, las teorías

del biólogo británico Charles Darwin (1809-1882) publicadas en

1859, en algunos casos entremezclándolas con las ideas positivistas.

- El Monismo: Partiendo del principio de que sólo existe una sustancia

primaria en el Universo, los positivistas que consideran esta idea se

dividen entre los que la conjugan con el evolucionismo y los que

incluso llegan a un monismo espiritualista, el cual, aun sin salirse

26 Op. Cit., p. 28.

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de las leyes de la materia y la ciencia, pero defienden la existencia de

un principio superior teleológico.

- El Positivismo Histórico: Recurriendo al auxilio de otras teorías de

las ya mencionadas, algunos pensadores defienden una

interpretación positivista de la historia en la que por ejemplo, se

asume que las guerras y conflictos son parte de las etapas

necesarias para llegar a un Estado Positivo, así como descartar las

explicaciones teológicas o metafísicas, incluso negando el posible

libre albedrío en la historia.

- La antítesis entre Civilización y Barbarie: La cual será utilizada por

la mayoría de los positivistas durante décadas para confrontar a las

posiciones conservadoras con las del positivismo. Su expresión más

común se verá en la literatura, a través de, por ejemplo, la narrativa

de autores como el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-

1888) o el venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969).

- El Anticlericalismo: El conflicto con la influencia que ejercía, desde la

Colonia, el clero católico, se desarrolló en América Latina con mayor

intensidad que en Europa, por la fuerte injerencia que, en nuestro

territorio había desarrollado la institución religiosa en la vida social,

política, educativa y cultural de las naciones.

- La Educación Popular: Todos los positivistas latinoamericanos le

dieron suprema importancia a establecer un régimen de educación

pública y popular, para saldar las deficiencias existentes en las

naciones. Incluso en Argentina se creó una escuela pedagógica

basada en el positivismo y se tomó al positivismo como una Ciencia

de la Educación, como también lo fue en Uruguay.

- La Tecnificación: Algunos positivistas planteaban que era necesario

aplicar la ciencia a aumentar la producción, entre otras cosas,

tecnificando el campo, introducir en la agricultura los avances

científicos y generar desarrollos tecnológicos en las incipientes

industrias.

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- Los movimientos migratorios: Algunos positivistas latinoamericanos,

partiendo de la baja densidad poblacional de muchos territorios y el

aislamiento de varias regiones, plantearon la necesidad de poblarlos

mediante migraciones, aunque se evidenciaba en estos

planeamientos, algunas alusiones racistas.

- El Antiimperialismo: Aunque muchos pensadores positivistas

latinoamericanos partían de la ruptura con el colonialismo y la

dominación hispana, llegando a transformar esa percepción en una

inclinación hacia Francia o Inglaterra como nuevos referentes, sólo

un grupo de ellos intuyó la política de dominación que ejercerían las

nuevas potencias mundiales. La Guerra Hispano-Norteamericana

(1898), la ocupación de países como Puerto Rico o Cuba y la

frecuente ingerencia económica, política y militar, crearía la postura

anti-norteamericana en algunos pensadores positivistas

latinoamericanos, como sería el caso del escritor cubano José Martí

(1853-1895) y, en parte, el venezolano César Zumeta (1860-1955).27

1.3 Particularidades del positivismo venezolano

En el caso concreto de Venezuela, dos respetables profesores, uno

alemán y otro venezolano, iniciarían en Venezuela los estudios y análisis

del pensamiento positivista, compartiendo estas ideas con sus alumnos

desde las aulas de la Universidad de Caracas. El alemán Adolfo Ernst

(1832-1899) y el venezolano Rafael Villavicencio (1837-1920), considerados

como los fundadores del positivismo en Venezuela, dividen su trabajo entre

la revisión de los textos que tratan esta filosofía con excursiones científicas

y demás investigaciones orientadas hacia el conocimiento del territorio

venezolano. El doctor Ernst, quien es además un naturalista acucioso,

27 Cfr. Ángel Cappelletti. Op. Cit., pp. 33-37.

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infundió en sus discípulos el interés científico por la flora tropical, quienes

con su aporte fundaron la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de

Caracas (1863). El científico alemán también dio a conocer las teorías de la

evolución, así como las nuevas ideas que, en el campo de la biología,

revolucionaban a Europa. Por su parte, al doctor Villavicencio se le debe el

estudio sistemático del pensamiento de Comte, difundiendo sus ideas a

través de su cátedra y en conferencias y discursos dictados en varios

espacios académicos del país.28

Sin embargo, la llegada y difusión del positivismo en Venezuela, al

igual que el resto del continente americano, no fue un efecto casual ni

tampoco el esfuerzo aislado de unos cuantos científicos. Consideramos que

se dieron ciertas condiciones tanto internas como externas que facilitaron

la aceptación de esta filosofía y, sobre todo, su incorporación a nuestra

realidad cultural. Para los años sesenta del siglo XIX, Venezuela era un

país que evidenciaba aún los rastros de la Guerra de Independencia y, más

claramente, las heridas de los conflictos y demás asonadas de décadas

recientes. El enfrentamiento entre las fuerzas conservadoras y liberales,

que toma especial vigor luego del levantamiento de Coro en 1859, dando

inicio a la Guerra Federal (1859-1863), fragmentó los cimientos sociales

del país, herederos del modelo colonial. Este conflicto armado estuvo

caracterizado por pequeños pero sangrientos choques, con tan sólo dos

batallas propiamente dichas: Santa Inés (1859) y Coplé (1860), el resto

fueron fuertes escaramuzas que desangraban a ambos bandos, formados

por soldados improvisados, más bien campesinos arrancados por la fuerza

del medio rural. La Federación, pese a que disiparía el poder de la

oligarquía tradicional, servirá también para despoblar y arruinar al campo,

además de reemplazar la clase dirigente por nuevos caudillos, quienes

continuarán sus disputas sobre una nación con limitadas condiciones de

desarrollar sus potencialidades. Un país que, tras dos guerras en menos

28 Ibídem.

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de un siglo, distaba de tener la capacidad real de explotar con éxito sus

recursos naturales29.

En efecto, las escasas vías de comunicación estaban constituidas

por precarios caminos que databan de la colonia o incluso antes, por lo

que las poblaciones del interior estaban casi aisladas y tenían más

contacto comercial y cultural con naciones vecinas e islas del Caribe que

con la capital Caracas. La población venezolana había disminuido

considerablemente a causa de la violencia y de enfermedades que azotaban

los poblados; el analfabetismo era casi generalizado y la economía,

básicamente agrícola, carecía de medios tecnológicos que nos posibilitaran

el ingreso a mercados internacionales, generando una total dependencia

en la importación de rubros y una exigua exportación de café y cacao,

entre otros productos.30

En resumen, el nivel de vida del venezolano era deficiente, por lo que

urgía una salida que permitiese incorporar los avances científicos y

técnicos, para ponerlos al servicio del país. Hacía falta una apertura a

nuevas ideas, que incluyeran reformas al sistema de salud, educación,

economía, infraestructura física e incluso para renovar el desgastado

sistema político. El positivismo que recorría varios países encajaba en ese

esquema, cumpliendo con los requisitos necesarios para la coyuntura

nacional. Por otra parte, los continuos avances científicos en Europa, así

como la difusión y aceptación de los planteamientos positivistas en el

mundo occidental, donde la ciencia le ganaba terreno a la religión y la

hegemonía que mantiene el viejo continente en cuanto a la producción del

conocimiento, facilitó la introducción de las nuevas teorías en nuestro

territorio.

Estos conceptos renovadores traídos de los centros de producción

intelectual y difundidos con tanto esmero por ambos profesores, pronto

29 Cfr. Germán Carrera Damas. Una nación llamada Venezuela. Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1980. pp. 91-92. 30 Cfr. Ibídem..

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consiguieron discípulos apasionados, quienes fusionaron en su formación

las distintas teorías en boga, para luego irse abriendo a diversas

tendencias y modos de comprender los nuevos paradigmas generados en

Europa, al tiempo que los adaptaban a la realidad venezolana. El profesor

Luis Beltrán Guerrero (1914-1997), identificaría tres generaciones de

pensadores positivistas dentro del contexto nacional. En principio debe

destacarse a los profesores Ernst y Villavicencio, aun cuando Beltrán

Guerrero completa esta primera generación con Vicente Marcano (1848-

1892) y Arístides Rojas (1826-1894). Una segunda generación, todos

discípulos de los anteriores, incluye entre muchos otros a Luis Razetti

(1862-1932), José Gil Fortoul (1862-1943), Lisandro Alvarado (1858-1929),

Alfredo Jahn (1867-1946), César Zumeta (1860-1955) y Manuel Vicente

Romero García (1865-1917). Dentro de una tercera generación se

incorporarían personajes como Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936),

Pedro Manuel Arcaya (1874-1958), Jesús Semprún (1884-1931) y Julio

César Salas (1870-1933).31

Fue precisamente ese proceso de interpretación, de mezcla con otras

teorías y de intento por adaptarlas a nuestra realidad, lo que produjo un

movimiento intelectual, caracterizado por la defensa a ultranza de sus

preceptos y por el apego al positivismo como norma, aunque con distintos

modos de entender estos principios y sus alcances.32 En este sentido, el

escritor Arturo Uslar Pietri escribe:

No fue un positivismo comtiano puro el que vino a Venezuela, sino una híbrida mezcla de influencias, como también fue el caso de toda Hispanoamérica, y aquí, como en otros países, hizo su estrecha alianza con el darwinismo, el ateísmo, el anticlericalismo, y el realismo y el naturalismo literario.33

31 Luis Beltrán Guerrero, en Historia de la Cultura en Venezuela. Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1955. Vol. 1. p. 207. 32 Arturo Sosa sugiere incluso la idea de que existió un “positivismo propiamente venezolano”, entendido como proceso particular. Cfr. Arturo Sosa. Ensayos sobre el pensamiento político positivista venezolano. Centauro. Caracas, 1985. Prólogo. También Mariano Picón Salas habla de un “positivismo venezolano”, adaptado al contexto nacional, pues, como el argumenta: “ las escuelas filosóficas europeas cambian un poco de gusto como los vinos, al cruzar el Atlántico”. Mariano Picón Salas. Op. Cit., p. 13. 33 Congreso de la República. Op. Cit., p. 13.

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El Positivismo no sólo invadió los espacios académicos, influyendo en

las aulas universitarias, sino que se difunde muy pronto en la vida

intelectual y política del país, gracias a las cartas, libros y demás noticias

llegadas del exterior. Esta filosofía será tema de tertulias y discusiones en

diferentes espacios. La abierta aceptación por parte de influyentes grupos

de intelectuales venezolanos recibió, como era de esperarse, reacciones

encontradas de los grupos más conservadores. Debido a la polémica,

buena parte de la sociedad venezolana se dividió entre los sectores

renovadores, interesados en incorporar al país las teorías europeas, con

toda su carga ideológica, y quienes los enfrentaban, en su mayoría gente

vinculada al clero y los herederos de la tradición colonial. Aunque ni Ernst

ni Villavicencio pretendieron generar disputas con las ideas que

difundieron, conformándose con divulgarlas, sus discípulos sí asumieron

posturas más radicales, enfrentándose verbalmente con la Iglesia y sus

opiniones moralistas, como fue el caso de Luis Razetti.34 A partir de

entonces se creó una constante discusión en la cual los positivistas

intentaban demostrar sus posiciones, mientras que eran acusados de

inmorales y sacrílegos.

1.4 El periodo de Antonio Guzmán Blanco y el proyecto modernizador

de Venezuela

La llegada al poder del General Antonio Guzmán Blanco (1820-1899)

en 1870 y su mandato casi ininterrumpido hasta 1888,35 favoreció las

posiciones renovadoras del positivismo. De hecho, el gobierno aceptaba

complaciente la polémica contra la Iglesia y demás sectores conservadores,

pues por una parte esto ayudaba a fortalecer el liberalismo que intentaba

34 En su libro Qué es la vida acusa a los adversarios del positivismo de “ignorantes” por desconocer los últimos adelantos de la ciencia. Cfr. Marisa Kohn de Beker. Op. Cit., p. 58. 35 Su gobierno se divide en tres períodos, los llamados Septenio (1870-77), Quinquenio (1879-1884) y Bienio (1886-1888).

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establecer en Venezuela, donde se atacaba a los grupos adversos al

Presidente, además consolidaba las intenciones modernizadoras de

Guzmán Blanco, quien pretendió transformar al país no sólo mediante las

reformas administrativas y la construcción de edificios públicos, vías de

comunicación, ferrocarriles y demás obras importantes; sino también

cambiando la actitud de un pueblo que aún guardaba reminiscencias con

su pasado colonial. Es por ello que el gobierno prefirió dejar correr la

polémica, conscientes de que se estaba creando la sensación en el país de

haberse desatado un enfrentamiento entre los grupos reaccionarios,

opresores y cerrados, representados por la Iglesia, a la cual Guzmán

Blanco ya venía confrontando más por razones del Poder que por

discrepancias ideológicas; frente a los progresistas, los intelectuales

modernizadores; ante lo cual de seguro el Guzmancismo pretende sacar el

mejor provecho con sus posiciones ligadas al pensamiento liberal,

plasmadas en la Constitución Federal de 1864. El investigador Ramón

Díaz Sánchez agrega que: “El propio Guzmán se tenía por un positivista

protector de las ciencias y de las letras.”36

Es por ello que el gobierno asumió posiciones reales a tono con el

ideal positivista. La promulgación de la Ley de Instrucción Pública (1870),

siguiendo la tendencia que en Europa y América Latina se marcaba en ese

sentido; la formación de un Censo Nacional, creado para analizar la

realidad del país; la organización de la Hacienda Pública, intentando

amoldarla a los cánones de la economía liberal; hasta en la propia

concepción de un Proyecto Nacional, a través de la legislación en materia

civil, penal, mercantil y militar. El Estado demuestra su visión positivista,

identificados con la consigna del orden y el progreso, entendida además

como la modernización de la infraestructura del país. La consolidación de

un Proyecto Nacional significó un aspecto importante para el régimen de

Guzmán Blanco, entendido como marco ideológico en el cual y por el cual

36 Ramón Díaz Sánchez. Evolución Social de Venezuela (Hasta 1960). En: Venezuela Independiente 1810-1960. Op. Cit., p. 262.

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34

la clase dominante ejerce su control y dirección de la sociedad.37 En ese

sentido, el positivismo le ofreció la oportunidad de sustentar sus

intenciones modernizadoras, tomando como referencia modelos europeos,

sobre la base del planteamiento filosófico en boga.

Sin embargo, para llevar su contenido ideológico a las masas,

Guzmán Blanco recurrió a tres estrategias bien claras. En primer término,

empleó el periodismo como instrumento de difusión, con lo cual manipuló

la información a favor de su gobierno, además de transmitir por este medio

un clima de progreso y estabilidad, empleando el manejo de diferentes

medios impresos. En segundo lugar decretó la instrucción pública,

gratuita y obligatoria, inspirado en proyectos educativos franceses y con

una clara inclinación hacia las ideas pedagógicas del positivista Herbert

Spencer (1820-1903).38 Finalmente, la desvinculación del Estado

venezolano con el poder de la Iglesia, a través de la creación del Registro

Civil, el matrimonio civil, la expropiación de sitios religiosos y su posterior

empleo como centros históricos, como ocurrió con el Panteón Nacional;

entre otras medidas.39 Está claro que existió un compromiso ideológico del

Estado con los postulados positivistas o, en todo caso, un esfuerzo por

conducir a Venezuela por la senda del progreso y la modernización bajo la

senda de esta filosofía que, igualmente, se había diseminado por todo el

continente.

Contrario a lo que pudiera pensarse, los años posteriores al fin del

Guzmancismo no harían mella en el pensamiento positivista, alimentado

por los continuos debates entre los vehementes discípulos de Ernst y

Villavicencio. El país será conducido por presidentes de corta duración y

limitado liderazgo,40 además del incremento de las revoluciones, revueltas

37 Cfr. Germán Carrera Damas. Op. Cit., p. 91. 38 Spencer introduce la tendencia científica en la educación, es decir, el principio que subraya la importancia de la ciencia en la formación de los planes y programas y en la sistematización del proceso de la enseñanza. Cfr. Francisco Montilla. Atisbos de la influencia del positivismo en la educación venezolana. Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes. Mérida, 1963. p. 19. 39 Cfr. Germán Carrera Damas. Op. Cit., pp. 103-104. 40 Luego de la partida de Guzmán Blanco gobernarán: Francisco Rojas Paúl (1888-1890), Raimundo Andueza Palacios (1890-1892), Joaquín Crespo (1892-1898), Ignacio Andrade (1898-1899), Cipriano Castro (1899-1908) y Juan Vicente Gómez (1908-1936).

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y levantamientos, los cuales cesaron con la consolidación en el poder del

General Juan Vicente Gómez (1857-1935), quien, por cierto, también

adopta como proyecto ideológico el positivismo. Con ello se demuestra la

vigencia de esta filosofía durante casi un siglo, desde las postrimerías del

siglo XIX hasta mediados del XX, momento en los cuales lejos de perder

actualidad, se alimentaba la polémica y se justificaba el proyecto impuesto

al notarse los resultados concretos de las investigaciones científicas, pues

se amplían los estudios sanitarios en Venezuela, se fundan el Hospital

Vargas y el Instituto Pasteur de Caracas, entre otras actividades

emprendidas por la llamada segunda generación de positivistas,

demostrando que la intención de estos profesionales estaba en incorporar

las innovaciones científicas al servicio del país. De hecho, los pensadores

positivistas no despotricaban de la historia política reciente de Venezuela,

pues así como Comte propuso el paso por diferentes estadios (teológico,

metafísico y positivo) para alcanzar el desarrollo pleno, los intelectuales

venezolanos asumieron que las revueltas y la inestabilidad formaban parte

de un proceso de maduración política, de estadios graduales la cual nos

conduciría en un momento determinado hacia una nación estable y

moderna, hacia un estado positivo.

A partir de los aportes de las primeras generaciones de

investigadores e intelectuales positivistas, además de la incorporación

oficial al proyecto modernizador en nuestro país, los cambios se harían

significativos, por lo que Venezuela se adapta a un modelo específico de

desarrollo, el cual no abandonará hasta bien entrado el siglo XX. Tanto el

conflicto generado entre las ideas conservadoras y los intelectuales

positivistas, así como el intento sistemático en modernizar el país, jugarían

un papel importante en la conformación de lo que se ha llamado la imagen

de lo nacional, dentro del contexto general del país. Esta idea corresponde

a lo que nos es propio, a la visión que tiene el venezolano sobre su

territorio, al cómo se ve, pero también a la nación que se desea construir,

cómo se quiere ver. Esa imagen de lo nacional puede diferir de la

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construcción de un Proyecto Nacional, pues esto corresponde más a los

planes oficiales elaborados dentro de las estructuras de poder y

plasmados, por lo general, en las diferentes constituciones nacionales que

se han elaborado a lo largo de nuestra vida republicana, pero que, más

allá de lo jurídico, también reflejan las intenciones del poder instituido y

de la visión que éste tiene sobre la vía más adecuada para conducir a la

nación, obviamente siempre pensando en los intereses del sector

dominante, de allí que el Proyecto Nacional se relaciona con un proyecto

político ideológico que los grupos dominantes instauran o mas bien

imponen al resto de la población. Por otro lado, la conformación de la

imagen de lo nacional está más vinculada a la percepción particular de los

habitantes de este territorio, así como al ideal de nación que esa visión

arrastra. De hecho, Cappelletti define al periodo guzmancista como la

primera fase del positivismo venezolano, diferenciándola de una segunda

etapa, ubicada entre el guzmancismo y el inicio de la dictadura de Juan

Vicente Gómez y una tercera etapa, que coincide con la dictadura

gomecista. Sobre la primera etapa comenta que:

El pensamiento positivista se muestra pujante y en ascenso, no tanto por sus propias realizaciones filosóficas y científicas cuanto por la obra „civilizadora‟ que el gobierno de Guzmán Blanco realiza, con el Decreto sobre Instrucción Gratuita, la inauguración del primer ferrocarril (Aroa-Tucacas), la construcción del acueducto de Caracas y del Capitolio Federal, el destierro del Arzobispo Guevara y Lira, etc.41.

En este sentido la llegada al Poder de Guzmán Blanco impondría un

nuevo modelo de caudillismo, en el que se le añade al despotismo

dictatorial y autocrático ya conocido en Venezuela, la ambición por

occidentalizar la cultura y el aspecto pueblerino de la capital42. El Proyecto

político guzmancista, cargado de un importante componente positivista,

servirá para justificar el dominio de una clase política emergente que

41 Ángel Cappelletti. Op. Cit., pp. 25-26. 42 Cfr. Graziano Gasparini. La ciudad Colonial y Guzmancista. Ernesto Armitano. Caracas, 1978. p. 224.

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pretende, entre otras cosas, romper con el conservadurismo e impulsar la

imagen de una nación encaminada hacia su desarrollo tanto material

como intelectual.

Sin embargo, a la par del mencionado despotismo político, del afán

de Poder, también surgió el interés por consolidar una Patria moderna, por

elaborar un proyecto de país que dejara en el pasado las revueltas y

conflictos propios de una nación sin consolidar. Tomando como punto de

partida el auge positivista y las demás teorías que se instauraron en

nuestro continente, mezcladas y adecuadas al contexto local, se impuso

un modelo que, a juicio de los pensadores positivistas del momento,

permitiría el desarrollo del país y el tránsito de una Venezuela desgastada

por los conflictos y las carencias a una nación moderna, estable y con

mejores condiciones de vida para sus habitantes.

Uno de los elementos principales para el impulso de este proyecto

modernizador será la construcción de edificios públicos, bulevares,

hospitales, vías de comunicación y demás obras de infraestructura, los

cuales representarán uno de los símbolos trascendentales del periodo

guzmancista, modificando el aspecto de la modesta ciudad de Caracas,

conectando la ciudad con otras poblaciones cercanas con carreteras y vías

férreas, e incluso incorporando estilos arquitectónicos ajenos y conceptos

urbanos desconocidos en la bucólica ciudad, como la idea del bulevar, lo

que a la postre transformaría la visión de una ciudad aún con el aspecto

del periodo colonial virando hacia una ciudad cosmopolita, dinámica, que

pretende estar acorde con los conceptos y estilos de la arquitectura

europea del momento. La arquitectura será, por ende, no sólo un elemento

para superar las evidentes carencias en la infraestructura de la ciudad

capital, también será un símbolo del progreso, un reflejo del orden

impuesto, una muestra de Poder Político y un intento por exponer la

imagen de una Venezuela emparejada con las naciones del llamado primer

mundo.

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Capítulo 2.

La arquitectura guzmancista como expresión de las

interpretaciones a las formas ideológicas imperantes en Venezuela.

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39

2.1 Situación general de la arquitectura europea en el siglo XIX.

Entre las últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del siglo

XIX, se reflejaba claramente el debate en la arquitectura europea, en

especial referido a lo que se llamó revivals, vale decir, a los estilos

arquitectónicos que pretendían buscar la recuperación de elementos

esenciales del lenguaje de la arquitectura en el pasado histórico. A algunas

de las concreciones de estas propuestas se le conocen como historicismo o

eclecticismo. Entre 1780 y 1830, época coincidente con el auge de la

Revolución Industrial, corresponde, para la Historia de la Arquitectura, al

predominio del neoclasicismo. Surgió toda una tendencia de reivindicación

del pasado grecolatino, no sólo dentro de la arquitectura sino en el arte y

el pensamiento occidental en general, lo cual incidió para imponer el

criterio sobre leyes inmutables en la belleza artística, buscadas por

algunos en las joyas del pasado, además de que, los descubrimientos

científicos y arqueológicos del momento, permitieron establecer

mecanismos técnicos para conocer, ya no de manera idealizada sino

científica, los modelos constructivos, las técnicas y el pensamiento que las

sustentaba43.

Este gusto por lo clásico trajo sin embargo profundos debates entre

los arquitectos e ingenieros a comienzos del siglo XIX, pues existían

profundas diferencias entre la manera de abordar el estilo neoclásico. En

contraposición, desde 1830 se marcará el éxito del movimiento neogótico

en la arquitectura, llegándose a generar discusiones en torno a la

pertinencia de imitar las formas góticas en vez de las clásicas, disputa que

tiene su punto más álgido en el año 1848, lo cual, en el caso de Francia,

tendría no solo implicaciones referidas a la arquitectura, sino que además

se añadían elementos nacionalistas, como el de relacionar al estilo gótico

con lo francés. A partir de esta proliferación del revivals se generan las

condiciones ideales para el predominio del Eclecticismo. Una peculiaridad

43 Cfr. Leonardo Benévolo. Historia de la Arquitectura Moderna. Editorial Gustavo Gili. Barcelona (Esp.), 1974. p. 59.

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de estos revivals fue la posibilidad de que los arquitectos podían incluso

elegir aquellas opciones que, a su propio criterio, se adaptase de una

mejor manera a sus fines, pudiendo construir a la vez en diversos estilos

sin que ello signifique necesariamente un problema de coherencia

estilística, tomando en cuenta que en la formación y desarrollo de estos

estilos está siempre presente la necesidad de crear algo nuevo. Para ello

también van a aprovechar al máximo los hallazgos tecnológicos de la

sociedad industrial, la incorporación de nuevos materiales, en especial del

hierro. Adicionalmente la arquitectura de mediados del siglo XIX iría

asimilando las influencias y las propuestas provenientes de campos del

saber tan distintos como la historiografía, la arqueología, la literatura y la

filosofía. En particular, la historiografía y la arqueología ya habían hecho

posible los primeros estudios serios de catalogación e inventario de las

ruinas griegas y romanas, así como la publicación de los primeros libros

sobre Historia de la Arquitectura, el Arte y la Estética44.

Por otro lado, los arquitectos del siglo XIX se encontraban ante el

dilema, presente en buena parte del mundo científico y filosófico, entre el

idealismo y el racionalismo, o en algunos entre el arte y la ciencia. Así

mismo, la interpretación positivista se extiende de forma contundente en

los libros y proyectos del arquitecto y teórico francés Eugène E. Viollet-le-

Duc (1814-1879), quien a pesar de su creencia en la racionalidad de la

arquitectura griega, declaraba que en la arquitectura de siglo XIII era

imposible separar la forma de la estructura y por lo tanto el gótico era el

mejor sistema racional de construcción. Sin embargo, la demanda social

de nuevos programas de edificios suscitaba la esperanza del surgimiento

de una nueva arquitectura, objetivo primordial de todas las elucubraciones

que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX45.

Todos los aspectos del historicismo siempre implicaban una

determinada actitud hacia el pasado. Puede verse cómo los idealistas

44 Ibídem. 45 Ibídem.

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creían que volviendo al gótico se podía, paradójicamente, crear la nueva

arquitectura, pero existían otros arquitectos que, en cambio, utilizaban los

estilos históricos según las demandas del cliente o, en el mejor de los

casos, siguiendo criterios de oportunidad. Es allí cuando se les llama

eclécticos. Los arquitectos eclécticos fundamentaban parte de sus ideas

haciendo una transposición de las teorías del filósofo francés Víctor Cousin

(1792-1867) quien afirmaba que cualquier sistema filosófico puede ser

creado a base de las verdades contenidas en diversas doctrinas,46 por lo

que la actitud en general de los arquitectos eclécticos, con los diferentes

estilos fue conciliadora y tolerante, pues por medio de ella intentaban

rescatar el pasado, aunque no restituirlo íntegramente.

Los arquitectos defensores del eclecticismo defendían sus posiciones

diciendo que:

Nunca el arte se ha expresado con más independencia que ahora, y ésta será la honra de nuestra época que acoge todos los géneros, todas las maneras, porque, siendo la actual educación artística más completa y más difundida, se aprecia mucho más la belleza de cada obra y de cada estilo, mientras que, antes, todo lo que no estaba de acuerdo con el gusto del día, era despreciable o rechazado47.

Existía por ende, en el contexto europeo de mediados del siglo XIX,

un conjunto de discusiones sobre la arquitectura y sobre el pensamiento

filosófico, incluso en ocasiones coincidían varias de estas posiciones. El

traslado de estos debates a nuestro continente se realizó de manera

gradual, claro está que primero se dio en países que tenían un intercambio

más intenso con Europa, pero además esta migración de ideas estuvo

influenciada por la interpretación que les daban quienes traían las nuevas

propuestas, bien sea los muchos viajeros extranjeros que visitaban

nuestros territorios o los miembros de sectores dominantes que se

trasladaban a Europa. En cualquier caso, la llegada de nuevas formas de

46 Diccionario Soviético de Filosofía. Ediciones Pueblos Unidos. Montevideo, 1965. p. 65 47 Leonardo Benévolo. Op. Cit., p. 126.

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pensamiento siempre pasó por el filtro de la subjetividad y por la

necesidad de adaptar formas de pensamiento foráneas a una realidad tan

distinta como lo era América Latina. En el caso de Venezuela, nación de

una economía agrícola modesta, sustentada en la exportación de varios

rubros vegetales, convulsionada desde décadas por violentos conflictos y

arraigada aún a las costumbres de la época colonial, tenía aún más

limitadas opciones de vincularse de manera activa con la situación del

extranjero, lo que explica en parte el gran impacto que tendría para la

modesta ciudad de Caracas y sus alrededores, los cambios tanto en la

arquitectura local como en las nuevas propuestas filosóficas.

2.2 La Arquitectura Guzmancista, forma de expresión del positivismo

impuesto.

La arquitectura del periodo guzmancista representó un cambio

radical en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, las

obras públicas realizadas por Antonio Guzmán Blanco, sobre todo en la

ciudad de Caracas durante el llamado Septenio, significarán la

transformación urbana más importante en la arquitectura venezolana

desde el Periodo Colonial, pues durante las demás décadas el siglo XIX no

se produjeron variaciones significativas. Como lo asevera el investigador de

la arquitectura Graziano Gasparini:

En el siglo XIX sólo las tres últimas décadas son de interés

para la historia de la arquitectura caraqueña. Antes de 1870, las actividades constructivas y las obras públicas, tienen escasa oportunidad de desarrollarse a causa de la caótica situación política y económica que padeció el país.48

La inestable situación política que vivió Venezuela, prácticamente

durante todo el siglo XIX, impediría el desarrollo económico, social y de

infraestructura necesario para la consolidación de la nación. El país

alternará breves momento de relativa paz con levantamientos armados de

48 Op. Cit., p. 197.

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diverso origen y dimensión. La figura del Caudillo representa la imagen del

poder político, al cual se llega por la fuerza y se domina con exceso de

autoridad. En este periodo destacan las figuras del General José Antonio

Páez (1790-1873), quien ejerció su influencia política durante la mitad del

siglo, de los hermanos José Tadeo Monagas (1784-1868) y José Gregorio

Monagas (1795-1858), entre muchos otros, impidiendo generar cambios

notables en la arquitectura venezolana durante casi todo el siglo XIX.

A manera de ejemplo, las descripciones recogidas en documentos,

sobre el estado de la ciudad de Caracas hasta mediados del siglo XIX nos

hablan de una ciudad que no ha visto mayores modificaciones en su

arquitectura desde el periodo colonial. Entre las escasas obras realizadas

por el Estado destacan especialmente algunas carreteras, como fue la que

va de Caracas a La Guaira, inaugurada en 1845, así como otras vías de

comunicación necesarias para facilitar el transporte y generar mejoras

económicas, puesto que la economía agrícola en la que se sustentaba la

nación, requería mejorar los medios para llevar a los puestos las

mercancías generadas en el campo, de allí que las vías que son

construidas están vinculadas, generalmente, con las salidas al mar.

Muchas de las poblaciones de la provincia no tenían ni siquiera vías de

acceso directo con la capital, siendo necesario realizar un periplo que

incluso podía llegar a incluir salir del país, como era el viaje marítimo

entre Maracaibo y Caracas, que requería hacer escala en Curazao. Al ser la

agricultura la fuente de ingresos más importante del momento, así como el

evidente aislamiento de la mayoría de las poblaciones del interior, se

explican las razones fundamentales por la prioridad en la realización de

carreteras, antes que otro tipo de obras públicas o de edificaciones. Otras

pocas excepciones en cuanto a obras públicas las representan la

iluminación de las principales calles de Caracas, en 1863, el traslado del

mercado de la Plaza Bolívar hasta el remodelado convento de San Jacinto,

en 1865 y las remodelaciones a esta importante plaza ese mismo año,

incorporándole jardinerías.

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44

Una de las descripciones más claras de la situación de la capital de

la República para mediados del siglo XIX los da el diplomático brasileño

Miguel María Lisboa (1809-1881), más conocido como el Consejero Lisboa.

Este visitante permanece en Caracas en dos ocasiones, la primera entre

septiembre de 1852 hasta abril de 1853 y luego regresaría en 1859.

Publica en 1865 sus observaciones en el texto: Relación de un viaje a

Venezuela, Nueva Granada y Ecuador49, en el que explica su viaje por las

islas antillanas de Santo Tomás y Curazao, pero principalmente por

Venezuela, cuya capital y zona centro-occidental visitó y describió en

detalle, aun cuando también estuvo en la actual Panamá y en Colombia,

en donde remonta por el río Magdalena hacia llegar a Bogotá; luego iría a

Quito y Guayaquil; recorre una parte de Perú, al final para partir después

vía a Europa. Sin embargo, aunque se interesa por mencionar los paisajes

y las gentes que encuentra, se trata ante todo de un visitante brasileño

preocupado por conocer las repúblicas hispanoamericanas limítrofes con

su país, entender su civilización y desórdenes y superar esas visiones

europeas que en ellas veían sólo inestabilidad política, examinando

también la historia y las economías de las naciones visitadas, mezclando el

interés por el modo de vida de los habitantes con el aspecto de las

poblaciones, la geografía y la economía.

Sobre la capital de Venezuela, el Consejero Lisboa comienza

comentando que: Quien llega por primera vez a Caracas no puede dejar de

contemplar, con un sentimiento de melancolía, los testimonios que aun están

allí, a pesar de haber transcurrido más de cuarenta años del fatal terremoto

de 181250. Más adelante añade algunas descripciones del aspecto de la

ciudad:

Hay en Caracas ocho plazas, siendo la principal la de Bolívar o de la Catedral, situada en el centro de la ciudad. A su lado occidental, está el Palacio de Gobierno, donde asiste a su despacho, el Presidente de la República y donde se hallan todas

49 Publicado recientemente por la Biblioteca Ayacucho 50 Miguel María Lisboa. Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Ayacucho. Caracas. p. 206

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45

las secretarías; al Este está la Catedral y al Sur, el Palacio Episcopal y la Universidad. (…) No hay en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. El Palacio de Gobierno es

una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior, los tres conventos de monjas, Dominicas, Carmelitas y de la Concepción, son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio del Arzobispo y e parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo, es el antiguo convento de San Francisco, hoy asiento de las Cámaras Legislativas y de la Biblioteca; está adornado por un magnífico claustro y contiene un templo elegante en su interior, con sus bóvedas subterráneas, el cual es indudablemente el mejor de Caracas, exceptuando la Catedral. (…) Actualmente no hay teatro en Caracas, pues tal nombre no merece un lugar miserable intitulado de la Unión,

frecuentado únicamente por la clase ínfima de la sociedad (…) Son las casas de Caracas, construidas generalmente de terrizo, esto es, de lo que en algunas de nuestras provincias se llama tapia, que no es otra cosa sino la tierra amasada y en algunos casos, ligada por medio de la paja picada. Los grandes edificios, como las iglesias y modernamente las casas edificadas con lujo, son de fábrica o albañilería. 51

Este importante diplomático también se detiene a observar el estado

de las calles, la distribución de las cuadrículas urbanas, la existencia de

varios puentes sobre el río Catuche, las dificultades económicas para

realizar mejoras a la ciudad, además de realizar detalladas descripciones

de las casas y templos de la ciudad. Revisando las descripciones del

Consejero Lisboa, se advierte la situación de estancamiento que, desde

hace varias décadas, tenía la ciudad, destacando con mucha frecuencia la

gran cantidad de ruinas que, desde el terremoto de 1812, existían en

Caracas, especialmente de casas fabricadas con paredes de tapia. En su

impresión comenta que el aspecto de las casas es triste en su exterior, por

el uso de ventanales de hierro, que le dan aspecto carcelario a las mismas.

También intenta hacer cálculos sobre el número de habitantes, ante la

inexistencia de un censo poblacional. A ese aspecto comenta que era

bastante difícil calcular el número de habitantes de Caracas por la

51 Ibídem.

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reticencia de los pobladores a colaborar en estas tareas, temerosos de que

sean censados con el fin de aumentarles los tributos, sin embargo, el

Consejero Lisboa calcula que la población caraqueña, para ese año de

1852, tenía aproximadamente la misma cantidad de pobladores que para

el año del terremoto, cuarenta años después, vale decir, unos cincuenta

mil habitantes. Esto debido no sólo a causa del conocido sismo que dejó

unos doce mil fallecidos, sino por los desplazamientos producto de las

guerras, las conmociones políticas y las dificultades que estas traen para

el desarrollo.

Esta realidad se acrecienta en la provincia, sacudida por décadas de

violencia y abandono. Con la excepción de la ciudad de Maracaibo, la cual

contaba con un aceptable desarrollo económico producto del intercambio

comercial y del contrabando entre su puerto y las islas del caribe, sobre

todo con Curazao, la casi totalidad de ciudades y pueblos del interior de

Venezuela estaban sumidas en la miseria, algunas pocas familias

concentraban los ingresos económicos, como era el caso de los hacendados

del café en Los Andes, los cultivadores de cacao en la costa norte del país y

los comerciantes encargados de la importación y exportación de bienes.

Por lo que, en términos generales, en la arquitectura de la provincia, hacia

la segunda mitad del siglo XIX no se habían producido cambios

importantes desde la Colonia.

En el caso particular de Maracaibo, esta ciudad ya había

experimentado cierto desarrollo arquitectónico entre 1800 y 1820, gracias

al impulso del arquitecto Carlos Miyares, hijo de Don Fernando Miyares,

quien ocupó importantes cargos públicos, entre ellos Gobernador de la

Provincia. Carlos Miyares introdujo en la pujante ciudad portuaria algunas

muestras de arquitectura Neoclásica, como la reconstrucción de la

entonces Iglesia Mayor y tanto el Sagrario y la Capilla del Carmen de dicho

templo, además de la Iglesia San Felipe Neri, entre otros proyectos

realizados en esa ciudad. Hacía 1840 vendría a iniciarse la construcción de

lo que hoy es conocido como el “Palacio de las Águilas” o Casa de

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Gobierno, proyectado por el Teniente de Ingenieros Olegario Meneses,

considerado por el Historiador de la Arquitectura Miguel Sempere Martínez

como el primer edificio público netamente republicano52. Entre las escasas

excepciones a la realización de obras arquitectónicas de cierta

consideración antes de 1870, son las llamadas Casas de Comercio,

algunas de ellas edificadas en ciudades con cierto auge comercial, como la

mencionada Maracaibo, Puerto Cabello o La Guaira. Otro hecho resaltante

para la actividad constructiva antes de 1870 será la importancia que irá

tomando la Ingeniería como profesión, la cual generará un notable cambio

en la forma en la que se asume la edificación desde la fundación en 1831

de la Academia de Matemáticas, por el matemático e ingeniero Juan

Manuel Cagigal, de la que egresarán los primeros agrimensores e

ingenieros, pasando por la fundación en 1861 del Colegio de Ingenieros de

Venezuela. Es de hacer notar que la visión positivista que, desde

comienzos de los sesenta del siglo XIX, iría apoderándose de los

intelectuales y profesionales que hacen vida en el país, originará una

visión más técnica que estética de la edificación.

Sin embargo, la irrupción al poder del General Antonio Guzmán

Blanco sería sin duda el acontecimiento histórico más importante de la

segunda mitad del siglo XIX. El comienzo de su hegemonía política se sitúa

en 1870, cuando se convierte en jefe de la llamada Revolución de Abril, la

cual significaría el triunfo definitivo para las fuerzas liberales. Inauguró un

lapso estable de administración que modificará de manera palpable la

historia del siglo, a través de una férrea orientación hacia el centralismo

político y la modernización del país. El 7 de mayo de 1870 dicta varios

decretos importantes, en ellos se declaraba que el Estado asumía las

deudas de los trabajadores que habían abrazado la causa de la reciente

revolución. Como explica Gasparini:

Es así como Caracas, con sus escasos 48.000 habitantes,

llega al año de 1870 para comenzar el periodo dominado por la

52 Cfr. Miguel Sempere Martínez. Maracaibo Ciudad y Arquitectura. Universidad del Zulia. Maracaibo, 2000. p. 172.

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personalidad de Guzmán Blanco. Por un lapso de dieciocho años (1870-1888) directa o indirectamente dura el predominio de Guzmán. Será un gobernante dictatorial, un autócrata, pero evidentemente bajo su influjo Venezuela y su capital adquirirán una nueva fisonomía. Es él quien hace barrer los escombros del terremoto de 1812 y quien inicia una era de reconstrucción que comprende edificios modernos, nuevas vías públicas, parques y paseos. (…) Los cambios introducidos por Guzmán, no deben interpretarse sin embargo, como una transformación que de la noche a la mañana mejora las condiciones de vida del pueblo aislado en el inmenso territorio del interior, sin carreteras, sin asistencias, víctima de la violencia de alzamientos endémicos y sólo acompañado por su miseria. Son cambios que benefician a unos pocos, que se centralizan en la capital y, en menor escala, en alguna ciudad gobernada por el amigo del mandatario

supremo53.

Sin duda que cualquiera de las actuaciones de Antonio Guzmán

Blanco estaban dirigidas a la consolidación de su poder político. En este

sentido, el General procuró desde el inicio de su mandato encargar la

construcción de numerosas obras que transformaran el aspecto del país,

para entonces una nación rural y de poco desarrollo económico,

convirtiendo la arquitectura en una estrategia política. Al efecto, el

investigador de la arquitectura venezolana Leszek Zawisza comenta que:

“En manos de Guzmán Blanco, las obras públicas son un precioso

instrumento para la actuación política.”54 Por otro lado, el caudillo

manifestaba abiertamente su admiración por todo lo relacionado a la

nación europea que lo cobijaría una vez retirado del poder. Francia,

considerada para entonces una de los países a la vanguardia de las ideas,

la cultura y la política mundial, sería el modelo a seguir en lo político, lo

cultural, lo filosófico y hasta lo estético. Cuna además del pensamiento

positivista, Francia servirá como referencia en la nueva organización del

Estado. Incluso, algunos de los planes implementados en Venezuela no

53 Graziano Gasparini. La ciudad Colonial y Guzmancista. Ernesto Armitano. Caracas, 1978. p. 200. 54 Leszek Zawisza. Arquitectura y obras públicas en Venezuela. Siglo XIX. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1989. Tomo 3. p. 61.

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son sino copias bastante similares de proyectos desarrollados en aquella

nación, como el Decreto de Instrucción Pública de 1870.

Este nuevo ideal nacional afrancesado que pretende fundar Guzmán

Blanco también puede observarse en las estructuras edificadas durante su

mandato. A modo de ejemplo, la construcción de bulevares, monumentos y

espacios públicos, se relaciona con sus intenciones de convertir a Caracas

en una pequeña Paris, en una hermosa ciudad con lugares de

esparcimiento a la manera de las grandes ciudades europeas; la

realización de acueductos y hospitales se vinculó al intento por mejorar las

deficientes condiciones sanitarias del país, apoyándose en los nuevos

ideales científicos del positivismo; la realización del templo masónico se

interpretó como la apertura a nuevas posturas religiosas, particularmente

hacia la Francmasonería y la edificación de destacadas obras como

ferrocarriles, carreteras y puertos, suele relacionarse con el ideal

modernizador y progresista de su proyecto. Particularmente, el Capitolio

Federal y las construcciones circundantes, el decir, la modificación de la

fachada de la Universidad de Caracas, el Bulevar y el monumento que

Guzmán Blanco se auto erigió – popularmente conocido como El Saludante

– ciertamente modificaron la conformación urbana de una ciudad que

carecía de estos espacios, pues aún conservaba su formación colonial y su

modo de vida conservador.

La nueva ciudad que se pretendía erigir, era una ciudad

cosmopolita, dinámica, a la manera de las ciudades europeas, en la que

los ciudadanos desarrollen una vida más extrovertida, hacia fuera de sus

viviendas. La edificación y uso de estos espacios públicos intentaba dejar

atrás aquella Caracas que tanto narraron numerosos viajeros extranjeros,

descrita por ellos como una bucólica ciudad sin vida social, de un aspecto

casi desolado, salvo durante las festividades religiosas; carente de teatros y

sitios para el esparcimiento. Por lo tanto, el cambio físico emprendido no

implicaba tan sólo la construcción de obras, evidentemente aspiraba

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transformar las costumbres de la conservadora población citadina,

invitaba además a transitarla y a disfrutarla.

Al mismo tiempo, estas modificaciones sufridas por la ciudad, la

cual aún mantenía su emplazamiento originario, produjo por vez primera

algunas ruptura con la convencional cuadrícula, esquema trazado por los

españoles desde su propia fundación. Caracas comenzaba a transfigurarse

también desde su concepción urbana, tendrá por lo tanto un aspecto ya no

completamente uniforme, puesto que ahora presentará nuevos cambios

evidentes. Así mismo, la ciudad de construcciones de una sola planta, en

la que tan sólo sobresalían algunas torres de iglesias, se verá contrastada

visualmente con la contundente presencia del Capitolio Nacional y demás

edificaciones circundantes, las cuales comienzan a romper el aspecto de

una ciudad que más parecía un pequeño poblado y se le incorporan

construcciones majestuosas, copias de los estilos europeos en boga y

siguiendo también los gustos afrancesados que confiaban en el

eclecticismo como elemento tipológico imperante.

De hecho, si bien es cierto que la mayoría de los principios básicos

que definirán durante el siglo XX al Modernismo en la arquitectura, no

habían aparecido para la época del Guzmán Blanco, por lo menos algunas

de sus ideas primarias ya comenzaban a asomarse. Fundamentalmente la

noción de cambio, la idea de renovar la ciudad y sus costumbres

bucólicas. Pero esta arquitectura además de introducir en Venezuela la

noción del cambio, genera una clara renovación tanto de los espacios

públicos como de la fisonomía de la ciudad. Así mismo, desde finales de la

década del sesenta del siglo XIX, el ambiente intelectual se encontraba

totalmente impregnado de las ideas renovadoras, de la mano del

Positivismo y las nuevas propuestas llegadas de Europa.

De allí que, durante las últimas décadas del siglo XIX, de la mano de

la renovación de ideas, se genera el contexto propicio para la construcción

de nuevas obras, con nuevos materiales y estilos hasta el momento poco

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conocidos en el país. La modernización guzmancista, con sus ventajas y

desventajas, de alguna manera también abriría la puerta para la posterior

llegada de otras propuestas arquitectónicas. Se comienza a romper la

cuadrícula regular de la disposición urbana de Caracas, se disponen

nuevos espacios con usos novedosos y se evidencia el carácter ideológico

de la arquitectura, utilizándose además bajo el respaldo filosófico del

Positivismo.

Es importante además establecer diferencias entre el uso político

que le dio Guzmán Blanco a la arquitectura, entendida como un

instrumento más para afirmar su poder, de la real asimilación del

pensamiento positivista por parte de la nueva arquitectura. En este

sentido, el concepto de introducir innovadoras propuestas a la Caracas de

la época, como los bulevares, el templo masónico e incluso el estilo

ecléctico de las obras se correspondería más con las intenciones políticas

de remarcar un antes y un después de su mandato. En cambio, las

innovaciones técnicas, los nuevos materiales, las intenciones de mejorar

las condiciones de vida de los habitantes y hasta la certeza de que a través

de las mejoras constructivas y técnicas la Nación avanzaba a estadios

superiores, podría corresponderse al mas puro pensamiento positivista,

partiendo claro está de la visión “híbrida” con la que el Positivismo llega a

nuestros países. Sin embargo, en la práctica existió una marcada

correspondencia entre muchos de los planteamientos del Positivismo

criollo con el Proyecto Nacional que plantearía Guzmán Blanco al llegar al

poder, lo que en arquitectura se tradujo en obras eclécticas, consideradas

necesarias para el progreso nacional lo suficientemente destacadas como

para resaltar la figura política del nuevo gobernante.

Aun cuando es amplio el inventario de obras arquitectónicas

realizadas en el periodo guzmancista, entre las que también destacan la

construcción de hospitales, lazaretos, mercados y distintas vías de

comunicación, existen algunos íconos representativos de las edificaciones

ejecutadas en este periodo histórico, las cuales asoman no sólo un intento

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por copiar los modelos instaurados en Europa, sino que deja colar el

pensamiento positivista imperante, por lo que es necesario detenerse en

algunas de estas obras representativas55.

2.3 El Capitolio Nacional y sus alrededores

Uno de los rasgos significativos del poder es la arquitectura, en

particular las edificaciones que simbolizan la institucionalidad de ese

poder. Al momento de instalarse el régimen guzmancista, las instituciones

representativas del Estado funcionaban en modestas edificaciones. Más

aun, el Poder Legislativo, símbolo de la pluralidad y parte esencial del

poder civil, funcionaba en los incómodos claustros del Convento de San

Francisco, tras haber pasado por varios espacios alquilados. Aun cuando

ya se habían elaborado varios proyectos para la construcción de una sede

definitiva para el parlamento, inclusive hacia los años treinta del siglo XIX,

ya se habían elaborado planos y cálculos presupuestarios para una

edificación, ninguna propuesta había llegado a ser concretada.

Antonio Guzmán Blanco decreta, el 11 de septiembre de 1872 la

reforma del edificio de la Universidad de Caracas y la construcción, al

frente de ésta, del edificio sede del Poder Legislativo, llamado en un primer

momento el “Capitolio”, pues será posterior su denominación de Palacio

Legislativo. Pero la escogencia del sitio para levantar esta edificación tuvo

en ese momento varias implicaciones, más relacionadas con la política que

con lo urbanístico. El terreno en cuestión, situado frente a la Universidad,

correspondía a la manzana ubicada entre las esquinas de Las Monjas,

Padre Sierra, La Bolsa y San Francisco, en las que se hallaban algunas

dependencias menores del Convento de las Concepcionistas. Esta

congregación religiosa mantenía una postura vinculada históricamente a

las posiciones más aristocráticas de la ciudad. Se hallaban emparentadas

con las familias mantuanas, defensoras de las tradiciones coloniales

55 Para ampliar estos aspectos consúltese las citadas obras de Gasparini y Zawisza.

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españolas más conservadoras. De hecho, para ser admitida en el convento

se exigía, entre otras cosas: ascendencia blanca, sin mezcla de mulato,

moro, judío recién convertido, ni penitenciado por el Santo Tribunal de la

Inquisición56. Poseían una buena biblioteca y la única escuela de niñas a

las que acudían las hijas de las familias más pudientes. Fueron

contribuyentes con la Corona española cuando la Guerra de

Independencia, no sólo con fondos sino que inclusive mantuvieron, en

1793, como prisionera a la patriota Luisa Cáceres de Arismendi (1779–

1866), manejaban importantes bienes de fortuna, que incluían haciendas y

fundos. Por si fuera poco, el terreno sujeto de expropiación estaba

subutilizado, por lo que en el decreto se justificó, tanto por la privilegiada

ubicación del mismo, como por el poco uso que tenía. Por lo que Guzmán,

distanciado desde el comienzo de su mandato de los sectores

conservadores de la Iglesia y consciente de la necesidad de construir un

parlamento, hábilmente decreta el uso de una parte de la manzana, la que

posteriormente será utilizada completa, en las sucesivas etapas del

proyecto.

Dicha obra fue encargada al Ingeniero y General Luciano Urdaneta

(1825-1899), hijo del prócer Rafael Urdaneta (1789-1845), iniciándose la

primera etapa a finales de 1872, correspondiendo a lo que en la actualidad

es la fachada sur del edificio. Esta obra no tenía precedentes en la historia

arquitectónica del país, tanto por la incorporación de elementos estilísticos

novedosos en Venezuela, como por el uso de nuevos materiales; por lo que

Luciano Urdaneta y su equipo, entre los que destaca su ingeniero auxiliar,

Juan Hurtado Manrique (1837-1896), les tocó resolver numerosas

dificultades producto de la deficiencia de los materiales adecuados y la

falta de mano de obra calificada. Sin embargo, en el breve lapso de 114

días se concluye y se inaugura la primera etapa de la edificación. Marcada

por una fachada en el más claro estilo neoclásico, pero recurriendo sin

56 Cfr. Leszek Zawisza. Op. Cit., p. 63.

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tapujos a licencias estilísticas propias de la arquitectura ecléctica, pues al

tiempo de incorporar materiales contemporáneos como el hierro, recurre

de manera modesta a motivos propios del barroco, como algunos efectos

espaciales que generan efectos lumínicos.

La ceremonia de apertura fue ampliamente reseñada por los medios,

a la cual acudieron más de tres mil personas. Tras el imponente evento, se

le conferiría a Guzmán Blanco el famoso título de Ilustre Americano y

Regenerador de la Patria. Entre los muchos discursos, obviamente destaca

el del propio Guzmán Blanco, quien indica, entre otras cosas, que:

El Capitolio no debe considerarse como un simple edificio,

sino como un monumento que simboliza el triunfo de la Revolución de Abril (…) lo he fabricado para que el Congreso de la Patria encuentre en él representado el comenzamiento de una nueva era de libertad, progreso y civilización, como consecuencia de las aspiraciones del gran movimiento popular que he presidido.57

Desde el discurso inaugural se destaca la actitud personalista de

Guzmán Blanco, además de la intención de colocar al edificio como

símbolo de su poder y de su proyecto político. Al efecto destaca Zawisza:

La inauguración de esta primera fase del Capitolio no fue

solamente un evento que debía suscitar la admiración de los caraqueños frente a una obra fuera de la escala de los modestos edificios en su alrededor, sino también un verdadero acontecimiento nacional. El lenguaje barroco de los discursos y artículos en la prensa podría parecer ridículo en superlativos; sin embargo, debajo de la banalidad de las frases, se escondía el

reconocimiento de un hecho profundamente conmovedor. El edificio poseía las características de un símbolo que materializaba las aspiraciones de los venezolanos de poseer su Estado, su Gobierno y su Capital, en este marco de esplendor.58

La edificación, ciertamente, cumplía con su propósito simbólico de

mostrar el poder del nuevo régimen, dejaba claras las intenciones

modernizadoras del caudillo, evidenciaba el nuevo proyecto político y la

nueva visión cosmopolita, marcando diferencias con el pasado hispánico y

57 Op. Cit., p. 67. (Resaltado nuestro). 58 Ibídem.

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abrazando la cultura francesa, así como copiando, a la mejor maneja de

los arquitectos eclécticos, sin ningún temor, los estilos arquitectónicos que

tuvieran a bien considerar para expresar sus ideas.

Paralelamente a la construcción del Capitolio se realizan las

modificaciones a la fachada de la Universidad de Caracas, obra ejecutada

por Juan Hurtado Manrique. Es clara la intención de incidir sobre todo el

espacio urbano circundante, sin limitarse a la construcción del destacado

edificio. Se creó entonces un contraste estilístico, propio de la arquitectura

ecléctica, en el cual se confrontó la fachada neoclásica del capitolio con la

fachada neogótica de la Universidad. Zawisza describe este hecho diciendo

que: “El ritmo de los módulos neogóticos de Hurtado Manrique constituía

una escenografía de espíritu neoclásico y la idea de Guzmán Blanco de

formar un „vis a vis‟ que por su estilo arquitectónico contribuyera a

embellecer el Capitolio, no era equivocada”59. A juicio del investigador

polaco, se estableció con éxito el contraste entre dos estilos bien

diferenciados, destacando la figura solemne de la fachada neoclásica,

frente a los espacios rítmicos de la fachada universitaria.

Pero la intención no era sólo la de construir edificios aislados, sino

generar espacios urbanos distintos, novedosos. Por eso se completó el

lugar incorporando al centro de ambos edificios, un bulevar, concepto

novedoso para la bucólica ciudad de Caracas, poco acostumbrada a los

espacios públicos, pues las ocasiones en las que se encontraban los

caraqueños eran, fundamentalmente, las celebraciones religiosas. La

construcción del bulevar invita a recorrer la nueva ciudad, a impregnarse

del cosmopolitismo que pretende sembrar Guzmán Blanco, intenta darle

un aspecto de ciudad moderna, a la par de las urbes europeas.

La segunda fase se realizará a partir de junio de 1873, las cuales

comprendían plazoletas, jardines, fuentes, salones de conferencias,

59 Op. Cit., p. 65.

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enrejados de hierro y varias estatuas60. A partir de esta etapa se incluirían

modificaciones a otros espacios adyacentes al sitio, como la Plaza Bolívar,

además de otros espacios no muy lejanos, como lo fue las obras de El

Calvario, célebre promontorio natural que, desde los inicios de la ciudad

de Caracas, ha servido de mirador del valle capitalino. Todas estas obras

mantendrían siempre el estilo ecléctico de la primera parte, con el

predomino de elementos neoclásicos. Con estas obras se refuerza la

intención de crear en el centro de la ciudad espacios novedosos y acordes

con las ideas europeas, especialmente francesas. También se introducen

estilos completamente ajenos a la modesta arquitectura local,

acostumbrada aún a la herencia hispano colonial.

2.4 Los cuatro templos.

Expresión acuñada por Leszek Zawisza en la que menciona los

cuatro templos que Guzmán Blanco decreta construir o remodelar en

pleno Septenio y que tendrán elementos para su análisis y en donde se

reflejan fielmente las ambiciones y contradicciones del guzmancismo: El

Panteón Nacional, el Templo Masónico y las Iglesias de Santa Teresa y

Santa Capilla.

Siguiendo con la intención por importar modelos culturales de

Francia, Guzmán Blanco ordena erigir el espacio en el que reposarán y se

les rendirá homenaje a los héroes de la Patria, copiando la idea francesa

del Panteón Nacional, presente desde la época de Napoleón Bonaparte

(1769-1821). Las motivaciones para ordenar una edificación de este tipo,

las da él mismo en su decreto de fecha 27 de marzo de 1874:

Es signo característico de la vitalidad y grandeza de los pueblos el culto a la Historia. Pero no basta que la memoria de sus héroes se conserve en la posteridad en aquellas páginas, sino que sus cenizas deben guardarse con religioso respeto,

60 Cfr. Op. Cit., p. 68.

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levantando así el perdurable monumento de la gratitud nacional61.

La vieja iglesia había sido construida por el albañil caraqueño Juan

Domingo del Sacramento Infante, hacia 1744. Sin embargo, fue casi

destruida por el terremoto de 1812, estando aún sin terminar su

refracciones para el momento del decreto guzmancista. La escogencia de

este templo decretarla como Panteón Nacional se determinó por varias

razones: por su posición geográfica a lo alto del valle de Caracas, los pies

del Cerro El Ávila y separada para entonces del núcleo urbano de Caracas,

por no ser sede parroquial y sobre todo por sus antecedentes históricos: a

su regreso desde Santa Marta, en 1842, los restos del Libertador Simón

Bolívar habían sido depositados temporalmente en esta iglesia. En ella

también habían sido sepultados previamente los restos del Marqués del

Toro (1761-1851), los del General Ezequiel Zamora y los de José Gregorio

Monagas. El decreto de Guzmán Blanco fue acompañado por la orden de la

terminación de sus fachadas en base al proyecto que para la iglesia había

hecho el ingeniero José Gregorio Solano aproximadamente en 1853, siendo

el primer diseño de arquitectura neogótica que se realizara en Venezuela.

Fue encargada la obra a un grupo de ingenieros, entre los que destacan

Juan Hurtado Manrique, Tomás Soriano, Jesús Muñoz Tébar, Julián

Churión y Roberto García. La propuesta arquitectónica consistió en una

fachada simétrica de 3 puertas y 2 torres angulares que terminaban en

agujas, en el más claro estilo neogótico. Aun cuando se inauguró la obra el

28 de Octubre de 1875, la verdadera consagración del edificio se realizó

justo un año más tarde, cuando se trasladaron desde la Catedral de

Caracas los restos del Libertador Simón Bolívar. Estos fueron colocados en

un sarcófago de madera con revestimientos de plata y oro, realizado en

estilo neogótico por un artista francés llamado Emile Jacquin. Se trasladó

asimismo desde la catedral la estatua del Libertador hecha en 1842 por el

61 Op. Cit., p. 105.

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escultor italiano Pietro Tenerani (1789-1869). El sarcófago y la estatua

fueron ubicados en el espacio que correspondía al presbiterio de la iglesia,

es decir, en el lugar del altar62.

Otra novedosa iniciativa de Guzmán Blanco sería la remodelación del

Templo Masónico, edificación que había sido levantada, hacia 1868, por

esfuerzo de los propios miembros de la logia, entre las esquinas de

Jesuitas y Maturín. La organización de la Masonería en Venezuela ya

existía desde que, Simón Rodríguez (1771-1854), José María España

(1761-1799) y Manuel Gual (1759-1800) comienzan a realizar reuniones, a

finales del siglo XVIII, para discutir los textos del filósofo francés Jean-

Jacques Rousseau (1712-1778) y del filósofo Voltaire (1694-1778); así

como otros textos del pensamiento vinculado a la Ilustración, la

Revolución Francesa y sobre la necesidad de sacudir en alguna forma a la

Nación del yugo de la monarquía española, para instaurar una república

libre. A partir de 1796, sigilosamente, organizaron en una casona de La

Guaira, una modesta Logia irregular. Desde ese momento, la masonería se

vinculó a personajes históricos librepensadores, como los ya mencionados,

además de Simón Bolívar, José Antonio Páez (1790-1873), Carlos

Soublette (1789-1847), José Tadeo Monagas o el propio Antonio Guzmán

Blanco.

Pero la construcción, por parte del Estado, del Templo Masónico, no

sólo representaba para el momento, la reivindicación del papel del

pensamiento francmasón en las luchas por la independencia, en especial

sus principios de justicia, paz y fraternidad, sino que principalmente

implicaban incorporar formas de pensamiento distinto a los de la religión

católica tradicional. Se enviaba un mensaje cargado de contemporaneidad

y amplitud, se intentaba romper el monopolio de las posturas espirituales

del catolicismo. De nuevo el propio discurso presidencial en la

62 Cfr. Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar. Caracas, 1997. p. 488.

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inauguración subraya la búsqueda de ampliar la presencia de las distintas

religiones y sectas en Venezuela:

Este no es solamente un Templo Masónico, es más que eso. Es el templo que oficialmente levanta el Gobierno de Venezuela a la independencia de la razón del hombre, templo en el que caben, sin estorbarse ni contradecirse, tanto los hebreos como los cristianos, así los católicos como los cuáqueros, el deísta como el protestante63.

La intención política de Guzmán Blanco estaba en presentarse como

un hombre de criterios modernos, acorde con los nuevos tiempos, además

de su postura no dogmática frente a la institución católica, presentando

con alusiones a la independencia de la razón. Defiende la conjunción de

religiones, tratando de impulsar la libertad de cultos, siempre actuando de

acuerdo con los ideales de progreso, exaltando las bondades de la

civilización y pretendiendo imitar los criterios culturales de Francia.

Los trabajos se realizan desde 1873, inaugurándose oficialmente en

27 de abril de 1876. Su interior se compone de una galería baja y otra

galería alta, paralelas a la fachada, con treinta metros de largo y siete de

ancho cada una. Perpendiculares a esta hay tres grandes salones paralelos

separados por patios. El salón principal ubicado al centro está cubierto

por una cúpula a 18 metros de altura. La fachada se aplana y se subdivide

apenas en sectores verticales por las molduras poco sobresalientes, gracias

a las cuales adquieren mayor fuerza las llamativas columnas salomónicas

coronadas con capiteles corintios. Estas columnas salomónicas

neobarrocas apareadas junto a la neoclásica cornisa en que termina la

fachada, hacen de esta obra un buen ejemplo de arquitectura ecléctica

donde los elementos formales de distinto origen logran integrarse en un

conjunto bastante armonioso.

Hacia 1873, el Presidente Antonio Guzmán Blanco decidió levantar

en el sitio que ocupaba el antiguo oratorio de San Felipe Neri, construido

63 Leszek Zawisza. Op. Cit., p. 109.

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aproximadamente en 1771, entre las esquinas de La Palma y Santa

Teresa, la Iglesia de Santa Teresa, encargando la obra al ya conocido

ingeniero Juan Hurtado Manrique. La modesta iglesia de San Felipe Neri

que se mantenía allí había sido seriamente dañada por el terremoto de

1812, aunque se le habían realizado algunas mejoras. Se edificó el nuevo

templo sobre una planta rectangular, tomando en cuenta dos entradas,

una fachada al Oeste dedicada a Santa Ana y del lado Este a Santa Teresa,

en honor de Doña Teresa Ibarra, esposa del mandatario. La edificación

posee tres naves, separadas entre sí por arcos de medio punto, destacando

una cúpula que se levanta sobre cuatro grandes arcos. La iglesia fue

inaugurada el 28 de octubre de 1881, dándosele años después el rango de

basílica.

Las Memorias del Ministerio de Obras Públicas de 1876, citadas por

Zawisza, alaban esta nueva edificación ordenada por Guzmán Blanco,

adjudicándole al Presidente los méritos para la construcción, tanto de

obras civiles, como lo había sido el Capitolio, y ahora en edificaciones

religiosas. Añaden estas memorias que: Notamos la forma consuetudinaria

de justificar el afán de eliminar las viejas arquitecturas coloniales, las

cuales no solamente son descritas como „ruinosas‟ sino también „vulgares‟

considerando además que dan tan menguada idea de nuestra cultura”64.

Demuestran estas memorias de la época el poco aprecio por la

arquitectura colonial predominante, dejando claro que para entonces se

estaba planteando la necesidad de reemplazar esta arquitectura que

consideran “ruinosa” o “vulgar”, por las nuevas edificaciones eclécticas,

cargadas de elementos innovadores, dignos de los modelos arquitectónicos

de Francia.

Por otra parte, la Iglesia conocida como la Santa Capilla formó parte

de los decretos de construcción de los proyectos de nuevas obras para la

ciudad de Caracas en el marco de la celebración del primer Centenario del

64 Leszek Zawisza. Op. Cit., p. 111.

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Natalicio del Libertador. Esta Iglesia estaría destinada a la Adoración

Perpetua del Santísimo Sacramento. Fue edificada en apenas tres meses

de acuerdo al proyecto del arquitecto Juan Hurtado Manrique, quien

también dirigió la obra. Respetando la idea de la incorporación de nuevos

estilos arquitectónicos, se realizó enmarcado en el estilo neogótico, aun

cuando respeta el eclecticismo imperante. Se llegó a asociar este pequeño

templo a una especie de imitación de la Sainte Chapelle de París,

construida dentro del gótico en pleno siglo XIII, sin embargo, aclara

Zawisza, que esta idea carece de sentido, pues esta capilla no se

corresponde con esta iglesia francesa de la Edad media.

El decreto guzmancista establecía que el área para la construcción

de la Santa Capilla sería la ocupada hasta entonces por el deteriorado

templo de San Mauricio. Según se cree, en este lugar fue oficiada la

primera misa en la ciudad de Caracas. En 1565 el conquistador español

Don Diego de Losada (1511-1569) fundador de Caracas, establece allí la

Ermita de San Sebastián. Pero en 1579 y a raíz de un incendio, se traslada

la imagen de San Mauricio a esta Ermita. Con los años, el culto a la

imagen traída de la destruida iglesia de San Mauricio cobra más fieles que

la de San Sebastián, y lentamente en la memoria colectiva el nombre de

San Mauricio reemplaza al nombre original. Sin embargo, la iglesia

también fue afectada por el terremoto de 1812, a raíz del cual se inicia una

última y lenta reconstrucción, que la llevará al aspecto ruinoso que tendría

aún para el momento del decreto.

Hurtado Manrique construye esta obra con muros de mampostería,

crucerías y nervios recubiertos de yeso. En su interior parte de una sola

nave de siete metros de ancho formada por tres tramos de falsas bóvedas

de arista y un presbiterio cuadrado, un pequeño cuarto lateral, para la

sacristía, ventanales terminados en arcos semicirculares y decorados

externos con formas ojivales. La fachada principal, delimitada en un juego

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de contrafuertes y pináculos, le colocó un frontón neogótico65. En la

ceremonia inaugural, Guzmán Blanco fue revestido con las insignias de

"Caballero de Primera Clase de la Orden de Pío", enviada por León XIII,

siéndole impuesto un reconocimiento. Por medio de esta condecoración "lo

absuelve de cualquier sentencia eclesiástica de excomunión o entredicho y

otras, y de las censuras y penas de cualquier o por cualquier causa

expedidas, si acaso hubiere incurrido en alguna,"66 en clara alusión a los

conflictos entre Guzmán Blanco y la jerarquía católica, quien poco años

antes había expulsado al Arzobispo de Caracas, exclaustró las monjas y

expropiado iglesias, demostrando su habilidad política para mostrarse a sí

mismo como una figura de actitud amplia, que propiciaba y apoyaba la

convivencia de las diferentes religiones, al tiempo que favorecía el

fortalecimiento de las posturas positivistas en el país.

2.5 Elementos vinculados al Positivismo en la Arquitectura Guzmancista

Es evidente que la arquitectura del periodo del Presidente Antonio

Guzmán Blanco se inserta en el estilo ecléctico que se puede observar en

muchas obras realizadas en Europa para este momento. La importación de

la arquitectura ecléctica se hace más palpable ante el marcado contraste

que, en el contexto venezolano, significó para la modesta arquitectura

local, la cual aún poseía significativos rasgos hispánicos. Sin embargo,

consideramos que la lectura de este periodo, de seguro el más importante

para la arquitectura venezolana del siglo XIX, puede ir más allá de

considerarla una mera importación de un estilo arquitectónico de moda.

Puesto que si bien es cierto que la arquitectura guzmancista constituyó la

imposición de estilos y conceptos, también es cierto que el contexto al que

se le estaba imponiendo estos modelos era absolutamente distinto a las

naciones de las que surgieron estas propuestas, por lo que es lógico

pensar que el resultado final de estas obras sería también distinto. La

65 Cfr. Leszek Zawisza. Op. Cit., p. 117. 66 Ibídem.

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nueva arquitectura que llegó a partir de 1870 a Venezuela también vino

acompañada de postulados filosóficos que comenzaron a discutirse en

diferentes escenarios, especialmente el pensamiento positivista, el cual se

extendió no sólo geográficamente por diferentes naciones, sino también no

se quedó como una simple teoría filosófica más, abriendo su injerencia a

los más variados campos del saber humano, desde los más teóricos a los

más prácticos. Era esperable que la arquitectura con su aire renovador, se

dejara influir por esta filosofía, con la que compartía algunos postulados

esenciales.

En este sentido, podemos analizar una serie de elementos que se

reflejan en la arquitectura guzmancista, que permiten notar la incidencia

de las teorías filosóficas asociadas al positivismo sobre las obras

construidas. Esto no implica, obviamente, la existencia de una

arquitectura, por así llamarla, “positivista”, tampoco sugiere la negación

del eclecticismo en estos estilos arquitectónicos, sino que pretende

complementar, a las ideas ya planteadas sobre este periodo, la presencia

de aspectos del positivismo criollo, que como ya se ha descrito, dejó su

impronta en los más variados ámbitos del saber. Se pretende ampliar la

lectura de estas obras, ya no sólo como la consecuencia del deseo del

autócrata por “afrancesar” la ciudad capital, sino verla como una

arquitectura que responde al espíritu de la época, en el sentido que le dio a

esta expresión el filósofo alemán Georg W. Hegel (1770-1831) al acuñar el

término Zeitgeist. Y es que el momento histórico de la llegada del

guzmancismo coincide con el deseo de transformaciones profundas que

vino impregnado en el positivismo latinoamericano, con el deseo de romper

con la fuerte herencia dejada por la colonia española, tras medio siglo de

periodo republicano, con la necesidad de dar un salto a la economía y al

desarrollo del país, sacudido por la inestabilidad. Más allá del

autoritarismo y del deseo de dominación política de Guzmán Blanco,

también se encuentra el espíritu renovador de la vida, costumbres y

proyectos de la Venezuela decimonónica.

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La arquitectura, como reflejo del pensamiento de su época, como

espacio para la lectura del discurso del momento histórico, nos expone en

este caso las obras que expresan la sensación de una sociedad que

aspiraba cambiar, que buscaba nuevos referentes para conducir un

modelo de desarrollo distinto, tan necesario en nuestro país por las

profundas carencias que padecía la Nación. Por lo que la arquitectura

guzmancista refleja ese deseo de romper con el pasado, de aliarse con las

tendencias más novedosas tanto en lo constructivo como en el

pensamiento, siendo al mismo tiempo reinterpretadas y asimiladas según

nuestra propia realidad, como ocurrió en toda Latinoamérica. En este

sentido, es necesario detenerse en algunos de estos rasgos concretos del

pensamiento positivista reflejado en la arquitectura guzmancista.

En primer lugar, el positivismo, señalaba Cappelletti, fue empleada

como un nuevo mecanismo de dominación, de imponer el nuevo Poder

político instaurado. El positivismo en este aspecto tuvo un doble propósito,

sirvió para desplazar definitivamente la vieja sociedad poscolonial,

hispanista, conservadora, heredera de la colonia y del poder de la Iglesia;

pero al mismo tiempo permitió emerger a una nueva clase dirigente, de

postura más liberal, que ya no miraba a España como su referente, sino a

Francia o en ocasiones incluso a Inglaterra, naciones vinculadas con la

idea de los nuevos tiempos y el nuevo pensamiento positivista. Pero

además, insiste Cappelletti, el positivismo hizo este reemplazo de poder

frenando la clase popular emergente que, desde tiempos de las luchas

independentistas, estaban emergiendo y reclamando el reconocimiento de

sus derechos67. El positivismo contribuyó a sustituir el viejo poder

hispanista, tradicionalista, conservador y religioso; por el nuevo poder

renovador, afrancesado, cientificista y laico, al tiempo de dejar por fuera

las exigencias de los sectores excluidos, sobre todo los campesinos,

esclavos e indígenas. La arquitectura guzmancista puede verse, en este

67 Cfr. Ángel Cappelletti. Op. Cit., p. 20.

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caso, como el símbolo tangible de ese nuevo Poder, como el reflejo tangible

de la llegada del nuevo Orden y encaminados hacia el Progreso material e

intelectual, siguiendo los postulados positivistas. Pero también como el

reflejo del poder instaurado, de la ruptura ideológica con el pasado y la

mirada puesta en lo que se entendía como el futuro, el modelo de vida

francés y su actitud cosmopolita. A este respecto, y refiriéndose de forma

comparativa con la arquitectura del periodo guzmancista, afirma Zawisza:

¿Qué significado tiene esta asociación de política y arquitectura? ¿No era lo mismo la construcción de una catedral medieval en manos de la Iglesia que deseaba imponer su dominio espiritual y político, o de un palacio barroco como instrumento del poder absolutista? ¿No cumplía igual función los palacios florentinos del Renacimiento o los rascacielos de Chicago? Es difícil disociar la política de las obras construidas, pero dentro de esta relación los matices tienen un significado importante.68

Por otra parte, un amplio sector del positivismo también glorifica los

avances científicos dirigidos a mejorar las condiciones de vida de los seres

humanos, lo que representaría uno de los emblemas fundamentales de

muchos pensadores positivistas venezolanos, como Rafael Villavicencio,

Luis Razetti, Lisandro Alvarado o César Zumeta, entre otros. Consideraron

estos positivistas que era necesario utilizar los avances científicos para

mejorar las precarias condiciones de vida de los venezolanos, pues amplios

sectores estaban azotados por la pobreza y las enfermedades. Guzmán

Blanco tradujo esa posición positivista en la construcción de hospitales,

lazaretos, acueductos, mercados y otras obras de infraestructura

destinadas a mejorar los problemas sanitarios que ocasionaban terribles

enfermedades contagiosas. Añade Zawisza que: En el programa de obras de

Guzmán Blanco son muy ligados, entre sí, la salud pública y el ornato

urbano. Lo que en realidad importa no es tanto la construcción de los

hospitales (…) sino la política de rescate de una higiene social vagamente

68 Leszek Zawisza. Op. Cit., p. 61.

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entendida en términos de la europeización de las costumbres69. Se asumía

que las antihigiénicas condiciones de vida de amplios sectores de la

población se verían mejoradas sustancialmente a través, tanto de la

implementación de decretos y normas, como de la introducción de los

avances científicos dados en Europa, los cuales ofrecerían el camino para

resolver las deficiencias en la salud pública. Así mismo, muchos

pensadores positivistas venezolanos, entre ellos Razetti, asumían la

búsqueda de un Estado Positivo, partiendo del sentido comtiano del

término, es decir, consideraban que la nueva sociedad debía estar regida

por los avances científicos y técnicos, alejada de los basamentos teológico

o las especulaciones metafísicas, que una Nación moderna y social debía

estar regida por los principios de la ciencia y la razón. Por lo que es claro

que la arquitectura debía jugar su papel de exhibir las posibilidades de esa

razón, al servicio de la población, tanto en las construcciones destinadas a

mejorarles su nivel de vida, como con las edificaciones que exponían los

avances técnicos y científicos de la ingeniería y la arquitectura. Vale decir,

el Proyecto Nacional pautado por el General Guzmán Blanco hecho obra,

plasmado en la Arquitectura como símbolo del triunfo de la razón.

Un elemento vinculado al desarrollo científico de corte positivista es

la incorporación de los aportes científicos y técnicos de la Ingeniería, así

como los nuevos materiales, resultado de este desarrollo técnico. Aun

cuando en la actualidad no parezcan monumentales las obras realizadas

en el periodo guzmancista, en el contexto de la Venezuela de finales del

siglo XIX representaron desafíos técnicos de la ingeniería y la arquitectura,

pues de hecho los realizadores de estas obras debieron solventar serios

contratiempos producto de la innovación de las propuestas, lo que trajo

dificultades con el acceso a ciertos materiales y a la falta de mano de obra

calificada. Estas nuevas construcciones con el uso de materiales

constructivos más resistentes, como el hierro y el concreto, muestran los

69 Op. Cit., p. 263.

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avances a los que ha llegado el hombre, quien a través de la razón logra

dominar a las fuerzas de la naturaleza, son el resultado de los avances

científicos que llevarán a la sociedad hacia nuevos derroteros.

Además, la arquitectura ecléctica que llegó a nuestro país, fue

considerada por sus promotores como la síntesis de los máximos logros

alcanzados por el ser humano. Intentó crear la sensación de que llegaba al

país las muestras de lo más granado de la historia de la arquitectura, el

aspecto historicista de esta arquitectura fue entendido como el anhelo por

tener en nuestra nación obras representativas de los más importantes

estilos arquitectónicos del mundo. Particularmente, el gusto por lo

neoclásico se vio como si se quisiera emular las grandes obras de la

arquitectura grecolatina, al igual que el neogótico como símbolo de la

arquitectura francesa. Muestra de ello puede notarse en la Memorias del

Ministerio de Obras Públicas (MOP), en las que, al tiempo de despreciar la

arquitectura local existente, planteando la necesidad de irla reemplazando,

se exalta la belleza de las obras realizadas bajo la presidencia de Guzmán

Blanco, alabando la llegada de los estilos europeos, por considerarlos

modelos a seguir, en especial los revivals de los modelos arquitectónicos de

la antigüedad.

La ciudad de Caracas vive, con la arquitectura guzmancista, el

proceso de creación de nuevos espacios, algunos con conceptos novedosos

para el caraqueño, como es el caso de los bulevares, la renovación de

plazas, el levantamiento de monumentos históricos y modificación de

parques (el Calvario, la Plaza Bolívar, entre otros). Estos espacios invitan a

romper con la posición tradicionalista del pasado hispano, aferrado a las

costumbres añejas, en el que la vida suele transcurrir en los amplios

espacios de las casonas coloniales y poco ganado a compartir en los

lugares públicos. La nueva ciudad que se exhibe intenta ser más dinámica,

cosmopolita, acorde con los tiempos, en el que ahora el positivismo

apuesta por crear una sociedad “civilizada”, a un estado “positivo”, la

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arquitectura responde en este caso al símbolo de una nueva era, una era

en el que el orden permite el progreso material.

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CONCLUSIONES

La mayor parte de los investigadores que han evaluado el periodo

Guzmancista coinciden en la importancia que este mandatario le dio a la

consolidación de su poder político a través de todas sus actuaciones, entre

las que destaca la construcción de numerosas obras que transformarían el

aspecto de algunas ciudades de Venezuela, para entonces una nación

rural y de poco desarrollo económico. Por lo que, más allá de los análisis

que se han realizado acerca del periodo en cuestión, está el hecho de que

las últimas décadas del siglo XIX serán decisivas al momento de

considerar los cambios estructurales más importantes que se sentirían en

nuestra nación desde la Colonia. Al efecto, es válido recordar a Zawisza

quien asevera que: “En manos de Guzmán Blanco, las obras públicas son

un precioso instrumento para la actuación política.”70 Por otro lado, la

emergencia del Positivismo como teoría filosófica y como propuesta para la

renovación de las jóvenes repúblicas, tuvo su asidero en nuestra nación de

la mano del gobernante, quien adopta esta teoría como parte de su abierta

admiración por todo lo relacionado a Europa y en especial a Francia,

considerada para entonces una de las naciones a la vanguardia de las

ideas, la cultura y la política mundial.

Desde el punto de vista teórico, la arquitectura del período

guzmancista muestra los rasgos del Positivismo venezolano, en principio,

partiendo de varias premisas básicas. En primer lugar, la Arquitectura es

utilizada como reflejo tangible, como sinónimo del Orden y Progreso, una

de sus consignas fundamentales. El poder emergente plantea la

construcción de nuevas obras bajo nuevos planteamientos, como parte de

un proyecto político, en el que el desarrollo material, la organización de un

nuevo Estado y la conexión con las ideas de los países considerados a la

vanguardia mundial, ofrecen el escenario para las novedosas propuestas

70 Leszek Zawisza. Arquitectura y obras públicas en Venezuela. Siglo XIX. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1989. Tomo 3. p. 61.

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arquitectónicas. En segundo lugar, los avances científicos, o más bien la

visión del cientificismo positivista, dirigido a mejorar las condiciones de

vida de las personas, se traslada a la arquitectura con la edificación de

hospitales, lazaretos, mercados y acueductos. De allí que, finalmente, se

asuma la “búsqueda” de un Estado Positivo, regido por los avances

científicos y técnicos, alejado de lo puramente teológico o lo metafísico;

una Nación moderna y social. En pocas palabras, el Proyecto Nacional de

Antonio Guzmán Blanco hecho Arquitectura.

Desde el punto de vista pragmático, el Positivismo se muestra en la

arquitectura del momento, gracias a, por una parte, la utilización de un

estilo ecléctico, considerado por sus promotores como síntesis de los

máximos logros alcanzados por el ser humano. En el caso venezolano el

eclecticismo, al no contar con los referentes directos de la arquitectura

neoclásica o gótica, se mostró como un estilo mas bien original, explicado

como una suerte de síntesis, como la expresión del traslado de lo más

granado de las ideas europeas a nuestra joven república, el reflejo palpable

del triunfo de la civilización y del progreso científico. Por otra parte, la

creación de espacios no convencionales, como bulevares y teatros,

pretenden ser la imagen de un nuevo tiempo, liberal, extrovertido y

civilizado. Además de la utilización de materiales constructivos más

resistentes, como el hierro y el concreto, muestra del hombre dominando a

las fuerzas de la naturaleza. Es decir, la arquitectura pretende comunicar

la llegada del nuevo tiempo, sostenido por el pensamiento positivista y

enunciado en las nuevas obras y las nuevas acciones políticas.

La arquitectura del periodo guzmancista revela, desde sus

implicaciones teóricas hasta sus elementos específicos, cómo se utilizó

para crear la impresión de una patria que avanzaba hacia el progreso, que

había dejado atrás un pasado de conflictos y se alistaba con las naciones

más desarrolladas y con sus propuestas filosóficas, que en definitiva

perseguían mejorar la vida de los seres humanos. El positivismo fue, en el

caso de la arquitectura guzmancista, el sustento ideológico que ofrecía su

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promesa de orden y progreso. Así mismo, la arquitectura levantada por

Guzmán Blanco sirvió de vitrina para exhibir la idea de una nación en

camino a su desarrollo, sirvió para imponer un modelo importado, para

crear la sensación del avance material e intelectual de la nueva nación y

para sustentar el poder hegemónico que, por varias décadas, permitiría a

varios presidentes oxigenar su poder con la promesa del progreso.

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