el poder del rey texto anexo

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Los historiadores políticos han tendido a subestimar la influencia de muchos discursos que ayudaron a definir el poder en la temprana majestad real moderna. Primeramente tuvo que ver con las formas institucionales, se habían concentrado en el lenguaje jurídico, el cual representaba al monarca como un legislador y la cabeza de un estado burocrático. El estudio de la monarquía española es un buen ejemplo. La mayoría de los historiadores modernos de hecho argumentan que la monarquía española fue altamente burocrática, y que los gobernantes españoles justificaban su poder usando teorías e imágenes que fueron menos dirigidas, menos sagradas, y más seculares que aquellas promovidas por sus contrapartes europeos. Una mirada más profunda, sin embargo, revela que los monarcas españoles, en su intento por construir la majestad real, usaron una variedad de lenguajes políticos y no menos imágenes dominantes del poder y la naturaleza del reinado. En España, como en otros estados europeos modernos tempranos, construir una poderosa imagen del rey fue de hecho visto como un componente esencial de una ideología política que permitió a los monarcas “gobernar, controlar y ordenar el mundo, cambiar o dominar a otros hombres”. 1 Es verdad, sin embargo, que los gobernantes españoles operaron en España en un contexto peculiar, donde hacia fines del siglo XVI los monarcas habían llegado a ser inaccesibles y casi invisibles para todos excepto para un selecto grupo de sus súbditos, cambiando de este modo no sólo el lugar y la significación política del palacio real sino también la función de los ritos y ceremonias reales en la constitución del poder monárquico. “el eminente poder que el rey tiene”, proclamó Fray Alonso de Cabrera en un sermón predicado en honor del fallecido rey Felipe II, deriva de Dios y es comunicado por Él. Aquellos quienes se resistan y rebelen contra el rey, se resisten a Dios y quiebran el Orden establecido por Dios. Los súbditos del rey tienen que obedecer a su amo quien tiene el lugar de Dios sobre la tierra. Este es el orden que quedará en el mundo hasta la segunda venida de Cristo cuando Él recobre por sí mismo la completa potestas y la administración de Su reino. 2 El sermón de Fray Alonso es una asombrosa descripción del poder monárquico y de la demanda de lealtad y obediencia de parte de los súbditos del rey. Incluso en una monarquía personal, el poder real – aun en su más absolutista definición- no era el núcleo del orden 1 Stephen Orgel, The Illusion of Power (Berkeley, 1975), p.47 2 “Sermón predicado en el funeral de Felipe II,” en Fray Alonso de Cabrera, Sermones del maestro Fray Alonso de Cabrera, ed. Manuel Mir (Madrid, 1906), p. 699.

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Page 1: El Poder Del Rey Texto Anexo

Los historiadores políticos han tendido a subestimar la influencia de muchos discursos que ayudaron a definir el poder en la temprana majestad real moderna. Primeramente tuvo que ver con las formas institucionales, se habían concentrado en el lenguaje jurídico, el cual representaba al monarca como un legislador y la cabeza de un estado burocrático. El estudio de la monarquía española es un buen ejemplo. La mayoría de los historiadores modernos de hecho argumentan que la monarquía española fue altamente burocrática, y que los gobernantes españoles justificaban su poder usando teorías e imágenes que fueron menos dirigidas, menos sagradas, y más seculares que aquellas promovidas por sus contrapartes europeos. Una mirada más profunda, sin embargo, revela que los monarcas españoles, en su intento por construir la majestad real, usaron una variedad de lenguajes políticos y no menos imágenes dominantes del poder y la naturaleza del reinado. En España, como en otros estados europeos modernos tempranos, construir una poderosa imagen del rey fue de hecho visto como un componente esencial de una ideología política que permitió a los monarcas “gobernar, controlar y ordenar el mundo, cambiar o dominar a otros hombres”.1 Es verdad, sin embargo, que los gobernantes españoles operaron en España en un contexto peculiar, donde hacia fines del siglo XVI los monarcas habían llegado a ser inaccesibles y casi invisibles para todos excepto para un selecto grupo de sus súbditos, cambiando de este modo no sólo el lugar y la significación política del palacio real sino también la función de los ritos y ceremonias reales en la constitución del poder monárquico.

“el eminente poder que el rey tiene”, proclamó Fray Alonso de Cabrera en un sermón predicado en honor del fallecido rey Felipe II,

deriva de Dios y es comunicado por Él. Aquellos quienes se resistan y rebelen contra el rey, se resisten a Dios y quiebran el Orden establecido por Dios. Los súbditos del rey tienen que obedecer a su amo quien tiene el lugar de Dios sobre la tierra. Este es el orden que quedará en el mundo hasta la segunda venida de Cristo cuando Él recobre por sí mismo la completa potestas y la administración de Su reino.2

El sermón de Fray Alonso es una asombrosa descripción del poder monárquico y de la demanda de lealtad y obediencia de parte de los súbditos del rey. Incluso en una monarquía personal, el poder real – aun en su más absolutista definición- no era el núcleo del orden monárquico. Para que el poder real fuera efectivo, su misma naturaleza y características tenían que llegar a ser incorporadas en la persona del monarca, quien era el centro del sistema, la personificación de la voluntad de Dios sobre la tierra y quien como tal necesitaba aparecer ante sus súbditos “como una divinidad, como un héroe que ha caído del cielo, superior en su naturaleza al resto”.3

Como en la corte de Bali* ,descrita por Clifford Geertz, en la España moderna temprana los contemporáneos de Felipe III definían el poder definiendo lo que los Reyes representaban. Un monarca –cualquiera fuera su carácter individual – no ejemplificaba un individuo humano sino un completo monarca. Aquí, también, usando las palabras de Clifford, “el objetivo conductor que las más altas políticas fue construir un estado a través de la construcción del rey”. Mientras más consumado el rey, más verdadero el reino…. Si un estado era construido por medio de la construcción de un rey, un rey era construido a través de la construcción de dios.”4 En otras palabras, el objetivo de los partidarios del rey era demostrar que el poder del monarca – y de este modo el sistema monárquico en sí mismo – no había sido socialmente creado sino divinamente ordenado. El monarca era el poseedor de todos los poderes, no por causa de su oficio sino por causa de su naturaleza divina.

Para construir este mítico monarca, los realistas de la España moderna temprana necesitaron desafiar algunos aspectos de las teorías predominantes que aceptaban la debilidad humana del rey,

1 Stephen Orgel, The Illusion of Power (Berkeley, 1975), p.472 “Sermón predicado en el funeral de Felipe II,” en Fray Alonso de Cabrera, Sermones del maestro Fray Alonso de Cabrera, ed. Manuel Mir (Madrid, 1906), p. 699.3 Mariana, De rege, p. 154* Balinese court.4 Clifford Geertz, Negara. The Theatre State in Nineteenth-Century Bali (Princeton, 1980), p.124.

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especialmente aquellas teorías que señalaban que el poder del rey derivaba de la comunidad. Muchos escritores políticos están de acuerdo en que aunque Dios era el origen último del poder, los monarcas obtenían su poder y autoridad no directamente de Él sino a través de la comunidad. Por consiguiente, ellos veían al monarca, no como “el amo del reino”, sino como su administrador y tutor. 5 De acuerdo con estas premisas, los escritores de política enfatizaron el rol oficial del monarca y su dignitas real sobre su naturaleza humana, como se reflejó en la proposición política de “las dos personas del rey”: una natural, débil y perecedera; la otra pública, perfecta e inmortal. Estos teóricos también señalaban que la comunidad investía su autoridad en la persona pública inmortal del rey a quien estaban obligados a obedecer debido a que era el poseedor del oficio público. Ellos también señalaban que el principal deber del monarca era impedir o cuidarse de su vulnerable persona natural, guiada por la pasión y el interés propio, desde interferir con sus responsabilidades como tutor del reino.6

Sin embargo, los monarcas y sus partidarios comenzaron a cuestionarse algunas de las premisas centrales de tales teorías en las últimas décadas del siglo quince. Aunque aquellos que servían al monarca español nunca cuestionaron, al menos en teoría, la teoría en auge del poder real (que la autoridad del rey venían de la comunidad) o que la función sagrada del rey era servir al bien común, ellos ayudaron a transformar al monarca en un humano superior a través de lo que Edgard Peters ha llamado el “progresivo engrandecimiento del carácter humano del rey”.7 De hecho, como ha notado David Starkey acerca de la monarquía inglesa, los realistas españoles promovieron de manera similar la idea de las dos personas del rey “fusionadas en la real persona del rey” y, de este modo, que el cuerpo natural del rey llegaba a estar dotado con cualidades singulares, justificando, por lo tanto, la transformación de la persona del rey (y o las insignias reales representando la persona públicas real) en “el símbolo maestro” del poder monárquico.8

Es posible encontrar tales intentos ya durante el reinado de los Reyes Católicos (Isabel y Fernando) cuando después de la victoria en las guerras civiles dinásticas de fines del siglo XV sus partidarios promovieron la idea que aunque la persona natural del rey era perecedera, el monarca tenía ciertas cualidades personales que lo hacían único. El humanista italiano Pietro Martire d’Angheria, quien estuvo al servicio de Isabel en ese tiempo, declaró en 1488, por ejemplo, que Isabel y Fernando son como “deidades, que vinieron a la tierra desde el cielo, inspirados en las Sagradas Escrituras y guiados por la mano de Dios.” Ellos son, continúa, “súper humanos…. y todo lo que piensan, dicen y ejecutan excede la naturaleza humana.”9 Tales cualidades reales eran también vistas como heredables. Era dicho, por ejemplo, que el príncipe Juan, hijo de los Reyes católicos, aun siendo joven, nunca se comportó como un menor debido a que era “el sucesor del rey”. De forma similar, el Príncipe Carlos, el futuro emperador y nieto de la Reina Isabel, fue representado como el poseedor de todas las cualidades de un rey “desde el momento en que fue concebido en el útero de su madre”, y de este modo, “por naturaleza el era un casi hombre divino.”10 Castiglione no era menos entusiasta cuando declaraba que el Príncipe Carlos, a pesar de su corta edad (10 años), ya

5 Para una investigación de estas teorías ver Fernández Albaladejo, Fragmentos de Monarquía, pp.72-85.6 Las consecuencias de la teoría española de las dos personas del rey aún no han sido exploradas en su totalidad; para algunos aspectos de esta teoría ver Bartolomé Clavero, “Hispans Fiscos, Persona Ficta: concepción del sujeto político en la época Barroca”, en Clavero, Tantas personas como estados (Madrid, 1986), pp. 53-105. La referencia general más importante está en Ernst H. Kantorowicz, The King’s two bodies (Princeton, 1957).7 Edward Peters, The Shadow King. Rex Inutils en the Medieval Law and Literature, 754-1327 (New Haven, 1970), p.214.8 David Starkey, “Representation through Intimacy”, en Ioan Lewis, ed., Symbols and Sentiments (Londres, 1977), p. 188.9 Pietro Martire d’Angheria, Epistolario de Pedro Mártir de Anglería, ed. J. López Toro, 4 vols. (Madrid, 1953-7), vol. 1, pp. 6, 7 Martire d’Angheria a Juan Borromeo y Teodorico Papiense, 2 de feb. De 1488.10 Ibid., vol. 111, pp.101-2, y IV, p. 86. Angheria a Luis Hurtado de Mendoza, 1 de enero de 1513, y al Duque de Mondejar y el Duque de Vélez, 13 de nov. De 1520. Ver también las palabras del Obispo de Badajoz en Cortes de los –Antiguos reinos de Castilla y León, 5 vols. (Madrid, 1857), vol. IV, p. 293.

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demuestra tal sabiduría y tales certeros signos de divinidad, prudencia, modestia, magnanimidad, y cada tipo de virtud que si, como todos esperan, el imperio de la Cristiandad viene a sus manos, es para creer que el eclipsará el nombre de muchos emperadores antiguos e igualará la fama de muchos de los más famosos hombres que jamás han vivido. 11

Debido a que los reyes eran humanos superiores que pertenecían a dinastías elegidas por Dios para regir sobre los hombres, ellos tenían un buen juicio innato en el gobierno de sus reinos y en la elección del curso de acción más beneficioso para el bienestar de sus comunidades. Por definición, los reyes no podían fallar. Francisco de los Cobos, el secretario más poderoso de Carlos V, apunta a esto cuando describe al joven Felipe II:

aseguro Su Majestad, yo no sólo no debo rechazar lo que él decide, sino que estoy asombrado con su prudencia, sus bien consideradas recomendaciones, las cuales son más apropiadas en un hombre entrenado toda su vida en estado y otros asuntos que en un gobernante tan nuevo como lo es él, en años y años en el poder. Él está, señor, consagrado a la virtud y justicia, desdeñando todo lo contrario a ellas. Por qué nosotros aceptamos y respetamos sus consejos porque en medio de su gravedad y moderación con la cual otorga y señala los errores, es acompañado por una autoridad y majestad natural que es aterradora.12

Los defensores reales también intentaron demostrar que quienes habían nacido para ser reyes tenían cualidades físicas y sicológicas que los distinguían de otros humanos. Juan Huarte de San Juan creía, por ejemplo, que los reyes, a diferencia de los simples mortales, tenían varios humores en un balance ideal y, de este modo, su constitución alcanzaba la “perfección suprema”. Los hombres nacidos para ser reyes tenían completa memoria (memoria) para ver el pasado, completa imaginación (imaginativa) para ver el futuro, y un gran entendimiento (gran entendimiento) “para distinguir, inferir, razonar, juzgar, y adoptar” lo mejor para sus reinos. La apariencia y comportamiento exterior del rey reflejaba tales cualidades internas especiales: belleza perfecta del rostro (para atraer el amor de sus súbditos), cabello rubio, (en medio de los dos extremos, blanco y negro), peso mediano, y comportamiento virtuoso. Huarte atribuía tales cualidades a los monarcas españoles y sólo a tres personajes históricos: Adán (el primer humano creado a la imagen de Dios), el Rey David (monarca favorito de Dios), y Jesús (Dios y el Hijo de Dios).13

Estas ideas influenciaron grandemente las formas en que los monarcas españoles eran representados públicamente. De hecho, Carlos V y Felipe II comprendieron, como lo hicieron los gobernantes descritos por Clifford Geertz, que “la habilidad del rey para proyectarse a sí mismo (o, mejor, su reinado) como un eje estacionario del mundo descansaba en su habilidad para disciplinar sus emociones y su comportamiento con meticuloso rigor.”14 En España el proceso de crear una imagen pública similar de rey alcanzó su punto más alto durante el reinado de Felipe II. Felipe II fue ahora descrito como un rey que siempre mostró un rostro impasible, que controlaba sus emociones, que hacía a temblar a cualquiera en su presencia e incluso sus más brillantes consejeros enmudecían, y que demostraba, tanto en público como en privado, tal grandeza que su “autoridad y gloria parecían divinas”, comentarios que eran casi idénticos a aquellos que describían a Dios en el Éxodo.15 Este comportamiento personal también era reproducido en los retratos de la corte, los cuales develaban “una imponente, fría, distante y majestuosa imagen” del rey, desnudada por cualquier símbolo del poder real 11 Castiglione, El cortesano, vol. II, p. 149.12 Francisco de los Cobos a Carlos V, 1543?: cf. Hayward Keniston, Francisco de los Cobos, secretary of emperor Charles V (Pittsburg, Pa., 1960), pp. 269-70. Sobre la imagen de Felipe II ver Fernando Bouza Álvarez, “La majestad de Felipe I. Construcción del mito real”, en José Martínez Millán, ed., La corte de Felipe II (Madrid, 1994).13 Juan de Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias [1575], ed. Esteban Torre (Madrid, 1977), cap. 14, pp. 288, 291-3 y 302-8. El libro de Huarte fue frecuentemente traducido a otros idiomas: Francés (22 ediciones desde 1580 a 1675); Italiano (7 ediciones entre 1582 y 1604); Inglés (5 ediciones entre 1594 y 1698); Latín (1622), y etc., ver Torre edn., pp. 51-2. Ver también Castiglione, El cortesano, vol. I, p. 149. 14 Geertz, Negara, p. 130.15 Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, vol. I, pp. 323-4. Éxodo 19:22-4, 20:18-21.

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pero fácilmente reconocida, como el humanista italiano Pietro Aretino notó, por el “gesto bel di maestà reale”.16

La presentación del rey como una persona dominante y sagrada, la personificación del poder real, consumió las energías de los sirvientes más cercanos de Felipe III desde el inicio de su reinado. Había, en primer lugar, una urgencia por retratar al nuevo rey como un heredero merecedor de las virtudes y glorias de sus ancestros. Esta tarea fue cumplida en parte por la alusión de una continuidad mística entre Felipe II y su hijo. Felipe II, declaró el capellán real Fray Aguilar de Terrones en un sermón dicho e honor del fallecido rey, tenía muchas virtudes, pero una resumía todas ellas – su capacidad para recrearse a sí mismo en la persona de Felipe III. Refiriéndose al hecho de que Felipe II había muerto en su palacio-monasterio El Escorial, el Padre Terrones notó que: “él [Felipe II] construyó su monasterio como un gusano de seda construye su capullo, y murió allí. Pero él emergió de su capullo como el nuevo rey [Felipe III], el cual creo es superior a Felipe II.”17 A pesar de su simpleza, esta metáfora dio a los auditores del Padre Terrones la poderosa impresión de estar en la presencia de un milagroso evento efectuado por Dios en las personas de Su monarca elegido. Para hacer esta imagen aún más fuerte el Padre Terrones finalizó su sermón insinuando que los súbditos de Felipe III podrían venerar al nuevo gobernante, no debido a que él había recibido su poder de Dios, sino a que el mismo rey era un dios: “Aunque el rey es un dios en carne humana… si él es religioso y justo [como todos saben que es Felipe III], el realmente llegará a ser Dios (El rey es un Dios en carne humana… el rey es hombre, pero si es religioso y justiciero, Dios se torna).”18

Esta imagen de la transferencia del poder desde Felipe II a su hijo, caracterizada no como una “sucesión” pero sí como una “resurrección” del antiguo en la persona de Felipe II, fue repetida ad infinitum durante los primeros meses del nuevo reinado.19 Por ejemplo, Lope de Vega en A la muerte del Rey Filipo Segundo, el Prudente, presentó a sus lectores la imagen de un agonizante Felipe II rodeado por personificaciones de las virtudes que había dominado durante su vida – “Religión, Justicia, Misericordia, Paz, Prudencia, Templanza, Verdad y Fortaleza” – las cuales acompañaban al rey al Cielo. Regresando a la tierra, las Virtudes eran gratamente sorprendidas al encontrarse a ellas mismas en frente de “un radiante joven Felipe III, Rey de España y el nuevo Fénix, /… un retrato divino,/ y un glorioso sello impreso / del alma original [Felipe III]”20 – un nuevo Fénix, “expresamente elegido” por Dios, como lo demostró por las muertes de los hermanos mayores de Felipe III y la propia “milagrosa” recuperación de su pobre salud en sus años adolescentes.21

16 Cf. H. E. Wethey, The painting of Titian. 11: The portraits (Londres, 1971), p. 42. Acerca de los retratos de los reyes españoles ver Fernando Checa Cremades, Pintura y escultura del Renacimiento en España 1450-1600 (Madrid, 1983), pp. 349-57, y Jonathan Brown, “Enemies of Flattery: ‘Velázquez’ portraits of Philip IV,” Journal of Interdisciplinary History, 17 (1986), pp. 137-5417 “Sermón que predicó a la Majestad del Rey don Felipe III el doctor Aguilar de Terrones su predicador, en las honras que su Majd. Hizo al católico Rey d. Felipe Segundo, que sea en gloria, en San Jerónimo de Madrid, a las 19 del mes de octubre de 1598”, en Juan Iñiguez de Lequerica, ed., Sermones funerales en las honras del rey nuestro señor don Felipe II, con el que se predicó en las de la serenísima infanta doña Catalina duquesa de Saboya,(Madrid, 1599), fol. 21r.18Ibíd., fol. 23v. Sobre el sermón del padre Aguilar de Terrones y sobre discursos y predicadores en general durante el reinado de Felipe III ver Hilary Dansey Smith, Preaching in the Spanish Golden Age, A Srydy of Some Preachers of the Reign of Philip III (Oxford, 1978); pp. 48-9 sobre el Sermón de Terrones.19 Iñiguez de Lequerica, el editor del sermón de Terrones y otros sermones funerarios dedicados a Felipe II, recordaba a sus lectores que Felipe II “nos había legado a su hijo igual a él en su nombre y en sus actos2 que la transmisión el poder “no era una simple sucesión sino una resurrección de Felipe II como Felipe III [que no pareciese sucesión sino resurrección]” en ibid., “Prologue of Lequerica,” n.p.; ver también “Sermón que predicó el padre Maestro Fray Agustín Dávila de la Orden de los Predicadores, calificador del Santo Oficio, en 8 de noviembre de 1598 a las honras que la ciudad de Valladolid hizo en su iglesia mayor al rey Felipe II nuestro señor,” fol. 80v.20 “A la muerte del rey Filipo Segundo, el Prudente”, en Lope Félix Vega Carpio, Obras escogidas de Lope de Vega, ed. Federico Carlos Sainz de Robles, 3 vols., 2da. Edn. (Madrid, 1887), vol. II, p. 98. 21 Biblioteca Nacional, Madrid (BNM) Mss 8526, “discurso sobre el gobierno que ha de tener Majd. En su monarquía para conservarla”, anon., Madrid, 15 de octubre de 1599, fol. 19v.

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Las palabras, las ideas, y conceptos implicados en estos sermones y poemas reaparecieron como poderosas imágenes durante la entrada de la Reina Margarita en Madrid en octubre de 1599. Como en otras monarquías, la entrada real tomaba lugar cuando el rey oficialmente visitaba una de las principales ciudades del reino por primera vez. 22 En su forma original la entrada real representaba lo que Malcolm Smuts llama la faceta “comunitaria” del reinado,23 como una ratificación (reenactment) de la unión entre el rey y su reino, representado en este caso por la ciudad. El rey había recibido las llaves de la ciudad como símbolo de su obediencia, y al aceptarlas, él juraba proteger los privilegios de la ciudad. Hacia fines del siglo XVI, y con seguridad en el XVII, la entrada real llegó a ser una celebración de unicidad del monarca y su posición privilegiada en el cuerpo político.24

La entrada de la reina Margarita en Madrid el 24 de Octubre de 1599 es ilustrativa. Diseñada después de la entrada real de la Reina Ana de Austria (la cuarta esposa de Felipe II y la madre de Felipe III), y aprobada por Felipe III luego de un cuidadoso estudio,25 esta entrada utilizó un uso liberal la mitología o lo que E. H. Gombrich se ha referido como la “facultad mitopoética”.26 Sus diseñadores – los escultores italianos Pompeo Leoni (también involucrado en el diseño para la entrada de Ana de Austria), el pintor italiano Bartolomé Carducho, el pintor español Luis de Carvajal, el arquitecto Francisco Gómez de Mora, y un poeta anónimo – no dejaron analogías, símbolos, o imágenes que pudieran engrandecer más la ya poderosa imagen del rey español.27 En el primer arco, referido a “el arco principal” en un documento aprobado por Felipe III y dedicado a “el Poder Real y Majestad” Felipe III fue representado como “un hombre robusto soportando dos mundos, el viejo mundo y el nuevo”. Él fue también representado como el poseedor de las virtudes de Júpiter, (el rayo como un símbolo de defensa del reino), Hércules (el mazo como símbolo de la fortaleza innata del rey) y Mercurio (la vara como símbolo de sabiduría).28 Entrando a través de los otros dos arcos triunfales, la procesión real alcanzó la iglesia de Santa María cerca del palacio real. “Dos magníficas estatuas de más de 20 pies de altura”, diseñadas por Pompeo Leoni, cubrían la fachada de la iglesia. Una representaba al Rey Felipe III y la otra a Atlas portando la mitad del globo en sus hombros con la siguiente inscripción grabada en su base: Divisum Imperium cum Jove (Yo dividí el imperium con Júpiter), como una referencia a la juventud de Felipe III cuando él dividió la pesada carga de gobernar la monarquía con su debilitado padre (Júpiter).29

Las exposiciones públicas de Felipe II como el heredero de las glorias y virtudes de sus antecesores continuaron a lo largo de su reinado. El mismo rey promovió activamente la presentación 22 Gonzalo Fernández de Oviedo, Libro de la cámara real del príncipe don Juan y oficios de su casa y servicio ordinario [1530?], ed. J. M. Escudero (Madrid, 1870), p. 102.23 R. Malcolm Smuts, “Public Ceremony and Royal charisma: the English Royal entry in London, 1485-1642,” en A.L: Beier, David Cannadine, y James M. Rosenheim, eds., The First Modern society. Essays in the English History in honour of Lawrence Stone (Cambridge, 1989), p. 76; un buen resumen de esta ceremonia se encuentra en Roy Strong, Art and Power (Berkeley, 1984, pp. 7-11, 44-50.24 Ibíd., p. 48; acerca de la entrada real en España y su evolución, ver Checa Cremades, Pintura y Escultura, pp. 371-83; y Alicia Cámara Muñoz, “El poder de la imagen y la imagen del poder. La fiesta en el Madrid del Renacimiento,” en Madrid en el Renacimiento (Madrid, 1986), pp. 66-77.25 José Martí y Monsó, Estudios histórico-artisticos relativos principalmente a Valladolid (Valladolid, 1898), pp. 277-8. La aprobación real está fechada en Valencia, en marzo de 1599. En esta autorización el rey también ordenaba que nadie debía hacer algo sin su anterior permiso.26 E. H. Gombrich, “Icones Simbolicae. Philosophies of Simbolism and their Bearing in Art,” en su Symbolic Images. Studies en the Art in the Renaissance (Chicago, 1985), pp. 128-30.27 Los diferentes reportes acerca de la preparación de esta entrada mencionaba un poeta o poetas a cargo de crear el “alma” de los arcos triunfales, pero ellos nunca mencionaron quines eran esos poetas: martí y Monsó, Estudios históricos-artísticos, pp. 277,281.28 Tovar Martín, “La entrada triunfal”, pp. 390-5.29 Ibíd., p. 402. Los textos que describen esta entrada no explican el significado de la estatua de Atlas; es importante recordar, sin embargo, que Pompeo Leoni tambiñen diseñó la última estatua de la entrada real de Ana de Austria en 1570, representando a Felipe II como Atlas soportando al mundo sobre sus hombros. Ver López de Hoyos, Real Aparato, fol. 40.

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de una imagen poderosa de los anteriores gobernantes españoles y de él mismo a través de las decoraciones que el encargó a El Pardo, una hacienda del palacio real cercana a Madrid, y el Alcázar, el palacio real en Madrid. Aunque muchas de las pinturas que Felipe III autorizó para las salas de El Pardo han desaparecido, las series iconográficas pintadas a lo largo del palacio incluían “El juicio de Salomón”, el “Triunfo de la eucaristía”, y la “Historia de Aquiles”, alegorías que presentaban a Felipe II como un monarca justo, prudente y religioso. Además, él encargó retratos de sus ancestros y de él mismo, la reina, y sus niños en aparente homenaje a la dinastía y como una demostración de que él era un capaz sucesor de monarcas de sublime reputación. 30 Estos programas iconográficos fueron coronados por la colocación en los jardines de la Casa de Campo de la magnífica estatua de Felipe III a caballo, la primera de su tipo en España, y un regalo para Felipe de Fernando I, el Gran Duque de Toscana. 31

Se podría decir que estas imágenes y el mensaje que transmiten – que el poder del rey era sagrado y que él solo controlaba las vidas de sus súbditos – era muy similar a aquella creada y mostrada en otras monarquías españolas, demostrando de esta forma que la monarquía española no difería de sus contrapartes europeas en las imágenes de la majestad real. Lo que realmente distinguía a la monarquía española era el rol que “el símbolo maestro” del oficio real – la persona natural del rey – jugaba en la representación pública ritualística y ceremonial del reinado. Historiadores de la Europa moderna temprana están generalmente de acuerdo en que las monarquías francesas e inglesa crearon y perfeccionaron los modos más efectivos de ritualizar el reinado para imponer el poder del gobernante sobre sus súbditos. Como resultado, la manipulación de la imagen pública del gobernante transformó las monarquías Francesa e Inglesas, en las palabras de Edgard Muir, las “monarquía más exitosas de fines del medioevo y la Europa moderna temprana.”32 En este contexto, el interés de los historiadores se enfoca sobre la constante presencia pública del monarca y la transformación de la corte en un escenario público donde el monarca era el actor principal. De acuerdo con los historiadores modernos, el poder real en la Europa moderna temprana requería de este modo una espléndida mise-en-scène donde esta criatura divina, el monarca, aparecía como el paradigma del poder absoluto.

Los dos monarcas de la época moderna temprana que fueron los maestros supremos del ritual público fueron Elizabeth de Inglaterra y Luis XIV de Francia. Ambos comprendieron la necesidad de controlar, usar y manipular las ceremonias públicas para transformarse a sí mismos en las cabezas inviolables de la jerarquía de la corte y reforzar la percepción de que el poder político era idéntico al poder personal del rey. Los incesantes viajes de Elizabeth por su reino, por ejemplo, le permitieron

30 Sobre las decoraciones en El Pardo ver Vicente Carducho, Diálogos de la pintura [c. 1636], ed. Francisco Calvo Serraller (Madrid. 1979), Diálogo 7, pp. 328-33; José Miguel Morán, “Felipe III y las Artes”, Anales de Historia del siglo de oro(Madrid, 1985), pp. 198-203; y Mary Newcome, “Genoese Drawings for the Queen’s Gallery en El Pardo, “ Anchità Viva 29 (1990), pp. 22-30. Sobre la colección de retratos de las ancestros y parientes de Felipe III ver “Memoria de los retratos que se han hecho para la casa Real de El Pardo [por Pantoja de la Cruz],” un documento publicado em Maria Kusche, Juan Pantoja de la Cruz (Madrid, 1964), pp. 65-7; y J. Moreno Villa y F. J. Sánchez Cantón, “Noventa y siete retratos de la família de Felipe III por Bartolomé González,” Archivo Español de arte y arqueologia, 38 (1937). Sobre los planes de redecorar El Alcázar encargado por Felipe III a Vicente Carducho, el cual estaba abandonado cuando Felipe III murió en 1621, ver Carducho, Diálogos, pp. 326-7; y Steven N. Orso, Philip IV and the Decoration of the Alcázar de Madrid (Princeton, 1986), pp. 121ss.31 La estatua fue encargada por Fernando I em 1600; Giambologna diseñó la estatua y trabajó en ella desde 1606 hasta su muerte em 1608 cuando Petro Tacca lo reemplazó. Ver Walter A. Liedtke, The Royal Horse and Rider. Painting, Scuklpture and Horsemanship, 1500-1800 (Nueva York, 1989), pp. 70, 204-5. Sobre los orígenes de esta estatua ver Edward L. Goldberg, “Artistic Relations Between the Medici and The Spanish Courts, 1587-1621:Part I,” The Burlington Magazine, 138 (1996), p. 114. Sobre referencias contemporâneas a esta estatua ver Antonio Liñán y Verdugo, Guia y avisos de forasteros que vienen a la corte [1620], ed. Edisons Simons (Madrid, 1980), p. 177, Hoy la estatua está ubicada en la Plaza Mayor de Madrid, la más importante mejora arquitectónica em Madrid durante el reinado de Felipe III.32 Edward Muir, Ritual in Early Modern Europe (Cambridge, 1997), p. 249.

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transformarse “en el objeto adorado de sus súbditos.”33 Los Monarcas quienes – como Jaime VI y I, el sucesor de Elizabeth – evitaron los rituales públicos son vistos como fracasos. Muir escribe que Jaime VI y I, evitando los progresos públicos y ceremonias “por ceremonias más privadas que hicieran valer el derecho divino de los reyes, socavó en la práctica la sacralidad que él tan arduamente defendía. 34

Sin embargo no todas las monarquías europeas deberían ser analizadas por comparación con los modelos de Elizabeth y Luis XIV. Los intentos de historiadores modernos por reducir la variedad de experiencias históricas a paradigmas generales y esquemáticos aplicables a todas las políticas pueden conducir a una comprensión simplista de las monarquías donde la ritualización del poder tomaba alternativa, pero no necesariamente formas menos exitosas. Uno debe situar las monarquías en su propio contexto histórico para apreciar cómo los ritos y ceremonias eran utilizados y, en última instancia, determinar cómo efectivamente éstos realzaban el poder del rey. Por ejemplo., por lo menos hasta la mitad del siglo XVII, los reyes españoles fueron particularmente exitosos en defender su poder y prerrogativas, incluso pensaban que la ritualización y la representación de su majestad real difería sustancialmente y en muchas formas contrastaba marcadamente con las prácticas de otros monarcas europeos. Uno se pregunta algunas veces si el constante recurso Elizabeth y Luis XIV de sus ceremonias y rituales públicos demostraba su “magistral” uso de medios públicos de propaganda o su completa incapacidad para evitar participar en las ceremonias públicas vistas por muchos partidarios de la monarquía de fines del siglo XVI como desventajas para la imposición efectiva del poder monárquico absoluto.

De hecho, los principios guías del comportamiento público los monarcas de la España moderna temprana, desde por lo menos la mitad del siglo XVI, fue, usando las elocuentes palabras de John H. Elliot, la “invisibilidad del monarca, y de hecho su total inaccesibilidad.”35 Esta práctica fue la culminación de una serie de cuestionamiento de las visiones establecidas del poder real, especialmente de aquellas concernientes a la relación del gobernante con otros miembros del cuerpo político. Bien en el siglo XVI, los gobernantes españoles estuvieron forzados a enfrentarse con las teorías de acuerdo con las cuales el oficio sagrado del rey era para escuchar el consejo de los miembros del cuerpo político y para ser abierto y familiar. El “rostro del rey no sólo complace”, un presunto panfleto anónimo de fines del siglo XV, “inspira, despierta, complace, y vigoriza a los súbditos del rey.”36 La visión comúnmente sostenida era que una monarquía abierta y pública ganaba la lealtad de sus súbditos, en tanto que una monarquía distante y privada crearía desconfianza y promovería facciones y rebeliones. Como consecuencia, los monarcas eran aconsejados para dar acceso ilimitado a los miembros del cuerpo político y transformar el palacio real en un espacio público, “un lugar donde el rey ejerce la justicia personalmente, donde come y habla con sus súbditos.”, de acuerdo con Las siete partidas de Alfonso X el Sabio, uno de los textos jurídicos más influyentes en la España medieval y temprana moderna.37

El constante flujo de petitorios y otros buscando el consejo del rey, sin embargo, se transformó en una crónica fuente de frustración. Ya hacia fines del siglo quince Isabel y Fernando habían intentado reducir el derecho de entrada a las habitaciones reales y restringirlas a un selecto grupo de sirvientes. Pero su éxito apareció para haber sido limitado. La Reina Isabel, por ejemplo, a menudo se quejaba amargamente acerca del acceso ilimitado que sus súbditos tenían a su persona y habitaciones privadas. En ese momento, las formas disponibles para limitar y regular el acceso a la habitación privada de la 33 Ibid., p. 246.34 Ibid. Sobre Luis XIV, ver Louis Marin, Portrait of the king, Trad. Martha M. Houlé (Minneapolis, Minn., 1988); y Peter Burke, The Fabrication of Louis XIV (New Haven, 1992).35 “The Court of the Spanish Habsburgs; A peculiar Institution?”, en John H. Elliot, Spain and its World, 1500-1700 (New Haven, 1989), p. 148. Ver también Fernando Checa Cremades, “Felipe II en el Escorial: la representación del poder Real”, en El Escorial: arte, poder y cultura en a corte de Felipe II (Madrid, 1989), pp. 17-20.36 BNM, Mss 6020, “Advertencias del buen govierno”, fol. 77v.37 Las siete partidas del rey Don Alfonso el Sabio (Madrid, 1989), pt. II, tit. 9, ley 29, “Qué cosa es palacio.”

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reina eran primitivas y no muy efectivas- “estar en cama todo el día, incluso si no estoy enferma, sólo porque quiero estar sola.” Incluso cuando ella estaba en cama sus cortesanos fallaban en dejarla sola.38

La situación comenzó a cambiar con el advenimiento de los Habsburgo. Aunque Carlos, para contrarrestar la desconfianza de los españoles hacia el “rey extranjero”, mantuvo un alto nivel de visibilidad y accesibilidad, 39 él desafió las antiguas prácticas introduciendo estrictas ceremonias de saludos y mostrando respeto hacia el rey. Uno de sus agentes en Castilla había traído su atención hacia la significación política de tales ceremonias en 1517. “Debido a su autoridad deberían agachar la cabeza los miembros del cuerpo político,” el rey no debería permitir a nadie llegar a ser familiar con él. En cambio el debería requerir que todos guardaran maneras, tales como besar la mano del rey y mantener la cabeza descubierta en su presencia, diseñado para enfatizar la posición superior del rey.40

Pero incluso más lejano alcance en su impacto tuvo la introducción y promoción de una nueva etiqueta de palacio, uno de los primeros pasos en la creación de un nuevo modelo de reinado Español. En 1515 el emperador Maximiliano I, abuelo de Carlos, había establecido una nueva etiqueta para la familia de Carlos, la cual incorporaba el principio de privacidad de Maximiliano y ciertos otros elementos característicos de la corte de los Habsburgos Austriacos y españoles – un rey distante y una estricta jerarquía cortesana basada en un grado de intimidad con el príncipe. 41 El propósito principal del protocolo de 1515 no era reforzar la privacidad del rey permitiendo sólo al sumiller de corps* estar presente cuando el rey iba a dormir y levantarse, y prohibiendo a cualquiera aproximarse y hablar con el rey durante su almuerzo y cena excepto por los oficiales a cargo de servir su comida. La etiqueta también instituyó un grado de jerarquía de intimidad con el príncipe basado en el criterio espacial. Sólo el sumiller de corps y los sirvientes de palacio con tareas específicas tenían permitido entrar en la habitación privada del príncipe. Las salas más cercanas a la cámara del príncipe, fueron reservadas, sucesivamente, en el siguiente orden, para los “alguaciles”**, y los “pensionistas, capellanes, maestres d’hostel y gentilhombres.”42 Lo que el mismo Carlos V consideró su modelo burgundio de una monarquía privada y distante como la más apropiada para su deseo de establecer una monarquía fuerte está reflejado en el protocolo de palacio que el mismo ordenó para su hijo, el futuro Felipe II, en 1548 a pesar de la oposición de muchas de sus súbditos de Castilla. Nuevamente el protocolo enfatizó la privacidad del rey dando acceso a los cuartos del príncipe sólo a un pequeño número de oficiales de palacio. 43

38 Ochoa, Epistolario, vol. II, p. 17, Queen Isabel to her confesor, Hernando de Talavera, 30 dic. 1494; sobre el comportamiento contradictorio de Fernando e Isabel hacia el acceso a las cámaras reales ver Ladero Quesada, La hacienda real, pp. 372-3, y Ibid., Los reyes católicos, p. 82-3.39 Para un poco de referencias contemporáneas ver Antonio Rodríguez Villa, ed., “El Emperador Carlos V y su corte (1522-1539): Cartas de D. Martín de Salinas”, Boletín de la Academia de la Historia, 93 (1903), pp. 55, 93; y Francisco López de Villalobos, Algunas obras, 2 vols. (Madrid, 1886), vol. I, pp. 144-5.40 Fernández Álvarez, Corpus documental, vol. I, p. 69, Cardinal Cisneros? a Adrian de Utrecht, 1517?; sobre la importancia de conservar cabeza gacha en la presencia del rey y los cambios introducidos por Carlos ver Elliot, “The court of the Spanish Habsburgs,” p. 152.41 Sobre el “estilo burgundio” ver C. A.F. Armstrong, “The Golden Age of Burgundy”, en A.G. Dickens, ed., The Court of the Dukes of Burgundy. A model for Europe?” en R. G. Asch y M. Birke, eds., Princes, Patronage and the Nobility. The court at the beginning of the Modern Age, c. 1450-1650 (Oxford, 1991), pp. 69-102.* El sumiller de corps era el encargado máximo de la Real Cámara. Dentro de sus atribuciones estaban todos aquellos oficios relacionados con la atención personal del monarca: su aseo y vestido diario, así como la asistencia a cualquier problema de salud, controlado por los médicos de cámara y los boticarios reales.** ‘Huissiers’ en francés, alguacil, ejecutor.42 “Ordonnance de Charles, prince d’Espagne, archiduc de Bourgogne… pour le gouvernement de sa maison, “ en M. Gachard, Collection des voyages des souverains des Pays-Bas, 3 vols. (Bruselas, 1874), vol. II, ap. I43 Sobre la nueva etiqueta del palacio real ver Antonio Rodríguez Villa, Etiquetas de la casa de Austria (Madrid, 1913); para un excelente análisis de la etiqueta de palacio en la España moderna temprana ver Elliot, “The Court of Spanish Habsburgs”, pp. 143-54. Sobre la oposición a esta etiqueta de palacio ver Helen Nader, “Habsburg Ceremony in Spain: The Reality of the Myth”, Historical Reflection / Réflexions Historiques, 15 (1988).

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La más importante consecuencia de estos principios fue la transformación del hogar real y los cuartos privados del rey en centro crucial de poder e influencia, en la “esfera primaria del gobierno real.”44 La cámara del rey, o como los españoles la llamaban en ese tiempo, el retrete (“la parte más secreta de la casa”), fue transformada en un “espantoso lugar donde el poder [invisible] estaba escondido.”45 La inaccesibilidad del monarca también daba un nuevo significado al palacio real transformándolo en el espacio privado del monarca al cual se retiraba acompañado sólo por un pequeño, selecto grupo de sirvientes quienes lo ayudaban a gobernar sus reinos y compartían sus pensamientos, sus ambiciones, y, en última instancia, su poder.

Escribiendo sobre la corte francesa durante el reino de Luis XIV, Norbert Elias afirma que el protocolo de palacio “fue un instrumento no sólo de distanciamiento sino de poder”,46 algo que los monarcas de la Europa moderna temprana comprendieron claramente. En efecto, desde los tentativos inicios en el reino de Carlos V, y mucho más definitivamente en el tiempo de Felipe II, las estrictas limitaciones de entreé a las cámaras privadas del rey fueron acompañadas por el creciente retirada de la exposición pública. Durante el reinado de Felipe II, la inaccesibilidad e invisibilidad del rey llegó a ser vista como los elementos clave en la práctica del reino, y los partidarios de Felipe II comenzaron a defender la idea de que la invisibilidad del rey era esencial para la promoción de la obediencia y la reverencia entre los súbditos del rey. De hecho, tan pronto como heredó el trono, Felipe II cesó de atender las reuniones de varios concejeros y las Cortes. En consecuencia, sus súbditos podían hablar con él sólo si les era dado el acceso a su persona y sus cámaras, un derecho que fue reservado a quien nunca habló en público, quien permaneció distante y perdió mucho de su tiempo encerrado en sus palacios, especialmente en el palacio El Escorial. Felipe II incluso evitó la participación en las ceremonias públicas (incluyendo las entradas reales), lo cual muchos historiadores modernos consideran un instrumento crucial de la imposición del poder del rey.47 Para Felipe II los ceremoniales públicos llegaron a ser sumisas performances que dejaban contentos a sus súbditos, no instrumentos de dominación política.

Como con otros aspectos del reinado, Felipe II intentó inculcar similar comportamiento en su hijo, Felipe III, y fue durante el reino de Felipe II que la inaccesibilidad se tornó un axioma político duradero, una suerte de religión de estado y un componente esencial en la constitución del poder real. Aunque los gobernantes ingleses y franceses también intentaron aislarse refugiándose en un entorno aristocrático, esta práctica nunca reemplazó el aceptado principio de que un rey real debería ser un rey público.48 Como observó el francés Pierre Mathieu, los franceses necesitaban un rey visible y accesible porque de lo contrario ellos podrían creer que no había rey, en tanto que los españoles creían que el poder de la majestad real podría crecer cuando el rey era invisible e inaccesible.49En los inicios del

44 Norbert Elias, The court society, trad. Edmund Jephocott (Nueva York, 1983), p. 119. Las palabras de Elias se refieren a la corte real en general, pero dadas las condiciones en el real centro del poder de la monarquía española, el centro desde el cual la monarquía española impuso su voluntad fue el palacio real, y a lo largo del periodo moderno temprano los monarcas españoles se preocuparon más de la familia y palacio real que de la corte real en general.45 Estas son las palabras usadas por Roland Barthes en su análisis de las representaciones de Racine; ver Roland Barthes, On Racine, trad. al Richard Howard (Berkeley, 1992), pp. 3-4. Sobre el significado de la palabra retrete ver Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana y española [1611], facsimile edn (Madrid, 1984), s. v. “retrete”.46 Elias, The Court Society, p. 117. Ver también su The Civilizing Process: The History of Manners and Sate Formation and Civilization, trad. Edmund Jephcott (Oxford, 1994), p. 267.47 Ver Parker, Philip II, pp. 20-2,82.48 Sobre este tópico, ver Smuts, “Public Ceremony”, p. 85; Orest Ranum, “Courtesy absolutism and the Rise of the French State, 1630-1660”, Journal of Modern History, 52, (1980). Para el caso ruso, ver Valerie A. Kivelson, “The devil stole his mind: the Tsar and the 1648 Moscow Uprising,” American historical review, 98 (1993), pp. 733-56.49 BMN, Mss 9078, “Breve compendio I elogio de la vida del rey Don Felipe segundo de felicísima memoria escrito en francés por Pierre Matiu,” fol. 32r-v; cf. Bouza Álvarez, “La majestad de Felipe II”, p. 523 Ver también Conde de Salinas, “dictamen del conde de Salinas en que se examinan las prerrogativas de la corona y de las cortes de Portugal” [1612], ed. Erasmo Buceta, en Anuario de Historia del Derecho español, 9 (1932), p. 378.

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siglo XVII los autores políticos españoles también notaron este carácter distintivo del reinado español. Juan Fernández de Medrano, por ejemplo, aconsejó al rey que “es un cierto tipo de religión alejarse de sus súbditos”. No debería llegar a ser familiar con nadie, excepto con la persona que es su oráculo [traducido como “favorito”], debido a continuus aspectos minus verendos magnos homines ipsa satietate facit.”50Medrano podía elegir muchos ejemplos históricos para apoyar su visión, pero él lo hizo en el Emperador Tiberio, quien de acuerdo a Medrano había vivido “Occultum, ac subdolum fingendis virtutibus” (“Oculto y falso, fingir virtud”)51

Tiberio y otros entre los antiguos no fueron los únicos ejemplos evocados por escritores españoles de inicios del siglo XVII para justificar la inaccesibilidad e invisibilidad del rey. Tan importante como estos modelos históricos fueron aquellos tomados de la tradición y doctrina cristianas, incluyendo la doctrina del Santo Sacramento. Diego de Guzmán, biógrafo de la reina Margarita, por ejemplo., criticó a quienes defendían que el Santo Sacramento fuera públicamente expuesto todos los días, de este modo visible todo el tiempo. Tal exhibición, el temía, podría traer como consecuencia una pérdida de “el respeto, reverencia, y amor hacia Él” transformando la santa representación de Jesucristo en una costumbre ordinaria. “Aquellos que me vean morirán, dice el Señor. De esta forma Dios impuso respeto y temor entre los hombres”, y, de acuerdo con Guzmán, un monarca, el representante de Dios en la tierra, debería comportarse de forma similar limitando su exposición pública y prohibiendo a sus súbditos intentar verlo fuera de las ceremonias públicas establecidas. 52

Además, como sugieren estos preceptos, la invisibilidad del rey significaba que el monarca debería hablar sólo con un pequeño grupo de individuos selectos. Si el rey fuese a hablar con cualquiera, el podría perder el respeto y obediencia de sus súbditos, notó el autor del “Discurso de las privanzas”. Tomando a Tiberio como ejemplo, yendo más lejos, notó que “en los tiempos [de Tiberio] la única forma permitida de dirigirse al príncipe era de forma escrita, incluso si el príncipe estaba presente.”53 Así, el silencio era considerado una forma ideal del monarca español para establecer su preeminencia, proteger su poder y reputación.54 En 1598, el año de la muerte de Felpe II, Giovanni Botero defendió exactamente tal comportamiento cuando propuso que un monarca debería siempre guardar en secreto sus pensamientos y no hablar mucho. “Los hombres un tanto taciturnos y melancólicos son más reverenciados que los alegres y locuaces; y en suma donde el Príncipe puede hacer comprender con hechos el no deber usar palabras.”55 Para Felipe II y su favorito, usando las palabras de Frank Whigham, “los discursos y otras significaciones revelaban no el poder sino la ausencia de él, una petición a la audiencia de escuchar, de reconocimiento, de ratificación.”56

50 Esta frase en latín significa “si los grandes hombres a menudo son menos reverenciados”, estaba incluida por Giovanni –botero (The reason of State, ed. P.J. Waley51 Juan Fernández de Medrano, República Mixta (Madrid, 1602), p. 32. La lejanía de Tiberio, un gobernante que trasladó sus cuarteles principales lejos de Roma para distanciarse de la presión del Senado, es un elemento crucial en Anales de Tácito, 4.41,57-8,67, en Tacitus, Complete Works, ed. Moses Hadas (Nueva York, 1942) Ver también Antonio de Herrera, “Discurso de cómo se ha de entender que es cosa es majestad, decoro y reputación”, en BNM, Mss3011, Antonio de Herrera, “Primera parte de las varias epístolas, discursos y tratados dirigidos al rey nro. Señor don Felipe IV,” Fol. 16Iss. Sobre la “Invisibilidad” de Felipe III como consecuencia de la imagen de la majestad real creada por Felipe II ver Javier Varela, La muerte del rey. El ceremonial funerario de la monarquía española (1500-1850) (Madrid, 1990), pp. 53ss.52 Diego de Guzmán, Vida y muerte de doña Margarita de Austria, reina de España (Madrid, 1617), fols. 229v-230. Ver también Juan Pablo Mártir Rizo, La poética de Aristóteles traducida del latín [1623], ed. Margarete Newels (Cologue, 1965), p.. 44-5,75. 53 “Al rey don Felipe II: discurso de privanzas.” En Quevedo y Villegas, Obras, vol. II, p. 1393. 54 Francisco de Gurmendi, Doctrina física y moral de príncipes (Madrid, 1615), Libro 1., cap. 6:”De la importancia y excelencia del silencio,” fol. 22v; Francisco de Gurmendi también dedica su libro a Lerma.55 “Agiunte” en Botero, Practical Politics, p. 240. Ver también “Imagen del silencio y descripción de lo que sus partes representa,” en Juan de Jarava, Problemas o preguntas problemáticas (Alcalá de Henares, 1546) fol.. 156v-168v; y Plinio el viejo, Historia Natural de los animales, trad. Jerónimo de Huerta (Madrid, 1603) libro 7, cap. 23, fol. 57. 56 Franck Whigam, Ambition and Privilege. The Societal Tropes of Elizabeth Courtesy Theory (Berkeley, 1984), pp. 39, 51.

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El silencio en público de Felipe III, su lejanía, y su tendencia a estar “en soledad con un muy pequeña corte”, acompañado siempre por su favorito, captó la imaginación de sus contemporáneos casi desde el inicio de su reino. 57 La entrada de la Reina Margarita en Madrid a fines de 1599 fue, por ejemplo, distinguida por el hecho que nadie pudo ver al rey, quien permaneció oculto de la vista pública acompañado sólo por Lerma, 58 ofreciendo a sus súbditos una imagen aún más convincente el rey, ahora imaginado y representado como un dios y un héroe en los arcos triunfales y las estatuas expuestas en Madrid en ese momento. La renuncia a la vista pública de Felipe III en compañía de su favorito continuó a lo largo de su reinado. Esta costumbre cumplió con la necesidad del rey de mantener distancia de sus súbditos y el deseo de Lerma de ejercer control sobre el acceso al rey. Después de todo, Lerma había dicho que Felipe II “era obedecido y temido incluso cuando estaba encerrado en sus habitaciones” y que él debería promover la inaccesibilidad del rey para establecer el autoridad Felipe III y su propia influencia.59

Tales principios inspiraron una de las medidas menos comprendidas tomadas al inicio del reino: el traslado de la corte real de Madrid a Valladolid, probándolo por un periodo de seis años (1601-6). Los historiadores modernos interpretan este evento como una manifestación del interés económico personal de Lerma debido a que sus tierras castellanas estaban más cerca de Valladolid que de Madrid. La presencia de la corte real – el mercado interno más grande y rico – incrementó la demanda de productos locales de todo tipo, y el movimiento benefició claramente el patrimonio de Lerma. Sin embargo, el traslado de la corte a Valladolid, sólo aparentemente motivado por los intereses de Lerma, ocurrió en primera instancia por razones políticas. De hecho, Felipe II había heredado una insolvente, disfuncional y sobre poblada ciudad, y los defectos de Madrid “llegan a ser un emblema de el mal gobierno del antiguo régimen.”60 Casi inmediatamente después de esta adquisición, Felipe II creó un comité especial para examinar la situación en Madrid y el posible traslado de la corte a un sitio alternativo y pedido por la comunidad para recomendar medidas que pudieran ser tomadas para crear una nueva corte para el nuevo rey. 61 Madrid, como fue descrita en el reporte de la comunidad, tenía una sobrepoblada, polémica, y bulliciosa corte llena de “vicios y pecados”, donde era imposible proteger la privacidad del rey debido a que las oficinas estaban ubicadas en el palacio real. El comité vio pocas ventajas en conservar la corte en Madrid y recomendó que se trasladara a una de las varias ciudades castellanas que en el pasado habían albergado la corte real: Valladolid, Toledo o Burgos. Al final Felipe III eligió Valladolid, argumentando que había recibido reportes que señalaban que había suficiente infraestructura para albergar a la familia real.

El comité también presentó a Felipe III un conjunto de recomendaciones para ayudarlo a evitar para la corte de Valladolid un destino similar a la de Madrid. El rey había dicho establecer rígidos controles sobre quién debería tener el derecho de vivir en la corte y recordar que era importante no tener “una corte populosa sino un reino populoso”. Así, el comité propuso que la residencia en Valladolid fuera limitada a quienes habían vivido allí antes del traslado de la corte y quienes detentaban

57 Simeón Contarini a el senado de Venecia 1605; cf. Elliot, “The Court of the Spanish Habsburgs,” p. 148. acerca del tratamiento de estas características por la literatura del período ver Antonio Feros, “Vicedioses pero humanos: el drama del rey,” Cuadernos de Historia Moderna, 14 (1993) pp. 103-31.58 Cabrera de Córdoba, Relaciones, p. 4759 BNM, Mss 18275, “Memorial que dieron al duque de Lerma, cuando entró en el valimiento del sr. Rey Felipe III,” fol. 2r.60 La situación de Madrid, los escándalos creados por “prostitutas”, el aumento de la población, la relajación de las costumbres, etc., fueron asuntos de considerable debate durante el reino de Felipe II; ver, por ejemplo, BFZ, carp. 132, fol. 54: reporte de la junta a cargo de la “reformación” de las costumbres en Madrid, 4 de sept. 1586. Ver también Claudia Sieber, “Madrid: A City for a King”, paper presentado en el encuentro de la Sociedad de Estudios Históricos de Españoles y Portugueses., San Luis, 1987, p. 1.61 Archivo General de Simancas (AGS) GJ, leg. 897, un reporte son fecha ni autor; agradezco a Claudia Sieber por llevar mi atención a este importante documento. Acerca del debate sobre la mudanza de la corte y la constitución de este comité especial ver Claudia Sieber, “Madrid: A City for a King”, pp. 4-7.

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oficios de corte o palacio. Los nobles debían vivir en otras fincas; los consejeros debían ser trasladados a otras ciudades, con la excepción del Consejo de Estado. La dispersión de los consejeros podría significar que aquella búsqueda de recompensas o justicia no necesitaba ir a la corte, debilitando de este modo el poder de los consejeros separándolos de la persona del rey.

Sin embargo, Felipe III no siguió todas las recomendaciones del comité. A los consejeros, por ejemplo, les fue permitido permanecer en la corte, aunque sus cámaras no se ubicaron más en el palacio real como habían estado en Madrid. Las nuevas reglas intentaron restringir el número de residente a los que se permitía vivir en la corte. Inmediatamente antes del traslado de la corte, una orden real fue promulgada prohibiendo la entrada de cualquier individuo que no tuviera una carta de permiso* firmada por el comité a cargo del traslado de la corte a Valladolid. 62 De acuerdo con Luis Cabrera de Córdoba, esta medida parece haber tenido éxito, en un inicio, debido a que las nuevas reglas eran capaces de evitar la entrada de muchos individuos “insignificantes” – viudas, mendigos, y personas holgazanas sin negocio ni oficio en la corte.63 Sin embargo el éxito no duró, y pronto los problemas de Valladolid eran similares a aquellos experimentados por la corte en Madrid. Además, a pesar de la seguridad de infraestructura adecuada para una corte real, pronto se hizo evidente que era imposible mantener a la familia real en Valladolid en el decoro al que estaban acostumbrados. Esta insuficiencia fue la principal razón por la que Felipe III decidió retornar la corte a Madrid en 1606. 64

A pesar de su fracaso de controlar la falta de reglas en la corte, el comportamiento de Felipe III y Lerma en Valladolid estableció el estilo del nuevo régimen considerando la presencia pública del rey. Lerma se había encargado de ordenar los nuevos cuartos reales en Valladolid, los cuales él compró, redecoró, y luego vendió al rey. Los edificios que albergaban a la familiar real eran un complejo conjunto de edificios conectados a través de pasajes en el segundo piso para proteger la privacidad de la familia real, transformando el palacio real en un espacio privado que era abierto al público sólo en ocasiones ceremoniales selectas.65 Lerma también acondicionó al rey su propio palacio en Valladolid., la Huerta de la Ribera, una residencia enorme ubicada justo en las afuera de la ciudad en los bancos del río Pisuerga. Aquí el monarca, su familia y séquito podían descansar y atender las máscaras, funciones de teatro, banquetes, ballet naval, y corridas de toros que Lerma organizaba para entretener a su maestro.66 La rutina establecida en Valladolid fue seguida una vez que la corte regresó a Madrid. Lerma compró y reacondicionó la Quinta del Prior, también conocida como las Huertas del duque de Lerma,

* letter-patent: carta de patente o cédula de invención.62 Luisa de Carvajal a Magdalena de San Jerónimo, cartas del 16 de oct. 1600, 19 enero y 29 de mayo 1601, en Carvajal y Mendoza, Epistolario y poesías, pp. 107,109,113.63 Cabrera de Córdoba, Relaciones, p. 9964 Lerma y sus seguidores justificaron este movimiento sugiriendo que el gobierno local en Valladolid había fallado en transformar la ciudad en una corte atractiva y bien establecida. Ver AGS Est., leg. 201/n.p. “Órdenes del duque de Lerma de parte de su Majd. A don Pedro franqueza sobre diferentes materias,” Dic. 1605.65 Lerma compró todas las construcciones de varios nobles entre 1599 y 1600 y las vendió al rey en diciembre de 1601. Sobre los cuartos reales en Valladolid ver el excelente artículo de Jesús Urrea, “La plaza de San Pablo como escenario de la corte”, en Actas del 1 Congreso de Historia de Valladolid (Valladolid, 1999), pp. 15-29; Luis Cervera Vera, El conjunto palacial de la villa de Lerma (Valencia, 1967) caps. 1-3; José J. Rivera Blanco El palacio real de Valladolid (Valladolid, 1981), cap. 4-6; Agustín Bustamante García, La arquitectura clasicista del foco vallisoletano (1561-1640) (Valladolid, 1983), pp. 395-402.66 Que La Huerta fuera útil para Lerma sólo hasta que pudo ser usado para imponer su dominio sobre las actividades del rey es demostrado por el hecho de que Lerma lo vendió al rey en Junio de 1606 cuando el retorno de la corte a Madrid era fait accompli. Sobre las condiciones de esta venta, ver AGS CC ME, leg. 920, exp. 8., Memorando de Kerma, 11 de julio de 1067. Ver también Cervera Vera, El conjunto palacial; y Bustamante García, La arquitectura clasicista, pp. 402-3; para una informe contemporáneo de as actividades de Lerma y el rey en Valladolid ver las memorias de Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia o fastos geniales [1605], ed. Narciso Alonso Cortés.

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una enorme hacienda ubicada en el Paseo de El Pardo, un suburbio de Madrid, donde él nuevamente organizó muchos espectáculos para entretener al rey y su séquito real.67

Además de disfrutar de los espacios protegidos en la corte, Felipe II, acompañado por Lerma, gastó tanto tiempo como fue posible en sus residencias en los campos de Lerma. Lerma, firme en su creencia que de tales paisajes eran esenciales parta mantener su independencia política y mantener el favor del rey, no fue inmutado por el criticismo que lo acusaba de llevar “el rey hacia el campo para evitar a cualquiera de hablar con él”68 Así, Felipe – siempre en compañía de Lerma pero a menudo sin miembros de su propia familia – invirtió largos periodos en El Pardo, el cual fue reconstruido y redecorado bajo la supervisión del rey después de un incendio en 1604, en Aranjuez, y particularmente después de 1606, en El Escorial o las residencias de Lerma, incluyendo el pueblo de Lerma, reconstruido ostentosamente después de 1606, y en la Ventosilla, un palacio de caza ubicado cerca de Valladolid.69 Estas residencias fueron espacios privados donde los individuos indiscretos que no pertenecían al círculo de Lerma estaban prohibidos70, dejando a Felipe III, Lerma y su séquito, cazar, entretenerse y atender los asuntos de estado libre de influencias exteriores.

67 Sobre la Quinta de Prior, demolida a fines del siglo XIX para construir el Palace Hotel, ver Archivo de los Duques de Lerma, Toledo (ADL), leg. 1/exp.9, y leg.40/exp. 8, y AGS CC, Libros de Cédulas, libro 172, decreto real, 10 de oct. 1605; ver también María Isabel Gea Ortigas, El Madrid desparecido (Madrid, 1992), p. 118. En las relaciones escritas por Cabrera hay numerosas referencias a las actividades organizadas por Lerma en su residencia.68BNM, Mss 1492, “Papel que escribió el Cardenal Sandoval, arzobispo de Toledo, al duque de Lerma”, for. 32v.69 Acerca de la preferencia de Felipe II por El Pardo, ver Fernando Checa Cremades y José Miguel Morán, El coleccionismo en España (Madrid, 1985), pp. 228-30; sobre La Ventosilla y Lerma, ver Cervera Vera, El conjunto palacial.70 Ver, por ejemplo, Cabrera de Córdoba, Relaciones, pp. 163-4, 253-4; y AGS Est., leg. 200/n-p., reporte de Pedro de Franqueza, Valladolid, 23 de mayo de 1605.