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TOMÁS JIMÉNEZ JULIÁ EL PARADIGMA DETERMINANTE EN ESPAÑOL Origen nominativo, formación y características Verba ANUARIO GALEGO DE FILOLOXÍA ANEXO 56 2006 UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

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  • TOMÁS JIMÉNEZ JULIÁ

    EL PARADIGMA DETERMINANTE EN

    ESPAÑOLOrigen nominativo, formación

    y características

    Verba ANUARIO GALEGO DE FILOLOXÍA

    ANEXO 56

    2006UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

  • © Universidade de Santiago de Compostela 2006

    EditaServicio de Publicaciónse Intercambio CientíficoCampus niversitario Sur

    15782 Santiago de Compostelawww.usc.es/spubl

    ImprimeImprenta Universitaria

    Campus universitario Sur

    Dep. Legal: C54/2006ISSN 1137-6759 = Verba. Anexo

    ISBN 84-9750-610-3

    http://www.usc.es/spubl

  • 1. INTRODUCCIÓN*

    El presente estudio es, en realidad, la primera parte de un trabajo más amplio que por, limitaciones editoriales en cuanto a la extensión de los originales, se publica en dos monografías separadas. El contenido inicial del trabajo era tanto la formación histórica de los determinantes y su valor sintagmático en la frase nominal en español actual, como la propia naturaleza de esta última unidad. Las limitaciones mencionadas han hecho que este volumen se centre en la primera parte, esto es, la justificación de los determinantes como paradigma gramatical, históricamente condicionado y diferente en sus valores sintagmáticos a los de otras unidades, de naturaleza adjetiva y posibilidades parcialmente −solo parcialmente− similares (los ‘adjetivos determinativos’). El tratamiento de la frase nominal como unidad diferenciada de la frase sustantiva, así como la naturaleza categorial del artículo y sus relaciones con los demás miembros del paradigma constituirán, por tanto, el contenido de la otra monografía. De acuerdo con ello, en este volumen se incluirán cuatro capítulos bien diferenciados que pretenden abarcar un tema unitario en su naturaleza pero diverso en las implicaciones que conlleva. Así, tras este primer capítulo introductorio, destinado a fijar una serie de posiciones y objetivos, el segundo capítulo estará dedicado a la relación entre el caso nominativo, la función temática y la determinación y, con ello, entre la desaparición de la manifestación flexiva del caso nominativo y la aparición de determinantes analíticos. Para ello trataré de fijar el concepto de ‘caso’ –frente al de función– y dedicaré cierta atención a las visiones del caso nominativo, para acabar estableciendo la relación entre este caso y los futuros determinantes.

    El tercer capítulo tendrá un carácter histórico y, en cierta forma, recordatorio de la formación de los determinantes a partir de sus originales latinos. Tras un primer apartado general el capítulo se subdividirá en tantas partes como tipos de determinantes hay, haciéndose hincapié en las distintas unidades a las que

    * Este trabajo se ha realizado dentro del proyecto Medidas de eficacia comunicativa en las ‘construcciones lingüísticas del habla infantil’ (dentro del proyecto coordinado Eficacia comunicativa y evolución del lenguaje en el habla infantil y afasia), financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (HUM2004-05847-C02-01/FILO). Anteriormente esta línea de investigación ha recibido ayudas de la Xunta de Galicia (XUGA PGIDT00PXI20401PR) (PGIDIT02PXI20403PN) y del Ministerio de Ciencia y Tecnología (BFF2001-3234-C02-01), el 70% procedente de los fondos FEDER.

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    dan origen las formas adjetivas latinas, esto es, en los resultados sintagmáticamente diferenciados con respecto a sus antecedentes latinos, y detallando los procesos de gramaticalización experimentados por este tipo de formas en la medida en que los datos disponibles lo permiten.

    El cuarto capítulo centrará su atención en los rasgos generales del paradigma determinante, entendiendo por tal un paradigma gramatical y no una clase asociativa de carácter semántico. En él se tratarán más pormenorizadamente aspectos que ya han ido surgiendo al hablar de la formación de los determinantes, si bien ahora estudiados de un modo global. Aspectos como la distinción de categorías, la consideración de la atonicidad en gramática, los grados de gramaticalización contemplables en el estudio o los rasgos sintagmáticos definitorios del paradigma constituirán otros tantos apartados de este capítulo, que terminará con la identificación del inventario de unidades determinantes y, tras ello, con la identificación que aquellas otras cuyo comportamiento las delata como adjetivos (determinativos) y no como miembros del paradigma determinante. Un quinto capítulo recapitulará brevemente los aspectos fundamentales del trabajo.

    1.1. El estudio de los determinantes

    Si revisamos la bibliografía dedicada al estudio de los determinantes, tanto en español como en otras lenguas, podremos extraer la conclusión de que no es éste un tema que haya acaparado el interés que a priori parece tener para explicar las estructuras nominales. El problema fundamental es, sin duda, la propia naturaleza de la categoría ‘determinante’, entendida de formas diversas según qué autores u orientaciones. Alvar Ezquerra (1979) menciona dos acepciones habituales del término: una general, que puede englobar cualquier modificación que ayude a situar una referencia nominal, y otra más específica, identificada con

    “ciertos morfemas gramaticales libres situados en la cadena hablada delante del nombre, y cuyas funciones pueden ser de actualización, cuantificación, selección o situación del sustantivo que viene a continuación” (Alvar Ezquerra, 1979, 31).

    Con ciertas matizaciones, tanto terminológicas como conceptuales, esta última será la acepción del término ‘determinante’ que nos ocupará en lo sucesivo.

    Probablemente la noción de determinante en gramática, más allá del artículo, debe remontarse, como bien nos recuerda Alvar Ezquerra, a la gramática de Port Royal que, en un capítulo dedicado a una regla muy concreta1, habla de lo

    1 Se trata del cap. X de la segunda parte, titulado Examen d’une Regle de la Langue Française: qui est qu’on ne doit pas mettre le Relatif après un nom sans article.

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    que es un nombre determinado e indeterminado (Arnold & lancelot, 1660, 67), y posteriormente enumera los grupos de elementos determinantes, entre los cuales hay uno que se describe como sigue:

    “Ce, quelque, plusieurs, les noms de nombre, comme deus, &c. tout, nul, aucun, &c déterminent aussi bien que les articles. Cela est trop clair pour s’y arrester” (Arnold & Lancelot, 1660, 69)

    La aclaración final puede querer decir que esto era lugar común entre los gramáticos, si bien ello no resulta evidente consultando gramáticas de la época, que estudian los ‘pronombres’ posesivos o demostrativos al lado del pronombre personal, y no al lado del artículo. En Port Royal, por tanto, se pone la primera piedra para concebir una categoría unitaria, el determinante, cuyo carácter general es todavía más semántico que propiamente gramatical2, pero que supone una intuición importante con respecto a tratamientos anteriores. Esta noción de ‘determinación’ como un proceso semántico de actualización, y de ‘determinantes’ como cualquier recurso que permita activar la determinación es la que se divulga a raíz de Bally (1932, chap. III), y tras él, el clásico trabajo de Coseriu (1955-56) a los que me referiré más abajo (§ 1.3.2.2.). Pero, pese a la importancia de estos antecedentes para el estudio de los determinantes, no se puede considerar ninguno de ellos como estudios propiamente de determinantes, sino de la determinación como proceso semántico, metiendo en un mismo saco recursos muy heterogéneos entre los que se encuentran los determinantes gramaticales. La caracterización de los determinantes como categoría gramatical se debe fundamentalmente a los estudios de base distribucional. En efecto, aunque había algunos antecedentes esporádicos, es Bloomfield (1933) quien generaliza el determinante como un tipo de adjetivo, componente de las que denomina noun expressions (vid. 1933, 202-206). Según el autor, los adjetivos pueden ser ‘descriptivos’ o ‘limitadores’. Estos últimos, a su vez, pueden ser determiners o numeratives. Los determiners

    “are defined by the fact that certain types of noun expressions (such as house or big house) are always accompanied by a determiner (as, this house, a big house). The class-meaning is, roughly, ‘identificational character of specimens’. This habit of using certain noun expressions always with a determiner is peculiar to some languages, such as Germanic and Romance. Many languages have not the habit; in Latin, for instance, domus ‘house’ requieres no attributive and is used indifferently where we say the house or a house” (1933, 203)3.

    2 Al lado del grupo de unidades antes mencionado, son también determinantes “les diverses manieres dont un nom sans article peut estre determiné” (Arnold & Lancelot, 1660, 69), recursos entre los que se encuentran los nombres propios o los vocativos.3 Los determinantes pueden ser para Bloomfield ‘definidos’ o ‘indefinidos’. Entre estos

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    Tras las observaciones de Bloomfield, tan atinadas como generales, podemos contar con algún otro trabajo, de carácter igualmente general, que también trató de identificar los miembros de esta categoría y establecer sus rasgos distintivos. Pottier (1962), por ejemplo, lo hace desde una perspectiva estructural continental. Contreras (1968), centrado directamente en la categoría de los determinantes, o Tuþescu (1972), en el marco de un estudio sobre las estructuras nominales, abordan esa misma sistematización desde una óptica generativa. Esta perspectiva, sin embargo, y muy particularmente, la de los primeros estudios, apunta en una dirección probablemente opuesta a la de esta monografía, pues se centra en la formalización de los rasgos comunes que permiten caracterizar unidades ‘superficialmente’ diferentes como variantes transformacionales de una misma unidad (determinante) profunda. Ello hace que se obvien las diferencias que precisamente se pretenden destacar aquí. Por poner un ejemplo con el tratamiento de uno de los determinantes, el posesivo, para Contreras,

    “Possessives are not considered members of the class of determiners. They are introduced in the base component as a string consisting of the preposition de ‘of’ (in one of its readings) plus appropriate pronoun. Thus (8) and (9) have a similar structure, the only difference being that in (8) a pro-form has been selected, whereas en (9) an actual noun has been selected.(8) el libro es mío ‘the book is mine’(9) el libro es de de Juan ‘ the book is John’s’” (1968, 23).

    Esta concepción es la que le lleva a considerar como variantes el libro es de nosotros y el libro es mío e, incluso, la relativa el libro que es mío. Es decir que no solo considera que la forma átona mi y su correspondiente tónica mío son variantes de un solo posesivo (cosa, por lo demás, habitual fuera del generativismo), sino que la estructura preposicional ‘de + pronombre personal’ y el adjetivo posesivo son igualmente variantes de una misma unidad ‘profunda’. Respetando este planteamiento teórico, he de decir que no es esto lo que a mí me preocupa, sino precisamente, cuáles son los comportamientos diferenciales de las distintas unidades o dónde ha habido gramaticalizaciones y dónde no, entre otras cuestiones. Esto es, me preocupan los fenómenos que en este marco se considerarían ‘superficiales’.

    Por lo que se refiere a los resultados descriptivos de los trabajos que se han acercado al tema, hay que decir que, en general, desde distintas ópticas y con distintas finalidades teóricas y descriptivas, todos suelen asumir una categoría de

    últimos incluye “any possessive adjective (John’s book, my house) and the words this (these) that (those), the” (1933, 203).

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    determinantes que incluyen artículo, posesivos y demostrativos. Los miembros de la categoría se definen a través de rasgos de subcategorización que no suelen incluir sus realizaciones ‘superficiales’, lo que hace que, como acabo de mencionar, queden sin tocar cuestiones definitorias de las diferencias entre unidades (por ejemplo, entre series átonas y tónicas, o entre categorías pronominales y adjetivas). Tampoco suele quedar bien justificada la inclusión en la misma categoría de unidades claramente diferenciadas por su comportamiento, así como la razón de algunas exclusiones.

    Podemos decir, en suma, que dejando a un lado estudios específicos (los posesivos, los demostrativos, el artículo, los cuantificadores, etc.), que gozan de una abundante bibliografía, el estudio de los determinantes desde una perspectiva verdaderamente funcional y concebido como una categoría gramatical (no semántica) está lejos de ser atendido adecuadamente. La bibliografía sobre el tema reseñada hace veinticinco años por Alvar Ezquerra (1979), mayoritariamente transformacional –como el propio trabajo de Alvar Ezquerra– ha envejecido, en gran medida por el envejecimiento de los métodos utilizados. Después de esa fecha, las publicaciones que traten los determinantes como una categoría gramatical tampoco han abundado. Se pueden destacar un par de coloquios (Van der Auwera (ed.), 1980; David & Kleiber (eds.), 1986), también algo lejanos en el tiempo, y un cierto número de trabajos, pero en su gran mayoría centrados en aspectos semánticos o en cuestiones teóricas concretas, como el posible valor nuclear de los determinantes4. Entre nosotros, además de algunos trabajos de Company Company que trataré más abajo (sobre todo § 3.4.3.3) tenemos el trabajo de Leonetti (1999), de carácter fundamentalmente divulgativo, y poco más5. A lo sumo, estudios sobre otras cuestiones que tocan parcialmente el tema de los determinantes. Muy indicativo de la escasa consideración de los determinantes como categoría gramatical es el hecho de que la relativamente reciente Gramática descriptiva de la lengua española (Bosque y Demonte (eds.), 1999), en su disección de la gramática española en casi ochenta capítulos, con particularizaciones que pueden resultar llamativas, no considerase oportuno dedicar capítulo alguno a los determinantes, mostrando así la consideración de tal categoría, no como una clase gramatical unitaria, sino como un rasgo del que participan diferentes clases de unidades. Dicho de otro modo, la etiqueta ‘determinante’ no se ha considerado habitualmente como algo con entidad

    4 La última publicación en este sentido es el monográfico de la revista Functions of Language 11,1 (2004) (Grounding and headedness in the noun phrase), que resume en gran medida las cuestiones tratadas en los últimos años, especialmente en los trabajos de Hudson, Dryer y Langacker.5 Existen algunos estudios doctorales (por ejemplo, Prado Ibán, ya de 1993), pero sin que –que yo haya podido averiguar– hayan sido publicados.

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    gramatical –como la de ‘sustantivo’, ‘preposición’ o ‘complemento directo’–, sino como un rasgo situado en un segundo plano descriptivo, como el de ‘clasificatorio’, aplicado a los adjetivos, o ‘factitivo’ a los verbos: son considerados determinantes aquellas unidades cuyos rasgos semánticos permiten ubicar una referencia en la esfera de conocimiento del interlocutor a través de algún parámetro establecido, como la deixis, la posesión, la cuantificación, e, incluso, la anáfora o la ‘presentación’. La discusión sobre si el artículo es o no un determinante (vid. por ejemplo, Alonso, 1933) tiene su raíz, antes que en sus diferencias gramaticales con demostrativos, posesivos o indefinidos, incluyendo en éstos la unidad un(a), en la supuesta pérdida de ‘capacidad determinante’ sufrida por aquél.

    En contraste con esta tendencia, la presente monografía pretende describir los determinantes como una clase gramatical, concretamente como un tipo de unidad estructural que, como tal, tiene un valor sintagmático fijado, constituyendo un paradigma en un sentido similar –no idéntico– al que reconocemos en las preposiciones. Más concretamente, el estudio de los determinantes que aquí se aborda mostrará un paradigma que agrupa un cierto número de antiguos adjetivos determinativos –no todos–, producto de una gramaticalización que, como todo proceso de este tipo, afectará a formas significantes con el fin de asegurar su especialización semántica y sintagmática. De lo dicho se desprenden dos ideas importantes para entender tanto el proceso de la formación de los determinantes como, en general, la relevancia de los procesos gramaticalizadores. La primera es la propia idea de la gramaticalización, en sí en absoluto novedosa, pero elevada en los últimos tiempos a la categoría de eje desde el cual se puede explicar tanto la formación histórica como la actuación sincrónica de las unidades gramaticales. La segunda es la noción de unidad gramatical como signo, por tanto, como algo que, independientemente del mayor o menor valor significativo que tenga, se reconoce e identifica primariamente por su significante, esto es, por sus rasgos expresivos –que incluyen como parte fundamental su sintagmática– y no por su contenido, aunque éste sea la única razón de su existencia. Dado que el primero de estos aspectos, la noción de gramaticalización, es básica para entender la mera existencia del paradigma determinante, y que el segundo, el estudio de las unidades gramaticales como estudio de significantes de signos, es susceptible de entenderse como un acercamiento a posturas formalistas, “sintáctico-aislacionistas” u otras formas de estudio tan estériles como caducas, aunque en un tiempo no lejano absolutamente vanguardistas, dedicaré esta introducción a fijar posiciones con respecto a estas dos cuestiones.

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    1.2. La gramaticalización.

    1.2.1. Concepto.

    Una gramaticalización es un tipo de cambio lingüístico. Desde una óptica funcional, todo cambio lingüístico constituye, por decirlo con palabras de Company Company (2003a, 21),

    “una transformación, un micro-quiebre funcional, un reajuste en un sistema dado que garantiza que la lengua siga manteniendo su función básica comunicativa”

    Una gramaticalización es, por tanto, un tipo de cambio lingüístico consistente en la adquisición por parte de una unidad o conjunto de unidades de un valor estructural que antes no tenía, a cambio, normalmente, de perder otros rasgos de carácter léxico, sintagmático, o ambos, que antes poseía.

    Hablar hoy de gramaticalización supone asumir que las palabras ‘gramaticales’, entendidas como las unidades no-léxicas o, para ser más exactos, no plenamente léxicas, provienen de las unidades (plenamente) léxicas, con más o menos pasos intermedios. Ahora bien, antes de describir (brevemente) del proceso de cambio de categoría conviene delimitar qué y cómo vamos a considerar las categorías de la lengua, su naturaleza y su valor para la descripción lingüística.

    1.2.1.1. Como ocurre con otras divisiones tradicionales, como la establecida entre sintaxis y semántica (vid. § 1.3.1.3. infra), hay una influyente tendencia en la lingüística actual a eliminar fronteras entre las categorías, aduciendo la imposibilidad de encontrar rasgos fijos y comunes en todos los miembros de una misma categoría. La llamada lingüística de prototipos puede decirse que reúne en torno a sí a toda una serie de tendencias (funcionales comunicativas, cognitivas, historicistas, tipológicas) que tienen en común la difuminación de las tradicionales categorías y su convencimiento del carácter continuo de las unidades lingüísticas. Lo cierto es que, en general, esta tendencia –más que metodología concreta– ha contribuido a que entendamos mejor la naturaleza de la lengua, si bien, en sentido estricto, no tiene mucho de novedosa, limitándose a hacer explícitos conceptos e ideas que eran punto de partida para gran parte de los mejores gramáticos de los últimos siglos. Basta leer con atención a Bello, Sapir, Jespersen o al propio Gili Gaya para ver cuán conscientes eran de la variedad existente en, al menos, ciertas categorías de la lengua. Las ideas fundamentales sobre la naturaleza de las categorías, al menos en lo que concierne a

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    nuestro ámbito de interés, podemos verlas sintetizadas por Company Company (2003b) en afirmaciones como las siguientes:

    “Las categorías no tienen una conformación interna homogénea y, por tanto, no se puede establecer una misma caracterización, ni sintáctica, ni semántica, para todos sus integrantes. Las formas lingüísticas constituyen, por lo regular un continuum categorial tanto entre categorías como al interior de las mismas, con zonas focales, donde se sitúan las entradas léxicas que son mejores representantes de la categoría, el prototipo, y límites categoriales no nítidos ni bien establecidos, e incluso algunas entradas léxicas pueden estar situadas en zonas fronterizas y exhibir las propiedades de dos o más categorías (...). A medida que nos distanciamos del prototipo, las entidades comienzan a debilitar su semejanza sintáctica y semántica con las voces o construcciones típicas y a mostrar propiedades de otras categorías; cuanto más nos alejamos del prototipo, más dudosa será la adscripción categorial de la entidad o construcción en cuestión” (Company Company, 2003b, 5-6).

    El resultado de esta situación es que

    “A diferencia del modelo tradicional de categorialidad discreta y absoluta, en el cual las categorías gramaticales se definen por un conjunto de condiciones necesarias y suficientes, donde el conjunto de miembros de una población debe ser asignado sin ambigüedades, en el enfoque de prototipos no existe un conjunto finito de atributos definitorios, ni necesarios ni suficientes, que definan una categoría, sino que éstas son abiertas y ciertas entidades cumplen o reflejan mejor que otras las propiedades de la clase, esto es, son “mejor ejemplo” de ella. Podríamos decir que el prototipo es la optimización de la categoría” (2003b, 6-7).

    El panorama que presenta la lingüística de prototipos permite abordar la incuestionable variación de las unidades dentro de las categorías, así como el dinamismo, diacrónico, por supuesto, pero también sincrónico, de las unidades dentro de una lengua, evitando rigideces formales que poco tienen que ver con su estructura y funcionamiento real. Ahora bien, esta realidad no debe llevarnos a perder de vista la necesaria diferencia entre el objeto de estudio y las categorías metodológicas sin las cuales la descripción de la lengua sería imposible o, como mucho, sería caótica. Perfilar bien las categorías no es eliminarlas ni considerar que todo es un continuum. O, dicho de otro modo, si bien es cierto que

    “En las diversas teorías lingüísticas actuales de base funcionalista en un hecho aceptado, incluso para aquellas que no operan con un concepto explícito de prototipos, que existen efectos de prototipización en la organización de los miembros de una categoría” (Company Company, 2003b, 7),

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  • EL PARADIGMA DETERMINANTE EN ESPAÑOL

    así como que “las categorías de una lengua tienen una composición interna asimétrica”, no menos cierto es que sin establecer límites entre categorías difícilmente podemos describir la lengua. Nuestro conocimiento de este carácter continuo e inestable del objeto de estudio, esto es, de la lengua, debe hacer que establezcamos mejor el tipo y número de categorías discretas con las que operar, pero no eliminar dichos límites. Entre dos categorías siempre tendrá que haber límites bien establecidos. Hay, sin duda, categorías que podemos denominar ‘puente’, pues sus miembros poseen en mayor o menor medida rasgos de otras más alejadas entre sí, pero siempre habrá delimitación entre todas ellas. De otro modo, no podemos hablar de categorías lingüísticas. Dicho brevemente, el carácter continuo está en la realidad (lingüística y no lingüística). Las categorías metodológicas, en cambio, han de ser discretas y, si esta discreción oculta diferencias o similitudes importantes, la solución habrá de venir por la vía del aumento de las categorías metodológicas, no de su reducción a un inmanejable continuum categorial6. Lichtenberk lo expresó en su momento con suma claridad:

    “As linguistic elements acquire new properties, they become members of other categories. Categorial reanalysis is, of necessity, abrupt. One and the same element cannot be simultaneously a member or two distinct categories (cases of inclusion apart). This, of course, does not preclude the possibility of different tokens of a morpheme exhibiting properties characteristic of different categories. This is because a form may be in the process of being reassigned to a different category; some of its tokens exhibit the old properties, others exhibit the new properties.While categorial reanalysis is abrupt, its entry into the language and its actualization are gradual” (Lichtenberk, 1991, 38-39).

    Podemos considerar, pues, que si bien la realidad es un continuum, nuestra captación, descripción y comprensión de ella exige, por razones metodológicas, una parcelación de la misma, parcelación en gran medida arbitraria y sujeta a fines concretos, por lo que podrá ser más o menos adecuada, más o menos precisa o más o menos amplia, pero siempre será necesaria.

    Pues bien, partiendo, pues, de la base de que existen categorías diferenciadas, aun cuando sus miembros puedan ser heterogéneos y algunos estén a punto de cambiarse de categoría7, podemos considerar, con fines descriptivos, que

    6 Fernández Pérez (1999a, 110 y ss.; 1999b, Cap. 7, §§ 2.1 y 2.2) proporciona argumentos en esta línea desde un punto de vista epistemológico.7 Lo que ocurre con ciertos adverbios del latín, ya casi preposiciones o, sin ir más lejos, ciertos caracterizadores adverbiales del castellano (casi, incluso ...), cerca ya de las preposiciones. El problema para la descripción de unidades como éstas no es lo discreto de las categorías, sino lo escaso de las mismas: bajo la categoría de ‘adverbio’ incluimos, por razones tanto históricas como de comodidad, elementos para los cuales

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  • TOMÁS JIMÉNEZ JULIÁ

    el conjunto de palabras que constituyen el inventario de una lengua está formado por clases jerarquizadas. Aunque hay diferencias muy matizables entre las distintas clases, hay una primera distinción que nos permite separar las que podemos llamar palabras plenas de las demás, que tienen necesariamente algún grado de gramaticalización. Esta distinción no se basa en el contenido, pues muchas palabras plenas tienen contenidos difusos, y algunas palabras estructurales (o gramaticalizadas), como las preposiciones o las conjunciones, pueden tener contenidos relativamente precisos. La diferencia está en sus posibilidades sintagmáticas: mientras las palabras plenas tienen libertad de contextos, capacidad de expansión (esto es, capacidad nuclear) y –en español– libertad secuencial, las demás tienen totalmente limitados los dos primeros factores, y, normalmente, también el último. Toda palabra estructural o, en su caso, toda proforma átona, en cambio, supone algún grado de gramaticalización, lo que quiere decir que no hay preposiciones, conjunciones, relativos, etc. que antes no hayan sido otra cosa. Es más, la única ‘otra cosa’ que pueden haber sido estas unidades estructurales o las proformas, al menos las proformas átonas, es alguna de las palabras plenas. La historia está llena de ejemplos claros en los que se puede rastrear la progresiva formación de unidades estructurales o morfemáticas a partir de unidades verbales, sustantivas, adjetivas o adverbiales. Cabe la posibilidad, y es frecuente, que falte la constatación de la evolución, pero no hay, ni probablemente pueda haber, evidencia de la formación autónoma de unidades estructurales o, en general, no-libres contextualmente. Un esquema rápido, con fines puramente ilustrativos y, por tanto, necesariamente huérfano de comentario alguno, nos permite ver, para una lengua como el español, la distribución de sus clases de palabras aludida (incluyendo los clíticos, pese a su carácter ya plenamente morfológico).

    deberíamos haber habilitado (y descrito) otras categorías.

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  • EL PARADIGMA DETERMINANTE EN ESPAÑOL

    TABLA ICLASES DE PALABRAS EN ESPAÑOL

    Palabras plenasNOMBRES

    sustantivos

    UNIDADES (CONSIDERABLES) NO-

    GRAMATICALIZADAS8

    adjetivosverbosadverbios

    Proformas

    TÓNICASpartículas interrogativaspronombres

    ÁTONASpartículas relativas

    UNIDADES GRAMATICALIZADAS (EN

    DIVERSA MEDIDA)

    clíticos

    Palabras estructuralescaracterizadores determinantespreposiciones

    nexos conjuncionesrelatores

    1.2.1.2. El comentario anterior está lejos de ser original o sorprendente: es simplemente el punto de partida de un buen número de entre los autores que se han enfrentado al estudio de la formación de unidades en los últimos años. La consolidación de este punto de vista tiene mucho que ver, entre otros factores, con el auge del estudio de la función comunicativa de la lengua y la importancia que han adquirido los usos y convenciones sociales para el estudio de las formas lingüísticas e, incluso de la estructura de la lengua. Este interés ha permitido, como tantas veces pasa, recuperar ideas que habían sido expresadas mucho antes, pero que ahora encuentran el caldo de cultivo adecuado para su (re)valorización. De ahí que todas las incipientes ‘historias’ de la gramaticalización aludan, como antecedente inmediato de su punto de vista, al ya histórico trabajo de Meillet (1912), y a su conocida definición del concepto de gramaticalización como “l’attribution du caràctere grammatical à un mot jadis autonome” (1912, 131), seguida de la de Kuryłowicz (1965, 69):

    “Grammaticalization consists in the increase of the range of a morpheme advancing from a lexical to a grammatical or from a less grammatical to a more grammatical status, e.g. from a derivative formant to an inflectional one”9

    8 La consideración de ‘no-gramaticalizadas’ se hace atendiendo a la ausencia de necesi-dad de que este tipo de palabras, cuyo origen remoto a menudo se desconoce, provenga necesariamente de otras categorías previas. En el caso de las ‘gramaticalizadas’, su origen es necesariamente una categoría diferente de la que presentan hoy día.

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  • TOMÁS JIMÉNEZ JULIÁ

    1.2.1.3. La interpretación de la formación de las unidades gramaticales desde el prisma de la gramaticalización supone una tarea relativamente sencilla en el estudio de las formas desde una perspectiva histórica: se trata de amoldar al nuevo aparato conceptual y terminológico los cambios descritos desde hace décadas sobre la evolución de las formas. De hecho, gran parte de los ejemplos con que estos autores suelen ilustrar los aspectos teóricos de la gramaticalización responden a evoluciones históricas bien conocidas. La gramaticalización desde una óptica sincrónica, sin embargo, pasa más desapercibida, o es más difícil de detectar como tal. A menudo procesos claros de gramaticalización se toman como ‘anomalías’ del uso, por lo que no se describen como resultados similares a los que llevaron a la creación de unidades consolidadas en la lengua. Piénsese en la dificultad que muchos autores tienen para ver en las unidades iniciales de las secuencias CALLE abajo, MAR adentro o MONTE arriba, o, incluso, las más habituales y fosilizadas BOCA abajo o CUESTA arriba, una unidad preposicional de uso sincrónico, pero de mecanismo gramaticalizador idéntico al que llevó a la creación de la preposición HACIA (< faze a), pese a tener referentes actuales como FRENTE (A) la catedral. En este sentido, es importante destacar el énfasis que los actuales estudios sobre gramaticalización ponen en la identidad de procesos sincrónicos y evolutivos (por ejemplo, Heine, 2002): los procesos evolutivos no son más que la consolidación de variaciones en los usos sincrónicos.

    1.2.1.4. Naturalmente, la fijación de los conceptos teóricos que permiten describir la formación de las unidades de la lengua sobre la base de gramaticalizaciones tiene muchos frentes, y también diversas ópticas. Por un lado, existe un marcado interés por las ‘causas’ de la gramaticalización, interés que lleva a menudo a adentrarse en la llamada gramática cognitiva. Heine (2002, 84 y ss.),

    9 Para ulteriores desarrollos del concepto de gramaticalización remito al trabajo de autores como Lehmann (por ejemplo, 1985 y 1995), Heine, Claudi & Hünnemeyer (1991), Hopper & Traugott (1993), así como a numerosos estudios, teóricos y descriptivos, reunidos, entre otros volúmenes, en los de Traugott & Heine (eds.) (1991), Ramat & Hopper (eds.) (1998), Pagliuca (ed.) (1994), Wisher & Diewald (ed.) (2002) o Company Company (sobre todo 2003a, 2003b). Entre los trabajos descriptivos de cierta extensión destaca el estudio de Klausenburger (2000) sobre algunas gramaticalizaciones en las lenguas romances. La concepción teórica sobre la que se asientan estos estudios oscila entre una base fuertemente cognitiva (liderada por B. Heine y seguidores), y otra en la que se hace más hincapié en las necesidades comunicativas como motor de la gramaticalización: P. Hopper, S. Fleischman (por ejemplo, 1983), Bybee (Cfr. Bybee, Perkins & pagliuca, 1994), o a Company Company (por ejemplo, 2001 o 2002), entre otros, pueden ilustrar esta tendencia, aunque una y otra no son en absoluto antagónicas. Garachana Camarero (1999) ofrece una breve y útil introducción a este tipo de estudios.

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    por ejemplo, realiza una completa —aunque esquemática— revisión de los factores que determinan las gramaticalizaciones, incluyendo factores contextuales, comunicativos, transferencias (metáforas y metonimias), o generalizaciones semánticas, entre otras muchas. En este sentido, el estudio de Heine guarda cierta similitud con el que cuarenta años antes nos había proporcionado S. Ullmann a propósito de las motivaciones de los cambios (que denominaba) semánticos (Ullmann, 1962). Sin entrar en el interés, y acierto, de la aproximación de Heine, y aunque la cuestión es más amplia y profunda de lo que sería pertinente incluir en esta introducción, debo decir que una visión funcional de la descripción lingüística invita a pensar, de acuerdo con Coseriu (1981, cap. 2), que en las ciencias humanas los hechos no se determinan por causas, en el sentido en el que se pueden describir para los fenómenos naturales, sino por finalidades, o, en todo caso, que las causas de los hechos humanos, entre los que hay que incluir los hechos lingüísticos, coinciden con sus finalidades. Las ciencias humanas, en cuanto ciencias, explicativas e interpretativas, y no mera recopilación de datos, y en cuanto humanas, esto es, si no las tratamos de convertir en una imitación de ciencia natural sobre la base de olvidar rasgos esenciales de su naturaleza social, son fundamentalmente teleológicas10. Por ello, la vertiente que estudia las gramaticalizaciones a partir de las necesidades comunicativas surgidas en las lenguas me parece más acertada, adecuada y productiva, que la que busca en mecanismos psicológicos la raíz de los cambios gramaticalizadores. Naturalmente, una y otra visión no son excluyentes, si bien supone una variación en las prioridades y, por tanto, en la jerarquización de los datos, lo que puede dar resultados muy diferentes en el estudio de un mismo fenómeno.

    10 El sentido con el que se ha entendido el término ‘teleológico’ difiere de unos a otros autores. Según Ferrater Mora (19796, IV sv. ‘teleología’) “El término ‘teleología’ fue empleado por Wolff (Philosophia rationalis sive logica, III, § 85) para designar la parte de la filosofía natural que explica los fines (tšloj = fin) de las cosas, a diferencia de la parte de la filosofía natural que se ocupa de las causas de las cosas.” Añadiendo que “Después de la introducción del término ‘teleología’, se ha hablado a menudo de ‘tele-ologismo’ en vez de ‘finalismo’”. Esta variación terminológica es la que lleva a menudo a interpretar ‘teleologismo’ en un sentido próximo al determinismo, y así parecen enten-derlo autores como Peeters (1986) quien, sumándose al punto de vista de Martinet (1955), contrapone la explicación de los cambios lingüísticos por motivos teleológicos a la explicación por razón de las ‘necesidades comunicativas’, alineándose, según todos los indicios, con la interpretación próxima al determinismo comentada. Si aquí utilizo el término lo hago de acuerdo con el sentido que vemos en Coseriu (1957, 1981), más cer-cano a la definición de Ferrater Mora, en el que la explicación teleológica es la que jus-tifica la evolución de la lengua por su fines (que incluyen, obviamente, las necesidades comunicativas), oponiéndose a explicaciones causales, propias de las ciencias naturales.

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    1.2.1.5. Una última cuestión importante a la hora de delimitar con claridad y rigor los conceptos metodológicos básicos en el estudio de las gramaticalizaciones es el de la naturaleza final de los cambios que se producen en las unidades, más específicamente, la cuestión de cuándo podemos hablar de gramaticalización y cuándo de lexicalización. La mayoría de los autores que se han acercado a la naturaleza de uno y otro concepto coinciden en su valor complementario, como dos caras de un mismo fenómeno de creación lingüística. Moreno Cabrera (1998), por ejemplo, considera que las leyes de uno y otro proceso son esencialmente las mismas, constituyendo dos aspectos complementarios de un solo fenómeno dentro del dinamismo evolutivo de las unidades gramaticales y léxicas. De modo similar, Wischer (2000) ve la lexicalización como un fenómeno similar a la gramaticalización, si bien opera en un nivel distinto. En todos estos casos la idea que impera es que mientras la gramaticalización es la adquisición de una unidad de valores gramaticales antes inexistentes, con diversas consecuencias, la lexicalización (a veces denominada ‘degramaticalización’, Vid, por ejemplo, Ramat, 1992) es el proceso “creating lexical items out of syntactic units” (Moreno Cabrera, 1998, 214) o “the transfer of any linguistic material into the lexicon of a language” (Wischer, 2000, 358; vid, asimismo, Keller, 1995, 219). Más recientemente, Chafe (2002, 399 y ss.) aborda el problema en el contexto de los distintos ‘ajustes’ (adjustments) que, según él, requieren los pensamientos para ‘encajar en la lengua’. Estos ajustes son ‘selección’, ‘categorización’, ‘orientación’, ‘combinación’ y ‘linearización’. Pues bien, Chafe considera que la diferencia entre gramaticalización e idiomatización (que, en su caso, coincide en gran medida con la lexicalización) consiste en que la gramaticalización supone la adopción de una nueva orientación, mientras que la idiomatización supone la conversión en una nueva categoría. Aunque todas las iniciativas para delimitar tipos de cambios en las unidades lingüísticas son lícitas, si están bien justificadas, creo, por mi parte, que es más claro y más exacto reservar el término de gramaticalización para el proceso mediante el cual unidades plenas se convierten en unidades estructurales, y hablar de lexicalización, en sintonía con la opinión mayoritaria, cuando se produzca la conversión en unidades plenas de otras que pueden ser construcciones (ojo de buey), unidades estructurales (los porqués) o, incluso, otras unidades plenas de distinta categoría (a mi parecer).

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    1.2.2. Rasgos de la gramaticalización

    Las lenguas son instrumentos de comunicación y, como tales, procuran utilizar sus recursos del modo más rentable posible. Con ese fin, las unidades lingüísticas, sean del tipo que sean, están en constante adaptación al medio comunicativo en el que se usan. Se adaptan los contenidos de las palabras, las sufijaciones o las derivaciones. Desaparecen formas verbales absorbidas por otras que asumen sus valores, al tiempo que se crean nuevas formas perifrásticas para sistematizar la expresión de valores no incluidos previamente en el paradigma verbal. En suma, se crean unidades, se transforman otras y se hacen desaparecer otras más, según convenga a las dos fuerzas que manejan el discurrir de las lenguas: la rentabilidad comunicativa y la economía de medios11. En este contexto, el estudio de las gramaticalizaciones no es otra cosa que la atención a las transformaciones, tanto históricas como sincrónicas, que se producen en las unidades para servir al fin comunicativo que las justifica. Es más, hablamos propiamente de gramaticalizaciones cuando éstas dejan de ser anotaciones marginales o complementaciones esporádicas a la descripción de un sistema, y adquieren un lugar central dentro de la explicación del funcionamiento de la lengua. Ahora bien, de entre las transformaciones observables en la lengua en un momento dado ¿cuándo podemos decidir que se ha producido un proceso de gramaticalización? No hay, en realidad, un único parámetro que nos constate lo que, en último término es una decisión del lingüista para una mejor descripción del objeto de estudio, pero existe una serie de indicios que nos permite asegurar la existencia de un proceso de gramaticalización. No voy a entrar siquiera a comentar las distintas posturas teóricas mantenidas por diferentes autores sobre los factores que desencadenan los cambios que culminan en la gramaticalización, o el peso de la forma y del significado en estos procesos. La bibliografía al respecto es abundante y la inclusión de comentarios superficiales sobre ello resultaría de todo punto inadecuada en un trabajo (que pretende ser) descriptivo como el presente. Una utilísima guía de concepciones teóricas se encuentra en Company Company (2001, 49-52 y, sobre todo, 2003b, 20-23).

    11 La naturaleza de la lengua desde una óptica comunicativa es la de un instrumento cambiante al servicio del hablante, un sistema “emergente”, en el sentido de Haiman (1985) o Hopper (1987, 1998), no alejado, por otra parte, de la filosofía que subyacía al concepto de “norma” Coseriano (Coseriu, 1952), esto es, de lengua como un conjunto de convenciones que se fijan por el uso repetido y se convierten en obligadas, pero que son susceptibles de cambiarse por razones de rentabilidad comunicativa y economía de medios. Sobre el sentido con el que hay que entender la economía de medios que busca el hablante vid. Moreno Cabrera (2001).

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    Considerando que toda gramaticalización supone una especialización sintagmática y, muy frecuentemente, una generalización o difuminación del valor semántico de la unidad simultánea al proceso anterior, se han concretado una serie de rasgos habitualmente presentes en las unidades gramaticalizadas. C. Lehmann (1985), Hopper (1991) o Company Company, 2003a, 2003b), entre otros, coinciden en señalar los rasgos fundamentales de los procesos gramaticalizadores, que, de un modo ciertamente abreviado, pueden describirse como sigue12.

    1.2.2.1. En primer lugar, las unidades gramaticalizadas, en función de su especialización sintagmática, pierden entidad como palabras plenas, lo que suele concretarse en una cierta erosión, tanto semántica como fónica. Aunque normalmente se le da mucha importancia a la erosión en la gramaticalización, sobre todo a la erosión semántica, lo cierto es que no es obligada y puede no darse si las circunstancias semánticas o el contexto fónico lo desaconsejan: las sucesivas (re)gramaticalizaciones de la unidad como en español no supusieron, salvo en un caso, una pérdida de valor semántico, siendo precisamente su contenido relacional el que propició su despliegue en diversas categorías13. Similarmente, la reducción fónica que se produjo en mi (mío) o en algún (alguno) no se da en aquellas unidades en las que el apócope dejaría un final de sílaba anómalo en la fonotáctica del español: el medieval est se recuperó en este, o en aquellas formas en las que la pérdida fónica amenazaría la supervivencia de la unidad.

    1.2.2.2. La pérdida de autonomía de la unidad, que puede tener distintos grados, desde su mera fijación sintagmática y secuencial hasta su integración morfológica, pasando por estados intermedios. Podemos identificar cinco estados básicos, en una gradación aproximativa, que describen la situación de las unidades en relación con la escala de gramaticalización (vid. § 4.4.1. infra). Estos estadios serían, de menor a mayor grado de gramaticalización: (a) gramaticalización nula, propia de las unidades con libertad de contextos, esto es, las palabras plenas, proformas tónicas y construcciones sintácticas; (b) primer grado, propia de unidades fijadas sintagmáticamente (normalmente adjuntas a otra unidad), pero sin integrarse en la estructura morfológica de ninguna ni limitar su adjunción a unidades específicas. Es el caso de los caracterizadores, en general, tanto adverbiales (RECIÉN hecho; MUY grande), como preposicionales (o posposi-cionales) o de carácter determinante; (c) segundo grado, cuando las unidades, con

    12 En Jiménez Juliá (2001a y 2002a) se incluyen inventarios resumidos de estos rasgos, adaptados a la explicación de los fenómenos tratados en cada uno de esos trabajos.13 Para un estudio sobre la formación histórica de los como en español, vid. Cano Aguilar (1995), y para su valor gramatical en la lengua actual, Jiménez Juliá (2003).

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    comportamiento sintagmático similar a (b) en cuanto a su integración, se especializan en el tipo de unidades a las que se adjuntas. Los relatores, o partículas completivas, y las relativas, gramaticalizaciones ambas de proformas tónicas apositivas, son ilustrativas de este estado; (d) tercer grado, en el que las formas se integran morfológicamente en otras unidades, pero sin llegar a ser parte definitoria de la unidad. Los clíticos verbales o los morfemas derivativos (nominales y verbales) pueden ilustrar este estadio; (e) finalmente, el quinto y último grado es el de las unidades que se integran en la estructura morfológica de otra unidad, constituyendo ya parte definitoria de esa unidad como tal. Los morfemas flexivos de las lenguas indoeuropeas son el caso más representativo de este último grado.

    1.2.2.3. La especialización que lleva a la gramaticalización es, a su vez, el factor que determina la frecuente obligatoriedad de las unidades gramaticalizadas, particularmente cuando pasan a asumir la manifestación de valores sintagmáticos, y no solo expansiones semánticas. Es lo que ocurre con las preposiciones casuales, con los morfemas derivativos (en un grado superior de gramaticalización), y, por supuesto, con los morfemas flexivos. Es también lo que ocurre, como veremos, con los determinantes en posiciones temáticas.

    1.2.2.4. La especialización de las unidades tiene una cuarta consecuencia en su paradigmatización, esto es, la asimilación de su comportamiento al de otras unidades, incluso de diferente procedencia, que realizan unas funciones sintagmáticas similares.14 Naturalmente la paradigmatización de unidades no supone uniformidad total de comportamiento hasta que el ciclo gramaticalizador se ha completado, lo que en lenguas como las indoeuropeas se puede identificar con la conversión de las unidades en morfemas flexivos. Entre las otras unidades hay pautas generales comunes entre los miembros de los paradigmas, las que justifican su inclusión en ellos, pero también una cierta dispersión en comportamientos concretos. Así, hay unas normas para la derivación, pero menos rígidas que las de la flexión. Y mucho menos rígidas serán las normas de comportamiento de preposiciones (vid. Jiménez Juliá, 2002b) o unidades cuyo grado de gramaticalización está en una fase avanzada, pero no culminada. Sin embargo, y pese a la existencia de unidades con cuya clasificación los lingüistas encuentran dificultades, la gramaticalización es siempre un proceso de especialización hacia la

    14 Según Kuryłowicz (1949) el paradigma es una forma básica de almacenamiento de nuestros conocimientos lingüísticos, pues las asociaciones facilitan su aprendizaje y conservación. Ahora bien la paradigmatización es propia de las unidades cuya gramaticalización las convierte en formas dependientes en algún grado.

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    manifestación de un valor sintagmático existente y, por tanto, tiende siempre a la integración en un paradigma dado de las unidades gramaticalizadas.

    1.2.2.5. Finalmente, es importante dejar claro que la gramaticalización de una unidad no conlleva necesariamente la desaparición de su valor original, produciéndose, de hecho, una dualidad a cuyo reconocimiento se suele ofrecer una inicial resistencia. Así, es muy fácil reconocer la existencia de una unidad gramaticalizada en el verbo haber del castellano, porque sus usos léxicos han desaparecido totalmente, salvo en frases hechas del tipo no ha lugar; o en la del sustantivo que da como resultado la locución preposicional frente a, porque en los contextos en los que aparece esta unidad frente (a) no tiene cabida un sustantivo, además de mostrase invariable en cuanto al número, y no admitir expansiones propias de los sustantivos. Pero puede no resultar tan sencillo observar el mismo proceso en los usos perifrásticos de otros verbos que mantienen plenamente su capacidad léxica y en los que, por tanto, puede pasar desapercibida la diferencia de interpretación en uno y otro caso (Cfr. continuó cantando (durante) todo el trayecto / continuó todo el trayecto cantando), o de preposiciones que en otros contextos mantienen sus usos originales como sustantivos (Cfr. Los ya mencionados paseó calle abajo hasta el final/ paseó la calle hasta el final).

    1.2.2.6. Las cinco características arriba señaladas como propias de los procesos de gramaticalización, a saber, especialización del valor gramatical de la unidad gramaticalizada y, como consecuencia de ello, desgaste semántico15 y fónico, pérdida de autonomía, tendencia a la paradigmatización (o inclusión en inventarios cerrados existentes) y, en numerosos casos, convivencia de la unidad inicial y la gramaticalizada, constituyen un conjunto de rasgos lógicamente relacionados que nos permiten ver tanto la dinámica de la gramaticalización como su lógica interna. El reconocimiento de estos procesos y la identificación de los casos concretos en los que se producen nos permitirá una descripción de las unidades de la lengua mucho más precisa, con el consiguiente reconocimiento de los paradigmas existentes en la lengua real, y nos alejará del peligro –tan habitual en los estudios gramaticales– de forzar la descripción de las unidades para encajarlas en modelos existentes a todas luces inadecuados ya para la explicación de su comportamiento en la lengua. Hay que decir, por otra parte, que este marco descriptivo, tan útil para el estudio de la transformación de unidades como los

    15 El término ‘desgaste’ implica tan solo un cambio con respecto al valor de la unidad inicial. Este cambio puede ser hacia una generalización de sus valores (como en el caso del artículo) o, por el contrario, una reducción de su ámbito significativo (como en el de morfemas verbales provenientes de formas léxicas).

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    demostrativos, posesivos o indefinidos a lo largo de la historia del romance, no ha sido en absoluto atendido. En efecto, pese a que el contexto historicista de los estudios lingüísticos del XIX y comienzos del XX favorecería, en principio, un estudio como el de la creación de paradigmas y, en general, de gramaticalizaciones, diversos factores, entre los que destacan la atención por la búsqueda de leyes y la consideración del carácter cuasi-inmutable de las clases de palabras hicieron que esto no fuera así. Uno de los procesos de gramaticalización que han sido objeto de interés desde que se puede hablar de estudios lingüísticos propiamente dichos es el de la formación del artículo. La razón es clara: por una parte, el artículo, y su formación es un hecho recurrente a lo largo de la historia de buena parte de las lenguas indoeuropeas en diferentes etapas, en las que siempre es un demostrativo el que relaja su concreción significativa y acaba convirtiéndose en un presentador general o determinado. Aunque el sánscrito carecía de artículo, su demostrativo sas-tat-sa se llega a traducir por tal cuando el valor deíctico no es claro. El artículo griego es una creación clásica, también a partir del demostrativo, inexistente en el griego homérico, y un proceso similar es el acaecido en las lenguas románicas (o en las germánicas)16 a partir del demostrativo latino. El estudio del artículo es, por tanto, algo tradicional, tanto por lo obvio y repetido de su génesis como por haber sido tratado desde muy pronto.

    Frente a esta atención, las gramaticalizaciones que, en mayor o menor grado, se han producido en otras unidades con valor presentativo o determinativo han pasado prácticamente desapercibidas. Salvo los trabajos de Company Company a los que aludiré más adelante (vid. § 3.4.3 infra) no conozco nada, ni en los estudios históricos ni en los estudios sincrónicos, sobre las diferencias gramaticales entre demostrativos, posesivos o indefinidos latinos y romances. Tampoco hay en todos los estudios de determinación modernos, salvo el reseñado caso de Company Company, un intento de explicación gramatical del uso antepuesto de ciertos elementos con valor determinativo y su posibilidad de uso pospuesto con otro determinante. Ni del hecho de que esto solo ocurra en ciertos casos. En suma, no hay conciencia de la existencia de gramaticalizaciones de las unidades como explicación del distinto comportamiento de las formas antepuestas al núcleo (atonizadas) y pospuestas (tónicas) y, con ello, el distinto comportamiento de todas ellas con respecto a sus étimos del latín. Por el contrario, estas diferencias, cuando se han atendido con afán explicativo –y no solo didáctico– se han considerado como meras variantes combinatorias, sin entrar en todas las consecuencias gramaticales que conllevan esas variantes, ni en la

    16 Cerdà (1979) y Renzi (1979), entre otros muchos estudios, tanto específicos como de carácter general, muestran el carácter generalizado del proceso de creación del artículo en las lenguas románicas.

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    justificación de su existencia. La ausencia de estudios detallados sobre gramaticalizaciones concretas, entendidas como tales, en español tiene en el campo de los determinantes uno de sus más expresivos ejemplos.

    1.3. Las unidades gramaticales como significantes

    Si el primero de los aspectos que debemos tener presente en el estudio de los determinantes es el hecho de que nos hallamos ante unidades con un cierto grado de gramaticalización, con todo lo que ello conlleva, el otro, no menos importante, es qué tipo de estudio estamos abordando. Más concretamente, debemos decidir si al estudiar unidades como este, un, cualquier o mi, y calificarlos como determinantes, estamos haciendo una caracterización sobre la base de sus contenidos o sobre la base de su comportamiento como elementos del plano de la expresión. O, en términos saussureanos, si estamos estudiando organizaciones de significados u organizaciones de significantes. La tendencia generalizada es que el propio término ‘determinante’ está delatando el contenido como guía para la reunión de una serie de unidades dentro de una clase. Mi visión al respecto es, sin embargo, muy diferente. Para entender adecuadamente qué estudiamos cuando hablamos de un paradigma determinante debemos tener presente (a) en qué plano nos situamos, no sólo cuando hablamos de ‘determinante’, sino cuando hablamos de ‘clítico’, ‘morfema de género’ o ‘complemento directo’, y (b) la relación entre ‘determinante’ y ‘determinación’.

    1.3.1. El estudio de los significantes

    1.3.1.1. Es evidente que los aspectos teóricos relativos al valor de conceptos sintácticos dentro de un esquema estructural hjelmsleviano no es un tema que preocupe excesivamente en la lingüística actual. Esto, sin embargo, no debe ocultar la importancia, por razones teóricas y prácticas, de saber el ámbito y relevancia de los estudios que afrontamos. Y aunque, como digo, Hjelmslev (1943) no es una referencia de excesiva vigencia actual para los estudios sintácticos o, siquiera, gramaticales, es indudable que ciertos conceptos acuñados por él son un instrumento de enorme utilidad para la clarificación y sistematización de muchos aspectos de la lingüística descriptiva. Así, pese a la pérdida de vigencia de los planos hjelmslevianos como marco para el estudio gramatical, hay que reconocer que –si trabajamos seriamente– solo una ubicación adecuada de nuestro objeto de estudio en este parámetro nos permitirá entender el funcionamiento y relevancia de las unidades que investigamos. En este sentido, la aportación de Rojo (1979) sigue siendo plenamente actual, aunque los ejemplos aducidos en su estudio puedan

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    matizarse. De acuerdo con Rojo, las funciones son significantes, esto es, hormas formales, manifestadas sustancialmente, en las que caben varias posibilidades de contenido. El signo gramatical, por tanto, consta de una forma significante (por ejemplo, la función ‘sujeto’), y un contenido (agente, beneficiario, etc.), siendo la primera, como en los signos léxicos, la que define la existencia de un signo gramatical diferenciado de otros. Pues bien, lo dicho por Rojo en relación con la función sintáctica es de aplicación a cualquier manifestación sígnica relacional o categorial. Cuando hablamos de algo como ‘preposición’, no lo hacemos por su contenido, que puede ser común a otros tipos de palabra, sino por sus manifes-taciones significantes, en este caso, su sintagmática17. O, con ejemplos, los signos delante, ante y ante- en ejemplos como Se puso delante de Juan, Se puso ante Juan, y Se antepuso a Juan significan básicamente lo mismo, pues provienen de una misma fuente y no ha habido una resemantización importante, salvo la tenden-cia a interpretar el prefijo de un modo no locativo. Esta similitud de contenido, sin embargo, es irrelevante a la hora de clasificar gramaticalmente las unidades delante, ante y ante-: está claro que son unidades de clases diferentes, y que lo que las distingue son aspectos sintagmáticos, esto es, significantes. Este aspecto es fundamental para entender la diferencia entre los miembros del paradigma determinante y otras unidades que pueden tener valores semánticos determinativos, pero cuyo comportamiento sintagmático es el de otro tipo de unidad.

    1.3.1.2. Defender que la clasificación de las unidades gramaticales es un estudio de significantes (que, como todo significante, tiene un contenido), y no primariamente de contenidos, supone, sobre todo en estos tiempos, correr el peligro de ser acusado de ‘formalista’ o de olvidar que la lengua es básicamente la transmisión de contenidos. Debo decir, sin embargo, que dichas hipotéticas acusaciones carecerían de fundamento, pues defender que la clasificación de las unidades es una clasificación de significantes no solo no se separa del punto de vista funcional, sino que es la postura funcional más coherente, frente a propuestas (puramente) cognitivas o puntos de vista estrictamente semánticos. Es obvio que la lengua es ante todo expresión de contenidos. Sin éstos no hay justificación para unidad alguna. Pero, como apuntó acertadamente F. Boas (1938) (y antes Aristóteles), lo que caracteriza las lenguas no son los contenidos que pueden

    17 Las palabras plenas son, de acuerdo con Coseriu (1955), categorías textuales que reciben (o suelen recibir) una caracterización formal. No se definen primariamente por su forma (sustantivos y adjetivos carecen de diferencias formales en español pero no por ello dejan de ser clases bien diferenciadas), sino por su valor como intuición de la reali-dad. Lo que define una palabra estructural, sin embargo, dada su estructura invariable o mimética de los nombres, es su sintagmática, y solo ella. Para un comentario, aunque breve, algo más detallado sobre las clases de palabra vid. Jiménez Juliá (2001a § 2).

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    expresar, sino cómo los expresan. Todas las lenguas pueden expresar todo. Pero no todas utilizan los mismos medios, ni las mismas jerarquías, ni las mismas omisiones. La mera descripción sistemática de los contenidos no nos dice nada sobre la estructuración que la lengua hace de ellos. Eso se manifiesta según el tipo de significante que se le otorgue. No es ni puede ser indiferente que un contenido pueda expresarse en una lengua o que tenga que expresarse obligatoriamente en un cierto contexto; el sexo ‘hembra’ aplicado a un gato, por ejemplo, se expresará en inglés como she-cat o female cat esto es, mediante un ‘añadido’ léxico a otra unidad léxica, añadido que puede no expresarse sin perturbar el contexto. En español, en cambio, el sexo de gato/a está indisolublemente ligado a su expresión, por ser el morfema de género (femenino), significante del contenido que interpretamos como ‘sexo hembra’, parte de la estructura morfológica definitoria de esa clase de palabra. Lo que caracteriza una unidad estructural como forma gramatical es el modo de expresar las cosas, no lo que exprese. O, en términos estructurales, lo que singulariza una forma lingüística son sus rasgos expresivos, significantes, y no su contenido.

    1.3.1.3. El peligro al que hacía alusión hace un momento tiene que ver con la ley del péndulo, que tan frecuentemente funciona en todos los órdenes de la vida, incluyendo –como parte ciertamente interesante de ella– el estudio de la lengua. Ciertas interpretaciones de la lingüística, provenientes de marcos formales, tanto conductistas como mentalistas, desembocaron en su día en una visión de la gramática, sobre todo de la sintaxis, desligada totalmente de cualquier referencia al contenido. Pero no solo desligada del contenido como objeto de clasificación gramatical, sino incluso negando la influencia de lo expresado para moldear las unidades gramaticales, encerrando la gramática en una especie de urna inmune a cualquier influencia de sus usuarios, que precisamente quieren y construyen la lengua para transmitir contenidos. El inevitable fracaso de estos planteamientos, al menos, para explicar la lengua como hecho social, fue uno de los factores que recuperó para la lingüística planteamientos centrados en los usuarios de la lengua, esto es, marcos comunicativos y funcionales, además de otras aspectos que potenciaban tanto lo común como lo diferencial de las mismas, como los estudios tipológicos. El que los planteamientos formales prescindieran totalmente del contenido tuvo, como efecto pernicioso más allá de los defectos de los marcos correspondientes, la reacción simplista que provocó en lo relativo al concepto de gramática: la visión que vino a sustituir al formalismo extremo fue otra no menos extrema, simplificable en el siguiente razonamiento: “si hay que hacer caso al contenido, entonces, la gramática estudiará contenidos”. Langacker (1987), considerable como uno de los mejores representantes de la teorización de estos principios, presentaba sus fundamentos de gramática cognitiva afirmando:

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    “Grammar (or syntax) does not constitute an autonomous formal level of representation. Instead, grammar is symbolic in nature, consisting in the conventional symbolization of semantic structure”There is no meaningful distinction between grammar and lexicon. Lexicon, morphology, and syntax form a continuum of symbolic structures, which differ along various parameters but can be divided into separate components only arbitrarily” (1987, 2-3).

    Más adelante, el autor precisa su idea, mezclando verdades inapelables con algunas falacias. Transcribo un párrafo relativamente largo para no descontextualizar sus palabras:

    “From the symbolic nature of language follows the centrality of meaning to virtually all linguistic concerns. Meaning is what language is all about: the analyst who ignores it to concentrate solely on matters of form severely impoverishes the natural and necessary subject matter of the discipline and ultimately distorts the character of the phenomena described. But it is not enough to agree that meaning is important if this results, say merely in positing a separate semantic “component”, treating grammar separately as an autonomous entity. I contend that grammar itself, i.e. patterns for grouping morphemes into progressively larger configurations, is inherently symbolic and hence meaningful. Thus it makes no more sense to posit separate grammatical and semantic components than it does to divide a dictionary into two components, one listing lexical forms and the other listing lexical meanings. Grammar is simply the structuring and symbolization of semantic content; for a linguistic theory to be regarded as natural and illuminating, it must handle meaning organically rather than prosthetically” (1987, 12. Vid. asimismo 76 y ss.).

    Las palabras de Langacker reflejan la misma confusión que veíamos antes a propósito de la descripción de las categorías entre aspectos ontológicos del objeto de estudio (la lengua) y metodológicos de la disciplina (la lingüística). Una cosa es estar de acuerdo con que “los problemas de naturaleza semántica son disparadores fundamentales del cambio semántico” (Company Company, 2003b, 4), o que “aquello que es semántica y pragmáticamente importante en una determinada comunidad lingüística encuentra codificación o manifestación gramatical explícita” (2003b, 36. Vid. también, 2003a, 20)18, y otra muy distinta considerar que estos factores justificadores de la estructura entran en el análisis de la misma. Ni las motivaciones semánticas o actitudinales de los cambios formales, ni las a menudo numerosas variantes de contenido de una estructura o categoría sintáctica son parte

    18 Para una muestra de hasta qué punto estoy de acuerdo en esta idea y con la necesidad de un acercamiento comunicativo al estudio de la sintaxis vid. Jiménez Juliá (2001b).

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    de las oposiciones que esa unidad mantiene con las demás de su paradigma si no se manifiestan en el significante. Es curioso que el propio Langacker, en su (desafortunada) comparación entre lo que supone prescindir del análisis del significado en sintaxis y una posible separación en un diccionario entre formas y contenidos da la clave del error de su planteamiento, al menos tal como lo presenta, pues la división mencionada de hecho existe: los diccionarios tradicionales ordenan sus entradas sin importarles en absoluto el contenido de las formas léxicas, aunque luego, tras la correspondiente forma, incluyan el contenido asociado a las mismas. Similarmente, los diccionarios temáticos, herederos del Thesaurus de Roget, agrupan las palabras según su contenido, sin importarles la forma significante de los elementos agrupados. Y si la comparación de Langacker es inadecuada porque sus premisas son erróneas, mucho más por cuanto compara una actividad centrada en el inventario ordenado de unidades (la elaboración de diccionarios) y otra consistente en la elaboración de normas y tendencias constructivas, de carácter dinámico, aunque esto trascienda lo que ahora puedo tratar. Podemos decir que la mezcla de perspectivas que se observa y que vicia totalmente las conclusiones sobre lo que es realmente el estudio de la sintaxis queda resumida en las siguientes palabras de Company Company (2003b, 4), al hilo de las ideas de Langacker: “los estudios de sintaxis histórica siempre incorporaron el significado como parte integral del análisis y la explicación del cambio sintáctico” (cursiva mía). La segunda palabra en cursiva responde a la realidad: sin conocer los cambios onomasiológicos no se puede explicar adecuadamente la causa de la mayoría de los cambios sintácticos. La primera no es exacta: el análisis del cambio, como cambio lingüístico, implica el estudio de las variaciones que la unidad sufre en la relación con otras unidades como unidades expresivas. Si no hay variación en la expresión, los cambios de contenido no se contabilizan como cambios gramaticales.

    Más recientemente, y redundando en la misma forma de entender la dicotomía ‘formal / ‘funcional’ aplicada a los estudios lingüísticos, Chafe (2002) presenta una visión, una vez más, tan acertada en su planteamiento general como simple (y confusa) en sus conclusiones. Esta visión, que resume las ideas de los nuevos (y muy distintos) funcionalistas, puede quedar ilustrada en la siguiente (y de nuevo, larga) cita:

    “There are two kinds of linguists. One kind finds something in language that has no apparent reason for being there and says, “Hurrah! I’ve found something that’s unmotivated. Language must be innately wired into the human brain, because otherwise there is no reason for this thing”. The other kind finds something in language that is motivated, either cognitively or socially or (important here) historically, and this person says, “Hurrah! here is something that has a reason”. I

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    obviously belong to this second type, believing that everything does have a reason, even everything in grammar. If it is not a cognitive or social reason, it is likely to be a historical one. Linguists of the first type are fond of what has been called autonomous syntax. But perhaps the true study of syntax should be the study of semantic elements and ways they are combined, making allowance for quasisemantic elements that result from idiomaticization and grammaticalization. To think of semantics as an interpretation of syntax is a blatant example of putting the cart before the horse. People who study syntax should first and foremost be students of meaning and of language history” (Chafe, 2002, 410).

    Las palabras de Chafe, como las anteriores de Langacker, insisten en la mezcla de aspectos ontológicos y metodológicos: Así, podemos considerar la primera parte de la cita como inapelable: todo en la lengua tiene una motivación que, salvo procesos analógicos19, es una finalidad comunicativa concreta. Descubrir esa motivación es a menudo conocer las verdaderas raíces de la estructuración de las unidades, de ahí que los estudios sobre gramaticalizaciones vayan a menudo de la mano de estudios sobre motivos (sociales, comunicativos, asociativos, etc.)20. Ahora bien, la segunda parte no puede suscribirse en absoluto, pues supone un salto injustificado en la argumentación. Que todo esté motivado no quiere decir que el estudio gramatical sea un estudio de unidades semánticas: la gramática estudia unidades que tienen contenidos, pero lo que le interesa es –debo insistir– el modo como se expresan esos contenidos, esto es, sus significantes, no los contenidos en sí, que son estudiados por distintas sub-ramas de la semántica. Esto es lo que justificará que, por ejemplo –y adelantado cuestiones–, tengamos que considerar que desde el punto de vista gramatical, el castellano carezca de numeral un, aunque, por supuesto, tenga la unidad semántica del numeral ‘uno’. La razón, como veremos más detalladamente en § 4.6.2.5 infra, es que, por razones históricas, en el significante expresado en la unidad un confluyen dos posibilidades interpretativas, la indefinida y la numeral, siendo la única sintagmática de la unidad la correspondiente a los determinantes indefinidos, y no a los numerales. Dicho de

    19 Vid. a este respecto, Elvira (1998).20 “El concepto de gramaticalización (...) se deriva e inserta en un nuevo ambiente teórico lingüístico que podría ser calificado como antiformalista y que ha llevado a implantar el funcionalismo, en sus diversos acercamientos (lexicalista, cognitivo, construccional, pragmático, morfopragmático, etc., además del de la gramaticalización), como un marco teórico general de análisis que, frente a los diversos enfoques estructuralistas, de base más formal, incluidos los generativistas, propone un nuevo concepto de sistema (...) Puede decirse que este renovado interés en la sintaxis histórica se debe a que estamos asistiendo a un cambio de paradigma en la teoría lingüística: formalismo > funcionalismo, funcionalismo en el que siempre, quizá sin teorización subyacente, ha operado la gramática histórica” (Company Company, 2003b, 3-4).

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    otro modo, un se comporta siempre de acuerdo con el paradigma de algún, cualquier etc., y nunca como el paradigma de dos, tres, veinticinco, etc., sea cual sea su contenido. Si estudiáramos unidades semánticas habría tantos un como posibilidades interpretativas, que exceden a las del numeral y el indefinido, pues dentro de éste caben varias subdivisiones. La gramática, sin embargo, no estudia eso, y la gramática más coherente y productiva nunca ha estudiado las variantes significativas de una unidad con comportamiento homogéneo como unidades diferentes, aunque no siempre haya acertado en el caso contrario: es frecuente que las diferencias gramaticales entre unidades semánticamente homogéneas hayan pasado desapercibidas21. La presente monografía intentará modestamente subsanar ese error en el caso de los determinantes.

    No quiero terminar este apartado sin decir que , en honor a la verdad, todas estas declaraciones de principios y estas muestras de adhesión al significado, frecuentes entre los que exponen sus puntos de vista teóricos desde la óptica de la gramaticalización, se suelen aparcar cuidadosamente a la hora de trabajar

    21 Esta desviación en la consideración de lo que es el verdadero objeto de estudio en los procesos de gramaticalización lleva a veces a leer afirmaciones sorprendentes desde una óptica gramatical. Así, Company Company (2003b) considera que las distintas definiciones del concepto de gramaticalización:

    “presuponen automáticamente que las formas lingüísticas –en el sentido de pares de significante y significado– son preexistentes y que, por tanto, en el cambio gramatical no hay creación ex novo, sino que se trata en esencia de revolver, recrear, la materia léxica y gramatical previas. Tampoco, bajo esta perspectiva, habría pérdida absoluta, ya que en la sintaxis o en el discurso siempre habrá modo de expresar un contenido dado” (2003b, 9-10).

    Por supuesto que todas las lenguas pueden expresar, de uno u otro modo, todos los contenidos. Pero las gramaticalizaciones no tratan de eso. Precisamente, lo que hacen es convertir una forma significante en otra, cambiando o sin cambiar el contenido. En este sentido, pueden crear formas (significantes) previamente inexistentes en una lengua (el artículo, sin ir más lejos), e, igualmente, se pueden perder formas que antes había (la flexión casual de los sustantivos), aunque difícilmente se perderá la posibilidad de expresar los contenidos antes expresados mediante la forma perdida. La confusión queda en evidencia cuando, al tiempo que afirma la inexistencia de novedades en las formas lingüísticas considera, de acuerdo con Benveniste (1968), gramaticalizaciones “innovadoras” que “generan nuevas categorías en las lenguas” (Company Company, 2003b, 10). Está claro que la inexistencia de novedades es aplicable al contenido, donde no se ‘inventan’ unidades nuevas, mientras que las nuevas categorías, resultado de las gramaticalizaciones (o, en su caso, lexicalizaciones) se refieren al modo de expresar esas unidades de contenido, esos significantes. Sorprendentemente, la habitual lucidez de la autora queda aquí oscurecida por su excesivo seguimiento de modelos en los que estos conceptos no están todo lo claros que deberían.

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    seriamente con los datos. En este sentido, la praxis habitual entre los estudiosos de las gramaticalizaciones es justificar adecuadamente los cambios sobre la base de los intereses comunicativos de los hablantes, y tratar de la naturaleza de los mismos en la medida en que cambian sus condiciones significantes. Las proclamas suelen servir –tan solo, y afortunadamente– para marcar distancias con un modo de entender la lengua y la lingüística, y con una praxis investigadora, que todos los que no somos ‘formalistas’ consideramos estéril, salvo honrosas excepciones.

    1.3.2. Determinación semántica y determinantes.

    El segundo de los problemas antes aludido es la ausencia de criterios propiamente gramaticales en la consideración de lo que se va a entender por determinante y, con ello, de lo que se excluirá como tal. El estudio de los determinantes se mezcla casi siempre con el de ‘la determinación’, haciendo que las generalizaciones sobre ésta alcancen a aquéllos, con resultados decididamente poco satisfactorios. Así, es frecuente que por determinante se entienda todo aquello que permite una actualización del referente, y aunque hay tendencia a describir los determinantes como unidades de origen adjetival que se anteponen a la unidad actualizada (mi casa, muchas cosas, estos niños, etc.), se admite igualmente la existencia de determinantes pospuestos (la casa mía, los niños estos, etc.). Incluso el uso pronominal (éste, muchos, etc.) se ve con frecuencia como una posibilidad más en el uso de los ‘determinantes’ y, ya puestos, cualquier unidad (adjetivos, adverbios) o estructura (relativas) puede hacer las veces y convertirse en determinante. Está claro, sin embargo, que visto así, los determinantes no constituyen una clase, y si la homogeneidad del paradigma determinante tuviera que residir (solamente) en la identidad de relación semántica establecida, tal paradigma sería inexistente como concepto gramatical.

    Deshacer la confusión entre determinación, entendida como valor relacional de carácter actualizador expresable mediante medios de diverso tipo, léxicos o gramaticales, y determinante, entendido como miembro de un paradigma cerrado, específicamente destinado a expresar la determinación, es el primer paso para poder entrar en el estudio de los determinantes, unidades que, por supuesto, determinan, pero sin ser las únicas que lo hacen. Me detendré un momento en la determinación semántica, tal como se describe en los dos estudios considerables como clásicos en este tema: Bally (1932) y Coseriu (1955-56).

    1.3.2.1. Para Bally las unidades de la lengua tienen un valor virtual que

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    debe actualizarse para poder ser utilizado en secuencias reales22. Esta actualización se identifica con la ‘individualización’, precisando que “individualiser un concept, c’est en même temps le localiser et le quantifier” (1932, 78). Ahora bien, los recursos para estas operaciones pueden ser implícitos o explícitos. Así, “L’actualisation est totalement implicite quand elle ne se déduit que de la situation ou du contexte” (1932, 84), poniendo como ejemplo la identificación del perro concreto del que hablamos en el ejemplo latino canis latrat, pues “canis peut désigner soit un chien inconnu, soit le chien que nous connaissons, soit le chien en général; il n’est en tout cas pas virtuel” (1932, 78). Considera asimismo actualización implícita la que se deduce de los cuantificadores23, entre otros casos. La actualización, por otra parte,

    “est partiellement explicite lorsque l’actuel fourni par la situation ou contenu dans le contexte est désigne par un signe qui le localise, le montre, le présente dans une situation réelle, ou bien le rappelle, le représente en l’associant à un contexte déjà énoncé” (1932, 85).

    En este caso estarían los signos gestuales con los que acompañamos deícticamente nuestra emisión lingüística. En el mismo caso –según Bally– estarían los relativos, además de otros recursos (vid. 1932, 86-88). Finalmente, la actualización es explícita “quand le terme qui localise le virtuel figure expressément dans le même syntagme á titre de déterminant (t’) du virtuel” (1932, 88). En este caso están tanto modificadores preposicionales (le chien du jardinier), como relativos (l’oiseau que j’entends chanter).

    La actualización, frente a la caracterización, supone la relación de una unidad virtual con respecto a una actual (su actualizador). La caracterización relaciona dos unidades virtuales. Con su propio ejemplo, “fils de fonctionnaire” es una caracterización, mientras que en “le fils de ce fonctionnarire” hay ya una actualización de los términos virtuales (vid. 1932, 89). En cualquier caso, lo que define primariamente Bally es el proceso semántico de actualizar una unidad lingüística virtual, señalando los distintos recursos utilizables para ello, pero en

    22 “Pour devenir un terme de la phrase, un concept doit être actualisé. Actualiser un concept, c’est l’identifier à une représentation réelle du sujet parlant” (1932, 77).23 L’actualisation est encore implicite quand l’actualisateur est contenu dans le signe indiquant la quantité: deux soldats, des soldats, du vin. En effet, si l’on compare deux soldats avec ces deux soldats, etc. on constate que deux soldats désigne certains soldats en nombre de deux; le partitif des lui même cumule les fonctions de quantificateur et d’actualisateur: des soldats signifie “certains soldats en nombre indéterminé” (1932, 84).

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    ningún caso sistematiza aquellos recursos ‘explícitos’ destinados a tal fin, y mucho menos los analiza gramaticalmente.

    1.3.2.2. En el mismo sentido se va a manifestar el conocido trabajo de Coseriu (1955-56), sobre determinación y entorno, sin duda el estudio más completo y útil, desde una óptica funcional, del que disponemos todavía hoy sobre el concepto y tipos de determinación semántica. Coseriu matiza, en ocasiones rectifica, y completa las observaciones sobre la determinación de Bally, incluyendo dentro del ámbito de la determinación24 todo aquello que sirva para ““actualizar” y dirigir hacia la realidad concreta un signo “virtual” (...), o para delimitar precisar y orientar la referencia de un signo (virtual o actual)” (1955-56, 291). Tras esta definición tan amplia Coseriu desmenuza las posibilidades determinantes en distintos tipos y subtipos. La primera gran división es la que separa aquellas operaciones que permiten ir

    “de lo virtual a lo actual y de la plurivalencia (“universalidad”) de la designación potencial a la monovalencia (“particularidad”) de la denotación concreta” (…) Esas operaciones no modifican las posibilidades del signo, sino que las realizan; y no “limitan” la denotación, sino que sólo la particularizan” (1955-56, 304).

    24 Por sus evidentes conexiones, el término determinación se ha empleado a veces de modo intercambiable con el de referencia, (Cfr. Lyons, 1977, 206-207). Las definicio-nes de uno y otro término no siempre ayudan a aclarar sus diferencias: Leonetti Jungl (1990, 9) distingue entre denotación y referencia. Ésta última es la relación que se establece entre las expresiones “y los objetos que éstas indican en el momento en que son usadas”. La denotación, en cambio, “alude a la relación entre palabras (lexemas) y cosas, pero independientemente de la enunciación y del uso de expresiones por parte de los hablantes”. La definición no aclara dudas, pues la mayoría de los estudios sobre la denotación (o sobre la determinación, como proceso que la permite), trabajan con elementos dentro de enunciados, y no con secuencias independientes del contexto. Incluyendo el texto de Coseriu. Lyons, que trata de la referencia en su estudio semántico, pero no de la determinación, alude a los ‘determinantes’