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CHARLIE THE DRUMMER BOY - SPANISH CARLOS, EL MUCHACHO TAMBORILERO By MAX ROSSVALY CRUSADA DE AVIVAMIENTO MARANATHA “Doctor, le prometo que ni siquiera diré un ‘ay’ cuando usted corte mi brazo y mi pierna.” El muchacho mantuvo su promesa, pero esa noche yo no pude dormir; cada vez que cambiaba mi posición en la cama veía esos ojos azules de mirada suave y oía el eco de sus palabras.

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CHARLIE THE DRUMMER BOY - SPANISH

CARLOS,EL MUCHACHO TAMBORILERO

By MAX ROSSVALY

CRUSADA DE AVIVAMIENTO MARANATHA

“Doctor, le prometo que ni siquiera diré un ‘ay’ cuando usted corte mi brazo y mi pierna.” El muchacho mantuvo su promesa, pero esa noche yo no pude dormir; cada vez que cambiaba mi posición en la cama veía esos ojos azules de mirada suave y oía el eco de sus palabras.

Durante la Guerra Civil de América y después de la Batalla de Gettysburg quedaron centenares de soldados heridos requiriendo mis servicios.

Uno de estos soldados fue un muchacho que requería mi servicio para amputarle una pierna y un brazo. No hacía más de tres meses que se había enlistado y por ser tan joven se lo enlistó como tamborilero.

Cuando mi asistente quiso darle cloroformo antes de la operación, el muchacho volviendo su cabeza al otro lado, rechazó la oferta y al oír que esto era lo que el médico había ordenado dijo: “Digan al doctor que venga.”

Al venir y al pararme al lado de su cama le dije: “Joven, ¿por qué rehúsas el cloroformo? Cuando te encontré en el campo de batalla pensé que no se podía hacer nada más por ti, pero cuando abriste esos ojos grandes azules que tienes, pensé que tú tenías una madre en algún lugar y que estaría pensando en ti. Yo no quise que murieras en el campo de batalla, por esto ordené que te trajeran aquí. Has perdido mucha sangre, al punto de que estas muy débil para tener una operación sin cloroformo.”

El muchacho puso su mano sobre la mía y mirándome a la cara dijo: “Doctor, un domingo, en la tarde cuando yo tenía nueve años acepté al Señor Jesucristo como mi Salvador. Desde aquel momento he aprendido a confiar en Él y ahora yo sé que puedo confiar en Él. Él es mi fortaleza, Él me sostendrá mientras usted corta mi pierna y mi brazo.”

Le pregunté si me permitía darle un poquito de brandy. De nuevo me miró diciendo: “Doctor, cuando yo tenía cinco años mi mamá se arrodilló al lado de mi cama y dijo: ‘Carlos, yo estoy orando al Señor Jesús para que tu nunca pruebes bebidas fuertes. Tu padre murió porque era borracho, y yo prometí a Dios que si esto fuera su voluntad cuando tu crezcas fueras capaz de advertir a los jóvenes a cerca de lo malo que es el alcohol’. Ahora tengo diecisiete años, nunca he probado nada más fuerte que el té y el café, y si estoy por irme y presentarme ante Dios ¿cree usted que sería bueno mandarme oliendo a brandy?”

La mirada que el muchacho me dio nunca olvidaré. En ese tiempo yo odiaba a Jesús, pero respeté la lealtad de ese muchacho a su Salvador y cuando vi como él amaba y confiaba en Él hasta el fin, algo tocó mi corazón. Le pregunté si quería ver al capellán. El joven contestó: “¡Claro que sí!”

Cuando el capellán vino reconoció de inmediato al joven pues lo había conocido en la carpa adonde se reunían para orar. Tomando su mano le dijo: “Carlos, lo siento mucho verte en esta condición.”

“Oh, esta bien,” el joven contestó. “Si mi Salvador me llama, yo estoy listo, pero quiero irme con Él con mi mente alerta.” “Carlos, puede que no mueras,” dijo el capellán, pero si el Señor te llama, ¿hay algo que yo pueda hacer por ti?

“Señor capellán, por favor ponga su mano bajo la almohada y tome mi pequeña Biblia. En esta usted encontrará la dirección de mi madre. Por favor mande mi Biblia a ella y escríbale una carta diciendo que desde el momento en que dejé la casa no hubo un día en que yo no haya leído una porción de la Palabra de Dios y de que no haya orado y pedido a Dios por ella sin importar donde yo estuviera, marchando, en la batalla o en el hospital.

Volviendo su cabeza hacia mí dijo: “Ahora doctor, yo estoy listo y le prometo que no daré un gemido cuando usted corte mi pierna y mi brazo si es que usted me promete no ofrecerme el cloroformo.”

Le prometí, pero no tuve coraje para poner en mi mano el bisturí y empezar a operar sin antes de ir a la próxima habitación para tomar un estimulante para darme los ‘nervios’ para asumir mi responsabilidad y poder operar.

El momento en que yo cortaba su piel y carne, Carlos no se quejó, pero cuando saqué el serrucho para separar el hueso, el muchacho agarró la punta de su almohada y se la puso en la

boca y todo lo que yo podía oír fue, “¡Oh Jesús, bendito Jesús, sostenme, se conmigo en estos momentos! - El muchacho mantuvo su promesa.

Ésa noche no pude dormir, en cada posición veía esos ojos azules de mirar suave. Oía una y otra vez las palabras, “¡Bendito Jesús, sé conmigo en este momento!” Me levanté de la cama entre las doce y la una de la mañana del próximo día y me conduje hacia el hospital, algo que nunca había hecho antes, excepto cuando fui llamado. Esto era el grande deseo de ver al muchacho. Al llegar me informaron que habían fallecido doce soldados.

De inmediato pregunté “¿Cómo está Carlos? ¿Es él uno de los muertos? No doctor, respondió el enfermero. Él duerme como un bebe.”

UNA CANCIÓN EN MEDIO DEL DOLOR

Cuando llegué a la cama en donde el muchacho reposaba, una de las enfermeras me dijo que horas antes dos miembros de la ‘Asociación Cristiana de Jovenes’ con el capellán habían venido para leer y cantar un himno, y que el capellán se había arrodillado al pie de la cama de Carlos para orar y que mientras él estaba arrodillado todos, inclusive Carlos cantaron el himno “Jesús, amador de mi alma.” Yo no pude entender como este muchacho que había pasado por tan grande dolor pudiera cantar.

Después de cinco días de haber amputado el brazo y la pierna del muchacho, mandó a un enfermero a llamarme, y fue allí y a través de él, que oí el primer mensaje del Evangelio.

“Doctor,” me dijo, “mi hora ha llegado, no espero ver otra salida del sol, pero gracias a Dios estoy listo para irme, pero antes de partir quiero agradecerle por su bondad. Doctor, usted es judío y no cree en Jesús. Por favor, ¿podría usted quedarse aquí para verme morir confiando en mi Salvador hasta el último momento de mi vida?

Yo no tuve coraje para quedarme y ver al muchacho cristiano morir regocijándose en el amor de ese Jesús a quien yo había sido enseñado a odiar. Por esto me apuré y dejé la habitación.

Poco después, un camarero entró en mi oficina y me encontró con la cara cubierta con mis manos. Luego dijo: “Doctor, Carlos desea verle.” De inmediato respondí diciendo: “Acabo de verle y no puedo verlo de nuevo.”

Si doctor, pero “él dice que debe de verle una vez más antes de morir.” Con esto, decidí visitarlo pero con la determinación de que ninguna de sus palabras concerniente a ese su Jesús me influenciaran. Cuando entré en el hospital vi que se estaba muriendo, por esto me senté al lado de su cama. Carlos me pidió que tomara su mano, luego dijo: “Doctor, yo le amo porque usted es judío.

El mejor amigo que yo he tenido en este mundo fue judío.”

Le pregunté, “¿Quién fue ese?” Él respondió, “Jesucristo y es a este a quien quiero presentarle antes de morir, y por favor prométame que lo que le voy a decir nunca se olvidará.

Le prometí y dijo: “Cinco días atrás cuando usted me amputaba mi brazo y mi pierna, yo oré al Señor Jesucristo para que salvara su alma.”

PREOCUPADO POR MI SITUACIÓN INCONVERSA

Esas palabras fueron muy dentro de mi corazón. Yo no pude entender esto porque cuando yo le estaba causando el dolor más intenso, él se olvidó de él mismo y pensó en su Salvador y en mi conversión. Todo lo que pude decirle fue: “Bien mi querido muchacho, pronto estarás bien.” Después de decir esto lo dejé. Doce minutos más tarde este joven soldado murió.

Durante la guerra, centenares de soldados murieron en mi hospital, pero tan solo a uno despedí en el cementerio, ese fue Carlos, el muchacho tamborilero.

Las palabras de este muchacho moribundo causaron una grande impresión en mí. Por muchos meses después de la muerte de Carlos no pude arrancar esas palabras de mi mente. Ellas

sonaban como campanas en mis oídos, pero después de estar en la compañía de oficiales, el sermón de Carlos que predicó en su última hora de vida gradual-mente fue desapareciendo.

No obstante, nunca olvidaré su grande paciencia durante el agudo sufrimiento y su simple confianza en ese Jesús, cuyo nombre en ese tiempo era para mí solo un epíteto de desprecio y un reproche.

Por diez largos años pelee en contra Cristo con el odio que

tiene el judío ortodoxo hasta que Dios con su misericordia hizo que me pusiera en contacto con un barbero cristiano, quien fue el segundo instrumento para mi conversión a Cristo Jesús. Un día yendo a Washington decidí descansar unas horas en Nueva York. Después de haber cenado me encaminé a la barbería.

Tan pronto como el barbero puso la brocha en mí cara empezó a hablarme a cerca de Jesús. Al Hablar en una manera atractiva y gozosa empecé a escucharle con mucha atención y mientras se mantenía hablando, Carlos el muchacho tamborilero llenó mi mente aunque que ya habían transcurrido diez años desde su muerte.

Me sentía satisfecho con las palabras y las maneras del barbero y cuando el terminó de afeitarme le pedí que también cortara mi pelo. Mientras él cortaba mi pelo me predicaba diciendo que aunque él no era judío él se había encontrado muy lejos de Cristo así como yo me encontraba.

Le escuché con atención y mi interés crecía más con cada palabra que él decía. Cuando terminó su trabajo le dije: “¿Puede lavarme mi pelo?” En realidad le permití hacer todo lo que el barbero hace.

Como todas las cosas tienen un fin, me preparé para salir de la barbería. Pagué el costo del trabajo, le agradecí por sus palabras y le dije “Debo tomar el próximo tren.” Era un día muy frio y caminar en la nieve era peligroso y aunque tan solo se caminaban dos minutos desde la estación a mi hotel, el bondadoso barbero ofreció caminar conmigo. Cuando llegamos a la estación me dijo:

“Mi amigo cliente, es muy posible que usted no entienda por qué he escogido hablar con usted sobre el tema que es muy precioso para mí. Cuando usted entró a mi barbería me di cuenta que usted era judío.”

El barbero continuó hablándome acerca de su ‘amado Salvador´ haciéndome entender de que era una obligación hablar con todo judío que viniera a su paso, para introducirlo a aquel quien era su mejor amigo como así lo es del mundo presente y del que ha de venir.

Mirando a su cara vi lágrimas que corrían por sus mejillas y que se encontraba bajo los efectos de una tremenda emoción. Yo no podía entender a este hombre, yo era un completo extraño para él, y sin embargo él estaba tan interesado en mi persona, en mi bienestar al extremo que al hablar conmigo vertía lágrimas.

Le tendí mi mano en un gesto de despida. Él la tomó y la presionó graciosamente con sus dos manos, y con ojos lagrimados mirándome me dijo:

“Amigo, si tú me dieras una tarjeta con tu nombre te prometo que durante los próximos tres meses no iré a descansar en la noche sin mencionar tu nombre en mis oraciones, pero por ahora que sea mi Salvador el que te siga, te aflija y no te de descanso hasta que le encuentres. Yo he encontrado que Él es el precioso Salvador y el Mesías que tú estás buscando.”

Después de haberle dado mi tarjeta le agradecí por su atención y en forma burlona le dije: “No hay mucho chance para mi ser un cristiano.”

Luego, él dándome su tarjeta me dijo: “Por favor escríbame unas líneas haciéndome saber si Dios contestó a mis oraciones hechas en su favor.” Sonriendo le dije: “Por seguro que lo haré” sin saber que dentro de las próximas 48 horas Dios en su misericordia contestaría a este

barbero. Sacudimos nuestras manos en forma de despida y le dije: “Adiós” y aunque demostré indiferencia, este hombre causó una impresión grande en mi mente.

El coche del tren al cual entré estaba casi vacío y sin darme cuenta en el espacio de 15 minutos me había sentado en todos los asientos desocupados. Los pasajeros me miraban en forma sospechosa por el hecho de haber cambiado de asiento a cada rato y sin ninguna razón.

En un momento cerré mis ojos y me encontré entre dos fuegos. A uno lado estaba el barbero cristiano y al otro lado se encontraba el muchacho tamborilero. Ambos me hablaban acerca de Jesús, Nombre que odiaba tanto. Me era imposible dormir o sacar la impresión que dejaron en mi mente estos dos fieles cristianos.

Cuando llegué a Washington en la mañana compré el periódico y lo primero que llamó mi atención fue el anuncio de una reunión cristiana de avivamiento en Washington. Tan pronto como vi la noticia una voz interna parecía decirme: “Anda a esa iglesia.”

Yo nunca estuve en una iglesia cristiana, peor en una reunión. Creí que todo esto era un pensamiento maligno.

LA PROMESA HECHA EN MI ADOLECENSIA

Fue mi padre el que pensó que cuando yo fuera muchacho sería un rabino, por esto le prometí que jamás entraría a un lugar adonde “Jesús, el impostor” fuera adorado como Dios y que también jamás leería un libro que hablaría concerniente a ese Nombre. Yo había cumplido hasta ese mismo momento.

El anuncio en el periódico referente a la reunión cristiana en Washington, también decía que habría un coro formado por varias iglesias y que catarían en cada reunión. Siendo yo una persona amadora de la música, excuse mi ida a la reunión y asistí esa misma noche.

Cuando entré al edificio de la iglesia, uno de los acomodadores (pienso) atraído por mi uniforme de soldado, me llevó a los asientos del frente, justo al frente del predicador. Me encontraba embelesado con la música.

El predicador todavía no había predicado cinco minutos cuando de repente con su dedo me apuntó (pensé que alguien le había dicho quien era yo). Luego durante la predicación se mantuvo mirándome, y una y otra vez con su puño parecía que me amenazaba. Sin embargo, me sentí muy interesado con todo lo que dijo.

No obstante, esto no fue todo porque sonaban en mis oídos las palabras de los dos predicadores anteriores – el cristiano barbero y el muchacho tamborilero. Mientras más me interesaba en las palabras del predicador, sentí correr lágrimas en mi cara. Esto me alarmó y me sentí avergonzado. Un judío ortodoxo como yo no tendría que sentirse como niño, y derramar lágrimas en una iglesia cristiana.

Anteriormente cuando el predicador me apuntó con el dedo me di la vuelta y vi a 2000 personas de todo nivel social mirándome, pues yo era una persona conocida por judíos y gentiles en Washington. Temí que los periódicos dijeran que yo, el doctor judío había atendido a la reunión de avivamiento.

Por esto, no deseando ser visto hice el propósito de no sacar mi pañuelo de mi bolsillo para secar mis lágrimas. Me dije, ellas se secaran, pero no pude hacer nada sobre el asunto, pues ellas eran abundantes y fluían con rapidez.

LA OPORTUNIDAD PARA ESCAPAR

Después de la predicación, cuando el predicador terminó su mensaje anunció otra reunión e invitó a todo aquel que quisiera participar se quedara. Yo no acepté la invitación, al contrario me sentí feliz de tener la oportunidad de salir de la iglesia. Me levanté de mi asiento y cuando ya llegaba a la puerta sentí a alguien que me tiraba del saco. Dándome la vuelta vi a una anciana.

Dirigiéndose a mí dijo:

“Perdone señor. Lo he estado observando durante el servicio. Le pido por favor no deje esta casa, porque creo que usted ha sido convencido de que usted es un pecador. Yo pienso que usted vino esta noche buscando al Salvador, pero todavía no lo ha encontrado. Por favor vuelva y oraré por usted.”

Respondiéndole le dije: “Señora” “Yo soy judío.”

Ella me contestó: “A mí no me importa si usted es judío; Jesucristo murió por los judío y por los que no lo son.”

La manera persuasiva de esta mujer no dejó de tener su efecto en mí. La seguí hasta el mismo lugar en donde me había encontrado antes, y cuando llegamos al lugar, al frente, ella dijo” “Si se arrodilla, oraré por usted.”

“Señora”, esto es algo que nunca yo he hecho y que nunca haré,” pero ella mirándome a los ojos dijo calmadamente: “Escuche señor, yo he encontrado al querido, amante y perdonador Señor Jesús, y creo firmemente con mi corazón que Él puede convertir a un judío que se encuentre arrodillado a Sus pies, por esto, yo me arrodillaré y oraré.”

Ella se arrodilló y empezó a orar hablando a su Salvador en una forma simple, como un niño dejándome desarmado. Me sentí avergonzado viendo a una anciana arrodillada, orando por mí y junto a mí quien permanecía parado. Cuando se levantó extendió su mano y con una voz maternal llena de compasión me dijo: “¿Orarías a Jesús antes de irte a dormir?”

“Señora” le contesté, “Yo oraré a mi Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, pero no a Jesús.”

“¡Bendito seas!” contestó ella, “Tu Dios, el de Abraham, Isaac y Jacob es mi Cristo, tu Mesías.”

“Buenas noches señora, gracias por su bondad” le dije y deje la iglesia.

De camino a mi casa, empecé a dialogar conmigo mismo: “¿Por qué será que estos cristianos toman tanto interés en personas extrañas? ¿Será posible que los millares de hombres y mujeres nacidos durante los 1900 años de nuestra era vivieron y murieron errados creyendo en Cristo, y que los pocos judíos esparcidos por todo el mundo son los correctos?

“¿Porqué ese muchacho tamborilero solo pensaba en mi alma no salvada? ¿Por qué ese barbero cristiano manifestaba tanto interés en mí? ¿Por qué el predicador de esta noche me apuntó con su dedo, y por qué la anciana me siguió hasta la puerta y me detuvo? ¡Esto tiene que ser por el amor que ellos tienen por ese Jesús a quien yo odio mucho!

UN DESEO INTERNO

Mientras más pensaba en esto me sentía peor, pero al mismo tiempo disputaba” ¿Será posible que mi padre y que mi madre quienes me amaban mucho me hayan enseñado algo que está equivocado? En mi niñez ellos me enseñaron a odiar a Jesús, que tan solo había un solo Dios y que Él no tuvo un Hijo.”

De pronto sentí un deseo naciendo de adentro de mi corazón, quería familiarizarme con ese Jesús a quien los cristianos amaban y adoraban mucho. Empecé a caminar rápido determinado a saber si había una realidad en la religión de Cristo Jesús, y esto lo tendría que saber antes de irme a dormir.

Cuando llegué a mi casa, mi esposa (quien era una judía ortodoxa muy estricta) me preguntó adonde había estado. Le conteste “Por favor querida esposa, no hagas muchas preguntas. Lo que quiero es ir a mi estudio adonde puedo estar solo.”

Me fuí a mi estudio, cerré la puerta y empecé a orar en la forma en que siempre oré, mirando al este. Mientras más oraba peor me sentía. No puedo expresar todo lo que sentía. Estaba

desconcertado por el significado de muchas profecías del Antiguo Testamento, estas eran de mucho interés para mí. Mi oración no me dio ninguna satisfacción.

Miré a los textos judíos que colgaban de la pared, decidí tomarlos y mientras los miraba, Génesis 49:10 se me cruzó en mi mente.

“No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos.”

Luego dos pasajes más que solía leer vinieron a mi mente.

Miqueas 5:2 “Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.”

Isaías 7:14 “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Dios con nosotros).”

Clamé y dije: “Oh Señor Dios de Abraham, tú sabes que soy sincero en esta cosa. Si Cristo Jesús es el Hijo de Dios revélamelo esta noche y lo aceptaré como a mi Mesías (Rey).”

Tan pronto como dije esto tiré mis textos a un rincón de la habitación, y me encontré orando arrodillado. Arrojar los textos al suelo como lo hice fue un acto blasfemo para un judío. De nuevo me arrodillé y por primera vez en mi vida estaba orando, pero mi mente estaba disturbada y dudosa por la poca sabiduría en lo que hacía.

NEGOCIANDO CON DIOS

Nunca olvidaré mi primera oración dirigida a Jesús. Esta fue así: “Oh Señor Jesús, si tú eres el Hijo de Dios y si tú eres el Salvador del mundo, y si tú eres el Mesías de los judíos al que los judíos todavía siguen esperando, y si tú puedes convertirme porque yo soy pecador te prometo servirte todos los días de mi vida.”

Esta mi oración no fue más arriba de mi cabeza. Traté de negociar con Jesús. Si Él haría lo que le pedí yo también haría lo que prometí. Me quedé de rodillas por media hora. El sudor caía de mi cara. Sentía la cabeza caliente. Estaba en una agonía pero no convertido. Me levanté y empecé a pasearme en la habitación.

Después pensé que me había sobrepasado y juré no arrodillarme de nuevo. Empecé a razonar conmigo mismo, “¿Por qué tengo que arrodillarme? Acaso el Dios de Abraham al cual he amado, servido y adorado toda mi vida no puede hacer lo que Cristo hace por los gentiles? Luego me pregunté, “¿Por qué tengo que ir al Hijo? ¿Acaso el Padre no está sobre el Hijo?”

Mientras más razonaba peor me sentía y empecé a sentirme más intrigado. Me dirigí al rincón en donde se encontraban mis textos los miré y de nuevo caí de rodillas sin decir ninguna palabra. El corazón me dolía porque con toda sinceridad quería conocer a Cristo si es que Él era el Mesías. Cambiaba de posición a cada rato, me arrodillaba y luego caminaba. Así estuve desde las 10 de la noche hasta las dos de la mañana del día siguiente.

A este tiempo la Luz empezó a penetrar en mi mente y empecé a sentir y creer con mi alma que Jesucristo era el verdadero Mesías. Pronto me di cuenta que de nuevo estaba en mis rodillas, la última vez en esa noche. Esta vez toda duda había desaparecido, lo único que hice fue alabar a Dios por el gozo y por la alegría que había entrado en mi alma, algo que nunca tuve. Había encontrado al Regidor de Israel. Emanuel – Dios con nosotros — Yo creo en el verdadero Mesías – Jesús – quien fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53: 5)

Yo miré a Él, a Aquel que fue herido y supe que había sido convertido y que Dios por el Amor a Cristo había perdonado mis pecados.

Me levanté de mis rodillas y con esta nueva alegría pensé que mi esposa compartiría mi gozo conmigo. Corrí a nuestro dormitorio y me tiré encima de mi esposa muy emocionado, y abrazándola y besándola le dije “Esposa mía, he encontrado al Mesías.” Me miro disgustada, y empujándome fríamente dijo: “¿A quién encontraste?” Respondí: “A Cristo Jesús, mi Mesías y Salvador.”

Sin decir otra palabra en menos de 15 minutos ella estuvo vestida y saliendo de la casa se dirigió (eran las dos de la mañana) a la casa de sus padres los cuales vivían al frente de la nuestra. No la seguí, pero me arrodillé pidiendo a mi flamante Salvador por mi esposa para que se le abrieran sus ojos espirituales y pudiera ver como yo ahora veía, para que ella creyera así como yo ahora creía. Finalmente me dormí.

Esa misma mañana los padres de mi esposa le dijeron que si ella me llamaba esposo alguna vez sería desheredada, maldecida y expulsada de la sinagoga. Al mismo tiempo, mis dos hijos mandados por sus abuelos me dijeron que nunca más me llamarían papá, y que yo por adorar a Jesús el “Impostor” era completamente maligno así como Él lo fue.

Cinco días después recibí ordenes del gobierno para ir al occidente con asuntos de negocios. Hice todo lo que pude para poder hablar con mi esposa y para decirle adiós, pero ella no quiso verme ni escribirme. Sin embargo, ella me mandó un mensaje con nuestra vecina diciendo que mientras yo llame a Cristo Jesús mi Salvador no debería decir o llamarla esposa.

No pensé recibir tal mensaje de ella, yo amaba mucho a mi esposa y a mis hijos, y con el corazón dolorido dejé mi casa para cumplir mis obligaciones de trabajo.

LA DESOBEDIENCIA DE LA HIJA

La desobediencia de mi hija hizo posible la conversión de mi esposa. Mi hija fue la menor de nuestros niños y después de mi conversión, el respeto a su madre y amor por su padre causó problemas en su mente.

Una noche en su sueño vio a su padre muerto. El miedo se apoderó de ella y decidió que pasara lo pasara ella no destruiría la próxima carta de su padre. La siguiente mañana esperó al cartero en la puerta.

Cuando el cartero llegó tomó la carta y la ocultó en sus vestidos y subió a su habitación. Al llegar allí cerró la puerta con llave y abrió la carta. La leyó una y otra vez, su corazón se le partía y con lágrimas en los ojos bajó las escaleras. Su madre al mirarla notó que ella había llorado y le preguntó el porqué de esas lágrimas.

La respuesta fue: “Madre si yo te digo el porqué, tú te enojarás, pero si tú me prometes no hacerlo te diré la razón.”

La madre le contestó: “¿Qué es lo que te pasa hija mía?”

Sacando la carta de entre sus ropas le dijo que la noche anterior ella había soñado y visto a su padre muerto y que por esta razón ella había abierto la carta que su padre mandó esa mañana. Luego agregó, “De ahora en adelante no creeré lo que mis abuelos y otras personas dicen acerca de mi padre, que él es un hombre maligno.” Por favor, te imploro que leas su carta. Al decir esto, mi hija entrego la carta a su madre.

LA VERDAD PENETRA

Mi esposa tomó la carta y se fue a su habitación para leerla. Mientras más la leía más mal se sentía. Al igual que mi hija leyó la carta más de cinco veces. Luego la depositó en su escritorio y volvió a su habitación con los ojos llenos de lágrimas, y esta vez fue el turno de mi hija en preguntar: “¿Madre, por qué lloras?” La respuesta fue: “Hija mía, me duele mi corazón” “Me gustaría recostarme en el sofá.”

Pasando un corto tiempo la madre de mi esposa llegó a nuestra casa (ella vivía al frente) para darle una medicina casera así como muchas madres lo hacen, pero claro esta medicina falló

en dar alivio y a las 11 de la noche llamaron al Doctor. Este recetó otra medicina, pero esta también falló en aliviar el dolor en el corazón de mi esposa.

Mi esposa ahora no solo tenía dolor en el corazón, sino que también tenía el deseo en su corazón de ver a su madre dejar su habitación, porque ahora quería doblar sus rodillas tan pronto ella estuviera sola. Una vez su madre dejó se arrodilló al pie de su cama y en menos de dos minutos ella invitó al Médico de los médicos, a Cristo Jesús para que la sanara de su enfermedad física y espiritual y viniera a ser su Salvador.

Igual lo que sucedió con su esposo, ella llegó al final de la cuerda, del esfuerzo y de la sabiduría humana, y de las tradiciones vanas, sometiendo su cuerpo, su alma y su espíritu a Dios. Ella encontró al Santo Espíritu más que listo para sacarla de su ceguera y ver la Luz, para sacarla del poder de Satanás y llevarla a Cristo Jesús.

El próximo día recibí un telegrama diciendo lo siguiente: “Querido esposo, ven a casa inmediatamente. Yo pensé que tú estabas equivocado y yo correcta, pero ahora veo que tú estabas en lo cierto y yo en error. Tu Cristo es mi Mesías, tu Jesús es mí Salvador. Anoche, cuando estuve de rodillas por primera vez en mí vida el Señor Jesús salvó mi alma.

Cuando llegué a mi casa miré y vi a mi esposa esperán-dome parada a la puerta la cual estaba abierta de par en par. Su rostro resplandecía con el gozo. Ella corrió con los brazos abiertos y abrazándome en el cuello me besaba. Su padre y madre parados a la puerta de su casa contemplando la escena empezaron a maldecirnos.

Diez días después de la conversión de mi esposa, mi hija también aceptó al Señor Jesús como su Salvador. A mi hijo sus abuelos le prometieron dejarle todo lo que tenían si él no nos llamaba papá y mamá.

EL RECHAZO DE MI HIJO

Al año y nueve meses después de la conversión de mi esposa, mi esposa murió. Su último deseo fue ver a su hijo. Mi hijo vivía a siete minutos de nuestra casa. Mandé llamarlo varias veces pidiéndole que viniera porque su madre estaba muriendo. Uno de los pastores de la ciudad en donde vivíamos trató de persuadirlo y conceder a este deseo de su madre moribunda, Su respuesta fue: “Maldita sea, déjenla morir, ella no es mi madre.

El jueves por la mañana (el día en que murió) mi esposa me pidió que llamara a los miembros de su congregación, que vinieran y estuvieran con ella en sus últimos momentos.

A las 10:30 de la mañana de este día una de las mujeres tomó la mano izquierda de mi esposa, las otras la siguieron tomándose de las manos. Yo al lado derecho tome su mano derecha y al igual hicieron los varones. Formamos un círculo tomados de las manos, éramos como 38 personas. Cantamos suavemente:

“Jesús amador de mi alma déjame volar a tu seno.

Cuando las aguas se aproximan y

cuando la tempestad es fuerte,

ocúltame, mi Salvador, ocúltame

hasta que la tempestad de esta vida pase;

guíame seguro al puerto, y recibe mi alma al final.

Todo lo que quiero es a mi Cristo,

Más que lo suficiente encuentro en Él,

levanta al que cae, y alegra al que desmaya,

Sana al enfermo y guía al ciego.

Justo y Santo es Su nombre,

yo cubierto de injusticia vil y lleno de pecado,

Pero tú eres lleno de gracia y verdad.

En un momento de lucidez y con clara voz mi esposa dijo: “Si es esto lo que quiero y lo que deseo; es esto todo lo que tengo. Ven Señor Jesús, llévame a casa” al momento cayó en profundo sueño, el sueño de los santos en Cristo.

Esta mujer que desde la infancia fue enseñada a odiar el nombre de Jesús, por gracia aprendió a valorar el “Nombre que es sobre todo nombre.” Él fue el que recién salvó su alma preciosa y le hiso feliz durante los meses de prueba.

Mi hijo no atendió al funeral, no visitó la tumba de su madre y tampoco me llamó padre. Por largo tiempo traté de verlo para reconciliarnos pero fue en vano. No dejé de orar por él para que viera al Cordero de Dios, al que quita el pecado del mundo (Juan 1: 29), pero después de la llegada de uno de mis viajes a Europa mi fe se fortaleció. Mi hijo no solo quería verme sino que lloraba por el pasado, por haberse rehusado ver a su madre antes de su muerte y aseguró visitar a su hermana quien vivía en América.

Un día cuando él visitaba la tumba de su madre, Dios en su misericordia y por amor a Cristo perdonó sus pecados y convirtió su alma. Dio la noticia a su hermana y me escribió esa misma noche.

MALDICIÓN DE LA MADRE

Cuando me convertí inmediatamente escribí a mi madre quien vive en Alemania. Le dije que había encontrado al Mesías. No pude ocultarle las buenas nuevas. Pensé que ella creería al hijo mayor de los catorce hijos que le nacieron. El deseo de mi corazón fue compartir el nuevo gozo con mis amigos judíos y gentiles. Me sentía como el salmista “Venid todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma” (Salmo 66:16).

Concerniente a mi madre, esta esperanza mía fue amarga y frustrante. Ella escribió tan solo una carta sin encabezamiento ni fecha, sin las palabras “Querido hijo,” sino:

“Max, ya no eres más mi hijo, te hemos enterrado, te lloramos como si estuvieras muerto. Que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob te hagan ciego, sordo, mudo y condenen tu alma por siempre. Tú has dejado la religión de tus padres y la sinagoga por ese Jesús “el impostor,” toma la maldición de tu madre. Clara.

Yo calculé y tomé en cuenta el costo y desacuerdo de mis familiares por haber abrazado el evangelio de Cristo Jesús y por dejar la sinagoga, pero confieso que no estuve preparado para el contenido de la carta que mi madre me mandó.

No todo fue tristeza, porque más que nunca experimenté las palabras del salmista “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.”

No se piense que es una cosa fácil ser cristiano a un judío o persona religiosa. Se tiene que estar preparado para ser aborrecido por la madre y la esposa por el hecho de seguir a Cristo.

Después de 18 meses de conversión, me encontraba en una reunión de oración. Esta fue una reunión adonde el cristiano testifica acerca del amor y bondad de su Salvador. Después de que algunos hablaron, una anciana se levantó de su asiento y parada dijo: “Queridos amigos, este momento puede ser el último que tengo para hablar a ustedes. Ayer mi doctor me dijo que mis pulmones ya no funcionan, mi tiempo es corto. Para mí es de mucho gozo saber que pronto veré a mi hijo en el cielo con Jesús.

Mi hijo no solo fue un soldado del ejército del país, pero también fue un soldado de Cristo. El fue herido en la batalla y cayó en las manos de un doctor judío, quien le amputó un brazo y pierna, muriendo cinco días después de la operación. Luego recibí una carta, esta me informaba que cuando mi hijo Carlos moría mandó a buscar al doctor. Cuando este llegó mi hijo le dijo:

“Doctor, antes de que yo muera quiero decirle que cinco días atrás cuando usted me amputaba mi brazo y pierna, ore al Señor Jesucristo para que salve su alma.”

Cuando escuché las palabras de la anciana no pude estar más tiempo sentado. Dejé mi asiento y crucé la habitación y tomándola por la mano le dije:

“Dios la bendiga mi querida hermana, la oración de su hijo ha sido oída. Yo soy ese doctor judío por el cual su hijo Carlos oró. Ahora el Salvador de su hijo es también mi Salvador.”

De pronto el fervor llenó la reunión. La gente vio el poder de Cristo habilitando al muchacho moribundo, Carlos, el tamborilero a mostrar el Espíritu de su Maestro, orando por los enemigos de Cristo.

DIOS PUEDE SALVAR A CUALQUIERA

Amado lector, Dios no quiere que nadie se pierda y que se vaya al infierno. El nos ama con grande amor y desea nuestra salvación y gozo eterno. Él puede salvar a cualquiera que venga a Él.

Tú puedes ser un alcohólico, adúltero u homosexual. Puedes ser un criminal o ladrón. No importa lo que tú seas, o hayas hecho. El amor de Dios te acepta y abraza. ¿Por qué no recibes al Señor Jesús? Confía en Él para tu salvación.

Dios ha provisto una salvación, pero claro te preguntas ¿Puedo yo ser salvo? Para responder a ésta pregunta, tanto tú como yo tenemos que considerar lo que la gente piensa de ellos mismos. La mayoría de la gente considera cuanto de bueno, o malo son. Amigo, no es cuanto lo bueno, o lo malo somos que nos califica, o descalifica para ser salvos.

La verdad es que si dependiera en lo bueno que somos, ninguna persona sería salva. Todo está en que si tú perteneces al Salvador. Ten por seguro que Dios no quiere que nadie perezca. Sin embargo, miles de personas irán al infierno porque ellos no dejaron sus malos caminos, y porque no vinieron al Salvador quien ahora les está llamando.

Dios no obliga a nadie a recibir a Jesús como Salvador y a vivir con Él, pero si la persona escoge no aceptar a Dios y a su Hijo, es porque Dios le ha dado la libertad de rechazar su salvación aunque ésta elección significa su eterna perdición.

No obstante, Dios razona con la gente.

“Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva.” (Ezequiel 33:11)

“Clemente y misericordioso es Jehová, lento para la ira, y grande en misericordia.” (Salmo 145:8)

¿Puedes sentir a Dios luchando contigo? Tú sabes que tus pecados te están hundiendo. Tú sabes que ellos deben ser perdonados. Tú no estás seguro del mañana, porque mañana tú te puedes encontrar en el infierno. Tú no puedes descuidar, o despreciar ésta oportunidad para tu vida. Sería la cosa más necia el no asegurar tu destino eterno.

Dios no ignora, o pasa por alto tu pecado, pero como es Soberano y dueño del universo, Él puede legalmente y con justicia perdonar tus transgresiones por el mismo hecho de que Cristo murió por tus delitos y pecados.

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu.” (1Pedro 3:18)

Tú tendrías que haber muerto por tus pecados, pero la realidad es que Cristo murió en tú lugar.

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.” (Hebreos 9:27-28)

“Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios.” (Juan 1:12)

Aquí en este versículo Dios promete hacerte su hijo para llevarte a su familia con todos los privilegios y gozos.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su

Hijo unigénito, para todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)

El Todopoderoso Dios, Jehová, garantiza tu salvación. Él ha dado a su Hijo, quien sufrió terriblemente en la cruz por ti. Si tú verdaderamente crees con tu corazón en su Hijo, Él nunca te desamparará, o abandonará.

“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Romanos 10:9)

Las Escrituras son muy claras en definir éste tema. Esto es tan sencillo que hasta un niño puede creer; sin embargo, muchos tropiezan en ésta verdad pensando que ellos tienen que hacer algo más para ganar su salvación.

“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia.” (Tito 3:5)

“…Todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia.” - en la vista de Dios - (Isaías 64:6)

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de nosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9)

El Señor Jesús ha prometido:

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mi; y al que a mi viene, no le hecho fuera” “El que cree en mí tiene vida eterna” “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Juan 6:37, 47. Juan 3:36)

COMO SER SALVO

Para ser salvo, tú tienes que:

1. CONFESAR que eres pecador. Pide a Dios que perdone tus pecados.

2. CREER con todo tu corazón que Jesús, el Mesías, es el Hijo de Dios quien vino a la tierra a morir en tu lugar en una cruz. Creer que Él resucitó y que ahora vive para ser tu eternal Salvador.

3. RECIBE al Señor Jesús como tu único y personal Salvador. Rinde tu vida a Él.

¿Quieres arreglar éste asunto con Dios ahora? ¿Te gustaría arrodillarte para hablar con el Salvador, para pedirle a Él que te perdone tus pecados y que te haga una nueva persona? ¿Te gustaría pedirle a Él que entre en tu corazón?

Él está esperando y quiere que tú creas en Él. ¿Confiarías en Él?

Escapa de la ira de Dios. Tu decisión significa el lugar donde pasarás la eternidad. Habla al Padre diciendo:

PODEROSO DIOS, yo soy pecador. Vengo a ti pidiéndote perdón

por mis pecados. Sálvame y líbrame de la eterna condenación.

Creo que tú has prometido salvarme si tengo fe y confío en Cristo Jesús, el Salvador. Estoy avergonzado de todas mis rebeliones y poca fe.

Estoy arrepentido por mis pecados. Ahora creo en tu Hijo, el Señor Jesús, el Mesías prometido, el cual murió por mis pecados sufriendo la penalidad por mí.

Creo que él resucitó de entre los muertos y que ahora vive por siempre para salvarme y ser mi Salvador.

Quiero recibirle como mi único y personal Salvador. Prometo seguirle todos los días de mi vida.

Señor Jesús tú conoces mis pensamientos y mi corazón, por favor entra en mi vida con tu poder y santidad; hazme un verdadero discípulo tuyo.

Gracias Señor y Maestro por tu salvación. Gracias Padre por hacerme un verdadero hijo tuyo. Amén.

Firma……………………………..… Fecha …….……

Si tú has hecho ésta decisión escríbenos para que oremos por ti. Nuestra dirección es:

Señor Archie Short, c/-Callejo 7, Vallecas, Madrid 28053, ESPAÑA

Nos regocijamos contigo (hermano/a) y oramos por tu crecimiento espiritual.

Permítenos unas palabras de guía para los días inmediatos después de tu entrega a Cristo Jesús.

CRECE EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS

“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2 Pedro 3:18)

1. ALIMÉNTATE CON LA BIBLIA.

El alimento que necesitas para crecer en tu vida espiritual es la Palabra de Dios. Estudia y medita en ella diariamente y escucha que es lo que Dios te está diciendo. La Palabra de Dios te dará conocimiento, guía y coraje.

2. CREA UNA VIDA DE ORACIÓN.

La oración es el medio de comunicación con Dios. Establece una amistad con el Padre y el Salvador. Es una forma de adoración. Ora a tu Señor en la mañana y en la noche, al fin del día. Habla con Él durante el día, Él quiere ser tu mejor amigo y compañero. No ores tan solo por tus necesidades, sino también ora por las de los otros.

3. MANTENTE FIRME EN CRISTO.

No seas un ‘seguidor silencioso’ Habla y testifica acerca de tu Salvador en donde te sea posible.

Declara tu fe en Cristo Jesús.

4. TEN COMUNIÓN CON LOS CREYENTES CRISTIANOS.

Reúnete regularmente con la gente de Dios. Busca y ora para encontrar una iglesia ferviente, o reunión de hermanos en Cristo.

5. VIVE PARA TU MAESTRO.

Deja al Maestro resplandecer en tu vida. Deja que tu vida hable acerca de Cristo y de la vida eterna.

Que el Dios Todopoderoso te bendiga y mantenga.

UNA PALABRA PARA LOS CREYENTES -

REDIMAN EL TIEMPO

Déjenme cerrar este libro con unas palabras para mis hermanos en la fe. Ustedes saben que es muy importante para nosotros los que hemos nacido de nuevo, vivir como cristianos en estos últimos días.

“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, -toda oportunidad porque los días son malos….entendiendo de cuál sea la voluntad del SEÑOR…llenos del Espíritu.” (Efesios 5: 15-18)

El creyente es llamado para amar a Dios, ser santo y caminar en comunión con el Salvador. También es llamado para compartir el evangelio con los que no son salvos y para hacer lo posible vivir en paz con todos los que nos rodean.

Jesús dejó dos mandamientos:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37-39)

Seamos siervos fieles para que no nos avergoncemos cuando estemos frente a Él cara a cara.

Amado creyente, ¿cuántos amigos y familiares tienes que no son salvos? Piensa por un momento en ellos y en el peligro de la eternidad sin Cristo.

Mira adelante, al futuro y ve al regocijo con Cristo en la eternidad, pero ¿qué de tu amigo, hijo, hija, padres, hermano, o hermana? Ellos estarán clamando y diciendo ¿Cómo fue que no estuve listo?

Mi amado creyente en Cristo, pronto estaremos diciendo “¡Oh! Como me haya gustado haber sido más fiel y haber hablado a más gente acerca de la Palabra de Dios. Cuanto me haya gustado ir a buscar al perdido para anunciarle el camino de salvación. Como me haya gustado no haber sido tan egoísta y pensado tan solo en mí, y no en mi prójimo y en sus almas. El Hijo de Dios vino y me llevó, ¿pero que de estos que han sido dejado?”

¿Qué diremos al Maestro cuando nos encontremos frente a Él? ¿Qué diremos cuando realicemos que esas almas han ido a la eternidad sin Cristo por nuestra negligencia?

Las Escrituras nos dicen permaneced en él para que cuando se manifieste…no nos alejemos de él avergonzados. (1Juan 2:28)

¡El tiempo es urgente, el fin está cerca, los días son malos y muchas almas perecen! Ahora es el tiempo para seamos guiados por el Espíritu de Dios para hacer lo que Él nos mande. Para rescatar a la gente del peligro eterno que se les acerca.