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EL MOTIVO DE LA NAVE ABERRANTE EN LA PROPAGANDA ALEMANA DEL SIGLO XVI JOSÉ ROSO DÍAZ Universidad de Extremadura Aunque la Reforma protestante alemana es considerada ya por los especialistas como el primer gran momento de propaganda masiva en el mundo occidental no se ha encarecido todavía lo suficiente la riqueza de los procedimientos que para ello emplea ni su significado en la fragua de una nueva mentalidad o la quiebra entre el viejo mundo medieval y el nuevo renacentista en el que se produce. Fueron sin duda varios los factores que soportaron y consolidaron en interacción cambios tan signi- ficativos. Cabe señalar en este sentido, primero, la necesidad existente por entonces de realizar una renovación de la Iglesia de Cristo. Esta cuestión venía en realidad de lejos.Ya en el corazón mismo del medievo habían proliferado diversos movimientos, que terminaron siendo considerados heréticos, que plantearon distintos cambios, entre ellos el retorno a los primeros padres y la iglesia primitiva, y se apoyaron en el mesianismo y el milenarismo, además de dar respuesta al anticlericalismo social creciente. La Iglesia no podía ignorar a su pueblo, al creyente que ante la inseguridad de la vida y el miedo generalizado a la muerte buscaba en una época precientífica valor seguro en la religión. La renovación terminó cuajando en tierras alemanas, donde gran parte de la gente del pueblo abrazó con entusiasmo la Reforma debi- do en buena medida también a diversos factores sociales que la vincularon con un proceso de cambio nacional. No cabe duda, en segundo lugar, que ese despertar de la conciencia como pueblo fue también decisivo en el triunfo de las tesis de los refor- mados de Wittenberg. Supuso, por ejemplo, la reivindicación de la lengua vernácula frente al latín. El alemán se convirtió en un instrumento eficaz para la evangelización y adoctrinamiento del pueblo, que aprendió a leer a medida que se desarrollaba el invento de la imprenta. Con ella la palabra, apoyada con frecuencia con xilografías que la reforzaban, se convirtió en un valor sólido para trasladar los mensajes más diferentes, incluso aquellos más polémicos e irreverentes, porque podía llegar a los lugares más recónditos, a las gentes más sencillas y no sólo a la élite culta. Se sabe que fue particularmente rápida la expansión de la imprenta por tierras alemanas, donde se publicaron gran cantidad de libros, muchos de ellos de carácter devocional y religioso, y que la mayoría de los impresores, entre ellos los mejores, abrazaron la causa protestante. Conviene encarecer, en tercer lugar, la importancia que en la configuración de ese primer momento de propaganda jugó la utilización conjunta de texto e imagen en

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EL MOTIVO DE LA NAVE ABERRANTE EN LA PROPAGANDA ALEMANA DEL SIGLO XVI

JOsé rOsO díAz

Universidad de Extremadura

Aunque la Reforma protestante alemana es considerada ya por los especialistas como el primer gran momento de propaganda masiva en el mundo occidental no se ha encarecido todavía lo suficiente la riqueza de los procedimientos que para ello emplea ni su significado en la fragua de una nueva mentalidad o la quiebra entre el viejo mundo medieval y el nuevo renacentista en el que se produce. Fueron sin duda varios los factores que soportaron y consolidaron en interacción cambios tan signi-ficativos. Cabe señalar en este sentido, primero, la necesidad existente por entonces de realizar una renovación de la Iglesia de Cristo. Esta cuestión venía en realidad de lejos. Ya en el corazón mismo del medievo habían proliferado diversos movimientos, que terminaron siendo considerados heréticos, que plantearon distintos cambios, entre ellos el retorno a los primeros padres y la iglesia primitiva, y se apoyaron en el mesianismo y el milenarismo, además de dar respuesta al anticlericalismo social creciente. La Iglesia no podía ignorar a su pueblo, al creyente que ante la inseguridad de la vida y el miedo generalizado a la muerte buscaba en una época precientífica valor seguro en la religión. La renovación terminó cuajando en tierras alemanas, donde gran parte de la gente del pueblo abrazó con entusiasmo la Reforma debi-do en buena medida también a diversos factores sociales que la vincularon con un proceso de cambio nacional. No cabe duda, en segundo lugar, que ese despertar de la conciencia como pueblo fue también decisivo en el triunfo de las tesis de los refor-mados de Wittenberg. Supuso, por ejemplo, la reivindicación de la lengua vernácula frente al latín. El alemán se convirtió en un instrumento eficaz para la evangelización y adoctrinamiento del pueblo, que aprendió a leer a medida que se desarrollaba el invento de la imprenta. Con ella la palabra, apoyada con frecuencia con xilografías que la reforzaban, se convirtió en un valor sólido para trasladar los mensajes más diferentes, incluso aquellos más polémicos e irreverentes, porque podía llegar a los lugares más recónditos, a las gentes más sencillas y no sólo a la élite culta. Se sabe que fue particularmente rápida la expansión de la imprenta por tierras alemanas, donde se publicaron gran cantidad de libros, muchos de ellos de carácter devocional y religioso, y que la mayoría de los impresores, entre ellos los mejores, abrazaron la causa protestante.

Conviene encarecer, en tercer lugar, la importancia que en la configuración de ese primer momento de propaganda jugó la utilización conjunta de texto e imagen en

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trabajos de muy diversa índole y sobre todo en un extenso corpus de panfletos que, carentes de valor teológico, querían únicamente convencer a los simples. Estos libelos marcaron en buena medida el desarrollo y la suerte de los debates político-religiosos alemanes del seiscientos. Mostraban una versatilidad inaudita, un valor camaleónico por su capacidad de adaptación a las situaciones y disputas más variadas. Disponían, en cualquier caso, de una poética más bien sencilla que se definía por la presencia de un título impactante, una imagen repleta de una rica simbología identificable por sus receptores con facilidad y un comentario explicativo, en verso o prosa, en alemán o latín según intenciones, que ofrecían una interpretación por lo general alegórico-exegética convincente de la imagen. Esta fórmula se repitió de manera básica también con gran éxito en otros formatos, ya fueran posters, carteles, portadas de libros, libros ilustrados como Biblias y Crónicas y generó o precisó una cantidad notable de motivos recurrentes. Fueron en su mayoría materiales procedentes de lugares y tradiciones distintas, entre las que sobresalen con peso propio las Sagradas Escrituras, el imaginario y la cultura popular de los hombres de entonces, el mundo clásico, la recurrencia a la paradoxografía y la teratología o el pesimismo apocalíptico. Con materiales tan heterogéneos los publicistas protestantes pudieron diseñar obras que presentaban programas de acercamiento al pueblo muy diferenciados, pero por lo general igualmente eficaces. Así, si por un lado se valieron de la monstruosidad y lo anormal para infundir el miedo a partir de una presignificación que anunciaba cambios o desgracias, por otro acudieron a los lugares escriturarios tanto vetero como novotestamentarios más comunes de la predicación religiosa para erigirse, como nue-vos mesías, en posesión de la verdad auténtica y hasta reutilizaron elementos muy populares como el molino, la balanza, el carro o el barco con nuevos valores favorables a su causa en el intento de buscar la empatía con aquellos a los que se dirigían y pre-tendían convencer. Hábiles no sólo con los soportes sino también con las estrategias de propaganda diseñaron productos de gran efecto y convicción incluso a partir de elementos de origen disperso. Lograron con ello sin duda mover con éxito al pueblo; vencer en la guerra religiosa.

En este panorama sucintamente descrito (Eisenstein, 1994; Grossman, 1970; Khöl-er, 1981; Ozmen, 1991: 1-18 y Saxl, 1957: 255-266) adquiere una gran importancia la imagen del barco por su persistente reutilización de forma propagandística en el siglo XVI. Sorprende, por ello, el hecho de que no haya merecido una suficiente atención crítica (Scribner, 1981: 108-115). Queremos nosotros en el presente trabajo ofrecer al menos una aproximación al uso de esta imagen en la propaganda alemana de este tiempo. Con este objetivo nos centraremos, primero, en el estudio de la significación de la nave en la tradición occidental y en su vigencia en la primera etapa de la Re-forma para ocuparnos, después, del valor de sus usos invertidos a partir de ejemplos concretos y de la convergencia de elementos presentes con otros también polémicos. Podremos acercarnos de esta forma a la función que la misma desempeñó en las dis-putas político-religiosas de aquella época.

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2. un APunte sObre lA siMbOlOgíA de lA nAVe y su ActuAlidAd en el renAciMientO.

Sobre el motivo del barco, la barca, la galera, el galeón, el buque, la nao, el bajel, el arca o la nave se han construido símbolos universales que han enriquecido el ima-ginario cultural de muchos pueblos en distintas épocas y geografías. Así, según Cirlot (1997), tiene un significado general de vehículo y alude al viaje o travesía que han de hacer vivos y muertos. Para Bachelard (1942) la barca nos lleva al nacimiento, es la cuna recobrada y el claustro materno1, pero puede evocar el seno o el ataúd. En multitud de ocasiones percibimos esta imagen con este último valor, como ocurre en la barca de Caronte, en las numerosas leyendas de los barcos de los muertos o de navíos fantasmas como el del holandés errante. En ellos queda vinculada al tránsito al más allá.

Pero el barco se asimila también desde la Antigüedad al cuerpo humano, enten-dido este como vehículo de la existencia, algo que ocurre con frecuencia en otras imágenes paralelas suyas de extraordinaria profusión, sobre todo con el carro o la casa. De ahí que en numerosas ocasiones el barco antiguo pase a representar la vejez; el barco roto signifique la enfermedad, la decadencia, el daño irreparable o lo incom-pleto y quebrado; y el barco enterrado aluda a una posible vida oculta, ignorada o reprimida. Muestra, además, equivalencias no sólo con la matriz femenina portadora de vida, sino también con el corazón o la imagen del vaso como receptáculo, lo que nos traslada la idea de fuerza y de seguridad en la difícil travesía de la vida2.

A nosotros nos interesa particularmente la vinculación de la imagen del barco con la idea de viaje o navegación y con el mar o medio acuático, ya que marca la línea fundamental de su interpretación en nuestra cultura. Aquí se asocia a la idea de la vida, cuyo sentido, valor, centro y dirección debe el hombre escoger, porque es entendi-da como peligroso itinerario donde aparecen escollos, tormentas, olas descomunales, monstruos terroríficos o vientos insoportables y pueden producirse naufragios, que expresan con nitidez la idea de castigo. Por ello Pérez-Rioja advierte que no debe sorprender el hecho de que el barco represente el poder que logra que nada quede perdido y todo pueda resurgir; puede flotar, aunque sea precariamente, en la adversi-dad de la tempestad (Pérez Rioja, 1980). Ciertamente son muchos los antiguos mitos existentes según los cuales la hecatombe final de un pueblo favorece el surgimiento de otras sociedades y civilizaciones que no aparecen ex nihilo sino gracias a la perviven-cia de lo esencial y de lo tradicional que, trasportado por una barca, vuelve a renacer reformado, rectificado, desprovisto de las viejas formas ya no válidas y conservando en todo caso lo bueno. En todos ellos se nos ofrece la esperanza no sólo de un mundo

1 La nave queda vinculada al valor simbólico de la concha o la caracola, que alude al útero, y, en relación con el agua, a la fertilidad. El seno materno representa la seguridad a la que se ha de tender o retornar con felicidad. De ahí la vinculación de la nave a la Virgen María.2 El corazón como arca o vaso es una constante en la mística del periodo románico, motivo recurrente en Hugo de San Víctor y su escuela. Es en el corazón donde se obra el cambio del hombre, por lo que desa-rrolla la idea de centro. Se relaciona también con el vaso alquímico en el que se transforman los metales o con el Graal.

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nuevo sino también mejor. Se acude en estos casos a explotar el valor del origen, la conservación del conocimiento básico y la idea de germen generador de futuro.

La filosofía clásica, por otra parte, otorgó al barco una significación de tipo político que influyó después de manera notable en la tradición occidental. Platón y Aristóteles fueron si no los primeros al menos las autoridades más destacadas en este sentido. Así tanto en La República de Platón como en La Política de Aristóteles se acude a la compa-ración del timonel con el gobernante. El piloto de la nave debe ser maestro en navegar, en el dominio de las estrellas, conocedor de las estaciones y del funcionamiento del tiempo; es, como el jefe de una comunidad, el gobernante del Estado que es la nave. A esta significación se añadió pronto otra de carácter religioso-moral, en la que se terminó relacionando la nave a la Iglesia que es guiada por su timonel a la salvación, la cual no puede existir fuera de él. Se advierte entonces de la necesidad de estar siempre prevenidos y vigilantes ante los peligros y riesgos del mundo y sus vicios. El navío pasa a ser imagen del alma. La nave es, en efecto, en la tradición cristiana uno de los símbo-los más ricos (Kirschbaum, 1968, IV: 61-67; Vetter, 1971: 7-23). Es la morada que goza de la protección de Dios; santuario móvil que confirma la alianza de Dios y de su pue-blo; y la Iglesia que descansa sobre Cristo, su fundador. Representa en un mar lleno de tentaciones3 el viaje a la vida eterna. Lo vemos, por ejemplo, en el arca de Noé, que fue capaz de flotar en el diluvio y es manifestación de la presencia del Señor y la salvación eterna, presignificación de la comunidad de los fieles; o también en la barca de Pedro, que se convertirá, como los otros discípulos, en pescadores de hombres; y hasta en el propio edificio físico de la Iglesia, que adoptó la forma de un casco de navío invertido y puede entenderse como instrumento de navegación celeste (Chevalier y Gheerbrant, 1986). Las Sagradas Escrituras están repletas de alusiones y referencias a esta imagen. Algunos lugares escriturarios son, de hecho, esenciales para el desarrollo del símbolo4.

La imagen del barco, en cualquier caso, se enriquece y reactualiza a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, particularmente en los siglos XV y XVI, debido a la repercusión que tiene en el imaginario europeo la proliferación de viajes marítimos y el descubrimiento de nuevos territorios. El barco, que fue tenido siempre en gran parte del norte de Europa como una realidad cercana debido a la intensa actividad fluvial que desarrollaba en sus ríos navegables, se convierte entonces en instrumento esencial para el comercio y en herramienta eficaz para la ampliación y consolidación de los reinos, a la vez que la ingeniería naval hace progresos muy notables. En este

3 El mar es, según la opinión de Freud (1986: 117) en La interpretación de los sueños, símbolo de la dinámica de la vida. Es el lugar de los nacimientos, de las transformaciones y de los renacimientos. Puede asimilarse a la rueda de la fortuna. Es sabido que en muchos sistemas culturales la renovación viene expresada o se produce mediante la intervención del agua.4 Los pasajes bíblicos (Colunga y Turrado, 1985) más notorios que contribuyen a configurar el significado cristiano del símbolo son Gen. 6, 14-16; Sab 10,4; Mt 24,38; 1Pe 3,20; Ex. 25, 10-15; Jue 20, 27; 1Re 8,4-6; 3Crón. 35,3; 2Mac 2, 4-5; Ex 25,22; Gén. 3, 16; Ap 11,19; Is 33, 21-23; Is 2, 16; Is. 60,9; Prov 31, 14; Ecl. 11, 1; Mt 8, 23 y ss, Ez 27,3.9; Jon 1,3-16; Prov., 31,14; Mc 3,9; Lc 5,2 y ss; He 27; 2Cron 9, 21; 1Re 9,26 y ss; 1Re 10, 22; 1Re 48; 1Re 49; Ez 27, 8 y Ap. 18,17.

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contexto resulta oportuno, por lo que de significativo tiene en la configuración del uso de la nave en el panfletario reformista, apuntar al menos la recurrencia real en determinados lugares del continente, entre ellos Renania, al barco como lugar de confinamiento del loco que, expulsado de su comunidad, estaba condenado a vagar por los ríos y canales a merced de la caridad. Esta dura realidad se convirtió en ante-cedente de una obra fundamental para entender el significado del barco en la época: Das Narrenschiff5. Con ella Sebastian Brandt, que supo dar un nuevo valor a la relación locura6, barco y navegación, incidió significativamente en otras obras satíricas en las que se utilizó la locura con un claro carácter alegórico como el grabado del mismo nombre de Hyeronimus Bosch7, Stultifera naves sensus animosque trahentes mortis in exi-tium de Jodocus Badius o Encomion moriae seu laus stultitiae de Erasmo.

La nave es, en cualquier caso, en tiempos de Lutero una imagen con una rica tradición soportada en una simbología que puede deslindarse en dos campos: por un lado, el de la significación religioso-moral y, por otro, el de la significación política. A los dos se une la figura del loco, que es visto entonces a la vez como un ser amena-zador y ridículo vinculado a un saber oscuro. Imagen versátil de enorme poder visual ofrece además muchas posibilidades didácticas, que pronto supieron ver los publicistas del Círculo de Wittenberg y géneros literarios como la emblemática8 para acudir al uso combinado de texto y grabado en la configuración de sus productos culturales en un momento en el que la imprenta había comenzado ya a cambiar el mundo.

3. nAVes AberrAntes en lA PrOPAgAndA AleMAnA del siglO xVi.

En el marco anteriormente descrito se mueven los usos propagandísticos tanto luteranos como católicos de la imagen del barco en el siglo XVI. Se trata siempre de

5 El libro (Brant, 1998), que fue publicado en 1494 en Basilea con xilografías atribuidas a Durero y otros maestros alemanes y alcanzó pronto un gran éxito, partiendo de la idea del viaje alegórico que recuerda al viejo ciclo de los Argonautas, narra los avatares de un barco cargado de necios que se dirige a Narrigoria, el país de la locura. Todos los personajes del barco, que pertenecen a las diversas clases sociales, encarnan un vicio humano. Brandt, conforme a la tradición bíblica, equipara en su obra necio con pecador.6 Con Das Narrenschiff la locura irrumpe con fuerza en el Renacimiento, se convierte en arma didáctica. Se trata, ante todo, de una locura ficcionada donde el loco muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez hu-mana expresando con habilidad su juicio crítico e irónico contra la sociedad y sus defectos (Foucault, 1979: 13-74). Próximo a la risa, que posee gran poder catártico, fue utilizado como vehículo crítico convirtiendo en tema social de gran importancia la locura moral. El loco era un ser privilegiado capaz de decir verdades y ser realista, muy apto para la denuncia y levantar conciencia sobre la situación del mundo.7 El Bosco conoció probablemente la obra de Brandt, aunque no debió inspirarse sólo en él sino en una tradición, la de a metáfora de la nave. Imagen muy popular fue en la época la barca de la Iglesia tripulada por su jerarquía, que transportaba a las almas al puerto de la Gloria para que alcanzarán la salvación. Esta imagen fue muy familiar entre pintores y escultores de la época.8 Desde Alciato (1549) fueron muchas las autoridades de la emblemática europea e hispánica que utilizaron repetidas veces la imagen de la nave en sus obras (Cuesta García, 1985: 309-320). Fue utilizada, por ejemplo, repetidas veces en la picaresca, como nos recuerda el grabado La nave de la vida picaresca, portada de la primera edición del Libro de entretenimiento de la pícara Justina (1605).

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grabados o interpretaciones complejas y recargadas que están lejos de la sencillez con la que fue utilizada la teratología o la paradoxografía en multitud de obras, lo que supone una importante diferencia a la hora de elaborar su valor simbólico. Así los grabados representan siempre escenas y no figuras individuales, donde todos los elementos integrantes se muestran en acción, aunque a veces divididos y en oposición. Esta oposición refleja la exis-tencia con frecuencia de dos planos, uno que muestra el recto proceder y otro que

manifiesta la irreverencia y hasta el mal. Por lo general, además, son imágenes que recurren a la violencia, donde la agitación del barco, la turbulencia de las aguas, la fuerza del viento y el poder de un cielo amenazante repleto de monstruos y signos variados, cobran significado como elemento ilustrador de situaciones religiosas, polí-ticas y sociales. La existencia de dos planos obliga a incorporar e interpretar no a un barco sino a varios, lo que refuerza el significado de los márgenes del grabado, lo superior y lo inferior, el centro, la claridad y la oscuridad. Además nos encontramos con que a veces el significado de las imágenes se desarrolla a partir del hundimiento o casi hundimiento del barco o de los peligros de la navegación y que se acude a elementos que permiten la identificación de figuras que están en escena, bien a partir de recursos como el propio retrato o elementos variados de fácil adscripción como la tiara papal, ropajes de la jerarquía eclesiástica, escudos de armas o estandartes, lugar que el personaje ocupa o aptitud del mismo. La interpretación de estos barcos queda legitimada por las Sagradas Escrituras y se vale, en cualquier caso, de los elementos típicos y tópicos que lo definen, alguno de los cuales tiene también interés bíblico, como son el mástil, la red y los peces, el timón, la vela, la carga y los remos. Se puede hablar, por tanto, en estos trabajos xilográficos de la recurrencia a una anatomía del barco. A ellos debe sumarse la variedad de oficios, que posibilitan o impiden, cuando hay falta de armonía, el arte de la navegación. La deformación, la ironía y la burla despiadada se añaden también para lograr contraimágenes, usos invertidos del símbolo que confirman la recurrencia al motivo de la nave aberrante, aquella contraria a la conocida por todos. La riqueza de la imagen del barco y su interpretación permite observar, en fin, un claro fenómeno de intertextualidad no sólo entre trabajos donde esta aparece sino también con otros que versan sobre metáforas como, por ejemplo, la ruleta de fortuna o la boca o mandíbula de los infiernos.

En la propaganda religiosa alemana la imagen del barco se mantiene como constante a lo largo de todo el siglo XVI, lo que evidencia su versatilidad, riqueza y éxito entre la masa. Utilizó para ello creencias populares fuertemente arraigadas y dio como resultado interpretaciones muy variadas, tanto católicas como protestantes,

Fig. 1. El barco de la salvación (1512). Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg.

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que generaron a veces réplicas opuestas en las que la significación del símbolo se complicaba sin fin. Está desde luego pre-sente en obras impresas de diversa índole de tiempos de Lutero y también después, cuando las polémicas político-religio-sas fueron otras. Esta vigencia se puede ilustrar con un catálogo amplio de obras9. Entre ellas destaca sin duda el trabajo xi-lográfico titulado El barco de la salvación (1512) [fig. 1], que insiste en la idea del riesgo del viaje marítimo, que era em-prendido con frecuencia para visitar en peregrinación lugares sagrados como Jerusalén. El grabado, muy profuso en motivos, es explicado en el reverso de la hoja volante con gran detalle: Dios hizo el primer barco de la vida verdadera que fue des-truido por la desobediencia de sus primeros marineros, Adán y Eva. El bautismo fue el segundo barco que se hunde, en cambio, por el pecado. La penitencia es el tercer barco, uno personal que cada cristiano verdadero debe saber navegar con la ayuda de Dios y la prudencia ante el vicio, monstruo que ha provocado numerosos naufragios. El timón del barco de penitencia debe ser regido por la verdadera creencia y los pre-ceptos de Dios. De ahí que se asocie cada una de las partes esenciales del navío con un elemento cristiano con valor simbólico. Así el mástil simboliza la cruz de Cristo, el ancla la esperanza, la vela el libre albedrío que se mueve con el viento justo de la piedad y los remos son ángeles que protegen la embarcación en su travesía.

En otro panfleto de las primeras décadas de la Reforma se trata el asunto bíbli-co de la Iglesia como pescadora de hombres, fundamentado en Lc 5.3, donde Jesús realiza el milagro de los peces y señala a los apóstoles que ellos serán pescadores de hombres [fig. 2]. El tema es desarrollado en una escena bastante compleja10. Aparecen cuatro barcos repletos de clérigos y otros miembros de la jerarquía católica, uno de los cuales lleva el escudo del Papa, que está por tanto comprometido en tal captura de cristianos. Todos los barcos están a punto de naufragar por la pesada carga que llevan, lo que simboliza los pecados de la Iglesia y el engaño a los fieles. La pesca, por su parte, no supone la salvación de los hombres sino su condena. Así los hombres que han

9 Incluimos en el breve muestrario de ejemplos que sigue obras que abarcan todo el siglo XVI. Se exponen de forma cronológica, aunque dos de ellas presentan una datación imprecisa10 El motivo se repetirá en otros trabajos xilográficos de las primeras décadas de la Reforma aprovechando con frecuencia materiales provenientes de la devoción popular, como es el caso de la leyenda de Santa úrsula que peregrinó a Roma para consagrar sus votos de virginidad y dedicarse a la predicación del Evangelio de Cristo. La devoción a esta santa fue notable en los últimos siglos del Medievo y en el Rena-cimiento. No debe sorprender, por tanto, que en este periodo se recurriera a la imagen del barco de Santa úrsula que pesca a los hombres.

Fig. 2. La clerecía católica como pescadores de hombres (s.a.). Graphische Sammlung Wickiana,

Staatsbibliothek Zurich.

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sido ya capturados son maltratados y desconsiderados, aunque ellos pue-den convertirse en monjes a cambio de un saco de monedas. La capucha que llevan los frailes se asemeja al go rro de un bufón, lo que contribuye a identificar al barco papal con el barco de los necios o tontos. Esta embarca-ción se mueve, además, gracias al vicio (impiedad, adulación, hipocresía y su-perstición), que está expresado por las figuras o los cuatro vientos situados en la esquina superior izquierda de la imagen. En el cielo, situado en el

centro del grabado, un grupo de santos mira la escena con angustia, puesto que ellos representan el verdadero ideal monástico. Los barcos, con sus redes, en plena acción de pesca, son también barcos para la explotación de los cristianos, puesto que los peces serán más tarde vendidos. Así se explica que la iglesia católica beneficia sólo a su jerarquía y no a los cristianos que la integran.

Este último panfleto aborda un motivo que tendrá un interés central para la pro-paganda protestante del periodo: la pesada carga del barco de la Iglesia papal que ter-minará inevitablemente hundiéndose. El asunto desarrolla dos ideas básicas. La equi-vocación y falsedad de la iglesia católica y la crítica a la institución del papado. Define, además, un importante hilo conector de numerosas obras. Ejemplo de ello son dos trabajos realizados por Mathias Gerung, en la década del cincuenta, de mensaje más sencillo y efectista. En uno, titulado El naufragio de la Iglesia Papal (1545) [fig. 3], nos encontramos con un barco casi hundido y partido en dos en el que se encuentran, por un lado, el Papa, un cardenal, un obispo y un monje, que representan a toda la jerarquía católica, y, por otro, el emperador y los príncipes. En el mar un monstruo se dirige hacia el barco en ruinas para terminar con él, mientras que dos cardenales en el puente de proa sostienen y protegen bulas papales. Se muestra así que la iglesia papal está condenada. En otro, El barco de Cristo (1548) [fig. 4], se plantea una escena en la que están presentes tres barcos, dos de ellos hundidos en la parte inferior del grabado y otro en el centro, invencible, navegando plácidamente en un mar en calma. Uno de los barcos hundidos pertenece a los infieles turcos y otro a la falsa iglesia católica. La nave de la verdadera iglesia está protegida por dos ángeles que repelen todos los ataques que, causados por los demonios que están en otros barcos, hacia él van dirigidos. Nada impedirá, por tanto, el feliz curso de la nave de Cristo. En este último trabajo la ima-gen del barco aberrante se cruza e interpreta en combinación con la imagen recta y verdadera, procedimiento que va a ser muy común porque plantea un enfrentamiento entre el bien y el mal, en el que el segundo es siempre derrotado. En las réplicas católi-cas a este tipo de trabajos el bien se identifica con el barco de Cristo y el mal con el

Figs. 3 y 4. Mathias Gerung, El naufragio de la Iglesia papal (1545). British Museum. / Mathias Gerung, El

barco de Cristo (1548). British Museum

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protestante, lo que muestra una vez más un fenómeno claro de reversibilidad en las interpretaciones propagandísticas y la reutilización constante de materiales o la existencia de un fenómeno notable de intertextualidad.

La imagen del barco papal semi-hundido se combina, en cualquier caso, con otras en las que la monstruosidad juega también una importante función simbólica. Es el caso del grabado anóni-mo El barco de la iglesia papal [fig. 5], en el que la embarcación es realmente un monstruo boca arriba que está siendo tripulado en sus fauces por el Papa, que se identifica con claridad por sus atributos. El barco contiene una Iglesia soportada en seis de sus patas. El campanario de la misma es el mástil de la vela. Es el clero el que rema, aunque son los diablos los que hacen avanzar el barco gracias a un fuelle, una trompeta y un abanico. No cabe duda de que dicho barco monstruoso es una maquinaria diabólica. Lo confirma también la existencia de elementos votivos en la iglesia, la procesión que se desarrolla a bordo, la monja que lleva a un niño resultado de su actividad sexual ilícita y la presencia del búho, ave de mal agüero que presagia un mal destino para la iglesia católica. Esta imagen, sea como fuere, está relacionada con otra que tuvo enorme éxito en la época, en la que se sitúa al Papa, a sus cardenales y obispos, a frailes y monjas en una mandí-bula o fauces, donde destacan unos dientes desproporcionados. La mandíbula flota con dificultad en aguas tranquilas o es arrastrada por algún miembro de la Iglesia. No navega por sí sola. En ella sus pasajeros se entregan al vicio de la gula o la lujuria y aparecen como auténticos locos o están ya casi engullidos por el demonio que es la embarcación. Este asunto, que fue incluso tratado por el propio Lutero en un trabajo muy soez titulado La descripción del Papado (1545), configura quizá el barco más aber-rante y descarado, aquel que lleva ya a la iglesia deformada directamente al infierno.

La propaganda político-religiosa del siglo XVI acudió, en fin, a usos invertidos de símbolos e imágenes que la tradición cultural y la religión habían consolidado en el imaginario del pueblo para hacer triunfar determinados postulados ideológicos. Entre ellos destacó la imagen del barco aberrante, aquella que se generó a partir de la defor-mación de la barca de Pedro y se cultivó desarrollando numerosos elementos bien co-nocidos y lugares comunes de crítica que propiciaron la creación de una tradición con numerosos testimonios en la que se ponía en evidencia la verdadera identidad bien de la iglesia católica, bien de la iglesia reformada. Esa tradición da buena cuenta de la conexión y reutilización de materiales y de la presencia clara de intertextualidades, de una crítica sostenida a la jerarquía del Papado, de la buena aceptación de la parodia y obras que provocasen la risa, de la reversibilidad interpretativa, de la oportunidad de

Fig. 5. El barco de la iglesia papal (s.a.). Staatliche Graphische Sammlung, München.

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José Roso Díaz478

los nuevos soportes y de la versatilidad de la recurrencia a la combinación de texto e imagen. Gracias a todo ello los publicistas la avivaron con éxito de forma polémica a lo largo de toda la centuria.

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