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1 Miguel Pequenino MIGUEL PEQUENINO El Directorio ascético de Juan Bautista Scaramelli A los seminaristas de mi diócesis de Benguela, en Angola M. P. Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

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1Miguel Pequenino

MIGUEL PEQUENINO

El Directorio ascéticode Juan Bautista Scaramelli

A los seminaristas demi diócesis de Benguela, en Angola

M. P.

Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

2 El Directorio ascético de Scaramelli

Juan Bautista ScaramelliJuan Bautista Scaramelli nació en Roma

en 1687. Y habiendo concluido sus estu-dios filosóficos, entró a los diecinueveaños en el noviciado de la Compañía de Je-sús (1706). Allí permaneció un año y reci-bió de superiores y directores de concien-cia los fundamentos de su formación reli-giosa y espiritual. Durante cinco años fueprofesor de letras en los colegios de Ragusay Loreto (1709-1714), y una vez cursadoslos estudios teológicos, fue ordenado sa-cerdote (1717), y realizó su tercer año denoviciado. Enseñó luego filosofía en elcolegio de Macerata, en donde hizo su pro-fesión solemne (1721).

Es en 1722 cuando inicia su vida de pre-dicador. Destinado por sus superiores a lasmisiones populares, pasó en ese ministe-rio toda su vida, entregándose totalmente ala predicación de la Buena Nueva y a la di-rección espiritual en beneficio de las al-mas.

Como misionero popular, Scaramelli uti-liza el método del jesuita Pablo Segneri, elmayor (+1694): predicaciones en las pla-zas, procesiones penitenciales, largas ho-ras en el confesionario, comuniones gene-rales, etc. En Cuaresma y verano da ejerci-cios espirituales a sacerdotes y religiosos.Su empeño generoso por la salvación de lasalmas y su entrega al servicio de la Iglesia

hizo que en breve su fama se extendiese portoda Italia. Finalmente, después de muchostrabajos apostólicos, murió súbitamente enMacerata, en 1752, a los sesenta y cincoaños de edad.

Sus escritosLos escritos de Scaramelli constituyen

una aportación bastante considerable a lahistoria de la espiritualidad, si bien no esen ellos realmente original, ya que siem-pre se inspira en los Santos Padres, y prin-cipalmente en Santo Tomás de Aquino. Entodo caso, es notable el modo con que pre-senta la doctrina espiritual, siempre conarte, método y orden admirables. Y es no-table también el amplio uso que se ha he-cho de sus escritos, de sus Directorios es-pecialmente, hasta nuestro tiempo.

Las cuatro obras que nos quedan de él sonfruto de su vida de estudio, de misionero yde director espiritual. La Vita de SuorMaria Crocifissa Satellico (1750) ensal-za sobre todo el valor de las mortifica-ciones. Discernimento degli spiriti (1753)presta su ayuda a toda clase de personas,pero especialmente a los directores espi-rituales. En Dottrina di S. Giovanni dellaCroce (1760) resume las obras principalesdel gran doctor místico. Scaramelli, sinembargo, es conocido sobre todo por susDirectorios: el Direttorio ascetico in cui

Introducción

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s’insegna il modo di condurre le animeper le vie ordinarie della grazia alla per-fezione cristiana (1753) y por el Dire-ttorio mistico indirizzato ai direttori diquelle anime che Iddio conduce per la viadella contemplazione (1754).

Los DirectoriosScaramelli realiza en sus Directorios una

síntesis de lo que un siglo antes el jesuitaDiego Alvarez de Paz (+1620) había ex-puesto en obras de numerosos volúmenes.

El Directorio ascético, del que hacemosresumen en la presente obra, llegó a ser unlibro muy usado, divulgado en más de vein-te ediciones italianas, otras tantas france-sas y en varias más de diferentes lenguas.El autor describe en esta obra el itinerariode la perfección, siguiendo el esquema tra-dicional de las tres vías o fases: purificativa,iluminativa y unitiva –incipientes, adelan-tados, perfectos–; y enseña al mismo tiem-po el modo de conducir las almas hacia laperfección cristiana por las vías ordinariasde la gracia.

Divide este libro en cuatro tratados: 1º,Medios generales de perfección. 2º, Obs-táculos para adquirirla. 3º, Disposicionespróximas a la perfección (virtudes mora-les). 4º, Perfección esencial del cristiano(virtudes teologales).

Normalmente los autores, como SantoTomás (STh II-II), suelen tratar primero delas virtudes teologales, que fundamentantoda la vida espiritual, y después de las mo-rales. Scaramelli sigue, en una opción dis-cutible, un orden inverso, quizá ateniéndo-se a que «el fin del Evangelio es la caridadde un corazón puro, de una conciencia bue-na y de una fe sincera» (1Tim 1,5). O si-guiendo tal vez a San Pedro, quien, despuésde exponer una cadena preciosa de virtu-des morales, termina diciendo: «si éstastenéis, y en ellas abundáis, no os dejarán

ellas ociosos ni estériles en el conocimien-to de nuestro Señor Jesucristo» (2Pe 1,5-8).

En el Directorio místico presentaScaramelli un camino espiritual de aque-llos a quienes Dios conduce por la vía de lacontemplación. Da naciones básicas de teo-logía y psicología, útiles para comprenderlas experiencias místicas y su doctrina; tratade la contemplación en general, describesu desarrollo en doce grados, y explica lapurificación pasiva de los sentidos y delespíritu.

Acerca de la condición ordinaria o extraordina-ria de la vida mística, cf. A. Royo Marín, Teolo-gía de la perfección cristiana, BAC 114, 19946

n.186-188; J. Rivera - J. M. Iraburu, Síntesis deespiritualidad católica, Fund. GRATIS DATE,Pamplona 19944, 176-183.

Situación históricaEn la época de Scaramelli, como es sabi-

do, tiene gran fuerza el iluminismo, movi-miento ideológico de visión deísta, que re-chaza todo lo referente a un orden sobre-natural. Intenta, pues, un nuevo modo de very de valorar las cosas, opuesto a la formatradicional. Esta corriente cultural, que seextiende en toda Europa desde el últimodecenio del siglo XVII hasta el comienzodel XIX, sostiene que los únicos principiosválidos son aquellos que se fundamentan enla razón (+E. Pacho, La espiritualidad dela Ilustración y Literatura espiritual delBarroco y de la Ilustración, en AA.VV.,Historia de la espiritualidad, v. II, Flors,Barcelona 1969).

De hecho, este fenómeno, como era deesperar, tiene nefastas consecuencias en lasociedad cristiana de la época. La fe delpueblo se ve completamente arrasada, puesantes del siglo XVII nunca se había produ-cido de modo semejante un movimientoque pusiera en duda las realidades espiri-tuales. La religión es sustituida por la ideo-

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logía, y el valor religioso ya no es lo fun-damental, llegando a iniciarse así un ateís-mo de masas. Es una situación que vendrá aresolverse en la secularización y en la des-cristianización de la sociedad.

Desde el punto de vista espiritual, en esteperíodo se vive de lo recibido, predominala rutina y crecen las devociones popula-res. Y como es tan escasa la fuerza creativa,muchos comienzan a cuestionar ciertasprácticas piadosas en uso.

Jansenismo y quietismoPor otro lado, a mediados del XVII, es-

tán obrando también con gran fuerza otrasdos corrientes, jansenismo y quietismo, quemodifican hondamente la verdadera vidacristiana.

Procedente del obispo Jansenius Cornei-lle (+1638), podría decirse que el janse-nismo viene a ser un calivinismo imperfec-to. Moralmente rigorista, oscurece la es-piritualidad de esta época con un sombríofatalismo.

Por el contrario, el quietismo, concreta-mente el de Miguel de Molinos (+1698),lleva a una vida cristiana dominada por lapasividad. Para los quietistas, toda la vidaespiritual se centra en la oración, en la in-timidad con Dios contemplativa, en unaoración que consiste en escuchar a Dios sinhacer absolutamente nada. Se trata, pues, deuna espiritualidad estrictamente interio-rista.

Reacciones de la IglesiaLa Iglesia reacciona rápidamente ante los

errores del iluminismo. Los escritoreseclesiásticos se ven obligados a demostrarlo que dicen y a explicar lo que proponen,ampliando considerablemente las líneas deacción. En estas circunstancias, surge en laIglesia un enciclopedismo ascético-místi-co, que viene a imitar el enciclopedismo

de los filósofos y naturalistas. Un maravi-lloso florecimiento de estudios teológicosse hace sentir en estos años dentro de lacomunidad eclesial. Se amplían, por obrasobre todo de teólogos dominicos, francis-canos y jesuitas, las fronteras de la teolo-gía, que se abre a nuevos horizontes en cues-tiones dogmáticas o morales, exegéticas oapologéticas.

Pues bien, es ahora cuando la TeologíaEspiritual, al principio llamada teologíamística, se va afirmando cada vez máscomo un tratado teológico independiente.El camino de perfección ordinario va to-mando el nombre de ascética, y el que al-gunos consideran extraordinario recibe elnombre de mística. Siguiendo esta discuti-ble división de «doble vía», en 1750, porejemplo, se publica el Directorio ascéti-co-místico de Bernardo de Castelvetere. Yen este mismo sentido, Scaramelli escribeel Directorio ascético y el Directorio mís-tico, como heredero inmediato de la sabi-duría espiritual de otros maestros jesuitas,entre ellos Alonso Rodríguez (+1616: Ejer-cicio de perfección y virtudes cristianas)y sobre todo, como ya señalé, Diego Alvarezde Paz (+1620), con sus amplias y nume-rosas obras.

La presente ediciónEn junio de 1997 defendí en Burgos, en

la Facultad de Teología, una tesina de licen-ciatura, que titulé O caminho de perfei-çãocristã com ajuda do Director espiritual,segundo o Directório Ascético de JoãoBaptista Scaramelli.

Usé como texto básico los cuatro volú-menes del Directorio Ascético editado enla Imprenta de Ramón Ruiz, Madrid: I,1794, 662 págs.; II, 1794, 540 págs.; III,1795, 651 págs.; y IV, 1795, 408 págs. Enreferencia a estos volúmenes hago las ci-tas, a veces con mínimas modificaciones,que acerquen al castellano actual, y seña-

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lando siempre volumen y páginaIV,407, segúnel ejemplo precedente.

Invitado por el profesor José MaríaIraburu –a quien agradezco sinceramente suiniciativa y ayuda–, he realizado una versiónsimplificada de la tesina aludida. De estemodo, con el Directorio ascético de JuanBautista Scaramelli, ofrezco a los lectoresuna síntesis clásica de espiritualidad cató-lica –fiel sobre todo a la doctrina de SantoTomás de Aquino–, que puede prestar sinduda un válido servicio a quienes se inicianen el camino de la perfección y a quienesles ayudan en este santo intento. Así lo quie-ra Dios.

1Medios comunes

para laperfección cristiana

Medios comunes«Sed perfectos como vuestro Padre ce-

lestial es perfecto» (Mt 5,48), dice el Se-ñor. Ahora bien, esta perfección que el Re-dentor quiere para nosotros sólamente esposible conseguirla si usamos ciertos me-dios, que nos capacitan para asimilar la san-tidad de Dios.

Hay medios comunes para la perfección,y que por tanto se refieren a todas las fasesde la vida espiritual, pues de ellos estánnecesitados lo mismo incipientes y adelan-

tados que perfectos. Estos medios soncomo el fundamento del edificio de per-fección que se pretende construir, y mar-can las líneas principales por las que losdirectores espirituales deben conducir contoda seguridad a sus penitentes.

El deseo de perfecciónSanto Tomás define este deseo como un

movimiento afectuoso de la voluntad, ten-dente a los bienes espirituales que todavíano se poseen. Según esto, si un cristianono desea la perfección, su voluntad no escapaz de moverse afectuosamente. Por esoes imposible que haga progresos en su vidaespiritual (STh I-II, 12,6).

De hecho, la experiencia que nos da lavida de los santos hace notar que sin un de-seo de perfección reavivado con frecuen-cia, la vida interior se debilita. Por eso eldeseo constituye el inicio de la realizaciónhumana.

«Vea, pues, el Director que estos deseos hande ser la primera piedra que ha de echar en elalma de los penitentes, en quienes quiere levantarel bello edificio de la perfección cristiana. Ésta hade ser la semilla de aquel árbol que ha de producirfruto de toda virtud, y sobre todo la manzana deoro de la divina caridad. Sin esta piedra funda-mental, y sin esta semilla fecunda, es necedadpensar que pueda conseguir su intento».I,46

San Pablo nos da un ejemplo bien signi-ficativo de voluntad de perfección cuandodice de sí mismo: «No es que la haya al-canzado ya, es decir, que haya logrado yo laperfección, sino que la persigo por si le doyalcance, por cuanto yo mismo fui alcanza-do por Cristo Jesús. Hermanos, yo no creohaberla aún alcanzado; pero dando al olvi-do lo que ya queda atrás, me lanzo en per-secución de lo que tengo delante, corrohacia la meta, hacia el galardón de la sobe-rana vocación de Dios en Cristo Jesús» (Flp3,12-14).

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San Agustín, comentando estas palabras delApóstol, llega a decir: «Ésta es nuestra vida: quenos ejercitemos por el deseo. Pero en tanto nosejercita el deseo en cuanto apartamos nuestrosdeseos de amor del siglo» (Tr. Ev. Jn. 4,6).

Ahora bien, para que estos deseos con-duzcan eficazmente a la deseada perfecciónes necesario que nunca desfallezcan, sinoque siempre sean firmes y estables en elcristiano, para que puedan impulsar conti-nuamente los trabajos del edificio de la per-fección. Para ello son recomendables doscosas:

–El uso frecuente de las meditaciones,en las que se conoce cuánto merece Diosser amado, la grandeza de sus beneficios yde su amor, que tanto fuerza tienen para ex-citar el corazón a un amor recíproco. Enlas verdades de la meditación se descubreel horror de los pecados y la deformidadde los defectos. Por eso es necesario unejercicio estable y frecuente de las medi-taciones, pra que el corazón se inflamesiempre en los deseos de perfección.

–La renovación continua del propósitode caminar hacia la perfección. Estas re-soluciones renovadas hacen crecer la for-taleza de la voluntad. «Repite siempre conla mente la renovación de caminar a la per-fección, como si jamás hubieses comen-zado, ni puesto la mano en tan bellotrabajo».I, 70

La conformidadcon la voluntad de Dios

Ejercitarse en la conformidad con la vo-luntad de Dios es el medio que más contri-buye a la perfección cristiana, porque es loque nos une más íntimamente a Dios. Y en-tendemos esa conformidad como una totaly amorosa sumisión a Dios.

Por lo demás, la voluntad de Dios se nosmanifiesta a través de los mandamientos,las prohibiciones y los acontecimientosqueridos o permitidos por DiosIV,234. En

cuanto a esto último, sabemos bien por lafe que nada sucede en este mundo que nohaya sido previsto y querido, o al menospermitido, por Dios desde toda la eterni-dad. Y Dios no puede querer ni permitircosa alguna en una persona que no esté deacuerdo con el fin para el que fue creado.

Dios quiere que su voluntad sea perfec-tamente cumplida por sus criaturas, y éstassólamente podrán darle total cumplimien-to en el amor, que es la plenitud de la ley.Así nos lo enseña la Escritura: «Los quetemen al Señor procuran agradarle, y los quelo aman se sacian de su ley» (Ecli 2,16). Ytambién: «si me amáis, guardaréis mis man-damientos» (Jn 14,15).

Sobre el amor a Dios dice San Gregorio Mag-no: «Si a cada uno de vosotros se pregunta si amaa Dios, con todo aplomo y seguramente respon-derá: “Sí, yo le amo”. Pero en el mismo principiode la lectura habéis oído que la Verdad dice: “Todoel que me ama cumplirá mis mandamientos”. Portanto, la prueba del amor es la realización de lasobras. Y así el mismo San Juan avisa: “Si algunodice: sí, yo amo a Dios, y no observa sus manda-tos, es un mentiroso” (1Jn 4,20). Amamos, pues,de veras a Dios y guardamos sus mandamientoscuando refrenamos nuestras concupiscencias,porque quien todavía se derrama en deseos ilícitos,sin duda no ama a Dios, puesto que contraría suvoluntad» (Hom. Ev. Jn. 30, 1)

–El primer motivo para conformarse a lavoluntad de Dios es sin duda que Él mereceinfinitamente que cumplamos su volun-tad. II,242 Por el hecho de ser Creador detodo cuanto existe, Dios es también Señorde todo, y tiene un supremo señorío sobrenosotros. Por eso Él mismo dice: «guarda-réis todas mis leyes y todos mis precep-tos, y los cumpliréis. Yo soy el Señor» (Lev19,37).

–El segundo motivo, el más poderoso, sefundamenta en la suma bondad de Dios.En efecto, «el motivo más poderoso de estasanta conformidad, el que debemos tenersiempre fijo en nuestra mente, es sin dudael hecho de que Dios es el Sumo Bien, que

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merece que todas las criaturas se confor-men a su querer».IV,252

De esta conformidad depende nuestrafelicidad, pues la voluntad de Dios es laregla suprema de la perfección cristiana, yatenerse a ella significa amar al mismoDios. Ahora bien, sólamente es posible con-cretar en nuestra vida esa conformidad santatomando a Cristo mismo como Modelo ycomo Ayuda, pues él no hizo otra cosa quecumplir en todo la voluntad de su Padre(+Mc 14, 36).

La voluntad de Dios es la regla supremade la perfección, y seramos, pues, tanto másperfectos, cuanto más nos conformemos asu voluntad.

Avisos al Director espiritualEs función muy principal del Director

espiritual–despertar en las almas que se le confían

el santo deseo de la perfección cristiana.Aunque también en esto debe observar unagradualidad prudente:

«Acerca de introducir las almas al camino de laperfección, proceda el Director con prudencia, conbuen órden, y con destreza; porque de otra suerte,no conseguirá el intento deseado.[...] Si la perso-na se halla aun envuelta en culpas graves, o apri-sionada con los lazos de afectos y ocasiones ma-las, no está cietamente en disposición de que se ledeba hablar de perfección. En tal estado, es me-nester curar primero el alma de la heridas morta-les de sus pecados, y volverla a la vida de lagracia».I,75

–En cuanto a la conformidad con la vo-luntad de Dios, ha de asegurarse el Direc-tor de que sus dirigidos estén libres de pe-cados graves, y debe comenzar a inciar-losen los sentimientos de amor a Dios. Entodo caso, esa conformidad y ese amor de-ben llevar a una intención recta y pura. IV,290

Más aún, ayuda mucho a la conformidadcon la voluntad divina formar en el hábitode que todas las operaciones, grandes o pe-

queñas, sean realizadas con la intención deagradar a Dios, pues obrando así, tambiénse orientarán a Dios las cosas que no pro-ceden de libres elecciones. El Director, porotra parte, debe ayudar a sus discípulos paraque unan conformidad y confianza en Dios,pues ésta facilita mucho la primera.IV,291

La dirección espiritualLa dirección espiritual es el arte de con-

ducir a las almas progresivamente, desdeel comienzo de la vida espiritual hasta superfección (I,194).

–La dirección es moralmente necesaria,si bien es cierto que ha habido en la histo-ria de la Iglesia personas que llegaron a laperfección sin ayuda humana. Pero comodice San Agustín, «el no ser dirigido porotro es algo que sólamente debemos admi-rar en el santo, cuya conducta no dependeya de ningún hombre, sino del mismo Dios»(Com. Salm. 133,1). En general, pues, hade considerarse la necesidad de la direc-ción según aquello de San Bernardo: «aquélque se constituye maestro de sí mismo sehace discípulo de un necio» (Epist. 87,7).

La Sagrada Escritura muestra claramente la ne-cesidad de ciertas mediaciones humanas. Dios, através de su ángel, envía Pedro a Cornelio (Hch10,5), y a Pablo, en su conversión, lo remite aAnanías, para que le muestre lo que debe hacer(9,6). Y el mismo San Pablo dice: «somos embaja-dores de Cristo, y es Dios quien os exhorta pormedio de nosotros» (2Cor 5,20). Es esto «tantaverdad que en las cosas pertenecientes al espíritunos quiere Dios sujetos, abiertos, y dependientesde sus ministros, siempre que podamos consultar-los»I,97.

La dirección espiritual nos ayuda tanto avencer en el combate contra las tentacio-nes, como a ejercitar con firme perseve-rancia las virtudes. Por otra parte, la nece-sidad de un guía espiritual procede sobretodo del amor propio, pues a causa de suspasiones se oscurece el entendimiento(I,105).

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–El Director espiritual debe tener cier-tas cualidades: ha de tener

1º, conocimiento de la buena doctrina es-piritual, para no inducir a error al conducira otro por los caminos del Señor.

2º, bondad de vida, virtudes, y concreta-mente humildad, pues «Dios resiste a lossoberbios y da su gracia a los humildes»(1Pe 5,5).

Y 3º, experiencia de vida perfecta, ad-quirida en sí mismo y en la dirección deotras personas. Por eso, ninguno debe ha-cerse guía espiritual si no es discípulo enla escuela del Espíritu; ni debe enseñar per-fección a otros aquel que nunca la ha prac-ticado en sí mismo.I,8.107

Son las mismas cualidades que a los Directoresexigen Santa Teresa de Jesús (Camino 5,2) o SanJuan de la Cruz (prólogo Subida 4-5; Llama 3,30-31).

Junto a ello, el Director espiritual ha decumplir siempre su ministerio bien cons-ciente de que el mismo Dios es el Artíficeprincipal de la dirección espiritual, y puessólo Él puede transformar el corazón de loshombres. El Director, pues, ha de procurarcon todo empeño ser dócil al Espíritu San-to, pues él sólo ha de ser un instrumentoeficaz de Dios en el servicio de las almas.

–El dirigido, por su parte, debe procu-rar ciertas cualidades, como la claridad yapertura de corazón, la humildad y la obe-diencia al Director, con el que debe teneruna relación de verdadera confian-za.I,625

–El ministerio del Director es múltiple.Una de sus funciones importantes es ayu-dar al discípulo a leer con provecho los li-bros santos.

«Insinúe, pues, el Director a sus penitentes queacabada la lección espiritual, den gracias a Diospor las luces y afectos devotos que les ha comuni-cado; y que después recojan algun sentimiento queles ha hecho más impresión para ruminarlo entredía y también para considerarlo más atentamente,y penetrarlo más vivamente en sus medita-

ciones».I,150

El Director ha de lograr que sus discípu-los no tengan dificultad para desvelarle lossecretos de su corazón, y estén prontos aseguir sus consejos y ejecutarlos. Para ello,el Director, si ha de ganar para sí y paraDios el alma de sus penitentes, ha de «re-vestirse de entrañas de misericordia», comodice San Pablo (Col 6,12) (I,121). Ha deimitar a Jesucristo, «manso y humilde decorazón» (Mt 11,29), que en el trato conlos hombres no buscaba su propia glora(+Jn 8,50), sino sólamente la gloria delPadre (17,4).

La lectura espiritualLa lectura de libros santos ayuda mucho

en la búsqueda de la perfección cristiana.Dice Scaramelli, siguiendo a San Bernar-do, que «la lectura, es como el man-jar es-piritual aplicado al paladar del alma: la me-ditación después lo mastica con sus dis-cursos: la oración prueba el sabor».I,131

Los libros sagrados ayudan a la oración,infunden en el entendimiento ideas noblesde superación y progreso, y encienden enel corazón el fuego santo del amor. Por otraparte, «los pensamientos buenos que lle-nan nuestra mente con la sagrada lecturaechan fuera los pensamientos inútiles, va-nos o perversos, que abundantemente cre-cen en la tierra de nuestro corazón».I,131

La lectura espiritual es captar con ánimoatento aquello que la Sagrada Escritura olos libros buenos nos enseñan. Y aunqueloslibros espirituales, así como las vidas desantos, nos proporcionan una riqueza incal-culable, la Sagrada Escritura debe ocuparsiempre el primer lugar, pues la fe nos lamuestra como el manantial de espirituali-dad que Dios ha puesto a disposición de loshombres. El mismo Señor nos asegura que«las palabras que os dije son espíritu y vida»(Jn 6,64).

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La lectura santa nos enseña lo que debe-mos hacer, lo que hemos de evitar, y nosmuestra el camino que debemos seguir parallegar a nuestro santo fin, que es la caridadperfecta. San Agustín enseña que para vivirsantamente hemos de orar y leer: «en laoración hablamos a Dios, en la lectura delos libros santos es Él quien nos habla»(Serm. 12,2). Él mismo declara que enbuena parte su conversión se debió a la lec-tura espiritual, en la que Dios lecomuninicó la luz decisiva y le arrancó delpecado (Confesiones VIII, 6,14).

La lectura espiritual fue consideradasiempre por los Padres como medio muyimportante de santificación. Y así dice SanGregorio, que «los libros espirituales soncomo un espejo que Dios pone ante noso-tros, para que viéndonos en él, corrijamosnuestros errores y nos adornemos de todaslas virtudes» (Moralia II,1).

Ahora bien, para que la lectura sea real-mente provechosa no ha de reducirse a unestudio teórico, sino que ha de ser un ejer-cicio espiritual para alimentar al hombre,que «no vive sólamente de pan, sino de todapalabra que sale de la boca de Dios» (Dt8,3; Mt 4,4). Ha de ser también una lecturaasidua, que preste luz, fuerza y estímulocontinuos. Y ha de hacerse con vivo deseode perfección y de poner en práctica lo quela lectura enseña. Por eso han de evitarsecon cuidado la curiosidad inútil, la vanidadintelectual o la actitud crítica.I,144

Oración y presencia de Dios–Naturaleza de la oración. Hay oración

en la medida en que captamos la presenciaamorosa de Dios. Y en la oración se con-densan los dos medios precedentes, ya alu-didos: el deseo de perfección y la confor-midad con la voluntad divina. En efecto, laoración cristiana busca la presencia deDios, la unión con Él, y la sumisión amo-

rosa a su voluntad, en la que consiste la per-fección espiritual. Ésa es para los Padresla esencia de la oración: «una elevación delalma a Dios».

San Bernardo estima que la oración desúplica debe ir precedida de la meditación,pues «la meditación nos hace ver lo que nosfalta, y la oración nos lo alcanza. La prime-ra nos muestra el camino, y la segunda nosconduce por él. La meditación nos hace verlos peligros que nos amenazan, y con la efi-cacia de la oración los evitamos, por la gra-cia de nuestro Señor Jesucristo» (Serm.INacim. S. Andrés). I,213

Santo Tomás pone en el Bautismo el pun-to de partido de la oración cristiana, pueses en ese sacramento en el que se nace a lagracia, la cual es necesaria para elevar con-tinuamente el corazón a Dios, para perse-verar en el camino de Cristo, y para entraren su reino. Tomemos ejemplo de Jesús,que una vez bautizado, ve en la oración loscielos abiertos (Lc 3,21) (STh I-II, 107,10;109,10).

–Necesidad. De hecho, la oración es unmedio necesario para la vida cristiana, puessin la ayuda de Dios el alma no puede per-manecer en su amistad. Son muchos, enefecto, los impulsos procedentes de las pa-siones que nos precipitan hacia el mal; mu-chos los atractivos de los objetos exterio-res que nos convidan a lo que es nocivo; ymuchos los asaltos con que nos empujan almal nuestros infernales enemigos. Así lascosas, «nuestro frágil ser terreno, si no esprotegido por la mano omnipotente de Dios,no puede mantenerse en su gracia».I,252

Ahora bien, esta ayuda de la gracia, tannecesaria para conservarnos en la amistadcon Dios, no se da de ordinario si no a quienpide y ruega por ella. De ahí que la SagradaEscritura expresa esta necesidad de orarsiempre sin desfallecer: «Vigilad y oradpara que no caigáis en la tentación. El espí-

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ritu está pronto, pero la carne es flaca» (Mt26,41). «Velad, pues, en todo tiempo y orad,para que podáis escapar a todo lo que va asuceder y para poder comparecer ante elHijo del Hombre» (Lc 21,36). «Sed perse-verantes y vigilantes en la oración, acom-pañada de acción de gracias» (Col 4,3).

Es ésta una doctrina muy tradicional enlos Padres. Y así San Gregorio Naciancenoafirma que «debíamos pensar en Dios tan-tas veces como respiramos. Haciendo así,tendríamos hecho casi todo y habríamoscasi asegurado nuestra perfección» (Ora-tiones 1) Y santa Teresa: quienes «sepudieren encerrar en este cielo pequeño denuestra alma –donde está el que lo hizo, yla tierra– y acostumbrar a no mirar ni estaradonde se distraigan estos sentidos exte-riores, crea que lleva excelente camino»(Camino 28,2).

–Objeto de la petición. Santo Tomáshace ver que en la oración, cuando estamosen la intimidad de Dios, hemos de pedirleante todo los bienes espirituales, es decir,la gracia habitual, las virtudes y los sietedones del Espíritu Santo. Éstos son los ver-daderos bienes, los que nos hacen absolu-tamente buenos y los que nos conducen ala felicidad eterna.

–Condiciones de eficacia. Y para que laoración suplicante sea eficaz debe reunirtres condiciones: fe, humildad y perseve-rancia. En efecto, la oración no se apoyaen los méritos de quien reza, sino princi-palmente en la fe. Así dice el Señor: «todocuanto pidiéreis con fe en la oración, lo re-cibiréis» (Mt 21,22). Y Santiago: «si algu-no de vosotros se halla falto de sabiduría,pídala a Dios, que a todos da generosamen-te y sin reproches, y le será otorgada. Peropida con fe, sin vacilar en nada, que quienvacila es semejante a las olas del mar, mo-vidas por el viento y llevadas de una a otraparte« (Sant 1,5-6) (+STh II-II, 83,5).

Esa fe en la oración significa confian-za en Dios, y sin ella no nos concede loque le pedimos. Es fe que reside tanto enel entendimiento cuanto en la voluntad. Enel entendimiento, en cuanto que el hombrecree con toda la firmeza de su mente queDios le concederá por su bondad aquelloque pide. Por eso, « cuanto mayor es estaesperanza fundada en fe, tanto más seguraestá la persona de que serán oidas las sú-plicas que en la oración presenta al tronode la divina clemencia».I, 247

Y en cuanto a la humildad, cuando ele-vamos nuestro corazón a Dios hemos detener en cuenta nuestras propias miserias yla infinita misericordia de Dios. Estos dosafectos, humildad y confianza, son las alasque elevan la oración hasta Dios. Hallamosmaravillosos ejemplos de humildad y con-fianza en oraciones, como la del profetaDaniel (Dan 9,18) o en la del publicano (Lc18,9-14).I,247

Finalmente, la oración ha de ser perse-verante, pues para que el hombre puedarealizarse, constante debe ser su contactocon Dios. Por lo demás, Dios promete dar-nos cuanto le pedimos, pero no sabemoscuándo nos concederá esos bienes, y poreso hemos de perseverar en la oración con-tinua. [39] «Es cierto que prosiguiendo no-sotros en rogar y pedir, tarde o presto nosha de conceder todo lo que no se opone anuestra eterna salud; porque la promesa deDios no puede faltar».I,251

–Presencia de Dios. La oración, comohemos dicho, sólamente es auténtica si tie-ne a Dios presente.

En efecto, «no hay cosa que más ayude a ha-cer bien la oración mental o vocal que estar en lapresencia de Dios, porque cuanto más nos acer-camos nosotros a Dios nuestro primer principio yprimer orígen de toda perfección, tanto más per-fectos nos hacemos: cuanto más nos apartamosde él con la mente y con el corazón, tanto másimperfectos y miserables somos. Una rama, para

11Miguel Pequenino

que produzca su fruto, es menester que esté siem-pre unida a su tronco; porque el tronco es a larama, como el alma al cuerpo, principio y causade sus operaciones. Así para que el hombre cris-tiano produzca actos de perfección y frutos de vidaeterna, es necesario que esté, cuanto más posiblele fuere, unido a Dios con la mente, y le tengapresente con el pensamiento; porque él es la pri-mera y principal causa de todo su espiritualadelantamiento».I,276

Muy importante es, pues, para la perfec-ción cristiana guardar siempre la presen-cia del Señor. Así se lo enseña Dios aAbraham: «anda en mi presencia y sé per-fecto» (Gén 17,1). Y también lo dice laPalabra divina por el profeta: «oh hombre,bien te ha sido declarado lo que es bueno ylo que de ti quiere Yavé: hacer justicia, amarel bien, y andar humilde en la presencia detu Dios» (Miq 6,8).

De hecho, el que está íntimamente per-suadido de que Dios ve todas sus acciones,se esforzará para evitar hasta el más levepecado, no queriendo ofender la dignidadde la Majestad divina en modo alguno, nicon actos exteriores malos, ni tampoco conmovimientos desordenados interiores. Porel contrario, intentará hacerlo todo con lamáxima perfección. Procurará andar reco-gido y devoto, como corresponde a quienestá siempre ante la Presencia divinatrinitario. Y en esa Presencia gloriosa ha-llará la fuente continua de su fortaleza yenergía para el combate espiritual. Por eso,este ejercicio de la presencia de Dios, bienpracticado, mantiene el alma constantemen-te en espíritu de oración.

La presencia de Dios se capta en actosde la fe, ya que por ésta nos hacemos cons-cientes de que Dios está en medio de no-sotros, y nos nos mira no tanto en lo queconcierne a los movimientos corporales,sino a los movimientos internos de la men-te y el corazón. El ejercicio de esta divinapresencia puede actualizarse con la ayudade alguna imaginación material y sensible

que represente vivamente a Dios, o bienimaginando su presencia como Sumo Bien,Suma Bondad y Suma Grandeza. La presen-cia de Dios formada así es más perfecta ymás segura, pues no se mezcla en ella lafantasía. Pero aquella en la que se usa laimaginación es recomendable a los princi-piantes, pues aunque sea menos perfecta quela otra, les es muy útil y provechosa.I,166

Avisos al Director espiritual–Mucho debe insistir el Director en la

oración y la presencia de Dios. Ésta ayu-dará mucho a evitar la menor falta delibe-rada, y a procurar agradar en todo al Señor.Las jaculatorias son oraciones muy pro-vechosas para levantar frecuentemente elcorazón a Dios, así como también el tenera la vista el Crucifijo o alguna otra imagensanta.

En los principiantes son frecuentes lasrecaídas en las mismas faltas. Y con ellasse desaniman fácilmente y se hacen pusilá-nimes. Por eso el Director ha de ayudarlesa aprender a luchar contra los malos hábi-tos con el arma de la oración y la súplica,recordando las promesas de Cristo sobrela eficacia de la oración, que siempre esescuchada por Dios: «pedid y recibiréis,buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá,porque todo aquel que pide recibe» (Lc11,9). Dios fallaría a sus promesas si norespondiera las súplicas que se le dirigencon fe y humildad, confianza y perseveran-cia. Por eso Jesús asegura a los apóstoles:«en verdad, en verdad os digo que todo loque pidáis a mi Padre en mi Nombre, Él oslo concederá» (Jn 16,23).

La penitencia sacramentalLa búsqueda de la santidad, con el deseo

de la perfección, la conformidad con lavoluntad divina, la lectura espiritual y la guíade un Director, se ve grandemente ayudadapor el sacramento de la penitencia.

12 El Directorio ascético de Scaramelli

Recordemos que la penitencia es una vir-tud sobrenatural, referida a la justicia, porla que el cristiano detesta su pecado y hacefirme propósito de evitarlo en el futuro. Yla penitencia sacramental, ejercitada en laconfesión frecuente, es un medio muy efi-caz para purificar el corazón y crecer en elespíritu de Cristo. Es, precisamente, lapureza del corazón lo que permite entrarmás adentro en la caridad divina.

«No da el Señor en esta vida el don de la per-fecta caridad, sino a aquellas almas, que limpiasde faltas, han llegado a ser en sus ojos puras, blan-cas e inmaculdas: y cuanto es mayor esta limpie-za, tanto es más fino el oro de la caridad que lescomunica».I,308

La pureza de corazón implica una vigi-lancia cuidadosa sobre las propias accio-nes, para no caer en más pecados. Pero siéstos se reproducen, ha de ejercitarse enun cuidado solícito por purificar el alma delas nuevas faltas cometidas. En efecto, «siconfesamos nuestros pecados, El es fiel yjusto para perdonarnos y purificarnos detodas las iniquidades» (1Jn 1,9).

Por otra parte, si bien es cierto que lossacramentos obran con eficacia propia (exopere operato), también es cierto que paraproducir su mayor fruto requieren las dis-posiciones buenas del sujeto (ex opereoperantis). La disposición fundamental esen la penitencia sacramental la contriciónsincera, juntamente con el firme propósi-to de la enmienda.

La verdadera contrición consigue así nosólamente la remisión total de los pecadoscometidos, sino también el aumento de lagracia santificante, que impulsa a ir másadelante en el camino de la perfección.Pero ha de ser una contrición sinceramen-te humilde, como la del publicano arrepen-tido de sus pecados (Lc 18,13). Y pra me-recer el perdón, ha de estar llena de fe yesperanza en Dios.I,316-323

Con la penitencia sacramental, el cristia-

no recobra las fuerzas perdidas por el pe-cado, y si éste le había alejado de Dios, re-torna a Él nuevamente y consigue la paninterior.

Avisos al Director espiritualScaramelli aconseja que el padre espiri-

tual administre regularmente el sacramentode la penitencia a sus discípulos, inculcán-doles siempre una sincera contrición, queha de ser permanente (STh III, 83,1).

Examen de conciencia«El examen cotidiano de la conciencia

suele ser practicado por aquellas personasque desean la pureza del corazón y el ade-lantamiento en la perfección».I,355

«Al fin del día, dice San Basilio, cumplidas yatodas las obras que pertenecen al cuerpo y al es-píritu, debe cada uno, antes de echarse a dormir,examinar con ánimo atento la propia conciencia,para hallar todas las culpas cometidas en aqueldía. San Efrén explica esto con la semejanza delnegociante, el cual mañana y tarde ajusta sus cuen-tas, y porque desea que sus negociaciones cami-nen prósperamente, examina diligente cuál sea laganancia y cuál la pérdida de su mercancía... Fi-nalmente, concluye, hallando algún pecado o fal-ta, lo debe borrar con el arrepentimiento y lavarlocon las lágrimas de la contrición».I,356

Así, en nuestro pequeño mundo de po-tencias y sentidos, cada uno debe rendirestricta cuenta diaria de sus acciones yomisiones. «Después corrija con un vivoarrepentimiento todo aquello que hallaredesordenado y pecaminosos, y vuelva a or-denarlo todo con un resuelto y constantepropósito de la enmienda».I,357

«San Gregorio dice que quien no examina cadadía lo que hace, lo que dice y lo que piensa, noestá presente a sí mismo; esto es, vive a lo ton-to; y por consiguiente, vive totalmente olvidado desu perfección» (Hom. 4 in Ezech.). «San Ignaciode Loyola, no contento con examinarse dos vecesal día, conforme a la enseñanza de los Padres an-tiguos, no dejaba pasar hora del día en que no serecogiese dentro de sí mismo, y averiguase

13Miguel Pequenino

menudamente cuanto había dicho, pensado y obra-do, arrepintiéndose de cualquier átomo de falta quedescubriese... Y así hubo quien llegó a decir quela vida de Ignacio era un perpetuo examen de suconciencia».I,359

Es, pues, evidente que «sin este examende conciencia no se puede adquirir laperfección; porque sin esta cotidiana ave-riguación no pueden arrancarse de nuestraalma los vicios, los pecados y las faltas aaque está inclinada, y tampoco pueden cre-cer las virtudes, y mucho menos puede bro-tar en nuestro corazón la hermosa flor dela divina caridad».I,363

Por otra parte, «examinándonos a menu-do, no superficialmente, sino con cuidadoy con espíritu interior de contrición, noslibraremos del severo y riguroso juicio quese debe hacer de nosotros en el tribunal deDios».I,366

El modo ignaciano de examinar la con-ciencia tiene cinco partes:

1ª.– La persona se pone en la presenciade Dios, y con un acto de fe y de adora-ción, le da gracias por todos los beneficiosrecibidos en ese día.

2ª.– Pide a Dios luz para conocer susculpas y defectos. Petición muy necesaria,pues, como dice San Gregorio, «el amorpropio nos lisonjea y nos oscurece los ojosde la mejnte, para que no veamos nuestrasfaltas, o no las miremos por entero y lastengamos por menores de lo que son»(Hom. 4 in Ezech.).I,370

3ª.– Hace diligente examen de cuantospecados o imperfecciones haya cometidoen ese día.

4ª.– Hágase el acto de dolor y contriciónde las faltas cometidas. «Si hallas, dice SanJuan Crisóstomo, que en el discurso del díahas hecho alguna obra buena, rinde a Diosafectuosas gracias, porque es don suyo. Massi encuentras culpas y pecados, bórraloscon el arrepentimiento y las lágrimas» (In

Psalm. 50 hom. 2).I,372 Y también, segúnaconsejan los santos, cuando en el examenla persona descubre alguna falta notable,«se imponga a sí misma alguna peni-tencia».I,373 En efecto, «ha sido siempre cos-tumbre de los siervos de Dios imponerse así mismos alguna mortificación para casti-go y enmienda de los yerros come-tidos».I,374

5ª.– Haga resolución de no ofender mása Dios. Y en esto «los propósitos debendescender a defectos particulares, para quesean provechosos». Más aún, «es menestertambién averiguar el origen de nuestras fal-tas, y cavar hasta lo profundo para hallar laraíz de donde nacen estos malos renuevos,a fin de arrancarlos del corazón. ¿De quésirve sacudir las hojas o cortar las ramasdel árbol infructuoso? Si no se arranca laraíz, de nada sirve, porque tornará en brevea reverdecer con toda su hojarasca, máslozano que antes. Así, poco sirven los pro-pósitos, mientras no se corta la causa y elorigen de donde nacen nuestros de-fectos».I,376

El examen particular constituye unapráctica especialmente provechosa. Como«no es posible abatir de una vez todas laspasiones que reinan en nosotros», por esodice Casiano, con muchos maestros de lavida espiritual, «debemos principalmenteponer la mira en aquella pasión o vicio quemás nos domina, resueltos a hacerle gue-rra con todas las fuerzas de nuestroespíritu».I,377 Y «después que hubiéremosvencido una pasión, o nos hubiéremos en-mendado de alguna falta, emprenderemosel vencer otra, y después otra. De esta ma-nera, poco a poco, iremos subiendo a lo altode la perfección».I,378

En cinco actos puede realizarse, segúnenseña San Ignacio en los Ejercicios, esteexamen particular:

1º.–Haga la persona por la mañana un pro-pósito firme y fuerte de no caer en aquel

14 El Directorio ascético de Scaramelli

defecto del que quiere enmendarse.2º.–Si cae en él durante el día, haga un

acto de arrepentimiento. Los monjes anti-guos acostumbraban «anotar los defectosluego que los cometían».I,380

3ª.– Por la noche, al hacer el examen ge-neral del día que ha pasado, haga «examenespecial de aquel defecto ha ha emprendi-do desarraigar con el examen particular».Y vaya anotando los resultados del examenen un librito.I,381

4º.– Pasadas algunas semanas, examineen sus anotaciones el número de las vecesen que ha caído un día y otro, comparandounos con otros, y viendo si se enmienda,empeora o progresa. Y si adelanta, «dé gra-cias a Dios, tome ánimo y procure conmayor esfuerzo la total y perfecta enmien-da. Pero si no hallare alguna mejora, pien-se en poner nuevos medios», más atención,más frecuentes súplicas y alguna peniten-cia corporal.I,382

5º.– «Impóngase a sí mismo alguna mor-tificación, en proporción a las caídas en quehubiera incurrido».I,383

Advertencias al DirectorPrimera. Muestre el Director a sus diri-

gidos que la práctica del examen puede serrealizada por todos los cristianos de buenavoluntad. Insístales en su necesidad: «nin-guno debe eximirse», pues «es propiedadde todas las cosas humanas el irse siempreempeorando, y al fin, si no se restauran,reducirse a la nada».I,384

Segunda. «Es doctrina de los santos queeste examen se haga dos veces al día, por lamañana y por la noche». Pero si la personano puede fácilmente con ello, hágalo unavez por la noche, al terminar el día. Y aun-que no lleve examen particular, trate almenos de descubrir las faltas más notablescometidas en el día.

Tercera. «El examen particular podráaconsejarse a personas que, libres de lasataduras de pecados graves, comienzan aaspirar a la perfección, ya que éste es unmedio muy eficaz para conseguirla».I,387.

Y en las cuentas que el dirigido le ofrez-ca, procure el Director advertir cuál es supasión dominante, «y haga que aplique a élprimero el examen particular». Por otraparte, procure que el dirigido se aplique antetodo a corregir sus defectos exteriores,pues con frecuencia causan escándalo, ytambién «porque son más fáciles de enmen-dar que los defectos internos, los cualesestán más radicados en el ánimo, y casiidentificados con nosotros».I,587

Cuarta. Que el dirigido informe del exa-men particular. Señálele mortificaciones ypenitencias apropiadas. En extremos,prívele de la comunión

Quinta. Si advierte desánimo y desfalle-cimiento en ... por no avanzar y recaer, «des-vanezca el director de sus corazones estasvanas sombras de timidez. Enséñelas a hu-millarse con paz y a no desanimarse cuan-do se ven frágiles, y a poner en Dios todasu esperanza... Hágales entender que, sibien debemos cooperar nosotros con to-das nuestras industrias a la estirpación denuestros defectos y a la victoria de nues-tras pasiones, pero que todo esto ha de serdon de Dios, y ha de venir de sus benéficasmanos: ni Dios hace tales gracias a quiense desanima y acobarda, sino solo a quien,desconfiando de sí, pone la confianza en SuMajestad».I,389

La eucaristía–Eucaristía y perfección.Cuando tratá-

bamos del deseo de perfección, decíamosque la esencia de la perfección cristianaconsiste en el santo amor, es decir, en par-ticipar de una manera cada vez más plena yperfecta en la vida divina, que se nos co-

15Miguel Pequenino

munica por la gracia.Pues bien, esta gracia brota del corazón

de Cristo, que es su Fuente, donde resideen plenitud la gracia que se nos comunicapor los sacramentos, y especialmente porla eucaristía, ya que en ésta se da Cristo así mismo como alimento de las almas. Aso-ciándose íntimamente el cristiano a Cristoen la eucaristía, tiene así acceso a todos lostesoros de la santidad.

Por eso Santo Tomás afirma que la euca-ristía es el medio principal para alcanzaren la vida cristiana la perfección de lacaridad. Si el bautismo es el principio dela vida espiritual, y los otros sacramentosla defienden y acrecientan, ningún sacra-mento tiene una eficacia santificadora com-parable a la eucaristía, pues en la comuniónse recibe no sólamente la gracia, sino laFuente misma de donde brota (STh III,33,3).

La eucaristía, sigue diciendo Santo To-más, viene a ser la consumación de la vidaespiritual, y recibida con frecuencia y pie-dad, es el medio principal para el perfec-cionamiento de las almas. Si nuestra per-fección substancial consiste en unirnos connuestro último fin, eso significa que elhombre es perfecto en la medida en que estéíntimamente unido con su Dios, que es elfin para el que ha sido creado. Y tanto máses perfecto cuanto más estrechamente seune con Él por el vínculo de la caridad. Aho-ra bien, éste es el efecto propio del sacra-mento de la eucaristía (STh ib.).

Y así como el sacramento del bautismose llama sacramento de la fe, virtud funda-mental del cristiano, en el que halla princi-pio la vida espiritual, la eucaristía se dicesacramento de la caridad, a través del cual,uniéndose el alma con Dios por el amor, seda la consumación de la vida espiritual, quepor el sacramento se va transformando (SThIII, 75,1).

–Disposiciones para la comunión. Elcristiano ha de realizar la comunión euca-rística en las disposiciones debidas. Enprimer lugar, ha de estar en gracia de Dios.Y en segundo lugar, ha de ir a ella lleno dedevoción, porque de otra manera no podríarecibir de esa unión con Jesús los frutoscopiosos de la perfección. Ha de llevar,pues, en su corazón una fe viva, una profun-da humildad, y un hambre y sed sinceros decomulgar.I,411-413 La fe viva, concretamente,como vemos en los Evangelios, es la con-dición indispensable que Cristo exige an-tes de conceder cualquier gracia, aunque seamaterial (+Mt 8,8; Mc 10,51).

–Efectos. Recibiendo así a Cristo en estesacramento, crecen en el alma las disposi-ciones saludables, que son a su vez efectossantos producidos por la misma eucaristía.«Si en la santísima eucaristía íntimamentenos unimos con el cuerpo, y con el espíri-tu Jesucristo, que es nuestra verdadera vida,como hasta ahora he mostrado; se sigueluego, que de comer frecuentemente estedivino manjar, debemos transfundir en no-sotros los efectos de una perfecta vidaespiritual».I,397

Cuatro son los efectos propios de la eu-caristía: fortalece el alma, la libera de suscontrarios, acrecienta en ella la gracia y lecausa gozo.I,387 Por tanto, la eucaristía re-para las ofensas cometidas contra el Se-ñor y es alimento que nos estimula a irsiempre adelante, hasta el fin de nuestraperegrinación. Por eso ella es, sin duda, elcentro de toda la vida cristiana.

Avisos al Director espiritualTambién debe estar atento a que los diri-

gidos, al participar en la eucaristía, ten-gan siempre las condiciones necesarias, demodo que nunca se acerquen a ella si estánen pecado mortal.I,340-343

16 El Directorio ascético de Scaramelli

La devoción a la Santísima Virgen MaríaSanto Tomás dice que «la palabra devo-

ción proviene de la forma verbal devovere(sacrificar); ... y no es otra cosa que unavoluntad propia de entregarse a todo lo quepertenece al servicio de Dios (STh II-II,82,1).

También en el ámbito humano se da, enforma análoga, una devoción, que puededirigirse a los santos, o que incluso puededarse en los súbditos hacia los señores,como aquellos judíos que, declarando sudevoción a los romanos, decían : «no tene-mos otro rey que el César» (Jn 19,15) (+II-II, 82,2).

Pues bien, entre las devociones a los san-tos, sobresale especialísimamente la devo-ción a la Virgen María, como muestraScaramelli en tres pasos.

–1. La devoción a la Virgen es eficacísi-ma y necesaria

«De esta devoción yo no temo nada enafirmar que es un medio eficacísimo, antesbien de ley ordinaria necesario, no sólopara salvarse viviendo cristianamente, sinotambién para hacer grandes progresos en laperfección cristiana. Porque aquellas mis-mas razones con que nos enseñan los san-tos, que la devoción a la Reina de los cie-los es medio eficacísimo para conseguir lasalud eterna, muestran evidentemente quees medio poderosísimo para conseguirlacon perfección; quiero decir, con grandeaumento de gracia y de caridad, y con gran-de ensalzamiento en la gloria celestial».I,445

La devoción a la Virgen María, en estesentido, es una señal cierta de destinacióna la visión beatífica. Por eso la Iglesia, ensu liturgia, aplica a María aquellas palabrasde la Escritura sagrada: «El que me halla,ha hallado la vida, ha logrado el favor deYavé» (Prov 8,35).

En efecto, «quien me halla por medio de unasincera devoción, dice la Santísima Virgen, no en-

cuentra deleites y placeres viles; sino que halla lavida de la gracia, que es un tesoro inestimable;halla la gloria del paraíso, que es un placerinmortal».I,447

En este sentido dice San Atanasio: «Másse debe a María que a Eva el nombre deMadre de los vivientes [Gén 3,20], porquesi aquélla primera madre nuestra infelizrecibió un bello título por habernos dadouna vida frágil, mucho más se debe dar tanilustre nombre a María, nueva Eva, y nues-tra afortunadísima Mdre, que alcanza a susdevotos la vida nobilísima de la gracia, y lavida felicísima de la gloria; y es para ellosprenda segura de predestinación a la vidaeterna» (Sermo in Annuntiationem Dei-paræ)I,447

Por consiguiente, María, nuestra Madre,procura la vida de la gracia y de la gloria aquien la honra con filial afecto. Y así pode-mos decir que es imposible que se conde-ne aquel cristiano que vive bajo la protec-ción de María y que tiene siempre sus ojospuestos en ella.I,448

–2. Razones de la eficacia de esta de-voción a la Virgen

Haciendo suya la enseñanza de los san-tos, da Scarmelli dos razones principalespara explicar la eficacia excelsa de la de-voción a María:

«La primera es que la Virgen Santísima puedeconseguir de Dios toda la gracia que mire a nues-tra salud eterna. La segunda, que la Virgen quie-re, en efecto, conseguir las tales gracias a susdevotos. Puestos estos dos puntos, no puede que-dar duda alguna de que la devoción a la gran Ma-dre de Dios sea medio eficacísimo para la salva-ción, y casi aquel viento próspero y favorable quenos conduce al puerto a gozar de nuestro eternodescanso». I,451

Por medio de María, Dios nos concedetodas las gracias que le pedimos. Y en estoexiste una diferencia muy importante en-tre la intercesión de María y la de los san-tos, en general.

17Miguel Pequenino

«Ésta es la diferencia que hay entre el patroci-nio de los Santos y el de su Reina, que los ruegosde aquéllos se apoyan sólamente en la misericor-dia y bondad de Dios, sumamente inclinado a fa-vorecerlos. Pero los ruegos de María se fundanademás de eso en un cierto derecho, que ella tie-ne en sí misma de alcanzar lo que pide; porquesiendo Madre de Dios, parece, que casi de justiciale deba su divino Hijo conceder todo lo que pide afavor de sus devotos».I,452

Es la ya tradicional doctrina, expuesta tanfelizmente por San Bernardo en aquel fa-moso sermón del acueducto: «Con todaslas fuerzas de nuestro corazón, con nues-tros más vivos sentimientos y anhelos, ve-neremos a María, porque es voluntad delSeñor que todo lo recibamos por María...Busquemos la gracia y busquémosla porMaría, porque ella encuentra siempre lo quebusca y jamás decepciona» (En la nativi-dad de María 7-8).

María, por otra parte, siendo Madre detodos, no pido sólamente a su querido Hijopor aquéllos que son sus devotos, sino quesiendo Madre de todos los creyentes, a to-dos los tiene presentes en sus súplicas, so-bre todo a los más necesitados de su ayuda,es decir, a los que caminan lejos de Cristo.

«La Virgen ayuda de hecho en la presente vidaa todos sus devotos, así buenos como malos, contal que siendo malos, tengan voluntad de enmen-darse y de ser buenos. Ayuda a los buenos, con-servándolos en la gracia. Ayuda a los malos, redu-ciéndolos misericordiosamente a la gracia. Ayudaa todos unos y a los otros en la hora de la muerte,con defenderlos de las tramas y asechanzas delos enemigos infernales. Y a unos y a los otrosayuda después de la muerte, acogiendo sus espíri-tus en la patria celestial».I,455

Una vez más, es la misma enseñanza de SanBernardo, en el sermón que hemos citado: «¿Quie-res contar con un abogado ante Él? Recurre aMaría. María es la humanidad totalmente pura, nosólo por carecer de toda mancha, sino por teneruna sola naturaleza. Y no tengo la menor duda enafirmar que también será escuchada por su reve-rencia. El Hijo atenderá a la Madre, y el Padre alHijo. Hijos míos, ella es la escala de los pecado-res, ella el gran motivo de mi confianza, ella el

fundamento inconmovible de mi esperanza» (ib.7).

Todas estas verdades nos muestran que,efectivamente, la devoción a María Santí-sima es uno de los medios más poderososy seguros que tenemos para alcanzar la sal-vación y la perfección evangélica. De ahíla importancia de que vivamos siempre bajoel amparo de la Madre de todas las gracias.

–3. Medios para acrecentar la devocióna la Virgen

«Dos cosas nos hacen devotos para conlos personajes de la tierra, y prontos parahacerles todo acto de servicio y obsequio:la primera, la estimación que tenemos desus méritos; y la segunda, el amor que te-nemos a sus personas. Y éstos son puntual-mente los dos motivos que hacen pronta anuestra voluntad para obsequiar a la Reinade los cielos, y por consiguiente la hacendevota de María. Ahora, pues, así como paraencender un leño u otra materia combusti-ble, no hay otro modo que arrimarla al fue-go, así para encender nuestra voluntad enaquella devoción para con la Virgen que lahace fácil para honrarla, no hay otro modoque acercarla a menudo, por medio de lameditación o lectura sagrada, aquellos mo-tivos que son más aptos para engendrar enella una gran estima, un tierno amor paracon tan gran Señora».I,478

Ahora bien, los motivos más aptos paraencender en nosotros una gran estima paracon María, y que siempre hemos de tenerpresentes, son éstos:

–El alto puesto que Ella tiene en el cie-lo, como Reina de los ángeles y Empera-triz del mundo.

–La plenitud de su gracia y la alteza de sugloria.

–Su admirable limpieza de toda manchaactual y original.

–Su prodigiosa virginidad y otras mil do-tes y prerrogativas suyas.

18 El Directorio ascético de Scaramelli

Todos estos aspectos, frecuentementemeditados, ayudan a crecer en la devocióna la Virgen, y junto a ellos, «no es menoseficaz motivo para despertar afectos deamor y devoción con María, la certeza quetiene de salvarse, y aun de salvarse con per-fección, cualquiera que, tributándole devo-tos obsequios, merece su protec-ción».I,480

La Virgen María se nos muestra así, enpalabras de San Agustín, como una escalapreciosa que une la tierra con el cielo: «LaVirgen es una escala para la cual Dios bajadel cielo a la tierra, y por la cual los hom-bres han de subir de la tierra al cielo»(Sermo de Nativitate).I,480

María Santísima puede conseguirnostodo lo que ayude a nuestra perfección cris-tiana. Tenerle devoción es señal de predes-tinación. Y esa devoción consiste en man-tenerse lejos del pecado, y en ofrecerle fre-cuentes obsequios internos y externos.I,468

–Avisos al DirectorEn la formación espiritual de los cristia-

nos y en su impulso hacia la perfección essumamente importante que arraiguen bienen la devoción a la Virgen María. Y a ellodebe dedicar el Director una atención cui-dadosa.

«Si desea el Director que estos actos de recur-so a la Santísima Virgen sean eficaces para quitarlos defectos y para introducir las virtudes, procureque vayan unidos con una grande confianza, se-mejante a aquella que un hijuelo tiene en su ma-dre, de quien sabe que es amado tiernamente; por-que, fuera del grande ánimo que de esta esperan-za recibirá la persona para combatir varonilmentey obrar con valor, tendrán mayor fuerza los rue-gos para alcanzar de la Virgen el socorro, no ha-biendo cosa que tenga más eficacia para ganar elcorazón de Dios y de su Madre que la viva fe».I,488

2

Obstáculos para laperfección cristiana

Veamos ahora los impedimentos y obs-táculos que el cristiano encuentra normal-mente en el camino de la perfección, fiján-donos especialmente en las pasiones des-ordenadas y no mortificadas, el amor a lasriquezas, las impugnaciones de los demo-nios y los escrúpulos.

Esta capítulo afecta en modo especial alos principiantes, pero también a los ade-lantados, pues mientras vivimos en estemundo, todos nos encontramos en campode batalla.

Las pasiones desordenadasy no mortificadas

Las pasiones son el movimiento del ape-tito sensitivo, nacido de la aprehensión delbien o del mal sensible, con un reflejo, máso menos intenso, en el organismo corporal(+STh I-II, 22-48).

–El apetito concupiscible tiende a bus-car el bien sensible y deleitable, y a huirdel mal que lo puede perjudicar. En la con-cupiscencia, como tendencia al bien quenos atrae, se distinguen tres pasiones: elamor del bien sensible, presente o ausen-te; el deseo del bien ausente, y el gozo del

19Miguel Pequenino

bien presente. Y en cuanto al mal que se hade evitar, existe en la concupiscencia elodio, la aversión y la tristeza.

–El apetito irascible, por su parte, tien-de a vencer los obstáculos que dificultan laconsecución de un bien sensible. Hay en éldos pasiones en cuanto al bien difícil deconseguir: la esperanza y la desespera-ción. Y en relación al mal que se quiere re-chazar, la audacia, el temor y también laira, cuando se trata de un mal presente delque se busca venganza.

Pues bien, todas estas pasiones en sí noson moralmente ni buenas ni malas. Sonbuenas, cuando está ordenadas por la rectarazón, y malas, si les falta esta regulación.II,220

En todo caso, es cierto que de las pasio-nes desordenadas nacen muchos vicios, quecon frecuencia causan la ruina de las almas.Pero eso el cristiano habrá de vencer laspasiones y ordenarlas mediante las morti-ficaciones.

Ésa es la norma de San Pablo: «los que son deCristo crucifican su carne con sus pasiones y ape-titos» (Gál 5,24). En efecto, ya desde las prome-sas del bautismo estamos obligados a ejercitarnosen la mortificación: una vez renacidos por el bau-tismo, ya «no somos deudores a la carne de vivirsegún la carne, que si vivís según la carne, mori-réis. Pero si con el espíritu mortificáis las obras dela carne, viviréis» (Rm 8,12-13). Según esto, «noreine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal,obedeciendo a sus concupiscencias» (6,12).

Las pasiones, en efecto, han de ser mor-tificadas, ya que debilitan nuestro amor aDios y al prójimo.

«Quien quiere arder en las llamas del divinoamor, que consumiendo dulcemente el alma lahacen perfecta; es necesario que arda antes lar-gamente en le fuego de la mortificación, y y quedeponga primero en este los despojos de sus vi-cios, consuma los malos humores de susdesregladas pasiones, y abrase, reduzca a ceni-zas, y destruya cuanto le fuere posible todas susperversas inclinaciones».II,229

Ésta es la doctrina de Jesucristo y de susapóstoles: «quien no tome su cruz para se-guirme, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27). «Yo corro no como a la ventura; y lu-cho no como quien azota el aire, sino quecastigo mi cuerpo y lo esclavizo, no seaque, habiendo sido heraldo para los otros,resulte yo descalificado» (1Cor 9,26-27).

Esta lucha contra las pasiones desor-denadas ha de ser continua, porque, es-tando ellas en nosotros, nunca dejan de dar-nos guerra, y basta que relajemos nuestralucha para que seamos vencidosII,229. Advier-te San Gregorio que en la lucha contra laviolencia de las pasiones no hay que sercobardes, sino que es preciso confiar enDios y luchar varonilmente, porque con laayuda de la gracia es segura la victoria(Moralia 14,7).

La lucha para moderar y dominar sobrela violencia de los movimientos pasionalessuele ser larga, y exige perseverancia. Eneste sentido, advierte San Bernardo:«creedme, hermanos, que las pasiones po-dadas, resurgen; desterradas, tornan aacender; adormecidas, vuelven a despertar-se. Estar las pasiones mortificadas signifi-ca que están enflaquecidas y debilitadas, yque han perdido el vigor que tenían; y así sumovimiento es más raro y lento, y sus im-pulsos más leves, menos incómodos y vio-lentos, de modo que el hombre espiritualpuede vencerlos con más prontitud y faci-lidad» (Serm. Cant. 58,10).

Algunas normas pueden ayudar en la lu-cha para mortificar y moderar las pasiones:

–En primer lugar, el hombre espiritualdebe conocer cuál es su pasión predomi-nante, aquella que con más frecuencia lelleva a cometer pecados. Y una vez conoci-do su peor vicio, debe determinarse contoda la fuerza de su voluntad a contrariarsus movimientos desordenados.

–En segundo lugar, es preciso combatir

20 El Directorio ascético de Scaramelli

el impulso de las pasiones en cuanto na-cen, y apagar su fuego en el momento enque se enciende, porque si se les deja cre-cer, cobran fuerza y después será difícilvencerlas. En efecto, «para alcanzar victo-ria de las pasiones con la mortificación, esla de reprimirlas al punto que nacen, y apa-garlas luego que se encienden en nuestroánimo; porque dejándolas crecer, cobrarontanto vigor que nos será después moralmen-te imposible en vencerlas».II,239-240

Si todo pecado que se produce en el hom-bre es fruto de una desorientación del amor,ya se entiende que el trabajo fundamentalde quien desea una vida perfecta será orien-tar rectamente su amor. Ya hemos dichoque las pasiones no son buenas ni males, ypor tanto no debe ser extirpadas; peromediante frecuentes mortificaciones, hande ser moderadas y ordenadas por la rec-ta razón iluminada por la fe.

El amor a las riquezasEl amor excesivo a las riquezas es otro

de los obstáculos principales en el caminode la perfección evangélica. Y así lo repi-ten los santos Padres, fieles a la Escritura.Según San Agustín, el amor desordenado alas riquezas constituye un gran veneno parala caridad, y por tanto, arruina la perfección,ya que desapareciendo la caridad, se vieneabajo también el edificio de la perfección(De div. quæst. 36,1).

El amor de las riquezas contraría tanto lavida y el crecimiento de la caridad porque,de hecho, 1º lleva consigo muchas preocu-paciones para conseguirlas y conservarlas;2º implica un temor grande a perderlas; y3º ocasiona grandes tristezas cuando sepierden. Y todas éstas son agitaciones tur-bulentas y penosas, que no pueden convivircon el ejercicio de la caridad y de lasvirtudes.II,259 El amor a las riquezas, comouna y otra vez advierte la Escritura sagrada,

quita la paz interior del alma, se opone a laperfección, y pone en peligro la felicidadeterna:

«El que ama el oro no estará exento de pecado,y el que se va tras el dinero pecará por conseguir-lo. Muchos dieron en la ruina por amor del oro, ycayeron en la desgracia. El oro es una trampa parael negocio, y el insensato cae en ella. Dichoso elvarón irreprensible, que no corre tras el oro» (Ecli31,5-8). «Los que quieren enriquecerse caen ententaciones, en lazos y en muchas codicias locasy perniciosas, que hunden a los hombres en la per-dición y en la ruina; porque la raíz de todos losmales es la avaricia, y muchos, por dejarse llevarde ella, se extravían en la fe y a sí mismos seatormentan con muchos dolores» (1Tim 6,9-10).

Es, pues, necesario para la perfeccióndespegarse totalmente del amor a las ri-quezas y lograr la indiferencia ante losbienes. Esto es, justamente, lo que haceposible el espíritu de pobreza, aconseja-do por Cristo y por los santos.

Por eso «la privación de la hacienda, del dinero,y de cualquier otro bien de fortuna es la piedra detoque para conocer si el corazón del hombre estáo no pegado a ellos; y por consiguiente si goza ono de la pobreza de espíritu».II,280

Las impugnaciones de los demoniosEs preciso despertar las almas para el

combate contra el demonio. «¡Sed sobriosy vigilad!, pues el diablo, vuestro adversa-rio, anda al rededor de vosotros, como leónrugiente, buscando a quién devorar.Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8-9).

Los cristianos que procuran mantenersefieles a Dios son frecuentemente tentadospor los demonios, porque éstos les tienenmucho odio al verles amigos de Dios. «Esmenester tener siempre fija la mente enesta grande verdad, que el demonio es unenemigo implacable, que jamás hace paces,ni deja de molestar jamás a las almas fielesa Dios».II,372

En efecto, los que aman a Dios sufrenestas impugnaciones diabólicas, pero si Él

21Miguel Pequenino

permite estas tentaciones en sus hijos esprocurando por su gracia un fin santo. Élno tienta a nadie, como dice la Escritura:«Ninguno diga al ser tentado: es Dios quienme tienta. Dios no tienta a nadie. Cada unoes tentado por su propia concupiscencia,que lo atrae y seduce» (Sant 1,13-14).

–Si Dios permite estas tentaciones espara probar la fidelidad de sus siervos. Yasí, «hallándose un alma combatida por to-das partes de los demonios, con los fierosgolpes de pésimas tentaciones, no debeentristecerse, sino consolarse, tomandoaquellos asaltos diabólicos como señalesclaras del amor que Dios le tiene. No debedesmayar, sino animarse a pelear, para salirfiel en la pueba que Dios quiere hacer deella»II,377.

–Por otra parte, si Dios permite las ten-taciones es para que se afirmen las virtu-des, que no se desarrollan sin lucha. Lu-chando contra las tentaciones y resistién-dolas, el alma se fortalece grandemente.Por eso, aquel que no pasó por la tentación,nada sabe de sí mismo, porque es en las ten-taciones donde el hombre conoce su pro-pia debilidad, descubre su miseria, y expe-rimenta en sí mismo la misericordia deDios y la fuerza de su gracia.II,378-381

Recordemos los medios principales paraluchar contra las tentaciones y vencerlas:

1º.– La tentación debe ser rechazadainmediatamente, sin entrar en diálogo conella. «Nadie sea la persona perezosa, no sealenta en resistir a las sugestiones del ene-migo, porque de otra suerte se hallará engran periglo de consentirlas».II,390

2º.– Con toda prontitud, hay que recu-rrir a Dios por la oración. Es éste el modofundamental de rechazar con prontitud latentación. Y el más recomendado por Je-sús y sus discípulos: «vigilad y orad, paraque no entréis en tentación. El espíritu estápronto, pero la carne es flaca» (Mc 14,38).

3º.- Hay que poner la confianza sólo enDios, que promete guardar a todos aque-llos que en Él pongan su esperanza: «se pusojunto a Mí, y lo libraré; lo protegeré por-que conoce mi Nombre» (Sal 91, 14).II,394

Los escrúpulosOtro obstáculo posible en el camino de

la perfección son los escrúpulos, una delas enfermedad psíquicas y morales másatormentadoras, pues produce un profundotrastorno en la conciencia, haciendo que lapersona vea en su vida pecados en realidadinexistentes, o que exagere la gravedad delos mismos sin fundamento objetivo real.

En este sentido, los escrúpulos no sondelicadeza de conciencia a la hora de evitarel pecado, sino más bien aprensiones in-fundadas y morbosos temores ansiosos.

«Así el escrupuloso, por aprehensiones mal fun-dadas, por sospechas vanas de que haya pecadograve en ésta y aquella acción de suyo lícita yhonesta, se llena de temores, de ansias, de angus-tias y de turbaciones, y vencido de la interior agi-tación del ánimo, no obedece más al confesor quele gobierna, ni a las personas doctas que le acon-sejan, ni a los amigos que le reprenden: y así porel miedo de un pecado aparente, se mete en peli-gro de incurrir en pecados verdaderos, y aun si sumal se adelanta mucho, de caer en unprecipicio».II,422

El escrúpulo es a veces una especie dedepresión neurótica, que impida una justaapreciación de las cosas morales. Otrasveces el escrupuloso tiene una falsa ima-gen de Dios, a quien imagina como un juezno sólamente severo, sino implacable. Muyotra cosa es la conciencia delicada, por laque el hombre ama a Dios con fervor y pre-tende agradarle en todo, evitando hasta lasmás pequeñas faltas. Por el contrario, hayen el escrupuloso un cierto egoísmo, quele lleva a desear excesivamente una certe-za y seguridad de encontrarse en estado degracia.

22 El Directorio ascético de Scaramelli

Causa de los escrúpulos puede ser unanaturaleza melancólica, inclinada al temory a la pusilanimidad. Cuando estos senti-mientos se apoderan de la conciencia delhombre, entra fácilmente en un abismo detemores, pierde la paz y vive en continuotormento y angustia.II,424

Causa de ellos puede ser también el de-monio, que procura introducir en el almauna desesperación de la mmisericordia di-vina. Propio de la acción diabólica engaño-sa es ofuscar el entendimiento con sus fal-sedades, suscitando en el alma falsas apren-siones de pecado, sentimientos de angus-tia, amargura e inquietud, y abrumando a lapersona humana de tal modo que el caminodel Señor se le hace insoportable.II,426

Los escrúpulos son, sin duda, un graveobstáculo en el camino de la perfección,pues, apoderándose del alma, sofocan enella los buenos pensamientos, las inspira-ciones santas, trabando el libre ejercicio demuchas virtudes.

Una vez más, y en forma muy especial enlos escrúpulos, es la oración el remediopara todos estos males. Por eso, quien seencuentra envuelto en estas oscuridadespida a Dios la luz con toda esperanza y per-severancia, a fin de llegar a discernir conclaridad el mal del bien, el mal de lo que noes malII,441

«La raíz de que han de brotar todas las ramasde la perfección cristiana, es sin duda la oración;porque ésta es la que da la divina luz, por la cualconocemos el mérito que tiene Dios para ser ama-do, y nos inflamamos en su divino amor. Y estaraíz fecunda de todo bien espiritual puntualmenteseca del todo los escrúpulos con susturbaciones»II,434.

Avisos al Director espiritualEl Director, sin amedrentarse ante los

obstáculos que halla el dirigido, debe ani-marle una y otra vez a vencerlos con el de-seo de perfección, la conformidad con la

voluntad divina, la oración y la presenciade Dios, la lectura de libros santos, la di-rección espiritual y la frecuencia de los sa-cramentos. Es ahí donde más se recibe lagracia de Dios, capaz de vencer todos losobstáculos.

«Son muchas las almas que profesan piedad, yaspiran a la perfección cristiana; pero son pocaslas que la alcanzan aun en grado mediano. La ra-zón de esto no es otra, sino porque son pocas aque-llas personas que atienden de veras a la mortifi-cación de su interior, y al abatimiento de suspasiones».II,250

El Director debe estar atento a los movi-mientos espirituales de quienes se le hanconfiado, para conocer bien sus pasionespredominantes, y para advertirles, buscan-do los momentos adecuados, señalándoleslos remedios convenientes.

Si, por ejemplo, descubre el Director enel discípulo trazas de orgullo, ejercítelo encosas humildes –servicio a enfermos, an-cianos, trabajos corporales, etc.–, pues des-pués de la humillación del cuerpo, viene ge-neralmente la humildad del corazón. Y conello, insista en la necesidad demortificaciones, pues si éstas faltan, esprácticamente imposible obtener progresosespirituales.II,252

Muchas veces apreciará el Director en eldiscípulo un cierto amor desordenado alas riquezas. Recuérdele, entonces, la pa-rábola de aquel rico insensato, que teníapuestas sus esperanzas ante todo en susposesiones (Lc 12,31-21). Y principalmen-te, aconséjele meditar en la pobreza delDivino Maestro, que nace, vive y muerepobre (Mt 8,20).II,286-287

En cuanto a las tentaciones de escrúpu-los, tenga el Padre espiritual mucha pacien-cia y ternura con sus dirigidos, y así dándo-les una imagen viva del Buen Dios, habráde ayudarles a salir de su enfermedad. Aní-meles, al mismo tiempo, a que no dejen derecurrir a sus prácticas habituales de ora-

23Miguel Pequenino

ción, penitencias y mortificaciones. Ycomo los escrupulosos necesitan tambiénmucha paciencia, sea el Director con ellosmuy prudente, animándolos con caridad.

3

Las virtudes morales,disposiciones próxi-mas a la perfección

Para ir adelante hacia la perfección, jun-to a todos los medios internos y externosya señalados, es ciertamente necesario elejercicio intenso de las virtudes morales,que vienen a ser disposiciones próximaspara la santidad. Ellas, en efecto, preparany abren el corazón, de modo que pueda ar-der cada vez más en el fuego del amor deDios y del prójimo.

Y entre las virtudes morales hay que des-tacar las cardinales: prudencia y justicia,fortaleza y templanza. La prudencia, diri-giendo la razón a la luz de la fe, ha de go-bernar los actos de todas las virtudes. Lajusticia, regulando las relaciones del hom-bre con Dios y con los otros hombres, estambién virtud fundamental. También prin-cipales y necesarias son, sin duda, la forta-leza y la templanza:

En efecto, «los impedimentos que apartan larazón de la senda de la rectitud, son dos: el prime-

ro son las cosas dificultosas que la espantan; y elsegundo las cosas deleitables que la pervierten.Por lo cual tiene nuestra razón necesidad de dosvirtudes fundamentales que la hagan firme y cons-tante contra las cosas árduas y dificultosas; y quela refrenen de los atractivos de las cosasagradables».III,86

La prudenciaSan Agustín enseña que la prudencia es

el conocimiento de las cosas buenas, ma-las o indiferentes. Es, pues, una ciencia delo que se debe querer y de lo que hay queevitar o rehuir. Afecta a la memoria, a lainteligencia y a la providencia del hombre.Por la memoria, la persona evoca pruden-temente los actos ya realizados; por la in-teligencia, entiende las circunstancias dela situación presente; y por la providencia,conoce o prevé lo que va a suceder, antesde que ocurra (De div. quæst. 36,1).

La prudencia es, pues, una virtud del en-tendimiento, que muestra lo que debe ha-cerse u omitirse en cualquier asunto o ac-ción particular. Es así como el acto virtuo-so, bajo la guía de la prudencia, se realizacon la debida perfección. Y así es como laprudencia ha de gobernar el ejercicio detodas las virtudes.III,10-11

–Partes de la prudencia. Tres partesaprecia también Santo Tomás en la virtudde la prudencia. Por el consejo el hombrediscierne los medios más adecuados pararealizar con perfección cierta obra. Por eljuicio aprecia rectamente los medios ha-llados, considerándolos apropiados en lascircunstancias presentes. Y finalmente, laejecución de la obra, en el modo elegido,vendrá decidida por la razón práctica (SThII,II, 47,8).

«La prudencia entonces, obrando conforme susleyes, comenzará a buscar los medios idoneos a laredución áspera o amorosa: o sino conducirla condestreza a oír los sermones, o a leer algun librodevoto, o a confersarse con algun docto y zelososacerdote».III,11

24 El Directorio ascético de Scaramelli

–Consejo. En el prudente consejo actúala memoria del pasado, recordando los fra-casos y éxitos producidos en análogas cir-cunstancias. Experientia magistra vitæ. Yactúa también la inteligencia, que a la luzde la fe discierne si una acción concreta eslícita o ilícita, conveniente o noIII,14.

Así enseña San Ambrosio: «El hombre santo yprudente, antes de hablar, considera lo que tieneque decir, a quién ha de decirlo, en qué lugar y enqué momento. Y recordando el resultado feliz oinfeliz producido en otras ocasiones por palabrassemejantes, elije aquellas que entiende más pro-porcionadas al fin pretendido» (De officiisministrorum 1,10).

También es parte integrante del consejoprudente la docilidad, ya que por ella, pe-dimos o aceptamos el consejo de personassabias y experimentadas, para hallar losmedios más convenientes a un cierto fin.

«El Espíritu Santo nos amonesta frecuentementeen las Sagradas Letras, que no nos fiemos de nues-tra prudencia, sino que seamos dóciles en tomarlos consejos de otros».III,14 Por eso dice el Após-tol: «no seáis prudentes a vuestros propios ojos»(Rom 12,16).

–Juicio. Es competencia del juicio de-terminar especulativamente cuál es el me-dio más adecuado para conseguir cierto fin.No siempre el medio que a primera vistaparece más idóneo es en la práctica el másoportuno. Quizá otro, aparentemente me-nos apto, es el que debe ser elegido. Es laluz de la fe la que debe iluminar la forma-ción de un juicio recto y prudente en loscasos particulares.III,19

–Ejecución. El mandato ejecutivo, queprocede de la razón práctica, debe tener cir-cunspección, es decir, consideración justade todas las circunstancias que deben sertenidas en cuentaIII,21-22, y también cautelao precaución contra los impedimentos ex-trínsecos que pudieran ser obstáculo o com-prometer el éxito de la empresa.

La prudencia sobrenatural es, pues, una

altísima virtud moral, ya que a la luz de lafe, ayuda a elegir aquellas acciones huma-nas que conducen a la unión con Dios y algozo de la eterna bienaventuranza.

–Vicios opuestos. Ahora bien, como sa-bemos, todas las virtudes tienen viciosopuestos. Y en este sentido el cristiano quebusca la perfección ha de evitar siempre laimprudencia, en la que puede caerse pordos vertientes principales:

-Por defecto. La precipitación, la prisa,es contraria al consejo prudente, y lleva aacciones desatinadas. Igualmente, la incon-sideración, contraria al juicio, produceactos imprudentes, no suficientemente me-ditados. Y tanto la inconstancia como lanegligencia son contrarias al juicio prác-tico ejecutivo, de modo que la persona, pormotivos frívolos y sin causa justa, no seatiene a lo que rectamente había juzgadooportuno.III,23-24

-Por exceso puede ofenderse a la pruden-cia de cinco formas. La astucia, lo mismoque el fraude, es una prudencia de la carne,que falsifica la verdadera prudencia. El doloes la astucia practicada principalmente conlas palabras: «el dolo es una ejecución dela astucia, que pone por obra aquellos me-dios ocultos que ha premeditado ésta; yestos medios consisten en palabras falsas,y en obras engañosas»III, 21. A su vez, la soli-citud desordenada de las cosas temporaleso futuras «consiste en una ocupación ex-cesiva del ánimo en acumular o conservarlos bienes terrenos. Ésta nace de un afectodesmedido a los bienes caducos de la tie-rra, y de un temor demasiado de perderlos.La solicitud de las cosas futuras, es unaocupación excesiva del ánimo acerca de lascosas que han de suceder, junta con una an-sia y poca confianza en la divinaprovidencia».III, 22

De lo dicho se infiere la primacía de lavirtud de la prudencia en la búsqueda de

25Miguel Pequenino

la perfección cristiana. Así lo enseña Je-sús: «os envío como ovejas en medio delobos. Sed, pues, prudentes como las ser-pientes, y sencillos como palomas» (Mt10,16). Para San Bernardo, viene a ser lomismo decir de un hombre que es prudenteo que es virtuoso, o decir que es impruden-te y calificarle de imperfecto o vicioso(Serm. Cant. 49,5).

«San Ambrosio justamente la compara a unafuente limpia; porque así como ésta con sus aguaspuras da nutrimento a las plantas, y hermosura alas flores, así la prudencia con sus puros consejosy sabias determinaciones da a todas las flores delas virtudes morales cuanto tienen de hermosuray precio» (De officiis ministrorum, 1, 27).III, 24

Sin la prudencia, en efecto, todas las vir-tudes se ejercitan defectuosamente, y a ve-ces causando daños y perjuicios. Con ella,en cambio, todas orientan y sirven adecua-damente al fin pretendido: la perfecta unióncon Dios y con el prójimo por la caridad.

–Medios para adquirir prudencia. Lamisma sagrada Escritura, alabando siemprela prudencia, enseña los medios para cre-cer en ella:

-La oración de súplica a Dios, fuentede la prudencia, como Él mismo nos en-seña: «a mí me pertenece el consejo y laequidad, la prudencia y la fortaleza» (Prov8,13). A Dios, pues, hay que pedir esta granvirtud. Y sólamente a su luz será posiblehallarla y adquirirla (III,29). Es el respeto,la veneración, el temor del Señor lo queconstituye el principio de la sabiduría y dela prudencia (+Ecli 32,14-23).

Sabiamente Tobías le dice a su hijo: «sigue elconsejo de los hombres prudentes y no despreciesningún buen consejo. En todo tiempo bendice alSeñor Dios, y pídele que tus caminos sean rectos,y que todas tus sendas y consejos vayan bien en-caminados. Porque no es del hombre el consejo;sólo el Señor es quien da todos los bienes» (Tob4,19).

-La mortificación de las pasiones des-ordenadas, especialmente de los deleites

insanos de los sentidos, es indispensablepara adquirir la prudencia. Como hemosvisto, es la prudencia la que, ejercitando larazón a la luz de la fe, ha de hallar en cadacircunstancia el juicio más recto y oportu-no. Pero las pasiones desordenadas inquie-tan, perturban y oscurecen la razón, de talmodo que no le permiten alcanzar deter-minaciones prudentes.

-La reflexión sobre las propias accio-nes es también medio necesario para la pru-dencia.

-El consejo de personas idóneas. Tam-bién aquí habría que recordar aquella pala-bra de Dios en los orígenes: «no es buenoque el hombre esté solo. Voy a hacerle unaayuda semejante a él» (Gén 2,18).

La justiciaSi partimos de la Escritura, veremos que

la palabra justicia viene a ser con frecuen-cia sinónimo de santidad: los justos sonlos santos (+Mt 5,6.20). La justicia, en estesentido, abarca todas las virtudes.

Como virtud especial, sin embargo, es elhábito sobrenatural que inclina la volun-tad constante y perpetuamente a dar acada uno, a Dios y al prójimo, lo que es-trictamente les pertenece por derecho(STh II-II, 58,1).

La justicia como virtud reside, pues, enla voluntad, no en el entendimiento. Nose ordena a dirigir un acto cognoscitivo,como es el caso de la prudencia, sino a re-gular las relaciones debidas con los otros.Busca, por tanto, el bien honesto en las ope-raciones, que es el objeto de la voluntad.De este modo, la justicia ordena las rela-ciones particulares de los individuos entresí, de cada uno de ellos con la sociedad, yde la sociedad con el individuo. Ella poneorden en todas las cosas y, por consiguien-te, trae la paz y el bienestar de todos. Unapaz que no es otra cosa que la tranquilidad

26 El Directorio ascético de Scaramelli

en el orden. Por eso la Escritura afirma que«la paz es la obra de la justicia» (Is 32,17).

«Obra la justicia –dice San Agustín– y tendrásla paz, y así se besarán la paz y la justicia. Si noamas la justicia, no tendrás paz. Estas dos virtu-des, la paz y la justicia, se aman y besan mutua-mente, de tal modo que quien abrace la justiciaencontrará la paz» (Com. Psalm. 84,5).

–Partes de la justicia. Como en las otrasvirtudes cardinales, hay que distinguir par-tes en la justicia.

-Partes integrantes, sin las que la justi-cia no puede existir, son apartarse del mal,no de cualquiera, sino del que es nocivo alprójimo o a la sociedad; y hacer el bien, noun bien cualquiera, sino aquél que es debi-do a los otros.

-Partes subjetivas de la justicia son lajusticia legal y la particular, que puede serconmutativa o distributiva.

La justicia legal inclina al miembro de un cuer-po social a dar a la sociedad cuanto es debido enorden al bien común. Se llama legal porque se fundaen la exacta observancia de las leyes. Y como elbien común prevalece sobre elparticular, la perso-na se verá en ocasiones a sacrificar sus propiosintereses por servir al bien común.

La justicia distributiva es virtud que obliga aquien distribuye los bienes comunes, para que ten-ga justamente en cuenta las necesidades y méri-tos de cada uno.

La justicia conmutativa es la que regula losderechos y deberes de los ciudadanos entre sí.III,50

Algunas virtudes logran sólo el bien dequien las ejercita. Pero la justicia, como lacaridad, procura siempre el bien de losotros. En este sentido es especialmente ala-bada por San Ambrosio (De officiisministrorum 1,28), y también por SantoTomás (STh II-II, 58,12).

–Justicia y paz. Esto explica que justi-cia y paz sean, como hemos visto, herma-nas que van siempre juntas. Si no hay justi-cia, no hay paz. Y si no hay paz, es que faltala justicia: «la razón es, porque todas nues-

tras inquietudes y turbaciones nacen delquebrantamiento de algun derecho que te-nemos, o a la hacienda, o a la honra; o a laindenmidad de nuestra persona, lo cual eslo mismo que decir, que tiene origen dealgun rompimiento de justicia».III,57

–Los medios para adquirir y acrecen-tar la virtud de la justicia son éstos:

-Librar el corazón de todo apego des-ordenado a las riquezas. La mente de quienestá excesivamente apegado a los bienestemporales está oscurecida, y su corazónse ve impedido para obrar en justicia. «por-que de este soez apego tienen origen todoslos agravios que se hacen al projimo, y to-dos los defectos que se cometen contra lavirtud de la justicia».III,63

En efecto, «nada hay tan odioso como el avaro;él es capaz de vender hasta su alma» (Ecli 10,10).«Quien quiere pues, ser sequaz de la justicia, esnecesario que tenga despegado el ánimo de la ha-cienda y del dinero, y que esté ageno de amonto-nar riquezas».III,63

-Guardarse de las pequeñas injusticias,por insignificantes que parezcan, pues «elque no es fiel en lo poco, no es fiel en lomucho» (Lc 16,10).

-Tener bien presentes las obligacionesde la justicia, que fácilmente se olvidan oincluso se ignoran, cuando se atiende sola-mente a los propios intereses.

En este sentido, «que acerca de las obligacio-nes de justicia proceda la persona con un exacto ydelicado examen sobre sí misma, a fin de descu-brir cualquier falta, y procurar solícitamente laenmienda».III,69

En realidad, con gran frecuencia le es di-fícil al hombre descubrir en sus negociosy actividades lo que está obligado por lajusticia, pues le falta la luz que permite dis-cernir lo que es justo y recto. Las pasionesy apegos desordenados oscurecen el dis-cernimiento de la mente, y todo lo justifi-can. Muchos así, por esta causa, no llegan adistinguir lo justo de lo injusto, ignoran los

27Miguel Pequenino

perjuicios que, por acción o por omisióncausan al prójimo, ofendiendo a la justicia.

De todo ello se infiere que la perfeccióndel cristiano exige que sea justo, porqueesta virtud le abrirá a la adquisición de otrasvirtudes necesarias a la santidad. Y solamen-te promoviendo la justicia podrán los hom-bres vivir en paz con Dios y entre sí. Paz yjusticia son dos virtudes hermanas.

La fortalezaEn un sentido amplio, la fortaleza es la

virtud que vigoriza la voluntad para que, ven-ciendo las dificultades que se encuentranen el ejercicio de las virtudes, pueda man-tenerse firme en su ejercicio (STh II-II,123,12). Recordemos que la misma pala-bra virtus significa en latín fuerza. No pue-de haber hombre virtuoso que no sea hom-bre fuerte en su adhesión a la verdad y ensu tendencia hacia el bien.

«No hay virtud que en el ejercicio de sus pro-pios actos no encuentre alguna dificultad. Así elobediente experimenta repugnancia en ir contrala inclinación natural que todos tenemos de seguirla propia voluntad para sujetarse al querer de otro.Así el humilde siente pena en vencer el instintonatural que tiene el hombre de sobrepujar y domi-nar, sometiéndose ahora a éste, ahora a aquel. Lomismo digo de las demás virtudes. Y por eso elmanternerse uno firme e inmoble contra estas di-ficultades ordinarias, y no dejarse apartar por ellasdel camino derecho, no es virtud especial, sino unavirtud quer a todas las virtudes compete».III,87

En un sentido más estricto, sin embar-go, la fortaleza es la virtud que tiene porobjeto las cosas sumamente difíciles desufrir, como los males terribles, y que hacefirme y constante el ánimo para soportar-los o para rechazarlos, cuando así convie-ne. En este sentido es una virtud particular,la tercera de las virtudes cardinales.III,88

Cuando los males parecen inminentes,despiertan en nosotros el temor, que es ennosotros una pasión poderosa para espan-

tar nuestros corazones y apartarnos del bienárduo y difícil. Pues bien, oficio de la for-taleza es vencer en nosotros ese temor, ha-ciendo nuestro ánimo firme e intrépidocontra todo peligro, aunque sea de muerte,de tal modo que no nos separemos de lasvirtudes y no nos veamos entregados a losvicios contrarios.

Sin duda, entre los males de este mundoes la muerte el mal que más nos asusta. Poreso, el martirio, que consiste en soportarla muerte antes que abandonar el bien, cons-tituye el acto principal y supremo de la vir-tud de la fortaleza. Es virtud propia de losdiscípulos del Crucificado: «no temáis a losque matan el cuerpo y no pueden matar elalma. Temed más bien a Aquel que tiene po-der para perder en la guehenna el alma y elcuerpo» (Mt 10,28).

La fortaleza, pues, es una virtud cardinal,infundida en el cristiano con la gracia san-tificante, que conforta el apetito irascibley la voluntad, para que no desistan deconseguir el bien árduo o difícil. Es, portanto, la firmeza en el obrar. Éste es elacto primero de la fortaleza.

El acto segundo consiste en moderar laaudacia, para que no vaya más allá de lostérminos de una justa y moderada oposi-ción. Todo lo cual es posible después detener vencido el temor. Por eso la ira y laaudacia, cuando son moderadas por la ra-zón, ayudan grandemente a la fortaleza arechazar los males graves amenazantes.

En este sentido, es propio de la fortalezaunas veces atacar y otras en cambio resis-tir, a semejanza de un soldado metido encombate. Y la verdad es que de los dos ac-tos el principal y más difícil es resistir, pueses más penoso y heróico resistir a un ene-migo que, por el mismo hecho de ser ata-cante, se considera más fuerte y poderoso.

La virtud de la fortaleza ha de ir crecien-do en grados progresivos:

28 El Directorio ascético de Scaramelli

–El primero es mortificar las pasiones,combatir todos los vicios, despreciar losplaceres inconvenientes y ejercitarse confirmeza y constancia en todas las virtu-des. La fortaleza se manifiesta en el cris-tiano en la medida en que persevera en estaabnegación de sus afectos, y sabe mante-nerse en un estilo de vida sobrio, penitentey autero.

«En realidad –dice San Ambrosio–, verdaderafortaleza es aquella por la que alguien se vence así mismo, reprime la cólera, no se deja llevar porlos atractivos de ningún deleite, ni se perturba enlas adversidades, ni se exalta en las prosperida-des, ni se deja llevar por el viento siempre cam-biante de las mudanzas humanas» (De officiisministrorum 1,36).

–El segundo grado de la fortaleza está enla capacidad de exponerse al peligro dela vida por el bien espiritual o corporaldel prójimo. En efecto, «no hay una cari-dad mayor que dar la vida por los amigos»(Jn 15,13). Dar la vida por los otros es algosumamente arduo, y por tanto es señal degran amor y también acto de gran fortaleza.

Buen ejemplo de este grado de fortaleza es elque nos da San Pablo, arrostrando sin amedren-tarse toda suerte de peligros, que él mismo descri-be, con tal de llevar el don supremo de la BuenaNoticia a los paganos (2Cor 11,26)III, 101-102.

–El tercer grado de la fortaleza se da enla entrega animosa al martirio. «Si esfuerte aquel que no teme el peligro de lamuerte, ciertamente será más fuerte quienno teme la misma muerte cuando está yapresente, antes la va a encontar con gene-rosidad, mayormente por el fin tan subli-me de ser fiel a Jesucristo y a su fe».III,103

Ejemplo conmovedor de este coraje nos lo daSan Ignacio de Antioquía que, sin miedo alguno ala muerte, quiere entregarse al martirio: «Escritoa todas las Iglesias, y a todas ellas les aseguro queestoy dispuesto de buen grado a morir por Dios.Os pido, pues, que no manifestéis por mí una be-nevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de lasfieras, por las cuales podré llegar a la posesión deDios. Soy trigo de Dios y debo ser molido por los

dientes de las fieras, para transformarme en panlimpio de Cristo. Rezad por mí a Cristo, para que,por medio de esos instrumentos, venga a ser yosacrificio para Dios» (Romanos IV,1-2; VI,1).

–Vicios opuestos. Tres son los vicios quese oponen a la virtud de la fortaleza. Unopor defecto, el temor o la cobardía, que lle-va al hombre a desistir del bien difícil, an-tes que oponerse a los males amenazan-tes.Y dos por exceso: la indiferencia, que noteme suficientemente los peligros que de-bería considerar; y la audacia que sale al en-cuentro del peligro, despreciando los con-sejos de la prudencia.

–Partes de la fortaleza son, para aco-meter grandes empeños, la magnanimidady la magnificencia; y para resistir las difi-cultades, la paciencia y la longanimidad, laperseverancia y la constancia. Digamos algode cada una de estas virtudes que formanparte de la virtud de la fortaleza.

-La magnanimidad lleva a realizar gran-des obras con prontitud de ánimo y con-fianza en darles fin. Según San Agustín, «lamagnanimidad es la grandeza de espíritu enla práctica y administración de las cosasgrandes y elevadas, con disposición gene-rosa y espléndida del alma» (De div. quæst.31,1).

El hombre magnánimo no es envidioso,no se sitúa como rival de nadie, ni se sientehumillado por el bien de los demás. Es hom-bre tranquilo, que no se entrega a muchosasuntos al mismo tiempo. Es verdadero, sin-cero, amigo fiel, que dice lo que siente, sinpreocuparse de las posibles opiniones con-trarias. Él se empeña fundamentalmente encultivar el arte y la ciencia, y sobre todolas virtudes. Como se ve, es ésta una virtudmuy rara entre los hombres, pues suponeel ejercicio de todas las virtudes. Hablan-do con toda propiedad, los magno-ánimosson los santos.

Se oponen a la magnanimidad, como vi-cios, por exceso: la presunción, que inten-

29Miguel Pequenino

ta obras superiores a las propias fuerzas; laambición, que busca honras indebidas; y lavanagloria, que procura fama sin merecer-la y sin ordenarla a su verdadero fin, la glo-ria de Dios y el bien del prójimo. Por de-fecto, la pusilanimidad, una humildad malentendida, que lleva a desconfiar demasia-do de las posibilidades propias, y que dejasin fruto los talentos recibidos de Dios.III,602

-La magnificencia es virtud semejante ala anterior, pues inclina a emprender obrasespléndidas y difíciles sin arredrarse antelos grandes trabajos y gastos que sean ne-cesarios.

A ella se oponen, por defecto, la mez-quindad, y por exceso, todo lo que lleva alderroche o despilfarro, más allá de loprudente.III,603

-La paciencia es la virtud que inclina asoportar sin tristeza de ánimo ni abatimien-to los padecimientos físicos o morales. Esuna gran virtud, muy necesaria en la vidacristiana, pues siendo en este valle de lá-grimas innumerables los trabajos y padeci-mientos, necesitamos de ella para mante-nernos en el camino de la perfección, sindesalentarnos ni ceder a la tristeza.

Contrarios a la paciencia son la impacien-cia y la insensibilidad o dureza de co-razón.III,603

-La longanimidad es virtud que da áni-mo para intentar algo bueno que se hallamuy distante de nosotros. Va muy unida ala paciencia, pues exige normalmente es-perar mucho tiempo para lograr el bien queardientemente desea. Es, pues, saber espe-rar. Por eso esta virtud ayuda al cristiano aevitar la impaciencia, que podría causarlela demora del bien que espera. III,604

-La perseverancia hace posible persis-tir en el ejercicio del bien, sin desfallecer,a pesar de las dificultades y resistenciasque se produzcan a lo largo del tiempo.Supone esta virtud una gran fortaleza de

ánimo, sin la cual ninguna virtud podría serperfecta, ni siquiera mantenerse muchotiempo. Por supuesto, es imposible perse-verar en el bien sin la ayuda especial de lagracia.III,604

-La constancia, por último, da firmezaal alma contra las dificultades que provie-nen de la prolongación de una vida virtuo-sa, fortaleciéndola contra todas las vicisi-tudes adversas.

Peca contra la constancia la inconstan-cia, que lleva a desistir fácilmente de lapráctica del bien, en cuanto surgen dificul-tades; y la obstinación, que se empeña enno ceder al obstáculo, cuando sería pruden-te hacerlo.III,604

–Los medios necesarios para adquirirla virtud de la fortaleza son los siguien-tes:

-La oración de petición, como siempre,ha de ir por delante en la adquisición de lasvirtudes, también de la fortaleza. En efec-to, «todo buen don y toda dádiva perfectavienen de lo alto, descienden del Padre delas luces, en el que no hay mudanza ni som-bra de variación» (Sant 1,17). Él es la Roca,y sólo de Él puede venirnos la fortalezanecesaria en las pruebas. Jesús nos da elejemplo supremo, fortaleciéndose en laoración de Getsemaní para sufrir fielmen-te su Pasión terrible.

«En tiempos de grandes males –dice San Agus-tín– se han de dirigir a Dios nuestros ruegos, por-que de su Majestad ha de venirnos la fortaleza, yen Él encontramos tranquilidad en nuestros traba-jos y ayuda en nuestras aflicciones» (Com. Psam.32,9). La fortaleza «es un árbol fecundo de mu-chos frutos espirituales, que no puede nacer de latierra frágil de nuestra débil naturaleza, si no loplanta con sus manos el Labrador celestial».III,108

-Prever las cosas ásperas y arduas ayu-da a perder poco a poco el temor, y facilitala intrepidez en las dificultades. Una largay frecuente meditación de los males es útila todos para enfrentarlos con firmeza de

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ánimo, especialmente a los que aún estándébiles. Es condición necesaria para evitarque las dificultades abrumen de improviso.

Así lo enseña, por ejemplo, San Ambrosio: «espropio de un hombre fuerte no disimular los gran-des males que amenazan, sino preverlos antes deque lleguen, y, con diligente conocimiento, ir alencuentro de ellos y hacerles frente» (De officiisministrorum 1,28). Y es también la doctrina deSanto Tomás (STh II-II, 123, 9).

-No dejar ir adelante los pequeños ma-les de cada día es también medio para ad-quirir fortaleza. La cobardía ha de ser siem-pre vencida por la mortificación. Y el ha-cer frente a los pequeños males diarios ha-bilita el alma para que sepa oponerse en sumomento a males terribles. III,111-112

-El amor ardiente a Dios y al prójimo,ciertamente, es el medio fundamental paraadquirir la fortaleza y crecer en ella. Nadahay tan fuerte como el amor. Nada hay tanduro que no pueda ser vencido con el fue-go de la caridad. Es la enseñanza de SanPablo: «¿Quién podrá separarnos del amorde Cristo? La tribulación, la angustia, lapersecución, el hambre, la desnudez, el pe-ligro, la espada? Pero en todo eso vence-mos nosotros por Aquel que nos amó» (Rm8,35.37).

Superando la cobardía y el temor al su-frimiento, todas las virtudes cristianas hande verse siempre asistidas en su ejerciciopor la fortaleza, que exige mortificación yoración continua de súplica al Dios fuerte.

La templanzaEn sentido amplio, la templanza es la

moderación que la razón impone a toda ac-ción o pasión del hombre. No se trata, pues,en este caso de una virtud especial, sino deuna condición general que ha de acompa-ñar el ejercicio de todas las virtudes mora-les, pues sin ella no podría practicarse rec-tamente ninguna virtud.

En sentido estricto, la templanza es un«hábito que inclina a moderar la concu-piscencia principalmente acerca de losdeleites del tacto, que nacen de la comi-da y de la bebida, de la actividad sexual,y secundariamente de los otros sentidos»(STh II-II, 142,3). Viene a ser así una de lasvirtudes cardinales (ib. 2).

La sagrada Escritura inculca esta virtudcon insistencia (Ecli 31,12-31; Prov 23,1-3), ya que sin ella el hombre llega a portar-se como un animal (Rm 1,26-29; 1Cor 6,9-10). En cambio, así como la fortaleza rigecon firmeza el apetito irascible, es funciónde la templanza moderar siempre los mo-vimientos del apetito concupiscible.

Scaramelli explica así la templanza: «Convienesaber que el apetito sensitivo en el hombre, el cualse llama también concupiscencia, no mira a otracosa con sus actos y movimientos interiores, queal bien y mal sensible: con el sobrado temor deéste, y con el deseo exorbitante de aquel tienegrande fuerza para apartar a la razón de la recti-tud. Y por eso tiene necesidad la razón misma dedos virtudes para moderar este caballo indómito,ahora muy temeroso del mal sensible, ahora muyansioso del bien deleitable. La una es la fortale-za, con la cual la razón reprime el temor para quela voluntad aterrada no se aleje del bien honesto,si no que esté siempre firme en él, como ya he-mos visto. La otra es la templanza, con la cualrefrena este potro ardiente para que la voluntadatraída del bien sensible y deleitable, no se vayatras de él con desorden».III,125

Entre los apetitos sensibles, por lo de-más, son unos más vehementes y otros loson menos. Como enseña Santo Tomás, losprimeros son aquellos que pertenecen alsentido del tacto por medio de la comida,la bebida o la actividad sexual, ya que sonmás connaturales al hombre, sea para laconservación del individuo o de la especie.Los menos vehementes nacen, en cambio,de otros sentidos, como el ver o el oír, yque no son tan necesarios para la conserva-ción de la especie. De este modo, la tem-planza, obrando a la luz de la fe, hace que

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usemos el placer para un fin honesto y so-brenatural, en la forma dispuesta por Diospara cada uno, según su estado y condición(STh I-II, 63,4).

Entre las virtudes cardinales, tiene pri-macía la prudencia, que ha de regir el ejer-cicio de todas las virtudes. Y a la templan-za le corresponde el lugar cuarto. Enefecto, «el bien de la multitud es más altoque el bien de un solo hombre. Y por eso,en la medida en que una virtud busca el biende todos es tanto más excelente. Ahorabien, la fortaleza y la justicia cumplen esacondición mejor que la templanza... Éstamodera únicamente los deseos y placeresdel hombre individual. Luego la justicia yfortaleza son virtudes más excelentes quela templanza, y a su vez, la prudencia y lasvirtudes teologales [fe, esperanza y caridad]superan en dignidad a estas virtudes más no-bles» (STh II-II, 141,8).

–Vicios opuestos a la templanza son:por defecto, la intemperancia, que sobre-pasa los límites razonables en el uso de pla-ceres sensibles; y por defecto, la insensi-bilidad excesiva, que rehuye los placeresrequeridos para la conservación del indivi-duo o de la especie.

«Hay casos, sin embargo, en que la abstenciónde estos placeres es laudables y hasta necesariaen orden a un fin honesto. Y así, para salvaguar-dar la salud corporal, hay quienes se privan deesos placeres de comida, bebida y actos sexuales.Otras veces es necesaria también la abstenciónpara desempeñar bien un oficio, al modo como losatletas y soldados deben privarse de muchos pla-ceres para cumplir su misión. Y en el orden espiri-tual, los penitentes, a fin de recuperar la salud delalma, utilizan la abstinencia de estos goces comodieta provechosísima; y quienes se consagran a lacontemplación de las cosas divinas necesitan ele-varse de dichos deleites carnales» (STh II-II,142,1).

Según esto, «si fuere, pues, el lector lla-mado de Dios para extraodinarias abstinen-cias, y su vocación fuere aprobada de quien

tiene el lugar de Dios, no tenga escrúpulode emprender un tenor de vida más rígida;porque su obrar de una parte no será con-trario a la templanza, y por otra parte seráconforme a otras muchas virtudes».III,146

–Las partes subjetivas de la virtud dela templanza proceden de los placeres queesta virtud debe moderar: en aquello quese refiere al gusto, la abstinencia y la so-briedad; y en lo referido al tacto, la casti-dad.

-La abstinencia inclina a usar modera-damente de los alimentos corporales, se-gún la recta razón iluminada por la fe. Encuanto virtud infusa y sobrenatural, cierta-mente, va más allá de lo exigido por la merarazón, y participa, en la medida del don deDios, en «la locura» de Cristo Crucificado(1Cor 1,23). Así, concretamente, inclinaesta virtud a observar las penitencias pres-critas por la ley de la Iglesia. Vicio opues-to a ella es la gula.

-La sobriedad, en sentido amplio, signi-fica moderación en cualquier materia. Peroen un sentido más estricto, se refiere la vir-tud especial que modera en la bebida. Laembriaguez es el pecado opuesto.

-La castidad es la virtud sobrenatural quemodera el apetito genésico. Es una virtudangélica, en cuanto hace al hombre seme-jante a los ángeles. Y es difícil, pues a supráctica perfecta no se llega sino a travésde una continua vigilancia y de una austeri-dad severa. A esta virtud se opone la luju-ria.

–Partes potenciales de la virtud de latemplanza son

-La continencia, que fortalece la volun-tad para resistir las concupiscencias des-ordenadas muy vehementes. Se trata, por lotanto, de una virtud que reside en la volun-tad y es de suyo imperfecta, ya que no llevaa la realización de alguna obra positivamen-

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te buena y perfecta, sino que se limita aimpedir el mal, sujetando a la voluntad paraque no se deje arrastrar por el impecto dela pasión. Su vicio opuesto es la inconti-nencia, que no es un hábito propiamentedicho, sino la privación de la continenciaen el apetito racional, que sujetaría la vo-luntad para no dejarla arrastrar por la con-cupiscencia; y en el apetito sensitivo es elmismo desorden de las pasiones concu-piscibles en lo referente al tacto.

-La mansedumbre, que modera la ira, demodo que ésta no se alce sino en el modo ymomento convenientes. Ejemplo perfectode ella es Jesús: «aprended de mí, que soymanso y humilde de corazón, y hallaréisdescanso para vuestras almas» (Mt 11,29).A ella se opone la iracundia, de la que na-cen otros vicios, como la indignación des-ordenada.

-La clemencia, virtud propia del superior,que le inclina a mitigar razonable y pruden-temente el castigo o la corrección debidosal culpable. Se le oponen la crueldad, queobliga a severas penas imprudentes condureza de corazón, o por defecto, la leni-dad o excesiva blandura, que exime impru-dentemente de penas a los culpables.

-La modestia, en fin, lleva a comportar-se moderadamente en todas las actitudesinteriores o exteriores, según correspon-de al propio estado, condición o vocación.

Avisos al Director espiritual–La prudencia es una gran virtud, que el

Director debe inculcar en sus discípuloscon gran solicitud, comenzando por darlesbuen ejemplo de ella. Advierte Scaramelli,en este sentido, que ninguno debe hacerseguía espiritual si no es él mismo discípuloen la escuela del Espíritu; y nadie debe en-señar la perfección a otros, si él mismo nola practicaI,8. Corresponde, pues, al guíaespiritual considerar si al dirigido le con-

viene ésta o aquella obra, o el modo y eltiempo en que debe realizarla.III,37

Para esto, siempre el Director debe pe-dir a Dios luz y el don de consejo, y procu-rar que los discípulos procedan con recti-tud de intención y alma purificada de pa-siones desordenadas.

Por otra parte, si ha de aconsejar a susdirigidos que no obren sin pedir consejo,él mismo ha de estar pronto a solicitarlocuando se trata de cuestiones graves ydudosas.III,37

–La justicia es también virtud que el Di-rector ha de inculcar cuidadosamente en losdiscípulos, para que, ayudándoles a cono-cer y reconocer sus culpas, tengan sus con-ciencias siempre libres de pecados graves,y entreguen a Dios y a los prójimo todocuanto les deben.III,74

–La fortaleza ha de ser inculcada en losdirigidos, sabiendo discernir bien en éstosel oro del vil metal. En efecto, no cualquierintrepidez en tolerar grandes males ha deser necesariamente virtud de la fortaleza,pues ésta se dirige ante todo a la abnega-ción de sí mismo, a domar la voluntad y lastendencias carnales, y a renunciar cuantoconvenga a los placeres de la vida presen-te. El fin que la persona pretende con sufortaleza permitirá discernir la calidad es-piritual de ésta.

«También las personas mundana se sujeitan acosas muy dificiles y trabajosas; mas porque lastales cosas o no son en si buenas, o no se empren-den por fin honesto, su fortaleza es perversa, lasconducen a la perdición».III,119

Es santa y virtuosa la fortaleza que obrapor amor a Dios y a la virtud. Pero es vi-ciosa aquella que procede de alguna pasióndesordenada. «En tales casos procure elDirector que estas personas que empleansu fortaleza en materias viles, la convier-tan a objetos sobrenaturales y divinos. Silo consigue, ayudando la divina gracia a sus

33Miguel Pequenino

industrias, presto las mudará de malas queson, en personas santas».III,120

–La templanza ha de entrar también enla educación espiritual de los dirigidos.Éstos han de entender que, unidos al Cru-cificado y siguiendo el ejemplo de los san-tos, han de ser sobrios y moderados en todo,si quieren de verdad ir adelante enperfección.III,150

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Virtudes teologales,perfección esencial

cristiana

Para estudiar la esencia misma de la vidacristiana hemos de considerar, sin duda, lasvirtudes teologales, la fe, la esperanza y lacaridad, pues son ellas las que inmediata-mente nos unen a Dios, nuestro fin último.Y lo haremos por ese orden, ya que la es-peranza se fundamenta en la fe; y la caridadno es plena sino cuando parte de la fe y laesperanza.

La feComo es tradicional, Scaramelli estudia

la fe partiendo de aquel notable texto de lacarta a los Hebreos: «La fe es la firme se-guridad de lo que esperamos, la convicciónde lo que no vemos, y por ella nuestros an-

tepasados fueron considerados dignos deaprobación. Por la fe conocemos que laPalabra de Dios formó el mundo, de mane-ra que lo visible proviene de lo invisible»(Heb 11,1-3).

Todas las partes esenciales de la virtudde la fe, afirma Santo Tomás, como subs-tancia de las cosas que esperamos, se con-tienen en esas palabras inspiradas (STh II-II, 4,1). La fe, pues, «sobrenatural y divinaes una virtud teológica, que levanta nues-tra mente a creer con gran firmeza todolo que Dios nos ha revelado; y a creerlopor este sólo motivo, porque nos lo ha re-velado Dios, que es infinitamente sabio ysumamente veraz».IV,4

Como virtud teologal, la fe tiene porobjeto inmediato al mismo Dios. Ella esun hábito permanente, que dispone el almaa creer con gran firmeza. Es un hábito in-fuso, es, por tanto, un puro don de Dios,infundido en el alma sin mérito alguno desu parte (Ef 2,8); y si no se comete pecadode infidelidad, es virtud infusa que no sepierde, aunque los demás pecados puedanoscurecerla. En efecto, hay que «sostenerel buen combate, con fe y buena concien-cia. Pues algunos que perdieron ésta, nau-fragaron en la fe» (1Tim 1,19-20)

La fe, hay que insistir en ello, es un don deDios, que transforma nuestra inteligencia, eleván-dola y capacitándola para las cosas divinas. Enmodo alguno podemos llegar a ella por nuestraspropias fuerzas, sino por el auxilio de la gracia queilumina nuestra menteIV,6.

Por lo demás, todas las verdades de la feson entregadas por Dios a través del donsupremo de la Revelación: «Y puntualmen-te hallamos en las Sagradas Escrituras pre-vistos, y anunciados de los profetas los su-cesos de la vida , y de la pasión del Reden-tor, hasta sus ultimas y más menudas cir-cunstancias. Luego Dios fue quien man-fiestó a los profetas las dichas verdades, yse las dictó de su boca, cuando las profeti-

34 El Directorio ascético de Scaramelli

zaban. Pues si Dios el que habló a los pro-fetas , es preciso decir que es verdadera vidaaquella fe, por la cual él mismo habló ymanifestó».IV,8

Es la misma Revelación divina la queilumina el entendimiento por la fe. «Que-riendo, pues, ejercitarse alguno en actos defe divina, pondere primero atentamente lasseñales y argumentos credibilidad, a lo me-nos si otras veces no lo ha hecho semejan-tes consideraciones, hasta que quede per-suadido y convencido de que los artículosque nos propone la Iglesia no han sido in-ventados de los hombres, sino manifesta-dos de Dios».IV,14

Por otra parte, la fe está viva si va uni-da a la caridad; pero separada de ésta, que-da informe (STh II-II, 4,3). La fe viva esaquella que se muestra activa y eficaz paraobrar según las verdades que cree. Está, encambio, muerta si se manifiesta ineficazpara obrar conforme a su creencia. Por tan-to, la fe que inicia y consuma el camino dela perfección cristiana es «la fe que obrapor la caridad» (Gál 5,6).

–Las principales propiedades de la fe,sin las cuales ésta no podría subsistir, sonlas siguientes:

-La simplicidad o sencillez. La fe no hade ser curiosa para exigir razones que ex-pliquen las verdades católicas, sino que, unavez que se ha asegurado con certeza de queuna verdad ha sido divinamente revelada, seadhiere firmemente a ella, apoyándose úni-camente en la autoridad de la palabra delmismo Dios. Ésta es la fe verdadera queelogian las Escrituras:

Abraham «no flaqueó en la fe al considerar sucuerpo sin vigor, pues era casi centenario, y esta-ba ya amortiguado el seno de Sara; sino que antela promesa de Dios no vaciló, dejándose llevar dela incredulidad, antes, fortalecido por la fe, dió glo-ria a Dios, convencido de que Dios era poderosopara cumplir lo que había prometido» (Rm 4,19-21).

«No tendría mérito alguno –hace notarSan Gregorio– aquella fe que no se movie-se a creer a causa de la Revelación divina,sino por la fuerza de las razones humanas opor la experiencia de los sentidos. No se-ría una fe divina, sino humana» (Hom. 26,8in Ev. Ioan. 20,21-31).

-La firmeza. La fe ha de ser firme, y novacilante o dudosa, sino siempre constanteen la creencia. Esta propiedad segunda pro-cede de la primera.

En efecto, «si el cristiano no piensa curiosamen-te en razones naturales, si no hace reflexión a lasdificultades que pueden ocurrir a acerca de losmisterios revelados, sino que todo se funda en lapalabra de un Dios sumamente sabio y verídico,es difícil que no sea firme en su creencia. Porqueasí como es indefectible el fundamento en que seapoya, así es preciso que sea inmoble, e inaltera-ble su fe».IV,21

-La fortaleza. La fe ha de mostrarse fuer-te para sufrir cualquier trabajo o tormento,antes que retroceder un punto de la adhe-sión a las divinas verdades. San Pedro avisaa los cristianos que es preciso permanecer«fuertes en la fe», para poder resistir alenemigo infernal (1Pe 5,8-9).

–La necesidad de la fe, por otra parte,es abiertamente declarada en la sagrada Es-critura, que la exige para la salvación. Y asílo enseña Jesús: «el que creyere y fuerabautizado, se salvará; pero el que nocreyere, se condenará» (Mc 16,16). La fe,enseña San Agustín, es primer principio denuestra salvación, pues sin ella no puederecibirse en esta vida la gracia santificante,ni en la otra la bienaventuranza eterna(Serm. 38,4). Es, pues, el fundamento denuestra felicidad en el cielo, y la raíz detoda obra santa (Com. in Psalm. 31,4). Esla fe expresada en el concilio de Trento: lafe es el principio de la salvación huma-na, el fundamento y raíz de toda la justi-ficación (Dz 801/1532).

35Miguel Pequenino

Por lo que se refiere, pues, a la búsquedade la perfección evangélica, «no tiene, pues,que emprender la vida espiritual el que nosestá bien fundado en la virtud de la fe, por-que sería lo mismo que ponerse a fabricarun majestuoso palacio, sin haber echado unsólido cimiento. Y cuando lograre haber lle-vado el edificio del espíritu a la última per-fección, téngase más fuerte que jamás so-bre este fundamento de la fe: porque de otrasuerte irá todo a tierra, y todo el trabajoespiritual se convertirá en una formidableruina».IV,30

«El justo vive de la fe», afirma reiteradas vecesla Escritura (Hab 2,4; Rm 1,17; Gál 3,11; Heb10,38; etc.). Si es imposible la salvación sin la fe,más imposible será sin ella la santidad cristiana,pues en el camino de la perfección se presentaninnumerables dificultades, que sólo pueden servencidas con la fuerza de la fe.

«Pues si todo nuestro adelantamientoespiritual ha de tener su principio de losconocimientos sobrenaturales y divinos,que den vigor a la voluntad para obrar, serápreciso decir que no hará jamás mucho pro-vecho en la perfección quien no tiene mu-cha [fe]; pues ésta es la que nutre los talesconocimientos; y al contrario, hará gran-des progresos el que estuviere bien proveí-do de fe»IV,34.

–Los medios principales para alcanzarla fe y crecer en ella son los siguientes:

-La oración de petición, que siempre esen la navegación cristiana como la proa dela nave. Siendo la fe un don que procedecomo «sol que nace de lo alto», es decir,como luz que ilumina la mente para que re-ciba las verdades divinas, necesita, pues, lasanta inclinación que Dios pone en la vo-luntad, atrayéndola hacia sí, y en el enten-dimiento, para que crea en esas verdades.Por tanto, el hombre debe pedir a Dios estailustración sobrenatural de su mente, quesólo puede ser obra de la gracia divina.«Creo, pero ayuda mi incredulidad» (Mc

9,24). «Señor, acrecienta nuestra fe» (Lc17,5).

-Ejercitarse con frecuencia en actos defe. «Con practicar frecuentemente las hu-millaciones, se hace humilde en la abyec-ción y desprecio de sí; y lo mismo digo deotras virtudes. Así, pues, con hacer a me-nudo actos de fe se adquiere la virtud de lafe, y de esta manera viene a ser el cristianoperfectamente fiel»IV,36.

-Ejercitarse en obras santas y virtuo-sas, porque al hacerlas se aviva la fe (+Sant2,26; 1Jn 2,4. Sin actualizar la fe, no po-drían realizarse esas obras. «Al contrariolas buenas obras, si son frecuentes, avivanla fe, la suben de precio, la encienden, y lahacen perfecta, porque merecen de Diosmayor luz, mayor ardor, y mayor firmezaen creer; con lo cual, se aumenta, crece, yse hace más vigorosa la misma fe».IV,41

Por eso dice San Gregorio: «¿Qué aprovechael que estemos unidos por la fe a nuestro Reden-tor, si nos separamos de Él por las costumbres?;pues Él dice: “no todo aquel que me dice: Señor,Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mt 7,21). Es necesario, pues, juntar a la fe verdaderalas buenas obras. Lavemos con llantos diarios lospecados que hemos cometido; suplan con ventajaa nuestros pasadas maldades las buenas obras na-cidas del amor de Dios y del prójimo; no rehuse-mos prestar a nuestros hermanos todo el bien quenos sea posible, pues, no de otro modo nos hace-mos miembros de nuestro Redentor, sino uniéndo-nos a Dios y compadeciendo a nuestros prójimos»(Hom. 39,9, Ev. Luc. 19,41-47).

La esperanzaLa esperanza, como la fe, es una virtud

teologal, cuyo objeto primario e inmedia-to es el mismo Dios. [202] La esperanza«es una virtud teológica que eleva nuestravoluntad a una firme expectación de laeterna felicidad y de los medios necesa-rios para conseguirla, apoyada en la pro-mesas de un Dios infinitamente poderoso,y sumamente fiel en cumplir su palabra».IV,62

36 El Directorio ascético de Scaramelli

(+STh I-II, 25,1).Como se ve, la esperanza es hermana del

deseo de perfección, del que más arriba tra-tamos: pero «el deseo y la esperanza, aun-que sean semejantes, teniendo ambos porobjecto la consecución de algun bien, sontambién entre sí muy deseme-jantes. Por-que el deseo mira al bien, pero prescindien-do de si es fácil o difícil de conseguirse;cuando la esperanza tira siempre a un bienarduo, y difícil de alcanzarse»IV,61.

Sin el auxilio de la gracia de Dios, cier-tamente, la voluntad humana no podría al-zarse a un acto tan por encima de sus fuer-zas naturales, ya que los bienes de la vidaeterna son absolutamente superiores a lacapidad humana. En este sentido dice SanBernardo que «nadie puede poner en Diossu esperanza, si no es movido por el Espí-ritu Santo» (Com. Psalm. 90, Serm. 9,5).

Por otra parte, el objeto secundario dela virtud de la esperanza viene constituídopor todos los medios sin los cuales nopodemos llegar a la perfecta posesión deDios: la gracia santificante, el perdón delos pecados, los movimientos santos de lavoluntad, las virtudes, la pureza de concien-cia, los dones sobrenaturales y todas lasayudas exteriores que nos ayudan a obrarvirtuosamenteIV,69 (+STh II-II, 17,2).

–Los motivos de la esperanza son laspromesas de un Dios infinitamente pode-roso y sumamente fiel. Por eso la Escritu-ra sagrada llama tantas veces al Señor «es-peranza nuestra», «mi esperanza y mi con-fianza, Señor, desde mi juventud» (Sal 70,5).

«Hablan de esta manera las Sagradas Letras,porque la esperanza es la virtud toda fundada enDios. Aspira ella a Dios, y del mismo Dios semueve a esperarle; porque se mueve delos atribu-tos de su infinita ominipotencia, y de su suma fide-lidad, los cuales en substancia el mismo Dio. Porlo cual es esta una virtud del todo divina, que hacedivinas a las almas que la poseen».IV,78

Dios, en efecto, promete la salvación

eterna a quien, guardando los mandamien-tos de su ley divina, persevera en su graciahasta la muerte. Y «que Dios haya prometi-do el dar todas las ayudas necesarias parala observancia de sus mandamientos, y paramantenerse en su gracia a cualquiera quecon el debido modo se lo pediere, es tanindubitable que el Santo Evangelio, en elcual se hallan escritas con claridad las di-chas promesas».IV,72

–Entre las propiedades de la esperan-za

-la primera es que la esperanza se apo-ya en el mismo Dios, como tantas veces loexpresa la Escritura: «Señor, mi roca, mialcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía,refugio mío, escudo mío, mi fuerzasalvadora, mi baluarte» (Sal 17,3).IV,84

De aquí se deduce que la esperanza nonos permite apoyarnos en nosotros mis-mos, como si nuestras propias fuerzas nospermitieran expiar todas nuestras culpas,guardar la inocencia, ejercitar perseveran-temente las virtudes, y consiguientementeconseguir la gloria del paríso. No es así.

Por el contrario, «pesa sobre nuestra propiacarne una sentencia de muerte, y así hemos apren-dido a no poner nuestra esperanza en nosotrosmismos, sino en Dios, que resucita a los muertos»(2Cor 1,9). «Porque el esperar un en sí mismo noes otra cosa que apoyarse en una caña frágil ydébil que luego se quiebra y le hace caer».IV,84

Como dice Santo Tomás, «la esperanzatiene como fin último la bienaventuranzaeterna; el auxilio divino, en cambio comocausa primera que conduce a la bienaven-turanza. Por lo tanto, como fuera de la bien-aventuranza eterna no es lícito esperar bienalguno como fin último, sino sólo comoordenado a ese fin de la bienaventuranza,tampoco es lícito en ningún hombre, o encriatura alguna, como causa primera queconduzca a la bienaventuranza; es lícito, sinembargo, esperar en el hombre o en otracriatura como agente secundario instrumen-

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tal, que ayude a conseguir cualquier bienordenado a la bienaventuranza» (STh II-II,17,4)

¿Es lícito, sin embargo, poner la esperanzaen los hombres? Santo Tomás enseña que «laesperanza tiene la bienaventuranza eterna comofin último y el auxilio divinocomo primera causaque conduce a la bienaventuranza. Y así como noes lícito esperar bienalguno como último fin, fuerade la bienaventuranza eterna, sino sólo como or-denado a este fin de la bienaventuranza, del mis-mo modo no es lícito esperar en ningún hombre oen criatura alguna como primera causa que con-duce a la bienaventuranza. Pero sí es lícito espe-rar en el hombre o en otra criatura como agentesecundario o instrumental con que ayudarse a con-seguir cualquier bien ordenado a la bienaventu-ranza» (STh II-II, 17,4).

-La certeza es la segunda propiedad dela esperanza, y con ella han de esperarselos bienes eternos y los medios necesariospara llegar a ellos. Puede la esperanza sercierta porque está toda ella fundada en laspromesas de un Dios infalible.

–Los efectos principales de la esperan-za son los siguientes:

-Se dilata el corazón de la persona queespera en Dios, facilitando el cumplimien-to de sus leyes, según aquello del salmo:«correré por el camino de tus mandatoscuando dilates mi corazón» (118,32).

-Consuela y alegra, como lo dice la car-ta a los Hebreos: «Hay dos realidades irre-vocables, la promesa y el juramento, en lasque Dios no puede engañarnos. Y gracias aellas tenemos fuerza y ánimo los que bus-camos en Él asilo, hasta alcanzar la espe-ranza que se nos ofrece. Y esta esperanzaque tenemos es como un ancla del alma,sólida y firme» (6,17-19).

Bellamente dice San Agustín: «Ahora nosotrospasamos trabajos y fatigas, pero vendrá despuésel día feliz en que gozaremos del fruto. Más aún,las mismas fatigas que ahora padecemos estánllenas de alegría y do gozo por la esperanza de losbienes futuros [...] Y si nuestras fatigas, a causa

de la esperanza, nos alegran tanto en esta vida,¿cuál será la alegría que desbordará en nosotroscuando gocemos del fruto mismo de nuestros tra-bajos?» (Com. Psalm. 127,10).

–La oración es ocasión muy oportunapara ejercitar vivamente la esperanza, por-que de ésta depende sobre todo la eficaciade nuestras peticiones, para conseguir losfavores que nos convienen. Por eso, «pro-póngase, pues, el hombre espiritual el nopedir jamás gracia a Dios, sin haber des-pertado antes en su corazón una viva con-fianza en Dios, reflexionando en las repe-tidas promesas que nos ha hecho de oírnuestros ruegos; y también en su suma bon-dad, más pronta a hacernos beneficios, quelo somos nosotros para recibirlos».IV,112

Los momentos difíciles y desesperantes,sobre todo los que nacen de la memoria deculpas pasadas o de pecados recientes, sontambién ocasión para aferrarse bien a la vir-tud de la esperanza, que nos hace descansaren la bondad de Dios.

Los tiempos de sufrimiento, en fin, queabruman nuestro cuerpo o nuestra alma,requieren también que el alma se fortalez-ca en la esperanza. «Por lo cual conviene,que la persona atribulada se aplique a ésta,y se la meta en el corazón, si quiere pasarintrépida por la escuadra de los males quepor todas las partes nos cercan».IV,120

La caridadTodos los temas que hemos ido conside-

rando se ordenan, como disposicionespróximas o remotas, hacia la plena caridad,que es la meta del camino espiritual. Ellaes «el vínculo de la perfección» (Col 3,14).Por eso es la virtud teologal más exce-lente, alma y forma de todas las virtudes,la que más une a los cristianos con Dios yentre sí.

Por otra parte, la caridad ahora ama a Diospor sí mismo, y se goza de su bien solo

38 El Directorio ascético de Scaramelli

porque es bien suyo; y ahora ama al próji-mo, y quiere su bien, pero se lo quiere solopor el bien que quiere a Dios: quiero decir,que lo ama por amor de Dios».IV,134

Es la enseñanza, por ejemplo, de San Agustín:«la caridad ama ahora a Dios por sí mismo, y sealegra de su bien sólamente porque es su bien, yama al prójimo por amor de Dios« (Doctr. crist.3,10). El amor a Dios, en efecto, se mueve desdela bondad de Dios y a Él dirige sus afectos. Elamor al prójimo también es movido por la bondaddivina, pero se dirige con sus actos al mismo pró-jimo. Por eso Dios es causa y fuente de nuestroamor al prójimo, ya que amamos al prójimo conDios, desde Dios y por Dios. En estos dos amoresconsiste la perfección cristiana, principalmente enel amor para con Dios.

–La caridad con Dios es una virtud teo-logal infusa, que levanta nuestra voluntad aamar sobre todas las cosas a Dios por símismo, por el mérito infinito que tiene deser amado. Es teologal, pues Dios mismoes el objeto y al mismo tiempo el princi-pio de sus amorosos movimientos: «elamor de Dios ha sido derramado en nues-tros corazones por el Espíritu Santo, quese nos ha dado» (Rm 5,5).

Ama la caridad a Dios sobre todas lascosas, y le ama por sí mismo. Y esto es loque la distingue del amor de concupiscen-cia, que busca principalmente en el amanteel propio gozo o ventaja. Dios es bueno ensí mismo y es nuestro último fin. Él es su-mamente bueno en sí, porque contiene todaperfección y todo bien. En Él reside todala infinita omnipotencia –suma sabiduría ybondad, incomparable belleza, una grande-za que excede toda idea nuestra y todo co-nocimiento–. «¿A quién, pues, compararéisvuestro Dios, qué imagen haréis que se leasemeje?» (Is 40,18).

Además, este Dios, sumamente bueno ensí mismo, es también sumamente buenopara con nosotros, pues tiene una infinitainclinación para hacernos el bien,liberándonos de los males eternos, y para

hacernos participar de los sumos bienessuyos y de su misma bienaventuranza, y conese fin nos da también todas las ayudas ne-cesarias y convenientes para que lleguemosa la felicidad eterna.IV,138

–La caridad establece con Dios unaverdadera amistad. Por otra parte, comodice Santo Tomás, la caridad no es solamen-te amor a Dios, sino una verdadera amis-tad con Él. En efecto, en la caridad se daese amor mutuo, indispensable en todaamistad auténtica. «Nosotros hemos cono-cido y creído el amor que Dios nos tiene.Dios es amor, y quien permanece en elamor, permanece en Dios y Dios en él» (1Jn4,16).

Más aún, si es cosa bien propia de la amis-tad la comunicación de bienes, ya que en-tre los amigos todas las cosas son comu-nes, Dios nuestro Señor, por la gracia habi-tual, posee a los que ama, y los que le amantoman en cierto modo posesión de Él ya enesta vida, haciéndose así «participantes dela divina naturaleza» (2Pe 1,4).

Por todo ello dice el Angélico Doctor quela caridad establece una verdadera amistadentre Dios y el hombre, que se inicia ya enla vida presente y que se consuma en la otracon perpetua felicidad (STh I-II, 65,5; +II-II, 23,1).

–La caridad da forma a todas las vir-tudes. En efecto, todas ellas, desprovistasde la caridad, quedan, informes, y pierdensu virtud meritoria de vida eterna, segúnaquello del Apóstol: «no teniendo caridad,nada aprovecha» (1Cor 13,3).

Por el contrario, es la caridad la que causael mérito de todas las virtudes, que bajo suinflujo florecen y se llenan de frutos.IV,148

Ella es raíz y fuente de la que dimanan lasvirtudes, y en éstas imprime una forma di-vina, que las hace dignas de premio eterno(STh I-II, 62,4).

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–Medios para adquirir la caridad:-Desearla por encima de todo y pedir-

la siempre a Dios. La caridad a Dios y alprójimo pone en el hombre las alas quepueden hacerle volar en la paz de la vidadivina. «¿Quién me diera alas de palomapara volar y posarme?» (Sal 54,7). El Espí-ritu Santo, el amor de Dios, en figura defuego o de paloma, es quien puede acre-centar en el corazón del hombre el ardorde la caridad divina (+Rm 5,5).IV,151

-Las mortificaciones, sobre todo las delamor propio, son necesarias para aniquilara los enemigos de la caridad: toda búsque-da desordenada de la propia honra, de lospropios gustos y preferencias, que no miraa Dios ni al bien del prójimo. [224] «Elamor divino requiere luz en la mente paraconocer las perfeciones de Dios; al con-trario el amor propio, la obscurece, y lahace inepta para entenderlas».IV,154

Para San Agustín es evidente que el aumentode la caridad depende de la disminución del amorpropio (De div. quæst. 36,1). San Gregorio esti-ma que «el amor propio de sí mismo ciega mucholos ojos del entendimiento, porque [el hombre] nose mueve entonces por la luz de la fe, como hacesegún el amor santo, ni sigue tampoco la luz de larazón, sino que se deja llevar por el instinto delplacer, del deleite, de la honra, de la ganancia o dela propia utilidad» (Hom. IV, 4-6, in Ezeq.).

-Formar el hábito de la meditación fa-vorece también el acrecentamiento delamor al Sumo Bien. «Así, para que nuestrocorazón conciba el amor divino, no bastaque se vaya disponiendo con la mortifica-ción y con el abatimiento del amor propio;sino que es menester que el alma se arrimea este fuego divino».IV,163

–Los actos propios del amor de caridadson éstos:

El que ama a un amigo con amor sincerono está pensando en utilidades propias, sinoque se alegra en la persona amada, en ellamisma, se complace en los bienes que en

ella reconoce, como si fueran propios, ydesea para ella los bienes que le falta, y sicomete alguna falta se duele con ella. Va-rios son, pues, los actos propios del amorde la caridad.

-El amor de complacencia es el primeracto de la caridad. Concretamente, un almaque ama a Dios experimenta que en Él seencuentra todo bien posible, sin que nadafalte a su perfección y excelencia, y apre-ciando cuanto en Él hay de poder, belleza,bondad, majestad, inmensidad, grandeza yamabilidad, se considera a sí mismo comorevestido de esos mismos bienes.

Por eso dice bien Scaramelli «que la compla-cencia de las infinitas perfecciones de Dios ha deacrecer tanto en el corazón de quien ama, que lesirva de gran alivio entre los malos de la vida pre-sente. Y así como una madre que se halla afligidapor alguna enfermedad o triste por algún gravedesastre, al oir que su hijo ha sido sublimado aalguna dignidad, se goza tanto que se olvida de sudolor y no siente ya sus penas, así nosotros, enmedio de las desventuras y trabajos que por todaspartes nos cercan en esta vida infeliz, viendo anuestro amabilísimo Dios libre y aun incapaz denuestros males, viéndole felicísimo por la plenitudy colmo de todos los bienes posibles, nos debemosgozar tanto, que el gozo de sus bienes temple loamargo de nuestros males».IV,177

-El amor de preferencia, también actopropio de la caridad, es un amor lleno defuerza, pues por él la persona afirma unadecidida y continua predilección por Dios,estimando su bondad infinita y su méritoincomparable sobre todas las cosas crea-das.IV,180

-El amor de celo nace del amor de be-nevolencia, porque el celo, según SantoTomás, nace de un amor intenso y vehe-mente. Por lo cual, queriendo alguno el biende amigo, hace todo para ir contra todo loque se a él se opone. El que ama no sola-mente se complace del bien del amigo, sinoque también desea para él los bienes queno posee. Es éste un amor que muchas ve-

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ces tienen los padres hacia los hijos: se ale-gran de sus cualidades, al mismo tiempoque les desean aquellas que aún no tienen.Pues bien, todo hombre que ama a Dios, almismo tiempo que se complace en sus in-finitos bienes, sufre al verlo ofendido ydespreciado. Este amor celoso, según San-to Tomás, nace de un amor intenso y vehe-mente, que no sólamente procura el biendel amado, sino que se duele de cuanto lees contrario, y trata de impedir con fuerzatodo lo que se le opone.

Es éste amor celoso un amor de granprecio, frecuentemente expresado en la Es-critura: «me devora el celo de tu templo, ylas afrentas con que te afrentan caen sobremí» (Sal 68,10); «arroyos de lágrimas ba-jan de mis ojos, por los que no cumplen tuvoluntad» (118,136).

Todo cristiano debe consumirse en este santocelo, dice San Agustín, pues siendo miembro deCristo, debe sentir vivamente cualquier injuria quese haga a su honra (Trav. Ev. Ioan. 10,99).

De este celo, precisamente, nos hablamuchas veces San Pablo, advirtiéndonosque debe ser celo verdadero, tan fervorosoy eficaz como prudente; pues también enalgunos se da el celo por Dios, pero «nosegún la ciencia» (Rm 10,2), ya que carecede moderación y rectitud. También advier-te así San Bernardo: «El celo sin ciencia,es decir, sin discreción, es poco útil y confrecuencia peligroso, y en el peor de loscasos viene a ser insoportable» (Serm.Cant. 49,5) Por eso, cuanto más fervorosoes el celo de la caridad, tanto más debe serprudente en su ejercicio (IV,229).

-El amor de contrición, finalmente, esforma preciosa de la caridad con Dios.Cuando alguien ama a Dios con un amorrealmente profundo, se duele mucho cuan-do de algún modo le ofende. Así San Pe-dro: «saliendo fuera, lloró amargamente»(Mt 26,75). A este propósito, advierte San-to Tomás que el dolor de haber ofendido a

Dios debe durar toda la vida, pues aquel queama de verdad recuerda siempre con dolorhaber ofendido al amado (STh III, 84,8). Asíel salmista: «yo reconozco mi culpa, tengosiempre presente mi pecado» (50,5).–La caridad con el prójimo

Como sabemos, el amor de la caridad nose dirige sólamente a Dios, sino también, yde modo inseparable, al prójimo. En efec-to, el amor a Dios nos hace amar todo aque-llo que Él ama, todo lo que le pertenece,todo cuanto es reflejo de su infinita bon-dad.

Por eso, «la caridad con que amamos a nuestrohermanos es tan estimble, que a ella se reduce engran parte el lustre y la perfección de nuestrasalmas. Esta estimabilidad, a mi ver, se funda en lagrande estima que Dios ha hecho de ella; yaporque nos ha dado un estrecho y riguroso pre-cepto ; ya porque nos ha dado el dicho preceptoen tiempos con expresiones muy singulares; y yatambién porque nos lo dió en tiempo muy memo-rable para nosotros».IV,297

Este amor de la caridad hacia los próji-mos no se basa en lazos familiares, ni en lasimpatía, ni tampoco en los dones natura-les que puedan resplandecer en la personaamada. Este amor es de caridad, precisa-mente, porque tiene su origen en el mismoamor de Dios. En este sentido, no se amaal prójimo por sí mismo, ni tampoco porsus dotes naturales, sino por amor y respe-to de Dios. Por eso hemos de decir quenuestro amor tiene la calidad del verdaderoamor de caridad cuando amamos en Dios, porDios y para Dios.IV,298

Es ésta una doctrina clásica, que hallamos, porejemplo, en San Gregorio, según el cual nadie debepensar sin más que su amor a alguien es amor decaridad, ya que si no le ama en relación a Dios,aunque crea tenerle caridad, en realidad no se latiene (Hom. 38,11 Ev. Mt. 22,1-14).

El precepto del amor al prójimo es desuma importancia, pues el Señor nos lo dacomo substancia de toda la ley, como sín-tesis de cuanto enseñaron los profetas, y

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compendio de toda perfección: «ésta es laLey y los Profetas» (Mt 7,12). En esta ca-ridad reconocerán que somos discípulos deCristo (Jn 13,35).

«Pues si este precepto es el principal, dequien todos los otros toman la fuerza deobligar, conviene decir que entre todos lospreceptos sea el más estrecho que Dioshaya impuesto».IV,299

El que no ama a su prójimo, dice San Agustín,no sólamente queda herido por una culpa grave,sino que pone también en su corazón la raíz detodos los pecados (Trat. Ev. Ioan. 5,4). De ahí sesigue que el hombre que está destituido de la cari-dad no es capaz de hacer ninguna obra santa,meritoria de vida eterna. Aunque dé su haciendaa los pobres, aunque traslade los montes con sufe, haga lo que hiciere: sin caridad, nada le apro-vecha (1Cor 13,1-3).

–Por lo demás, el amor espiritual esmás profundo que el amor sensible. Lasensibilidad se complace en el bien sensi-ble captado, mientras que en aquél es la vo-luntad la que se adhiere al bien captado porel entendimiento. Por eso la unión que elamor produce siempre no siempre es físi-ca, pero siempre es espiritual. El amado,ausente o presente, está siempre en el co-razón del amante (Flp 1,7), como tambiénel amante está en el amado, pues hace su-yas todas las cosas de éste. Y es así comose dice del amor de la caridad que es ínti-mo.

–Los bienes espirituales deben ser pre-feridos a los bienes corporales. Así lo re-cuerda Santo Tomás, que da tres razonespara ello. El don espiritual siempre es másvalioso que el don corporal. El alma, querecibe el don espiritual, es más noble queel cuerpo. Las mismas acciones, por las quese transmite el don, son más nobles que lasacciones corporales (STh II-II, 32,3). Nin-gún sacrificio es a Dios tan grato, dice SanGregorio, como atender con celo verdade-ro la salvación de las almas (Hom. 12,30 inEz.).

–La corrección fraterna, por ejemplo, esun acto de caridad espiritual, que en oca-siones puede ser obligación grave, pues tra-ta de remediar los pecados del prójimo. Esosí, para ser eficaz debe ejercitarse con dul-zura, en el momento oportuno, empleandolos medios más adecuados al efectodeseado.IV,365

Avisos al Director espiritualEl Director ha de intentar en primer lu-

gar que sus discípulos sean hombres de fe,y debe cuidar de formar juicios falsos res-pecto de cómo se hallan ellos en la fe. Tam-bién debe verificar si tienen tentacionessobre la fe, y ellas pueden sufrirse por cul-pa propia.

Téngase en cuenta, en todo caso, que «hay per-sonas buenas deseosas de su perfección, en quie-nes permite Dios tentaciones vehementes contrala fe; pero no por otro fin, sino para fortalecerlasmás en la misma virtud de la fe. Porque así comoun castillo se fortifica más, y se procura hacerloinconquistable por aquella parte que es acometidode sus enemigos; así las almas buenas en aquellavirtud en que son más combatidas de los demo-nios, vienen a hacerse más fuertes y robustas porla valerosa resistencia que hacen a los asaltos desus adversarios».IV,55

Es también función principal del Direc-tor animar a los dirigidos en la esperan-za, ayudándoles a superar desconfianzas,pusilanimidades y desfallecimientos, cons-ciente de que si enflaquece la esperanza,se debilita también el amor.IV,122-124

Y como muchas veces el desánimo pro-viene de los pecados, debe animar a losdescípulos a mantener siempre viva la con-fianza en la misericordia de Dios. «Mas por-que este horror indiscreto de los pecados,y este temor demasiado, del que nace ladesconfianza y tal vez la desesperación,puede tener origen de diversas causas: estoes de la aprehensión o de los pecados pasa-dos, o de las culpas presentes, o de la in-constancia de la voluntad que recae en los

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mismos defectos, o de los males que nosamenazan en lo venidero; por eso debe elDirector en todos estos casos tener prontoel remedio para animar a la persona sobra-damente atemorizada».IV,127

En lo referente a la caridad, el Directordebe saber distinguir bien en el corazón deldiscípulo la substancia de esa virtud excel-sa, que inclina con fuerza la voluntad haciaDios, y los aspectos meramente acciden-tales de la misma, como puede ser los sen-timientos de dulzura, que pueden acompa-ñar la inclinación de la voluntad, pero que aveces faltan. En este sentido, la caridad semide ante todo no por los muchos senti-mientos, sino por el mucho obrar y muchopadecer por amor de Dios.IV,214

«Si me preguntares cómo se adquiere este amor;digo que con determinarse la persona a “obrar ypadecer” por Dios; y en efecto, hacerlo después,cuando se ofrezca la ocasión» (cf. Sta. Teresa,Fundaciones 5,3).IV, 214

El amor al Señor llega a su perfeccióncuando «la persona espiritual llega a car-garse graves fatigas por Dios, sin sentirsu peso, y a emprender obras dificultosas,sin sentir su incomodidad; antes el mismopeso, el mismo trabajo a que se sujeta porDios, le es deleitable: entonces el amor hallegado a grado más perfecto».IV,216

Y llegado el cristiano a esta caridad per-fecta, ha alcanzado la meta del camino dela perfección evangélica.

Indice

Introducción, 2Juan Bautista Scaramelli, S. J. - Sus es-

critos - Los Directorios - Situación histó-rica - Jansenismo y quietismo - Reaccio-nes de la Iglesia - La presente edición

Medios comunes para la perfeccióncristiana, 5

Medios comunes - El deseo de perfec-ción - La conformidad con la voluntad deDios - La dirección espiritual - La lecturaespiritual - La oración y presencia de Dios- La penitencia sacramental - El examen deconciencia - La eucaristía - La devoción ala Santísima Virgen María

Obstáculos para la perfección cristia-na, 18

Las pasiones desordenadas y no mortifi-cadas - El amor a las riquezas - Lasimpugnaciones de los demonios - Los es-crúpulos - Avisos al Director espiritual

Las virtudes morales, disposicionespróximas a la perfección, 23

La prudencia - La justicia - La fortaleza -La templanza - Avisos al Director espiri-tual

Virtudes teologales, perfección esencialcristiana, 33

La fe - La esperanza - La caridad - Avisosal Director espiritual