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EL CONCEPTO FALANGISTA DEL ESTADO Creo que puede ser de alguna utilidad el exponer, siquiera sea con la limitación que mi capacidad y pre- paración imponen, las características fundamentales del concepto del Estado, conforme a la doctrina de la- Falange y según lo escrito y hablado por quienes tienen títulos para interpretarla y definirla. Porque, puesto a reflexionar sobre este concepto, confieso que alguna vez me ha llegado a asaltar la duda de si estarían fundados los reproches que al mismo se dirigían; esto es, si nos habríamos desviado de la ruta originaria y no ha- bríamos podido o sabido convertir en realidad la idea que del listado tenía la Falange. Pero ahin- cando un poco más en la reflexión, bien pronto las dudas se disiparon y la tranquilidad volvió a mi espí- ritu, porque comprendí que esas críticas eran injustas y nacían las más de las veces de la malevolencia o del error. Si alguien ha dicho que para juzgar de la Cons- titución de un pueblo es preciso conocer la constítu*- ción de aquel que la ha escrito, ahora nosotros podría- mos decir que la bondad y la justicia de la doctrina de la Falange habría que juzgarlas a través de la manera 355.

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EL CONCEPTO FALANGISTADEL ESTADO

Creo que puede ser de alguna utilidad el exponer,siquiera sea con la limitación que mi capacidad y pre-paración imponen, las características fundamentalesdel concepto del Estado, conforme a la doctrina de la-Falange y según lo escrito y hablado por quienes tienentítulos para interpretarla y definirla. Porque, puesto areflexionar sobre este concepto, confieso que alguna vezme ha llegado a asaltar la duda de si estarían fundadoslos reproches que al mismo se dirigían; esto es, si noshabríamos desviado de la ruta originaria y no ha-bríamos podido o sabido convertir en realidad laidea que del listado tenía la Falange. Pero ahin-cando un poco más en la reflexión, bien pronto lasdudas se disiparon y la tranquilidad volvió a mi espí-ritu, porque comprendí que esas críticas eran injustasy nacían las más de las veces de la malevolencia o delerror. Si alguien ha dicho que para juzgar de la Cons-titución de un pueblo es preciso conocer la constítu*-ción de aquel que la ha escrito, ahora nosotros podría-mos decir que la bondad y la justicia de la doctrina dela Falange habría que juzgarlas a través de la manera

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KAIMÜNBO FERNÁNDEZ CUESTA

de sentir y de pensar de aquel que la fundara y fijarasus puntos de partida, y de aquel que después ha hechoposible su desarrollo y realización, merced a la sabi-duría y al prestigio de su caudillaje, y está fuera deduda, está fuera de toda discusión, que ni el uno ni elotro han querido nunca dar a España un Estado ab-sorbente, tiránico, despótico, ni menos panteísta. Poreso, repito, he estimado que al escribir este trabajo po-día contribuir, en la medida de mis fuerzas, a prestaralgún servicio a la Causa que nos une y defendemos.

El 18 de julio de 1936 España emprendió la inmen-sa tarea de desmontar pieza a pieza el sistema po-lítico entonces existente, construido con los elemen-tos más opuestos al alma nacional y a la dignidad delhombre. A fuerza de sangre y heroísmo, en tres añosde lucha, la juventud española guiada por Franco,hizo saltar en mil pedazos aquella monstruosa maqui-naria estatal; pero al hacerlo contrajo la obligaciónineludible de sustituirla por otra de características to-talmente diferentes, las cuales estaban contenidas enlos puntos programáticos de la Falange, los cuales, ensu esencia, empalmaban con las profundas raíces de latradición política española, renovándola y proyectán-dola hacia el futuro. Si su conocimiento es necesariopara todo español, su explicación y propaganda son im-perativo inexcusable para aquel que por una u otra ra-zón tenga medios de hacerlo. Porque hoy día, la polí-tica ha dejado de ser una mezquina preocupación degrupo o de partido, para recobrar, en sentido de crea-ción y dirección de una comunidad humana, el másalto valor filosófico. Hoy día la política debe asentar-se sobre el destino común de una generación y, porello, todo lo político le afecta directamente. Mucho im-

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porta la preparación científica y técnica de cada unode nosotros en nuestras respectivas profesiones, perocorno el Estado no es sólo el gerente de una empresagigantesca, sino el realizador del destino de un pue-blo, tanto o más que esa preparación, importa llevarbien metidos en el alma y en el cerebro el sentido yla idea de ese destino. Pero es que, además, la Falan-ge no lia nacido ni del capricho, ni del azar, ni de unatravesura política, ni de una ambición personal. Sunacer obedece, de una parte, a una serie de razonespolémicas frente a las realidades político-sociales (libe-ral, marxista, separatista) que la rodeaban, con lascuales chocó y a las que tuvo que vencer., y de otra auna serie de verdades y de principios que constituyenel nervio de su doctrina. En ésta hay que distinguirlo que es sustancial, de lo que es adjetivo, Ib que in-tegra su ser, de lo que es puro trámite, y si el trámitepuede cambiar sin profundo quebranto, la sustancia esintangible, so pena de fraude o de mixtificación. LaFalange, para todos aquellos que la han vivido, porencima del tópico y la circunstancia del momento, esun sistema político vivo, ágil y dinámico, que ha reco-gido del pasado aquellas realidades sociales que me-recían conservarse y aquellos hechos con vitalidad sufi-ciente para quedar incorporados a la historia.

En ese sistema existen unos valores fundamenta-les, como decimos, que constituyen su esencia; ellosy no las fórmulas, son lo importante, y ellos quizápuedan servir de puente de enlace entre el mundo cuyavigencia está terminando y aquel otro que inevitable-mente ha de nacer, para proyectar sobre él su sen-tido español y cristiano, en tales términos que des-

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pierten en las futuras generaciones la admiración por elgenio de España.

Pues bien, precisamente entre esos valores que laFalange ha rescatado de quien los había deformado ovaciado de contenido, para darles un sentido nacionaly un calor de humanidad que antes no tenían, figurael que va a ser objeto de estas líneas: el Estado. Aiexponerlo me he de atener —otra cosa sería traición,oportunismo o cobardía— a la más pura ortodoxia fa-langista, a nuestros viejos y queridos textos fundacio-nales, aun a trueque de parecer obvio e inorportuno;pero también he de tratar de hacerlo con el estilo quecorresponde a un expositor cuya línea mental y de ex-presión ha procurado ajustarse siempre a la sobriedadde lenguaje y a la precisión de concepto. No están lostiempos para frivolidades literarias, ni lirismos exa-gerados. Son tiempos duros los que vivimos, en los quecada uno de nosotros hemos de contribuir con nuestrosactos a la tarea colectiva de que formamos parte. Poreso aspiro' a presentar una síntesis escueta, descarna-da, empleando las palabras estrictamente necesariaspara dejar al aire la anatomía de unos conceptos, evi-tando queden ocultos entre la hojarasca de una exce-siva literatura.

II

La:Europa medieval se basaba en una concepciónteológica del mundo y de la vida. Papa y Emperador,de Dios . recibían el poder, y el Emperador direc-tamente, ¡según afirmaban los gibelinos, o a través delPapa, según sostenían los güelfos. Cuando el hombre

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se independiza de toda norma superior, cuando'se des-entiende de lo sobrenatural y lo dogmático, entoncesbusca su apoyo, para lo individual, en la razón huma-na, y para lo colectivo, en el Estado; mas no' en elEstado-imperio, .sino en aquel Estado-nación que sur-ge al fraccionarse la unidad civil de Europa, lo mis-mo que se había fraccionado la unidad religiosa. Peroel Estado, lo que hoy llamarnos Estado, es una crea-ción europea y moderna. Su nombre empieza a usarsepoco antes de Maquiavelo para designar aquellas for-maciones políticas que habían surgido en la Europadel Renacimiento. Grecia, Roma, la Edad Media, es-taban asentadas sobre organizaciones políticas, que nien lo externo ni en lo interno tenían ninguna de lascaracterísticas de lo que hoy llamamos Estado. Enellas, especialmente en el Imperio Romano y en el Im-perio medieval, existía un grupo central que detentabael poder de manera única y lo irradiaba a los otrospaíses que formaban el Imperio, sin que ninguno deellos fuera soberano. La polis, la urbe, la cívitas, elimperio, eran palabras perfectamente conocidas en la.terminología política antigua y media, no así la deEstado.

Ahora bien, ¿cómo surgen estas formaciones polí-ticas, y cuáles son las causas que determinan su na-cimiento? De entre la maraña de poderes, jurisdiceio-

' nes, grupos y fuerzas sociales que integran el feuda-lismo, bien pronto adquiere un relieve destacado y unasingular preeminencia la Monarquía, hasta llegar elmomento en que se hace superior, se impone y absorbea los demás, rompiéndose entonces el equilibrio queexistía entre estos poderes entre sí y con el pueblo.Cuando este equilibrio se rompe, es cuando realmente

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aparece la primera manifestación de lo que hoy lla-mamos Estado.

Este, y no descubro nada nuevo, estaba determi-nado en su esencia y contenido por dos elementos fun-damentales: un Ejército permanente y una organiza-ción burocrática; pero, sobre todo, por una fuerzanueva que había de traer incalculables consecuencias.Me refiero al capitalismo.

En efecto, al resultar las formaciones territorialesexistentes incapaces e insuficientes para contener lasnuevas formas del capitalismo naciente y penetrar enagrupaciones territoriales más amplias, éstas se vieronobligadas a transformarse, toda vez que ese capitalis-mo necesitaba una organización que le defendiera ehiciera posible su desarrollo. Es decir, que esas agru-paciones territoriales cambian de finalidad política yadquieren una unidad interna y una diferenciación ex-terna absolutamente precisas para la vida del capita-lismo. Pero aún hay que tener en cuenta otra razón alhablar del nacimiento de la idea del Estado moderno,y es que estas formaciones se hacen soberanas y tie-nen que coexistir con otras que igualmente lo son,cosa que no sucedía en la Edad Media, en la que,como sabemos, sólo existía una relación de vasallajey una escala jerárquica que llegaba hasta el Empe-rador. De aquí una importante consecuencia, que hacontinuado hasta nuestros días: la necesidad de man-tener el equilibrio político entre esos poderes sobera-nos, y de aquí también un concepto de unidad europea,derivado del carácter unitario del Imperio que se frac-cionó. Ahora bien, como precisamente la aparición dela idea del Estado soberano coincide con la irrupcióny valoración política del individuo, se plantea, de ma-

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ñera inevitable, el problema de conciliar el poder so-berano que el Estado representa con el individuo y sulibertad.

Para solucionarlo, después de varios tanteos y ex-pedientes, se acude, en última instancia, a la famosa yconocida teoría del Contrato social, en la cual, sobretodo a partir de Rousseau, palpita algo mucho másprofundo y decisivo que el aspecto jurídico y formal,algo, que entraña una revolución tan honda y durade-ra, que dio al traste con el mundo de ideas entoncesconocidas y ha llegado hasta nuestros días. El volun-tarismo como fuerza política decisiva. Desde este mo-mento, ya riada es permanente y todo está sujeto a re-visión. Con esta fuerza, a la vez disolvente y construc-tiva, se quiere dar fundamento espiritual a cualquierforma de Estado. Todas se admiten, pero todas vivende precario y sin dignidad. Todas dependen exclusi-vamente de la voluntad general del pueblo, que laspuede confirmar o revocar cuando quiera. El Estadoha perdido uno de sus atributos, la Soberanía, y seconvierte en un mero mandatario de la voluntad ge-neral del pueblo, que, a su vez, está movida no por unindividualismo racional, como hasta entonces sucedía,sino por una explosión de lo sentimental, que rompecon el pasado y se abandona a lo instintivo. El Estadoya no se construye sobre los elementos sociales anti-guos, sino sobre la voluntad general de un mero agre-gado de individuos, que son los únicos a los que seconsidera capaces de integrar cualquier comunidadpolítica. El Estado se divorcia ele la organización so-cial, que se hace privada, y de la económica, que dejaen manos de las nuevas formas capitalistas. El Es-tado se desentiende de toda preocupación social y eco-

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nómica, de todo aquello que la sociedad ha venido de-positando como légamo de la historia en el curso delos siglos. Y, claro es, que, a su vez, la Sociedad, enjusta correspondencia, se desentiende del Estado yadopta una actitud de defensa contra él, iniciándo-se así la pugna entre el Estado y la Sociedad, que latesis schmittiana ha divulgado y puesto de manifiesto.Poco a poco, entre ambos poderes las distancias seagrandan y los recelos aumentan, hasta llegar esta opo-sición al paroxismo, cuando proclama la doctrina libe-ral triunfante que el Estado es un mal necesario, quedebe reducirse ai mínimo, y que la Sociedad tiene susleyes naturales que actúan libremente dentro del planarmónico de la Creación. A partir de la Revoluciónfrancesa, la pugna continúa, salvo momentos de apaci-guamiento o resignación, defendiendo cada uno de losfactores en lucha su posición, representado el Estadopor el Gobierno y la Sociedad por el Parlamento. Conel tiempo, la Sociedad gana poder y ensancha su esferade acción en la misma proporción que disminuye la delEstado, hasta que la pugna termina con el triunfo ab-soluto de uno de los rivales. La Sociedad domina alEstado y el Jefe del Estado lo es por obra y gracia dela Constitución, la cual es producto del Parlamento yéste reflejo de la Sociedad. Vemos, pues, que lo quehabía empezado por ser un sistema de límites, de equi-librio, de defensa de zona, habrá terminado por unaabsorción. Ahora todo pertenece a la Sociedad, nadaescapa a su decisión, pero, como vulgarmente se dice,en el pecado lleva la penitencia, pues huyendo la So-ciedad de la intromisión del Estado, se ha convertidoen éste. Desde el momento en que la Sociedad ha ab-sorbido al Estado y ha penetrado en él, todos los pro-

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blemas sociales, que por la fuerza expansiva de que ha-blamos son todos los de la vida, se han convertido enproblemas estatales, y entonces ha surgido lo que sellama Estado totalitario.

Con arreglo a tal criterio, el Estado totalitario noes otra cosa que la autoorganización de la Sociedad, eltérmino fatal de evolución de un germen que ya estabacontenido en el Estado absoluto. Lo que sucede es quetal interpretación no ha tenido aceptación unánime.Y así hay tratadistas de Derecho público para los quela oposición indicada entre Estado y Sociedad no esúnica. Hay otros factores que intervienen en el acon-tecer histórico. El Estado totalitario no supone tér-mino fatal de evolución, sino una posibilidad entre otrasmuchas. Una realidad surgida a consecuencia de unfenómeno nuevo, la movilización total de hombres yelementos de un país, total no sólo en la extensión, sinoen el contenido, y hecha posible merced a diversos fac-tores: sentimiento nacional, espíritu revolucionario,progreso de la técnica y economías gigantescas. El Es-tado totalitario sería, pues, con arreglo a este criterio,una fase especial de la organización del Estado mo-derno, y estaría matizado según qué factor de los enu-merados predominase en la movilización: Estado fas-cista, Estado nacionalsocialista o Estado comunista,centrados, respectivamente, en la nación, en la comu-nidad-pueblo y en la clase.

Pero aun existen otras razones inmediatas paraexplicar el nacimiento del Estado totalitario, como sonlas guerras totales y la revolución comunista, la cual,al triunfar en Rusia y pretender extenderse al restodel mundo, puso de manifiesto la impotencia del Es-tado liberal para contenerla y, al mismo tiempo, la ne-

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cesidad de emplear métodos de movilización y defensaproporcionados a los de ataque, a la vez que descu-brió la parte de justicia social que pudiera haber enlos argumentos empleados para la propaganda y lanecesidad de tenerlos en cuenta.

Es decir, que desde Maquiavelo a Rousseau ydesde éste a nuestros días, el concepto del Estadomoderno lia ido evolucionando a través de diferentesetapas: soberanía estatal, unitaria e ilimitada. Armo-nía del Estado soberano con la comunidad moral queaun era Europa. Armonía, también, del Estado con lalibertad individual, mediante el contrato social, y queconduce a la soberanía popular. Lucha de la Sociedady el Estado. Movilización total. Gran Potencia. Esta-do totalitario.

Pero dejando aparte el juicio valorativo que puedamerecer el Estado totalitario, vamos a examinar ahoralas características del nuestro, del Estado español,examen que nos permitirá comprender mejor la ori-ginalidad de la posición española dentro del panora-ma mundial y respecto al llamado Estado moderno,así como las posibilidades de aportación personal ycreadora al sistema político futuro hacia el cual elmundo tiende sus miradas con afanes de adivinacióny acierto.

III

Desde el nacimiento de la idea del Estado moder-no, los juristas españoles vieron con claridad el pro-blema que se planteaba; si, de una parte, el Estadonecesitaba de la soberanía y de un poder libre, paramantener unida la Sociedad y evitar su desmorona-

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miento, de otra, esa soberanía podía chocar con los va-lores humanos creados por el catolicismo, De aquí lanecesidad de armonizar una y otros, dentro de un or-den superior de justicia y moral, y a la tarea se pusie-ron con decisión y prudencia, terminando por crearuna doctrina jurídico-política y un concepto del Esta-do típicamente españoles.

En la lucha entre el individuo y el Estado, la doc-trina individualista considera que el individuo es unbien y el Estado un mal. Esta concepción, si puede te-ner justificación cuando el Estado es despótico, teóri-camente es inconsistente, por cuanto el hombre fueradel Estado no puede desenvolver esa actividad indi-vidual de que tanto blasona. La persona es la másconcreta creación del orden social y aislada nada vale.

Pero en la tesis opuesta, en la teoría estatal, el in-dividuo no es un ente real, sino un momento del pro-ceso dialéctico del Estado. Sólo en el Estado el indi-viduo tiene realidad. El hombre es hombre en cuantoes ciudadano, y no viceversa. Ambas teorías, al ne-gar la armonía entre el individuo y el Estado, no ha-cen sino exasperar la oposición entre ambos términos,cuando lo lógico será reconocer la realidad de ellos,examinar su naturaleza y buscar un criterio que per-mita establecer una relación acertada entre la auto-ridad y la libertad. La doctrina liberal busca tal crite-rio en los derechos del individuo, mientras la tendenciaestatal lo busca en el derecho del Estado. En la pri-mera, el individuo pone un freno a la actividad delEstado. En la segunda, el Estado limita la actividaddel individuo. Olvidando ambas que ío mismo el indi-viduo que el Estado son, en definitiva, voluntades hu-manas, y, por serlo, no pueden tener un poder ilimi-

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taclo y arbitrario, sino subordinado a las leyes de laEtica. Las limitaciones que tienen en su esfera de ac-ción el individuo y el Estado, no surgen de una opo-sición recíproca de los términos, sino de la subordina-ción de los dos a los principios superiores de Moral yde Justicia.

Y esto nos lleva de la mano a tratar de otro pro-blema, respecto del cual la doctrina española tiene tam-bién adoptada su posición y declarado su pensamiento.Nos referimos a las relaciones entre la Etica y el Es-tado. En este problema caben cuatro soluciones:i.a Negación de la Etica del Estado. Es simplementela negación de todo orden moral, como sucede con elmaterialismo histórico, que considera la eticidad algoinconsistente, ilusorio y falso, que deforma y oculta laverdadera naturaleza social, exclusivamente económi-ca. 2.a Subordinación de la Etica al Estado. No niegala Moral, pero la concibe tan sólo desde el plano de laPolítica. La Etica se identifica con el éxito. El triunfoconvalida los medios. Es la teoría de la razón de Es-tado, simbolizada en la consigna que al Príncipe dabaMaquiavelo, al decirle: "... debe mantener el Estado;los medios serán siempre juzgados honorables y elogia-dos...". 3.a Identificación de la Etica y el Estado. Nie-ga toda posibilidad de antítesis entre las dos normas,la de la Moral y la del Estado, por la sencilla razón deque no existe para ella más que una. Fuera del Estado,el individuo es pura abstracción y, por tanto, su morallo es igualmente. 4.a Subordinación del Estado a laMoral. El Estado ético es aquel que inspira su actua-ción en los principios de la Etica cristiana, toda vezque la actividad del Estado, como humana que es, debe

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quedar subordinada a las leyes de la Moral y de laJusticia.

Pues bien, el Estado español? tradicionalmente, hasido un Estado ético, no en el sentido de ser fuente detoda moral pública y privada, sino en el cristiano desumisión, como el ¡hombre, a una norma superior deEtica. Y el Estado español ha representado una po-sición opuesta a la de la simple razón de Estado, bus-cando su justificación en motivos superiores a la meravoluntad de existir y conservarse. Por eso, mientrasel Estado liberal tuvo que acudir a la ficción jurídicade la autolimitación de su soberanía, el Estado español,desde muchos siglos antes, se sometió voluntariamen-te a la verdad de unos principios superiores, a los quequedaban subordinados desde el Emperador al últimosubdito.

La Falange, fiel continuadora de esa línea tradi-cional, en el punto 6." de su programa, declara que elEstado es un instrumento al servicio de la integridadde la Patria. Es decir, que el Estado, según la Falange,se explica en cuanto sirve para este fin superior de ser-vicio a la integridad de la Patria, entendiendo el con-cepto en los términos que luego se explicarán.

Este carácter instrumental del concepto del Esta-do, no sólo se reconoce en el punto ó.° del programa,sino que desde los días fundacionales aparece ya reco-gido y explicado en los principales escritos y discur-sos de José Antonio y de los propagandistas más au-torizados de la doctrina. Por eso ahora, sin audacias nipresunciones de descubridor, me limito a insistir sobre

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él para hacer resaltar su genealogía falangista, su es-tirpe, su solera y su abolengo.

En la definición del Estado según el punto 6.° delprograma, palpitan dos ideas fundamentales: la ideade Servicio y la integridad de la Patria. Examiné-moslas por separado. La idea de servicio es consustan-cial con el ser de España y empalma con la más au-téntica línea española y cristiana, con la de nuestrosmejores días de Imperio, con aquellos en los que Es-paña en lugar de adoptar una cómoda actitud de con-formismo y de resignación, lucha con media Europapor mantener la unidad del dogma y por servir unosvalores superiores. Toda la obra universal de España sebasa en servir. Servir a un fin superior, es el mó-vil político de los españoles cuando recorren el mun-do y el que, en definitiva, modeló stt manera de ser.Pues bien, la Falange ha revalidado esta idea y al in-filtrarla en los principales conceptos políticos de su doc-trina, ha cambiado su esencia y su fin, revolucionán-dolos. Así ocurre con el Estado. Para la Falange, elEstado no es un mal inevitable, ni una armadura ju-rídica perfecta, ni el Leviathan poderoso que todo lodomina. El Estado es un medio para servir a un fin.Servir no sólo a las preocupaciones materiales de losespañoles, sino, sobre todo, y esto sí que es importan-te, al destino total de España, aixnque a veces para ellotenga que colocar a los españoles en trance de angus-tiosa preocupación; mas los españoles, si son dignosde serlo, preferirían mil veces la angustia con digni-dad, a la esplendidez con la conciencia murmurante.

De esta idea de servicio se derivan importantísi-mas consecuencias que conviene examinar. En primerlugar, el Estado montado sobre la idea de servicio es

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incompatible con la concepción individualista de lavida, que carece de todo espíritu de colaboracióny de solidaridad humanas, de todo espíritu de sa-crificio, ambición histórica, incluso riesgo físico. Enesta concepción individualista, el hombre se encierraen la cámara acorazada de sus egoísmos, se consti-tuye en un mundo aparte y no tiene más conexión conel Estado que la de ciertas prestaciones que le hace, acambio de ser protegido en su integridad física y en suhacienda, las únicas ambiciones de su existencia. Puesbien, resulta, que a un Estado que se funda en esta ideade servicio, más que de los fines particulares de lossuperiores de España, en esta idea tan enraizada enla ortodoxia católica que a un Estado que no admitela posibilidad de un bien particular desproporcionadoo incompatible con el bien común, a este Estado se lellama Estado Panteísta, cuando para serlo sería pre-ciso, como es bien sabido, que hubiera una fusión dela substancia individual con la estatal, o una sustitu-ción de la intelectualidad humana por la del Estado,cosas que ninguna de las dos suceden.

Pero, además, si el Estado ha de cumplir su misiónde ser el realizador del destino histórico de España y decrear aquellas instituciones donde se pueda obtener elmáximo rendimiento vital de los españoles, claro estáque lo primero que hace falta es que conozca ese des-tino y, sobre todo, la realidad en que se apoya. Yesta realidad nos enseña que no cumplirá su misiónel Estado que pretenda la vuelta al statu quo anterior.Si alguien lo intentara, fracasaría con estrépito.Como han de fracasar todos aquellos que, por creerque las revoluciones nacionales posteriores a la gue-rra de 1918 tienen como única finalidad la de salvar

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intereses particulares, una vez pasado el riesgo, pre-tenden desvirtuar el sentido originario de tales movi-mientos, provocando con ello, de conseguirlo, su fra-caso, a la vez que la pérdida de las mismas posicio-nes que habían conseguido o conservado. La realidadnos dice que el final de esta guerra ha de coincidir, éonel término de la revolución mundial que vivimos ycon el nacimiento de un Orden nuevo, que no está ads-crito al triunfo de este o de aquel beligerante, sinoexclusivamente al término de la contienda bélica;Orden al que hemos de dedicar nuestro esfuerzo,no con una finalidad puramente egoísta, sino paraabrir cauces nuevos por donde discurran las fuerzaspolíticas económicas y sociales del futuro, y no em-peñándonos en mantenerlas encerradas en los caucesantiguos. • Es decir, el Estado no cumplirá realmentesu misión de servir al destino histórico de España,sino cuando se dé cuenta de que debe abordar todosesos problemas, con espíritu revolucionario, constructi-vo y no estático o de reacción. Por eso, a los que tienencomo único programa la vuelta a la normalidad, cabríapreguntarles: ¿ qué es eso 'de la normalidad ? Porque sila normalidad representa el retorno a la situación queexistía en el momento de iniciarse el Movimiento re-volucionario, realmente entonces sobraban él Movi-miento y la revolución. Si el mundo hubiese vuelto a lanormalidad después de cada una de las convulsioneshistóricas que ha sufrido, estaríamos aún en la norma-lidad primitiva, es decir en la normalidad de la caver-na. La normalidad no se puede considerar como un con-cepto absoluto, sino relativo. Lo que era normal ayerno lo es hoy. De modo que la normalidad solamente lapodemos admitir en el sentido de que ningún pueblo, ni

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ningún país puede vivir sin sujeción a un sistema, a unorden, a unas normas. Pero estas normas no puedenser las anteriores5 porque no hay nada más absurdoque pretender explicar un sistema político, precisamen-te por los principios y conceptos del orden que ha ve-nido a sustituir.

De los dos valores que fundamentalmente hanvenido informando las construcciones políticas moder-nas -—lo social y lo nacional—-, éste, a juicio de muchos,en el futuro que se avecina, está en trance de pérdida odisminución, y, en cambio, el primero, de aumentarpujanza, brío y universalidad. Por encima de las fron-teras •—dicen los que así piensan— pasarán las inquie-tudes sociales con fuerza avasalladora y serán la palan-ca política de la humanidad; en cambio, agregan, laNación como principio de actuación política, ha de per-der eficacia.

Lo que es indudable, a nuestro juicio, es que parasalvar aquellas instituciones del siglo xix, que esténen crisis y merezcan salvarse, no basta hacer de ellasuna defensa pasiva, ni querer mantener conceptoscaducos de las mismas, sino que hay que revisarlas ydarlas nueva interpretación. Es preciso que todos los ob-jetivos contra los que se dirige la revolución mundial,especialmente los económicos y nacionales, salgan de eseOrden nuevo de que hablamos completamente remoza-dos y con vigencia, al menos, para una generación. Así,por ejemplo, para que la nación continúe siendo un ele-mento informante de las construcciones políticas futu-ras, : quizás no pueda mantenerse encerrada dentro delos límites conceptuales que hoy tiene, y haya de con-figurarse de manera diferente. ¿No podrán ser esasconfiguraciones bloques afines determinados por una

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comunidad de destino, de lengua, religión, etc.? Loque podernos asegurar es que, aun cuando este elemen-to nacional debe mantenerse y subsistir, con los cam-bios que se quieran, lo social cada día ha de tener ma-yor poder de sugestión. Y nótese que escribimos lo so-cial, no lo proletario; esto es, que las preocupacionessociales han de ir ganando cada día más anchas zonasde opinión pública y penetrando en más profundas ca-pas de justicia. Hagamos nosotros que todas esas rei-vindicaciones sociales, la técnica, la organización, lamentalidad materialista que es preciso para satisfacer-las, no se salgan del cauce nacional, y, sin merma delos valores morales, espirituales, históricos de Espa-ña, se armonicen con ellos, dentro de un orden y de unasíntesis superior cristiana., en lugar de hacerse incom-patibles.

Otra consecuencia que se deriva de la idea de ser-vicio, es la legitimidad del Estado. El Estado tiene queser legítimo, pero esta legitimidad tiene dos aspectos:objetivo y subjetivo. Objetivamente, un Estado es le-gítimo cuando cumple esa misión de servir a los finessuperiores y de destino de que venimos tratando. Sub-jetivamente, cuando el que gobierna y los que son go-bernados tienen la conciencia de que se presta ese ser-vicio. Al faltar la legitimidad, el Estado se apoya sóloen la fuerza y la coacción material. La legitimidad, porel contrario, proporciona al Estado un carácter de nor-malidad y permanencia, opuesto totalmente a la excep-cionalidad de un régimen de Dictadura.

Cuando en virtud de ese servicio, el Estado creaun orden y unas instituciones que proporcionan la se-guridad jurídica, cuando se salvan los valores tradi-cionales del pueblo, cuando se siente el afán de dar a

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ese pueblo mejores modos de convivencia material ycuando se tiene la autoridad que da la.ejemplarid.ad deconducta y la pureza de propósito, entonces, ¿ qué, dudacabe de que ese Estado y la persona que lo simboliza,están en posesión de la legitimidad más rigurosa y exi-gente? ' .

Pero, además, si hemos dicho que el Estado ¡sirvea un fin, ha de conocer ese fin y tener una organiza-ción adecuada. Para lo primero, ha de inspirarse enuna doctrina, que llegaría a él desde sus fuentes ori-ginarias, a través de un Movimiento, cauce único paraello y para recoger todas las reivindicaciones y aspi-raciones populares.

En cuanto a la organización, naturalmente que con-viene que sea lo más perfecta posible; pero esa orga-nización no es un fin, ni se agota en sí misma, sino unmedio, y en ella han de estar representados los elemen-tos sociales, familia, municipio, sindicato, a través delos cuales el Estado obtendrá el consenso público que enuna u otra forma precisa y que no es más que la exte-riorización del principio de legitimidad. Consensoque no ha de lograrse mediante el voto inorgánico yatómico de multitudes cambiantes e histéricas, sino através de una serie de instituciones formadas de nía-ñera orgánica por las unidades naturales de conviven-cia antes citadas.

Y, por último, si la idea de servicio es fundamentalen el Estado, tal como lo estamos explicando, y en nin-guna Institución se encuentra más arraigada que en elEjército, resulta lógica consecuencia que el espíritu mi-litar sea el que deba caracterizar ese Estado. Espírituque en síntesis significa, cohesión, jerarquía, disciplina,sacrificio, ofrenda de la vida al servicio de la Patria;

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Tratar de amputar estas virtudes es equivocación detremendas consecuencias, porque lleva a todo lo con-trario de lo que se pretende: a un militarismo mezqui-no y egoísta, a un ejército pretoriano, de clase, que na-da tiene que ver ni nada le importan las angustias y do-lores de la Nación. España ha sido siempre un pueblode soldados, en ella han arraigado las más puras vir-tudes militares. Quizás —y valga la interpretación—nuestros clásicos pronunciamientos del siglo xix, nohayan sido otra cosa sino la válvula de escape del her-vor castrense de los españoles, sojuzgado durante mu-chos años por un concepto agarbanzado y domésticode la existencia. Claro, que esto no significa que el Ejér-cito haya de tener una intervención exclusiva y direc-ta en la vida política dp la Nación, pero sí que la vidapolítica ha de estar inspirada en ese sentido y espíritumilitar y que se deben exaltar dichas cualidades mili-tares, no sólo por ser consubstanciales con el genio deEspaña, sino porque tales virtudes son precisas parahacer posible la convivencia social y las transformacio-nes económicas y políticas que propugnamos. Por esocuando se dice que, en definitiva, siempre ha sido unpelotón de soldados el que ha salvado la civilización,más que en el ruido de sus fusiles o en la fuerza físicaque representan, se piensa en el acervo de valores es-pirituales que suponen, los cuales acaban por imponer-se y aniquilar a los adventicios y de disgregación quedestruyen la Patria. Esta idea de servicio obliga enproporción al mando, autoridad o jerarquía que se os-tenta, cuanto más alta sea ésta, más se ha de servir, ocuanto más se sirve, más alto se es. Solamente es dig-no de mandar aquel que busca siempre una norma su-perior a la cual consagrarse y servir, ennobleciéndose

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así. Y ese mando debe orientarse siempre en serviciode la empresa común que determina la unidad y lagrandeza de los españoles.

Examinada la primera idea de las dos que contienela definición del Estado según la Falanges estudiemosahora la segunda, o sea la integridad de la Patria. Y'aquí se plantea un primer problema. Para la Falangelos términos Patria y Nación, ¿son sinónimos? Esti-mamos que la diferencia es más de extensión que de-contenido y substancia. José Antonio hablaba de laNación en general, y de la Patria con referencia a losespañoles; de manera que en una interpretación de ladoctrina joseantoniana, podríamos decir que la Na-ción es un término abstracto, y la Patria un términoconcreto, y en una terminología falangista correcta,cabe hablar de la Nación y de mi Patria .

Pero como es bien sabido, la Falange no admite elconcepto romántico de la Nación, en cuanto significa lavuelta a lo espontáneo, a lo natural y sentimental, yrechaza todo lo que significa esfuerzo humano. La uni-dad de razas, fronteras, idiomas, costumbres, etc., noes la causa, sino el efecto de la Nación, y a ella se llegadespués de vencer obstáculos, mediante el trabajo deunos grupos que se propusieron vencerlos.

La Falange no acepta esa tesis romántica porque laFalange no es romántica. El romanticismo supone unaexaltación rebelde del "yo", y la Falange está monta-da sobre un ordenamiento clásico y una idea de servi-cio hacia un fin común. La Falange no fue arriesgadapor frivolidad, ni porque sí, sino de una manera cons-ciente y necesaria, en cumplimiento de una misión, ydesde su origen adoptó una actitud crítica, que buscódescubrir la realidad de España tal como era, librán-

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dola de' todo el énfasis, el empaque y el engolamientode un patriotismo sentimental y populachero.

Estábamos hartos de gargarismos patrióticos. Du-rante mucho tiempo se creyó que el patriotismo con-sistía en repetir hasta el cansancio los nombres glorio-sos de San Quintín, Otumba y Lepanto. Con ello creía-mos haber cumplido nuestros deberes españoles y queEspaña podía estar satisfecha de nosotros, y con unaexistencia garantizada para muchos arios. No caiga-mos en igual error y convirtamos los nombres, no me-nos gloriosos del Alcázar, Belchite y el Ebro en otrostantos tópicos, en pabellón que cubra la mercancía deun ¡patriotismo retórico' y fácil. Sirvamos a Españanosotros mismos, y no vivamos del servicio que le hanprestado los demás.

Para mantener prieta y tensa la unidad nacional;más'que lo que han hecho nuestros antepasados im-porta lo que hemos de hacer nosotros; tanto o más quela tradición interesa el futuro. En resumen, existe unaNación, cuando un destino histórico, individualizado enlo universal, recae sobre un grupo humano, que parasu realización cuenta con un instrumento,, que es el Es-tado. Lo que sucede es que este destino está situado en-tre lo sobrenatural y lo temporal. El destino sobrenatu-ral lo alcanzamos mediante el catolicismo, para realizarel destino temporal —que es una coexistencia, un com-partir posibilidades en un tiempo y en un espacio—; sies cierto que debemos rendir tributo a los más altos va-lores del espíritu, tampoco podemos desestimar nues-tra cualidad humana. Somos alma y cuerpo, con todaslas sublimidades de la primera y las exigencias del se-gundo/ y mal se pueden atender aquéllas cuando sesiente-en el cuerpo el desgarrón de la'injusticia y de la

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necesidad. Pero ese destino no es algo ilusorio, unfuturo siempre lejano hacia el que marchamos sin al-canzarlo jamás, el destino lo tenemos que ir lograndodiariamente con nuestros actos y nuestras realizacio-nes, inspirados en conceptos daros y en ideas de comunidad.

Hemos de establecer la unidad íntima de nuestraalma y de nuestro cuerpo, pero también la externa connuestro contorno. Sólo cuando comprendamos que na-cer en una Patria no es un azar, sino una dimensiónde nuestro ser, cuando no consideremos la Patria comoel obstáculo para nuestra libertad, sino como el medióde conseguir la política y económica, podremos decirque nos hemos armonizado con nuestro contorno, quees la-Patria.

Ahora bien, la integridad de la Patria, que el Es-tado debe servir, ha de entenderse en un doble senti-do, material y espiritual. No solamente como el trozode-la superficie terrestre que sirve de soporte físico- ala idea de la Patria, sino como aquellos valores huma-nos que han encontrado en España su más alta expre-sión y que se han identificado siempre con su ser. Poreso, también el programa de la Falange nos dice que"la dignidad, la libertad y la integridad del hombre sonvalores eternos e intangibles", pero estos valores y de-rechos están limitados por el puedo-jurídico, el debo-moral y por una serie de obligaciones y misiones so-ciales que son precisas para la convivencia y solidari-dad humanas.

Y así, por ejemplo, la propiedad, mejor dicho, elderecho de propiedad, no es un derecho absoluto, sinouna facultad, un poder que tiene la persona que dispo-ne de ciertas posibilidades económicas para cumplir

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libremente y mejor aquellas obligaciones derivadas pre-cisamente de la posesión de tales medios y de su situa-ción de privilegio. Y así, la libertad, no significa ausen-cia de toda norma y de toda coacción legal, sino quesignifica autonomía interna, facultad de autodetermi-narse a obrar, dentro de los límites jurídicos, moralesy sociales que hemos señalado, y sometiéndose a lasconsecuencias y a la responsabilidad de los propios ac-tos. Y así, la dignidad humana tiene su raíz en la igual-dad del género humano, en la igualdad de los hombres,en general, pero no desconoce, ni es incompatible conla desigualdad individual, porque esa igualdad no essinónimo de identidad, sino de equivalencia.

Vemos5 pues, que para la Falange el Estado no esun sistema, un conjunto de normas jurídicas, desper-sonalizadas, armónica y jerárquicamente enlazadashasta llegar a la superior, Constitución —Estado libe-ral de derecho—, ni es la divinización de una clase, co-munismo, ni la exaltación vital de un individuo —dic-tadura personal—, sino que es un instrumento paravServir un fin: la integridad de la Patria, entendiendoel servicio, la integridad y la Patria de la manera quehemos explicado.

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Con la claridad y precisión que me ha sido posible,he tratado de uno de los puntos de la doctrina de laFalange, precisamente de aquel sobre el que con másreiteración ha recaído la malevolencia o el error. Y alhacerlo tengo la ilusión de contribuir en algo a su es-clarecimiento y, sobre todo, a demostrar que tenemos

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un sistema político y un concepto del Estado comple-tamente propios y originales, que nada tienen que vercon ese panteísmo estatal tan manoseado, tan traídoy tan llevado.

Pero estas ideas no basta sentirlas y comprender-las, hace falta también defenderlas, y no sólo se de-fienden con las armas en la mano, como ya la Falangelo hizo en la ocasión de nuestra guerra, sino que hayotros estadios en el acontecer histórico en los que serequiere también decisión y coraje para evitar que sefalsifique una doctrina y se malogre una victoria quetantos sacrificios han costado. Porque hoy, al cabo delos años de propaganda y lucha, aun tienen vigencialas palabras que José Antonio escribiera en noviembrede 1936 y que encerraban, a la vez, un anhelo y undolor: "Me asombra —decía— que al cabo de tresaños la inmensa mayoría de nuestros compatriotas per-sistan en juzgarnos sin haber, ni por asomo, empezadoa entendernos, ni aceptado la más mínima informa-ción." Pues bien, no al cabo de los tres, sino de losdiez, hay muchísimos españoles que todavía nos siguenignorando o se empeñan en catalogarnos caprichosa-mente, y tenemos que esforzarnos en justificar nuestraexistencia, en hacernos perdonar el pecado de vivir,como si sobre nosotros pesara una maldición, y en ex-plicar lo que somos y lo que queremos, cuando deberíabastar decir que somos falangistas para ser entendi-dos y respetados, porque tenemos conciencia de la ori-ginalidad, independencia y sustantividad de nuestradoctrina política y nada tenemos que ver con los altosy los bajos de los barómetros internacionales.

Sin propósito de agresividad, ni afanes de polémi-ca, sin que esto represente disculpa para todos los

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posibles errores, pero sí de explicación para granparte de ellos, debemos recordar que nuestras razonesy nuestros argumentos han servido a muchos para le-vantar a su amparo un edificio que cobije sus interesespersonales o sus secretos designios políticos; a otros,para hacerlos inoperantes por estar en desacuerdo consus propias conductas, y a otros, en fin, para pagar lagenerosidad que la Falange ha tenido de admitirlos den-tro de ella, con la moneda del descrédito deliberadodesde sus mismas posiciones de privilegio, atribuyén-dola con pródiga generosidad todos los errores y rega-teándola con tacaña avaricia el más pequeño éxito. Noinvocamos el monopolio del patriotismo para reclamarel monopolio de los puestos, pero sí el que se tenganen cuenta los servicios pasados, los presentes y nuestraresuelta voluntad de realizar los futuros y, sobre todo,que no se olvide por qué la Falange nació a la vida pú-blica. Nació por la incapacidad de unos grupos políti-cos para sacar a España del abismo al que la habíanllevado otros, por la ineficacia de sus métodos, por laparvedad de sus soluciones, por querer hacer del Es-tado, no un instrumento para servir a España, sino uninstrumento para servirse de ella. Con trescientos dipu-tados, la máxima ambición nacional de aquellos días,se quería sostener el Estado que se venía abajo. ¡ Men-guada solución y menguado remedio para la honduradel caso! Las más puras virtudes españolas estabanadormecidas; por las ramas del árbol de la hispanidadno corría la savia de la auténtica selección; de lo popu-lar habíamos pasado a lo demagógico y plebeyo; delcoturno imperial a la zapatilla doméstica; del señor, es-clavo de sus deberes, al señorito vago y ocioso; del ar-

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fesano, que deja en cada una de sus obras un poco desu alma, al obrero desarraigado de las grandes urbes;un sopor caliginoso, preludio de tormenta, entorpecíalos músculos y el cerebro de muchos españoles, que ensu egoísmo no aspiraban más que a seguir sesteandoa • la sombra del árbol de su comodidad o del ordenmaterial que a ellos les convenía, olvidando que ha-bía otros muchos a quienes el agua que bebían sóloa sal o'a podredumbre podía'haberles. Con un patrio-tismo de oropel y percalina, con un tradicionalismo es-tancado y con una justicia social integrada por lasmigajas del festín, se pretendía contener a la fuerzacósmica del pueblo y a la avalancha que del exteriorvenía amenazando a España. Fue preciso que brillaseel relámpago de la tragedia para que todas esas virtu-des que estaban soterradas, aflorasen de nuevo a lasuperficie por obra de esa juventud que, cansada demoverse entre el tedio y el rencor, quería ser, a la vez,renovadora y tradicional.

La Falange quería entonces, y sigue queriendo hoy,un Estado que sea instrumento superador de todas lasvisiones partidistas y parciales, el realizador de la uni-dad nacional, en su triple aspecto de los hombres, lastierras y las clases; del poder de España y de su presti-gio ante el mundo; que conserve los valores espiritua-les que integran su personalidad ante la Historia y queeleve el nivel de vida de los españoles, implantando unorden económico y social nuevo, a base de una trans-formación de la economía mediante una más justa yequitativa distribución de los beneficios de la produc-ción. Y dentro de este haz de coincidencias, hondamen-te sentidas y queridas, unidas a una fe y disciplina cie-

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gas en el Caudillo, la Falange acepta gozosa las cola-boraciones y compañías que sinceramente se le ofrez-can, para continuar la marcha que, desde sus cuarteles,no de invierno, sino de primavera, iniciara en aqueldía del año 1933, en busca de la España Una, Grandey Libre, con que soñara, y que hoy sigue siendo el ob-

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