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El bosque protector A ambos lados de Peñalara A ambos lados de Peñalara un manto de pinos se adueña del paisaje. Un bosque de majestuosas coní- feras se aferra a unas laderas que siempre le han sido propias. Es el territorio del pino albar o pino silvestre. Aclimatado a estas sierras se desarrolla como ninguna otra especie en estas estaciones ecológicas. Muy pocas especies se atreven a desafiarle. Su corteza de color ámbar señala que el dueño del bosque es el silvestre. Vigorosos y altivos forman bos- ques maduros de ejemplares cente- narios. Los pinares de silvestre de la Sierra de Guadarrama, son sin duda unos de los mejores bosques de esta especie en la Península Ibérica. Sus fustes rectos y la calidad de sus maderas han hecho que estos pinos sean muy utilizados desde hace siglos para carpintería y construcción. En este capítulo mostraremos de qué manera el hombre ha intervenido en las dos grandes masas de pinares que se encuentran a ambos lados de Peñalara, Valsaín, en la vertiente sego- viana, y el Pinar de los Belgas en la madrileña y veremos cómo mediante una gestión adecuada han llegado hasta nuestros días. Peñalara mira de reojo a las cuencas del Tajo y del Duero. La lluvia y la nieve que caen sobre ella alimentarán a uno u otro río. Con sus 2.428 m es el techo de la Comunidad de Madrid y el segundo pico más alto del Sistema Central tras el pico Almanzor, en Gredos, con casi 2.600 metros. 700 kilómetros de barrera natural desde los altos de Barahona del Sistema Ibérico, hasta la Serra da Estrela, en Portugal, el sistema carpetano divide las cuencas del Duero, al norte, y del Tajo, al sur. © Luis G. Esteban

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El bosque protectorA ambos lados de Peñalara

A ambos lados de Peñalara un manto de pinos se adueña del paisaje. Un bosque de majestuosas coní-feras se aferra a unas laderas que siempre le han sido propias. Es el territorio del pino albar o pino silvestre. Aclimatado a estas sierras se desarrolla como ninguna otra especie en estas estaciones ecológicas. Muy pocas especies se atreven a desafiarle. Su corteza de color ámbar señala que el dueño del bosque es el silvestre. Vigorosos y altivos forman bos-ques maduros de ejemplares cente-narios. Los pinares de silvestre de la Sierra de Guadarrama, son sin duda unos de los mejores bosques de esta especie en la Península Ibérica. Sus fustes rectos y la calidad de sus maderas han hecho que estos pinos

sean muy utilizados desde hace siglos para carpintería y construcción. En este capítulo mostraremos de qué manera el hombre ha intervenido en las dos grandes masas de pinares que se encuentran a ambos lados de Peñalara, Valsaín, en la vertiente sego-viana, y el Pinar de los Belgas en la madrileña y veremos cómo mediante una gestión adecuada han llegado hasta nuestros días. Peñalara mira de reojo a las cuencas del Tajo y del Duero. La lluvia y la nieve que caen sobre ella alimentarán a uno u otro río. Con sus 2.428 m es el techo de la Comunidad de Madrid y el segundo pico más alto del Sistema Central tras el pico Almanzor, en Gredos, con casi 2.600 metros. 700 kilómetros de barrera natural desde los altos de Barahona del Sistema Ibérico, hasta la Serra da Estre la, en Portugal , e l s istema carpetano divide las cuencas del Duero, al norte, y del Tajo, al sur.

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Peñalara preside el tercio oriental del Sistema Central. Es como una solemne señora granítica vestida con un traje largo de verde intenso. Desde que se elevó, la erosión ha esculpido lenta pero inexorablemente sus cumbres y ha cincelado los pliegues de sus faldas. Sólo un cortejo de líquenes se atreve a acariciarla. El hielo perdió su oportunidad y terminó de esculpir durante el cuater-nario la fachada de Peñalara. Circos, morrenas y lagunas testifican un cercano paisaje glaciar. Hace unos 10.000 años este macizo granítico era un inmenso campo de hielo que se encargó lentamente de moldear el paisaje actual. La orientación noreste de Guada-rrama permitió que los glaciares se pudieran desarrollar en altitudes meno-res que en otras cordilleras de la Península Ibérica. En los rellanos del fondo se aprecian los restos de acumulaciones morrénicas que reciben el nombre de Peñalara-Eresma. La glaciación dejó como fruto la hoya de la Laguna Grande de Peñalara, el Hoyo de Pepe Hernando y los Hoyos de la Pedriza y el Brezal.

La presencia glaciar en esta zona despertó tanto interés, que muy pronto científicos de todo el mundo comen-zaron a formular hipótesis sobre el glaciarismo en Peñalara. A finales del siglo XIX, Casiano de Prado enunciaba el origen glaciar de la Laguna de Peñalara. Algunos geólogos incluso llega-ron a postular que las montañas del Sistema Central habían estado surcadas por grandes capas de hielo similares a las de los Alpes. Pero fue Albrecht Penck quién determinó los verdaderos limites de los hielos cuaternarios. Estableció que la actividad glaciar fue mucho menor de lo que se pensaba y que, realmente, se trató de pequeños glaciares que apare-cieron en algunas depresiones sujetos en su base por acumulaciones rocosas. Lucas Fernández Navarro, Juan Carandell, Obermaier y Paul Wernet describieron los pequeños circos gla-ciares que están repartidos por la alineación montañosa y sentaron las bases de la morfogénesis que hoy conocemos. Fruto de esa actividad glaciar hoy son visibles, aunque cubiertas parcial-mente de vegetación, morrenas laterales y frontales. Ni siquiera la dureza del granito se resistió a la dinámica glacial.

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Algunas de esas morrenas frontales dieron lugar al cierre de depre-siones que se convirtieron en lagunas glaciares. Los materiales más finos fueron arrastrados por los arroyos y se sedimentaron en el fondo de la cuenca del Lozoya dando lugar a un amplio y fértil valle. Asociada a la cuenca del río, una exuberante vegetación de ribera a base de chopos, alisos, avellanos y fresnos, se encarga de acompañarlo hasta remansar sus aguas en el primero de los grandes embalses de su cuenca, el de Pinilla. Lo mismo ocurre en la vertiente segoviana, donde el protagonista es el Eresma. Sin solución de continuidad, los pinos se adueñan del territorio y no lo ceden hasta que la altitud se lo prohíbe.Las faldas se tapizan de pinos a ambos lados de Peñalara y sólo cuando sobrepasan los 1900 metros pierden su dominio y sus portes se tornan tortuosos, achaparrados, e incluso como consecuencia del viento frío, se aban-deran. Su lugar es ocupado por pasti-zales de montaña, piornos y enebros

adaptados a las duras condiciones alpinas. Las fuertes oscilaciones tér-micas, el frío y la sequedad no permiten la presencia de vegetación arbórea. A los mismos pies de Peñalara, cerca de los canchales fruto del hielo, aparecen las turberas y los pastizales higroturbosos. La reducida presencia de oxígeno en estos hábitats hace que escaseen los organismos de descomposición y que se acumule gran cantidad de materia vegetal sin descomponer. El agua no tiene prácticamente movimiento, es un ambiente de carácter ácido, frío y con muy poco oxígeno y nitratos. Este hábitat singular es de gran interés científico al ser una fuente de información sobre la evolución del clima y la vegetación postglaciar a lo largo de los tiempos. La naturaleza del suelo y la fuerte pendiente del macizo hacen de Peña-lara, un lugar donde encontramos multitud de hábitats relictos con una gran biodiversidad que el hombre ha aprovechado a lo largo de su historia y, en especial, el pinar. Como en otros lugares de la Península Ibérica, la relación entre el

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hombre y estos pinares no ha estado exenta de abusos y talas indiscri-minadas. A pesar de su proximidad, Peña-lara ha contemplado cómo los pinares que se encuentran en sus dos vertientes han tenido historias muy diferentes. En la vertiente segoviana, el monte de Valsaín, con una superficie aproximada de 10.600 hectáreas, al-berga uno de los mejores pinares españoles. A finales del S. XI, la mayor parte de la Sierra de Guadarrama, incluyendo la vertiente madrileña, formaba parte de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia.

Las Comunidades de Ciudad y Tierra eran las estructuras territoriales en que se organizó por entonces Castilla, tenían leyes propias, jueces elegidos por los pueblos y todos los habitantes de la comunidad gozaban de los mismos derechos. Tanto los pastos, como los ríos y los bosques, eran considerados bienes comunales. Más adelante, el disfrute de los montes se concedería a nobles y reyes. La función de los bosques de Valsaín era abastecer de madera y leñas a la ciudad y obtener la mayor renta posible.

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Las únicas restricciones las imponían el disfrute de la caza y la pesca. En el siglo XVIII, la corona compró el pinar de Valsaín por su mal estado de conservación. A partir de ese momento se instaló un grupo de vigilancia estable en el monte, que redujo los riesgos de incendio y controló los aprovechamientos. Así, se logró frenar su deterioro. No obstante, la Corona también se benefició de sus maderas para garantizar la construcción de las obras reales, como el Palacio de La Granja. O el abastecimiento de leñas de la Real Fábrica de Vidrio. Con la creación del Cuerpo de Ingenieros de Montes a mediados del S.XIX, comienzan a introducirse criterios más racionales en el aprovechamiento del pinar. Pero, a finales del mismo siglo, se abandonó la ordenación volviéndose a un enfoque productivista para abas-tecer la serrería de Valsaín. No fue hasta 1982, cuando el pinar de Valsaín dio un giro en su gestión pasando a manos del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). Se vuelve a la ordenación del monte y el aserradero comienza a depender de lacapacidad productiva del pinar y no al revés, como había sucedido hasta el momento. Hoy en día, es propiedad del Organismo Autónomo Parques Nacio-nales quien lo gestiona a través del Centro de Montes y Aserradero de Valsaín. La gestión actual, con una producción media anual de 30.000 metros cúbicos de madera, pretende

compatibilizar la explotación forestal y ganadera, con los aprovechamientos y usos tradicionales, sin olvidar la conservación y el paisaje. La vertiente madrileña de Peña-lara está ocupada por un pinar que perteneció, desde la Reconquista y hasta 1675, a la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia. Ese mismo año, la Corona lo entregó al Monasterio de El Paular, hasta que en 1837, y debido a la Desamortización de Mendizábal, se puso en venta el monte. Adjudicado a Andrés Andreu, éste lo vendió en 1840 a la Sociedad Civil Belga de los Pinares del Paular, predecesora de la actual sociedad propietaria. Lejos de arrasar con todo el arbolado, como ocurrió en gran parte de los montes desamortizados, esta Sociedad Belga ha conservado uno de los pinares de silvestre más importantes de España mediante el aprovechamiento racional del mismo. Con una superficie de 2.053 ha., produce actualmente unos 5.000 metros cúbicos de madera de pino silvestre al año. La madera que se obtiene es procesada en el propio aserradero de la finca. En esta serrería sólo se trabaja con la madera que se obtiene de este pinar, de manera que constituye un ejemplo de integración monte-industria. A pesar de mantener esas dos historias tan diferentes, los pinares a ambos lados de Peñalara tienen un denominador común, su gestión sos-tenible. El método de cortas empleado es por aclareo sucesivo uniforme. Este método consiste en ir abriendo pequeños huecos en el pinar maduro.

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Los árboles que han alcanzado su madurez, situada en torno a los 120 años, son cortados. Este hecho, que podría representar la muerte del bosque, sin embargo, supone su regeneración.En los huecos dejados por los gigantes del bosque, la luz vuelve a acariciar el suelo y con ella se produce una explosión de vida. Los piñones, que tanto tiempo han esperado, comienzan a germinar. El suelo se tapiza por un ejército de arbolillos que en los primeros años pueden llegar a las 100.000 plantas por hectárea. Se van abriendo sucesivamente estos huecos alrededor del regenerado y en muy pocos años el arbolado maduro deja paso a una nueva generación de árboles. Con el transcurso del tiempo, estas densidades irán disminuyendo por mortandad natural o de la mano del hombre, mediante aclareos, hasta alcanzar densidades de 250 árboles por hectárea. Sólo los mejores, llegarán a la madurez. Sin embargo, este tipo de cortas no se realiza en los territorios frecuen-tados por algunas de las aves más amenazadas de la fauna ibérica, como el águila imperial y el buitre negro. El objetivo es mantener la estructura del dosel del bosque y evitar así modi-

ficaciones de la cubierta que perturben los territorios de estas especies. La gestión del buitre negro en particular, ha hecho que los pinares a ambos lados de Peñalara acojan a la población más septentrional en España y la octava colonia más importante de la Península Ibérica. El buitre negro es la rapaz más grande de Europa y, aunque consigue su alimentación en espacios abiertos, utiliza estos pinares para descansar y repro-ducirse. Para esta especie, el pino silvestre es su aliado ya que sitúa sobre sus copas enormes plataformas que pueden alcanzar varios cientos de kilos de peso, para sacar adelante a su único pollo. Dado el estado desfavorable de conservación del buitre negro a nivel mundial, la colonia de Peñalara tiene una especial relevancia. Aunque históricamente el aprove-chamiento forestal de los pinares de Valsaín y de El Paular recayó sobre nobles y señores, los vecinos de ambos lados de Peñalara siempre han disfru-tado del derecho de cesión de otros recursos del bosque, como el apro-vechamiento de leñas, los pastos para el ganado local o incluso el derecho a aprovechar los pastos de verano destinados al ganado trashumante.

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Este reparto de productos ha dado desde la antigüedad estabilidad a estos bosques y la gente de este territorio mira al pinar como una fuente de riqueza y vida. Sin embargo, sobre los pinares de Peñalara se cierne la amenaza de la masiva presencia del hombre. La población de Madrid se acerca en busca de ocio y actividades al aire libre y esto supone una gran presión para la conservación de este singular espacio. De hecho, la Laguna Grande, uno de los humedales de origen glaciar más representativos, refugio de algas, crustáceos y rotíferos, desde los años ochenta ha sufrido una importante alteración como consecuencia de la afluencia de visitantes. Se ha producido una variación en el PH que se manifiesta con valores de clorofila doce veces superiores a los normales y que afecta a toda la vida acuática. La erosión del depósito morré-nico que hace de dique en la Laguna ha alterado las comunidades biológicas, e incluso se han extinguido algunas

especies y se han introducido otras que han dañado el equilibrio ecológico. Actualmente, el acercamiento masivo del hombre a estos parajes de la sierra de Guadarrama dista mucho de la llegada de aquellos primeros visitantes de finales del XIX y principios de siglo XX, atraídos por estas cumbres como un laboratorio natural. En 1913, doce amigos fundaron la Asociación Peñalara, actualmente Real Sociedad Española de Alpinismo, grupo de amantes de la naturaleza que construyen y acondicionan los refugios de la Sierra. Así, nace un movimiento cien-tífico y cultural ligado al excur-sionismo y se popularizan los deportes de mon-taña. Este “descubrimiento” del Gua-darrama fue acompañado de un desa-rrollo de infraestructuras como el tren eléctrico que uniría Cercedilla con Navacerrada en 1923. Como consecuencia de esa atracción que el macizo despertaba en científicos, naturalistas, montañeros, artistas o deportistas…, Peñalara se declaró, en 1930, Sitio Natural de Interés Nacional. Con esta figura se comenzaba

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a proteger un espacio que años más tarde se convertiría en su vertiente madrileña en el Parque Natural Cumbre, circo y laguna de Peñalara. Desde su declaración en 1990, se establecieron una serie de objetivos que pretenden proteger la integridad de los eco-sistemas de fauna y flora silvestres, la geomorfología, las aguas y el paisaje. Una de las actuaciones más emblemáticas fue el desmantelamiento de la estación de esquí de Valcotos. La construcción de dicha estación causó durante más de 30 años importantes alteraciones en la flora y en el suelo. Su desmantelamiento, llevado a cabo en 1999, ha cambiado radi-calmente el paisaje de este rincón de Peñalara, pero todavía habrá que esperar varios años hasta que las laderas que albergaron las pistas recobren el esplendor que un día tuvieron. En ambas vertientes de Peñalara sus gestores velan por la dinámica y función de los ecosistemas, intentan preservar la diversidad genética, regulan los usos recreativos, educativos y científicos y, además, hacen posible la explotación ordenada y sostenible de los recursos naturales, Peñalara, esa solemne señora vestida de verde, seguirá presidiendo el devenir de los acontecimientos y sin duda será testigo mudo de sus bosques.La gestión de estos pinares es un ejemplo a seguir en la compatibilidad de valores ecológicos y explotación ma-derera. Estamos seguros de que si se mantienen las directrices actuales de gestión avaladas por la experiencia de más de un siglo, estos pinares además de continuar siendo productores, seguirán desempeñando su papel de bosque protector.

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