el bosque protector · tantes de europa. desaparecidos hace siglos el oso y el lobo por la...

5
El bosque protector Alcornocales: la última selva El macizo del Aljibe, hoy Parque Natural de los Alcornocales, alberga uno de los ecosistemas mejor conservados de la Península Ibérica. Situado entre las provincias de Cádiz y Málaga, representa no sólo un ejemplo de gestión sostenible de los re- cursos naturales, sino también el último reducto de la vegetación tropical medi- terránea de la Era Terciaria. El Parque, con una superficie de 170.000 se extiende hasta el propio Es- trecho de Gibraltar y se compone de un conjunto de modestas elevaciones aun- que de acusadas pendientes. Destaca entre todas, la Sierra del Aljibe, donde predominan areniscas y arcillas, que con sus más de mil metros de altura se erige en el techo del Parque. Dentro del Parque Natural el agua discurre por dos cuencas diferenciadas; la de los ríos Guadalete y Barbate que vierten al Atlántico, y la del Guadiaro que lo hace al Mediterráneo. Estos ríos y sus afluentes no son muy caudalosos. Pre- © Luis G. Esteban

Upload: duongdang

Post on 04-Nov-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

El bosque protectorAlcornocales: la última selva

El macizo del Aljibe, hoy Parque Natural de los Alcornocales, alberga uno de los ecosistemas mejor conservados de la Península Ibérica.

Situado entre las provincias de Cádiz y Málaga, representa no sólo un ejemplo de gestión sostenible de los re-cursos naturales, sino también el último reducto de la vegetación tropical medi-terránea de la Era Terciaria.

El Parque, con una superficie de 170.000 se extiende hasta el propio Es-trecho de Gibraltar y se compone de un conjunto de modestas elevaciones aun-que de acusadas pendientes.

Destaca entre todas, la Sierra del Aljibe, donde predominan areniscas y arcillas, que con sus más de mil metros de altura se erige en el techo del Parque.

Dentro del Parque Natural el agua discurre por dos cuencas diferenciadas; la de los ríos Guadalete y Barbate que vierten al Atlántico, y la del Guadiaro que lo hace al Mediterráneo. Estos ríos y sus afluentes no son muy caudalosos. Pre-

© Luis G. Esteban

2

sentan su máximo en invierno y un mar-cado descenso durante el estiaje.

A pesar de encontrarse en una zo-na de clima mediterráneo típico, la pro-ximidad del mar se traduce en un micro-clima caracterizado por la suavidad y regularidad de las temperaturas. Durante la época de lluvias, los frentes atlánticos se ven frenados por las elevaciones de este sistema montañoso, y descargan intensos aguaceros que hacen que se superen al año los ochocientos litros por metros cuadrado.

En verano, los vientos húmedos y cálidos procedentes del Mediterráneo quedan atrapados entre estas montañas y crean un ambiente de nieblas propicio para el desarrollo de una flora exuberan-te.

El alcornocal es la comunidad ve-getal más extendida del Parque Natural y la que le otorga su carácter emblemá-tico.

Las características del suelo y la bondad del clima, junto al interés huma-no por el corcho, han propiciado su mantenimiento y desarrollo en estas sie-rras.

La extracción del corcho es una labor tradicional, que aún hoy se realiza manualmente.

Cuadrillas de obreros especializa-dos realizan la «pela» y apilan las «pa-nas» que serán trasladadas mediante caballería para más tarde pesarlas y cla-sificarlas.

El período de descorche debe coincidir con la máxima actividad vege-tativa, al principio del verano, para ase-gurar una extracción que no dañe al ár-bol.

Estos tratamientos han supuesto una profunda transformación del bosque natural que aún así continúa albergando una rica fauna.

En los terrenos donde la actividad humana ha cesado, madroños, brezos y jaras han recuperado el lugar perdido.

La heterogeneidad ambiental del territorio diversifica la vegetación y rom-pe el manto continuo de alcornoques.

Los suelos arcillosos, o «tierras de bujeos» como se denominan en la re-gión, limitan el desarrollo del alcornocal y favorecen la colonización del acebu-chal con su rico sotobosque.

En las umbrías y vaguadas de sue-los profundos y elevada humedad, el

quejigo se adueña del territorio y se pre-senta en formaciones densas que origi-nan una cerrada cubierta.

El sotobosque queda reducido a un corto número de plantas umbrosas con acebos y helechos salpicados entre la abundante hojarasca.

En las laderas montanas azotadas por los vientos, sobre suelos empobre-cidos, el matorral de brezo, jara, robledil-la y brecina se hace dominante.

Pero hay una vegetación caracte-rística y única en Europa que define al Parque Natural de Los Alcornocales: los canutos.

Los canutos suponen auténticos bosques subtropicales localizados en lo más recóndito de estos montes. En las angostas vaguadas las cabeceras de los arroyos el agua se precipita en tajos que esculpen el relieve.

En ocasiones esta vegetación ex-cede los barrancos y se extiende por áreas con especiales condiciones de umbría y humedad debidas a las cons-tantes nieblas.

Laureles, rododendros, hiedras, y madreselvas se entremezclan con los alisos y sauces típicos del bosque de ribera y, junto a helechos y lianas, tejen uno de los bosques más sombríos del continente: la última selva mediterránea..

El musgo adquiere un papel prota-gonista en el suelo del bosque. Tapiza rocas y raíces, y en algunas zonas llega a encaramarse por los troncos de los árboles para colgar en verdes jirones que adquieren un aspecto confuso a tra-vés de la niebla. La diversidad de eco-sistemas presentes, junto a la situación geográfica tan peculiar en la cercanía del Estrecho, paso obligado de las aves en sus migraciones anuales, explican la ri-queza faunística de este espacio natural.

Dos veces al año, en primavera y otoño, millones de aves aguardan a que el viento cambie de dirección para cru-zar el estrecho de Gibraltar, en uno de los espectáculos migratorios más impor-tantes de Europa. Desaparecidos hace siglos el oso y el lobo por la persecución humana, sólo subsisten los carnívoros menores, como el zorro, la gineta, el me-loncillo o el tejón.

La presencia humana en estas tie-rras se remonta al Paleolítico, unos se-senta mil años atrás, tal como lo de-muestran los yacimientos de la Laguna

Alcornocales: la última selva

3

de la Janda o la presencia del denomi-nado "Hombre de Gibraltar" de raza Neandertal.

Desde esas remotas fechas se en-cuentra este territorio sometido a la ac-ción del hombre.

Fenicios, griegos y romanos llega-ron atraídos por la favorable situación estratégica y las innumerables riquezas naturales que el país atesoraba.

Durante la ocupación musulmana, la comarca del Aljibe, situada en la zona fronteriza occidental del reino de Grana-da, alcanzó su máximo esplendor.

Vacas, ovejas, cabras y caballos disponían de inmejorables pastos. La riqueza era tal, que los musulmanes, próximos a la frontera, arrendaban sus pastos a los ganaderos castellanos.

Tras el fin de la Reconquista, las oligarquías ganaderas tomaron las rien-das de la política local.

La importancia ganadera de la comarca se ha mantenido a través de los siglos a costa de llevar a muchas zo-nas de sus sierras la desolación.

El pastoreo abusivo acelera las etapas regresivas del tapiz vegetal. Pro-voca en un corto plazo de tiempo que desaparezcan hasta las especies más frugales, y ya no quepa pensar en la po-sible reconstrucción de la cubierta fores-tal predecesora.

Los siglos posteriores al descu-brimiento de América suponen la conso-lidación de la economía gaditana, impul-sada aún más por la importancia comer-cial del puerto marítimo.

En la época de los grandes navíos, el quejigo fue el único afectado por la industria naval, más interesada en es-pecies que no se encontraban en estas sierras.

El carboneo con alcornoque, que-jigo y brezo debió de ser de grandes proporciones como lo atestiguan los res-tos de numerosos hornos repartidos por toda la comarca.

La montanera y los aprovecha-mientos vecinales de leñas y casca acompañaron durante este período a la ganadería pero siempre sometidos a los intereses del pastoreo.

La funesta ley desamortizadora de mil ochocientos cincuenta y cinco fue la mayor amenaza para la continuidad de los alcornocales.

La adquisición a precio irrisorio de enormes latifundios supuso pingües be-neficios para unos pocos adinerados y aprovechados compradores, a costa de millares de hectáreas de alcornocal des-truido.

En los veinte años posteriores a la promulgación de la ley se cortaron a ma-ta rasa más de un millón de alcornoques de los que se aprovechaban tanto el corcho como la madera para la obten-ción del valioso carbón.

Los intereses creados en torno al corcho desplazaron a la ganadería y al carboneo en importancia.

Los primeros aprovechamientos de corcho se ejecutaron de manera desor-denada, convirtiéndolos en verdaderas explotaciones.

Grandes extensiones de alcorno-cal fueron descortezadas sin acometer labores de defensa y dejaron los montes en pésimas condiciones para resistir los frecuentes incendios.

Esos últimos años del siglo dieci-nueve fueron en los que se vivió el ma-yor retroceso del bosque.

La necesidad de asegurar el conti-nuado abastecimiento industrial de cor-cho se tradujo en las primeras normas

Alcornocales: la última selva

© A. San Miguel

4

encaminadas a limitar y regular los apro-vechamientos.

Con todo ello, se estaban sentan-do las bases legales y territoriales para posibilitar una explotación sostenida de los montes a partir de los principios de la selvicultura y la ordenación.

Los alcornocales en manos públi-cas comenzaron a ser ordenados según los criterios de los ingenieros de montes, atendiendo fundamentalmente a la pro-ducción de corcho.

Se redujo la espesura del alcorno-cal, para dar mayor iluminación y venti-lación del tronco y conseguir un corcho de superior calidad.

Los planes de descorche estable-cidos entonces, basados en turnos de diez años, han sido la espina dorsal de las sucesivas revisiones realizadas hasta la actualidad.

Los propietarios de los montes pri-vados, vistos los rentables resultados, adoptaron las medidas propuestas por los ingenieros para reconstruir el deterio-rado vuelo forestal de sus tierras.

Las repoblaciones de alcornoque se generalizaron en toda la región, no sólo en las zonas que antaño ocupaban sino también en las de quejigos y enci-nas que vieron mermar sus áreas natura-les de distribución.

La ganadería aunque seguía pre-sente, disminuyó su presión al estar aco-tados la mayor parte de los repoblados.

En los años sesenta, la emigración masiva hacia los núcleos industriales y la generalización del uso de combustibles fósiles despoblaron los campos e hicie-ron cesar el carboneo.

La desaparición de esta actividad ha significado el fin de una amenaza pa-ra el monte pero el inicio de otras nue-vas, quizás aún más peligrosas.

La falta de limpias, podas y acla-reos tras la decadencia del carboneo y la consecuente acumulación de combusti-ble vegetal trajo consigo el aumento de los focos infecciosos del alcornocal y un incremento de los incendios forestales.

El desarrollo de la caza mayor, al que se dedica hoy día gran parte de las fincas de la serranía, dio lugar a la intro-ducción de especies que vinieron a sus-tituir a la ganadería extensiva en su pre-sión sobre las formaciones vegetales.

El ciervo, desaparecido en el siglo dieciocho, ha sido reintroducido recien-temente, así como el gamo y la cabra montés que, aunque no habitaban estos parajes, poseen un elevado interés cine-gético

Alcornocales: la última selva

© A. San Miguel

5

La caza ha dejado de ser un apro-vechamiento esporádico practicado por los propietarios de las fincas y cazado-res furtivos, para convertirse en un re-curso rentable y compatible con el cor-cho.

La abundancia de cercados y la superpoblación de la cabaña cinegética, han generado la aparición de enferme-dades y problemas de consanguinidad.

En la actualidad, la situación del alcornocal puede considerarse estabili-zada, aunque han aparecido problemas debido al fenómeno de la “seca” rela-cionado estrechamente con el envejeci-miento de las masas.

La mayoría de las regeneraciones logradas han sido de origen natural pero la escasez de brotes, recomidos por el ganado, hace inviable la utilización de este sistema en el futuro.

La realización de repoblaciones de cierta intensidad está supliendo con éxi-to la regeneración natural del alcornocal.

Aunque se hallen acotados al ga-nado, la presencia del ciervo, con densi-dades muy superiores a la ideal condi-ciona la supervivencia de estas planta-ciones.

Para protegerlas se deben combi-nar medidas cinegéticas más contun-dentes con la utilización de protectores individuales y cercados transitorios.

Un siglo después de las primeras ordenaciones se puede afirmar que se han logrado los objetivos esenciales ini-cialmente planteados.

Estos alcornocales representan un claro ejemplo de aprovechamiento sos-tenido, en el que el hombre ha sabido compatibilizar la biodiversidad, y la ex-tracción de corcho.

Muchos pueblos de la comarca todavía hoy siguen aprovechando los recursos naturales que ofrecen estos montes, convirtiéndose cada uno de ellos en los verdaderos guardianes del bosque.

El monte no debe contemplarse solamente como un mero objeto turístico de lujo para la simple contemplación o curiosidad de los visitantes, sino una forma de vida

Las corrientes que abogan por la no intervención chocan con la experien-cia adquirida a lo largo de siglos de con-vivencia de hombre y alcornocal.

Con seguridad el cese de la inter-vención convertiría los actuales alcorno-cales en formaciones monótonas de ma-torrales degradados por incendios, en los que la vegetación arbórea entraría en regresión.

Los costes sociales y culturales serían incalculables y conllevaría la de-saparición de muchas poblaciones rura-les con todo su ancestral bagaje cultural.

Estamos obligados a mantener modelos de gestión activa, compatibili-zando la conservación de la flora y la fauna con el tradicional aprovechamien-to del alcornocal.

El bosque seguirá dándonos sus frutos pidiendo sólo una cosa a cambio: respeto. La obligación de tomar la canti-dad justa para permitir su supervivencia está en nuestras manos.

Alcornocales: la última selva