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LUTERO DESDE LA HISTORIA 405 casi su muerte es prueba inequívoca de la importancia que tuvo 58. En las entrevistas de aquel otoño de 1518 pudo comprobarse que las indulgencias habían pasado a segundo plano en las confron- taciones de altura -no así en el seguimiento popular-, centra- das ahora en los méritos de Cristo y en la incertidumbre de la fe justificante, con lo que se eliminaban otras mediaciones. Fue cla- rividente Cayetano cuando dedujo: «Pero esto supone crear una Iglesia nueva» 59. Tras el fracaso de las entrevistas, y como Lutero no estaba dispuesto a retractarse sin más pruebas, comenzó el desafío entre el fraile y Roma (y todo y todos los que estaban representados en sus teologías y actitudes) en una sucesión acelerada de gestos rebosantes de contenido. Apela a un papa mejor informado en confesión del reconocimiento de cierta autoridad (humana) del pontífice; apela también, y notarialmente, al concilio, como lo hiciera pocos meses antes la Sorbona por las libertades galica- nas; comienza a localizar en la babilonia corrupta de Roma al anticristo (o mejor, antecristo) con todas las connotaciones que para su mentalidad -y la de casi todos- milenal"Ísta entrañaba. Hasta que por fin, en la Disputa de Leipzig del año siguiente (1519), fue hábilmente acorralado por Eck y obligado a confesar la falibilidad (y el rechazo, por tanto) de los concilios y a la Escritura como fuente única, no sólo de espiritualidad, como ve- nía diciendo desde sus primeras clases, sino también de revela- ción y autoridad 60. Sería un error histórico, al menos una clamorosa falta de perspectiva, creer que todo transcurrió por los cauces de los planteamientos y conclusiones doctrinales. Operaron en la rup- tura choques de mentalidades, de comportamientos: «Si el cardenal (Cayetano) -confesaba más tarde Lutero- se hubiese comportado con más modestia en Augsburg y me hubiera hecho caso cuando me postré rendido a sus pies, nunca se habría 58 Ibid., 367-370; Charlas, 1111. 9 y 10. 39 K.-V. SELGE, «Die Augsbutget Begegnung von Luther und Kardinal Cajetan im Oktobet 1518», en Jah/'btlch del' hessischen Kirche/1geschicbte, 20 (1969), 37-54. G. HENNlG, Caietan und Luthel', Stuttgatt, 1966. O. H. PEseH, «Das heisst dne neue Kirche bauen. Luthet und Kardinal Cajetan in Augsbutg», en Begegnung, Graz, 1972, 645-661. 60 K.-V. SELGE, «Die Leipziger Disputation zwischen Luthet und Eck», en Zeitschl'ift fül' Kirchel1geschichte, 86 (1975), 26-40. ID., «Der Weg zur Leipziget Disputation zwischen Luthet und Eck im Jahr 1519», en Bleibendes im Wondel del' Kirchengeschichte, Tübingen, 1973, 169-210. E. KAHLER, «Beaobachtungen zum Ptoblem von Schrift und Tradition in der Leipziger Disputatiom>, en Horen Ufld Hondeln, München, 1962, 214-229.

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Page 1: Disputa de Leipzig

LUTERO DESDE LA HISTORIA 405

casi su muerte es prueba inequívoca de la importancia que tuvo 58.

En las entrevistas de aquel otoño de 1518 pudo comprobarse que las indulgencias habían pasado a segundo plano en las confron­taciones de altura -no así en el seguimiento popular-, centra­das ahora en los méritos de Cristo y en la incertidumbre de la fe justificante, con lo que se eliminaban otras mediaciones. Fue cla­rividente Cayetano cuando dedujo: «Pero esto supone crear una Iglesia nueva» 59.

Tras el fracaso de las entrevistas, y como Lutero no estaba dispuesto a retractarse sin más pruebas, comenzó el desafío entre el fraile y Roma (y todo y todos los que estaban representados en sus teologías y actitudes) en una sucesión acelerada de gestos rebosantes de contenido. Apela a un papa mejor informado en confesión del reconocimiento de cierta autoridad (humana) del pontífice; apela también, y notarialmente, al concilio, como lo hiciera pocos meses antes la Sorbona por las libertades galica­nas; comienza a localizar en la babilonia corrupta de Roma al anticristo (o mejor, antecristo) con todas las connotaciones que para su mentalidad -y la de casi todos- milenal"Ísta entrañaba. Hasta que por fin, en la Disputa de Leipzig del año siguiente (1519), fue hábilmente acorralado por Eck y obligado a confesar la falibilidad (y el rechazo, por tanto) de los concilios y a la Escritura como fuente única, no sólo de espiritualidad, como ve­nía diciendo desde sus primeras clases, sino también de revela­ción y autoridad 60.

Sería un error histórico, al menos una clamorosa falta de perspectiva, creer que todo transcurrió por los cauces de los planteamientos y conclusiones doctrinales. Operaron en la rup­tura choques de mentalidades, de comportamientos:

«Si el cardenal (Cayetano) -confesaba más tarde Lutero- se hubiese comportado con más modestia en Augsburg y me hubiera hecho caso cuando me postré rendido a sus pies, nunca se habría

58 Ibid., 367-370; Charlas, 1111. 9 y 10. 39 K.-V. SELGE, «Die Augsbutget Begegnung von Luther und Kardinal Cajetan im

Oktobet 1518», en Jah/'btlch del' hessischen Kirche/1geschicbte, 20 (1969), 37-54. G. HENNlG, Caietan und Luthel', Stuttgatt, 1966. O. H. PEseH, «Das heisst dne neue Kirche bauen. Luthet und Kardinal Cajetan in Augsbutg», en Begegnung, Graz, 1972, 645-661.

60 K.-V. SELGE, «Die Leipziger Disputation zwischen Luthet und Eck», en Zeitschl'ift fül' Kirchel1geschichte, 86 (1975), 26-40. ID., «Der Weg zur Leipziget Disputation zwischen Luthet und Eck im Jahr 1519», en Bleibendes im Wondel del' Kirchengeschichte, Tübingen, 1973, 169-210. E. KAHLER, «Beaobachtungen zum Ptoblem von Schrift und Tradition in der Leipziger Disputatiom>, en Horen Ufld Hondeln, München, 1962, 214-229.

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llegado a la situación presente, ya que por entonces no estaba yo al tanto sino de escasos errores del papa. De haberlo hecho él, también me hubiera callado yo sin ninguna dificultad. Pero el estilo de Roma en una causa oscura e inexplicable era el de decir el papa: 'por pontificia autoridad nos reservamos esta causa para su solución definitiva'. Y entonces ambas partes se veían obligadas al silencio. Creo que el papa estaría dispuesto ahora a entregar tres cardenales con tal de que las cosas hubieran quedado como entonces se encontraban» 61.

Desde el encuentro de Augsburg hasta el camino sin retorno de 1520, Roma dio la medida de la subordinación de la gran causa eclesial a turbios intereses políticos ,como fueron los de la elec­ción imperial de Carlos de España: León X aduló al príncipe de Sajonia, parece que hasta sugirió el capelo para Martín Lutero (declarado ya hereje), con tal de que mediase contra la causa de Carlos. Las intrigas políticas de León X, la actuación de aque­lla especie de enviado vanidoso y ligero Karl von Miltitz, deja­ron el tiempo libre necesario para que las posiciones doctrinales se convirtieran en movimiento torrencial incontenible y apoyado por humanistas ahora, animado por estudiantes y bien vistos por el pueblo alemán.

Cuando las cosas no tuvieron ya remedio, Roma actuó con las armas de que disponía. Junto a teólogos aguerridos como Eck o Alfeld, Universidades significativas como la de Colonia y Lovaina se adelantaron a denunciar los errores de los primeros escritos de Lutero. Y, como medida de fuerza, se decidió -por fin- a condenar al «hereje» con la tardía bula «Exsurge Do­mine» (15 junio 1520), imprecisa, demasiado globalizante y con algunas de sus proposiciones anatematizadas (la 33 y la 41) muy pintorescas, además de imposibles de entender. No sé si asistirá toda la razón a Olivier cuando insiste en el enfrentamiento de la autoridad con la profecía. Realmente no se podía esperar otra cosa de los hábitos del tiempo: al anatema con las disidencias recurrirán después Lutero desde Wittenberg, Calvino desde Gi­nebra, todos y desde todos los sitios contra los anabaptistas.

Desde Roma no se midió bien el equilibrio de fuerzas: la obligada publicación de la bula y quema de libros «heréticos» destapó resistencias imprevistas. Aleander realizó su tarea sin

61 LUTERO, Obras, 430·431.

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mayores dificultades en los dominios imperiales de los Países Bajos. En Lovaina y Lieja ardieron aquel otoño-invierno de 1520 los escritos del «heresiarca». Mas cuando penetró en la región renana se encontró con la corte imperial en Colonia y con la sinuosa posición de Federico el Sabio. En Mainz el verdugo se niega a la ejecución de los papeles. En una y otra ciudad, una vez encendidas las hogueras en la plaza del mercado, los estu­diantes se las arreglan para que junto a los libros de Lutero ar­dan apuntes de sus profesores y obras escolásticas, de forma que -atestigua el asombrado nuncio- «se han quemado más obras de estas autoridades que de Lutero». Los comunicados de Aleander prueban que las ideas del reformador han penetrado profundamente en un elemento activísimo desde ahora: el estu­diantado 62.

Por si hubiera dudas, allí estaba la otra Alemania, Central y del Sur, encargada a Eck, y las dificultades halladas en su Universidad de Ingolstadt o en Leipzig (poco antes de que su duque se declarara enemigo de Lutero en la otra Sajonia). Wit­tenberg, con su Universidad en vías de reforma humanista, con el estudiantado ganado para la causa luterana, reaccionó como era de esperar. Se encontró clavada en la puerta de la iglesia universitaria la siguiente convocatoria de Melanchthon para aquel 10 de diciembre de 1520:

«Si te interesa el conocimiento de la verdad del Evangelio, no dejes de acudir hacia las nueve de la mañana a la iglesia de la Santa Cruz extramuros. A tenor de los usos antiguos y apostólicos allí serán quemados los libros impíos del derecho papista y de la teología escolástica, ya que la osadía de los enemigos de la libertad evangélica ha llegado hasta el extremo de arrojar a la hoguera los escritos espirituales y evangélicos de Lutero. Anímate, piadoso e instruido joven, y acude a este santo y edificante espectáculo, por­que quizá haya sonado la hora de poner en evidencia al anti­cristo» 63.

Al llamamiento incitador y milenarista respondieron los des­tinatarios con el entusiasmo esperable, y son bien conocidos los gestos que acompañaron a la ceremonia festiva, tantas veces narrada por testigos presenciales, perpetuada por la iconografía,

62 Documentos originales recogidos por H. JUNHANS y F. LAU en Die Reformalioll in AlIgenzeugenberichlell, München, 1967, pág. 95.

63 Ibid., 95-96.

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de la combustión de Decretales, Clementinas, Decreto, teología escolástica y bula condenatoria, en respuesta a las otras que­mas 64. Esta guerra de hogueras no se redujo a gestos simbólicos. Consta que Lutero, al arrojar la bula a las llamas, pronunció las palabras más que rituales: «Que el fuego te atormente por ha­ber atormentado tú a la verdad divina» 65.

En este clima la bula excomulgatoria (Decet Romanum Pon­tificem, 3 enero 1521) tuvo efectos tan limitados como la ante­rior. Y es que, a diferencia de Lutero, Roma, que nunca estuvo bien informada en un caso que tampoco supo valorar oportuna­mente, se fió más de las fuerzas de la inercia, un poco arcaicas ya, que de asegurarse el éxito por otros derroteros más moder­nos: la conquista de las fuerzas políticas y de la opinión pública.

Las imprentas -a veces hasta las católicas- lanzaron edi­ciones de relatos frescos de todos estos acontecimientos narrados con evidente instinto periodístico y conexión con la demanda; grabados propagandísticos, hojas volandel'as ilustradas para to­dos, parodias tan duras y celebradas como la serie de grabados del Pasional de Cristo y del anticristo (1519), demoledor. Para humanistas y selectos del saber, en la lengua culta latina o cuan­do se perseguía mayor divulgación en traducción germana del mismo Lutero, se consumieron con voracidad los escritos progra­máticos de este año de 1520 que se desprendieron de miramien­tos y gestos anteriores.

Prescindiendo de 10 ocasional (en Lutero casi todo fue oca­sional) salió Sobre el papado de Roma, al que, en el mejor de los casos, hay que soportar como habría que hacer con el turco, pero ya despojado de función en una Iglesia que se preconiza espiritual, sin otra cabeza que Cristo y sin más guía que la pa­labra. Creo que tiene razón Iserloh cuando afirma que la rup­tura debe ser atribuida más a la doctrina de la Iglesia que a la de la justificación. Y creo que el texto de estos escritos progra­máticos no es tan expresivo como el ambiente especial de con­frontación en que nacieron. Sólo teniendo esto en cuenta puede comprenderse la convulsión que supusieron obras como A la no­bleza alemana y La cautividad babilónica de la Iglesia. En la primera -escrita en alemán- se subvierte la idea clerical de la

64 También se negó que Lutero lanzara la bula condenatoria a las llamas. Véase ardiente defensa en K. ALAND, Die 95 Thesefl, 25-26.

65 JUNGHANS-LAU, p. 96,

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Iglesia, aunque no se pueda simplificar demasiado: el sacerdocio universal de Lutero se distingue perfectamente del ministerio particular. Es un escrito pionero de la función del laico en la Iglesia, a la vez que una crítica fuerte del papado, despojado de su magisterio, subordinado al concilio. Recogedora de todas las quejas históricas de la nación alemana, el protagonismo conce­dido a señores y oligarquías urbanas para llevar a cabo las sus­piradas reformas, desde las morales hasta las fiscales, explica el éxito editorial del escrito (4.000 ejemplares vendidos en una se­mana, caso insólito entonces) y los entusiasmos que despertó. La Cautividad -en latín- se dirigió a los letrados. Fue una obra exacerbada, escandalosa para muchos (como Staupitz, En tique VIII, el propio Erasmo), que vieron ya los derroteros de la ruptura declarada: todo el sistema sacramental se subvertía en lenguaje y tonos violentos, como violentas fueron las réplicas enemigas que ocasionaron estas páginas.

Se había recorrido el camino que atisbó Cayetano al detectar una nueva iglesia dos años antes. Pero Lutero no estaba solo. El atribuía y dejaba todo a Dios que le había cogido de la brida como un corcel. Pero contaba con todo un movimiento simpa­tizante y comprometido con sus reivindicaciones, quejas y pro­yectos. Su manifiesto germano había ganado a las clases dirigen­tes y dominantes; en el de la libertad del cristiano agitó las esperanzas de las clases oprimidas. Y contaba con segul'Ídades políticas: sabía muy bien que las fuerzas de su espacio alemán le respaldaban, incluso que el nuevo emperador negociaba su caso en connivencia con los príncipes y en no tanta concordia con Roma.

Así se explica, en buena parte, el protagonismo de Lutero en Worms (1521), exactamente en los días en que los comuneros de Castilla eran derrotados por los señores. Se ha insistido mu­cho -y con tino casi siempre- en que la postura de Lutero ante la Dieta fue un auténtico pronunciamiento público por la libertad de conciencia. Mas no se ha acentuado como debería haberse hecho que las audiencias ante Carlos V y la solemne reunión significaban, primero, la única ocasión de que dispuso Lutero para publicar, con las resonancias publicitarias asegura­das, sus ideas sin tener que ceñirse exclusivamente a la urgencia de la retractación, y, además, que el hecho de ser escuchado suponía la imposición del poder imperial sobre el de Roma, que

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se resistió a que la Dieta hiciera otra cosa que consumar el edicto de proscripción del «hereje» sin más.

Naturalmente, Lutero fue condenado también por el poder civil. Pero su viaje (además de seguro, y en el ambiente revolo­teaba el fantasma de 10 ocurrido con Huss) resultó apoteósico. Pudo predicar su mejor sermón desde la plataforma más envi­diable. Se le dio el tiempo suficiente para abandonar la ciudad cuando las cosas se iban enrareciendo. El edicto resultó ineficaz y con las suficientes irregularidades para no obligar a los prín­cipes que no quisieran aplicarlo. Hubo muchas connivencias en el «secuestro» simulado de Lutero, quien, a decir verdad, nunca fue acosado por el emperador y pudo vivir más o menos tran­quilamente, eso sí, confinado ya en Sajonia y en situación de clara inseguridad jurídica 66.

La relativa tranquilidad se convirtió en posibilidad de expan­sión de su movimiento evangélico. Vuelto a España, Carlos V estuvo ausente del Imperio nueve años: los suficientes para que el movimiento se convirtiese en iglesia organizada, se afianzasen las posiciones y se configurase la división permanente y politi­zada en ambos campos. Es cierto que el emperador, en corres­pondencia con la proclama de Lutero, lanzaría allí mismo su compromiso de defender la pureza de la fe con «mis reinos, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma». Pero este programa imperial pudo ser realizado en sus dominios patrimo­niales 67 con dureza y con mártires evangélicos; no así en el Imperio, donde la negociación y el diálogo se impusieron sobre la persecución hasta que los acontecimientos y los fracasos for­zaran la confrontación bélica 68.

VII. Los REFORMADORES RADICALES

Los diez meses (mayo 1521-marzo 1522) del secuestro en el castillo de Wartburg (<<Patmos», «reino de los pájaros», como llamaba al lugar de seguridad el agustino disfrazado de «caba-

66 Cfr. E. WOLGAST, Die 'Wittenberger Theologie und die Politik der evongelischen Slat/de. Studien zu Luthers Gutochten in polítischen Frogen, Gütersloh, 19n, pp. 290-291.

67 Es integrante fundamental en la <<Ídea imperial de Carlos V», sobre la que tanto se escribiera a partir de Menéndez Pida!' Medidas concretas y radicales en relación con Es­paña, cfr. J. 1. TELLECIlEA, Tiempos recios, Salamanca, 19n.

68 Palabras de Lutero ante la Dieta, LUTERO, Obros, 171-175. Cfr. ibid. bibliografía. puesto que alguna frase decisiva del discurso es apócrifa.

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llero J org») fueron interesantes. Renacieron sus inquietudes, sus luchas internas con el demonio que dieran origen a leyendas y material a la psicohistoria. Pudo contrastar cómo los políticos de la corte censuraban sus escritos y cómo otros, desbordando sus previsiones, llevaban sus posiciones teóricas adonde tenían que llegar: a las transformaciones sociales. Naturalmente él so­portó todos estos desmanes con pésimo humor.

El tiempo libre y malhumorado le empujó a escribir sin pau­sa. De allí salieron cartas hermosas, libros serenos y escritos vi­rulentos: la reflexión acerca de la confesión privada (<<algo in­apreciable y santo», pero ni obligatorio ni con referencia sacra­mental); concluyó el antológico comentario al Magnificat (el contraste dialéctico de la gracia enorme de Dios y la nada de la doncella María), y allí ofreció el regalo de la traducción del Nue­vo Testamento. Informado por intermediarios, respondió con for­taleza y lengua agresiva a los dictámenes adversos de Lovaina, de París, al arzobispo de Maguncia, que tuvo la osadía de sacar a veneración en Halle el tesoro de indulgencias. En el otoño de 1521 redactó su tratado sobre los votos monásticos; con él quie­bra toda una mentalidad arraigada en el catolicismo: no existirá diferencia cualitativa entre el estado religioso y el laical, entre ambas «vocaciones». Puritanismos muy posteriores -que no Lu­tero, a pesar de todos los postweberianos- acomodarán a esta teología las diferencias del capitalismo 69.

Otros se habían encargado de extraer las consecuencias de sus conocidas opiniones sobre el celibato: su convento de Wit­tenberg se vació, iniciando un movimiento de secularizaciones que no pudo frenar su rechazo a la facilidad de liberarse algu­nos de los votos por motivaciones turbias ni su voluntad de per­manecer fraile y célibe por mucho tiempo. Lo que no le hizo callar su enfado por la censura retentiva a que este escrito -así como el dirigido al arzobispo- fuera sometido por los mira­mientos políticos del responsable y amigo Spalatino 70.

Son signos de que su empresa se había convertido ya en mo­vimiento de alcance imprevisto para él y difícilmente contro­lable. En su ausencia, «reformadores» coherentes no estaban dispuestos a quedarse en los principios teológicos sin aplicarlos

69 Es la conoddísima cuestión del «espíritu del capitalismo». Estado de la misma: Ph. BESNARD, ProtestantÍJme et capitalisme. La contl'overse post-tveberienne, Paris, 1970,

70 Estas quejas en LUTERO, Obras, 383-394.

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a la realidad social. Como fermento animador actuó la presencia en Wittenberg de los «profetas de Zwickau», personajes atrac­tivos y oídos hasta por Melanchthon, con sus actitudes espiri­tualistas e iluminadas, con sus tendencias democráticas y sub­versi vas, menos necesitados de la Palabra escrita (exterior) que del movimiento interior 71. Mas no fueron éstos los protagonistas directos de las agitaciones de la ciudad, sino sectores del estu­diantado, algún profesor de la Universidad, ex clérigos y ex frailes entusiastas.

Se estableció con ciertas prisas la misa nueva, sin referencia sacrificial, en alemán, con la comunión del cáliz y con la prohi­bición de misas privadas, de capellanías, imprescindibles hasta entonces para la subsistencia de curas, clérigos, beneficiados, así como para las preferencias de la piedad popular. Al mismo tiempo, en el agitado invierno de 1521, se desencadenó la ac­ción violenta e iconoclasta contra altares laterales, cuadros, imá­genes, oscurecedores de la única mediación de Cristo. También se ensayaron eficazmente sistemas ele depuración social: lucha contra prostíbulos y contra la mendicidad, más contra ésta que contra los primeros.

Desde el punto de vista histórico, la nueva ordenación de la caridad entrañó una importancia no fácil de valorar si se olvida el peso que en aquellas sociedades y en aquella sociedad de la primera modernidad tenían los pobres y si no se tiene en cuenta el eco directo e indirecto que los reformadores de Wittenberg encontraron en otras ciudades germanas, en los Países Bajos, en la sistematización humanista de Luis Vives 72. Se socializó la «caridad», convertida en asistencia, conforme a una mentali­dad burguesa. El factor «luterano» no estaba ausente: la limosna indiscriminada se despojó de su valor meritorio e intercesor, y, ante la eliminación del sustentáculo social (clerical) del diezmo, beneficios, donaciones, obras pías, teóricamente destinados a sub­vencionar este sector costoso del pauperismo, la autoridad (o la comunidad) debía responsabilizarse de la administración de tales ingresos, drenados por la caja común y dirigidos a financiar la asistencia social secularizada, los costes del servicio divino, los

71 La documentación de las inquietudes en N. MÜLLER, Die Wittenberger Beweg,mg 1521 und 1522, 2.' ed., Leipzig, 1911. Valoraciones más actuales, H. BORNKAMM, Marlil, Llllhe!' ill del' Mille seines Lebel1S, Gottingen, 1979, pp. 56·87.

72 M. FATICA, «11 'De subventione pauperum' di J. L. Vives: suggestioni luterane o muta· mento de una mentalita collettiva?», en Sociela e Sloria, 5 (1982), 1-30.

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de la enseñanza. Era bien directo el golpe al «papismo» en su economía tradicional.

La acumulación de iniciativas y su repercusión en el orden social (y político) sembraron la inquietud. Lutero, informado por cartas y por una estancia clandestina y breve, dejó su encie­rro y se presentó en la ciudad de los «desórdenes». Revestido de fraile, sus ardientes sermones durante una semana lograron la calma, el repliegue iconoclasta y la pausa en las reformas. Temía la inmadurez, el escándalo de los débiles, era alérgico a la violencia, más aún a que las reformas brotaran de abajo y no de la autoridad; no podía sufrir la subversión ni magisterios que no fueran los suyos. Se iniciaba así el forcejeo dmadero y multiforme entre las ideas teológicas del pionero de la Reforma y las aplicaciones prácticas de sus secuaces 73.

El caso de Karlstadt lo aclara en esta fase. Es una figura que está bien necesitada de revisión histórica, puesto que su imagen fue oscurecida por Lutero, empeñado en responsabilizar­le de lo acontecido en Wittenberg, en presentarle como espíritu iluminado que no era, en mezclarle con la guerra de los cam­pesinos que le sorprendió en el activo centro de Rothenburg ob del' Taube. En vano la víctima proclamó una y otra vez la injus­ticia de tales acusaciones. Fue censurado, proscrito, exiliado, re­conciliado y desterrado de nuevo hasta su muerte, después de haber ensayado con todo éxito la idea de comunidad reformada en Orlamunde. Lo más curioso es que la imposibilidad de enten­derse provenía de la distinta interpretación del misterio eucarís­tico, y esto sí que no 10 perdonaba Lutero, ya que equivalía a atacar la evidencia de las palabras neotestamentarias de la sola y clarísima Escritura, que, al parecer, no era tan clara y sí sujeta a discusión. A nosotros puede resultamos baladí, al menos des­proporcionado, este problema. No lo era para entonces. Estuvo en la raíz de las divisiones reformadas y en el odio, auténtico odio sacro, de Lutero hacia el otro reformador: Zwinglio 74.

Más directamente relacionadas con las transformaciones so­ciales, en algunos momentos como auténticas revoluciones, hay que ver otros movimientos protagonizados por los sectores a los que perjudicara la coyuntura creada por los nuevos Estados y

73 H. BORNKAMM, 0, C., pp. 56·71. 74 R. ;. SIDER, Andreas Bodemtein VOII Karlstadf. TIJe developlllellf 01 bis tIJolIght

1517-1529, Leiden, 1974.

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por el primer capitalismo, y alentados por las promesas de liber­tad cristiana de la Reforma. La indiferencia de Lutero ante la «guerra de los caballeros» (1522-23), aunque sus líderes Hurten y Sickingen fueran sus entusiastas propagandistas, indicaba la postura social del reformador, siempre al lado de los señores y de la autoridad 75.

Que Lutero no estaba por revoluciones sociales se aclaró trá­gicamente en la llamada «guerra de los campesinos», convulsión que aglutinó a todos los sectores perjudicados por los desajustes del tiempo: campesinado, mineros, artesanos, «lumpen», como expusiera Engels con clarividencia. El común -el «gemeine Manll»- ya había elevado su voz y demostrado parte de su fuerza (y de sus imposibilidades) antes de la gran guerra de 1525. Cuestionaban el nuevo derecho en beneficio de los poderosos y clamaban por retornar a los anteriores, es decir, a los tiempos del derecho divino; tenían programas más o menos difusos de reforma fiscal, social, política y religiosa (como el nombramiento comunitario, democrático, de sus párrocos); soñaban a veces con mundos libres, igualitarios, con el advenimiento del milenio algunos. Y todos, absolutamente todos (y de ahí el anticlerica­lismo activo), actuaban desde la simbiosis de 10 religioso y lo social, como era natural en sociedades sacralizadas.

Tal es el sentido del pastor Hans Boheim, con su pífano, sus canciones (las canciones están siempre presentes) y la trans­misión de mensajes divinos y apariciones de la Virgen que con­virtieron el lugar de peregrinación de Niklashausen en centro de subversión, demolido por el arzobispo-señor de Würzburg (1476); de los humildes agitados contra las presiones fiscales por el mozo Gaispeter (<<el pobre Conz») en Württenberg a fines del siglo xv. y 10 mismo aconteció con los repetidos y fallidos empeños de la Bundschuh (<<liga del borceguí»), juramentados ante los sig­nos del calvario (1493-1517), y con el líder más conocido, Joss Fritz, inevitablemente traicionado y extrañamente superviviente hasta los tiempos de Lutero. Los ejércitos señoriales no tuvieron gran dificultad en aniquilar estos gérmenes demasiado frecuen­tes, inorgánicos y desvinculados, de la agitación del común 76.

Esta inquietud generalizada recibió con la Reforma la ideo-

75 E. G. LÉONARD, O. C., pp. 96-97. 76 Cfr. obras cit. en nota 12. Desde óptica no marxista, R. van DÜLMEN, Refol'lllatioJl

als Revolution. Soziale Bewegung und religioser Radikalismus in der deutschen Reformation, München, 1977, con bibliografía ahundante.

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logía de que andaba necesitada, aunque la Guerra de los Cam­pesinos, que culminó en 1525, no fue tan uniforme como suele pensarse y estuvo más relacionada con los reformadores radicales (sobre todo con Zwinglio) que con Lutero. La agitación más moderada fue la inicial de la Selva Negra con sus «Doce ar­tículos» reivindicativos, contestados conciliadoramente por Lu­tero en su Exhortación a la paz. La violencia progresiva -cen­trada con frecuencia en el asalto a abadías y obispados- se fue encrespando con sorprendente celeridad. Frente a las prudentes quejas y peticiones suabas se esparcieron los programas de Fran­conia, los de líderes como Florian Geyer y su proyecto de parla­mento campesino. Lutero estuvo bastante desconectado de lo que pasaría después con los intentos de Gaismair y sus sueños de una república tirolesa con los bienes estatalizados, profundamen­te cristiana y sin iglesia. Pero estuvo muy al tanto de lo acon­tecido en las cercanías de su Sajonia y en el último acto de Fran­kenhausen con la masacre conocida y, en parte, si no provocada, justificada en su durísimo escrito Contra las hordas ladronas y asesinas 77.

Pl'Íncipes y señores -poco importaba que afines o no a las ideas de Lutero- coincidieron en la represión cruenta y sin pie­dad. Lutero, con mentalidad arraigadamente feudal, atado por 10 que luego se denominará como «teoría de los dos reinos», sancionó el poder del Estado cuando el orden social y político se veía amenazado. También en esta circunstancia procedió con coherencia: jamás ocultó su aversión al campesinado, al «Herr Omnes» ignorante; y no está dispuesto -al contrario de los líderes de los campesinos en sus manifiestos- a que el Evan­gelio (la Biblia) se alargara a compromisos sociales y se leyera de manera diferente a la suya.

La violenta confrontación entre Thomas Mühtzer y él revela los antagonismos insalvables y el enfrentamiento entre el sancio­nador del orden establecido y el comprometido en las transfor­maciones terrenas más revolucionarias y extremas. La conocida guerra de escritos e invectivas entre ambos es bien explícita para ver la imposible inteligencia entre el «archidiablo», «iluminado profeta celestial», y el «doctor mentiras», «adulador de prínci­pes», «afeminado nuevo papa de Wittenbel'g». En el fondo se trataba otra vez de lecturas encontradas del principio reforma-

77 LUTERO, Obras, 251-277.

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doro Ni siquiera la historiografía marxista actual se atreve a eli­minar el peso de estos motivos teológicos en la lucha munzeria­na por su «reino de Dios», de selectos por la Cruz, de pobres, entre escatológico, utópico, milenarista, capaz de arrastrar a aque­lla amalgama de videntes del arco iris a la sangrienta derrota de Frankenhausen 78.

El compromiso entre orden establecido, poder creciente de los Estados, y reformadores (esta vez el mismo Zwinglio tras su primera actitud, Calvino después) decidió el práctico exterminio del anabaptismo. Los historiadores de hoy no coinciden con las condenaciones ni con el confusionismo que sembraron los per­seguidores, y entre ellos Lutero en primer lugar, de estos movi­mientos anteriores a él, en los que la iluminación interna del Espíritu exige la eliminación total de mediaciones, incluida la Escritura. Esta «sabiduría popular» entraña la exclusión de dog­mas, la negación de los sacramentos (el bautismo adulto, sobre el que se centró la polémica, no era más que la certificación simbólica de integración en las comunidades de electos) y exalta la predicación de los laicos. Eran incompatibles con la Iglesia y con el Estado las sociedades de impecables, a veces democráti­cas, casi siempre con connotaciones milenaristas y escatológicas.

Las cada vez más numerosas revisiones del anabaptismo in­sisten en la imposibilidad de homogeneizar todas las expresiones de un movimiento sustancialmente heterogéneo, tanto en su di­fusa base doctrinal, en las aplicaciones prácticas, como en las posiciones de sus más notables representantes (profetas de Zwickau, Schwenckfeld, Sebastian Frank, Hofmann, Hubmaier, puesto que Karlstadt y Müntzer, a pesar de Lutero, poco o nada tuvieron que ver con esto). Todos están de acuerdo, sin embargo, en contrastar la unanimidad de la persecución contra la más temible herejía, peligrosa para la ortodoxia (la que fuere) y, na­turalmente, para el orden social y político. Los escritos de Lu­tero son una muestra más de acoso en el que coincidieron el resto de los reformadores y los poderes civiles, sobre todo desde que en 1528 el edicto imperial y la Dieta de Spira en 1529 los

78 Inabarcable la bibliografía acerca de Müntzer, campesinos y Lutero. Las interpreta­ciones de nota 12 deben contrastarse con las no marxistas de W. ELLIGER, Thomas Miil1/zer, seÍl¡ Leben ul1d Werk, Gottingen, 1975; G. FRANZ, Del' deu/sche Bauernkrieg, 8." edi­ci6n, Darmstadt, 1969; P. BLICKLE, Die Revolutioll von 1525, 2." ed., München, 1983. Hay que recordar la obra clásica de Engels. Contraste de pareceres: R. WOHLFEIL (ed.), Reforma/ion oder friihburgerlische Revolutiol1, München, 1972.

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proscribiesen y condenaran a muerte. De hecho fueron los más perseguidos, y resulta patética la contemplación de estas comu­nidades peregrinas, por fin reducidas en la Moravia acogedora, regando de mártires su exilio obligado e incesante. Mas no te­nían porvenir, al menos en la forma que se ensayó en el <<Huevo reino de Sión» de la ciudad de Münster a1'l'ebatada al obispo. De nuevo el poder civil y el eclesiástico (no importaba la con­fesión religiosa) se volvieron a unir ante el peligro de subversión de aquella teocracia comunista y polígama. Y estas minodas activas y carismáticas tuvieron que despojarse de sus connota­ciones políticas y sociales para refugiarse en formas pietistas du­raderas 79.

VIII. INSTITUCIONALIZACIÓN DEL LUTERANISMO

Estas tendencias subversivas forzaron la institucionalización paradójica de lo que hasta entonces había sido un movimiento enfrentado con las instituciones de la Iglesia tradicional. El año de 1525 fue decisivo, y ello explica, sólo en parte, que con fre­cuencia se vea como la divisoria entre el «joven» y «el viejo» Lutero.

La apologética antañona insistió con entusiasmo desmedido en la boda con Catalina Bora, monja secularizada. El matrimonio del ex fraile se trocaba en evidencia de la dirección en que iba la provocada división de la Iglesia: la liberación libidinosa de represiones sexuales. La verdad es que la importancia que se otorgó a este gesto por parte católica, el que se otorga por parte de la psicohistoria de hoy, fue compartido en aquellos días por Melanchthon y algunos más de su entorno, empeñados en no despojar al «Hercules Germanicus» de ciertos nimbos de heroi­cidad. A pesar de las desconcertantes explicaciones que Lutero tuvo que dar, su opción era una consecuencia de principios dig­nificadores del estado matrimonial. Por 10 demás, fue un exce­lente padre y marido, y para la evolución de la Reforma apenas si tuvo importancia histórica 80.

79 R. van DÜLMEN, O. C. G. H. WILLIAMS, Radical Reformalion, Philadelphia, 1962. Sto OZMENT, Myslicism a/ld Dissent. Religiotls Ideology and Social Prolesl in Ibe Sixteentb Cen/ury, New Haven-London, 1973, H.-J. GOERTZ, Die Taufer, Gescbichte Ultd Deulultg, München, 1980, H. KARASEK (ed.), Die KOtJ1l1tune del' Wiedel'/3ufel'. Bel'icht aus den befreiten und be/agerlen Sta/dI Münster 1534, Berlín, 1977.

80 Cfr. en las Cartas de LUTERO, Obras, correspondencia con su mujer y alguno de sus hijos, P. MANNS trata de explicar «ecumenistamente» este matrimonio, Martín LUlbel', o. (

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La ruptura con el campesinado fue notable, no hay duda. Pero no tardaría en saldarse cuando se impusiera la adscripción geográfica al luteranismo o al catolicismo a tenor de la voluntad de los pl"Íncipes. Más duradera fue la enajenación del Humanis­mo. A raíz de la toma de postura de Erasmo, las «élites» intelec­tuales se encontraron con el ataque más serio y certero a la solución luterana del problema de la libertad en su encuentro con la gracia. El propio reformador 10 confiesa en su obra De servo arbitrio (respuesta no convincente al De libero arbitrio erasmiano), donde se evidencia la incompatibilidad de dos con­cepciones antropológicas irreconciliables. De hecho, Lutero se quedó sin humanistas, puesto que Melanchthon, pese a su fide­lidad amical, nunca acabó de compartir sus convicciones acerca de este capítulo 81.

Mayor -decisiva- trascendencia tuvo la conversión del mo­vimiento reformador en organización dependiente, en última ins­tancia, del príncipe territorial o de las oligarquías urbanas. La idea inicial de una iglesia invisible (espiritual, mejor), creada y viviente por la palabra predicada y la fe, hubo de plegarse a las exigencias de situaciones concretas. Sólo teniendo en cuenta es­tas circunstancias históricas podrá comprenderse el pensamiento eclesial de Lutero, condicionado por el oscuro e incompleto des­arrollo de la eclesiología de su tiempo también.

Por de pronto, alarmado por lo que calificaba de desórdenes y caprichos espiritualistas, aleccionado por la aplicación vertigi­nosa de la libertad evangélica y consciente de las capacidades subversivas de la liturgia (bien claro lo vio en los intentos de Karlstadt y Müntzer), se decidió por la ordenación del culto en torno a la misa. Llegó tarde, pero su Misa alemana no fue algo apresurado y sólo se estableció a partir de las navidades de 1525 tras ensayos sel"Íos. Una vez publicada se convirtió en el modelo del servicio divino de la Alemania luterana. Por otra parte, fue un instrumento envidiable de adoctrinamiento, hasta tal punto que, a pesar de coincidencias con la romana, la de Lutero apa­rece ante todo como oficio pedagógico. Este es el sentido de la música, los salmos, la predicación y de la lengua vernácula, in­corporada como integrante sustancial. Y la lengua fue también

81 Síntesis de la confrontación decisiva en B. LOHSE, O. C., 72-78. G. CHANTRAINE, Erasme el Luther, libre el serve arbitre, Élude historiqtle el théologiqtle, Patis, 1981.

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la innovación principal en el ritual del bautismo (1526), en el de la bendición nupcial aparecido tres años después 82.

La preocupación por la enseñanza es comprensible. La con­vulsión subsiguiente a la aceptación de la Reforma ocasionó, entre otras muchas cosas, la indiferencia más clamorosa hacia las escuelas. El escrito A los magistrados para que erijan y fi­nancien escuelas cristianas (1523) es, a la vez que un programa que después completaría Melanchthon en otros niveles, la con­fesión de esta realidad 83. En un segundo tiempo, el contacto di­recto o indirecto con las comunidades le hizo contrastar la igno­rancia, incluso la indiferencia, de los nuevos (que muchas veces eran los viejos) responsables pastorales y del vulgo, sobre todo el aldeano. «Viven como animales, como cerdos irracionales»; «cuando les ha llegado el Evangelio 10 único que han aprendido a la perfección ha sido a abusar como dueños y señores de todas las libertades», dice sin miramientos. Para unos y otros redac­taría los manuales adecuados con un deseo de uniformidad que, aunque luego se impusiera, no prescribió para las formas litúr­gicas.

Este es el motivo de los catecismos de Lutero. No era ori­ginal: en principio seguía líneas tradicionales e iniciativas de otros reformadores, incluso en el recurso a las formas de trans­misión catequética apoyadas en grabados murales y volanderos. Hasta que en 1529 se sucedieron el Catecismo mayor como libro de consulta y el Catecismo breve para uso ordinario de la parro­quia y de la casa 84. Ambos tuvieron un éxito editorial arrollador; el menor se trocó en texto de referencia luterana: era válido tam­bién para los analfabetos mayoritarios, incapaces de leer la Bi­blia, preparados para memorizar este libro sencillo, cálido, con­vertido en auténtica biblia popular.

Con la introducción del Evangelio cambiaron los administra­dores, pero permanecieron los sectores necesitados de la aporta­ción colectiva: la enseñanza, la asistencia social, los pastores del culto y de la predicación. La iniciativa de crear cajas comu­nes fue envidiable, pero resultó un fracaso. Y como a Lutero crédulo no se le ocurrió que las aportaciones podían dismi­nuir, se encontró con el espectáculo de párrocos desasistidos en

82 LUTERO, Obras, 278·290. 83 Ibid., 21)-232. 84 El Catecismo breve, Ibid., 290-305.

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sus precisiones más elementales. Todos estos factores le forzaron a una caneta de concesiones al poder civil, implícitamente obli­gado a regular la vida de las comunidades que, en definitiva, financiaba.

El no ser hombre de Iglesia -a pesar de todo lo que se quie­ra decir por los ecumenistas- y la acumulación de problemas que exigían soluciones urgentes a los vacíos creados le empujó a recrear instituciones gemelas a las del papado y contra las que tanto había gritado por ser creaturas humanas. De esta suerte, las visitas pastorales de los obispos le dieron la idea para sus decisivas «visitaciones», burocratizadas y complejas, y dependien­tes al fin del príncipe como último responsable. Desde 1527 tales visitaciones se institucionalizaron, a pesar de protestas de anti­nomistas, como Juan Agricola, que vieron un retroceso a tiem­pos papistas por la insistencia en recabar datos acerca de las costumbres, de la ley y no sólo de la doctrina. Visitadores tem­porales, «superintendentes» más estables, debían llevar al prín­cipe la denuncia de los «abusos» detectados, que, curiosamente, coincidían con los de la Iglesia tradicional. Como era de esperar, los más numerosos se referían al matrimonio, y en relación con este proceso hay que explicarse que ya en el tardío 1542 se formasen los «Consistorios», réplica de las curias diocesanas y de Roma. El Consistorio, controlado por el príncipe, consagró la invasión del poder civil en todos los terrenos eclesiásticos, y las invectivas que encadena Lutero contra los juristas en sus Charlas de sobremesa reflejan su incomodidad ante la progresiva absorción de competencias sobre los teólogos. Era lo mismo que sucedía en todas las cortes prácticamente.

Ahora bien, los príncipes y oligarquías mbanas del territorio evangélico gozaban de prerrogativas vedadas a los de los cató­licos. Lutero siempre añoró a los obispos, pero hubo de contras­tar cómo ninguno se pasaba al Evangelio. En la cúspide de sus iglesias tuvo que colocar a estos poderes civiles como «obispos de necesidad», «como miembros eminentes de la Iglesia». Su reforma alentó el hambre de poder del Estado mode1'l1o, y los nuevos párrocos, predicadores, profesores, fueron controlados como instituciones y funcionarios del Estado en iglesias que se configuraron como territoriales. Calvino, que pudo usufructuar experiencias anteriores, convertiría en organización perfecta lo que Lutero tuvo que ir improvisando.

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IX. LA POLITIZACIÓN DEL EVANGELIO

Bajo esta luz hay que contemplar la trayectoria de Lutero y de su primera Reforma. Las circunstancias le obligaron a ver que el Evangelio, sin dejar de ser cosa de Dios, también era asunto de hombres. Envuelto en el torbellino de la política, no pudo evitar el rapto de su idea primitiva por fuerzas superiores, y, en este sentido, hay que dar, al menos en parte, la razón a los ecu­menistas convencidos de que la ruptura se operó a pesar de Lutero. Pero no por agentes extrahistóricos.

Con criterios históricos y con sentido de la cronología quizá puedan aclararse algo las interminables discusiones actuales acer­ca de problemas fundamentales como su posición frente a la autoridad civil, su doctrina de la resistencia, su teoría de los dos reinos o regímenes. Al historiador le asombran las anacro­nías que se agolpan sobre estas cuestiones fuertemente ideologi­zadas, cuyos planteamientos, discusión y soluciones responden más a preocupaciones del nacionalsocialismo de los años cua­renta, a las posteriores teologías de la liberación, que a la situa­ción concreta que vivió Lutero. Al igual que se le convirtiera en héroe alemán por la década de los treinta (y desde el XVIII), es frecuente ahora la acusación de haber aniquilado el sermón de la montaña, de haber frenado durante siglos la evolución demo­crática, la emancipación de los oprimidos.

Hay que retomar a las circunstancias difíciles de Lutero, a sus ideas heredadas del agustinismo, a las controversias aún pen­dientes de la Edad Media y recordar los momentos sucesivos en que Lutero se vio forzado a actuar y decidir, sin olvidar, como ha insistido Lohse, en el modelo que él tiene delante cuando piensa en el poder y en los príncipes: el protector Federico el Sabio de Sajonia. No son los mismos acentos los utilizados antes de la bula de condenación, de Worms, que después; antes y des­pués de la Guerra de los Campesinos; los que se refieren al em­perador y a la resistencia antes y después de la Liga armada protestante. Sin olvidar que cuando el peligro turco se cierne por los márgenes del Imperio, se agitan limos de profundo esca­tologismo bien asentado en Wittenberg.

El luteranismo (es decir, el Evangelio, la Reforma, el propio Lutero) fue politizado por todos. En primer lugar por Roma,

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cuyos papas, salvo el excepcional y efímero Adriano VI, se hi­cieron sordos a la única solución eclesial: el concilio temprano. Su sordera era interesada y no dudaron en firmar pactos con el monarca francés, a sabiendas de su inteligencia con el turco, de su apoyo a los príncipes evangélicos y de que las guerras contra Francia y contra el turco fueron los factores que condicionaron la intervención imperial en las cosas de Alemania. No debe ex­trañarnos que humanistas y anhelosos de las reformas saludaran con gozo el «Saco de Roma» de las tropas imperiales y vieran en el César la esperanza de sus deseos.

Las larguísimas ausencias de Carlos V fueron bien aprove­chadas por los príncipes alemanes, que interpretaron conforme a su conciencia o a sus conveniencias el edicto de proscripción de Worms. Entre aquel 1521 y la reaparición imperial por Ale­mania en 1530 se afianzó la Reforma. La hostilidad tradicional contra planes relativamente centralizadores del emperador, el he­cho de que se erigiese en defensor de la causa católica, forzó la formación de ligas «protestantes» de príncipes y ciudades. De esta suerte pudieron operar con más tranquilidad, condicionar el cumplimiento de Worms al huidizo concilio y lograr el prác­tico derecho de introducir el Evangelio en sus dominios respon­diendo sólo ante Dios y ante su conciencia, como declararon en las dos Dietas decisivas de Spira 1 (1526) y Spira II (1529). Poco podía hacer Carlos V (o mejor, su hermano don Fernando), atado como estaba por alianzas contrarias de los monarcas católicos occidentales (entre ellos el papa, naturalmente) o por la necesi­dad de concesiones a los príncipes alemanes ante el peligro turco 85.

A estos mismos motivos se debió el fracaso del mayor acer­camiento registrado entre católicos y protestantes: la Confesión de Augsburg (1530). El sentido ecuménico del encuentro ha sido debidamente resaltado por la nutrida bibliografía que, en clima muy distinto al de entonces, ha producido el 450 aniversario de este acontecimiento preñado de esperanzas, de concesiones hasta lo inverosímil de Melanchthon, pero abortado por los intereses políticos del conductor Felipe de Hessen, por la falta de res­puesta adecuada en unos teólogos católicos anclados en una Con-

85 Para el acontecer político, actitudes, medios, vaivenes y crisis de Carlos V, cfr. M. FER­

NÁNDEZ ALVAREZ, La España de Carlos V, 2.' ed., Madrid, 1979. A. G. DICKENS, The Germatl Nation. H. BORNKAMM, Martin Luther. E. ISERLOH, Geschichte und Theologie del' Reforlnatiolt im Gl'Ultdriss, Paderborn, 1980, 70-80.

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futación intempestiva y en las posiciones superadas de Worms o en las viejas bulas condenatorias. Era una convocatoria tardía, y Carlos V, ausente desde 1521, nada pudo hacer. La Confesión quedó como documento confesional de primer orden del lute­ranismo y de su identidad, diferenciada de las otras confesiones más en relación con Zwinglio 86.

Es más que significativo que el documento fuera firmado por los príncipes y ciudades presentes, no por los teólogos y ju­ristas que lo elaboraron. Y más significativo aún resulta que Lutero fuera aislado -por razones de seguridad se dijo oficial­mente, en realidad porque aquello era cosa política- en el cas­tillo no lejano de Coburg, donde su impaciencia le hizo desarro­llar una actividad incesante epistolar y redactar escritos hermosos como el arte de traducir 87, sobre la obligatoriedad de la ense­ñanza primaria, acometer la traducción de Esopo, entre otras cosas que manifiestan otra vez -si hubiera necesitar de ello­su extraordinaria capacidad de trabajo. Pero que prueban tam­bién que Lutero había perdido protagonismo en beneficio del poder civil que le arrebató su causa.

De hecho no participará directamente en ninguno de los co­loquios, de tantos como tuvieron lugar, para encauzar la des­unión por derroteros de inteligencia, como los otra vez esperan­zadores de 1541-1542. Su intolerancia y la de la curia, pero más aún la seguridad política respaldada por bloques armados, serán factores decisivos de acercamientos parecidos a los de Augsburg, en los que capítulos dogmáticos fundamentales como la justificación dejaron de constituir un muro insalvable. Ya se hablaba más de la misa, de sacramentos, del papado, y más aún de regulación de las transferencias económicas consecuentes a las secularizaciones de propiedades y rentas consecuentes a la introducción del Evangelio. Incluso el recurso al concilio per­dió su fuerza, y cuando en 1536 parecía que su convocatoria iba en serio, los Artículos de Smalkalda que redactó Lutero fueron una afirmación de fe radical, en la que se vio cómo el Evangelio

86 Como representativos citamos sólo los siguientes congresos tenidos C011 ocasión de esta Confesión. Confessio Augustana I/nd Confutatio, Aschendorf, 1980. Confessio Augustana. Hindemis oder HUfe?, RegensbUl'g, 1979. La Confessiolt d'Augsbolll'g, 450e anlliversaire. Atltour d'un colloqtle oecuméniqtle intel'l1ationa/, Patis, 1980. La COflfessione Augusta/la del 1530, Totino, 1980.

87 LUTERO, Obras, 306-318. Cfr. ibid., cartas de este año 1530.

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se había convertido en Iglesia y la voluntad de que «estamos y estaremos eternamente separados y unos conh'a otros» 88.

En el sistema de los diálogos parece que sólo creían ingenua­mente Carlos V y pocos más. Amainados los peligros exteriores por el momento, vio que no quedaba más solución que la guerra. No podemos entrar en el juego de alianzas, de recovecos, testi­gos de planteamientos más políticos que confesionales y que pre­cedieron a la confrontación armada de bloques. Las ideas de Lutero acerca de la resistencia pasiva derivaron hacia la activa contra «el tirano» (Carlos V), y sus escritos más furibundos contra el papado salieron precisamente en esta etapa final 89. La legendaria victoria de Mühlberg (1547) tuvo lugar cuando Lu­tero, ya muerto (18 febrero 1546), no pudo sufrirla. Era la de­rrota del frente protestante, posible gracias a los dineros y a los hombres de Castilla.

La victoria fue, no obstante, ineficaz. La escandalosa retirada de la ayuda, tan condicionada, del pontificado salvó al protes­tantismo 90, que le importaba menos que el temido fortaleci­miento del emperador. La interrupción del concilio ya en mar­cha, su traslado a Bolonia, debe inscribirse en este contexto de recelos políticos del papa. En vano Carlos V, acosado nueva­mente por Francia, por los príncipes alemanes, por la curia ro­mana, publicó fórmulas de reforma. En la década de los cin­cuenta había desaparecido ya de su entorno aquella generación de humanistas que habían soñado con unidades imposibles 91 ;

Castilla estaba agotada; Carlos se debatía con problemas fami­liares y sucesorios; era derrotado por Francia, por los protes­tantes. No quedaba más remedio que capitular, y la Paz de Augsburg (1555) fue la concesión oficial del fracaso imperial. Por primera vez se sancionó la ¿convivencia? de luteranos (no de calvinistas) y católicos en el Imperio. Pero sería absurdo pensar que esta solución tenía un carácter de tolerancia: la li­bertad de opción religiosa sólo cabía para los príncipes; a los

88 ¡bid" 332-357, 89 Etapa en la que fijó también su postura adversa a los judíos, problema sobre el que

se ha derramado tanta literatura y taota ideología a tenor de las circunstancias históricas, Cfr, Introd, a LUTERO, Obras, pp, 53-54,

90 E. ISERLOII, Gescbicbte tllld Tbeologie, p. 129. 91 Cfr. Q. c. de FERNÁNDEZ ALVAREZ, cap. dedicado a la crisis de estos años. '

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súbditos disidentes no les quedaba más remedio que la conver­sión o el exilio 92.

X. EXPANSIÓN y PENETRACIÓN

A la muerte de Lutero el protestantismo se había afianzado en numerosos enclaves no sólo alemanes. A los núcleos origina­rios de Hessen y Sajonia se fueron adhiriendo territorios, princi­pados, ciudades, incluso monarquías, que integraron el mapa, sólo parcialmente modificado después, que comprendió la Ale­mania del SW en frontera oblicua hasta la del NE, con todos los claros y excepciones naturales, y los países escandinavos. No en todos los sitios se siguió el luteranismo ortodoxo, difícil de dis­cernir ya al final de la vida del reformador, beligerante en las interpretaciones antinomistas, en el sinergismo, en la cordial pre­sencia eucarística. Las diferencias, al margen de estas discusio­nes de élite, se vieron con más claridad en la constitución de las iglesias territoriales y en la expresión cultual. ASÍ, mientras en Dinamarca (entonces con Noruega e Islandia) la Reforma se impuso de manera radical, borrando al episcopado y con fortí­sima impronta estatal (1536) como réplica de Sajonia, en Suecia (con Finlandia) penetró (1527) sin tantos traumatismos, con una constitución episcopal y sinodal, con liturgia, culto, veneración de María y los santos, y tantas otras conexiones con el catoli­cismo que tardarían en desarraigarse 93.

Los motivos de esta expansión fulgurante fueron multifor­mes: dejación de Roma; dejación de los obispos alemanes, fir­mes en su fe pero incapaces de responder al reto del Evangelio; ambición de los Estados territoriales de Alemania, cuyos prín­cipes supieron aprovechar la ocasión para aumentar su poder, afianzar su posición frente al emperador y hacerse con los bie­nes de las instituciones católicas (lo que no quiere decir que muchos, como el duque de Prusia, no actuasen por móviles de auténtica convicción religiosa); demandas de las élites y del pue­blo respondidas por la solución luterana, etc.

Menos conocido es el grado de penetración en profundidad.

92 No se formuló aquí J pero se consagró el principio «cuius regio eíus religio». Cfr. T. EGIDO, «Reflexión histórica acerca de la tolerancia, la intolerancia y la violencia», en Revista de Espiritualidad, 39 (1980), 71-88.

93 E. G. LÉONARD, O. C., pp. 93-96, 120-125.

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Como se sabe, la Reforma fue impuesta siempre desde arriba y no puede identificarse adscripción al Evangelio hecha a golpe de decisión del poder del señor o del municipio (aunque las ciu­dades optaban tras la disputación consabida entre representantes de la nueva y de la antigua fe 94) y evangelización del clero y de los creyentes.

En cuanto a éstos falta aún mucho por investigar, a pesar de que cada vez se vaya conociendo menos malla religión popular. Por de pronto, su escasísima formación (o su sensibilidad, tan distinta a la de las élites que juzgaron al pueblo) saludó al Evan­gelio con un respiro de liberación de tantas cargas económicas y al mensaje de Lutero como promesa sabiamente vulgarizada de asegurar sin tantas complicaciones ni dispendios lo que de verdad interesaba: la salvación. Porque, por 10 demás, y pasados los primeros entusiasmos iconoclastas, no fueron muchos los símbolos, a que estaba acostumbrado el lenguaje popular, que desaparecieron, dada la prudencia, no siempre secundada, que recomendara Lutero sin cesar. Como hemos visto, el papa no era popular. Las discusiones de altura no llegaban a estas capas. Fueron conservados los principales sacramentos, y el resto, con­fesión, matrimonio, asistencia a enfermos, sólo modificados en conceptos demasiado teológicos, no en sus formas exteriores. Que el cura se casase traía sin cuidado a aquellos campesinos, acostumbrados al párroco amancebado, al menos en Sajonia 95:

la abolición del celibato supuso la regulación de una situación anómala.

En cuanto al clero bajo, las mismas visitas dicen la indife­rencia general, la falta de formación, que exasperó a Lutero. Fue el otro sector clerical, el universitario, con frecuencia de extracción monacal, el auténtico factor de penetración, hasta que la Universidad de Wittenberg -tras el colapso de los años

94 Cfr. B. VOGLER, Le monde germaníque et helvétique, l, pp. 105-244. Existen nume­rosas monografías acerca de la penetración, del establecimiento mejor, de la reforma lute­rana en los distintos principados y ciudades. En cuanto a aquéllos, véase la monografía del modelo más general: H.-W. KRUMWIEDE, ZUI' Entstehung des landesherrlichen Kil'chen­I'egíments il1 Kursachsen und Braunschweíg-Wolfenbüttel, Gottingen, 1967. Visión más com­pleta en catálogo de la exposición de Nürnberg ya citado: Martin Luther und die Reforma­tion in Deutschland. H. A. OBERMANN, «Stadtreformations und FÜ1'stenreformatioü», en Hu­manísmus und Reformation, 80-103. Discusión acerca de las últimas interpretaciones de la Reforma en las ciudades: H. SMOLINSKY, «Satdt und Reformation. Neue Aspekte der refor­mationsgesehiehtliehen Forschung», en Trierer theologísche Zeitschrift, 92 (1983), 32-44.

95 Así lo confirman las visitas cuyo texto ha sido editado. Relación directa de uno de los visitantes, Myeonio, en JUNGHANs-LAu, pp. 366-377.

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veinte- y luego la de Marburgo se convirtieran en auténticos seminarios de protestantismo. Mientras tanto fueron teólogos, frailes, predicadores los fermentos que convencieron a príncipes, a cabildos, a municipios.

Lo hicieron con el instrumento de la palabra, revalorizada como constitutiva esencial de la nueva Iglesia. Conocidos los grados altísimos de analfabetismo, el sermón se había convertido en transmisor ideal de ideas, y el predicador en auténtico señor de la opinión pública, fácilmente moldeable, y más cuando se basaba en «slogans» de fácil retención como «sólo la Escritura», «sólo la fe», «solo Cristo», «libertad del cristiano». Basta con recordar la importancia que Lutero otorga a la predicación para darnos cuenta la capacidad de este vector de la nueva fe, sobre todo si está encuadrado en una liturgia cercana, alemana y par­ticipativa a través de la música sobre todo (y lamentamos no poder extendernos en la trascendencia que para aquellas comu­nidades tuvo el agente musical).

Palabra, liturgia, música, eran medios ya utilizados. La gran novedad de la Reforma de Lutero, la que la diferencia en sus capacidades de captación de las «herejías medievales» atadas a la palabra y al manusc1'Íto limitados, fue la utllización de un medio inexistente antes y con capacidades revolucionarias insó­litas: la imprenta. Lutero, su pensamiento, su Reforma, debie­ron mucho -quizá 10 mejor- a este consorcio con la imprenta, sin la que, como dice Dickens, «no se hubiera podido producir una revolución religiosa de su amplitud; por primera vez en la historia humana un vasto público de lectores pudo juzgar la validez de las ideas revolucionarias gracias a un modo de comu­nicación que se dirigía a la masa, que utilizaba las lenguas ver­náculas, que conjugaba el oficio de teólogo, de divulgador, de periodista con el de caricaturista cuando era preciso» 96. No es posible comprender la penetración del luteranismo sin este mul­tiplicador prodigioso, en terminología de Chaunu 97.

Quizá haya que matizar eso del «vasto público lector» de Dickens. Precisamente por la escasez de lectores y por el anal­fabetismo, este consorcio imprenta-Lutero recurrió al resorte más apto para los que no saben leer: las «Flugschriften» (hojas vo-

96 A. G. DrCKENS, Re/ol'mation alld Society ill Sixteenth-Cellltll'y Etll'Ope, Landan, 1975, p. 51.

97 Le lemps des refol'mes, 452 ss,

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landeras, en España se dirían «coplas df ciego», «pliegos de cordel»). Apoyadas en el grabado y en el texto versificado, en prosa dialogal, eran aptas para la lectura de pocos y la escucha y celebración de todos. Muchos de los productos luteranos tu­vieron este esquema y esta forma, desde las 95 tesis hasta los grabados contra el papado de 1545. Pero es que el reformador contó con auxiliares entusiastas y especializados en esta autén­tica «mass media», como el más conocido y calificado Hans Sachs 98. Como era de esperar, los católicos respondieron con los mismos recursos, y durante mucho tiempo, precisamente por la eficacia de estas armas arrojadizas, se asistió a guerras autén­ticas de «Flugschriften» , circulantes sobre todo por los tiempos de la Guerra de los Campesinos 99.

Este agente multiplicador cambió la geografía de la impren­ta: Wittenberg, prácticamente sin esta industria hasta 1517, mul­tiplicó sus talleres, que se harían famosos gracias a la capacidad de producción de Lutero, enriquecedor -él, que no cobraba derechos de autor y vivió sin holgura- de impresores que no daban abasto. Era una industria que supo captar las direcciones de la demanda. Codeo, uno de los publicistas adversos, lloraba: «Cuanto favorecía a Lutero lo estamparon con suma diligencia y exactitud; lo que favorecía a los católicos, remoloneando y con muchas erratas. Imprimían a su costa cualquier escrito lu­terano, y hacían largas tiradas para darle amplísima difusión» 100

Gravier, en su monografía sobre Lutero y la opinión pública, con­trastó las incontables ediciones de escritos decisivos de Lutero; Engelsing ha podido ofrecer algunas estadísticas más completas de lo que ya acentuaron con intuición y datos Martin y Febvre.

Por otra parte, tuvo suerte al contar con el grabador excep­cional Lucas Cranach, entusiasta traductor figurativo de la po­lémica. Los 21 grabados con que el Apocalipsis (1522) se ilustró eran compendios de toda la gama de burlas contra el papado que imaginarse pueda. Las hojas que distribuyeron Melanchthon y Lutero con el papa-asno, con todo 10 que ofrecía ocasión para

98 B. BALZER, Biirgerliche Reformationspropagallda. Die FllIgschriflen des Hum Sachs In den lahren 1523-1525, Stuttgart, 1973.

99 Existen buenas colecciones de este producto, similar al de la prensa peri6dica pos­terior: Flt/gschriftell atls der Reformatiollszeit, 22 vals., Halle, 1877-1957; O. CLEMEN,

Fttlgschriflen fltlS den ersten lahren del' Reforma/ion, 4 vals., Nieuwkoop, 1967, hasta edi­ci6n de bolsillo como la de K. SIMON, Detltsche Fltlgsc"riftell ZUI' Refol'lIIa/ion (1520-1525), Sttugart, 1980.

100 En R. GARcfA VILLOSLADA, Raíces his/6ricas det Luteranismo, Madrid, 1969, p. 286.

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ello, se traducían en productos tan eficaces para su campaña como adecuados para la percepción visual de los analfabetos. y más si no escatimaban las imágenes que hoy calificaríamos de obscenísimas, dada la afición a recurrir al excremento tan propio para esta catequesis antipapista, y si se esgrimía el len­guaje más duro, directo y grosero como se hizo siempre, ya fuese por Lutero, ya por adversarios que le imitan como el católico y temido Murner, que tampoco se paraba en barras 101.

Junto a los resortes habituales, Lutero dispuso de otro más trascendente: su lenguaje. Conocedor excepcional de los desti­natarios, a ellos se acomodaba con facilidad envidiable. Por eso nos explicamos que de su pluma saliesen al alimón tantas obras latinas y alemanas. El latín servía para lectores cultos, profeso­res, estudiantes universitarios, clero superior y humanistas en general; las Charlas de sobremesa son una miscelánea de am­bos idiomas, aunque cuando hay que acudir al insulto o a la grosería, y se hace con generosidad, salta la expresión vernácula; las cartas dependen del corresponsal; no es infrecuente que la misma obra sea redactada en latín para unos, en alemán para otros (el caso más conocido, que no el único, el de La libertad del cristiano). Ahora bien, a medida que avanza el tiempo y que se centra en los seguidores de su Evangelio, sus obras mayores abandonan el latín para refugiarse en el alemán.

La lengua, Lutero y la imprenta se conjuntaron para la afir­mación del alemán moderno. Hoy nadie sostiene que fuera el creador del «Neuhochdeutsch». Encontró un vocabulario, aun­que elemental, desde el siglo XIV y en el espacio suyo de la Ale­mania media oriental; aprovechó la ampliación y profundización realizadas por los místicos en su denuedo por coml,l11icar expe­riencias inefables (exactamente igual a como sucediera con el castellano). Cuando se halló con la «Theologia Deutsch» en 1518 daba gracias a Dios por el regalo de, gracias a la obrita mís­tica, poder hablar con él en alemán. Y pudo utilizar la lengua de la cancillería sajona también como instrumento previo. Ahora bien, es innegable que él convirtió este lenguaje en universal, que le enriqueció e infundió una fuerza expresiva singular. Una sencillísima e incompleta estadística puede dar idea de la acele-

101 M, GRAVIER, Lutbel' et l'opinion ptlbliqtle, Essa; sur la littél'atul'e satiriqtle et polé­miqlle e¡¡ langtle allemande pendant les années décisives de la Réforme (1520-1530), Paris, 1942. Ch. D. ANoERSSON, «ReligiOse Bilder Cranachs im Dienste der Reformntion», en HUlllanÍfllllls ¡lIId Reformation, pp. 43-79.

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ración supuesta por Lutero para la penetración de su idioma (y de sus ideas): en 1519 se produjeron 40 impresiones en alemán; en 1521 eran ya 211; 347 al año siguiente y 498 (de ellas 198 exclusivamente de libros de Lutero) en 1525 102

, Nos explicamos el gozo de libreros-impresores como Froben ante el segurísimo negocio que suponía editar las obras de Lutero, con venta ase­gurada hasta en España 103.

El poderoso vehículo de esta interacción fue la traducción de la Biblia que Lutero (y sus colaboradores) regaló a los pro­testantes (y aquellos católicos que le robaron la traducción). Primero fue el Nuevo Testamento de Wartburg (editado en sep­tiembre de 1522): en dos años tuvo catorce ediciones autoriza­das y muchas clandestinas; en 1534 se contaban ya 85 edicio­nes, un equivalente aproximado de 100.000 ejemplares (hoy no estamos capacitados para medir 10 que esta cifra gigantesca su­ponía en un tiempo de analfabetos). Precisamente en 1534 apa­recía la Biblia completa en alemán. Era la primera traducción firmada, no anónima, y con una aceptación similar, o superior si cabe, a pesar de su elevado precio. «Con ella Lutero se con­virtió en el autor más leído de Alemania» 104,

Es imposible valorar lo que esta traducción significó. Por de pronto, la obra en sí, el trabajo que costó, los retoques que la fueron perfeccionando hasta la edición de poco antes de morir Lutero, tienen que alejar la sospecha de un «Lutero viejo» me­nos activo que antes. Fue, desde otro punto de vista, un medio pedagógico indudable para transmitir el mensaje luterano, dados los criterios hermenéuticos que rigieron la traducción y el propio canon, y dado que se convirtió en lectura indispensable para los evangélicos germanófonos. La palabra de Dios, como efecto secundario e históricamente trascendental, contribuyó a la alfa­betización progresiva de una confesión para la que la Escritura fue todo prácticamente.

Yo creo que exagera algo Schildt cuando valora la «Biblia de septiembre» desde las directrices del centenario de Lutero en la República Democrática Alemana, al sentar la tesis de que «con ella proporcionó al movimiento popular que se estaba originan­do en aquellas condiciones de la primitiva revolución burguesa

102 L. FEBVRE-H.-]. MARTIN, L'apparitlon du /iVl'e, Paris, 1971, p. 442. 103 Cfr. Introd. a LUTERO, Obras, 14. 104 R. ENGELSING, Analphabetentutll t/lld Lektiire, Stuttgart, 1973, p. 29.

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de Alemania un poderoso instrumento para la liberación de la opresión feudal» 105. Esta Biblia alemana, que se elaboró con mimo, mirando a los labios de la gente corriente, dio a aquellos lectores y oyentes la sensación de que «10 que Dios había ha­blado por los redactores bíblicos antes en hebreo y griego eran las mismas palabras que decía ahora en alemán, gracias a la tra­ducción de Lutero» 106.

La Biblia y su lectura como agente de alfabetización es un símbolo de la interacción de lo religioso en otros ámbitos. Si nos fijamos en las posturas católicas tridentinas hacia estos dos fac­tores, podrá contrastarse cómo, por el encuentro de tantas ins­tancias históricas y una vez que se fijaron las Iglesias «estable­cidas», lo que en principio partió de actitudes religiosas acabó en mentalidades colectivas abismalmente diferenciadas, por no decir irreconciliables.

105 J. SCHILD'f, «Martin Luthers Sprachschafen. Seine Bedeutung für die Entwicldung der deutschen Sprache», en Pl'essebulle/in (del comité centenario de la DDR), 21.3.1983, pp. 28-44 (texto en p. 28).

106 B. LoHSE, Mar/in (..u/hel', p. 125.