descendientes de zapata y guajardo

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Diálogo entre Zapata y Guajardo, 100 años después.

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La última cita entre Emiliano Zapata y Jesús Ma-ría Guajardo tuvo un desenlace fatal. Ya se habían visto un día antes, el 9 de abril de 1919, en la esta-ción ferroviaria de Jonacatepec, Morelos. A pesar de no conocerse en persona, Guajardo, un coronel del ejército de Venustiano Carranza, se había ga-nado la confianza del jefe del Ejército Libertador del Sur.

El joven coahuilense había convencido a Zapa-ta de que simpatizaba con su causa y de que esta-ba dispuesto a pasarse de su lado. Había cumplido las promesas que le había hecho: arrestar y fusilar a soldados federales. Zapata, un curtido hombre de 39 años, cayó en su juego a pesar de las adver-tencias de sus hombres de que tarde que temprano Guajardo lo traicionaría.

Esa tarde, en Jonacatepec, al general Zapata le falló el mismo instinto que tantas veces lo había salvado, abrazó a Guajardo y selló su suerte.

Al día siguiente, el jueves 10 de abril, cuando rondaban las dos de la tarde, Zapata y 10 de sus hombres patrullaban los alrededores de la ha-cienda de Chinameca, atento a la falsa presencia de federales.

Inquieto, pero sin enemigo aparente en la mira, Zapata perdió de nuevo el to-que para detectar el ambiente que anuncia la adversidad: aceptó una invitación de Guajardo a comer en Chinameca.

Eran las 2:10. Apenas llegó a la entrada de la hacienda, una corneta rayó el silen-cio tres veces seguidas. Ya no hubo vuelta

Casi un siglo después, Zapata y Guajardo se vuelven a encontrar. La última ocasión en que lo hicieron, emiliano Zapata, el general, yacía tirado, con siete impactos de bala, debajo del cuerpo

de su caballo As de oros. Jesús maría Guajardo, el coronel federal que había ordenado su asesinato, le tendió una celada una vez que lo con-

venció de que simpatizaba con su causa y se pasaría a su bando. Fue el 10 de abril de 1919. Hace 91 años.

Hoy Zapata y Guajardo se vuelven a encontrar. Pero son edgar y Carlos, familiares de ambos personajes, quienes reunidos por

emeequis hablan vía internet de sus ancestros, de la revolución y del méxico contemporáneo. esta es la primera vez que las familias

del general revolucionario y su asesino tiene contacto entre sí.

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Por Mónica Cruz [email protected] Fotografías: Eduardo Loza

atrás. Los soldados de Guajardo dispararon a Za-pata y a su fino alazán llamado As de Oros.

El coronel Guajardo, quien desde entonces carga con la etiqueta de ser uno de los mayores traidores en la historia de México, había consu-mado el asesinato del Caudillo del Sur.

● ● ●

El historiador Edgar Castro Zapata espera una llamada inusual en su oficina en Cuautla, More-los. Por primera vez en su vida entablará conver-sación con un familiar del asesino de su bisabuelo Emiliano Zapata.

A casi mil kilómetros al norte, en Torreón, Coahuila, Carlos Espinoza Guajardo, adminis-trador de sistemas computacionales, activa su conexión al servicio de llamadas por internet Skype para comenzar la plática.

El abuelo de Carlos fue primo hermano del coronel Jesús María Guajardo Martínez, el único militar de la familia y conoccido como el asesino a traición de Zapata.

emeequis había contactado a los dos una semana antes para proponerles una plática vía internet. Ambos aceptaron sin titubear.

El encuentro sin precedente tiene un comienzo atropellado. El internet falla, la interferencia le resta claridad a las voces y, de vez en cuando, la conexión de la lla-mada se interrumpe.18

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“Son los espíritus de Zapata y Guajardo, que no quieren que se dé esta conversación”, bromea Edgar.

Después de una hora, la conexión se reesta-blece de repente. Ambos se miran por primera vez en la pantalla de sus computadoras.

El rostro de Carlos comparte la serenidad de su voz. No guarda relación directa con el coronel Guajardo, pero sus ojos almendrados y sus cejas rectas y oscuras tienen una similitud indudable con los de su tío abuelo, detalle que Edgar nota al instante.

En el caso de Edgar, su tez y su cabello son más claros que los de su bisabuelo, pero sin duda fue Emiliano quien le heredó el bigote espeso y la mi-rada melancólica.

Se saludan cordialmente, hay risas nerviosas. Ninguno había considerado antes la posibilidad de este encuentro.

—Jamás me lo imaginé, pero está padre –inicia Carlos–. Digo, ahorita los problemas en el país ya son otros, son muy diferentes a los de la Revolu-ción. No soy tan experto como Edgar, entiendo que es historiador, pero se me hace interesante compartir diferentes puntos de vista y aprender.

—Es un gusto conocerte, Carlos. Yo catalogo a los personajes históricos en su época. Nuestros ancestros tuvieron sus diferencias, pero eso fue hace 100 años. Me da gusto tener este contacto cuando se cumplen 100 años de la Revolución.

—Después del encuentro trágico de Emilia-no Zapata y Jesús María Guajardo —interviene emeequis— ¿existió algún otro contacto entre las dos familias?

—Que yo sepa, no —contesta Carlos—.Yo des-ciendo del primo del coronel. No sé si por parte de los hermanos habría algún contacto, la verdad lo ignoro. No sé si Edgar tenga algún conocimiento, pero por lo menos de parte de esta rama, no.

—No, yo tampoco sé de algún encuentro como éste.

● ● ●

—¿Qué imagen tienes de Emiliano Zapata? —se le pregunta al sobrino nieto de Jesús María Gua- jardo.

—Zapata es un personaje de la Revolución con ideales propios. Contribuyó de manera impor-tante a que la tierra se administrara de una mejor manera y a que hubiera una mayor igualdad so-cial, aunque todavía falta mucho por hacer. Como todo ser humano, Zapata tuvo sus aspectos bue-nos y sus aspectos malos.

—¿Cuáles fueron buenos y cuáles ma-los?

—El aspecto positivo es que lucha-ba por la gente necesitada, explotada. La tierra estaba repartida en pocas manos y no había una ley que le diera derechos a la gente que la trabajaba. En cuanto a lo ne-gativo, creo que todos los revolucionarios tenían sus detalles. Tal vez fue un error

el no haber logrado un acuerdo, no nada más por parte de Zapata, sino de Carranza y todos los de-más, fue un error que ocasionó la muerte de sus líderes.

emeequis le cede la palabra a Edgar:—¿Tú qué opinas de esto que dice Carlos?—Sí hubo un intento de acuerdo en la Con-

vención de Aguascalientes. Desgraciadamente, ahí surgió la enemistad de Carranza con Fran-cisco Villa y Zapata. En la Revolución surgieron diferentes visiones de cómo debía ser México. El villismo quería sus colonias militares, Carranza quería un cambio pero más bien beneficiando a la clase acomodada, y Zapata peleaba por la tenen-cia de la tierra. Por eso se dan las guerras, porque no se pusieron de acuerdo.

—¿Tuvo algún defecto tu bisabuelo Emiliano?—Creo que fue intransigente con el Plan de

Ayala, ignoró sus errores. Su lucha por defenderlo fue un arraigo, se concentraba en el beneficio del campesino, pero no consideraba la moderniza-ción del país. Por esa fijación cae en Chinameca, porque estaba militarmente derrotado. Pero con su asesinato deja de ser el bandido y se convier-te en mito. Tal vez está mal esta analogía, pero Guajardo es el Judas de Zapata. Gracias a Judas se reconoce a Cristo; gracias al coronel se canoni-za a Zapata. Y hago la analogía con todo respeto, Carlos.

—Sí, no te preocupes —contesta con su sutil acento norteño el sobrino nieto de Guajardo.

● ● ●

En 1918, el Ejército Libertador del Sur comenzó a debilitarse. Había perdido territorios estratégi-cos de Morelos a manos de las tropas del general carrancista Pablo González y comenzaba a tener conflictos y divisiones internas.

A pesar de su frágil estado, el movimiento za-patista continuaba siendo un obstáculo de peso para los objetivos del presidente Venustiano Ca-rranza, por lo que éste deseaba más que nada la muerte de su líder.

Las amenazas de muerte a Emiliano Zapata se intensificaban al paso de los meses. Sus aliados le aconsejaron esconderse, pero él encontraba iló-gico interrumpir una lucha que había construido durante ocho años. Aun así, estaba consciente del debilitamiento de su ejército y buscaba, con de- sesperación, adherentes y aliados.

El 21 de marzo de 1919 Zapata recibió una no-ticia que le devolvió el ánimo. Sus soldados le in-formaron que Jesús María Guajardo, cabeza del

XV regimiento del ejército carrancista, había sido encarcelado.

Guajardo, un soldado joven y apuesto de Candela, Coahuila, había causado dis-turbios en un hotel de Cuautla después de haberse embriagado en una cantina. Su superior, el general Pablo González, or-denó encarcelarlo como castigo a su com-portamiento. 19

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Zapata supo que Guajardo le guardaba un pro-fundo rencor a González, quien lo había humilla-do incluso cuando el oficial regresó a servicio.

El caudillo no lo pensó dos veces y le envió una carta a Guajardo, mediante la cual lo invitaba a unirse a su ejército, donde se le trataría “con las consideraciones merecidas.”

La carta nunca llegó a manos de Guajardo. Fue interceptada por Pablo González, que vio una oportunidad de oro para aniquilar a Zapata y de paso poner a prueba la lealtad de Guajardo.

El general le ordenó a su subordinado respon-der la carta de Zapata, confirmando sus deseos de abandonar la filas carrancistas y unirse a su movimiento. Temeroso de arruinar su exitosa ca-rrera militar o ser fusilado por traición, Guajardo aceptó la misión.

Después de pasar las pruebas de Zapata para comprobar su lealtad, entre ellas fusilar a 50 alia-dos carrancistas, Guajardo se ganó su confianza.

No pasaron muchas horas del primer y único abrazo entre los dos, cuando Guajardo entregó a Pablo González el cadáver ensangrentado de Za-pata en Cuautla. Por el éxito de su misión, el joven coronel fue ascendido a general y recibió 50 mil pesos en monedas de oro.

● ● ●

Para sorpresa del bisnieto de Zapata, el coronel Jesús María Guajardo no tuvo hijos.

“Falleció siendo realmente joven —le comenta Carlos—. No alcanzó a casarse ni a tener descen-dencia”.

Guajardo compartió un destino similar al de Zapata. En julio de 1920 se unió a la rebelión en contra del presidente provisional Adolfo de la Huerta. Ese mismo año fue arrestado y fusilado en Monterrey por órdenes presidenciales.

—¿Qué imagen tienes del coronel Guajardo? —se le pregunta a Edgar.

—Según los historiadores, los espías zapa-tistas lo escucharon gritar: “¡Viva Zapata!”. Con ese rumor, Zapata supo que tenía oportunidad de aliarse con él, pero Pablo González lo amenazó: si no obedecía sus órdenes, terminaría con su carre-ra militar o lo mataría. Guajardo no quería echar en saco roto su fulgurante carrera militar y cum-plió las órdenes de su general. El resto ya lo sabes.

—Carlos —cambia de interlocutor eme- equis—, ¿qué opinas de esta posibilidad de que Guajardo haya asesinado a Zapata en contra de su voluntad?

—Estoy totalmente de acuerdo. Era algo que platicaba mucho mi abuelo. Desafortu-nadamente, se le acusa mucho al coronel Guajardo de traidor, de cobarde. A mi abuelo no le gustaba eso porque él sabía que su familia era trabajadora, nunca le hizo mal a otros, no se hizo de dinero con trampas. Él platicaba que a su primo le gustaba mucho la milicia y por eso ingre-só al ejército. Además son originarios de

Coahuila, de donde era Carranza. Tenía sus idea-les muy apegados a los él y obedeció órdenes. En las guerras se hace de todo y pues él hizo lo que consideró en su momento pertinente bajo las ór-denes de Pablo González y el mismo Venustiano Carranza.

—¿Cuándo fue la primera vez que supiste que estabas relacionado familiarmente con el asesino de Zapata?

—Desde que tengo memoria, mi abuelito pla-ticaba sobre el coronel. Nos regaló el libro El mito de Zapata porque quería que supiéramos quién había sido su primo y cómo habían sucedido las cosas. Me sorprendió saber que era pariente de al-guien que pasó a la historia como “asesino”, pero mi abuelo siempre supo resaltar lo positivo más que lo negativo.

—¿Sufriste un estigma por tu apellido?—No, nunca. Mi abuelo fue filántropo, cons-

truyó escuelas en Torreón y fue respetado por la comunidad. Creo que la única vez tuve que dar explicaciones fue cuando mis amigos y yo vimos la película Zapata, en la que sale Alejandro Fer-nández. Mis amigos me preguntaron por el ape-llido y les expliqué la relación. Se sorprendieron y me hicieron bromas, pero nada más.

—¿Crees que el coronel fue tratado injusta-mente por la historia?

—Por algunos autores sí, porque lo llamaron traidor y cobarde. No fue así, es necesario con-siderar el contexto, como dice Edgar, fueron mu-chas las circunstancias las que llevaron al asesi-nato del general Emiliano Zapata.

Edgar asiente con la cabeza mientras frota su bigote con los dedos.

● ● ●

Edgar, de 27 años, y Carlos, de 35, tienen pocas cosas en común. Edgar es director del Instituto Pro–Veteranos de la Revolución del Sur, en Cuau-tla, donde vigila el cumplimiento de las pensiones y derechos de las viudas de los veteranos en Mo-relos.

Carlos administra los sistemas académicos digitales de todos los campus del sistema del Tec-nológico de Monterrey y da clases de computación en esa universidad. Sin embargo, sus conclusio-nes sobre el centenario de la Revolución Mexicana son similares.

–A 100 años de la Revolución, ¿se sienten obligados a hacer algo para cambiar al país? —les cuestiona emeequis.

–Definitivamente —responde enseguida Car-los—. No estoy en la milicia ni en la polí-tica, trabajo en una universidad. Procuro inculcar valores y ética a mis estudiantes, educarlos en la honestidad. La educación es la base para un país con sociedad y eco-nomía sólidas. Ese es mi granito de arena. Independientemente de estar relacionado con un personaje de la Revolución, es un compromiso que todos debemos tener.

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—Yo sigo lo que formó mi abuelo Mateo desde los años treinta —subraya Edgar—. Mantengo sus trabajos de gestoría social para evitar que los cam-pesinos sean víctimas de clientelismo político, que lo han sido desde que tengo memoria. Es el fracaso de la revolución agraria en México, la falta de vi-sión. Zapata luchó por la tierra, Lázaro Cárdenas nos la dio, pero se les olvidó enseñarnos a conser-varla en la industrialización. Hoy la tierra ya no es de quien la trabaja, sino de quien la compra.

—¿Vale la pena celebrar el centenario de la Re-volución?

—Siempre he criticado el despilfarro de dinero en las celebraciones, como el que se hizo en el bi-centenario —dice Edgar—. Aun así, dudo que el go-bierno haga un gasto tan grande para el centenario, simplemente porque las demandas de la Revolu-ción siguen vigentes. Mi compromiso para esta ce-lebración es humanizar la historia y sus personajes y dejar claro que la identidad y la historia no le per-tenecen a ningún partido o grupo político.

—Estoy totalmente de acuerdo –añade Carlos—. Más que festejar debemos hacer un análisis consciente de cómo estamos. Sigue habiendo desigualdad social. Es desconcertante cómo aquí, en México, te-nemos a los más ricos del mundo pero hay mucha pobreza. Veo también con tristeza el fenómeno de las pandillas, muchachos

de escasos recursos que no van a la escuela y que son utilizados por el narcotráfico. Son problemas distintos a los de la Revolución, pero tienen el mismo origen: la desigualdad social.

● ● ●

Tras una hora de conversación, Edgar y Carlos se despiden.

—Es una sorpresa conocerte, Carlos. Me da gusto conocer a un miembro de una familia que es parte de la historia de la Revolución. Qué bueno que pudimos hablar de la muerte de Zapata y reconocer que los asesinatos de Zapata y del coronel Guajardo fueron realizados por órdenes presidenciales.

—Es un gusto también para mí. Nunca ima-giné que fuera a tener contacto con un descen-diente del general Zapata. De la historia tenemos que aprender lo bueno y lo malo para no repetirlo, tenemos que saber, identificar lo que vale la pena,

sin los detalles de quién asesinó a quién, sino sobre los logros de los movimientos que surgieron en el país.

—Por cierto —dice Edgar—, curiosa-mente también tengo una buena relación con los descendientes de Venustiano Ca-rranza. Si quieres te paso su contacto.

—Ah... muchas gracias —concluye Carlos entre risas. ¶

Los familiares del coronel Guajardo (en la computadora) y del general Zapata (a la mesa) conversan vía internet.

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