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Decires, pensares y pverdad Años ha, desde los principios de la historia hasta el fin de las oscuras primeras épocas del medioevo, el monopolio del pensamiento estaba en manos de aquellos quienes por diferentes motivos ejercían el poder de dictar las normas de convivencia. Los reyes egipcios, después llamados faraones, se suponían descendientes de Horus, primero, y de Ra, más tarde. En la antigua Grecia, por el poder de las armas, el semi–bárbaro Alejandro de Macedonia implantó el discurso de su cosmogonía sobre todos los pueblos que conquistó. Luego, el monoteísmo impuso su forma de explicar lo inexplicable y sus sacerdotes fueron dueños de todos los secretos y los que impusieron sus paradigmas de conducta al mundo por entonces conocido. Con un grado de buena intencionalidad que hoy podemos calificar de ingenua, el pensamiento moderno pensó que al destituir el discurso pastoral que hacía de los clérigos los únicos custodios de misterios guardados en oscuros y secretos escondrijos, se impondría naturalmente el libre pensamiento. No fue así. Es más, ese discurso (discurso del amo, según Lacan y por qué no también de Hegel) se multiplicó. El psiquiatra francés lo dividió en cuatro, aunque sostuvo que el quinto (y quizá el que abarque a todos) es el discurso del capitalismo. Los clérigos mutaron en doctores, académicos, políticos, comunicadores sociales, etc.; porque no sólo pueden pensarnos y hablarnos, haciéndonos creer que pensamos y/o hablamos por nosotros mismos, sino que logran que perdamos nuestra propia necesidad, en tanto sujetos, de identificarnos; vale decir de hacer entidad de nuestro yo, sino que apelamos a los discursos que nos han instalado creyéndolos propios, lo que nos hace reproducirlos sin interpelación alguna. En los tiempos que corren se ha instalado la llamada “posverdad” que parece venir a reemplazar la montonera de construcciones a las que denominamos “falacias” y que han dejado a la altura de un puñadito aquellas trece que definía Aristóteles. Tal vez la más curiosa sea la que se llama: “falacia del francotirador de Texas”, y ancla en la historia (ficcional por cierto) de un granjero texano que disparó su arma de fuego contra una pared de su rancho y luego dibujó una diana en torno al agujero que dejó la bala. Mucha fue la gente que pensó, a partir de lo que certificaba su mirada, que el granjero era dueño de una excelente puntería. Un simpático ejercicio puede ser el de revisar cuantas cosas falsas estaríamos dispuestos a jurar que son ciertas. Y a discutir, incluso agriamente, con cualquiera que se atreviese a señalarnos nuestro error. Claro que, además, tanto obediencias o rebeldías caen en territorio inexplicable si los asertos discutidos son falsos. Se puede, entonces, J2

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  • Decires, pensares y posverdad

    Años ha, desde los principios de la historia hasta el fin de las oscuras primeras épocas del medioevo, el monopolio del pensamiento estaba en manos de aquellos quienes por diferentes motivos ejercían el poder de dictar las normas de convivencia. Los reyes egipcios, después llamados faraones, se suponían descendientes de Horus, primero, y de Ra, más tarde. En la antigua Grecia, por el poder de las armas, el semi–bárbaro Alejandro de Macedonia implantó el discurso de su cosmogonía sobre todos los pueblos que conquistó. Luego, el monoteísmo impuso su forma de explicar lo inexplicable y sus sacerdotes fueron dueños de todos los secretos y los que impusieron sus paradigmas de conducta al mundo por entonces conocido.Con un grado de buena intencionalidad que hoy podemos calificar de ingenua, el pensamiento moderno pensó que al destituir el discurso pastoral que hacía de los clérigos los únicos custodios de misterios guardados en oscuros y secretos escondrijos, se impondría naturalmente el libre pensamiento. No fue así. Es más, ese discurso (discurso del amo, según Lacan y por qué no también de Hegel) se multiplicó. El psiquiatra francés lo dividió en cuatro, aunque sostuvo que el quinto (y quizá el que abarque a todos) es el discurso del capitalismo.

    Los clérigos mutaron en doctores, académicos, políticos, comunicadores sociales, etc.; porque no sólo pueden pensarnos y hablarnos, haciéndonos creer que pensamos y/o hablamos por nosotros mismos, sino que logran que perdamos nuestra propia necesidad, en tanto sujetos, de identificarnos; vale decir de hacer entidad de nuestro yo, sino que apelamos a los discursos que nos han instalado creyéndolos propios, lo que nos hace reproducirlos sin interpelación alguna. En los tiempos que corren se ha instalado la llamada “posverdad” que parece venir a reemplazar la montonera de construcciones a las que denominamos “falacias” y que han dejado a la altura de un puñadito aquellas trece que definía Aristóteles. Tal vez la más curiosa sea la que se llama: “falacia del francotirador de Texas”, y ancla en la historia (ficcional por cierto) de un granjero texano que disparó su arma de fuego contra una pared de su rancho y luego dibujó una diana en torno al agujero que dejó la bala. Mucha fue la gente que pensó, a partir de lo que certificaba su mirada, que el granjero era dueño de una excelente puntería. Un simpático ejercicio puede ser el de revisar cuantas cosas falsas estaríamos dispuestos a jurar que son ciertas. Y a discutir, incluso agriamente, con cualquiera que se atreviese a señalarnos nuestro error. Claro que, además, tanto obediencias o rebeldías caen en territorio inexplicable si los asertos discutidos son falsos. Se puede, entonces,

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  • intentar hallar diferencias entre falsedades y falacias; y por supuesto por lógica antonimia entre: decir algo falso creyendo que es cierto; o sea: “presupuesto de veracidad”; o construir –deliberadamente– un concepto falso, a sabiendas de su falsedad, con el objeto de obtener rédito: “presupuesto de mendacidad”. ¿Por qué esta construcción…? ¡Vaya uno a saber! ¿Para evitar una condena? Puede ser. ¿Para condenar a un inocente? Es posible. ¿Por la incalificable manía de ganar en una polémica, a cualquier costa? También puede ser. ¿Falsedad o falacia? ¿Verdad o pos–verdad? He aquí la duda.Sobre lo que es interesante reflexionar, y a propósito del tema, es cuantas construcciones hacemos a diario, y con total veracidad, sostenidas en premisas falsas. Ejemplifico: Cuando el Príncipe Hamlet, en soliloquio, se pregunta “Ser o no ser” (primera escena del acto segundo) nos obsequia una expresión que invita a muchas reflexiones, sobre todo a los hispano–parlantes, ya que al inglés “to be” podemos traducirlo tanto “ser”, como “estar” o “existir”; verbos que para nosotros tienen diferentes significados.Durante sus cavilaciones en voz alta, el príncipe tiene en su mano un libro. Algunos estudiosos de la obra de Shakespeare sostienen que se trata de un ejemplar de “Florio” de Michel de Montaigne. Más tarde, en la primera escena del quinto acto, frente a la tumba que, aunque él aún lo ignore,

    habrá de servir de morada eterna para Ofelia, la que pudo ser madre de sus hijos, el sepulturero le dará una calavera y le dirá que ésta perteneció a Yorick, el bufón que fue su alegría de niño. Hermosa y triste metáfora. Pero lo cierto es que entre el “to be or not to be” y el encuentro de Hamlet con la calavera pasan tres actos. Sin embargo, y ¡vaya uno a saber por qué! se mezclan las dos cosas, y hay hasta quien se siente culto por repetir tamaña pavada. Pero, hay más y sobre todo algunas con pátinas “culturosas” de dudoso brillo:“El hombre es lobo del hombre” dicen que dijo Hobbes; y es cierto, Hobbes lo dijo en “Leviatan”. Pero lo que no dicen (y Hobbes lo decía en la primera edición de su obra) es que la frase es de Tito Marcio Plauto, nacido en el 254 AC. Y muerto en el 184 AC. El comediógrafo dice en su obra “Asinasria”: “Lupus est homo hominis…”.Seguramente con total buena fe muchos sostendrán que la frase: “Los Muertos que vos matáis gozan de buena salud” pertenece a “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla; o a “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina; y… no. La verdad es que esa frase no tiene nada que ver con la historia de Don Juan Tenorio. Tales dichos pertenecen a Don Juan Ruiz de Alarcón en la obra “La Verdad Sospechosa” de 1630, y habría sido imitada por Pierre Corneille en 1644 en la obra “La Menteur” (La mentira). Carlos Marx, primero, y Miguel de Unamuno después fueron considerados los autores de la frase:

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  • “Hombre soy; nada humano me es ajeno”. La verdad histórica es que estas palabras fueron escritas por Publio Terencio Africano en su comedia “Heauton Timoroumenos” (El enemigo de sí mismo), del año 165 AC.En toda la extensión de “Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” nadie habrá de hallar la frase: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”. Tampoco se encontrará aquella: “Cosas veredes, Sancho, que non crederes”. En la película “Casablanca” de Michael Curtis, el personaje de Ricky Blaines, admirablemente interpretado por Humphrey Bogart, jamás dijo “Play it again, Sam”.La frase que se atribuye a Voltaire, quien nació en París el 21 de noviembre de 1694 y murió en la misma ciudad el 30 de mayo de 1778, que dice: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”, nunca la dijo Voltaire. Esta expresión aparece por vez primera en 1906 en “The Friends of Voltaire” (Los amigos de Voltaire), libro de la escritora inglesa Evelyn Beatrice Hall, quien lo firmó con el seudónimo de Stephen. G. Tallentyre. O sea que recién después de ese año, 1906, fue traducida al francés, y aún más tarde al español; lo que significa que habían pasado dos siglos y doce años desde la muerte de Voltaire cuando se acuñó la célebre frase. El conmovedor pasaje del poema de José María Castiñeira de Dios que dice: “aunque la muerte me

    tenga presa entre sus cerrazones, yo volveré, volveré de la muerte y seré millones” es la única real y probada primera aparición pública de esa oración que data de los años posteriores al golpe de estado de setiembre del ’55. Vale decir que jamás pudo ser pronunciada por Eva Perón quien había fallecido en 1952. La frase fue dicha antes de su suplicio por Tupac Katari y fue tomada por Stanley Kubrick para adjudicársela a Espartaco en su película de 1960.Oscar Wilde cometió un inexcusable plagio cuando se atribuyó la frase: “la hipocresía es un homenaje que el vicio tributa a la virtud”: este dicho pertenece a François de la Rochefoucalud, y puede hallarse en su libro “Máximas” bajo el número 218. Y, como dice el saber popular en nuestros días, “aquí no hay donde perderse”. Porque las palabras son exactamente iguales a de las Rochefoucalud quien vivió entre 1613 y 1680; mientras que Wilde nació en 1854 y falleció en 1900.El texto que comienza diciendo: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista…” no pertenece a Bertolt Brecht, sino al pastor luterano Martin Niemöller. Y otras dos perlas más que habrán de sorprender aún más a varios que hubiesen estado prontos a jurar lo contrario; la primera es que ese texto nunca se trató de un poema, sino de un sermón titulado “¿Qué hubiera dicho Jesucristo”, que Niemöller pronunció en 1946 durante las celebraciones de la Semana Santa en

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    Revista Nuestra Gazeta

  • un templo luterano de Kaiserslautern. La segunda, es que Brecht no era de origen judío, sino que era hijo de un católico y una protestante. Lo que sí es cierto es que Bertolt Brecht fue un convencido marxista y un férreo opositor al nazismo. Y, a propósito de los nazis, otra falsedad ampliamente difundida y más de una vez empleada como alegoría para denostar a políticos elegidos, es que Hitler ganó en elecciones libres. Adolfo Hitler jamás ganó una elección libre. Su mejor performance fue en las del 10 de abril de 1932 cuando obtuvo el treinta y ocho por ciento de los votos contra el cincuenta y tres de Hindenburg quien cometió el imperdonable error de nombrarlo canciller un año después. Desde ese puesto, Hitler organizó un putsch (golpe de estado en alemán) y acabó con todas las libertades republicanas. Ganó, y esto es cierto, en amañados plebiscitos con campañas manejadas desde el poder absoluto por la propaganda de Goebbels, con la oposición perseguida, los sindicatos intervenidos, y después del incendio de Reichstag. La historia ya debería habernos enseñado que hay que ser cuidadoso a la hora de dar absoluta validez a este estilo de consulta. Para dar un ejemplo: si consideramos que los resultados de estas opciones entre blanco o negro son siempre válidos, deberíamos aceptar que Jesucristo estuvo bien crucificado.Una leyenda que circuló durante muchos años, como algo dado por cierto, sostenía que el epitafio de

    Groucho Marx decía: “Disculpe, señora, que no me ponga en pie para saludarla”; pero en realidad no existe tal escrito en su lápida. No podemos ignorar que también desde severos claustros que declaman laicismo también han surgido nuevos “dueños de la verdad”, que se basan en un saber que niega todo lo que no pueda ser razonado con las teorías conocidas, o lo que no pueda ser empíricamente probado, dejando desterrada así toda posibilidad de duda. El verdadero pensamiento no–dogmático, no propone el dogma del anti–dogma, prefiere admitir que aquello que no puede explicarse hoy, quizá pueda explicarse mañana. Y que aquello que hoy nos parece verdadero, puede ser que mañana comprobemos que era falso.Lo cierto es que, seguramente, más de uno se habrá sentido sorprendido en su buena fe porque con absoluta veracidad podría haber dado respuesta falsa a una sencilla pregunta. Y por allí va la cosa. Es más, en el número cinco de Nuestra Gazeta nosotros adjudicamos a Baruch Spinoza un texto que fue escrito añares después de la muerte del filósofo. Hacemos nuestra mea culpa, pedimos las correspondientes disculpas y agradecemos a nuestro lector Nicolás D’Angelo el habernos señalado el error. La nota finalizaba con una oración titulada “El dios de Spinoza” que –según averiguamos– fue escrita por Anand Dílvar, seudónimo del autor mexicano Francisco Javier Ángel Real, dedicado a la divulgación de

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  • técnicas de desarrollo espiritual a partir de las enseñanzas de Osho.Vale decir: nadie está a salvo de la repetición de falsedades, y esto se multiplica hoy por medio de la multiplicidad de medios para difundir lo que más convenga a los verdaderos dueños del poder.

    F.M.

    Cenizas

    Regresé a mi habitación en el Westend, un barrio de Berlín Oeste. Tuve que bañarme rápidamente, sentía que mis prendas despedían olor. Parte por los días de viaje, y parte por el sitio que había visitado ese día: el campo de concentración de Sachsenhausen.Sachsenhausen fue uno de los primeros campos de concentración dispuesto por el Nacional Socialismo alemán. Se llega al lugar por tren, y caminando unos veinte minutos por un barrio de casas de techo a dos aguas. Situado en la zona de Oranienburg, en las afueras de Berlín, Sachsenhausen abrió sus puertas en 1936. A partir de ese momento recorrieron sus barracas un total de 140.000 prisioneros. perdieron la vida en este lugar unos 30.000. El polvo me pica las piernas y se me cuela por las mangas del abrigo. Por

    un momento tengo la impresión de que son cenizas.Recorro lentamente y en algo más de tres horas (que parecen más), las instalaciones del lugar. Se destacan las barracas donde residían los presos, la cocina, el puesto del comandante, el casino de oficiales de las SS. La estación Z, denominada de esta manera por ser la última de las escalas de un prisionero en el lugar, era una literal fábrica de asesinatos. Cámaras de gas, posiciones para tiros en la nuca, hornos, y rejillas para el filtrado de la sangre se concatenan en un escenario macabro, del cual solamente permanecen los cimientos.En el campo también se practicó la experimentación con humanos, testeando los efectos y posibles medicamentos para el gas mostaza, letal en la primera guerra mundial. También está registrada la experimentación con niños, puntualmente implantando caldos de cultivo de hepatitis.Ahora bien, tras la caída del Tercer Reich, el campo fue utilizado como campo de detenidos de las URSS, recibiendo a más de 60.000 presos políticos, así como militares y funcionarios del III Reich, funcionando de esa manera hasta 1950.Vale la pena repasar la postura del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en dos artículos breves (¿Qué es un campo?, y El Estado de Excepción como un Paradigma de Gobierno) se pregunta sobre los orígenes de este tipo de lugares,

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  • de la pregunta hipócrita sobre cómo ha sido posible cometer delitos tan atroces a los seres humanos. Para Agamben, sería más útil y honesto indagar “a través de qué procesos jurídicos y de qué dispositivos políticos los seres humanos hayan podido ser privados enteramente de sus derechos y de sus prerrogativas,

    hasta el punto de que cometer cualquier acto contra ellos no resultara un delito”.La siguiente cita es clara en cuanto a su análisis: “El campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en la regla. En éste, el estado de excepción, que era esencialmente

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  • una suspensión temporal del ordenamiento, adquiere ahora una disposición espacial permanente que queda como tal, pero siempre fuera del ordenamiento normal.”Tal es el caso de los campos de concentración del nazismo, gestionados por las SS “más allá de las reglas del derecho penal y del derecho carcelario”. Cito: “Quien entraba en el campo se movía en una zona de indistinción entre exterior e interior, excepción y regla, lícito e ilícito.” En definitiva, “la esencia del campo consiste en la materialización del estado de excepción”. Lo interesante del análisis es que lo que el autor denomina estado de excepción, se estaría dando cada vez más frecuentemente en los Estados modernos. Basta mencionar a la detención indefinida para sospechosos de poner en riesgo la seguridad de USA, o mismo el caso de la prisión de Guantánamo, donde alojan a personas sin sentencias ni procesos definidos, o los campos de refugiados en Europa.

    Tomo el tren de regreso hacia Berlín. Observo una ciudad en la que se puede beber cerveza en las calles, moderna, con aura de progreso mezclada con rasgos de lumpen (las grandes industrias se sitúan al Sur o al Este de Alemania), Berlín parece estar gozando de una beca al mérito por haber sufrido tanto. Me tomo un minuto para frotarme los ojos. Los trenes funcionan como un verdadero reloj. Así funcionaba Sachsenhausen.

    Pachakutek

    René Descartes

    René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 y murió el 11 de febrero de 1650, a la edad de cincuenta y cuatro años. Vale decir que su vida transcurrió durante la primera mitad del Siglo XVII, y es necesario destacar que desde 1524 hasta 1697 Europa fue atravesada por cruentas guerras religiosas, siendo la más feroz de ellas la llamada Guerra de los Treinta Años; cuyo fin con la firma de la paz de Westfalia en 1648, significó que las islas británicas quedaran como única zona de conflicto. Aunque algo más tarde, entre 1689, y 1697, se libró la llamada Guerra de los Nueve Años que volvió a involucrar a países del continente al enfrentarse Francia con la Liga de Augsburgo. Descartes, que fue educado por los jesuitas de La Flèche, participó de la Guerra de los Treinta años entre protestantes y católicos combatiendo

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    Cenizas

  • alternativamente a favor de uno y de otro bando. En 1618 se enroló en Breda como soldado de las tropas del príncipe protestante Mauricio de Nassau. Y un año más tarde, se unió a las tropas católicas del duque de Baviera, Maximiliano I. Si bien algunos reformistas como Lutero y Calvino se proponían una vuelta al cristianismo de los orígenes, rechazando la decadencia de la iglesia romana, eran bastante refractarios a otros aportes de la época. Es notoria la hostilidad con que Lutero y Calvino trataban a las teorías de Copérnico. Lutero lo llamó: “astrólogo advenedizo y necio” y Calvino lo calificó de “hereje”. René Descartes, que nació más de cincuenta años después del comienzo de estas trifulcas, ya estaba avisado de la redondez del planeta. Entre Magallanes y Elcano lo habían circunnavegado tras una travesía de tres años. Europa tuvo que aceptar que el mundo se extendía más allá de sus confines conocidos. Nuevas culturas –orientales, como la china, y las precolombinas americanas– no sólo existían sino que eran distintas desde el punto de vista religioso, social, político y también ético. René Descartes ya sabía que la sustitución del sistema tolemaico, geocéntrico, por el copernicano, heliocéntrico, era sólo cuestión de tiempo.Se desató una crisis profunda que impregnó todos los ámbitos de la existencia humana: desde el saber hasta la política y la religión. La llamada edad moderna nace con un

    escepticismo inicial frente al que poco puede hacer una escolástica formalista y decadente. Descartes, en 1637 escribe su “Discurso del Método”. En ese trabajo compara al conocimiento con una casa que se viene desmoronando, entiende que no hay manera de arreglarla y lo mejor es demolerla para construir otra. Pero, mientras tanto, ¿dónde vivimos? se pregunta. Y entiende que hay que conseguir una vivienda provisoria para guarecernos mientras dure el tiempo de la construcción. Descartes escribió “Meditaciones metafísicas” en 1641. En la tercera de las seis meditaciones que componen la obra, imagina la presencia de un “genio maligno” capaz de hacernos creer que dos más tres es cinco, o que la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual a la de dos rectos, sabedor (el genio) falsas ambas cosas. A partir de la inalcanzable idea de la perfección demuestra la existencia de Dios quien es ajeno a las certezas que pueden ser modificadas por la experiencia. Descartes universaliza el pensamiento a través de las matemáticas; las nombra así, en plural: Aritmética y Geometría. El pensamiento de los siglos XVI y XVI daba cuenta de la inminencia de grandes cambios. Maquiavelo (1469–1527) funda el concepto de la “razón de estado”. Erasmo de Róterdam (1466–1536) en su “Elogio de la locura” (Enchomion moriæ seu laus stultitiæ) hace una reivindicación de la singularidad, del excentricismo y hasta de la sandez, de modo tal que en la obra se respira

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    René Descartes

  • un reclamo de libre pensamiento y no una apología de la psicosis. Su amigo, Tomás Moro (1478–1535) plantea en Utopía una sociedad ideal, a modo de la República de Platón, donde no hay lugar para ningún tipo de autoritarismo. Montaigne (1533–1592), rescata, siempre que se lleven con prudencia y mesura, el goce de los placeres físicos y mundanos. Dice: “Dios no nos ha dado un cuerpo para sentir vergüenza por él, ni para y mortificarlo o reprimirlo”. La imprenta de Gutenberg data de 1449, es por eso –tal vez– que algunos de estos pensadores hayan podido conocer el trabajo de los otros. Es curioso, por ejemplo, que Descartes en su Meditación primera hable de hombres “que se imaginan ser cacharros o tener el cuerpo de vidrio…” y esto parece relacionarse con “El Licenciado Vidrieras”, de Miguel de Cervantes Saavedra (1547–1616). Y mientras quien será, como Descartes, considerado “el padre del racionalismo”, dice haber atravesado un sueño que lo decidió a consagrarse a la filosofía, Pedro Calderón de la Barca (1600–1681) presentaba su obra máxima “La vida es sueño”. Shakespeare (1564–1616) estrenaba “Hamlet” en 1609; su protagonista, el mejor ejemplo del hombre que duda, es alumno de la universidad de Wittenberg que era dirigida por Lutero. Podríamos seguir con John Locke y Thomas Hobbes, pero lo cierto es que entre el medioevo tardío y la llamada edad moderna, hay un espacio demasiado extenso como para fijar un único hecho histórico que determine el

    fin de una época y el comienzo de otra. Descartes con su “cogito, ergo sum”, da cuenta también de esa incertidumbre que sobrevolaba sus tiempos.En 1649, Descartes fue invitado por Cristina Vasa, reina de Suecia, para residir en su corte. La reina quería iniciarse en la filosofía elaborada por él. El rígido invierno sueco y los horarios espartanos a los que fue sometido provocaron que contrajera la pulmonía que lo llevó a la tumba un año después.

    N. de R.

    Damiens

    del mundo, el parangón de los animales. Aun así, para mí, ¿cuál es la quintaesencia del polvo? El hombre no me agrada. No, ni la mujer, aunque parezcáis decir eso con vuestras sonrisas.”

    “Hamlet”. William Shakespeare (1604) Acto II escena segunda.

    El miércoles, 5 de enero de 1757, cuando la corte estaba en el Trianón, Luis XV visitó a su hija, Madame Victoire, que se encontraba en cama

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    René Descartes

    “¡Qué obra maestra es un hombre! Qué noble en su razón, qué infinitas su facultades, qué perfecto y admirable en forma y movimiento, cuán parecido a un ángel en sus actos, cuán parecido a un dios en entendimiento, la belleza

  • en el palacio principal de Versalles. Cuando volvía a su carroza, Robert François Damiens lo hirió con una navaja de dos filos que se encontró en el bolsillo de menos de diez centímetros. Luis XV vestía varias capas de ropa a causa del riguroso invierno parisino. Ningún órgano importante estaba afectado. Damiens fue inmediatamente apresado por la guardia. Se pensó entonces en la existencia de unos cómplices o de una conspiración. El guardia de Sceaux, Machaut d’Arnouville, llegó a Versalles poco tiempo después y ordenó que se torturara a Damiens. Se le aplicaron en los pies unas pinzas al rojo vivo que le quemaron el tendón de Aquiles, sin conseguir que hablara. Al día siguiente fue llevado a la cárcel. Se sospechó en primer lugar de una conjura instigada por los ingleses, luego la mirada se focalizó en los jesuitas. Luis XV, sin embargo, estaba convencido de que se trataba de un hecho aislado. Damiens fue trasladado a la Conciergerie entre el 17 y el 18 de enero, allí intentó suicidarse cortándose los genitales. Fue socorrido por sus carceleros y se le ató a su lecho por medio de correas

    de cuero que lo dejaron inmovilizado; así se presentó a su proceso. El 26 de marzo fue condenado a muerte y se decidió aplicarle la pena más cruel que existía en Francia. Era el castigo que correspondía a los culpables de delitos de lesa majestad. El suplicio de Damiens, pese a los casi cuatro siglos transcurridos en los cuales –todos lo sabemos– se han repetido horrores semejantes, debería hacernos reflexionar sobre nuestra condición humana, así como lo hizo con Michel Focault (1926 – 1984) quien así lo relata en este fragmento del capítulo 1 de su obra “Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión” (1975); cuyo título original es: “Surveiller et punir”.

    SUPLICIO: EL CUERPO DE LOS CONDENADOS

    Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a “pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París”, a donde debía ser “llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano”; después, “en dicha carreta, a la plaza de Grève,

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    Damiens

  • y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado (deberán serle) atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, (*) quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento. Finalmente, se le descuartizó, refiere la Gazette d’Amsterdam. Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro, hubo que poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas ... “Aseguran que aunque siempre fue un gran maldiciente, no dejó escapar blasfemia alguna; tan sólo los extremados dolores le hacían proferir horribles gritos y a menudo repetía: ‘Dios mío, tened piedad de mí; Jesús, socorredme.’ Todos los espectadores quedaron edificados de la solicitud del párroco de Saint-Paul, que a pesar de su avanzada edad, no dejaba pasar momento alguno sin consolar al paciente.” Y el exento (**) Bouton: “Se encendió el azufre, pero el fuego era tan pobre que sólo la piel de la parte superior de la mano quedó no más que un poco dañada. A continuación, un

    ayudante, arremangado por encima de los codos, tomó unas tenazas de acero hechas para el caso, largas de un pie y medio aproximadamente, y le atenaceó primero la pantorrilla de la pierna derecha, después el muslo, de ahí pasó a las dos mollas del brazo derecho, y a continuación a las tetillas. A este oficial, aunque fuerte y robusto, le costó mucho trabajo arrancar los trozos de carne que tomaba con las tenazas dos y tres veces del mismo lado, retorciendo, y lo que sacaba en cada porción dejaba una llaga del tamaño de un escudo de seis libras. “Después de estos atenaceamientos, Damiens, que gritaba mucho aunque sin maldecir, levantaba la cabeza y se miraba. El mismo atenaceador tomó con una cuchara de hierro del caldero mezcla hirviendo, la cual vertió en abundancia sobre cada llaga. A continuación, ataron con soguillas las cuerdas destinadas al tiro de los caballos, y después se amarraron aquéllas a cada miembro a lo largo de los muslos, piernas y brazos. “El señor Le Bretón, escribano, se acercó repetidas veces al reo para preguntarle si no tenía algo que decir. Dijo que no; gritaba como representan a los condenados, que no hay cómo se diga, a cada tormento: ‘¡Perdón, Dios mío! Perdón, Señor.’ A pesar de todos los sufrimientos dichos, levantaba de cuando en cuando la cabeza y se miraba valientemente. Las sogas, tan apretadas por los hombres que tiraban de los cabos, le hacían sufrir dolores indecibles. El señor Le Bretón se le volvió a acercar y le

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    Revista Nuestra Gazeta

  • preguntó si no quería decir nada; dijo que no. Unos cuantos confesores se acercaron y le hablaron buen rato. Besaba de buena voluntad el crucifijo que le presentaban; tendía los labios y decía siempre: ‘Perdón, Señor.’ “Los caballos dieron una arremetida, tirando cada uno de un miembro en derechura, sujeto cada caballo por un oficial. Un cuarto de hora después, vuelta a empezar, y en fin, tras de varios intentos, hubo que hacer tirar a los caballos de esta suerte: los del brazo derecho a la cabeza, y los de los muslos volviéndose del lado de los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las coyunturas. Estos tirones se repitieron varias veces sin resultado. El reo levantaba la cabeza y se contemplaba. Fue preciso poner otros dos caballos delante de los amarrados a los muslos, lo cual hacía seis caballos. Sin resultado. “En fin, el verdugo Samson marchó a decir al señor Le Bretón que no había medio ni esperanza de lograr nada, y le pidió que preguntara a los Señores si no querían que lo hiciera cortar en pedazos. El señor Le Bretón acudió de la ciudad y dio orden de hacer nuevos esfuerzos, lo que se cumplió; pero los caballos se impacientaron, y uno de los que tiraban de los muslos del supliciado cayó al suelo. Los confesores volvieron y le hablaron de nuevo. Él les decía (yo lo oí): ‘Bésenme, señores.’ Y como el señor cura de Saint-Paul no se decidiera, el señor de Marsilly pasó por debajo de la soga del brazo izquierdo y fue a besarlo en la frente. Los verdugos se juntaron y Damiens les decía que no juraran, que desempeñaran su

    cometido, que él no los recriminaba; les pedía que rogaran a Dios por él, y recomendaba al párroco de Saint-Paul que rezara por él en la primera misa. “Después de dos o tres tentativas, el verdugo Samson y el que lo había atenaceado sacaron cada uno un cuchillo de la bolsa y cortaron los muslos por su unión con el tronco del cuerpo. Los cuatro caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron tras ellos los muslos, a saber: primero el del lado derecho, el otro después; luego se hizo lo mismo con los brazos y en el sitio de los hombros y axilas y en las cuatro partes. Fue preciso cortar las carnes hasta casi el hueso; los caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron el brazo derecho primero, y el otro después. “Una vez retiradas estas cuatro partes, los confesores bajaron para hablarle; pero su verdugo les dijo que había muerto, aunque la verdad era que yo veía al hombre agitarse, y la mandíbula inferior subir y bajar como si hablara. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera dispuesta en el recinto en línea recta del cadalso; luego el tronco y la totalidad fueron en seguida cubiertos de leños y de fajina, y prendido el fuego a la paja mezclada con esta madera. “... En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media

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    Damiens

  • y más de la noche. Los pedazos de carne y el tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, en cuyo número me contaba yo, así como mi hijo, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca de las once. “Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente”.

    * Parricidio, por ser contra el rey, a quien se equipara al padre.

    ** Exento: oficial de ciertos cuerpos, inferior al alférez y superior al brigadier.

    N. de R.

    Entrañas de la Tierra

    Me llevan contra mi voluntad. Encapuchado, mis ojos miraban la oscuridad mientras el resto sucedía, en contra mi voluntad. Los sucesos transcurrían pero mi percepción del tiempo se había detenido. Suceden estos hechos por pensar distinto. Mis manos estaban juntas, apretando mi cordón de esperanza. Uno de ellos me condujo y yo tórpemente bajaba las escaleras. Mis pies danzaban descalzos buscando un suelo. Al llegar, el olor era nauseabundo. El que me acompañaba me desencapuchó y encerró en un calabozo. El lugar estaba repleto de descomposición. Las paredes, el techo, los barrotes, el piso. El techo alto, de unos cinco metros. A la derecha, una ventana de un metro por uno, entraba una pequeña e imperceptible luz tenue del atardecer. Todo el escenario era iluminado por una vela consumida y amontonada en un rincón. Ese lugar era la propia muerte, la tumba de mi destino. Me encontraba sólo en medio de ese bodrio. Pensar que dormiría en

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    Damiens

  • el suelo. Las propias miserias se encontraban ahí, sin ningún pudor. Y al observarlas, la realidad me llevó a mi propia honestidad. No podíamos dejar de vernos a los ojos con la muerte. Y en ese instante, supe que para salir de ahí, tenía que ingresar adentro mío. En un lugar obscuro y molesto, la única luz que debía brillar, sólo yo podía encenderla. Mi única salida de ese lugar, era entrando en mí mismo, dónde se oculta lo íntimo. Observando allí, al menos por un efímero instante, el reflejo de la verdad de quién era yo. Todo, se había reducido en una paz interior. En ese momento, ingresaron a mi celda. Vieron un contraste entre lo que aquel lugar era y yo. Reaccionaron. - ¡Lidenbrock! elimine al subversivo, gritó uno. El hombre apuntó con la carabina y lanzó el fuego sobre mí. Tambalee y de un giro, vi la pequeña ventana que busqué con mis manos al aire. Primero de rodillas, luego me arrastré entre las heces. Sobre la pared yacían las últimas marcas de lo inhumano con mis manos. Mis ojos observando el suelo y esbozando una sonrisa de paz, morí. Paradójicamente en ese momento que moría, nacía una nueva lucha. Una tarde de mayo de 1968 en París.

    La ambición, la ignorancia y la hipocresía, no tienen piedad.

    J.D.

    Miscelánea

    EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

    Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió”. “Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar”. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un

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    Miscelánea

  • traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

    Ana María Matute (España, 1926)

    EL COMERCIANTE

    Sin duda algunas personas se compadecen de mí, pero no me doy cuenta. Mi pequeño negocio me llena de preocupaciones, me hace doler la frente y las sienes, adentro, sin ofrecerme a cambio perspectivas de alivio, porque mi negocio es pequeño. Debo preparar las cosas con anticipación, durante horas, vigilar la memoria del empleado, evitar de antemano sus temibles errores, y durante una temporada prever la moda de la temporada próxima, no entre las personas de mi relación, sino entre inescrutables campesinos. Mi dinero está en manos desconocidas; las finanzas me son incomprensibles; no adivino las desgracias que pueden sobrevenirles; ¡cómo hacer para evitarlas! Tal vez unos se han vuelto pródigos, y ofrecen una fiesta en un restaurante y otros se demoran un momento en esa misma fiesta, antes de huir a América. Cuando cierro el negocio después de un día de labor y me encuentro de pronto con la perspectiva de esas horas en que no podré hacer nada para satisfacer sus ininterrumpidas necesidades vuelve a apoderarse de mí, como una marea creciente, la agitación que por la mañana había logrado alejar, pero ya no puedo contenerla y me arrastra sin rumbo.

    Y sin embargo no sé sacar ventaja de este impulso, y sólo puedo volver a mi casa, porque tengo la cara y las manos sucias y sudadas, la ropa manchada y polvorienta, la gorra de trabajo en la cabeza, y los zapatos desgarrados por los clavos de los cajones. Vuelvo como arrastrado por una ola, haciendo chasquear los dedos de ambas manos, y acaricio el cabello de los niños que surgen a mi paso. Pero el camino es corto. Apenas estoy en mi casa, abro la puerta del ascensor y entro. Allí descubro de pronto que estoy solo. Otras personas, que deben subir escaleras, y por lo tanto se cansan un poco, se ven obligadas a esperar jadeando que les abran la puerta de su domicilio, y tienen así una excusa para irritarse e impacientarse; luego entran en el vestíbulo, donde cuelgan sus sombreros, y sólo después de atravesar el corredor, a lo largo de varias puertas con cristales entran en su habitación, y están solos. Pero yo ya estoy solo en el ascensor, y miro de rodillas el angosto espejo. Mientras el ascensor comienza a subir, digo:–¡Quietas, retroceded! ¿Adónde queréis ir, a la sombra de los árboles, detrás de los cortinajes de las ventanas, o bajo el follaje del jardín?Hablo entre dientes, y la caja de la escalera se desliza junto a los vidrios opacos como un río torrentoso.–Volad lejos; vuestras alas, que nunca pude ver, os llevarán tal vez al valle del pueblo, o a París, si allá queréis ir.

    Franz Kafka (Praga, Imperio Austro-Húngaro, 1883-1924)

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  • LA MATRONA DE ÉFESO

    En Éfeso había una matrona con tal fama de honesta que incluso, desde países vecinos, las mujeres venían a conocerla. Cuando perdió a su esposo, no se contentó con acompañarlo tras el cortejo fúnebre, con la cabellera despeinada y golpeándose el pecho desnudo ante los ojos de todos, como era costumbre popular, sino que fue con su difunto esposo hasta su tumba y, luego de depositarlo en el hipogeo, se consagró a velar el cuerpo y a llorarlo día y noche. Sus padres y familiares no pudieron apartarla de su aflicción y de su intento de morir por hambre. Hasta los magistrados dejaron de intentarlo al verse rechazados por ella.Todos lloraban como si ya hubiera muerto a aquella mujer que daba ejemplo sin igual, consumiéndose desde hacía ya cinco días sin probar bocado. La acompañaba una sirvienta muy fiel que compartía su llanto y que, cuando comenzaba a apagarse, renovaba la llama de la lamparilla que alumbraba el sepulcro. En la ciudad sólo se hablaba de la abnegación de esta mujer, y hombres de toda condición social la ponían como ejemplo único de castidad y amor conyugal.En ese tiempo el gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios ladrones cerca de la cripta en donde la matrona lloraba la muerte de su marido. Durante la noche siguiente a la crucifixión, un soldado, que vigilaba las cruces para impedir que alguno desclavase los cuerpos de los

    ladrones para sepultarlos, notó una lucecita que titilaba entre las tumbas y oyó los lamentos de alguien que lloraba. Llevado por la curiosidad, quiso saber quién estaba allí y qué hacía. Bajó a la cripta y, al descubrir a una mujer de extraordinaria belleza, quedó paralizado de miedo, creyendo hallarse frente a un fantasma o una aparición. Pero, cuando vio el cadáver tendido, las lágrimas de la mujer y su rostro rasguñado, se dio cuenta de que estaba ante una viuda desconsolada. Llevó a la cripta su cena de soldado y comenzó a exhortar a la afligida mujer para que no se dejara dominar por aquel dolor inútil ni llenara su pecho con lamentos sin sentido.-La muerte -dijo- es el fin de todo lo que vive: el sepulcro es la última morada de todos.Acudió a todo lo que suele decirse para consolar a las almas embargadas de dolor. Pero esos consejos de un desconocido exacerbaban a la matrona en su padecer y se golpeaba más duramente el pecho, se arrancaba mechones de cabellos y los arrojaba sobre el cadáver. El soldado, sin desanimarse, insistió, tratando de hacerle probar su cena. Al fin, la sirvienta, tentada por el olorcito del vino, no pudo resistir la invitación y alargó la mano a lo que les ofrecía, y cuando recobró las fuerzas con el alimento y la bebida, comenzó a atacar la terquedad de su ama:-¿De qué te servirá todo esto? -le decía-. ¿Qué ganas con dejarte morir de hambre o enterrada, entregando tu alma antes que el destino la pida? Los despojos de los muertos no piden

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    Miscelánea

  • locuras semejantes. Vuelve a la vida. Deja de lado tu error de mujer y goza, mientras sea posible, de la luz del cielo. El mismo cadáver que está ahí tiene que bastarte para que veas lo bella que es la vida. ¿Por qué no escuchas los consejos de un amigo que te invita a comer y a no dejarte morir?Al fin la viuda, agotada por los días de ayuno, depuso su obstinación y comió y bebió con la misma ansiedad con que lo había hecho antes la sirvienta.Se sabe que un apetito satisfecho produce otros. El soldado, entusiasmado con su primer éxito, cargó contra su virtud con argumentos semejantes.-No es mal parecido ni odioso este joven… -se decía la matrona, que además era acuciada por la sirvienta que le repetía:-¿Te resistirás a un amor tan dulce? ¿perderás los años de tu juventud? ¿A qué esperar más tiempo?Después de haber satisfecho las necesidades de su estómago, la mujer no dejó de satisfacer este apetito… y, así, el soldado tuvo dos triunfos. Se acostaron juntos no sólo esa noche sino también el día siguiente y el otro, cerrando bien las puertas de la cripta de modo que si pasara por allí algún familiar o un desconocido, creyesen que la fiel mujer había muerto sobre el cadáver de su esposo. El soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por lo misterioso de estos amores, compraba de todo lo mejor que su bolsa le permitía y, al caer la noche, lo llevaba al sepulcro.Pero he aquí que los parientes de uno

    de los ladrones, notando la falta de vigilancia nocturna, descolgaron su cadáver y lo sepultaron. El soldado, al hallar al otro día una de las cruces sin muerto, temeroso del suplicio que le aguardaría, contó lo ocurrido a la viuda:-No, no -le dijo-, no esperaré la condena. Mi propia espada, adelantándose a la sentencia del juez, castigará mi descuido. Te pido, mi amada, que una vez muerto me dejes en esta tumba. Pon a tu amante junto a tu marido.Pero la mujer, tan compasiva como virtuosa, le respondió:-¡Que los dioses me libren de llorar la muerte de los dos hombres que más he amado! ¡Antes crucificar al muerto que dejar morir al vivo!Una vez dichas estas palabras, le hizo sacar el cuerpo de su esposo del sepulcro y colgarlo en la cruz vacía. El soldado usó el ingenioso recurso y, al día siguiente, el pueblo admirado se preguntaba cómo un muerto había podido subir a la cruz.

    Petronio (Escritor latino de principios del S. I, muerto el año 66)

    El simbolismo masónico del “Libro de la selva”

    Como es de vuestro conocimiento, J18

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  • Rudyard Kipling era un entusiasta miembro de la Masonería, iniciado en la India y propagador de la filosofía de esta sociedad secreta a través de sus libros. En la obra “Kim” hay varias alusiones a la Hermandad, una de ellas revelando que el propio Kim sería destinado a un orfanatorio masónico, ya que el padre de éste había pertenecido a dicha cofradía.Uno de sus poemas más célebres (“Mother Lodge” en castellano “Madre Logia”) revela algunos aspectos de su vieja logia, donde el propio Kipling tenía la responsabilidad de ejercer uno de los tres cargos principales de una tenida masónica.“Tú y yo somos la misma sangre” Mowgli, el niño perdido en la selva y criado por los lobos de la inmortal obra de Rudyard Kipling “El Libro de las Tierras Vírgenes”, tiene para los masones y para los scouts, significados profundos que van más allá del cuento y la circunstancia, pues relacionan el desarrollo del ser humano desde su plano material hasta el espiritual mediante el mundo analógico de la selva con la sociedad de hombres.

    Breve resumen de la obra: Un niño de casi dos años logra escapar del ataque de un tigre contra su aldea y huyendo hacia la selva, se esconde en la pequeña hendidura de una roca, donde tiene su cubil una familia de lobos, quienes con gran perplejidad sólo atinan a cuidarlo y protegerlo de la fiera que sigue su rastro haciéndole lugar entre sus cuatro cachorros que amamantan. Los animales de la selva hablan y se expresan inteligentemente y en particular, los lobos que lo recibieron, sus padres y hermanos adoptivos. Éstos, aunque el niño es un cachorro de hombre, enemigo de su especie; superior a ellos por su valor y por su razón, deciden incorporarlo, para mayor protección, a su manada, que autodenominan “El Pueblo Libre”, y lo llevan al Consejo, lugar de reunión de la manada de Seonne, conformada por casi cuarenta lobos, dirigida por el grande y silencioso lobo gris Akela desde la altura de una roca. En la reunión de la Roca el Consejo a la que asistían todos los lobos y otras fieras que acataban la Ley de la Selva, los cachorros eran presentados

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    El simbolismo masónico del “Libro de la selva”

  • para ser reconocidos y respetadas sus vidas al transitar por la selva. En el caso de Mowgli, fue cuestionada su incorporación por el tigre Shere Khan, aduciendo que le pertenecía, ya que era una presa que había escapado de sus garras y que, no siendo lobo, mal podría la manada adoptarlo. Ante la duda surgida, Bagheera, la pantera negra, alzó su aterciopelada voz ofreciendo un toro recién muerto por ella que yacía a corta distancia, a cambio de la vida del cachorro humano y su aceptación como miembro de la manada. Akela, el jefe desde su alto sitial, observaba atentamente mientras, periódicamente, lanzaba su aullido: ¡Mirad bien!...¡Oh, lobos!...¡Mirad bien! Analizada la conveniencia del trueque, la manada acepta, mientras la pantera triunfadora dirigiéndose al gran tigre cojo le grita: “Este cachorro de Hombre que hoy querías matar, algún día bailará sobre tu piel”.Algunas reflexiones:Si asimilamos el Consejo de la manada a la tenida de logia- a Akela con el Venerable Maestro y el análisis severo con el estudio profundo de los iniciados para la incorporación de un nuevo miembro, podríamos ver una interesante analogía con la Orden masónica. Pero, no bastó con la ceremonia de incorporación de Mowgli al grupo, fue necesaria una larga y dura educación hasta los siete años para poder desenvolverse como un real miembro del Pueblo Libre. Es entonces cuando hace su aparición

    el gran oso Baloo encargado de la enseñanza de los cachorros, que debió enseñarle la Ley de la Selva. “La caza es solo para alimentarse y no una forma de placer”. Que es necesario respetar a los otros pueblos y sus territorios de caza, como ellos lo hacen con nosotros. Un pueblo sin Ley no merece llamarse pueblo y no es digno de tratar con el Pueblo Libre cuyos miembros se reconocen entre si por PALABRAS SAGRADAS y por ende, los cachorros o aprendices deberán conocer las de cada especie. Estas palabras abrirán el corazón y los brazos de todos los hermanos que las escuchen, y que traducidas a todos los lenguajes significan maravillosamente: “TU Y YO SOMOS DE LA MISMA SANGRE”. ¿Quiénes pueden tener la misma sangre, sino los hermanos?Esto, desde luego, conlleva un deber fundamental entre ellos: el de asistirse y protegerse en los momentos de necesidad con verdadero fervor. Estas palabras son sagradas, pues contienen la magia de la Fraternidad y pareciera ser el gran mensaje que Kipling quiso legar a toda la Humanidad y en especial a los jóvenes. No es extraño entonces que Baden-Powell eligiera como modelo utópico de esta organización a la selva, para enseñar en los niños, jóvenes y adultos el respeto y la admiración por la naturaleza, convirtiendo así a cada uno de ellos en hermanos de la vida y cuidadores de ella. He allí la fuerza del scoutismo y he aquí la fuerza de la masonería. Pero nuestro hermano, con gran sabiduría

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  • y espíritu crítico social, nos muestra en su obra a un pueblo especial y, aunque sus miembros se parecen extraordinariamente a los hombres, no merecen el respeto del Pueblo Libre ni de sus aliados. Es el mundo de los monos de cola larga que viven en los árboles, los bandarlog. Seres pequeños, carentes de honor y ley, pendientes del quehacer de todos los miembros de la Selva para criticarlos y burlarse de ellos. Viven creyéndose Hombres y ocultan su debilidad, en la masa, pues viven entre las ruinas de una vieja ciudad abandonada, otrora magnífica, a la que llaman Cubiles Fríos. Estos monos capaces de brillantes discursos y fabulosos proyectos, al carecer de valores violan las mismas leyes que crean de un instante a otro y están prestos a enunciar otras de inmediato. Olvidan las promesas solemnes sin ningún remordimiento y su carácter rencoroso y violento los hace destruir lo que han construido. Como se saben despreciados y conscientemente ignorados por los miembros del Pueblo Libre, se

    mofan de ellos y lanzan desde lo alto inmundicias a su paso. Sólo temen a Kaa, la vieja serpiente pitón de diez metros de largo, la que con sus lentos y calculadores movimientos, danza ante ellos hipnotizándolos para devorarlos pausadamente en la oscuridad. Mowgli, por ignorancia y la reconocida omisión involuntaria de Baloo, acerca de las características de este pueblo, tendrá con ellos una violenta experiencia de la cual sólo se librará con la ayuda de tres leales amigos y consejeros: Baloo, Bagheera y Kaa, que como quizás la trilogía simbólica que conocemos: la Belleza del estudio, la Fuerza del verbo y la Sabiduría de la conciencia cultivada, acompañan al Hombre iniciado en el transcurso de su viaje librándolo de los males y los vicios e impartiendo luz y justicia en la oscuridad de la ignorancia para los necesitados, que ciegos como mariposas nocturnas, giran hasta quemarse en torno a la mentira y el vicio. Kipling, nos dice que la masonería nos prepara para formar las filas

    V L REA B DC F G H I J K L M N O P Q R S T U VW X Y Z

    E S BP I A I CL N JP E AI VJ C I JP JX R M

    Criptograma Nuestra Gazzeta

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    El simbolismo masónico del “Libro de la selva”

  • del Pueblo Libre y escapar así a la tentadora posición de los hombres Bandarlog, quienes inconscientes del mundo en que viven, por sus intereses y egoísmos personales, destruyen su hábitat y el de los demás seres y, quizás lo más grave, destruyen su propio mundo espiritual, al burlarse de la amistad, de la solidaridad, de la caridad, de la emoción de un amanecer, de las lágrimas de miedo de un niño, de un poema con faltas de ortografía; son los mismos que deforman la fraternidad bajo el signo del oro y reducen el amor a una intrincada combinación química. En síntesis... ¡matan el alma! La vanidad y la mediocridad son socios peligrosos para el espíritu. La mediocridad, ese oscuro punto medio que autoengaña al hombre, es un cáncer que ahoga entre sus numerosos tentáculos a los pobres de espíritu y a los pobres de voluntad. ¿Para qué hacer las cosas bien, si las malas las aceptan o lo que es peor, tienen que aceptarlas? Con su acción, los hombres bandarlog, impregnan de olor a miseria y desidia a todo lo que los rodea, alcanzando a infectar instituciones completas culpando por

    ello a la raza. Esta actitud, felizmente, no es la que nos brinda un hombre que se siente masón o se siente scout, al contrario, sus ejemplos generosos y abnegados que nos ofrecen a cada instante y nos reconfortan día a día. No hace mucho, escuché decir burlescamente en el mundo profano la frase: “Al amigo todo, al enemigo nada y al desconocido la ley” y me pregunté angustiado: ¿Qué valor tiene entonces la ley?... ¿La cicuta de Sócrates, acaso no valió de nada? En esta época donde la confusión valórica juega al azar con la vida del hombre y del planeta, sería interesante retomar esta obra, releerla con la visión superior del iniciado, analizarla y extenderla a todos en complemento con esa página inmortal del Hermano Kipling: el “Si”, ya casi desconocido y así poder decir con sentimiento sincero a todo hombre, a todo río, a todo bosque, a todo ser que encontremos en nuestro sendero... con una sonrisa de vida y los brazos abiertos: “Tú y yo somos de la misma sangre”.

    (*) El siguiente artículo ha sido extraído de la “Revista Masónica de Chile” de Mayo 1999 y su autoría pertenece al Sr.

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  • Manuel Gandarillas de la Logia “Abrazo Fraternal”.

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    Editorial: Respetable Logia Mariano Moreno Nº201 Director: Venerable Maestro JustoEquipo de Edición: Fernando Musante, Daniel Lucas, Javier Dantas Corrector: Felipe LiraDistribución: Nicolás Cano RojasImpresión: Redacción: Material suministrado por Respetable Logia Mariano Moreno 201Para comunicarse con la editorial, hágalo a través de nuestro correo electrónico:[email protected]

    ¡Agradecemos a todos los que auspiciaron con nosotros!

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