de lo sublime a lo tràgico o de lo tràgico a lo sublime

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DE LO SUBLIME A LO TRÀGICO O DE LO TRÀGICO A LO SUBLIME Enrique Alcalá Cruz Facebook: Heinrich Brucke Kreuz Él salio un día de su casa decidido a emprender un largo paseo, una de esas caminatas que uno espera lo lleve lejos de su casa, lejos de su ciudad, lejos de sus problemas, lejos de su realidad… Atravesó las calles del pueblo con paso sereno aunque algo apresurado, sin mirar a nadie y sin decir palabra alguna. Sus ojos estaban clavados en aquel distante horizonte azuloso que daba la impresión de ser tan inalcanzable como bello. Dentro de su cabeza, sus pensamientos chocaban bruscamente entre ellos sin ton ni son, mientras que en su corazón, sus sentimientos se agolpaban con violencia y los sentía moverse con tal intensidad que parecía que en cualquier momento iban a resquebrajar su pecho y salir volando como un montón de mariposas que son liberadas de la red que las mantiene cautivas. Caminaba y caminaba. Cada paso lo llevaba más lejos de los demás pero más cerca de si mismo. Por fin salio de aquella zona semiurbanizada y comenzó a internarse en la florida campiña que rodeaba al pueblo. Con sus manos iba abriéndose paso entre el abundante follaje del bosque mientras que se esforzaba porque sus pies no quedaran atascados en el suelo fangoso, rescoldo éste de los monzones que el verano había traído consigo. Continuó con su camino. Atravesó la zona más frondosa y tupida de aquel bosque veraniego y siguió caminando sin saber exactamente a donde quería llegar, sólo sabia que quería ir lejos, muy, muy lejos. Después de mucho andar llegó a un pequeño claro localizado en lo más recóndito del bosque. Era un sitio hermoso y solemne. Los corpulentos árboles que ahí se encontraban, se habían colocado en una curiosa formación que los disponía a manera de una muralla irregular que parecía custodiar aquel

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Hasta el destino mas trágico y amargo puede dar vuelcos inesperados. Un cuento para meditar sobre el destino, la angustia y el dolor.

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Page 1: De Lo Sublime a Lo Tràgico o de Lo Tràgico a Lo Sublime

DE LO SUBLIME A LO TRÀGICO O DE LO TRÀGICO A LO SUBLIMEEnrique Alcalá Cruz

Facebook: Heinrich Brucke Kreuz

Él salio un día de su casa decidido a emprender un largo paseo, una de esas caminatas que uno espera lo lleve lejos de su casa, lejos de su ciudad, lejos de sus problemas, lejos de su realidad…Atravesó las calles del pueblo con paso sereno aunque algo apresurado, sin mirar a nadie y sin decir palabra alguna.Sus ojos estaban clavados en aquel distante horizonte azuloso que daba la impresión de ser tan inalcanzable como bello.Dentro de su cabeza, sus pensamientos chocaban bruscamente entre ellos sin ton ni son, mientras que en su corazón, sus sentimientos se agolpaban con violencia y los sentía moverse con tal intensidad que parecía que en cualquier momento iban a resquebrajar su pecho y salir volando como un montón de mariposas que son liberadas de la red que las mantiene cautivas.Caminaba y caminaba. Cada paso lo llevaba más lejos de los demás pero más cerca de si mismo.Por fin salio de aquella zona semiurbanizada y comenzó a internarse en la florida campiña que rodeaba al pueblo.Con sus manos iba abriéndose paso entre el abundante follaje del bosque mientras que se esforzaba porque sus pies no quedaran atascados en el suelo fangoso, rescoldo éste de los monzones que el verano había traído consigo.Continuó con su camino. Atravesó la zona más frondosa y tupida de aquel bosque veraniego y siguió caminando sin saber exactamente a donde quería llegar, sólo sabia que quería ir lejos, muy, muy lejos.Después de mucho andar llegó a un pequeño claro localizado en lo más recóndito del bosque. Era un sitio hermoso y solemne.Los corpulentos árboles que ahí se encontraban, se habían colocado en una curiosa formación que los disponía a manera de una muralla irregular que parecía custodiar aquel sencillo sitio. Un riachuelo de agua cristalina atravesaba el claro y a su paso arrastraba las hojitas y pétalos que los árboles y flores vecinos había dejado caer. Aquel afluente también nutria un colorido tapete de flores que engalanaba el paisaje con las variadas formas de sus plantas y que impregnaba el ambiente con el delicioso perfume de su frescura.Ante tal desborde de belleza  y vitalidad, no pudo menos que olvidar por un momento todas sus preocupaciones e inquietudes y deleitar sus sentidos con aquella onírica estampa campestre que tenia frente a él.

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Luego de admirar tal espectáculo, buscó un lugar donde sentarse, pues fue hasta ese momento que empezó a sentir el cansancio en sus pies y reparó en el largo trayecto que haba recorrido para llegar hasta ahí.Había sido muy de mañana cuando él salio del pueblo sin rumbo fijo. Ahora, a decir de la posición del sol que empezaba a inclinar su ígneo cuerpo hacia el occidente, se podía calcular que eran ya la una o dos de la tarde aproximadamente.Después de inspeccionar el lugar con la mirada, encontró un sitio llano donde sentarse.En ese momento, le pareció que empezaba a sentir una sed hiriente que amenazaba con quemar su garganta y quebrar sus labios como si fueran los trozos de un cristal que son apretados con gran fuerza.Fue entonces que se acercó al riachuelo que atravesaba el seto y se inclinó para beber el agua a ras de piso como si fuera cualquier animal del bosque. Sumergió su cara varias veces en el caudal del riachuelo hasta que le pareció que aquel fuego que había querido consumirlo se había extinguido por completo.Luego regresó al llano recoveco que había elegido para descansar, y se tumbó boca arriba al tiempo que sus pulmones se llenaban con el aire puro y virgen de aquel pequeño paraíso boscoso.Después de todo esto se quedo dormido.Ahí, protegido por la espesura del bosque, cobijado por la fresca sombra de los árboles y arrullado por el olor de las flores y el suave murmullo del riachuelo, fue que pudo por fin descansar de todas sus angustias aunque fuera por un momento.Y vaya que necesitaba un momento así. Llevaba ya más de medio año que no había podido permanecer dormido sin que alguna pesadilla le despertara y cuando eso sucedía, sólo se levantaba para descubrir que la vigilia era más amarga que el sueño…Entonces durmió. Reposó. No, mejor dicho, descansó.Un armonioso sonido le despertó de su letargo. Abrió los ojos lentamente y con sus manos se apoyó en el suave colchón de pasto que le había servido de cama para su breve pero reparador descanso.Aquel hermoso sonido continuaba escuchándose. Y se dice que aún el día de hoy, si guardas completo silencio,  esa suave melodía todavía se puede seguir oyendo muy en lo profundo del bosque...Después de incorporarse, giró la cabeza en todas direcciones para descubrir la fuente de aquella armónica melodía.  En la rama de un árbol mediano fue que logró hallar al responsable: un pequeño ruiseñor.La encantadora avecilla estaba parada sobre la rama baja de uno de los árboles medianos que conformaban la rustica muralla de aquel sitio. El ruiseñor continuaba

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entonando su hermosa canción mientras que daba brinquitos sobre el tronco en que estaba encaramado.En ese momento, el ruiseñor dio un salto mayor y se bajó del árbol. Mientras tanto, él no se atrevía a hacer el más mínimo movimiento para evitar que el ave se fuera a asustar y volara de ese lugar. El ruiseñor se fue internando, brinco a brinco, en el tapete de flores que coloreaba el piso de aquel sitio. Luego se escuchó otro sonido, menos armónico que el anterior, más grave y árido: era el viento de la tarde que ya empezaba a soplar en aquellas verdes tierras boscosas.Y juntos, el canto del ruiseñor y el viento que se colaba por entre las ramas de los árboles y los huecos de los arbustos del bosque, hacían parecer que las flores y los árboles de aquel lugar danzaban alegremente al compás de la dulce tonada de la pequeña ave.Embelesado con tan deleitosa imagen, él seguía observando atentamente los pasos del ruiseñor y disfrutando de su canto.Fue entonces que la descubrió a ella, puesta en pie justo en el centro del colorido tapete de flores…La vio en ese lugar, con la cabeza alta y orgullosa, ostentando un porte tan elegante que cualquier dama de alta sociedad se hubiera sonrojado, con una silueta que la misma Helena troyana envidiaría, y engalanada con una piel tan perfecta que cual más pensaría que era la resplandeciente tunica de un arcángel y no la piel de un ser vivo.  Y a pesar de todos esos atributos, lo más maravilloso de ella no se podía advertir con los ojos sino con el corazón…De su cuerpo, frágil y delicado, emanaba una sensación de belleza, pureza y hermosura interior sin par. Una belleza tan extraña, misteriosa y difícil de describir que hacia palidecer inclusive al increíble atractivo visual que ella poseía. Aquella era sin duda, la rosa blanca más extraordinaria que la tierra jamás hubiera dado a luz… Se acercó a la rosa lentamente teniendo cuidado de no pisar a las demás flores que le hacían compañía en el piso del bosque. Luego se hincó para quedar a la misma altura de ella y una vez que la tuvo a unos centímetros frente a él, cerró sus ojos e inhaló con mucha fuerza esperando poder distinguir el aroma de aquella flor en particular de entre la variedad de aromas que aquella alfombra de flores ofrecía…Empezó a captar los más variados aromas mientras continuaba con los ojos cerrados.Margaritas, tulipanes, jacintos, sándalos, madera, pasto y hasta el olor de la tierra húmeda del bosque entraban por sus narices en ese momento. También percibió el olor de las otras rosas que había en ese pequeño huerto pero, por algún motivo, algo dentro

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de él le decía que ninguno de esos aromas pertenecía a aquella rosa blanca, tan hermosa que resaltaba aun entre la tremenda belleza de ese lugar.Empezó a desesperarse. Estaba a punto de abrir los ojos y extender su mano para arrancar aquella linda flor y acercarla a su cara para poder percibir su aroma cuando inesperadamente, una aguda sensación golpeó su corazón tal y como un rayo golpea la tierra durante una tormenta y deja su impronta imborrable en ella… Su pecho se estremeció. Sus huesos comenzaron a dolerle intensamente, comenzó a sentir un hueco profundísimo en su estomago como si una jabalina acabara de penetrar sus entrañas. Su lucidez se desvaneció como si fuera la neblina de la mañana que desaparece al clarear el sol. Su alma se hinchó de amor…Acaba de percibir el indefinible aroma de aquella rosa blanca… Y se dice que aún el día de hoy, si cierras tus ojos y respiras con fuerza, todavía puedes percibir ese maravilloso perfume que sigue impregnado en el viento de la tarde...No pudo soportar más, se desplomó sobre el tapete de flores y entonces sus ojos se abrieron y se quedaron contemplando a aquella esplendida rosa que seguía erguida mirando en dirección a él, que de hecho parecía estar observándolo a él…Después de aquel episodio de éxtasis espiritual, recupero las fuerzas y se levantó tratando de enderezar con sus manos los tallos de las flores que había aplastado al caerse hace unos momentos.Luego caminó lentamente hacia atrás hasta colocarse a una distancia como de 5 o 6 pasos de la flor. Se quedó de pie ahí, mudo, impávido, con la mirada clavada en el centro del tapete de flores y con su corazón latiendo rápida y violentamente.   Entonces otro sonido atrajo su atención. Era un murmullo suave y sereno que conforme seguía escuchándose, empezó a regularizar el latido de su corazón, relajó la agreste contracción que sus músculos habían efectuado unos momentos antes y logro enervar sus sentidos hasta hacerlo entrar en una especie de trance hipnótico.Después de permanecer un tiempo en aquel estado de ensoñación, logro aclarar sus ideas y percatarse de que aquel tranquilo murmullo que había logrado apaciguar sus emociones procedía del angosto afluente que nutria aquella prodiga tierra.Y se dice que aún el día de hoy, si abres tu corazón y te desprendes por un momento de todas las ambiciones y vanidades que apresan tu alma, aun puedes sentir como la cristalina agua del riachuelo corre por todo tu cuerpo...Fue de esa manera que- sintiendo el murmullo del riachuelo que mitigaba sus angustias, escuchando el canto del joven ruiseñor que parecía elevar su alma por encima de los asuntos mundanos y contemplando a aquella bellísima rosa blanca que había logrado enamorarlo en tan sólo unos pocos segundos- él logro penetrar en ese ámbito que es tan difícil de conquistar para todos los mortales, ese estado donde lo que conocemos como “lo bonito o lo atractivo” queda eclipsado frente a la verdadera belleza del ser. Aquel

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inaprensible lugar que esta por encima de lo bello, de lo exquisito, de lo deleitoso, ese sitio que más bien pertenece al extraño reino de lo inexpresable e incomunicable: En aquel solitario paraje y habiéndose despojado de todos las consecuencias que lo humano acarrea consigo, fue que logro ver y sentir algo sublime, esa categoría nominal que constituye lo más elevado a lo que los seres humanos pueden aspirar mientras vivan…Eso sublime, eso inexpresable, eso imposible de decir, de externar, de hacer que otro lo comprendafue lo que logró sacarlo de la profunda y agudísima depresión en que estaba sumido desde hace quien sabe cuanto tiempo…Él gozó, danzó, se dejó caer varias veces sobre el fresco pasto del bosque, metió sus manos en el riachuelo y rebuscó entre los sedimentos de éste hasta extraer unas cuantas piedrecillas – bastante pulidas por la fuerza de la corriente de agua- y las guardó en su bolsillo con tanta alegría y esmero como si se trataran de las joyas más exóticas del mundo. Correteó por entre los arbustos vecinos, abrazó a los árboles, se hincó cerca de las flores y respiro con fuerza el perfume de éstas. Estaba loco de alegría, se sentía en paz, liberado, tranquilo. Se sentía feliz…Cuando la felicidad de la tarde se despidió para dar paso a la tétrica serenidad de la noche en aquel bosque, él tuvo que despedirse también de toda la belleza que tanto descanso le había proporcionado ese día.Aun se quedó otro rato más observando como la oscuridad nocturna se iba a apoderando poco a poco del bosque. Entonces empezaron a salir las estrellas.Observó con cuidado a aquellas luminosas acompañantes. Y le parecía que no podía haber mejores espectadores para atestiguar la culminación de aquel episodio glorioso.Después de un día sublime, un cielo nocturno sublime también…Entonces emprendió el viaje de regreso a su casa (y a todos su problemas y angustias también). Después de recorrer un camino tan largo como el que había caminado para llegar hasta el claro en el bosque, comenzó a divisar la luces del pueblo. Se detuvo un momento, cerró los ojos y abrió su corazón. Aun le parecía seguir oyendo el canto del ruiseñor que le devolvía su alegría perdida, y percibir el aroma de la bellísima rosa que inflamaba su pecho de amor, y hasta sentir el pacifico balbuceo del riachuelo cosquilleando su carne.Después de esto, abrió sus ojos, se armó de valor y caminó hacia el pueblo del que había huido un día antes…De esta misma manera transcurrieron muchos días. Una vez a la semana, él buscaba la manera de retirarse a la profundidad del bosque y ser feliz en medio de lo sublime que su pequeño jardín secreto le ofrecía. Y era necesario que así fuera, de otra manera se hubiera vuelto loco o simplemente se hubiera suicidado…

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Pero entonces llegó aquel trágico día. El verano estaba a punto de culminar para darle paso al ventoso otoño. Y como era bien sabido en aquella comarca, las últimas lluvias del verano solían ser las más violentas y destructivas.Por eso es que aquella tarde –en que el cielo estaba nubladísimo y en el ambiente se sentía una humedad fuera de lo común- ninguno de los pobladores de la comarca y de las aldeas vecinas se atrevió a salir de su casa después de que el reloj de la iglesia del pueblo marcó las 6 de la tarde.En el horizonte distante, se podían atisbar los poderosos relámpagos de la tormenta que acuchillaban repetidamente a las enormes nubes oscuras que cubrían el cielo, mientras que los ensordecedores truenos  -a pesar de estar todavía muy lejos de aquella comarca- hacían temblar las paredes y techos de las casas del pueblo. Una gran tormenta, la más grande tormenta que aquella región hubiera visto en años, estaba a punto de golpear con toda su fuerza aquellos modestos poblados. Y también al bosque vecino…  Mientras tanto, él permanecía pendiente de la condiciones del clima. Había ido la semana pasada al bosque y todo había estado igual de bien que siempre. A veces había lluvias fuertes pero como aquel llano sitio se encontraba en medio de la espesura del bosque, éste le protegía de que las torrenciales aguas le causaran algún daño.Pero esta vez era diferente. La tormenta que se avecinaba parecía que iba a devastar todo lo que encontrara a su paso. En el pueblo, todas las personas habían reforzado las puertas de sus casas y las ventanas con gruesos tablones y laminas de metal, y los animales domésticos y el ganado estaban guarecidos en los graneros que también habían sido fortificados para evitar daños.Ya eran las 7 pm cuando la lluvia empezó a mojar la tierra de las calles. La llovizna ligera dio paso a una lluvia más fuerte, después al granizo y en unos minutos más, un verdadero vendaval azotaba con toda su fuerza aquella región.Los relámpagos serpenteaban agrestemente a lo largo y ancho de todo el cielo oscuro y su fulgurante figura iluminaba los alrededores como si se trataran de pequeños fragmentos de sol que revoloteaban en la noche. Asimismo, los truenos hacían cimbrar los pisos y el corazón de todos los seres vivos que contemplaban impotentes aquella demostración del poder de la naturaleza.La lluvia caía a raudales. En las principales avenidas del pueblo se habían formado caudalosos  ríos que llevaban arrastrando troncos, basura, utensilios domésticos y hasta los cuerpos de pequeños animales silvestres que habían sido presa de las inclemencias de aquel clima extremo. Además de los estridentes truenos, sólo podía escucharse el pavoroso sonido del aguacero que parecía no disminuir su intensidad sino aumentarla conforme pasaba el tiempo.

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Él miró el viejo reloj de pared que estaba colgado en uno de los añejos muros de aquella casa que ya empezaba a filtrar agua debido a la intensidad de la tormenta. El reloj marcaba las 8pm.Todas las ventanas de la casa estaban cubiertas por gruesos tablones de madera pero aun así logro hallar un pequeño lugar descubierto por donde miró en dirección al bosque.El espectáculo que presenció hizo que su corazón prácticamente se detuviera…Allá, a lo lejos, justo en lo más profundo y alejado del bosque, parecía haberse concentrado lo más violento y furioso de aquella tormenta. Podía verse los rayos precipitarse a tierra una y otra y otra vez como si se turnaran para castigar a la indefensa campiña. Mientras tanto, el raudo viento y la lluvia parecían asociarse para formar pequeños huracanes que barrían con todo lo que encontraban a su paso.Al percatarse de todo aquello, él no pudo soportarlo más y tomando una casaca vieja y su par de botas de cuero, desclavo las maderas que había utilizado para atrancar la puerta de su casa y salió en dirección del bosque con una sola idea en la mente: salvar a toda costa aquel pequeño jardín que antes lo había salvado a él…El monzón seguía azotando con furia aquella región. Mientras tanto, él seguía caminando a través del bosque aunque debido a la abundancia de la lluvia, era muy difícil saber si iba por el camino correcto o no. El agua golpeaba su cuerpo como si se tratara del látigo airado de un capataz, los ruidosos truenos lo habían hecho perder temporalmente la audición y su vista estaba desajustada y los ojos le dolían a consecuencia del agua de lluvia y el hiriente resplandor de los relámpagos que caían a tierra.En ese momento miró a su alrededor con la poca vista que le quedaba y no logró reconocer el lugar donde se encontraba. Quiso correr de ahí pero sus pies se habían atascado en un lodazal profundo. Entonces sintió mucho miedo. Sintió que todo había terminado, que moriría ahí, que sólo era cuestión de tiempo para que la lluvia, el lodo o alguno de los rayos que caían a tierra, dieran con él y entonces seria su fin…Pero a pesar de estar en tal situación, logró apaciguarse un poco. En realidad no le importaba mucho morir. Su vida, en general, resultaba estéril, difícil, amarga. Morir tal vez representaría descanso y eso no le causaba miedo sino alegría, pero sí le daba mucho miedo seguir viviendo y que lo único que le había podido proporcionar un poco de felicidad y tranquilidad, quedara destruido sin que él pudiera hacer algo para evitarlo.De manera que  después de tranquilizarse, se agazapó y una vez que su cuerpo estuvo pegado al suelo, comenzó a arrastrase usando toda la fuerza de sus brazos y asiéndose fuertemente de los huecos que iba haciendo con sus manos en la tierra húmeda que tenia delante de él. Así fue como, poco a poco, aun con aquella tormenta cayendo a cantaros sobre él, logró salir de aquel fangoso sitio y retomó su camino.

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Parecía que por momentos la tormenta arreciaba y que el cielo estaba a punto de derrumbarse sobre aquel bosque. Pero a él ya no le importaba la lluvia.Caminaba con paso sereno y cuidadoso por entre las veredas devastadas del bosque. A su camino encontraba árboles arrancados de raíz por el fuerte  viento, arbustos destruidos, enorme deslaves de tierra y caudalosos ríos que atravesaban la montaña llevando los despojos que la lluvia iba dejando tras de sí. De vez en cuando, algún rayo caía cerca de él y lo obligaba a detenerse a esperar que los relámpagos cesaran por un momento para que pudiera continuar su marcha.Sólo Dios y el cielo borrascoso de aquella noche terrible saben cuanto duró aquella tortuosa caminata por el bosque semidestruido. Lentamente, la lluvia fue disminuyendo, los truenos cesaron y los relámpagos dejaron de iluminar el cielo para darle paso a una blanca y redonda luna llena que –ahora que todo el cielo estaba despejado- cubría toda la tierra con su pálido brillo. Y entonces por fin, después de quien sabe cuantas horas bajo la tormenta y luego de haberse perdido del camino infinidad de ocasiones, logró identificar parte de la muralla de árboles que custodiaban el pequeño paraíso que precisamente había salido a buscar. Había llegado por fin a su lugar sublime…Pero para ese momento, aquel hombre estaba convertido en una lástima andante. Todo su cuerpo estaba repleto de lodo. Había perdido ambas botas durante su trayecto así que estaba descalzo sobre el piso cenagoso. Sus brazos y pies presentaban múltiples cortadas, raspaduras y laceraciones como resultado del arduo camino que tuvo que recorrer para llegar hasta ese lugar. Sus ojos estaban enrojecidos a causa del agua, el resplandor de los relámpagos y el terrible cansancio que sentía. Una horrible tos seca se empezaba a apoderar de su respiración –que ya de por si era dificultosa- y su cuerpo en general, apenas tenia energía para seguir manteniéndose en pie.Y a pesar de aquel abrumador cansancio que sentía, aun tuvo fuerzas para dar un rodeo por aquel sitio e inspeccionar detenidamente la escena que tenia frente a sus ojos.El lugar estaba destruido. Casi todos los corpulentos árboles que habían protegido y aislado aquel sitio en otras ocasiones, estaban ahora desgajados, arrancados de raíz o simplemente hechos añicos. El encantador piso del bosque que una vez estuvo tapizado de flores y pasto, ahora sólo era una alfombra de lodo y despojos que el agua había arrastrado hasta ese lugar. El riachuelo ya no estaba, ni siquiera su cauce podía reconocerse ya que ahora sólo había fango y piedras esparcidas por el suelo.Al contemplar aquella estampa tan siniestra y lúgubre, el corazón del muchacho se rompió en mil pedazos. Su refugio, su abrigo de las preocupaciones, el único lugar donde no había nadie que lo lastimara había desaparecido. Aquel riachuelo que calmaba sus emociones ya no volvería a nutrir con sus aguas aquel sitio pues su cauce había sucumbido bajo una inmensa cantidad de lodo. El pequeño ruiseñor que con su canto

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llenaba de alegría a todos los habitantes del bosque, seguramente ya jamás regresaría pues ya no había árboles que pudieran proporcionarle cobijo y sustento.Entonces se acordó de  la rosa, la rosa blanca…En ese momento pareció que un último destello de esperanza iluminaba la cara de aquel muchacho. Detenidamente hizo memoria del sitio exacto donde estaba la bella rosa blanca y una vez que estuvo seguro de haberlo recordado, se dirigió al sitio y empezó a excavar en el lodo con  las pocas fuerzas que todavía le quedaban.Cavó y removió con frenesí el lodo, las rocas y los desechos de ese lugar hasta que las yemas de sus dedos empezaron a sangrar y sintió que ya no le quedaban energías para continuar, pero entonces la vio…Maltrecho y lleno de lodo estaba el tallo de la rosa blanca. Claro que podía haber sido el tallo de cualquier otra flor, pero algo en el interior de él le decía que ese tallo en particular le pertenecía a su hermosa rosa blanca.Pero como quiera que fuera, ahora ya no era una bella flor sino sólo un tallo mojado y roto.Se hincó sobre el suelo fangoso y mojado de aquel lugar, apretó aquel maltratado tallo contra su pecho y empezó a llorar amargamente. Todo había terminado para él…Ya no había nada, ni tranquilidad, ni paz, ni felicidad, ni amor, ni nada…Lloró como lloran aquellos que han perdido lo más valioso de su vida: un hijo, un cónyuge, una madre, un padre o a si mismos…Si alguien hubiera visto su corazón en ese momento, seguramente habría observado una tormenta más espantosa que la que había arrasado aquel bosque. Si alguien hubiera visto sus ojos en ese momento, seguramente hubiera observado una oscuridad más lóbrega que la que cubría el bosque en aquella noche. Si alguien hubiera contado las saladas lágrimas que derramó en esos momentos, seguramente diría que eran más numerosas que las gotas que un aguacero trae consigo. Si alguien lo hubiera visto gritar, llorar, maldecir, golpear el suelo y sufrir, seguramente, muy seguramente hubiera sentido aunque sea un poco del inmenso dolor que en ese momento estaba reventándole las entrañas…Pero no. No hubo nadie que lo viera o lo escuchara en ese momento. Incluso la compasión y la lástima son cosas que le fueron negadas a aquel muchacho…Después de pasar un largo tiempo sosteniendo el tallo de la rosa entre sus manos, lo colocó con ternura sobre el mismo cenagoso sitio donde lo había encontrado. Luego se quedó observando con nostalgia los alrededores del lugar como si tratara de hacer que el tiempo regresara a aquellos momentos sublimes que alguna vez experimento ahí…Pero después de un breve instante, regresó a su realidad y volvió a encontrarse en su misma penosa situación…

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Seguramente hay quien piense que una situación como la que él estaba pasando en ese momento no era nada de importancia, que era como “ahogarse en un vaso de agua”, que hay cosas más “importantes” de que preocuparse en la vida pero la verdad es que sólo quien ha sentido el verdadero dolor, aquel que ha sido aislado, rechazado, humillado y que ha decidido alejarse de todo y de todos para evitar dañar y que lo dañen, solamente  aquel que ha sufrido y llorado hasta el punto de desear la muerte, podrá comprender como se sentía aquel muchacho en ese momento.La luna cubría al otrora paraíso boscoso con su tenue luz. Él sentía muchas cosas en ese momento pero sentía más vividamente su resignación que era amarga, su soledad que era dolorosa y su desesperanza que era triste.Pero el sentimiento que cundía su corazón y que también ya se podía sentir por todo ese lugar no era de amargura ni de resignación ni tampoco de tristeza sino de tragedia.Lo trágico. Ese sentir igual de inexpresable que lo sublime pero que corre exactamente en la dirección opuesta. Lo trágico es el vacío,  el no esperar ya nada, el no desear ya nada, el no amar ya nada. Lo trágico es morir y seguir consciente para ver como los gusanos empiezan a comérselo a uno. Es desear la muerte y que ella no venga, es no encontrarle sentido a las lágrimas, al dolor, a la vida, al mundo. Lo trágico en un sinsentido tan agudo que, pienso yo, hasta el mismo diablo ha de tenerle miedo…Y sí, aquel era un episodio trágico. De lo sublime a lo trágico en tan poco tiempo, en la misma persona y en un mismo sitio. No cabe duda que la vida puede llegar a gastar ironías de un pésimo gusto…Entonces tomó una determinación. Dado que ya no había nada para él en este mundo, en virtud de que a Dios o al diablo le había placido arrebatarle la única pequeña fuente de felicidad que poseía, entonces él ya no tenia nada que lo obligara a quedarse en este mundo…Tomó un poco de tierra mojada entre sus manos, contempló nuevamente el tallo de su amada rosa blanca, miró el lugar donde una vez estuvo el angosto riachuelo y trato de recordar como era el canto del pequeño ruiseñor…Se acercó la tierra mojada a la boca y ya podía percibir ese aroma desabrido. Repasó su plan una vez más: tragaría tierra hasta que sus vísceras no pudieran soportarlo; con la poquísima fuerza que tenía y contando con las profundas heridas de su carne que sangraban profusamente, sólo seria cuestión de tiempo para que su cuerpo sucumbiera y entonces, el descanso por fin llegaría…Con una mano sostuvo la tierra a un centímetro de su rostro, con la otra recogió el tallo de la rosa y lo apretó contra su pecho. Cerró los ojos, abrió su boca y se acercó el puño de tierra a su cavidad oral…¡¡¡No puede ser, no por favor Dios no¡¡¡ Un desgarrador grito estremeció aquel sitio y lo obligó a abrir los ojos repentinamente.

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A unos cuantos metros de donde él estaba, una joven estaba postrada observando  todo el lugar con mueca de  compunción y con los ojos inundados de lágrimas. ..No, no, no por favor no… Seguía repitiendo aquella chica que cada vez se escuchaba (y notaba) más afligida y desesperada.Mientras tanto, él olvido por un momento sus planes y concentró su atención en esa joven que cada vez parecía más lastimada, más herida, más triste, más sola, más, más, bueno, más como él…La muchacha seguía llorando amargamente mientras con sus manos removía nerviosamente la tierra húmeda del piso y con su mirada trataba de encontrar algo que parecía ya no estar ahí…  Él no dejaba de observarla con atención. La muchacha llevaba un sencillo vestido de color blanco que apenas conservaba el color ya que estaba todo empapado y sucio de lodo. Ella era pequeña y muy delgada, tenía el cabello negro y opaco como el color que tiene el carbón cuando ha dejado de arder. Su piel era pálida, de un tono casi mortecino. Las facciones de su rostro eran finas pero su semblante en general era de tristeza y profunda melancolía. A la luz de la luna, sus ojos parecían de color gris y estaban enmarcados por unas ojeras muy marcadas y oscuras como las que tiene aquel que no ha dormido en mucho tiempo. Él también se quedo mirando sus pies. Iba descalza, por lo que se imaginó que había recorrido un camino similar al de él para llegar hasta ese lugar…Entonces él se puso de pie y lentamente se aproximó a ella, pero aquella chica estaba tan absorta en su desesperación que ni siquiera lo notó.No puede ser –seguía balbuceando ella- las flores, el río, mi paz, mi  felicidad, no puede ser, ya no queda nada¡¡¡¡¡¡ -Volvió a gritar con voz histérica- No, no puede estar pasando esto.El muchacho escuchó atentamente y con solemnidad aquellos lamentos. Al parecer ella también había descubierto aquel jardín escondido en medio del bosque…Se acercó más hasta quedar justo frente a la chica. Entonces fue que ella se percató de su presencia.Ella levantó la vista para mirarlo detenidamente y él clavo su mirada en los ojos de ella.Una extraña sensación empezó a apoderarse de ambos. Era como un ardor en la sangre, como un nudo frió y doloroso en la garganta. Los dos querían decir o hacer algo que rompiera aquel silencio pero no podían…Así permanecieron por un tiempo. Mutuamente, los ojos del uno parecían atravesar la piel del otro y ver lo que había adentro. El corazón de ambos, agitado en cada caso por motivos distintos, empezó a latir con una cadencia similar hasta que pareció haber llegado a una rara sincronización.Nadie decía o hacia nada, sólo seguían mirándose profundamente…

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En el oriente, se comenzó a vislumbrar un pequeñísimo y débil destello, el cielo atenuó la oscuridad que lo coloreaba y la luna empezó a hacerse menos visible poco a poco.La noche estaba terminando y la luz de un nuevo día  clareaba en aquellos alejados lugares…Ella y él seguían inmóviles en sus respectivas posiciones. Ella hincada, con las manos apoyadas en el suelo y mirándolo a la cara. Él de pie, con la cabeza baja mirando donde ella estaba postrada.Después, él abrió su mano involuntariamente y dejó caer el tallo de la rosa que había recogido de entre el fango. Al verlo, el corazón de ella se constriñó. Repentinamente la chica perdió sus fuerzas y dejó caer su cuerpo sobre el suelo lodoso como si una bala le hubiera perforado el pecho…Ella caía lentamente boca abajo y hubiera quedado tendida de no ser porque justo en ese instante, él se había agachado, la sostuvo con fuerza de ambos brazos y con su hombro izquierdo atrancó el pecho de ella…Ahora estaban mirándose frente a frente a unos centímetros de distancia el uno del otro.A él le empezó a parecer que aquella chica de aspecto triste y sombrío, era muy hermosa, tan hermosa como la rosa blanca que había florecido en el corazón del bosque, igual de frágil, igual de delicada, con esa belleza profunda y misteriosa, con esa hermosura sublime que lo había cautivado una vez…Y ella, al sentir el calor de las manos sangrantes de él que sujetaban sus brazos con firmeza y delicadeza a la vez, comenzó a sentir un cosquilleo por el cuerpo, un murmullo suave y tranquilizador que hacia parecer que por las venas de aquel muchacho, corría el agua de un riachuelo cristalino y pacifico…Así se quedaron los dos mirándose y sintiéndose profundamente mientras el sol de la madrugada continuaba emergiendo lentamente y en el ambiente podía sentirse como la tristeza y la alegría flotaban y se abrazaban una y otra vez.En ese momento el tiempo de detuvo. Se podía ver a ambos hincados ahí, temblando por el frío del bosque, mojados, sucios, heridos, ella al borde de la locura, él casi muerto por las heridas de su cuerpo.Pero ahora él estaba seguro: aquella chica era, por mucho, más linda que cualquier rosa blanca que pudiera existir en el mundo, y ella, por su parte, estaba convencida de que los brazos de aquel joven le brindaban más calma y tranquilidad que el murmullo de mil riachuelos cristalinos…En ese instante sublime, los dos permanecieron en silencio, sumidos el uno en el corazón del otro, la rosa blanca siendo nutrida por el agua de aquel modesto afluente y el riachuelo que no tenia otra preocupación que no fuera la de cuidar y ser feliz contemplando eternamente a aquella hermosa flor.

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Y aquel solemne silencio del destruido bosque matutino, sólo era interrumpido por un ruido  incierto. Allá, a lo lejos, por entre los despojos de la vegetación y los rastros de destrucción que el vendaval de la noche había dejado a su paso, un suave sonido no dejaba de escucharse. Era una tonada encantadora y feliz, como la canción de cuna de una madre amorosa, como el primer poema de un enamorado, como un himno dedicado a Dios Padre, o más bien, aquello sonaba exactamente igual al melodioso canto de un pequeño ruiseñor, que acaba de despertar con el calor de la mañana…  FIN