cuarto domingo de adviento

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Si en el 2º y tercer domingo de Adviento quien nos ayudó a prepararnos a la Navidad fue san Juan Bautista, en este 4º domingo vamos de la mano de la Virgen María, quien fue la que mejor se preparó para la Navidad.

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En este ciclo C el suceso que la Iglesia nos presenta de María es la

Visitación a su prima Isabel.

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María había recibido la embajada del ángel anunciándola que iba a ser la madre del Redentor. Pero también se entera que su prima Isabel, que era mayor, iba a tener un niño. Y se decide a ir para ayudarla. Veamos lo que dice el evangelio.

Lucas 1, 39-45

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En aquellos días, María se puso de camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en

su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres,

y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura

saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se

cumplirá.”

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pero también para

que nos sirva de ejemplo,

para que la podamos imitar en esta ya última

preparación para la

Navidad.

Hoy se nos pone a consideración este suceso para alabar a María, admirarla, ver lo agraciada que ha sido por Dios;

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María, después de la Anunciación del ángel, aparentemente no se preocupa tanto del Niño que se va gestando en su ser como del hecho de que debe hacer

una obra de caridad y debe hacerlo “ya”.

Lo más esencial en

que podemos imitarla es en

este gran misterio de

caridad.

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Su prima Isabel era ya bastante mayor y estaba en el sexto mes de embarazo.

Eso quería decir que la vendría muy bien tener

consigo una mujer joven de

toda confianza.

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Así que corre a su encuentro: Quizá también para felicitarla y alegrarse con ella; pero sobre todo para ofrecer su ayuda en aquellos tres meses tan importantes. Por eso marcha caminando a una aldea de Judá.

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Lleva a Dios en

sus entrañas y en su afán

por ayudar.

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Caminaremos por la vida, con Dios en nuestro caminar.

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Esta es la gran lección que nos da María en las vísperas de la Navidad. No es el hecho de hacer esto o lo otro. Es sobre todo la actitud de servicio, que tanto nos enseñaría Jesús.

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María nos enseña que para hacer el bien hace falta decisión y alegría. Esta alegría se muestra en el saludo de Isabel y en la respuesta de María alabando a Dios con alegría.

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La alegría de aquellas dos mujeres es contagiosa. Y hasta “salta el pequeño Juan en el seno de Isabel”.

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Y salta el pequeño Juan en el seno de Isabel.

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Duerme en el tuyo Jesús, todos se salvan por Él.

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Duerme en el tuyo Jesús. Todos se salvan por Él.

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Una consideración moderna podemos hacer contra aquellos que defienden el aborto en las primeras semanas de gestación como si lo que tiene la madre no fuese una persona. María no tendría ni una semana, y sin embargo aquella criatura santifica y derrama el Espíritu Santo.

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Esta vida sabemos que no es la definitiva, sino que por ser de prueba y limitada, habrá sufrimientos y dificultades; pero Dios es alegría y quiere la alegría: una alegría interior que proviene del amor. De esta alegría queremos que nos contagien María e Isabel.

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En la vida, aunque haya sufrimientos y contrariedades, aunque haya que compartir las

tristezas de otros, en el fondo del alma debe estar la alegría, como fruto del Espíritu Santo, si

vivimos en la presencia de Dios.

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Dios quiere dar profunda alegría en el alma a los que reciben a Jesús. Hoy encontramos la primera familia que acoge o recibe a Jesús, después que María le acogió en su seno.

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Preciosa misión la de todo discípulo de Cristo: la de llevar el gozo y la alegría a tantos que se encuentran arrinconados o excluidos. Para ello hace falta una gran fidelidad a Dios, creer en ese Dios de la paz y la alegría que está en lo profundo del alma.

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Esto es lo que sintió Isabel al ver a María.

Y por eso le dijo: “Dichosa tu que has

creído”. También nosotros se lo decimos con la

esperanza de que sintamos esa alegría en el

corazón.

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Dichosa Tú que

has creído.

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Bendito el fruto de tus

entrañas.

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Para vivir plenamente la

Navidad, para vivir esta cercanía de

Dios, lo primero que debemos tener es fe.

Pero fe de verdad. Como la de la Virgen María.

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Estamos acostumbrados a no tener mucha fe, porque nos fallan muchas cosas, pueden ser negocios, políticos, quizá entre los mismos esposos y tantas cosas materiales en las que hemos puesto ilusiones.

Pero la fe es un fruto del amor o van unidos.

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María también nos da un maravilloso ejemplo de fe en Dios. Para que haya fe plena hace falta aceptación y entrega, como María. Dios le había dicho, por el ángel, que estaba con ella de una manera especial.

Y ella había aceptado y se

había entregado al

decir: “He aquí la

esclava del Señor”.

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Esta entrega de María es como la antesala de la gran entrega de Jesucristo, desde que llegó al mundo, como lo expone la carta a los hebreos, que hoy se lee en la 2ª lectura.

Hebreos 10, 5-10

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Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo, dijo:"Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero

me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: 'Aquí estoy yo

para hacer tu voluntad."'Primero dice: "No quieres ni aceptas sacrificios

ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias", que se ofrecen según la Ley.

Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad." Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para

siempre.

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Varias veces dirá Jesús en su vida: “He venido para hacer la voluntad de mi Padre”. Esta es una realidad grandiosa en el nacimiento de Jesús: Hacer la voluntad del Padre. Y, como el Padre sólo puede querer el bien, venir al mundo el Hijo es algo grandioso y muy bueno.

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María cree y por eso se cumple lo que Dios le ha dicho. Creer es abrazarse al poder y al amor de Dios. Creer para María es echarse en los brazos de Dios para que Él disponga de ella y la utilice. Creer es zambullirse, sin saber nadar en el océano divino.

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Creer es fiarse de Dios. Creer es ponerse en camino, un poco a ciegas, “sin más luz y guía que la que en el corazón ardía”, como decía san Juan de la Cruz.

Por eso María siempre; pero ahora especialmente, en las vísperas de la Navidad es la madre de los creyentes.

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Madre de los

creyentes, que

siempre fuiste fiel,

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Danos tu confianza, danos tu fe.

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Guardaste bajo llave

las dudas y batallas,

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formándose el misterio al pie del corazón.

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Debajo de tu pecho

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la historia se escribía de nuestra redención.

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Madre de los creyentes, que siempre fuiste fiel,

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Danos tu confianza, danos

tu fe.

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Danos tu confianza, danos

tu fe.

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Podemos decir que María en su vida hizo sólo esto: fiarse de Dios, sin protestas, quejas o interferencias. Y porque se fiaba de Dios, María creerá que aquel niño que nace pobre y desvalido, es el esperado de las naciones.

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Y, porque se fiaba de Dios, María verá

a su hijo crecer, pensando en su Padre. Y le verá entregarse a una muerte atroz. Y

porque se fiaba de Dios, le vería

después glorificado y subiendo al cielo.

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Recordemos las dos grandes lecciones, que nos da la Virgen María, para acoger dignamente a Jesús:

1) Entrega total a Dios, fiarse de Él.

2) Disponibilidad para hacer el bien a los demás.

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En primer lugar: abrir el corazón al amor de Dios que se hace hombre porque nos ama. Dios se acerca y se queda con nosotros. Por eso le llamamos Enmanuel, Dios con nosotros. Dios no quiere distancias con nosotros, se ha puesto a nuestro alcance. Acojámosle con amor.

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En 2º lugar: Atender al necesitado. Dios hecho hombre se humilla tanto que se hace necesitado. Jesús es nuestro buen samarita-no y al mismo tiempo es el enfermo, el que sufre, el que necesita de todo. Acojámosle al atender al pobre y necesitado. Siempre haciendo el bien como la Virgen María.

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Con estos dos requisitos, nuestro corazón se convierte en la cuna estimada por Jesús. Después hagamos también algo para que Jesús pueda nacer en otros muchos corazones.

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En estos días inmediatos a la Navidad recordamos siempre el largo viaje que tuvo que hacer María, junto con san José, para ir de Nazaret a Belén. María era como un sagrario, que paseaba al Salvador por aquellos caminos. Si acogemos a Jesús en nuestro corazón, le podremos llevar también por nuestros caminos de la vida.

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Caminando un borriquito, caminando va a Belén,

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Y María lleva

dentro a Jesús que va a nacer.

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Y María lleva dentro a Jesús que va a nacer.

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Los profetas anunciaron al Mesías de Israel;

Page 63: Cuarto domingo de adviento

Pero nadie espera al Niño, a Jesús que va a nacer.

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Pero nadie espera al Niño, a Jesús que va a nacer.

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Hoy, María, yo quisiera a tu lado y con José,

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ofrecer mi amor al Niño, a Jesús que va a nacer;

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ofrecer mi amor al Niño, a Jesús que va a nacer;

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Quiera Dios que en nuestra casa haya paz, amor y bien

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y un rincón que esté aguardando a Jesús que va a nacer;

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AMÉN