construir una cultura de la vida

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SABINO, Juan Pablo. (2010). “Educación, subjetividad y adolescencia”. Buenos Aires. Editorial La Crujía. (Resumen) CAPÍTULO DOS: CONSTRUIR UNA CULTURA DE LA VIDA “¿Por qué la esperanza? Porque hay alternativas, porque lo posible nos constituye y porque el bien y la justicia transforman la utopía en compromiso” Carlos Cullen. “Perfiles ético-políticos de la educación” “La utopía posible es trabajar para hacer que nuestras sociedades sean más vivibles, más deseables para todo el mundo, para todas las clases sociales” Paulo Freire. “El grito manso” Entre la posibilidad y la imposibilidad de educar La educación es una práctica social, una interacción, que consiste en la formación de sujetos sociales mediante la enseñanza de saberes. La formación de la subjetividad social supone una normatividad ética y criterios de legitimización política. La subjetividad no se define como un a priori de toda experiencia posible ni como una facticidad supuesta en toda acción posible: es el resultado, más el proceso, de la experiencia y la acción. El sujeto se hace en la experiencia y en la acción, es decir, se educa. El sujeto se constituye, en el proceso pedagógico. Este proceso pedagógico se propone dentro de un marco de acción definido en los contornos de una institución educativa. Toda institución, como principio instituyente de reglas de convivencia y símbolos identificantes, no nace, se hace. La institución no es un a priori social, es una construcción. La formación de la subjetividad está íntimamente relacionada con la formación del mundo pedagógico (o institución educativa). En la formación de la subjetividad, el yo se enfrenta con la realidad que se le enseña, pero se enfrenta también con su realidad como deseo. Deseo de realización de su propio yo y de reconocimiento en el mundo en cuanto yo. En el mundo pedagógico debemos escuchar ese deseo. Todo adolescente en formación necesita del reconocimiento del otro para constituir su subjetividad. (Pero), reconocer el deseo del otro no es darle causa tal y como quiere el otro, es darle una respuesta por la cual el otro salga fortalecido (en algo). Si no escuchamos su deseo y les quitamos la palabra, los adolescentes buscarán su legitimación en otros espacios sociales. Entonces, la educación puede ser interpretada como una lucha por el reconocimiento, que es social e histórica. Y, por ello, supone un posicionamiento frente al mundo que va más allá del deseo. La acción educativa supone hábitos, usos, códigos. La acción educativa supone una exigencia normativa,

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SABINO, Juan Pablo. (2010). “Educación, subjetividad y adolescencia”. Buenos Aires. Editorial La Crujía. (Resumen)

CAPÍTULO DOS: CONSTRUIR UNA CULTURA DE LA VIDA

“¿Por qué la esperanza? Porque hay alternativas, porque lo posible nos constituye y porque el bien y la justicia transforman la utopía en compromiso”Carlos Cullen. “Perfiles ético-políticos de la educación”

“La utopía posible es trabajar para hacer que nuestras sociedades sean más vivibles, más deseables para todo el mundo, para todas las clases sociales”Paulo Freire. “El grito manso”

Entre la posibilidad y la imposibilidad de educar

La educación es una práctica social, una interacción, que consiste en la formación de sujetos sociales mediante la enseñanza de saberes. La formación de la subjetividad social supone una normatividad ética y criterios de legitimización política. La subjetividad no se define como un a priori de toda experiencia posible ni como una facticidad supuesta en toda acción posible: es el resultado, más el proceso, de la experiencia y la acción. El sujeto se hace en la experiencia y en la acción, es decir, se educa. El sujeto se constituye, en el proceso pedagógico.

Este proceso pedagógico se propone dentro de un marco de acción definido en los contornos de una institución educativa. Toda institución, como principio instituyente de reglas de convivencia y símbolos identificantes, no nace, se hace. La institución no es un a priori social, es una construcción.

La formación de la subjetividad está íntimamente relacionada con la formación del mundo pedagógico (o institución educativa).

En la formación de la subjetividad, el yo se enfrenta con la realidad que se le enseña, pero se enfrenta también con su realidad como deseo. Deseo de realización de su propio yo y de reconocimiento en el mundo en cuanto yo. En el mundo pedagógico debemos escuchar ese deseo. Todo adolescente en formación necesita del reconocimiento del otro para constituir su subjetividad. (Pero), reconocer el deseo del otro no es darle causa tal y como quiere el otro, es darle una respuesta por la cual el otro salga fortalecido (en algo).

Si no escuchamos su deseo y les quitamos la palabra, los adolescentes buscarán su legitimación en otros espacios sociales.

Entonces, la educación puede ser interpretada como una lucha por el reconocimiento, que es social e histórica. Y, por ello, supone un posicionamiento frente al mundo que va más allá del deseo. La acción educativa supone hábitos, usos, códigos. La acción educativa supone una exigencia normativa, una construcción del vínculo social y del mundo socio-cultural. Supone la apropiación de un bagaje cultural ya existente, pero la apropiación supone una transformación de ese bagaje, de lo contrario no sería apropiación.

Sin educación, el sujeto se destruye o cae en ser mera cosa material, o bien una mera sustancia natural, es decir, deja de ser sujeto “que piensa y que actúa por sí mismo”. El disciplinamiento social (que forma parte de todo proceso educativo) implica un sostén de la subjetividad en el ofrecimiento de una educación que enseñe los métodos para adquirir el saber de forma autónoma y las normativas para poder vivir con otros en sociedad.

El núcleo problemático de dicha cuestión radica en que esta educación no puede confundirse con una aceptación dogmática de verdades esenciales ni con una imposición autoritaria de valores absolutos, porque tanto el dogma como el autoritarismo comprometen la subjetividad del sujeto.

Hacer propia la cultura (que es la base de todo proceso educativo) no es asimilar lo externo como interno sin más, es asimilar lo externo transformándolo desde lo interno de forma propia. Es convertir nuestro hacer educativo en praxis educativa. Es decir, en una práctica transformadora y superadora de la realidad social y política en la que está inserta.

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Por eso, nos sumamos a la idea de Cullen de entender la educación como una práctica que define su perfil desde un fundamento ético- político.

La educación ético-política planteada de forma seria nunca puede plantearse en el marco de una asignatura; es toda una currícula escolar la que educa y se apropia de un perfil educativo claro y sin discursos dobles, vacíos u ocultos. En el ambiente escolar y social deben respirarse estas opciones. Sostener la constitución de una subjetividad individual y social en un marco educativo que vele por una justicia para todos y por el cuidado de cada uno, hace posible la resignificación de una moral del esfuerzo y una del placer.

En educación jamás podremos salir de ciertas contradicciones que el mismo fenómeno de educar a alguien implican. Supongamos que nos proponemos pensar una educación en y desde la libertad. Entre otras cosas, la libertad implica la posibilidad de elegir. He aquí el primer obstáculo para pensar: para poder elegir necesitamos una base de desarrollo cognitivo que presupone el lenguaje. El lenguaje presupone la asimilación de cierto sistema de signos, pero también de significación. En el lenguaje desde el cual socializamos a un ser humano le trasmitimos un modo de vida y, en ello, una interpretación de la libertad desde la cual podrá elegir. Antes de poder elegir, toda una cultura ya eligió por uno.

Nuestra preocupación debe pasar por liberar a cada adolescente de las sujeciones que le impone el orden cultural dominante, para así liberar alternativas en las formas simbólicas de vinculación y comunicación vigentes. Para crear nuevas cadenas de significantes, no previstas, o excluidas, por el orden impuesto.

Se trata de abandonar toda pretensión del mundo adulto de instalarse en el saber absoluto del sentido de la historia y de sus leyes. Pero también, de escapar concienzudamente a toda instalación irresponsable en el no saber que implique la absolución a toda búsqueda de sentido y de orden. Se trata de educar éticamente desde un posicionamiento en el saber y en el no saber, se trata de convivir con otros y de saber estar solo, se trata de aceptar las normas o los principios acordados y de escuchar convenientemente los deseos de los cuerpos singulares.

Para la educación ética, la convivencia (educativa) es un espacio privilegiado en el reconocimiento del otro en cuanto otro. En la convivencia (educativa) podemos experimentar el orden de la justicia y del amor, la universalidad de los derechos humanos, como también la particularidad de cada comunidad y de cada individuo. Esto exige de cada educador mucha utopía para soñar, y mucha memoria para resistir. Y, ante todo, mucha disponibilidad para encontrarse con el otro, compañero y educando.

En este marco, urge la necesidad de recuperar las diversas miradas que intervienen (o al menos deberían) en el hecho educativo. Todos los actores deben intercambiar sus intereses, necesidades e inquietudes con respecto a los acuerdos educativos que la sociedad necesita para construirse a sí misma. Un acuerdo social implica responsabilidades, derechos y deberes de todas las partes intervinientes. Pedir y tomar la palabra no puede ser nunca interpretado como un depositar en otro la responsabilidad de educar, ya sea a un alumno, ya sea a un hijo, ya sea a cualquier adolescente en general.

También es necesaria la toma de conciencia de parte de todos los actores sobre la importancia de impartir un criterio de justicia distributiva en las oportunidades educativas. La igualdad de oportunidades no puede quedar como adorno de un discurso político-educativo o de un beneficio económico con organismos internacionales o capitales editoriales. También involucra un tratamiento serio de las diferencias culturales y subculturales. La única política educativa que asume la inclusión como criterio es aquella que se hace cargo de la diversidad en su sentido más amplio. Esto implica aprender a vivir con lo diverso. Lo diverso pide más que tolerancia, pide hospitalidad. Hacerse cargo de las diferencias involucra el desarrollo de la capacidad dialógica. Pretender sostener en las acciones concretas una educación que se haga cargo de la diferencia exige un poder aceptar opiniones diferentes, argumentaciones diversas, epistemologías contrarias. Exige aceptar en el otro un poder: su palabra, su pensar, su acción, su sentir, distinto del propio.

Otra necesidad actual es la de trabajar la posibilidad de construir comunidades solidarias y justas. Es virar los vínculos entre humanos de un horizonte de intercambio mercantilista hacia un horizonte de donación de sí como intercambio, construcción y defensa de lo justo. Construir comunidades solidarias y justas nos exige pensar en educar

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personas que logren una genuina estima de sí, es decir, que puedan reconocer en sí mismas un yo-puedo y un yo-valgo.

Pero esto sólo se completa y hace posible no sólo si las personas son solidarias y justas, sino también las instituciones. Desde este punto, es insostenible un planteo educativo que no se estructure desde una dimensión ética y una dimensión política de la posibilidad de educar.

La educación mirada desde un perfil ético-político tiene como objetivo que niños, niñas, jóvenes y adultos aprendan a vivir bien, es decir, aprendan a vivir con sentido concretando el deseo propio de una vida cumplida, con y para otros. Dándole un sentido a la propia vida y teniendo presente el rostro del otro. Construyendo sentido con otros, un sentido ligado a la solidaridad social y a la justicia. Esto sólo se hará realidad si las instituciones que construimos, tanto en el relato como en la praxis, son solidarias y justas.

Estar presente: interacción y responsabilidad.(O sobre el modo de ser educadores)

Ser educadores se trata de ser creadores y dadores de sentidos. De nuevos sentidos, es decir, de sentidos que sean significativos para el sujeto socio-cultural actual. Como sociedad- escuela (o como institución educativa) debemos ofrecer sentidos con los cuales los adolescentes contemporáneos se identifiquen. Para ello se necesita un modelo de adulto que sea significativo. Son muchas las personas que pasan por la vida de una persona, pero pocas son las que realmente se hacen presentes en su existencia. Dice el pedagogo brasileño Gomes Da Costa que significar es asumir, frente a alguien o algo, una actitud de no-indiferencia. Cuando el adulto puede comprender empáticamente el conflicto o la problemática del joven-adolescente logra dos cosas fundamentales: una tiene que ver con lograr generar un vínculo positivo; otra, con explicitar un registro en el sujeto. Es fundamental que el o la joven- adolescente perciba el reconocimiento de su existencia. Esto fortalece en sentido afirmativo el proceso de constitución de su propia subjetividad y, por lo tanto, ayudará a afrontar y resignificar los obstáculos que se le presenten en dicho camino. Para nuestros adolescentes, existir no es un problema metafísico. Existir es para ellos disponer de algunos bienes esenciales, sean estos materiales o no. El principal, lo sepan o no, es tener valor para alguien, ser acompañados, aceptados, estimados, en un universo que les es particular, donde puedan desarrollar sus capacidades aún no manifiestas suficientemente de su propia persona. Una acción educativa que aspire a asumir un papel realmente emancipador en la existencia de los jóvenes actuales debe tener como prioridad el hacerse presente en la vida del educando de manera positiva. Para estar presente entre nuestros adolescentes en forma constructiva no es necesario poseer ningún don o poder innato, todos podemos aprenderlo. Sólo debe existir el propósito y la disposición interior (apertura, sensibilidad, compromiso) para hacerlo.

La presencia de otro que nos reconozca es una exigencia constante para el desarrollo de la personalidad y la inserción social de todo ser humano. La construcción de la propia subjetividad siempre está atravesada por otro diferente de uno y a la vez nos provee los instrumentos para insertarnos socialmente, socializarnos. La presencia de otro que nos reconozca significativamente nos permite satisfacer la necesidad de encontrarnos a nosotros mismo para luego encontrar a los demás.

Un aspecto importante del rol de educador, tiene que ver con el saber acompañar. El acompañamiento necesita de la tensión cercanía- lejanía, éste nunca puede ser vivenciado como abandono, ni tampoco como asfixia. Comenta Gomes Da Costa que en la búsqueda de la proximidad el educador se acerca al máximo al educando mientras busca identificarse con su problemática en forma cordial, empática y significativa, dentro de una relación de calidad; en cambio, mediante el distanciamiento, el educador se aparta en el plano de la crítica para percibir, desde el punto de vista de la totalidad del proceso, cómo sus acciones se enlazan en la concatenación de los acontecimientos que configuran el desarrollo de la acción educativa. Es éste un duro trabajo de autorreflexión e introspección que continuamente debe estar proponiéndose a sí mismo el que pretenda brindar a sus educandos la posibilidad de una socialización que los libere y emancipe para

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desarrollar lo mejor de sí mismos. Pues cuando dicho vínculo se estructura en la clave de la presencia se ponen en juego una suerte de riesgos desde ambas partes: manipulaciones, chantajes afectivos, un apego desmesurado, dependencias inoportunas que pueden echar a perder todo el proceso. Son el educador y la educadora quienes deben mostrarse capaces de evitar, o al menos impedir, que estas tendencias ganen cuerpo en la relación.

Otro aspecto tiene que ver con el “dejar aprender”. Enseñar es aún más difícil que aprender porque enseñar significa: dejar aprender. Cuánto nos cuesta entender en nuestras prácticas educativas que debemos dejar crecer, que debemos dejar vivir procesos de aprendizaje. El centro de la tarea educativa no es el educador, sino el educando. Los jóvenes tienen derecho a equivocarse, a ensayar sus propias búsquedas y trazar sus propios caminos. El educador que pretenda tener una presencia significativa deberá intentar reconocer, a través de la observación atenta y metódica de los comportamientos propios de cada joven, entre las ganancias y las pérdidas de su vida, aquello a lo que cada uno le dé más importancia, atención, valor. Es fundamental descubrir en cada adolescente aptitudes y capacidades que sólo un balance criterioso y sensible permitirá despertar y desarrollar. Así cada uno podrá encontrar el camino para sí mismo y para los otros.

Las necesidades que plantea la cultura juvenil actual solicitan respuestas educativas que trasciendan los objetivos educativos básicos de preparar un futuro adulto que pueda insertarse de forma productiva y útil en la sociedad, ya sea en el trabajo o en estudios superiores. Hay que re-pensar nuestra práctica críticamente y dar un paso más. Las respuestas fundadas en objetivos meramente de formación intelectual, ya sea teórica o de prácticas teorizadas, no bastan. Urge dar algo más de nosotros como educadores y educadoras que quieren transformar por medio de la educación su cultura. “Es necesario encontrar y desarrollar en cada uno todo lo posible, todo lo bueno que trajo consigo al nacer” (Gomes Da Costa). En definitiva, se trata de suspender ciertos juicios de valor que no dejan ser, como tampoco dejan hacer al otro.

En las experiencias de diversos investigadores se expresa como fundamental la promoción de la participación de los jóvenes en distintos espacios que los involucren como sujetos activos en la construcción de lo social. Nuestros adolescentes se deben poder destacar por su participación protagónica. Y para ello es indispensable que cuenten con la empatía de adultos que los reconozcan como un grupo de valor. Además de centrarse en el reconocimiento de ellos como personas y en el respeto de sus derechos. Pero, además, los adolescentes deben lograr el conocimiento y aceptación de sus capacidades y de sus limitaciones, desarrollando su creatividad y ejerciendo una autonomía responsable. De esta manera, podrán desarrollar habilidades para afrontar convenientemente todo tipo de situaciones, reconociéndolas como oportunidades de realización y afianzamiento personal. Así, sobre esta base, podrán robustecer la estima de sí, fortalecer y madurar el modo de construir vínculos y proyectarse hacia su futuro de manera original y genuina.