cartas a esther

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Cartas a Esther Historia de Dear Esther, de The Chinese Room. Me encantó tanto que me propuse reunir todos los fragmentos y ordenarlos en las 21 cartas. Decenas de veces me lo tuve que pasar, y horas y horas dediqué a escribir, leer y ordenar para poder conseguirlo. El orden es subjetivo, intentando que siga bien el hilo argumental. 1º carta. Querida Esther: La mañana después de que la marea me arrastrase hasta esta costa —sal en mis oídos, arena en mi boca y las olas siempre en mis tobillos— me sentí como si todo hubiese conspirado para acabar en este último naufragio. No recuerdo nada salvo el agua, las piedras en mi vientre y mis zapatos amenazándome con hundirme hacia donde sólo las criaturas más lánguidas nadan. Aquellas islas en la distancia, estoy seguro, no son más que reliquias de otro tiempo, gigantes durmiente, dioses sonámbulos tendidos para un último sueño. Algunas veces, por la noche, puedo ver pasar las luces de un petrolero o de un pesquero. Desde allí arriba, en los acantilados, son mundanas, pero aquí abajo las luces infunden un sentimiento de ambigüedad. No puedo asegurar si provienen de encima o de debajo de las olas. ¿Y por qué no de ambas a la vez? No hay nada mejor que hacer aquí que dejarte llevar

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Cartas a EstherHistoria de Dear Esther, de The Chinese Room. Me encantó tanto que me propuse reunir todos los fragmentos y ordenarlos en las 21 cartas. Decenas de veces me lo tuve que pasar, y horas y horas dediqué a escribir, leer y ordenar para poder conseguirlo. El orden es subjetivo, intentando que siga bien el hilo argumental.

1º carta.Querida Esther: 

La mañana después de que la marea me arrastrase hasta esta costa —sal en mis oídos, arena en mi boca y las olas siempre en mis tobillos— me sentí como si todo hubiese conspirado para acabar en este último naufragio. No recuerdo nada salvo el agua, las piedras en mi vientre y mis zapatos amenazándome con hundirme hacia donde sólo las criaturas más lánguidas nadan.

Aquellas islas en la distancia, estoy seguro, no son más que reliquias de otro tiempo, gigantes durmiente, dioses sonámbulos tendidos para un último sueño. 

Algunas veces, por la noche, puedo ver pasar las luces de un petrolero o de un pesquero. Desde allí arriba, en los acantilados, son mundanas, pero aquí abajo las luces infunden un sentimiento de ambigüedad. No puedo asegurar si provienen de encima o de debajo de las olas. ¿Y por qué no de ambas a la vez? No hay nada mejor que hacer aquí que dejarte llevar por las contradicciones, mientras esperas a que el tejido de la vida se deshilache.

Enjuago la arena de mis labios y sujeto incluso más fuerte mi muñeca. Mis temblorosos brazos no aguantarán mis agonizantes memorias.

2º carta.Querida Esther: 

Las gaviotas ya no se posan sobre esta tierra; me he percatado de ello este año, parecen rehuir el lugar. Puede que sea la escasez de peces lo que las mantiene alejadas. O puede que sea yo. La primera vez que Donelly llegó aquí, escribió que los rebaños eran enfermizos y sus pastores, la escoria de la clase más miserable de las que habitan estas isla Hébridas. Trescientos años después, incluso ellos se han marchado.

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También escribió sobre la leyenda del ermitaño, un hombre que buscó la soledad en su forma más pura. Según dicen, remó hasta aquí desde el continente en una barca sin fondo, para que todas las criaturas del mar pudiesen emerger durante la noche y hablar con él. Qué decepcionado debió de sentirse con la conversación. Puede que ahora que lo único que habita el océano son los desechos arrojados por los petroleros pudiera encontrar más paz. Cuentan que extendió sus brazos en un valle de la parte sur y el acantilado se abrió para proporcionarle refugio. Murió de fiebre ciento dieciséis años después. Los pastores le dejaron regalos en la entrada de la cueva, pero Donelly afirma que no llegaron a verle nunca. He visitado la cueva y he dejado mis regalos, pero al igual que ellos, parezco no ser merecedor de su soledad.

Este ermitaño, este profeta, este historiador distante de huesos y pan viejo, ¿qué fue de él? ¿Por qué? —se preguntaron los granjeros— ¿por qué? —Se preguntó Donelly— ¿por qué molestarte con tus visiones si vas a extender tus brazos y permitir que el acantilado se cierre tras de ti, encerrándote en el vientre de la isla, en un museo abierto sólo a los más devotos?

3º carta.Querida Esther: 

Algunas veces siento como si hubiese dado a luz a esta isla. En algún lugar entre la latitud y la longitud, una grieta comenzó a abrirse y acabó aquí. No importa lo mucho que intente correlacionar, permanece como una singularidad, un punto alfa en mi vida que rehúsa toda hipótesis. Vuelvo cada vez a dejar marcas frescas que espero, en lo más profundo de mi desesperanza, hayan florecido en un paisaje completamente nuevo a mi regreso.

He encontrado el manifiesto de carga del barco, arrugado y empapado, bajo un montón de latas de pintura. Me dice que junto a esta carga había una gran cantidad de yogur antiácido destinado al mercado europeo. El mar debe de habérselo tragado. Dios sabe que aquí ya no quedan gaviotas o cabras para comérselo.

Se habló una vez de poner un parque eólico aquí, alejado de la ira y la intolerancia de la masas. El mar, decían, era demasiado bravo como para que las turbinas aguantasen. Está claro que nunca vinieron aquí para experimentar su calma en persona. Personalmente, habría aprovechado la idea; las turbinas habrían sido un refugio contemporáneo adecuado para un ermitaño: revolucionario y permanente.

4º carta. Querida Esther: 

Tu madre me contó que, cuando naciste, se hizo el silencio en la sala de partos. Una gran marca de nacimiento roja cubría la parte izquierda de tu cara. Nadie supo qué decir, así que tú lloraste para llenar ese vacío. Siempre te admiré por eso, por llorar para llenar cualquier vacío que encontrases. Comencé a fabricar vacíos sólo para poner a prueba tu talento. La marca de nacimiento empezó a desvanecerse cuando cumpliste los seis, y ya había desaparecido por completo cuando nos conocimos, pero tú fascinación por lo vacío, y su cura, permaneció.

Tuve piedras en el riñón y tú me visitaste en el hospital. Tras la operación, cuando todavía estaba medio sumergido en los efectos del anestésico, tanto tu contorno como tus palabras

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se difuminaron. Ahora mis piedras se han transformado en una isla, han escapado y tú has sido transformada en opaca por el coche de un borracho.

Mientras escribo esta carta puedo ver la luna alzarse sobre el cruce entre el sendero del acantilado y el círculo de piedras. Proyecta la sombra de la colina en la playa, casi como si hubieses escrito tu nombre sobre la arena con una caligrafía descuidada.

Extrañamente todo en esta isla acaba precipitándome hacia ti.

5º carta.Querida Esther: 

Me he convencido de que no estoy solo aquí, a pesar de que estoy igualmente convencido de que es simplemente una ilusión creada por las circunstancias. Por ejemplo, no recuerdo dónde encontré las velas o por qué las traje conmigo para iluminar un camino tan extraño. Puede que sólo sean para aquellos que estén destinados a seguir.

El monte es claramente el punto focal del paisaje. Está tan bien situado que incluso parece colocado de forma artificial. Me encuentro a mí mismo sumergiéndome con facilidad en un estado de atribuir un propósito, un motivo deliberado a todo en este lugar. ¿Se formó esta isla durante el momento del impacto, cuando nuestras amarras fueron arrancadas del embarcadero y los cinturones de seguridad tallaron carriles en nuestros pechos y nuestros hombros? ¿Fue entonces cuando emergió por primera vez? Quizás sea así.

Me encuentro tan monótono como este océano, tan superficial y deshabitado como esta bahía, una ruina apática sin identificación. Mis rocas son estos huesos y una valla de seguridad que mantiene el precipicio alejado. Mi cuerpo atravesado por las cuevas; mi frente: un monte; esta antena me transmitirá así: todo expuesto. El sistema nervioso donde las botas de Donelly y las tuyas y las mías todavía pisan. Te llevaré una linterna, la dejaré a los pies de mi lápida. La necesitarás para los túneles que me conducen hacia abajo.

6º carta.Querida Esther:

Leo a Donelly bajo la débil luz del ocaso. Desembarcó en la parte sur de la isla, siguió el sendero hasta la bahía y subió por el monte. No encontró cuevas ni trazó el mapa de la parte norte. Creo que por eso su entendimiento de la isla es imperfecto, incompleto. Permaneció en el monte y se preguntó momentáneamente cómo descender. Pero entonces, él no tenía motivos.

El libro de Donelly no había sido retirado de la biblioteca desde 1974. Decidí que nadie lo echaría en falta, así que lo deslicé bajo mi abrigo y esquivé la mirada de la bibliotecaria al salir. Si el contenido del libro es oscuro, el estilo literario lo es aún más. No es el texto de un reportero fiable o mentalmente estable. Puede que sea adecuado que mi única compañía estos últimos días sea la de un libro robado escrito por un moribundo. 

Era gente temerosa de Dios, estos pastores. No había amor en su relación. Donelly relata que tenían una biblia que se pasaban unos a otros en estricta rotación. Fue robada por un monje peregrino en 1776, dos años después de que la isla fuese abandonada por completo. Mientras tanto, me pregunto: ¿Asignarían un capítulo y un versículo a cada piedra y brizna

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de hierba, marcando la geografía con un significado sobreimpreso, para que pudiese caminar literalmente sobre la Biblia y habitar en sus contradicciones?

Cito textualmente: “Un variopinto grupo con poco que aprender. He pasado tres días en compañía suya, lo que es, me temo, suficiente para cualquiera que no haya nacido entre ellos. Sin tener en cuenta su tediosa inclinación por citar las escrituras, me parecen las personas más dejadas de la mano de Dios de todos los habitantes de estas islas. De hecho, la gravedad misma de ese término —dejado de la mano de Dios— parece encontrar su máxima expresión en este caso.” 

Me parece que Donelly también descubrió que aquellos que vagan por esta costa están exentos de cualquier posibilidad de redención. Me pregunto si él también se incluyó entre ellos.

“Cuando alguien moría o estaba muriendo o estaba tan enfermo que ya había abandonado cualquier atisbo de esperanza que pudiese albergar, tallaban líneas paralelas en el acantilado, exponiendo la pizarra blanca de debajo. A la distancia adecuada —desde el continente o desde un barco pesquero— podías verlas y sabías que había que enviar ayuda o imponer un cordón de protección y esperar una generación para que cualquiera que fuese la enfermedad que acechara a los senderos del acantilado, muriese junto con sus anfitriones.”

Mis líneas son sólo para mantener alejado a cualquier posible equipo de rescate. La infección no es sólo de la carne.

7º carta.Querida Esther: 

He conocido a Paul. He realizado mi propio pequeño peregrinaje a Damasco, a un pequeño adosado a las afueras de Wolverhampton. Tomamos café en su cocina e intentamos conectar. A pesar de que él sabía que no había venido en busca de una disculpa, una razón o una retribución, entró en una espiral de pánico, impulsado de forma violenta por su propio capó abollado. La responsabilidad le ha hecho viejo; al igual que nosotros, él ya ha sobrepasado cualquier esperanza imaginable de vida.

También me he dado cuenta de que la vegetación de este lugar se ha fosilizado hasta las raíces. Cabe pensar que por aquí pastaron animales, los restos de la ocupación dan buena cuenta de ello. Todo está muerto, el agua está demasiado contaminada para los peces, el cielo es demasiado delgado para los pájaros y la tierra está plagada de los huesos de los ermitaños y los pastores. Oí decir que las cenizas humanas son un gran fertilizante, que se podría sembrar un gran bosque sólo con lo que queda de nuestras caderas y nuestras costillas, quedando lo suficiente como para espesar el aire y repoblar la bahía.

Anoche soñé que permanecía en el centro del sol y que la radiación solar cocía mi corazón desde dentro. Mis dientes se retorcían y mis uñas se caían en mis bolsillos como monedas sueltas. Si pudiese digerir, comería, pero lo único que parece que puedo tolerar es el agua salada. Mientras el rebaño siga aquí podría volverme salvaje y saciarme. Estoy tan escuálido como un cuerpo tendido sobre una mesa de autopsias, abierto por una causa prematura de muerte. He remado hasta esta isla en un corazón sin fondo, todas las bacterias de mis entrañas han emergido para cantarme.

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8º carta.Querida Esther: 

He conducido por el tramo de la M5 entre Exeter y Bristol más de veintiuna veces, pero a pesar de tener todos los informes y todos los testigos, y de haberlos cotejado al milímetro usando mis mapas topográficos, simplemente no puedo encontrar el lugar. Cabría pensar que habría alguna marca que sirviera de prueba. Está en algún lugar entre el desvío a Sandford y la estación de servicio Wellcome Break, pero a pesar de que siempre puedo verlo en mi retrovisor, todavía no he podido desembarcar.

Él sigue manteniendo que no estaba borracho, sino cansado. Yo ya no puedo realizar el juicio ni la distinción. Yo estaba borracho cuando desembarqué aquí y también cansado. 

Oí un mensaje de contestador automático imaginario. Los neumáticos estaban deshinchados, la rueda giraba sin control y el líquido de frenos se había derramado como tinta por este mapa, manchando las señales y convirtiendo la costa en algo silencioso, comprometido. Donde tú viste galaxias yo sólo vi cortes, hendidos en la pared del acantilado por mi falta de sobriedad.

La boya me mantuvo lúcido toda la noche. Me senté, cuando estaba al borde de la desesperación, cuando pensé que nunca descubriría el secreto de esta isla, me senté en el borde y contemplé la estúpida boya parpadear durante la noche. Es muda, es idiota y no tiene ningún pensamiento en esa cabeza de metal, salvo el de parpadear cada minuto y con cada ola, hasta que el amanecer la vuelva ciega y sordomuda. En muchos sentidos, tenemos bastante en común.

9º carta.Querida Esther: 

Extendí los brazos y el acantilado se abrió ante mí, creando este tosco hogar. Trasladé mis pertenencias del refugio del monte y traté de vivir aquí en su lugar. Hace frío de noche y el mar llega hasta la entrada durante la marea alta. Gracias al libro de Donelly he sabido que el refugio se construyó originalmente a principios del año 1700. Por aquél entonces, el pastoreo se había convertido en una profesión. El primer pastor fue un hombre llamado Jakobson, proveniente de un linaje de inmigrantes escandinavos. Él no se consideraba un hombre al servicio de los habitantes del continente. Vino aquí cada verano mientras construía el refugio con la esperanza de que, algún día, el ser un hombre con tierra le asegurase una esposa y un linaje. Donelly asegura que no dio resultado: pilló alguna enfermedad de sus descontentas cabras y murió dos años después de terminarlo. Tampoco entonces hubo nadie que tallase líneas blancas en el acantilado por él.

He visto tres cormoranes al anochecer. No han tomado tierra. Esta casa, construida de piedra por un pastor muerto desde hace tiempo, parece ahuyentarlos. Sus únicos contenidos: mi cama plegable, una estufa, una mesa, y sillas. Mi ropa, mis libros. Las cuevas que emergen del vientre de esta isla, dejándola famélica. Mis extremidades y mi vientre, famélicos. Esta piel, estos órganos, esta vista que comienza a fallarme. Cuando se acaben las pilas de mi linterna, descenderé a las cuevas y seguiré únicamente la fosforescencia de camino a casa.

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10º carta.Querida Esther: 

Mi corazón: un vertedero; estos falsos amaneceres despertando sin ser todavía de día. He sudado por ti durante las madrugadas y me he envuelto en las sábanas hasta convertirlas en una masa. Las lámparas de aceite se han consumido, pero no he encendido la linterna. En su lugar, uso la luz de la luna para seguir leyendo. Cuando le haya arrancado los últimos jirones de sentido, arrojaré el libro de Donelly desde el acantilado y puede que yo con él. Puede que la marea lo arrastre de nuevo por las cuevas, lo haga resurgir con las lluvias de primavera y lo lleve de regreso a la cueva del ermitaño. Puede que esté de nuevo en la mesa cuando despierte. Creo que incluso es posible que lo haya lanzado al mar varias veces…

En una nota a pie de página, el editor comenta que llegados a este punto, Donelly estaba empezando a volverse loco al tiempo que la sífilis lo atravesaba como un conductor borracho. No se puede confiar en él, muchas de sus afirmaciones carecen de fundamento y aunque en general tienen sentido, buena parte de lo que dice puede deberse directamente de su fiebre. Pero yo he estado aquí y sé, al igual que Donelly, que este lugar es siempre medio imaginario, Incluso las rocas y las cuevas pueden brillar y llegar a cegarte, si te fijas bien.

Empiezo a preguntarme si el viaje de Donelly era tan prosaico como nos quiere hacer creer. ¡Qué decepción no haber encontrado los huesos del santo! No me extraña que odiase a los lugareños por eso. Para él, debieron de parecerle como percebes aferrados inmisericordemente al Propiciatorio. ¿Por qué aferrarse tan fuerte a la roca? Porque es lo único que nos impide ser arrastrados por el océano. Hacia el olvido.

11º carta.Querida Esther:

Encontraron a Jakobson —el pastor que construyó el refugio—a principios de la primavera, el deshielo acababa de comenzar. A pesar de llevar muerto casi siete meses, su cuerpo se había congelado hasta la médula y ni siquiera había empezado a descomponerse. Descendió como pudo la mitad del acantilado —puede que en busca de una cabra perdida o puede que a raíz de un delirio —y expiró, acurrucado en forma de garra, bajo la luna de invierno. Incluso los animales evitaban su cadáver; los lugareños pensaron que sería desafortunado llevarlo a su casa. Donelly asegura que lo arrastraron a las cuevas para que se descongelase y se pudriese, pero está demostrado —como dije antes —ser un testigo poco fiable.

La caja torácica de Jakobson —le dijeron a Donelly —era deforme, como resultado de algún defecto de nacimiento o puede que por una herida traumática de cuando era niño. Era frágil, pretenciosa y liviana. Puede que fuera éso lo que acabó con él, que no pudiese conocer los latidos de su propio corazón. En la penumbra, su esqueleto es un objeto desechado, un ave marina falsa y calcificada.

En cambio Donelly donó su cuerpo a la escuela médica y fue toscamente abierto por un grupo de estudiantes veintiún días después de su muerte. El informe está incluido en esta edición del libro. La sífilis había atravesado sus entrañas como un conductor borracho, mezclando sus órganos como huevos en un plato. Pero todavía quedaba definición suficiente como para llevar a cabo un examen superficial y, como sospechaba, encontraron claras evidencias de piedras en el riñón. Es muy probable que pasase los últimos años de su vida sufriendo un considerable dolor: puede que este sea el origen de su hábito de láudano.

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Aunque su consumo lo convierte en un testigo poco fiable, me encuentro cada vez más atraído hacia su órbita.

Descendiendo hacia las cuevas he resbalado, me he caído y me he lesionado la pierna. Creo que el fémur está roto. Sin duda, está infectado: la piel se ha vuelto de un color rosa pálido y brillante, y el dolor se estrella en oleadas, como mareas de invierno contra mi costa, ahogando el dolor de mis piedras. He intentado regresar a duras penas al refugio para descansar, pero está claro que sólo hay una forma de que ésto acabe. Los suministros médicos que saqueé del pesquero han encontrado su propósito: me mantendrán lúcido durante mi ascenso triunfal hacia la antena.

12º carta.Querida Esther: 

He comenzado mi ascenso por la verde ladera del lado oeste. La puesta de sol es un ojo inflamado y entrecerrado ante la luz que los médicos le enfocaron. Esconderé los últimos vestigios de mi civilización en las paredes de piedra y profundizaré a partir de ahí. Me siento atraído por la antena y el borde del acantilado. He comenzado a trepar lejos del mar y hacia el centro. Es una línea recta hacia la cima, donde la noche comienza a rodear la antena y transforma las señales en un silencio prematuro. El refugio se arrima al monte para evitar la mirada de la antena. Yo también me arrastraré por debajo de la isla como un animal y me aproximaré a ella dese la costa norte.

Debo aventurarme en las profundidades de las venas de la isla, donde las señales son bloqueadas por completo, para después subir a la cima. Sólo entonces las entenderé, cuando permanezca en la cima y fluyan a través de mí, incorruptas.

13º carta.Querida Esther: 

En estas cuevas la adicción de Donelly es mi única y verdadera constante. A pesar de que me despierte en falsos amaneceres y me encuentre el paisaje cambiado, fluyendo de forma inconstante a través de mis lágrimas, sé que su alcance siempre me supera.

Donelly no atravesó estas cuevas. A partir de aquí, su guía —tan poco fiable como es —ha desaparecido para mí. Ahora entiendo que es algo entre nosotros dos y entre cualquier correspondencia que pueda extraerse de las rocas mojadas.

No hay otra dirección, otra salida de esta autopsia. Al pasar por este cruce, te vi esperando la carretera, con una última copa en tus manos temblorosas.

Recuerdo que detuvieron el tráfico a la altura del cruce de Sandford y vinieron por el arcén como señales de radio provenientes de otra estrella. Tardaron veintiún minutos en llegar. Vi como Paul lo cronometraba, al segundo, en su reloj.

La primera vez que le vi estaba sentado a un lado de la carretera, en la salida hacia Damasco, castañeteando y enfriándose, todo plumas y remordimientos él. Estaba esperando a que le sacasen de los restos del accidente. Parecía como si el coche hubiese caído desde una gran altura. Las entrañas del motor esparcidas sobre el asfalto, como agua subterránea. La guantera estaba abierta y su contenido, junto con el de los ceniceros y el maletero, había

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sido vaciado formando un museo deteriorado, una exposición hecha añicos. Había manchas de productos químicos en el asfalto: el escape del aire acondicionado, líquido de frenos y gasolina. No dejaba de oler sus dedos mientras permanecía sentado a un lado de la carretera como si no pudiese comprender o reconocer el olor. Dijo que había estado viajando de regreso de una conferencia de ventas en Exeter, que había parado a tomar unas copas de despedida, pero que había controlado lo que bebía. Se podían oír las sirenas sobre el tráfico parado.

Cegado por el pánico, sordo por el rugido del tráfico enlatado, con el corazón parado en la carretera hacia Damasco, Paul se sentó a un lado de la carretera, encorvado como una gaviota, como una maldita gaviota. Tan inútil como un cartógrafo sifilítico, un pastor moribundo, una pierna infectada, una piedra en el riñón bloqueando el tráfico destinado a Sandford y Exeter. 

No estaba borracho, Esther, no estaba borracho en absoluto; todas sus carreteras, sus túneles y sus senderos condujeron inevitablemente a este momento del impacto. Esta no es una condición natural normal: él no debería haber estado sentado aquí con sus productos químicos y sus diagramas de circuitos. No debería haber estado sentado aquí en absoluto.

Cuando cayó muerto en la carretera hacia Damasco, le resucitaron golpeándole en el pecho con piedras que recogieron junto a la carretera. Permaneció sin vida veintiún minutos, sin duda alguna, tiempo más que suficiente como para producir un descenso en los niveles de oxígeno de su cerebro y causarle alucinaciones y delirios de trascendencia. Me estoy quedando sin analgésicos y el resplandor de la luna es casi cegador.

Desde ese punto y por última vez, he comprendido que no hay vuelta atrás. La linterna está fallando al igual que mi determinación. Puedo oír sobre mí a las criaturas del mar que, con sus cantos, prometen el regreso de las gaviotas..

14º carta.Querida Esther: 

Estoy experimentando mis propios últimos estertores. La infección de mi pierna es un oleoducto que drena ponzoña negra del interior de mis huesos. Engullo Diazepam y Paracetamol para permanecer consciente. El dolor fluye a través de mí como un mar subterráneo. 

Si las cuevas son mis entrañas, este debe ser el lugar donde las piedras se formaron por primera vez. Las bacterias fosforecen y emergen, cantando, a través de los túneles. Todo en este lugar está destinado a emerger y a sumergirse, como una marea. Puede que toda la isla esté en realidad bajo el agua.

Estoy viajando a través de mi propio cuerpo, siguiendo la línea de infección desde el destrozado fémur hacía el corazón. Engullo puñados de analgésicos para permanecer lúcido. En mi delirio, veo los resplandores gemelos de la luna y la antena, brillando para mí a través de las rocas.

Si tan sólo Donelly hubiese experimentado esto, se habría dado cuenta de que él era su propia costa, al igual que yo soy la mía. Al igual que yo me estoy convirtiendo en esta isla, él se convirtió en su sífilis, refugiándose en las sinapsis ardientes, las piedras, la infección.

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Todas estas señales dirigidas como tráfico a través de los diagramas de circuitos de nuestras entrañas, aquellos barcos mal escritos cuyo fondo ha sido arrancado por el oleaje, arrastrándonos hacia la orilla, para siempre.

15º carta.Querida Esther: 

Esta es la cara de un hombre ahogado reflejada en las aguas de una noche de luna llena. Sólo puede tratarse de un pastor borracho y muerto que ha venido a llevarte a casa 

La luna sobre el cruce de Sandford luce en tus retinas. Donelly condujo a un familiar gris a una barca sin fondo, todas las criaturas del asfalto emergieron para cantarle. Toda clase de símbolos toscamente garabateados sobre el acantilado de mi inquietud. Mi vida reducida a un diagrama eléctrico. Todas mis gaviotas han alzado el vuelo, ya no se posarán más sobre estos salientes. 

En mi último sueño, me senté en paz con Jackobson y contemple la luna sobre el cruce de Sandford, las cabras pastando en el arcén, todo un mundo reducido a malezas y redención. Él me mostró las cicatrices de su fiebre, y yo las mías: entre mis hombros, el nacimiento de unas alas.

Me senté con él y observé como dos aviones tallaban líneas blancas paralelas en el cielo. Trazaron su rumbo y los seguí durante veintiún minutos hasta que se desvanecieron cerca de Sandford. Si fuese una gaviota, abandonaría mi nido y me uniría a ellos. Privaría a mi cerebro de oxígeno y sufriría delirios de transcendencia. Arrancaría el fondo de mi barca y navegaría por las autopsias hasta alcanzar esta isla de nuevo.

16º carta.Querida Esther: 

Me hubiese gustado haber conocido a Donelly en este lugar, habríamos tenido tantas cosas de las que hablar… ¿Fue él quien pintó estas piedras o fui yo? ¿Quién dejó las ollas en la cabaña del embarcadero? ¿Quién creó el museo bajo el mar? ¿Quién cayó silenciosamente hacia su muerte en las aguas heladas? ¿Quién erigió esta antena dejada de la mano de Dios en primer lugar? ¿Emergió toda esta isla hasta la superficie de mi estómago, obligando a las gaviotas a alzar el vuelo?

Comenzaré a crear mi propia versión de la costa norte. Garabatearé en lenguas muertas y diagramas eléctricos para dar qué pensar y murmurar a futuros teólogos. Enviaré una carta a Esther Donelly y le exigiré su respuesta. Mezclaré la pintura con cenizas, asfalto y el rubor de mis infecciones. Pintaré una luna sobre el cruce de Sandford y luces azules cayendo como estrellas a lo largo del arcén.

17º carta.Querida Esther: 

Entre fuego y tierra, escogí fuego. Me pareció la opción más contemporánea, la más higiénica. No podía soportar la idea de reconstruir semejantes ruinas. Coser un brazo a un hombro y un fémur a la cadera, trazar una línea de hilo como el calmado tráfico de una

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autopista. Dejarlo todo aceptable para las llorosas tías y los traumatizados tíos que habían tomado un vuelo para la ocasión. Reducir a cenizas, mezclar con agua, crear una pintura fosforescente para estas rocas y estos techos.

Volví a casa con un bolsillo lleno de cenizas robadas. La mitad de ellas cayó de mi abrigo y desapareció entre la tapicería del coche. Guardé cuidadosamente el resto en una caja que conservo en un cajón al lado de mi cama. Nunca fue concebido como un acto significativo, pero con los años se convirtió en una especie de talismán. Me sentaba quieto —casi inmóvil— durante horas, únicamente sosteniendo el polvo entre mis dedos, apreciando su suavidad. Con el tiempo, todos seremos reducidos a cenizas, arrastrados por el mar y dispersados.

18º carta.Querida Esther: 

Desde aquí puedo ver mi flota. Reuní todas las cartas con intención de enviártelas si hubieses conseguido llegar al continente pero, en su lugar, las conservé en la parte inferior de mi mochila y las extendí por toda esta playa perdida. Después, cogí cada una de ellas y las convertí en barquitos de papel. Te doblé en varios pliegues y cuando el sol se estaba poniendo, te hice zarpar. Dividida en veintiuna piezas te entregué al Atlántico y me senté hasta que vi hundirse hasta la última de ellas.

Recuerdo que había diagramas químicos en la taza de café que me ofreció, pegajosa en el asa, donde sus manos temblaban. Trabajaba para una compañía farmacéutica con sede en las afueras de Wolverhampton. Había estado viajando de regreso de una conferencia de ventas en Exeter: “Formación de una estrategia comercial para la venta de yogur antiácido en el mercado europeo”.También había diagramas químicos en los pósteres de las paredes de la sala de espera, parecía apropiado en aquel momento. Abstracciones inanimadas de los procesos que ya habían comenzado a desintegrar tus nervios y tus músculos en la habitación de al lado. Mastiqué Diazepam como una vez mastiqué conocimientos para mis exámenes de química. 

Estoy revisando mis opciones para una vida larga y feliz.

19º carta.Querida Esther: 

Encuentro cada paso más y más difícil. Arrastro el cuerpo de Jakobson a través de estas rocas y todo lo que oigo son sus susurros de culpa, sus recuerdos, sus cartas quemadas, sus ropas cuidadosamente dobladas. Me dice que no estaba borracho en absoluto.

No estaba borracho, Esther, no estaba borracho en absoluto. No había bebido con Donelly ni había discutido con Jakobson en el mar. No aceleró por las costas perdidas y las playas terminales de este archipiélago naciente. No quería que su capó acabase arrugado por el impacto como un pañuelo usado. Su parabrisas no estaba totalmente estrellado como un mapa de los cielos. Sus pinturas, grabadas con diagramas de circuitos, extraños para alejar a las gaviotas. La fosforescencia de las marcas de derrape iluminando todo el tramo de la M5 desde Exeter hasta Damasco.

He tragado estas aguas en busca de los huesos del ermitaño, en busca de las huellas de Donelly, en busca de cualquier signo del rebaño de Jakobson o de la botella vacía que le

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incriminaría. He registrado este tramo de la autopista veintiuna veces intentando recrear su trayectoria, el punto en el que su corazón se detuvo y todo lo que vio fue la luna sobre el cruce de Sandford. Un sonido de metal desgarrado, dientes rodando por el borde de las rocas, una luna que proyecta una señal. Mientras yacía inmóvil a tu lado, con el repiquetear del sistema de refrigeración y la llamada de una gran altura, mi mente convertida en un cruce.

No estaba borracho; Esther, no estaba borracho en absoluto y no fue culpa suya, fueron las líneas convergentes las que le condenaron. Esta no es una condición natural normal, las gaviotas no vuelan tan bajo sobre la autopista como para hacerle dar un volantazo. La pintura arrancada en líneas de su coche, como una infección, dirigiéndose directamente al corazón.

Volví a mi coche después, con las manos aún temblorosas y una herida en la cabeza abierta por el impacto. Doblado como un clavo, como una uña, como un hombre ahogándose aferrado al volante, borracho y aterrado, arrastrado por la marea a una costa perdida bajo una luna tan fracturada como una ala rota. Adiós a las tías llorosas y a los tíos traumatizados, adiós a lo extraordinario, adiós a lo tangible, adiós a Wolverhampton, adiós a Sandford, adiós a Cromer, adiós a Damasco. Este sendero del acantilado está resbaladizo por el rocío, es difícil ascender por él con semejante infección. Debo extirpar la carne muerta y arrojarla desde la antena. Debo convertirme en uno con el mismo aire.

Partimos, somos el vuelo y suspendidos, estos miserables analgésicos, esta forma inconstante. Alzaré el vuelo.

Me convertiré en una gaviota posada sobre un capó gastado, de lado, mientras el sonido de las sirenas cae a media distancia y el metal gime de dolor por nosotros. He pasado toda la noche caminando. Pan viejo y huesos de gaviota; el viejo Donelly en el bar, aferrado a su bebida; la vieja Esther, caminando con nuestros hijos; el viejo Paul, como siempre, el viejo Paul se tambalea, tiembla y apaga sus luces, solo.

20º carta.Querida Esther: 

He comenzado mi viaje en un barco de papel sin fondo; volaré hasta la luna en él. He sido doblado a lo largo de un pliegue en el tiempo, una debilidad en el papel de la vida. Ahora, tú te has acomodado en el extremo opuesto del papel, puedo ver tus marcas en la tinta que penetras a través de la fibra, la pulpa vegetal. Cuando nos hundamos y la jaula se desintegre, nos entremezclaremos. Cuando este avioncito de papel abandone el borde del acantilado y talle paralelas de vapor en el aire, nos uniremos.

Hay luces reflejadas en estas retinas que han pasado demasiado tiempo en los túneles de mi isla sin fondo. Las criaturas del mar han emergido a la superficie, pero ya no hay gaviotas que las lleven de vuelta a sus nidos. Me he convertido en algo estático: abierto y con la mirada fija, un ojo vuelto sobre sí mismo. Me he convertido en una pierna infectada, cuyas líneas forman un mapa perfecto de los cruces de la M5. Tomaré la salida situada a mitad de mi muslo y me arrojaré a mi Esther.

Las piedras de mi estómago actuarán como peso y asegurarán que mi descenso sea directo y verdadero. Atravesaré las tinieblas de estas pastillas dejadas de la mano de Dios y alcanzaré la claridad. Todas mis funciones están ocluidas, todas mis venas, obstruidas. Arrastraré mi

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pierna tras de mí, la arrastraré como un familiar destrozado, con sus neumáticos reventados y chisporroteando a través de la penumbra de mi visión. Me estoy quedando sin analgésicos y estoy siguiendo el resplandor de la luna de camino a casa. Será un milagro si mi pierna no se pudre antes de llegar a la cima, al igual que le pasó a Paul.

Cuando cayó muerto en la carretera hacia Damasco, reanimaron su corazón con las pinzas de batería de un familiar destrozado. Les llevó veintiún intentos convencerle de que despertase. Había veintiuna conexiones en el diagrama de circuitos de los frenos anti-bloqueo, veintiuna especies de gaviotas habitando estas islas, veintiuna millas entre el cruce de Sandford y el desvío a casa. Todas estas cosas no pueden ser, y no serán, una coincidencia.

21º carta.Querida Esther: 

He quemado los acantilados de Damasco, me he saciado de ellos. Mi corazón es mi pierna y una línea grabada en el papel a lo largo de esta barca sin fondo. He quemado todas mis pertenencias, mis libros, este certificado de defunción. El mío será escrito por toda esta isla. ¿Quién era Jakobson, quién le recuerda? Donelly ha escrito sobre él pero, ¿quién era Donelly, quién le recuerda? He pintado, esculpido, tallado y escrito en este espacio todo lo que pude obtener de él. Otro habrá en estas costas que me recuerde a mí. Emergeré del océano como una isla sin fondo, me uniré como una piedra, me transformaré en una antena, un faro que hará que nunca te olviden. Siempre hemos sido arrastrados hacia aquí: un día las gaviotas regresarán y anidarán sobre nuestros huesos y nuestra historia. Miraré a mi izquierda y veré a Esther Donelly, volando tras de mí. Miraré a mi derecha y veré a Paul Jakobson, volando tras de mí. Trazarán líneas blancas en el aire hasta alcanzar el continente, desde donde la ayuda será enviada. Dejaremos estelas de vapor gemelas en el aire, líneas blancas grabadas en estas rocas

Para mí eres como un nido, cuyos huevos sin romper, como fósiles, eclosionan y arrojan pequeñas flores negras al aire. De esta infección, esperanza. De esta isla, vuelo. De este dolor, amor. Yo soy la antena, cuando muera enviaré noticias a todas y cada una de las estrellas. Ya no quedan lugares a los que subir. Abandonaré este cuerpo y lo entregaré al aire.

Fragmentos no incluidos:

Querida Esther:

No somos como la mujer de Lot, tú y yo, no sentimos ninguna necesidad de mirar atrás. No hay nada que ver aunque lo hiciéramos. Ningún hombre viejo y cansado abriendo acantilados con sus brazos, ni regalos, ni biblias dispuestas sobre la arena para cogerlas. Ningún cambio en las mareas, ni gaviotas graznando sobre nuestras cabezas. Los huesos del ermitaño ya no están tendidos sobre la arena para cogerlos: los he robado y los he traído hasta las entrañas de esta isla, donde los pasajes oscurecen y la única forma de vernos las caras es a través de sus extrañas luminiscencias.

Tiene que haber un agujero en el fondo de esta barca. ¿Cómo si no pudieron llegar los nuevos ermitaños?

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Querida Esther:

Cuando miré por primera vez dentro del pozo, juro que sentí las piedras de estómago agitarse en reconocimiento.

¿Es esto lo que Paul vio a través de su parabrisas? No a la mujer de Lot mirando por encima de su hombro, sino una cicatriz en la ladera, descendiendo hacia la negrura, para siempre.

¿Qué clase de osario yace en el fondo de este abismo? ¿Cuántos pastores muertos podrían llenar este agujero?

Querida Esther:

Este no puede ser el pozo al que arrojaron las cabras. No puede ser el vertedero donde acabaron las partes de tu vida que no ardieron. No puede ser la chimenea que te entregó a los cielos. No puede ser el lugar donde lloviste de nuevo para fertilizar la tierra y hacerte crecer pequeñas flores en las rocas.

Aceptaré la mano que me tiendes, desde la cumbre hasta el fondo de este pozo, en las aguas oscuras, donde las pequeñas flores se retuercen en busca del sol. Las luces se reflejan en tus retinas, la luna llena en la sombra de la chimenea del crematorio.