carlos marÍa bustamante - casadelacultura.oaxaca.gob.mx · dice: “en 1789 pasé a estudiar...

28
Número CARLOS MARÍA BUSTAMANTE 2017 31

Upload: votram

Post on 03-Nov-2018

217 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Número

CARLOS MARÍA BUSTAMANTE

201731

Mtro. Alejandro Murat HinojosaGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtra. Ana Isabel Vásquez Colmenares GuzmánSecretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

2

Un personaje indeleble

CARLOS MARÍA BUSTAMANTE

Estamos ante una historia de vida de múltiples facetas; un hombre complejo en su quehacer político e indispensable en la crónica y la historia nacional; al escudriñar en sus aportaciones, es in-

eludible la revisión escrupulosa de los testimonio en cada uno de sus escenarios: el abogado postulante, el periodista combativo, el hom-bre de política y el editor de obras dedicadas a la historia antigua de nuestra nación.

Carlos María de Bustamante. Anónimo 1836. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Historia. Conaculta, INAH, México.

3

Reconocido como el “Ilustre abogado insurgente”, a su labor de investigación y registro de datos, debe la historia nacional una extensa obra que con un acendrado patriotismo, describe los hechos que le to-caron vivir, destacando especialmente la obra dedicada para perpetuar la memoria del “muy honorable y excelentísimo don José María More-los” consignada principalmente en el último tomo de la publicación pe-riódica titulada “La Avispa de Chilpancingo”, cuyo contenido está res-paldado por la estrecha relación que sostuvo con el héroe insurgente de quien fue cercano y valioso colaborador intelectual, administrativo y hasta militar.

Larga es la lista de títulos que conforman su legado, “El Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana” que con un estilo epistolar con-signa en su Carta Dieciocho fechada el 6 de diciembre de 1824, el “modo con el que fue tratado el General Morelos por sus Enemigos”; esta obra es considerada la primera de corte histórico sobre la guerra de Independencia de México al abarcar los acontecimientos nacionales a partir del golpe de Yermo en 1808, hasta la muerte de O’Donojú.

Su “Historia Militar”, publicación con la que culmina su homenaje a Morelos se integra a esta extensa relación de títulos que hoy día, cons-tituyen una fuente de consulta indispensable para identificar los vaive-nes políticos y los derroteros sociales para definir el proyecto de nación que podemos decir, constituye la fortaleza del país que hoy vivimos, tal vez esta sea la gran razón para afirmar que Carlos María Bustamante, o Carlos María de Bustamante, como aparece en algunas publicaciones, es un personaje oaxaqueño Indeleble, de consulta obligada, una lectura sin desperdicio que nos vincula con una etapa muy importante de nuestro país, sin menoscabo de su paso como abogado, de su trabajo como fun-cionario público y sobre todo, de la voz del constituyente responsable, comprometido e idealista que pugnó por los intereses de una sociedad de vanguardia para su época.

Más de cien son las publicaciones conocidas de Carlos María Bus-tamante, destacan también: Galería de antiguos príncipes mexicanos; Crónica Mexicana; Hay tiempos de Hablar y Tiempos de Callar, El Ga-binete Mexicano, Presidente Anastasio Bustamante hasta la entrega del mando a Antonio López de Santa Anna, El nuevo Bernal Díaz del Casti-llo y otros escritos sobre José María Morelos.

4

Testigo y protagonista notable de su época, Carlos María de Bustaman-te, sobre cualquier otra actividad, fue escritor, de obra tan voluminosa y abundante, aunque desigual en grado superlativo. Entre sus debilida-des podemos enumerar: anárquico, arbitrario y apasionado; irreflexivo y atropellado en la mayoría de sus textos. Empero, posee dos fortalezas que lo hacen vigente en este siglo XXI: su relevante patriotismo y valor cívico para expresar libremente lo que él considera “su verdad”.

Fue un autor polifacético y no sólo “apologista de los indios y de la insurgencia y detractor de los españoles” como se le ha calificado. Abordó muchos temas como la historia de la Virgen de los Remedios. Escribió sobre vulcanología y terremotos; describió con gracia y sa-lero costumbres pueblerinas, igual o mejor que Fernández de Lizardi o Guillermo Prieto; fue cronista no oficial de la Ciudad de México; ensayó la crítica de arte con un punto de vista comprometido con una postura ideológica.

También es notable su interés por todo lo relacionado con los “indios” y su cultura, que se refleja en artículos periodísticos en el “Diario de México” y en la “Gaceta de México” en donde no solo muestra su admiración por el pasado y sus vestigios, también muestra su indignación por la triste vida que padecían los aborígenes. Su exis-tencia fue nada tranquila ni reposada. Su educación y su cultura eran racionalistas, y, como otros muchos criollos, trató que las doctrinas políticas y económicas de Rousseau y Montesquieu beneficiaran a su pueblo. Comprende y se identifica con Primo Verdad y Fray Melchor de Talamantes y lamenta la trágica muerte de estos precursores de la Independencia de México. Conoció a Hidalgo y acompañó y sobre-vivió a Morelos, quien le brindó su amistad, por lo que Bustamante honró siempre su memoria, exaltó sus virtudes y hasta el final de su vida fue como un centinela ocupado en preservar la antorcha que iluminaba la eternidad del Caudillo.

Don Carlos María nació el 4 de noviembre de 1774 en la ciudad de Oaxaca. Hijo de José Sánchez de Bustamante y Gerónima Merecilla y Osorio. Le impusieron el mismo nombre del monarca español en tur-no. Hizo sus estudios primarios y medios en escuelas de esta ciudad al tiempo que realizaba recorridos por los alrededores como Santa María del Tule, Mitla, Tlacolula, Zimatlán y otros lugares que evocaría con nostalgia tiempo después. De sus primeros estudios él mismo nos dice: “En 1789 pasé a estudiar filosofía de capa al colegio seminario de la ciudad de Oaxaca bajo la dirección de don Carlos Briones, que enseñó hasta tres cursos de filosofía del padre Goudin. Era tan meta-

Carta devida

5

físico como el mismo autor, y yo no le entendía palabra; nada aprendí en el primer año; entré en examen y me reprobaron con todos los votos. Mi padre me echó en cara la ignominia de mi reprobación y estimulado por principios de honor y porque puso en mis manos la Física de don Andrés Piquer y las Recreaciones Filosóficas de Almeyda, saqué una sobresa-liente calificación en el segundo examen. Concluido el curso de artes, recibí el grado de bachiller en Filosofía en esta capital. (Ciudad de Méxi-co) Regresé a Oaxaca y estudié en el convento de San Agustín de aquella ciudad, Teología bajo la dirección de los padres lectores Fray Juan de Lorenzana y Fray Santiago Hernández”.

En 1794 se traslada por segunda vez a la ciudad de México para es-tudiar jurisprudencia, al mismo tiempo que el Virrey Branciforte hacía su entrada a la capital del virreinato. Sin terminar la carrera, en 1799, se en-camina a Guanajuato, acompañando como auxiliar al cura Antonio Laba-rrieta, teólogo destacado que le brindó singular protección, aunque no logró que se inclinara por la carrera eclesiástica. En esa ciudad minera tuvo una inolvidable experiencia que él recordaba así: “en el año de 1799, traté con interioridad en Guanajuato, al señor cura Hidalgo, y lo hallé tan predispuesto para la revolución como lo estaba en la noche del 15 de septiembre de 1810, en que dio la voz de independencia en el pueblo de Dolores”.

En 1800 Bustamante regresó a la ciudad de México para casarse en la parroquia de San Miguel con doña Manuela García Villaseñor que estaba protegida en el Colegio de niñas de las Vizcaínas. Su asistencia intermitente a las cátedras de la Real y Pontificia Universidad de la ciu-dad de México, le impiden recibirse de abogado. En 1801 marcha con su joven esposa a Guadalajara en cuya universidad consigue titularse de Licenciado en Leyes. Poco tiempo estuvo en esta ciudad, capital de Nueva Galicia, donde fungió como Relator de la Audiencia y regresó a la Ciudad de México en 1802, ingresando de inmediato, en calidad de postulante, al acreditado despacho del Lic. Primo de Verdad y Ramos.

Fue poco metódico en sus obligaciones escolares y en su carrera profesional y también en su formación intelectual. Su mente, enfebrecida por una curiosidad insaciable, lo empujaba a atiborrarse de las lecturas más heterogéneas y de los temas más inconexos, sin plan ni concierto. El latín, que nunca dominó a fondo, le descubre a los clásicos: Cicerón, Tácito, Polibio, Virgilio. Reconoce en su autobiografía las influencias que recibió de Almeyda con su libro Recreaciones Filosóficas y también de Heineccius con su obra: Elementa jurisnaturae et Gentium. También in-fluyeron en su pensamiento político las glosas discretas que sobre los filósofos y enciclopedistas de moda, aparecían en publicaciones especia-lizadas españolas como “El Correo de Madrid”, “El Espíritu de los mejores diarios que se publican en Europa” y el “Semanario Erudito”.

Investigó con acuciosidad el pasado remoto y reciente de su país y se interesó por la triste situación del indio vivo, cuya miseria, sumisión y abatimiento conoció, primero en Oaxaca y luego en la abigarrada metró-poli, todo lo cual lo vuelve solidario con “los vencidos”, abogado de sus causas, fiscal de la Conquista y dominación española. Su arsenal libresco abarcó la bibliografía fundamental disponible en su tiempo: Cortés, Bernal

6

Díaz, Acosta, Herrera, Torquemada, Palafox y Mendoza, Solís, Sigüenza, Boturini, Clavijero, Alzate, León y Gama. Cuando agotó estas fuentes fue a los archivos repletos de crónicas y testimonios altamente reveladores y que Bustamante se entregó a la frenética tarea de darlos a conocer por la vía impresa.

En 1805 había fundado con Jacobo Villaurrutia, el “Diario de Méxi-co”, donde publicó muchos artículos a lo largo de más de cinco años, no de tema político, prohibidos por la censura, por lo que escribió de temas históricos, culturales, artísticos, de moderada crítica social y costum-bristas. De las restricciones que le impuso la censura peninsular, provino su acendrada mística por la libertad de expresión, un derecho – lo dijo y lo reiteró hasta el fin de sus días -, consustancial el individuo, por el que libró batallas a lo largo de más de cuarenta años, algunas de ellas verdaderamente quijotescas. Esta publicación diaria de trascendencia, Bustamante escribe artículos que tocan los más diversos temas: notas necrológicas, traducciones, textos literarios, crítica social, urbanismo, asuntos culturales, historia antigua de México, cuestiones arqueológi-cas, etnográficas, económicas y estadísticas. Es indiscutible su notable participación en el proceso de invención de la historia patriótica y he-roica de nuestro país.

En la búsqueda del pasado indígena y en la creación del conjunto de preclaros adalides, dedicó muchas páginas de sus escritos. Los nom-bres de Hidalgo, Allende, Aldama, Mina, Morelos, Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez, del “Pípila” y de Narciso Mendoza “El niño artillero”, han quedado guardados en muchas generaciones de mexicanos, gra-cias a las crónicas del movimiento insurgente que escribió don Carlos María.

Como resultado de sus lecturas e investigaciones y de su relación con Primo Verdad, se afilió al grupo de ilustrados criollos que, afianza-dos en el Ayuntamiento de la Capital y estimulados por el virrey Iturriga-ray, hacían una guerra sorda, desde 1808, al núcleo directivo peninsular. La crisis de ese año, provocada por el escrito “Representación” enviado por Primo Verdad al Virrey en el que se consideró a Bustamante como asesor, lo colocó en la posición de “sospechoso de infidencia” y fue llamado a la casa del Oidor don Miguel Bataller “que con grande apa-rato me hizo comparecer en su casa y me tomó una declaración de dos horas sobre aquel papelucho, para sacarle, como él decía, la púa al trompo” recordaba don Carlos, quien tuvo que hacer gala de sus argu-cias legales para salir del embrollo sin perder la libertad.

En 1810 estallaba en Dolores el movimiento independentista de Hidalgo que dividió a la Nueva España en dos sectores irreductibles: la zona “libre y la zona “ocupada”. Bustamante permaneció más de dos años en ésta, pues desde la retaguardia podía colaborar como agente secreto y consejero de la revolución, formando parte del grupo clan-destino de “Los Guadalupes” organizado en la ciudad de México, que tan importantes y riesgosos trabajos realizó para la insurgencia, entre otros: conducir a Sultepec, destinado a Rayón un retal de imprenta; rescatar de un reclusorio conventual a Leona Vicario y llevarla, sana y salva, al campo revolucionario. En lo personal, Bustamante enviaba no-

7

ticias útiles a la causa, para su inserción en los periódicos editados por la Junta de Zitácuaro: “Ilustrador Americano” y “Semanario Patriótico Americano”. En éste publicó uno de los textos políticos más notables del periodo anterior al Congreso de Chilpancingo, remitido por don Carlos para impugnar el “discurso contra el fanatismo y la impostura de los rebeldes de Nueva España” de Fermín Raygadas y que tituló “El patricio anti Raygadas”.

Con la apertura constitucional de 1812 exigida desde Cádiz a los gobiernos de ultramar, se publicó la ley de libertad de imprenta con lo cual don Carlos editó el periódico “Juguetillo” en donde atacaba de frente los desmanes escandalosos del gobierno virreinal. Joaquín Fer-nández de Lizardi publicó “El pensador mexicano” en cuyo primer nú-mero el artículo de fondo fue “sobre la libertad de la imprenta” que por cierto, no duró mucho tiempo, pues el 3 de diciembre, onomástico del Virrey Venegas, ambos periódicos le dedicaron fuertes críticas, por lo que esa noche el virrey redactó el decreto mordaza para la prensa y ordenó la aprehensión de los dos periodistas. Por la misma época, se lanzó convocatoria para elegir a los individuos que debían nombrar a los alcaldes ordinarios, regidores, procuradores y síndicos del Ayunta-miento constitucional y los criollos decidieron bloquear el acceso de cualquier peninsular a estos importantes cargos edilicios y Bustamante fue electo en representación del barrio de San Miguel donde tenía esta-blecido su domicilio. Él como otros criollos electos, fueron llevados en hombros y vitoreados por sus electores, que aprovecharon la oportuni-dad para lanzar denuestos públicos contra el virrey y otras autoridades españolas.

Con el pretexto de la alteración del orden público, el virrey Vene-gas ordenó la detención de algunos de los elegidos a lo que se sumaba la orden de detener a los recién inaugurados periodistas. Lizardi fue a dar con su flaca humanidad a la cárcel y Bustamante se ocultó, con-vencido de que no podía atacar ni cambiar al sistema desde dentro, por lo que decidió incorporarse a las fuerzas que intentaban cambiarlo desde fuera. Con rumbo hacia Oaxaca, llegó a Zacatlán, controlado por el insurgente Osorno quien lo integró a su Estado Mayor, cargo que aprovechó don Carlos María para organizar tres compañías: de artillería, de infantería y de granaderos. Procuró que se fundieran cuatro cañones y toda clase de municiones. Después de participar en algunas escara-muzas, continuó su camino hacia Oaxaca adonde arribó en mayo de 1813. Morelos ya había partido hacia Acapulco, desde donde lo nombró Brigadier e Inspector General de Caballería. “Estos grados y el puesto de asesor de guerra, fueron el orgullo de su vida, y su privanza con More-los y el ascendiente que asegura tenía sobre él, le produjeron grande y legítima vanidad, y fue compañera suya en su dilatada existencia”, dice al respecto Salado Álvarez.

A pesar de que su capacidad militar era muy limitada, en Oaxa-ca logró reorganizar el antiguo cuerpo de caballería llamado “Valles”. Continuó publicando “El correo del Sur” que había establecido el señor Herrera. Su catolicismo que nunca negó, tuvo oportunidad de mani-festarse cuando entre las cosas que formaron el rico botín hecho por

8

los insurgentes en la batalla ganada a Manuel Dambrini y sus guate-maltecos cerca de Tonalá, el 20 de abril de 1813, (nos cuenta Alamán tomándolo de Izcalbasceta), que quisieron recuperar Oaxaca, se encon-tró además de la imagen de la Purísima Concepción, un Cristo Cru-cificado de la célebre escuela de escultura guatemalteca. Ésta última quiso colocarla Matamoros, el triunfador, en la iglesia de capuchinas indias, conduciéndola en una solemne procesión de desagravios. Esta mezcla de procesiones y atrocidades, de desórdenes y valentía, da un carácter enteramente peculiar a la guerra del año 1813. En esta pompa religiosa cargaban el Santo Cristo, Matamoros y don Carlos. Formóse la procesión en la casa del primero y detrás marchaba toda la tropa de su división, la más arreglada que hubo jamás entre los independientes. Matamoros, que estaba lastimado de una pierna y fatigado con el paso procesional dijo a Bustamante al entrar a la iglesia de los Siete Príncipes: “Ay, cuánto pesa este Señor” y aquel, pronto para responder y siempre alerta en sus sentimientos religiosos le contestó: “más pesamos noso-tros, señor General y no obstante él cargó sobre sus hombros todas nuestras iniquidades”. Esta respuesta cayó en gracia a Matamoros y le hizo seguir con resignación hasta el fin de la ceremonia.

Don Carlos y Matamoros enviaron un correo privado a Morelos pidiendo quitara el mando en Veracruz a don Nicolás Bravo porque sos-pechaban que tenía relaciones con los españoles, ya que no los trataba con la crueldad de otros jefes insurgentes, por lo que algunos soldados españoles se habían unido a las tropas de Bravo.

Morelos dispuso que se reuniera el Congreso en Chilpancingo para poner fin a las desavenencias de los jefes insurgentes, como la que mencionamos en el anterior párrafo, y nombró al Lic. Bustamante para que asistiera en representación de la ciudad de México. Grande fue la importancia que don Carlos dio a la nueva dignidad con que lo había revestido Morelos y para marchar al Congreso con el decoro corres-pondiente, pidió a don Benito Rocha, comandante que Morelos había dejado en Oaxaca, una escolta de cincuenta dragones. Rocha se negó a dársela porque tenía poca gente y menos armas y porque en el ca-mino de Oaxaca a Chilpancingo, no había riesgo alguno. Bustamante le hizo ver en un escrito que pedía la escolta no sólo porque había riesgo hacia su persona pues el Virrey lo hacía buscar para apresarlo, también porque “voy como inspector, o sea como llamado o representante del pueblo de México, cuya dignidad y honor no me permiten dejarme ver como un Quijote con un triste escudero” a pesar de sus quejas, tuvo que partir hacia Chilpancingo acompañado sólo de sus sirvientes, aunque, tan luego se reunió con los demás diputados, decretaron que debían te-ner el tratamiento de “Excelencia” y un sueldo de seis mil pesos anuales.

Don Carlos escribió el discurso con que Morelos hizo la apertura del Congreso y aunque su opinión igual que la de Rayón era que no se declarara la independencia sino que se continuara diciendo que el mo-vimiento insurgente buscaba reponer en el trono a Fernando VII, More-los insistió en que ya era tiempo de decir la verdad y redactar el acta de independencia, lo que encargó a Bustamante y Quintana Roo. Destacan en el acta, tres ideas: que la soberanía corresponde a la nación mexica-

9

na y que se encuentra usurpada; que quedaba rota para siempre jamás la dependencia del trono español y que a la nación correspondían los atributos esenciales de la soberanía: dictar las leyes constitucionales, hacer la guerra y la paz y mantener relaciones diplomáticas. El docu-mento completo dice lo siguiente:

“El Congreso del Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo de la América Septentrional por las provincias de ella, declara solemnemente en presencia de Dios, árbitro mode-rador de los imperios y autor de la sociedad que los da y los quita según los designios inescrutables de su providencia, que por las presentes circunstancias de la Europa, ha recobrado el ejercicio de su soberanía usurpado; que en tal concepto queda rota para siempre y disuelta la dependencia del trono español; que es árbitro para establecer las leyes que le convengan, para el mejor arreglo y felicidad interior; para hacer la guerra y la paz y establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente, no menos que para celebrar concordatos con el Sumo Pontífice romano, para el régimen de la iglesia católica, apostólica y romana, y mandar embajadores y cónsules; que no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de alguna otra; que protegerá con todo su poder y velará sobre la pureza de la fe y de sus dogmas y conservación de los cuerpos regulares. Declara por reo de alta traición a todo el que se oponga directa o indirectamente a su independencia, ya protegiendo a los europeos opresores, de obra, palabra o por escrito; ya negándose a contribuir con los gastos, subsidios y pensiones para continuar la guerra, hasta que su independencia sea reconocida por las na-ciones extranjeras: reservándose el Congreso presentar a ellas, por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabi-netes, el manifiesto del que sus quejas y justicia de su resolución, reconocida ya por la Europa misma. Dado en el palacio nacional de Chilpancingo, a seis días del mes de noviembre de 1813.- Lic. Andrés Quintana Roo, vicepresidente.- Licenciado Ignacio Rayón.- Lic. José Manuel de Herrera.- Lic. Carlos María Bustamante.- Dr. José Sixto Verduzco.- José María Liceaga.- Lic. Cornelio Ortiz de Zárate, Secretario”

La derrota de Morelos cerca de Valladolid seguida por la de Puruarán, hicieron que el Congreso marchara para Oaxaca y comisionó a sus di-putados Crespo y Bustamante para que repararan aquel asilo. Los en-viados encontraron que no había medios de defensa y que la población favorecía a la causa realista, por lo que se retiraron a Tehuacán. En esta ciudad mandaba Rosains que no era amigo de Rayón quien pretendía ejercer el mando supremo, alegando que Hidalgo lo había nombrado “Ministro de las cuatro Causas”, lo que aumentó la rivalidad con Rosains y originó que los diputados Crespo y Bustamante huyeran a Zacatlán donde mandaba Osorno. Rayón lanzó una proclama, dictada por Busta-mante, exhortando a los españoles a unirse a los insurgentes para liberar

10

a Fernando VII. El 25 de septiembre de 1814, don Anastasio Bustamante cercó el pueblo y a duras penas escaparon Rayón, Bustamante y su es-posa. Crespo fue aprehendido y fusilado en Apam.

Rayón y Bustamante se refugiaron en la hacienda de Alzayanga con el guerrillero Arroyo. Aquí acordaron que Bustamante se embarcara en la Barra de Nautla para llegar a los Estados Unidos como enviado de Rayón, pidiendo auxilio para su causa. En el camino a la costa, Busta-mante fue sorprendido por el guerrillero Nicolás Anzures quien lo hizo prisionero en Huatusco y lo llevó a Tehuacán. En el camino, cerca de Coscomatepec, Bustamante y su esposa pudieron huir hacia Tuxpango entre precipicios y derrumbaderos, lo que les salvó la vida pues, cuando apenas habían escapado, llegó una partida de realistas que aniquiló a la gente de Nicolás Anzures. En Tuxpango, hacienda inmediata a Orizaba, don Carlos fue muy bien recibido por el administrador pero luego que salió de este lugar, fue detenido por una partida de insurgentes que lo condujo a Tehuacán por órdenes de Rosains. Éste lo recibió con dureza pero un día después le dijo que estaba en libertad y que podía ir a donde quisiera. Salió Bustamante hacia el rancho de Acatlán en donde perma-neció oculto hasta que se enteró que los indios zacapoaxtlas, partida-rios acérrimos de los españoles, tratarían de aprehenderlo.

Permaneció oculto Bustamante hasta que don Manuel Terán sepa-ró del mando a Rosains y pudo regresar a Tehuacán a esperar la llegada del Congreso que había desposeído del mando a Morelos. Sin embargo, los congresistas fueron atacados en Tesmalaca por Concha, quien hizo prisionero a Morelos cuando éste protegió el escape de los diputados haciendo posible que se refugiaran en Tehuacán. El Congreso nombró a Bustamante miembro del Tribunal Supremo de Justicia, cargo que no llegó a desempeñar por haber sido disuelto el Congreso por la asonada militar encabezada por el General Terán. Con la muerte de Morelos, los insurgentes se desbandaron y Bustamante trató nuevamente de embar-carse en Nautla. Este lugar ya estaba en poder de los españoles y don Carlos quedó en medio de tres divisiones realistas. Sin un real, con su esposa enferma y sin monturas porque las habían robado sus criados, no le quedó otro partido más que entregarse a los realistas en el desta-camento de Plan del Río en marzo de 1817.

El 2 de febrero de 1819 lo sacó de la prisión el Mariscal Liñán, goberna-dor de Veracruz y le dio la ciudad por cárcel, teniendo como fiador al español don Francisco Sánchez. Cuando se firmó la nueva Constitución, la sala del crimen lo incluyó en la amnistía concedida por las Cortes, las cuales lo nombraron integrante de la junta de censura a la libertad de imprenta. También recuperó el ejercicio de su profesión de abogado, con lo que alcanzó una regular posición económica, pues también fue nombrado asesor del Gobernador de Veracruz: Dávila. En 1921 escribió a Guerrero opinando que sería beneficioso para la causa insurgente, terminar la guerra si alcanzaba un buen acuerdo con Iturbide. Una vez proclamada la Independencia en Iguala, Bustamante salió de Veracruz y en Jalapa se incorporó con Santa Anna que entró a esa villa sin ejercer fuerza y lo nombró secretario de su despacho. En Puebla se encontró

11

con Iturbide y trató de convencerlo de no cumplir el Plan de Iguala ni los Tratados de Córdoba y dejar la formalización de la independencia en manos de un congreso constituyente. No le gustó a Iturbide esta opinión que era la de muchos, y don Carlos continuó su viaje a la ciudad de México a donde llegó el 21 de octubre de 1821, día en que la regencia del imperio daba gracias a la Virgen de Guadalupe, con una solemne función, por haberse consumado la independencia.

Iturbide, nombrado generalísimo, almirante y presidente de la re-gencia, comenzó a cometer una serie incomprensible de desaciertos que lo llevaron a proclamarse emperador. Bustamante recobró su incli-nación al periodismo y comenzó a publicar “La Avispa de Chilpancingo” donde recordaba que la independencia no la había conseguido Iturbide y que ya existía un acta que liberaba a la Nueva España, redactada por él y firmada por Morelos. El número cinco de su periódico fue denunciado como subversivo y se canceló la publicación y don Carlos fue preso en el cuartel de la “partida de capa” como se llamaba a la policía de esa época, y en el que permaneció por algunas horas.

Bustamante sospechaba que estos movimientos trataban de impe-dir que fuera electo diputado por Oaxaca como en efecto lo fue, acu-diendo a la instalación del Congreso el 24 de febrero de 1822, siendo nombrado por aclamación del Presidente, lo cual consideró como el mayor honor recibido en su vida. El choque del Congreso que pedía de-mocracia y el Generalísimo que iba por el imperio se dio desde el inicio de las sesiones, hasta que Iturbide sospechó que había una conspira-ción en su contra de parte de los diputados, incluyendo a Bustamante, por lo que fue preso la noche del 26 de agosto y conducido al convento de San Francisco. Esta prisión le evitó participar en las ruidosas cuestio-nes que se fueron suscitando y de asistir a la elección y coronación del emperador y la disolución del Congreso.

En marzo de 1823, Bustamante fue puesto en libertad una vez de-rrocado el imperio de Iturbide. Se convocó a un nuevo Congreso y fue reelecto don Carlos como Diputado. Se opuso a que se adoptase un régimen federal, opinión que apoyaban el Padre Mier y los diputados Ibarra y Becerra quienes optaban por el centralismo. Una vez instalada la república en 1833, el Congreso publicó una ley desterrando a gran número de individuos, casi todos amigos de don Carlos y de los mi-nistros del presidente Anastasio Bustamante, y facultaba al gobierno a desterrar también a “Todos los que estuvieran en su caso” lo que no se definía y que hizo llamar a ese decreto “la ley del caso”. Para no ser desterrado, don Carlos publicó su autobiografía “Tiempo de hablar y tiempo de callar”, en donde hacía hincapié en los altos méritos obte-nidos en la campaña insurgente. Proponía premiar a los sobrevivientes del movimiento de 1810 y logró que se le reconociera como “Auditor de guerra cesante” y se le concediera una pensión equivalente al sueldo que tenía cuando Morelos le otorgó ese cargo.

En 1843, Santa Anna le propuso nombrarlo para el Congreso de Estado creado por las Bases Orgánicas y don Carlos se rehusó, pues desde 1824 hasta su muerte, fue diputado de manera intermitente por Oaxaca y, sobre todo, estaba ocupado en escribir y publicar múltiples

12

obras suyas y rescatar otras desconocidas y originadas en otras épo-cas, folletos, periódicos editados por él mismo y escribiendo artículos para otros periódicos hasta alcanzar 107 títulos entre los que podemos mencionar: Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana, Continuación del cuadro histórico; el Gabinete mexicano, administra-ción del Presidente Anastasio Bustamante hasta la entrega del mando a Antonio López de Santa Anna; El nuevo Bernal Díaz del Castillo o sea la historia de la invasión anglo – americana en Méjico; Viaje a Toluca en 1834; Elogio histórico del General José María Morelos y Pavón; Historia antigua de Oaxaca; Diario histórico de Méjico 1822 – 1823; Tezcoco en los últimos tiempos de sus propios reyes; Memoria estadística de Oaxa-ca y muchos otros títulos más. Su condición de polígrafo, sus singulares dotes de periodista y editor incansable, lo convierten en un caso único en los anales de la cultura en México.

Lucas Alamán dijo de él: “Era don Carlos Bustamante de ingenio vivo y de imaginación ardiente; la educación severa que recibió en sus primeros años, hizo que echasen profundas raíces en su espíritu las ideas religiosas que nunca desmintió en su larga vida, y que alguna vez por exageración, declinaron en supersticiones que le atrajeron no poco escarnio y mofa. En los puestos públicos que ocupó, fue irreprensible la conducta de don Carlos y la más notable de sus prendas, fue el patrio-tismo más desinteresado y puro, bien que no siempre anduviera muy acertado en su modo de manifestarlo. Aunque como hombre cometía errores, sus intenciones no podían ser más rectas y la humanidad y gra-titud son cualidades que no es posible negarle. Afeaba tan buenas pren-das son una credulidad pueril, dejándose arrastrar por la última especie que oía, lo que le hacía ser ligero en formar opinión, inconsecuente en sostenerla y extravagante en manifestarla”

Sólo quiero agregar, que para escribir esta breve reseña de don Carlos, revisé varios de sus publicaciones y las que se escribieron sobre su vida y obra, a favor y en contra, y creció mi admiración hacia éste Benemérito oaxaqueño que con su fortísima afición a publicar, editar y distribuir, lo mantuvo en cárceles, huidas, fugas teatrales y, sobre todo a sacrificar su escaso patrimonio y vivir en una estrecha cantidad de bienes materiales. No obstante sus carencias, cerca del final de su vida, en 1840, sabedor de que ese año fue pésimo para Oaxaca pues hubo necesidad de rogaciones, procesiones deprecatorias y rezo de todas las comunidades religiosas por la ausencia de lluvias, por cuya causa había subido el precio de las semillas y no podían comprarlas los pobres que además estaban amenazados por la peste de viruelas. El revolucionario, político, el hombre de acción y periodista incansable de lengua temible, vuelve a la fe entrañable de su infancia y afirma con sinceridad: “ofrecí entonces a la Virgen de los Remedios que mandaría a esa ciudad una imagen suya tocada a su original; bien convencido de que con su pro-tección jamás les faltarían las lluvias”.

Sobre la razón por la que escogió el Monasterio de Nuestra señora de los Ángeles para recibir la donación dice: “porque Nuestra Señora de los Remedios es singularmente protectora de los indios, y gustó tener su morada en la montaña de Ocontelolco servida y asistida de los po-

13

brecitos otomíes”. Además exige que se haga anualmente un novenario o por lo menos un triduo, “sacándola en solemne procesión” y asegura a los oaxaqueños “empeñando la palabra de la Señora que no la invo-carán sin fruto”.

De el periódico “El Regenerador” tomamos un poco de la crónica de ese evento: “…los votos del Sr. Bustamante han sido cumplidos exac-tamente: llegó la bellísima imagen a esta capital y después de haber estado en las casas del señor Gobernador José López de Ortigoza y del presidente de la junta departamental Sr. Ignacio Goytia, fue colocada en la Santa iglesia catedral, en la que se hizo el día 25 del corriente una función de primera clase, y concluida, se trasladó al templo menciona-do. El Illmo. y venerable Dean y cabildo no sólo cooperó gustosísimo a todo cuanto estaba de su parte, sino que procuró el mayor esplendor de aquellos actos con la concurrencia que verificaron el clero, colegio, comunidades y algunas otras hermandades religiosas. El Gobernador hizo lo mismo convidando muy expresivamente a todas las autoridades y Ayuntamiento con las que asistió a las funciones referidas, todo lo cual compuso una lindísima procesión, que fue acompañada de una extraordinaria concurrencia que llenaba las muchas calles del tránsito, en las que se recibía con colgaduras, arcos, flores, cohetes y demás demostraciones de amor y regocijo con que han sabido obsequiar los oaxaqueños esa nueva imagen”.

Don Carlos María de Bustamante murió el 21 de septiembre de 1848, dicen que de tristeza al ver ondear la bandera de las barras y las estrellas en Palacio Nacional, durante la invasión estadunidense a Mé-xico.RA 17.

EL CRONISTA DECEPCIONADOEl licenciado don Carlos María Bustamante contaba con setenta y dos años cuando las tropas norteamericanas ocuparon la ciudad de Méxi-co. Pronto cumpliría setenta y tres. Fiel a lo que había hecho desde sus mocedades, tomó la pluma para dar cuenta y razón de lo que estaba sucediendo. Fruto de ello es su último libro, El nuevo Bernal Díaz Cas-tillo, o sea la historia de la invasión de los angloamericanos en México, aparecido en 1847. Don Carlos murió al año siguiente.

¿Qué es El nuevo Bernal? Obviamente, se trata del último traba-jo escrito por Carlos María Bustamante. Obra extensa, abarca un par de volúmenes de 162 y 235 páginas y en ellos, supuestamente, está la narración de los hechos de la intervención o invasión de los anglos. Ernesto Lemoine, estudioso y admirador de Bustamante, lo definió más que como historiador, como cronista. Y en efecto, lo era. La extensísi-ma obra de don Carlos María – me refiero a todos sus libros, desde el Cuadro Histórico -, es un conjunto de crónicas o, tal vez, un sola crónica continua, apenas interrumpida por la separación de volúmenes confor-me fueron siendo escritos y publicados.

Los textos de Bustamante, como la crónica medieval de los ejem-plos de Benedetto Croce y Hayden White, comienzan in media res y

14

concluyen – si puede usarse este vocablo -, en el momento en que el autor despega la pluma del papel. No parece haber un entramado, al menos no se ofrece de manera clara, ya que en realidad, Bustamante se obsesionaba por consignar todo lo que le parecía trascendente de cuanto ocurría. No se olvide que entre 1822 y 1842 redactó puntual-mente su Diario histórico, en el que recoge todo lo que pasaba en Mé-xico. El Diario fue su propia fuente para muchas de sus obras. Si fuése-mos en verdad muy ingenuos podríamos adelantar la hipótesis de que Bustamante rompió con los cánones del relato lineal para utilizar el flash – back y flash – ahead en la escritura histórica, como lo hizo después James Joyce en la novelística, pero sería una broma historiográfica.

El caso es que El nuevo Bernal está escrito de una manera en la que el caos cronológico hace acto de presencia. Asimismo, la obra, parti-cularmente en su primer volumen, no es propiamente una historia de la invasión, sino una historia de cuanto ocurría, incluyendo la invasión. Es y no es un “nuevo” Bernal. Es decir, en cuanto al ánimo con el que está escrito, su metáfora de nuevo libro de la Conquista, si lo es. No en cuanto a que los asuntos de su relato a menudo se salen del tema de la invasión, hasta dejar a ésta relegada a un plano muy secundario. En el segundo volumen la invasión emerge y ocupa un plano principal, pero no constituye la trama principal. Se trata de un relato interrumpido de todo cuanto sucede en México. Es una obra inconclusa, en la medida en que los hechos no llegan a una conclusión. Bustamante esperaba escribir una continuación que jamás llegó.

Don Carlos, iniciador de un optimismo nacionalista en sus prime-ros trabajos, llegó a esas alturas de la historia de México a convertirse en una expresión más del pesimismo nacionalista. De la restauración del Imperio de Anáhuac, desembocó en una nueva conquista. Una mí-nima digresión me hace pensar que más que nuevo Bernal, debió ser un nuevo libro XII de Sahagún, esto es, la relación de la visión de los vencidos, puesto que Bernal Díaz del Castillo expresó la de los conquis-tadores, lo cual correspondería a un anglo, en este caso, pero en fin, era tal la admiración de Bustamante hacia el soldado cronista, que prefirió emularlo antes que a las voces anónimas de los indios recogidas por el franciscano.

“Escribe lo que ves”, dice un epígrafe tomado nada menos que del Apocalipsis en la portada de los dos volúmenes. Es interesante tanto el dictum como la fuente de donde lo extrajo. Los comentarios sobran. Escribió lo que vio pero sin transmitirlo a la posteridad en el orden de lo acontecido. Y dentro de la narración de cada suceso, tampoco hay un orden narrativo temporal. Bustamante es un caso notorio de libre asociación y exposición de ideas. Sin embargo, gracias a la brevedad de cada capítulo o de las secciones que lo integran, no se pierde uno en la lectura.

Cabe recordar que hay una abundante inserción de documentos, tal como lo hizo a lo largo tanto del Cuadro como del Diario histórico. Pero, sobre todo, digresiones. Con ellas comienza y con ellas sigue y con ellas concluye. La última está dedicada a la dictadura. Toma el tema desde los romanos y con ellos prosigue a lo largo de la historia universal.

15

Si bien Santa Anna estaba en el destierro y la amenaza monárquica de Paredes había concluido, declama contra una forma de gobierno que ya no le tocó padecer, por haber ocurrido cinco años después de su muerte.

Lo de la dictadura va bien, ya no con la frase tomada del apóstol San Juan, sino con todo el libro de donde lo extrajo. ¿Fue apocalíptica su visión del futuro inmediato? No era aún su última palabra al respecto. En el tercer tomo que esperaba escribir y del que no sabemos si dejó es-bozos, esperaba “mostrar al mundo que México no ha sido subyugado por la fuerza extranjera, sino entregado vilmente por un mal mexicano”. Pese a sus defectos, Carlos María Bustamante fue la expresión mexica-na de conciencia histórica más grande de su tiempo. Para él todo era historia.

Álvaro Matute.-Historiografía mexicana.- 2014.

http://www.cervantesvirtual.com/obras/autor/bustamante-carlos-maria-de-1774-1848-2816

16

CARTA DÉCIMASESTA Y ÚLTIMA.- Continuación del diario de la carta anterior; véase. (fragmentos).-

Día 6.- (septiembre 1821).- Iturbide encontró en San Martín a los co-misionados salidos de aquí, a quienes dijo que en Puebla hallarían a O’Donojú, y que él aguardaría el resultado de su comisión en San Cristóbal Ecatepec. O’Donojú ha prevenido al gobernador Dávila, que si llegan a aquella plaza fuerzas auxiliares que había pedido a la Habana, las haga reembarcar por innecesarias. Aunque a las once se abrió hoy el comercio, volvió a cerrarse, porque se dijo que se habían oído tiros por Guadalupe. Anoche llegó Iturbide al pueblo de Atzca-potzalco, donde ha comido con gran comitiva de jefes independien-tes y de los principales sujetos que han emigrado de esta capital.

Día 7.- Entraron en el convento de San Bernardo la marquesa de San Román, su hermana y otras señoras, por librarse de los insultos de la tropa, aunque los años y no muy regular catadura de alguna, bien podía ponerla a cubierto de todo desmán. Lo mismo han hecho otras señoras de México, con permiso del señor arzobispo, para salvarse del naufragio que creemos no las amenaza. La emigración se multiplica en razón de lo que se aproximan los independientes. En los víveres no se nota mucha carestía, pero falta carbón y nieve. Hoy han ido y vuelto varias veces al campo de los independientes diversos comisionados por Novella, para tratar un armisticio, a saber: los tenientes corone-les Varela, de artillería y Ruiz Otaño del Príncipe, quienes han pedido quince días de término y sólo se les conceden seis. Los comisionados por Iturbide han sido el Conde de Regla y don Eugenio Cortés.

Día 8.- Se han publicado copias manuscritas del armisticio celebrado ayer, y han salido los mismos comisionados y el teniente coronel Ara-na, a demarcar la línea que han de ocupar las tropas mientras dure la suspensión de armas. Asimismo se ha corrido copia del Estado Mayor de Iturbide que tiene como jefe al brigadier Melchor Álvarez. En la Gaceta de hoy está una larga promoción de grados y de gracias que ha concedido Novella a los oficiales expedicionarios por la acción del 19 de agosto.

Día 9.- Ya corre impreso el armisticio, por término de seis días, de que hicimos mención ayer. Está citada para hoy, a las nueve de la mañana, en palacio, una junta general de todas las corporaciones y

Una muestra de su talento

17

jefes militares, para leer unos oficios del general O’Donojú a Novella; sus resultados nos tienen en expectación e inquietud.

Día 10.- La junta de ayer fue muy concurrida; su resultado fue nom-brar al diputado provincial Alcocer y al coronel D. Blas del Castillo y Luna para que pasen a ver al General O’Donojú y preparen la entrevista que han de tener este jefe y Novella. Los militares se produjeron con el mismo entusiasmo que en la anterior junta, pero se notó mucha mo-deración en los demás concurrentes. Salieron entre ocho y nueve de la mañana los comisionados dichos, en un coche, a encontrar al señor O’Donojú. Se abrió el Parián y todo el comercio.

Día 11.- Ayer se trasladó el cuartel general de Iturbide a San Joaquín y se desocupó aquel convento de carmelitas descalzos por una parte de su comunidad. También llegó ayer a dicho cuartel el señor O’Donojú, que fue recibido con aclamaciones y vivas del pueblo y de la tropa. Comió con los comisionados de México, jefes y oficialidad que allí existe. Regresaron éstos a México a las nueve de la noche y vinieron a apearse a palacio. Con-vocose inmediatamente a junta general para mañana, como la de ayer.

Día 12.- Se celebró la junta de guerra, en que comenzaron a mostrar su exaltación los militares, que fueron contenidos por el señor arzobispo y Liñán, que los hicieron entrar en razón con buenos modales. Determi-nose una entrevista para mañana en Tacubaya, con los señores O’Do-nojú y Novella, y que fuesen a avisar de esta determinación a aquel jefe, los señores Alcocer y Luna, que salieron con este encargo a las tres de la tarde y regresaron a las doce de la noche. La respuesta ha sido anuente en cuanto a tener mañana la entrevista, pero no en Tacubaya, sino en la hacienda de los Ahuehuetes.

Día 13.- Entre nueve y diez de la mañana salieron de palacio el se-ñor Novella con su comitiva y ayudantes, la diputación provincial, el ayuntamiento y los escribanos mayores de gobierno con una escolta de veinticinco dragones y se encaminaron en derechura a la Patera. Del cuartel general de San Joaquín salieron al mismo tiempo los se-ñores O’Donojú e Iturbide con sus respectivos ayudantes y comitiva y una corta escolta y se dirigieron a los Ahuehuetes. Habiendo precedido recados de una a otra hacienda por medio de los ayudantes entre los señores Novella y O’Donojú, pasó éste a la Patera y tuvieron ambos solos una sesión que duró poco más de dos horas. Llamaron después con dos ayudantes al señor Iturbide, con quien siguió otra sesión entre los tres, que duró cerca de una hora.

Desde por la mañana se supo que estaban profiriendo voces alar-mantes las tropas situadas en Tlaxpana y Guadalupe, (en medio de cu-yos puntos está situada la Patera) amenazando con que no permitirían a Novella ir a la entrevista, pero Iturbide dio sus órdenes con este ante-cedente y previno en el momento cinco mil hombres que tomaran po-sición a espaldas de la Patera sin que nadie los viese, que al primer aviso habrían arrollado con cuanto hubieran encontrado; así como obede-

18

cieron la disposición que se les mandó, luego que pasó la entrevista, de retirarse de sus puestos.

Día 15.- Hoy se dio a conocer por orden del día al señor O’Donojú, que existe en el cuartel general de San Joaquín, por capitán general y jefe político superior de esta Nueva España, habiéndose encargado de dichos mandos los señores Liñán y Mazo, con cuya noticia y las contes-taciones correspondientes, volvió al medio día al cuartel general don Pedro Vélez. A las once del día hubo una función en la iglesia de San Joaquín y salva general en toda la línea independiente, por las plausibles noticias que recibió el primer jefe y que son que, en días pasados, jura-ron la independencia en Tuxpan, en Chihuahua, Durango y Querétaro.

Día 19.- La guarnición de Tacubaya fue reforzada y veló anoche, por haberse sabido el mal comportamiento de las tropas expedicionarias, y que intentaban una sorpresa, pues en los puntos donde están desta-cadas, se muestran insolentes e insubordinadas. Se leen dos proclamas venidas de Tacubaya, la una de O’Donojú y la otra de Iturbide a los ha-bitantes de toda la América; la del primero anuncia que se concluyó la guerra; la del segundo es a la guarnición de esta capital.

Día 21.- Continua siendo muy concurrida y agradable la residencia en Tacubaya. Allí se han trasladado las familias de varios títulos de Castilla y personas que sirven en el ejército imperial, y diariamente recibe el Primer Jefe las visitas y cumplidos de las primeras personas de Méxi-co; hallándose a su lado los Condes de Regla, Peñasco y del Valle; los marqueses de San Miguel de Aguayo, de Salvatierra, de Uluapa; los dos hijos del Marqués de Guardiola, los mayorazgos de Cadena, la de la Higuera, Cervantes y de Villamil.

Día 23.- Hoy tomó posesión de la fortaleza y palacio de Chapultepec, la columna de granaderos al mando del coronel don José Joaquín de Herrera, habiéndola evacuado temprano la tropa del gobierno que la guarnecía. Esparcida la noticia en México y Tacubaya, fueron en ban-dadas las gentes a pasear al bosque y todo aquel recinto que estuvo abierto, y se franqueó a todo el mundo. Ayer tarde hubo en Tacubaya una numerosa junta, presidida y convocada por el General Iturbide, de los sujetos a quienes se piensa que compongan el nuevo gobierno de este imperio y según las listas que hoy corren son los siguientes: Gene-ral Iturbide, General O’Donojú, Obispo de Puebla, Brigadier Sota Arriba, Coronel Bustamante, Coronel Orbegozo, Oidor Yañez, Oidor Man-cilla Canónigo Bárcena, Regidor Francisco Tagle, Marques de Rayas, Marques de Salvatierra, Conde de Xala y Regla, Conde de Casa Heras, Mayorazgo de Cadena, Dr. Suárez Perea, Lic. Guzmán y Raz, don Ma-nuel Arguelles, Lic. Espinosa de los Monteros. En la junta manifestó el General Iturbide la necesidad de preparar los trabajos y asuntos de que debe ocuparse inmediatamente la junta de gobierno, proponiendo los puntos para que se nombrasen las cinco comisiones siguientes: prime-ra: el reglamento de las facultades y gobierno interior de la junta y de

19

la regencia. Segunda: para clasificar y tratar la deuda nacional. Tercera: sobre premios y distinciones para los que se han distinguido desde que se pronunció la independencia de Iguala. Cuarta: para determinar so-bre los empleos actuales. Quinta: para hacer el manifiesto que ha de publicar la junta tan luego se instale.

Día 25.- Salió de ésta capital por el camino de Puebla para embarcarse en Veracruz, el Conde del Venadito, último Virrey, gobernador y capitán general de Nueva España, a los trescientos años, un mes y quince días de haber planteado España su dominación en México. Lo acompaña su familia.- Empezó a hacer servicio la tropa independiente entrada ayer, y hasta ahora se conduce con disciplina y moderación.- Vuelven en ban-das las gentes que habían salido de México huyendo de los horrores de un sitio, y salen de los conventos las jóvenes y viejas señoras que se habían refugiado en estos asilos, para ponerse a cubierto de los desma-nes de los que pretendían oponer resistencia en esta ciudad. Se hacen prevenciones de perspectivas, adornos e iluminaciones para recibir y festejar la entrada del ejército de independientes. México figuraba una ciudad desolada, ahora está reanimada y parece que se sale de cimien-tos, porque rebosa en alegría.

Día 26.- Se ha publicado bando por el jefe político, previniendo y en-cargando el buen orden y tranquilidad pública el día de mañana y que haya iluminaciones y cortinas en los tres días subsiguientes. También se han fijado impresos de orden del General Iturbide, anunciando que queda restablecida la libertad de imprenta.- Esta tarde, a las cinco, en-tró el señor O’Donojú por la garita de Belén y fue recibido con salvas de artillería como capitán general, repiques de campanas a vuelo y otras demostraciones de alegría, debidas de justicia a un tan eficaz coopera-dor de nuestra independencia. El Ayuntamiento le obsequió con refres-co, cena y cama, como se hacía con los virreyes. Fue cumplimentado por el ayuntamiento, diputación provincial y demás corporaciones de esta capital. Se hospedó en la casa del conde de Berrio, calle de San Francisco.- Por la noche se anunció en el teatro la función de mañana y que el producto de las tres noches se destinará al calzado de la tropa del ejército. Duraron largo rato los palmoteos y vivas con que el pueblo mostró su alegría por el gran suceso de la independencia nacional.- En la noche entró el obispo de Puebla y otras personas que estaban em-pleadas en Tacubaya, donde se quedó el Estado Mayor general, ayu-dantes generales y demás del ejército, que deben entrar mañana con catorce mil hombres, mil doscientos oficiales y ochenta jefes.

Día 27 (jueves).- Llegó el día más fausto que pudiera ver la nación mexicana y muy diverso del memorable y malhadado 8 de noviembre de 1521, en que se presentaron aquí por primera vez las huestes espa-ñolas, tlaxcaltecas y zempoales, que vinieron a reducir a una ominosa servidumbre el imperio de los aztecas. El sol parece que echó sus rayos con mayor esplendor y brillantez para alegrar este suelo marchito, ale-jando las tinieblas, compañeras inseparables de la esclavitud: las som-

20

bras de los antiguos emperadores mexicanos entiendo que salieron de sus tumbas, construidas en el antiguo panteón de Chapultepec, para preceder al ejército de los libertadores de sus hijos, recreándose con su vista, así como los cautivos que en sus mazmorras ven trozadas de repente por manos prepotentes y generosas las fuertes cerraduras. ¡Ah! yo me extravío de mi relación, que debe ser sencilla y modesta; mas para continuarla, permítaseme que inundado de gozo bendiga al cielo porque me dejó llegar a época tan venturosa.

Sí, día hermoso, yo te saludo, y al pasar al sepulcro, sea tu me-moria la única que me haga sentir la separación de éste suelo, donde he vivido rodeado de azares y amarguras. Ojalá y jamás te apartes de la memoria de mis conciudadanos, para que aprecien, como deben, el grande bien que hoy han recibido. ¿Qué no fuera dado a los Hidal-gos, Allendes, y Morelos, disfrutar de espectáculo tan encantador? Ellos honran la patria en sus suplicios, como hoy la honra Iturbide a la cabeza de estas huestes vencedoras. Dicho jefe contribuyó mucho a aumentar este torrente de júbilo con este precioso trozo de razonamiento digno de que lo lean nuestras generaciones venideras:

“Mexicanos: ya estáis en el caso de saludar a la patria independien-te, como os anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad, y toqué los diversos resortes para que todo americano enseñase su opinión escondida; porque en unos se disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios y en todos se consolidaron las ideas. Ya me veis en la capital del imperio más opulento sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de execración al asesino de sus pa-dres. Por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejército Trigarante vivas expresivos y al cielo votos de gratitud. Estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable y com-pensaban con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados siempre alegres, constantes y valientes. Ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices”.

Desde muy temprano comenzaron a entrar gentes de todas clases, ca-rruajes y equipajes por las diversas garitas y calzadas que circundan la capital y se ocuparon calles y plazas de un gentío inmenso que iba a gozarse con el espectáculo del mayor ejército que aquí se ha visto. Este, viniendo por la garita de Romita, camino de Tacubaya, principió su marcha dentro de la ciudad a las diez de la mañana y concluyó dadas las dos de la tarde. Entró por la calle de San Francisco y dando vuelta por la calle de palacio, se fue retirando a sus respectivos cuarteles y alojamientos que se les tenían señalados. Venía con el mayor orden marchando, divididos según las divisiones que ocupó en la línea de acantonamiento sobre México, empezando la columna de granaderos en columna por compañías e interpolándose después las demás armas según exige el orden de marcha.

21

A la cabeza del ejército se presentó el General Iturbide a caballo, que precedía a la vanguardia rodeado de sus ayudantes y Estado Ma-yor, con las parcialidades de indios, los principales títulos de Castilla y crecidísimo número de vecinos de México. En frente de San Francisco encontró al Ayuntamiento; echó pie a tierra y recibió juntamente con los plácemes una hermosa llave de oro en una fuente de plata, por uno de los cuatro maceros, que le entregó el alcalde ordinario más antiguo, el Coronel don Ignacio Ormaechea, órgano de los votos del pueblo mexicano, que lo aplaudía. Devolviósela Iturbide diciéndole que en muy buena mano estaba, dándole gracias por los servicios que ha-bía prestado la municipalidad en la lid de independencia. Continuó su marcha a caballo por estar lastimado de una pierna, y en la plaza mayor se multiplicaron los vivas y aplausos más festivos.

Poco antes de empezar a entrar el ejército, se trasladó de su casa a palacio el Sr. O’Donojú, y allí recibió al General Iturbide acompañado de todas las corporaciones. Habiendo acabado de desfilar el ejército, que vieron Iturbide y O’Donojú y todo el concurso desde un balcón de palacio, se trasladaron todos a la catedral, donde se entonó el himno Te Deum por el señor arzobispo, y duró hasta cerca de las tres de la tarde, sin que cesaran en todo el día las salvas de artillería ni los repiques de campanas. En catedral se recibió al Sr. Iturbide bajo de palio, que man-dó retirar, como vice patrono, según el acuerdo anterior tenido por el cabildo por medio de sus comisionados con la junta de gobierno.

Este fue el primer acto posesorio que ejerció a nombre de la na-ción una prerrogativa que es consecuencia de la protección que goza la iglesia en el estado y que no necesita especial declaración de Roma. Concluido este acto se retiró toda la comitiva a palacio, donde el Ayun-tamiento previno mesa y refresco a la noche, al que asistieron las prin-cipales personas de México y lo mismo al paseo por la tarde. En el con-vite de ese día expresó la poesía sus conceptos por medio del mayoral de la Arcadia Mexicana, el regidor Francisco Sánchez de Tagle, quien declamó una oda que terminaba con las siguientes rimas: “América mil veces venturosa bendice de tu dicha a los autores: desecha los temo-res; descuidada reposa: si el invicto Iturbide está contigo, despreciable será todo enemigo. Las naciones del viejo continente, despertando del sueño del olvido, ven el coloso erguido que majestuosamente, acá en el nuevo mundo se levanta, y asombradas observan obra tanta. ¡Ho-sanna pues! Hosanna mexicanos, repitamos cien veces y otras ciento en inmortal contento, y digamos ufanos: ¡vivan por don de celestial clemencia, la Religión, la Unión, la Independencia!

Día 28.- Reunidos en el salón principal los señores que deben compo-ner la junta gubernativa y presididos por el señor Iturbide, leyó éste el siguiente discurso:

“Señores: amaneció por fin el día de nuestra libertad y de nuestra gloria; fijose la época de nuestra feliz regeneración, y en este mo-mento venturoso hemos comenzado a recoger el fruto de nuestros sacrificios. El pueblo mexicano reintegrado a merced de sus heroi-

22

cos esfuerzos en la plenitud de sus derechos naturales, sacude hoy el polvo de su abatimiento, ocupa el sublime rango de las naciones independientes y se prepara a establecer las bases primordiales so-bre que ha de levantarse el imperio más grande y respetable.

Dignos representantes de este pueblo: a vosotros se confía tamaña empresa, vuestro patriotismo, vuestras virtudes y vuestra ilustración os ha llamado a los puestos en que acabáis de colo-caros; la opinión pública os señaló con el dedo para depositar en vuestras manos la suerte de vuestros compatriotas; yo no he he-cho más que seguirla.

Nombrar una regencia que se encargue del poder ejecutivo, acordar el modo con que ha de convocarse el cuerpo de diputa-dos, que dicten las leyes constitutivas del imperio, y ejercer la po-testad legislativa mientras se instala el Congreso Nacional; he aquí las delicadas funciones en cuyo laborioso y acertado desempeño se vincularán por sin duda la celebridad de vuestro nombre y la eterna gratitud de nuestros conciudadanos.

Una vez derrocado el trono de la tiranía, a vosotros toca susti-tuir la de la razón y humanidad. Sí, vosotros les sustituiréis, porque la sabiduría dirigirá siempre vuestros pasos y la justicia presidirá en todas vuestras deliberaciones. La ley recobrará su eficacia, y en vano se esforzarán la intriga y el valimiento. Los empleos y los honores formarán la divisa de la virtud, del amor de la patria, de los talentos y de los servicios acreditados. En suma, una adminis-tración suave, benéfica e imparcial hará la felicidad y engrandeci-miento de la nación y dulce la memoria de sus funcionarios.

Acaso el tiempo que permanezcáis al frente de los negocios, no os permitirá mover todos los resortes de la prosperidad del Estado; pero nada omitireis para conservar el orden, fomentar el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las rutinas tortuosas del despotismo y demostrar prácticamente las indecibles ventajas de un gobierno que se circunscribe en la acti-vidad a la esfera de lo justo. Estos van a ser los primeros ensayos de una nación que sale de la tutela en que se ha mantenido por tres siglos; y no obstante los pueblos cultos, los pueblos consumados en el arte de gobernar, admirarán la maestría con que se lleva a su último término el grandioso proyecto de nuestra deseada eman-cipación. Verán conciliados los intereses al parecer más opuestos, vencidas las dificultades más exageradas y afianzada la paz y la unión con los bienes todos de la sociedad.

Permitidme pues, que en las tiernas efusiones de mi corazón sensible, os felicite una y mil veces, ofreciendo el tributo de mi obediencia a una corporación que reconozco cual suprema au-toridad, establecida para regir provisionalmente nuestra América y consolidar la posesión de sus más preciosos derechos. Unidos mis sentimientos con los del ejército imperial, os ofrezco también su más exacta sumisión. Él es un robusto apoyo, y declarado por tan santa causa no dejará las armas hasta no ver perfeccionada la obra de nuestra restauración. Caminad, pues ¡Oh padres de la pa-

23

tria! Caminad a paso firme y con ánimo tranquilo; desplegad toda la energía de vuestro ilustrado celo; conducid al pueblo mexicano al encumbrado solio a donde lo llama su destino, y disponeos a recibir los laureles de la inmortalidad”.

En este mismo día, por primera operación de la Junta, decretó la si-guiente ACTA DE INDEPENDENCIA:”La nación mexicana que por tres-cientos años ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido. Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados, y está consumada la empresa eterna-mente memorable, que un genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria a su patria, principió en Iguala, prosiguió y llevó al cabo arrollando obstáculos casi insuperables.

Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio de cuan-tos derechos le concedió el Autor de la naturaleza, y reconocen por innegables y sagrados las naciones cultas de la tierra, en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad y con repre-sentantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios; co-mienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente por medio de la Junta Suprema del imperio, que es nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha en los términos que prescribieren los tratados; que entablará relaciones amistosas con las demás potencias, ejecutando respecto de ellas cuantos ac-tos pueden, y están en posesión de ejecutar las otras naciones so-beranas; que va a construirse con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y tratados de Córdoba estableció sabiamente el primer jefe del ejército imperial de las Tres Garantías; y en fin, que sostendrá a todo trance, y con sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos (si fuere necesario) esta solemne declaración hecha en la capital del imperio a 28 de septiembre de 1821, primero de la Independencia Mexicana.- Agustín de Iturbide. Antonio, obispo de Puebla. Juan O’Do-nojú. Manuel de la Bárcena. Matías Monteagudo. Isidro Yáñez. Lic. Juan José Espinoza de los Monteros. José María Fagoaga. José Miguel Guridi y Alcocer. El Marqués de Salvatierra. El Conde de Casas de Heras Soto. Juan Bautista Lobo. Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Antonio de Gama y Córdoba. José Manuel Sartorio. Manuel Velázquez de León. Manuel Montes Arguelles. Manuel de la Sota Riva. El marqués de San Juan de Rayas. José Ignacio García Illueca. José María Bustamante. José María Cervantes y Velasco. Juan Cervantes y Padilla. José Manuel Velázquez de la Cadena. Juan de Orbegozo. Nicolás Campero. El con-de de Xala y de Regla. José María de Echeveste y Valdivieso. Manuel Martínez Mancilla. Juan Bautista Raz y Guzmán. José María de Jáure-gui. José Rafael Suárez Pereda. Anastasio Bustamante. Isidro Ignacio de Icaza. Juan José Espinosa de los Monteros, vocal Secretario.

La Junta pasó a la catedral después de instalada, a dar gracias y nombró presidente a Iturbide. En la noche se nombró la regencia compuesta del mismo jefe, O’Donojú, Bárcena, Yáñez y Velázquez de León.

24

Tratábase de que Iturbide fuese al mismo tiempo presidente de ambas corporaciones, a lo que se opuso don José María Fagoaga, mos-trando lo incompatible que era reunir ambas presidencias en una misma persona; pues como presidente de la junta legislativa dictaría las leyes y como presidente de la regencia las haría ejecutar; con lo que se faltaba en lo esencial a la distinción real de ambos poderes, que son de diversas atribuciones, y esto hacía que se faltase al equilibrio y contraposición que influye tanto en la verdadera libertad civil. Iturbide se dio por ofen-dido altamente con esta justa oposición, y le dijo: que lo tenía por su enemigo. Entonces se nombró al obispo de Puebla presidente de la jun-ta, y la misma concedió luego a Iturbide el título de Generalísimo de mar y tierra, cuyas exorbitantes facultades declaró después la misma junta el 14 de noviembre siguiente, siendo de notar que Iturbide le remitió copia de los nombramientos que Carlos IV dio al Príncipe de la Paz para que sirviesen de modelo. ¡Tal era la ambición que lo devoraba y consumía por recoger honores y riquezas que lo acercasen al trono!

La alegría de México en breve fue turbada con el fallecimiento del Excelentísimo señor General Don Juan O’Donojú, verificado a lo que se dijo, de pulmonía y dolor pleurítico o de costado el día 8 de octubre a las cinco y media de la tarde. Recibió los santos sacramentos con la solem-nidad que su empleo y virtudes militares merecía de justicia, y con la mis-ma fue sepultado en la bóveda situada al pie del altar de los Reyes, donde lo fueron los virreyes de México, y donde hoy se conservan los restos ve-nerables de los primeros héroes de la revolución, hasta que se les erija el panteón donde deben reposar, costeando a expensas de la nación. Hizo los oficios de sepultura el señor arzobispo en la mañana del 10.

La memoria de ese grande hombre será gratísima, en la presente y futuras edades para los mexicanos. O’Donojú economizó torrentes de sangre que hubieran inundado estas regiones por causa de su inde-pendencia. Llegó en el tiempo más oportuno y en que más se necesita-ba para serenar la tormenta que se nos preparaba y que él supo calmar con una moderación y sabiduría que no es capaz de expresar mi pluma. Conoció la situación política de esta América; examinó sus intereses, los combinó con los de España que lo mandaba, a la que ciertamente no hizo traición y para la que procuró sacar mejor partido. Si la malicie osare deturpar su reputación, quedará confundida leyendo los tratados de Córdoba, que son la transacción diplomática más sabia que pudiera haber hecho el ministro más consumado en la política europea. El se-ñor O’Donojú era hombre liberal por principios, circunspecto, pruden-te y al mismo tiempo, severo para hacer cumplir sus providencias. Este golpe inesperado para los mexicanos, excitó su sensibilidad y general compasión, conformándose con él como una calamidad pública. ¡ah! Mi pluma se contiene y haciéndose violenta, ahoga los sentimientos del corazón esta vez…

CUADRO HISTÓRICO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA DE 1810.- Carta decimosexta y última.- Carlos María de Bustamante.- México.- 1846.